Civilizaciones medievales

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La edad Media
La expresión "Edad Media" ha sido empleada por la civilización occidental para definir el periodo de 1000
años de historia europea entre el 500 y 1500 d. C. EL inicio de la Edad Media está señalado por la caída del
Imperio Romano Occidental, generalmente tomado como el fin de la historia clásica antigua. El inicio del
Renacimiento (de Europa) marca el final de la Edad Media. Entre los acontecimientos que determinaron el
final de este periodo destacan la caída de Constantinopla en 1453; la utilización por primera vez de la
imprenta en 1456; el descubrimiento de América en 1492; la Reforma Protestante iniciada por Lutero en
1517, y el florecimiento de las artes en Italia. La Edad Media se sitúa, por lo tanto, entre lo que conocemos
como historia antigua e historia moderna.
En Asia y Oriente Medio, este periodo histórico no entra fácilmente dentro del concepto europeo de Edad
Media. China evolucionó paulatinamente desde los tiempos prehistóricos hasta el comienzo de la historia
moderna occidental sin los bruscos cambios que tuvieron lugar en Europa. El poder en China estuvo en manos
de diferentes dinastías y también fue víctima de invasiones, pero su cultura fundamental progresó de una
manera estable. Japón también se desarrolló a un ritmo estable y sin interferencias. La historia de Oriente
Medio se adapta un poco más a la Edad Media europea, al tratarse de zonas más cercanas y entre las que el
contacto era continuo.
Principales civilizaciones:
Los ingleses
Tras la retirada de las legiones romanas a la Galia (actualmente Francia) en torno al año 400, las Islas
Británicas cayeron en un periodo de oscuridad que duró varios siglos y del que apenas quedan crónicas
escritas. La cultura británico−romana que había existido durante 400 años bajo el dominio del Imperio,
desapareció a causa de las incesantes migraciones e invasiones bárbaras. Los celtas vinieron de Irlanda (el
pueblo de los Scotti dio su nombre a la parte norte de la principal isla, que se llamó Escocia). Los sajones y
anglos llegaron desde Alemania, los frisos de la actual Holanda y los jutos de la actual Dinamarca. Hacia el
año 600, los anglos y los sajones controlaban la mayor parte de la actual Inglaterra. Hacia el 800, tan sólo las
actuales provincias de Gales, Escocia y el oeste de Cornwall permanecían en manos de los celtas.
Los nuevos habitantes fueron llamados anglosajones (palabra que proviene de la fusión de dos pueblos: los
anglos y los sajones). Los anglos dieron su nombre a la nueva cultura (Inglaterra viene de "tierra de los
anglos"), y la lengua germánica que trajeron consigo reemplazó al idioma celta nativo y al latín importado con
la conquista romana. A pesar de posteriores invasiones, y de incluso una conquista militar en fechas más
tardías, la parte este y sur de la mayor isla británica se ha llamado desde entonces Inglaterra (y su pueblo e
idioma "inglés").
En el 865, se rompió la relativa paz inglesa con una nueva invasión. Vikingos daneses que habían estado
haciendo incursiones en Francia y Alemania formaron un gran ejército y dirigieron su atención hacia
Inglaterra. En un plazo de diez años, la mayoría de los reinos anglosajones cayeron o se rindieron. Sólo los
sajones del oeste (actualmente Wessex) resistieron al mando de Alfredo, único rey inglés que sería llamado
"el Grande".
Durante casi 200 años, Inglaterra quedó dividida entre los vikingos, los sajones occidentales y un puñado de
reinos ingleses. La mitad vikinga fue llamada Danelaw (que significa "bajo la ley danesa"). Los vikingos
recaudaban un elevado impuesto, conocido como el Danegeld ("el oro de los daneses"), a cambio de la paz. Se
convirtieron al cristianismo y fueron asentándose gradualmente. Con el tiempo los ingleses se volvieron
contra los daneses y, en el 954, fue asesinado el último rey vikingo de York. Por primera vez, Inglaterra se
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unió bajo un rey inglés de Wessex.
En el año 1066, el Witan ("consejero del rey") ofreció la corona a Harold, hijo del conde de Wessex. Había
otros dos pretendientes al trono: Harald Hardrada (que significa "el duro gobernante"), rey de Noruega, y el
duque Guillermo de Normandía. El noruego desembarcó primero, cerca de York, pero Harold lo venció en la
batalla de Stamford Bridge. Rápidamente y tras su victoria, Harold forzó la marcha de su ejército en dirección
sur para encontrarse con Guillermo en Hastings. La batalla osciló a favor de uno y otro bando durante todo el
día hasta que, al atardecer, una flecha hirió de muerte a Harold en los ojos. Durante los dos años que
siguieron, Guillermo, llamado "el Conquistador", consolidó la conquista de Inglaterra.
Durante el resto de la Edad Media, los sucesores de Guillermo se agotaron a sí mismos y al propio país con
una serie de enfrentamientos y guerras encaminadas a expandir o defender sus posesiones en Francia: la
Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia constituyó un conflicto interminable que se extendió desde
1337 hasta 1453. La aspiración de un rey inglés al trono de Francia, debido a enlaces matrimoniales, fue el
detonante del conflicto. Otras causas de esta guerra fueron la lucha por el control del lucrativo mercado de la
lana y, entre otros antecedentes, el apoyo francés a la independencia de Escocia. En sus inicios, la guerra se
caracterizó por una serie de inesperadas victorias de los ingleses, normalmente debidas a la pericia de los
arqueros que, con sus armas de largo alcance, barrían las hordas de vistosas armaduras de la caballería
francesa.
Sin embargo, los ingleses no consiguieron alcanzar una victoria definitiva y los franceses lograron rehacerse.
Inspirados por Juana de Arco, una joven campesina que decía actuar bajo mandato divino, los franceses
contraatacaron triunfando con la toma de Burdeos en 1453. La única posesión que les quedó a los ingleses en
el continente fue la de Calais (aunque no por mucho tiempo).
Los Francos
Los francos fueron uno de los pueblos bárbaros germanos conocidos por los romanos. A principios del siglo V
empezaron a expandirse hacia el sur desde sus territorios de origen a lo largo del río Rin hasta la Galia
(actualmente Francia), dominada por los romanos. Sin embargo, a diferencia de otros pueblos germanos, no
abandonaron sus lugares de procedencia, sino que más bien ampliaron sus territorios. Clodoveo, jefe franco,
venció a los últimos ejércitos romanos de la Galia y, hacia el 509, unificó a los francos, convirtiéndose en el
gobernante de gran parte de Europa occidental. Durante los siguientes 1000 años, el reino franco fue
evolucionando hasta dar origen a la actual nación de Francia.
De acuerdo con la tradición, los cuatro hijos de Clodoveo se dividieron el reino tras su muerte. Esta costumbre
condujo a guerras civiles y luchas internas entre los sucesivos pretendientes al trono durante muchos siglos.
Hacia finales del siglo VII, los reyes merovingios (descendientes de Clodoveo) gobernaban simbólicamente.
A principios del siglo VIII, Carlos Martel se convirtió en mayordomo de palacio, estando justo por debajo del
rey en importancia. Hizo de los francos una gran fuerza de caballería. Luchaba tan bien que sus enemigos lo
apodaron Carlos el Martillo. En el año 732, la caballería francesa derrotó en la batalla de Poitiers a los
invasores musulmanes que les atacaban desde el norte de España, dando fin para siempre al avance del Islam
desde el sudoeste.
El Papa coronó a Pipino, hijo de Carlos Martel, con el título de rey de los francos a cambio de haberle
ayudado a defender Italia de los lombardos. Pipino fundó la dinastía de los carolingios. El más grande de estos
gobernantes fue Carlos el Grande o Carlomagno, quien gobernó desde el 768 hasta el 814. Convirtió el reino
franco en un imperio donde floreció la cultura y el saber. Sus nietos se dividieron el imperio que, como
resultado, quedó fraccionado en dos. La parte occidental se convirtió en el reino de Francia, aunque los reyes
posteriores perdieron gradualmente su control político. La autoridad central se derrumbó bajo la presión de las
guerras civiles, las luchas fronterizas y las incursiones vikingas. El único medio de conseguir soldados y
dinero era hacer concesiones a los terratenientes. Los feudos pasaron a ser hereditarios y quienes los
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detentaban se convirtieron en señores feudales con vasallos propios. Hacia el siglo X, Francia se encontraba
dividida en dominios feudales que actuaban como estados independientes.
En el 987, la nobleza francesa proclamó rey a Hugo Capeto. La razón principal fue que su feudo, centrado en
París, era más bien débil, por lo que pensaron que no supondría una amenaza. Hugo fundó la dinastía de los
reyes capetos, quienes lentamente y a lo largo de dos siglos recuperaron el poder mediante la creación de
seguros caminos reales, engrandeciendo sus dominios, fomentando el comercio, y otorgando cartas reales a
las nuevas ciudades y feudos. Aliándose con la Iglesia, los Capetos consiguieron una fuerte posición moral y
se beneficiaron de la influencia cultural, política y social de ésta. La administración real se volvió más
eficiente y leal al rey al dejar los cargos públicos de ser hereditarios.
Empezando por Felipe II en 1180, Francia se convirtió en una de las naciones más importantes de Europa
gracias a tres grandes gobernantes. Mejoraron el funcionamiento del gobierno, fomentaron un próspero
comercio, recaudaron impuestos de manera eficiente y fortalecieron su posición en la cima de la jerarquía
feudal. Aunque se estableció una asamblea nacional llamada los Estados Generales, ésta no tenía realmente
ningún poder y fue ignorada con éxito.
La Guerra de los Cien Años, largo conflicto entre Francia e Inglaterra, tuvo lugar para decidir de quién eran
las tierras de Francia que habían sido heredadas por reyes ingleses, y duró desde el año 1337 hasta 1453.
Finalmente, la victoria francesa hizo del rey la fuerza política más poderosa de Francia.
Los Celtas
Los celtas habitaron el norte de Europa hace 5000 años y construyeron el famoso monumento megalítico de
Stonehenge. Julio César ya había luchado contra ellos durante su conquista de la Galia y, con el tiempo, los
romanos les arrebataron también sus dominios británicos e ibéricos. A finales del Antiguo Imperio Romano,
los celtas tan sólo ocupaban partes del noroeste de Francia, Irlanda, Gales y algunas zonas de Escocia.
Durante el transcurso de la Edad Media, reforzaron su control de Escocia e hicieron varios intentos de ampliar
su territorio en Inglaterra.
Los irlandeses siguieron siendo pequeños grupos durante la alta Edad Media. Hacia el 800, las cuatro
provincias de Leinster, Ulster, Connaught y Munster habían alcanzado el poder bajo "reyes de elevado rango".
Las incursiones vikingas comenzaron en el 795 como anticipación a los asentamientos vikingos de mediados
del siglo IX, siendo el más importante de éstos el de Dublín. Brian Boru se convirtió en el primer rey de
elevado rango de toda Irlanda en torno al año 1000. Los irlandeses derrotaron en Clontarf a los daneses de
Dublín en el año 1014, aunque Brian Boru fue asesinado.
Un pueblo irlandés llamado los scotti invadió el territorio sur de la actual Escocia en los inicios de la Edad
Media, asentándose permanentemente y dando su nombre a la zona. Los scotti hicieron retroceder y
absorbieron a los pictos, nativos que habían hostigado a los romanos hacia el sur. El reino de Escocia tomó su
actual forma durante el siglo XI, pero atrajo la intromisión inglesa. Los escoceses respondieron con la "vieja
alianza" con Francia, que constituiría la base de su diplomacia durante siglos. Pero en 1296, Eduardo I de
Inglaterra, el Zanquilargo, o "Martillo de los Escoceses", se anexionó Escocia.
William Wallace (Braveheart) lideró una revuelta en Escocia y consiguió la independencia en la batalla de
Stirling Bridge, en 1297. Derrotado al año siguiente en Falkirk, Wallace lideró una guerrilla hasta que fue
traicionado, apresado y ejecutado en 1305. Roberto el Bruce se autocoronó rey de Escocia tras asesinar a su
principal oponente y echó a los ingleses al ganar la batalla de Bannockburn en 1314. Eduardo III de Inglaterra
reconoció la independencia de Escocia en 1328, pero la guerra entre escoceses e ingleses continuó durante
varios siglos. En el año 1603, mucho después de que la Edad Media hubiera tocado a su fin, las coronas de
ambos países se unificaron.
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Ningún príncipe de Gales se mostró lo suficientemente fuerte para unificar el país. A finales del siglo XIII,
Eduardo I se hizo cargo del gobierno de Gwynedd, uno de los más fuertes principados de Gales. Procedió a
construir allí cinco enormes castillos que, efectivamente, situaron al país bajo el mandato inglés.
Los Bizantinos
Los bizantinos tomaron su nombre de Bizancio, una antigua ciudad griega situada en el Bósforo, vía fluvial
estratégica que une el Mar Negro con el Egeo. En el siglo IV, el emperador romano Constantino la había
rebautizado como Constantinopla, convirtiéndola en la segunda capital de su imperio. El Imperio Romano de
Oriente sobrevivió casi mil años al Imperio Romano de Occidente, defendiendo Europa de las invasiones
orientales de los persas, árabes y turcos. Los bizantinos perduraron porque Constantinopla estaba bien
defendida por murallas y podía ser abastecida desde el mar. En el cenit de su esplendor, a mediados del siglo
VII, los bizantinos habían recuperado gran parte de los territorios del antiguo Imperio, excepto la península
Ibérica (actualmente España y Portugal), la Galia (actualmente Francia) y Gran Bretaña. Los bizantinos
también mantuvieron el control sobre Siria, Egipto y Palestina, aunque a mediados del siglo VII lo habían
perdido ante los árabes. Desde entonces, su imperio consistía principalmente en los Balcanes y la Turquía
actual.
El primer gran emperador bizantino fue Justiniano I (482 a 565). Su ambición era restaurar el antiguo Imperio
Romano, lo que estuvo casi a punto de lograr. Su instrumento fue Belisario, el gran general de la época, quien
agrandó el imperio por los cuatro puntos cardinales derrotando a los persas por el este, a los vándalos en el
norte de África, a los ostrogodos en Italia y a los búlgaros y eslavos en los Balcanes. Además de sus campañas
militares, Justiniano sentó las bases de su futuro imperio al establecer un fuerte sistema administrativo y legal.
También fue un defensor del cristianismo.
La economía bizantina fue durante muchos siglos la más rica de Europa porque Constantinopla estaba muy
bien situada en las rutas comerciales entre Asia, Europa, el Mar Negro y el mar Egeo. También era un punto
de destino importante para la Ruta de la seda desde China. El nomisma, la principal moneda de oro bizantina,
fue la moneda oficial del Mediterráneo durante 800 años. Finalmente, la posición estratégica de
Constantinopla atrajo la envidia y la animosidad de las ciudades−estado italianas.
La fuerza clave del Imperio Bizantino fue la superioridad de su ejército, que recurrió a lo mejor de la
experiencia bélica de los romanos, los griegos, los godos y de Oriente Medio. El núcleo del ejército era la
caballería pesada, que actuaba de fuerza de choque apoyada por la infantería ligera (arqueros) y la infantería
pesada (espadachines con armadura). El ejército, dividido en unidades, estaba entrenado en tácticas y
maniobras. Los oficiales recibían educación en historia y teoría militar. Aunque con frecuencia eran superados
en número por masas de soldados carentes de preparación, el ejército bizantino prevalecía gracias a tácticas
inteligentes y a una buena disciplina. Una red de espías y agentes secretos, que filtraba información acerca de
los planes de los enemigos, reforzaba al ejército, permitiendo utilizar el soborno u otras formas de desviar al
enemigo.
La marina bizantina mantenía abiertas las rutas comerciales marítimas, así como las líneas de suministro de la
ciudad para evitar que ésta tuviera que rendirse de hambre en caso de asedio. En el siglo VIII, el ataque
marítimo y terrestre de los árabes no tuvo éxito debido a un arma secreta: "el fuego griego". Este arma
química, cuya composición se desconoce en la actualidad, era una especie de líquido de napalm que podía ser
rociado con una manguera. "El fuego griego" provocó la destrucción de la marina árabe.
Durante los siglos VII y VIII, los árabes invadieron Egipto, Oriente Medio, el norte de África y España,
despojando para siempre al Imperio Bizantino de esos territorios. La victoria de los turcos en Manzikert, en el
año 1071, tuvo como consecuencia la devastación de Asia Menor, principal fuente de cereales, ganado,
caballos y soldados del imperio. En el año 1204, los cruzados al mando del Dogo de Venecia saquearon a
traición Constantinopla.
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En el siglo XIV, los turcos invadieron Europa tomando Adrianópolis y evitando enfrentarse a Constantinopla.
Un gran número de ellos se asentó en los Balcanes, derrotando a un gran ejército cruzado en Nicópolis en
1396. En mayo de 1453, el sultán turco Mehmet II tomó la debilitada Constantinopla con la ayuda de pesados
cañones. Con la caída de Constantinopla, el Imperio Bizantino tocó a su fin.
Los Japoneses
Situada en un islote a 100 millas del Asia continental en su punto más cercano, Japón era una tierra de
misterio en los confines de la civilización. Aislados primero geográficamente y más tarde por elección propia,
los japoneses desarrollaron una cultura única que absorbió pocas influencias del mundo exterior. En los
inicios de la Edad Media europea, la cultura japonesa más desarrollada se hallaba en el extremo norte del Mar
del Japón, en la gran isla de Honshu. Hacia el este, al otro lado de las montañas Hakone, estaba Kanto, llanura
aluvial y única gran área de las islas para la plantación de arroz. Al norte y este de Kanto se situaba la
frontera, más allá de la cual vivían los aborígenes, que habían ocupado las islas desde el Neolítico.
Algunos creen que, hacia el siglo V d.C., la corte Yamato se había convertido en gran parte en ceremonial.
Una serie de clanes independientes, conocidos como <i>uji<i>, eran los que detentaban el poder real por
debajo del monarca. Los líderes de estos clanes formaban una especie de aristocracia que rivalizaba por el
control del país y del trono.
En el 536, el clan de los Soga estableció su predominio, surgiendo de éste el primer gran hombre de estado de
la historia, el Príncipe Shotoku, quien realizó reformas que sentaron las bases de la cultura japonesa durante
las siguientes generaciones. En el 645, el poder pasó del clan de los Soga al de los Fujiwara, que presidió la
mayor parte del periodo Heia (794 al 1185). Este nuevo liderazgo impuso la Reforma Taika del año 645, que
emprendió medidas encaminadas a la redistribución de los arrozales, estableció un impuesto sobre la
producción agrícola y dividió el país en provincias. Sin embargo, gran parte del territorio permanecía fuera de
la influencia y del control imperial. El poder real pasó a familias importantes que habían alcanzado un lugar
prominente en las tierras de cultivo del arroz. Los conflictos entre estas familias condujeron a la guerra civil y
a la ascendencia de la clase guerrera.
Al igual que en la Europa Occidental medieval, el desmoronamiento de la autoridad central, la aparición de
poderosos nobles locales y el conflicto con los bárbaros en la frontera, se combinaron para crear una cultura
dominada por una élite guerrera. Estos guerreros llegaron a ser conocidos como samurai, "los que sirven",
equivalentes más o menos al caballero europeo. A finales del siglo XII, un gobierno militar remplazó a los
nobles que detentaban el poder real por debajo del trono. La cabeza del gobierno militar era el Shogun.
La vida de los samurai se regía por el código del guerrero, parecido al código de honor de los caballeros
europeos. La lealtad a su señor constituía la base de ese código. A cambio de la protección dada al guerrero,
éste obedecía las órdenes de su señor sin cuestionarlas y estaba dispuesto a morir en su nombre. El samurai
daba gran importancia a sus ancestros y cultivaba religiosamente la tradición familiar para ganar méritos. Su
conducta debía ser firme y no dar muestras de cobardía. Los guerreros iban al campo de batalla esperando y
deseando la muerte, ya que se pensaba que un guerrero animado por la esperanza de sobrevivir no lucharía
bien.
El periodo comprendido entre los años 1185 y 1333 se denominó Kamakura, tomando el nombre de una
región del Japón dominada por un nuevo clan que subió al poder tras la guerra civil. Los mongoles intentaron
invadir Japón en dos ocasiones, una en 1274 y otra en 1281, pero fueron expulsados ambas veces. Una
tormenta fortuita produjo grandes pérdidas en la flota de los mongoles en la segunda invasión.
El Feudalismo
La estructura política y económica predominante en la Edad Media fue el feudalismo. Este sistema se
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desarrolló como respuesta a la desintegración de la autoridad central y al caos social que surgió tras el fin del
mandato romano. Una jerarquía de hombres poderosos, regidos por el nuevo sistema de vasallaje y la división
territorial en feudos, sustituyó al antiguo sistema romano de emperador, senado, provincia, ciudad y pueblo.
El contrato feudal
El feudalismo consistía en un acuerdo entre dos nobles, uno el señor y otro el vasallo. El vasallo prometía
obediencia y fidelidad a su señor y se comprometía a cumplir una serie de funciones en su nombre. Los
deberes más importantes eran comúnmente: el servicio militar (normalmente limitado a 40 días al año),
reclutar soldados para el ejército de su señor y proveerlo de ingresos. Por su parte, el señor se comprometía a
dar protección militar a su vasallo y a proporcionarle los medios de subsistencia. Con ese fin, el vasallo
recibía el control de un feudo que normalmente consistía en una gran extensión de tierra, aunque también
podía tratarse de funciones lucrativas y de responsabilidad, como recaudador de impuestos, acuñador de
moneda o agente de aduanas. De ese modo, un señor con muchos vasallos disponía de fuentes seguras de
ingresos además de un ejército. El contrato feudal era de por vida. El señor podía arrebatarle el feudo a su
vasallo si éste incumplía sus obligaciones. En cambio, para el vasallo, dejar a su señor era tarea más ardua. Al
principio los feudos no eran hereditarios, lo que constituía una gran ventaja para el señor. Cuantos más feudos
tenía un señor para repartir, más duramente habían de trabajar los vasallos para ganárselos. Con el transcurso
de la Edad Media, los vasallos encontraron oportunidades para convertir sus feudos en hereditarios, dejando a
sus señores un número menor de los que disponer como recompensa.
El juramento de fidelidad u homenaje sólo podía hacerse entre nobles y caballeros. En la práctica, la mayoría
de los nobles eran ambas cosas, vasallos y señores, encajando en algún lugar entre el rey y los caballeros de
rango más bajo. Sin embargo, el feudalismo nunca estuvo eficazmente organizado. Los vasallos podían ser
más poderosos que sus señores. Por ejemplo los duques de Normandía, que controlaban gran parte de Francia
y toda Inglaterra, eran más poderosos que sus señores, los reyes de Francia. Los vasallos podían tener varios
señores, lo que suponía un problema cuando más de uno requería sus servicios. Normalmente solía darse
preferencia al señor de mayor rango o más poder. Los nobles también descubrieron que, de ser lo
suficientemente fuertes, podían ignorar las reglas del feudalismo y atacar a sus vecinos para conseguir sus
fines. A finales de la Edad Media, este tipo de guerras privadas se había vuelto endémico.
El decaimiento de feudalismo
Cambios políticos
Al principio de la baja Edad Media, Europa Occidental se encontraba dividida en feudos de distintos tamaños.
Los reyes, aunque estaban en la cúspide de la jerarquía de poder, no ejercían una autoridad unificadora sólida,
y las naciones no existían como entidades políticas sino como grupos culturales. A finales de la baja Edad
Media, existía una fuerte autoridad central en Inglaterra, España, Portugal y Francia. Estos países habían
despojado a los señores feudales de su poder político.
Guillermo el Conquistador instauró la primera gran monarquía europea tras acceder al trono de Inglaterra en
el año1066. Con la victoria de Hastings, y tras cinco años más de luchas para sofocar los últimos núcleos
rebeldes, tomó medidas para consolidar su poder. Una sexta parte de Inglaterra quedó como territorio de la
corona; dividió la mitad del país en feudos otorgándoselos a sus vasallos directos, los barones normandos;
cedió un cuarto de Inglaterra a la Iglesia, y los anglosajones se dividieron el territorio restante. Impuso un
juramento de fidelidad a todos sus vasallos como máximo representante del dominio feudal; se hizo dueño y
señor de todos los castillos; prohibió las guerras y estableció únicamente como legal la moneda real. Estos
fueron las primeras medidas importantes que llevaron a la crisis del feudalismo, aunque no siempre lograron
ser reforzadas por posteriores reyes con menos habilidades que Guillermo.
En el siglo XII, Enrique II, rey de Inglaterra, creó la cancillería y el fisco, que constituirían los comienzos de
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la administración pública. La cancillería se ocupaba de las leyes y de las transacciones reales; el fisco se
encargaba de la distribución del Erario Publico. Ninguno de estos dos cargos públicos era hereditario,
facilitando así el recambio de funcionarios no deseados. El personal de la nueva administración pública no
recibía feudos sino un salario, dependiendo así directamente del propio rey.
La nobleza feudal inglesa impuso al impopular rey Juan sin Tierra la firma de la Carta Magna en 1215. Este
documento constituía una limitación del poder real, ya que exigía que el rey estuviera sujeto a las leyes
territoriales y otorgaba a los barones la facultad de tomar parte en las decisiones reales a través de un Gran
Consejo. La redacción de la Carta Magna dio lugar a importantes interpretaciones siglos más tarde, entre ellas
el concepto de "no hay impuestos sin representación". Los barones tomaron el poder en 1264 en respuesta a la
pretensión de un rey de ignorar la Carta Magna, gobernando temporalmente mediante el ya consolidado Gran
Consejo, que pasó a llamarse Parlamento. El nuevo Parlamento no sólo incluía a los barones y a los altos
cargos eclesiásticos, sino también a los representantes de grandes ciudades.
Aunque este gobierno parlamentario fue de corta duración (15 meses), ya no se pudo ni callar ni ignorar al
Parlamento. Desde entonces, sólo el Parlamento tenía el poder de revocar las leyes que eran aprobadas; no se
podían imponer impuestos sin su aprobación, y cuando los reyes necesitaban dinero rápido (por ejemplo,
durante la guerra de los Cien Años), el Parlamento les obligaba a menudo a ceder poder a cambio del
consentimiento. Independientemente de la habilidad del rey de turno y de algunas revueltas ocasionales de la
nobleza, el Parlamento y la administración pública siguieron creciendo en importancia y demostraron su
capacidad para gobernar el país.
Mientras el rey, la administración pública y el Parlamento reducían desde arriba el poder de los barones, una
tendencia en el mismo sentido surgía desde la base de la jerarquía feudal. Diversos factores hicieron que los
siervos se liberaran de sus contratos con los señores feudales, entre ellos el aumento de la población de las
ciudades, el cese de las incursiones bárbaras y una terrible plaga que asoló Europa en el siglo XIV.
La peste negra
A mediados del siglo XIV, una plaga conocida como la peste negra asoló repentinamente Europa con un
efecto devastador. Se extendió por Occidente desde Asia Central, apareciendo en el área del Mar Negro en
1346. Desde allí, se extendió hacia el sudoeste hasta el Mediterráneo y avanzó rodeando las costas del
Atlántico Norte hasta llegar al Báltico. Hacia 1348 ya estaba en España y Portugal; hacia 1349 en Inglaterra e
Irlanda; hacia 1351 en Suecia; y hacia 1353 en los estados bálticos y Rusia. Tan sólo zonas aisladas y apenas
pobladas se libraron de ella. Según se estima actualmente, murió entre un tercio y la mitad de la población de
Europa, Oriente Medio, Norte de África y la India.
La Peste Negra era probablemente una variedad de la peste bubónica, una peligrosa infección bacteriana que
sigue existiendo hoy en día. La bacteria se transmitía a través de la saliva de las pulgas que habían succionado
la sangre de ratas infectadas. Al morir las ratas, las pulgas saltaban a los seres humanos y la bacteria se
extendía rápidamente por la sangre. La peste tomó su nombre de uno de sus más terribles síntomas: las
dolorosas lesiones de aspecto negruzco que exudaban sangre y pus. Las víctimas eran presa de una fuerte
fiebre y deliraban. La mayor parte moría en un plazo de 48 horas pero, afortunadamente, una pequeña minoría
lograba superar la enfermedad y sobrevivir.
Ciudades enteras fueron arrasadas, cayendo en el olvido la relación social entre señor y siervo. Se empezó a
valorar ante todo a la gente capaz de cultivar o fabricar. Una vez extinguida la epidemia, se aceleró la
emigración a las ciudades.
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