Mi Colegio - Colegio Calasanz Santander

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MI COLEGIO (1943-1953)
Gerardo García Rodríguez
Cuando yo nací (diciembre de 1936) España estaba en plena Guerra Civil (19361939) y luego, casi sin solución de continuidad, vino la 2ª Guerra Mundial (19391945), así que los nueve primeros años fueron de escasez y racionamiento, los
niños íbamos al Colegio y luego jugábamos en la calle por donde, afortunadamente,
apenas circulaban los coches 8no había) y los que circulaban lo hacían con un
complemento atrás, llamado gasógeno, que quemaba gas metano y era el
combustible que se usaba.
Eran los años de la tuberculosos, “tisis”, y siempre había el temor a coger al
enfermedad. El ambiente, lógicamente de guerra, en casa “las noticias” 8en la radio)
eran el parte” y los niños jugábamos a diversos juegos que según la estación nos
permitía desarrollarlos en la calle y con la ropa que llevábamos. En invierno con
abrigo y jersey, no podíamos jugar al “burro”, pues no se podía saltar, por ello
entonces jugábamos a las canicas y la peonza. En primavera ya practicábamos el
juego del pañuelo, correr, el barro y otros.
Los Colegios eran pocos y se elegían, bastante, por la proximidad a la casa de cada
uno. Mi primer Colegio fue el de la divina Pastora que estaba junto a mí casa (de
Moztezuma a Gómez Oreña), pero ya mi hermano mayor iba a los Escolapios. Así
que en cuanto cumplí los seis años me pusieron unas botas de tachuelas, una
bufanda y una boina y a los Escolapios de la mano de mi hermano.
El Colegio era casi como el de ahora, pero sólo se entraba por el Paseo (jardín),
para salir lo hacíamos por Canalejas. Allí estaba la fábrica de “La Rosario” que hacía
jabón y el día que fundían el sebo no se podía aguantar el mal olor. Decían los niños
que era “el pedo de la Rosario”. La otra fábrica era “Cerages Francoises” que hacía
betún y cosas de cera.
Canalejas se acababa, a efectos de edificios, poco más arriba pues luego sólo
estaban la casa de los Pedraja (que hacían toldos) y la de los Colomer (de la
tintorería) y a la izquierda el convento de las monjas de clausura “Bernardas”. El
resto, hasta el Alto de Miranda, eran chalets. Era el año 1944.
En el Colegio, en tercer grado, me recibió el P. Eustaquio, que era el árbitro de fútbol
y que siempre andaba por la zona de los patios. Luego vino a ayudarle el H. Vicente.
El P. Eustaquio nos enseñó las Reglas de Ortografía, aquello de: “Haber, hablar,
heredar, halagar, hallar, hacer, hartar, habilitar, hilar…” eran los verbos con hache.
Y aquello otro de “Precede la conjunción, sujeto y sus complementos, sigue el verbo
con los suyos si los tuviese. El adverbio”.
Al año siguiente pasamos a ingreso, pero aquel año el P. Laureano no estaba bien
de salud y vinieron a darnos clase dos seglares: D. Arcadio y D. Amable. En el
ingreso estudiábamos en una Enciclopedia de textos E.P. Allí estaba todo: la
Geografía, la Historia, la Historia Sagrada, las Matemáticas, etc. pero en aquellos
años lo que marcaba el tope eran los Dictados y la Lectura.
Para ello la obra clave era “El Ingenioso Hidalgo D. Quijote de la Mancha”. Todos los
días, capítulo a capítulo, dedicábamos una hora a la lectura. Luego otro buen tiempo
a los dictados, que no debían tener faltas de ortografía. Me acuerdo de un texto que
se empleaba por aquel entonces para estos menesteres, como es el caso del libro
de Miranda Podadera en el que había un ejercicio que decía: “Vaya con el caballo
bayo, que saltó la valla…”
La otra pieza clave del ingreso era el cálculo, y me acuerdo de aquellas rondas que
nos hacían en las que el profesor decía “dos” y luego señalaba a un niño y decía
“mas 4”, luego señalaba a otro “menos 3”, “por 2”, “menos 5”, “mas 7”, “por 3”… y las
divisiones con decimales y con la “prueba del nueve”.
Teníamos 9 ó 10 años y al acabar el curso multiplicábamos y dividíamos de 0 a 99
sin papel ni calculadora (entonces no existían). Al acabar el año nos hacían el
examen de Grado y pasábamos a Bachiller.
Eran los años en que ya no recuerdo bien si el P. Bernabé era Director todavía. Lo
que si recuerdo, perfectamente, es el día en que murió y tuvimos una misa “de
corpore insepulto” y fue la primera vez que yo vi a un muerto de cerca. Todavía
guardo la imagen.
Los padres vivían en el chalet y paseaban por allí delante, que era por donde antes
le habíamos visto, pues ya era muy mayor.
El nuevo Rector fue el P. Simón y de Prefecto el P. Marciano. Era el año 1946, y mi
curso habíamos dejado de ser niños para pasar a jóvenes. Ya no entraríamos a las
9:30, sino a las 8:45; tendríamos asignaturas y profesores diferentes para cada una,
con libros distintos. La pedagogía cedía su prioridad a la ciencia. Ya no nos llevarían
al pediatra, sino al médico.
Aquel año 46, en octubre, ya no había entrada diferente para los gratuitos, todos
entrábamos por el Paseo o por Canalejas y en las dos puertas había uno de 6º ó 7º
para tomar nota de los que llegaban tarde y por ello se quedarían a las 13:30 en el
hall de cristales, de pié, hasta las 2.
Al final de la Misa el P. Marciano leía la lista de los castigados (por expulsión o por
otra causa).
Ya dábamos clase en los pisos de arriba. Como con el comienzo del Bachillerato
empezábamos el estudio del latín, se abría el turno para ayudar en la Misa y había
que aprenderse las contestaciones: “Ad Deum qui laetificat juventuten mean”. Lo
difícil era el “Suscipiat…” pero todos lo lográbamos
Al salir de Misa subíamos al estudio de la mañana hasta las 10, en que
empezábamos las clases. Tres horas de clase y un recreo eran el plan de la
mañana.
En primero de bachiller nos daban clase el P. Severino (latín), el P. Constantino
(francés), D. José Nieto (matemáticas), el P. Blas (geografía e historia), etc. Era el
primer año de dibujo con aquellas láminas que al final de curso había que
encuadernar con una portada que nos quitaba el sueño. El dibujo de los primeros
años era de figuras, a partir de tercero era lineal y comenzaba el martirio de los
tinteros, las cajas de dibujo, los cartabones y todo aquel lío que había que llevar y
traer dentro de una carpeta, que a veces era mayor que nosotros, sumándose a los
diccionarios, el libro de “Autores latinos”, etc. y, a veces, el Atlas (de Salvador
Salinas) que aún conservo. También me dio clase el P. Rogelio, que era muy
gordito.
Por las tardes entrábamos a las 330 y lo primero era un estudio de media hora,
luego la clase y al acabar esta teníamos recreo. Al regreso del recreo, sudados,
mojados y cansados, teníamos otro estudio, para luego tener la última clase del día.
Al acabar esta clase teníamos un estudio final de una hora, en el que para empezar
rezábamos el Rosario; era cuando algunos, en aquel salón tan grande, decían “un
automóvil” en lugar de “ora pro nobis” en la letanía y apenas se notaba.
Finalmente, a las 8 de la tarde, que ya era de noche, salíamos por la calle Canalejas
ya que nos daba miedo ir por el Paseo cerca de la gruta.
Allí (en Canalejas), había de todo; los que hacían pis en la pared de La Rosario, los
que bajaban toda la calle corriendo para despegar como las “fortalezas volantes”
que veíamos en el NO-DO.
El verano de aquel primer año de Bachiller es el que más se agradece porque hasta
entonces aquello de estar de vacaciones apenas tenía sentido. Ahora ya sí.
El segundo curso tenía su más famoso hueso en la geografía, pues sin haber
viajado, sin haber estado jamás más lejos de Santander que alguna excursión a las
“dunas de Mogro”, había que aprenderse los pueblos de España y también
enfrentarse con los “mapas mudos”. Esto segundo era más fácil, pues los ríos tenían
su orden y estaban pintados de azul. Las montañas de marrón y aquello de las
cordilleras (Bética y Penibética, amen de la Cadena costera catalana) era posible.
Pero lo de los pueblos… De memoria nos aprendíamos aquello de: Santander,
Potes, Laredo, Torrelavega, Ramales, Reinosa, Villacarriedo, San Vicente, CastroUrdiales. No conocíamos nada de aquello, pero había internos que eran de allí y
daban fe de su pueblo. Pero Yecla, Zafra, Sotana, Chinchón, y todo aquel lío era
demasiado.
En el Colegio no fueron muy exigentes en esto y se agradeció; al final con los años
se aprende.
Igual nos pasó con la famosa lista de los Reyes godos; los de La Salle (eran los
otros) si que tenían que aprendérsela. A mi no me la pidieron nunca. Pero la
Geografía de segundo con la Historia de la Reconquista era un trago duro de pasar.
Por entonces ya D. José comenzaba con las ecuaciones. En dibujo el P. Constantino
nos ponía la lámina del gato y había algunos que ya sus padres les ponían
pantalones bombacho.
El conserje del Colegio, el que daba la hora, traía tizas y guardaba los _____ , “El
Chelito”, era el encargado de cuidar, también, los retretes y era el que se chivaba de
que algunos ya comenzaban a fumar en los retretes.
Los domingos en el salón de actos había cine y nos ponían películas de jornadas,
aquellas de “Fu manchú y los dakois” y otras de la policía montada del Canadá. Los
domingos había Misa a las 10, luego competiciones deportivas entre los cursos y por
la tarde el cine.
También por aquellos años era cuando D. Agustín Latierro seleccionaba a los del
coro, que luego con gran paciencia iba ensayando y cantando en las fiestas de
solemnidad. Allí, en el coro, junto al órgano que tenía teclas de madera en los pies y
que abría las paredes como ventanucos cuando sonaba más fuerte, allí estábamos
los del coro, que igual cantábamos en misa que en el salón de actos.
En las épocas buenas el P. Moisés abría la bolera (donde ahora está la piscina) y
allí, por la tarde, jugaban a los bolos los que sabían.
A los castigados el P. Blas los llevaba los domingos de paseo, con los internos, a los
alrededores del campo de fútbol de Racing, donde se oían los gritos de cuando
hacían gol. Algunas veces, al acabar el curso, íbamos de excursión a Villacarriedo,
al otro Colegio de Escolapios y jugábamos al fútbol con los de allí. Entonces
empezábamos a comprender lo que era la Geografía, lo del Norte y lo del Sur.
El tercer curso era famoso por la trigonometría; ya que se empezaba con aquello del
seno y coseno y las tablas de logaritmos (Cagigal siempre las llamó de loganitos),
otro libro gordo más a manejar y llevar. También, como antes comenté, se
empezaba el Dibujo Lineal y las láminas aquellas tan grandes. El P. Constantino nos
hacía, al principio de curso, hacer una lámina de rayas paralelas, en grupos de 10,
con igual separación, para aprender a usar la escuadra y el cartabón así como el
tiralíneas. Era como un “código de barras” a lo bestia.
La Historia y la Geografía se hacían universales y allí comenzaban los líos de los
países y las capitales, pero no eran tan difíciles como la de segundo, al fin y al cabo
París es París y no hace falta ir para recordarlo, pero Zafra (Badajoz) “le manda
madre”. En Historia tuvimos a D. Luis Bada que estaba entusiasmado con Tomás
Moro y en cuanto podía, viniera o no a cuento, nos hablaba de él.
Año a año, poco a poco, iban apareciendo pantalones largos, jóvenes que se
empezaban a afeitar. Creo que fue en 3º o, tal vez, en 2º cuando se nos impuso, a
los que quisimos, la insignia de aspirante de Acción Católica. Con estos mimbres
llegamos a final de tercero ya en las puertas de la pubertad; mientras tanto España
queda fuera del Plan Marshall para la ayuda a la reconstrucción de Europa.
Comienza la autarquía.
Con el comienzo de cuarto curso nos encontramos de frente y sin remedio, con la
Filosofía. Allí estaba la lógica que nos explicaba el P. Marciano y aquello de Barbara,
Darii, Ferio, Cesara, Festino, Baroco… y la ética.
Eran días en que mezclábamos las matemáticas de la analítica con el empeño en
hacer silogismos y hasta dilemas, que nada se nos ponía por delante.
D. Higinio Vargas, que acabó dándonos clase de Filosofía, ofreció poner un 10 al
que presentara “un dilema que no se pudiera retorcer”. Nacho Burgués, que en su
casa tenía una gran biblioteca, buscó y copio uno de Balmes y lo presentó en clase.
D. Higinio lo vio y dijo que no era bueno. Entonces nacho dijo: “Pero si es de
Balmes” a lo que D. Higinio remato diciendo: “Pues un cero a Vd. y otro a Balmes
por dejárselo copiar”.
Ya en 4º comenzamos, creo que fue entonces, las clases de Inglés con D. Antonio
M. Ugarte, un seglar muy conocido en Santander pues era el traductor de las
empresas de transporte marítimo y a su hermano se le conocía como “el Marqués de
Puertochico”. Tenía muy buen acento pero no tenía presencia para imponer su
autoridad y, al final, todo se reducía a saberse de memoria mucho vocabulario, pero
no llegamos a aprovecharlo bien.
En aquel año (1948) fueron los Juegos Olímpicos de Londres y en el Colegio
comenzó una cierta afición por el atletismo. Había un grupo que comenzó con los
saltos y las carreras de fondo y velocidad. En salto de altura creo recordar a un tal
Sordo, de familia asturiana, que era el más destacado.
Por aquellos años llegaron al Colegio algunos Padres nuevos, creo que uno de ellos
fue el P. Enrique López y regreso, de Villacarriedo, el P. Maximiliano que había
estado de Rector. En el Colegio estaban, hacía tiempo, los PP. Sedano, José y
Manuel, que eran hermanos y el P. Aurelio, pero estos siempre habían dado clase a
los mayores y allí estaban esperándonos.
Fue al llegar a 5º, cuando ya casi todos íbamos con pantalón largo, el momento de
alcanzar aquel nivel de profesores que explicaban materias de aquellos cursos. Pero
la estrella en 5º era el Griego, que se daba dos años y que nos explicó un magnífico
profesor seglar, D. Luis Sosa. Una vez traducidas “La Guerra de las Galias” de cesar
y las catilinarias, había llegado el momento de enfrentarnos al verbo “λio”, con su
tiempo nuevo el aoristo y traducir el “Anábasis” de Jenofonte. Traducir el “Anabasis”
era una ardua tarea pero alguno lo soluciona al comprobar que en la colección
Austral había una labor ya hecha en una versión en español muy ajustada a lo literal
y por ello nos dejamos ayudar.
(Texto en griego clásico)
Fue altamente formativo para nuestra manera de comprender la historia y la lengua
y buscar el origen de muchas palabras. Otro diccionario que llevar todas las
mañanas junto con los libros y el misal, pero ya éramos más mayores, nuestra mano
era más grande y no llevábamos las carpetas de Dibujo.
El P. Enrique nos daba Física y el P. Sedano Química, y nos hacía experimentos en
clase. Llegaba con una gran bandeja y al entrar en clase nos decía: “Hoy títeres”. Allí
vimos como explotaba el hidrógeno en un tubo de ensayo invertido, al recoger los
gases de la acción del ácido sulfúrico sobre el Zn. Otro día el sodio, descomponía el
agua.
En Matemáticas ya estábamos con el P. Aurelio, que todos los días nos obsequiaba
con un papelito, “la tira”, de problemas que había que entregar resuelta al día
siguiente. Las derivadas y las cónicas nos acababan de enriquecer.
Era el momento de acudir a las 8:30 a la escalera de la Diputación, allí en la calle
lateral, donde en una escalera se dictaba por “los sabios” los problemas resueltos a
través del hueco central. De paso los mayores fumaban y al acabar la misa, el P.
Marciano “tronaba” contra aquellos que frecuentaban el portal de la Diputación,
como si fuese una casa de mala nota.
Un poco más arriba estaba “el Piru” en el cierre metálico del garaje de “los grises”,
que vendía todo tipo de chucherías, chufas, bolas de anís, pirulís, chicles, etc. Abajo,
frente al Salón Victoria, estaba “la Ruza” que era la competencia.
En 5º ya nos explicaba el P. Moisés la Historia Universal y con ello nos explicaba las
inundaciones del Nilo, los árabes en España y otro montón de cosas.
Nuestro curso llegó tarde a esos niveles para que nos diera clase el P. Espiga, que
fue destinado a Madrid.
Las clases del P. Manuel Sedano, eran todo un curso de educación porque cuidaba
mucho las formas y era todo un personaje tratándonos como si fuéramos gentes
responsables.
Javi Iza fue el que un día descubrió que Garcilaso de la Vega había escrito libros en
“español, portugués y bilingües”.
No quisiera dejar de recordar los días de Sur, ese viento que azota al Colegio como
si fuera una veleta. Ya es sabido que ese viento Sur, cálido y molesto, reseca las
fosas nasales y os humores de la gente, dejando a los santanderinos al borde del
mal humor. Eran días poco hábiles para tomar la lección y mantener el orden dentro
de una edificación cuyas ventanas tableteaban hasta asustar. A veces esos días no
nos preguntaban la lección.
El 6º curso era el año que cerraba todo un ciclo formativo y en el Colegio era un
curso de madurez muy completo
La estrella de 6º en los Escolapios de Santander eran las Ciencias Naturales y con
ellas el P. José Sedano. Sus clases tenían un estilo universitario, iba llenando la
pizarra con clasificaciones, definiciones y exposiciones, todo ello con un método y
rigor que ya no era propio de un Colegio. Con ello nosotros hacíamos un cuaderno
personal al que añadíamos dibujos, fotos y grabados. Allí estaba toda la mineralogía,
la zoología y la botánica. Yo luego estudié Ingeniería de Montes y con lo que sabía
del Colegio me bastó para aprender la parte de Ciencias Naturales que me pedían
para ingresar; otra cosa eran las Matemáticas.
Mi hermano mayor, Ceferino, jesuita, estudió también Biología, disfrutando de la
ventaja de haber sido alumno del P. Sedano.
El final del Bachillerato era el 7º curso en el que se cerraba el ciclo con la Reválida
que daba paso a la Universidad. Todos los años el Colegio organizaba un viaje a
Valladolid con los de séptimo que se consideraba que estaban para presentarse. El
año que me toco a mí el examen se celebró en Santander, en el Instituto Santa
Clara. Vinieron catedráticos de Valladolid y el examen perdió aquella fase de viaje
que era como un respaldo a la mayoría de edad.
La verdad es que a los de 7º el Colegio, aquel Colegio que de pequeño nos pareció
tan grande, ahora nos daba la sensación de que había encogido. Las salas de
estudio, antes tan grandes y bulliciosas, aunque no se hablaba, el ruido de los
lápices que se caían, las hojas al pasar, el tomar las carteras para sacar cuadernos,
etc. procuraba un sonido especial que en 7º, cuando te faltaban pocos días para la
Reválida, todo te resultaba molesto.
Los de 7º éramos los encargados de salir, después del Evangelio, a tomar nota de
los que llegaban tarde. También éramos ya “Jóvenes de Acción Católica” con la
insignia que tenía una cruz verde y el día del Corques éramos los encargados de
llevar el palio. Como casi todos los días la misa la decía el P. Antonio, que ya era
mayor y a veces daba clase de Religión; había que ayudar a hacer de sacristán y
siempre había algún “mayor” dispuesto.
Cuando acabamos el bachillerato, al año siguiente o al otro, vino a Madrid
Eisenhower, llegó Di Stefano al Madrid y con estos síntomas quedaba marcado el fin
del aislamiento, pero a nosotros jamás nadie nos notó nada, éramos unos chicos
que se han desenvuelto fenomenalmente en la vida y el Colegio nos dio una
magnífica base para ello.
Allí estuvimos unos 10 años, los primeros de nuestra vida después de la infancia,
gentes diversas como:
José Atienza Peña (Escolapio)
José Mª González Cotera (Ing. Caminos)
Ángel González López (Militar)
Teófilo González Fuente (Médico)
Pedro Falagán Vázquez (Médico)
José Mª Cagigal Sarabia (Médico)
Juan Lavín Gómez (Veterinario)
Javier Iza Sánchez de Movellán (Economista)
Fernando Cubría Mirapeix (Abogado)
José Apraiz Leguina (Ing. Industrial)
Jesús Apraiz Leguina (Abogado)
Y un servidor entre otros muchos más. Éramos del “A”
A veces cuando ves esas películas que ahora hacen tan tremendas sobre los niños
en los colegios de aquella época, yo me pregunto dónde encuentran tanta historia y
niños tan especiales. No digo que no hubiera casos especiales, pero ahora no hace
falta más que leer los periódicos de cada día y ver cuantas cosas pasan y cuantas
tonterías se están cometiendo en nombre de la pedagogía. El fallo es que
propugnan una pedagogía sin amor al niño. Se empeñan en que la pedagogía sean
solamente recetas, y no es así. A estos pedagogos de hoy los niños los cansan y
molestan, y así es difícil enseñar.
Santander, 20 de junio de 2008
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