La población y calidad de vida de Colombia

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LA POBLACION Y CALIDAD DE VIDA EN EL SIGLO XX:
Por : Rafael Gómez Henao
LOS CAMBIOS EN LOS INDICADORES DE POBLACIÓN:
Al finalizar el siglo XIX, la población colombiana reflejaba el impacto de largos
períodos de guerras civiles, inestabilidad política y estancamiento económico
atenuado sólo por rápidos períodos de auge económico y débiles intentos de
reconciliación política. Entre 1870 y 1905 el país alcanza el ritmo de
crecimiento demográfico más bajo de su historia, igual al de 1851-70, de 1,3 %
anual.
A lo largo de las primeras seis décadas del siglo XX, el crecimiento
demográfico se irá haciendo cada vez más acelerado, llegando a mediados del
siglo al máximo ritmo de la historia demográfica nacional. En este lapso la
población se cuadruplica, pasando de 4,3 millones en 1905 a 17,5 millones en
1964. A diferencia de lo que ocurría a principios del siglo cuando se
necesitaban cincuenta años para que la población se duplicara, hacia los años
sesenta cada duplicación tomaba sólo veintidós años.
La elevada tasa de natalidad que se presentó en los primeros años del siglo XX
se debe fundamentalmente a creencias religiosas, prácticas de nupcialidad
temprana, la ideología natalista del Estado, las necesidades de expansión de la
economía, los altos índices de mortalidad infantil y, desde luego la práctica muy
reducida de métodos de control natal. Las tasas de natalidad alcanzaron
niveles entre 45 y 50 nacimientos por cada mil habitantes, equivalentes a un
promedio de siete u ocho hijos nacidos por mujer.
Una de las implicaciones demográficas más importantes de este régimen de
fecundidad elevada y mortalidad en descenso fue el progresivo
rejuvenecimiento de la población. En 1912, de cada 100 colombianos 22 eran
menores de 15 años; en 1964 habían ascendido a 47. Merced a esta a esta
particular dinámica, Colombia, en el transcurso de seis décadas, se había
convertido en un país de niños.
Las estadísticas de la época revelan ligeras diferencias de natalidad entre
regiones, lo que conduce a concluir que más que la existencia de régimenes
distintos de fecundidad, lo que determinó el diverso y cambiante crecimiento
demográfico regional fueron el influjo de las corrientes migratorias y la vigencia
de patrones diferenciales de mortalidad infantil y adulta.
Para 1960, Colombia es todavía un país rural. Con cerca de 14,3 millones de
habitantes, más del 54% viven fuera de las cabeceras municipales; sólo una
ciudad, Bogotá, sobrepasa el millón de personas. La población que habita en
poblados con más de 200.000 habitantes llega sólo a 3.500.000 personas,
asentadas en cuatro grandes capitales. Para 1972 la situación es bien
diferente: Colombia es ya un país urbano con un desarrollo acelerado de sus
ciudades. Con 21 millones de habitantes, de las cuales poco más del 40%
viven en el campo; en cabeceras con más de un millón de personas, cerca de
3.300.000; y en ciudades con más de 200.000 viven ya 6.200.000, casi un
80%más que en 1960.
En apenas doce años, el país modificó sustancialmente su distribución
espacial, consolidando un mercado urbano muy importante, no sólo debido a
los cambios demográficos, sino además a incrementos importantes en los
ingresos percibidos por la población urbana.
A comienzos de la década de los años sesenta el crecimiento demográfico de
Colombia parecía incontenible. El censo de población de 1964 revelaba que
entre 1951 y dicho año se había operado una sensible aceleración en el ritmo
de crecimiento poblacional. El incremento anual que en el periodo
inmediatamente anterior se aproximaba a veintidós personas por cada mil
habitantes ascendió a treinta y dos por mil. De acuerdo con esas tendencias el
país llegaría a contar con 35 millones de habitantes en 1985 y con cerca de 56
millones a finales del siglo XX.
La preocupación se centraba en el vertiginoso proceso de urbanización. La
mayoría de las ciudades vieron duplicar su población en los 13 años
comprendidos entre 1951 y 1964 y algunas como Bogotá, Cali, Medellín.
Bucaramanga, Y Manizales en un lapso de diez años duplicaron la población.
La mitad de este incremento de población provenía del torrente migratorio. En
las grandes ciudades el desempleo abierto llegaba al 13% en 1967, y el
subempleo al 18% con tendencias al aumento.
El desorden social en los centros urbanos era visible. La llamada marginalidad
se extendía en todas las ciudades del país y el clima de inconformidad iba en
aumento, cuestionando políticamente las formas de organización social y
económica dominantes.
Era necesario entonces crear en el campo condiciones sociales y económicas
que permitieran, de una parte, absorber, su crecimiento demográfico y retener
la población dentro de sus límites y, de otra, animar el desarrollo industrial
incrementando en el campo la demanda por bienes manufacturados a través
de la generación de empleo y el mejoramiento del ingreso. Se implantó con
este propósito la Reforma Agraria y se idearon toda suerte de mecanismos
para evitar los éxodos rurales. Se llegó en esos momentos a extremos
ingenuos de establecer retenes a las entradas de las ciudades para impedir el
acceso de los campesinos, y hasta hubo autoridades bien intencionadas que
regresaban en trenes y camiones a los inmigrantes llegados a las estaciones
de transporte. Todas estas medidas resultaron infructuosas.
La redistribución espacial de la población, a partir de 1950, se ha caracterizado
por el agravamiento de la crisis de las áreas rurales andinas; la expulsión entre
1951 y 1973 de más de cuatro millones de campesinos de estas zonas, la
orientación del poblamiento hacia las grandes llanuras de la costa Atlántica, la
Orinoquía y la Amazonía, y por último, el acelerado proceso de urbanización y
concentración en las grandes ciudades del país.
La movilidad espacial, ocupacional y cultural surge en los inicios de la década
de los 50 como un fenómeno relativamente novedoso dentro de la evolución
demográfica nacional: el éxodo de colombianos al exterior. Empujados por la
violencia, el desempleo, los bajos ingresos y la restricción de oportunidades,
miles de compatriotas comenzaron a abandonar el país para radicarse en los
países vecinos, especialmente en Venezuela y Ecuador y en los Estados
Unidos y en Europa.
Cálculos conservadores estiman que en la década comprendida entre 1963 y
1973 cerca de quinientos cincuenta mil colombianos emigraron en su mayoría
hacia Venezuela, Ecuador y los Estados Unidos.
Con la recesión de la economía mundial a principios de la década de los 80s,
cesaron los estímulos que se dieron en las décadas de los 60s y 70s, dejando
de canalizar no sólo tan importantes corrientes, sino favoreciendo el retorno de
compatriotas cuya situación socio-laboral en el exterior se volvió en extremo
desventajosa.
LA CALIDAD DE VIDA DE LOS COLOMBIANOS DURANTE EL SIGLO XX:
Iniciando el siglo XX, las condiciones de vida y de salud de los colombianos
eran sumamente precarias para la inmensa mayoría de los habitantes del país.
No menos del 90% de la población residía en el campo o en pequeños pueblos
, en donde los servicios de salud gubernamentales eran prácticamente
inexistentes. Los centros urbanos importantes carecían de servicios públicos
básicos: agua potable, alcantarillado, energía eléctrica, mataderos públicos,
plazas de mercado y servicios asistenciales. Los bajos ingresos, el pobre nivel
educativo, los hábitos alimentarios y de higiene, las endemias y las
enfermedades infecciosas y parasitarias, entre otras patologías, daban cuenta
de los elevados índices de mortalidad general e infantil de la época.
Hacia 1900 un colombiano vivía en promedio 28 años y anualmente, de mil
nacidos vivos, no menos, de 250 morían antes del primer año de vida; ello
explica por qué más del 60% de las defunciones totales correspondía a niños
menores de cinco años de edad.
Para la década del 30 los estudios reflejaban el grado de atraso de nuestro
país: En Bogotá había una cama de hospital para cada 349 habitantes; en
Chocó y Bolívar, una para cada 4.300 habitantes.
Se carecía, excluidas algunas contadas poblaciones, de escuelas; la mitad de
la población infantil no tenía acceso a las primeras letras.
De 807 municipios colombianos, 556 carecían de acueducto; El resto de la
población carecía de agua potable. Apenas el 3% de la población tenía
alcantarillado. La ausencia de higiene se reflejaba en los más altos índices de
mortalidad infantil. Fue el gobierno de Santos al que le correspondió construir
escuelas, construir viviendas, construir hospitales.
El decreto 200 de 1939 creó el Instituto de Crédito Territorial y lo autorizó para
hacer préstamos hipotecarios con treinta años de plazo. Que junto con el
Banco Central Hipotecario constituyen el esfuerzo más agobiador para mejorar
la calidad de vida de la población.
En el transcurso de las tres primeras décadas, la esperanza de vida se
incrementa en ocho años, llegando en 1930 a 36 años en promedio. La
mortalidad infantil desciende a 200 defunciones por cada 1.000 nacimientos y
la mortalidad general a 27 defunciones por cada 1.000 habitantes. Pese a estos
significativos avances, las condiciones de mortalidad eran aún singularmente
adversas. Las principales causas de enfermedad y muerte continuaban siendo
la inmunopredecibles: el paludismo, la anemia tropical, las enfermedades
diarréicas, las respiratoria, la viruela, el sarampión, la difteria y la fiebre
amarilla.
A medida que la población se fue urbanizando, a la par que mejoraba el nivel
educativo y el estado disponía de recursos para programas de saneamiento
ambiental e inmunización, los avances en la salud se fueron haciendo cada vez
más notorios.
Entre 1940 y 1960, la mortalidad se reduce en un 50%, pasando de 22 a 11
defunciones por cada mil habitantes. En este lapso la esperanza de vida pasó
de 40 a 58 años. La mortalidad infantil igualmente se redujo a la mitad,
descendiendo de 175 a 78 defunciones de menores de un año por cada mil
nacimientos anuales.
Este drástico descenso de la mortalidad en condiciones de una elevada y
constante fecundidad ocasionó en el país una verdadera revolución
demográfica.
La década de los sesenta encuentra, una Colombia diferente, con mejoras
sustanciales en la calidad de vida de sus gentes: el índice físico de calidad de
vida, se eleva de del 64 al 71, el gasto público per cápita en educación y
salud, medido en moneda constante, crece al 12% anual; la capacidad
instalada en energía pasa de 580 MW a 2.078; el consumo per cápita de
energía se incrementa de 65 KWH a cerca de 150 KWH; el parque automotor
total del país se ve adicionado durante el período en 190.000 vehículos.
Entre 1950 y 1960 el número de habitantes por médico pasó de 6.919 a 3.789,
mientras que el número de establecimientos educativos aumentó de 13.000 a
23.600 entre 1951 y 1964. El número de abonados al acueducto pasó de 123,3
(por mil) a 132,5 entre 1953 y 1960.
Para 1960, las condiciones de vida no eran aceptables para la mayoría de la
población, pero eran en todo caso mejores que quince años atrás.
Al fin de 1970 el país es urbano con un mercado de clase media importante,
que elimina las restricciones de tamaño, vigentes diez años atrás. Para 1970,
los retos que plantea el desarrollo son los típicos de una sociedad urbana en
rápido crecimiento, que ve crecer su fuerza laboral urbana a tasa muy
elevadas, fruto de los altos índices de natalidad vigentes en el pasado, de la
mejora en la atención de salud y de in proceso migratorio interno campo-ciudad
creciente y selectivo.
Terminando la década de los 90s, la dinámica demográfica nacional
ciertamente había contribuido a la solución de muchos de los agudos
problemas que afrontaba el desarrollo económico y social del país hace apenas
dos décadas. Las perspectivas eran bastante optimistas para la creación de
condiciones de vida más favorables para la inmensa mayoría de la población.
La reducción del crecimiento demográfico, la disminución del tamaño de las
familias, la promoción social de la mujer, el descenso de las tasas de
dependencia demográfica, el incremento de la esperanza de vida, la baja de la
mortalidad infantil, la redistribución espacial de la población y la desaceleración
del ritmo de urbanización constituyen en conjunto factores particularmente
propicios para alcanzar en el futuro inmediato niveles de crecimiento mayores y
una más amplia apertura de oportunidades para los sectores tradicionalmente
resagados.
A pesar de las buenas perspetivas que se tenían al finalizar la década de lo 90s
, también se tenían interrogantes por el progresivo envejecimiento de la
población, sin la adecuada infraestructura económica y social para responder
apropiadamente a sus inminentes demandas.
COLOMBIA Y LA INMIGRACIÓN EXTRANJERA:
En 1912 el censo de población registraba 9.755 extranjeros, la mayoría de los
cuales residía en Cúcuta y Cartagena. En 1938 su número había ascendido a
56.500 y en 1973 no superaba los 83.000 inmigrantes, cuando la población
nacional se aproximaba a los 23 millones de habitantes.
Colombia ha sido una nación prácticamente cerrada a la inmigración extranjera,
pese al interés de diferentes gobiernos desde el siglo XIX por estimular el
poblamiento del vasto territorio nacional e incorporar fuerza laboral capacitada,
recursos y tecnologías nuevas al desarrollo del país. Los esfuerzos que en
diversas oportunidades se adelantaron, creando estímulos, ofreciendo
posibilidades supuestamente atractivas e introduciendo disposiciones legales
ventajosas para la población extranjera, fueron siempre infructuosos.
A finales de la década del veinte se emprendieron nuevos intentos para atraer
contingentes extranjeros a ciertas regiones del país. Se fundó en 1927 una
colonia en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta para
establecer 1.600 inmigrantes extranjeros en una extensión de 50.000
hectáreas. En 1928 se creó la Compañía Colombiana de Inmigraciones y
Colonización, cuyo propósito consistía en desarrollar en el país las condiciones
y mecanismos que aseguraran la canalización regular de poblaciones
deseosas de establecerse en el país. Con idéntico propósito se celebró en el
mismo año un contrato con un súbdito del gobierno japonés para radicar
ciudadanos de ese país en la intendencia del Meta. Todos estos esfuerzos, a la
postre, resultaron fallidos.
PROFAMILIA Y EL CONTROL DE LA NATALIDAD EN COLOMBIA:
A principios de la década de los 60s, El debate demográfico se había abierto en
Colombia dando paso a la idea de la legitimidad del Estado de extender su
función planificadora del desarrollo a la esfera del comportamiento
demográfico.
Fueron los médicos, a través de la Asociación Colombiana de facultades de
Medicina, quienes se convirtieron en los abanderados del cambio demográfico,
seguramente en razón de que sobre ellos recaía directamente la
responsabilidad de la prestación de los servicios de anticoncepción.
En 1965 comienza PROFAMILIA con sus programas de control a la natalidad y
en 1967 el Ministerio de Salud incorpora las acciones de Planificación Familiar
a sus programas de salud materno-infantil. Con la cooperación técnica de
gobiernos, fundaciones y agencias extrajeras se despliega una ofensiva en
todos los campos relacionados con la planificación poblacional.
Entre 1965 y 1975, como consecuencia de los programas emprendidos, la
población comenzó a descender, pasando de 7 a 4,7 hijos por mujer. Para
1980, la disminución alcanzada era cercana al 50%, toda vez que cada
colombiana tenía un promedio de 3,6 hijos.
En las grandes ciudades, como era de esperarse, las reducciones ocurren con
excepcional celeridad, en tanto que en las zonas rurales el proceso se inicia
lentamente para adquirir luego un acentuado ritmo de declinación. En las
zonas urbanas el promedio de hijos por mujer desciende de 5 a 3, en tanto que
en las áreas rurales la disminución parece haber sido más significativa pasando
de 9 a 5 nacimientos hacia 1980.
En un lapso de tres lustros ocurrió en el país una de las transformaciones
demográficas más drásticas que se tenga conocimiento en la historia
contemporánea. Colombia se convertía en paradigma de cambios
demográficos acelerados dentro de un marco de planificación familiar no
coercitiva.
La modificación de las pautas de fecundidad en Colombia en la década de los
sesenta, se deben a dos factores íntimamente relacionados. De una parte, un
cambio en las actitudes respecto del número ideal de hijos propiciado por la
transformación de las condiciones objetivas de las vidas de las parejas y, de
otra, la accesibilidad a los servicios de planificación de bajo costo y alta eficacia
facilitados por el Estado y el sector privado.
Diversos analistas demográficos coinciden en estimar que el ritmo de
crecimiento de la población se redujo en las décadas del 70 y el 80, en un 40%.
De acuerdo a lo anterior, la población que venía duplicándose cada 22 años, lo
hace a la altura de 1990, cada 45 años.
De esta suerte, la población del país, que venía en un proceso de continuo
rejuvenecimiento, ha entrado en una fase de envejecimiento progresivo.
Al finalizar la década de los noventa, el número anual de defunciones de
menores de un año por cada 1.000 nacimientos era de 55, cuando en 1960
eran de 68. La esperanza de vida pasó de 58 años en el 60 a 63 al llegar a los
años 90.
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