Informe al VIII Congreso de la UNEAC

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COMISIÓN EDUCACIÓN, CULTURA Y SOCIEDAD
INFORME DE TRABAJO
La Cultura es lo primero que debe ser salvado, nos dijo Fidel. Consecuentemente hemos
reconocido y aceptado los retos de una interlocución diáfana y cada vez más profunda con las
diferentes instancias de dirección de la sociedad, mandato que se ha ido haciendo más claro a
través de nuestros eventos nacionales en los últimos años.
Las ideas que recogiera el informe redactado por Roberto Fernández Retamar para el Congreso
de 1998, y que tuvieron la continuidad necesaria en el documento que presentamos en plenaria al
Congreso anterior, constituyen la sustentación imprescindible para las reflexiones a que se nos
convoca en las actuales circunstancias de la sociedad cubana.
En julio pasado, el presidente Raúl Castro nos hizo ver la presencia de comportamientos
cívicamente inaceptables en sectores cada vez más extendidos de la sociedad, y con amargura
nos hizo reconocer que éramos, sin dudas, un pueblo instruido, pero no necesariamente educado
ni culto.
En ocasión del Aniversario del Triunfo de la Revolución, el primero de enero pasado, se refirió
al nuevo tipo de subversión que tratan de poner en práctica nuestros enemigos, y cuya estrategia
principal consiste en la propagación de una mentalidad neoliberal, generadora de aspiraciones y
puntos de vista francamente mercantilistas en diferentes sectores de nuestra población con la
intención, además, de liquidar la confianza en la institucionalidad estatal.
Mientras tanto, dijo, el proceso de implementación de los lineamientos avanza sin estar
acompañado, con la misma celeridad, de los conceptos que prefiguren el proyecto de sociedad a
que aspiramos.
El desfasaje podría tener lamentables repercusiones, pero, afirmó Raúl, la sociedad cubana
cuenta con la fuerza intelectual representada en nuestros educadores, artistas y científicos
sociales, entre otros, que junto al Partido deben ser capaces de producir las conceptualizaciones
necesarias.
Aunque sabemos que el límite para las transformaciones está en “no renunciar jamás a la
propiedad estatal sobre los medios fundamentales de producción”, quedan muchas precisiones
por hacer.
Desde antes de comenzar los trabajos preparatorios del Congreso, nos consideramos
directamente interpelados en ambas alocuciones.
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En nuestras reflexiones durante el Congreso anterior, afirmamos:
“…Parece evidente que se ha producido un desfasaje entre el proyecto cultural de la Revolución,
y los (modelos) que asumen, al menos como aspiración, para sí mismos, significativos sectores
del pueblo.”
Debemos abordar los desafíos planteados por Raúl en toda su complejidad. Se trata de la
expresión de procesos culturales que tenemos que evaluar y atender, desde una concepción
antropológica. Solo desde esta perspectiva seremos capaces de analizarlos, caracterizar sus
especificidades y desentrañar tanto su naturaleza como las estrategias para el desarrollo y
propagación de modelos no deseados, pero que han podido entronizase, como referentes válidos
entre nosotros.
No es casual que estos cambios en el comportamiento social de los cubanos, junto a otros
elementos de orden cívico, y hasta aquellos que comprometen el sentido mismo del patriotismo,
aparezcan o al menos se agudicen cuando se ha sufrido --y aún persiste de muchos modos-- la
experiencia del llamado período especial. Y precisamente ahora, empeñados, como estamos, en
profundas transformaciones económicas, debemos prestarles más atención que nunca.
Por otra parte, muchos de estos problemas, que estamos analizando, no se ponen de manifiesto
únicamente en la población cubana. Como mancha de aceite se esparcen por las más diferentes e
inimaginables latitudes.
En el tiempo, se corresponden con la implantación, a escala planetaria, de la llamada
Globalización Neoliberal. Y enseguida nos sentimos tentados a decir que son la expresión o el
resultado más siniestro de un modelo económico, sin tener en cuenta que se trata de un proceso
esencialmente cultural, portador de una ideología peligrosa y sólidamente estructurada. Se ha
expresado en el desarrollo de las llamadas industrias del ocio y el entretenimiento, que han ido
definiendo cualitativamente, no solo el supuesto tiempo libre, sino sobre todo las capacidades y
posibilidades analíticas y perceptuales de los ciudadanos.
O en las muy elaboradas estrategias de mercadeo que han permitido transformar las necesidades
humanas en rampantes e insaciables apetitos de consumo, prácticamente imposibles de
satisfacer, mientras el hambre, la desnutrición y la muerte producida por enfermedades curables,
así como la destrucción sistemática de los ecosistemas, entre muchas otras plagas, se esparcen,
sobre todo, por el espacio geográfico de las antiguas colonias. O el desarrollo exponencial de las
nuevas tecnologías aplicables y aplicadas a la información, su elaboración y comunicación, que
permite los salvajes estropicios de la banalidad a que estamos asistiendo hoy en día.
El fin de los metarrelatos propios de la modernidad ha dado paso a la entronización de
estructuras narrativas que, de manera perversamente amena, reducen la complejidad y el carácter
contradictorio de las verdades, y apuestan a que sean consumidas y reenviadas como mensajes
desde esos nuevos seres humanos convertidos en receptores acríticos de la información que, en
forma inusitadamente centralizada, se produce en los grandes centros emisores.
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El desarrollo de estos procesos de “producción cultural” en modo alguno puede ser subestimado.
Junto a los que llamamos “subproductos”, fácilmente identificables, encontramos
“producciones” de una muy sofisticada elaboración y alto grado de eficacia estética, de acuerdo
con los propósitos para los que fueron concebidos.
Este fenómeno cultural, responsable en buena medida de la derrota del llamado “socialismo
real”, llevaba en sí, evidentemente, propósitos de más vasto alcance. Con diferentes
peculiaridades, aparece tanto en las poblaciones más desarrolladas como en las menos
favorecidas del planeta.
Por supuesto que detrás del espejismo de la homogeneización están las diferencias. Sin
conocerlas, no es posible desentrañar estos fenómenos en ninguna parte del mundo. Y hasta
tratándose de un mismo país se deben tener en cuenta las zonas bien diferenciadas que componen
su población.
Habría, siempre, que saber penetrar a profundidad en las necesidades culturales de los seres
humanos con los que trabajamos y saber diferenciar las que responden a sus intereses legítimos,
de aquellas que son hábitos de consumo inducidos desde los centros hegemónicos. Debemos
formar ciudadanos capaces de interactuar sin prejuicios con la creación artística, alcanzar rangos
de lucidez cada vez más altos y comprender el mundo desde una perspectiva descolonizada,
múltiple y diversa.
Y aun así sería esta una visión parcial, porque la Cultura, y ojalá no lo olvidemos nunca, es la
expresión más cabal del modo en que vivimos, que reconocemos a través de sus propios
símbolos, percibidos con mayor o menor nitidez por sus protagonistas. Nada, absolutamente
nada de lo que hacemos o imaginamos queda fuera del universo que define la Cultura. Se trata,
en última instancia, de cómo vivimos, de aquello que sentimos y hasta de cómo sabremos morir.
Solo desde esa perspectiva y con el instrumental lógico adecuado podríamos aproximarnos a las
complejidades del caso cubano.
Habría muchas consideraciones por hacer: desde el pasado colonial y esclavista, y nuestros
vínculos con la trata negrera, hasta las características de esta economía en la primera mitad del
siglo XX, cuando las corporaciones internacionales ensayaron con nosotros mucho de lo que hoy
vemos en el resto del mundo. Pero sobre todo habría que tener en cuenta el proceso de
construcción de una sociedad socialista en condiciones de aislamiento económico y permanente
hostigamiento, con énfasis en los cambios ocurridos durante el llamado período especial, y
finalmente las transformaciones en curso, de las que conocemos sus implicaciones económicas
en parte, pero de las que aún queda mucho por debatir y esclarecer, sobre lo que podría
producirse en el orden social y sobre todo cultural.
Algo sabemos y debemos tener en cuenta. La imposibilidad de aplicar la ley fundamental de
distribución del socialismo, es decir, “de cada cual según su capacidad y a cada cual según su
trabajo”, ha traído como consecuencia la desvalorización del salario real. Si ese fuera el daño, tal
vez sería más fácilmente controlable. Pero el descrédito del Salario trae lamentablemente
aparejado el descrédito del Trabajo como elemento sustancial de cualquier proyecto de vida, lo
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que sin dudas presupone repercusiones y transformaciones impredecibles en la Cultura del
Trabajo, entre nosotros.
Habría que añadir al análisis los efectos sociales y culturales de aquello que Fidel llamó la
“discriminación objetiva”, que aunque no se basaba fundamentalmente en el color de la piel sino
en los niveles de pobreza, marginación social y acceso al conocimiento, afectaban y afectan sin
embargo, en mayor medida, a los ciudadanos negros. Esa anomalía social debe caracterizar
también nuestras consideraciones, porque nunca podremos enquistarla para hacerla desaparecer,
puesto que tiene la peculiaridad de que se reproduce, sobre todo en lo que atañe a los niveles de
pobreza y marginación, el acceso al conocimiento y las posibilidades profesionales. Se trata, otra
vez, de un fenómeno esencialmente cultural con repercusiones en todas las esferas de la vida
cubana, y nada podría ser una contradicción más flagrante con los objetivos de transformación
social que nos trazamos hace más de medio siglo.
Y deberíamos también los cubanos estar muy atentos, muy alertas, en estos momentos, al papel
que las diferentes instancias del llamado mercado cultural desempeñarán en los procesos de la
creación artística. Tenemos el deber de defender a la vez nuestro patrimonio cultural y la
construcción de la contemporaneidad, que solo para miradas superficiales podrían constituir
realidades muy separadas cuando no antagónicas. Así como el de aprender a preservar, en cada
coyuntura precisa, el justo equilibrio entre mercado y subvención estatal, para asegurar la
renovación y continuidad de los procesos culturales que dan lugar a la existencia misma de la
Nación.
Compartimos la responsabilidad de diseñar el sujeto cultural que protagonizará las
transformaciones de la sociedad cubana. Se trata de una realidad multifactorial, y solo desde esta
perspectiva puede ser asumida.
La reorganización del país reclama nuevos equilibrios, reparar y consolidar, mediante la
participación, los consensos imprescindibles. Es un reto difícil, pero seguramente podremos
llegar a trabajar de conjunto con las demás fuerzas de la sociedad. Porque la unidad ha sido y
sigue siendo la estrategia fundamental de la Revolución Cubana, lo que, como sabemos, no
equivale a homogeneidad de pensamiento, sino a la concertación posible de puntos de vista
diferentes.
A todas luces, una de las instituciones que mayor peso deberá tener en cualquier transformación
de la sociedad cubana es la Escuela. Existen en cada rincón, hasta en los más apartados, a todo lo
largo y ancho del país. El acceso general y gratuito al sistema educacional permitió, a lo largo de
estos años, la formación de miles de científicos y humanistas. Ahora, sin embargo, se hace
visible, en cualquiera de las esferas de la vida cubana, la crisis de valores presente en las
aspiraciones y proyectos de vida adoptados por sectores cada vez más amplios de nuestra
población.
Sabemos que nuestros maestros, aquellos que se sienten herederos como nosotros de una misma
tradición, que alcanzó su cristalización más alta en la figura de José Martí, se esfuerzan
denodadamente por resolver los problemas que aún no tienen solución, y por salvar y aun
mejorar la que ha sido una de las más altas conquistas de nuestro socialismo, fuente de
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igualación de oportunidades y hermosa conquista de una de las demandas y de los sueños más
entrañables del conjunto de la población.
Sería muy injusto, además de inútil, responsabilizar a la Escuela con la solución de todos los
problemas a que nos enfrentamos sin el concurso de todas las demás instancias de la sociedad,
incluyéndonos a nosotros en primer término.
Durante el periodo preparatorio de este Congreso hemos tratado de remontar el camino de las
alianzas imprescindibles desde las perspectivas del trabajo de esta comisión, que ahora
denominamos de Cultura, Educación y Sociedad.
Herederos de esa estirpe intelectual que encontró en el magisterio el arma más poderosa para
alcanzar la soberanía, un grupo de intelectuales y artistas, estrechamente vinculados a la
educación, ha trabajado de conjunto con profesores y especialistas que desde responsabilidades
diferentes desempeñan un papel determinante en la situación actual y las proyecciones futuras de
la Escuela cubana.
A lo largo de meses de trabajo conjunto nos sorprendieron las coincidencias, no solo en lo
concerniente al ejercicio de la profesión, sino sobre todo en lo que respecta al presente y futuro
de la sociedad cubana.
Dado el tiempo con que contábamos y la seriedad con que todos abordaron el trabajo
consideramos pertinente atenernos, por ahora, al análisis de aquellos niveles de enseñanza y
especialidades que corresponden gubernamentalmente a la atención del MINED.
Tratamos de concentrar nuestros análisis en aquellas áreas de la Educación en donde los de la
UNEAC nos sentíamos más competentes y mejor representados. A saber: la enseñanza de la
Lengua Materna y de la Historia, la Educación Artística, que había sido un fuerte reclamo
nuestro, y el análisis de la Escuela como institución capaz de ser el centro cultural más
importante de la comunidad.
Casi de inmediato nos percatamos de que lo que estábamos construyendo era de tal importancia
para el desarrollo de la sociedad cubana que exigía de nosotros constituirnos en Grupo de
Trabajo permanente. Primero, para dar continuidad a los análisis iniciados en diferentes áreas, y
después, para poder integrar en las siguientes etapas del proceso a los profesores y especialistas
que responden al área de atención del Ministerio de Educación Superior, así como a la
Enseñanza Artística Especializada, y otras instancias a las que oportunamente haremos
referencia.
Confiamos en que el estilo de trabajo que hemos puesto en práctica y el clima de respeto y
confianza alcanzados nos permitan seguir salvando obstáculos en la comunicación, construir
consensos útiles a todos y elaborar estrategias de corresponsabilidad y mutua colaboración.
En la enunciación y análisis de los más urgentes problemas actuales, constatamos la profundidad
y alcance de los diagnósticos que nuestros maestros han sido ya capaces de hacer, sobre todo en
estos últimos años, para salvar y actualizar el proyecto educacional cubano, así como su
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capacidad para tratar de hallar soluciones radicales y realistas ante problemas de la más diversa
índole.
Enfrentan ya un proceso de reflexión crítica sobre los alcances y limitaciones de la escuela. Son
conscientes de la contradicción entre sus altas aspiraciones, los esfuerzos de los últimos diez
años y los resultados palpables en la formación de los jóvenes cubanos en la actualidad. Saben
que su trabajo y el de sus educandos están aún marcados por una sobrecarga curricular que se
refleja en la jornada diaria. Y por la falta de contextualización y del vínculo imprescindible con
las potencialidades y necesidades de la comunidad, lo que unido a la poca flexibilidad en cuanto
a los contenidos a impartir y a la escasa participación de todos los agentes educativos en un
proyecto común, dan lugar a que la Escuela se permee con mucha frecuencia de una dirección
verticalista que, por supuesto, no favorece el debate y la discusión reflexiva, ni por las vías
académicas ni por las llamadas informales.
La escuela cubana no puede enfrentar en soledad, ni mucho menos resolver, los conflictos que se
le plantean en la actualidad, y el MINED ha identificado como una urgente necesidad la
integración con los demás factores que deben intervenir en los procesos educacionales desde
todos los niveles de nuestra sociedad. Es decir, la familia y los organismos e instituciones,
considerados en primer lugar los que operan en la base de nuestras comunidades, los órganos de
gobierno local, los medios masivos de difusión, y hasta nosotros, intelectuales y artistas, que de
manera organizada y sistemática tanto podríamos hacer. Además, creemos, habrá que seguir
profundizando en el conjunto de relaciones que el Ministerio ha venido desarrollando con
importantes instituciones que, como las Academias de Historia y de la Lengua, pueden colaborar
en el análisis de los contenidos específicos de cada disciplina. Y continuar incorporando, cada
vez más, especialistas capaces y dispuestos a colaborar en las comisiones que el Instituto de
Ciencias Pedagógicas ha implementado para llevar adelante “…el denominado proceso de
perfeccionamiento, que incluye acciones y objetivos a corto, mediano y largo plazo, para
producir un cambio en el funcionamiento de la escuela y promover un proceso educativo más
flexible, crítico y creador, modificando los modelos de escuela y la carga docente, los programas
y el contenido de la educación con arreglo a los avances en las diferentes áreas del conocimiento,
así como a las necesidades y experiencias locales y especialmente de los alumnos, para fortalecer
en ellos la identidad nacional y el desarrollo de sus potencialidades.”
Convenimos en que la escuela es un espacio cultural privilegiado y esencial, llamado a fraguar la
conciencia cívica que debe ser preservada o transformada en la comunidad, y a la que la familia
(en cualquiera de sus variantes) y el resto de las instituciones de la sociedad deberíamos
reconocer su papel rector, germinal. Espacio que podemos y debemos dignificar, para que pueda
ser el de las certidumbres fundamentales, pero también aquel en que se nos permite dudar, soñar,
imaginar… Donde aprendamos a reconocer el error, pero también la ternura; donde entendamos
que la virtud es cosa de conquista y no un don regalado por la naturaleza. Donde la amistad, la
fraternidad y la capacidad de crear y pelear, de saber construir nuestros proyectos de vida, fueran
parte del entrenamiento diario. Donde la conciencia de la Nación surgiera del espacio de un
diálogo real compartido por todos.
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Pero hay pocos espacios en nuestra sociedad donde las exigencias de nuestra población alcancen
niveles críticos más altos. Y el blanco fundamental de las exigencias y de las críticas es,
desafortunadamente, el maestro.
Nada hacemos reclamándoles lo que no les hemos brindado. Deberíamos detenernos antes de
criticar o exigir, para meditar sobre el modelo de educador que en estos últimos años ha
generado nuestra sociedad; sus posibilidades reales de mejorar, de crecer profesionalmente.
Mucho hemos hecho y mucho hemos errado en este terreno. Pero el protagonismo social del
maestro debería ser una condición indiscutida.
No sería posible hablar de la formación y el ejercicio del magisterio a lo largo de estos años en
Cuba, como si se tratara de un proceso homogéneo. Deberíamos considerar etapas bien
diferenciadas, caracterizadas por circunstancias sociales y políticas que mucho han ido variando.
Pero la mayor parte de las veces, lo que hicimos y fue bueno y heroico, ni supimos ni pudimos
cambiarlo a tiempo, cuando las circunstancias de la realidad lo aconsejaron. Hemos de tenerlo en
cuenta. Pero eso ahora es Historia.
La estirpe que se remonta al padre José Agustín Caballero, Félix Varela, don José de la Luz y
Caballero y Rafael María de Mendive ha de recobrar la dignidad que le corresponde. Es quizás
nuestra más urgente responsabilidad social. Porque hemos tenido al magisterio, Cuba ha sido
nuestra.
El docente es el intelectual con quien el niño interactúa organizada y cotidianamente. Por eso
debe estar preparado para ser vía de acceso al conocimiento y, a la vez, pilar moral de la Nación.
Desde el cumplimiento de esa responsabilidad, debe ser reconocido y apoyado. Para ello debe ser
formado, y de manera permanente favorecer su desarrollo y crecimiento profesional y personal.
La sociedad debe crear las condiciones adecuadas para el desempeño de su trabajo y para que
pueda tener una vida digna y próspera. Este tiene que ser, además, un objetivo primordial para
los gobiernos locales y las organizaciones e instituciones de la comunidad.
Está por graduarse la primera promoción de la segunda etapa de las Escuelas Pedagógicas, de
nuevos docentes para la educación preescolar, primaria y especial con una formación no
emergente. En nuestras Universidades Pedagógicas se han introducido nuevos planes de estudio
que están aún en proceso de validación. Solo desde fecha relativamente reciente se accede a estos
estudios habiendo aprobado las pruebas de ingreso a la enseñanza superior, y aunque el
rendimiento académico de los estudiantes comienza a mejorar, el número de los que ingresan
está muy por debajo de las necesidades planificadas de acuerdo a la demanda de profesores en
nuestras escuelas. Se ha hecho un esfuerzo extraordinario para asegurar la formación de nuestros
educadores, pero los cambios solo pueden apreciarse a largo plazo. Este deberá ser un proceso en
permanente perfeccionamiento. Pero habrá que seguir procurando una formación en consonancia
con lo que le exigen las circunstancias, y que no sólo esté dirigida a su formación científica,
pedagógica e ideológica, sino que alcance a su cultura general, el desarrollo de sus intereses
intelectuales y sus hábitos de conducta. Ahora, y de manera inmediata, habrá que ensayar
muchas y diversas modalidades para reparar las deficiencias que ya existen, y tratar de propiciar
a los profesionales en ejercicio las mejores posibilidades para su superación, observando siempre
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su eficacia real. A ello podemos y debemos contribuir los miembros de nuestra organización en
cada nivel.
Los niños y jóvenes que transitan por nuestras escuelas primarias y secundarias trabajarán en
profesiones y oficios que se transforman muy rápidamente y que en poco tiempo sobrepasarán lo
adquirido en las aulas, razón por la deberán haber aprendido a ser creativos. Este desafío debe ser
recogido con flexibilidad en los planes y programas de estudio que resulten del proceso de
perfeccionamiento, pero también en la formación de los docentes. De igual modo se deberá
prestar atención especial al aprendizaje y empleo de las nuevas tecnologías de la comunicación,
por todas las consideraciones generales que hicimos con anterioridad, y porque además se ha
producido ya, un desfasaje muy perjudicial entre las posibilidades que manejan los estudiantes y
las de sus maestros. En la educación contemporánea, aun en la de algunas sociedades de nuestro
propio entorno geográfico, se incluye la computación no solo como componente educativo, sino
como un medio pedagógico que se debe integrar a las prácticas en uso. Sabemos que para
nosotros constituye un esfuerzo notable, pero teniendo en cuenta las perspectivas de tiempo con
que deben planificarse los procesos educacionales y los posibles cambios a introducir, creemos
que es ahora y no más tarde cuando debemos tenerlo en cuenta.
Conocemos que se estudia en estos momentos cómo mejorar la situación de estos profesionales.
Pero quisiéramos dejar claros nuestros puntos de vista con respecto a que mejorar sus
condiciones de trabajo no se reduce al aspecto salarial, aunque se trata de algo muy importante,
sino que además debe ser reevaluado cuidadosamente su régimen de descanso laboral, sus
posibilidades de superación profesional y el tiempo que debe dedicar a la preparación del curso,
incluyendo la actualización de sus conocimientos y el entrenamiento en el uso de las nuevas
tecnologías. Del mismo modo deberá disponer de los medios apropiados para el ejercicio de sus
funciones.
Pero se trataría sobre todo de elevar su prestigio social, para lo que es fundamental lo que sean
capaces de hacer los educadores mismos. Tienen que empeñarse en lograr los niveles más altos
de calidad en el trabajo con sus discípulos, y recabar para ello el apoyo de las familias y de las
instancias de la comunidad. Porque se trata, sobre todo, de fortalecer su autoestima, sin lo cual
todo intento social seria en vano.
En los documentos de la pasada Conferencia del Partido, en los objetivos 63 y 64 del capítulo II,
se hace referencia a la importancia de continuar el desarrollo y utilización del marxismo y a la
necesidad de mejorar la enseñanza y divulgación de la Historia de Cuba y de cada localidad en
particular. De igual modo, y añadimos: desde nuestras perspectivas nacionales, profundizar en
los procesos de la Historia de América y Universal, en el espíritu de que los ciudadanos del
futuro aprendan a interrelacionar los acontecimientos y los procesos históricos y logren así
desarrollar sus propios criterios con respecto a las circunstancias en que hemos vivido, pero
sobre todo en las que a ellos les tocará vivir. Los especialistas del Mined han estado en contacto
con la Academia de la Historia, con la Comisión Aponte de la UNEAC y el Comité Cubano de la
Ruta del Esclavo, así como con el Instituto de Historia y la Unión Nacional de Historiadores de
Cuba, lo que ha permitido el análisis conjunto de objetivos, contenidos curriculares y libros de
texto. Se han hecho numerosas observaciones que hacen pensar en un trabajo que ha de continuar
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de manera permanente. Algunos historiadores de reconocido prestigio han estado colaborando ya
en la superación científica de los docentes en ejercicio.
Pero quisiéramos enfatizar en que la Historia, al igual que ocurre con el estudio del Español y las
Literaturas, tiene un uso que podríamos llamar público, extracurricular.
El uso público de la Historia, que incluye un uso político de la construcción de nuestro pasado y
las maneras de concebir los futuros posibles, está destinado a la consolidación de la conciencia
de la Nación y a la inducción de valores y su ejercicio en niños y jóvenes. Solo se logra
adecuadamente a través de una enseñanza escolarizada.
Los programas de la disciplina, apropiadamente dosificados, deberán dejar un espacio suficiente
al desarrollo de lo local, por ser el ámbito en que los alumnos pueden experimentar de modo
directo y personal el acontecer histórico.
Se debe prestar especial atención a los procesos sociales, precisamente por sus grados de
complejidad y diversidad, atendiendo no solo al punto de vista clasista, sino también a lo
relacionado con el género y los aspectos étnicos. En la Historia de Cuba sabemos que habría que
hacer un énfasis especial en lo relacionado con la Esclavitud y la Trata, pero las más recientes
investigaciones ponen a nuestra disposición estudios reveladores sobre los procesos de
discriminación, marginalidad y racismo en el siglo XX, a los que habría que prestar atención,
especialmente, por la significación que cobran en el presente. Y cuando se habla de procesos
sociales, creemos que no solo debe tratarse de luchas y conflictos, sino también del modo de vida
y sus cambios a través del tiempo, así como a los procesos para la instauración de valores,
mentalidades, puntos de vista, y las conductas asociadas. Aquí sin dudas hay un gran espacio
para la construcción de narraciones que, con el adecuado fundamento científico, son un modelo
didáctico que consideramos muy conveniente, en general, y más aún para niños y jóvenes.
Valdría para otras disciplinas, como la Literatura, por ejemplo, pero en el caso de las diferentes
Historias deben concebirse sus métodos de trabajo, así como la relación profesor-alumno, de
manera que supongan siempre la participación activa del estudiante y el ejercicio del criterio,
para propiciar el hábito del diálogo respetuoso y la cultura del debate. Creemos que en los
niveles medio y superior se debe poner al alcance de los estudiantes diferentes explicaciones a un
mismo problema, como base para el desarrollo de un criterio interpretativo propio.
En el caso de la Historia de Cuba pueden indicarse apropiadas lecturas complementarias, en
primaria y secundaria, así como el análisis de algunos documentos representativos y de
relativamente fácil acceso. Debe tenerse en cuenta el uso de materiales audiovisuales que
resultan muy atractivos para las nuevas generaciones. Como se ha establecido por el MINED,
asegurarnos de que se propicie la visita a sitios históricos y el contacto con valores patrimoniales
para facilitar la comprensión de su valor y la necesidad de protegerlos. De igual modo, debe
propiciarse el intercambio con testimoniantes que puedan narrar anécdotas y vivencias que
ofrezcan una visión más inmediata del desenvolvimiento histórico.
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Todas estas consideraciones, muchas de ellas ya orientadas por el MINED, podrían contribuir al
mejor desempeño de los docentes, y hasta a suplir las carencias de los adecuados libros de texto.
Por último, y no por ello menos importante, la Historia debe aplicar el instrumental teórico
marxista como herramienta para entender mejor los procesos de interrelación de las diferentes
circunstancias de la realidad, y nunca como camisa de fuerza de orden retórico, que los alumnos
no comprenden y por supuesto no pueden percibir como útil.
En el caso de la enseñanza del Español y la Literatura habría que insistir en que los procesos de
adquisición y aprendizaje de la lengua son la vía fundamental para acceder al conocimiento, y
que enseñar lengua consiste esencialmente en desarrollar destrezas comunicativas para
expresarse adecuadamente, para producir textos coherentes, comprender e interpretar
satisfactoriamente los mensajes. Y sobre todo, para a través de la lectura apreciar y disfrutar las
posibilidades expresivas de un idioma.
La información que acumulamos es componente de los diferentes saberes, pero solo eso. El
conocimiento es, en cambio, nuestra capacidad para relacionar, discriminar y jerarquizar los
diferentes mensajes recibidos. La lengua es procesadora de información, organizadora del
conocimiento y generadora de un universo de ideas y símbolos. Por ello su enseñanza remite a
una responsabilidad excepcional.
En este sentido, apreciamos positivamente la manera en que este asunto se ha venido trabajando
en la Subcomisión Nacional de Español. El documento elaborado por especialistas del MINED
en el que se enfoca el estudio de la lengua a partir del análisis textual que permite desarrollar
habilidades basadas en aprender a leer y comprender los textos, y al mismo tiempo a elaborar y
expresar sus ideas tanto de manera escrita como verbal , no solo nos parece adecuado y
debidamente fundamentado en la experiencia internacional y las especificidades cubanas, sino
que sitúa el aprendizaje de la lengua en su condición de acceso al conocimiento, y por lo tanto
como prerrequisito indispensable a cualquier otro empeño formador en la escuela o fuera de ella.
Una vez encaminado el alumno en el aprendizaje de la lengua a partir de discursos cada vez más
complejos, se debe analizar con mesura el problema del estudio de las literaturas como
disciplinas integradas a la lingüística o portadoras de una autonomía que deba ser respetada; es
decir, la existencia de una o dos asignaturas en la secundaria y el preuniversitario. En la
actualidad, bajo la denominación de Español, se organiza la enseñanza tanto de la lengua
propiamente como de la literatura.
Existen opiniones en los dos sentidos: hay quienes defienden la separación argumentando las
diferencias entre la elaboración estética del lenguaje y la literatura que la expresa y el estudio de
la lengua común; otros, en cambio, hablan de la necesidad de reconocer en la literatura la
organización diferente del lenguaje común. Lo cierto es que la realidad nos demuestra que
desafortunadamente los alumnos no llegan a aprender adecuadamente los contenidos
propiamente lingüísticos -a veces reducidos a cuestiones estrictamente gramaticales-, ni alcanzan
un nivel de lecturas y apreciación literaria como sería de esperar para estos niveles educativos. El
problema no es tan sencillo como pudiera pensarse, pues en el centro de estas consideraciones
estarán siempre el maestro y su formación, su capacidad y sus posibilidades reales de enseñar la
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lengua, bien sea a través de una o mediante dos asignaturas. Creemos pertinente, no obstante,
reclamar autonomía para la enseñanza, al menos de la Literatura Nacional, porque aporta
elementos formadores imprescindibles para el ciudadano cubano, que cobran en estos momentos
una relevancia singular. Aprender a leer nuestras obras literarias supone un proceso de formación
intelectual insustituible. Es exactamente en la adolescencia, y no después, cuando se debe
aprender a disfrutar la lectura, a comprender las peculiaridades de un texto literario.
Ya en el VII Congreso habíamos citado acuerdos previos en lo referente a la necesidad de la
recuperación de la educación artística, y habíamos pedido: “Introducir la totalidad de nuestra
cultura, pasada y actual, dosificadamente, en programas organizados por edades, especialidades
y niveles, lo que redundará en una visión enriquecida de lo que somos.”
Y solo seis años después, ya podemos afirmar que tenemos educación artística curricular en toda
la primaria, la secundaria y la formación de maestros. Es cierto que aún tenemos solo educación
artística general en la secundaria, y que en la primaria se trata de educación musical y de artes
plásticas, debidamente dosificadas por grados y edades.
Pero, ya esto, sin lugar a dudas, constituye un logro extraordinario. Los responsables han sido
nuestros maestros con formación y experiencia acumulada en estas disciplinas, y el esfuerzo de
educadores y especialistas de todos los niveles, pero muy en especial los ya más de 18,000
instructores de arte que trabajan hoy en nuestras escuelas, distribuidos por todo el país.
Destacable ha sido el empleo de la televisión educativa, especialmente como acompañamiento de
la educación musical, así como algunos programas dirigidos a la Secundaria Básica y al Preuniversitario.
Pero no debemos conformarnos aún. En primer lugar debemos decir que los instructores de arte
no recibieron una formación adecuada para desarrollar la labor docente que corresponde a la
educación artística. Y que, por otra parte, la ayuda que reciben hoy de sus compañeros de
claustro y desde las Casas de Cultura resulta insuficiente para estos propósitos. Pero, sobre todo,
debemos recordar que la concepción de su formación obedeció a criterios decimonónicos,
ajustados a la impartición de las llamadas Bellas Artes, dejando a un lado el entrenamiento en las
diferentes técnicas contemporáneas y los medios audiovisuales y digitales que caracterizan las
ofertas, posibilidades y necesidades de niños y jóvenes cubanos en el siglo XXI.
Ubicados en el MINED instructores de arte de cuatro especialidades, música, danza, teatro y
artes plásticas, no solo dan sus clases respectivas, sino que además desarrollan talleres creativos
en horario extracurricular y trabajan con las comunidades en que están las escuelas, creando
básicamente grupos y talleres de aficionados. Pero aún con respecto a lo previsto hasta ahora,
quedan necesidades por cubrir. Cuando las escuelas actuales dejen de formar, muy pronto, este
tipo de profesional, los vacíos no estarán cubiertos, seguiremos necesitando los servicios del
Instructor de Arte, y habremos de decidir dónde y cómo formarlos.
Si la dificultad fundamental en los casos de las enseñanzas de la Historia y el Español y la
Literatura está en la carencia de profesionales capacitados, y si uno de los problemas
fundamentales que deberemos enfrentar es el de la falta de motivación en nuestros jóvenes para
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escoger el magisterio como profesión, la situación se hace particularmente aguda en cuanto a la
educación artística.
Entonces, consideramos que, para poder afrontar las necesidades del presente, pero sobre todo
las que nos plantea el futuro de la Nación, debemos asumir por múltiples vías la recalificación de
los profesionales de este tipo ya existentes, a fin de que puedan dar respuesta en el aula y la
comunidad a las necesidades reales de la sociedad cubana actual, incluyendo, por supuesto una
formación mucho más contemporánea en cuanto a los contenidos artísticos, y sobre todo lo
referente al mundo audiovisual, así como al desarrollo de sus capacidades para el estudio y
formación de nuevos sectores de público debidamente exigentes entre nuestros ciudadanos de
hoy y de mañana.
Este seria, tal vez, un modo de frenar el éxodo tan significativo entre ellos. Debemos enfrentar
juntos los falsos conflictos entre sus expectativas como creadores y su profesión de Instructores
de Arte. Bien empleados pueden ser una de esas fuerzas formidables que tanto necesitamos, pero
ello requiere un esfuerzo notable de todos nosotros, y las soluciones efectivas y viables no se
vislumbran con claridad.
Hemos creado escuelas en cada rincón del país. Ellas pueden y deben ser el foco desde donde se
irradien las chispas que incendien esperanzas y desarrollen capacidades para la transformación
de la sociedad. Aspiramos, de acuerdo con nuestras mejores tradiciones, a que sean, o mejor, a
que recuperen, la condición de ser la institución cultural más importante en cada comunidad.
Pueden serlo, porque es allí donde se produce el conocimiento nuevo. El que se necesita para
cambiar la vida. Insistimos, no confundamos información con conocimiento, que es la capacidad
de que debemos disponer para interactuar con los demás y ofrecer lo mejor de nosotros, no solo
para el bien común, sino para la transformación permanente de nuestras circunstancias. Para
procurarnos una vida próspera y que también lo sea para nuestros conciudadanos.
Pero tendríamos que contar con claustros y equipos de dirección en la escuela capaces de
potenciar sus posibilidades materiales e intelectuales, para lograr una interacción fecunda con las
familias y todos los demás agentes actuantes en la comunidad: organizaciones, órganos de
gobierno, medios de difusión, profesionales, especialistas y técnicos de cualquier especialidad,
centros productivos, e instalaciones de diferente carácter (entre las que destacarían las deportivas
y culturales), líderes naturales o personalidades sobresalientes dentro del área de la escuela, entre
otros posibles.
Sin ánimo normativo, pensamos que, tanto desde la biblioteca escolar como desde las actividades
deportivas y culturales, promovidas por y desde la escuela, así como a través de la organización
de talleres eventuales, concursos u otros eventos relacionados con el aprendizaje de disciplinas
específicas, particularmente en aquellas que se caracterizan por un uso público bien definido, se
podrían realizar actividades que involucraran los diferentes sectores de población de la
comunidad.
Los alumnos y profesores pueden, también, participar en diferentes actividades laborales que de
algún modo resulten social o económicamente significativas para la comunidad en que está
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insertada la escuela. Esto debería llevarse a cabo en centros de producción y servicios, o
actividades artesanales, por ejemplo, que les permitan adquirir conocimientos, habilidades y
aptitudes para el trabajo, mientras contribuyen de algún modo al desarrollo local.
Estas y otras muchas iniciativas que induzcan niveles de interrelación cada vez más profundos,
deben estimularse para crear una vida cultural en el entorno, cuyos límites no podríamos
imaginar desde ahora, porque estarían determinados únicamente por las limitaciones del factor
humano involucrado en los procesos.
En todo ello los docentes tendrían un papel protagónico, pero es precisamente aquí donde la
profesión de ese coordinador y promotor de las fuerzas sociales que debería ser el Instructor de
Arte podría desplegar todas sus posibilidades. Claro que, primero tendríamos que capacitarlos
debidamente para el desempeño de estas, que deberían ser sus principales funciones
profesionales. Su importancia crecería mucho no solo dentro del personal docente de la escuela,
sino sobre todo en su acción sobre la comunidad, limitada ahora, prácticamente, a los programas
de las Casas de Cultura.
Conviene aquí referirnos a los trabajadores por cuenta propia cuyas licencias están vinculadas a
la educación. En el pasado congreso de la AHS logramos un acuerdo con respecto a los llamados
profesores de música y otras artes; al igual que, en aquel caso, consideramos que los que
llamamos repasadores, profesores de lenguas extranjera o aquellos que se dedican a cuidar a los
niños en edad preescolar, pueden y deben ser considerados como nuestros aliados en estos
empeños que nos exigen poner nuestras fuerzas en máxima tensión. Podrían ser una fuerza
decisiva en la integración de los procesos educativos a la comunidad, pero solo si los asumimos
debidamente.
De manera general y parcialmente conclusiva, diríamos que, en la actualidad, el problema
fundamental, la dificultad mayor por resolver en el Sistema Educativo Cubano está en la
composición de la mayoría de nuestros claustros. Contribuir a mejorarlos, colaborar en su
capacitación en disciplinas específicas, puede y debe ser una labor que asumamos como un deber
ineludible desde nuestra organización a todos los niveles en que existe. Dar todos, cuando se nos
pida, de manera bien concebida, organizada y sistemática, nuestro aporte a la mejor
escolarización de niños y jóvenes y por tanto a la educación cubana, es una responsabilidad
ineludible. Quisiéramos que este fuera un acuerdo de este Congreso, y que veláramos
rigurosamente por su cumplimiento.
En todos los casos, como dijimos, habrá que buscar, con nuestra participación, soluciones
rápidas y eficientes que no podrían concebirse en una sola etapa, pero haber encontrado un modo
de establecer consensos con nuestros educadores nos devuelve al más legítimo cauce de la
Cultura Cubana.
Enfrentar tantos años de desencuentros e incluso de falsos antagonismos, y sentir que salimos
victoriosos en la construcción de un puente sólido que nos permite transitar juntos en varias
direcciones, es sin dudas el más importante resultado de nuestro trabajo. Sentimos que hemos
comenzado a desbrozar el camino de falsas expectativas y que nos preparamos para asumir con
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entereza y realismo nuestras responsabilidades en este terreno. Ese ha sido nuestro logro
fundamental. Con esa convicción llegamos ante ustedes.
Constituidos en grupo de trabajo permanente que irá sumando miembros con arreglo a los
problemas por abordar, adjuntamos en documento aparte nuestra agenda para el próximo
período. Debemos convocar progresivamente, para obtener una visión realmente integral del
problema, a especialistas de la Educación Superior, de los medios masivos de difusión, de los
centros de investigación relacionados con estos temas, de las instituciones culturales y de los
programas de recreación nacionales y locales. Tenemos que lograr que el, indebidamente
llamado, “tiempo libre” sea culturalmente útil.
Estamos convencidos de que si utilizamos las ventajas del socialismo, y unimos las fuerzas de
instituciones, organizaciones, investigadores, creadores y educadores, para crear
intencionalmente modelos realmente participativos y descolonizadores, se pueden obtener a
corto y mediano plazo resultados de orden cívico y emancipatorio, de mucha importancia.
Muchas Gracias.
UNEAC, VIII Congreso
11 y 12 de Abril de 2014
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