Unmatrimonioelevadoalosaltares: LuisMartin(1823-1894)yCelia Gué rin(1831-1877) Luis Martin nació en Burdeos en 1823. Era el segundo de los cinco hijos del matrimonio Pierre-François, capitán del ejército francés, y Marie Anne, cristianos de fe viva. Por ello, la primera formación de Luis estuvo vinculada a la vida militar. Al jubilarse su padre, la familia se trasladó a Alençon (1831), donde estudió con los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Tanto en la familia como en el colegio recibió una sólida formación religiosa. Terminados los estudios, no se inclinó hacia la vida militar, sino que quiso aprender el oficio de relojero, primero en Bretaña, luego en Rennes, Estrasburgo, en el Gran San Bernardo (Alpes suizos) y por último en París. A los veintidós años sintió el deseo de consagrarse a Dios en la vida religiosa. Para ello, se dirigió al monasterio del Gran San Bernardo, con intención de ingresar en esta Orden, pero no fue admitido porque no sabía latín. Con gran valor se dedicó a estudiarlo durante más de un año, con clases particulares; pero, finalmente, renunció a ese proyecto. No se sabe mucho de este período: sólo que su madre en una carta le animaba a "ser siempre humilde", y que mostró su valentía y sangre fría salvando de morir ahogado al hijo del amigo de su padre con el que vivía. En Alençon puso una relojería. Sus padres, tras la muerte de los otros hijos, vivieron siempre con él, incluso después de su matrimonio con Celia Guérin. Hábil en su oficio, tenía amigos y conocidos con los que le gustaba pescar y jugar al billar, y era apreciado por sus cualidades poco comunes y por su distinción natural, que explica por qué le presentaron un proyecto de matrimonio con una joven de la alta sociedad, al que se negó. El amor al silencio y al retiro lo llevó a comprar una pequeña propiedad con una torre y un jardín. Allí instaló una estatua de la Virgen que le habían regalado. Trasladada más tarde a Buissonnets, esta imagen fue conocida en todo el mundo como la Virgen de la Sonrisa. Por su parte, Celia Guérin nació en Normandía en 1831. Era hija de Isidoro, militar, y LouiseJeanne, dieciséis años más joven que él. De esta unión nacieron también Marie Louise, la primogénita (fue monja visitandina), e Isidore, el más pequeño. Para los padres de Celia la vida había sido dura, lo que repercutió en su manera de ser: eran rudos, autoritarios y exigentes, si bien tenían una fe firme. Celia, inteligente y comunicativa por naturaleza, dice en una de sus cartas que su infancia y juventud fueron tristes "como un sudario". A pesar de ello, cuando su padre, viudo y enfermo, manifestó el deseo de ir a vivir con ella, lo acogió y cuidó con devoción hasta que murió en 1868. Afortunadamente encontró en su hermana Marie Louise un alma gemela y una segunda madre. Desde la jubilación de su padre en 1844, la familia se había establecido en Alençon. La señora Guérin abrió un café y una sala de billar, pero su carácter intransigente no favoreció el desarrollo del negocio. La familia salía adelante con dificultad, gracias a la pensión y a los trabajos de carpintería del padre. En pocos años, la situación financiera se hizo muy precaria y no mejoró hasta que las hijas contribuyeron con su trabajo. Esta situación económica influyó en los estudios de las niñas: Celia entró en el internado de las religiosas de la Adoración perpetua; aprendió a hacer punto de Alençon, un encaje de los más famosos de la época; luego, para perfeccionarse, se inscribió en la "Ecole dentellière". Mientras tanto, la hermana mayor se dedicó al bordado con su madre. No existe documentación de este período, pero Celia conservaba un excelente recuerdo de este tiempo. Celia había deseado formar parte de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, pero no la admitieron. Pidió luz al Señor para conocer su voluntad y el 8 de diciembre de 1851, después de una novena a la Inmaculada Concepción, escuchó interiormente las palabras: "Hacer punto de Alençon". Con la ayuda de su hermana comenzó esta empresa y ya a partir de 1853 era conocida por su trabajo. En 1858 la casa para la que trabajaba recibió una medalla de plata por la fabricación de este encaje y Celia una mención de alabanza. Poco después, su hermana entró en el monasterio de la Visitación y tomó el nombre de María Dositea. Un día, al cruzarse con un joven de agradable fisonomía, semblante reservado y buenos modales, se sintió fuertemente impresionada y oyó interiormente que ese era el hombre elegido para ella. En poco tiempo los dos jóvenes llegaron a amarse, y el entendimiento fue tan rápido que contrajeron matrimonio el 13 de julio de 1858, tres meses después de su primer encuentro. Llevaron una vida matrimonial ejemplar: misa diaria, oración personal y comunitaria, confesión frecuente, participación en la vida parroquial. De su unión nacieron nueve hijos, cuatro de los cuales murieron prematuramente. Entre las cinco hijas que sobrevivieron, Teresa, la futura Santa Teresita del Niño Jesús, patrona de las misiones, es una fuente preciosa para comprender la santidad de sus padres: educaban a sus hijas para ser buenas cristianas y ciudadanas honradas. Luis, como relojero y joyero, y Celia, como pequeña empresaria de un taller de bordado, junto con sus cinco hijas, emplearon tiempo y dinero en ayudar a quienes tenían necesidad. Su casa no fue una isla feliz en medio de la miseria, sino un espacio de acogida, comenzando por sus obreros. A los 45 años, Celia recibió la noticia de que tenía un tumor en el pecho y pidió a su cuñada que, cuando ella muriera, ayudara a su marido en la educación de los más pequeños: vivió la enfermedad con firme esperanza cristiana hasta la muerte, en agosto de 1877. Luis se encontró solo para sacar adelante a su familia. La hija mayor tenía 17 años y la más pequeña, Teresa, cuatro y medio. Así que emigró a Lisieux, donde residía el hermano de Celia; de este modo la tía Celina pudo cuidar de las hijas. Entre 1882 y 1887 Luis acompañó a tres de sus hijas al Carmelo. El sacrificio mayor fue separarse de Teresa, que entró en el Carmelo a los 15 años. Luis tenía una enfermedad que lo fue invalidando hasta llegar a la pérdida de sus facultades mentales. Fue internado en el sanatorio de Caen, y murió en julio de 1894. El Papa nos ha invitado a mostrar a los padres y madres de familia de todo el mundo la grandeza de la vocación a la vida conyugal. Antes fue Juan Pablo II , que afirmaba: "Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este "alto grado" de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección" (Novo millennio ineunte, 31) y del concilio Vaticano II: "Todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (Lumen gentium, 40). La Santa Sede, en la información dedicada en su web a estos nuevos santos, nos propone preguntarnos ¿Qué es lo que fascina de los esposos Martin? ¿Qué mensaje deja esta familia a la Iglesia y a la sociedad? Sin duda, la valentía de esta familia ante las dificultades y la enfermedad. Recalca la belleza que emana de su trabajo artesanal emprendedor. Además nos recuerda que existe una ética que debe imbuir la vida de los empresarios, poniendo en el centro el valor de la persona humana. Anima su testimonio cristiano de laicos, vivido dentro y fuera del hogar, la belleza de su vida y de sus sentimientos, la transparencia del amor, sabiendo dedicarse tiempo, porque "el amor no es un trabajo para hacer de prisa" (M. Noëlle). "El compromiso eclesial de los esposos Martin recuerda que "la futura evangelización depende, en gran parte, de la iglesia doméstica" (Familiaris consortio, 52), y tiene el sabor de la ternura." Por eso es bueno que conozcamos mejor la vida familiar y cotidiana de este matrimonio. Una fuente de primera mano son los escritos de su hija, Santa Teresita del Niño Jesús, de sus otras hijas o la correspondencia mantenida entre ellos o con familiares. Hay autores, como Maureen O’Riordan, que han estudiado estas fuentes y nos ayudan en esta tarea de averiguar por qué Dios ha inspirado que la Iglesia les presente como modelo para las familias de hoy ¿Qué podemos aprender de ellos? ¿Cómo nos pueden acompañar ellos en nuestro propio peregrinaje? Comprometidos en la Tierra, pero orientados al Cielo Tanto Celia como Luis trabajaron muy duro. El negocio de Celia fue tan exitoso que Luis vendió su taller de relojería para poder así encargarse de la organización del comercio de encajes de Celia. Pero este éxito exigió un precio. De lo mucho que ella trabajaba, Celia escribió: “Mi pobre María (una de sus hijas) también siente esta situación muchísimo". Al parecer decía que estaba harta del encaje de Alençon. "Ella repite que prefiere vivir en un ático que ganarse la vida como me cuesta a mí. Admito que ella no está equivocada. Si yo estuviera libre y sola, y si tuviera que pasar por todo lo que he sufrido en los últimos veinticuatro años, preferiría morir de hambre; ¡sólo pensarlo me dan escalofríos! ¡Frecuentemente me digo a mi misma que si he soportado la mitad de todo eso para ganar el cielo, yo sería una santa canonizable!" La pareja - con sus nueve hijos de los que solo cinco llegaron hasta la edad adulta - estaba ocupada en la vida de negocios, social, familiar y eclesial, pero, a la vez siempre orientada hacia la eternidad. Las hijas recuerdan que Luis y Celia frecuentemente repetían :"¡Ah, la Patria..., la Patria...! ¡Es bella, la Patria!”, refiriéndose al cielo. Al cielo se dirigían en los conflictos de la vida cotidiana. Cuando un vecino los demandó sobre una disputa en la cual hasta el juez encontró a los Martin inocentes, Celia le escribió a su hija Paulina: “Debemos aceptar las contrariedades pacientemente, ya que debemos sufrir en este mundo. Si aunque se nos permitiera evitar un poco de Purgatorio, debemos bendecir a nuestro vecino en el próximo mundo por hacernos pasar algo del Purgatorio en esta vida. Pero prefiero que sea él el que nos haga este mal, en vez de que nosotros tengamos que reprocharnos el haberle causado un cuarto de las molestias.” Abrumados con las responsabilidades, pero fieles a la oración Aunque Luis y Celia estaban constantemente presionados por la falta de tiempo, cada uno era fiel a la vida contemplativa, la vida de oración en familia y la vida litúrgica de la Iglesia. Crearon una familia igualmente fiel. Mantenían un horario exigente: asistían a la Misa de las 5:30, diciendo que era la única a la cual las personas pobres y trabajadoras podían asistir. Cuando los vecinos escuchaban su puerta cerrarse para ir a la iglesia, decían “Es la pareja santa Martin que va para la iglesia; podemos darnos la vuelta y dormir un poco más”. Cada mañana y cada noche rezaban en familia; observaban el domingo y las fiestas de la Iglesia. Luis era fiel en la adoración nocturna de la Eucaristía. Celia era siempre la última en ir a la cama y muchas veces estaba despierta hasta media noche haciendo tareas pendientes. Ellos daban su tiempo generosamente para servir a Dios y al prójimo. Amándonos uno al otro y a nuestros hijos , pero honrando la vida del alma por encima de todo Luis y Celia se amaban mucho. En octubre de 1863, en viaje de negocios, Luis le escribió a Celia: “Mi querida, no puedo regresar a Alençon antes del lunes; el tiempo me parece muy largo, ya que quiero estar tanto contigo.... Te abrazo con todo mi corazón, mientras espero la dicha de estar contigo nuevamente.... Tu esposo y verdadero amigo, quien te ama siempre”. En agosto de 1873, cuando Celia se llevó a las niñas a Lisieux para ver a sus parientes, ella le escribió a él: “Estoy contigo todo el día en espíritu, y me digo a mí misma: "Ahora él está haciendo tal y tal cosa". Anhelo estar contigo, Luis querido. Te amo con todo mi corazón, y siento doblado mi afecto estando privada de tu compañía. No podría vivir separada de ti.” También amaban profundamente a sus hijos. De los nueve que nacieron, las cinco niñas que sobrevivieron fueron: María, que se convirtió en Sor María del Sagrado Corazón en el monasterio Carmelita en Lisieux; Paulina, que se convirtió en Madre Inés de Jesús en el mismo monasterio; Leonia, que se convirtió en Sor Francisca-Teresa en el Convento de la Visitación en Caen (Normandía); Celina, quien se convirtió en Sor Genoveva de la Santa Faz en el Carmelo de Lisieux; y la más pequeña, Teresa, que en 1888 se unió a sus hermanas en el Carmelo de Lisieux y que desde 1925 es Santa Teresa (Teresita) del Niño Jesús y de la Santa Faz. Unas semanas antes del nacimiento de Teresa, Celia le escribió a su cuñada: “! Amo a los niños con locura; nací para tenerlos....Pero pronto será el momento en que todo esto acabe....! Estoy en una edad donde debería ser abuela!” El 4 de marzo de 1877, Celia le escribió a su hija Paulina: “Cuando tuvimos a nuestros hijos, nuestras ideas cambiaron un tanto. De ahí en adelante vivimos sólo para ellos. Ellos hicieron toda nuestra alegría, y no la habríamos encontrado excepto en ellos. Ya nada nos cuesta; el mundo ya no era una carga. En lo que a mí respecta, mis hijos fueron mi gran compensación, por tal quise tener muchos para criarlos para el Cielo.” Las cartas de Celia están llenas de descripciones de buenos momentos en casa, con castañas, pasteles, frituras en las fiestas; visitas a los parientes; y la alegría de las niñas con sus regalos de Año Nuevo. En medio de esta vida en familia, sin embargo, los padres formaron a cada hija desde la niñez cuidadosamente en la vida espiritual. Estudiaron a cada niña como individuo, nutrieron su confianza en ellos, y la estimularon para que le dieran a Dios mano libre en su vida. Sobre su decisión de permitirle a María de ir a un retiro al Convento de la Visitación donde había sido educada, Celia escribió: “Tuve una buena razón para desear que María fuera al retiro. Es cierto que es un gasto, pero el dinero no es nada cuando se pone a la santificación del alma; y el año pasado María regresó completamente cambiada.” Luis tenía un respeto profundo por las vidas espirituales de sus hijas y reverentemente apoyaba a cada una en realizar su vocación. Amando al resto de su familia Devotos uno del otro y de sus hijos, Celia y Luis extendieron amorosamente su apoyo a toda su familia. Durante muchos años compartieron la casa con los padres de Luis. Cuando el padre de Celia no pudo encontrar una buena ama de casa, ella le dio la bienvenida en su casa. Celia escribió a su hermano: “No encontrarás a uno entre cien tan bueno como es mi esposo con su suegro.” Cuando su padre finalmente murió, Celia le escribió a su cuñada: “Si sólo supieras, mi querida hermana, !cuanto yo quería a mi padre! El siempre estaba conmigo; yo nunca lo dejé, él me dio toda la ayuda que pudo.” Por otra parte, el matrimonio estaba muy unido a la hermana de Celia, María Luisa, una monja de la Visitación en Caen, y enviaron a sus tres hijas mayores a la escuela del convento. Frecuentemente le escribían y visitaban al hermano de Celia, Isidoro Guerin, y a su esposa, Celina, que vivían en Lisieux. Después de la muerte de Celia, Luis se mudó a Lisieux con sus cinco hijas para que estar cerca de sus cuñados y darles a las niñas el beneficio de la influencia de su tíos y primos. Confiando en Dios en el momento de las pruebas Sufrieron muchas aflicciones durante las pruebas, pero Luis y Celia continuaron confiando en el amor personal de Dios hacia ellos y hacia sus hijos. En seis años perdieron cuatro hijos, tres bebés y una niña pequeña, María Elena, de cinco años. A su cuñada, cuyo bebé también murió, Celia le escribió: “Vuestro querido pequeño niño está con Dios; él os está observando y amando, y un día lo poseeréis nuevamente. Esta es una gran consolación que yo misma he experimentado, y que aún siento. Cuando tuve que cerrar los ojos de mis queridos hijos y enterrarlos, sentí gran pena, pero siempre estuve resignada a ello. No lamenté los dolores y penas que sufrí por ellos. Muchas personas me dijeron: ́ Hubiera sido mejor para ti si no los hubieras tenido ́. Yo no podía soportar esa manera de hablar. No pienso que las penas y molestias que yo soporté podrían ser comparadas con la eterna felicidad de mis hijos con Dios. Además, ellos no están perdidos para siempre; la vida es corta y llena de cruces, y los encontraremos nuevamente en el Cielo.” Amando a Cristo en el pobre y cultivando la caridad y la justicia Mientras mantenían a una familia numerosa, Celia y Luis daban generosamente su energía y dinero a los pobres, a la Iglesia y a las causas de caridad y de justicia en la sociedad que les tocó vivir. Luis era miembro de la Conferencia de San Vicente de Paúl y también se interesaba en las personas pobres que vivían a su alrededor. Cuando él salía, siempre llevaba monedas sueltas para dar limosna a aquellos que se lo pedían. Si se encontraba con un borracho en la calle, le ayudaba a llegar a casa. Una vez, en la estación de tren, se encontró con un pobre epiléptico que no tenía dinero para su pasaje, le dio una parte del dinero, recogió el resto de las otras personas y lo sentó en su puesto. En otra ocasión, Luis y Celia se encontraron en la calle con un hombre sin casa, se lo llevaron a la suya, le dieron una buena comida y mejores ropas y botas. Luego, Luis se esforzó mucho para encontrarle sitio en el hogar dirigido por las Pequeñas Hermanas de los Pobres. Por su parte, Celia cuidaba bien a sus sirvientas, asistiéndolas ella misma cuando estaban enfermas. No quería enviarlas al hospital o darles esa carga a sus familias. Durante tres semanas cuidó a su criada, Luisa Marais, día y noche. Era amable con las quince mujeres que trabajaban haciendo los encajes, visitándolas los domingos después de las Vísperas y asegurándose que no les hacía falta nada. Cuando ella se dio cuenta que dos mujeres que pretendían ser monjas estaban abusando de una pobre niña que ellas habían recogido, las llevó a la justicia. La hermana de Teresa, Celina, testificó que ella frecuentemente veía a personas pobres entrar a su casa para obtener dinero y comida de Celia, la cual muchas veces lloraba al escuchar sus historias de sufrimiento. Ambos cónyuges tenían un gran respeto por los pobres, en los cuales veían a Jesús sufriente. Una vez que Luis llevó a un pobre hombre de la iglesia a casa, después de haberle dado de comer, él le pidió a Celina y a Teresa que se arrodillaran para recibir la bendición de aquel hombre pobre. Entregados completamente a Dios Luis y Celia se entregaron a sí mismos a largas y dolorosas enfermedades y, en el caso de Celia, a una muerte prematura. Murió de cáncer de mama a los cuarenta y seis años, cuando Teresa, su hija menor, tenía sólo cuatro años. Después del diagnóstico, ella escribió: “Dejémoslo en las manos del Señor. El sabe mejor que nosotros lo que es para nuestro bien. Él es quien hiere y quien sana. Iré a Lourdes en el primer peregrinaje, y espero que la Bienaventurada Virgen me cure si eso fuera necesario.” Cuando no fue curada en Lourdes, ella mantuvo su fe. A su regreso, escribió sobre Luis, que había estado esperando en Lisieux noticias de una curación: “El no estaba un poco sorprendido de verme regresar alegre, como si hubiera obtenido el milagro esperado. Le dio un coraje renovado, y toda la casa estaba llena de alegría.” Estando cercana su muerte, Celia escribió pidiendo oraciones “si no por una cura, entonces por la perfecta resignación a la voluntad de Dios.”. El milagro que ella había esperado en la fiesta de la Asunción no sucedió. Al día siguiente, doce días antes de su muerte, ella terminó su última carta, a su hermano, con estas palabras: “Obviamente, la Bienaventurada Virgen no me quiere curar.... ¿Qué tendrías tú? Si la Bienaventurada Virgen no me ha curado, es porque mi tiempo ha llegado, y Dios quiere que yo descanse en otro lugar que no sea en esta tierra.” Muchos años después de muerta Celia, Luis enfermó de demencia y fue recluido en un asilo mental, el Bon Sauveur en Caen, durante tres años. El “santo patriarca” se convirtió en el paciente número 14449. El aceptó esta prueba generosamente y llevó muchos pacientes a Dios. El 27 de febrero de 1889, su cuñada Celina escribía: “La Hermana le dijo a él que le estaba prestando un gran servicio regresándole los pacientes separados a Dios. ́Usted es un apóstol, ́ le dijo. ́Eso es cierto’, contestó, 'pero preferiría ser un apóstol en otro sitio; sin embargo, ¡esa la voluntad de Dios! Yo pienso que es para romper mi orgullo. ́” La Hermana Costard, que cuidaba a Luis, escribió: “El es realmente admirable; no solamente no se queja, sino que todo lo que le damos le parece que es perfecto.” Cuando su familia y amigos hicieron una novena para que estuviera lo suficientemente bien para regresar a Lisieux, él dijo, “ No, no deben pedir eso, solamente que se haga la voluntad de Dios.” En 1892 estaba ya bien para regresar a Lisieux, donde su cuñada Celina y los Guerins lo cuidaron devotamente. El dijo:“ ¡En el cielo les devolveré todo esto!” Al conocer su muerte, el Padre Almire Pichon, un Padre jesuita que entonces trabajaba en Canadá y era amigo cercano de la familia Martin, le escribió proféticamente a las hijas de Luis: “ Jesús ... se lo lleva de ustedes sólo para beatificarlo.” Maureen O'Riordan nos recuerda que Dios ha llamado a la Iglesia para declarar a estos valientes esposos, entonces beatos y ahora santos, no para su gloria sino para estimularnos, en nuestras circunstancias, para imitar su fidelidad en amar y servir al Señor y al prójimo, su amor por el pobre, su compromiso a la oración y su abandono incomparable. "Ojalá no solamente los admiremos sino que también recibamos la gracia que en nosotros, como en ellos, el deseo de Jesucristo sea mayor y cada vez más intenso que cualquier otro deseo".