La peste negra Cuando se recuerda el siglo XIV europeo, la imagen que devuelve la historia es la de crisis total. Durante estos años Guerra, Peste, Hambre y Muerte no fueron los cuatro jinetes simbólicos que cabalgaban en el libro del Apocalipsis de Juan, sino la realidad cotidiana con la que Europa despedía al período medieval. Al comenzar el siglo XIV, el mal clima y las escasas cosechas encarecieron el precio de los productos, haciendo cada vez más imposible que los modestos campesinos accedieran a una alimentación básica y facilitando el debilitamiento de las defensas inmunológicas. Al hambre general pronto se le sumó una guerra devastadora para Inglaterra y Francia: en 1339 comenzó la Guerra de los Cien Años, que contribuyó aún más a debilitar la actividad económica por las grandes pérdidas humanas y la destrucción de los campos. En estas condiciones, la importante ciudad comercial de Florencia comienza a experimentar extrañas muertes masivas, y los primeros síntomas de una peste comienzan a manifestarse en 1348. Los barcos que atracan en los puertos italianos, venidos de Oriente, transportan ratas infectadas que, a través de sus pulgas, transmiten la bacteria a la población humana. Esta enfermedad infecto-contagiosa, se manifestaba de distintas maneras: bubónica (infección a través de la pulga o rata, inflamación de ganglios), neumónica (contagio a través del aire infectado, de una persona a otra) y septicémica (la bacteria se multiplica en la sangre infectando todo el organismo). Los síntomas típicos eran la fiebre, náuseas, sed y cansancio. Sobre las causas de la peste se especuló mucho, con escasos resultados. Algunos creían que se debía a una corriente de aire procedente del suelo, y señalaban que recientes temblores habían liberado vapores insalubres desde las profundidades. Con el fin de ahuyentar estos aires nocivos, se comenzaron a usar remedios populares como ramilletes de aromas y vapor de especias en los interiores. Nadie osaba, salvo en Italia y España, recurrir de manera abierta a la ciencia judía y árabe. Los remedios a los que se recurrían los médicos eran contraindicados, como el evitar toda corriente de aire. Por su lado, la Iglesia y los moralistas creyeron que la Peste Negra era una manifestación de la ira de Dios por los pecados del hombre, por lo que reclamaron una renovación moral de la sociedad. Pequeñas peregrinaciones de hombres con el torso desnudo desfilaban fustigándose con látigos sus espaldas en señal de arrepentimiento. Lo cierto es que la mortalidad provocada por la Peste Negra de 1348, calculada en unos 25 millones de personas, se agravó con dos nuevas epidemias en 1360 y 1371, que dificultaron la recuperación demográfica del continente. La población de Europa, que en 1340 se calculaba en 73,5 millones de habitantes, era de 50 millones en 1450. Durante los siguientes siglos, la enfermedad permaneció endémica en la población, y desapareció gradualmente tras 1670, año de la Gran Plaga de Londres.