Verdad palmaria

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Verdad palmaria
Los toros, pueden gustar o no gustar, claro, cada uno es cada uno. Pero sería estimulante
que los aficionados a esa expresión cultural hicieran una crítica del gusto. En otros ámbitos
admitimos sin problemas que disfrutamos con pasatiempos detestables y nos aburrimos con
distracciones admirables. ¿Qué hay de malo en aceptar los aspectos oscuros o mal
considerados de nuestras inclinaciones? El maltrato a los animales está mal visto (ya era
hora), incluso hay leyes que lo persiguen, aunque estableciendo salvedades. Nada que
objetar a las salvedades, la vida es así, no lo he inventado yo, etcétera. También la tortura
está prohibida, a menos que la ejerzas en Guantánamo, con gente cuya piel es más oscura
que la tuya. Y el terrorismo se persigue de manera implacable, excepto cuando se trata de
bombardear Irak. Anomalías culturales, qué le vamos a hacer, lo que no quita para darse
cuenta
de
que
el
terrorismo
es
terrorismo
incluso
si
lo
practico
yo.
Parece evidente que al toro de lidia se le maltrata. ¿Que a usted le gusta? Nos parece muy
bien, no lo vamos a censurar. Pero hombre, hombre, reconozca que las banderillas, las
puyas, el estoque y demás instrumentos quirúrgicos hacen daño (además de humillar). En el
acto de arrojar una cabra viva desde un campanario hay belleza, no vamos a negarlo. A mí al
menos me sobrecoge esa lucha titánica entre el cuerpo del animal y la fuerza de la gravedad
(de la que siempre sale vencedora, por cierto, la última), por no mencionar la precisión
matemática del movimiento uniformemente acelerado, que se cumple con todas y cada una
de las cabras, no importa su condición. Todo eso está muy bien y si a uno le gusta le gusta.
Pero hay tortura, hay maltrato, hay vilipendio. ¿Por qué a los taurinos, muchos de ellos
intelectuales
de
pro,
les
cuesta
tanto
admitir
esta
verdad
palmaria?
J. José Millás. EL PAÍS, 29-1-2010
Resumen. (1 punto)
Los aficionados a los toros deben aceptar que es una fiesta que produce maltrato al animal.
Sin embargo, a pesar de esta videncia, esto no es admitido por el público taurino.
Indique el tema y señale la organización de las ideas del texto. (2 puntos)
La tortura en el toreo y la falta de reconocimiento de este hecho por los aficionados.
En cuanto a su estructura externa, el texto consta de dos párrafos homogéneos en cuanto a
su extensión. En cuanto al contenido, el texto se compone de una introducción (1º párrafo)
donde se plantea la necesidad de cuestionarse esta afición a los toros; un desarrollo
argumentativo (2º párrafo, hasta “Todo eso está muy bien…”, l.26) en el que el autor afirma
la evidencia del maltrato en la fiesta nacional y establece un falso diálogo con el aficionado
en tono sarcástico; finalmente, concluye con la tesis defendida que consiste en la
reafirmación de que existe tortura y maltrato en el toreo, aunque no se reconozca. Es, por
tanto, una estructura inductiva o sintética.
Esquemáticamente, sería así:
1. Introducción (primer párrafo): necesidad de plantearse el tema de la afición a los toros.
1.1. El maltrato a los animales no está aceptado.
1.2. La tortura está prohibida.
1.3. El terrorismo está perseguido por la ley.
2. Desarrollo argumentativo (líneas 16 a 26, hasta “Todo eso está muy bien…”): existe
maltrato en la fiesta nacional.
2.1. Los instrumentos taurinos dañan al animal.
2.2. Analogía sarcástica con la afición de arrojar una cabra desde un campanario.
3. Tesis: reafirmación del maltrato en el toreo, que los taurinos no reconocen.
Comentario crítico. (3 puntos)
Se trata de un texto periodístico de opinión publicado el 29 de enero de 2010 y escrito por
Juan José Millás, columnista habitual del diario El País, periódico de tirada nacional e
internacional. El autor ha creado un subgénero en los artículos de opinión que él mismo
califica de “articuentos”, crónicas del surrealismo cotidiano que tratan sobre los que ocurre en
España y en el mundo, bajo el prisma del humor, la paradoja y la ironía.
La intencionalidad del autor es expresar su personal punto de vista sobre la fiesta delos
toros, desde un tono absolutamente irónico que roza el sarcasmo y con un registro informal
marcado por frecuentes expresiones coloquiales (“Anomalías culturales, qué le vamos a
hacer, lo que no quita para darse cuenta de que…”, “y si a uno le gusta le gusta”). Es un
texto eminentemente argumentativo, en el que las funciones lingüísticas dominantes son la
función emotiva o expresiva (empleo de la 1ª persona de singular y plural, expresión de la
propia opinión, términos valorativos), la apelativa o conativa en cuanto a texto
argumentativo cuya finalidad es convencer al lector, y la fática o de contacto en las
apelaciones a la 2ª persona (“¿Que a usted le gusta?”, “Pero hombre, hombre,”).
La tesis o idea principal defendida por Millás es la aseveración de que en la fiesta nacional se
produce tortura y maltrato hacia el toro, a pesar de que pueda admitirse que sea una afición
que cuente con muchos seguidores. Afirma que existen muchas diversiones deplorables y
esta es una de ellas. El tema tratado es de absoluta actualidad en nuestro país, por el debate
surgido a raíz de la prohibición de la fiesta en Cataluña, hecho que ha trascendido fuera de
nuestras fronteras. La subjetividad y el tono sarcástico con que el autor enfoca la cuestión es
el rasgo más destacable del texto (“A mí al menos me sobrecoge esa lucha titánica entre el
cuerpo del animal y la fuerza de la gravedad (…) cumple con todas y cada una de las cabras,
no importa su condición”).
Millás se pregunta por qué no se admite la evidencia del maltrato y él mismo responde a esta
pregunta una y otra vez. Toda su crítica está sustentada en la agresión al animal y no se
refiere a ninguna otra circunstancia. Por ejemplo, no alude en ningún momento a la
antigüedad de esta fiesta que algunos sitúan en la prehistoria, en la Edad del Bronce, y está
ampliamente documentada en textos como El Cantar de Mío Cid, en el siglo XII, Las Siete
Partidas de Alfonso X El Sabio, en el siglo XIII, etc. Tampoco alude al evidente riesgo para el
torero, en situación de inferioridad respecto al toro.
Por tanto, el autor adopta la postura de un antitaurino radical, de los muchos que existen en
nuestro país, aunque no tantos, seguramente, como los que defienden la fiesta.
El Parlamento de Cataluña ha aprobado después de encendidos debates, la prohibición de la
fiesta nacional para 2012, con objeto de evitar la agresión al animal, y, paradógicamente,
pasa por alto la fiesta de los “correbous” tan popular en esa comunidad. Entre los diversos
tipos de “correbous” que se realizan, destacan el bou embolat en el cual se ata al toro por las
patas y el rabo, inmovilizándolo, para ponerle antorchas o bolas inflamables en los cuernos,
para luego soltarlo en las calles. Y eso ¿no es maltrato?
A pesar de la prohibición –que todavía no es efectiva- el público sigue asistiendo a las plazas
en Cataluña. Sin ir más lejos, el 26 de septiembre de este año, en las Fiestas de la Merced
de Barcelona, el torero Serafín Marín fue aclamado y llevado a hombros desde la plaza, a
través de las calles de Barcelona, hasta el hotel en que se alojaba. A este torero se le ha
llamado “el torero de la senyera”, por haberse destacado en la defensa de la fiesta (lloró
cuando fue aprobada la prohibición en el parlamento catalán). El público asistente a la plaza
gritó ese día “libertad, libertad”, en defensa del derecho de los aficionados catalanes a poder
seguir disfrutando de esta afición centenaria o milenaria.
Y es que no es una fiesta cualquiera, ni una tradición semejante a la de arrojar una cabra
desde el campanario de una iglesia. Es arte, destreza y dominio de las distintas suertes del
toreo; es un espectáculo de una plasticidad única, en el que la elegancia en el movimiento
resulta fundamental. Será maltrato, no se discute, pero también arte.
¿Y no hay maltrato cuando se matan miles de animales en un matadero industrial o no, sin
posibilidad alguna de que el toro se defienda? Aquí, lo sabemos muy bien, el torero puede
morir y más de una vez muere. Es una lucha de titanes que se remonta al origen de la
humanidad y que ha pervivido hasta el momento.
Más que prohibir, habría que conocer en profundidad el arte del toreo que tiene reglas
y base artística, como cualquier otro. El camino de la descalificación y del rechazo absoluto
nos va a llevar
a perder esta manifestación artística, genuinamente española. Nos
despojaremos de otra seña de identidad, añadiremos un elemento más a la merma de la
diversidad artística, cultural e incluso biológica, porque el toro de lidia no tiene sentido si no
existe la fiesta. Y eso ¿tampoco importa?
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