Pájaro Rojo De Pico Blanco - Cuenteros, Verseros y Poetas

Anuncio
Pájaro Rojo De Pico Blanco
H
a llegado el día de emprender mi gran viaje en búsqueda del
pájaro rojo de pico blanco, esa ave mágica y curadora de vida.
Largas horas de viaje en micro, caminos de piedras y pozos
peligrosos. Al llegar a un pueblito llamado “El Sol” nos cruzamos con
vecinos de la zona protestando con carteles grandes y pequeños para
que no construyan más rutas, pues atraerían aluviones de camiones y 4 x
4.
Luego de cruzar ese lindo lugar lleno de verdes, llegamos a un sitio
donde había muchas cabañas. El colectivo se detiene, al bajar, se nos
acerca rápidamente un muchachito, le preguntamos cómo conseguir
transporte, le comenté que nos dirigíamos al norte, enseguida y sin dudar
dijo que él nos llevaría en su carreta. Mi gran amigo José le preguntó:
– ¿y tú no tienes familia niño?
–
sí, dos hermanitas que alimentar y mi abuelita que ya es muy
anciana.
Le ofreció trescientos dólares y la mitad de nuestras provisiones, luego
nos enseñó su choza. Dejó el cobro a su familia y marchamos.
Dos días de viaje: llegamos a un inmenso mar donde podíamos
contemplar el canto de las ballenas desde muy cerca, recorriendo sus
arenas encontramos un envejecido y destartalado muelle; amarrado, un
barco pesquero y una hidroavioneta. En lo alto de una montaña se veía
una pequeña cabaña y una persona moviendo sus brazos. Nos gritaba
que nos acerquemos a su morada. Atamos el carro a un ancla que estaba
abandonada en los médanos y caminamos hacia allá. Al llegar nos
encontramos con un señor de cabello largo y rubio, la barba cubría su
cara y de su boca colgaba una larga pipa. Le pregunté si ese pequeño
biplaza estaba preparado para cruzar esas aguas, a lo cual respondió:
– esas, y más.
Luego de despedirnos del pequeño guía; que hasta que no despegamos,
no se marchó.
1
Cuatro horas de vuelo y acuatizamos en una pequeña laguna en las in
mediaciones de un poblado de aborígenes amigables, al pisar tierra nos
recibieron niños que hablaban un idioma in entendible. Saludamos al
piloto, que a cambio del viaje solamente me pidió un sombrero que yo
llevaba puesto. Caminamos varios kilómetros al norte y nos cruzamos
con una tropa de negros cuyas caras estaban repletas de aros, los cuales
estaban de cacería, provistos de lanzas y cuchillos. Luego de una larga
charla, en la cual nos hicimos entender usando las manos, uno de ellos,
optó por acompañar nos a cruzar ese gran pantano que nos espera.
Pasamos dos noches sin luz eléctrica.
– Todos tenemos que ser bichos cuando estamos aquí – dijo el negro
raquítico mientras se adelantaba en las entrañas de los juncos y
cañaverales.
Le pagamos con una cadenita de oro y nos pidió unas botas de goma
que yo colgaba de mi mochila, como repuesto, pero él bien nos
acompañó a patear los madrugones sobre el bote, ya que nunca se subió.
Al terminar, el salvaje nos abandona para volver con su familia, desde acá
nos manejamos con brújula a nuestro destino, nos metimos en un bosque
minado de verdes, se oían gritos furiosos, al caer la noche acampamos en
un pequeño lugar rocoso donde corríamos menos riesgo de ser atacados
por las bestias que habitaban el lugar, con
caminábamos en
los rifles en mano
búsqueda de leña. Luego de encender una fogata,
cocinamos un guiso en lata, al terminar la cena logré dormirme, al llegar
el amanecer y ver el sol asomarse, logré ver como tres hienas rabiosas y
hambrientas nos rondaban, en seguida tomé el rifle, ligeramente les
apunté, mi compañero con los ojos quebrados de sueño me anunció a
disparar, logré matar una de las bestias mientras las otras al oír la
explosión del arma desaparecieron como un rayo en el tormenta.
Levantamos el campamento y marchamos nuevamente a nuestro rumbo,
José nunca dejó cerrar sus párpados y en ningún momento se distrajo,
con machetes en mano cruzamos caminos largos y peligrosos, llenos de
monos y serpientes, con suerte y fe hemos llegado al gran volcán donde
se halla el ave roja medicinal que tanto anhelo atrapar.
Sobre rocas junto a un manantial donde abundan peces multicolores,
2
armamos la carpa y luego pescamos. Al llegar la noche encendimos una
fogata y asamos un rico dorado para comer; al terminar, mi amigo
satisfecho logró cerrar sus ojos y confianzudo me dormí. Al día siguiente
fuimos sorprendidos por indios que nos ataron de manos, y con gritos y
empujones nos llevaron a su aldea, como rehenes nos encerraron y
fuimos sus prisioneros. José por su gran experiencia en viajes por el
mundo, logró comprender el idioma de los negros, pidió hablar con el jefe
de la tribu y durante siete días de calvario, alimentándonos con insectos,
bebiendo agua de lluvia; que por un rincón del cuadrado, caía a gotas.
Por un pequeño agujero que tenía la pared, lograba ver como los salvajes
peleaban a muerte, a su alrededor, como ring de lucha, utilizaban estacas
que tenían en sus puntas cabezas humanas.
Cuerpos atados en las ramas de un viejo y seco paraíso, y en lo alto
del cielo, chimangos hambrientos gritando.
Al día siguiente amanecimos, y un viejo con la cara tajeada y los ojos
blancos, con un solo brazo, nos desató con su cuchillo y moviendo su
cabeza apunta a un camino, que nos lleva a una choza. Al entrar nos
encontramos con un anciano oscuro, que en su cabello gris, enganchaba
una gran corona de plumas rojas. Nos habló en nuestro idioma, nos
preguntó que buscábamos en sus grandes montañas, y le respondí:
– un pájaro rojo que curaría a mi único hijo de morir.
– ¿A esa ave quieren? –Respondió– es el alma de nuestros ancestros.
Tampoco mi tribu se los permitirá, los dejaré libres a cambio de
marcharse de mis tierras.
Le ofrecí un anillo con un brillante rojo que le llamó mucho la atención,
y en agradecimiento del obsequio dieron una fiesta en nuestro honor.
Mataron chivos y algunos ciervos para comer, bebimos toda la noche y en
un momento danzando al borde de una gran fogata me balanceé sobre el
cacique y sin que se diera cuenta, le quité tres plumas y rápidamente las
oculté, al llegar el amanecer nos custodiaron al otro lado de las
montañas, y con voz aterradora, nos dijo que nos marcháramos, y que si
nos volvía a ver nos cortaría la cabeza.
Luego de muchos días de extenuante viaje, al fin regresamos a nuestro
hogar con vida, mi hijo luego de beber el té hecho con las plumas del
3
pájaro rojo, logró salir de su habitación y continuar su vida, gracias a
Dios y a esas plumas, después de veinte años, puedo contar ésta historia
a mis nietos y niños del pueblo, y mostrar el resto de las plumas, ya
marchitas de aquel pueblo sin nombre, y con esto dar un gran mensaje a
la gente:
“nunca hay que perder la esperanza, y que todo lo que cuesta vale,
ténganlo por seguro”.
FIN
Miguel Omar Núñez Gamboa
4
Descargar