Cuartas Jornadas Internacionales sobre "Derechos y libertades fundamentales" LOS DERECHOS FUNDAMENTALES EN LA UNIÓN EUROPEA Sesión: 3ª Título de la comunicación: La ciudadanía de la Unión Europea y la Carta de Niza Autor: Göran Rollnert Liern Institución de procedencia: Departamento de Derecho Constitucional y Ciencia Política y de la Administración de la Universidad de Valencia (Estudio General) Dirección: Departamento de Derecho Constitucional y Ciencia Política, Facultad de Derecho, Edificio Departamental Central, Campus de los Naranjos 46071 Valencia Teléfono: 963828684/8120/8933 Fax: 963828119 Dirección electrónica: [email protected] Resumen de la comunicación LA CIUDADANÍA DE LA UNIÓN EUROPEA Y LA CARTA DE NIZA Göran Rollnert Liern (Universidad de Valencia) La ciudadanía europea, en sentido amplio, incluye todos los derechos y deberes reconocidos en el ámbito de la Unión y su creación persigue el doble objetivo político de legitimar el proceso de integración y crear un sentimiento de identidad europea. En este sentido, entre los objetivos de la Carta se encuentran los de proporcionar una fuente de legitimidad material o sustantiva al proceso de constitucionalización de la Unión Europea, dar visibilidad a los derechos fundamentales poniendo de manifiesto o evidenciando su existencia en el espacio comunitario mediante un texto único y reforzar la protección jurídica de los derechos dotándolos de mayor presencia en la Carta al formalizar la esencia del acervo comunitario común sobre los derechos y mejorar la seguridad jurídica proporcionando al Tribunal de Justicia una fuente expresa sin necesidad de reenvío a fuentes dispersas. La Carta carece de fuerza jurídica vinculante al no haberse incorporado a los Tratados aunque la Comisión parece atribuírsela dada la confluencia de legitimidades nacionales y europeas en su proceso de elaboración; sin embargo, ello le dota de una gran fuerza política vinculante pero no le confiere valor jurídico, máxime cuando tanto los derechos proclamados en ella como los mecanismos de garantía extraen su eficacia jurídica de su reconocimiento en la normativa comunitaria preexistente (en particular, del art. 6.2 TUE). Además de esta eficacia jurídica reconocedora de derechos preexistentes, su efecto jurídico más importante es el derivado de su utilización como fuente interpretativa en el ámbito jurisdiccional por diversos Abogados Generales, por algunos tribunales de los Estados miembros como el Tribunal Constitucional español y por algunas sentencias del Tribunal de Primera Instancia; por otra parte, la Carta expresa los «valores comunes» de la Unión Europea y condensa las tradiciones constitucionales comunes y los principios generales del Derecho Comunitario y, en cuanto tal, es invocable por el Tribunal de Justicia para reconocer y delimitar los derechos. Sin perjuicio de esta limitada eficacia jurídica, la función principal de la Carta es actuar como símbolo político de la ciudadanía europea por cuanto supone una representación visible de la misma, persigue una finalidad de integración política, pretende suscitar identificaciones y adhesiones afectivas a la Unión Europea y permite acceder fácilmente y de forma simple y gráfica a la idea de identidad común que subyace en el concepto de ciudadanía europea. Su eficacia es, pues, esencialmente simbólico-política. Cuartas Jornadas Internacionales sobre "Derechos y libertades fundamentales" LOS DERECHOS FUNDAMENTALES EN LA UNIÓN EUROPEA Sesión: 3ª Título de la comunicación: La ciudadanía de la Unión Europea y la Carta de Niza Autor: Göran Rollnert Liern Institución de procedencia: Departamento de Derecho Constitucional y Ciencia Política y de la Administración de la Universidad de Valencia (Estudio General) Dirección: Departamento de Derecho Constitucional y Ciencia Política, Facultad de Derecho, Edificio Departamental Central, Campus de los Naranjos 46071 Valencia Teléfono: 963828684/8120/8933 Fax: 963828119 Dirección electrónica: [email protected] LA CIUDADANÍA DE LA UNIÓN EUROPEA Y LA CARTA DE NIZA1 Göran Rollnert Liern (Universidad de Valencia-Estudio General) 1. Introducción: ciudadanía europea y derechos fundamentales Entre los objetivos a alcanzar por la Unión Europea se encuentra el de «reforzar la protección de los derechos e intereses de los nacionales de sus Estados miembros, mediante la creación de una ciudadanía de la Unión2». En cumplimiento de este mandato, el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea dedica su segunda parte a la «ciudadanía de la Unión» y dispone que «se crea una ciudadanía de la Unión. Será ciudadano de la Unión toda persona que ostente la nacionalidad de un Estado miembro3», añadiéndose por el Tratado de Amsterdam que «la ciudadanía de la Unión será complementaria y no sustitutiva de la ciudadanía nacional». Se configura así la ciudadanía europea como una ciudadanía «de superposición4», en palabras de la Comisión, que, al ser complementaria y no sustitutiva de la ciudadanía nacional a la que va vinculada, da lugar a un nuevo concepto de ciudadanía multinivel de naturaleza sui generis, «no comparable con la ciudadanía nacional de un Estado miembro5». Como derechos específicos de los ciudadanos de la Unión, esta segunda parte del TCE (artículos 17-21) incluye, como es sabido, la libertad de circulación y residencia en el territorio de la Unión Europea (artículo 18), el derecho a ser elector y elegible en las elecciones municipales y al Parlamento Europeo del Estado miembro en el que resida en las mismas condiciones que los nacionales de dicho Estado (artículo 19), el derecho a la protección diplomática y consular de cualquier Estado miembro en las mismas condiciones que los nacionales de dicho Estado (artículo 20) y los derechos de petición ante el Parlamento Europeo y de denuncia ante el Defensor del Pueblo así como el derecho a dirigirse por escrito a las instituciones comunitarias en cualquiera de las lenguas comunitarias y a recibir una contestación en esa misma lengua (artículo 21). Se trata, pues, con la única excepción de la 1 La presente comunicación ha sido elaborada en el marco del proyecto de investigación «Derechos y libertades en la jurisprudencia constitucional y europea: la contribución jurisprudencial a la cultura europea de los derechos», subvencionado por la Universidad de Valencia (código UV01-13) y contiene un resumen de las ideas expresadas recientemente por el autor en la ponencia «La Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea: ¿Instrumento jurídico o símbolo político de la ciudadanía europea?» presentada en el V Seminario de Derecho Público Europeo sobre «La ciudadanía de la Unión» celebrado en Göttingen (Alemania) durante los días 14 a 19 de septiembre de 2002. 2 Artículo 2 (antiguo artículo B) del Tratado de la Unión Europea (TUE en adelante) en la versión consolidada tras las modificaciones introducidas por el Tratado de Ámsterdam, de 2 de octubre de 1997. 3 Artículo 17.1 (antiguo artículo 8) del Tratado de la Comunidad Europea (TCE en adelante), en la versión consolidada tras las modificaciones introducidas por el Tratado de Ámsterdam. 4 Tercer informe de la Comisión sobre la ciudadanía de la Unión, Bruselas, 07.09.2001, Documento COM (2001) 506 final, p. 8. 5 Tercer informe de la Comisión sobre la ciudadanía de la Unión, cit., p. 9. 2 libertad de circulación y residencia, de derechos políticos derivados de la condición de miembro de la comunidad política6 y conectados a la idea de participación en la formación de la voluntad política comunitaria, según la concepción estricta de la ciudadanía status civitatis que ha prevalecido en el Derecho Público europeo7. Pero estos derechos, inherentes a la ciudadanía de la Unión, aunque constituyen, según la Comisión, «el núcleo duro de los derechos conferidos en el marco de la ciudadanía», «no agotan su sustancia8» en la medida que el apartado 2 del artículo 17 del TCE establece que «los ciudadanos de la Unión serán titulares de los derechos y sujetos de los deberes previstos en el presente Tratado», otorgando un sentido amplio al concepto de ciudadanía; como advierte P. Biglino Campos, «entendida de esta manera, la ciudadanía configura un status jurídico compuesto por todos los derechos y obligaciones que corresponden al individuo frente los poderes públicos9». En consecuencia, el estatuto jurídico de los ciudadanos de la Unión se integra no sólo por los derechos básicos de ciudadanía a que hemos hecho referencia sino también por los restantes derechos y deberes reconocidos y regulados por los tratados comunitarios y, desde su proclamación, por la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (la Carta, en adelante); por otra parte, el establecimiento de la ciudadanía europea, con independencia de su trascendencia jurídica, responde, según la Comisión, a un doble objetivo político que, a nuestro juicio, es también extensible, como después desarrollaremos, a la elaboración de la Carta: a) Un primer objetivo de ser «fuente de legitimación del proceso de integración europea10» reforzando la participación de los ciudadanos. En este sentido, el TUE señala que el Tratado «constituye una nueva etapa en el proceso creador de una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa, en la cual las decisiones serán tomadas de la forma más abierta y próxima a los ciudadanos que sea posible11». b) Como segundo objetivo, ser «elemento fundamental para la creación de un sentimiento de pertenencia de los ciudadanos a la Unión Europea, de una verdadera identidad europea12». Pues bien, desde esta constatación de la relación evidente de la Carta de los Derechos Fundamentales con la ciudadanía europea, en la presente comunicación se aborda la cuestión de la eficacia y naturaleza de la Carta en relación con ese sentido amplio de la ciudadanía europea que se extiende al ámbito mas general de la problemática de los derechos fundamentales en la Unión Europea y constituye uno de los focos privilegiados de atención del 6 No obstante lo cual, los derechos de petición ante el Parlamento Europeo y de denuncia ante el Defensor del Pueblo (artículo 21), en virtud de la remisión a los artículos 194 y 195 del TCE, se reconocen, además de a los ciudadanos de la Unión, a cualquier persona física o jurídica que resida o tenga su domicilio social en un Estado miembro. 7 P. BIGLINO CAMPOS, recordando las construcciones clásicas de G. JELLINEK sobre el status civitatis integrado por facultades positivas de participación frente al límite negativo al Estado que representa el status libertatis y también la distinción de C. SCHMITT entre los derechos del ciudadano, dentro del Estado, y los derechos de libertad, frente al Estado [«Ciudadanía europea y legitimidad democrática», en Revista de Estudios Europeos, núm. 9 (1995), pp. 5-6]. También sobre el concepto de ciudadanía puede consultarse U. K. PREUB, «Reflexiones preliminares sobre el concepto de ciudadanía europea», en Revista Internacional de Filosofía Política, núm. 7 (1996). 8 Tercer informe de la Comisión sobre la ciudadanía de la Unión, cit., p. 7. 9 P. BIGLINO CAMPOS, op. cit., p. 4 10 Tercer informe de la Comisión sobre la ciudadanía de la Unión, cit., p. 9. 11 Artículo 1 (antiguo artículo A) del TUE en la versión consolidada tras las modificaciones introducidas por el Tratado de Amsterdam, de 2 de octubre de 1997. Señala al respecto P. BIGLINO CAMPOS que «la creación de la ciudadanía europea obedeció a la intención de lograr una mayor integración entre los miembros de la Unión» (op. cit., p. 10). 12 Tercer informe de la Comisión sobre la ciudadanía de la Unión, cit., p. 9. 3 debate sobre el futuro de Europa que se está desarrollando paralelamente al proceso de constitucionalización de la Unión Europea13. 2. Los objetivos de la Carta: legitimidad, visibilidad y refuerzo de la protección de los derechos El proceso de elaboración de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, culminado con su proclamación solemne el 7 de diciembre de 2000 y su publicación en el Diario Oficial de las Comunidades Europeas14, es bien conocido y, a los efectos de este trabajo, nos interesa en la medida que en la documentación oficial del mismo se reflejan las finalidades perseguidas por las instituciones comunitarias mediante la adopción de la Carta15. Podemos hablar, en consecuencia, de un triple objetivo16 cuya consecución persigue la proclamación de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea a la vista de esta documentación oficial: a) En primer lugar, proporcionar una fuente de legitimidad material o sustantiva al proceso de constitucionalización de la Unión Europea, más allá de la legitimidad democrática formal o procedimental que pueda derivar de la fórmula de constitucionalización 17 por la que finalmente se opte en la Conferencia Intergubernamental de 2004 sobre la base de los trabajos que está desarrollando la Convención sobre el futuro de Europa18. 13 Sobre la relación entre la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea y el proceso constitucional de la Unión Europea, vid. T. FREIXES SANJUÁN y J. C. REMOTTI CARBONELL, El futuro de Europa. Constitución y derechos fundamentales, Colección Ideas y Políticas Constitucionales (CIPC), Valencia, 2002, p. 11. Según estos autores «la idea de la elaboración de un texto comunitario de derechos fundamentales ha estado vinculada, desde prácticamente sus orígenes, a la posibilidad de la adopción de una Constitución para Europa» (ibídem, p. 11). 14 DOCE C 364, de 18 de diciembre. 15 Así, en las conclusiones del Consejo Europeo de Colonia que puso en marcha el proceso se afirma que «la salvaguardia de los derechos fundamentales es uno de los principios básicos de la Unión Europea y una condición indispensable para la legitimidad de la misma» y que «la evolución actual de la Unión exige la redacción de una Carta de derechos fundamentales que permita poner de manifiesto ante los ciudadanos de la Unión la importancia sobresaliente de los derechos fundamentales y su alcance» (Consejo Europeo de Colonia, 3 y 4 de junio de 1999, Conclusiones de la Presidencia, anexo IV«Decisión del Consejo Europeo relativa a la elaboración de una Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea», disponible en http://www.europarl.eu.int/summits/kol2_es.htm#bilIV a fecha 11 de septiembre de 2002). Por su parte, la Comisión, en su primera comunicación sobre la Carta, señaló que «la Unión no puede estar basada exclusivamente en consideraciones puramente económicas. Al contrario, debe en adelante buscar sus raíces en los valores humanos fundamentales comunes a todos los pueblos europeos. Esta es una precondición necesaria si los europeos van a otorgar su confianza en la continua tarea de la integración europea. Debemos probarles que la Unión proporcione un marco con el que se pueden identificar» (Comunicación de la Comisión sobre la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, de 13 de septiembre de 2000, Documento COM (2000) 559 final, disponible en http://europa.eu.int/comm/justice_home/unit/charte/en/communications.html, a fecha 11 de septiembre de 2002). A su vez, el Preámbulo de la misma Carta advierte que «es necesario, dotándolos de mayor presencia en una Carta, reforzar la protección de los derechos fundamentales a tenor de la evolución de la sociedad, del progreso social y de los avances científicos y tecnológicos». 16 Sobre los objetivos de la Carta, vid. M. MARSAL FERRER, «Objectius i gènesi de la Carta de drets fonamentals de la Unió Europea: elements moduladors de la seva eficàcia jurídica», en Autonomies, núm. 27 (2001), pp. 35-47. 17 «Se llegue a redactar una Constitución, a reorganizar los Tratados distinguiendo entre un Tratado constitucional y los otros Tratados comunitarios o a simplificar los Tratados dotándolos de algunas regulaciones de valor constitucional, resulta absolutamente necesario que el resultado de este proceso incorpore los derechos fundamentales como elementos de legitimación del sistema» (T. FREIXES SANJUÁN y J. C. REMOTTI CARBONELL , op. cit., pp. 97-98). 18 Consejo Europeo de Laeken, 14 y 15 de diciembre de 2001, Conclusiones de la Presidencia, anexo I«Declaración de Laeken sobre el futuro de la Unión Europea», pp. 25-27, disponible en http://ue.eu.int/es/Info/eurocouncil/index.htm, a fecha 13 de septiembre de 2002. 4 Como señalan T. Freixes Sanjuán y J. C. Remotti Carbonell, en toda la teoría constitucional el principio de legitimidad en el procedimiento «debe ser acompañado por la instauración de instituciones básicas justas para que quede garantizada la legitimidad material. La democracia en el procedimiento, aunque resulta imprescindible para hablar de Constitución, es una condición necesaria pero no suficiente19». Si para estos autores la utilización del método de la Convención, ya experimentado con la Carta20, para debatir y formular una propuesta ante el reto de la constitucionalización de la Unión, significaría, pese a sus deficiencias, «la concordancia del método europeo con las exigencias de legitimidad formal propias del procedimiento de elaboración democrática de normas con valor constitucional21», es desde el punto de vista material donde despliega la Carta su mayor efecto legitimador por cuanto «los derechos fundamentales contienen también valores subyacentes necesarios para legitimar el sistema jurídico. Toda constitución democrática se configura alrededor de principios axiológicos que impregnan al acto constituyente22» y que son necesarios para resolver los futuros conflictos de interpretación. Tal y como indica L. M. Díez-Picazo Jiménez, la Carta «es un documento que fija con precisión los criterios para valorar la legitimidad de la actuación de todos los poderes públicos dentro del ámbito de la Unión Europea.[...] La mejor teoría constitucional ha enseñado siempre que la función de las declaraciones de derechos no se agota en ser un límite, judicialmente verificable, a los actos de los poderes públicos, incluidos los del poder legislativo. Las declaraciones de derechos cumplen también una función de justificación del poder político, ya que expresan la razón de ser de éste: en toda la tradición liberal-democrática, el poder político es justificable cuando existe para salvaguardar ciertos derechos que se reputan básicos e irrenunciables, no para lograr cualesquiera otros fines últimos (unidad religiosa, pureza racial, sociedad sin clases, cohesión etno-cultural, progreso económico, etc.)23». En similar sentido, A. Pace afirma que se trata de una declaración de derechos, de «un verdadero y propio Bill of Rights» que «si bien no anula el llamado déficit democrático de las instituciones europeas (porque ese déficit se corresponde con los modos de formación de la 19 T. FREIXES SANJUÁN y J. C. REMOTTI CARBONELL , op. cit., p. 55. Sobre la técnica de la Convención como método de elaboración de la Carta, vid. L. M. DÍEZ-PICAZO JIMÉNEZ, «Glosas a la nueva Carta de Derechos Fundamentales de la Unión», en Tribunales de Justicia, núm. 5 (2001), pp. 21 y 22; F. RUBIO LLORENTE, «Mostrar los derechos sin destruir la Unión», en Revista Española de Derecho Constitucional, núm. 64 (2002)), pp. 31-34; J. A. CARRILLO SALCEDO, «Notas sobre el significado político y jurídico de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea», en Revista de Derecho Comunitario Europeo, núm. 9 (2001), pp. 7-14; A. W EBER, «La Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea», en Revista Española de Derecho Constitucional, núm. 64 (2002), pp. 95-97; A. FERNÁNDEZ TOMÁS, «La Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea: un nuevo hito en el camino de la protección», en Gaceta Jurídica de la Unión Europea y de la Competencia, núm. 214 (2001), p. 16; F. MAESTU RUIZ, «Reflexiones sobre el método para la aprobación de una Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea», en Revista Jurídica de Navarra, núm. 30 (2000), pp. 170-189); y M. MARSAL FERRER, op. cit., pp. 33-35. 21 En la medida que dicho método cuente, además de con la articulación de las consultas y la participación de un foro de la sociedad civil, con una aprobación definitiva final mediante un referéndum de ámbito europeo (ibídem, p. 56). Por su parte, A. RODRÍGUEZ BEREIJO asevera al respecto que «por una vez el método [de la Convención] es, al mismo tiempo, la sustancia. Y aunque ciertamente, el método no garantiza por sí solo el éxito de la tarea (que es gigantesca y difícil) sí asegura una mayor transparencia, publicidad y participación democrática, acorde tanto con el carácter constitucional de la tarea a desarrollar como con el propósito, tantas veces proclamado, de acercar la construcción europea a los ciudadanos y reforzar su legitimidad democrática» («El futuro de la Unión Europea: un reto constitucional», intervención de A. RODRÍGUEZ BEREIJO, representante del Presidente del Gobierno español en el seno de la Convención para la elaboración de la Carta y Presidente del Consejo para el Debate sobre el Futuro de la Unión Europea, en la inauguración del Foro Permanente Europeo, Madrid, 30 de enero de 2002, disponible en http://www.futuroeuropa.es/documentos/RBereijo_300102.pdf, a fecha 11 de septiembre de 2002). 22 Ibídem, p. 60, en nota a pie de página, citando a R. ALEXY. 23 L. M. DÍEZ-PICAZO JIMÉNEZ, op. cit., p. 22; y J. A. CARRILLO SALCEDO, op. cit., pp. 16 y 25. 20 5 voluntad de dichas instituciones, y no con el contenido de las decisiones respectivas), cuando menos lo reduce. No de modo diferente a cuanto acontecía en el siglo XIX con el reconocimiento de determinados derechos en las constituciones otorgadas, los actuales titulares del poder público europeo, incluso no ostentando una legitimidad democrática plena, se han, por así decirlo, ...autolimitado un poco más24»; este «valor garantista y como tal limitativo del poder público europeo» supone una relativa legitimidad democrática finalista o teleológica, con independencia del déficit democrático de origen. b) El segundo objetivo es el de dar visibilidad a los derechos fundamentales, poniendo de manifiesto o evidenciando su existencia en el espacio comunitario al hacerlos presentes mediante un texto único, lo que para Pace es también un efecto propio de una declaración de derechos: «la proclamación de la Carta hace más “visibles” los concretos derechos, sobre todo aquellos elaborados jurisprudencialmente [...] o diseminados en reglamentos o directivas25». Como ha señalado la Comisión, con la Carta no se han creado competencias nuevas, sino que se han «hecho visibles26», en forma sistemática, los derechos preexistentes en el Derecho Comunitario y es en función de esta visibilidad, reiterada en el Consejo Europeo de Niza, cómo debe interpretarse a mi juicio el principio de transparencia de los trabajos27 establecido en el Consejo Europeo de Tampere como método de trabajo de la Convención redactora de la Carta. La visibilidad de los derechos fue ya exigida en el Informe del Grupo de Expertos sobre Derechos Fundamentales28 elaborado para la Comisión Europea con anterioridad a las cumbres de Colonia y Tampere. c) Por último, el tercero de los objetivos de la Carta es el de reforzar la protección jurídica de los derechos dotándolos de mayor presencia en la Carta, según señala su Preámbulo, y ello por cuanto de esa forma, a decir de la Comisión, se formaliza la esencia misma del acervo comunitario común sobre los derechos fundamentales y constituye una importante mejora del principio de seguridad jurídica29, ya que con ella el Tribunal de Justicia dispondrá de una fuente expresa para garantizar los derechos fundamentales, sin que se 24 La cursiva es del autor, A. PACE, «¿Para que sirve la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea? Notas preliminares», trad. de C. ORTEGA SANTIAGO, en Teoría y Realidad Constitucional, núm. 7 (2001), pp. 177-178. 25 Ibídem, p. 177. 26 Comunicación de la Comisión sobre la naturaleza jurídica de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, de 11 de octubre de 2000, Documento COM (2000) 644 final, disponible en http://europa.eu.int/comm/justice_home/unit/charte/pdf/com2000-644_en.pdf, a fecha 11 de septiembre de 2002. 27 Consejo Europeo de Tampere, 15 y 16 de octubre de 1999, Conclusiones de la Presidencia, anexo«Composición, método de trabajo y disposiciones prácticas del órgano competente para la elaboración de un proyecto de Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, con arreglo a lo dispuesto en las Conclusiones de Colonia», disponible en http://ue.eu.int/es/Info/eurocouncil/index.htm, a fecha 13 de septiembre de 2002. 28 «Afirmación de los derechos fundamentales en la Unión Europea. Ha llegado el momento de actuar», Informe del grupo de expertos sobre Derechos Fundamentales, Comisión Europea, Bruselas, febrero de 1999, pp. 11-12, disponible en http://europa.eu.int/comm/employment_social/fundamri/expertgroup/report_es.pdf, a fecha 11 de septiembre de 2002. Para un comentario sobre este informe, puede verse el artículo del representante español, L. MARTÍN-RETORTILLO BAQUER, en el que se muestra partidario de la expresión «ostensibilidad» en lugar del término «visibilidad» consagrado por los traductores de la versión inglesa original [«Para una afirmación de los derechos fundamentales en la Unión Europea», en Revista del Poder Judicial, núm. 57 (2001), p. 43]. 29 Ya en 1999, en respuesta a una cuestión oral planteada en el Parlamento Europeo, la Comisión señaló como objetivos fundamentales del proyecto de Carta el de su «visibilidad para el ciudadano y el de la seguridad jurídica que una Carta de este tipo debe ofrecer en los distintos ámbitos de aplicación del Derecho de la Unión» (Respuesta de la Comisión ante el Parlamento Europeo, a la pregunta oral 00698/99 de David Martín). 6 encuentre obligado a reenviar como ha tenido que hacer hasta el presente, a fuentes dispersas e incluso inciertas30. Es precisamente esta última finalidad de garantía jurídica más eficaz de los derechos la que nos conduce a plantearnos inmediatamente la problemática fuerza jurídica vinculante de la Carta. 3. La eficacia jurídica de la Carta Se ha dicho por algunos autores que «la Carta constituye el primer catálogo organizado de los derechos fundamentales que ha sido adoptado formalmente por la Unión Europea 31». Esta funcionalidad enumerativa, clasificadora y clarificadora de los derechos fundamentales reconocidos en el ámbito de la Unión, es, sin lugar a dudas, un avance desde el punto de vista de una buena técnica legislativa. Pero que la Carta simplifique la localización de los derechos fundamentales en el complejo sistema jurídico comunitario no implica per se que les atribuya una eficacia jurídica añadida a la que ya gozan en virtud de la regulación precedente a la Carta. Señala al respecto el prof. Pace que «hay que preguntarse cuál es la eficacia de la Carta, puesto que ésta, aun habiendo sido proclamada solemnemente por el Parlamento Europeo, por el Consejo y por la Comisión CE, no ha sido dotada de valor jurídicamente vinculante, a causa de la fuerte oposición de los representantes de algunos Estados miembros32 [...]. Consiguientemente no ha sido incorporada en el Tratado de Niza del sucesivo 26 de febrero de 200133»; entiende, por tanto, que se trata de una declaración política 34 solemne, sin perjuicio de reconocer que «importantes declaraciones políticas, aun privadas explícitamente de eficacia jurídica, han constituido a pesar de ello, en la experiencia jurídica, una referente “retórico” de indudable importancia35». Para Rodríguez Bereijo, se trata de la «parte programática36» de la Constitución material que forman los tratados constitutivos, «al modo de un Bill of Rights, que define los valores, derechos y deberes de los ciudadanos frente a las instituciones y órganos de la Unión Europea y a los Estados miembros cuando aplican el derecho comunitario», de «una declaración política de la Unión que encierra un acuerdo interinstitucional de sus tres instituciones políticas básicas37». 30 Comunicación de la Comisión sobre la naturaleza jurídica de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, de 11 de octubre de 2000, cit. Afirma a este respecto A. W EBER que «a partir de ahora [la proclamación de la Carta], el recurso a los convenios internacionales sobre derechos humanos y a las tradiciones jurídicas nacionales podrá ser reemplazado por la remisión a las correspondientes normas de la Carta» (p. 81). 31 T. FREIXES SANJUÁN y J. C. REMOTTI CARBONELL, op. cit., p. 40. 32 Vid. al respecto L. M. DÍEZ-PICAZO JIMÉNEZ, op. cit., . pp. 21 y 22. 33 A. PACE, op. cit., p. 174. 34 «Hoy por hoy, hay simplemente una “proclamación”; lo que no equivale a ningún tipo de acto (comunitario o internacional) conocido, y, por tanto, ha de entenderse como una mera declaración de índole política» (L. M. DÍEZ-PICAZO JIMÉNEZ, op. cit., p. 27. También J. A. CARRILLO SALCEDO la considera como «una declaración política » si bien «su relevancia jurídica es innegable. [...] La ausencia de fuerza jurídica formalmente vinculante [...] no implica, pues, ausencia de efectos jurídicos» entre los que señala, siguiendo a R. ALONSO GARCÍA, los de avanzar en la constitucionalización de la integración europea mediante un instrumento jurídico que, aun manteniéndose en la forma de tratado internacional, acentúa su especificidad para aproximarse materialmente a una «carta constitucional» e intensificar la sensación de que la Unión Europea va más allá de lo puramente económico (op. cit., p. 17). 35 A. PACE, op. cit., p. 174. 36 En contra de la naturaleza puramente programática de la Carta, L. M. DÍEZ-PICAZO JIMÉNEZ, quién, como hemos visto, le atribuye un efecto legitimador y justificador del poder político así como fundamentador de la existencia del cuerpo político (op. cit., p. 22) También en este mismo sentido, J. A. CARRILLO SALCEDO, op. cit., p. 17. Afirma, en cambio, su naturaleza política y programática L. E. DE LA VILLA GIL, «La Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea», en Revista del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, núm. 32 (2001), p. 21. 37 A. RODRÍGUEZ BEREIJO, op. cit., p. 4. 7 Siguiendo de nuevo a Freixes y Remotti, «en realidad, la Carta, al haber sido sólo proclamada, tiene en principio y en sentido estricto, un valor jurídico muy débil38» y esta débil fuerza jurídica vinculante es uno de los más importantes obstáculos jurídicos para afirmar que la Carta sea «la parte dogmática de la futura Constitución Europea39». Es cierto que las declaraciones de los responsables de algunas instituciones comunitarias (el Parlamento y la Comisión) parecen atribuirle fuerza vinculante pero ello no va más allá de la expresión de un compromiso político con la Carta, pero carente de exigibilidad jurídica40. Sin embargo, la Comisión le atribuye eficacia jurídica con independencia de su naturaleza jurídica y de su incorporación o no a los Tratados: «es [...] evidente que la Carta deberá tener efectos, incluso a nivel jurídico, como consecuencia de su proclamación. El Parlamento Europeo, el Consejo y la Comisión no pueden ignorar un texto preparado a petición del Consejo Europeo por todas las fuentes de legitimidad nacional y europea reunidas en el seno de una misma instancia, y que ellas mismas han proclamado. [...] No sólo las tres instituciones que la han proclamado públicamente podrán difícilmente ignorar la Carta en el futuro, sino que esta será indudablemente, independientemente de su naturaleza jurídica, una referencia inevitable para el Tribunal de Justicia por lo que se refiere al desarrollo de su jurisprudencia sobre los derechos fundamentales protegidos a nivel de la Unión. En razón de su contenido, su formulación jurídica rigurosa y su alto valor jurídico, la vocación de la Carta es la de integrarse en los Tratado. [...] Existe una relación muy estrecha entre la reestructuración de los Tratados y la inserción en ellos de la Carta41». Pero lo cierto es que la confluencia en la Convención de un amplio espectro de legitimidades, sin perjuicio de dotar a la Carta de una gran fuerza política vinculante, no le confiere valor jurídico, máxime cuando tanto los derechos proclamados en ella como los mecanismos de garantía extraen su eficacia jurídica de la normativa comunitaria preexistente. Como señala el propio Preámbulo de la Carta, en ella la Unión «reconoce» los derechos, libertades y principios que hasta la fecha se hallaban regulados en una pluralidad de fuentes jurídicas a las que se refiere el mismo Preámbulo y también la misma Comisión en su tercer informe sobre la ciudadanía: «estos derechos ya han sido ampliamente consagrados por distintas fuentes, tales como las tradiciones constitucionales y las obligaciones internacionales 38 T. FREIXES SANJUÁN y J. C. REMOTTI CARBONELL , op. cit.,, p. 76. Ibídem, p. 65. 40 Disponibles en http://europarl.eu.int/charter/default_fr.htm, a fecha 11 de septiembre de 2002). Las posiciones de algunos gobiernos europeos puede verse en T. FREIXES SANJUÁN y J. C. REMOTTI CARBONELL ( op. cit., p. 77, en nota a pie de página). 41 Tercer informe de la Comisión sobre la ciudadanía de la Unión, cit., p. 27. Con anterioridad, la Comisión había señalado, antes de la proclamación de la Carta, que «asimismo es altamente probable que el Tribunal de Justicia busque inspiración en ella, como ya lo hace en otros instrumentos sobre derechos humanos. Se puede lógicamente esperar que la Carta, no importa en qué hipótesis, resulte vinculante mediante la interpretación que sobre ella realice el Tribunal de Justicia a través de los principios generales del Derecho Comunitario. La Comisión considera que el destino de la Carta, por razón de su contenido, su rigurosa formulación jurídica y su considerable valor político y simbólico, es incorporarse tarde o temprano a los Tratados. Para la Comisión, tal incorporación no es, por consiguiente, una cuestión que haya de abordarse de una manera teórica o doctrinal, sino que por el contrario debe tratarse en términos de eficacia y buen sentido jurídicos. Por ello es preferible, por razones de visibilidad y de seguridad jurídica, que la Carta resulte vinculante por sí misma y no a través de la interpretación jurisprudencial. En la práctica, la cuestión pertinente es la del momento y las modalidades de su incorporación a los Tratados» (Comunicación de la Comisión sobre la naturaleza jurídica de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, de 11 de octubre de 2000, cit.). También había señalado que «la incorporación de la Carta a los Tratados permitiría poner remedio a algunas insuficiencias del actual sistema de protección de los derechos fundamentales en la Unión. Este sistema en efecto, se caracteriza por una protección indirecta a través de los principios generales del derecho comunitario, protección esencialmente pretoriana fijada por la jurisprudencia al albur de los asuntos presentados ante las jurisdicciones, protección que no es inmediatamente perceptible por sus beneficiarios directos» (Comunicación de la Comisión sobre la Carta de los Derechos fundamentales de la Unión Europea, de 13 de septiembre de 2000, cit.) 39 8 comunes a los Estados miembros, el Tratado de la Unión Europea y los Tratados comunitarios, el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales y las Cartas sociales adoptadas por la Comunidad y por el Consejo de Europa, así como la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos42». En consecuencia, la fuerza jurídica vinculante de los derechos proclamados en la Carta no trae causa de dicha proclamación sino de la regulación de dichos derechos en la normativa comunitaria, aun de forma dispersa y asistemática, y que tiene su principal exponente en el artículo 6.2 (antiguo articulo F.2) del TUE43. En virtud de este artículo, verdadero «nexo de unión entre los sistemas de derechos fundamentales44» de la Unión Europea, del Consejo de Europa y de los distintos Estados miembros, aquellos derechos reconocidos en la Carta que carecen de regulación en el Derecho Comunitario (Tratados, derecho derivado o jurisprudencia), encuentran su anclaje jurídico en el ámbito comunitario mediante el reenvío bien al Convenio de Roma, bien a las tradiciones constitucionales comunes a los Estados miembros, pasando en ambos casos a estar protegidos mediante la técnica de los principios generales del Derecho Comunitario45; por otra parte, desde el Tratado de Amsterdam, este artículo es invocable ante el Tribunal de Justicia en virtud del artículo 46.. Las propias disposiciones generales o cláusulas transversales46 de la Carta evidencian que la eficacia jurídica de los derechos proclamados proviene de la fuente jurídica originaria de regulación47, sin perjuicio de que se haya incluido también una cláusula de estándar mínimo que obliga a aplicar el nivel de protección más elevado en caso de discordancia entre las garantías que se atribuyen a un mismo derecho por los distintos sistemas normativos (comunitario, internacional, europeo y nacional)48. Es en este sentido que Pace habla del «alcance reconocedor de la Carta» que permite su aplicación inmediata «al menos en la medida en que, sobre la cuestión, sea reconocedora de lo dispuesto en una fuente jurídicamente en vigor. Por lo demás [...], los concretos artículos de la Carta en el texto elaborado por el Secretariado de la llamada Convention que ha establecido el texto definitivo49 indican las fuentes “originarias” utilizadas para su redacción50». A su juicio, este alcance reconocedor de la Carta atribuye no obstante a los 42 Tercer informe de la Comisión sobre la ciudadanía de la Unión, cit., p. 25. En su virtud «la Unión respetará los derechos fundamentales tal y como se garantizan en el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales firmado en Roma el 4 de noviembre de 1950, y tal y como resultan de las tradiciones constitucionales comunes a los Estados miembros como principios generales del Derecho comunitario». 44 T. FREIXES SANJUÁN y J. C. REMOTTI CARBONELL , op. cit., pp. 91-94. 45 Para una evolución del sistema de protección de los derechos en el ordenamiento comunitario, vid. F. RUBIO LLORENTE, op. cit., pp. 14-27. 46 Artículos 52.2 y 52.3 de la Carta. 47 Como señala al respecto A. SÁNCHEZ, «si admitimos como cierto que la Carta no añade nada a lo que ya existía en el ordenamiento comunitario, y que sus disposiciones protegen derechos que ya estaban previamente reconocidos en este ordenamiento, entonces será difícil negarle la fuerza jurídica propia de las normas comunitarias en las que éstas se fundamentan. la Carta no vendría sino a positivar un catálogo de derechos que ya previamente habrían sido objeto de un reconocimiento disperso o implícito a través de diversas vías, y, en esa medida, sus normas tendrían la fuerza jurídica de aquéllas en las que estos derechos se contendrían» [«Sobre la naturaleza jurídica de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea», en Revista de Derecho Político, núm. 51 (2001), p. 48]. 48 Artículo 53 de la Carta. 49 Se refiere a las explicaciones del Presidium de la Convención sobre la Carta en las que efectivamente se indican las correspondencias de los artículos de la Carta con las fuentes jurídicas originales (Texto de las explicaciones relativas al texto completo de la Carta, documento CHARTE 4487/00 CONVENT 50, de 11 de octubre de 2000, disponible en http://www.europarl.eu.int/charter/pdf/04473_es.pdf, a fecha 11 de septiembre de 2002. 50 La cursiva es del autor, A. PACE, op. cit., p. 175. 43 9 derechos preexistentes un «plusvalor» derivado «tanto de la formulación más específica51 de los artículos de la Carta», como, sobre todo, de la «unidocumentalidad» de la misma, esto es, «de la incorporación “racionalizada” de un verdadero y propio sistema de derechos en un único documento solemne y oficial52» lo que puede reconducirse a la «mejora del principio de seguridad jurídica» como efecto jurídico que, según la Comisión, produce la Carta y al que ya hemos hecho referencia y que guarda también indudable conexión con la dimensión jurídica de la visibilidad de los derechos53. Además de esta eficacia jurídica reconocedora de derechos preexistentes, señalan acertadamente Freixes y Remotti que «será el “activismo del Tribunal de Justicia el motor para clarificar la función que la Carta puede tener en el Derecho Comunitario54» lo que nos lleva a su vez a lo que era el segundo argumento de la Comisión para sostener la eficacia jurídica de la Carta, esto es, a la atribución de carácter vinculante a la Carta mediante la interpretación de la misma por el Tribunal de Justicia a través de los principios generales del Derecho Comunitario. En este sentido, indican los referidos profesores que «el efecto jurídico más importante que hasta el presente ha obtenido la Carta es el que deriva de su utilización como fuente interpretativa por parte del Tribunal de Justicia55», señalando al respecto que la Carta ha sido ya invocada por diversos Abogados Generales en sus conclusiones56 y por el Tribunal de Primera Instancia en la sentencia dictada en el Asunto Mannesmannrïhren-Werke contra la Comisión así como por algunos tribunales de los Estados miembros como es el caso del Tribunal Constitucional español57. 51 Afirma al respecto A. SÁNCHEZ que «la Carta cumple, aun sin formar parte de los Tratados, una importante función al especificar cuáles son los derechos que deben considerarse fundamentales» (op. cit. p. 45]. 52 La cursiva es del autor, A. PACE, op. cit., p. 175. 53 «Los derechos fundamentales sólo pueden cumplir su función si los ciudadanos conocen su existencia y son conscientes de la posibilidad de hacerlos aplicar, por lo que resulta esencial expresar y presentar los derechos fundamentales de forma que todos los individuos puedan conocerlos y tener acceso a ellos; dicho de otro modo los derechos fundamentales deben ser “visibles”» («Afirmación de los derechos fundamentales en la Unión Europea. Ha llegado el momento de actuar», cit., pp. 11-12) 54 T. FREIXES SANJUÁN y J. C. REMOTTI CARBONELL, op. cit., p. 40. En el mismo sentido señala A. PACE que «es un hecho que es difícil que un documento proclamado solemnemente y que ha sido dispuesto recurriendo a la técnica jurídica (con enunciados prescriptivos formulados en artículos, con la utilización de formas verbales deónticas, etc.), no asuma de hecho relevancia jurídica (a pesar de que en las intenciones de sus autores, dicho documento debiera revestir sólo una importancia política), constituyendo cuando menos un auxilio interpretativo inmediato para “reforzar” conclusiones alcanzables de todas formas sobre otras bases» (op. cit., pp. 174-175). 55 T. FREIXES SANJUÁN y J. C. REMOTTI CARBONELL , op. cit., p. 80. Para M. MARSAL FERRER, citando a DIX, «el Tribunal de Justicia puede atribuir a la Carta el rango de una interpretación auténtica de los principios jurídicos mencionados en el artículo 6 del Tratado de la Unión Europea, aprobada por todos los gobiernos y parlamentos (op. cit., p. 306). 56 Sobre la utilización de la Carta en las conclusiones de los Abogados Generales, vid. A. SÁNCHEZ, op. cit., pp. 49-51; A. LÓPEZ CASTILLO, «Algunas consideraciones sumarias en torno a la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea», en Revista de Estudios Políticos, núm. 113 (2001), p. 71; y M. MARSAL FERRER, op. cit., p. 51 en nota a pie de página. 57 En este sentido, el voto particular del magistrado M. Jiménez de Parga en la Sentencia del Tribunal Constitucional (STC, en adelante) 290/2000 sobre la Ley Orgánica 5/1992, de 29 de octubre, de Regulación y Tratamiento Automatizado de los Datos de Carácter Personal y la STC 292/2000, sobre la Ley Orgánica 15/1999, de 13 de diciembre, de Protección de Datos de Carácter Personal, anteriores ambas a la proclamación de la Carta; en esta segunda sentencia, el Tribunal, para delimitar el contenido del derecho fundamental a la protección de datos personales acude a «la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea del presente año, cuyo art. 8 reconoce este derecho, precisa su contenido y establece la necesidad de una autoridad que vele por su respeto» (fundamento jurídico 8). Vid. al respecto, A. SÁNCHEZ, op. cit., p. 55; T. FREIXES SANJUÁN y J. C. REMOTTI CARBONELL , op. cit., p. 76 en nota a pie de página, A. PACE, op. cit., p. 175; A. LÓPEZ CASTILLO, op. cit., p. 71; y M. MARSAL FERRER, op. cit., p. 51. 10 Efectivamente, en las Conclusiones del Abogado General Léger, de 10 de julio de 200058, en el Asunto Consejo contra Hautala, el citado Abogado General acude a la Carta para señalar que «aunque no debe ignorarse la voluntad claramente expresada por los autores de la Carta de no dotarla de fuerza jurídica obligatoria [...], dejando al margen cualquier consideración sobre su alcance normativo, la naturaleza de los derechos enunciados en la Carta de Derechos Fundamentales impide considerarla como una simple enumeración de principios meramente morales y sin consecuencia alguna»; puesto que en la Carta se recogen valores que tienen en común «el ser compartidos unánimemente por los Estados miembros, que han decidido dotarlos de mayor presencia en una Carta para reforzar su protección[,] es innegable que la Carta ha situado los derechos que reconoce en el más alto nivel de los valores comunes de los Estados miembros» (párrafos 80-81) y, en esa medida, «con arreglo a una reiterada jurisprudencia actualmente consagrada por los Tratados, los derechos fundamentales forman parte de los principios generales del Derecho cuyo respeto garantiza el Tribunal de Justicia» (párrafo 56) que «contribuye a su reconocimiento y participa en la definición de su contenido» (párrafo 67). Por tanto, la novedad de la función hermeneútica de la Carta no es la eficacia jurídica que proporciona a los derechos fundamentales (la propia de los principios generales del Derecho Comunitario, como ya había establecido la jurisprudencia) sino que constituye «un instrumento privilegiado para identificar los derechos fundamentales» aunque los mismos no son derecho positivo por estar incorporados a la misma sino por cuanto «la mayor parte de las fuentes de tales derechos, enumeradas en el preámbulo de la Carta, están dotadas de fuerza vinculante en los Estados miembros de la Unión Europea» (párrafo 82). La inclusión de un derecho en la Carta no lo convierte en una norma positiva pero «le confiere un rango que debe guiar su interpretación» (párrafo 86). No se ha pronunciado, sin embargo, el Tribunal en este asunto59 sobre la eficacia jurídica de la Carta aunque sí de forma indirecta en otras sentencias; así, en la sentencia dictada en el Asunto Mannesmannrïhren-Werke contra la Comisión60, antes citada, el Tribunal de Primera Instancia rechaza la incidencia de la Carta en el asunto de referencia por cuanto «dicha Carta fue proclamada por el Parlamento Europeo, el Consejo y la Comisión el 7 de diciembre de 2000» y «de ello resulta que no puede tener consecuencia alguna sobre la apreciación del acto impugnado, que había sido adoptado con anterioridad» (párrafo 76), no declarando, por tanto, excluida la incidencia jurídica de la Carta sino en razón de su imposible aplicación retroactiva lo que no excluiría su aplicación a hechos posteriores a su proclamación61; por otra parte, en el Asunto Max.mobil Telekommunikation Service contra la Comisión62, si bien el Tribunal se remite al artículo 41 de la Carta que reconoce el derecho a una buena administración, considera que este precepto «confirma» un derecho fundamental «que forma parte de los principios generales del Estado de Derecho comunes a las tradiciones constitucionales de los Estados miembros» (párrafo 48); mas recientemente, la sentencia JégoQuéré contra la Comisión63 el Tribunal se apoya «en las tradiciones constitucionales comunes a los Estados miembros y en los artículos 6 y 13 del CEDH» (párrafos 41 y 48) para reconocer 58 Conclusiones del Abogado General, Philippe Léger, presentadas el 10 de julio de 2001 en el Asunto C-353/99 P, Consejo de la Unión Europea contra Heidi Hautala. Versión electrónica gratuita y no auténtica, disponible en http://europa.eu.int/cj/es/jurisp/index.htm, a fecha 12 de septiembre de 2002. 59 Asunto C-353/99 P, de 6 de diciembre de 2001. Versión electrónica gratuita y no auténtica, disponible en http://europa.eu.int/cj/es/jurisp/index.htm, a fecha 12 de septiembre de 2002. 60 Asunto T-112/98, de 20 de febrero de 2001. Versión electrónica gratuita y no auténtica, disponible en http://europa.eu.int/cj/es/jurisp/index.htm, a fecha 12 de septiembre de 2002. 61 T. FREIXES SANJUÁN y J. C. REMOTTI CARBONELL , op. cit., pp. 77-78; y M. MARSAL FERRER, op. cit., p. 51. 62 Asunto T-54/99, de 30 de enero de 2002. Versión electrónica gratuita y no auténtica, disponible en http://europa.eu.int/cj/es/jurisp/index.htm, a fecha 12 de septiembre de 2002. 63 Asunto T-177/01, de 3 de mayo de 2002. Versión electrónica gratuita y no auténtica, disponible en http://europa.eu.int/cj/es/jurisp/index.htm, a fecha 12 de septiembre de 2002. 11 el derecho a un recurso efectivo ante un órgano jurisdiccional competente y sólo a mayor abundamiento señala que este derecho ha sido «reafirmado64» por el artículo 47 de la Carta (párrafo 42). Podemos concluir, pues, que el Tribunal no ha negado la posible aplicación no retroactiva de la Carta pero se ha limitado a utilizar la Carta como elemento interpretativo confirmatorio o reafirmante de la eficacia jurídica de unos derechos cuya fuerza vinculante parece derivar no tanto de la Carta como de las fuentes jurídicas originarias de los derechos en cuestión; por otra parte se ha señalado entre la doctrina un efecto jurídico también apuntado por los Abogados Generales, esto es, su funcionalidad como documento que, en cuanto expresión de los «valores comunes» de la Unión Europea, es la condensación de las tradiciones constitucionales comunes y de los principios generales del Derecho Comunitario y, en cuanto tal, puede ser invocado por el Tribunal de Justicia para reconocer y delimitar los derechos65. Por último, a los efectos jurídicos ya señalados podemos añadir lo que Pace ha calificado como «una importante función “sustancialmente constitucional”66» en relación con las medidas que puede adoptar el Consejo en caso de «violación grave y persistente por parte de un Estado miembro de principios contemplados en el apartado 1 del artículo 6 67», esto es, de los principios de libertad, democracia, respeto de los derechos humanos y libertades fundamentales y el Estado de Derecho como principios comunes a los Estados miembros; pues bien, en la medida en que la proclamación de la Carta ha supuesto la sistematización, especificación y concreción de los derechos fundamentales reconocidos en las diversas fuentes jurídicas de la Unión, estos principios que integran el parámetro de las valoraciones del Consejo «en buena parte [...] han asumido, bien o mal, una forma explícita» a consecuencia de la proclamación de la Carta. En definitiva, la Carta de los Derechos Fundamentales ha venido a integrarse en el sistema comunitario de protección de los derechos fundamentales, articulado básicamente en torno al artículo 6 del TUE, con una fuerza jurídica vinculante limitada, subordinada y derivada a la de las fuentes originarias y en una situación de precariedad, «a precario» mientras no adquiera plena eficacia jurídica. Precariedad que deriva de que «la Carta, aún cuando pueda tener un valor interpretativo, todavía no tiene un valor jurídico vinculante68». 4. Su valor político como símbolo de la ciudadanía europea 64 Es significativo en este sentido que el Preámbulo de la Carta afirme que «la presente Carta reafirma, respetando las competencias y misiones de la Comunidad y de la Unión, así como el principio de subsidiariedad, los derechos resultantes especialmente de las tradiciones constitucionales comunes de los Estados miembros, del Tratado de la Unión Europea y de los Tratados comunitarios, del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales, de las Cartas Sociales adoptadas por la Comunidad y por el Consejo de Europa, así como de la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos» (la cursiva es nuestra). 65 L. M. DÍEZ-PICAZO JIMÉNEZ, op. cit., pp. 27 y 28; en el mismo sentido, J. A. CARRILLO SALCEDO, op. cit., pp. 18-20; A. SÁNCHEZ, op. cit., pp. 45 Y 47; y A. LÓPEZ CASTILLO, op. cit., p. 44. 66 A. PACE, op. cit., pp. 181-182 de donde proceden también las siguientes citas. También para A. W EBER, «la Carta ofrece una base más precisa para substantivar el mecanismo de sanción del artículo 7 TUE» (op. cit., p. 83). 67 El Tratado de Niza, de 26 de febrero de 2001, tras la experiencia del caso Haider (A. PACE, op. cit., pp. 181-182) ha añadido un nuevo párrafo primero en el que se prevé que el Consejo pueda, previo informe de personalidades independientes, dirigir recomendaciones a los Estados miembros en caso de constatación de la existencia de «un riesgo claro de violación grave por parte de un Estado miembro de principios contemplados en el apartado 1 del artículo 6» (artículo 1.1). 68 T. FREIXES SANJUÁN y J. C. REMOTTI CARBONELL , op. cit., p. 92. 12 Sin perjuicio de su limitada eficacia jurídica, la función principal de la Carta de los Derechos Fundamentales es actuar como símbolo69 político de la ciudadanía europea creada en Maastricht e incorporada al Tratado de la Comunidad Europea y a la propia Carta en su capítulo V70. La creación de la ciudadanía de la Unión responde esencialmente a la necesidad de dotar de una base política identitaria al proceso de construcción europea. Como señala la documentación institucional de la Unión, la ciudadanía europea «tiene por objeto reforzar el vínculo entre el ciudadano y Europa favoreciendo el desarrollo de una opinión pública europea y de una identidad política de Europa71»; su complementariedad respecto de la ciudadanía nacional es «portadora de potencialidades puesto que profundiza en el sentimiento de pertenencia del ciudadano a la Unión y lo vuelve más tangible72». Si la ciudadanía se manifiesta en la atribución de un estatuto de derechos, libertades y deberes, la titularidad de este último es, a su vez, vehículo de expresión de la pertenencia a un orden jurídico-político común y de la sujeción a las normas e instituciones que garantizan el ejercicio de los derechos y el cumplimiento de las obligaciones. Desde esta perspectiva, los derechos y libertades no son únicamente haces de facultades jurídicas, activables al servicio de los legítimos intereses individuales de sus sujetos sino que presentan una dimensión objetiva de elementos de integración en la comunidad jurídico-política, haciendo visible su existencia. Los derechos y libertades, en cuanto formas de articulación de las relaciones jurídicas entre el individuo y el poder público, son la expresión más característica de la ciudadanía. La ciudadanía no es sólo, por tanto, un status jurídico sino que es también un sentimiento de identidad política, de adscripción a una determinada estructura de convivencia y organización jurídico-política y en ese sentido su funcionalidad no se agota en el reconocimiento de unos derechos y en el establecimiento de unas garantías de los mismos sino que se extiende a la integración política; su eficacia no es sólo jurídica sino que despliega efectos en el orden de la integración política. La participación en una esfera común de derechos, libertades y deberes en el seno de un determinado sistema jurídico e institucional crea vínculos y solidaridades sobre las que cimentar la arquitectura constitucional de la Unión 69 L. MARTÍN-RETORTILLO BAQUER considera acertadamente que cuando se tratan los derechos fundamentales «conviene advertir, en efecto, la faceta de lo simbólico, de una parte, y la de la efectividad jurídica, de otra. Pesa mucho lo simbólico, las grandes ideas y representaciones, la fuerza así de las Declaraciones de derechos. Los ciudadanos, los pueblos, necesitan de testimonios aparentes y gráficos, de símbolos. Son las referencias hondas y solemnes, a veces simplificadas, que tanto llegan a significar. Aunque, obviamente, haya que destacar que lo simbólico sólo no sirve, que hay que descender al terreno de la efectividad donde se requerirán las respuestas positivas y los cauces y remedios jurídicos» (op. cit., pp. 32-33). Cita así como documentos de gran valor simbólico la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, la Declaración Universal de Derechos Humanos y el Convenio de Roma (ídem). 70 El capítulo V de la Carta incluye bajo la rúbrica «Ciudadanía» los artículos 39 a 46 en los que regula los derechos de ciudadanía ya reconocidos en la segunda parte del TCE (artículos 17 a 22) a los que añade el derecho a una buena administración, anteriormente consagrado por la jurisprudencia del Tribunal de Justicia y el derecho de acceso a los documentos ya reconocido por los artículos 207 y 255 del TCE. Con respecto a este capítulo, A. LÓPEZ CASTILLO critica «la equivocidad de una denominación que sólo en un cincuenta por ciento responde a la realidad. De la exclusiva titularidad de los ciudadanos de la Unión, son, pues, sólo los derechos de sufragio activo y pasivo en las elecciones al Parlamento Europeo y entidades municipales de los Estados miembros, a la libre circulación y residencia y a la protección diplomática y consular, derechos todos ellos reconocidos en el TCE (arts. 19.1 y 2, 18.1 y 20, respectivamente» (op. cit., p. 59). 71 Voz «Ciudadanía de la Unión», en Glosario, disponible en http://europa.eu.int/scadplus/leg/es/cig/g4000c.htm#c5, a fecha 12 de septiembre de 2002. 72 Ciudadanía de la Unión. Introducción, disponible en http://europa.eu.int/scadplus/leg/es/lvb/l23001.htm, a fecha 12 de septiembre de 2002. 13 Europea73. Según señala Pace, citando a S. Rodotà, «se puede compartir la tesis formulada autorizadamente sobre la base de las conclusiones del Consejo Europeo de Colonia según la cual la Carta ha puesto en marcha un proceso dirigido a “convertir a los ciudadanos europeos en protagonistas de la construcción europea74” y, por tanto, a crear las condiciones para el nacimiento de un demos europeo”75»; la Carta es, para el ilustre constitucionalista italiano, como se deduce de su Preámbulo, «un instrumento para crear las condiciones favorables para el mantenimiento y desarrollo de los valores comunes allí expresamente indicados (dignidad humana, libertad, igualdad, solidaridad, democracia y Estado de Derecho). Después habrá de verse si, alcanzada esta integración cultural, los tiempos estarán maduros para que a la Carta le pueda seguir también una constitución europea en sentido documental y prescriptivo76». Visibilidad e integración son, pues, los dos efectos, concatenados por ese orden, de este concepto metajurídico de la ciudadanía europea. Pero la ciudadanía de la Unión es, no obstante, una noción que remite a una entelequia, a un ente de razón la Unión Europea con escasa presencia directa en su vida cotidiana y cuya aprehensión exige, por tanto, una cierta actividad de razonamiento intelectual abstracto; la ciudadanía de la Unión es, sin duda, un concepto que facilita la identificación con el proceso de construcción europea al implicar la titularidad y ejercicio de determinados derechos en su relación con el nuevo poder jurídicopúblico europeo pero no deja de ser, a su vez, un concepto también abstracto aunque en menor grado en la medida que se mueve en el mundo de las ideas jurídicas. De ahí la necesidad de expresar simbólicamente las significaciones asociadas a la idea de ciudadanía mediante el recurso a los símbolos políticos77. Un símbolo es, en último, término, la representación sensible de una determinada realidad a la que reenvía. Como ha señalado entre la doctrina española M. García-Pelayo Alonso, el símbolo se constituye «por una realidad material o sensible o por una imagen, que 73 «El objetivo consiste en acabar con la indiferencia del propio europeo frente a los entes de Bruselas, y para ello, habría que intentar transmutar al bourgeois en citoyen» (la cursiva es del autor, A. FERNÁNDEZ TOMÁS, citando a J. A. ESTEVEZ ARAUJO, op. cit., p. 17). 74 En este sentido, señala la Comisión que «la proclamación de la Carta de los Derechos Fundamentales, al enumerar el conjunto de los derechos fundamentales que las instituciones y los Estados miembros deben respetar y proteger en su aplicación del Derecho de la Unión, es un signo inequívoco de que el ciudadano se halla finalmente en el centro de la construcción europea» (Tercer informe de la Comisión sobre la ciudadanía de la Unión, cit., p. 27).. 75 A. PACE, op. cit., p. 179, citando a S. RODOTÀ. En el mismo sentido P. BIGLINO CAMPOS afirma que la idea de ciudadanía europea adquiere especial relevancia en el contexto del proceso de integración política iniciado en Maastricht: «a través de esta noción puede lograrse que los habitantes de la Comunidad se integren en un solo pueblo, al que sea posible atribuir la titularidad de la función de dirección política»; aunque el déficit democrático de la Unión Europea debilita su sentido estricto más característico de participación en la formación de la voluntad política, «manifiesta una notable capacidad para lograr una progresiva integración política entre los pueblos de la Comunidad. [...] Es cierto que las limitaciones que afectan a la figura, relacionadas con la estructura de poderes de la Comunidad, ensombrecen dicho objetivo. A pesar de ello, parece un concepto capaz de fomentar la cohesión. Al hacer más homogénea la posición jurídica de los ciudadanos de los Estados miembros, logra dar una paso adelante en la exigencia de unidad que es necesaria para la creación de un sólo pueblo europeo» (op. cit., pp. 4, 10 y 11). También L. M. DÍEZ-PICAZO JIMÉNEZ aduce que «en la medida que establece los fines últimos del poder político liberal-democrático, una declaración de derechos sirve también para sentar el fundamento del demos o cuerpo político que es destinatario de dicho aparato de poder. En otras palabras, siempre desde una perspectiva liberal-democrática, parece más acertado describir el cuerpo político como el conjunto de personas que viven bajo una misma declaración de derechos civiles y políticos que como una comunidad de rasgos culturalmente heredados por no mencionar los de índole étnica» (op. cit., p. 22). 76 A. PACE, op. cit., p. 181. 77 Sobre los símbolos políticos puede consultarse la bibliografía citada en G. ROLLNERT LIERN, La Jefatura del Estado: símbolo e integración política en la Constitución vigente, Colección Ideas y Políticas Constitucionales (CIPC), Valencia, 2002. 14 de modo más o menos preciso, se puede representar visiblemente [...], a la que se convierte en portadora de significaciones, o dicho a la inversa, por la traslación de un conjunto de representaciones, es decir, de algo inmaterial o no sensible, a algo material y sensible o susceptible de ser así representado. El símbolo da, pues, presencia material a una realidad inmaterial78». El símbolo presentiza a lo simbolizado, lo hace visible y permite su captación mediante los sentidos. Los símbolos políticos se caracterizan, además, siguiendo al mismo autor, por su relación funcional con el proceso de integración en que consiste toda unidad política, entendiendo por integración la transformación de una pluralidad social de individuos y grupos en una unidad de poder estructurada y con posibilidad real de oposición antagónica con otras unidades del mismo tipo79. Pero la representación simbólica presenta también una connotación de apelación a fuentes irracionales como los sentimientos o las emociones para reforzar el proceso de integración y completar las vías racionales de integración política; el símbolo busca no tanto comunicar un significado como provocar una respuesta socio-emocional y movilizar no sólo la razón sino la totalidad de las funciones humanas80. Ahora bien, la eficacia integradora de los símbolos no excluye la posibilidad de que el mismo símbolo constituya, a su vez, un factor de integración mediante el conocimiento lógicoracional; tal y como afirma E. Cassirer, «una misma idea puede expresarse en forma mítica y en forma racional de modo que la diferencia radicaría no tanto en su contenido cuanto en su modalidad81». En consecuencia, cabe hablar de una segunda virtualidad del símbolo, de naturaleza gnoseológica, en la medida que, además de su eficacia como resorte de movilización de los impulsos afectivos e irracionales, actúa también como un medio complementario de acceso a un concepto dificultoso desde un punto de vista racional de forma que el ciudadano puede acabar percibiendo, a través del símbolo, la misma idea a la que llegar racionalmente le supondría un esfuerzo de abstracción intelectual82. Puede hablarse pues de una «función intelectual o representativa83» del símbolo sustituyendo al concepto como una vía simplificada de acceso a un ente de razón. Pues bien, todas estas notas características de los símbolos políticos son, a mi juicio, aplicables a la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea que expresaría simbólicamente el significado del concepto de ciudadanía de la Unión y adquiriría así un valor político simbólico84 en el proceso de construcción europea: a) La visibilidad de los derechos en un documento único frente a su anterior dispersión normativa, además de contribuir a la seguridad jurídica y al mejor conocimiento de los derechos, otorga una presencia material y tangible «palpable85», en expresión de L. MartínRetortillo Baquer a los derechos que integran el estatuto de la ciudadanía europea, 78 M. GARCÍA-PELAYO ALONSO, Mitos y símbolos políticos, Taurus, Madrid, 1964, incluido EN M. GARCÍAPELAYO ALONSO, Obras Completas, vol. I, Centro de Estudios Constitucionales, 1991, p. 989. Las referencias se hacen a esta última versión. 79 M. GARCÍA-PELAYO ALONSO, op. cit., p. 989. 80 M. GARCÍA-PELAYO ALONSO, op. cit., p. 991. 81 E. CASSIRER, Filosofía de las formas simbólicas, t. II, citado por M. GARCÍA-PELAYO ALONSO, Los mitos políticos, Alianza Editorial, Madrid, 1981, p. 13. 82 G. ROLLNERT LIERN, op. cit., p. 245. 83 J. L. GÓMEZ-DEGANO, «La Corona en la Constitución Española de 1978», en Jornadas de estudio sobre el Título Preliminar de la Constitución, vol. II., Dirección General del Servicio Jurídico del Estado, Madrid, 1988, p. 1463. 84 En este sentido señala A. LÓPEZ CASTILLO que «a su dimensión simbólica como elemento de referencia en la perspectiva del debate sobre el futuro de la Unión viene a sumar un plusvalor, como texto acabado que, a la espera de su juridificación se expresa en “la lengua de los derechos” (op. cit., p. 70), utilizando la expresión acuñada por E. GARCÍA DE ENTERRÍA y aplicada a la Carta por L. M. DÍEZ-PICAZO JIMÉNEZ, op. cit., p. 22. También J. A. CARRILLO SALCEDO hace referencia al «valor simbólico» de la Carta (op. cit., p. 19). 85 L. MARTÍN-RETORTILLO BAQUER, op. cit., p. 43. 15 representando simbólicamente la pertenencia a una misma comunidad política; en palabras de F. Rubio Llorente, la finalidad del encargo realizado por el Consejo de Colonia a la Convención redactora de la Carta «no es la de incorporar al ordenamiento comunitario unos Derechos de los que hasta ahora carecía sino, simplemente, la de hacer visibles Derechos que ya existían en él como derechos vigentes; “ponerlos de relieve”, “poner de manifiesto a los ciudadanos su sobresaliente importancia y su alcance”. Se trata en consecuencia de una finalidad política, pedagógica, no jurídica86». b) La integración política es, sin duda, el fin objetivo de la proclamación de la Carta como primer pilar del proceso de constitucionalización de la Unión; parafraseando a R. Smend, todo orden político tiene en última instancia un sentido integrador87 y, desde esta perspectiva, la función de la Carta en la dinámica constitucional de la Unión no puede captarse desde la perspectiva unidimensional de su fuerza jurídica vinculante sino desde su contribución al proceso integrador de la Unión; el sentido jurídico-constitucional de la Carta no puede ser objeto exclusivo de un análisis lógico-formal sino que debe dar cuenta de su funcionalidad en el proceso de integración europea88. c) Aunque puede parecer paradójico en un documento racionalizador del sistema comunitario de protección de los derechos, la Carta, más allá de sus efectos jurídicos ya examinados, pretende también suscitar en la ciudadanía europea adhesiones afectivas a la idea de una Unión Europea legitimada materialmente en el respeto y la protección de los derechos fundamentales; en este sentido, no importa tanto la difusión del contenido de los derechos integrados en la Carta y de sus mecanismos de protección como la extensión entre los europeos de un sentimiento de identificación, no exclusivamente racional, con la estructura jurídico-política en cuyo seno se proclama la Carta89. d) También la Carta permite acceder fácilmente y de forma simple y gráfica a la idea de identidad común que subyace en el concepto de ciudadanía europea sin necesidad de recurrir a explicaciones más elaboradas sobre la noción jurídica de ciudadanía y al complejo sistema comunitario de protección de los derechos fundamentales cuya sustancia reside en el juego de reenvíos previsto por el artículo 6.2 del TUE. Concluyendo la comunicación, la eficacia de la Carta de Niza es esencialmente simbólico-política al representar simbólicamente el concepto de ciudadanía de la Unión mediante la plasmación de los derechos que integran su estatuto en un documento único solemnemente proclamado por las instituciones comunitarias más representativas; en palabras de A. Pace, «la Carta contribuye a crear, en los ciudadanos de la Unión, la conciencia de su identidad común y de su destino europeo común; y por tanto [...] debería servir según las intenciones de sus autores, para allanar el camino hacia una eventual y futura Constitución Europea90». Como dijo certeramente A. de Tocqueville, «únicamente la ciudadanía hace de la 86 F. RUBIO LLORENTE, «Mostrar los derechos sin destruir la Unión», cit., p. 30. R. SMEND, Constitución y Derecho Constitucional, trad. de J. M BENEYTO PÉREZ, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1985, p. 127. 88 «Esto es lo esencial en la valoración de la naturaleza de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea: su significado en el proceso de la construcción europea, en la medida en que, como ha observado el profesor Joseph W EILER, toda declaración de derechos tiene , por su misma naturaleza, vocación centrípeta» (J. A. CARRILLO SALCEDO, op. cit., pp. 15-16). 89 Asevera en este sentido R. Alonso García que la Carta «supone intensificar la sensación de que esa organización de Estados sui generis que es la Unión Europea, va más allá de la inicial consideración del individuo como mero factor de producción que rodeó los orígenes de la Europa comunitaria, haciendo progresivamente realidad la “unión progresivamente más estrecha de los pueblos europeos” que ya vislumbraba en su preámbulo el Tratado de 1957 y que impulsó el Tratado de Maastricht» [«La Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea», en Gaceta Jurídica de la Unión Europea y de la Competencia, núm. 209 (2000), p. 10[. 90 A. PACE, op. cit., p. 177. En el mismo sentido, M. MARSAL FERRER afirma que «la Carta representa un paso hacia una Constitución europea [...] desde el punto de vista de dotar de contenido la ciudadanía europea, como punto de partida necesario para la existencia de un pueblo europeo como una comunidad 87 16 Unión una comunidad política por encima de los intereses territoriales91» y es ese vínculo jurídico-político supraterritorial el elemento que en última instancia simboliza la Carta al proclamar la multiplicidad de los derechos en que se proyecta. de valores compartidos con suficiente entidad para llegar a ser un constituyente europeo con la conciencia de serlo en sentido político» (op. cit., p. 48). 91 Citado por A. RODRÍGUEZ BEREIJO, op. cit., p. 7. 17