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RESEÑAS
Manuel Vázquez Montalbán, La Aznaridad. “Por el imperio hacia
Dios o por Dios hacia el imperio”, 2003, Barcelona, Mondadori, 384 p.
E
l escritor catalán Manuel Vázquez Montalbán (Barcelona, 1939-Bangkok,
2003) formó una parte importante del cuerpo crítico intelectual contra la
dictadura franquista y seguirá siendo un elemento esencial en el alma intelectual de la ciudad de Barcelona. El año pasado, en el aeropuerto de Bangkok, su
corazón le estalló minutos antes de regresar a la ciudad condal. ¿Qué contenía
su corazón? Literatura, política, comida y futbol (solamente en el corazón
pueden habitar un conjunto de pasiones que animan al ser humano). Cuatro
pasiones-coordenadas en donde instaló su auténtica fábrica de reflexiones.
A lo largo de su vida, el estado emocional de Montalbán fue la perplejidad,
estado que le obligó a no reposar la pluma sobre la mesa ni dejar su laptop
en casa. Hoy, el mundo, no da pausas a la perplejidad del ser.
La Aznaridad se convirtió en el libro póstumo de Montalbán, que coincidió
con la finalización del segundo gobierno del presidente José María Aznar.
El vehículo de La Aznaridad es la decisión que tomó el presidente español
de unirse a Estados Unidos y Reino Unido para atacar a Irak. “La cumbre de
las Azores” (la reunión en la que Aznar, Bush y Blair, en la isla portuguesa,
lanzaron la primicia de iniciar la guerra, decisión que derrumbó las expectativas pacifistas de la ONU) como metáfora nihilista de la venganza por lo
ocurrido el 11 de septiembre de 2001.
Por el imperio hacia Dios o por Dios hacia el imperio, es la ruta que
tomó Montalbán para intentar entender la participación de España en Irak.
“Desde su nacimiento, (Aznar) está convencido de que por el imperio se
llega a Dios y ahora convencido por Bush de que por Dios se llega más
fácilmente al imperio”. A través del libro, Montalbán realiza una cirugía
sobre la decisión bélica de Aznar y concluye con diversas hipótesis que
traduce a través de los muñecos de guiñol, serie televisiva del Canal + en
donde los personajes reales imitan a los de la cómica ficción; para Montalbán,
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RESEÑAS
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Francisco Álvarez Cascos (ministro de Fomento) es un terminator cinegético,
Mariano Rajoy (candidato presidencial del partido Popular) es un todoterreno
triste, y Federico Trillo, ministro de Defensa es un acomplejado por lo difícil
que resulta disparar. De manera lúcida, Montalbán se da cuenta de que la
sociedad global vive un show permanente y en él los electores se han transformado en espectadores.
En su papel de polichinela, Aznar agrió el humor de los países fundadores
de la Unión Europea al dividir geométricamente a los socios de la misma.
Por efectos miméticos, Aznar repitió las alegorías de Bush: ¿Quieren ser
buenos? Únanse con nosotros y acabemos con el Islam, que son los terroristas. ¿Quieren ser malos? No se unan con nosotros. Estados Unidos actúa,
Europa sueña. Así de frívola y reduccionista parecería ser la parábola
hegeliana de Bush. Aznar le creyó por diferentes razones: magnífica oportunidad para adormecer los nacionalismos hispánicamente incorrectos, como
los son el vasco y el catalán; colosal idea para derretir a ETA, al menos en la
imaginación, en un horno con molde (genérico) cuyos efectos se dan en el
área publicitaria pero nunca representan la solución al problema, pues los
grupos terroristas que hay en el mundo son originados por diversas causas
y, por lo tanto, sus soluciones son de diversa índole. En este sentido la
conclusión podría ser: “seamos quiméricos, pidamos lo posible”; genial
idea para romper con el felipismo, enfermedad que erosiona el sentido común
de la derecha que todavía por las noches sueña con Franco; soberbia solución del país que se revela al histórico liderazgo de Francia y Alemania
(motores de la Unión Europea).
En La aznaridad se descubre la misteriosa personalidad de un hombre
que siendo inspector de hacienda no se imaginaba que algún día podría ser
presidente; el hombre que organiza recitales de poesía en la Moncloa (residencia presidencial) decidió un día que ir contra Europa le crearía un precedente de estadista.
Fueron ocho años de cantinelas, que el Presidente Aznar presentó como
novedades en época de rebajas políticas. Tuvo un sueño, globalizar al
grupo terrorista ETA para aplicarle la receta norteamericana. Tuvo un defecto,
la soberbia ante el error. Las aguas gallegas se dibujaron del color petróleo
y su reacción fue tardía y equivocada. El ministro Mariano Rajoy sentenció: “El barco Prestige sólo arroja pequeños hilos de petróleo.” Tuvo una
obsesión, el nacionalismo vasco. Tuvo un tic perverso hacia el nacionalismo
catalán, su reacción electorera ante el fatídico error de Carod Rovira, otrora
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RESEÑAS
conseller en cap (número dos del Gobierno catalán), que a espaldas del
Presidente catalán Pasqual Maragall se sentó con miembros de ETA el pasado
4 de enero en Perpiñán; tuvo una corte mediática que lo acompañó en sus
alegrías y tristezas: Los periódicos ABC, La Razón y El Mundo se fusionaron
por el “bien del nacionalismo del siglo XV”. La cadena de radio COPE emitió
entrevistas, charlas y tertulias en las que se dio la primicia sobre la metamorfosis de España a una potencia mundial a partir de la foto de las Azores. Y
qué decir de la Televisión Española (TVE), cuyo director de noticieros,
Alfredo Urdaci, censuró la nota con implicaciones nacionales: una huelga
general, y por si eso fuera poco, la proyección de una serie llamada “Cuéntame cómo pasó”, donde la familia del hombre, supuestamente republicana,
presenta anémicas reacciones ante lo que sucede en su entorno, es decir, se
exhibe un republicanismo cool. Tuvo una osadía, presentarse en la oficina
de los Pinos para convencer al Presidente Fox de vender el voto en el Consejo
de Seguridad y ‘comer tamales’.
Suele suceder que el futbol sea un lenguaje con el que se pueden descifrar
las parábolas de los políticos. España no es la excepción. El futbol español
es la continuación de la guerra civil pero a través de medios lúdicos. Para
Montalbán el equipo de Barcelona es un ejército sin armas. Reflexión cuya
genética se encuentra en el franquismo, pues para el generalísimo, el equipo
Real Madrid representaba la fuente del etnocentrismo hispánico por antonomasia. El equipo del pueblo, orgullo de la Nación. Un equipo que maravilló
a Europa al conseguir seis títulos durante el franquismo. La metáfora era clara:
no importa ser un país que cierre las fronteras a Europa, siempre y cuando
se exporte la bandera. Tres décadas después, el Real Madrid se ha convertido en un equipo geocéntrico. Los ‘galácticos’ (así se les conoce) son reconocidos en todo el mundo. Zidane, Roberto Carlos, Ronaldo, Raúl y Beckam
son marcas globales que pudieran representar la metáfora de la apertura
política española hacia el mundo. Sin embargo, en la mente de Aznar el
Real Madrid sigue siendo, silenciosamente, un legado del franquismo.
La aznaridad se convierte en el último suspiro político de un hombre
brillante y comprometido con sus ideas, Manuel Vázquez Montalbán.
FAUSTO PRETELIN
Departamento Académico de
Estudios Internacionales, ITAM
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