©ITAM Derechos Reservados. La reproducción total o parcial de este artículo se podrá hacer si el ITAM otorga la autorización previamente por escrito. RESEÑAS RESEÑAS Mario Vargas Llosa, La tentación de lo imposible: Víctor Hugo y “Los Miserables”, 2004, Madrid, Alfaguara, 223 p. E ntre las cualidades de Mario Vargas Llosa, como escritor y dramaturgo, está la de ser un audaz novelista que sabe decir la verdad con mentiras. También es un brillante ensayista para desentrañar los mecanismos de la literatura como en este ensayo, versión abreviada de un curso dictado en la Universidad de Oxford durante los meses de abril y mayo de 2004. Desde aquel estudio de La orgía perpetua: Flaubert y “Madame Bovary” pasando por La verdad de las mentiras, Vargas Llosa contrajo una deuda intelectual con la literatura francesa del siglo XIX, y en especial, con Los Miserables de Víctor Hugo, que en esta ocasión se propone saldar con La tentación de lo imposible. Y no sólo se contrajo esa deuda histórica con el más famoso y público de los genios franceses decimonónicos, sino que también ha logrado saldar la deuda personal que él mismo tenía con Víctor Hugo al hacerle justicia con el reconocimiento de su propia vocación de escritor. Cuenta Vargas Llosa que hacia 1950, cuando leía por primera vez la novela de Víctor Hugo, percibió en su experiencia de lector agudo la posibilidad de hundirse en el mundo de la ficción, lo cual le permitiría conocer más y mejor la realidad. Este acontecimiento, inolvidable para él, trajo como resultado que descubriera su pasión por la novela y la función de la ficción en la vida de los pueblos. El ensayo que ahora proponemos a la consideración del lector es el desafío más reciente que Vargas Llosa acomete para saber si la literatura nos puede enseñar, o no, algo sobre la realidad. Después de hacer una introducción sobre la inabarcable personalidad de Víctor Hugo, en el primer capítulo que lleva por título ‘El divino estenógrafo’, Vargas Llosa sostiene y demuestra la tesis de que el personaje principal de Los Miserables no son los protagonistas de la novela, sino el narrador. 147 ©ITAM Derechos Reservados. La reproducción total o parcial de este artículo se podrá hacer si el ITAM otorga la autorización previamente por escrito. RESEÑAS 148 El que cuenta la historia y la trama de la aventura y desventura de Jean Valjean ejerce su omnipotencia a lo largo de toda la novela. A través de citas tomadas de la edición de La Pléyade, 1951, París, Gallimard y traducidas por Vargas Llosa, nos describe quién es el narrador. La omnisciencia y la todopoderosa habilidad para hacer con palabras que el mundo creado por Víctor Hugo sea tan complejo, tan ambiguo y tan inverosímil, prueban que el dueño absoluto del relato es este ‘divino estenógrafo’. El lector de la obra que no es consciente de esta advertencia preliminar acerca del narrador, puede cometer dos errores al leer la novela: el primero sería creer al narrador lo que dice de sí mismo como para saber, a partir de allí, quién es él. Y el otro error, no menos lamentable, sería el de confundir el mundo real, histórico, del autor con el mundo ficticio de historias entrelazadas en la novela. Vargas Llosa cree que Víctor Hugo es un narrador que se esconde siempre, escapa, y dice puras mentiras. Sin embargo, es un tipo honesto que convence porque es capaz de narrar los hechos ficticios con toda fidelidad. El narrador es el dueño absoluto de su relato y el efecto en el lector es el de forzarlo a dar, sin mucho esfuerzo, un voto de confianza, si es que quiere saber lo que pasó y lo que no. ¿Quién es entonces el narrador de Los Miserables? Si Madame Bovary inaugura una forma de hacer novela, más apegada a los límites de una humildad narrativa, pero también más propensa a la intensidad de la pasión, la novela de Víctor Hugo viene a ser la coronación de todo lo ilimitado y hasta lo imposible que autor alguno se haya propuesto hacer por medio de la literatura. Desde el Quijote de Cervantes, no hay, durante los siglos XVIII y XIX, empresa más desmedida y al mismo tiempo más contradictoria que esta novela total –como Vargas Llosa la califica– de Los Miserables. El narrador es, desde luego, el autor. Pero, después de Cervantes, el autor de cualquier novela no necesariamente tiene que ser el narrador. Cuando hay narrador, el autor desaparece en favor de cierta credibilidad. Toda la diferencia entre la novela clásica y la novela moderna, Vargas Llosa la hace residir en la necesidad de distinguir claramente la credibilidad del narrador. La credibilidad se logra con la primera creación del autor que no son los personajes sino la voz de aquel que, con sus palabras, se hace oír. Los novelistas modernos, empezando por Flaubert (que publicó Madame Bovary en ©ITAM Derechos Reservados. La reproducción total o parcial de este artículo se podrá hacer si el ITAM otorga la autorización previamente por escrito. RESEÑAS 1856, seis años antes de que Víctor Hugo publicara Los Miserables) han introducido el narrador impersonal e invisible. El narrador de Los Miserables no es invisible, siempre está presente y siempre se entromete para seguir contando la trama de su historia. Víctor Hugo –en este caso bajo la impostura del narrador– es el que protagoniza y al mismo tiempo el ‘divino estenógrafo’ que transcribe la historia de Jean Valjean, otro genio de la impostura. Por más que el estenógrafo sea divino y gobierne en todo el mundo de su invención, ‘la vena negra del destino’, título del segundo capítulo, no se puede eludir. Esta idea está en los orígenes de la literatura dramática y del teatro griego. Si siguiéramos el hilo de la trama de la novela podríamos descubrir la naturaleza de la vida en la realidad ficticia, la libertad humana en la de los personajes, y aquellos factores que intervienen en la dicha o la desdicha de los seres gobernados. En Los Miserables, Vargas Llosa ve un orden de la casualidad que regula la vida de la ficción: existe orden –dice Vargas Llosa– porque hay ‘coincidencias’ y ‘ratoneras-imanes’, que nos atrapan y nos detienen por momentos, para que sepamos apreciar el desarrollo de lo que viene. En cuanto a la ‘ratoneras-imanes’ o trampas que atrapan al lector, Vargas Llosa menciona tres lugares clave: la masure Gorbeau, la barricada de Chanvrerie, y las cloacas de París. En estos tres sitios privilegiados de la vena negra del destino de estos personajes, no sólo vemos concurrir el pasado y el futuro de la historia que nos cuenta el estenógrafo divino, sino que vemos también su sentido. El otro elemento fundamental del destino es ‘la escurridiza libertad’ –como la llama Vargas Llosa– en la que el hombre tiene el poder de decisión sobre su vida o en el que le queda un reducto de albedrío frente las circunstancias, pese a lo cual, Dios imprime su sello. El tercer capítulo del ensayo trata el tema de los personajes. El autor sostiene que el romanticismo creó sus mitos, sus fantasmas, sus sueños y una visión ideal del ser humano como cualquier otra época. Los Miserables no contiene personajes normales sino seres de excepción que se graban en la memoria del lector. Para un lector de otra época, los personajes de Los Miserables, lejos de ser conmovedoramente humanos son, más bien, tipos luminosos o tenebrosos, superiores o simples mortales, pero ninguno representa al hombre 149 ©ITAM Derechos Reservados. La reproducción total o parcial de este artículo se podrá hacer si el ITAM otorga la autorización previamente por escrito. RESEÑAS 150 común, sino que son arquetipos de lo humano: el santo, el justo, el héroe, el fanático, etc. Por otro lado, es casi infranqueable la distancia que nos separa de ellos como para apreciarlos tal y como lo hicieron sus primeros lectores. Los protagonistas encarnaban el comportamiento de los propios lectores. Los contemporáneos de Víctor Hugo pensaban diferente a como pensamos hoy. Ellos estaban de acuerdo, quizá, en que la novela los retrataba con fidelidad; en cambio, hoy vemos esos mismos protagonistas muy bien caracterizados hasta el punto de ser modelos en los que se encarnan determinados valores. Otra idea interesante de este capítulo es que en la realidad ficticia de toda literatura dramática o épica, hay buenos y malos y casi nada en medio (quizá una de las excepciones es Marius, el joven enamorado de Cosette), y dentro de esta generalización viene inevitablemente otra, a saber: las fuerzas del bien siempre vencen a las fuerzas del mal. El maniqueísmo de Víctor Hugo, que Vargas Llosa ve en Los Miserables, explica que Valjean venza a Javert. Lo curioso es que el mecanismo romántico que emplea, el también autor de Nuestra señora de París, hizo que los personajes se convirtieran en ‘monstruos quisquillosos’ a los ojos del lector de hoy. El mundo de la novela se nos presenta por ello puritano. No se aceptan medias tintas. Monseñor Bienvenu y Jean Valjean integran el grupo de personajes que podríamos denominar ‘los justos’. Mientras que Javert es ‘el fanático’ que encarna, como nadie, el mundo civilizado de las leyes, el orden y las instituciones. Gavroche, por su parte, es el ‘ángel de cara sucia’ que va por la vida, con alegría y espontaneidad, despertando una simpatía muy especial en el lector. Incluso los personajes colectivos, como los estudiantes bohemios y la banda de ladrones Patron-Minette, son presentados con este forzado maniqueísmo que funciona muy bien para dar el efecto de contraste, caro a la sensibilidad de la época. El poder de la ficción no sólo se despliega en los personajes de esta obra monumental, es el mundo entero el que se ficcionaliza. “El gran teatro del mundo”, título del cuarto capítulo de este ensayo, es el espectáculo que, gracias al poder descriptivo del novelista, se va poblando de identidades distintas para un mismo personaje, o para decorar un escenario ficticio que sea congruente con la trama de la novela. Vargas Llosa refiere la semejanza notable que Víctor Hugo guarda con la obra de Calderón de la Barca, en el ©ITAM Derechos Reservados. La reproducción total o parcial de este artículo se podrá hacer si el ITAM otorga la autorización previamente por escrito. RESEÑAS sentido de que, aquí también, hay un gran teatro del mundo que se puebla con los sueños y los ideales de aquellos que se pasean por él. La teatralidad de toda la novela es esencial para poder apreciar la naturaleza de todo aquello en el que el lector se sumerge. Las escenas de día o de noche, los sucesos que transcurren en lapsos determinados, los paseos o la huída, siempre van acompañados del ambiente que el narrador pone para enfatizar el carácter dramático, épico o lírico de esta gran obra. El narrador –reconoce Vargas Llosa– es capaz de hacer que la historia comparezca para realzar la densidad de los acontecimientos al interior de la verdadera narración. La batalla de Waterloo, por ejemplo, es algo más que una referencia ocurrida en la accidentada historia de Francia, es una metáfora cuya sustancia es la derrota, el fracaso, el orgullo y hasta la pestilencia aquella en la que el oficial napoleónico, ante la exhortación de un general inglés para que se rinda, exclame: Merde! Vargas Llosa quiere destacar en este capítulo el equilibrio que el narrador logra entre el fondo y el contenido de la ficción, para que ésta sea inmensa, grandiosa, cósmica o divina. El quinto capítulo aborda el tema social. La novela de Víctor Hugo es también algo más que una mera ilustración sobre la miseria social que transcurre tanto en lo individual como lo colectivo. La literatura es capaz de reflejar el combate de los males sociales, sobretodo si cumple con la preocupación de lo social. Víctor Hugo, sin embargo, creía en el poder de las palabras como si éstas fuesen actos humanos. Si lo ubicamos en el contexto de la época romántica, el propósito de la novela es, por tanto, denunciar las injusticias y ayudar a remediarlas. Coadyuvar al progreso, en el que tan ciegamente se cree, sería un elemento fundamental que explica por qué la novela es una especie de reportaje de gran aliento. Recordemos que el periodismo también fue, en su origen, un oficio romántico. La evolución política de Víctor Hugo impide etiquetar con una sola interpretación el profundo propósito y sentido social de Los Miserables. Vargas Llosa observa que Víctor Hugo cree que la injusticia se erradicará con la reforma de las instituciones; que el peor enemigo de la cultura es la ignorancia, y que las revoluciones son el precio que hay que pagar por el progresivo mejoramiento de la humanidad. Los justos, Myriel y Valjean, son personajes que encarnarían esta lucha por los ideales de una sociedad decadente. La crítica sociológica que se ha hecho contra este aspecto de la novela yerra, en opinión del ensayista, porque no entiende lo que media en el caso 151 ©ITAM Derechos Reservados. La reproducción total o parcial de este artículo se podrá hacer si el ITAM otorga la autorización previamente por escrito. RESEÑAS 152 de Los Miserables: el poder de la ficción. Bajo este poder, el ‘divino estenógrafo’ exorciza los demonios o pecados de una sociedad que ya no tiene ojos para ver ni oídos para escuchar lo que le dice la realidad. El optimismo idealista de Víctor Hugo se opone al pesimismo ontológico de Vargas Llosa. Este último piensa que la literatura, en general y la novela en particular, no tienen por qué retratar o reproducir la realidad, sino que debe proyectar, desde la ficción, el poder de dicha realidad para que las ‘mentiras’ que allí se dicen hagan sentir la verdad y se logre profundizar en el conocimiento de la realidad misma. Ambos coinciden en que la verdad de las mentiras, muchas veces, es más profunda que la verdad de la historia. Hacemos constar este contraste entre el autor francés y su intérprete peruano sólo para señalar que todo el ensayo de Vargas Llosa está constantemente salpimentado con las observaciones de un creador que se asume también como novelista y que, a veces, comparte o no las intenciones artísticas de su admirado escritor. También podemos decir de nuestra parte que el dominio exhaustivo que Vargas Llosa manifiesta en torno a Los Miserables nos hace pensar en el orgullo y la admiración inmensas que siente por Víctor Hugo hasta el punto, quizá, de la vanidad de saberse un lector tan minucioso y parecido. Volviendo al quinto capítulo del libro, Vargas Llosa reconoce que a lo largo de la vida de Víctor Hugo, quien vivió 83 años, sus opiniones políticas fueron cambiantes, excepto en dos temas fundamentales: el rechazo a la pena capital y la crítica al sistema penal. Víctor Hugo vivió en carne propia escenas de estas dos penosas realidades que lo conmovieron siempre, y siempre buscó estar lo suficientemente documentado para actualizar la información de sus denuncias y no soltar el tema en toda su trayectoria literaria. En Los Miserables, Valjean es un exconvicto que sufre por la persecución de un sistema judicial que a todas luces aparece como injusto para remediar los problemas sociales de su tiempo. El capítulo sexto, por su parte, amplía las reflexiones sociales al campo de la filosofía de la historia. Vargas Llosa lo titula: “La civilización de la barbarie”. A la revolución, Víctor Hugo prefiere llamarle Progreso; a la historia, destino humano; y en una mezcla de providencialismo liberal e historicista aderezado de pragmatismo social democrático, Vargas Llosa ve en Los Miserables de Víctor Hugo una genial disolución de todos los particularismos ideológicos tan complejos de entonces para convertirlos en una nube sentimental y utópica, tan general, que trastoca la historia misma para convertirla en ficción. El divino ©ITAM Derechos Reservados. La reproducción total o parcial de este artículo se podrá hacer si el ITAM otorga la autorización previamente por escrito. RESEÑAS estenógrafo somete a la realidad histórica a una serie de sustituciones como si fuese un cirujano hábil. Pero Vargas Llosa reconoce que los acontecimientos históricos de Waterloo y la insurrección del 5 de junio de 1832 son tan sólo pretextos de que se vale el creador para forjar una realidad distinta. Los Miserables no es una novela política sino una novela moral. No es la oposición entre justicia e injusticia social de lo que habla Víctor Hugo en su obra sino la lucha humana entre el bien y el mal. En el capítulo séptimo del ensayo, el autor analiza el ‘prefacio filosófico’ que Víctor Hugo no quiso incluir en la primera edición de su novela. La importancia de este texto es esencial para comprender el sentido profundo que Víctor Hugo da a toda su novela. Advertir la existencia del alma (que es de lo que habla el prefacio) en los hombres, no sólo es ratificar la libertad y la responsabilidad del hombre, sino también aclarar el vínculo del hombre con lo ‘Desconocido’. El fundamento de toda la reflexión moral de la novela se halla, según Vargas Llosa, precisamente en el prefacio omitido. Todo lo material tiene que ser espiritual porque la superación del hombre comienza por lo material pero lo trasciende, y descubre, en su libertad, la potencia de su fe. Estas ideas se hallan, por supuesto, mejor expuestas y sistematizadas en Hegel, pero el mérito de Vargas Llosa consiste en hacer ver cómo se encarnan en la literatura de Víctor Hugo. Vargas Llosa constata, además, que la mayoría de los comentaristas no le han dado la importancia que merece a este prefacio, a primera vista ajeno a la novela, porque la tentativa que se le atribuye es política, cuando no meramente circunstancial. Parece ser que el interés del prefacio era convencer a los republicanos de que el anticlericalismo no puede ser confundido con ateísmo. Pero si tomamos en cuenta que Víctor Hugo comenzó a escribir la novela en 1845 y la retocó en 1851, para finalmente pulirla y terminarla de 1860 a 1862, 17 años son demasiados años para una intención así. Vargas Llosa cree que, en realidad, lo que ha pasado es que la ambición del novelista fue aumentando hasta el punto de intentar demostrar que si todo lo vemos ‘desde lo alto del cielo’, seremos capaces de comprender por qué ha escrito su novela. ¿Cuál es entonces la tentación de lo imposible? Pareciera que ofrecerle alguna ficción a alguien en un mundo como el nuestro pudiera ser, como entonces, un verdadero crimen y una irresponsabilidad. Así lo pensaba, más o menos, Lamartine en la época de Víctor 153 ©ITAM Derechos Reservados. La reproducción total o parcial de este artículo se podrá hacer si el ITAM otorga la autorización previamente por escrito. RESEÑAS Hugo, cuando escribió su propio ensayo sobre Los Miserables. “La peor, la más homicida de las pasiones –dice Lamartine– es contagiar la pasión por lo imposible.” A Víctor Hugo se le criticó por esta pasión por lo imposible. Vargas Llosa piensa que esa crítica hacia Víctor Hugo es, en realidad, un homenaje permanente no sólo a este gran autor francés, sino al buen escritor de todas las épocas. Vargas Llosa se pregunta ¿cuál es la razón de ser de la ficción en la vida del hombre? Y responde con una bella y profunda reflexión final. La buena ficción no es para confirmar que el mundo está bien. Las ficciones existen para mostrarnos cómo puede ser la realidad y, por tanto, lo que dejan siempre es un cierto malestar que, en el espíritu de los lectores, puede ser subversivo y potenciador del dinamismo creativo. Y nada hay más valioso que la creatividad humana. Sobre todo si ésta queda aguijoneada con la ponzoña de la insatisfacción. De la insatisfacción producida por la lectura de una buena ficción nace la necesidad para desear un mundo, no perfecto, como lo es el de la literatura, sino diferente. Un mundo más justo, más racional, más bello que aquél en el que vivimos todos los días. Lo imposible, por eso, no es del todo improbable. 154 FERNANDO CALOCA Departamento Académico de Estudios Generales, ITAM