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RESEÑAS
RESEÑAS
Patricia Villegas, De alma enamorada, 2004, México, Universidad
Iberoamericana-Miguel Ángel Porrúa, 120 p.
L
a vida y obra de Juan de la Cruz, místico carmelita español (15421591) es una de las piedras de toque de la literatura universal y, en especial,
de la literatura del Siglo de Oro español. Pero no sólo es ejemplar y bella
la figura y la poesía de este hombre de Dios, sino que se trata de una de las
más claras exposiciones de la verdad de la fe cristiana.
A este Juan de Yepes se le ha estudiado de muy distintas maneras. Se ha
abordado su vida y su obra sobre todo desde la perspectiva religiosa, teológica y
poética. Su obra la siguen apreciando en particular religiosos, teólogos, poetas
e historiadores de la cultura. Abundan también los estudios biográficos, históricos, sociológicos, económicos, políticos y psicológicos. La personalidad
y la calidad de su obra es verdaderamente inagotable por lo que se refiere a
su ampliación e innovación del horizonte espiritual del hombre.
Juan de Yepes nació en Fontiveros, Ávila, en 1542. El siglo que le tocó
vivir estuvo marcado por el movimiento de la Contrarreforma que la Iglesia
de ese entonces emprendió en contra de la corrupción y la desunión de la
cristiandad. Su visión del hombre y del mundo es la de aquel tiempo. Su
filosofía de la vida centrada en el hecho religioso de la fe se conceptualiza
siguiendo la filosofía escolástica cristiana. Estudió la teología escolástica en
la Universidad de Salamanca, pero muy pronto buscó nuevos caminos para su
desarrollo espiritual. Ingresó a los 21 años en los Carmelitas de Medina. En
el mes de julio del año 1567 fue ordenado sacerdote y en ese tiempo conoció
a Teresa de Ávila, quien lo convenció de que buscaran juntos la fundación
de una nueva orden religiosa carmelitana. Paradójicamente, esa reforma que
ellos proponían no era un ataque al movimiento de la contrarreforma sino
el intento de una renovación interna dentro de la misma orden religiosa a la
que pertenecían. El joven religioso fue hecho prisionero en varias ocasiones
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porque era considerado una amenaza a la estabilidad. La reforma de Juan y
Teresa fue acusada de rebelde. En 1576 fue arrestado por la orden carmelita
no reformada, y aunque este suceso pasó pronto, no fue más que el inicio
de las persecuciones de que constantemente fue objeto. Al año siguiente
volvió a la cárcel, pero en esa ocasión se llegó a emplear la violencia y
fue llevado a un convento cercano a los observantes. Esta vez, en prisión, fue
torturado, azotado, interrogado y permaneció incomunicado prácticamente
durante nueve meses. Lo alimentaban a pan y agua. La intención de toda esta
agresión en su contra tenía como objetivo que cambiara su posición frente
a la reforma del Carmelo. Pero lejos de caer en la tentación y de perder su
identidad en el crisol del sufrimiento físico y espiritual, este santo varón
transformó su sufrimiento en una llama de amor viva.
Así, Juan de la Cruz (su nombre de religioso) se fugó con la ayuda de
su amiga Teresa (a quien ahora conocemos como Santa Teresa de Jesús) y
fue exiliado y enviado de Castilla a Andalucía. Al cabo de un mes, enfermo fue
hacia Úbeda dónde vivió los últimos meses de su vida. Murió como consecuencia de una terrible enfermedad y del silencio que le fue impuesto. Su
sepulcro fue un hoyo en el suelo; su cadáver, robado en diciembre de 1591.
El 27 de diciembre de 1726 fue canonizado por el Papa Benedicto XIII y
el 24 de agosto de 1926 fue proclamado doctor de la iglesia. Lo único que
este hombre tuvo en vida era el silencio y la poesía, la oración y la vida, la
noche y la llama de Dios en su corazón. La poesía de San Juan de la Cruz
es breve y está escrita en su mayor parte en liras: Subida al monte Carmelo,
Noche oscura del alma, Llama de amor viva, y sobre todo Cántico espiritual,
en el que hace de su unión con Dios un nuevo Cantar de los cantares.
La poesía de San Juan de la Cruz no se puede separar del proyecto
ético de su persona por la sencilla razón de que ese testimonio de vida, que
ha quedado por escrito de la manera más bella, es al mismo tiempo la vida
real que sólo alcanza su plena justificación en Dios. San Juan de la Cruz es
la respuesta viva del amor de Dios.
Patricia Villegas elige uno de los aspectos más difíciles y al mismo tiempo
apasionantes de este monje universal. No le mueve tanto el afán erudito de
señalar el lugar que el hombre de Fontiveros ocupa en la jerarquía literaria;
tampoco el situarlo en la norma o canon de lo que es un poeta del Siglo de
Oro español.
Centrada en la poesía de la Noche oscura y en la Llama de amor viva,
Patricia Villegas hace un ensayo sobre el alma enamorada de Juan de la
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Cruz. Amor, entendido como aquél que une al hombre con Dios, dialoga con
los poemas en un presente que sigue poniendo en juego los temas a veces
imposibles de la poesía como experiencia de amor místico.
Sin tener que establecer diferenciaciones académicas de las que a veces
se abusa para dar a conocer al poeta, al teólogo, al reformador, al santo, la
autora del ensayo procede a leer la poesía de Juan de la Cruz con los ojos y
el oído del intérprete o hermeneuta que al acercarse va forjando su crítica
literaria. Su virtud consiste en no dejar de lado las lecturas y los apoyos que
otros puedan haber hecho. Su limitación quizá consiste en repetirse constantemente ante la dificultad de acoger un mismo nivel en el discurso.
Aceptando, sin embargo, el reto de tantear la profundidad mística del
contenido de la poesía sanjuanista, construye una reflexión conformada por
12 voces o reflexiones yuxtapuestas. Hay en su interpretación de la Noche
oscura la percepción de que se trata de un duelo de amor. Pero en la Llama
de amor viva, el fuego es el símbolo complementario que anima su fuerza
creativa. La palabra de San Juan de la Cruz revela a la autora, también, un
amor en el exilio. En realidad, se trata de un doble exilio: por un lado el
que le impone su condición de religioso, y por otro, el que le impone su
condición de poeta.
Sabemos que San Juan de la Cruz, al igual que Miguel de Cervantes,
escribió sus mejores páginas durante se estancia en la cárcel. Al estar preso
y escribir sus poemas el monje encuentra la manera de emprender el camino
espiritual del retorno a Casa. La fuerza es la fe en el amor de que Dios
lo escucha y lo espera. Con la expresión ‘noche oscura’ no sólo se sitúa
existencialmente en el estado de cautiverio sino que comienza a extender
un programa de vida el cual todos nos podemos sentir llamados a realizar.
Su amor, como todo amor humano, tiene una meta: la divina unión a través
del camino de la noche oscura.
“El amor une, su extravío separa, pero el amor del místico participa de
ambos: amor y exilio –dice Patricia Villegas– conforman una sólo realidad
en él. San Juan sólo quiere a Dios: eso es amor. Pero no se conforma con
permanecer en esta tierra: eso es exilio. Él es su afán, eso es amor; ruega
temeroso por volver a Él: eso es exilio. Esparce sus rezos: eso es amor, para
enjugar más tarde con sus lágrimas su desesperación: eso es exilio. Llora y
suspira por Él; y porque mira dentro de sí es a un tiempo: amor y exilio.”
Así expresa Patricia Villegas el doble juego que la poesía de San Juan nos
reta a apreciar. Habiendo hecho ya el análisis de otros poetas místicos como
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Concha Urquiza en Silencia y poesía (2001), nos entrega en este pequeño
ensayo su admiración romántica por la poesía de San Juan de la Cruz, no
para mitificar o desmitificar, ni para levantarle un nuevo pedestal sino para
compartir la respuesta permanente que ella percibe en el AMOR.
El amor de San Juan de la Cruz es un amor enamorado de Dios que por
más que corre hacia él no lo alcanza y en lugar de sucumbir queda herido
con una cicatriz que todavía duele y quema. Herida de fuego de la que se
levanta otra vez para transitar el duro camino de la noche que lo perfecciona
espiritualmente. El alma pasa por tres noches: la del sentido (la más material
e inmediata), la del entendimiento y la del alma.
Villegas nos hace ver que San Juan de la Cruz es un atleta de Dios sin
olvidar también que es un poeta del amor. Tanto para subir como para llegar
a la cima de la perfección espiritual, Juan de la Cruz es quizá el testimonio
más contundente de la esperanza en el amor que Dios nos tiene a cada uno
de nosotros.
Nos congratulamos, pues, de este acierto editorial de Miguel Ángel
Porrúa quien, junto con la Universidad Iberoamericana, ha emprendido el
audaz reto de dar a conocer un tema tan serio y a la vez necesario de nuestra
vida espiritual.
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FERNANDO CALOCA
Departamento Académico de
Estudios Generales, ITAM
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