Los estados populistas y desarrollistas

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Revisitando al Estado
Los estados populistas y desarrollistas: Poner las cosas en su lugar
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Teresa Castro Escudero, Rina Mussali Galante y Lucio Oliver Costilla*
El horizonte neoliberal y la crítica del Estado nacional desarrollista
En este primer trabajo nos proponemos revisitar al Estado para dar cuenta de lo que
realmente fueron las características, el papel histórico, las funciones, los aportes, los
aspectos negativos y la crisis del Estado capitalista latinoamericano del periodo nacional
desarrollista, que abarca las décadas de 1920 a la de 1970. En tanto investigadores de
estudios latinoamericanos de una universidad como la Nacional Autónoma de México, así
como de otras instituciones académicas independientes y comprometidas con el desarrollo
latinoamericano, nos interesa hacer nuestra propia lectura e interpretación de lo que fue
realmente el Estado nacional desarrollista y, en ese sentido, diferenciarnos seriamente de
los lugares comunes propalados sobre este asunto por las distintas agencias financieras,
políticas y culturales neoliberales durante las dos últimas décadas del siglo anterior. Dichas
agencias, en lugar de partir de un análisis crítico a fondo del papel esencial jugado por el
Estado, presupusieron la existencia perenne de una gran crisis histórica estructural del
Estado nacional desarrollista y la justificaron a partir de las dificultades habidas en el
crecimiento económico de los años setenta y ochenta del siglo anterior y de la
imposibilidad de sostener en las nuevas condiciones lo que consideraban un excesivo
gasto público. En lugar del análisis y la reconstrucción del Estado para reinsertarnos en la
nueva mundializacion a partir de las necesidades e intereses de los propios países
latinoamericanos, la propaganda se orientó a denostar al Estado y a sostener que el eje
del desarrollo es el libre juego de las fuerzas del mercado, no obstante los desequilibrios y
desigualdades evidentes que éste crea en el espacio internacional y al interior de las
sociedades. Todo lo relacionado con las funciones nacionales, sociales, populares, y
* Sociólogos y latinoamericanistas. Los profesores Teresa Castro y Lucio Oliver son Investigadores del Centro de
Estudios Latinoamericanos y docentes de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la UNAM. La profesora
Mussali es docente de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y de la Universidad Iberoamericana.
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estratégicas, del Estado fue tildado de “pernicioso estatismo” y se exigió simplemente
menos Estado y más mercado. Esta concepción tuvo algunas variantes en la propuesta del
llamado Estado social liberal que pretendió ocultar su sumisión acrítica a la globalización
neoliberal con una supuesta reorganización gerencial del Estado que mantuviese un
intervencionismo estratégico nacional y una preocupación por la situación social, pero
sobre la base de mantener en primer término la libre acción del mercado y de las grandes
firmas transnacionales, abrir paso a la plena internacionalización del capital y someter la
acumulación nacional y el trabajo asalariado a los intereses de la rentabilidad del capital
transnacional. Aparte del interés de viabilizar la reorganización capitalista mundial que
ambas propuestas de reforma del Estado pretendían, la neoliberal y la social liberal, y
ante la falta de respuesta a fondo de parte de los políticos, intelectuales y académicos
críticos, esa propaganda puso en el centro del debate de la sociología la necesidad –que
recogemos en esta investigación- de una revaloración a fondo de lo que fue el papel y la
función histórica y política del Estado nacional desarrollista en América Latina. Es por ello
que con el presente escrito (y con el siguiente que trata de las especificidades del Estado
actual), revisitamos el Estado en América Latina a partir de una discusión de lo que fue el
Estado intervencionista y proteccionista en sus variantes populista y burgués desarrollista.
En el ambiente político oficial de los gobiernos latinoamericanos de las dos últimas
décadas, la crítica superficial al Estado nacional desarrollista en América Latina se
expande vertiginosamente a fines de los años ochenta del siglo anterior, a partir del
supuesto de las organizaciones financieras internacionales, principalmente del Fondo
Monetario Internacional (FMI), del Banco Mundial (BM) y del Banco Interamericano de
Desarrollo (BID), de que el Estado se había convertido en un obstáculo al crecimiento
económico de la región, lo que exigía políticas radicales de ajuste estructural, liberalización
y privatización de activos públicos para lograr la eficiencia económica y liberar las trabas a
una economía abierta y competitiva a nivel mundial. En esa concepción, los Estados
nacionales latinoamericanos tuvieron un carácter de inhibidores de la libre empresa
competitiva, funciones regulatorias, intervencionistas y proteccionistas, y un papel
paternalista-clientelista, que impidieron que los países de la región estuviesen aptos para
participar eficiente y competitivamente en la globalización. En la misma óptica, se
presupuso que América Latina heredó, junto con la transición a la democracia, Estados
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hipertrofiados, con un gasto público excesivo e incontrolado; con enormes, pesadas e
inútiles burocracias intervencionistas y reguladoras, sustentadores de economías
ineficientes excesivamente protegidas, prohijadores de sistemas políticos corruptos,
prebendarios, corporativistas y clientelares, y alentadores de sociedades sin iniciativa,
dominadas por un pernicioso paternalismo (Bresser Pereira, 1991) Se cuestiona la
prevalencia fuera de tiempo y de contexto de una “matriz estadocéntrica”y se sostiene su
crisis y transformación creciente hacia otra matriz, cuyo eje debía ser el mercado. El Banco
Mundial promovió la tesis neoliberal de que el Estado debe transformarse para reinsertar a
América Latina en la nueva corriente de globalización: ajustes monetaristas y ajustes
estructurales son la receta para sanear la economía y modificar la relación entre el Estado
y la economía en beneficio de un crecimiento económico realista y eficiente (Banco
Mundial, 1997) Dentro de la sociología académica se propusieron otros enfoques de la
transformación del Estado, enfoques aislados y minoritarios, que proponían que el eje de
las relaciones Estado-sociedad fuese una
matriz “societal” y una reorganización
democrático nacional del Estado en la que prevaleciera la dirección social y no de mercado
(Calderón y Dos Santos, 1990, Oliver 1997)
Sobre el nuevo carácter y papel del Estado, en general, hoy tiende a dominar una
doble crítica conservadora que pretende mantener la prioridad del mercado y proviene de
1) los proyectos estadounidenses de impulso a la globalización neoliberal para recuperar
su hegemonía en América Latina (Documentos de Santa Fé, I y II; Consenso de
Washington, proyecto ALCA); 2) las políticas neoliberales de las grandes organizaciones
financieras
internacionales
y,
3)
el
programa
de
las
grandes
burguesías
transnacionalizadas latinoamericanas y de una nueva oligarquía financiera enclavada
nacionalmente para restringir la actividad del Estado en la economía y avanzar hacia el
predominio de una regulación oligopólica. Hay, por otra parte, políticos, intelectuales y
académicos latinoamericanistas que con su crítica se oponen al programa de
contrareforma neoliberal del Estado y proponen un nuevo papel regulador del Estado
(Ignacio “Lula” da Silva y Cuauhtémoc Cárdenas entre los políticos. Para los académicos
véase: Pablo González Casanova, 1991; Fernando Calderón y Dos Santos, 1990; Atilio
Borón, 1993; Carlos Vilas, 1995)
A lo largo de la década de los años noventa, las palabras de orden pasaron a ser el
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ajuste estructural y la reforma del estado, así como el Estado mínimo social liberal o
neoliberal, con lo cual se suponía que se desarrollarían mágicamente en la región grandes
grupos económicos de origen nacional capaces de crear una economía competitiva a nivel
mundial. En lugar de generarse la creación de dichos grupos, en la política latinoamericana
triunfa y se hace hegemónica una fracción financiera neoliberal estrechamente asociada a
los grupos financieros transnacionales, interesada en la especulación, la liberalización de
las inversiones de capital financiero y en la restricción del gasto público para cubrir los
intereses de la deuda externa e interna y en la prolongación de la dependencia, la
subordinación, el atraso económico y la pérdida de autonomía y soberanía del Estado.
Las principales tesis del neoliberalismo sobre el Estado han girado en torno a las
siguientes ideas básicas:
1) El Estado nacional desarrollista entró en una crisis terminal porque su dinamismo
económico estuvo basado en el gasto público discrecional y populista, en un
proteccionismo e intervencionismo de Estado que solaparon una industria ineficiente y en
una onerosa deuda pública externa: en su transcurso impidió el desarrollo del mercado y la
eficiencia económica.
2) Los estados deben dejar su lugar a las fuerzas del mercado y acabar con la regulación
política de la acumulación, con el intervencionismo en la economía y con el proteccionismo
industrial y comercial.
3) La mayoría de los Estados han construido inmensas y costosas redes de clientelismo
político, perniciosas y contrarias a la democracia liberal moderna.
4) Los Estados latinoamericanos son corruptos, grandes burocráticamente y débiles en
términos de la efectividad de su regulación.
5) La función del Estado es garantizar el marco jurídico de la economía y dar seguridades
al capital privado.
6) Se deben desarrollar programas focalizados y compensatorios de política social hacia
los núcleos marginados de la población.
La crítica neoliberal del Estado simplifica enormemente el problema y deja de lado
lo que fue realmente el papel histórico y las funciones de los Estados nacional
desarrollistas en América Latina, no obstante sus deficientes y contradicciones: es por ello
urgente una valoración independiente y crítica de cuál fue su papel de promotor de la
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economía capitalista industrial dependiente, de estímulo a mecanismos generadores de
altas ganancias en grupos elitistas y de una acumulación nacional concentrada; valorar
con rigor cuáles fueron sus posibilidades, compromisos y objetivos de autonomía,
soberanía y desarrollo nacional y popular; criticar su limitado impulso a la industrialización
de sustitución de importaciones que no tuvo como horizonte crear un nuevo mercado
interno, sino sustituir al anterior; sopesar su regulación de la economía a través del
proteccionismo y del intervencionismo para impulsar la modernización capitalista
dependiente; ventilar el sentido y validez que tuvo la creación de una burocracia extensa
ideada para el control político, además de enfrentar los retos de la planeación y ejecución
de miles de programas de inversión, programas universales de seguridad social, de
empleo y de atención médica y educativa; analizar los resultados reales de la consecución
de pactos nacionales o sociales entre las clases mayoritarias y las clases monopólicas
para un proyecto desarrollista nacional que terminó creando grandes monopolios
nacionales que, a su vez, promovieron los golpes de Estado contrainsurgentes que
garantizaron una acumulación de capital en beneficio exclusivo de dichos monopolios y
sus nuevos socios transnacionales.
Independientemente de la evaluación por hacer, cabe decir que el Estado nacional
desarrollista latinoamericano entró realmente en crisis desde inicios de los años sesenta
del siglo anterior. Manifestaciones evidentes fueron su incapacidad de canalizar la lucha de
clases y la multiplicidad de conflictos de intereses que se evidenciaron en esa década y en
la subsecuente; la crisis fiscal que llevó a fenómenos de hiperinflación ante la obligación de
cubrir el servicio de una deuda externa e interna creciente; el desbordamiento de una
excesiva burocracia estatal cuyas ramificaciones abarcaban todos los poros de la sociedad
y la dificultad de acumulación basada en el capitalismo de Estado al servicio exclusivo de
un proyecto que aportaba altas ganancias a los monopolios capitalistas protegidos y
mantenía políticas sociales universales cuya calidad entró en declive. En cierta forma era
inevitable una reforma del Estado latinoamericano a finales del siglo XX. Lo que se discute
es el carácter y las funciones de la reforma (contrareforma) neoliberal que ha prevalecido,
que no parte de la valoración compleja de la herencia histórica de la principal institución
que tuvo América Latina en el siglo XX: el Estado nacional desarrollista.
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El capitalismo dependiente en América Latina: la transición del Estado nacional
oligárquico al nuevo Estado nacional popular desarrollista.
Para caracterizar cómo se abre paso en nuestra región el dominio de las nuevas
relaciones sociales capitalistas urbano industriales dependientes, conviene mencionar
algunos aspectos de
la transición del capitalismo agroexportador al capitalismo de
sustitución de importaciones.
La constitución de una oligarquía dominante en buena parte de América Latina a
mediados del siglo XIX, hubo llevado a la formación de numerosos Estados naciones
oligárquicos latinoamericanos. Con dichos Estados se avanzó en unificar económica y
políticamente a las diversas regiones internas de las nuevas naciones. Los diversos logros
en agricultura, ganadería y minería de exportación, se convirtieron en el eje del desarrollo
capitalista dependiente de la región (frutas, café, tabaco, plata, carne). Para afirmar un
poder propio y a su vez apoyar ese capitalismo neocolonial (Donghi, 1996), el nuevo
Estado latinoamericano procuró establecer instituciones nacionales básicas: el ejército, la
administración, las instituciones constitucionales formales, los sistemas bancarios y
fiscales, secretarías de educación y salud, que se consolidaron en esa época.
A partir de los años ochenta del siglo XIX se acentúa el ingreso de capitales
imperialistas en diversas actividades estratégicas: extractivas, energía eléctrica,
comunicaciones. Se fortalece el papel de América Latina en la producción de materias
primas y de agricultura para la exportación. La oligarquía latinoamericana entreteje sus
intereses con dichos capitales externos y se fortalece el nuevo bloque de poder (Dongui,
1996; Kaplan, 1969) Esa inclusión no modifica de manera alguna el carácter excluyente y
represor del poder público con respecto a los sectores modernos nacientes: industriales
nativos, pequeños y medianos productores, diversos grupos de trabajadores urbanos y
rurales: obreros, campesinos, trabajadores rurales.
A inicios del siglo XX, ya se observa en varios países grandes de la región de
América Latina una modernización significativa: los talleres textiles se transforman en
industria de la confección (Argentina, Brasil, México); aumenta la presión política de los
sectores urbanos en pos de una administración racional en la ciudad y una
representatividad político social (Kaplan, 1969) Ese impulso capitalista industrializante reta
a los Estados oligárquicos excluyentes, que se mantienen cerrados y opuestos a la
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expansión y reestructuración capitalista en las ciudades y en el campo (Kaplan, 1981)
La nueva relación global de capital en el mundo, el capital financiero imperialista,
estimula y coincide con los procesos de expansión capitalista urbano industrial que se
producen en las áreas desarrolladas de Europa Occidental, Estados Unidos, Europa
Central y Oriental y en algunos países de Asia. América latina no es la excepción y en los
países más articulados con el capitalismo mundial, o con mayor desarrollo capitalista
interno, se producen transformaciones en el modo de producción y en la acumulación que
encuentran un obstáculo en el poder oligárquico. Reformas político administrativas,
revolución social, se ponen a la orden del día en Argentina, Chile, Uruguay, Guatemala,
Cuba y México. Se trata de una anticipación de procesos más profundos y radicales que se
abrirán paso con la crisis del capitalismo mundial de 1929,30. Esa nueva situación pone
contra la pared al capitalismo de agroexportación y al Estado oligárquico latinoamericano.
A partir de 1930 se toca la campana para los proyectos de un capitalismo nacional
industrial signado por un proceso de sustitución de importaciones (Argentina, México,
Brasil) para abastecer con productos locales el mercado interno existente y, en su caso,
ampliar la producción a nuevos sectores y expandir el limitado mercado interno, a partir de
la organización urbano industrial, sindical o la reforma agraria. Así sucedió en los países
de industria más avanzada.
En otras áreas de América Latina los movimientos campesinos o urbanos fueron
derrotados y siguió prevaleciendo el Estado oligárquico (Perú, Guatemala, El Salvador,
etc.) En El Salvador, hasta se llegó al extremo de prohibir la industrialización en la
Constitución Política de 1940 (González Casanova, 1985) Las nuevas relaciones urbano
capitalistas y los movimientos sociales y políticos modernizadores también se expanden en
sociedades tradicionales, de enclaves, donde siguen prevaleciendo las castas y la
servidumbre, articuladas por la exportación primaria y los Estados oligárquicos (Perú,
Bolivia, Ecuador, Colombia, en parte también México)
El panorama de América Latina cambia a partir de los años treinta del siglo XX; en
algunos países de la región surgen triunfantes procesos de capitalismo nacional y nuevos
Estados nacionales populares, comprometidos con el desarrollo capitalista interno. La
complejidad del nuevo desarrollo capitalista, a partir de los procesos de industrialización,
urbanización, cambio y modernización en sociedades con instituciones, actores, cultura
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tradicionales y conservadores, crea fenómenos particulares que llevan a que los cambios
ya maduros se procesen con formas políticas singulares: surge así el Estado capitalista
nacional con forma populista, el Estado despótico burgués, el Estado democrático liberal,
que caracterizan, a nivel de una voluntad política constructora, el capitalismo histórico de
América Latina.
A continuación estudiaremos las características, funciones, instituciones y
relaciones políticas que signaron a los nuevos Estados nacional populares desarrollistas e
impulsaron a su manera el progreso social, bajo condiciones de una sociedad civil poco
evolucionada en términos de organización, independencia y conciencia propia de los
cambios que se estaban abriendo paso.
El Estado nacional desarrollista: la forma populista
El Estado populista y el populismo en general, per se, son problemáticos en cuanto a su
definición, pues con ella también se intentó englobar experiencias muy dispares de países
de Europa, Asia y América Latina, dando lugar a definiciones muy ambiguas de un
fenómeno, por otro lado, crucial para nuestra región: las formas peculiares no
democráticas que asume la construcción del Estado y la nación modernas en el
subcontinente --en aquellos casos en que prosperó este camino--, mediante la
incorporación –vertical, autoritaria-- de las masas a la política.
Aníbal Viguera otorga al populismo un lugar central en la evolución histórica de las
ideologías y proyectos políticos de Latinoamérica pero no deja de reconocer la falta de
precisión del concepto y sus repercusiones actuales(Viguera, 1993; 49)
Citado por Ives Surel, del Instituto de Estudios políticos de París, Sir Isaiah Berlin,
resumía los problemas clásicos que plantean a la ciencia política los fenómenos populistas
y el propio concepto de populismo, hablando de un complejo de cenicienta “…por el cual
entendía lo siguiente: hay un zapato –la palabra populismo –para el cual, en alguna parte
hay un pie” (Surel, 2001: 137)
Por su parte, Rafael Quintero López, en un reciente ensayo sobre el debate actual
del populismo, también cuestiona la capacidad científica del concepto, llamando la
atención al hecho de que al hablar de populismo, distintos autores como Nelson Minello,
Paul Drake, David Raby , Lisa North, Juan Maiguasah, Carlos de la Torre, entre otros,
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construyen fórmulas y caracterizaciones de comportamientos sociales o económicos
bastante diferentes, pues mientras unos lo consideran un tipo de proyecto nacional
popular, otros, un fenómeno principalmente discursivo .
Para Quintero, a pesar de que otros autores han hecho importantes esfuerzos por
crear una tipología entre los viejos populismos y los neopopulismos , no se habría logrado
salir de la ambigüedad del concepto. Lo fundamental de su crítica se basa en los intentos
de caracterizar tanto los varios gobiernos de Velasco Ibarra, como el ascenso de Abdalá
Bucarám en 1996, en el caso del Ecuador.
Ioannis Papadopoulos señala cómo el populismo, con todas sus raíces históricas
profundas en Europa y en la “semiperiferia de América del Sur”, es un concepto que se
utiliza con una carga negativa para estigmatizar a los oponentes y, si bien “cualquier
definición de populismo carece de consenso científico”, es necesario dotarlo de
significados y explicaciones que no se alcanzarán aceptando la noción de Peter Wiles
que lo presenta como un “síndrome”, al ser un fenómeno que no concuerda ni con las
características de una ideología populista ni con sus condiciones de emergencia o sus
bases sociales, porque “refleja una resignación intelectual ante la complejidad del tema
bajo escrutinio” (Papadopoulus, 2001; 68-69)
En el mismo sentido, el historiador Alan Knight del St. Anthony's College de la
Universidad de Oxford se aboca a la discusión del "fenómeno / concepto" del populismo,
debido a lo ubicuo de éste y lo controvertido de un término caracterizado por diversos
analistas como "elusivo y recurrente" y "uno de los enigmas no resueltos de la historia y la
sociología latinoamericanas" (Knight,1994)
Podríamos seguir enumerando posturas muy diversas frente al fenómeno en
cuestión y sin negar que el populismo se puede aplicar a un estilo personal, a un
movimiento político, a un partido y que se puede hablar de periodos o interregnos
populistas,
pensamos que
el mismo Knight nos brinda
un asidero para intentar
circunscribir un tema de esta naturaleza a lo que es el populismo en América Latina, que
poco tiene que ver con el que se dio en Rusia o Estados Unidos. Es lo que el autor define
como enfoque histórico y estructural, el cual considera al populismo como un gran proyecto
sociopolítico que, aunque demagógico y manipulador desde el punto de vista de su
discurso y retórica,
también incluye políticas concretas -asociadas a la política de
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industrialización- y a una coalición específica de intereses, productos ellos mismos de
circunstancias históricas determinadas que empezaron a darse entre las dos guerras. Este
enfoque nos parece más preciso, porque delimita el problema del populismo "clásico" -o
realmente existente- históricamente, refiriéndose a los casos donde el populismo se
concretó, cristalizando en un tipo de Estado determinado, todo lo cual nos permite ir más
allá del campo del mero estilo político que es demasiado impreciso y amplio, aunque sin
excluirlo, pues es una noción muy extendida y comprendida, tanto por el especialista como
por el ciudadano común, para establecer no sólo las diferencias, sino lo que hay en común
en experiencias tan diversas como el yrigoyenismo, batllismo, getulismo, varguismo,
cardenismo, peronismo, velasquismo, los gobiernos de Paz Estensoro y Siles Suazo en
Bolivia y otros más; todas ellas experiencias nacionalistas-populares disímiles que, a pesar
de que comparten rasgos similares, han sido encajonadas bajo el mismo concepto del
populismo.
Procediendo de esta manera, podríamos tener mucho más elementos para, por la
vía del análisis comparativo, entender los casos en que el populismo se desplegó en
políticas públicas del tipo Estado de compromiso nacionalista, sin que, sin embargo,
podamos calificarlo como Estado de bienestar al estilo europeo; así como considerar otros
casos como el del APRA en el Perú --que si bien podríamos considerar un clásico partido
populista, no llegó al poder en esa coyuntura-- y el de aquellos en donde estrictamente no
se puede hablar de populismo, como Chile y Uruguay.
Si nos atenemos a la definición que presentan Ruth y David Collier sobre el
populismo, como un movimiento político que contó con un amplio apoyo de masas
provenientes de la clase obrera urbana y /o campesinos, además de un fuerte elemento de
movilización desde arriba, un rol central de liderato del sector medio o elite, la existencia
de un líder personalista o carismático, una ideología y un programa anti status quo, nos
encontramos frente al populismo latinoamericano, diferente de movimientos que tuvieron
en otras partes del mundo un carácter más agrario.
De esta manera, la caracterización del Estado populista se ubicaría en los
contornos de un análisis histórico estructural que establecería que los regímenes
populistas emergen en la coyuntura de los años treinta confluyendo con la crisis de los
sistemas agroexportadores y la irrupción de "sociedades urbanas de masas basadas en
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economías insuficientemente industrializadas", lo que genera una gran población marginal
desempleada y miserable.
El Estado capitalista en América Latina ha asumido distintas formas y ha
manifestado su singularidad bajo determinadas condiciones nacionales e internacionales,
no obstante, su trayectoria histórica lo ha caracterizado por su condición periférica y
dependiente, razón por la cual debe ser entendido en un código distinto a lo que fue la
conformación del Estados en las sociedades desarrolladas.
El punto de arranque es el hecho colonial, una situación muy distinta a la europea
que es el espejo en el que hasta de manera enfermiza nos queremos reflejar. Un análisis
histórico estructural también nos permite resaltar, como lo propone Pablo González
Casanova, las principales modalidades específicas asumidas por el Estado capitalista en
América Latina desde la emergencia del Estado de las raquíticas burguesías comerciales y
urbanas en 1800, el Estado de las oligarquías asociadas al naciente imperialismo entre
1850 y 1880, momento también de emergencia de los primeros ejércitos profesionales
cuya principal misión era garantizar la posesión de los territorios nacionales frente a
caciques regionales y la protección de los enclaves extranjeros.
Después estaría el Estado de los caudillos populares o populistas que en 1930
establecieron una variedad de pactos con capas medias e incluso con los obreros, siendo
el momento del auge de las burguesías nativas o nacionales y de su vinculación creciente
con el capital monopólico, hasta llegar a las transformaciones del Estado bajo el modelo
neoliberal
a partir de 1980 (González Casanova, 1990) Como lo mencionamos
anteriormente, el populismo aparece como uno de los efectos de la crisis de la dominación
oligárquica, orden que se había alcanzado luego de algunas décadas de luchas internas
en los países latinoamericanos, que el propio Halperin Donghi denominó la “larga espera”.
El surgimiento del orden neocolonial estuvo acompañado de un liberalismo progresista a
menudo permeado de soluciones políticas autoritarias.
En ese periodo se transitó de una situación de dispersión de poder, en donde las
elites políticas mostraban su incapacidad por hallar un orden político estable, a un Estado
liberal oligárquico de la fase siguiente que tuvo como objetivo implantar el capitalismo
como modo de producción dominante en las entidades latinoamericanas, con el fin de
transformar a nuestros países en productores de materias primas para los centros de la
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nueva economía industrial, a la vez proveedoras de artículos de consumo alimenticio y
consumidoras de producción industrial ( Halperin Donghi, 1989)
El Estado oligárquico estuvo sustentado por los grandes comerciantes
exportadores e importadores, quienes junto con el capital extranjero monopólico se
entretejieron para ubicarse fundamentalmente en los sectores de la actividad primarioexportadora (Cueva, 1977) Así, el poder político del régimen oligárquico se encontró
íntimamente ligado a los intereses de la agricultura, ganadería y minería, y a los intereses
detentados por las economías dominantes de su momento: Inglaterra y Estados Unidos.
La oligarquía establece un Estado elitista y patrimonialista, derivando en un
aparato cerrado y excluyente que vela por la acumulación privada en su versión nacional o
extranjera. La participación política es suprimida o limitada por la violencia, coacción,
represión y manipulación política. Su carácter autoritario y represivo se expresó en el
alargamiento de la jornada laboral del trabajo, en los salarios deprimidos y en la
aniquilación de soluciones alternativas, tampoco se favoreció el desarrollo de instituciones
políticas autónomas de gobierno, sino, por el contrario, se reforzaron las ya existentes.
Cardoso y Faletto hablan del momento de la crisis de ese Estado como un periodo
de transición en el cual la diferenciación misma de la economía exportadora creó las bases
para que empezaran a surgir, junto con los sectores agrario, minero y ganadero, otros,
como son los financieros y mercantiles, una burguesía industrial y comercial, clases
medias urbanas, un proletariado incipiente y un incrementado sector popular urbano no
obrero que crece más rápido que la capacidad de absorberlos por las industrias en
crecimiento ( Cardoso y Faletto, 1978; 19)
Al respecto, resulta muy sugerente la caracterización que hace Julio Godio del
populismo como articulador de la cuestión nacional, es decir, como un fenómeno
policlasista con un contenido de clase nacional burgués que, a pesar de sus limitaciones,
logra recuperar las tradiciones bolivarianas y el liberalismo progresista del siglo XIX, entre
otros elementos, lo que también hace de estos populismos movimientos nacionalpopulares, cemento político cultural que evocaría las reflexiones de Gramsci sobre lo que
él denomina "voluntad nacional popular" (lo que precisamente se manifiesta
posteriormente en las experiencias revolucionarias de Cuba y la Nicaragua sandinista)
(Godio, 1983)
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Desde la óptica de la teoría de la modernización, que contempla este periodo bajo
la perspectiva de la transición de sociedades tradicionales a modernas, planteamiento que
se basa en el hacer de la experiencia histórica concreta de la variada construcción
nacional europea un modelo de validez universal, que se convirtió en el horizonte
“civilizatorio” de nuestras elites frente a la bárbara realidad autóctona, habría faltado en
nuestro medio, una correspondencia entre "movilización", que se refiere a todo el proceso
de cambios, desde el nivel material, al simbólico cultural y político, e "integración",
constituida por los canales que posibilitan la incorporación de los intereses emergentes en
el sistema político como son sindicatos y partidos políticos fundamentalmente y que en
otras latitudes habría conducido a la "ampliación progresiva de las bases políticas de las
democracias occidentales por medio de la integración de las clases populares, la extensión
sucesiva de los derechos civiles políticos y sociales mediante el sufragio el “Welfare State”
y el consumo de masa" (Germani, 1977)
Este tránsito de una sociedad tradicional a una moderna –o proceso de
modernización--en sociedades desarticuladas como las latinoamericanas, junto al retraso
en la formación de mecanismos de integración dada la estructura social, lleva a dos
consecuencias políticas fundamentales:
a) La parcelación y ausencia de hegemonía de las fuerzas sociales impulsan de
manera prioritaria la exigencia de un estado fuerte capaz de imprimir una cierta coherencia
social y política al desarrollo (Zermeño, 1996; 255) En este sentido, el vacío político dejado
por el colapso de la dominación oligárquica, la inexistencia de una clase social
hegemónica, pero también la incapacidad de la clase media para derrumbar la dominación
oligárquica, a pesar de los movimientos masivos de finales del siglo XIX y principios del
siglo XX y de su ideario liberal, son el caldo de cultivo para la emergencia de líderes que
pudieron llenar ese vacío apelando a las masas en el contexto de amplios movimientos
policlasistas.
b) La falta de canales democráticos, -tanto en lo que se refiere a los partidos
políticos (los existentes eran muy elitistas, pues expresaban más bien los temas que
dividían a la propia oligarquía, además de estar volcados hacia fuera, mirando hacia
Europa primordialmente), como a los sindicatos (los que existían representaban a sectores
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muy reducidos y jerarquizados de la clase trabajadora, generalmente de orientación
anarquista, la cual no contaba con una política "nacional" que incorporara a los sectores
recién llegados o al campesinado, que eran mayoría entre la población latinoamericana)
De este modo, debido al peso de patrones tradicionales tanto en lo productivo -economías de subsistencia-- como en lo cultural -–por su origen indígena y rural--, estos
sectores movilizados son integrados de manera autoritaria a la vida económica y política,
por medio de formas de representación corporativa y a costa de su autonomía
organizativa, ideológica y política. Ello se trató de paliar a través de las prebendas
recibidas de una política redistributiva y un gasto público ampliado que puso énfasis en lo
social.
Hay que señalar las consecuencias sociales de estos procesos de industrialización
tardía y superficial en sociedades no democráticas como son una incipiente clase obrera
muy jerarquizada internamente en el contexto de una gran masa de población marginal
desempleada y miserable , sectores populares, sin experiencia organizativa previa ni
conciencia social ni política que presionan para su incorporación, pero también frenan el
desarrollo de la clase obrera como tal. A decir de Zermeño, el impacto de las “masas “
populares
de reciente origen urbano sobre una cultura obrera de mayor tradición,
dispuestos a apoyar a líderes populistas y autoritarios por ascender en la escala social,
terminan por confundir la identidad obrera. Una cierta mejoría de la situación económica
laboral bien amalgamada con la ideología nacionalista, la condujo inevitablemente al
colaboracionismo clasista y estatal (Zermeño,1977; 254) La contraparte social, una
oligarquía tradicional retardataria, una burguesía que nace como apéndice de esa
oligarquía, tampoco conforman una clase social hegemónica.
El populismo y sus políticas de desarrollo
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El evento que precipita la latente crisis de la dominación oligárquica en América Latina es
la crisis económica mundial del 29, en una coyuntura que marca también el eclipse de la
hegemonía inglesa y la consolidación de los intereses norteamericanos en la región. Se
Inicia así un proceso de modernización, tanto en lo económico como en lo político, bajo la
conducción de gobiernos nacional populares o populistas sustentados en amplias alianzas
policlasistas, promoviendo políticas de integración de la emergente sociedad de masas a la
vida política.
La crisis del 29 impactó a todo el sistema capitalista mundial, aunque según señala
Víctor Durand, “…el mayor peso de la crisis recayó en los países periféricos, (provocando)
una descapitalización de éstos, para concentrar aún más la riqueza en los países
metropolitanos” Además de que esta crisis, continúa Durand, también significó una gran
inestabilidad política, pues “no hubo ningún país de la región que durante la crisis pudiera
conservar en el poder a sus jefes de Estado. Las formas variaron, desde la renuncia, el
golpe de Estado, el cuartelazo, hasta la imposición de dictaduras en los países invadidos
en la época por los Estados Unidos, como Nicaragua y la República Dominicana” (Durand,
1977)
En palabras de Alejandro D. Marroquín
La crisis puso en evidencia la tremenda desigualdad que existe en el orden
mundial de los países: naciones desarrolladas y muy poderosas en cuyo seno se
generó la crisis y débiles naciones dependientes que reciben dicha crisis como una
desgracia que les viene de fuera; naciones cuyo desarrollo institucional les permite
recursos y reservas para enfrentarse a la emergencia crítica y pequeñas naciones
que lejos de tener recursos defensivos son incorporadas al engranaje de la
economía internacional y se ven obligadas a actuar como instrumentos
amortiguadores a favor de las grandes naciones(Marroquín, 1977)
La fase de acumulación industrializante, Industrialización Sustitutiva de
Importaciones (ISI) o periodo de desarrollo hacia adentro, correspondería a lo que en los
países desarrollados se define como modelo de regulación fordista., lo cual señalamos,
dicho sea de paso, sólo para establecer las equivalencias, pues no podríamos hablar de
fordismo en América Latina, “sea como régimen de acumulación (articulación entre
producción en masa y consumo en masa) o como tipo de proceso productivo en nuestra
región” ( De la Garza Toledo, 2001; 50 ) En todo caso, la ISI, también en la periferia
16
capitalista, implicó, en los países más desarrollados de la región, un tipo de relación del
Estado con la economía y la sociedad sumamente estrecho, donde el Estado asumió
también una dimensión benefactora, aunque en otro contexto y con otras bases del caso
europeo.
Sin embargo, no podemos generalizar estos efectos a todos los casos, ya que hay
algunos países que no iniciaron cierto proceso de modernización sino hasta después de la
II Guerra Mundial, cuando Estados Unidos se instala como la potencia hegemónica del
mundo capitalista y cuando el capital transnacional domina el corazón de la producción
latinoamericana.
También hay otros movimientos que se organizaron sobre una base más
autónoma, no encuadrable en políticas de corporativización que aunque fracasaran en
cuanto a sus objetivos más definidos, incluso más radicales, con un perfil más clasista,
protagonizaron movimientos nacional-revolucionarios, distinción fundamental para
diferenciarlos de los movimientos nacional populares.
Los países que se pusieron a la cabeza de la industrialización latinoamericana
fueron aquellos con un cierto nivel de desarrollo previo. Tanto Argentina, como Brasil y
México habían edificado un sector industrial importante antes de la crisis del 29, siendo los
productores nacionales y no los extranjeros los que dominaban la producción de
exportaciones, favoreciendo el desarrollo de las manufacturas para el mercado interno
(Shehan 1990; 242) Concentrado ese crecimiento industrial en las ciudades más
desarrollados de la región implicó un cambio en el bloque de poder dominado por la
oligarquía agro minero exportadora desde la consolidación del orden conservador después
de las guerras de Independencia.
Como señala Edelberto Torres Rivas (1977) en los países menos desarrollados de
la región como los países centroamericanos, Bolivia y Colombia, además del Caribe, no
hubo ninguna capacidad modernizadora que se tradujera en la forma asumida por el
Estado en el impulso al desarrollo capitalista, pues apenas existía una burguesía agrario
mercantil exportadora, debilitada por las luchas intestinas entre liberales y conservadores.
Torres Rivas establece lo siguiente:
“Si el populismo arremete contra la vieja oligarquía, la cual si no es barrida por lo
menos se tiene que replegar o aburguesar, según los casos, en muchos de los países
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menores, por el contrario, hay un repliegue pro oligárquico, es decir, la oligarquía se
afianza aunque la solución es militarista” (Torres Rivas, 1977) Esto se tradujo en largas
dictaduras, como las de Guatemala, El Salvador y Honduras en donde no habían bases
estructurales para sustentar ningún proceso de crecimiento industrial.
En países como Bolivia, por ejemplo, caracterizado por Luis Antezana como uno
semicolonial, monoexportador (estaño), con una agricultura semifeudal en la cual la tierra
era propiedad de pocas manos y los campesinos, sometidos a un régimen de servidumbre
- 80 % de indígenas en una población de 3 millones de habitantes-- y con un esbozo de
industria ligera, existía un proletariado minero y urbano que no pasaba del 10%. En
conclusión, el Estado era evidentemente paupérrimo (Antezana, 1977)
Cuando la crisis del 29, Bolivia había vivido importantes luchas obreras y
campesinas, así como sangrientas represiones que, junto con la falta de dirección política
y la amenaza de guerra contra Paraguay, desviaron el curso de la agitación social, todo lo
cual derivó en un golpe militar que representaba a las fuerzas más oligárquicas. En ese
país no sería sino hasta la revolución de 1952 que se inicia un camino nacionalista y
reformista.
Qué decir de un caso como el peruano, en donde las divisiones y
heterogeneidades se dan a nivel económico, social, político, étnico y hasta geográfico y en
donde ha sido muy difícil articular al país como nación viable. A pesar de que bajo el
gobierno de Leguía, que llegó al poder en 1919 por medio de un golpe de Estado y se
mantuvo ahí hasta 1930, se terminó con el poder de los grupos políticos más tradicionales
con el propósito de promover los intereses comercial urbanos vinculados con Estados
Unidos, pero de espaldas a las primeras movilizaciones populares antioligárquicas.
Esto fue así, a decir de Aníbal Quijano, porque a diferencia de los coetáneos
movimientos irigoyenistas y alessandristas en Argentina y Chile respectivamente,
en donde el desarrollo relativamente importante de los grupos burgueses urbanos
permitía una diferenciación suficientemente clara entre éstos y los grupos más
oligárquicos y, en consecuencia, otorgaba a los grupos modernizantes de la
burguesía la capacidad de arrastrar detrás suyo a los sectores populares
antioligárquicos, en el Perú de ese periodo los grupos modernistas eran aún de
desarrollo relativamente débil y su diferenciación con los otros era poco visible…
razón por la cual Leguía no tuvo capacidad de liderazgo como Irigoyen o Alessandri y
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“…su patria nueva no pasó de ser una patria volteada y remendada.” Sin embargo,
tampoco quienes dentro de la elite se oponían, tenían la capacidad de enfrentársele. El
resultado final fue el reforzamiento de los terratenientes señoriales del interior del país, la
completa sumisión a la hegemonía norteamericana (Quijano, 1977: 265)
En el caso peruano los
...arrestos populistas del régimen se redujeron a la promulgación de un texto
constitucional en que se incorporaron de manera difusa e incongruente, algunos de
los postulados y mecanismos de la Constitución de Weimar, estableciendo
garantías sociales e individuales que, obviamente, nunca pasaron del papel a la
vida… Las consecuencias de este proceso de ruptura de la cohesión política
oligárquica, sin que sus grupos modernistas fueran capaces de captar el apoyo
popular como en otros países, determinarían que en adelante la hegemonía
burguesa en el Perú sólo pudiera ejercerse por mediación militar en el control del
Estado… (Quijano, 1977)
En el período anterior el Estado oligárquico se había extendido, aunque en crisis
hasta 1968, comprendiendo transitorios regímenes “democrático oligárquicos” y no es sino
hasta el periodo que va de 1950 a 1975, caracterizado por Carlos Franco como de un ciclo
expansivo del patrón urbano-industrial de desarrollo dependiente, que por medio de
acelerados procesos de migración, industrialización, urbanización, extensión de las
relaciones mercantiles y los servicios del Estado, se producen alteraciones en el “paisaje”
político cultural dominante, con la aparición de nuevos personajes urbano populares, una
“ciudadanía plebeya” (Franco, 1994: 103) Misma que se alimenta de la inmensa ola
migratoria del campo a la ciudad ocurrida entre 1950-1980, producto de un modelo que
excluyó a la población rural de sus magros beneficios, pero cuyo proceso de construcción
se ve afectado por un nuevo ciclo depresivo marcado por la “dramática ampliación de la
desigualdad distributiva. Cuando ello sucede, la marginación económico –social no sólo
engloba a la población rural, sino a la vasta mayoría de la población urbana”,
generalizándose la anomia implosiva, la violencia armada, el progresivo retiro de las
precarias lealtades al Estado y “una marcada tendencia al derrumbe del régimen político”.
Por último, se trata de llamar la atención a los aciertos de políticas de integración
de esta naturaleza, pero también de sus paradojas y contradicciones. Si los populismos
son, a falta de un juego democrático y de canales de participación adecuados, la vía para
incorporar y organizar a la emergente sociedad de masas, su mayor costo es retardar la
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consolidación de dichos mecanismos de integración, por lo que roto el pacto populista
tampoco entonces se da una transición democrática, dada la precariedad organizativa e
institucional, desembocándose, muchas veces, en regímenes autoritarios.
Como bien sintetiza esta posición Zermeño, con el cardenismo, una forma histórica
de populismo (es cierto que este ejemplo tiene poco que ver con una génesis cultural
democrático burguesa) ”en tanto fortalecimiento de la sociedad civil frente al Estado, por
un lado, fue la vía de industrialización y modernización, en un “meteórico pasaje, en sólo
treinta años, desde una sociedad de masas, piramidal, hacia una sociedad donde
aparentemente predomina la ciudad, la industria y la modernización en general“ pero, por
otra parte, lo fue sobre la base de una sociedad desarticulada, dislocada. ”Así pues, la
pirámide popular nacional (estatal) que coronó a la historia mexicana bajo el
cardenismo…subsiste y se amplía, asentando su extensa base en la sociedad tradicional,
en el campesinado populista, pero asegurando también su futuro en las crecientes bolsas
del pauperismo urbano” (Zermeño, 1996: 258-259)
El Populismo y el papel regulador del Estado
En el modelo nacional popular, el referente de la acción colectiva era el Estado y la
política tenía un papel central en la estructuración de la acción social configurando, en los
países en donde el populismo cristalizó en una forma de Estado y de políticas públicas,
una relación particular (corporativa) con el movimiento obrero y popular en el marco de
políticas nacionalistas, populistas, desarrollistas e industrializantes, con base en la
sustitución de importaciones, en la creación y ampliación de un mercado interno, en el
impulso al gasto social y a una cierta política redistributiva.
Así, en nuestro medio, es el Estado el que mediante formas corporativas organiza
al incipiente movimiento obrero y popular, elemento a destacar también, ya que en Europa,
como en cualquier economía capitalista, el Estado juega un rol central pero en un contexto
totalmente diferente. La modernización de los Estados latinoamericanos fue tardía en
América Latina, además de que la fuerte vinculación pueblo-nación-Estado dio origen,
como señala René García Delgado a una tradición movimientista que se aparta de las
formas de la democracia representativa.
20
Delgado apunta otras diferencias con respecto a los casos de las sociedades
centrales. Las políticas de bienestar y regulación de la economía dadas por el Estado se
dieron allá sin que fueran tan determinantes en la conformación de la sociedad como en
América Latina, donde la alta influencia de lo estatal se produjo, tanto en la conformación
del modelo de desarrollo, como en la constitución de actores e identidades, en la vida
cotidiana. Por tanto, se trató aquí de un Estado gravitante, un Estado que organiza, y que
aglutina a la sociedad civil; el Estado construye a la nación, citando a Barrington Moore y
sus revoluciones desde arriba en los casos de modernizaciones tardías.
Precisamente ese fuerte rol estatal impulsor del desarrollo, articulador regional e
integrador social que fuera profundizado a partir de la posguerra, en el cual el modelo de
acumulación marcado por la intervención del Estado fue la ISI o periodo de desarrollo
hacia adentro, que implicó un tipo de relación Estado economía sumamente estrecho, una
subordinación del mercado al control político para ser receptivo a demandas sociales de
grandes colectivos, ese Estado planificador, corrector de los fallos del mercado y en
algunos casos, integrador del territorio nacional es el que entró en crisis.
En América Latina, este Estado interventor dirigió desde arriba los procesos de
modernización e industrialización, monopolizó las relaciones políticas y organizó la vida
social por medio de pactos corporativos y relaciones clientelistas con las grandes
organizaciones: los sindicatos y las ligas campesinas , las fuerzas armadas y la iglesia. El
Estado subordinó las decisiones económicas para responder a las demandas sociales de
grandes colectivos, sin que esto afectara la lógica de acumulación capitalista. El Estado
fue el gran modernizador, el factor de transformación y garante de un determinado statu
quo a, diferencia de países desarrollados donde la sociedad civil mantuvo una mayor
autonomía y una dinámica menos dependiente en cuanto a sus formas de organización y
participación.
La carga anti institucional fue muy grande, pues en el populismo las masas se
reconocieron en el caudillo y en el Estado, no en el Partido, por lo que se consolidaron
relaciones clientelares entre sectores e instituciones del sector público y las diferentes
organizaciones de la sociedad civil. El Estado satisfacía necesidades colectivas de la
población a cambio de lealtades que legitimaban el orden político. A falta de sistemas
21
políticos partidarios con fuerza representativa, el clientelismo burocrático no tardó en
convertirse en la fuente de legitimidad del poder público y en la cara complementaria del
sistema corporativo patrimonialista.
La originalidad de la situación latinoamericana en relación a los países del centro
es que la expansión capitalista se dio dentro de este marco político corporativo donde el
movimiento obrero no es un representante autónomo de los trabajadores sino un órgano
que depende de las instancias estatales para cumplir sus objetivos reivindicativos, todo
bajo una pauta autoritaria que el neoliberalismo tiende a profundizar (Delgado, Calderón y
Dos Santos, Zapata )
En el debate en torno a la democracia a la que hoy se aspira, habría que enfatizar
las consecuencias que tiene para la misma el hecho de que haya sido el Estado el que
asumió la organización del incipiente movimiento obrero y popular, corporativizándolo e
inhibiendo así el proceso de ciudadanización que sigue siendo una asignatura pendiente.
En aquellos países de América Latina en los que
pudo cristalizar lo
que
pudiéramos llamar Estado Social, éste se implantó parcialmente, dejando importantes
áreas sociales y grupos de población sin cubrir, por un lado, y verdaderos enclaves
corporativos, por el otro, lo que le da sus características a la política de masas propia del
populismo con sus consecuentes liderazgos carismáticos, en un contexto de falta de
distinción entre lo publico y lo privado.
Populismo y corporativismo
La población mayormente educada y más informada comenzaba a demandar mayores
canales de participación en el seno de un orden cerrado y excluyente. El descontento de la
clase media es considerada, como uno de los elementos catalizadores que permitieron la
emergencia del populismo, el cual ofrecería a los sectores marginados, la histórica
posibilidad de ser incorporados al progreso económico y social.
La estrechez de los mercados para las materias primas de exportación y la
dificultad de seguir consumiendo productos importados de países avanzados, dotó de un
gran impulso al sector industrial o secundario y favoreció la irrupción de actores que antes
no eran tomados en cuenta: la burguesía nacional, el proletariado, las clases medias, los
22
militares, los intelectuales, los universitarios, etc.
Desde el punto de vista de la correlación de fuerzas y las alianzas de clases, hay
que concentrar éstas en las disputas entre los intereses de la oligarquía terratenienteagrominera y la naciente burguesía. Sin concordar plenamente con de la Garza Toledo
cuando dice que “no se trataba de la lucha entre capitalismo y precapitalismo, sino entre
dos grandes fracciones burguesas, la terrateniente y la industrial“, porque eso no nos
ayudaría a entender las especificidades del capitalismo subdesarrollado latinoamericano
en donde existen muchas bases para hablar más bien en términos de la persistencia del
poder capitalista más tradicional , ya que no existe una burguesía plenamente constituida,
nos interesa destacar la disputa entre las fracciones de la clase dominante, en este
período, por el control del Estado, lo que aunado en algunos casos con la fortaleza del
movimiento campesino e indígena y en otros, por el ascenso del proletariado, es fuente de
alianzas de clase muy particulares .
En México, se dio una revolución, pero en la mayoría de los casos se produjo un
modus vivendi entre aquellas fracciones con los sectores más vinculados a la industria
sobre bases muy frágiles debido a que éstos se mantenían dependientes del modelo
agroexportador. En este caso el tránsito entre el viejo Estado oligárquico y el nuevo
Estado capitalista de la Revolución mexicana quedó sellado con el ascenso del
cardenismo que rompió con los restos de las fuerzas conservadoras, apoyándose en
obreros y campesinos para emprender una reforma agraria a fondo, la nacionalización del
petróleo y los ferrocarriles y la formalización de la relación corporativa entre Estado,
sindicatos y organizaciones campesinas.
En Argentina, a diferencia de México, no hubo revolución y sí, desde los años
treinta, una cadena de golpes militares, que fue debilitando pero no sacando de la escena
a la oligarquía terrateniente. Con la aparición del peronismo en 1946, irrumpe el
proletariado como fuerza política en alianza con los sectores medios mediante la cual
Perón pudo iniciar una política de intervención del Estado en la economía, de
industrialización y nacionalizaciones. Sin embargo, la alianza de la oligarquía terrateniente
con los otros factores de poder, como son la Iglesia y las fuerzas Armadas, permite que
este sector recomponga sus fuerzas y derroque a Perón en 1955.
En Brasil, el punto de arranque del desarrollo industrial y de la corporativización del
23
movimiento obrero fue el golpe militar de 1930 que llevó al poder a Getulio Vargas. Se
estableció una forma de organización sindical, muy peculiar, pues los sindicatos tienen una
estructura territorial; no hay la categoría de contrato colectivo de trabajo, pues se consideró
que en el Código del Trabajo estaban contenidos todos los derechos de los trabajadores,
quedó prohibido formar confederaciones nacionales de trabajadores. El varguismo planteó
una serie de tareas que dejó inconclusas, pero lo particular del arreglo brasileño es que,
con el golpe de 1964, la dictadura no fue neoliberal, sino desarrollista, profundizando la
sustitución de importaciones y la industrialización, así como la intervención del Estado.
Venezuela es otro caso de corporativismo de larga duración. Con la dictadura de
Pérez Jiménez. la industrialización fue limitada, aunque la propia dictadura se identificaba
con la sustitución de importaciones, pero la dependencia de la economía respecto de la
exportación petrolera siempre había y ha sido apabullante. Hasta la caída del dictador en
1958, se inicia una etapa de importante crecimiento económico pero apuntalado en el
petróleo.
Cuando Acción Democrática gana las elecciones, estableció un pacto con otras
fuerzas políticas y con los sindicatos. Fue el inicio del corporativismo venezolano, ya que la
Central de Trabajadores de Venezuela, había estado controlada por los principales
partidos políticos ( De la Garza, 2001: 94), Como dice Miriam Kornblith (Kornblith, 1998),
después de 1958 el país funcionó bajo las claves de un “sistema populista de conciliación
de elites”, que representaba a los sectores minoritarios pero más poderosos como son los
partidos políticos, las fuerzas Armadas, la iglesia, los grupos empresariales, grupos
laborales organizados, asociaciones gremiales. Al mismo tiempo, se institucionalizó un
sistema semicorporativo de participación y representación de intereses dominado por los
partidos políticos que hoy entró en crisis. Que la estructura semicorporativa es muy difícil
de desmontar y que persisten los grupos más tradicionales de dominación, queda al
parecer demostrado con la crisis institucional que enfrentó aquel país el pasado 10 de
abril del 2002 y que protagonizó el golpe de estado frustrado, por medio del cual
precisamente esas elites intentaron derrocar al presidente constitucionalmente electo,
Hugo Chávez, aliándose con algunos sectores de las fuerzas armadas y contando con el
total apoyo de los medios de comunicación más importantes y con el de Estados Unidos.
Colombia es un país con una situación intermedia en el sindicalismo, puesto que
24
existe una mezcla de corporativismo y clasismo, como también sucede en Perú, donde
incluso se da un clasismo más extendido , que ha impedido la corporativización del
movimiento obrero. En situaciones como Uruguay y Chile, se combina una tradición
clasista con un sistema de partidos y un proceso muy importante de institucionalización.
Es en estos conflictos de clases que surgieron los llamados regímenes políticos
populistas en América Latina en los años veinte, treinta y cuarenta, con componentes
caudillezcos y nacionalistas, que identificaron, frente al capital extranjero, la
industrialización con los intereses de la nación , que establecieron políticas de desarrollo
nacional dirigidas por el Estado, proteccionismo, planes nacionales y Estado empresario
“…se apoyaron como base de masas en el campesinado, el proletariado y sectores medios
urbanos…” ( De la Garza, 2001: 90) Pese a que la experiencia populista no fue un
proceso estrictamente idéntico para las distintas realidades, sí podemos hacer referencia a
los elementos típicos que hicieron posible la experiencia populista; entre éstos destacan:
La presencia fuerte del Estado en el ámbito político, económico, social y cultural; la
aspiración desarrollista-redistributiva, a fin de reorientar el flujo del excedente económico
“hacia adentro” y para el beneficio de la clase media, urbana e industrial; la retórica
antioligárquica y antiimperialista, principalmente en contra de Estados Unidos, con miras a
conseguir una mayor autonomía en el manejo de sus relaciones internacionales y para
defender la soberanía de los Estados; el carácter policlasista (transacción entre fuerzas
integradas por el pacto populista: la llegada de la burguesía industrial-urbana, las clases
medias, los sectores intelectuales, el proletariado y los militares); el carácter demagógico y
carismático basado en la relación líder-masa y en la relación política del Estado-partidosindicato; la connotación represiva y manipulativa del Estado para controlar las masas.
En términos generales, podemos afirmar que el populismo significó para América
Latina un momento peculiar de cambio social, en el cual se lograron establecer las bases
que apuntalaron el desarrollo económico, político y social. Expresó la ruptura de la fuerza
oligárquica tradicional y el arribo de una correlación sociopolítica de fuerzas del todo
distinta. Este juego permeado de una nueva conformación y combinación de fuerzas
sociales, políticas y económicas permitió organizar y hacer funcionar la nueva forma del
Estado.
25
La modalidad desarrollista burguesa del Estado capitalista dependiente.
El Estado nacional desarrollista se refiere a una concepción más conservadora, dirigista
del Estado en el proceso económico, el llamado desarrollismo, momento en que la clase
obrera fue reprimida o exaltada abstractamente como aliada, según las coyunturas
específicas. Otros regímenes populistas como el varguismo y el peronismo se agotaron
como modelo y desembocaron en golpes militares, por lo que después de la II guerra
Mundial no necesariamente los procesos de modernización pueden ser vistos a través del
desarrollismo, como en Centroamérica, sino bajo modelos de Estado contrainsurgente.
En los años posteriores al varguismo en Brasil, al cardenismo en México y al
Peronismo en Argentina y demás experiencias exitosas de corte nacional-popular en
América Latina, en donde quedó demostrada la gran capacidad del Estado para integrar a
las masas populares, las clases medias y los sectores urbanos e intelectuales, a los
beneficios del modelo de desarrollo económico y político, surge un nuevo carácter del
Estado-capitalista dependiente en América Latina, ante el ocaso del nacionalismo
populista: su modalidad desarrollista-burgués.
Se alude a una nueva modalidad desarrollista burgués del Estado en América
Latina, en gran parte, porque las experiencias antes aludidas comparten características
que impiden categorizarlas bajo el proyecto nacional-popular.
El gobierno de Juscelino Kubitschek (Brasil), de Miguel Alemán (México) y de Jorge
Alessandri (Chile) destacan por haber promovido desde el Estado y desde su sustento
(coalición de políticos tecnócratas, empresarios nacionales y oligarquía) una concepción
desarrollista-industrializadora que no contemplaba las bases políticas y sociales que
habían sido tradicionalmente las aliadas de la experiencia nacional-popular. Por ejemplo,
Jorge Alessandri representaba a las fuerzas del gran capital industrial y financiero aliado a
los consorcios imperialistas y encarnó los intereses de la gran burguesía industrial,
comercial y bancaria. La política de éste fue atraer el capital privado en su modalidad
nacional o extranjera y su apoyo en los empresarios, partidos tradicionales y la iglesia.
Alessandri fue una figura que tejió una política regresiva en términos del populismo
que Chile conoció, pues la congelación de salarios, los conflictos del mundo laboral, las
masacres de trabajadores (1962), la represión popular y la política reaccionaria, dieron
26
cuenta del nuevo proyecto político al que se encaminaba el capitalismo tardío y
dependiente en América Latina.
El caso de Juscelino Kubistchek, no es del todo distinto, pues su gobierno no
significó un momento de movilización de las masas obreras, campesinas y pequeñoburguesas. No existió un programa comprometido con las clases populares y a Kubitschek
se le conoce como aquel personaje de la historia brasileña que revivió el pacto oligárquicoburgués imperialista. Durante su administración, llegó a desarrollarse significativamente el
capital extranjero con la consecuente instalación de empresas multinacionales y se
favoreció una inversión directa de los capitales monopólicos extranjeros en ciertas áreas
de la economía y producción brasileña. Además de no otorgarle un peso relevante a la
cuestión agraria, su proyecto desarrollista-industrial buscaba, ante todo, ampliar el
mercado interno en función de la mano de obra barata. En su período surgieron varios
conflictos salariales en contra de la caída en el nivel de vida de la clase trabajadora y
media del país. Recuérdese las huelgas que ocurrieron en Sao Paulo y Minas Gerais en
los años 1957 y 58 por demandas para incrementar los sueldos.
El abandono de la vieja ideología nacional-popular también llegó a México. El
proyecto industrial de Miguel Alemán no se tradujo en concesiones a las demandas
obreras y campesinas. Por el contrario, se registraron tensiones sociales y contrarreformas
en cuanto a la conquista de derechos laborales, que fueron resueltas a través de la
intervención del ejército y de la policía (charrismo sindical). Con base en la represión,
autoritarismo y en un manejo vertical, se depuraron a los sindicatos y a las organizaciones
de trabajadores, a fin de apoyar su recomposición (intervención del ejército en la sección
34 del Sindicato de Trabajadores de Petróleos).
La falta de negociación política fue una característica innata de estos regímenes,
así como la disciplina al movimiento obrero y la anulación de avances progresistas en
cuanto al régimen de la tierra. Para Martín del Campo, “las bases políticas que dejara el
cardenismo son reconvertidas, refuncionalizadas y paulatinamente instrumentalizadas para
un proyecto político diferente a partir de 1940” (Martín del Campo, p.330)
Aún cuando estas experiencias se condujeron avantes, permanecieron y se
reprodujeron con remanentes nacional-populares y se apoyaron en sus mediaciones,
cambió el proyecto político y económico de la nueva elite política y de los grupos de poder
27
económicos, que pronto impactaron en la relación específica entre los diversos actores.
La militarización del Estado en América Latina
Las dictaduras militares en América Latina constituyeron una prolongada interrupción de
los regímenes civiles y la cancelación de la vía política tradicional, para canalizar los
conflictos y regular el orden social establecido. Asimismo, expresaron la culminación de un
proceso que había ofrecido pocas oportunidades para la consolidación democrática
estable en la mayoría de los países.
Cuando en 1964, las fuerzas armadas brasileñas llevaron a cabo un golpe de
Estado que derrocó al presidente Joao Goulart, inauguraron una nueva forma de golpismo
en América Latina. Ya no era el caudillo militar ni eran tiempos de organización nacional,
sino que se trataba de las fuerzas armadas, como institución, como un cuerpo profesional
inserto en el aparato de Estado que rompían la norma constitucional. Se trataba además
de los países más desarrollados en lo económico y lo político de la región, lo que
contrariaba la máxima de a mayor desarrollo, mayor democracia, pues años más tarde
ocurría lo mismo en Argentina, al arribar al poder el General Onganía (1966) como
preámbulo a una de las peores dictaduras que hubo conocido ese país y que fue la
protagonizada en primera instancia por el General Videla (1976-1983); años de la llamada
Guerra sucia en la cual desaparecieron o fueron asesinadas 30 mil personas.
En 1971 Hugo Bánzer ponía fin al gobierno reformista de Juan José Torres en
Bolivia y un sangriento golpe militar derrocaba al presidente constitucional de Chile
Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973, seguido por un golpe similar en Uruguay.
De igual forma, se produjeron una serie de pronunciamientos militares en Centroamérica y
el Caribe que derrocaron a los gobiernos de Guatemala, Ecuador, Honduras y República
Dominicana.
Bajo este contexto, Luis Maira trata de acercarse al tema respondiendo a una
pregunta central: ¿estos Estados de excepción en América Latina forman parte de un
diseño internacional definido en el marco hegemónico de Estados Unidos o responden a
un designio autónomo de cúpulas militares en el país? El autor comenta que aunque el
 Habría que recordar que la intervención de Estados Unidos en la República Dominicana confirmaba una vez más el
28
Estado de Seguridad Nacional mostró sus diferencias en cada país y que, sin duda, se
desplegaron experiencias disímiles en la región, compartieron la misma matriz ideológica
inspirada en la Doctrina de Seguridad Nacional que Estados Unidos había desarrollado en
los años 40.
Esta Doctrina que conllevaba en su seno un cambio radical en el planteamiento
político-estratégico estadounidense, tenía como propósito fundamental transmitir a los
países del área esta nueva percepción de la política exterior estadounidense y de adherir
específicamente a las fuerzas armadas latinoamericanas a través de la vía diplomática y
del ofrecimiento de entrenamientos y capacitación. Más adelante, estos planes cundieron
en el esfuerzo contrainsurgente que apoyó la Alianza para el Progreso, a fin de que otros
países del continente no repitieran el ejemplo cubano y de contener en forma global y
regional el comunismo internacional.
Con la introducción de la guerra fría en América Latina se inicia, en Washington y
en los círculos de la derecha latinoamericana, una revisión profunda de la organización
política del continente. Para Estados Unidos, la verdadera respuesta ante la irreconciliable
visión del mundo libre y comunista, se centraba en la necesidad de transformar la base del
aparato del Estado en el de seguridad nacional. Este Estado que debía erigirse, tenía
como proyecto histórico evitar el contagio comunista, a través de la eliminación de las
garantías constitucionales que caracterizaban las democracias liberales, de la cancelación
de los derechos humanos en función de proteger el control de la subversión y de los
tratados militares signados con los demás países del continente. Todo ello se realizaba
bajo la inspiración de preservar la civilización, ideología y la cultura occidental.
Al igual que Maira, Ruy Mauro Marini, se pregunta ¿porqué el Estado populista que
favorecía la acumulación de la mayoría de las fracciones termina por desestructurarse en
América Latina? Para responder a ello, recurre al estudio del fascismo como punto de
referencia, aunque reconoce las grandes distancias que existieron de nuestras propias
experiencias frente a las del continente europeo, por lo que extrae de éste su carácter
eminentemente contrarrevolucionario como uno de los elementos más significativos que
nos pudiera transportar y adentrar de mejor forma al estudio de caso latinoamericano.
Para Marini, el Estado de contrainsurgencia es el resultado de un proceso en
apoyo que este país le otorgaba a las dictaduras militares en América Latina, garantes del orden de sus intereses.
29
donde las fuerzas militares vinculadas al capital monopólico se alían junto con los intereses
extranjeros. Para evitar la revolución, se echa a andar un Estado basado en la
contrainsurgencia, tal como lo muestra el Estado venezolano que surge en 1959, cuando
Betancourt era presidente. Comparte con Maira el contexto geopolítico internacional que
impone una nueva agenda de prioridades en la estrategia global y muestra cómo Estados
Unidos, cabeza del mundo capitalista, se ve enfrentado a una cadena de procesos
revolucionarios en distintas partes del mundo (Argentina, Congo, Vietnam, Cuba). Ante
ello, surge este Estado de contrainsurgencia a fin de otorgarle a la política un enfoque
militar con el pleno objeto de detener el movimiento revolucionario y extirparlo.
Este Estado que significó un caso de excepción y que exigió suspender la
democracia burguesa, también priorizó las condiciones para favorecer la supervivencia y
los intereses de las fracciones monopólicas, tanto nacionales como extranjeras. Esta
correlación sociopolítica de fuerzas empleó la fuerza del Estado para enfrentar al
movimiento popular, ante su mera incapacidad de luchar en la arena política.
Siguiendo la tradición presidencialista que ha marcado la esencia y la forma de los
sistemas políticos en América Latina, una de las características de este tipo de Estado que
más sobresalió fue la hipertrofia del Poder Ejecutivo, conformado por una rama militar y
una económica (tecnoburocracia), lo que equivalió a favorecer la concentración de poderes
en el Ejecutivo en detrimento del Poder Legislativo y Judicial.
Conclusiones
Esperamos que haya sido demostrado que en este momento, clave para América Latina se
hace indispensable reabordar el análisis del Estado nacional-popular en la región, a fin de
rescatar aquellos elementos que bien pudieran enriquecer el debate actual en torno a los
principios de una estrategia alternativa de desarrollo con equidad.
Aludimos a que se trata de un debate importante en un momento histórico
trascendental para América Latina por dos razones principales; primero, por la existencia
de un nuevo contexto internacional caracterizado por el fin de la posguerra fría y marcado
por vertiginosos cambios, dado el despliegue internacional del capital y las
transformaciones científico-tecnológicas promovidas y avaladas por la globalización; y
30
segundo, por la urgente necesidad que enfrenta hoy América Latina de descubrir cauces
alternativos de solución a la mayoría de los problemas que aquejan a la región, debido al
dramático retroceso social que a casi 20 años, hemos experimentado con motivo de la
acumulación neoliberal.
América Latina enfrenta el problema de la mayor pérdida de soberanía habida en
la historia de los Estados latinoamericanos –financiera, política, cultural, geoestratégicafrente a los Estados Unidos. Si el papel del Estado en el orden neoconservador actual está
cambiando en todo el mundo, este proceso está más acotado en América Latina por los
menores recursos y colchones institucionales de sus Estados ( a diferencia del Estado de
los países desarrollados que mantiene, en mayor o menor medida, el corazón del Estado
de Bienestar ), la mayor gravitación del capital transnacional y las exigencias del FMI y del
BM .
A lo anterior hay que agregar la recomposición hegemónica que busca Estados
Unidos, a partir de lo que considera su zona natural de influencia, mediante la redefinición
de sus problemas de seguridad nacional a los que ha de sumar el combate al narcotráfico,
el terrorismo, después de los atentados del 11 de septiembre, dándole una dimensión aún
más militarista a la relación con los súbditos latinoamericanos, y el Plan Colombia, que
sería el rostro contrainsurgente del proyecto de integración hemisférica que es el Área de
Libre Comercio de América (ALCA) (como en su momento fue la Alianza para el Progreso
de John F. Kennedy y el programa contrainsurgente y militarista que en la lucha contra la
irradiación de la revolución cubana prevaleció sobre las reformas)
En las condiciones de asimetría que han caracterizado las relaciones Estados
Unidos–América Latina, no podemos esperar más que mayor subordinación a la
administración del presidente Bush Jr y todas las águilas militaristas y los halcones
republicanos que le acompañan.
No se puede teorizar sobre el Estado en América Latina y sus transformaciones,
sin mencionar esta otra cara del Estado latinoamericano que es su tipo de vinculación
subordinada con Estados Unidos. En este sentido, cabe considerar el impacto del declive
hegemónico de dicho país a nivel mundial, lo que significa su repliegue hemisférico.
Marcos Roitman, comentando un texto de Joan Garcés intitulado De Soberanos e
intervenidos. Estrategias globales, americanos y españoles (Roitman, 2002), señala
31
acertadamente cómo con la llegada de los gobiernos neoliberales en América Latina, la
mayoría electos por voto directo, secreto y universal, existe una complementariedad de
objetivos entre las fuerzas políticas internas, las elites económicas y “la estrategia de
desintegración nacional diseñado por la potencia hegemónica, en este caso, Estados
Unidos”, país que no se ha visto en la necesidad de imponerse por la fuerza, pues ha
encontrado anuencia, aceptación y total identificación de los actuales gobiernos
latinoamericanos – a excepción de Cuba y de Venezuela- a su política exterior, al punto
irrisorio de que hasta se adelantan a lo que puede desear dicho paìs. Y Concluye,
afirmando que “Lo verdaderamente trágico para América Latina es que sus gobiernos
cipayos practican una política de sumisión consciente, cuyo resultado es la desintegración
de proyectos democráticos internos. Y en esto coinciden ambos actores, los protagonistas
y los bufones del imperio” (Roitman, 2002)
Revisitar al Estado populista y el Estado nacional desarrollista con el objeto de
revalorar su especificidad sobre aportes y límites, resulta ser un ejercicio obligado para
cualquier cientista social latinoamericano preocupado por la situación actual y el futuro
cercado que nos aguarda.
A pesar de que se estableció una democracia con bases precarias, habría que
insistir en el carácter autoritario, semidictatorial o dictatorial del Estado populista. No se
lograron incluir a las fuerzas no populistas, se emplearon técnicas de cooptación,
manipulación, clientelismo y control para debilitar la oposición, que conllevaron a la
hipertrofia del poder Ejecutivo. Pese a ello, debemos ubicar nuestra apreciación peculiar
sobre el populismo en el terreno de los grandes proyectos integradores de América Latina.
El Estado populista, a diferencia del Estado oligárquico, en donde el poder se ejercía sin el
consentimiento del pueblo y éste no era desconcentrado ni distribuido, emitió su propia
forma integradodra de masas, pues en lo político representó los intereses de determinados
grupos sociales vinculados entre sí por medio de un pacto nacionalista y popular, en lo
económico logró reorientar los flujos del excedente, que satisficieron hasta un tiempo
determinado las necesidades y satisfactores básicos de sectores mayoritarios de la
sociedad y, por último, en lo social, pudo regular las conductas de sus miembros.
Podemos afirmar que la época del Estado populista en América Latina remarca
toda una era de cambios sustanciales desde el modo de regulación del Estado social
32
desarrollista, que incluía el intento
por sentar las bases para forjar un desarrollo
económico autosostenido, hasta en la forma de percibir la política y las formas de
participación social.
En el ámbito económico el Estado impuso una serie de medidas que tendieron a
contrarrestar la estructura agraria y latifundista. Su gran cometido fue generar excedente
económico por la vía industrial y por la ampliación del mercado interno e interrumpir la
transferencia hacia el sector agroexportador. Para Agustín Cueva, la tarea principal del
Estado capitalista-dependiente en América Latina fue transformar la modalidad
reaccionaria del desarrollo de ese capitalismo en una modalidad democrático-progresista
(Cueva, 1977: 148)
En su papel de motor del desarrollo y de facilitador del progreso material, el Estado
nacional-popular latinoamericano, interventor en la economía debía devolver a la nación
los recursos naturales que por geografía le pertenecían y que en aras de ejercer su pleno
derecho a la soberanía, se encontraban en manos de intereses extranjeros. Pese a ello,
estuvo muy alejado de conformar un mecanismo autónomo de desarrollo, sirvió
plenamente a la acumulación monopólica de capital a la cual crecientemente subordinó el
salario y el empleo; siguió dependiendo de la entrada de divisas del exterior y de los
vaivenes a que quedaban sujetos los precios de nuestras exportaciones en el mercado
mundial. Frente a Estados Unidos, polo hegemónico insustituible del sistema capitalista,
después de la Segunda Guerra Mundial, se reavivó nuestro carácter dependiente y se
redefinió nuestra subordinación bajo nuevas formas de vinculación y dominio.
La función del Estado no se limitó a ser el garante del orden ni tampoco a ser el
concentrador de la economía, sino que actuó como canalizador también de los procesos
políticos y sociales, y como productor y difusor de la cultura e ideología. Este Estado que
se convirtió en un agente de cambio económico y político pronto reflejó un peculiar
compromiso social. Sólo el Estado podía hacer desaparecer los antiguos privilegios para
echar mano de la reforma social que se requería concretizar. Éste se convirtió en el actor
central de la sociedad que se hacía partícipe de los conflictos que surgían de las
relaciones obrero-patronales y pugnas entre distintos grupos y gremios. A partir del
reconocimiento de los intereses particulares y conciliándolos en un todo unificado, este tipo
de Estado se erigió como una instancia mediadora sobre los conflictos que se produjeron
33
entre clases y grupos. Todo ello se logró organizando y unificando a las masas, otorgando
a los sectores más representativos de la economía y de la política nacional de una
representación oficial frente al quehacer del Estado.
El Estado nacional desarrollista y populista fue el intento más acabado de conciliar
las contradicciones sociales y políticas en sociedades profundamente desiguales,
heterogéneas y fragmentadas como las de América Latina, en el marco de economías
dependientes que buscaron articular a la Nación, responder a los derechos básicos de sus
sociedades en términos de salud y educación, que permitieron alianzas sociales para
construir una dimensión política, instrumentando formas de organización policlasista –
Graciarena y otros autores lo llamaron por eso Estado de compromiso – y una identidad;
aunque, a falta de sujetos sociales y políticos autónomos, estas tareas se realizaron de
manera no democrática, corporativa, clientelista, por medio de un presidencialismo
autoritario.
En opinión de Alberto Parisí de la Universidad Nacional de Córdoba, el populismo
revoluciónó “desde arriba” a la sociedad de su tiempo, generando enormes beneficios,
especialmente para los desposeídos y fundando lo que llama “Estado de Bienestar Criollo”,
aunque el precio del pacto social que generó el populismo “estribó en suplantar
fuertemente las iniciativas de la sociedad civil, generando una cultura paternalista y
subsidiaria entre Estado y sociedad civil“ (Parisí, 2000; 248)
Para Emir Sader, no se trata de volver al estado anterior: “si nosotros nos
casáramos con ese Estado tal cual, iríamos al fondo del mar junto con él, es un Titanic que
en verdad está perdiendo equilibrio”. Pero luego se pregunta
¿qué es lo rescatable de lo que hemos tenido hasta ahora en América Latina?, ¿acaso
las opciones son como dicen los neoliberales entre estatal o privado, estado o
mercado, colectivismo estatal o espacio del individuo? “La utopía del liberalismo en
última instancia es que no existan sino individuos en la sociedad y un Estado
distanciado de ellos,…que seamos reducidos a consumidores… como individuos para
el mercado , no como sujetos políticos con derechos (Sader, 2000: 241)*
*El presupuesto participativo que se practica en alcaldías como Porto Alegre, donde el PT busca instrumentar
alternativas incorporando a la ciudadanía en el manejo del presupuesto y que merecería un trabajo aparte, se trata
de experiencias que buscan contrarrestar la desigualdad producida por el modelo económico, como dice Sader, un
proceso de socialización de la política que tiene límite, porque una alcaldía no puede hacer mucho más. Otro ejemplo
el Movimiento de los Sin Tierra, MST, cuyos asentamientos llegan a organizar a un millón de personas, donde todos
los niños van a la escuela-tienen 850 escuelas y miles de profesores-, porque para los sin tierra, la escuela es tan
importante como la tierra, la supervivencia tan determinante como la necesidad de definir identidad, cultura,
ciudadanía. Lo interesante es que Los sin tierra han logrado el reconocimiento y cuentan con recursos estatales, pero
respetando la dinámica colectiva de grupos que se definen como movimientos sociales.
34
Coincidimos con Sader en que la alternativa no está en el abandono del Estado y
en echar por la borda la herencia histórica de los logros del Estado nacional popular.
Consideramos fundamental rescatar la dimensión pública del Estado, la dimensión
ciudadana, recuperar lo que es comunitario, combinar la democracia formal con la
democracia directa, instrumentar “acciones que tienen que tienen que ser estatales pero
que tienen una contrapartida de la ciudadanía organizada, combatiendo el carácter
burocrático , tecnocrático del estado…”( Sader, 2000: 245-246)
Lo antes dicho es necesario para superar, por tanto, la concepción neoliberal
subdesarrollada de que el mercado es el regulador de la vida social y política en lugar del
Estado, esa imagen equívoca del paso de la matriz Estado-céntrica a la mercado-céntrica,
que en los hechos significa ahondar los rasgos de subordinación y dependencia por el total
abandono de los objetivos sociales nacionales y políticos, así como estratégicos, de un
Estado que se ha privatizado para responder a los intereses de los grupos más vinculados
con el capital extranjero (principalmente norteamericano) Grupos que exigen fin a todo
subsidio estatal, mientras los Estados Unidos aumentan el subsidio al campo, colocan
aranceles al acero y extienden su proteccionismo a otros rubros, exigen total apertura de
las fronteras al tiempo que ellos cierran las suyas, imponiendo controles policiacos
militares cada vez más férreos.
Hay que recordar que el Estado latinoamericano no ha dejado de intervenir en la
vida económica. El problema es que lo hace en beneficio de los grandes intereses locales
y extranjeros, con métodos mafiosos, como se dio durante la presidencia del presidente
Menem en Argentina, lo que nos coloca en la vía de la reestructuración del Estado bajo
las administraciones neoliberales, donde hay que ver la corrupción no como un legado del
populismo, sino como producto de formas de ejercer el poder sin necesitar legitimarse, de
la mercantilización de la política, del neopatrimonialismo neoliberal, de los herederos del
Estado, esa casta de nuevos ricos que se formó como fruto de las privatizaciones a
ultranza que se practicaron en las últimas décadas en la región.
El discurso neoliberal adjudica al viejo y gordo Estado populista la corrupción, pero,
como dice Parisí sobre el caso argentino, aunque aplicable a otros casos: “el tamaño de la
corrupción en ese país con epicentro en el Estado se debe no tanto a la sumatoria de
actos corruptos cuanto a que el propio Estado se convirtió en una maquinaria al servicio de
35
la corrupción“. Su antecedente es la dictadura neoliberal del 1976 que convirtió al Estado
en un aparato o maquinaria de asesinar, usando el poder y los símbolos del Estado mismo,
junto con la impotencia para frenar y castigar esa situación.
Experiencias como las de los países asiáticos, que lograron índices de crecimiento
sostenido e importante e incluso lograron sortear la crisis económica, precisamente,
gracias al papel del Estado, junto con el desastre social generalizado que es América
Latina, ha hecho que algunos funcionarios de entidades financieras como el Banco
Mundial hayan llegado a la conclusión de que el Estado fuerte fortalece al mercado,
incluyendo las ganancias; y existe cada vez más la convicción de que bienes públicos
como educación y que la creación de tecnología contribuyen a aumentar la productividad,
mientras que los sistemas destinados a garantizar cierta base de ingreso mínima
“aumentan la masa de consumo y reducen la incertidumbre del mercado” (Banco Mundial,
1997).
Joseph Stiglitz quien ha sido vicepresidente del BM sostiene que cuestionar las
intervenciones estatales en bloque hace olvidar
...el éxito de las tres décadas precedentes, al cual el gobierno, pese a yerros
ocasionales ha contribuido ciertamente. Sin duda, estos logros que no sólo
incluyen grandes aumentos del PBI per cápita, sino también incrementos en la
esperanza de vida, en el nivel de educación y en una gran reducción de la pobreza;
son mejoras reales y más duraderas que la presente crisis financiera…(Julio
Sevares, 2000: 299)
Hacer una evaluación, por tanto, del papel que jugó el modelo estatal que hizo
crisis en la región, evaluando sus alcances y limitaciones de una manera equilibrada, es
un antecedente necesario para entender tanto la forma que asume el Estado bajo el
neoliberalismo, como para emprender la búsqueda de alternativas entre las cuales será
imprescindible contar con un Estado refundado sobre la base de un nuevo pacto social ,
un Estado dinámico que recupere poder e iniciativa .
“El Estado mínimo no sólo renuncia a toda posibilidad de revertir los elevados
niveles de inequidad social y económica, sino que debilita en la práctica el principio de
ciudadanía universal: sólo las instituciones de un Estado fuerte pueden asegurar el imperio
de la ley” (Cavarozzi y Berensztein, 1998)
36
La crítica neoliberal al Estado que en el caso de los países europeos ha llevado a
replantear su papel como actor en el proceso de “mundialización” (término no sólo
semántico, sino que asigna un rol al Estado en la etapa actual de la internacionalización
capitalista), parece llevarse hasta sus últimas consecuencias en el caso de los países de
América Latina y otros del tercer mundo, al desmantelar todos los fundamentos de la
importante presencia económica, política , social que tuvo en países, en los cuales su
debilidad estructural , su heterogénea y frágil composición social, el peso de la oligarquía
conservadora, de instituciones autoritarias, la ausencia de una clase hegemónica, los llevó
a reinsertarse al mercado mundial, en tanto países capitalistas dependientes, como países
tributarios y subordinados a los dictados externos, colocando la soberanía del Estado en
entredicho.
La crítica neoliberal del Estado se ejerce sin ningún horizonte histórico, sin
conocimiento social y político y sin herramientas teóricas –todo lo cual no forma parte de
la formación del tecnócrata criollo–, como para comprender las formas que asume el
Estado en la periferia capitalista, los límites en que se movió en nuestra región y las
alternativas nacional populares que siguen presentes y vigentes.
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