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L.
LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
Duelo fatal
HARRY POTTER
Y LAS RELIQUIAS DE LA MUERTE
J. K. ROWLING
TRADUCCIÓN DE GEMMA ROVIRA ORTEGA
SALAMANDRA. BARCELONA, 2008
640 PÁGINAS, 22 EUROS
PABLO BARRENA
«HARRY POTTER» PARA ADULTOS
LA SÉPTIMA –Y AL PARECER ÚLTIMA– ENTREGA DE LA SERIE DE HARRY POTTER YA ESTÁ AQUÍ, DISPUESTA
A REPETIR EL ÉXITO DE LOS TÍTULOS ANTERIORES. J. K. ROWLING HA APRENDIDO A TRATAR CON PERSONAJES Y CON LECTORES MIENTRAS UNOS Y OTROS SE HACÍAN MAYORES
ANTONIO CASTILLO ALGARRA
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En las aventuras anteriores, y en
esta séptima con más intensidad,
la muerte está presente, lo mismo
que la indagación sobre el origen
del prodigioso Harry Potter, cuando
Voldemort mató a sus padres, pero
no pudo asesinar al bebé. En un crescendo de acción y fuerza argumental,
se ahonda en ambos asuntos mediante la lucha continuada del joven
mago con el Señor de lo Oscuro y
la sorprendente biografía y el lioso
testamento del fallecido Dumbledore (anterior director del colegio Hogwarts, hombre que ahora parece
mentiroso y con objetivos inextricables, a la vez que un santo sabio). Así
se desarrolla la obra, desde el inicio
hasta el desenlace, en un final que
resulta complejo y exige cierto esfuerzo de comprensión, un esfuerzo
gratificante, tan satisfactorio como
lo es el recorrido por la trama. Tales
elementos muestran una inefable
aceptación de que la vida (no así la
muerte) es limitada en el tiempo, y
también una viva pasión por el valor
extraordinario, por la amistad y los
sentimientos fraternales. Son recursos creativos acaso más atrayentes,
pues inciden en lo recóndito humano,
que los ingeniosos hechizos, fábulas
portentosas, criaturas formidables,
por demás muy entretenidos y muy
bien elaborados, como sucede, por
ejemplo, cuando Harry, una noche en
un bosque nevado, percibe la presencia de la deseada Espada de Gryffindor y surge de guía un patronus en
forma de cierva plateada.
Es un hermoso pasaje, un movimiento no exento de riesgos para el
protagonista, siempre alerta debido
a la amenaza de los seguidores del
Señor Tenebroso, que gobiernan de
modo dictatorial el mundo mágico.
Ocurre que secuaces despiadados y
seres inferiores liquidan o torturan a
los magos que no obedecen las normas y a los de raza impura. Ocultos
para no caer en sus manos, con idea
de luchar contra ellos, Harry, Ron y
Hermione buscan descubrir qué escondía Dumbledore y las intenciones
que tenía al encomendarles aniquilar
los siete horrorcruxes, fragmentos
del alma de Voldemort. Para lograr
estos objetivos, los tres intentan hacerse con las Reliquias de la Muerte,
y el joven mago ha de ofrecer su vida,
porque en él se halla una parte del
malvado rival, con cuyo ser conecta,
sin poder evitarlo, sintiendo un dolor
insoportable en la cicatriz de su frente. Ante estas peripecias, el lector se
emociona y quiere saber más sobre
los personajes a medida que avanza
con Harry Potter hacia un duelo tan
fatal como necesario. !
«Los jóvenes más sabios de hoy»,
que diría Stevenson, sí tienen ojos
para Harry; también los que nunca
olvidamos que fuimos niños. Leídos
los siete Potter, cabe hacer balance;
algo que no ha logrado J. K. Rowling,
de la que fingiremos no haber leído
el epílogo, lánguido y espurio, del
séptimo volumen; si tienen la suerte
de no haber visto aún esas páginas,
no lo duden, arránquenlas –«¡Accio
epílogo!», ya saben–, y fuera (de
algo nos habían de servir los seis
cursos en Hogwarts, más este año
forzoso en prácticas).
EN TIERRA DE INFIELES. Intentar
hablar de Harry Potter en ámbitos
culturales de España recuerda, en
modesto, a la posición que como
profesor de filosofía ostentaba Ortega en sus comienzos; éste –al
principio de las Meditaciones del
Quijote– decía hallarse in partibus
infidelium, en tierra de infieles.
Ante libros como los de Harry Potter, esos que Ortega llamaba «nues-
tros almogávares eruditos» suelen
responder con indiferencia, disgusto
o mofa; pero cabría recordarles algo
más de lo que se dice en las Meditaciones: «La tendencia realista es la
que necesita más de justificación y
explicación, es el exemplum crucis
de la estética». Al dar a luz a sus
teorías de la perspectiva y de la circunstancia, descubre Ortega que
«novela y épica son justamente lo
contrario»; el objeto de la segunda
es poético por sí mismo; el de la
novela no, los tipos cotidianos son
EN ESTOS ONCE AÑOS, HARRY POTTER HA SIDO EL HÉROE QUE HA
RESCATADO LA LITERATURA DE AVENTURAS; NO POR CASUALIDAD
HA SIDO DE NUEVO UN BRITÁNICO EL QUE, MÁS ARROJADO QUE
EXQUISITO, NOS HA DEVUELTO LA MAGIA
say that they were perfectly normal, thank you very much». «Pues
faltaría más...». Harry escapa de
las garras del mal, para acabar en
esas pringosas de la gente que, ante todo, se precia de ser de lo más
normal.
También Rowling acaba en manos de traductores que escriben
–como tantos otros que traducen
del inglés, sean libros, películas o
series– en español infestado de
sintaxis y giros sajones, vacilante y
menesteroso, sin que académicos ni
educadores parezcan preocuparse
lo más mínimo.
prosaicos; le toca al escritor hacer
literatura con ellos; donde la épica
narra, la novela describe. Mientras
el novelista ha de hacer poesía con
tipos y hechos sin interés, en la primera «el escritor podía reducir al
mínimo su intervención».
VARITA MÁGICA. Ocurre que «es la
aventura interesante por sí misma,
por su inmanente caprichosidad»,
como se dice en las Meditaciones.
Son los de Harry Potter libros de
aventuras, y no novelas; Rowling,
de flacas dotes poéticas, es narradora, y pedirle que sea novelista
es como querer ponerle una varita
mágica en la mano al pobre Pascual
Duarte.
De acuerdo, dirá el erudito, pero
quién necesita libros de aventuras,
teniendo a Cortázar (aunque no se
refieran al traductor del Gordon
Pym); dejen que Ortega les cuente cómo «la literatura de imaginación prolongará sobre la huma-
nidad hasta el fin de los tiempos
el influjo bienhechor de la épica,
que fue su madre. Ella duplicará el
universo, ella nos traerá a menudo
nuevas de un orbe deleitable, donde, si no continúan habitando los
dioses de Homero, gobiernan sus
legítimos sucesores. Los dioses significan una dinastía, bajo la cual lo
imposible es posible. Donde ellos
reinan, lo normal no existe; emana
de su trono omnímodo, desorden.
La constitución que ha jurado tiene un solo artículo: Se permite la
aventura».
Aventuras de Potter que comenzaron a publicarse hace ahora once
años; según la leyenda editorial, de
la pluma de una escritora a la que
no le quedaban en la vida más que
los restos de una familia, el dinero para un café, y la historia de un
niño que salió vivo del ataque del
Señor Oscuro, y que empezaba así:
«Mr and Mrs Dursley, of number
four, Private Drive, were proud to
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EL ORIGEN
DEL CÉLEBRE
PERSONAJE
CREADO POR
J. K. ROWLING
SE DESVELA EN
«HARRY POTTER
Y LAS RELIQUIAS
DE LA MUERTE».
A LA IZQUIERDA,
DANIEL RADCLIFFE,
CARACTERIZADO
COMO EL JOVEN
APRENDIZ DE
MAGO EN UNA
ESCENA DE
«HARRY POTTER
Y LA ORDEN DEL
FÉNIX» (DAVID
YATES, 2007)
¿A LA ALTURA DE DICKENS?
Aquella inédita escritora pergeñando su libro al amparo de una misma taza de café cada mañana ha
terminado superando el éxito del
mismo Dickens (no su prestigio,
claro). ¿Puede compararse algún
instituto de la lengua, o council, al
efecto Potter y la muchedumbre de
españoles, holandeses, alemanes
–e incluso algún francés– que lo
han leído en inglés? Al principio los
adultos ponían la excusa de leerlo
por practicar idiomas o vigilar lo que
leían sus hijos; ya no se molestan
en disimular. ¿Y los chicos? Los que
leen ya llevan al menos siete libros
sólo de Potter.
«Literatura de supermercado;
destructora de la alta cultura», dicen algunos, quizá con su mejor
intención. Habría que preguntarle
al propio Cervantes, a ver qué contestaba; él nos dejó un hijo póstumo
en el que un tal Persiles quedaba ensartado en una espada al caer desde
un campanario, para acabar sano e
igual de hermoso al poco tiempo,
gracias a los cuidados de la no menos hermosa Sigismunda. Recuerda
Ortega que en el Persiles «Cervantes quiso la inverosimilitud, como tal
inverosimilitud»; era precisamente
el autor que acababa de concebir la
novela moderna, contra los libros de
caballerías.
Las Meditaciones del Quijote son
el informe médico de aquel parto;
nos explican que la novela consiste
precisamente en la destrucción del
mito, y en contarnos cómo éste cae.
Frente a la mirada rectilínea, ingenua, de la épica, la mirada oblicua
del novelista, que no ve lo que el
héroe y su afán tienen de aventurero o de trágico, sino de patético y
cómico. Pero esto significa –aclara
Ortega– que la novela requiere de
la existencia previa del mito de cuya destrucción da cuenta o en cuya
crítica consiste. El Quijote, aunque
sólo sea en los humores del hidalgo, «lleva dentro de sí infartada la
aventura».
Pero resulta que el caso de Harry
Potter es el contrario. Se ha repetido
lo que Harry tiene de mestizo: los
huérfanos de Dickens; los dos mundos de Narnia; las leyendas celtas;
la novela juvenil de tradición inglesa.
Pero si en Narnia ambos mundos se
hacen poco caso, en Potter conviven
y chirrían; en dos sentidos: en lo que
el mundo escolar de Hogwarts, el
Ministerio de la Magia o la «pureza
de sangre» tienen de parodia del
mundo ordinario; y en que Rowling
dirige esa oblicua mirada de la que
hablaba Ortega, precisamente, contra el mundo real –el realismo–, con
desprecio bautizado por magos
y brujas con el sobrenombre de
muggle; hay, pues, el proceso inverso al de la novela realista; y funciona, gracias a que Rowling deja pasar
«una corriente de aire alucinado que
arrastra consigo cuanto no está muy
firme sobre la tierra –como dice Ortega en las Meditaciones–. Y allá irá
siempre en su seguimiento cuanto
quede en el mundo de ingenuo y de
doliente».
«EN EL MUNDO DE LOS VIVOS».
¿Ingenuo? Entiéndase bien, como
noble y dispuesto a creer que no es
real sólo aquello que se ve. Éste, que
la imaginación no es menos parte de
la realidad que lo que se puede tocar, es uno de los muchos mensajes
del último Potter. Además, es una
ingenuidad bastante lúbrica la de estos Harry, Hermione y Ron (incluso
Ginny) de diecisiete años. Es mérito
de Rowling haber ido aprendiendo
a tratar con personajes y lectores
mientras unos y otros se hacían mayores, hasta poder llegar a decirles
en Las reliquias de la muerte cosas
como ésta: «...acepta que tiene que
morir, y comprende que en el mundo
de los vivos hay cosas muchísimo
peores que morirse». Sin olvidar la
moraleja de su historia, que «los
cuentos para niños, el amor, la lealtad y la inocencia tienen poder más
allá de lo que está al alcance de magia alguna».
No es lo peor que pueden leer
los chicos, ni los mayores. «Porque
todos llevamos dentro como el muñón de un héroe», dice, hacia el final
de las Meditaciones, Ortega; quien
años después escribiría: «Somos
poco leales con nosotros mismos
y gravemente ingratos con nuestro
niño interior. Él es quien empuja
nuestros días, llenos de desazón y
de insuficiencia, con el aliento caliente de sus fantásticas esperanzas... Sólo vivimos verdaderamente
las horas que él logra vivir». En estos
once años, Harry Potter ha sido el
héroe que ha rescatado, de donde
la tuviesen encerrada, la literatura
de aventuras; no por casualidad ha
sido de nuevo un británico el que,
más arrojado que exquisito, nos ha
devuelto la magia de aquella tierra
de aventureros donde es asunto tan
egregio esto de ser niño. !
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