Plan Colombia: balance y perspectivas Jaime Ruiz Llano La historia es el juez inexorable de los gobiernos. Lejos ya de la confrontación política y de los intereses inmediatos de los diversos grupos, han venido surgiendo los impresionantes resultados positivos del Plan Colombia. Tal como lo expuso el propio presidente Pastrana en la presentación del Plan en 1999, el objetivo de éste era “fortalecer al Estado como fundamento para recobrar la confianza de los colombianos y recuperar los principios básicos de una coexistencia pacífica”. A lo que agregaba Pastrana entonces: “La paz no es simplemente una cuestión de voluntad: la paz debe ser construida. Ella surge del fortalecimiento del Estado y de garantizar a todos los colombianos, en todo el territorio nacional, su seguridad y el ejercicio de sus derechos y libertades”. De allí el carácter complementario de las conversaciones de paz y el fortalecimiento institucional, ambos plasmados en forma transparente bajo la misma sombrilla del Plan Colombia para que no existiesen dudas sobre cuál era la estrategia del gobierno. El profesor Román Ortiz ha expuesto en este foro el impacto que el Plan Colombia tuvo sobre la violencia. Dice él que significó un “quiebre estratégico” que mejoró los tiempos de reacción del ejército y afectó la asociación entre el narcotráfico y los grupos violentos –Farc y AUC–. Remata diciendo Ortiz que “el Estado finalmente pudo demostrar que la guerra era ganable”. Muchos otros importantes investigadores independientes han empezado a referirse al Plan Colombia en el mismo sentido. Alfredo Rangel escribió hace apenas unos pocos días en El Tiempo que “buena parte de los éxitos de la política de seguridad democrática del actual gobierno se deben al fortalecimiento del Estado que realizó la administración Pastrana. Las Fuerzas Militares dieron el más importante salto adelante en muchos años. Su modernización y reestructuración las pusieron en condiciones de contener la marcha de las Farc hacia la generalización de la guerra de movimientos, que parecía inatajable”. Y continúa Rangel diciendo: “En la administración Pastrana hubo un gran fortalecimiento de la inteligencia técnica, se conformó la Fuerza de Despliegue Rápido, se aumentaron de 20.000 a 60.000 los soldados profesionales, se creó la carrera del soldado profesional, se multiplicó por cuatro el poder de fuego aéreo de las Fuerzas Militares, se creó la Brigada de Combate Fluvial, se puso en marcha el programa de vigilancia de carreteras, se diseñaron los batallones de alta montaña, se implementó la doctrina de operaciones conjuntas, se creó la Central de Inteligencia Conjunta y se introdujo la capacidad de combate nocturno, entre otros avances”. Concluye Rangel diciendo: “A todo lo anterior ha contribuido en forma invaluable el Plan Colombia, que se inició con la administración Pastrana y cuya continuidad hoy todos reconocen como indispensable”. Eduardo Pizarro Leongómez, en su libro Una democracia asediada, apoya esta visión de que las Farc sufrieron una derrota estratégica a partir de 1998, cuando se logró que simultáneamente con la política de paz se llevara a cabo un proceso de modernización y fortalecimiento de las Fuerzas Militares y de Policía dentro del marco del Plan Colombia. La tesis de la responsabilidad compartida El éxito del Plan Colombia es un hecho rotundo. Sin embargo se ha dicho también que es un plan militarista y que responde a los intereses de Estados Unidos. Nada más lejos de la realidad. Antes del Plan Colombia no existía un intento concertado internacionalmente para enfrentar las consecuencias del delito del narcotráfico sino que apenas se enfrentaba el delito, lo cual imponía costos exagerados para países productores como Colombia, Perú o Bolivia. El senador estadounidense Daniel Patrick Moynahan propuso a comienzos de la década de los 90 que “la elección de una determinada política antidrogas, ya fuera esta la prohibición o la legalización, obligaba a quienes la elegían a enfrentar unas determinadas consecuencias”. La elección de los países consumidores, tanto de Europa como de los Estados Unidos, ha sido la prohibición, elección en la que los ha acompañado el mundo entero. Ello puede haber disminuido ciertos riesgos pero tal como lo propone Moynahan, tiene unas consecuencias absolutamente críticas sobre la violencia, tal como ocurre en Colombia. Desde esta visión pragmática de Moynahan surge el concepto de responsabilidad compartida con el que el presidente Pastrana le da un vuelco a la política antidrogas y a la política internacional de Colombia y que sirve de base al Plan Colombia. El Plan fue diseñado como un plan integral en el que lo social tenía tres componentes clave que sumados pesaban bastante más que el componente militar: la sustitución de cultivos ilícitos, la red de apoyo social y el otorgamiento de preferencias arancelarias. De estos tres, solamente la sustitución de cultivos quedó sin el financiamiento necesario por cuenta de la negativa de la Unión Europea a participar en el Plan como se le había pedido. Los resultados de los otros dos componentes sociales han sido también muy positivos, como lo expuso también en este foro el actual director del Plan Colombia y asesor presidencial, Luis Alfonso Hoyos. El que, cuando se presentó el Plan, no se hayan medido las preferencias arancelarias en su aporte equivalente no significa que ellas no tengan un valor muy importante. Para dar solamente un ejemplo, a partir del Atpdea el valor de las exportaciones de Colombia en el sector textil-confecciones se ha triplicado y las exportaciones de flores se han solidificado. Hay que reconocer que ambas actividades son grandes generadoras de empleo. El Plan Colombia no es entonces una imposición de Estados Unidos. Bajo la tesis de la responsabilidad compartida y de la necesidad de asumir en forma más equitativa las consecuencias de la política de prohibición propuesta por Washington y Europa, el énfasis del Plan estaba centrado en cuatro puntos: 1. Desde el punto de vista del delito del narcotráfico, el que además de la extradición, la interdicción y la erradicación –en los que se había concentrado históricamente la ayuda–, pusiéramos un nuevo énfasis en el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas, la Policía y la Justicia, para enfrentar las secuelas de la violencia y la inestabilidad generada por ese flujo exagerado de dineros ilícitos hacia Colombia. 2. Desde el punto de vista de la erradicación, el que se acompañase la fumigación con la inversión de recursos en desarrollo alternativo e infraestructura, directamente en las zonas afectadas por los cultivos ilícitos. 3. Desde el punto de vista de la compensación económica, la solicitud de preferencias arancelarias. 4. Desde el punto de vista del proceso de paz, el acompañamiento de las conversaciones por la comunidad internacional. Con razón decía Pizarro Leongómez que “la ayuda de los Estados Unidos al Plan Colombia constituye una respuesta acertada a dos necesidades sentidas de la sociedad colombiana: por una parte, la urgencia de reconstruir las instituciones estatales (en particular aquellas ligadas con la seguridad y la justicia) y por otra, la de debilitar el tráfico de drogas que se ha convertido en el principal carburante de la guerra interna”. A su vez, Pizarro cuestiona la insuficiencia del Plan en lo social y el aspecto negativo ambiental de las fumigaciones. Yo concluiría que estas deficiencias que se dieron por la negativa europea no reflejan el carácter militarista del Plan sino una realidad política internacional. Es decir, el Plan no debía ser menos militar sino más social. Perspectivas En su primera etapa y para cumplir con los objetivos propuestos, el Plan Colombia debió convertirse en un gigantesco esfuerzo estratégico para contrarrestar el pensamiento negativo predominante sobre la violencia colombiana y para empezar a cimentar el principio de la responsabilidad compartida en relación con la dimensión trasnacional del narcotráfico. Para ello se tomó el riesgo de abrir al país al debate público, tanto en el Congreso de Estados Unidos como en Europa, pero además también abrirlo a las organizaciones internacionales de derechos humanos y a la prensa internacional que multiplicó sus artículos sobre Colombia. En este esfuerzo, la estrategia colombiana enfrentó una diferencia básica que explica comportamientos pasados y que debe ser entendida a la hora de pasar a la siguiente etapa del Plan. Por una parte, Estados Unidos ha demostrado el interés necesario sobre el cual construir una estrategia duradera: cerca del 50 por ciento de sus congresistas han visitado el país; se creó una importante base bipartidista de apoyo; y aunque Estados Unidos deja bien claro que su interés particular es reducir el flujo de drogas ilegales, también ha entendido la necesidad de apoyar los intereses y necesidades de Colombia. En cambio Europa no ha mostrado un interés claro en Colombia, quizás porque sus intereses estratégicos estén puestos en Europa oriental y África. En el pasado, pudo construirse algún apoyo basado en el polo Inglaterra- España que si bien no fue suficiente para conseguir recursos, al menos sí permitió, desde el punto de vista político, que la visión europea haya madurado con respecto al conflicto colombiano. Creo que hacia adelante y para garantizar la sostenibilidad y balance adecuados del Plan Colombia será muy importante involucrar a Europa. Al fin y al cabo, una porcentaje importante de los consumidores de drogas ilegales están en Europa y por lo tanto debería existir un elemento de corresponsabilidad con la región andina para enfrentar las consecuencias de ese consumo. Aunque sus intereses estén en otra parte, se requiere diseñar una estrategia para presionar esos recursos o al menos, en una primera etapa, un mejor acceso a sus mercados que nos permita generar empleos productivos. Esta estrategia requiere estructura y perseverancia, tal como lo ha logrado nuestra embajada en Estados Unidos. En general, aunque las perspectivas de una segunda etapa del Plan Colombia en los Estados Unidos parecen bien fundadas en el apoyo bipartidista conseguido hasta ahora, existen algunos nubarrones que me gustaría destacar: - Una visión triunfalista desde el punto de vista militar puede dar a entender a Estados Unidos que el problema de los cultivos ilícitos y del fortalecimiento del Estado en Colombia está cerca de ser resuelto precisamente cuando ellos tienen grandes necesidades de recursos en el Medio Oriente. En el Plan Colombia nuestro país sólo se comprometió a erradicar un 50 por ciento de los cultivos ilegales en la primera etapa del Plan, en razón al reconocimiento de Estados Unidos de que, para lograr metas más ambiciosas, tanto ellos como Europa deberían reducir también drásticamente el consumo. En los últimos años, algo se ha hecho en ese campo en los países consumidores, pero no puede ni debe negarse la relación entre consumo y producción porque se corre el riesgo de hacer compromisos incumplibles. - No se debe perder de vista la integralidad del Plan –un triunfo casi equivalente a la ayuda en el plano militar fue el Atpdea–, aunque su relación con el Plan Colombia es poco reconocida en ambos países. Creo que en la estrategia colombiana para una negociación favorable del TLC debería dársele más relevancia al acceso al mercado norteamericano como mecanismo para romper la debilidad estructural de las economías andinas frente a los ingentes recursos del narcotráfico. Una cosa es una negociación netamente económica y otra, una negociación con el necesario ingrediente político –en este caso, la estabilidad regional y la derrota del narcotráfico–. - Finalmente, la actitud hostil frente a las ONG puede generar aplausos dentro del país pero también, un gran rechazo en el exterior. Hay que revisar el sentido práctico de esta actitud que muestra más bien un desconocimiento del importante papel que estas ONG juegan tanto en Europa como en Estados Unidos. Una postura firme no debe implicar una actitud hostil.