Las aporías del liberalismo periférico: comentarios a la luz de los gobiernos Dutra (1946-50) y Cardoso (1994-2002) Pedro Paulo Zahluth Bastos Profesor Doctor, Instituto de Economía – UNICAMP Abstract The paper studies the experience of commercial liberalization during governments Dutra (1946) and Cardoso (19952002) in Brazil, analyzing the evolution of its economic policy decision-making to show how exchange crisis induced these governments, in a way or another, to revert from initial priorities in order to revaluate import substitution, quite contrary to neo-liberal explanations which emphasize non-economic restrictions (political and ideological ones) that presumably hindered market-friendly and outward economic strategies in Latin America. These neo-liberal explanations tend to disregard 1) international hierarchies and, in particular, the impact of external financial fragility to reduce degrees of autonomy in import policy, again quite contrary to aspirations of the governments in question; and 2) restrictions to state policy that limited local reactions to exchange crisis in a different way here than at some development strategies in Southeast Asia. Key words: Development strategies; Exchange crisis; Foreign trade regimes; Import substitution; Washington Consensus. JEL F43, N16, O24. Varios teóricos liberales argumentan que experiencias de intervención estatal en América latina, que intentaron el desarrollo industrial de economías agrícolas exportadoras a partir de la década de 1930, fueron resultado de proyectos “artificiales”, liderados por políticos populistas, elites predatorias de renta e ideólogos (sobre todo economistas) movidos, en el fondo, por intereses particulares. Los políticos habrían estado movidos por el interés de una popularidad rápida y sobre todo irresponsable; para los empresarios el beneficio fácil, defendiéndose de la competencia extranjera y aprovechándose de recursos públicos; para los economistas, reputación, influencia y cargos bien remunerados en el Leviatán en expansión veloz, descontrolada e ineficiente. Intervención estatal, ideología anti liberal, proyecto “artificial” de desarrollo. La suposición implícita de los críticos liberales de esta tríada es que ellos sí conocerían el curso “natural” del desarrollo que estaría distorsionado por esa conjunción de intereses excusos; y se critica la “estrategia artificial” con respecto a un curso presuntamente “natural”. Pero la defensa del liberalismo en estos países periféricos pone frente a frente algunas aporías. ¿Cómo saber cuál es el curso “natural” que debería haber seguido, en caso de que intereses inconfesables no hubiesen desviado regiones enteras del rumbo cierto? ¿Al no haber sido experimentado históricamente este “reino de la naturaleza”, su existencia (metafísica) no pudo ser el producto “artificial” de la imaginación de teóricos liberales? ¿Estos teóricos no podrían estar menos interesados en ciencia (a partir de la investigación empírica) que en criterios normativos, para cuestionar la realidad objetiva en defensa de reformas liberales? ¿El recurso teórico a la metafísica del “estado de naturaleza” no tuvo siempre cariz político (a veces revolucionario) a través de los tiempos? De aquí, a indagar por los intereses que podrían guiar a los reformistas liberales hay un paso: ¿luchan por ideales metafísicos o por intereses menores? De aquí a sugerir que 1 los economistas que proponen reformas liberales podrían ser movidos por la búsqueda (inconfesable) de reputación, influencia y cargos bien remunerados en el propio Leviatán, ahora en crisis de redefinición, hay otro paso. Sin pretender probar la exactitud de esta afirmación, aunque tampoco negarla, este artículo tiene por objetivo: 1) presentar la crítica de economistas liberales al “artificialismo” desarrollista y al modo cómo buscan dar densidad “empírica” al presunto curso natural del desarrollo que podría haberse seguido en América latina, comparándolo con “el caso asiático”; 2) discutir las experiencias más próximas y recientes de una estrategia liberal (por lo menos en lo que respecta a la apertura externa) en el caso brasileño (gobiernos Dutra y Cardoso); mostrando que la crisis de la pretendida apertura inicial no fue producto de una “pirueta desarrollista”, sino de una crisis cambiaria incontrolable e indeseada, especialmente porque la oferta de financiación externa no estuvo a la altura de lo que se esperaba; 3) presentar los efectos “naturales” de la crisis cambiaria sobre la dinámica de producción e inversión privadas, induciendo un proceso de sustitución de importaciones, en el sentido de un desarrollo económico más autárquico del planeado por los reformistas liberales. En este sentido, los elogios a la sustitución de importaciones que siguieron a la crisis de la estrategia de apertura no fueron a raíz de una preferencia apriorística por “lo nacional” contra “lo importado”, sino al hecho de reaccionar ante un problema insoslayable: la urgente necesidad de superar o atenuar la crisis cambiaria; 4) constatar y discutir por qué el proceso de sustitución de importaciones, que limitó la apertura externa en el plano comercial, no fue acompañado de una redefinición anti liberalizante equivalente en el plano financiero a posteriori de la crisis cambiaria, dado que los gobiernos insistieron en obtener los flujos financieros que se pensaba correspondían a su adhesión “creíble” a un ambiente normativo que atrajera al capital extranjero. De este modo, el artículo pretende realzar otra aporía del liberalismo periférico latinoamericano. El hecho de que, al contrario de lo que alegan varios economistas liberales, un programa de desarrollo económico menos “autárquico” y más “natural” (abierto de diferentes maneras a la economía mundial) fue probado en Brasil por lo menos en dos ocasiones. Y que, contradiciendo su pretensión de corresponder al “estado natural de las cosas”, no se sustentó históricamente. La crisis de esta propuesta, por su parte, indujo “naturalmente” a un estado de cosas más “autárquico” del que inicialmente pretendía la opción liberal, por medio de la alteración abrupta e indeseada de la tasa de cambio o de la protección comercial efectiva. Sobre todo después de que la crisis cambiaria presionara el sistema de precios relativos e indujese a la sustitución de importaciones, los gobiernos buscaron colaborar retirando “tapones” que limitaban el libre curso de la expansión inducida por la crisis cambiaria. Esto, sin modificar la apertura financiera inicial, aunque enfrentasen crisis económicas y oposición política a esta opción liberal. No es difícil sugerir, a partir de aquí, que el proyecto liberal era “artificial” y que la sustitución de importaciones correspondió a un curso de desarrollo inducido “naturalmente” por crisis históricas del propio proyecto liberal. Este artículo, sin embargo, no pretende hacerse cargo de este argumento en general, aunque admita, con las salvedades necesarias, que este podría ser el caso de las coyunturas históricas analizadas. 2 A continuación, el primer apartado reseña los argumentos liberales sobre el desarrollo económico latinoamericano. El segundo discute el gobierno Dutra y el tercero el gobierno Cardoso. El último hace algunas consideraciones finales. 1. El modelo “natural” de desarrollo económico Los economistas liberales explicaron las crisis monetarias y cambiarias latinoamericanas de las décadas de 1970 y 1980 de un modo inequívoco: serían resultado de la interferencia estatal exagerada, constante e ineficiente, en el mecanismo de regulación de recursos presuntamente eficiente representado por los precios del mercado. En noviembre de 1989, un amplio seminario promovido por el Instituto de Economía Internacional de Washington expuso críticas sistemáticas al modelo de desarrollo “autárquico” y “artificial” latinoamericano, elaboró propuestas “consensuales” para superar el modelo y comparó casos nacionales para valorar lo que se hacía para corregir los “errores” mediante reformas liberales (J. Williamson, 1990). Las principales conclusiones fueron bautizadas como “Consenso de Washington” y ofrecieron un conjunto de propuestas de reforma liberal (comerciales, financieras, patrimoniales, fiscales, cambiarias y monetarias) para superar los “errores” identificados. Estas propuestas se originaban en diagnósticos liberales anteriores a los que sustentaban que: 1) las crisis monetarias y cambiarias (incluso la crisis de la deuda) que marcaron el agotamiento del “modelo autárquico de industrialización”, fueran producto de la acumulación de “errores” de política económica, motivados en dogmas doctrinarios caducos y/o actividades políticas “predadoras de renta”; 2) las crisis serían superadas por reformas y políticas “correctas”, que liberasen el sistema de precios para distribuir recursos sin interferencias erróneas. (1)1 El argumento típico alega que el modelo de desarrollo “autárquico” vía sustitución de importaciones industriales habría sido concebido previamente e implementado políticamente. La intervención injustificada en la eficiente regulación de recursos del sistema de precios sería motivada tanto por actividades políticas “predatorias de renta”, como por concepciones “artificiales”, “arbitrarias”, “antinaturales”, respecto al desarrollo latinoamericano. El objetivo invocado para esta intervención sería desarrollar la industria sustitutiva de importaciones, pero su efecto práctico sería favorecer a empresarios ineficientes y perjudicar a los consumidores de bienes nacionales, que serían peores y más caros que los similares importados. Los instrumentos de esta intervención fracasada serían varios (incentivos fiscales y crediticios, moneda nacional sobrevaluada, altos niveles de protección comercial), pero su peor efecto no sería la transferencia de rentas públicas, a corto plazo, a favor de empresarios ineficientes y políticos corruptos. Su perjuicio de mayor alcance sería la inadecuada asignación de recursos privados generada por la distorsión “artificial” del sistema de precios. La protección estatal reduciría la variable producción / consumo afectada por el comercio exterior y por la disciplina de la eficiencia imputable exigida, induciendo reasignaciones “artificiales” de recursos domésticos desde la producción de bienes exportables hacia la sustitución de importaciones. De este modo, tal protección alejaría dichos recursos de la dirección “naturalmente” eficiente, representada por las ventajas locales, o sea, la 1 Argumentos presentados de modo más o menos integrado por autores como B. Balassa (1982 y 1983), J.N. Bhagwati (1985), G. Ranis & L. Orrock (1985), y Balassa & Williamson (1987). Del lado brasileño, ejemplos del mismo argumento son esgrimidos por Roberto Campos (1994) y Gustavo Franco (1999). 3 desviaría de la “correcta” especialización en la división internacional del trabajo, por proteger especializaciones “incorrectas” e insostenibles. Aunque la opción intervencionista pudiera provocar expansiones a corto plazo, tendría poco oxígeno. Al contrario de la opción “natural” del take the right prices as they are, la tentativa “artificial” de make prices as whished más allá del límite de lo posible, sería contraproducente a medio plazo. Déficit público (inducido por el populismo macroeconómico e incentivos / desperdicios fiscales), ineficiencia productiva (por protección comercial) y manutención de tasas de cambio anti exportación (por la fijación nominal o la condescendencia con la inflación) generarían tendencia al déficit comercial y endeudamiento externo acumulativo, agravando eventuales restricciones de divisas que se pretendiera superar. Una hipótesis central implícita en el argumento es la existencia de un camino “natural” para el desarrollo latinoamericano, que no se habría seguido debido exclusivamente a la arbitrariedad de los grupos políticos y a los técnicos que lo rechazaron. El argumento enfrenta una aporía: definir lo que sería (o habría sido) el desarrollo “natural” de estas economías no es trivial y, a la luz de lo que efectivamente ocurrió (un desarrollo presuntamente anti natural), definirlo puede acabar convirtiéndose en un ejercicio contra los hechos, recurso próximo del “artificialismo” que se quiere combatir. Después de todo, como el desarrollo “natural” no fue experimentado históricamente, su “existencia” tal vez no podría ser fruto “artificial” de la imaginación liberal (o sea, de existencia puramente “teórica”)? Ante la dificultad de superar esta aporía sin una referencia ajena a la propia experiencia latinoamericana, los ejercicios se orientaron hacia la historia comparativa: la experiencia de desarrollo latinoamericana es confrontada con la experiencia (estilizada) del sudeste asiático. Los casos nacionales del sudeste asiático ilustrarían el camino “natural” que podría haber sido recorrido por los países latinoamericanos. Aquí, “arbitrariedad”, allá, “naturaleza”: los pares son y pueden ser de lo más diversos (déficit público / equilibrio fiscal; supervaloración cambiaria / cambio justo; inflación / responsabilidad monetaria; protección redundante / protección temporaria, etc.), todos tributarios del dualismo artificialismo / naturalidad. La comparación es complicada por el hecho de que la experiencia de desarrollo de los países asiáticos está marcada por el reconocimiento de que el papel del Estado en el desarrollo de la región es, por lo menos “mayor” o “diferente” de lo que podría llamarse un modelo “clásico” de desarrollo. De modo tal que la presencia del Estado en el desarrollo de Corea del Sur y Formosa, por no hablar de Japón, no parecen constituir excepciones en relación a otros procesos de industrialización tardía, no sólo por la interferencia indirecta por medio de incentivos asignados al desarrollo privado dirigido, como también en la intervención directa de inversiones estatales en actividades esenciales y estratégicas.2 Esta dificultad es soslayada apuntando el “énfasis” de la intervención estatal con su convivencia con políticas de comercio exterior “correctas”. Aunque reconozcan la intervención estatal en Asia, los interpretadores liberales argumentan que la intervención se habría dirigido a reafirmar indicadores de orientación de recursos del sistema de precios y a apoyar la asignación privada de recursos en la dirección “natural” de las ventajas comparativas, prefiriendo un régimen liberal de importaciones. 2 Para ilustrar la experiencia de países comúnmente tomados como ejemplos de virtud liberal a ser imitada por los gobiernos latinoamericanos, en Formosa (Taiwán) “las seis mayores firmas estatales industriales tenían una facturación igual a los cincuenta mayores grupos industriales privados, en 1980. de las diez mayores firmas industriales, siete eran empresas estatales; de las mayores cincuenta, diecinueve eran estatales. La estructura de propiedad en Corea del Sur es similar: dice de las dieciséis mayores firmas industriales eran estatales, en 1972, así como veinte de las cincuenta mayores” (R. Wade, 1990, p. 178). 4 En esto se habrían diferenciado las economías asiáticas respecto del rumbo seguido por las latinoamericanas, después de la primera etapa, “fácil”, de la sustitución de importaciones. Al final de esta fase, mientras en América latina se habría optado por la estrategia de profundizar la sustitución de importaciones en dirección a la segunda etapa, “difícil”, porque demandaría factores de producción escasos en la región, en el sudeste asiático la elección recayó en un camino “extrovertido”: allí, a pesar de la intervención estatal, nunca se había pretendido eliminar la disciplina y los indicadores que orientaran acerca del comercio exterior y alejar así la asignación de recursos de su tendencia “natural” (B. Balassa, 1981). En suma, en la comparación con la intervención estatal predominante en el sudeste asiático, la intervención latinoamericana perdería, por no limitarse a apoyar el camino “natural” indicado por el sistema de precios (market friendly), sino por buscar revertirlo, orientándolo “hacia adentro” y no “hacia fuera”. O sea, cerrándolo a la división internacional del trabajo, limitando los beneficios de la especialización económica “correcta” y protegiendo decisiones de especialización “equivocadas” (A. Krueger, 1985, y G. Ranis & L.Orrock, 1985). Al realizar esta comparación, el argumento liberal no considera la hipótesis de que restricciones económicas (no ideológicas o corporativas) hayan impedido o dificultado la consolidación del patrón “natural” de desarrollo económico. Por el contrario, se alega que restricciones económicas heredadas de la disponibilidad relativa de factores de producción, particularmente naturales, aconsejarían “naturalmente” la apertura y la especialización “correcta”. Algo que sólo no se habría producido en razón de la conjunción de intereses e ideologías de grupos políticos, económicos y técnicos particularistas perjudicados. De este modo, las crisis posteriores podrían ser explicadas exclusivamente por la equivocada dirección de políticas económicas (unsound policies) porque se presume que no hay nada que las justifique de inicio, apenas ideologías equivocadas e intereses corporativos de aquellos que las ejecutaron. En otras palabras, se supone que: 1) los policy makers operaron en un contexto libre de restricciones económicas internacionales o locales que implicasen la insustentabilidad histórica del proyecto de apertura; y que 2) podrían / deberían haber “optado” por políticas liberales, diferentes de las implementadas y consideradas equivocadas, a la luz de las teorías liberales invocadas para analizarlas: si un ciclo de desarrollo económico “natural” fue bloqueado, esto no se habría producido debido a que restricciones económicas lo imposibilitaron, sino porque políticos, economistas y empresarios liberales perdieron embates ideológicos y políticos ante congéneres “desarrollistas”. Las próximas secciones de este trabajo pretenden evaluar el papel que tuvieron restricciones no ideológicas o corporativas sino económicas, en la dificultad en consolidar un proyecto de desarrollo económico menos “autárquico” en Brasil, en dos de las circunstancias más recientes en que se hizo la tentativa: en los gobiernos Dutra y Cardoso. ¿Por qué considerar que intervenineron restricciones económicas y no ideológicas o corporativas? Primero, porque estos gobiernos fueron influenciados por propuestas liberales de apertura externa. Como el argumento liberal para explicar el “desvío” hacia un desarrollo “más autárquico” y “menos abierto” apela a determinaciones ideológicas y corporativas, tomar coyunturas en que los embates ideológicos y políticos favorecieron propuestas de apertura externa es relevante, para afirmar, por el contrario, la viabilidad económica de estas propuestas. Segundo, porque estos gobiernos describieron, de cierto modo, un movimiento pendular de política económica, empezando con propuestas de apertura externa que explícitamente valorizaban la entrada barata de productos importados y terminando con 5 elogios a la sustitución de importaciones industriales protegidas (espontáneamente, o no) de la competencia extranjera. Tercero, y más importante, porque este movimiento pendular no fue producto de una “rebelión desarrollista” que decidirse embates ideológicos y políticos en sentido anti liberal. Fue producto de una crisis cambiaria incontrolable e indeseada que tornó inviable la política anterior; fueron condicionantes económicos y no preferencias apriorísticas por lo nacional contra lo importado (motivadas por intereses corporativos o ideológicas arcaicas), que llevaron a estos gobiernos a elogiar la sustitución de importaciones, después de haber elogiado tanto las importaciones. De modo tal que, si algún ejemplo inverso puede ser dado por la experiencia brasileña es que un régimen liberal de importaciones no basta para explicar el éxito asiático, y que las lecciones liberales sobre este éxito están descentradas. 2. El péndulo del gobierno Dutra (1946-1950) 3 2.1. La opción liberal La opción inicial por una política ortodoxa de combate a la inflación en el gobierno Dutra tuvo el sentido de rechazo ideológico y técnico al intervensionismo “varguista”, considerado responsable de la aceleración inflacionaria durante la II Guerra Mundial. Un amplio consenso liberal se formó entre las elites políticas y económicas con respecto a las causas de la inflación, responsabilizando al par intervención estatal (déficit público) y protección comercial (beneficios extraordinarios). El líder de la campaña liberal, innegablemente, fue Eugênio Gudin, ya acompañado por el joven Octávio Gouvêa de Bulhôes. El principal conflicto ideológico se produjo en torno a la propuesta de planeamiento económico de Roberto Simonsen (líder de la industria paulista) ante el Consejo Nacional de Política Industrial y Comercial (CJPIC), bombardeada por Gudin en la llamada “controversia del planeamiento”. Simonsen se mostraba pesimista frente a la posibilidad de asentar el crecimiento económico en las exportaciones agrícolas y consideraba esencial preservar la protección “natural” propiciada por la Gran Depresión y por la II Guerra Mundial, sustituyéndola por el proteccionismo deliberado de la industria nacional de posguerra. Además de eso, proponía fomentar el desarrollo industrial con crédito subsidiado e inversión estatal complementaria, y la creación de una Cámara de Planificación en la cual participarían industriales, para negociar la financiación norteamericana obtenida por los diferentes gobiernos.4 La posición de Gudin fue editada en el libro Rumos da política económica y, yendo mucho más allá de las críticas técnicas a las propuestas de Simonsen, asociaba la orientación económica del Estado Novo y la propuesta de planeamiento al autoritarismo político (citando tesis contemporáneas de Hayek), juzgándola incompatible con el movimiento de redemocratización del país. Proponía modificar el modelo de crecimiento dándole una orientación liberal: restaurando indicadores de mercado por medio de apertura externa (comercial y financiera) y controlando la inflación, para que recursos privados se distribuyesen de manera eficiente entre los sectores urbano y rural. Se trataría de crear un ambiente normativo atrayente para el capital privado externo, facilitando remesas de beneficio y evitando la presencia de empresas estatales, 3 Esta sección sintetiza resultados presentados en otros trabajos del autor (Bastos, 2001 y 2003), que ha evitado incluir aquí todo el soporte documental y serial presentado en ellos. 4 Sobre esto, ver especialmente F.L.Corsi (1991) y C.Doellinguer (1977), Eli Diniz (1978), cap. 6, L.Sola (1982), cap.2, y R.Bielschowsky (1985), parte II, caps. 1-2. 6 incentivando a las filiales internacionales a actuar en diferentes sectores (sobre todo en infraestructura y extracción mineral), asentando así la creencia de que estas reformas serían suficientes para atraer flujos de capital capaces de financiar crecientes importaciones, orientadas a recomponer la estructura productiva, o para combatir los “beneficios extraordinarios” de los industriales y, por lo tanto, la inflación. Las críticas liberales de mayor calado político estaban en la cuestión inflacionaria, debido a la protección comercial (beneficios extraordinarios) y a lo que sería una intervención estatal arbitraria y excesiva, que debería ser abandonada junto con el Estado Novo: “¿Cómo concebir una dictadura económica dentro de una democracia?... No discuto aquí ideologías. Me limito a mostrar la grave herencia del capitalismo de Estado que nos legó el régimen totalitario que ahora se extingue... Desde hace tiempo hay quien piensa –y piensa equivocadamente– que muchos de las inversiones no se podrían haber realizado porque la economía privada no dispondría de recursos suficientes y porque sólo el Estado tendría capacidad financiera para tanto. Es un error, basado en la idea de que el Estado puede forjar capital... Pero es que en la cabeza de los inocentes sólo el papel moneda es capital. Y lo que el papel moneda hace es quitar recursos del pueblo hacia las manos del gobierno que es el emisor del dinero” (Gudin, 1945b, pp.68 y 81-2; itálico del autor). La principal reacción de Vargas a la campaña económica liberal acabó reforzándola. El decreto de la Ley Malaia (Nº 7666, del 22/06/45) transfería la responsabilidad por la inflación a los “trusts y cartels” formados para cometer “actos contrarios a la economía nacional”, explotando la miseria y la impotencia del pueblo (para el texto de la ley cf. A.A. Mello Franco, 1946, pp. 288-295, o E. Carone, 1976, pp.196 – 203); ver también F.L. Corsi, 1997, pp. 276-77). Esta reacción buscaba la aproximación de Vargas al pueblo y de lo movimiento“queremista”, responsable pela insinuación de que Vargas se quedasse hasta la convocación de nueva elección presidencial. Pero acabó empujando a los empresarios hacia la campaña liberal, generando manifiestos de la Orden de los Abogados, de la União Democrática Nacional (UDN, el partido de oposición y una carta abierta de las “clases productoras” publicada en la Folha da Manhâ, unificando la Federação das Associações Comerciães, la Confederação Nacional da Indústria y a la União das Associações Agropecuarias do Brasil Central, interpelando a Vargas: “El volumen de crédito y el papel moneda subió a más del doble en 10 años. ¿Por qué buscar otra causa para el alza de precios, cuando ella está ahí, evidente a los ojos de todos?” (cf. E. Carone, 1976, pp. 369-377). El propio Eugênio Gudin dirigiría una carta a Vargas, solicitando su dimisión en los órganos de los que participaba como consejero, por discordar frontalmente con el Decreto Ley Nº 7666 (EUG/45.07.30cor). El efecto político de la Ley Malaia fue, por un lado, reforzar la impopularidad de los industriales en la cuestión inflacionaria y, por otro, alejarlos de Vargas. Aunque la vinculación de la política cambiaria a la propuesta de recomposición de la industria por el régimen de licencia previa (cinco meses antes) favoreciese a los industriales, la legitimidad de la defensa de la protección contra el dúmping de las importaciones era severamente afectada, si los empresarios, ya tributados por un impuesto sobre “beneficios extraordinarios”, eran ahora acusados de actos contrarios a la economía popular. Dutra, el candidato del Partido Social Democrático (PSD, creado por Vargas, también prefería no apartarse, en la cuestión inflacionaria, de la matriz ideológica que orientaba el programa de la UDN.5 “Terminadas las operaciones de guerra, deberíamos restringir los gastos militares, cancelar el inicio de nuevas obras y reducir el ritmo de las ya iniciadas, cuya conclusión no tenga efectos inmediatos en la disminución del costo de vida, hasta que podamos restablecer el equilibrio de las finanzas públicas 5 7 No es de sorprender que el gobierno Dutra recibiese y profundizase las iniciativas de liberalización heredadas del gobierno provisorio. Manteniendo iniciativas para contraer la expansión del crédito y de las inversiones públicas, la cancelación del régimen de licencia previa de las importaciones con la Portería Nº 258 (28/12/45) comenzó la desarticulación de los mecanismos cambiarios instituidos en el Estado Novo. Tasa de cambio fija, pero con desregulación gradual, pautados en la creencia de que recibiríamos financiación externa suficiente como para sustentar el programa liberal de importaciones. 2.2. Crisis y reversión Ya se sabe que la liberalización de las importaciones no duró toda la gestión del gobierno. Una crisis cambiaria obligó a retornar al régimen de licencias previas y selectivas de importaciones, restaurado en 1948. Pero la crisis cambiaria no fue provocada, como Vargas se cansó de repetir, por el boom importador de “bagatelas”. Investigaciones académicas corrigieron esta interpretación y actualmente se considera que la crisis cambiaria de 1947 se debió también a que: (1) el saldo comercial cayó rápidamente en 1947, contando también con la expansión de las importaciones de bienes de capital respectivamente del 47% y 57% en 1946 y 1947, más que duplicándose durante ese bienio; 2) la avalancha de importaciones se concentró particularmente en monedas convertibles (60% oriundas de los EEUU), dada la lentitud de la reconversión productiva de las demás economías industriales afectadas por la guerra, con las cuales el país mantenía acuerdos de compensación bilateral; (3) las exportaciones se concentraron en monedas inconvertibles (sólo un 40% destinadas a los EEUU), retenidas como créditos en los acuerdos bilaterales; (4) el precio del café no se recuperó –como se esperaba– sino hasta 1949, limitando la generación de créditos bilaterales y sobre todo de dólares; (5) la fuga de capitales propiciada por la liberación de las remesas de beneficio generó salidas líquidas de 500 millones de dólares entre 1946-50, desequilibrando la balanza de pagos y limitando la acumulación de reservas, aún después de los controles instituidos en 1948; (6) la hipótesis de que la condición de “aliados privilegiados” de los EEUU compensase al país con créditos de gobierno a gobierno fracasó en la medida en que el esfuerzo diplomático y financiero norteamericano se desplazó hacia regiones problemáticas, en el principio de la Guerra Fría (M.C. Tavares, 1963; P. Malan, 1976, 1977 y 1984; Vianna, 1987; Bastos, 2001). En suma, la liberalización comercial no resultó viable y culminó en crisis cambiaria, debido a debilidades inherentes a la condición periférica del país en los planos económico, político y cultural del mundo capitalista de la posguerra, y en particular de la incapacidad para obtener financiación externa en los volúmenes deseados. En el contexto de crisis cambiaria aguda, el retorno al régimen de licencias previas fue provocado por la inviabilidad práctica de mantener la liberalización de las importaciones. Es cierto que el gobierno podría haber devaluado la tasa de cambio, o hasta podría haberla liberado (y lo hizo, en parte). Pero hasta los economistas liberales y detener cualquier nueva emisión de papel moneda”: discurso de campaña de Dutra citado en el “Relatório do Banco do Brasil”, de 1945 (p.123). En las palabras de Bielschowsky: “Consensualmente, la gran causa de la inflación, según los análisis económicos de todo el período, estaría en los déficit públicos, que siempre son, naturalmente, el argumento típico del empresariado, el que más le conviene –por lo menos en lo que respecta a sus intereses de corto plazo. Al final de la guerra, la recomendación más enfática hallada en la literatura económica era de que se deberían reducir los gastos públicos” (pp. 365-6) 8 reconocían que las circunstancias históricas específicas del Brasil (exportador de commodities inelásticas en el precio) desaconsejaban la propuesta en general. Gudin repetía en 1945 el mensaje en su influyente Café e câmbio (1933), afirmando en unas manifestaciones ante los productores cafeteros que “ningún producto de nuestro comercio internacional podría ser más beneficiado por la estabilidad cambiaria que el café..., las sucesivas devaluaciones de nuestra moneda sólo han tenido efecto de depreciación de los precios-oro del café, con grave daño para la economía nacional, obligándonos a dar una cantidad cada vez mayor de bolsas de nuestro producto en el cambio de nuestras exportaciones” (Archivo EUG/reg.Gudin Fª - pi45.09.16d). En vez de generalizar una tasa de cambio devaluada o libre, el gobierno prefirió promover las exportaciones de productos “gravosos” con cambio libre a partir de 1948, estimulando las exportaciones capaces de reaccionar a estímulos de precio. Por otro lado, la restauración del régimen selectivo de importaciones permitía sortear la crisis cambiaria sin sufrir el impacto inflacionario del encarecimiento de importaciones esenciales. El efecto de esta política es conocido: el bloqueo de la importación de bienes no esenciales y el abaratamiento relativo de las importaciones complementarias representó “un estímulo considerable a la implantación interna de industrias sustitutivas de esos bienes de consumo, sobre todo los durables, aunque no eran producidos dentro del país, pasaron a contar con una protección cambiaria doble, tanto del lado de las reservas de mercado como del lado de los costos de operación. Esta fue básicamente la fase de implantación de las industrias de aparatos electrodomésticos y de otros artefactos de consumo durable” (M.C. Tavares, 1963, p. 71; ver también P. Malan et alli, 1977, cap. 5). La mayoría de los intérpretes de esta reversión alegan no sólo que el gobierno fue forzado a realizarla debido a la crisis cambiaria (lo que es innegable), sino también que era inconsciente de los efectos de la restauración de los controles cambiarios sobre la sustitución de importaciones, lo que no es corroborado por documentos oficiales (cf. Bastos, 2001; 2003). Ya en el discurso de 1947, Dutra anunciaba un programa de inversiones públicas (que vendría a llamarse Salte) como una reacción ante los límites de la estrategia exportadora y como una imposición de las circunstancias: “Los recursos de nuestras exportaciones son insuficientes. O buscamos otras fuentes de exportación, o deberemos sustituir nuestros incrementos de compras con producción nacional, evitando, de este modo, el aumento creciente de las importaciones. No es posible elegir, con exclusividad, uno u otro camino. No obstante, no hay duda sobre la conveniencia de dotar al país de medios para incrementar la producción a través de la renovación de los transportes, del aumento de la producción de energía y de la explotación de petróleo... Salud, alimentación, transporte, energía y petróleo –son las balizas que deben orientar nuestro esfuerzo de recuperación”, una vez que hubo reconocido, después del gran optimismo inicial, que la confianza inicial en la estabilidad del sector externo se frustró.6 El gobierno volvería a reconocer la necesidad de quitar obstáculos a la expansión industrial en el mensaje presidencial de 1948, una vez fracasada la estrategia liberal. Ahora, en las nuevas circunstancias “...para salvaguardar los propios intereses del pueblo es necesario afirmar la noción de que Brasil necesita importar, pero con la finalidad de equiparse convenientemente, para incrementar su industria y equiparla con lo que le falta” (p. 147). Mientras el gobierno favorecía importaciones esenciales, el Banco do Brasil pasó a realizar una política de crédito más acomodaticia (recuérdese que 1948 fue el primer año de la historia en que los préstamos para la industria 6 Este tramo del discurso de fin de año no era un mero accidente lingüístico, fue repetido textualmente en el siguiente mensaje presidencial enviado al Congreso para la apertura de sesiones, leído el 15/03/48 (E. Dutra, 1948, pp. 178-9). 9 superaron a los destinados al comercio), de modo tal que se restauraba la combinación entre plan de inversiones, política cambiaria selectiva, cambio fijo y política acomodaticia de crédito, visualizada al final del Estado Novo. Pero no debe exagerarse la racionalidad de esta política. El plan Salte fue poco más que una sumatoria de proyectos relativamente inconexos, reunidos formalmente en proyectos de gasto que sobrepasaron el año fiscal, sin definir cronogramas de ejecución y de articularlos a flujos de financiación (cf. S. Draibe, 1980). No fue acompañado de ninguna reforma administrativa, de ninguna agencia central de coordinación, ni de nuevo esquema de financiación, o empresa estatal. La única industria nueva que creó en su anteproyecto (material eléctrico pesado para la generación y distribución de energía hidroeléctrica) desaparecería de la propuesta final: la sustitución de importaciones quedaba restringida a los ramos “fáciles”. Se trató apenas de quitar algunos obstáculos de infraestructura al crecimiento económico. Este crecimiento acompañó a la expansión / diversificación industrial inducida, espontáneamente, por la crisis cambiaria y por la protección a la sustitución de importaciones: no fue producto de un plan gubernamental global. De todos modos, el gobierno, forzado a una redefinición, no consiguió agradar ni a griegos ni a troyanos. Antiguos aliados liberales se exasperaban porque la estrategia inicial de incentivos a las importaciones empezaba a ser reemplazada por el elogio al planeamiento y a la sustitución de importaciones; Gudin escribiría una violenta crítica al Plan Salte, considerándolo un retroceso (cf. R. Bioelschowsky, 1985). Vargas continuaba torpedeando al gobierno con críticas (reunidas en A política trabalhista no Brasil) por su carácter “liberal”, “anacrónico”, y “omiso”, aunque el elogio al planeamiento hecho por Dutra apuntase en parte a desarmar críticas de la oposición, al alegar que el gobierno ya había tomado las iniciativas que el momento exigía. Pero el gobierno no actuaría con la misma celeridad para controlar otra fuente de desequilibrio externo: las remesas financieras, facilitadas por la liberalización completa emprendida por la Instrucción 10 de la Sumoc en agosto de 1946 (“teniendo en cuenta las condiciones favorables del mercado de cambio”, en el texto de la ley), no dejaban de aumentar sin el que el gobierno restituyese los controles originales. Por no crear ni contar con mecanismos internos de financiación de proyectos esenciales (y de haber abolido hasta el fondo constituido con tasa del 5% sobre transacciones cambiarias, que financiara el programa que antecediera al Salte, llamado Plano de Obras e Equipamentos, el gobierno continuaba esperando una previsión liberal que tampoco se produjo: que bastaría con una política permisiva para facilitar remesas al exterior, para lograr un gran flujo de financiación externa. Esto no se verificó y el gobierno sufrió un saldo negativo de 500 millones de dólares de salidas líquidas de capital privado, que mantuvo las reservas cambiarias en niveles poco confortables para financiar siquiera las importaciones esenciales crecientes.7 De ese modo, la respuesta a la crisis de la estrategia liberal fue restringida por límites: 1) a los esfuerzos de creación de mecanismos de centralización financiera interna que apoyasen inversiones locales (privadas y estatales); 2) a la articulación planeada de metas de inversión y de mercados a crear, a los cuales tal vez pudiesen integrarse filiales internacionales, complementando inversiones locales (Bastos, 2001). En otras palabras, el gobierno fue obligado a dar media vuelta en el péndulo debido a 7 En la formulación libre de toda sospecha de Pedro Malan (1984, p. 65): “Las autoridades monetarias y cambiarias del gobierno Dutra aparentemente depositaron una vasta confianza en una solución duradera para el potencial desequilibrio de la balanza de pagos nacional, a través de la cuenta de capital. Es decir, mediante una política liberal de cambio que, estimulando las salidas de capital, pudiese incentivar también ingresos brutos en proporción aún más significativas en el futuro”. 10 una crisis que no esperara; tomó conciencia de ciertas ilusiones del liberalismo periférico, pero estuvo lejos de retirar y buscar implementar todas las exigencias prácticas que se habrían derivado de esta nueva conciencia. 3. El péndulo del gobierno Cardoso (1995-2002) a. 3.1. La opción liberal Los años 90 son tiempos en los que la ofensiva política neoliberal prometía abundancia de financiación externa a los países llamados “emergentes”, que se adhiriesen al Consenso de Washington. El sistema monetario y financiero internacional fue puesto de cabeza para abajo a partir de la escasez de financiación externa sufrida por Dutra o por Vargas: la época de los “mercados domesticados” por el acuerdo de Bretton Woods fue sustituida por el mundo de las “finanzas desreguladas”, por ciclos de entrada y salida de capitales más cortos, poco favorables a la inversión productiva y sujetos a movimientos especulativos y de contagio en escala global (Helleiner, 1994; Belluzzo, 1995). A mediados de la década, Cardoso no inauguraba la apertura comercial y financiera de Brasil, pero la heredaba de buen grado del gobierno Collor. Las reformas liberalizadoras de Collor fueron anunciadas en la campaña electoral de 1989, en la que el candidato blandía consignas contra los “marajás” del servicio público, los “elefantitos” del sector productivo estatal y las “carrozas” producidas por el sector automovilístico protegido. Está claro que la opción liberal no era consensual, existiendo una fuerte polarización entre Collor y los candidatos de la izquierda (Brizola y Lula); pero tampoco provenía de la idiosincrasia del candidato: sus posiciones se articulaban a un movimiento reformista amplio que se gestara durante la lenta agonía del gobierno Sarney (cf. S.V. Cruz, 1992). Una vez en el gobierno, se trató de realizar reformas semejantes a aquellas que proponían las instituciones multilaterales con sede en Washington (FMI y Banco Mundial) y por el Departamento del Tesoro de los EEUU, apuntando, en líneas generales, a reducir y delimitar el papel del Estado y aumentar el grado de competencia (comercial y financiera) con menor protección política y mayor apertura externa. La apertura comercial se inició ya en el gobierno Sarney con la eliminación de controles administrativos, radicalizada en el gobierno Collor, acompañada de cronograma de reducción de gravámenes objetivando la reducción de la media y de la variación arancelaria (cf. F. Holanda, 1997); la liberalización financiera también se inició con algunas iniciativas en 1988, acelerándose hasta 1992, con abiertas facilidades de movimientos vía CC-5 entre otras (cf. S. Margarido, 1997); el programa de privatizaciones fue inaugurado con el sector siderúrgico (Usiminas, 24/10/91) extendiéndose después hacia la petroquímica, los fertilizantes y, ya en el gobierno Cardoso, transportes, telecomunicaciones, energía y bancos (cf. G. Oliveira, 1996). El programa liberal aún fue llevado adelante en el gobierno Cardoso con una serie de cambios normativos que facilitaban el programa de privatizaciones (Enmienda Constitucional 5 a 9 /1995) y profundizaban la apertura financiera, facilitando flujos de capitales de diferentes plazos y perfiles bajo la justificativa de adaptar el marco reglamentario doméstico a las nuevas oportunidades de la globalización financiera (cf. Freitas et alli, 2001). La justificativa de la apertura comercial continuaba, en parte, igual que cincuenta años antes: no estimular los beneficios extraordinarios, la excesiva diversificación y la indiferencia hacia ganancias de productividad, que serían inherentes al modelo protegido de sustitución de importaciones. La novedad es que se pasaba a 11 argumentar que la apertura comercial era una necesidad impuesta por la globalización, vale decir, por la nueva forma de internacionalización de las corporaciones, operando en redes productivas globales, recorriendo al outsourcing con niveles de integración vertical local menores que, se argumentaba, en la “época de los mercados nacionales protegidos”. Como la protección a la sustitución de importaciones sería inadecuada para atraer inversiones de estas “empresas – red”, la reducción de la protección (acompañada de privatizaciones y de otras reformas del marco reglamentario) captaría inversiones que, a su vez, financiarían el aumento de las importaciones y el eventual déficit corrientes al mismo tiempo que aumentarían la productividad general del sistema (cf. Franco, 1996). Con argumentos viejos y nuevos, liberar importaciones fue considerado un “deber de casa” para mejorar la calidad de los productos ofrecidos en el mercado brasileño, creando presión competitiva para que productores internos (nacionales o no), mejorasen sus plantas y/o centralizasen sus actividades en productos en los que efectivamente fueran competitivos. Esta presión competitiva se tornó más aguda con el Plano Real, pues se trataba de usar la liberación de importaciones también para amarrar la estabilidad de precios; el cronograma de apertura fue acelerado en el segundo semestre de 1994, durante la implementación del plan en el final del gobierno Itamar, “como medio de evitar la transmisión hacia los precios de las presiones de costo y de demanda que se manifestaban” (E. Bacha, 1997, p. 43). Pero la presión competitiva no era resultado sólo de la aceleración de la apertura comercial, era fuertemente articulada a la propia liberalización financiera; pues era acompañada por una política cambiaria que Edmar Bacha, tal vez el principal artífice del Plano, llamó de “banda cambial assimétrica”, o sea, el compromiso del Banco Central de mantener la tasa entre un límite superior a R$ 1,00 y un límite inferior indefinido, “que en la práctica se probó que estaba en torno a U$S 0,83 por Real” (ídem, p. 21), ya que el Real se valorizó rápidamente en julio de 1994, bajo presión de la abundancia de capital externo destinada entonces a los mercados emergentes. Gustavo Franco, entonces director del Banco Central, responsable por la política cambiaria, admitía que: “...al abstenerse de intervenir en el mercado de cambio, el Banco Central permitió, como se esperaba y como no podría dejar de suceder, una valorización nominal de la tasa de cambio. Se trataba de ir más allá de un “ancla cambiaria”, en la medida en que se creaba una presión deflacionaria en el universo de mercancías y servicios con precios asociados al dólar... La deflación en el cambio, así como en otros diversos precios determinados en mercados competitivos, produjo un impacto de expectativas que se reveló fundamental, en las primeras semanas del Plano Real” (Franco, 1995, p. 59). La tasa de cambio valorizada continuó siendo usada como recurso de control de precios domésticos durante todo el primer mandato de Cardoso. Es verdad que, después de la crisis de México, se transitó hacia un régimen de bandas cambiarias, en el que el Banco Central corregía la tasa de cambio con devaluaciones nominales que poco compensaban la valorización de principios del Plano Real (siguiendo un ritmo claramente superior que la inflación corriente solamente en 1997). El Banco central se esforzaba para mantener el control sobre un ritmo de desvalorización que no redujese la presión competitiva de las importaciones, recurriendo a elevaciones bruscas de la tasa Selic, aumento de depósitos obligatorios e incentivos a la entrada de capitales, siempre que ataques especulativos amenazasen el límite superior del régimen de bandas (cf. Filgueiras, 2,000; Prates, 2000). La decisión del gobierno Cardoso de no revertir la valorización inicial del Real fue justificada en varios textos de Gustavo Franco, ejecutor de la política cambiaria y, a partir de septiembre de 1997, presidente del Banco Central; 12 se dejaba claro que la tasa de cambio verificada era necesaria para reforzar la presión competitiva promovida por la apertura comercial sobre precios internos, aumentando la productividad empresarial y la renta real de los consumidores: “... la inducción (a la productividad) tiene signo deflacionario, pues la transferencia puede beneficiar al consumidor si la mayor eficiencia es transferida a los precios y si la manutención de la competencia extranjera inhibe el hábito de trabajar con márgenes de beneficio que puedan ser considerados extraordinarios, retenidos con finalidades de inversión... La apertura es la base para la construcción de un nuevo modelo de crecimiento... la apertura se tornó una causa progresista en oposición al proteccionismo, que busca sus justificativas en ideas nacionalistas y en grupos de presión comprometidos con los viejos procesos de sustitución de importaciones y la explotación de las mayorías por parte de minorías organizadas y políticamente influyentes” (Franco, 1996, pp. 42-44). Franco y otros seguían alegando que la nueva tasa de cambio debía reforzar la disciplina distributiva de recursos de manera “natural” (sin protección artificial) y, en sí misma, la nueva tasa no producía ni manifestaba ningún “desequilibrio” cambiario; era una tasa de equilibrio determinada por la abundancia de capital externo disponible para los países en desarrollo y, sobre todo, por un nuevo modelo de crecimiento económico sustentado en aumentos de productividad. Estos aumentos eran, a un tiempo, consecuencia y causa de la nueva tasa de cambio: la apreciación cambiaria reforzó el papel “purificador” de la apertura comercial y de la atracción de inversiones, en el sentido de inducir ganancias de productividad; éstas y la atracción de inversiones sustentarían la nueva tasa de cambio valorizada y, con ella, la estabilidad de precios y la presión competitiva inherente a la liberación de importaciones (Franco, 1996; A.L. Resende, 196). Mucho se discutió sobre si el presidente Cardoso concordaba o no con las tesis defendidas por el director del Banco Central (cf. C. Safatle, 1996; C. Pinto, 1996). En la práctica, el director no sólo continuó conduciendo la política cambiaria después de la crisis de México, como que pasó a la presidencia del Banco Central en septiembre de 1997, dirigiendo la institución con tanta garantía de autonomía (coherente con su visión de la política cambiaria y monetaria) que, al perderla (según sus palabras), decidió renunciar en enero de 1999 (Franco, 1999). Antes de esto, la convergencia, sino teórica por lo menos práctica, era amplia: el presidente Cardoso no solamente otorgaba autonomía a la gestión del Banco Central a pesar de elevaciones de la Selic políticamente amargas, él frecuentemente se refería a que la verdadera “ancla” que sustentaba el Real era el aumento “revolucionario” de productividad que la apertura comercial y el ajuste de las estrategias empresariales habrían producido.8 3.2. Crisis y reversión En la práctica sustentar la valorización cambiaria fue más difícil de lo que pudo parecer al principio, dado que la fragilidad financiera externa aumentó muy rápidamente a lo largo del primer mandato de Cardoso (Belluzzo & Almeida, 2002; Carneiro, 2002; Paula & Ferrari Filho, 2003). Las entradas de capitales que valorizaron la moneda podían ser revertidas abruptamente gracias a la liberalización financiera emprendida, 8 En el Prefacio del libro de Franco (1995), Cardoso avisaba que “para los críticos apresurados del Plano Real, la lectura del capítulo 5 es recomendable. En el análisis de las condiciones de `dolarización´, se explican los presupuestos para el éxito de los programas de estabilización y convertibilidad fija. Se ve con claridad que expedientes, como altos intereses y recesión no surten efectos positivos a medio plazo..”. en el citado capítulo, los “presupuesto para el éxito” quedan claros, se los asocia a las ganancias de productividad ocasionadas por la presión competitiva de la apertura con valorización cambiaria (Franco, 1995, pp. 139-141). 13 existiendo una desproporción entre el volumen de activos financieros en moneda local que podían ser convertidos en dólares, a corto plazo, y el limitado “colchón de reservas” usado para defender la banda cambiaria. No obstante, el gobierno perseveró en no perder el “sesgo deflacionista” de la tasa de cambio en las coyunturas de crisis internacional que disminuían la credibilidad en el régimen cambiario brasileño (México, 1995; Asia, 1997; Rusia, 1998), contando con políticas monetarias austeras pero aguardando a que, en el futuro, la mejora de la competitividad empresarial y la permanente atracción de filiales creasen las bases de sustentación duraderas de la posición externa del país (cf. Franco, 1995 y 1996; Barros & Goldenstein, 1997). La esperanza se frustraba cada vez que el déficit comercial aumentaba, siguiendo la vuelta de un crecimiento después de cada crisis. La apertura comercial forzó a las empresas a realizar penosas “reestructuraciones” administrativas y a incorporar ganancias de productividad, materializadas sobre todo en bienes de capital e insumos importados, particularmente (aunque no sólo) donde la propiedad extranjera aumentó por inversiones nuevas o fusiones y adquisiciones (Laplane & Sarti, 2002). Pero las reacciones de las empresas a la apertura con valorización cambiaria implicó cambios en la estructura productiva y en el comercio exterior, que manifestaban una aparente paradoja: mientras las empresas supervivientes se tornaban cada vez más competitivas, la economía se volvía más vulnerable a choques externos y dependiente del alto nivel de importaciones, gracias a la pérdidas de densidad de las cadenas productivas internas vinculadas al outsourcing emprendido (por empresas nacionales o filiales) para defender, sobre todo, parcelas del mercado interno (cf. Bielchowsky, 1993; J.C. Miranda, 2001).9 De tal modo, en vez de traer un nuevo modelo de crecimiento sustentado y duradero, el Plano Real fue continuado por ciclos cortos de stop-go inducidos por movimientos de política monetaria, destinados a defender la valorización cambiaria de ataques especulativos; al salir de cada crisis, la expansión ulterior de la renta era limitada por la “filtración” hacia el exterior de los efectos multiplicadores y aceleradores del gasto interno, con un aumento más que proporcional de las importaciones. Mientras el déficit de servicios financieros resultante del creciente pasivo externo, aliado al déficit con fletes, seguros y viajes internacionales, aumentaba el déficit de transacciones corrientes financiado en parte con un ciclo expansivo de investimentos externos directos (IDEs); sujeto, sin embargo, a reversiones abruptas del movimiento de capitales que forzaban al Banco central a defender la tasa de cambio valorizada, en las palabras de Cardoso, aún en el inicio del mandato, a través de “expedientes como altos intereses y recesión, (que) no surtieron efectos positivos de medio plazo” (Cardoso, 1995). El gobierno no fue capaz de defenderse del ataque especulativo iniciado después de la moratoria rusa aunque no dudase en recurrir a los altos intereses, prefiriendo no aguardar a que las 9 De hecho, las exportaciones no acompañaron avalanchas de importaciones, concentrándose en productos intensivos en recursos naturales y mano de obra barata y perdiendo participación, con algunas excepciones, en productos intensivos en tecnología y escala, cuyos mercados tienden a crecer más que el comercio mundial y donde el valor agregado y la tecnología son mayores. Como resultado, todas las ramas de la industria sufrieron deterioro del saldo comercial (excepto madera, cigarros, cuero / pieles y alimentos), verificándose un deterioro mayor en sectores intensivos en tecnología y escala (fuerte déficit en electro – electrónicos y telecomunicaciones, química y bienes de capital) y generando un saldo comercial menor en los sectores intensivos en recursos naturales (commodities como siderúrgicos, papel y celulosa, metales no ferrosos ), pero preservando el saldo agrícola. Como esperaban los que proponían la apertura comercial, esta trajo mayor especialización en la asignación de recursos pero, al contrario de lo que afirmaban, se pareció más a aquello que los analistas llamaron de “especialización regresiva” en términos sectoriales, macroeconómicos y de inserción comercial del país (Laplane & Sarti, 1997; Sampaio & Naretto, 2000; R. Carneiro, 2002). 14 reservas cambiarias fuesen agotadas antes de admitir la derrota y dejar la moneda fluctuar en enero de 1999, a disgusto del presidente del Banco Central.10 Pero la pérdida de control del ritmo de desvalorización cambiaria se hizo con la reticencia del propio presidente. No hay bases para afirmar fue producido por un cambio de orientación ideológica de la política económica, ni de una opción que reflejase un nuevo equilibrio político entre “desarrollistas” y “monetaristas”. Teniendo en cuenta el episodio de la renuncia algunos meses después del titular del Ministerio de Desarrollo, Clóvis Carvalho, y la preeminencia dada por el presidente a la preservación de la credibilidad de la política económica ante los mercados financieros (asociada a la credibilidad del propio ministro Malan), la balanza continuó inclinándose a favor de las políticas que Hacienda consideraba necesarias. Lo que sí se puede afirmar es que cambió la creencia de que el ajuste cambiario podría ser hecho manteniendo el control de su ritmo. Como el presidente Dutra hiciera muchos años antes, Cardoso reconocería una pérdida de ilusiones: admitiría que la escasez de capitales originada en la crisis de Rusia y la velocidad de la disminución de reservas lo convencieron de la imposibilidad de mantener la política cambiaria, apoyada hasta entonces en la creencia de que ganancias de productividad y la abundancia de capitales permitirían la corrección lenta del cambio, preferible para poder evitar los riesgos inflacionario de una corrección brusca.11 De todos modos, el abandono forzado de la política de desvalorizaciones controladas trajo aparejado expectativas de relajamiento de la política monetaria, gracias a la recuperación del crédito en el exterior, después de que el ataque especulativo fuera eliminado. Pero no llevó al gobierno a revertir la liberación financiera emprendida hasta entonces, como si estuviese convencido de la “trampa de la ilusión de oferta de divisas” de la que hablaban miembros del “ala desarrollista”; por el contrario, la gestión de Armínio Fraga en el Banco Central profundizó reformas liberalizadores del movimiento de capitales, con el objetivo de estimular nuevos influjos voluntarios, mientras contaba con el préstamo de reservas cambiarias negociado en 10 Para Gustavo Franco, a pesar de la velocidad y del monto de la pérdida de reservas cambiarias que la política del Banco Central, en la práctica, no fue capaz de parar, la defensa de la valorización cambiaria no fue vencida por el ataque especulativo, fue “desmontada sin sangre, en el plano de la persuasión... abandonada porque muchas voces influyentes creían que había un modo de hacer las cosas más fáciles”, convenciendo al presidente a reorientar las políticas de cambio y de intereses (Franco, 1999, p.293). Pero la hipótesis de que el Banco Central podría vencer el ataque especulativo antes de que las reservas fuesen agotadas es una conjetura sin fundamento que se mostraba más distante a medida que la reducción de las reservas aumentaba el propio ritmo del ataque. El principal blanco político (y no técnico) de Franco era ciertamente José Serra, crítico interno de la política cambiaria que había publicado un artículo reciente denunciando la “trampa de la ilusión de la oferta de divisas”, que justifica “la tesis de que políticas económicas orientadas específicamente hacia el sector externo son innecesarias, dado que las políticas monetarias o fiscales pueden dar cuenta perfectamente del equilibrio externo deseado” (J. Serra, 1998, p. 9). 11 Según las palabras del presidente, todavía en febrero de 1999, la desvalorización “...no llegó con atraso, como se dice. Lo que ocurrió es que había abundancia de capital en el mundo y la desvalorización sólo podría ser hecha lentamente, como veníamos haciéndolo. Mientras tanto, la fuente se secó con la crisis de septiembre (de 1998) en Rusia. Después de eso, tuvimos que hacer un acuerdo con el FMI, buscar fondos, tomar todas las precauciones posibles para hacer la desvalorización” (Cardoso, 1999). Hacia el final del mandato, el presidente afirmaría que la depreciación no fue acompañada de ningún cambio en el equilibrio político del gobierno, dado que la mayoría de aquellos que siempre la defendieron ya estaban fuera del gobierno, y que no se podía permitir perder la credibilidad del ministro Malan ante los “mercados”: “Como todo el mundo sabe, tengo un enorme respeto por Gustavo, simpatizo con Gustavo. Pedí innumerables veces a Gustavo que me presentase propuestas de una aceleración mayor en el ajuste del cambio. Pero él tenía una visión diferente. Creía que era cuestión de persistir y que los flujos de capital volverían. Ahí yo decidí cambiar. Prácticamente solo, porque los que podían ayudarme en el cambio estaban lejos... El ministro Malan renunció. Por escrito. Yo no estuve de acuerdo... Es algo que a uno le cuesta admitir, se trata de una inversión de una de las frases de Augusto Comte: los hombres están siendo dirigido cada vez más por el pasado. Ahora es al contrario, somos dirigidos por el futuro... Por las expectativas. Tiene que haber credibilidad. Y Malan tiene mucha credibilidad dentro y fuera del Brasil. La gente me decía, fuera de Brasil, a pesar de todo lo que sucedió: “Ese hombre es serio”. ¿Vds. se dan cuenta de lo que vale eso en el mundo de hoy? Malan tenía credibilidad y la mantuvo” (Cardoso, 2002). 15 acuerdos con el Fondo Monetario Internacional (Freitas & Prates, 2001). Haciéndolo así, como sucedió en el gobierno Dutra, parecía continuar depositando “vasta confianza en una solución duradera para el potencial desequilibrio de la balanza de pagos nacional... a través de una política cambiaria liberal que, estimulando las salidas de capital, pudiese estimular en el futuro ingresos brutos en proporción aún más significativa” (P. Malan, op.cit.). Con esto, se podía hasta suponer que la política monetaria ganaría amplios grados de libertad para la reducción de la tasa de intereses, tan pronto como que en el anuncio del régimen de “banda diagonal endógena” el 13/01/1999, Hacienda y el Banco Central alegaban que una mayor fluctuación cambiaria permitiría caídas más rápidas y sustentables de las tasas de interés (BCB, 1999). Al contrario que el gobierno Dutra (protegido por el acuerdo de Bretton Woods por una definición de libertad cambiaria que no incluía arbitrajes de intereses a corto plazo), el gobierno Cardoso no recuperó amplio grado de autonomía en la gestión monetaria y continuó subordinando el crecimiento económico deseado por los “desarrollistas” a la política de intereses considerada necesaria por los “monetaristas”: elevaciones abruptas de los intereses continuaron siendo utilizadas para contener fugas de capital y desvalorizaciones cambiarias excesivas, buscando limitar así su impacto sobre el régimen de metas de inflación y el costo de la deuda pública y privada indexada al dólar. Y ni el recurso de intereses elevados ni las reformas liberalizantes detuvieron una tendencia de empeoramiento de los términos de financiación externa que afectaría, en los últimos años del gobierno, tanto a desembolsos de créditos como a influjos de IDE (BCB, 2003, cap. 5). La desvalorización cambiaria también trajo expectativas de reversión rápida del saldo comercial, cuyo saldo estimado en la revisión del acuerdo con el FMI (05/03/1999) fue de 11 billones de dólares, cayendo para 8 billones de dólares, según cálculos de Hacienda divulgados dos semanas después. El proceso no fue ni tan rápido ni tan fácil como esperaba el gobierno, de modo que el primer superávit fue obtenido en 2001, llegando a 2,6 billones de dólares; pero en 2002 el saldo alcanzó inesperados 13,1 billones de dólares y continuó creciendo en 2003. La lentitud del ajuste fue utilizado como argumento a favor de que el régimen de desvalorizaciones lentas no debería haber sido abandonado (Franco, 1999), aunque la necesidad de un ajuste impuesto por la crisis difícilmente pudiese ser cuestionada, así como el impacto de la desvalorización cambiaria en el ajuste realizado. Comparado con 1998 (déficit de 6,6 billones de dólares), la reversión en 2003 alcanzó casi los 20 billones de dólares, con ganancias ligeramente mayores con la reducción de importaciones (10,5 billones de dólares) que el aumento en exportaciones (9,2 billones de dólares). El incremento de las exportaciones se concentró en el negocio agrario y en industrias abundantes en mano de obra y recursos naturales (textil y vestuario, madera, muebles, calzados, cuero / pieles, etc.), menos en aquellas filiales que exportaban productos intensivos en el uso de tecnología con poco agregado local de valor (material eléctrico,comunicaciones, farmacéutica, material de transporte), frecuentemente en sectores con fuertes déficits (particularmente química, material eléctrico, comunicaciones, farmacéutica, a excepción de material de transporte). Pero la reducción de importaciones no puede ser explicada sólo como efecto de la desvalorización, contando también la retracción de la demanda interna, particularmente en el último bienio; de este modo, la economía de divisas escasas podía ser revertida si la economía volviera a crecer, particularmente en sectores donde la creación de capacidad depende de largos plazos de maduración y/o del control de patentes y dominio de la tecnología por oligopolios globales (IEDI, 2002, varios).12 12 Sustituciones efectivas se verificaron en algunos sectores de la mecánica, material de transporte y, sobre todo, en bienes de consumo e insumos semi manufacturados aprovechando capacidad ociosa, como el textil y vestuario, madera, muebles, 16 La lentitud del ajuste no fue considerada por el gobierno como una evidencia de que el viejo régimen cambiario no debería haber sido abandonado, sino, de inicio y tímidamente, como una llamada de alerta de que el ajuste debería ser acompañado por políticas de fomento a la inversión. El esfuerzo se concentró en el sector electro electrónico y telecomunicaciones, al principio por medio del Banco Nacional de Desenvolvimento Economico e Social (BNDES), cuyo Programa de Apoyo a la Implantación de la Telefonía Móvil y el Programa de Apoyo a Inversiones en Telecomunicaciones (telefonía fija) condicionaron el financiamiento a exigencia de nacionalización de equipamientos e insumos, intentando limitar (con poco éxito) el outsourcing practicado por los nuevos grupos controladores del sector (cf. Freitas et alli, 2000; Laplane & Sarti, 2002). Paralelamente, se reforzaron líneas de crédito destinadas a la financiación de las exportaciones, como el Programa de Crédito al Comercio Exterior (BNDES – exim), el Fondo de Garantía para la Promoción de la Competitividad, el Fondo de Garantía de Exportaciones (seguro de crédito) o el Fondo de Aval para Exportación de Micro y Pequeñas Empresas (SEBRAE), entre otros, acompañados de la instalación de ocho Forums de la Competitividad y, más tarde, del comité de gestión de la cámara de Comercio Exterior en el Ministério do Desenvolvimento, Indústria e Comércio (MDIC) (Freitas et alli, 2000; BCB, 2002; MDIC, 2002). En el documento del MDIC presentando los “avances del comercio exterior”, en los ocho años del Real, los programas de apoyo a la exportación son presentados como la información (dudosa, pero significativa) de que “en los últimos ocho años la política comercial brasileña pasó por dos fases distintas. La primera fue de apertura comercial, de apertura del mercado interno a las importaciones. La segunda fue marcada por la prioridad dada a las exportaciones” (MDIC, 2002, p.1). Aunque la persistencia de la vulnerabilidad externa llevase al gobierno a reforzar políticas de fomento a la inversión, nada ilustra mejor el cambio lento y vacilante del enfoque respecto de la sustitución de importaciones que el destino de la Ley de Informática en el segundo mandato de Cardoso. En 1999, expirarían las exenciones fiscales previstas en la Ley de 1992 bajo la exigencia de que las empresas destinasen el 5% de la facturación para investigación y desarrollo (I+D), habiendo fuerte presión del Ministério de Ciência e Tecnologia (MICT) y MDIC para extender los plazos hasta 2013. La renovación de los subsidios tuvo la resistencia del ministro Malan e implicó conflictos que acabarían acarreando la caída del Ministro de Desarrollo, Clóvis Carvalho, después de un discurso en el que cuestionó la falta de coraje de Hacienda en estimular el desarrollo del país. El presidente arbitró en la disputa, mandando al Congreso un proyecto de ley que eliminaba la exención integral y disminuía anualmente su valor hasta un máximo del 58% del impuesto debido en 2013 (reducido por el congreso hasta 2009). El proceso decisorio indica que al presidente no le resultaba antipática la demanda de la llamada “ala desarrollista”, aunque Hacienda retuviese un poder incomparable y pareciese seguir creyendo en la “tesis de que políticas económicas orientadas específicamente al sector externo son innecesarias, dado que las políticas calzados, cuero / pieles, alimentos, juguetes, minerales no metálicos, papel y cartón / gráficos, etc. hasta 2001, sectores de material eléctrico / comunicaciones, química, farmacéutica, plásticos presentaban inclusive aumento de importaciones a pesar de la desvalorización cambiaria, indicando así que la sustitución de importaciones en estos sectores es más difícil en razón de la amplia necesidad de inversiones para crear capacidad y del control de patentes y dominio de la tecnología por parte de oligopolios globales. En 2002, la caída en las importaciones en sectores deficitarios tampoco puede ser del todo explicada por las sustituciones: material electro electrónico y de comunicaciones explican algo en torno del 50% de la caída total de las importaciones, cayendo desde el racionamiento de energía (como bienes de informática y electrónica de consumo) y de la inflexión del ciclo de inversiones en las redes de telecomunicaciones privatizadas; importaciones químicas, pero, cayeron en valor pero no en volumen; farmacéuticos y perfumes continuaron aumentando en volumen y valor (IEDI, 2002, varios). 17 monetarias o fiscales pueden dar perfectamente cuenta del equilibrio externo deseado” (J. Serra, op. cit.) A renglón seguido el Estado de Amazonas inició una acción judicial que, apoyándose en la liminar lanzada por el Superior Tribunal Federal hacia fines del 2000, obligó al gobierno a renovar la tramitación de la ley negociando más concesiones a la Zona Franca de Manaus. La ley fue finalmente reglamentada en marzo de 2001, sancionada por el presidente en diciembre, al definirse los porcentajes de IPI de los productos sujetos s exención (entonces sujetos a alícuota del 2%, a partir de que la liminar judicial fuera lanzada, un año antes). Es probable que la ocasión haya sido usada por la Secretaría de Hacienda para atrasar el proceso de decisión de las nuevas alícuotas, intentando maximizar la recaudación antes de la exención parcial. De todos modos, la ocasión también fue oportuna para que la ley fuese ajustada a la percepción de que era necesario inducir a la sustitución de importaciones para detener el crecimiento del déficit del complejo electrónico (la ley se aplicó a productos de informática, telecomunicaciones, electrónica de consumo y componentes, o sea, ordenadores, teléfonos móviles, televisores, radios, DVDs, etc.), cuando ya se habían perdido las ilusiones respecto a la rapidez del ajuste que sería propiciado por la desvalorización cambiaria. La ley pasó a exigir que las empresas no sólo destinasen recursos para I+D, sino que nacionalizasen el Proceso Productivo Básico, o sea, respetasen porcentajes de nacionalización para cada producto final. En una sorprendente declaración hecha quince días antes de la sanción presidencial de la ley, el ministro Pedro Malan defendió la “sustitución eficiente de importaciones” como forma de reducir el déficit en cuenta corriente, siendo necesario ampliar tanto la producción “exportable” como la “sustituible de importaciones... (pues) siempre pensé en las dos cosas juntas” (apud P. Soares, 2001). Implícitamente, el ministro parecía admitir que años de construcción de credibilidad ante “el mercado” no habían sido suficientes para asegurar el equilibrio externo deseado. En el ínterin entre la reglamentación y la sanción de la ley, Sérgio Amaral asumía la chefia de el Ministério do Desenvolvimento, Indústria e Comércio (MDIC) (23/08/2001), en una ceremonia en la cual Cardoso proclamó el nuevo lema de su gobierno (“Exportar o Morir”), mientras el nuevo ministro Amaral prometía apoyar también la sustitución de importaciones en sectores deficitarios como petróleo, químico y farmacéutico, electro electrónicos y bienes de capital. En una entrevista frente a la pregunta de cuál sería su relación con la Hacienda de Malan y Everardo Maciel, –dado que sus antecesores habían caído después de desentenderse con aquellos–, su respuesta fue: Después del Real, la preocupación no era exportar sino importar, para presionar los precios y aumentar la competitividad. Ahora la realidad mundial es diferente. En este momento, el peso de la exportación en el proceso de decisión del gobierno es mucho mayor. Yo veo al ministro de Hacienda tan interesando como yo en aumentar las exportaciones... Yo he quedado con Malan en que iríamos juntos a la FIESP (Federação das Indústrias do Estado de São Paulo). Es importante que él escuche lo que yo escucho en la FIESP y que la FIESP escuche lo que escucho de él... El cambio hizo más caras las importaciones y más atrayente la producción interna de insumos. Entonces, habrá que hacer un esfuerzo para que ciertas empresas puedan sustituir importaciones aprovechando la inducción que el mercado ya está haciendo, diciendo que es mejor comprar aquí que importar. Pienso que algunos sectores tienen un campo muy grande. Por ejemplo el sector electro electrónico, que en los últimos cinco años tuvo un déficit comercial de 35 billones de dólares” (S. Amaral, 2001). Pero no se debe exagerar la racionalidad de la política de fomento. Las iniciativas continuaron dispersas, sin que nada haga suponer que hubiera algún plan que las integrase, sobre todo en la promoción de inversiones en nuevas posibilidades. Las 18 críticas a la falta de planeamiento llegaron al auge durante la crisis de la generación de energía, pero al revés de que en el gobierno Dutra y fiel a las restricciones ideológicas del primer mandato, el gobierno ni siquiera se esforzó en dar apariencia de organicidad a las iniciativas dispersas. En el Ministerio de Planeamiento, el Plano PluriAnual anunciado en 1999 (Avança Brasil) no puede ser confundido con un plan de inversiones orientado a la superación de la vulnerabilidad externa del país. En el MIDC, a pesar de la preocupación con el déficit en el complejo electrónico expresada en la aprobación de la ley de Informática y en la constitución de un Forum de la Competitividad para el sector, no fue instalado ningún forum o cualquier tipo de política de fomento (excepción hecha en el ramo de transformados plásticos) más general para el sector químico, en que el déficit comercial era y es mayor que en el sector electro electrónico y de telecomunicaciones. Por otro lado, los esfuerzos de promoción a la exportación se limitaron a la financiación del comercio exterior (pre y pos embarque) y a la promoción comercial, sin ninguna política selectiva orientada a la ampliación de la capacidad en áreas sujetas a cuellos de botella de oferta.13 Sea como fuere, el gobierno Cardoso, forzado a una reversión como el de Dutra, tampoco consiguió agradar ni a griegos ni a troyanos. Antiguos aliados liberales se exasperaban porque la estrategia inicial de incentivo a las importaciones empezaba a ser sustituida por el elogio del planeamiento y de la sustitución de importaciones, y la valorización del déficit por el superávit de transacciones corrientes. Gustavo Franco escribió un artículo feroz a la primera señal de preocupación gubernamental con el déficit del complejo electrónico (Franco, 2000), en el que continuó criticando al presidente por el “error” de haber creído en la tesis de que estaban haciendo “populismo cambiario” (ídem, 2001). Los candidatos de la oposición a la elección presidencial de 2002, acompañados por el propio candidato oficialista, continuaban criticando al presidente por el error simétrico: la lentitud con que el gobierno pasaba a fomentar las exportaciones y la sustitución de importaciones. Acompañando también las políticas del propio gobierno, la sustitución de importaciones se incorporaba como tema central en las plataformas de campaña de los candidatos a la elección presidencial, a excepción del PFL (F. Zanini, 2002). Antiguos aliados del gobierno se exasperaban con la evolución de los tiempos, temiendo el sebastianismo juscelinista (M.P. Abreu, 2002; G. Franco, 2002). 4. Consideraciones finales Las secciones anteriores mostraron el papel que condicionantes no ideológicos o corporativos, sino económicos, jugaron para restringir un ciclo de desarrollo económico menos “autárquico” de Brasil; en estas circunstancias, de modo muy diferente al de los relatos liberales, fueron crisis cambiarias y no embates ideológicos y políticos los que llevaron a gobiernos influenciados por propuestas de apertura comercial externa (que explícitamente valorizaban la entrada barata de productos importados) a terminar con elogios a la sustitución de importaciones industriales protegidas (espontáneamente, o no) de la competencia extranjera, y a valorizar exportaciones capaces de generar aquello 13 Un estudio reciente indica que estrangulamientos de oferta envuelven en particular a sectores exportadores de la industria, como siderurgia y papel celulosa, que pueden sufrir un agotamiento de excedentes exportables, en el caso de que los pedidos internos aumenten en el futuro próximo, sin nuevas expansiones de capacidad: cf. IEDI, 2003. 19 que la apertura financiera no fue capaz de garantizar: un flujo estable de reservas cambiarias y, así, la capacidad de realizar importaciones esenciales. En los dos gobiernos, la tentativa de sustentar un régimen liberal de importaciones contando con un ciclo armonioso y estable de flujos de capital acentuó la fragilidad financiera externa y produjo su opuesto (independientemente de la voluntad liberal de los gobernantes): la necesidad de reducir importaciones para pagar servicios financieros. Compelidos por una oferta de financiación externa que estuvo por debajo de lo necesario, los gobiernos Dutra y Cardoso precisaron contar con la reversión del déficit comercial para pagar pasivos externos, aunque continuasen contando con un ambiente favorable a la salida de capitales para inducir entradas. En las dos circunstancias, aunque los gobiernos alegasen ya estar realizando los “ajustes” que la oposición decía que era necesario hacer, un consenso político favorable al fomento estatal al desarrollo industrial era construido después de que una alteración abrupta e indeseada de la tasa de cambio o de la protección comercial efectiva presionó el sistema de precios relativos, exigiendo de los gobiernos que colaborasen para retirar “cuellos de botellas” que limitaban el “libre curso” de la expansión inducida por la crisis cambiaria. Pero restricciones políticas, ideológicas y materiales a la intervención estatal limitaron el éxito de la política de fomento industrial y, aunque la dinámica de producción e inversión privada reaccionase a la modificación de precios relativos, la mejoría resultante del saldo comercial fue insuficiente para que los gobiernos pudiesen insistir menos en obtener los flujos financieros que creían que debían corresponder a su adhesión “creíble” a un ambiente normativo atrayente al capital extranjero. Restricciones políticas, ideológicas y materiales internas que también limitaron la profundidad y amplitud de la intervención estatal en Brasil en otras circunstancias históricas, como por ejemplo en el segundo gobierno Vargas y durante el II Plano Nacional de Desenvolvimento del gobierno Geisel, cuando no se valorizó un régimen liberal de comercio exterior (cf. C. Lessa, 1978, y P. Bastos, 2001). Frente a esto, el artículo concluye refutando que la distinción entre la experiencia brasileña y la experiencia exitosa de crecimiento exportador de manufacturas de algunos países asiáticos pueda ser encontrada, al contrario de las narrativas comparativas liberales, en la menor o mayor adhesión a un régimen liberal de importaciones. Pues en las dos circunstancias recientes en que la liberación de las importaciones fue defendida como prioridad de gobierno en el Brasil, fueron condicionantes económicos que la imposibilitaron. Si el desarrollo brasileño puede servir de espejo al asiático sería precisamente por apuntar a que no bastan políticas liberales de importaciones para llevar a un país a ganar posiciones en la división internacional del trabajo y neutralizar la fragilidad financiera externa. Y de modo inverso, como destacan relatos que no se limitan a indicar la existencia de un régimen liberal de comercio exterior (cf. A. Amdsden, 1989, R. Wade, 1990 y L. Weiss, 1998), si la presencia del Estado en el desarrollo económico de Corea del Sur y de Formosa podría servir de ejemplo al Brasil, sería por demostrar las ventajas de menores restricciones políticas, ideológicas y materiales a la participación del Estado, no sólo en inversiones estatales en actividades esenciales, sino también en la orientación estratégica de inversiones privados y en su especialización sectorial. 20 Bibliografía EUG: Arquivo Eugênio Gudin: CPDOC-FGV. GV: Arquivo Getúlio Vargas: CPDOC-FGV. SC: Arquivo Souza Costa: CPDOC-FGV. ABREU, M. P. JK, sebastianismo e mito. O Estado de São Paulo,16 set. 2002. AMARAL, S. Entrevista. Folha de São Paulo, 2 set. 2001. AMSDEN, A. Asia’s next giant. New York: Oxford University Press, 1989. ANDREI, C. O Plano Real e o desempenho da inflação nos primeiros quatro anos. In: IESP-FUNDAP. Gestão estatal no Brasil: armadilhas da estabilização (1995-1998). São Paulo, 2000. BACHA, E. Plano Real: uma avaliação. 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