Lev Davidovich Bronstein, mejor conocido en el mundo entero como León Trotsky, murió el 21 de agosto de 1941 en la Ciudad de México, donde vivió refugiado los últimos años de su vida refugió, luego de una larga diáspora hasta que el gobierno de Lázaro Cárdenas le ofreció asilo político. La llegada a nuestro país causó polémica internacional entre antagónicos y admiradores. Al conocerse la noticia, los primeros sorprendidos fueron los soviéticos, liderados por José Stalin, su más férreo enemigo. ¿Quién era Trotsky que apenas se mencionó su nombre provocó los más incendiarios comentarios o las más nobles muestras de apoyo? León Trotsky nació en Ucrania, Rusia, en 1879. Desde muy joven fue un revolucionario marxista afiliado a organizaciones vinculadas con la lucha obrera, como la Liga Obrera de Nicolaiev, participante en congresos y representante de los trabajadores. Entre 1904 y 1905 elaboró la teoría de la revolución permanente. Su ideología y su activismo político lo llevaron en más de una ocasión a ser prisionero en Siberia. Participó de forma activa en la revolución de octubre de 1917, pues ya se había afiliado al Partido Bolchevique, del que fue miembro del Comité Central y presidente del Sóviet de Petrogrado. Al triunfo de los bolcheviques, se le asignó el cargo de comisario de Asuntos Extranjeros; también se desempeñó como Comisario de la Guerra, cuyas funciones eran organizar y mandar el Ejército Rojo. En 1919 se creó el Politburó del Comité Central del Partido Bolchevique Ruso (que en 1925 se convirtió en Partido Comunista Bolchevique de la Unión y en 1952 en Partido Comunista de la Unión Soviética) máximo órgano político, integrado por cinco miembros: Vladimir Lenin, León Trostky, Lev Kamenev, José Stalin y Nicolás Krestnky. Pero los problemas en esa estructura llegaron en 1924, tras la muerte de Lenin y su polémico Testamento, que en las notas adicionales a la Carta al XIII Congreso del Partido Comunista Ruso, escrita el 22 de diciembre de 1922, señalaba: El camarada Stalin, convertido en secretario general, ha concentrado en sus manos un poder ilimitado, y no estoy seguro de que siempre sepa utilizarlo con la suficiente prudencia. Por otra parte, el camarada, Trotsky, como ya lo demostró su lucha contra el Comité Central en el problema del Comisariado del Pueblo para las vías de Comunicación, no se destaca sólo por sus capacidades eminentes. Personalmente tal vez sea el hombre más capaz del actual C.C., pero también es presuntuoso en exceso y se apasiona demasiado por los aspectos puramente administrativos del trabajo. El liderazgo soviético fue tomado por José Stalin, que de inmediato hizo una espectacular purga que dio como resultado la destitución y la expulsión de Trostky de la dirección del Partido y de la III Internacional Comunista (Komintern). La ruptura definitiva entre Trotsky-Stalin ocurrió en 1927, no sólo fue un asunto personal, sino una lucha por el poder, y a partir de entonces no cesó el acoso hacia el primero, quien alzó su voz para oponerse a Stalin; nadie más en todo el inmenso territorio soviético se atrevía a hacerlo, sólo Trotsky. Su osadía se convirtió en la causa de la persecución hostil e incesante en cualquier suelo que pisaba; dondequiera que iba había informantes, agentes, acosadores. Pero, ¿cómo se involucró México en este conflicto comunista internacional?, siendo la Unión Soviétca y México países tan distantes. Como escribió Marx: “el fantasma del comunismo recorre el mundo” y al igual que en un sinnúmero de países, en el nuestro se había fundado en 1919 el Partido Comunista Mexicano (PCM) que de inmediato se adhirió a la III Internacional, por conducto de su secretario general José Allen. Esta adhesión también significó la estricta observancia a las políticas bolchevique comunistas rusas, que en el futuro se traducirían en la obsesión de Stalin de exterminar a todos los disidentes “enemigos del pueblo”. Expulsado de su partido y de su país, el ex dirigente ruso se exilió en Turquía en 1929; luego estuvo en Francia y después en Noruega, pero en Moscú y en otros lugares del orbe seguía presente el pensamiento de Trotsky, el gran antagonista de Stalin, que entonces se convirtió también en una corriente ideológica: el trostkismo. Cuando residía en Noruega la presión soviética se hizo sentir contra el gobierno de aquel país que al buscar el establecimiento de acuerdos comerciales, en agosto de 1936, se le condicionó la firma a dos acciones concretas contra Trotsky y su esposa: el arresto domiciliario y la prohibición de tener cualquier tipo de comunicación con el mundo. No tuvieron más opción que salir de ahí. Los trotskistas de varios países buscaban encontrarle asilo a su líder ideológico, pero la única y contundente respuesta que encontraban era ¡no! Sólo un gobierno se atrevió a abrirle las puertas al enemigo número uno del stalinismo; el del presidente Lázaro Cárdenas. En noviembre de 1936 comenzaron las gestiones en busca de un permiso de entrada para el ex revolucionario, quien para ese entonces contaba con 57 años de edad. El principal promotor fue el pintor Diego Rivera, quien recibió un telegrama en el que se le preguntaba si México aceptaría a Trotsky, y el mismo artista, junto con Octavio Fernández, ambos miembros de la Liga Comunista Internacionalista —el grupo trotskista mexicano—, fue comisionado para plantear la solicitud al presidente de la República. Afortunadamente para ellos, contaron con la intermediación del general Francisco J. Múgica, secretario de Comunicaciones y Obras Públicas y hombre cercano al mandatario, por lo que tenía la oportunidad de darle a conocer el caso del asilo político. El general Cárdenas recibió a los comisionados y la respuesta a su solicitud fue inmediata: Sí, “el señor Trotsky puede venir a México. El gobierno que represento le acordará el asilo en su carácter de refugiado político”. Al darse a conocer la decisión presidencial hubo reacciones dentro del propio gabinete presidencial, en organizaciones de la derecha, en el PCM, en los sindicatos, en diversos sectores de la sociedad… y en el mundo. El tema ocupó las primeras planas de la prensa anunciando que el expulsado del stalinismo vendría a vivir a México. Unos aplaudían la decisión y otros la repudiaban. Pero por más que se discutiera el tema en los diarios, en las reuniones políticas o en los lugares públicos, la orden estaba dada: el general Cárdenas giró instrucciones al renuente Secretario de Relaciones Exteriores, Eduardo Hay, para que tramitara la solicitud formal de asilo. Cuando Cárdenas dio su aprobación, aclaró que se trataba sólo de un acto de humanidad ante la negativa de los países europeos que, no obstante el peligro que corría la vida de Trotsky, le impedían vivir en su territorio. Y respondiendo a las alarmantes reacciones nacionales e internacionales que advertían del riesgo, de los desórdenes y de las alteraciones que podrían suscitarse, el gobernante respondía que no encontraba motivo de temor, ya que si el asilado se dedicaba exclusivamente “a sus labores intelectuales”, no habría nada de qué preocuparse. Lo único que se exigía era que los trotskistas mexicanos se abstuvieran de “organizar manifestaciones que pudiesen provocar choques con elementos hostiles al señor Trotsky”. La noticia corrió como pólvora. El nombre del presidente mexicano sonó en todo el mundo. Y Trotsky recibió el aviso de que era bien recibido en México, un país del cual sabía muy poco, si no es que nada. Aprovechó el largo viaje a bordo de un barco noruego para leer cuanto pudo acerca del lejano país al cual le debía la vida. El revolucionario y su esposa, Natalia, llegaron a Tampico el 9 de enero de 1937; de ahí se trasladaron a la Ciudad de México, para ser hospedados en la casa de Diego Rivera y Frida Kahlo, ubicada en Coyoacán. La “casa azul”, el hogar de los dos famosos pintores mexicanos, fue el lugar donde Trotsky comenzó a conocer a México, su comida, su historia, sus costumbres; ahí aprendió a entender la política del país que lo recibía y desde ahí observó y reflexionó sobre lo que sucedía en su nuevo lugar de residencia; también dedicó sus días de exilio a escribir acerca de su país, de su revolución y de otros temas de carácter mundial, como del nazismo y del facismo, que tenían a Europa en jaque. En la casa de Frida y Diego vivió durante dos años, hasta que devino el rompimiento entre el revolucionario y el artista. Trotsky y su esposa se mudaron a tan sólo unas cuadras de ahí, a la calle de Viena, en el mismo barrio de Coyoacán. Pero nada salvaría al ideólogo comunista de los planes que los enemigos tenían para él, pues, aunque lejos de la URSS, la idea de eliminarlo seguía vigente, es decir, había una orden del propio José Stalin para asesinar a quien calificaba de traidor. Para llevar a cabo esos planes, el líder del gobierno soviético contaba con mucha gente dispuesta a cooperar, y nada conseguiría salvar la vida Lev Davidovich, ni siquiera la vigilancia permanente que existía en esa casa. Un primer atentado ocurrió el 24 de mayo de 1940, cuando al amparo de la oscuridad, un grupo de hombres comandados por el pintor David Alfaro Siqueiros descargó sus armas en la casa de Viena. Increíblemente, a pesar de los centenares de balas disparadas, el matrimonio Trotsky salvó la vida. Pero ya se había vulnerado la casa y la paz que la pareja había encontrado aquel tranquilo y campirano Coyoacán, cuyas tierras eran regadas por el río Churubusco, que corría exactamente a un lado de la casa baleada. Fallaron, pero no cejaron los planes de ejecutar las órdenes de Moscú. Se ideó otra estrategia. En la casa habitada por los dos emigrados, además de la pareja, asistían vigilantes, trabajadores, visitas, que no faltaban, y una secretaria, Silvia Ageloff. Ésta fue el hilo más delgado que los enemigos encontraron para concretar las órdenes de Stalin. Un joven comenzó a cortejarla; se hicieron novios, él entraba a la casa… se ganó la confianza; con el pretexto de darle a leer un texto al revolucionario logró acercarse a él y, sin perder tiempo, asestó un terrible golpe en su cabeza, el arma fue un piolet, o piqueta para montañismo, que le clavó en el cráneo. Habían pasado 13 años desde el rompimiento con Stalin, pero finalmente éste podía cantar victoria; su enemigo, su antípoda había muerto. El comunista catalán Ramón Mercader había logrado el anhelado deseo de eliminar de la faz de la tierra a León Trotsky. La herida fue grave, pero no murió de inmediato; fue llevado a un hospital y atendido, pero ya nada se pudo hacer. Finalmente, luego de tanta persecución, acoso y ataques por parte del régimen soviético, Trotsky falleció el 21 de agosto de 1940 en la Ciudad de México. Y sigue en México. Las cenizas del revolucionario, escritor e ideólogo León Trotsky permanecen en la casa de Coyoacán, donde vivió sus últimos días y donde lo encontró la muerte.
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