10. ARISTÓTELES Y LAS ÉTICAS “CONVERSIVAS” Es así como, en el maltrecho siglo XX, Deleuze —siguiendo a Nietzsche— reconstruye esa historia estableciendo, ya para el mundo griego “clásico”, la existencia objetiva de por lo menos tres articulaciones de lo filosófico (la subversión, la conversión y la perversión1) que vendrán luego a marcar lo que será la mirada sobre el sujeto y de los puntos de vista que, desde la ética, se levantarán sucesivamente. Según este particular enfoque, los Presocráticos instauran un punto de vista que subvierte la mirada, mirando hacia “abajo”, preguntando por las causas. A estos le siguieron en la lógica del discurso, pero también en el tiempo, los Platónicos, que se definieron por una mirada “conversiva” que oteó hacia “arriba”, preguntando por las razones espirituales y el aspecto teleológico que pretendió explicar la misión de la presencia de los seres en el mundo. Luego, generando un desarrollo con respecto a estos estadios anteriores, los Cínicos dieron cuenta de una cierta “perversión” del saber y de las relaciones que, entre sí, establecen los seres. Así se reivindica la mirada “horizontal” que los cínicos instauran por y desde las circunstancias de los seres, adoptando lo que para Deleuze vendrá a ser un punto de vista superior. Estos diferentes planteamientos acerca del saber, el sujeto y su moral, establecieron, sucesivamente, cada uno en su arista, su específica organización del sentido del discurso filosófico griego, de tal modo que sus disímiles arterias frente a lo moral, se establecieron también desde diferentes posturas frente al mundo. A pesar de las constancias dejadas por el pensamiento postmoderno, un examen de este proceso muestra que, en realidad, no existe —no existió— un pensamiento griego, y que enfrentarse al mundo griego, a las determinaciones de una síntesis posible de este proceso, implica hacer un ejercicio que, necesariamente, busca —y encuentra— en el análisis, múltiples contradicciones, tendencias y corrientes que se manifiestan a cada paso. Desde antes, pero también en esas condiciones —según reza la tesis Deleuziana— la lucha entre el planteamiento materialista, determinista y dialéctico de un sector de los Jónicos (de un lado), y de lo metafísico, idealista y subjetivo (del otro), habría sido resuelta a favor de un esquema superior (la perversión cínica). A contravía de los puentes levantados desde las avenidas postmodernas, la tesis que enarboló Carl Sagan2 parece ser mucho más afortunada: la derrota —a manos del platonismo— del pensamiento materialista y de los elementos dialécticos que se habían conquistado en la huella de los Jonios, produjo una enorme involución del desarrollo posible de la humanidad entera, porque el salto de la mirada jónica al esquema platónico fue, en sí mismo, un extravío. Si se desarrolla este planteamiento hasta sus consecuencias más extremas, habría que decir que el período que llega hasta nosotros como el “siglo de Oro” (los siglos V y IV antes de Jesús de Nazaret), fue —en realidad— el equivalente a una increíble Edad Media oscurantista que castró el desarrollo del pensamiento, de la ciencia y de la filosofía, y —por tanto— del hombre mismo; fue, sin embargo y al mismo tiempo, el espacio de un fabuloso acumulado. Se constituyó en una especie de invierno donde, bajo los viejos árboles derrotados, de las que fueron sus más verdes hojas, surgió un humus que alimentó a las nuevas hojas verdes3. En este contexto, de derrota del pensamiento jonio, y de profundas erosiones en el territorio de la democracia esclavista, el salto que va de los sofistas a Sócrates, de Sócrates a Platón, da paso a la gran filosofía del estagirita, que supone, por sí, una salida de transición, un matrimonio de interés entre un materialismo mecanicista ya avanzado y el sustrato platónico. Desde Aristóteles, en los pliegues de su obra, está puesta una concepción del conocimiento, de la sociedad, y del hombre, definidas —desde luego— por sus limitaciones históricas… 1Deleuze, Guilles. Lógica del sentido. Medellín: Bote de Vela, 1990. SAGAN, Carl. Cosmos (La serie televisiva o el texto editado por el Círculo de Lectores) 3 Cf: el poema “Debajo del Invierno”. En: López Pacheco, Jesús: Algunos aspectos del orden público en la histeria de España. Era; México: 1982 2Cf: Esta salida, en su conjunto, no fue dada en el camino de la Dialéctica, sino en el terreno de la metafísica. No se liquidó, por ejemplo, la problemática de la causalidad, sino que se subordinó toda causalidad a la dictadura de la causa final (que termina negando las otras causas definidas en el sistema aristotélico). Así, el pensamiento se hizo teleológico. A partir de esta herencia, por el corredor de la patrística, de la escolástica y de todo el acumulado medieval, donde se sentaron las bases del pensamiento burgués moderno, se han construido las arterias principales de eso que se reconoce —hoy día— como la cultura (y civilización) occidental. Si, como dice Savater4, los problemas de la ética empiezan —en el razonamiento occidental— cuando el hombre entabla relaciones con otro hombre (empírica e individualmente considerado, según el esquema del filósofo español), habría que preguntarse entonces qué tiene que ver esta ética, así propuesta, con su fundamentación aristotélica y su postulado de compromiso entre un cierto materialismo mecanicista y la metafísica. En primer lugar, con perdón de Savater (y Habermas), lo ético no surge simplemente de la relación interindividual, entre (sólo) dos hombres, Robinson y Viernes, por ejemplo. Robinson se relaciona con Viernes, a partir de su moralidad, pero ésta brota de la moral que rige la sociedad que lo constituyó en sujeto, sobre la base de las normas que internalizó cuando aún no era el náufrago paradisíaco. Aparte de esta necesaria aclaración a la lógica individuada del filosofo español, tendríamos que reconocer que todas las éticas occidentales, y sus variopintos desarrollos en la sociedad capitalista actual, tienen —siguen teniendo— un pie en Platón y otro en Aristóteles. Y, esto de tal modo que las alternativas “perversas”, a la manera de Diógenes o del propio Nietzsche, no sólo son marginales, sino que se constituyen actualmente en la pre-condición que afirma —de otro modo— los valores de la postmodernidad, en la propuesta de vivir el capitalismo, sin respirarlo mucho. Sin embargo, y a pesar de todo —o precisamente por ello—, aún hoy es posible establecer los siguientes (entre otros) como los fundamentos de esta ética “conversiva”5 prevaleciente: El fundamento teológico que, al poner por encima la causa final, introduce una bomba de tiempo en el pensamiento consecuentemente determinista; la misma que detona en la postmodernidad, de la mano de una sencilla maniobra que reduce a simple determinismo mecanicista todo tipo de determinismo. La virtud definida como el “justo medio”, aún con la aclaración que algunos aristotélicos introducen en el sentido de no reconocer este justo medio como asimilable a la “dorada mediocridad”. La taxonomía establecida entre las virtudes éticas (morales) y las virtudes dianoéticas (intelectuales). La definición de la teoría como la más alta expresión de lo que el hombre es capaz. La definición de la Libertad como la capacidad de elegir. La articulación “connatural” entre lo ético y lo político. La conexión del “Agathon” (el bien) con la “eudaimonía” (la felicidad) y el “areté” (la virtud) La idea del hombre como un ser político... que habla. Como quiera que sea, cualquier proyecto que se plantee seriamente meter el diente en la cuestión de estas corrientes éticas hoy redividas, tiene que partir de discutir estos abecé con la Etica a Nicomaco. 4Cf: Etica para Amador. Ariel, 1994. también de la “discursiva” que con aquella guarda relación 5Pero