La anunciación a san José

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6. La anunciación a san José (IV Domingo de Adviento - ciclo A)
Reflexión sobre José, figura clave e importante de Adviento
La Iglesia, en el cuarto domingo de Adviento,
dedica
su
meditación
en
una
figura
importantísima del Adviento: la Virgen María.
Bien podemos decir de Ella, que es “Nuestra
Señora de Adviento”, porque aguardó con
corazón generoso y maternal, el cumplimiento
en Ella de las profecías del antiguo Israel, de la
venida del Señor. Ella preparó su llegada, lo
recibió al nacer en Belén, pues fue su madre.
María fue preparada por Dios para la maternidad de su Hijo (Inmaculada), fue una
mujer sencilla y de fe que lo concibió y lo dio a luz (su maternidad divina) y lo
presentó a los magos de Oriente (la Epifanía del Señor). Ella es la “hija de Sión”,
es decir, la representante del pueblo de Israel y de la humanidad, la primera
cristiana que acogió la salvación de Dios.
Pero en el cuarto domingo del ciclo A, la liturgia de la Iglesia, siguiendo al
evangelista san Mateo, se fija más en san José, el esposo de María y el padre
adoptivo de Jesucristo, el que tuvo la delicada tarea de ser el custodio de la
Sagrada Familia y el padre en la tierra del mismísimo Hijo de Dios. Por eso, le
dedicamos a él que, podemos decir, es la cuarta figura del Adviento, puesto que le
tocó ser el esposo de María y el responsable de esta peculiar familia, el varón
justo que, junto a María, recibieron con amor al Hijo de Dios en la tierra.
El texto del Evangelio de san Mateo, nos cuenta de la concepción virginal de
Cristo, por obra del Espíritu Santo, estando desposada María con José. Él, siendo
un hombre recto, y sin querer denunciarla, decide dejarla en secreto. Estaba
pensando en esto, cuando un ángel del Señor le comunica que el niño que ella va
a tener, viene del Espíritu Santo. Que a él le tocará darle por nombre Jesús,
porque será el Salvador de su pueblo. Que lo ocurrido estaba vaticinado por el
profeta Isaías, que decía que una virgen daría a luz un hijo, llamado Emanuel. Y,
siendo así, José se llevó a casa a su mujer (Mt 1,18-24).
Así, como vemos o leemos el texto, nos da la impresión que José no sabía para
nada del embarazo de María. Podemos imaginar las dudas, el sufrimiento de
saber que aquel niño no era suyo y, por otra parte, sin duda alguna de la
integridad de su esposa. Estaba ante un acontecimiento que no entendía... A lo
mejor se preguntaría ¿Si su mujer sería una adúltera? ¡El castigo que le esperaba,
según la ley! (Dt 22,23-24) ¡El divorcio era mejor que la muerte! (Mt 1,19). En la
película “Jesús de Nazareth”, de Franco Zeffirelli, se presenta a Yorgo Voyagis, el
actor que hace las veces de José, teniendo pesadillas, pues ve en sueños a María
siendo apedreada por su infidelidad, según lo establecido en la ley...(sabemos que
no fue así).
Los desposorios de José y María
Pero si leemos el texto bíblico en el ambiente en que nace y lo analizamos con
calma, las cosas pudieron ser de otro modo. Lo primero que dice el texto, es que
María estaba “desposada con José” Los desposorios judíos eran todo un
compromiso, un tiempo que duraba un año aproximadamente, antes de celebrarse
el matrimonio como tal. Era un compromiso formal y jurídico, en el que la
muchacha quedaba consagrada para siempre a su prometido, debido a la corta
edad de los jóvenes requerida al casarse (13 años para ella y 18 años para él, una
edad muy temprana, como vemos).
De tal manera que a los novios comprometidos se les consideraban verdaderos
esposos, a tal punto que si ella se acostaba con otro hombre, era adúltera, o si el
novio se le moría, se le consideraba viuda... o viceversa. Terminado este año “de
los desposorios”, los jóvenes se casaban “con todas las de ley”, con la ceremonia
propia del matrimonio judío.
El matrimonio judío constaba, pues, de dos partes: el desposorio y el matrimonio,
ya cuando los esposos se iban a vivir como casados... Aún más, la ley judía no
veía tan severamente que estos “novios- esposos”, eventualmente tuvieran
relaciones íntimas, como si fuera un pecado grave imperdonable, entre el
desposorio (tiempo intermedio) y el matrimonio, porque estaban “casi” casados. Y
si nacía un hijo de esta relación, se le consideraba hijo legítimo, por la ley. Viendo
estas costumbres, entenderemos mejor que María quedó embarazada del Espíritu
Santo, en el tiempo de sus desposorios con José (Mt 1,18-19).
San José lo sabía todo...
Ahora bien, creemos que san José conocía bien lo que estaba sucediendo con
María, porque Ella misma se lo comunicó, pues no existen razones serias para no
hacerlo, máxime si estos esposos no tenían secretos que esconder y porque la
Virgen María no se iba a quedar, como decimos nosotros, “con abejón en el
buche”, es decir, que Ella se lo dijo todo a José y no se guardó este secreto tan
delicado e importante para sí sola... Lo normal, pues, era comunicárselo a su
esposo. José estaría enterado y al corriente del embarazo divino de su mujer.
Entonces ¿por qué duda, siendo justo, como dice san Mateo?
La duda de José no fue acerca de la culpabilidad o inocencia de María, sino sobre
el papel que él personalmente, tenía que asumir en esta situación. De allí que,
para él, lo justo es dejarla, porque Dios se había fijado en Ella, pese a que era su
mujer también. ¿Cómo competir con Dios por el amor de su esposa? ¿Podía tener
al mismo Dios como contrincante? Pues no. Tampoco él podría apropiarse de un
hijo que no le pertenecía, sino que era de Dios. Eso hubiera sido una injusticia.
Por eso, es que decide dejar a María. Siendo un hombre justo, no queriendo
adueñarse de un hijo que no era suyo, y viendo que Dios había elegido a la misma
mujer, para que el mundo se salvara por medio de la concepción y nacimiento de
Cristo, resuelve dejar libre a María de su compromiso (dejarla en secreto
divorciándose), para que Ella haga su vida y quedara libre de él. No quiere
interponerse entre Dios y María.
Estaba pensando en eso, cuando recibe el anuncio del ángel del Señor, que le
dice que no tenga miedo (es decir, escrúpulos) en recibir a María, su mujer, es
decir, celebrar el matrimonio como tal, después del tiempo de los desposorios y
hacerse cargo del niño Jesús (ponerle nombre), indicando con eso que es su
padre aquí en este mundo y que Dios se lo confía.
En otras palabras, Dios Padre le pide a José que se quede con María, que se case
con Ella y que sea padre de Jesús, pues estaba dentro de sus planes de
salvación, que él no debía quedarse por fuera. Máxime que, siendo de la familia o
la dinastía del rey David, al adoptar a Jesús como hijo, automáticamente el Hijo de
Dios pasaba a formar parte de la familia de David, ser su descendiente, su retoño,
y nacer de este linaje, como “hijo de David” también (Mt 1,1-17)
De manera que la forma adecuada y correcta de traducir este pasaje es así: “José,
no tengas miedo en tomar contigo a María como esposa, porque (si bien) lo que
ella ha concebido viene del Espíritu Santo, dará a luz un hijo, a quien pondrás por
nombre Jesús...” (Mt 1,20-21). Por lo tanto, lo que el ángel le informa o le anuncia,
no es el origen divino del niño, cosa que ya él sabía por boca de María, sino que él
debe quedarse con María y hacerse cargo de Jesús, cosa que todavía no sabía.
Así, José estará ya tranquilo y, de seguro, contentísimo de ser el padre de Jesús.
Papel que asumió con toda cabalidad, responsabilidad y cariño, como el mejor
padre que Jesús pudo tener y como tantos niños y niñas sueñan tener en este
mundo... O como tantas esposas desean tener: un modelo de esposo, hombre
bueno y justo, responsable y más que bueno. Así fue José... Se lo merecían María
y Jesús.
San José hoy
Estamos en la Iglesia en deuda con san José. La liturgia sólo le celebra dos
fiestas: el 19 de marzo y el 1 de mayo. Es poco de lo que se habla de él. Algunos
cuadros y pinturas lo presentan como una persona de edad avanzada, con una
varita de azucenas en la mano, cosa que no fue cierta, pues fue un hombre joven,
esposo de María, judío descendiente de David, de profesión carpintero y un
hombre justo, es decir, que cumplía con la voluntad de Dios que se manifestaba
en la Ley. Su santidad tenemos que descubrirla, en la doble misión para la cual
Dios lo tenía destinado: la paternidad legal respecto de Jesús y su condición de
esposo de María.
Fue un hombre normal, trabajador, humilde, responsable, entregado a su hogar, a
cuidar de su mujer María y de su Hijo, a los que amó como esposo y padre
respectivamente, en el hogar de Belén y Nazaret. Un hombre que se santificó en
el matrimonio, y en el que Dios supo confiar lo más grande y amado que Él tiene:
a su Hijo. Mucho nos puede enseñar hoy, en especial, a los matrimonios y a las
familias, este hombre humilde, sencillo, justo y trabajador... Más en este Adviento,
porque también, junto con su esposa María y con su pueblo Israel, él supo
aguardar con esperanza los tiempos de la salvación que llegaron con Cristo.
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