prospectiva y planeación - Comisión Económica para América

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PROSPECTIVA Y PLANEACIÓN.
Antonio Alonso Concheiro
Analítica Consultores SA de CV,
México DF
La vida es una sucesión de elecciones, de nosotros y de otros; es, como dijera José
Ortega y Gasset, decidir lo que vamos a ser; es futurición, lo que aún no es. Nuestro
presente no es sino producto de nuestras elecciones pasadas; y el futuro será resultado
de las que hoy hagamos. A fin de cuentas, somos lo que somos por haber elegido lo que
elegimos; y de ahora en adelante siempre podremos elegir algo diferente buscando ser
una de las múltiples posibilidades que se abren frente a nosotros. La vida es, regresando
a Ortega y Gasset, “una serie de colisiones con el futuro; no es una suma de lo que
hemos sido, sino de lo que anhelamos ser”. Los futuros son así un horizonte de libertad;
si bien en parte dependen del pasado y el presente, son, sobre todo, el territorio de lo
posible, de los deseos y la voluntad. En las imágenes del futuro no hay verdades; sólo
opciones. Todas nuestras decisiones son, en esencia, elecciones sobre futuros
alternativos en competencia, que imaginamos en función de nuestras ideas acerca del
mundo, de nuestras creencias sobre las relaciones entre causa y efecto, y de nuestros
deseos y expectativas, de lo que juzgamos mejor o peor.
Si la vida es futurición, resulta natural que el interés del hombre por el futuro sea
tan antiguo como el hombre mismo. Sin embargo, el estudio sistemático y riguroso de
las imágenes de futuro, la prospectiva, es una disciplina del conocimiento relativamente
joven. Nació como tal apenas a mediados del siglo pasado. En la medida en que el
hombre cobró conciencia de su creciente capacidad para moldear y tallar su futuro
creció su necesidad de reflexionar sobre éste. Cuando el futuro dejó de ser repetición del
pasado en un recorrido cíclico o destino predeterminado por un Ser superior y pasó a ser
elección y posibilidad del hombre, nuestras imágenes del futuro se convirtieron en tema
obligado de estudio. Parece tratarse de una disciplina curiosa, pues su objeto de estudio,
el futuro, está siempre por existir, ausente, y, cuando finalmente llega, es porque ha
dejado de ser futuro y, por tanto, deja de ser de su interés. Pero ello no es más que una
paradoja aparente, pues en realidad no es el futuro lo que se estudia, sino nuestras
imágenes del futuro. Su preocupación son las ideas que nos formamos sobre lo que
podría venir, cómo las generamos, con base en qué las elegimos, cómo y para qué las
usamos, cómo las hacemos competir.
Nos resulta útil reflexionar sobre el futuro porque siempre algo está cambiando,
algo puede cambiar o algo debe cambiar. Son los cambios, algunos suaves e
imperceptible, otros abruptos y sorpresivos, los que nos hacen reconocer el tiempo y las
diferencias entre el antes, el ahora y el después. El hombre es siempre actor y sujeto del
cambio. El pasado no puede cambiarse, pero el futuro, al menos parcialmente, parece
estar todavía en nuestro poder. Tomando prestado de Shakespeare (o de Schopenhauer,
a quien también se le atribuye la idea), el pasado y el presente son los que barajan las
cartas, pero somos nosotros quienes las jugamos buscando un futuro mejor.

Ponencia presentada en el Seminario Internacional “Experiencias de Planeación en América Latina y el
Caribe”, Centro Nacional de Planeamiento Estratégico (CEPLAN), Lima, Perú, noviembre 3-4, 2011.
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Gran parte de los problemas más importantes y apremiantes de las sociedades de
hoy, como el suministro energético, la sustentabilidad ambiental, el cambio climático, la
reducción de la pobreza, etc., sólo podrán resolverse en el largo plazo, dentro de una o
más generaciones. Representan así retos de políticas de largo plazo. Por otra parte, en
nuestro mundo actual todo parece acontecer con gran velocidad. La evolución de las
cosas parece haberse acelerado. Cada vez tenemos menos tiempo; el tiempo se está
comprimiendo1. Nuestras certidumbres son volátiles; lo que hoy aceptamos como cierto,
mañana es puesto en duda. Los nuevos productos tecnológicos maduran y penetran los
mercados en mucho menos tiempo que en el pasado. La solidez de las economías
desaparece abruptamente ante crisis financieras imprevistas. Parecemos estar inmersos
en una sucesión de revoluciones de todo tipo que no nos dan respiro. Antes de resolver
una crisis, tenemos ya otra encima. Ello nos da poco espacio para reflexionar. Solemos
actuar con rapidez y con cierta seguridad de que lo hacemos en el sentido correcto, pero
rara vez nos damos oportunidad de reflexionar sobre las posibles consecuencias de
nuestros actos. Pensamos el mundo actual con modelos aproximados de la realidad de
ayer, sin reconocer nuevos componentes y nuevas interrelaciones entre ellos. Con todo y
que como colectivo hemos acelerado los procesos para la generación de conocimientos
y que duplicamos lo que sabemos cada cinco años, seguimos a la zaga de la velocidad
de cambio de la realidad. Por premura, actuamos la mayor de las veces con información
incompleta y atrasada. Rara vez nos damos tiempo para debatir con información y
conocimientos validados. Con frecuencia tomamos decisiones equivocadas que luego
debemos corregir, con costos adicionales. Eventualmente siempre nos topamos con las
consecuencias de nuestros errores y falta de previsión. Cuanto mayor sea la velocidad
de nosotros y de nuestros actos, más corto será el tiempo que tardaremos para enfrentar
dichas consecuencias. Quizá, así, nuestras crisis son en realidad crisis de velocidad.
Frente a la aceleración de los cambios, la única respuesta sensata es intentar
preverlos y anticiparlos, no como pronóstico exacto, sino como posibilidades, como
alternativas. En realidad, no son la prisa y la compresión del tiempo, la presión por
actuar con rapidez, lo que nos impide actuar mejor. Es más bien no contar con imágenes
de los futuros de largo plazo, posibles y deseables, de proyectos de país ambiciosos y de
largo alcance, lo que nos hace navegar a la deriva en el presente. El futuro parece estar
cada vez más fusionado con el presente. Se busca la retribución inmediata. Se piensa
que no vale la pena trabajar para el largo plazo cuando difícilmente se sabe lo que
pasará en el corto o mediano plazos. Parece estar profundizándose una cultura de la
inmediatez. Por ello el futuro siempre nos sorprende. Nuestra miopía temporal nos hace
tropezar una y otra vez con un porvenir poco deseable.
Los encargados de elaborar políticas públicas, los planificadores tradicionales,
enfrentan a menudo, y de manera creciente, la necesidad de tomar decisiones
estratégicas con resultados futuros cada vez más inciertos2. Ello es así, al menos en
parte, por la velocidad de los cambios y la creciente complejidad de los sistemas
sociales. Hoy todo parece estar interconectado entre sí. Los sistemas sociales tienen más
1
El tiempo se está comprimiendo, pero las horas se están alargando. Un estudio de J W Wells de
Universidad de Cornell, Estados Unidos, sobre corales fósiles ha permitido estimar que hace 600 millones
de años la duración del día era de menos de 21 horas (la rotación de la Tierra alrededor de su eje es cada
vez más lenta). Véase Whitrow, G J, What Is Time?, Oxford University Press, 1972 (edición de 2003, con
introducción de JT Fraser, 170 pp.), pp. 62-63.
2
BLOSSOM –Bridging long-term scenario and strategy análisis: organization and methods. A cross
country analysis, European Environment Agency, Unión Europea, Copenhague, 2022, 74 pp.
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componentes y éstos están más vinculados entre sí. Actuar sobre algo, significa las más
de las veces actuar sobre el todo. La interconexión creciente entre componentes cada
vez más numerosos, la complejidad, resulta con frecuencia en efectos secundarios no
anticipados. La aparente solución de un problema agrava o crea otros.
A pesar de la incertidumbre que todo ello genera, y a pesar del gran número de
factores que están fuera de nuestro control, tomar decisiones sobre el futuro, imaginarlo
y planificarlo, tiene sentido sólo si se piensa que se pueden lograr ciertos resultados
específicos. Ningún decisor aceptaría estar dando palos de ciego al actuar. Ninguno
propondría un camino de acción a sabiendas de que con él difícilmente se conseguirá lo
deseado, o sin creer que sabe como conseguirlo. Tomar decisiones, planificar, en
condiciones de alta incertidumbre es una actividad riesgosa. En un ambiente de alta
incertidumbre la planificación tradicional falla; no sólo porque cambia el entorno, sino
porque dicho cambio modifica incluso los objetivos hacia los que orientamos los planes.
La sociedad del riesgo, la nuestra, necesita otros instrumentos de anticipación (la
prospectiva) para guiar la acción; sin ellos, el futuro deseado puede convertirse en una
utopía permanentemente inalcanzable. Responder al corto y mediano plazos sin tomar
en cuenta el futuro de largo plazo no sólo es inconveniente sino peligroso. Cuando la
ausencia de la imaginación del futuro de largo plazo es sustituida por la preocupación
del instante, cuando lo fundamental es sustituido por lo urgente, el futuro se vuelve cada
vez más azar y menos un propósito alcanzable. Las sociedades que no se preparan para
el futuro, que no ejercen el poder de su imaginación y se contentan con administrar su
presente, están condenadas a vivir más de lo mismo.
El hombre, aún el más primitivo, ha aprendido que dejando las cosas al azar, rara
vez el futuro es el deseado. La mejor manera de incrementar la probabilidad de lograr
sus objetivos es actuar con sentido proactivo; esto es, planificar. La planeación tiene que
ver directamente con la solución de problemas. Se elabora un plan cuando la situación
actual difiere de la deseada (objetivos) y, en algunos casos, los menos frecuentes,
cuando se desea que las cosas no cambien (el estado actual es el deseado). El plan
incluye un conjunto de acciones que suponemos nos conducirán al puerto deseado.
Dicho conjunto de acciones es una solución al desencuentro entre el presente o el futuro
que prevemos como probable y el deseado (o una solución para el no cambio si estas
dos visiones coinciden); el plan es el antiazar. El plan presupone un objetivo futuro.
Dado éste, diseña las acciones para conseguirlo, instrumenta los mecanismos para
implantarlas y les asigna los recursos necesarios para realizarlas.
La prospectiva es una actitud de exploración del futuro, en general el colectivo y
de largo plazo. Es un ejercicio de conjetura sobre lo que podría ser (Bertrand de
Jouvenel), en términos de alternativas, una investigación de posibles lógicas del futuro
(comparable a la de la historia como lógica del pasado). Se trata de anticipar no cómo
será el futuro, sino cómo podría ser en función de lo que ocurra o no, de lo que hagamos
o dejemos de hacer. Postula que el futuro no es una realidad preexistente con la que
eventualmente nos habremos de topar, sino algo que está por construirse. Es una manera
de enfocarse y concentrarse sobre el porvenir, de cobrar conciencia de un futuro que es
a la vez determinista y libre, sufrido pasivamente y deseado activamente. Es un intento
por explorar lo que aún no es, y por inventar lo que sería preferible. Es imaginar hoy lo
que podríamos vivir en un mañana relativamente lejano. La prospectiva es una especie
de instrumento de navegación que pretende ayudar a anticipar posibles tormentas y
arrecifes o vientos favorables, y a fijar el rumbo. Ser prospectivo es ser precavido; es
4
analizar medidas para evitar daños futuros y aprovechar oportunidades en el porvenir.
Anticipar las posibilidades del porvenir alarga el tiempo entre el presente y el futuro y
mejora las oportunidades para actuar.
La prospectiva típicamente responde a preguntas del tipo ¿qué pasaría si…(algo
ocurre)?, ¿Qué podría pasar si…(actuamos de cierta manera)?, ¿qué tendría que ocurrir
para…(alcanzar un futuro dado)? Puede tener diferentes propósitos: ayudar a
comprender la incertidumbre y la complejidad; construir futuros alternativos y pensar
fuera de los cánones establecidos; imaginar razonadamente las consecuencias de largo
plazo de eventos, tendencias, políticas, planes, etc.; clarificar objetivos y explorar la
posible evolución de asuntos de largo plazo; conjeturar sobre nuevos paradigmas y
arreglos sociales, organizacionales, institucionales, etc.; informar la formulación de
planes y políticas públicas; abrir conductos de participación ciudadana en la toma de
decisiones.
La planeación y la prospectiva son primas hermanas. Ambas son, parafraseando a
Víctor Hugo, un intento de que en alguna hora futura los hechos y nuestros sueños se
encuentren; o como diría Miguel de Unamuno, un ejercicio para tratar de ser padres de
nuestro porvenir más que hijos de nuestro pasado. Ambas son inherentes a los seres
humanos y, por ende, tan antiguas como éste. Pero en ambos casos su desarrollo formal
es relativamente reciente (inicios del Siglo 20 o incluso antes para la planeación:
planeación urbana, planeación territorial; mediados del Siglo 20 para la prospectiva), y
su desarrollo teórico pleno se dio en particular en ambos casos después de la Segunda
Guerra Mundial. El proceso de formalización de ambas responde también al creciente
tamaño y complejidad de los sistemas sociales y las tareas de las organizaciones, y a la
velocidad de los cambios. Las dos tienen que ver de manera central con el futuro; son
“futurición (Ortega y Gasset). Ambas se preocupan por el futuro con la intención de
informar mejor al presente.
Sin embargo, planeación y prospectiva difieren también en su propósito, en el
plazo que las ocupa, en sus herramientas (aunque compartan algunas). La prospectiva
pretende aclarar los objetivos que pueden y deben perseguirse, explorar caminos
alternativos, especular y conjeturar sobre posibles cambios, evaluar las posibles
consecuencias de nuestras acciones (o de no actuar); en otras palabras, abrir opciones
posibles, probables o deseables para el futuro y reducir la probabilidad de que este nos
sorprenda. La planeación pretende ordenar las actividades para alcanzar un fin, un
objetivo dado; esto es, cerrar las opciones de futuro para que sólo el preferido se
convierta en realidad. La acción, más que la especulación y la conjetura, es el ámbito de
la planeación. A la prospectiva le interesa en particular el largo plazo; aquel que permite
imaginar futuros radicalmente diferentes del presente, que le da espacio a la dinámica
social para que se transforme en algo nuevo. A la planeación le interesan en general
plazos más cortos; un tiempo acotado, cercano al presente, que permita operar en un
espacio relativamente estable en el entorno. La elaboración de políticas públicas (la
planeación en el sector público) es así a menudo de corto plazo (contempla con
frecuencia como máximo la duración del lapso de un gobierno, típicamente entre 4 y 6
años), es elaborada por estancos y compartimentos (cada ministerio realiza su propia
planeación y en ella la materia del resto es una “externalidad”) y dominada por visiones
a priori (temas, asuntos, objetivos urgentes o por los que aboga el gobierno de que se
trate o que se derivan de su ideología). Mientras que para el corto plazo (planeación)
suelen utilizarse técnicas predictivas (pronósticos, modelos dinámicos, modelos
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econométricos, etc.), para el largo plazo típicamente se construyen escenarios
exploratorios (futuros alternativos) o normativos (futuro deseado o preferido).
Metafóricamente hablando, la prospectiva es a la planeación, lo que los ideólogos son a
los políticos. La primera imagina lo que la segunda pretende convertir en realidad. No
son instrumentos en competencia, sino actividades complementarias. La planeación de
la acción sin visión, termina siendo improvisación; la visión que no es acompañada por
la acción planificada no es sino un sueño. Planeación y prospectiva son ambas
necesarias y deberían operar como un equipo.
Con la llegada del llamado neo-liberalismo, se ha implantado una concepción que
ha reducido el papel del Estado. El papel rector de los gobiernos se ha transferido en
buena parte al libre juego de las fuerzas del mercado, a una supuesta mano invisible
resultante de la libre competencia económica. La toma de decisiones, de corto plazo
porque ese es el tiempo de los mercados, se diluye entre poderes de facto que persiguen
sus propios intereses. Los nuevos accionistas cabildean con los planificadores públicos
(diseñadores de políticas) para que los planes reflejen sus propias prioridades y les den
ganancias de corto plazo. Así, con la retirada y supuesto adelgazamiento del Estado
(supuesto porque en muchos casos no significó una reducción importante de la
burocracia), la planeación y la prospectiva gubernamentales vivieron un lapso de
relativa retirada.
A pesar de ello, en lustros recientes el interés en los enfoques y herramientas para
el análisis de largo plazo (talleres de futuros, ejercicios Delfos, construcción de
escenarios), ha crecido de manera importante. El número de empresas y gobiernos que
los realizan o los patrocinan ha crecido significativamente, y las áreas de aplicación se
han multiplicado. Ello no ha ocurrido geográficamente de manera uniforme, y es mucho
más frecuente e intenso en los países desarrollados. Sin embargo, en América Latina
también se percibe una mayor actividad en ellos, a pesar de su relativamente tardía
llegada al campo de la prospectiva (apenas a fines de la década de los 1960). Existen ya
ejemplos interesantes de estudios prospectivos en Colombia, Brasil, Argentina, Perú,
México, Venezuela, Ecuador, etc., aunque todavía es mucho lo que resta por hacer. Si
bien los planificadores públicos reconocen de manera creciente la importancia de pensar
en el futuro de largo plazo, existe a la vez una tendencia hacia la planificación basada en
evidencias; esto es, hacia búsqueda de certidumbre (“la” verdad) sobre el futuro
buscado. Esta tendencia, que dificulta la aceptación de la prospectiva, resulta
paradójica, pues sobre el futuro no hay verdades, sino sólo especulaciones. Es a la
política, no a la ciencia, a la que le corresponden los juicios de valor para determinar si
un objetivo es válido o si los resultados de un plan son o no exitosos.
Muchos de los ejercicios de prospectiva tienen como propósito explícito influir
sobre las políticas públicas, pero la evidencia sobre su efectividad es más bien
anecdótica. Si bien a nivel internacional se han realizado diversas evaluaciones sobre
los diferentes enfoques, métodos y herramientas de la prospectiva, el análisis de su uso,
impactos y efectividad en la elaboración de políticas y planes gubernamentales es
escaso. También lo es el análisis sobre el papel y relevancia del entorno político y sobre
la incorporación institucional del pensamiento de futuros en la práctica gubernamental.
En algunos países (México) no son infrecuentes las subsecretarías de Estado que llevan
en el nombre el término “prospectiva” o que cuentan con unidades que los hacen;
desafortunadamente el reconocimiento que ello implica sobre la necesidad de mirar al
futuro de largo plazo está presente sólo en el nombre pero no en las actividades
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desarrolladas. Ello podría deberse a muchos factores; entre ellos, porque pensar en el
futuro de largo plazo: incomoda, saca de la zona de confort a los decisores, en tanto que
supone reconocer incertidumbre, inseguridad, ambigüedad, ignorancia (como diría
Mario Benedetti (Futuro imperfecto), el futuro es ese niño desnudo y ufano
impredecible, que lo mismo nos regala una rosa que nos orina inocente la calva);
cuestiona los fines y objetivos, y los valores con los que éstos fueron seleccionados,
requiriendo juicios explícitos sobre lo preferible; su aplicación implica poner en blanco
y negro, de manera explícita, expectativas y, por ende, propiciar evaluaciones sobre la
efectividad de las acciones gubernamentales; la formulación clara de futuros
alternativos puede implicar opciones no necesariamente incrementales y que pongan en
jaque las coaliciones entre actores políticos, o bien sugerir se descarten visones
meramente voluntaristas (irreales, irrealizables); generalmente las imágenes de largo
plazo van contra los esquemas de presupuestación anual y la frecuencia de las
elecciones; su aceptación implica en general cambios en la estructura del poder,
transfiriendo parte de éste a quienes los realizan.
Para entender cómo podría evolucionar el futuro no basta con elaborar
proyecciones de tendencias pasadas (aunque analizar dichas tendencias sin duda es un
auxiliar importante y forma parte de las herramientas a utilizar en un ejercicio de
futuros) porque éstas no necesariamente continuarán en el futuro. De hecho, cualquier
herramienta que utilice sólo de reglas fijas derivadas de información sobre el pasado
(incluyendo a los modelos dinámicos de simulación, cuyos parámetros se “ajustan” para
que sean capaces de reproducir lo ocurrido en el pasado) presupone que dichas reglas
seguirán vigentes en el futuro, limitando con ello las posibles alternativas de evolución.
Cuanto más complejo un sistema (mayor número de componentes, mayor número de
interrelaciones, mayor número de actores clave, etc.) y más turbulento el entorno en que
evolucionará (mayor velocidad de cambio con dirección no conocida), mayor el reto de
generar imágenes robustas del futuro. En los sistemas complejos, sujetos típicos de la
planeación pública, suele haber un gran número de factores que influyen sobre lo
planeado, algunos sobre los que el planificador tiene control (influencia o capacidad de
regulación, parcial o total) y muchos más que están totalmente fuera de su control. La
complejidad es independiente de cuánto conocemos sobre el asunto por planificar. La
incertidumbre está relacionada con nuestro bagaje de conocimientos (incluyendo lo que
no sabemos y lo que no sabemos que no sabemos). Cuanto más lejos miremos hacia el
futuro, mayor la incertidumbre (mayor el número de cambios, transformaciones,
eventos inesperados, etc.). Si bien todas las decisiones se refieren al futuro, todo nuestro
conocimiento no puede sino referirse al pasado (Ian Wilson). Pero la incertidumbre no
es sólo producto de la ignorancia en el sentido científico, sino también de que las
sociedades humanas son teleológicas; sus futuros dependen del propósito, la voluntad y
la acción, de los hombres (incluidos los planes y políticas públicas que pueden
implantarse en el futuro).
Imaginar futuros de largo plazo posibles o plausibles como instrumento potencial
para mejorar la elaboración de políticas públicas y la toma de decisiones presentes
requiere más que un análisis riguroso. El ejercicio de la prospectiva será útil en la
medida en que incluya asuntos relevantes para la elaboración de políticas, evalúe los
posibles resultados de diferentes elecciones de acción, y pueda vincularse con la toma
de decisiones del presente. El mejor de los ejercicios de visión de largo plazo será inútil
si las estructuras que toman decisiones, los gobiernos en el caso de las políticas
públicas, no tienen capacidad para absorber sus resultados, apropiarse de ellos,
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utilizarlos, convertirlos en planes de acción, movilizar a las fuerzas políticas alrededor
de ellos.
En general los gobiernos hablan del largo plazo pero actúan con visión de corto
plazo. Los planificadores públicos (elaboradores de políticas) tienen incentivos
poderosos para pensar en el corto plazo. La aversión a la incertidumbre es natural y
crece con el horizonte de tiempo de la planeación. La incertidumbre es mayor cuando se
cuenta con menos datos duros sobre lo planificado. Los ciclos políticos a menudo
implican cambios en las agendas públicas y en las prioridades y objetivos (por ende
cambios de dirección en los planes). Los ciclos presupuestarios limitan los recursos
disponibles para realizar los planes a períodos todavía más cortos (y suelen ser
negociados entre más actores con una mayor diversidad de objetivos; por ejemplo
poderes ejecutivos y legislativos). Complejidad e incertidumbre (riesgo) suelen además
crear resistencia institucional al cambio y a posponer acciones. Se implanta una
tendencia a obtener más datos, más información (idealmente más conocimientos) para
reducir la incertidumbre antes de actuar. Ello se exacerba en la medida en que se
establecen mayor vigilancia y controles más detallados (y con ello se hacen más
complejas las reglas de aplicación de recursos) sobre los decisores públicos
Pensar en el futuro tiene un valor pragmático. La mayor parte de las veces solo
tomamos en cuenta la historia y los agobios del presente. A nadie se le ocurriría manejar
un auto hacia delante empleando sólo el espejo retrovisor. No imaginar el futuro es el
equivalente. Tomar decisiones sólo a partir de lo acontecido en la historia y de un
diagnóstico de actualidad, sin elaborar posibles futuros, es manejar empleando sólo el
espejo retrovisor. Hacerlo pensando sólo en el futuro de corto plazo es manejar en la
oscuridad con las luces largas apagadas. Anticipar el curso de las cosas, más allá de una
curiosidad natural sobre lo que podría venir después, tiene así un valor práctico.
Reflexionar sobre el futuro, además de ser útil, es una necesidad moral y ética. Lo
es porque, no hacerlo, es ignorar que podemos estar cancelando las oportunidades de
nuestros hijos y sus descendientes. Si lo que se prepara, elige o crea en el presente
construye el porvenir, tenemos una responsabilidad moral y ética frente a las
generaciones futuras. No debemos seguir convirtiendo al futuro en un basurero del
presente, hipotecando socialmente el tiempo que está por llegar (Daniel Innerarity, El
futuro y sus enemigos). Debemos, en otras palabras, las de Séneca, “disfrutar de los
placeres presentes sin herir los futuros”.
Según Kant, hay que pensar en el futuro, primero porque se debe (en el sentido de
una ética del futuro) y segundo porque se puede. Y en efecto se puede. A pesar de su
corta vida, la prospectiva ha ido construyendo un amplio y diverso abanico instrumental
que facilita explorar imágenes del futuro de manera sistemática. Buena parte de sus
métodos y herramientas no son sino adaptaciones de las disponibles en otros campos del
conocimiento. La estadística, la teoría de decisiones, la ciencia de sistemas, la teoría de
juegos, la psicología social, y más recientemente la teoría de la complejidad y del caos,
han hecho todas aportaciones a la construcción de instrumentos para explorar imágenes
de futuros. Los hay que ponen énfasis en la cantidad y otros que se centran en la
calidad; los que parten de datos empíricos y los que acuden a la opinión de expertos; los
que van del futuro hacia el presente y los que proyectan el futuro a partir del pasado y el
momento actual; los que se preguntan por tendencias y los que exploran hechos
portadores de futuro o semillas de futuro; los exploratorios y los normativos. Samuel
8
Butler, utopista inglés del Siglo 19, decía que “la vida es el arte de sacar conclusiones
suficientes a partir de datos insuficientes”. Ello parece resumir de manera apropiada la
contribución que pueden hacer los métodos de la prospectiva, pues sobre el futuro los
datos, en el sentido científico positivista, no sólo son insuficientes, sino inexistentes. Y
con todo, las herramientas de la prospectiva nos permiten construir imágenes de futuro
suficientes para guiar nuestras decisiones y poner en competencia nuestros deseos y
expectativas. La suma de todas ellas nos permite conocer, es cierto, apenas muy poco
sobre el futuro. Pero ese poco que podemos conocer, nos resulta cada vez más
indispensable. Paradójicamente, cuanto más incierto e impredecible resulta el mundo,
más dependemos de nuestra capacidad para preverlo.
Hoy nuestra relación con el futuro colectivo no es, dice Daniel Innerarity, de
esperanza y proyecto, de prospectiva, sino más bien de precaución e improvisación.3
Thomas Hobbes escribió que el infierno es la verdad vista demasiado tarde. Pues bien,
hoy, verla demasiado tarde es no anticiparla.
3
Innerarity, Daniel, El futuro y sus enemigos: Una defensa de la esperanza política, Paidós, Barcelona,
2009.
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