Conferencia del Dr. Miguel Langón Ante todo quisiera agradecer a la Universidad de Montevideo por la oportunidad que me ha dado de estar aquí hoy frente a ustedes para presentar este trabajo. Para empezar quisiera decir algo que todos sabemos: no hay una verdadera Política Criminal de Estado, porque cualquiera que pueda merecer ese nombre, al poco tiempo se desmerece por un cambio o modificación, fenómeno palmario que perjudica al sistema judicial. Ahora bien, lo que ha buscado esta ley es fundamentalmente disminuir el número del hacinamiento carcelario. La insoportable realidad de las cárceles nacionales es, sin lugar a dudas, un hecho incontrastable. Pero esta norma no soluciona el problema de fondo; se pone la esperanza en la actuación del Patronato y se supone que algunas de las modificaciones legales impedirán el crecimiento explosivo de las poblaciones reclusas. Pero, insisto, no se está atacando el problema de fondo. Se llevaron a cabo muchas denuncias en la exposición de motivos pero luego, en el texto de la ley, no se solucionan porque el problema del encarcelamiento en nuestro país es un problema fundamentalmente cultural, un problema de Estado; se trata de definir qué queremos hacer con el tipo de proceso que tenemos y, particularmente con la prisión preventiva. Sigue habiendo, de acuerdo a la exposición de motivos, un 60 % de población reclusa sin condena. Aquí hay que señalar que se ha logrado abatir esta cifra que durante más de diez años se mantuvo y que implicaba un 90 % de población encarcelada, logro que, por cierto, se consiguió previamente al gobierno actual. Pero 60 % sigue siendo, en parámetros internacionales, insoportable. Es decir, encarcelamos a la gente presuntamente inocente para saber si tenemos derecho a tenerla presa. La regla debiera ser la libertad y la excepción el encarcelamiento, pero el hecho es que eso no es así y esta ley tampoco soluciona este problema. En el caso de un encarcelamiento preventivo, esa persona debería ser juzgada (por lo menos una sentencia de primera instancia) en un plazo máximo de seis meses. La ley se estructura en dos capítulos fundamentales. El primero incluye las normas transitorias de libertad provisional y libertad anticipada y el segundo que corresponde a derogaciones del Código Penal. El resto de la ley serían normas de carácter programático que, a mi entender, es texto de relleno pensado para que la ley no quedara como una ley de excarcelación. Pero no hay que dejarse llevar por ese disfraz, la intención de fondo consistió en poner en libertad provisional o anticipada a una cantidad determinada de gente. Hay una cantidad de modificaciones o disposiciones que son de detalle, que no resultan sustanciales y que, por tanto, no deberían aparecer en una norma fundamental (ya que, además, ratifican esa idea de permanente cambio que no deja asentarse a una institución). Ejemplo de esto son las medidas tomadas con respecto a la libertad condicional o al régimen de salidas transitorias. Conviene ahora hacer hincapié en el tipo de Política Criminal que tiene y tendrá este Poder Ejecutivo. La exposición de motivos es muy importante porque de ahí pueden derivarse interpretaciones claras sobre los objetivos planteados con respecto al tema de la Política Criminal. El origen está dado el 1º de marzo, cuando el Presidente (Tabaré Vázquez) asume y denuncia el estado de emergencia humanitario en el que están nuestras cárceles. Hecho, por cierto, indiscutible. Allí surge, entonces la denuncia de que en las cárceles no hay alimentos, no hay sanidad, no hay seguridad, no pueden aplicarse políticas de salud, etc. Pero en vez de avanzarse en esta dirección de procurar un tratamiento mínimamente compatible con los derechos humanos, se establece esta ley de excarcelación que no cambia las condiciones para quienes siguen en prisión. Hay que entender que el problema de fondo es un problema de asignación de recursos, un problema que cuesta dinero y sobre el que la sociedad uruguaya deberá invertir. Problema dificilísimo claro está, pero no vale denunciar el problema y luego no darle la solución adecuada, la única solución adecuada es la de la inversión y la de la resolución del problema previo: ¿seguiremos teniendo a la gente en prisión preventiva o juzgaremos a la gente en libertad? Porque el problema del hacinamiento se arregla construyendo más cárceles o no poniendo a la gente presa, solución que se aplica en los países civilizados. El cometido primero de una cárcel es la recuperación del condenado; pero desde hace muchos años hemos bastardeado los institutos de manera que ya perdieron sus objetivos originarios. Pongo el caso de las salidas transitorias que, hoy por hoy, sirven como válvula de escape de individuos y ya no como mecanismo de adaptación progresiva a la sociedad del recluso que está por acabar su condena (y recomponer así, su situación familiar y procurar su inserción laboral). Ahora bien, el mensaje del Poder Ejecutivo señala que esta ley es el primer paso de un gran proyecto orientado a recomponer un “estado violador de los derechos humanos de las personas privadas de su libertad”. La idea, entonces, es lograr, al fin del proceso, la creación de un Instituto Nacional de Rehabilitación con personal exclusivamente técnico. Idea muy buena por cierto. Pero este gran ideal tiene grandes problemas de implementación. ¿Cuál va a ser, por ejemplo, el rol del Juez de Ejecución y Vigilancia, creado por ley hace ya tiempo pero no puestos aun en funcionamiento? El Juez Letrado sigue siendo quien procesa, quien pone en libertad, quien condena quien debe llevar acabo las tareas de ejecución y vigilancia. Pero el problema no es tanto el rol del Juez de Ejecución y Vigilancia sino cómo va a funcionar esa doble autoridad sobre el universo carcelario y qué rol va a cumplir la Justicia frente al Centro Nacional de Rehabilitación que sería algo similar al Tribunal de Cuentas o la Corte Electoral, es decir, un organismo de naturaleza Constitucional pero que funcionaría con autonomía técnica y lejos del Ministerio del Interior. Con respecto a esto, sólo Cuba y Uruguay, en América Latina, tienen las cárceles dentro del Ministerio del Interior; ningún país democrático en el mundo, de hecho, funciona de esta forma. Las cárceles son independientes o dependen del Ministerio de Justicia. Para alcanzar esta meta, las normas programáticas han dado el primer paso: esta ley que hoy nos convoca; luego, en procura de la autonomía carcelaria, se llevaría a cabo la unificación de las cárceles bajo la Dirección Nacional de Cárceles (que cumpliría, provisoriamente, el rol del Centro Nacional de Rehabilitación); el último paso sería, entonces, la instalación de ese Instituto autónomo. Medidas estas que, hipotéticamente, ya estarían en funcionamiento; por mi parte desconozco que así sea, habría que hacer una investigación de campo para comprobarlo. Por otra parte, fíjense ustedes si seremos tradicionalistas que las Leyes Penales las sigue haciendo el Ministerio del Interior. No busco con esto descalificar al Ministerio del Interior, pero ocurre que para cada problema se asigna una Comisión: hay una Comisión Asesora de Infraestructura Penitenciaria, una Comisión Asesora de Salud Penitenciaria (dependiente, además, del Ministerio de Salud), una Comisión de Arquitectura, una de Trabajo y Educación Permanente y hasta se proyecta una Comisión de Representantes de los Reclusos y de los Familiares de los Reclusos. Repito (todas ellas dependientes del infaltable Ministerio del Interior). Esta no es una situación negativa de por sí pero todos conocemos el peso burocrático de este tipo de Comisiones y habría que ver, por otro lado, qué tipo de representación van a tener. Y es curioso porque ninguna de estas comisiones se pone bajo el Comisionado Parlamentario, otra Institución metida en el interior de las cárceles, sin olvidar la Dirección Carcelaria, que, curiosamente, no integra ninguna de estas Comisiones. Por otro lado, tampoco están definidas las delimitaciones de competencias de cada cual. Asimismo, se propone también la creación de un Censo Nacional Carcelario, una gota más en el vaso de agua del universo carcelario. Con respecto al establecimiento del Patronato (que ya se había pensado en 1985), hay que recordar que para que funcione también se necesitan recursos. Pero esta “panacea” del seguimiento de los individuos excarcelados ya ha quedado obsoleta porque ya ha fracasado mundialmente. Con respecto al tema carcelario, Naciones Unidas plantea el tema del monitoreo y seguimiento. Pero no hay que olvidar que la Ley Penitenciaria uruguaya es una Ley modélica, réplica de las Reglas de Ginebra o Reglas de Tratamiento Mínimo del Prisionero de la década del 50, que Uruguay implementa en la década del 70 pero que hoy han quedado obsoletas si consideramos, además, que la distancia entre lo modélico escrito y la realidad es casi abismal. Por otro lado, la Ley plantea también que el colapso del sistema carcelario se debe, además, a los graves problemas de infraestructura; por lo que se propone construir nuevas cárceles o acondicionar inmuebles para ese fin. Pero resulta que en la exposición de motivos se había declarado enfáticamente que la propuesta de combatir el delito con nuevas cárceles no resiste el menor análisis. Pero la solución de poner a la gente en libertad no puede, evidentemente, sostenerse en el tiempo. El segundo objetivo del proyecto es fortalecer la seguridad ciudadana. Esto parece una contradicción ya que no puede fortalecerse la seguridad ciudadana poniendo a reclusos en libertad. La explicación dada es que los reclusos van a rehabilitarse y que, como en algún momento van a salir, es mejor que salgan bajo el control del Patronato. A mi modo de ver es una apuesta voluntarista y riesgosa porque si las cárceles están en la situación que están, es evidente que los reclusos excarcelados no han sido rehabilitados ni tratados previamente. Se espera que la contención de los excarcelados venga desde el Plan de Emergencia y también con el plan llamado Frío Polar. Ojalá se de, hacia el futuro, una disminución porcentual del delito, pero el fortalecimiento de la seguridad, en estos términos, sólo podrá darse, creo yo, como por arte de magia. Sólo el tiempo podrá decir qué ocurrirá. En la exposición de motivos se denuncia también la “inflación penal” y la política de “ley y orden” que se ha seguido. Pero también se reconoce que estas políticas, a partir de 1995 desde la Ley de Seguridad Ciudadana, se debieron a un incremento de la violencia, por un lado, y al reclamo de la población civil por otro, en su pánico social frente al crimen. Esto hizo que el tema de la seguridad pública ingresara a la agenda política y se prestara, a la vez, a planteos demagógicos, a medidas que chocan con el sentimiento colectivo, con el efecto amplificador que realiza la prensa, etc. Es decir, muchas medidas (votadas por los cuatro partidos) eran irreales pero buscaban dar la sensación de protección a través del incremento de medidas de amparo creadas sobre la base de delitos inventados. Medidas y leyes que fueron, repito, votadas por los cuatro partidos y que hoy se critican en este exposición de motivos; lo cual aporta a lo que llamo la “labilidad” en la que lo que ayer fue considerado peligroso deja de serlo hoy, o lo que ayer era principal hoy pasa a ser enteramente secundario. En definitiva se trata de una carencia o desdibujamiento del manejo y de la respuesta científica al fenómeno criminal, de políticas sostenidas en el tiempo, de medidas globales y a largo plazo y de un actuar conjunto de todos los Institutos para alcanzar algún fin. En la crítica que hace el Poder Ejecutivo a aquellas leyes, declara, entre otras cosas, que sólo consiguieron aumentar el número de personas privadas de libertad sin lograr disminuir la criminalidad ni el índice de reincidencia. Ahora bien, ¿cuál es la misión del Derecho Penal? ¿Es disminuir la criminalidad o bajar el índice de reincidencia o consiste fundamentalmente en castigar al criminal por su delito? ¿Cuál es la naturaleza jurídica de la pena? ¿Cuáles son las finalidades de la pena? Y, por último, ¿qué diferencia hay entre una y otra? Entiendo que la pena es una sanción de pérdida de libertad, pero está claro que la pena es sólo un tipo de sanción. El Derecho es Derecho porque tiene una sanción que lo respalda, sino es una norma moral, un consejo, usos, costumbre o tradiciones. Las normas jurídicas se caracterizan por imposiciones inexorables. Así como el incumplimiento de un contrato es sancionado, de igual manera las conductas que la Legislación impone deben ser acatadas o se impondrá el castigo correspondiente (privar del bien jurídico de la libertad ambulatoria, por ejemplo, para restablecer el equilibrio perdido por el delito cometido a una víctima). Este carácter retributivo es clásico y, si bien no impide que a través de la pena se busquen finalidades accesorias de resocialización amparadas por la Constitución, estas no son la esencia del Derecho Penal. Considero que la exposición de motivos resulta reduccionista y a mi juicio totalmente unilateral ya que afirma, por ejemplo, que en Uruguay las leyes protegen prioritariamente el Derecho de Propiedad Mueble sobre el Derecho a la Vida y a la Integridad Personal. Afirmación que considero tan irreal como recurrente, sobre todo a nivel académico. Por otro lado, me interesa examinar la afirmación que señala que el grueso de la criminalidad tratada involucra a personas que han participado en la denominada criminalidad callejera. Aquí se pasa por alto la realidad que ha destacado el llamado “Realismo de izquierda”, que sostiene que la criminalidad no es un fenómeno interclasista sino intraclasista. Si los criminales son los pobres y la población reclusa abarca, casi en su totalidad, a personas que provienen de sectores marginales, también cabe tener presente que no todos los excluidos delinquen y que las víctimas de la delincuencia también pertenecen a estos sectores. Por tanto, criticar el hecho de que la propiedad mueble sea extremadamente protegida implica olvidar la realidad de que las clases más pobres de la sociedad no tienen otra cosa que propiedades muebles. Y pregunto además, ¿quién tiene más posibilidades, por ejemplo, de ser violada? ¿La señora que vive en Carrasco y que se traslada en automóvil o la trabajadora que se toma el ómnibus a las 5 de la mañana en alguna parada desolada para ir a trabajar? ¿Quién está más expuesto a una pugna, aquel que se maneja en automóvil o quien por razones de trabajo debe andar recorriendo la calle? ¿Quién es el objeto más propicio para un arrebato, la señora que retira dinero de un cajero automático o la pensionista anciana que debe asistir en ómnibus a la Caja de Jubilaciones? Por eso, reitero, la criminalidad es intraclasista; tiene más posibilidades de ser penetrado el domicilio que simplemente cuenta con una puerta de cartón o de madera que aquel de Pocitos donde hay portero, buena iluminación, la policía patrulla o hay vigilancia privada, etc. Por eso resulta reduccionista e irresponsable esa empatía que se emprende con el criminal ya que la criminalidad callejera es grave y, como ya expliqué afecta a los sectores más desfavorecidos. Si los presos son los pobres, las víctimas de la delincuencia también son los pobres. En la exposición de motivos, por ejemplo, se trata de quitar importancia a los hurtos, arrebatos y pugnas cuando se tratan de la obtención de un bien de escaso valor patrimonial. Yo quisiera saber qué pasa en el caso de que el dinero arrebatado lo fuera a un excluido que recibiera su ingreso ciudadano o a una pensión a la vejez o enfermedad o a cualquier persona que recibe estas ínfimas pensiones de la Seguridad Social. Este tipo de delito se cometen sobre desprotegidos no sólo por carenciados sino por su vejez, su condición femenina, etc. No son los pobres las víctimas directas de una bancarrota, del tráfico de influencias, del lavado de dinero o del fraude tributario; en ese caso nos empobrecemos todos como comunidad, pero principalmente los ahorristas, los sectores de clase media, los que tienen capacidad de ahorro. No son los pobres, entonces, las víctimas de los delitos de “cuello blanco”. Estadísticamente, los delitos más cometidos son los delitos contra la propiedad mueble (con violencia o sin ella), rondando el 80 %; y luego, con un rondando el 15%, los delitos contra la personalidad física (homicidios, lesiones, riñas, rapiñas, delitos sexuales y privaciones de la libertad). El resto de las clasificaciones criminológicas son, en nuestra realidad, prácticamente inexistentes. Por otro lado, las dificultades de porqué no se persiguen pertinentemente los delitos de cuello blanco deben investigarse asiduamente, pero eso no quita que deba dejarse en un lugar secundario el tema de la criminalidad callejera. Se critica, luego, la dosimetría penal. Es cierto que nuestro sistema es muy irracional en este aspecto. Pero el ejemplo más característico de este desatino es el caso del copamiento, que tiene de 8 a 24 años, y en la exposición de motivos se declara que la rapiña y el copamiento tienen penas desmesuradas. Pero al hacer la ley no se deroga el copamiento ni se le baja la pena. Sin duda se procedió así por razones políticas ya que causaría rechazo en la ciudadanía, que valora (erróneamente) que esté altamente penado. Más allá de esto, lo cierto es que no puede hacerse una denuncia incendiaria en la exposición de motivos y, a continuación, al efectuar la ley, no hacerse cargo de lo que se acusó. Retomando aquello que mencioné acerca de la crítica que el Poder Ejecutivo emprendió contra el hecho de que en Uruguay se castiga más el delito contra la propiedad que contra la vida y que, por tanto, es un claro síntoma de una mentalidad capitalista que valora más la propiedad y a los propietarios que a las personas y su integridad; quiero decir que no debe olvidarse que un delito contra la propiedad nunca es inocuo, es más, siempre implica violencia física o, por lo menos, su riesgo potencial, el peligro latente que conllevan. Con respecto al objetivo planteado de disminuir el mínimo de encarcelamiento, tiene un antecedente en la Ley de Medida Sustitutiva de diciembre de 2003, que avanzó dando la posibilidad a los jueces de procesar sin prisión. Podría haberse avanzado en esa dirección pero fue completamente ignorada. Por otro lado, el problema no es que las cárceles estén llenas de primarios. Los primarios que hay que considerar son aquellos primarios que han cometido delitos graves, y todavía podrían revisarse los casos de aquellos reincidentes cuando reinciden con delitos menores. A nivel internacional (pienso, por ejemplo, en la Reglas de Mallorca), la regla es genérica, es decir, también los autores de delitos graves deben ser beneficiados con el procesamiento sin prisión. Es, en definitiva, un problema cultural como ya afirmé; en Uruguay pervive el viejo apotema de que el pedido de procesamiento equivale a la acusación, el procesamiento a la sentencia y la prisión preventiva y la pena se cumplen cabalmente. Apotema que pisotea brutalmente los derechos humanos y las garantías del proceso. El drama de la prisión preventiva y de la libertad provisional es tremendo en este país cuya sentido común tiene por justa y necesaria la prisión preventiva. Me detendré ahora en el tema de las normas permanentes. El sistema no deroga los regímenes existentes referidos a la libertad anticipada sino que establece excarcelaciones por única vez y en forma excepcional. Esto es la transitoriedad del sistema ya que la resolución de situaciones coyunturales son de un pragmatismo destacable. El tema de la libertad anticipada se modifica (de manera regresiva ya que vuelve a la ley de 1985 en ese vaivén típico de nuestro sistema) con la obligación que se le impone a la Corte de poner en libertad anticipada a aquellos individuos que hayan cumplido dos terceras partes de la condena. Claro que por el estilo de esta ley que nunca es drástica (y con una nueva manera de legislar engorrosa y pesada), deja muchas válvulas de escape y se presta a discreciones valorativas de la Suprema Corte. Lo que mencioné recién al pasar, acerca de la dificultad estilística en esta nueva manera de legislar, no es un tema menor, ya que conlleva al error más grave de esta ley, que es el de haber eliminado como delitos agravados de cualquier naturaleza a la rapiña y al hurto con sorpresa y con destreza, que pasan a ser hurtos simples. Ahora bien, ¿en qué situaciones se va a poder poner al individuo en libertad? La ley ha seguido dos parámetros fundamentales. El primero, el estado de la causa, el segundo, el tiempo que lleve de privación de libertad: si es superior a tres años, deberá haber cumplido los dos tercios. La ley se aplica a los sujetos que estuvieran privados de la libertad al primero de marzo de 2005. Pero luego aparecen una serie de condiciones (de tiempo, de altura del proceso y otras tantas más) que pueden haber variado. Y si bien admito que todas las posiciones son sostenibles, por eso mismo también es que advierto la debilidad de nuestro sistema en el que algunos jueces podrán resolver una cosa y otros resolver otra distinta, y serán tan legítimas tanto una como la otra hasta que, tal vez, los Tribunales de Apelación puedan dar alguna orientación al respecto. Con respecto al segundo parámetro, hay también divergencias, unos sostienen que deben cumplirse las condiciones a la fecha de vigencia de la ley, otros, a los 60 días del plazo de vigencia; y hay, aun, otras posturas. Quiero analizar brevemente ahora las exclusiones. Exclusiones del todo simbólicas, por cierto: ¿por qué si lo que se busca es bajar el número de reclusos se excluye, por ejemplo, los delitos de quiebra? No hay ningún preso por quiebra en nuestro país. Se excluyen también delitos de corrupción sexual, delitos de fraude en negocios de comercio exterior, usura, solvencia societaria fraudulenta, y toda una serie de delitos que no tienen correlato real y que, por tanto, las cárceles no van a disminuir su población por estas medidas. Con respecto a la libertad provisional, sin entrar en detalles, no habrá problemas para los sumariados cuando el delito sea único, pero si son varios, el Juez debe tomar el criterio de la gravedad del delito, una de las cosas más difíciles que existen ya que el criterio puede ser doble: por el bien jurídico protegido o por la pena a recaer. Sobre las modificaciones al Código Penal, son, en realidad, modificaciones de detalles, de aspectos muy menores y laterales. La única modificación apreciable es que el informe del Instituto de Criminología no se dará en todos los casos sino preceptivamente sólo cuando se reincida en un delito durante el lapso de libertad provisional. Voy a decir algunas palabras sobre el sistema de derogación. Se deroga la pena mínima de Penitenciarías para violaciones y rapiñas en grado tentativo. Derogación que me resulta irracional: lo que era grave en el 2000 deja de serlo en el 2005. Ocurre que en el año 2000 se había detectado una gran benignidad de los Jueces, que si tenían la posibilidad de procesar sin prisión a estos autores de delitos, lo hacían, o los excarcelaban demasiado pronto en relación a la gravedad del delito. Esta “crapulosa benignidad” del juez me resulta injusta para con la víctima de dicha rapiña o violación no consumadas. ¿Cuál es la razón de que el azar, la no consecución del resultado buscado (por un hecho independiente de la voluntad del actor) lo deba beneficiar? Yo no tendría ningún tipo de consideración hacia rapiñeros o violadores en grado tentativo. La rapiña es un atentado contra la persona, una cosificación del otro y, se consiga o no, el peligro latente y el riesgo en la víctima y la intención del delincuente no diminuyen en absoluto. Asimismo, en el hurto con penetración domiciliaria no está en juego solamente qué se lleva o qué no se lleva el delincuente sino la invasión de mi intimidad, el riesgo de dimensiones insospechadas y la amenaza implícita que no pueden nunca dejarse de lado aunque el robo haya sido ínfimo; y no es una defensa extrema de la propiedad ya que la casa es la extensión de mi personalidad, por tanto es un delito contra la libertad, es un sagrado, y sino, ¿qué hacemos con la Constitución? Lo mismo ocurre con el arrebato y con la punga, hoy considerados delitos simples. El Legislador no tiene derecho a ignorar que la diferencia entre la violencia sobre las cosas y sobre las personas implica una sutil, casi invisible diferencia que no puede medirse sin atentar contra el restablecimiento de la justicia y la restitución hacia la víctima, sin incurrir en un error inexcusable. Quiero mencionar también el tema del delito de la mosqueta. Un delito que había puesto al Legislador en la buena senda de qué hacer con las faltas, como darle un tratamiento alternativo, con mediación, con un Derecho Penal restauratorio, con soluciones mediadoras que se den fuera del Poder Judicial, como el caso de los Juzgados de Río Grande Do Sul, esfera no jurisdiccional que soluciona problemas menores para el mundo pero no para las personas. Entrando ahora en el tema de la inserción laboral de las personas liberadas, uno de los temas más difíciles que existen en el mundo, y sobre todo en Latinoamérica, donde el problema del desempleo no se presenta solamente en el caso de los liberados sino que es generalizado. A mí me parece muy buena la vía del estímulo de la reducción de impuestos o de los convenios con entidades públicas; pero sólo hasta cierto punto porque en un contexto de desempleo generalizado uno se puede preguntar porqué poner un cupo especial y obligatorio para los liberados y no para las mujeres, para los hombres mayores de 40 que han perdido el trabajo y que a su edad les resulta difícil una reinserción laboral, para los jóvenes, para los minusválidos o para cualquier sector vulnerable. Lo que sí me parece discutible es la obligación a los empresarios a tomar determinado número de liberados. Sí considero positivo que se estimule esta actitud por la vía voluntaria, pero no por la vía de la imposición. No hay que olvidar que han cometido actos criminales en el pasado y que la situación en que viven es, en alguna medida, consecuencia o responsabilidad de una opción que han realizado si es que creemos en un Derecho Penal de culpabilidad en el que el individuo siempre tiene la opción de optar por el bien y no lo hace. Por último, quiero destacar el tema de la atención a las víctimas del crimen; aspecto tan inobjetable como necesario. Lo que sí discuto es haber puesto esta tarea en manos del Ministerio del Interior, que me parece una especie de compensación por el clamor y el pánico social y la empatía que la ley significa con el delincuente respecto al universo de las víctimas. Pero el derecho de las víctimas no son declaratorios, también son de inversiones y de recursos. Tomar en serio esta tarea implica tratar de reponer la situación de la víctima al estado anterior. Y esto se logra con dinero, con impuestos. Se trata del concepto de “Socialización del riesgo del crimen”, si todos estamos expuestos al riesgo de un crimen, no puede ser que quien resulta víctima sufra enteramente y quien, por azar, no cayó en esa desgracia no pague nada. Esta socialización supone una especie de Seguro Nacional General contra el crimen. Sólo así tendremos un Derecho Penal restauratorio y un Derecho Penal que busque la paz social. Muchas gracias.