Homilía de la Misa por la Paz en Medio Oriente

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“Felices los que trabajan por la paz”
(Mt 5,9)
Homilía de la Misa por la Paz en Medio Oriente
Catedral de Mar del Plata, sábado 7 de septiembre de 2013
Queridos hermanos, representantes del gobierno municipal, del Concejo deliberante,
del ejército y la prefectura marítima, y de variadas instituciones representativas de la
sociedad; queridos fieles:
La grave situación política que aflige a Siria, en el Medio Oriente, y la amenaza de
una guerra inminente con la participación de varias naciones, ha movido a nuestro Papa
Francisco a convocar para el día de hoy, sábado 7 de septiembre, a una jornada de
ayuno y oración, pidiendo por la resolución pacífica del conflicto. Por esta razón,
estamos celebrando la Misa por la paz y la justicia, que toma el lugar de la que
correspondería al domingo XXIII del tiempo ordinario.
A través de los medios de comunicación social nos hemos enterado de lo que sucede
en Siria, y hemos contemplado atroces imágenes de víctimas inocentes. Su difusión ha
suscitado la consternación de la comunidad internacional, pues la simple observación de
las mismas ofende la conciencia de la dignidad de todo ser humano.
Al respecto se expresaba el Santo Padre durante el rezo del Angelus el domingo
pasado: “¡Cuánto sufrimiento, cuánta devastación, cuánto dolor ha traído y trae el uso
de las armas en aquel martirizado país, especialmente entre la población civil e inerme!
¡Pensemos en cuántos niños no podrán ver la luz del futuro! Con particular firmeza
condeno el uso de las armas químicas: les digo que tengo aún fijas en la mente y en el
corazón las imágenes terribles de los días pasados! ¡Hay un juicio de Dios y también un
juicio de la historia sobre nuestras acciones al que no se puede escapar!”
Resulta doloroso para todos nosotros saber que algunas potencias, y sobre todo los
Estados Unidos, deliberan sobre la posibilidad de una respuesta armada ante este
conflicto. Junto con toda la Iglesia juzgamos que es éste el peor de todos los caminos.
“Jamás el uso de la violencia lleva a la paz –ha dicho nuestro papa Francisco–. ¡Guerra
llama guerra, violencia llama violencia!”
La paz tan anhelada que pide nuestro papa ha de ser, por tanto, fruto de la justicia y
del encuentro, nunca de la prepotencia de las armas. La mesa de negociaciones, el
diálogo paciente e incansable, la mediación de terceros que trabajen con la invencible
voluntad de aproximar a las partes, han de ser el único camino viable. Con la voluntad
de trabajar por la paz mediante el diálogo y el encuentro, es mucho lo que se puede
ganar. Con la guerra todo se puede perder.
El Santo Padre formula la pregunta que seguramente surge con espontaneidad desde
nuestro sentimiento de impotencia: “¿Qué podemos hacer nosotros por la paz en el
mundo?” Y él mismo nos brinda la respuesta que debemos escuchar y llevar a la
práctica. Ante su convocatoria a orar y ayunar, esforcémonos por meditar y hacer lo que
nos pide.
Bien sabemos que en la Biblia, desde el Antiguo al Nuevo Testamento, e incluso en
las grandes tradiciones religiosas, el ayuno ocupa un lugar significativo como gesto de
humildad y manifestación de nuestra total dependencia ante Dios, fuente de todo bien.
Unido a la oración perseverante es muy grato a Dios y contribuye a purificar el corazón.
Qué bueno sería en el día de hoy que padres y abuelos cristianos aprovecharan la
pedagogía de este gesto de disminución y sobriedad en la comida para inculcar en las
jóvenes generaciones y en los niños el deseo de convertirnos en instrumentos de la paz
de Cristo.
El papa Francisco se expresa de este modo: “¡Que una cadena de empeño por la paz
una a todos los hombres y a las mujeres de buena voluntad! Es una invitación fuerte y
urgente que dirijo a la entera Iglesia Católica, pero que extiendo a todos los cristianos de
las demás confesiones, a los hombres y mujeres de toda religión y también a aquellos
hermanos y hermanas que no creen: la paz es un bien que supera toda barrera, porque es
un bien de toda la humanidad”.
Creo que es buena la ocasión para mencionar un hecho menos divulgado. Sin que
sensibilice mayormente la opinión pública mundial, centenares y hasta miles de
hermanos nuestros católicos y cristianos de diversa denominación, sufren cada día
persecución, discriminación, menosprecio y muerte, por causa de su identidad cristiana,
de manos de una concepción fundamentalista de la religión.
La Eucaristía que celebramos quiere ser cumplimiento de la voluntad del papa
Francisco, quien nos dice: “¡La humanidad tiene necesidad de ver gestos de paz y de
escuchar palabras de esperanza y de paz! Pido a todas las Iglesias particulares que,
además de vivir este día de ayuno, organicen algún acto litúrgico según esta intención”.
Cada vez que celebramos la Misa, hacemos presente el acto de amor redentor
mediante el cual Cristo reconcilió este mundo con Dios y nos abrió el camino verdadero
hacia la paz entre nosotros, porque como nos dice el apóstol San Pablo “Él es nuestra
paz” (Ef 2,14), y ha venido a derribar el muro de la enemistad entre los pueblos. Por eso
asistimos a la Eucaristía como a una escuela donde aprendemos a adorar a Dios y
fortalecemos nuestros vínculos fraternos. ¡Una escuela de adoración y de fraternidad!
Hechos a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26), los hombres nos hemos vuelto
capaces de maravillas deslumbrantes. Los adelantos técnicos no cesan de desbordar
nuestra capacidad de asombro. Pero cuando miramos nuestro mundo no podemos
menos que sentir una profunda humillación. Somos capaces de tanto dominio hacia
afuera y, al mismo tiempo, incapaces de dominio y señorío de nuestro corazón y de
nuestras pasiones. Incapaces de vivir como hermanos.
Junto con toda la Iglesia dirigimos hoy nuestra mirada a María, la madre de Jesús, a
quien invocamos como “Reina de la paz”. Puesto que según el apóstol “Cristo es
nuestra paz”, y puesto que María es su madre íntimamente asociada a él, con derecho la
invocamos como Reina y Madre de la paz.
Termino, queridos hermanos, con las mismas palabras del Santo Padre: “A María le
pedimos que nos ayude a responder a la violencia, al conflicto y a la guerra, con la
fuerza del diálogo, de la reconciliación y del amor. Ella es Madre: que Ella nos ayude a
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encontrar la paz. Todos nosotros somos sus hijos. Ayúdanos, María, a superar también
este momento difícil y a empeñarnos a construir cada día y en todo ambiente una
auténtica cultura del encuentro y de la paz. María, Reina de la paz, ¡ruega por nosotros!”
+ ANTONIO MARINO
Obispo de Mar del Plata
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