Saber distinguir

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Saber distinguir
Prensa, propaganda, independencia, subordinación.
John Pilger, en un artículo de presentación de su libro sobre Wikileaks,
sostiene:
“La maravillosa tecnología se ha convertido tanto en nuestra amiga
como en nuestra enemiga. George Orwell dijo: "En una época de engaño
universal, decir la verdad es un acto revolucionario."
Estos son tiempos oscuros, en los que la propaganda de engaño toca
todas nuestras vidas. Es como si la realidad política ha sido privatizada y la
ilusión legitimada. La era de la información es la era de los medios. Tenemos
política de medios de comunicación; censura de medios de comunicación;
guerra de medios de comunicación; retribución de medios de comunicación;
desvío de medios de comunicación - una línea de montaje surrealista de
clichés y falsas suposiciones”.
Martín Becerra y Guillermo Mastrini en su libro Los dueños de la palabra.
“¿Puede afirmarse que los medios mantienen márgenes significativos de
autonomía respecto de los poderes fácticos, formales e informales, cuando su
estructura de propiedad revela altos niveles de concentración?”.
En su libro “Los presidentes” Julio Scherer llama al inevitable tira y afloja
entre la prensa y el poder político “la larga batalla entre el sometimiento y la
libertad”. Desde 1968 a la fecha muchas cosas han cambiado pero esta
premisa sigue existiendo, bajo otras formas y reglas.
-0En su libro “La otra guerra secreta”, Jacinto Rodríguez Munguía revela un
documento que ilustra la trama de manipulación y censura que moldeó la
forma de ser de los medios en los años sesenta; un texto sin fecha ni autor,
pero proveniente de las cajas de documentos resguardados de la secretaría
particular del entonces secretario de Gobernación Luis Echeverría que define
la política de comunicación que se aplicó en la época y cuyas deformaciones
siguen subyacentes en los resortes que mueven hoy en día, pese a la
modernidad y la alternancia, la relación entre el poder y el periodismo.
Algunos de los conceptos son el retrato vivo del autoritarismo de la época:
“La propaganda política a menos que se acompañe de controles
estrictos y severos –y en ocasiones crueles—tiene un ámbito reducido de
acción y una permanencia muy discutible en el ánimo del
sujeto…Democráticamente hablando, tales controles no son posibles”.
-0Escena del 5 de octubre, 1968: comida citada por Díaz Ordaz con los
directivos de los medios de comunicación. No llegó el presidente sino Emilio
Martínez Manatou (secretario de la presidencia). GDO fue aplaudido como un
patriota por la masacre de estudiantes. Menos Scherer. Ahí se empezó a
maquinar el golpe contra Excélsior en 1976.
En las empresas mediáticas hay sumisión pero también hay una
identificación de objetivos con el presidencialismo, el priismo, el charrismo
sindical, la cultura verticalista.
Esta identificación de intereses continúa:
(Una escena similar, octubre de 2009: en una comida con empresarios,
Calderón es aplaudido con discursos muy similares por su decisión de
extinguir a la compañía de Luz y Fuerza)
-0La prensa mexicana de la segunda mitad del siglo XX: una pequeña revisión.
De Arno Burkholder, Colegio de México.
La prensa mexicana no siempre se ha dado tiempo para revisar su pasado
contemporáneo para entender sus acciones en el presente. Varios vicios muy
antiguos siguen allí, sin que haya posibilidad de remediarlos a menos que,
entre otras cosas, se tome primero conciencia de su existencia.
El desarrollo de la prensa mexicana estuvo condicionado a los márgenes de
movimiento que le daba este entorno autoritario, que permitía ciertas cosas
pero negaba tajantemente otras. Para Pablo Arredondo, la característica
fundamental de la prensa mexicana hasta los años 90 fue su carácter
oficialista, ya que este autor detecta un respaldo casi total al régimen, el cual
se muestra en la falta de críticas y sugerencias a los proyectos de nación[4].
Otros autores, como Raúl Trejo Delarbre y Raymundo Riva Palacio
consideran que hay que matizar la idea de que la prensa mexicana era
totalmente leal al régimen, y consideran más bien que existía un esquema
móvil, en el que los medios escritos podían alejarse o acercarse de las posturas
gubernamentales como un medio para presionar al Estado y contar con sus
ayudas económicas. Este “movimiento” en las actitudes de la prensa hacia el
gobierno de ningún modo estaba hecho para lograr su transformación, sino
para seguir contando con su apoyo, y nunca se salía de su cauce: jamás
enfrentarse directamente con el Gobierno, y respetar aquellos temas que no era
conveniente mencionar[5]. Lo cierto es que el periodismo mexicano se
desarrolló en colusión con el sistema posrevolucionario y llegó a crecer
bastante.
Para 1965, México había sobrepasado ligeramente la “densidad periodística”
mínima aceptada por la UNESCO de 10 ejemplares de periódicos por cada
cien habitantes. A partir de la década de los 70 había 340 diarios en el país, y
la circulación diaria se calculaba en siete millones de ejemplares para 1981, de
los cuales concentraba el 47.8% el Distrito Federal[6]. Sin embargo, esta
penetración de la prensa se veía condicionada por diversas variables como el
nivel educativo, el grado de alfabetización de la población y los niveles de
politización de los ciudadanos. El que hubiera muchos periódicos no
significaba que se leyeran a ese nivel.
Tenemos entonces, por un lado un Estado autoritario, pero que daba ciertos
márgenes que le servían como válvula de escape de las insatisfacciones
sociales; una prensa “comprometida” con ese sistema (a cambio de mantener
sus ganancias) y una industria periodística que durante años gozó de
crecimiento. ¿De qué manera, se relacionaban los medios escritos y el Estado
mexicano? Más allá de las anécdotas sobre los contactos diarios entre
reporteros y funcionarios, subyace un esquema sobre el cual pueden delinearse
las políticas aplicadas por el Estado para impulsar a la prensa y al mismo
tiempo mantenerla controlada.
Los años ochenta representan el desgaste del sistema de control entre la prensa
y el Estado, resultado entre otras cosas de la profunda crisis económica vivida
en esa década, y a la emergencia de movimientos ciudadanos de oposición que
poco a poco fueron conquistando lugares dentro del poder legislativo[27].
Para la década siguiente, la falta de recursos hizo que el Estado tuviera que
limitar sus ayudas a la prensa, y ésta se vio obligada a buscar otras fuentes de
ingresos.
Durante la década de los noventa se dieron los cambios más importantes en la
relación prensa- Estado: se estableció el salario mínimo profesional para
reporteros y fotógrafos de prensa, se regula la aplicación de recursos federales
destinados a la publicidad, se suprime la presencia del Presidente de la
República en los festejos por el Día de la Libertad de Prensa, se establece que
la Presidencia dejaría de pagar los viáticos de los periodistas que cubrieran sus
giras al extranjero, y se reforma la legislación electoral para regular la
publicidad en durante las campañas electorales[28].
A pesar de los cambios, parece que a principios de este siglo el modelo de
subordinación propuesto por José Carreño no ha desaparecido. Si bien las
“ayudas necesarias” a la prensa ya no llegan vía la Presidencia de la
República, ahora son las Gubernaturas de los Estados quienes se encargan de
que el marco económico siga funcionando.
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