1
Portada: Primer mapa del Amazonas, de Quito al Océano Atlántico y que ha sido durante largo tiempo atribuido al Jesuita
quiteño Alonso de Rojas. No tiene fecha segura pero coincide con la llegada de los portugueses capitaneados por Pedro de Texeira en
1638. Más recientemente, varios investigadores concuerdan en estimar que el mapa fue en realidad trazado por el Jesuita Cristóbal
de Acuña para el Rey en 1642, luego de la expedición por el Amazonas (Mis agradecimientos van para el historiador Octavio
Latorre por sus precisiones)
Contraportada: Foto de grupo de los partcipantes al 3 EIAA
2
Antes
de
Orellana
Actas del
3er Encuentro Internacional
de Arqueología Amazónica
Stéphen Rostain
editor
3
© Instituto Francés de Estudios Andinos,
UMIFRE 17, MAE/CNRS-USR 3337 AMÉRICA LATINA
Av. Arequipa 4500, Lima 18, Perú
Teléf.: (51 1) 447 60 70 Fax: (51 1) 445 76 50
E-mail: [email protected]
Página Web: http://www.ifeanet.org
Este volumen corresponde al tomo 37 de la Colección
“Actes & Mémoires de l’Institut Français d’Études Andines” (ISSN 1816-1278)
Antes de Orellana.
Actas del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica
Stéphen Rostain editor
Edición:
- Instituto Francés de Estudios Andinos
- Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
- Embajada de EEUU
Diseño:
Stéphen Rostain
Diagramación:
Stéphen Rostain
ISBN:
978-9942-13-892-7
Impresión:
Artes Gráicas Señal
Impreso en Quito, Ecuador, Mayo de 2014
4
Contenido
Organización del 3er Encuentro
Internacional de Arqueología Amazónica
10
Prefacio: “... Cambia tus ojos...”
Stéphen Rostain
11
Simposio “Todo sobre la Amazonía”
La Amazonía, una impostura geográica
Emmanuel Lézy
17
El proceso cartográico y la Amazonía.
El primer atlas del Perú, 1865
Jean-Pierre Chaumeil
27
Nomear o seu Universo (e cada povo se torna, sem saber,
muito egocêntrico…)
Françoise Grenand
33
Simposio “Arcaico”
Recolectores del Holoceno Tempranoen
la Floresta Amazónica Colombiana
Gaspar Morcote-Ríos, Francisco Javier Aceituno Bocanegra
& Tomás León Sicard
39
El Arcaico en los valles interandinos del Magdalena y Cauca
en Colombia: cacería especializada y horticultura temprana
Carlos Eduardo López & Martha Cecilia Cano
51
Simposio “En honor de Donald Lathrap y Betty Meggers”
La arqueología del Ecuador antes y después de Betty Meggers
José Echeverría-Almeida
59
Amazonian Ethnoarchaeology and
the Legacy of Donald Lathrap
James A. Zeidler
61
Simposio “Guyanas e Orinoco”
Fauna del arte precolombino en las Guayanas
Stéphen Rostain
69
Excavations at Poncel: an update of
the Late Ceramic Age of Cayenne
Martijn van den Bel
75
Ethnographic and Archaeological “Cultures” in Guiana,
Northern Amazonia
Renzo S. Duin
89
5
Nuevos aportes a la arqueología del sitio El Saladero,
bajo Orinoco, Venezuela
José R. Oliver
97
Ecología histórica de la Gran Sabana
(Estado Bolivar, Venezuela)
entre los siglos XVIII y XX
Rodríguez Iokiñe, Rafael Gasson, Audrey Butt-Colson,
Alejandra Leal & Bibiana Bilbao
113
Simposio “Bajo Amazonas”
Modos de igurar o corpo na Amazônia précolonial
Cristiana Barreto
123
Os Artesãos das Amazonas: a diversidade da
indústria lítica dos Tapajó e o Muiraquitã
Claide de Paula Moraes, Anderson Márcio Amaral Lima
& Rogério Andrade dos Santos
133
Science, technology, and innovation in indigenous Amazonia
Anna C. Roosevelt
141
The Cultivated Wilderness Project. Hinterland
archaeology in the Belterra Region, Pará, Brazil
Per Stenborg, Denise P. Schaan, Christian Isendahl, Mats Söderström,
Jan Eriksson, Márcio Amaral & Mats Olvmo
149
Simposio “Medio Amazonas y Madeira”
Como os contextos funerários nos ajudam a entender
os vivos na Amazônia Pré-Colombiana
Anne Rapp Py-Daniel
157
Arqueologia do baixo rio Negro e
a discussão de contextos locais do rio Unini
Márjorie Nascimento Lima, Eduardo Kazuo Tamanaha
& Eduardo Góes Neves
167
The Polychrome Tradition at the Upper Madeira River
Fernando Ozorio de Almeida & Eduardo Góes Neves
175
Houses, hearths, and gardens: space and temporality
in a pre-Columbian village in the Central Amazon
Anna T. Browne Ribeiro
183
Simposio “Ecuador”
Tecnología cerámica y transición cultural en la alta
Amazonia ecuatoriana: el caso del valle del río Cuyes
(primeros resultados y perspectivas)
Catherine Lara
191
6
El Formativo del Alto Pastaza (Ecuador),
entre arqueología y vulcanología
Geoffroy de Saulieu, Stéphen Rostain & Jean-Luc Le Pennec
199
Dinámica de vida en el área de inluencia del río Napo,
desde 9000 a.C. hasta 1400 A.D.
Amelia M. Sánchez Mosquera
207
Caballones vs. camellones
Franklin Fuentes G., David Leyton, Telmo López M.,
Javier Véliz Alvarado & Stéphen Rostain
215
Perspectival Ontology and Animal Non-Domestication
in the Amazon Basin
Peter W. Stahl
221
Simposio “Alta Amazonía”
Early Ceremonial Architecture in the Ceja de Selva (800-100 B.C.):
A Case Study from Huayurco, Jaén Region, Peru
Ryan Clasby
233
Los orígenes y el desarrollo de la organización socio-política
de la cultura Chachapoya: Una mirada desde la Provincia de Luya,
Departamento Amazonas, Perú
Klaus Koschmieder
243
Aproximación socio cultural y ambiental en base de la
interpretación de los petroglifos de la cuenca del Armanayacu,
tributario del Río Paranapura, bajo Huallaga, Amazonía peruana
Santiago Rivas Panduro
251
La arqueología y ele mito de origen de los Shipibo-Conibo
de la cuenca del Ucayali, Perú
Daniel Morales Chocano
265
Simposio “Mojos y Acre”
Island, River and Field: a Historical Ecology of the Bolivian Amazon
John H. Walker
273
Unidad en la Diversidad. Implicaciones de la variabilidad cerámica
de la región del Iténez, Bolivia
Carla Jaimes Betancourt
281
Simposio “Paisajes modiicados y dieta”
Initial contributions of charred plant remains
from archaeological sites in the Amazon
to reconstructions of historical ecology
Myrtle P. Shock, Claide de Paula Moraes, Jaqueline da Silva Belletti,
Márjorie Lima, Francini Medeiros da Silva, Lígia Trombetta Lima,
Mariana Franco Cassino & Angela Maria Araújo de Lima
291
7
Uso do Saber Tradicional Indígena no Reconhecimento e
Caracterização de Paisagens Manejadas na Amazônia Brasileira
Myrian Sá Leitão Barboza, Alcieila Farias Figueiredo, Angélica Leal de Souza,
Vanessa Waiwai, Asiso Waiwai, Pedro Waiwai & Nivaldo Waiwai
297
What do we know about the distribution of Amazonian
Dark Earth along tributary rivers in Central Amazonia?
Carolina Levis, Marcio de Souza Silva, Mauro Almeida e Silva,
Claide P. Moraes, Eduardo K. Tamanaha, Bernardo M. Flores,
Eduardo Góes Neves & Charles R. Clement
305
Uso de plantas económicas y rituales (medicinales
o energizantes) en dos comunidades precolombinas
de la Alta Amazonia ecuatoriana: Sangay (Huapula)
y Colina Moravia (c. 400 a.C.-1200 d.C.)
Jaime R. Pagán Jiménez & Stéphen Rostain
313
Simposio “Geoarqueología”
The variability of Amazonian Dark Earths: comparing
anthropogenic soils from three regions of the Amazonian biome
Manuel Arroyo-Kalin
323
Anthropogenic Landscapes in Amazonia: Topographic
Features, Use of Space, and Formation of Anthrosols
(Terra Preta) in Prehistoric Settlements
Morgan J. Schmidt
331
Arte Rupestre do Juruparí? Explorando relações iconográicas
entre gravuras rupestres e o complexo mito-ritual do Jurupari
no Baixo rio Negro, Amazônia
Raoni Valle
339
Pinturas y grabados rupestres en la cuenca del Marañon,
alta Amazonía de Perú
Ulises Gamonal Guevara & Quirino Olivera Núñez
347
Simposio “Etnoarqueología”
Cultural Construction, Interculturality, Multiethnicity,
and Survival Strategies among Amerindians in the
‘Island of Guiana’ with a Brief Introduction from
the Upper Amazon
Peter E. Siegel
351
Betwixt and Between: Unraveling material histories
in the Southern Guyana-Suriname borderland
Jimmy L.J.A. Mans
359
Temporalidades enraizadas: manejo ambiental
e construção social na Amazônia
Juliana Salles Machado
367
8
Lugares de memória. Etnoarqueologia
o uso do espaço pelos Asurini do Xingu, Brasil
Fabiola Silva
375
Simposio “Entre pasado y presente: contribuciones etnológicas”
Prácticas ancestrales de crianza de agua y suelo
ayudan a convivir con lluvias intensas
Kashyapa A. S. Yapa
381
La Fase Napo en la arqueología de rescate
Ferran Cabrero
389
El ritual como máquina del tiempo:
ejemplos chacobo (Amazonía boliviana)
Philippe Erikson
399
Las “naciones indias”, Guayana Francesa y Amapá,
siglos XVI-XIX. Algunas relexiones en torno al etnogénesis
Pierre Grenand
407
Simposio “Patrimonio”
Arqueología amazónica: un patrimonio por descubrir
Alexandra Yépez
417
De-construir el patrimonio…
Jorge Gómez Rendón
423
Arqueologia e [Des]envolvimento: Patrimônio, Contrato
e Comunidades Locais na Amazônia
Marcia Bezerra
433
Coca in context. From the North-West Amazon
to coastal Ecuador
Colin McEwan
441
Ver lo invisible. El levantamiento aéreo con escáner láser
y su aplicación practica para los estudios arqueológicos
Yuri Svoiski & Ekaterina Romanenko
451
Figuras en color
461
… y para concluir con algunos recuerdos
563
9
Organización del 3er
Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica
Presidente:
Dr. Stéphen Rostain (Instituto Francés de Estudios Andinos, Quito)
Comité organizador:
Dr. Stéphen Rostain (Instituto Francés de Estudios Andinos, Quito)
Dr. Carlos Espinosa (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Quito)
Manuela Troya (Ministerio Coordinador de Conocimiento y Talento Humano, Quito)
Stephany Leavy (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Quito)
Vincent Lepage (Embajada de Francia en el Ecuador, Quito)
Instituciones organizadoras:
Instituto Francés de Estudios Andinos
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
Ministerio Coordinador de Conocimiento y Talento Humano
Cooperación Regional Francesa para los Países Andinos
Auspiciadores (por orden alfabético):
Alianza Francesa
Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión
Centro Nacional de Investigación Cientíica (CNRS)
Cooperación Regional Francesa para los Países Andinos
Embajada de los EEUU
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
Fundación Wenner-Gren
Fulbright Ecuador
Gobierno de la Provincia de Pichincha
Instituto de Investigación para el Desarrollo (IRD)
Instituto Francés de Estudios Andinos
Instituto Nacional de Patrimonio Cultural
Liceo La Condamine
Ministerio Coordinador de Conocimiento y Talento Humano
Ministerio de Cultura y Patrimonio
Museo de Arte Precolombino Casa del Alabado
Orquesta Sinfónica Nacional
Quito Turismo
Repsol
República del Cacao
Universidad Politécnica Salesiana del Ecuador
10
Prefacio
“... Cambia tus ojos...”
Stéphen Rostain
CNRS, Paris/IFEA, Quito
Presidente del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica
“Para que veas los mundos del mundo, cambia tus ojos.
Para que las aves escuchen tu canto, cambia tu
garganta”.
(Eduardo Galeano, 2012, “Los hijos de los días”)
Belém-do-Pará fue escogida para recibir
en 2008 el 1er Encuentro Internacional de
Arqueología Amazónica por ser la ciudad
poseedora de la institución más tradicional de
investigación arqueológica en la zona: el Museo
Paraense Emilio Goeldi, con más de 140 años
de historia, representa la cuna de la arqueología
amazónica (Figura 1). La Dra. Edithe Pereira,
que trabaja en el museo, fue la presidenta del
encuentro. El congreso reunió a investigadores
de varios continentes que desarrollan trabajos
arqueológicos en Amazonía, lo que representó
nsiderables en la disciplina, pues nunca
antes hubo un encuentro especíico para los
trabajos desarrollados en más de 7 millones
de kilómetros cuadrados. Además de una
cobertura mediática importante, el encuentro
dio lugar a la publicación de dos grandes
tomos en los cuales constan los artículos
cientíicos más destacados. Este evento puede
ser considerado como un hito en la historia de
la arqueología amazónica.
Este libro presenta las actas de 52 conferencias
dadas en el marco de los simposios del tercer
Encuentro Internacional de Arqueología
Amazónica que se realizó en Quito del 8 al 14
de septiembre de 2013.
A pesar de un gran desconocimiento público,
la Amazonía tiene un excepcional patrimonio
arqueológico que enriquece muchos museos
sudamericanos, norteamericanos y europeos
como también colecciones privadas. No
obstante, el número de arqueólogos que
trabajara en ella en siglo XX fue bastante
reducido. Afortunadamente, esta disciplina
ha conocido un signiicativo desarrollo desde
hace unos 15 años. Observándose en la
actualidad, una importante multiplicación de
estudiantes e investigadores, así como también
el surgimiento de resultados notables y muy
novedosos. Los nueve países amazónicos
(Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guayana
francesa, Guyana, Perú, Suriname, Venezuela)
van dotándose poco a poco, de cursos de
graduación en arqueología, de nuevos centros
de investigación y de museos modernos.
Como un esfuerzo para organizar el proceso
de crecimiento por el cual pasa la arqueología
amazónica, los arqueólogos que actúan en la
región han organizado encuentros regionales
y de carácter internacional, cuyo objetivo ha
sido el de reunir a profesionales, estudiantes
y apasionados que trabajan en los diferentes
países amazónicos. Los descubrimientos
arqueológicos se han revelado extraordinarios.
El Encuentro Internacional de Arqueología
Amazónica (EIAA) fue creado hace seis
años para presentar estos descubrimientos
a la comunidad académica y al público en
general. Es el evento más importante y de
mayor impacto que agrupa a los cientíicos que
trabajan en el pasado de la Amazonía.
Figura 1: Cabina telefónica en una calle de Belém-do-Para
en forma de urna funeraria
11
Quito, Amazonía, dos nombres que a primera
vista no se conjugan fácilmente. Sin embargo,
desde un punto de vista histórico, Quito fue
la ciudad al origen del mayor río del mundo.
En efecto, el Amazonas – que mide alrededor
de 6400 Km. de largo – es el único río que
fue descubierto desde su fuente hasta su
desembocadura. Gaspar de Carvajal lo exploró
desde Quito. En 1541, una expedición dirigida
por Gonzalo Pizarro partió de Quito hacia
la Amazonía en busca de oro y del “País de
la Canela”. La expedición descendió hasta el
Napo. Desde allí un grupo de unos cincuenta
hombres, entre los cuales se encontraba
Gaspar de Carvajal, quién luego contaría esta
epopeya en un famoso libro, bajo el mando
de Francisco de Orellana, continuaría por el
Amazonas hasta su desembocadura. Es por
esta razón que el texto del Padre que relata este
fantástico viaje desde Los Andes hacia el este
hasta el océano Atlántico menciona que “Es
gloria de Quito el descubrimiento del río Amazonas”,
frase extraida de la relación de Gaspar de
Carvajal (Figura 2). Razón por la cual, el
aiche seleccionado para el congreso tiene un
sentido particular ya que muestra el mapa del
descubrimiento del Río de las Amazonas y
sus dilatadas provincias, el mismo que fuera
trazado por el Jesuita Cristóbal de Acuña
para el Rey en 1642. Este árbol acuático que
atraviesa todo un continente, coronado por un
Quito aéreo, justiica ampliamente la presencia
de los arqueólogos en Quito.
Viendo el enorme éxito del encuentro, se
decidió entonces organizar dos años más tarde,
el 2do Encuentro Internacional de Arqueología
Amazónica, eligiéndose a la ciudad de Manaos
para acogerlo. Su realización en la capital del
estado de Amazonas fue altamente signiicativa
por permitir la consolidación deinitiva de un
centro de investigaciones arqueológicas en
esta metrópoli, actualmente la mayor ciudad
de la Amazonía. El Dr. Eduardo Góes Neves,
profesor en la Universidad de São Paulo, fue
designado presidente del congreso en 2010
organizado con el ayuda de la Universidad
del Estado del Amazonas (UEA). Este dio
lugar a la creación de un Curso Superior de
Tecnología en Arqueología, atrayendo así a un
numeroso equipo compuesto por profesionales
y estudiantes. Al in del encuentro, el Dr.
Stéphen Rostain fue elegido para manejar el
3er Encuentro Internacional de Arqueología
Amazónica. A in de dar mayor amplitud al
evento, se previó que este se realizara en uno
de los nueve países amazónicos con excepción
de Brasil. Después de haber realizado los dos
primeros congresos en el país amazónico más
grande, el nuevo Presidente del Encuentro
Internacional de Arqueología Amazónica
decidió realizar el siguiente en uno de los
más pequeños. Hay que precisar que Quito
cuenta con la misma demografía que Manaos
(1,873,458 hab. en Quito; 1,832,423 hab. en
Manaos). Así, se escogió a Ecuador y por
muchas razones, a su capital: Quito.
Figura 2:“Es gloria de Quito el descubrimiento del río Amazonas” (Gaspar de Carvajal), Catedral de Quito
12
Figura 3: Inauguración del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica (de izquierda a derecha): Jean-Baptiste de
Boissière (Embajador de Francia en el Ecuador), Juan Ponce (Director de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales),
Guillaume Long (Ministro Coordinador de Conocimiento y Talento Humano), Stéphen Rostain (Presidente del 3er Encuentro
Internacional de Arqueología Amazónica), Gérard Borras (Director del Instituto Francés de Estudios Andinos)
Finalmente, se sumó a la organización el
Ministerio Coordinador del Conocimiento y de
Talento Humano, aportando entre otras cosas,
la eicacidad de un batallón de competencias y
colaboradores.
La manifestación se efectuó en la Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales,
organismo internacional que surgiera en 1956
en la Conferencia General de la UNESCO
con el in de apoyar a los países de América
Latina en la creación de una entidad de ciencias
sociales. El Sistema Internacional FLACSO
tiene un prestigio internacional y cuenta con
sedes, programas y proyectos en 13 países.
La facultad está ubicada en un ediicio nuevo
en la parte céntrica del Quito moderno,
espacio que podía ofrecer todas la facilidades
para los participantes. Además, el congreso
correspondía al lanzamiento del Doctorado
de Historia andina y amazónica en esta
universidad.
Dada la dimensión internacional del
evento, el congreso contó con tres idiomas
oiciales: español, portugués e inglés, idiomas
conservados en este volumen. Por supuesto,
los profesionales participantes trabajaban
en los nueve países amazónicos y venían de
universidades, museos o instituciones de 19
países: Alemania, Argentina, Bolivia, Brasil,
Dado que no existe una organización
permanente del congreso, había que poner en
marcha el proceso y hallar colaboradores, lo
que lo hizo de él toda una aventura. Al igual que
en un embarazo, fuimos viendo las diferentes
etapas en su concepción, desde los momentos
de euforia, las angustias irreprimibles, las dudas
fundamentales, los antojos insaciables, los
temibles dolores hasta, al inal, el nacimiento
bello y encantador. El congreso surgió
inalmente rodeado por toda una familia. En
el marco del Instituto Francés de Estudios
Andinos, en primer lugar y enseguida de mi
retorno a Ecuador en el mes de septiembre
de 2011, tuve la oportunidada de conocer al
Dr. Carlos Espinosa de la FLACSO, quien se
entusiasmó de inmediato por el proyecto. El
evento tuvo entonces sus padres: el IFEA y
la FLACSO. Rápidamente, la Embajada de
Francia en Ecuador y la Cooperación regional
se asociaron a la organización. Aquí debemos
citar los constantes esfuerzos de Vincent Lepage
pero, también agradecer a Pierre Pedico, primer
consejero, y al Señor Embajador Jean-Baptiste
de Boissière. Luego, afortunadamente conté
con la muy eicaz colaboración de Stephany
Leavy de la FLACSO. Quiero agradecerle
inmensamente por su inalterable energía
durante estos meses de carreras y gestiones.
13
Canadá, Colombia, Ecuador, España, Estados
Unidos, Finlandia, Francia, Países Bajos, Perú,
Puerto Rico, Reino Unido, Rusia, Sri Lanka,
Suecia, Venezuela. En total, fueron cerca de
400 participantes los que llegaron de varios
horizontes, para una semana de intercambios
académicos en Quito.
El evento fue inaugurado por el Ministro
Coordinador de Conocimiento y Talento
Humano, Guillaume Long (Figura 3) y la
conferencia inaugural dictada por Philippe
Descola (Collège de France). Se asistió entonces
a una semana de 80 conferencias, entre las que
contaban 9 ponencias magistrales de 60 mn
cada una y 71 ponencias de 20 mn cada una
en 15 simposios. El sujeto de los simposios era
geográico o temático:
1. Todo sobre el Amazonía
2. Arcaico
3. En honor de Meggers y Lathrap
4. Guayanas y Orinoco
5. Bajo Amazonas
6. Medio Amazonas y Madeira
7. Ecuador
8. Alta Amazonía (peruana)
9. Mojos y Acre
10. Paisajes modiicados y dieta
11. Geoarqueología
12. Arte rupestre
13. Etnoarqueología
14. Entre pasado y presente: contribuciones
etnológicas
15. Patrimonio
Pero el 3er Encuentro Internacional de
Arqueología Amazónica no se limitó a
conferencias ya que muchos eventos paralelos
fueron organizados para la semana de
encuentro. Además de los carteles cientíicos
expuestos por congresistas en la FLACSO,
hubo la inauguración de cinco exposiciones:
“Paisajes ecuatorianos” fotografías de Jorge
Anhalzer en la FLACSO, “Sonrisas amazónicas”
fotografías de Nigel Smith en la FLACSO, “La
civilización Mayo Chinchipe-Marañon” en la Alianza
francesa, “Primeras sociedades de la alta Amazonía”
en el Museo Nacional del Banco Central, y por
in la inauguración del nuevo museo amazónico
de Abya-Yala. Se visitó también el museo
arqueológico de la Casa del Alabado en Quito.
A mediados de semana, mientras la mayoría
de los congresistas descubrían el complejo
precolombino de plataformas de Cochasquí, al
norte de Quito (Figura 4), un pequeño grupo
viajaba a Coca en la Amazonía para recorrer la
exposición de urnas de cultura Napo del futuro
museo Alejandro Labaka. Al día siguiente, la
Orquestra Sinfónica Nacional ofrecería un
concierto en la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
Se acogieron, todos los días, a artesanos
indígenas a la entrada de la sala de conferencia
de la FLACSO: ceramistas Kichwa de Puyo,
tejedores de cestería Waorani del río Curaray,
pintor tradicional sobre piel de cabra de Tigua
(Figura 5).
Stéphen Rostain y Álvaro Muriel realizaron
un documental de 30 mn, con el título de
Figura 4: visita del sitio arqueológico de Cochasquí al norte de Quito
por los participantes del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica
14
Figura 5: artesanos invitados a presentar su arte al 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica
gentileza y la paciencia de traducir varios textos
de este libro al español. No puedo tampoco
dejar de agradecer a mi laboratorio de origen
ARCHAM, UMR 8096 del CNRS, por su
apoyo para la realización de este volumen.
El 3er Encuentro Internacional de Arqueología
Amazónica y este libro lo dedicamos a seis
personalidades de alto nivel en esta disciplina:
- El arqueólogo norteamericano Jim Petersen
(1954-2005) e inolvidable hermano de la
arqueolgía amazónica.
- El antropólogo francés Claude Lévi-Strauss
(1908-2009), padre del estructuralismo que
nos permitiera entender mejor el mundo
amazónico.
- El antropólogo norteamericano Neil
Whitehead (1956-2012), gran etnohistoriador
de las Guayanas quien afrontara una
antropología de la violencia.
- La arqueóloga norteamericana Betty Meggers
(1921-2012), fundadora de la arqueología
amazónica quien suscitara tantas vocaciones y
debates.
- El antropólogo francés Alain Testart (19452013), que construyera muchos puentes entre
etnografía y arqueología.
- El arqueólogo francés Jean Guffroy (19492013), amigo andinista al origen del espectacular
descubrimiento del sitio Formativo de
Santa Ana/La Florida en la alta Amazonía
ecuatoriana.
El 3er Encuentro Internacional de Arqueología
Amazónica contó con gran éxito y con un
fuerte impacto, que se pueden medir por la
difusión en la prensa, la misma que tuvo más de
150 artículos a nivel nacional e internacional.
Al inal del encuentro, se decidió organizar
el próximo Encuentro Internacional de
Arqueología Amazónica en la ciudad de Iquitos
en Perú – “Que les vents lui soient favorables”.
“Arqueólogos”, incluyendo imágenes tomadas
durante los dos últimos años en las excavaciones
arqueológicas del proyecto interdisciplinario
“Zulay” en el Pastaza y también imágenes del
3er Encuentro Internacional de Arqueología
Amazónica.
El encuentro fue también la oportunidad
de publicar varios artículos y libros sobre la
arqueología de la Amazonía ecuatoriana con el
in de llenar un importante vacío en este campo.
Artículos especialmente escritos para cinco
revistas nacionales: Mundo Diners, Rocinante,
Imaginaria, Anaconda y Terra Incógnita. Esta última
publicó un número especial “Amazonía”, el
mismo que incluía seis artículos. Además, se
lanzaron siete libros durante el congreso:
- “Islands in the rainforest. Landscape Management in
Pre-Columbian Amazonia” de Stéphen Rostain;
- “Upano Precolombino” de Stéphen Rostain,
- “Amazonía aérea. Escultores precolombinos del
paisaje” de Stéphen Rostain (en tres idiomas);
- “Antes. Arqueología de la Amazonía ecuatoriana”
de Stéphen Rostain y Geoffroy de Saulieu;
- “Arqueología amazónica. Las civilizaciones ocultas
del bosque tropical (actas de coloquio)” de Francisco
Valdez (compilador);
- “Primeras sociedades de la alta Amazonía. La
cultura Mayo Chinchipe-Marañón” de Francisco
Valdez;
- “Sonrisas amazónicas” de Nigel Smith (Stéphen
Rostain editor) y una versión en inglés del
mismo.
En la continuidad del Encuentro, muy
rápidamente después, se publicaron dos libros
de actas: “Amazonía. Memorias de las conferencias
magistrales del 3 IEAA” reuniendo así las
conferencias magistrales y el presente libro
“Antes de Orellana. Actas del 3 IEAA”.
Por in, es un placer de agradecer aquí a
Belém Muriel y Catherine Lara que tuvieron la
15
16
Simposio “Todo sobre el Amazonía”
La Amazonía, una impostura geográica
Emmanuel Lézy
Universidad París X, Nanterre
El mapa escogido por Stéphen Rostain para
presentar este Tercer Encuentro Internacional
de Arqueología Amazónica pone sobre la
mesa la problemática de la naturaleza y el
marco geográico de referencia. Gracias a su
orientación medieval, que coloca al este, en lo
alto, el Amazonas, da una imagen Mediterránea
Bíblica, a manera de árbol de la vida y espina
dorsal del Mundo. El encuentro en Jerusalén
de los tres dominios de los hijos de Noé (Sem,
el cerebro, Japhet la parte derecha del cuerpo
y Chaam, la parte izquierda) era la base, en
el antiguo Mundo, de la unidad del cuerpo
místico de Cristo, cuyo centro era por igual
origen y in. La historia de Adán, cuya salida
del Edén lo llevara a perderse en Jerusalén, en
el hueco del mundo, como una pepita en una
calabaza (couy), ofrecía al Mundo su meridiano
magnético y el eje de circulación del tiempo.
Al oeste, el in del Mundo estaba representado
por el retorno de las aguas mediterráneas
(placentarias) al gran Mar océano de los
orígenes. “Súmmum”: el Apocalipsis se batía
entre Tánger y Melilla. Los viajes de Colón y
sus consecuencias volvieron obsoleta a esta
geografía. Tal como lo había esperado Colón1,
el mundo de Noé había “estallado”. Pero no
había desaparecido. Se había vuelto ilegible,
invisible, nuevo. A esto siguieron algunos
siglos de vagabundeo cartográico de donde
emergieron los contornos de Mercator que
acababa de dar a luz el Nuevo Mundo. A
partir de ese momento, la orientación se haría
hacia el Norte y la intersección del espacio y
del tiempo sería tan universal como las nuevas
coordenadas longitud-latitud. La conciencia,
al igual que la geografía, se había tornado
universal.
Es entonces de manera nostálgica y casi
“cliché”, que en 1660, el autor del mapa
plantara su “Amazonía” en el terreno del
Antiguo Mundo. Al salir del Edén de Quito,
Orellana fundaba un río gigante en el nuevo
eje del Mundo y daba a la línea, de repente
horizontal de los Andes, su cuerpo y su cruz.
Más que el conocimiento de una Amazonía
aún lejana, el objetivo del mapa era claramente
la reconstrucción cartográica del mundo
católico, desgarrado por el invento de América
y la disputa religiosa que de él sobreviniera.
El Amazonas : ¿un “aluente”, más que un
“río”?
Fuera de este santo proyecto, la dimensión
“luvial” del mayor curso de agua que luye en
el eje de rotación de la Tierra no tiene nada
de evidente y la identiicación de una “cuenca
luvial” apunta tanto al invento como al
descubrimiento. Ningún topónimo indígena
identiica un aluente de esta dimensión2. Los
cursos de agua mencionados son universos
autónomos, cuyas aguas, paisajes, grupos
humanos, costumbres y lenguas, presentan
contrastes violentos: Solimoes, Negro, Jari,
Parou, Tapajos, Xingu, Madeira, Iça, Japura,
Apurimac, Ucayali, Vilcanota… Se conoce más
de veinte aluentes de más de 1500 km. Ya sea
que bajen de los contrafuertes calcáreos de
los Andes, del escudo brasileño mal cubierto
de cerrados o del escudo guyanés poblado de
bosques sempervirentes, sus aguas son blancas,
claras o negras, básicas o ácidas. Al desembocar
en el gran canalón geológico que separa a los
dos cratones graníticos, en la línea del Ecuador,
rehúsan unirse a lo largo de varias decenas de
kilómetros. Si bien la unidad del objeto es
contestable (cuestionable), su naturaleza luvial
puede también serlo. Formado de esta manera,
el Amazonas alcanzará los últimos conines del
objeto3, acarreando consigo toda la categoría
en el movimiento de regreso de su propio
macareo.
Ausente en los diccionarios modernos de
Geografía, se abandona el término “río” (leuve
en francés, es decir río que desemboca en el
mar) al diccionario Robert, el mismo que
ofrece una deinición común de “gran río”
y otra dicha “geográica”: “todo curso de agua,
incluso pequeño, que lleva al mar” (Diccionario
Robert: 717). Intraducible, el concepto aparece
como un producto típico de la excepción
17
cultural frances4. Nadie, en ningún lugar,
emplea un término particular para los ríos más
grandes (el Mississipi es un “river” como los
otros) ni tampoco para aquellos cuyo curso
sube periódicamente por causa de la marea.
Este concepto geográico fue, sin embargo, la
base de la reorganización del territorio francés
hecha por la Revolución5. El recorte geográico,
basado en la noción de “cuenca-vertiente”
substituyó entonces a la antigua sociedad y a su
encierro vertical6.
La joven República brasileña, creada en
1888, halla sus raíces en el movimiento de la
Inconidencia mineira, el mismo que en 1789
intentará imitar a la Revolución francesa.
En 1898, con el propósito de triunfar en la
deinición de las fronteras amazónicas de
Brasil, frente a Francia, y luego a los Países
Bajos e Inglaterra, Rio Branco7 utilizará
muy lógicamente el argumento de la cuencavertiente (Vidal, 1898, 1902, Lézy, 2000, 2004).
Al adaptar el argumento francés a la escala
del Amazonas, Rio Branco lo hace cambiar
de naturaleza y de dinámica a la vez. Surgido
de un movimiento centrípeto que implicaba la
parcelación del territorio nacional, el concepto
de río (leuve en francés) se vuelve el instrumento
de la expansión colonial (inspirada en la política
colonial de la tercera República francesa), a
costa de los países vecinos. La identiicación
de una Amazonía luvial asociada a una
argumentación “geográica” implementada por
el mismo Vidal de la Blache en el momento de
la demarcación de la frontera franco brasileña,
permitirá la reivindicación por parte de Brasil,
de una “cuenca-vertiente” de siete millones de
kilómetros, así como también la creación de los
“territorios” colonizados de Amapa, Roraima,
Acre y Rondônia.
El aparecimiento del topónimo, del trazado y
de la cuenca hidrográica en los mapas produjo
la forma actual del territorio brasileño; una
de las imágenes cartográicas más destacadas
junto a aquellas de Francia y los Estados
Unidos. La Amazonía fundó, en un mismo
trazo, la Geografía francesa8 y el territorio
francés. Pone en marcha una geopolítica que
podría, en Europa, hacer soñar, por ejemplo,
con una “Normandía” unida por la gran
cuenca vertiente del “río Manche” y que
drenaba los ríos Támesis, Sena o Rin9. Al retirar
imaginariamente el zoom de su Google Earth,
¿qué hombre de estado, podría pensar mañana
en la creación de una “Atlántida” que uniera
a las dos cuencas de los aluentes de la dorsal
medio-oceánica?
Hay más que un divertido juego de óptica
en el ejercicio de transformar escudos en
cuencas y brazos de mar en ríos. El destino
de las regiones, de las sociedades involucradas,
depende de la representación cartográica
adoptada. Paradójicamente y de manera
bastante reveladora, al insistir en la dimensión
litoral de los espacios amazónicos deinidos
como ripícolas, se identiica otro objeto
geográico propuesto por Vidal de la Blache:
el Río (Rivière en francés, que no desemboca
en el mar).
“Este género de vida superior se irradió de una orilla
a otra orilla, dando lugar a diversas combinaciones.
Ciertas costas, por su exposición y su pendiente, se
desenrollan como espalderas. El hombre solo debe
limitarse a formar los escalones. Y, por otra parte,
protegiéndolas del mistral y de los vientos del Norte,
adecuan pequeñas playas arenosas, al alcance unas de
otras, que comunican fácilmente gracias a la clemencia de
los vientos y a la uniformidad del régimen, volviéndolas
favorables para una vida de cabotaje y pesca. Tal es,
por excelencia, la zona de Liguria, que la nomenclatura
popular distinguió bajo el nombre característico de
Riviera: Riviera del Poniente, de Génova a San Remo;
Riviera de Levante, de Génova a La Spezia” (Vidal
de Lablache, 1921: 105).
¿Quién podría negar que de una orilla a otra, de
una ribera a otra, el “Mediterráneo” no es un
río?, ¿El árbol bíblico de la Vida, que únicamente
la cartografía revela en su dimensión edénica?:
¿Que es él, el que ija los límites de la “Pax”
Aténica, Románica o Ibérica que creó? El Río
es para la Nación lo que el Mediterráneo es para
el Imperio: un instrumento y un argumento
cartográico.
Al hacerlo, la cartografía reconoce también la
transformación funcional de la “Ribera” (no
en el sentido de “río pequeño” sino de orilla
de un “mediterráneo”) en río (es decir a la
vez colector principal de riquezas nacionales,
pero también crisol principal de integración
nacional.
Cuando Orellana bajó por él, “El Río de las
Amazonas” no existía aún. Los territorios
locales, densamente poblados, urbanizados
y que controlaban una producción agrícola
intensa estaban alineados a lo largo de
los vastos senderos (Budweig 2000) muy
jerarquizados, cuya red se conectaba, por
Quito, con el “Wapé”, el sendero estrecho que
llevaba a Manoa d’e El Dorado, el corazón
de las sabanas del Rupununi. Las pequeñas
piraguas monóxilas permitían atravesar los
ríos caudalosos que nadie pensaba navegar
(límite de un metro cúbico/seco). La llegada
18
de los Negros marrones y de su tecnología de
la piragua “boni” que alzaba los bordes planos,
popas y proas, determinó el surgimiento de
territorios luviales transversales, construidos
alrededor del dominio de uno o varios saltos
en los cuales se construyeron peajes (saltos
Polygoudoux en Guyana francesa).
A pesar de su “Prororoca”, que arroja la nave
de Vincente Pinçon al manglar, el Amazonas
comienza a funcionar como río solamente
desde la llegada de las naves europeas aguerridas
durante la travesía del Atlántico y para las
cuales, el cabotaje de Belém hacia São Luis,
Recife y Salvador se parecía a aquel que subía
hacia Obidos, Santarem, Itacotiara y Manaos.
Los paquebotes que hoy en día, visitan la zona
franca, no hacen diferencia entre los muelles de
Manaos y aquellos de Rotterdam.
Podemos preferir la cinta negra de la banda de
Möbius que envuelve un mismo brazo de agua
salobre, de una “encontra” a la otra, alrededor
de la isla de Las Guyanas, a la clara línea que
dibuja la leyenda de una Amazonía en el
margen del mapa de Orellana. Encuentro de las
aguas negras del Negro y de las aguas blancas
del Solimoes en Manaos, de las aguas dulces
más potentes con el más poderoso torrente
de aguas saladas, la Corriente Ecuatorial del
Este, en Belém. Suave durante prácticamente
80 km de ancho, la corriente de las Guyanas
que baña los puertos de Cayena, Paramaribo
et Georgetown, siempre es el mismo mar de
aguas dulces que baña aquellos de Manaos o de
Belém. Cuando en Amacouro, ella encuentra
las aguas del Orinoco, Colón exclama: “Es el
beso de la Serpiente y del Dragón”.
¿Qué mecánica hizo aparecer en 1800, bajo la
piragua de Humboldt, al famoso canal que los
cartógrafos holandeses terminaron utilizando
para “que quedara buenito” y cerrar la isla de
Guyana? Antes de que su exploración viniera
a hacer una “veriicación”, la Guyana, la
versión insular de la Amazonía continental
católica, tuvo primero forma de fantasma
protestante; refugio ideal, naturalmente
aislado de las inluencias católicas meridianas,
(Españoles al Este) y paralelos (Portugueses al
sur). No basta con decir que la Amazonía fue
una construcción colonial. Es en realidad la
traducción geográica de la victoria política de
la colonización católica sobre la colonización
protestante, y secundariamente, judía (Recife,
Paramaribo).
Dos formas permiten entonces describir de
manera eicaz a la región: el trazo blanco o el
bucle negro, la cuenca sedimentaria o el escudo
granítico, el agua dulce o el agua salada. Estas
dos formas, excluyentes una de otra (de ahí la
existencia de las protestas fronterizas en el siglo
XIX), corresponden a dos proyectos coloniales
que se cruzan y se inventan, en la bahía de
Guanabara en 155510.
Sobre un barco amarrado a una isla, en el centro
de una bahía circular cubierta de bosques y
poblada de antropófagos, la Cena, confrontada
a su propia imagen deformada o informada
por la comida antropofágica no comulga más
entre los Cristianos. “¿Qué sucede durante la
Eucaristía?”, pregunta (substancialmente) Jean
de Léry a André Thévet. “Debido a la magia de la
“trans-substantiación”11, ¿cambiáis vosotros realmente
la materia del pan y del vino en carne humana y sangre,
y esto, sin que yo siquiera me dé cuenta, puesto que mis
sentidos están distorsionados por la caída? En ese caso,
vosotros no valéis más que estos salvajes que no son más
caníbales que vosotros mismos”.
Lo que está en juego es la unidad o la dualidad
del cuerpo místico de Cristo, más (menos) que
el respeto legítimo de la comida antropofágica12.
Si el verbo es lo suicientemente fuerte, por
la voz del sacerdote y el oído del pecador13,
como para transformar físicamente la materia,
entonces la evangelización y la conversión
sincera pueden difundir el cristianismo, por
intermedio de la vía luvial, al ritmo de la
progresión de las piraguas que transportan los
tres vehículos de la Nación: lengua, bandera y fe.
La vía católica es y será el principio integrador
instalado, en un primer momento, alrededor
de São Francisco, y luego del Amazonas. A
la inversa, para los Protestantes, adeptos a
la “consubstanciación”, la materia profana,
incluso después de la Eucaristía, coexiste con
la materia viva del cuerpo y de la sangre de
Cristo. Hay una “frontera” ontológica entre
las dos, que la voz no puede franquear y de la
cual, solo la gracia divina puede liberarse. Las
colonias protestantes buscan una insularidad
ideal y desentierran en Guyana la roca granítica
de las viejas construcciones políticas. La
cuenca-vertiente es el vehículo geográico de la
colonización católica al igual que el escudo es
la fortaleza natural del protestante.
En 1894, la Geografía Universal de Eliseo Reclus
propone por última vez una representación
cartográica de la Guyana Grande, el sueño
protestante de Walter Raleigh.
Cuatro años más tarde, la visión católica se
impone en el plano político por la “victoria”
de Rio Branco frente a Vidal de la Blache, en
el diferendo fronterizo que oponía Francia a
Brasil. El sueño protestante de una Guyana
19
ø“Ha llegado la época de la fermentación del humus,
de la proliferación de lo podrido, de la maceración de
las hojas muertas, en virtud de la ley según la cual
todo aquello que debe ser engendrado lo será junto a
la excreción, los órganos de la generación confundidos
con aquellos de la orina, y todo lo que nace, nacerá
envuelto en baba, serosidades y sangre, igual que nacen
del estercolero la pureza del espárrago y el verdor de la
menta” (Carpentier, 1975: 306)15.
Todo, hasta la cartografía del enredo de su
hidrografía, tiende a hacer de la Amazonía
una matriz que debe perder su virginidad y
una parte de su virtud para tornarse fértil.
La erotización de la región permite no solo
relativizar sino también justiicar la destrucción
de las sociedades, de los paisajes e incluso de
todas las formas de vida sobre el suelo, en el
caso de la deforestación, y debajo de él, en el
caso de la explotación minera.
insular a lo largo de dos millones de kilómetros
cuadrados, implosionó en miles de fractales,
de islas de Cayena en isla de la Crique, y
del Oyapock al Potaro, reproduciendo
ininitamente, del “pueblo” al Río, el principio
segregador dominante.
El invento de una cuenca-vertiente “amazónica”
es entonces una empresa colonial católica,
realizada en el campo por la construcción
de fuertes, puertos, ciudades, rutas, y por la
frecuentación de los trasatlánticos, y en el plano
diplomático, por la coloración diferenciada de
los mapas que hallan sus límites, al escoger, en
el interluvio o el thalweg. Borra a la vez toda
la legibilidad de las antiguas construcciones
territoriales, empezando por la toponimia.
La Amazonía circunscribe, con la “Guyana”,
el espacio de la leyenda, retirado del mapa; la
paradójica frontera interior de la Ecúmene,
hacia la cual “el Hombre”, como en los mapas
de Demangeon (1942), “busca avanzar” al
ritmo de la deforestación, instrumento de su
advenimiento.
Si el “Hombre” está ausente de la Amazonía,
es porque un Hombre mal “desnaturalizado”
no lo es completamente y que su dominio es
una virtualidad por transformarse. Es también
porque en este punto, de Carvajal a Raleigh
y de Humboldt a Coudreau, los testimonios
concuerdan en buscar mujeres, “algo de Mujer”
y no hombres o “algo del Hombre”. Desde
su origen, el mito Herculano de las amazonas
procede de una asimilación del cuerpo
femenino a un territorio, enroscado como un
huevo al interior de la geografía masculina, en
una isla en medio de un río (Guimaraes Rosa,
1988): “Vivimos del otro lado del río amazónico, al
interior de este, en una isla en el medio de su curso. El
perímetro de nuestro país forma una circunferencia que
te tomaría un año recorrer: el río no tiene principio
ni in. La entrada es única” (dice la Reina de las
Amazonas a Hércules).
A la inversión topográica efectuada por el
mapa, corresponde el viraje de las polaridades
sexuales observables en las leyendas. A
la imagen autóctona viril de El Dorado,
profundamente enraizada en el corazón del
graben del Takutu, corresponde la asimilación
colonial de la región de mujer desnuda, la
Amazona, tan virgen como el mismo bosque e
igualmente fértil. El bosque húmedo, la forma
triangular de la desembocadura, púdicamente
velada por la tanga marajoense tradicional se
vuelven, en el mapa, una sola metonimia del
origen del mundo14. El Amazonas toma la
forma, gusto y olor de un sexo femenino.
¿Cómo invertir los paradigmas geográicos?
La
unidad
hidrográica
“amazónica”,
constituye un marco político que deine a la
Amazonía “legal”, lo que es esencial para la
comprensión de los mecanismos utilizados
a partir de la colonización. No sirve de nada
para contextualizar los estudios arqueológicos
o etnológicos concernientes al período
“precolombino”. La deferencia a los marcos
geográicos ijados por las potencias coloniales
y luego nacionales, se vuelve perfectamente
legítima con la inserción de nuestros programas
de investigación en marcos presupuestarios
nacionales e internacionales. Mas no podría
substituir a un verdadero esfuerzo de
contextualización cartográica.
En el mapa propuesto concerniente a la
organización del espacio en la América
precolombina, y su modelo, el desafío era
representar en un solo fondo el palimpsesto
de las sociedades y de los paisajes producidos
por varios millones de años. Desafío de titanes
fallido de entrada, puesto que debe resolver
dos contradicciones internas mayores. La
primera es nuestra ignorancia global sobre
los períodos y las regiones involucradas. Por
ejemplo, no podemos imaginar la forma del
continente hace 15 000 años. Una transgresión
marina sobrevino tal vez hace diez mil años,
provocando una elevación de las aguas de
cerca de 80 metros y enterrando a la costa en
una profundidad de 200 km. La arqueología
submarina, por ejemplo en Las Bahamas,
pone sobre la mesa el tema de la antropización
profunda de un trazo de costa hoy en día
20
desaparecido. La forma de las Antillas, en un
pasado relativamente reciente está sujeta a
conjeturas. Los instrumentos, los vehículos
y la energía utilizados en la construcción
de las ciudades permanecen en su conjunto
desconocidos y se torna delicado hacer aparecer
sus factores de localización. Eliseo Reclus
sostenía, para describir la aberración geográica
que constituyen las ciudades precolombinas
de una “extraña religión de las montañas”., Los
factores de localización tradicionales16 parecen
ignorarse, o dar un giro en América, en donde
las sociedades más urbanizadas se instalan en
los sitios más difíciles17, multiplicando por
cinco los costos y los tiempos de construcción
con el más desconcertante desparpajo.
La segunda contradicción tiene que ver
con la transformación completa y reciente
de las perspectivas, ligada a la aparición de
nuevos objetos en el campo cientíico. La
relectura desde hace veinte años (Bahuchet,
1994, Hladick, 1996) de las relaciones entre
sociedades y paisajes en Amazonía ha
transformado la percepción del bosque, que
ya no es más “salvaje” ni “natural”, sino un
jardín acechado por el humano, por una parte,
y por otra, lindero que la mirada “naturalista”
identiica entre los dominios de la cultura y
aquellos de la Naturaleza. Medios como el
manglar o las sabanas litorales (Rostain, 1994),
largo tiempo considerados como repulsivos,
llevan la huella de culturas que poblaban y de
la asociación trans-especies(trans-espacial?)
de los “earthmovers” en la producción de los
paisajes (McKey et al., 2010; Rostain, 2012).
Estas competentes agriculturas pudieron
alimentar ciudades reinadas y desarrolladas,
(Heckenberger, 2003). Las construcciones
cientíicas, largo tiempo consideradas como
nacientes y “formativas” de una modernidad
reservada a la “Europa de las Luces” aparecen
en su sorprendente complejidad y su perfecta
eicacidad. Sin el menor respeto por la
“modernidad europea” defendida en París18, la
NASA emplea la matemática Maya y traduce
luego sus resultados en números árabes
reconociendo de una sola vez, las escalas de
competencia de los dos sistemas. Finalmente,
la crisis global actual del sistema de producción
capitalista, trae consigo la destrucción
anunciada de toda la civilización “moderna”
y una crisis ecológica sin precedentes obliga a
releer en términos de competencia ecológica los
conceptos de “modernidad” y de “desarrollo”
cuando se los aplica a la Amazonía. ¿Puede
aún el naturalismo ser pensado como una
modernidad del animismo?
No diremos que el geógrafo francés será más
sectario que el geofísico de la NASA. ¿Qué
enseñanzas puede sacar el cartógrafo de las
concepciones amerindias? Lo más importante,
en mi criterio, concierne a la circulación de la
energía entre el polo Norte y el polo Sur, y el
uso que las sociedades urbanas pueden hacer
de ella.
La reivindicación de una competencia para
identiicar y utilizar las corrientes de circulación
energética forma parte del bagaje de numerosos
pueblos nómadas. Esta antigua antífona es
retomada en la actualidad por una retórica “neo
india” que identiica al “New Age” con un
viraje magnético: “De ahí vendrán y de aquí saldrán
las energías que pasan por esta serie de montañas, seguía
con el dedo el camino que pasaba por China, subía
la parte oriental de la antigua Unión Soviética y se
dirigía hacia Alaska. De ahí, descendió su dedo por las
Montañas Rocosas del Pacíico Norteamericano, bajó
hacia México, continuó hacia Guatemala y el resto de
América Central hasta detenerse en Panamá. Fue allí
que abrieron su trinchera, dijo, allí que cortaron a la
Tierra Madre, y es por causa de esto que la energía no
puede ya continuar y que retrocede, ahora” (Barrios,
2004: 82-83).
Reclus, quien vivió en la Sierra Nevada de
Santa Marta, con los Indios Kogis, no puede
sino ser sensible a la noción de circulación de
la energía terrestre, de geomagnetismo. En
la Geografía Universal (1894), establece un
nexo cartográico entre las líneas “agónicas”
geomagnéticas, la orientación de los valles
Apalaches y las pirámides de Ohio.
“El meridiano de declinación magnética, llamada
también línea “agónica” o sin declinación, pasa
oblicuamente a través de los Aleganies: desde la
época en que comenzaron los estudios precisos sobre
los movimientos del magnetismo terrestre, siempre
se reconoció a través de esta cadena montañosa la
coincidencia exacta entre el norte de la brújula y el norte
del mundo” (Reclus, 1892: 153).
Para ilustrar su propósito da el ejemplo de una
carta del Este de los EEUU, que luego pasa a
escala continental para establecer un nexo entre
Ohio y México. “Acaso no existe una transición
gradual en el modo de arquitectura de los montículos de
Ohio, pirámides de ladrillo seco que se hallan en Nuevo
México y Arizona y cuyo tipo perfecto está provisto por
los templos Aztecas y Mayas en Anahuac y Yucatán?”
(Reclus, 1892: 36).
El degüello energético descrito por el Don Juan
de Carlos Barrios no es entonces un concepto
extravagante para el geógrafo, es la obra
madura de la geografía francesa. Para Reclus,
21
duda una utilización de la dimensión energética
del sitio. El conocimiento de los principios de
geomagnetismo parece implícito en la historia
de Manco Cápac, a quien Viracocha, en la
isla del Sol en medio del lago Titicaca, habría
coniado una vara de oro aconsejándole meterla
en el suelo, con intervalos regulares mientras
subía hacia el Noreste al “valle sagrado”,
yendo y viniendo al hacerlo por el Meridiano
magnético hasta el Ecuador (Lézy, 2007). Allí
en donde, como lo anunciara el Dios vivo, la
vara se hundiría, la ciudad fue fundada en una
fosa de hundimiento que debió primero ser
rellenada antes de construirse los cimientos.
Tal vez el geomagnetismo permite resolver
ciertos enigmas dejados por los constructores19
de las ciudades andinas, mexicanas y de todo
el meridiano magnético terrestre, que parece
haber atraído como miel a las civilizaciones
urbanas pre-modernas.
El geomagnetismo es el que organiza la
circulación de los luidos y crea, alrededor del
Ecuador grandes células de circulación alrededor
de los escudos, en las grandes Llanuras o en el
Caribe. La comprensión del funcionamiento de
estas vastas células que funcionan al igual que
tanto territorio, determinan la sobrevivencia
del grupo de cazadores recolectores o de
pescadores. La distribución de las lenguas en la
Amazonía precolombina (COE) muestra tres
espacios distintos: el escudo de las Guyanas,
cuyo centro está ocupado por los Karib y la
“Ribera”, retomando el término de Vidal, por
los Arawaks; el escudo brasileño cuyo centro
habla lenguas Gê y la costa, idiomas Tupi; y
para terminar el arco andino cuyo altiplano son
el Quechua y el Aymara y el borde amazónico
Shuar.
Todo parece indicar que las sociedades
precolombinas no están organizadas siguiendo
un pensamiento centralizador de dominio
de una cuenca vertiente mayor y la ijación
de los límites en las líneas de división de las
aguas. Las sociedades agrícolas y urbanas que
ocupan el centro, en este esquema comparable
al modelo parisino, protegidas y/o amenazadas
por los marquesados de los pueblos guerreros,
Botocudos, Shuars y Karibes colgados 1000
m más arriba en sus escudos o en el rellano
andino. La imagen cartográica de una
“Amazonía”, refugio de los bosques vírgenes
y de los desgastados mitos es una producción
colonial destinada a justiicar su apropiación
exclusiva o casi por Brasil, luego la destrucción
de las sociedades, paisajes y biodiversidad
locales. Entonces, ella no sirve de nada en la
la forma meridiana de América constituye un
bloqueo para la circulación de la energía, de la
materia, de los hombres y de las ideas, y por
ende para el advenimiento de la globalización.
La identidad regional, étnica, cultural de
América debe ser sacriicada en beneicio de
la formación del Nuevo Hombre Universal.
Siguiendo los consejos de su Hermano Eliseo,
Armand Reclus establece los planos del canal
de Panamá, el lugar “predestinado” para dejar
pasar los movimientos circumterrestres gracias
a una excavación en la cual Reclus percibe
claramente la dimensión mística: “Un nuevo
pueblo surgido de repente de entre los otros pueblos, y
de todos, el más poderoso. Sin embargo, es por causa
de este desplazamiento, por importación del Antiguo
Mundo, que esta prodigiosa transformación se realiza:
debemos ver allí ante todo un fenómeno de la historia
de Europa, cuyo dominio, demasiado estrecho, debió
ser agrandado más allá de los mares. En cuanto a los
habitantes primitivos de América, estos no tuvieron en
la evolución de donde surgió la república federada, sino
un rol pasivo. Como en las ceremonias antiguas, fueron
sacriicados en el altar” (Reclus, 1982[1905-1908]).
Desde 1965 contamos con buenas cartas
de geomagnetismo y estudios recientes han
permitido precisar los nexos genéticos que unen
los fenómenos magnéticos y el movimiento
de las placas tectónicas (o de corteza, según
el modelo propuesto por Rousseau, 2005).
El alineamiento de los cratones graníticos
americanos, aquel de las Rocosas y de Los
Andes, no siguen por azar al Meridiano
magnético (Declinación cero). Son su resultado
directo. El funcionamiento del meridiano
magnético es el que explica la simplicidad de
la estructura geológica americana: una retahíla
de viejos cratones, pedazos separados del
primer supercontinente de Rodinia, en donde
la vida, en el Vandien y en el Cámbrico, tomó
la variedad alucinante de formas descritas
por Burgess. Avalonia, Laurencia, Anti-Ilha,
Guyana, Brasilia y Patagonia; alineados como
en desile, limitados por la subida de las
montañas terciarias y inalmente reunidos por
los conos de deyección que evacúan hacia el
Este los desechos de la erosión concomitante.
Una energía capaz, como la fe, de alzar montañas
parece haber guiado también la construcción de
los paisajes rurales y urbanos. La localización
de Cuzco en la intersección del Ecuador y
del Meridiano magnético, la orientación del
palacio central Qoricancha, el corte de la
ciudad en cuatro sectores y del país mismo en
“Tawantin Suyu” (cuatro partes del Mundo)
traducen claramente un conocimiento y sin
22
facilitación de la comprensión de los lazos
entre sociedades y paisajes anteriores a la
colonización europea.
Por ende, parece importante limitar su uso
a la representación de los eventos y de los
objetos o asuntos posteriores a la colonización,
producidos en un marco considerado
progresivamente como “amazónico” y
aferrarse a contextualizar los asuntos anteriores
en relación a los grandes conjuntos insulares
que son la Guyana Grande, el escudo del Brasil
y el archipiélago colgado de los Andes. El
reconocimiento de la “verticalidad”, apreciada
por John Murra 1978) permite visualizar
vastos conjuntos dinámicos que comparten, de
la circulación tectónica a aquella de las ciudades
humanas, el recurso a una energía común: el
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in the Southern Amazon, AD 10002000. Routledge: New York.
23
retorno, el in del mundo, el errar en “el valle
de las lágrimas”. Al superponer la periferia y el
centro, quiere destruir el círculo. En lugar de
una implosión, es una explosión que siguió su
viaje, signo del cambio magnético provocado.
2
6400 kilómetros. El Nilo, con sus 6700 km
surge de la reunión artiicial de varios cursos de
agua africanos mayores.
3
Una desembocadura de más de 800 km de
ancho, 80 metros de profundidad aún en
Manaos, 130 en Obidos. La marea sube más de
1000 km. El caudal de agua sobrepasa a menudo
los 200 000 m3/S en la desembocadura dejando
atrás a su delfín de aguas dulces, el Congo y sus
41 000 m3/S.
4
Google, (Deiniciones Web) precisa que este
matiz atañe a la “hidrografía franco hablante”.
5
El artículo primero de la Ley del 22 de
diciembre de 1789 relativo a la constitución
de las asambleas primarias y de las asambleas
administrativas estipula: “Se hará una nueva
división del reino en departamentos, tanto para la
representación como para la administración”.
6
El artículo diez de la ley del 22 de diciembre
de 1789 precisa: “No existe en Francia distinción
de orden; en consecuencia, para la formación de las
asambleas primarias, los ciudadanos activos se reunirán
sin ninguna distinción, del estado y condición que
fueren”.
7
José Maria da Silva Paranhos Júnior
(1845=1912), Barón de Rio Branco ministro
de Relaciones Exteriores brasileño entre 1902
y 1912.
8
La publicación de la “carpeta” vidaliana sobre
el Río Vincent Pinçon, que no supo convencer
al arbitraje suizo, permitió a su autor obtener la
primera cátedra de Geografía, en la Sorbona.
9
Why Not? Las mismas cuencas sedimentarias
en Londres y París, los mismos paisajes
d’openield desde el siglo XI… Intercambios
económicos, políticos tan intensos que una
región transfronteriza terminó formándose en
las comisuras de Europa.
10
Para penetrar esta “vida salvaje” más que en
Rufin y son demasiado Rojo Brasil hallaremos
nuestro Viernes en Franck Lestringant (1990).
11
“Bajo la acción del Espírtu Santo prometido a la
Iglesia, por las palabras de Cristo que pronuncia el
sacerdote, actuando “en la persona del Cristo”, el pan y
el vino se vuelven verdaderamente el cuerpo y la sangre
del Cristo. Guardando siempre su apariencia ordinaria,
no son más pan y vino sino el Señor gloriicado,
invisiblemente pero realmente presente. Este cambio
cumplido por el poder de Dios, la Iglesia lo llama
“transubstanciación”” (Catecismo para adultos,
los Obispos de Francia: 253).
Reclus, Elisée, 1893, “Amérique du Sud : Les
régions andines. Trinidad, Vénézuéla,
Colombie, Ecuador, Pérou, Bolivie et
Chili (tome 18)” Nouvelle géographie
universelle: la terre et les hommes. Paris,
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University Press.
Soñando llegar al extremo Oriente por el
extremo Occidente, Colón no se contenta con
conirmar la globalidad del Mundo. Su objetivo
es inanciero, gracias al oro de Havillah, la
reconquista del Santo Sepulcro y entonces su
1
24
12
Una dedicatoria especial aquí a Neil
Whitehead (2002) y su prodigioso estudio de
los Dark Shamans, y del papel de la antropofagia
ritual en la construcción y mantenimiento de
las redes de senderos (Asanda) y de todo el
territorio Karib.
13
Puesto que “Vísus, táctus, gústus in te fállitur,
Sed audítur sólo tuto creditur” (Thomas de Aquino,
Himno Adoro te).
14
Courbet, “El Origen del Mundo” 1866.
15
A la función vaginal, matriz del Amazonas
corresponde la dimensión “anal” de la Guyana,
eterno oriicio del culo del Mundo organizado
como un burlete litoral circular alrededor de
una fosa de hundimiento central invadida por
los mitos de El Dorado y del Kanaïma - ej:
Vernes 1967, Bob Morane: “El cráter de los
inmortales” (Lézy, 2000).
16
La “tradición” invocada aquí apunta a la
Geografía francesa. Alfred Weber (“Über den
Standort der Industrie” 1909) identiicaba tres
factores mayores para el aparecimiento de
una ciudad industrial: los recursos naturales,
la población y los transportes. La civilización
industrial sitúa a la ciudad en un plano
horizontal (aquel del mapa) y privilegia las
relaciones con las otras ciudades de la misma
supericie (“Le Monde”).
17
Los Andes están poblados, señala
sorprendido, “a una altura casi invivible, a cuatro
km sobre el nivel del mar. De los niños que nacen en
estas tierras frías, los unos mueren prontamente, los
otros se quedan ciegos o sordos” (Reclus, 1893: 637).
18
La tentativa de Philippe Descola de relativizar
la universalidad del pensamiento europeo
haciendo una ontología de entre cuatro
(Descola, 2005) pudo, así ser tomada como
una fosa minada en las bases ilosóicas de la
colonización europea. Jean-Pierre Digard, se
apuró defendiendo “Esta Europa que a través de su
ontología, el naturalismo, se halla opuesta someramente
al resto del mundo, y conducida de manera expeditiva,
al banco de los acusados” (Digard, 2006: 423).
19
Cf. las experiencias de Edward Leedskalnin
en Florida.
25
26
Simposio “Todo sobre el Amazonía”
El proceso cartográico y la Amazonía.
El primer atlas del Perú, 1865
Jean-Pierre Chaumeil
CNRS, EREA/LESC, Francia
La obra geográica de Mariano Felipe Paz
Soldán1 es apreciada por los especialistas como
la más relevante del Perú decimonónico. En
1864, el ilustre estudioso compuso en Paris el
primer mapa completo del Perú republicano,
ilustrado con hermosas viñetas. Este mapa
fue saludado con gran elogio en el medio
académico de aquel entonces y fue premiado
en la Exposición universal de Paris de 1867.
Por su amplitud y por la calidad excepcional
de su impresión litográica, el Atlas geográico
de M. F. Paz Soldán debe ser apreciado como
una obra monumental Consta con más de 70
láminas a todo color y gran tamaño de los
cuales varias fueron litograiadas por primera
vez a partir de imágenes fotográicas captadas
por los fotógrafos Garreaud y Helsby.
En el Perú, a inicios de la República, se
vio la necesidad de realizar levantamientos
topográicos y mapas con miras a delimitar
las fronteras del país y fomentar un nuevo
ordenamiento territorial: motivo del atlas
de Paz Soldán, primero en su género. Sin
embargo, a pesar de su importancia e innegable
prestigio, esta obra publicada en 1865 nunca
fue reeditada. En 2012 decidimos con todo
cumplir con esta tarea en una coedición
asociando la Universidad Nacional Mayor de
San Marcos, el Instituto Francés de Estudios
Andinos y La Embajada de Francia en el Perú
(Chaumeil & Delgado, 2012).
Un atlas - con mayor fuerza cuando se trata
del primero - representa de hecho mucho más
que un simple compendio de conocimientos
geográicos, sino que da a conocer (nombra,
delimita) por primera vez un espacio,
haciéndolo “nacer” en una suerte de puesta en
escena que participa activamente en la manera
en que se construye y se percibe un país o una
nación. Se puede entonces profundizar cual ha
sido el papel de la cartografía en este proceso.
El atlas de Paz Soldán es una magniica
ilustración de dicho proceso que recuerda
en varios aspectos, como lo veremos, lo que
ocurrió con los primeros mapas jesuitas del
Alto Amazonas a inales del siglo XVII, que
dieron “nacimiento” a la Provincia de Maynas.
Recuerda también los procesos actuales de
mapeo emprendidos por diversos pueblos
indígenas amazónicos para delimitar sus
territorios. Con la puesta en mapa (el mapeo) en
los “planes de vida” elaborados por los propios
indígenas, se trata de dar forma e existencia
oicial a un espacio, y a su posibilidad de
apropiación. Estos planes de vida son fruto de
un trabajo participativo en el que las sociedades
indígenas expresan su visión para el futuro, y
por lo tanto constituyen el punto de partida
para la elaboración de su agenda política.
En la presentación del Atlas de Paz Soldán,
la parte correspondiente a la Amazonía es
relativamente ausente del documento en
término de datos por ser no solamente una
región poca explorada en aquel tiempo (Paz
Soldán se apoyo mucho en las obras y mapas de
Francis de Castelnau y de Antonio Raimondi,
por considerarlos entre las fuentes más
idedignas sobre Perú) sino por encontrarse a
fuera del “espacio civilizado” imaginado por la
elite criolla de la época. Si bien Paz Soldán vio la
necesidad de deinir fronteras y los cursos de los
ríos situados al este de los Andes, lo hizo desde
una visión hegemónica de la clase dominante
de entonces, es decir exclusivamente como vías
navegables y comerciales. Lo interesante es que
un siglo y medio después tenemos la misma
visión marginal de la Amazonía, percibida
como un desierto humano, pero también como
una zona explotable por sus riquezas naturales
a merced de las industrias extractivas (lo que
condujo, entre otros, a los trágicos eventos de
Bagua de 2009).
Emprenderemos entonces una breve lectura
de estos procesos que aclaran los modos de
producción de las imágenes (representaciones)
sobre los espacios amazónicos y sus límites.
Presencia de la Amazonía en el Atlas
La región amazónica esta representada en tres
27
mapas y aparece sobre tres viñetas que ilustran
el mapa general del Perú compuesto en 1864
(ig. 2). Las viñetas son reproducciones de
grabados publicados en el atlas de Francis de
Castelnau : « Vues et scènes recueillies pendant
l’expédition dans les parties centrales de
l’Amérique du Sud ‘1853).
Las viñetas - cuyo propósito era de mostrar
la diversidad física, cultural y económica del
país – focalizan sobre escenas que muestran
sucesivamente un paisaje de misión (Santa Rosa
sobre el rio Ucayali), de puerto (Nauta) y de
frontera (cuenca del río Yavari), tres elementos
claves en la visión amazónica de Paz Soldán:
1) el papel civilizador de las misiones, 2) la
navegación a vapor (Nauta era el último puerto
para los vapores que surcaban el Amazonas)
y 3) la cuestión fronteriza entre Perú y Brasil
que suscito varias comisiones mixtas de
demarcación para reconocer el curso del río
Yavari (Romero 1983: 26-28).
Con referencia a los mapas, la Provincia de
Loreto ocupa los dos mapas de mayor tamaño
del atlas en término de supericie, pero son
mapas “mudos” en término de contenido, sin
indicaciones excepto algunos nombres de ríos
y de grupos indígenas. Lo que es presentado
como un trazado de limite ija es en realidad
un limite desconocido, impreciso (leemos en
el mapa la anotación “limites desconocidos”
seguido con punteados). La denominada
“región de los bosques” ocupa por su parte
el 80% de la supericie del Departamento de
Cuzco, pero contrasta con su parte andina
(donde abunda indicaciones de lugares) por ser
también “mudo” (no explorado), es decir con
pocas indicaciones toponímicas.
Incluyendo este mapa “mudo” (pero con gran
formato) en el Atlas, M. F. Paz Soldán quería
revelar la importancia de un territorio “por
conquistar”. De cierta manera, Paz Soldán
“invento”, para decirlo así, este territorio a
través del atlas, ya que, como bien se sabe,
mapear y nombrar es hacer “existir”
Otro elemento llamativo del mapa es el trazado
de frontera. Recordamos que Paz Soldán ha
sido Presidente de la Comisión de demarcación
territorial de su país (Paz Soldán 1878).
A decir verdad, el mapa ofrece una visión
extraña de la frontera que no corresponde para
nada a la visión “oicial” reconocida por aquel
entonces. En efecto, el mapa ubica la frontera
con Colombia a nivel del río Putumayo al
norte (y no del Caquetá como se indicaba en la
mayoría de los mapas de la época) y con Brasil
no considera el tratada de 1851 que ijaba la
Fig. 3. parte oriental del mapa de la provincia de Loreto
frontera a Tabatinga (y no a la desembocadura
del río Putumayo).
No conocemos las razones que motivaron este
trazado –algo incomprensible para la época de parte de Paz Soldán: queda ahí un misterio
por investigar.
En todo caso, se trata de un mapa impresionante
que gozo de gran popularidad. Fue utilizado
en el sistema educativo peruano y tuvo por
décadas una enorme inluencia en el imaginario
geográico peruano (Cueto & Lerner, 2012:
62). La Amazonía estaba representada como un
espacio inmenso (pero “vacío”) que escapaba
casi por completo al control del Estado. Se
trataba más bien de la representación de un
deseo, de un fantasma y de una interpretación
nacionalista de la historia de los limites, que de
la expresión de una realidad (Cueto & Lerner,
2012: 62). Como lo apuntan los dos autores
citados (op. cit.), fue justamente después de la
28
a la Provincia de Maynas (Chauca, 2009),
y en particular el papel clave de los famosos
mapas de Samuel Fritz en la delimitación del
“territorio jesuita” frente a las incursiones
portuguesas y las rebeliones indígenas
Fritz elaboro varios mapas del Amazonas
(1689, 1690, 1691…) pero en 1707 se publico
el primer mapa grabado elaborado a partir del
mapa manuscrito de 1691 (ig. 4). El misionero
hablaba siempre en sus tentativas de “nuevo
descubrimiento del Amazonas”, lo que le
permitió “tomar posesión” en su nombre
(borrando de cierta manera la existencia de
los descubrimientos anteriores), de la misma
manera que Charles La Condamine se apropio
años después (1744) los mapas de Fritz para
volverse el “descubridor cientíico” del
Amazonas, apuntando de paso los errores de
los mapas jesuitas frente a la “exactitud” de su
trazado (Chauca, 2009).
Sea lo que fuera, en 1707 se publica el primer
mapa grabado de Fritz en el que aparece una
profusión de nombres de pueblos indígenas
hasta saturar el mapa. En comparación con
publicación de este mapa que el Perú empezó
a interesarse seriamente en el establecimiento
de su soberanía en la región amazónica y la
ijación de sus fronteras.
Siguieron de hecho una serie de exploraciones
por la región amazónica que empezaron con
los Trabajos de la Comisión Mixta de Limites
entre el Perú y el Brasil sobre el río Yavari
(1866), y sobre todo con las exploraciones de
la Comisión hidrográica para el estudio de los
ríos navegables de la hoya del Amazonas, bajo
el mando del Contralmirante Juan Tucker entre
1867 y 1873 (Raimondi 1879, Alayza y Pas
Soldán 1928, Romero 1983: 35-36)
De cierta modo se puede decir que este mapa
signiico la creación del Lugar “Amazonía” en
el imaginario nacional.
Cartografía jesuita y el nacimiento de
Maynas
Este proceso creativo de lugar recuerda
el papel de los primeros mapas jesuitas de
inales del siglo XVII que dieron “existencia”
Fig. 4. Mapa del padre Samuel Fritz (1707)
29
se podría caliicar de tubular en el sentido que
se encuentra ausente de referencias a lugares
o topónimos precisos (no nombran “sitios
sagrados, por ejemplo). Como muchos otros
pueblos amazónicos, piensan la “tierra” bajo la
forma de un árbol gigante acostado: su tronco
formando el río Amazonas y las ramas sus
aluentes. El elemento central y organizador
de su territorio es entonces un eje (el río), un
corredor de circulación sobre el cual los Yagua
dicen ocupar el “centro”, y sobre el cual se
desplazan o “deslizan”, si se quiere utilizar la
metáfora del tubo (Chaumeil 2011: 302).
Cartograiar y nombrar de nuevo se presenta
entonces aquí también como un proceso
de creación de territorios, o mejor dicho de
nuevos “territorios” antiguos (ancestrales), que
tienen ahora nuevos “dueños” reconocidos por
el Estado (los propios indígenas).
el mapa de Paz Soldán, no se trata de un
mapa “mudo”, por “conquistar”, sino todo lo
contrario: de un territorio “lleno”, nombrado,
conquistado, sometido (lo que, en realidad, no
era cierto)
En el mapa de Paz Soldán, tenemos el discurso
“imperial” de la conquista del territorio, en
donde los pueblos indígenas no tienen la
palabra ni mucho lugar, pero sí lo tienen los
recursos mineros y la idea de territorio como
zona de navegación y comercio. En el mapa de
Fritz, el territorio y los pueblos aparecen más
bien como si fueron sometidos, subordinados,
conquistados por la obra misionera. Si bien
quedaba mucho trabajo misionero por cumplir,
el mensaje era de establecer la existencia del
territorio jesuita.
Cartograia indígena
Seria ahora interesante examinar el proceso
actual de elaboración de mapas por los
propios indígenas con motivo de proceder
a la demarcación de “sus territorios”, como
lo permiten las nuevas Constituciones de sus
países respectivos. En efecto, desde la década de
los noventa, en el caso de los países amazónicos,
el proceso de ordenamiento territorial se dio
a través de la investigación indígena de los
denominados “territorios ancestrales”. La
investigación del territorio, su mapeo, el hecho
de nombrar (la gente, los lugares, la distribución
de los recursos, los desplazamientos ancestrales
y los denominados “sitios sagrados”, etc.)
son artefactos de “reconocimiento” de un
territorio ancestral. Lo “Ancestral” toma aquí
un signiicado particular como respaldo a las
reivindicaciones territoriales (Vieco et al. 2000,
Hugh-Jones 2012). Esta nueva cartografía
social indígena responde a la cartografía estatal
en sus propios términos (Hugh-Jones, op. cit.).
Sin embargo esta noción de “territorio”, tal
como se la entiende habitualmente – es decir
en cuanto espacio soberano con limites ijos
-, es una categoría estatal nueva para muchos
pueblos amazónicos que tienen o tenían
una percepción más bien “móvil” o reticular
del espacio, percibido como un recogido o
un espacio en proceso. Es así, por ejemplo,
que los nombres topográicos utilizados
por los Yánesha de la selva central peruana
para reconocer su “territorio” recuerdan
los caminos del héroe mítico Yompor Ror y
los sucesos que ocurrieron en estos lugares
(Santos-Granero 1998). Los Yagua, para citar
otro ejemplo, tienen una geografía mítica que
A manera de conclusión
Lo que se quiso enfatizar aquí, partiendo de
los mapas de Paz Soldán para luego llegar a
los mapas jesuitas y, inalmente, a los mapas
indígenas, es insistir en el aspecto creativo o
inventivo del proceso cartográico. Mucho
mas allá de su dimensión material, física,
técnica, el mapeo se asemeja a un proceso
de construcción o de creación de territorios,
que se trata de territorios por conquistar en la
visión estatal del primer atlas del Perú de Paz
Soldán, o en la perspectiva misionera de la
empresa jesuita (mapa de Fritz), como también
de “territorios ancestrales” apropiados por
los indígenas (mapeo social): son los mismos
mecanismos que se ponen en marcha. La ironía
de la historia, si se puede decir así, es que los
propios indígenas tienen ahora que “inventar”
(conquistar) su propio territorio (mapeandolo)
para conseguirlo y adueñarselo, como si se
tratarían de extranjeros recién llegados en sus
propias tierras.
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pendant l’expédition dans les parties centrales
de l’Amérique du Sud. Paris: Chez Bertrand,
30
Exteriores en el Gobierno de Ramón Castilla,
Director general de Obras Públicas, Presidente
de la Comisión de Demarcación territorial, etc.,
además miembro corresponsal de diferentes
Sociedades Geográicas de América y Europa.
A pesar que Paz Soldán fue sobretodo conocido
como historiador, sus trabajas en materia de
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Nacional de Colombia.
1
Mariano Felipe Paz Soldán nació en
Arequipa el 22 de agosto de 1821. Abogado
de formación, tuvo diversos cargos oiciales
tales como Ministro de Guerra y de Relaciones
31
32
Simposio “Todo sobre el Amazonía”
Nomear o seu Universo
(e cada povo se torna, sem saber, muito egocêntrico…)
Françoise Grenand
Centre National de la Recherche Scientiique, Caiena, Guiana francesa
• a cor da madeira:
Violeta = Pau roxo (Peltogyne spp.)
• a morfologia do fruto:
Açai chumbinho (Euterpe controversa)
• um comportamento:
Girassol (Helianthus anuus)
• um uso:
Pau d’arco (Tabebuia serratifolia)
• uma referência à mitologia:
Palma de Santa Rita (Gladiolus spp.)
A necessidade e a alegria de nomear é
universalmente difundida. 1,2 Por toda parte
encontramos essa aspiração metafísica, sempre
renovada, traduzida em nomenclaturas que, em
todos os domínios do conhecimento, ordenam
os animais, as plantas, as rochas, os utensílios,
os materiais, as cores, os astros e mesmo
os deuses. Pois viver em sociedade não seria
possível sem um mundo ordenado. Cada povo,
por causa de sua história, de sua língua, de sua
cultura e de seu ambiente, é único; assim, ele
forja, detém e transmite às suas crianças uma
visão do mundo culturalmente construída, e,
por isso, sempre singular.
Um dos trabalhos do etnólogo em uma dada
população se volta, por tanto, é primeiro tentar
a catalogação do acúmulo de saberes sobre o
universo. Em seguida, em destacar as redes, as
conexões entre os diferentes campos desses
conhecimentos cruzados. Dito de outra forma,
compreender como funciona, na sincronia, esse
tipo de capital-saber. Retomar, na diacronia, o
desencadeamento que conduz a essa tela de
fundo do conhecimento comum.
Nomear, por isso classiicar
A im de estabelecer sua nomenclatura, as
populações tradicionais consideram as coisas
vivas não somente nelas mesmas, mas também
na relação que elas elaboram com o que se
assemelha a elas e com o que se diferencia
delas, e com o que essas populações irão fazer
dessas coisas; é assim, como diz o conde de
Buffon em sua História Natural no artigo
Animais carniceiros (1758, tombo 7), “que se
pode chegar a um conhecimento real” e “se
elevar a um princípio geral”. E esse último ato,
para a maioria das populações tradicionais, se
desenvolve na mitologia, ou melhor dizendo,
no simbolismo e não na evolução, pedra
angular do princípio classiicatório da ciência
ocidental contemporânea. No domínio da
fauna e da lora, em torno dessa mesma ideia
de partida da necessidade de agenciamento
do vivente, seu eixo não é uma hierarquização
integrada, mas o reconhecimento dos traços
pertinentes de que falamos. É por isso que,
muito frequentemente, as nomenclaturas
nativas são multidimensionais. Elas recorrem
aos critérios morfológicos, etológicos, edáicos,
tecnológicos, mágicos..., para conduzir ao
conhecimento perfeito que deve servir ao
Homem. É o célebre “Apesar de tudo, é preciso
comer” do sábio francês Georges-André
Haudricourt, que é necessário compreender
em seu sentido mais amplo possível. Com
efeito, esse conhecimento perfeito do
ecossistema passa pela nominação e agregação,
Nomear para conhecer
Tentemos compreender a atitude das pessoas
que procuram nomear uma planta ou um
animal. A sequência é a seguinte:
- observar para descrever,
- descrever para nomear,
- nomear para conhecer,
- conhecer não somente para utilizar, mas
também… para pensar.
Para nomear, deve-se observar. Da observação,
onde todos os sentidos são mobilizados,
deriva uma descrição. Porém, como mostrou
o linguista francês André Martinet (1970),
“toda descrição supõe uma seleção” dentro
da profusão dos critérios de descrição. Nós
escolhemos, frequentemente sem saber,
somente certos traços que nós podemos então
designar como pertinentes. Vejamos alguns
exemplos destes para plantas do Brasil:
33
não somente do que se come, do que possui
uma utilidade, mas também do que é venenoso,
e mais ainda do que não se come, do que não
serve para nada, do que se assemelha a uma
coisa sem ser completamente idêntico a ela...
Lévi-Strauss, em O Pensamento selvagem (1962)
conclui com sabedoria: “[A partir de exemplos]
que poderíamos tomar emprestados de todas as regiões
do mundo, nós inferiríamos sem problema que as espécies
animais e vegetais não são conhecidas pelo fato de que
são úteis: elas são decretadas úteis ou interessantes
porque elas são primeiro conhecidas”.
Individualizados,
identiicados
segundo
contornos eminentemente culturais, os objetos
são, em seguida, segundo raciocínios também
culturalmente marcados, ordenados em
conjuntos superiores, pois nenhum espírito
humano pode englobar, mesmo por associação
de ideias ou por encadeamentos de traços
pertinentes, toda a realidade do vivente e retêla. É necessário fazer, em algum momento,
reagrupamentos, criar grupos, fechar conjuntos.
Por isso, vamos reter uma macro-variável, uma
noção-chave. Essa poderá ser:
- os animais que vivem no ar (os mamíferos
arborícolas e os pássaros),
- os animais de inverno versus os animais de
verão (os que hibernam e os outros),
- os animais de pele versus os animais de escamas,
- as plantas de alagados,
- as plantas para atar (cipós), etc.
É então um fenômeno associativo que é posto em
movimento, com um recentramento parcial
por patamar nas macro-categorias. Essas
macro-categorias, que são os níveis superiores
da nomenclatura indígena, não servem mais,
propriamente falando, para identiicar a espécie,
mas para repartir o vivente. Elas servem,
nós ensinou Claude Lévi-Strauss (ibid.), para
cogitar, especular, raciocinar, ilosofar. Elas
servem também para sonhar...
Na prática antropológica, ou seja, no exercício
de nosso trabalho de campo cotidiano, nós
observamos esses objetos, aos quais os
membros de um povo deram um nome. Com
sua ajuda, nós devemos encontrar em qual
conjunto, baseado em qual tipo de raciocínio,
essa palavra é arrumada junto com o objeto
que ela representa. Os linguistas falam em
isolar o par signiicante (a palavra) / signiicado
(o objeto). Mas ao fazê-lo, o que é um objeto?
Tentemos esclarecer esse problema com ajuda
de um exemplo inofensivo no domínio da
vastidão do cosmos. Não é todo o mundo
que conhece a constelação de Escorpião, mas
numerosos são aqueles que podem segui-la
com o dedo pela noite. Nós sabemos todos
que seus contornos, sobre a abóbada celeste,
ligam estrelas distantes por muitos anos-luz
zombando-se loucamente umas das outras.
Essa construção alegórica, pois é isso que ela
é, nós a herdamos da mitologia grega. Outros
povos, em virtude de outras tradições míticas,
elaboraram construções diferentes, às quais
são também dados nomes, retendo tal estrela,
rejeitando tal outra. Claude Lévi-Strauss, em O
cru e o cozido, (1964: 238-239), primeiro volume
da sua coleção das Mitológicas indígenas, nos
explica claramente como a nossa constelação
Escorpião torna-se “Grande Serpente”; o
Corvo européo vira a “Garça Voadora”;
Hércules, despedaçado, toma os contornos
do “Peixe Pacu”, enquanto os elementos do
Vaqueiro se fazem “Piranha”, esses dois peixes
enquadrando nossa Via Láctea, convertida
em “Tatu”. Por im, nosso Leão, amputado
de algumas estrelas, tomou o semblante de
“Caranguejo” (cf. Fig. 1).
Eis quem me autoriza a escrever que,
constelação ou outro, o objeto não é dado, mas
ele é criado, construído, através de um iltro
cultural. Torna-se mais claro que o etnólogo
é confrontado sem cessar não por realidades
intangíveis, mas por construções cognitivas?
Essas construções se apoiam sobre o uso que
é feito da língua por um pensamento, sempre
singular, que distinguiu (segregou) cada um
dos elementos do universo que o rodeia para
em seguida os amalgamar (agregar), para seu
próprio uso.
Classiicações Populares versus Taxonomia
Lineliana
Enfrentar os constantes e excitantes problemas
de contorno e determinação dos objetos e,
deste modo, de tradução e interpretação das
palavras, o trabalho do pesquisador se desenrola
no interior de um sistema de pensamento que
se formaliza a cada dia mais sob os seus olhos.
Com a exceção de que se trata de um sistema
diferente do seu e o qual, frequentemente,
ele não possui (ainda) o código de acesso. A
respeito da lora e da fauna, só depois de ter
identiicado os contornos de cada item é que ele
se sentirá no direito de fazer a correspondência
entre os elementos e os grupos que vão surgir
e a aqueles do sistema cientíico. A língua
latina atua aqui como uma simples codiicação,
uma língua franca. As designações cientíicas,
chegando ao inal da cadeia, ganham então um
inestimável valor, não somente por codiicar
34
o sistema de pensamento indígena segundo
as normas cientíicas ocidentais, mas também
aim de ganhar a capacidade de falar delas
para o mundo, e ainda aim de permitir a
comparação de diferentes sistemas entre si.
Compreenderemos que o binômio gênero
+ espécie não diz mais do que ele pode, e
sobretudo que ele não substitui jamais um
nome ou uma série de nomes vernaculares.
Uma ilustração mais explícita é fornecida pela
classiicação elaborada pelos Wayãpi, povo
indígena da Guiana francesa e do Brasil, para
os seus grandes carnívoros (cf. Fig. 2).
Ela se apresenta como um sistema misto,
a ser lido tanto verticalmente, como
horizontalmente. Assim, Animais opostos às
Plantas, Mamíferos aos Pássaros. Nos dois casos,
nós somos, de maneira absoluta, um ou outro.
Em uma leitura vertical: Animais na classe
superior, depois Mamíferos imediatamente
abaixo. Os grandes carnívoros são chamados
yawa e destacados em quatros grupos: várias
onças, vários pumas, a Lontra gigante ariranha
(Pteronura brasiliensis), e um número aberto de
monstros, que nós não discutimos aqui.
Nós vemos que os Wayãpi distinguem quatro
tipos de Onça onde a zoologia ocidental não
vê mais do que a única espécie Felis onca. Eles
distinguem também dois tipos de Puma só para
a espécie Puma concolor. Podemos mesmo ler, o
que não é errado, que eles classiicam dentro os
quatro tipos de Onça a Rã de Goeldi, Cunauaru
(Phrynohias resiniictrix). Para eles, como para
uma boa parte dos povos ameríndios, essa
rã é mágica. Ela pode, se assim o desejar, se
metamorfosear em Onça (Grenand, 1982). E
nesse caso, ela ruge, pois ela é uma onça (cf. Fig. 3).
Esse pensamento simbólico toma por base
uma observação muito ina dos animais, não
será surpresa constatar que a Rã porta um
vestido das mesmas cores que a Onça. Não nos
espantará mais, que sob sua forma anfíbia os
Wayãpi a classiiquem entre os batráquios e sob
a forma felina entre os felídeos.
Cada uma das classiicações indígenas
comporta, como já havia dito, traços singulares,
aliás, mais e mais numerosos gradativamente e
a medida em que se mergulha nos detalhes do
vivente. Em termos das grandes categorias, na
verdade, elas classiicam muito frequentemente
as grandes correntes de pensamento, as quais
os antropólogos podem seguir os meandros
e os redemoinhos de uma área linguísticocultural a outra.
É preciso ver que, mesmo se todos os dois, o
sistema de nomenclatura indígena e o sistema
da nomenclatura lineliana, têm pretensões
globalizantes e cosmogônicas, o sistema
cientíico é o fruto do movimento de ideias
sobre a evolução no pensamento ocidental e,
por conseguinte, tem fundamentos culturais,
em particular universalistas, abertamente
diferentes. Colocando-se em um ponto de
vista essencialmente hierárquico, ele privilegia
arbitrariamente e quase exclusivamente
(pelo menos na airmação do princípio, se
não na realidade), o critério de reprodução
sexuada. Lembramo-nos então do gracejo de
Haudricourt que lançava algumas vezes nas suas
aulas: “A botânica é a etnobotânica dos botânicos”.
Recolocado na trajetória geral das ideias no
Ocidente, a história cultural da taxonomia,
com os enfrentamentos dos estudiosos que a
marcam, não poderia sair errado.
Vocabulário-relexo
As riquezas do ecossistema e as maneiras como
elas são percebidas conduzem, em cada cultura
humana, à elaboração de um sistema de valores
próprio a cada uma; ele é feito por ela e para
ela, ele é único. Isso vai se reletir naturalmente
no léxico. É por isso que o linguista norte
americano Edward Sapir (1921) fala belamente
de “vocabulário relexo”. As variações da
realidade vão, ipso facto, fazer variar o léxico
botânico e zoológico de um povo a outro.
Alguns exemplos tombam sob o signiicado.
• Vejamos os exemplos positivos:
- o arroz, cereal de base para numerosos povos
asiáticos, dão lugar em suas línguas a uma
profusão de termos;
- o universo branco de neve entre os Inuit fez
nascer entre suas diferentes línguas mais de
cem palavras diferentes para os diversos tipos
de gelo;
- a importância econômica do coco entre os
Tahitianos os conduziu a uma extraordinária
riqueza em termos concernentes a todos
os aspectos (botânico, econômico, cultural,
metafórico...) ligados a essa palmeira mais que
a qualquer outra planta;
- o reinado conhecimento que os Pigmeus têm
do elefante é reencontrado em seu vocabulário
onde eles detalham com prazer esse gigante de
seu universo;
- enim, a tradição da caça “à courre” com
cavalos e cães, na França, nos gratiica de uma
marcada inlação dos termos entorno dos
cervídeos, não somente de sua morfologia, mas
da arte de caçar.
35
Três mundos, três discos de terra, se sobrepõem
no cosmos (cf. Fig. 5). Sob o mundo superior,
ocupado pelos urubus de duas cabeças, o
mundo dos Humanos ocupa uma posição
central. Ele é coberto pela grande loresta, na
qual são abertas as clareiras para as roças e
para as aldeias; ele é clareado alternadamente
por duas entidades masculinas: Sol, Kwalai
e Lua, Ya’i. Sobre uma margem do mundo
existe uma árvore gigante, na qual temos que
subir para alcançar a ramiicação principal dos
galhos: ali se encontra uma abertura, início de
um gigantesco tobogã dando diretamente no
mundo de baixo.
Abaixo, desembocamos no mundo subterrâneo,
clareado pelos mesmos Sol e Lua embarcados
em curso eterno. Dito de outra forma, quando
se faz noite no nosso mundo, faz-se dia
embaixo. Esse mundo, também coberto pela
grande loresta, é habitado por seres fabulosos:
os wo’o. Os homens, frequentemente xamãs,
que se arriscaram a lhes encontrar, assimilamlos como Preguiças gigantes e canibais.
Esses mesmos monstros qualiicam os Homens,
suas presas potenciais, de yupala, Juparás (Potos
lavus). Eles matam os adultos e fazem de
seus pequenos, as nossas crianças, animais
domésticos para sua própria progenitura. Aliás,
assim fazem os Homens com os pequenos
macacos et pequenas preguiças quando eles
matam uma mãe em uma caçada. Dito de
outro modo, rabaixando-os ao nível da caça e
do animal de companhia, as Preguiças gigantes
roubam os Homens da sua qualidade de seres
humanos e não lhes deixam outra alternativa
que a de serem animais, obrigando-os a uma
sábia e salutar humildade: ser Homem não é
mais do que um dado subjetivo, subordinado
ao olhar daquele que vos avalia, animal ou
homem.
Enim, eu não resisto de provocar nossa
consciência supondo que o Homem,
nas Américas, provavelmente tenha sido
contemporâneo do Mylodon (Megatherium sp.),
uma preguiça gigante (Ramirez Rozzi et alii,
2000). Sua extinção pode ter sido transmutado
pelo pensamento mítico em uma descida ao
mundo subterrâneo.
As palavras que viajam
Eis aqui que introduzimos a viagem das
palavras. Por ocasião de uma migração, um
povo leva com ele um tesouro lábil, frágil,
impalpável: sua língua. A medida que mudam
as paisagens, mudam também as realidades a
nomear (Grenand, 1995a, 1995b). É assim que
certas palavras se tornam de fato palavras vazias
de sentido (os linguistas falam de signiicante
sem signiicado); entretanto novas entidades
têm a necessidade de serem nomeadas. Então,
é tentando se servir dessas cascas vazias que
são as palavras que não se referem mais a
qualquer realidade concreta, para vestir de um
nome antigo os novos objetos. A propósito
desses novos objetos, ainda não-nomeados, os
linguistas falam desta vez de signiicante sem
signiicado. Percebemos que, é escolhendo um
traço semântico, pertinente segundo o povo
em questão, que vai ser selecionado um termo
tornado obsoleto, para nomear uma realidade
nova, tornando-se, assim, um termo reavivado.
Existe também, realidades simbólicas, tão fortes
que são partes integrantes do pensamento
comum d’um povo. Para viver no patrimônio
social, estas realidades precisam encostar-se
em objetos reais. Tal é o caso da palmeira do
Dilúvio para os Wayãpi e numerosos outros
povos Tupi-Guarani (cf. Fig. 4). O que é isso?
Uma palmeira ajudou um dos antepassados
a escapar ao Dilúvio. O homem refugiou-se
acima de uma palmeira. Mas a água ainda subiu.
Então o tronco da palmeira subiu cada dia um
degrau, mantendo o homem fora da água. As
atuais cicatrizes no tronco são a prova da ajuda
desinteressada da palmeira.
Então o dado básico era de escolher uma
palmeira com cicatrizes das antigas palmas
muito visíveis sobre o tronco. Os Guarani
escolheram Cocos romanziofiana, nomeado pindo.
Hoje, no inal de uma migração plurissecular
do sul para o norte, os Wayãpi, do mesmo
grupo linguístico, acharam Oenocarpus bacaba,
ainda nomeado… pino.
E o lugar do Homem nisso tudo?
Os povos amazônicos têm diversas opiniões
sobre essa questão essencial. Para alguns, tal
como os Araweté do Brasil, os homens são
deuses, decaídos certamente, mas deuses, no
entanto (Viveiros de Castro, 1986). Para outros,
e nós falaremos uma última vez dos Wayãpi,
o Homem é um animal. E a mitologia está ali
para lembrá-los.
Conclusão
Ela se impõe a ela mesma. É a noção de ponto
de vista que é essencial. Eu já havia dito: o
objeto não é dado, ele é criado; criado por
um ponto de vista, validado por uma lógica
especíica de construção cognitiva. Eis porque,
36
se icamos ao nível das classiicações, seria
totalmente ilusório esperar que a nomenclatura
latina recubra sem problema, sem vazio nem
inchaço, a nomenclatura indígena. Cada nome
indígena não pode possuir, ipso facto, uma
cobertura latina imediatamente identiicável,
simplesmente porque elas não têm o mesmo
ponto de vista. É aqui que Lévi-Strauss (1962:
28) conclui:
“Existem dois modos distintos de pensamento
cientíico, um e outro função não de estágios desiguais
de desenvolvimento do espírito humano, mas de dois
níveis estratégicos onde a natureza se deixa atacar
pelo conhecimento cientíico: um aproximativamente
ajustado aquele da percepção e da imaginação, e
outro descolado; como se as relações necessárias que
são o assunto de cada ciência – seja ela neolítica ou
moderna – pudessem ser atingidas por dois caminhos
distintos: um muito próximo ao da intuição sensível e
outro muito distante.”
O universo das ideias de Platão deixa iltrar
esta concepção segundo a qual as espécies préexistem. Aristóteles, apesar de ser seu aluno,
pensa exatamente ao contrário: as espécies
são uma criação do espírito. Epictetus, em
seu Manual (compilado por Arrianus, 125
AD), acrescenta: “O que perturba os homens,
não é a coisa por ela mesma, mas a ideia que
dela se fazem”. E desde então, o pensamento
ocidental oscila entre os dois, ainda que
Aristóteles parece ter a vantagem (Lercher,
1985). Será que a espécie existe fora da
sociedade que a isola? O nome latino nos leva
a crer que a planta ou o animal que está diante
nós é uma realidade cientíica. Se diz que “as
espécies são objetos naturais, não produtos do
espírito”. Ao mesmo tempo, bem sabemos que
os termos vernaculares são criações humanas
carregadas de sentido. Há mais de trinta anos,
a antropóloga francesa Marie Martin (1974) já
disse que as espécies botânicas, mesmo assim
deinidas através de uma linguagem extinta e
supostamente neutra, o latim, permanecem
ainda o produto de uma relexão classiicatória
fruto do cérebro humano. Sem dúvida esse
esforço procurou se aproximar de uma ordem
entendida pelos botânicos de cultura ocidental
como se fosse natural, mas as querelas entre
taxonomistas estão lá para provar-nos que
o natural lutua ao capricho dos modos, das
regiões, dos tempos, e que ele é, assim, iltrado
pela cultura. Como entre os Wayãpi, então...
Cada sistema é e demora única, criado por uma
sociedade para seu próprio uso, em função de
sua própria história e de sua visão de mundo.
Em face aos mil e um sistemas nos quais as
sociedades tentam conter o universo que as
rodeia, nos chocamos com o problema da
classiicação do vivente. Sem dúvida, como
para essa unidade emblemática que é a espécie,
é mais sábio concluir que cada solução é válida
apenas na cultura que, a um dado momento e a
um dado lugar, a isola.
Da Renascença ao século XVIII, os monstros
e os... anjos foram tratados nos livros de
zoologia, seja para airmar sua existência, seja
para duvidá-la.
Perguntamos assim, em nome de que os Wayãpi
renunciariam a ver sob a forma de uma Onça a
metamorfose de uma Rã...
Bibliograia
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37
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Introduction à l’étude de la parole, Petite
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Viveiros de Castro, Eduardo. 1986. Araweté:
os deuses canibais, anpocs, Jorge Zahar /
ANPOCS, Rio de Janeiro.
Este texto é uma nova versão revisada de um
primeiro trabalho publicado in Peut-on classer le
vivant ? Linné et la systématique (D. Pat, A. RaynalRoque & A. Roguenant éds, Belin, Paris, 2008 :
119-130), e traduzido em 2009 por Joana
Cabral de Oliveira in Cadernos de campo, n°18 :
237-249, USP, São Paulo).
2
A autora sinceramente agradece o Institut
Français d’Études Andines (Lima, Pérou) pelo
convite.
1
38
Simposio “Arcaico”
Recolectores del Holoceno Temprano
en la Floresta Amazónica Colombiana
Gaspar Morcote-Ríos1, Francisco Javier Aceituno Bocanegra2 & Tomás León Sicard3
1
Instituto de Ciencias Naturales-Universidad Nacional de Colombia
2
Departamento de Antropología-Universidad de Antioquia
3
Instituto de Estudios Ambientales-Universidad Nacional de Colombia
Introducción
Antecedentes Arqueológicos
A inales de la década de los 80 del siglo
pasado, Headland (1987) y Bailey et al. (1989)
plantearon la hipótesis que las selvas húmedas
tropicales no fueron ocupadas tempranamente
por grupos cazadores-recolectores. Esta idea
fue desvirtuada 3 y 6 años después, por los
datos arqueológicos que en ese momento se
estaban generaron en las selvas de Panamá
(Cooke & Ranere 1992), Brasil (Rooselvelt
1996, Imazio 1994) y Colombia (Cavelier et al.
1995, Morcote 1994, Morcote et al. 1996).
Recientes estudios relacionados con la
diversidad de especies de árboles en la cuenca
amazónica evidencian su alta diversidad,
estimada en 16ooo especies de las cuales 227
cuentan con una alta abundancia de individuos
llegando a ser grupos hiperdominantes, siendo
las palmas uno de los mayores grupos con una
alta representación (ter Steege et al. 2013). Entre
los primeros 100 taxones hiperdominantes se
encuentran las especies de palmas donde sus
frutos son comestibles, por ello es pertinente
preguntarse: si los grupos humanos quienes han
vivido hacia inales del Pleistoceno y durante
el Holoceno en la cuenca amazónica, como
lo demuestran los yacimientos arqueológicos,
fueron uno de los factores fundamentales
que han incidido en la alta representación de
las palmas, particularmente aquellas con un
valor alimenticio. Estudios arqueobotánicos y
etnográicos podrían contribuir a dilucidar este
interrogante: ¿cuál fue el verdadero rol de los
grupos humanos que han estado viviendo en el
Bh-T amazónico desde inales del Pleistoceno
y durante todo el Holoceno?
Para este escrito nos centraremos en los
resultados cronológico, estratigráico y
arqueobotánico (semillas arqueológicas y un
estudio preliminar en almidones procedentes
en instrumentos líticos procedentes del Corte
1 y del sur del Corte 2) de Peña Roja.
Los estudios arqueológicos en el sitio de Peña
Roja se iniciaron hacia 1986-1992 con un
equipo de arqueólogos colombianos liderado
por I. Cavelier, L. F. Herrera, S. Mora & C.
Rodríguez, quienes junto con estudiantes de
varias universidades desarrollaron el proyecto:
Ecología y Cultura en el Medio río Caquetá. Su
objetivo era estudiar las Terras Pretas y los grupos
humanos precolombinos asociados a estas. Es
en la temporada de campo de 1991, cuando
se descubre casualmente la existencia de un
yacimiento asociado a cazadores-recolectores
en la terraza de Peña Roja; su estudio derivó
en 5 tesis: pregrado: a. Morcote (1994) con el
estudio de semillas arqueológicas; b. Llanos
(1995) quien estudia los artefactos de molienda;
maestría: a. Saunaluoma (1996) donde se
estudia la industria lítica; y las tesis doctorales.
a. Mora 2000, la cual recoge, sintetiza y analiza
los resultados de los anteriores trabajos. Esta
tesis posteriormente es publicada por Mora
(2003); b. Archila (2000) quien estudia la
selección de maderas por parte de los grupos
humanos tempranos de Peña Roja.
Área de Estudio: La Terraza de Peña Roja
La Terraza de Peña Roja de origen de inales
del Pleistoceno y donde se ubica el yacimiento
arqueológico, se encuentra a los 0°39'39"S;
72°04'59" W y 0°39'44.6"S; 72°04'59.1" W;
tiene una longitud de 315 metros; con una
altura de ~6 metros sobre el nivel del río (en
aguas altas) y 103 m sobre el nivel del mar; se
encuentra en la margen izquierda aguas abajo
del río Caquetá-Japurá a 40 km de los poblados
de Araracuara y Pto. Santander y a 500 km
de otra población multiétnica colombiana
limítrofe con Brasil: La Pedrera. Adyacente
a la Terraza se encuentra una formación de
colinas de 60 m de elevación, caracterizada por
39
El resguardo indígena de Peña Roja está
habitado actualmente por familias indígenas
Nonuya o “Gente de Achiote”, quienes fueron
diezmados y desplazados por las caucherias
en las décadas del 20 y 30 del siglo XX de su
territorio ancestral, ubicado en el interluvio
de los ríos Igaraparana y Cahuinari (Amazonia
colombiana). Hacia 1974 algunos Nonuyas,
entre ellos, la familia Moreno (Elías y José) se
trasladan a Puerto Arturo en Araracuara y es en
1982 cuando se instalan deinitivamente con sus
respectivas familias en la terraza de Peña Roja,
la cual se encontraba con una selva madura
caracterizada por la presencia de arboles altos
y gruesos (com. pers Elias Moreno & Virgelina
Gómez). La información suministrada por
algunos de ellos, indica que en esta zona, sus
pobladores “originales” eran los Carijona que
habitaban la banda norte y Andoke asentados
en la banda sur del río Caquetá.
una composición de arenas ricas en cuarzo que
tienen una edad de 25 Ma del Mioceno (Hoorn
et al. 2010) (Figura 1 y Figura 2).
El río Caquetá como se le denomina en
Colombia es de origen andino, aguas con
altos niveles de sedimento en suspensión
(aguas barrientas), un patrón sinuoso y con
la presencia de raudales, conocidos por los
indígenas como chorros, los cuales se localizan
desde Araracuara hasta La Pedrera y que son
parte importante en los grupos étnicos que
viven allí como elementos geográicos de
control territorial, manejo del recurso pesquero
y el control chamanístico.
Estudios ecológicos indican que actualmente
en la región existe una cobertura de Bosque
húmedo tropical (Bh-T) con precipitaciones
entre 3053 mm, las cuales alcanzan sus
máximos valores en los meses de mayo a julio y
en los meses de diciembre a febrero con lluvias
bajas y una temperatura promedia anual de 25o
C (Duivenvoorden & Lips 1993).
Características similares en la composición
lorística, establecidos por los escasos estudios
palinológicos, Urrego (1997) y Giraldo et al.
(2006), establecen que condiciones semejantes
predomina también a inales del Pleistoceno
(11000 AP) y se mantienen durante todo el
Holoceno con algunos intervalos secos.
El yacimiento Arqueológico de Peña Roja
Prospección y Excavación
En las temporadas de campo de 2012 y 2013,
realizamos en la terraza de Peña Roja, la
excavación de cuatro (4) cortes arqueológicos
y tres (3) periles modales adyacentes
al yacimiento arqueológico así como el
Fig. 3. Muestreo y excavaciones en Peña Roja (Caquetá – Amazonia colombiana).
40
levantamiento de suelos que incluyó dos
tipos de densidad de muestreos: una, a partir
de transectos paralelos a la corriente del río y
observaciones y descripciones cada 20 metros
para deinir los límites de la Terra Preta y otra,
de tipo radial a partir del Corte 1 cada 5 metros
a in de delimitar el área asociada a la ocupación
de recolectores antiguos en la terraza (Figura
3). Los cateos, realizados con barreno hasta
1.25 metros de profundidad, incluyeron
color, textura, profundidad, reacción al NaF y
presencia cultural. En conclusión se realizaron
13 transectos y 60 cateos.
separación y nomenclatura de horizontes
(profundidad), registro del color utilizando
la tabla Munsell y valoración de textura,
estructura (tipo, grado y clase), consistencia,
actividad de organismos, presencia de raíces,
límites y reacción al luoruro de sodio (NaF)
como una forma de identiicar sustancias
amorfas. Además, se anotaron las referencias
relativas a la presencia o no de instrumentos
líticos y vestigios de cerámica.
Para el peril Oriental se tomó una muestra
representativa de los horizontes A, Bw1 y Bw2,
además de tres muestras de los horizontes A y
Bw1 para fraccionamiento de materia orgánica
y otras tres de los horizontes A, Bw1 y Bw2
para determinar los porcentajes de retención
fosfórica. Los análisis de caracterización
incluyeron pH (relación 1:1 agua – suelo);
capacidad de intercambio catiónico por
extracción con acetato de amonio; bases
intercambiables (acetato de amonio 1 N absorción atómica); porcentaje de carbono
orgánico por el método de Walkley – Black;
fósforo por el método de Bray & Kurtz II;
retención fosfórica (%) por el método de
Blakemore; acidez intercambiable (extracción
con KCl para pH < 5,4) y textura por el
método de Bouyoucos.
En términos generales los suelos de la zona
responden al patrón general de origen y
evolución edáica en la región amazónica,
ampliamente descrito en la literatura
especializada. Esto quiere decir que los suelos
antrópicos, se originaron a partir de sedimentos
provenientes de la cordillera, ampliamente
trabajados por el intenso transporte luvial y
depositados luego en las supericies planas
que, posteriormente, sufrieron procesos
denudativos hasta diferenciar las áreas de
“Tierra Firme” de aquellas inundables (terrazas,
vegas, varzeas).
Muestreo de Cultura Material y Paleobotánico
El área de excavación del Corte 1 (0°39'39.6"S;
72°04'59.9" W), fue de 3x2 metros. Esta fue
dividida en cuadriculas de 1 m2, a las cuales se
les asignó en sentido de las manecillas del reloj
una nomenclatura alfabética (A-B-C-D-E-F)
que tenía como objetivo un control detallado
de todo el proceso de excavación y registrar
la disposición de los restos arqueológicos.
Fueron excavados 12 niveles, cada uno de 10
cm de espesor, llegando a una profundidad
de 120 cm, en la cual no había evidencias
culturales. Durante el proceso de excavación se
recuperaron restos de cerámica arqueológica
asociada a la tradición Nofurei y gran
cantidad de vestigios líticos compuestos por
instrumentos, desechos de talla y pigmentos
minerales entre otros (Figura 4-5).
Todo el sedimento de la excavación fue
procesado a través de cedazos de apertura
de 4 mm con el in de recuperar los restos
biológicos (fauna y lora) (Figura 6).
También fueron recuperadas en forma
manual semillas arqueológicas, las cuales
fueron debidamente registradas y empacadas;
posteriormente en laboratorio, de este conjunto
de semillas se seleccionaron tres (3) para su
datación cronológica (14C). Todos los periles
del Corte 1 fueron dibujados, fotograiados
y descritos sus respectivos horizontes. Del
peril sur, en un área sin alteración, se tomaron
muestras de suelos para los análisis físicoquímicos, canaletas de sedimento para los
estudios de itolitos y polen fósil (Figura 7).
Los suelos Asociados a Terra Preta y Recolectores
Antiguos
Los suelos pertenecientes a la Terra Preta de
Peña Roja, se ubican en la terraza antigua, en
una extensión aproximada de 3.2 hectáreas y
debajo de estos estratos se haya la ocupación
humana de mayor antigüedad que afectó
la terraza en aproximadamente 1.360 m2,
delimitada en sus costados por dos quebradas
y por el río Caquetá, sobre relieve plano
(pendiente 0-1%) (Figura 8).
Estratigrafía Y Cronología (14C)
El peril oriental del Corte 1 correspondiente
a la Terra Preta y a los estratos asociados a
los recolectores fue descrito siguiendo los
procedimientos adoptados por el Instituto
Geográico “Agustín Codazzi” descritos por
Cortés & Malagón (1984), los cuales incluyen
El peril oriental del Corte 1, esta sobre un relieve
plano (pendiente 0-1%) y sin evidencias de mal
41
drenaje, presenta un juego de horizontes Ap /
A / Bw1 / Bw2 / Bw3 igualmente de texturas
gruesas (arenosa a arenosa franca), espesores
entre 13 y 40 cms, coloraciones oscuras en
supericie a pardas y claras en profundidad
(Figura 9). Su descripción detallada se muestra
a continuación:
Localización: Peña Roja (Corregimiento de
Puerto Santander), costado izquierdo del
río Caquetá – costado occidental de la actual
cancha de fútbol (0°39'39"S; 72°04'59" W)
Geomorfología: Terraza no inundable
Relieve: Plano (pendiente 0-1 %)
Material geológico: Sedimentos aluviales
mezclados
Evidencias erosión: No hay
Vegetación natural: Selva húmeda tropical
Uso actual: Campo deportivo
Humedad edáica: Údico
Temperatura: Isohipertérmico
Drenaje natural: Bien drenado
Describieron: Tomás León Sicard – Gaspar
Morcote
Fecha: Septiembre 3 de 2012
Taxonomía: ¿Typic Plagganthrepts – Typic
Haplanthrepts?
plástica; abundantes poros medios y gruesos;
pocas raíces medias y gruesas; presencia de
carbón; reacción intensa al NaF. Límite gradual
e irregular.
Bw2
76 – 110 x cm Manchas irregulares 10YR2/2
en matriz Pardo amarillento (10 YR 3/4 a
4/4); textura arenosa; estructura débilmente
desarrollada en bloques subangulares medios a
inos; consistencia friable a suelta en húmedo,
no plástica y no pegajosa; abundantes poros
medios; presencia de carbón e instrumentos
líticos; escasas raíces inas; reacción intensa al
NaF. Límite gradual e irregular.
Bw3
76 – 110 x cm Pardo fuerte 10YR5/4–
5/6; textura arenosa franca; estructura
moderadamente desarrollada en bloques
subangulares inos y gruesos; consistencia
friable en húmedo, no plástica y no pegajosa;
abundantes poros medios y gruesos; con
alguna presencia de carbón e instrumentos
líticos; presencia de gravilla y cascajo; escasas
raíces inas; reacción intensa al NaF.
Este peril puede presentar algunas variaciones
relacionadas, esencialmente, con la posibilidad
de subdividir el horizonte A en otros dos (A1 –
A2) por intensidad de color (10YR 2/3 a 10YR
2/2), textura (que puede variar desde arenosa
a arenosa franca) y consistencia, que puede ser
friable y irme en húmedo.
Para el yacimiento arqueológico de Peña Roja
se conocía anterior a nuestro trabajo, veinte
(20) fechas de radiocarbono que evidenciaban
dos grandes momentos de ocupación, siendo
9250 AP, la fecha de mayor antigüedad asociada
a los primeros habitantes de Peña Roja (Tabla
1 y Tabla 2).
Recientes fechas de radiocarbono (14C), fueron
obtenidas del yacimiento arqueológico de Peña
Roja: cuatro (4) para el Corte 1 y cinco (5) para el
Corte 3, las cuales profundizan la temporalidad
de presencia de los grupos tempranos en esta
zona de la Amazonia (Tabla 3-4).
Las muestras datadas en su mayor parte
corresponden a semillas carbonizadas de
palmas que fueron enviadas al laboratorio de
Beta Analytic para su datación. La muestra
Beta-332853 asociada a la ocupación de mayor
antigüedad mostró tres posibilidades. Hemos
seleccionado la fecha que tiene el mayor
segmento temporal y que coincide también en
su rango con la cronología de 1 Sigma a 68%
de probabilidad.
Ap (0 – 10 cm): Pardo a pardo oscuro (10
YR 5/1-6/1); textura arenosa; estructura
débil en bloques subangulares inos a muy
inos – sectores sin estructura; consistencia
en húmedo suelta, no plástica; poros inos;
abundantes raíces inas; abundante presencia
de macroorganismos; sin reacción al NaF.
Límite abrupto y plano (este tipo de coloración
en este horizonte es causada por la exposición
directa del suelo a los rayos solares y al lavado
intenso producto de las lluvias, por lo tanto su
coloración origina es oscura (7.5 YR 2/1).
A (10 – 38 cm): Negro a Gris oscuro (7.5
YR 2/1); textura arenosa -franca; estructura
en bloques subangulares medios a gruesos,
fuertemente desarrollada; consistencia en
húmedo friable no pegajosa y no plástica;
abundantes poros gruesos; regulares raíces
gruesas y inas; abundantes vestigios cerámicos,
carbón vegetal y materiales líticos; abundante
presencia de macroorganismos; reacción
intensa al NaF. Límite abrupto y plano.
Bw1 (38 – 76 cm)
Pardo
amarillento
(10 YR 3/3 a 3/4); textura arenosa;
estructura débilmente desarrollada en bloques
subangulares medios a inos; consistencia
en húmedo friable a suelta, no pegajosa y no
42
Tabla 1. Fechas radiocarbónicas sin calibrar de Peña Roja, asociadas a los grupos agricultores y de TP
Tabla 2. Fechas radiocarbónicas sin calibrar de Peña Roja, asociadas a los grupos tempranos
Tabla 3. Corte 1. Fechas radiocarbónicas por AMS calibradas de Peña Roja (2012).
* Para la muestra Beta 332853 los resultados cronológicos de 2 Sigma (95 % de probabilidad) son: Cal 10110-10100 AP
/ Cal 9920-9660 AP / Cal 9650-9630 AP., y para 1 Sigma (68 % de probabilidad): Cal 9900-9700 AP
Tabla 4. Corte 3. Fechas radiocarbónicas por AMS calibradas de Peña Roja (2013)
43
partículas más pesadas y permitir la lotación
de los granos de almidón y otras partículas
como ibras vegetales. De la supericie del
sobrenadante se retiraron entre 3 y 4 ml, que
fueron depositados en un nuevo tubo de
ensayo. El último paso fue la disolución del
agua pesada y la concentración de los granos de
almidón en un tubo de plástico de 15 ml. Para
lograr la disolución o el lavado de la muestra
se añade agua destilada, se agita la muestra y se
centrifuga a 2000 rpm durante 15 minutos. Este
último paso se repitió cuatro veces para bajar la
densidad del agua y concentrar el residuo en el
fondo del tubo de ensayo. Del residuo inal se
montaron las placas portaobjetos y se procedió
a su observación en un microscopio óptico de
luz compuesta con iltro de polarización marca
Olympus CX-41 con aumentos entre 400 y
1000X.
Los granos de almidón fueron descritos
usando variables morfológicas y métricas
y fueron comparados con la colección de
referencia del Laboratorio de Arqueología de
la Universidad de Antioquia. La comparación
se basa en el número de coincidencias entre
las características de los granos de almidón
arqueológicos y los granos de especies
modernas (Babot 2007, Dickau 2005, Dickau
et al. 2007. Lentfer et al. 2002. Loy 1994, Perry
2004, Piperno 1998, Piperno 2006, Torrence
and Barton 2006).
En total se recuperaron 109 granos de
almidón, 62 en la mano de molienda y 47 en
la azada. Entre las dos muestras analizadas
hemos identiicado 56 granos de almidón
con características de Xanthosoma (especies
X. sagittifolium y X. violaceum); 30 en la mano
de molienda y 26 en la azada (Figura 11). Tres
morfotipos se corresponden con este taxón;
el primero se trata de granos pequeños, con
forma de campana, hilum céntrico y abierto.
La mayoría de las campanas son unifacetadas,
pero hay algunos granos con dos y tres facetas.
El segundo morfotipo son granos pequeños,
poliédricos y angulares. El tercero son granos
pequeños con forma de cuña, con hilum abierto
y céntrico. Morfológicamente, los almidones
de ambas especies son similares, por tal razón,
no podemos determinar de qué especie de
Xanthosoma se trata.
El género Xanthosoma pertenece a la
familia Araceae y agrupa a varias especies
neotropicales, algunas de ellas producen
pequeños tubérculos comestibles (Piperno &
Pearsall, 1998: 116). Para el Neotrópico, se ha
calculado un número de especies entre 30 y 40
Con los anteriores y los nuevos resultados
de radiocarbono, concluimos que los grupos
humanos de mayor antigüedad (recolectores)
que se asentaron en la terraza de Peña Roja
lo hicieron por un lapso de 1830 años (9920
a 8090 AP) y aquellos asociados a Terra Preta,
que de acuerdo a la cronología disponible,
estuvieron asentados en esta terraza por un
lapso de 1500 años, iniciando su presencia
hacia el año 1900 AP hasta el 385 AP. Estas
fechas evidencian que en la terraza de Peña
Roja no hubo ocupación humana durante
~6000 años. Este periodo no se maniiesta en
la estratigrafía del sitio probablemente por la
alteración signiicativa que hicieron los grupos
humanos tardíos en el suelo, también cabe la
posibilidad que dicho hiato sea producto de
algún fenómeno natural que hizo que este
horizonte desapareciera. Un estudio detallado
de microestratigrafía podría dilucidar este vacío
temporal y espacial presente en el yacimiento
arqueológico.
Laboratorio: Extracción e Identiicación
de restos Botánicos
Almidones arqueológicos
Con el in de determinar el uso de plantas se
extrajeron granos de almidón de los bordes de
uso de dos artefactos líticos. El primero, una
mano de molienda (Corte 1. Cuad. E. N. 7.
Prof. 60-70 cm); el segundo, una azada (Corte
2. Peril Sur. Prof. 60 cm), asociadas a una
cronología entre 9920 a 9740 AP (Figura 10).
Para la remoción y recuperación de granos
de almidón procedentes de artefactos líticos
aplicamos el protocolo de Ruth Dickau (2005).
En primer lugar los artefactos fueron lavados
en un baño ultrasonido, con el in de recuperar
el sedimento donde los granos de almidón
están atrapados. Al sedimento recuperado se le
aplicó un protocolo de separación de granos
de almidón y otros tejidos vegetales mediante
diferencias de densidad.
El primer paso es la concentración del
sedimento en tubos de plástico de 50 ml, para
lo cual las muestras se centrifugaron a 2000
rpm durante 15 minutos. Una vez concentrado
todo el sedimento en un solo tubo, se añadió
una solución de agua pesada, preparada con
cloruro de cesio (CsCl), con una densidad de
1.8 g/ml, con el in de separar los granos de
almidón mediante lotación (Dickau 2005,
Dickau et al. 2007, Pagan et al. 2005, Piperno
2006:60). La muestra se centrifugó durante
cinco minutos a 2000 rpm, para sedimentar las
44
(Piperno & Pearsall 1998: 116). En la región
de Araracuara, diversos grupos indígenas
como Mirañas, Andoques y Huitotos cultivan
y consumen asados o cocidos los tubérculos
de X. violaceceum conocida entre ellos como:
mafafa, pata de gallineta o nipachire (Sánchez
1997). Todavía no se conoce con exactitud
el origen del cultivo de esta especie; sin
embargo, el norte de Suramérica, incluyendo
la Amazonía colombiana, se considera una
macroregión de la posible domesticación de
esta planta (Piperno & Pearsall 1998: 165).
Como posibles ancestros se encuentran las
especies Xanthosoma robustum en Centroamérica
y Xanthosoma jaquinii en Suramérica (Brücher
1989: 49).
Frutales Silvestres
Anaueria brasiliensis (Lauraceae) (aguacatillo);
Brosimum guianense/B. lactescens (Moraceae)
(guáimaro, inharé); Caryocar cf. glabrum
(Caryocaraceae) (peine de mono, barbasco,
piquía); Parkia multijuga (Fabaceae: Mimosoideae)
(guarango); Sacoglotis sp. (Humiriaceae);
Vantanea peruviana (Humiriaceae); Vantanea
spechigeri
(Humiraceae);
Heliconia
sp.
(Heliconiaceae); Inga sp. (Leguminosae).
Vegetación Secundaria
Alchornea sp. (Euphorbiaceae); Euphorbiaceae
indet.
Para los nombres vernáculos en palmas y
demás grupos botánicos se consultó: Andrew
et al. 1995, Galeano & Bernal 2010, Bernal, R.
et al. 2013, van Roosmalen 1985, Smith et al.
2007 y Pesce 1985. Únicamente registramos
algunos de los nombres comunes utilizados en
Colombia y Brasil.
La Figura 13 muestra que son las palmas el
grupo de mayor representación en el Corte 1 de
Peña Roja (esta misma tendencia se observa en
los demás cortes del yacimiento arqueológico).
La especie Oenocarpus bataua (milpesos o patauá),
está representada en un 34%, siendo la palma
de mayor presencia en el Corte 1. Otros taxones
con una alta representación son las especies de
Astrocaryum con un 31 %. Se observa la poca
representación de Euterpe precatoria (asaí) y
Mauritia lexuosa (buriti), esta última palma esta
con una mayor representación en el Corte 3 del
mismo yacimiento arqueológico. Los frutales
silvestres en su conjunto suman el 11 % del
universo total sugiriendo posiblemente una sub
representación en su importancia al interior de
los grupos antiguos. Descripciones etnográicas
en grupos cazadores-recolectores amazónicos
y grupos agricultores contemporáneos,
evidencian que el consumo de los frutales
muchas veces se realiza en los sitios donde son
colectados y solo en ocasiones excepcionales
son llevados a los asentamientos, ello explicaría
la baja presencia de dichas evidencias en
contextos arqueológicos (Cabrera et al. 1999,
Politis 2009).
Semillas Arqueológicas
En los cortes arqueológicos se encontró
una alta presencia de restos biológicos
representados por semillas arqueológicas,
carbón vegetal, y muy pocos restos de huesos
calcinados de peces. En laboratorio se procedió
a limpiar y separar las semillas del conjunto
de carbones de madera y de sedimento. Las
semillas arqueológicas del yacimiento fueron
identiicadas tomando en cuenta sus caracteres
anatómicos y morfológicos (presencia y
posición de poros, escultura de supericie,
distribución de ibras, formas, dimensiones
etc.), los cuales fueron contrastados con
especímenes actuales de carpoteca (Figura 12).
Para el Corte 1, se recuperó 2586 semillas
carbonizadas enteras y fragmentadas,
determinándose 25 taxones, 8 morfo tipos y 1
grupo de fragmentos altamente meteorizados
imposibilitando su determinación taxonómica
o descripción a nivel de morfotipo. Las
siguientes son los taxones determinados:
Palmas
Astrocaryum aculeatum (cumare, tucumá, tucumã
de Amazonas); Astrocaryum chambira (chambira,
tucumã); Astrocaryum jauary (javarí, jauary);
Astrocaryum ciliatum (coco); Astrocaryum sp.;
Attalea cf. insignis (coco, palha de lecha);
Attalea maripa (palma real, inajai); Attalea
racemosa (palma de coco, babassú); Bactris
sp.; Euterpe precatoria (asaí, açaí, açaí da terra
irme); Oenocarpus bacaba (milpesillo, bacaba);
Oenocarpus bataua (milpesos, patauá); Oenocarpus
minor (milpesillo, bacabai); Mauritia lexuosa
(canangucho, buriti).
El carpograma (Figura 14) presenta dos
grandes eventos culturales y uno de transición:
el primero (0-30 cm) asociado a grupos
sedentarios que se establecieron en la terraza
de Peña Roja entre el 1900 AP al 450 AP.
Estos se encuentran asociados a una Terra
Preta y a una cerámica arqueológica de la fase
Cultigenos
Zea mays (Poaceae) (maíz, millo).
45
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Col. Am . Pto. Santander. Peña Roja
Yacim iento Arqueologico. Corte 1
Lat. Sur 0o 39' 39.6"; Long. Oeste 72o 04 59.9"
0
5
10
15
(TERRA PRETA)
20
25
30
Cal BP 550
Profundidad (cm)
35
Cal BP 9740
TRANSICION
40
45
50
55
60
RECOLECTORES
65
70
75
Cal BP 9920
80
85
90
95
Cal BP 9650
100
50
100
B3 (10YR 5/4) Arenoso
150
50
100
B2 (10YR 5/4) Arenoso
150
20
40
B1 (10YR 3/3) Arenoso
60
20
20
A (7.5YR 2/1) Arenoso
20
40
60
20
20
40
20
40
100 200 300 400
20
40
60
80
100 200 300 400
Ap (10YR 5/1) Arenoso
Fig. 14. Carpograma mostrando la variación de especies y carbón vegetal a través del tiempo. Peña Roja.
en el yacimiento por la mezcla del material
cerámico de los estratos superiores asociados
grupos ceramistas y el incremento inusitado
de instrumentos líticos y restos paleobotánicos
(semillas y carbón vegetal) de los grupos
recolectores.
Un segundo evento (~35-100 cm) se encuentra
asociado a grupos recolectores con una
cronología de ocupación en la terraza de
Peña Roja entre el 8090 AP al 9920 AP. Las
evidencias asociadas a estos grupos son
la alta presencia de líticos (azadas, placas,
morteros, cantos rodados y molinos entre
otros) (Ranere, en prep.) (Figura 15). En el
carpograma se destaca para este evento una
alta presencia de restos botánicos de palmas y
frutales silvestres. Los taxones determinados
se caracterizan porque en su mayor parte
producen frutos comestibles, sin embargo
muchos de ellos también proporcionan otros
tipos de beneicios como en el Caryocar glabrum
que además de tener una nuez alimenticia,
su mesocarpio es utilizado como barbasco
(veneno) para la pesca en pequeñas quebradas
por grupos indígenas como los muinanes y los
huitotos del noroccidente amazónico (Sánchez
1997, Vélez 1992).
Otro frutal con una importancia en los grupos
antiguos de Peña Roja es el aguacatillo (Anauria
brasiliensis, el cual hemos visto formando
concentraciones en las terrazas no inundables
del Medio río Caquetá. Observaciones
etnográicas realizadas entre 1993-1996 entre
los juhup, cazadores-recolectores, que vivían en
el bajo Apaporis, entre los raudales de la Estrella
y la Libertad (Amazonia colombiana), hacían
Nofurei. Igualmente se caracteriza por el bajo
porcentaje de semillas arqueológicas respecto
al evento cultural de mayor antigüedad.
Esta baja representación, particularmente
para las palmas, no puede ser interpretada
como una escasa preferencia y selección por
parte de estos grupos humanos, es así como
muchos estudios etnohistóricos, etnográicos
y etnobotánicos (ver Gumilla 1955, Descola
1996, Balée 1989, Reichel-Dolmatoff 1996,
Goulding & Smith 2007) en grupos indígenas
amazónicos
contemporáneos
muestran
la importancia alimenticia, tecnológica y
simbólica de las palmas al interior de dichas
sociedades. Creemos más bien, que este tipo
de comportamiento que se presenta en el
yacimiento arqueológico, está evidenciando una
forma diferente de procesamiento y desecho
de los recursos de las palmas, particularmente
aquellas donde sus frutos son seleccionados
como alimentos.
En cuanto a los frutales silvestres, las sociedades
amazónicas que practican la agricultura tienen
un menor énfasis de selección y consumo
hacia este grupo que aquellos que dependen
exclusivamente de lo silvestre.
La aparición de un fragmento carbonizado de
grano de maíz, (0-10 cm), evidencia la presencia
de este cultivo en Peña Roja en las últimas
décadas de la ocupación contemporánea.
Esto se ve ratiicado por la información de
sus actuales moradores quienes sostienen
que uno de los cultivos presentes cuando se
establecieron en este sitio (década de los 80),
fue la siembra de maíz.
El evento transicional (30-40 cm) se maniiesta
46
el procesamiento del aguacatillo de la siguiente
forma: “pelaban el fruto, lo quebraban y extraían la
almendra. Esta era rallada, lavada y colada. El agua
colada se dejaba reposar para obtener almidón. De
este almidón se armaban bolas que ponían a asar al
lado del fogón. La cáscara que se iba formando se iba
pelando y consumiendo. El rendimiento de almidón es
muy bajo, pero el sabor dulce es muy apreciado” (com.
pers. Ana María Ospina 2013).
También la presencia de semillas de Brosimum
sugiere la importancia como alimento y
posiblemente para otros usos como los
evidenciados en muchas comunidades
amazónicas (Sánchez 1997, Smith et al.
2010). Por último y tomando nuevamente el
carpograma, este señala un pico alto (50 cm)
en las especies identiicadas incluyendo el
carbón vegetal, este comportamiento podría
interpretarse como el relejo de una mayor
frecuencia de reocupación del sitio o un
mayor tamaño de los grupos humanos que se
asentaban en Peña Roja en ese momento.
en este periodo critico de escasez.
Relexiones Finales
La mayor parte de las evidencias
arqueobotánicas principalmente las palmas
y los frutales silvestres, presentes en Peña
Roja corresponden a especies consideradas
hiperdominantes por ter Steege et al. 2013. Esta
coincidencia puede tener tres interpretaciones:
1. las especies determinadas que son
hiperdominantes fueron seleccionadas por su
fácil acceso y alta producción de recursos. 2.
las especies hoy en día son hiperdominantes
porque los seres humanos han inluido en
su dispersión y distribución. 3. Otro de los
escenarios es la existencia natural de una alta
densidad de determinadas especies. Cuando
los humanos se establecen en estas selvas desde
inales del Pleistoceno, manejaron dichos
recursos aumentando considerablemente su
densidad y distribución. Entender mejor el
papel de los humanos en la distribución de estas
especies requiere de datos paleoecológicos y
arqueológicos en toda la cuenca amazónica.
La recuperación de azadas y la identiicación
de almidones arqueológicos de tubérculos
del género Xanthosoma en estas, así como
la determinación de itolitos de Cucúrbita,
Lagenaria y Calathea asociadas a los grupos
de mayor antigüedad en Peña Roja (Piperno
1999) siguieren como lo plantea la misma
autora, que en este sitio se estaba practicando
desde tempranamente una agricultura de
baja escala (horticultura) con un proceso de
domesticación de plantas del género Cucurbita.
Queda por encontrar más datos que apoye
o desvirtúen esta hipótesis atractiva. Por ello
se hace necesario desde la arqueológica de
la selva húmeda tropical estudiar más sobre
los procesos de domesticación de plantas, el
papel de las raíces y tubérculos de las familias:
Araceae, Dioscoreaceae y Euphorbiaceae en el
pasado.
Otro de los puntos que llama la atención es
el periodo de fructiicación de los taxones
determinados en el yacimiento arqueológico
de Peña Roja. De acuerdo al conocimiento
sobre la fructiicacion de las palmas y los
frutales silvestres que tienen los Nonuya,
actuales habitantes de Peña Roja, asi como la
informacion derivada de los especimenes de
herbario colectados en esta región podemos
hacer una pequeña recostrucción sobre la
fructiicación antigua y su posible inluencia en
los grupos humanos del Holoceno Temprano.
Para la región de Araracuara, que incluye la
terraza de Peña Roja, la fructiicación en la
selva depende de los periodos de lluvia y los
niveles del agua del río. En la Figura 16, se
muestra que entre noviembre a enero hay una
escasa fructiicación en la selva coincidiendo
con la época de minima precipitación y un
nivel de aguas bajas. Se concluye que para
dicho periodo hay un déicit de alimento
que incluye tambien la caza, ya que muchos
animales incluyendo los mamiferos dependen
de los ciclos de fructiicación del bosque.
Pero es en el periodo de aguas bajas (nov-feb)
donde los peces quedan atrapados en espejos
de agua que se desconectan de los cursos
principales de agua, facilitando su captura
por parte de sus predadores incluyendo el ser
humano (Rodríguez 1999). Por lo tanto, este
recurso ictico junto con los carbohidratos
proporcionados por los tubérculos podrian
haber suplido la escasez de alimento del bosque
Agradecimientos
A la comunidad Nonuya (Gente de Achiote) de
Peña Roja, especialmente a Elías Moreno,
Virgelina Goméz y su hijo el Prof. Evelio
Moreno; a la Universidad Nacional de
Colombia; Vicerrectoría de Investigación
(Universidad Nacional de Colombia); a
la Universidad de Antioquia y al Instituto
Colombiano de Antropología e Historia
ICANH; al profesor Stéphen Rostain por la
47
invitación al III Encuentro Internacional de
Arqueología Amazónica (EIAA) que se realizó
en Quito Ecuador 2013.
A la profesora Lauren Raz por su conocimiento
en los tubérculos, facilitarme bibliografía
especializada e intercambiar ideas sobre la
ecología y la botánica de las especies.
A los estudiantes de la Universidad Nacional
de Colombia que han participado en las
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50
Simposio “Arcaico”
El Arcaico en los valles interandinos
del Magdalena y Cauca en Colombia:
cacería especializada y horticultura temprana
Carlos Eduardo López & Martha Cecilia Cano
Grupo de Investigación Gestión de Cultura y Educación Ambiental,
Facultad de Ciencias Ambientales, Universidad Tecnológica de Pereira, Colombia
las fuentes de estos ríos que corren hacia el
Atlántico; el río Patía que desemboca en el
Pacíico y el río Caquetá que vierte sus aguas
al Amazonas. Este nacimiento común, implica
la interconexión de valles, y posibilidades
de conexiones de corredores naturales que
pudieron facilitar de alguna manera relaciones
culturales a través del tiempo, particularmente
dinamizadas o limitadas por los efectos
volcánicos producidos por el sistema volcánico
del sur del territorio Colombiano y norte del
Ecuador.
Con el uso de modelos retrospectivos es
posible acercarse a la comprensión de las
características que permiten deinir un periodo
“Arcaico”, considerando los posibles escenarios
e intercambios dinámicos en las relaciones
ambientales (coevolutivos), cuando los grupos
humanos se establecieron y comenzaron
a generar procesos de “territorialización”,
aprovechando selectivamente algunos recursos
disponibles e imprimiendo su propio sello
cultural (Aceituno 2010, Aceituno y Loaiza
2007, Balée 1998, Gnecco 2006, ReichelDolmatoff 2006). Las condiciones y cambios
de los distintos entornos, así como las
posibilidades de selectividad o decisiones
culturales, -en cuanto a prácticas de cacería
especializada o el manejo de plantas y
domesticaciones
iniciales-,
comenzaron
paulatinamente a alterar la disponibilidad,
tanto hacia una mayor abundancia o hacia
la escasez de ciertos recursos. En distintos
ecosistemas durante el prolongado periodo
Arcaico, se pueden determinar modos de vida
particulares y se generan cambios culturales en
un amplio marco temporal desde inales del
Pleistoceno al Holoceno Medio. Igualmente, se
considera una dinámica natural propia de las
transiciones climáticas, en tiempo y espacio al
considerar cambios globales y particularmente
la biodiversidad asociada a la micro-verticalidad
Introducción
En el análisis de los procesos de expansión
y colonización de los grupos humanos
primigenios, las costas y los valles geográicos
han sido considerados como potenciales vías
naturales de ingreso al interior continental.
La esquina noroccidental de Suramérica,
es de particular interés, al considerar que
las poblaciones pioneras debieron cruzar el
“puente terrestre” y algunas se adentraron al
interior del continente suramericano (entre
otros Ardila y Politis 1989, Cooke 1992, Dillehay
2000, López 2008, Ranere 1980, Ranere y
López 2007, Reichel-Dolmatoff 1986). Los
valles interandinos de los ríos Magdalena
y Cauca son los dos mayores corredores
naturales en los Andes Colombianos, los
cuales aportan información sobre cambios
ambientales, poblamiento y establecimiento
de grupos humanos, desde el inal del
Pleistoceno al cambio al Holoceno Temprano.
No obstante contar con una cronología similar
de ocupación temprana -ca. 10.000 años-, se
vienen encontrado marcadas diferencias entre
los contextos arqueológicos, la formación
de sitio (ecofactos y paleoambientes) y en
particular los conjuntos líticos recuperados
en diversas regiones naturales de Colombia
(Aceituno y Loaiza 2007, Cano 2004, 2008,
Cano et al. 2001, Correal 1993, Correal y Van
der Hammen 1977, Gnecco 1990, 2000, López
y Cano 2011, López y Realpe 2008, Van der
Hammen 2006).
Aunque en la escala amplia, se puedan trazar
límites teóricos entre regiones naturales, es
necesario plantear que existen conexiones
directas que entre la región amazónica y la
macro cuenca de los ríos Magdalena-Cauca. Se
debe señalar al sur del territorio Colombiano, el
sector denominado como macizo colombiano
(o nudo de Almaguer), donde se encuentran
51
andina, las dinámicas de ampliación de las
sabanas, así como el impacto de distintos
eventos naturales, -como el vulcanismo-,
fenómenos que han afectado los entornos
propuestos para este análisis (Aceituno y
Loaiza 2007, Cano et al. 2013, López 2008,
López y Cano 2011).
Conformación de Paisajes en los Valles
Interandinos del Cauca y el Magdalena:
Geología, Eventos Naturales y Procesos
Culturales
Los valles interandinos de los ríos Magdalena
y Cauca están estratégicamente localizados,
constituyéndose en corredores naturales que
permiten el ingreso desde la costa Atlántica,
hacia el interior del continente y particularmente
hacia las estribaciones andinas que ofrecen
variedad de climas y paisajes. Ambos ríos
nacen 1.000 km tierra adentro, en las altas
montañas o páramos del Macizo Colombiano,
sector también llamado “La Estrella Fluvial
Además de las consideraciones ambientales
presentadas, es posible hacerse la pregunta
sobre las relaciones existentes entre conjuntos
líticos particulares, identiicados en la región
andina-interandina colombiana, con los
conjuntos reseñados en sectores de la amplia
llanura amazónica y su piedemonte cordillerano.
Fig. 1. Mapa de Colombia con los ríos Cauca y Magdalena;
en sombreado las zonas medias y el macizo volcánico Ruíz-Toima
52
Colombiana”. Esta es la zona donde se
trifurca la Cordillera de los Andes y donde se
concentra gran cantidad de nacimientos de
ríos y quebradas, los cuales se dirigen hacia
todas las vertientes, incluyendo la Amazonía
y el Pacíico. Los ríos Cauca y Magdalena
en particular, marcan la división de las tres
cordilleras, formando los dos valles principales
de la zona andina, recogiendo un gran número
de aluentes a su paso, durante su recorrido
desde las altas zonas montañosas hasta llegar
a las tierras bajas de la llanura costera atlántica.
Sobresalen distintos paisajes contrastantes,
en tanto recorren diferentes pisos térmicos y
variados ecosistemas. Las cuencas presentan
condiciones geomorfológicas y ambientales
cambiantes, desde estrechos cañones, hasta
amplias llanuras; desde sectores muy húmedos
a otros extremadamente secos.
Tanto para sus correrías de cacería y recolección,
como para el establecimiento permanente, los
grupos humanos encontraron muy buenas
condiciones ambientales, particularmente en
muchos sectores con predominancia de suaves
pendientes, fértiles suelos, agua en abundancia,
buena estabilidad, condiciones climáticas
adecuadas y oferta de recursos excepcionales.
Vale la pena destacar la conexión de los dos
valles a través de la Cordillera Central, desde la
cual baja un importante número de corrientes
de agua al río Magdalena en su margen oriental,
y al río Cauca en su margen occidental, para
luego entregar sus aguas, el río Cauca al río
Magdalena en la llanura atlántica (Fig. 1 & 2)
(IGAC 1989).
Los
resultados
de
investigaciones
arqueológicas, señalan las cuencas medias
como sectores de sumo interés, por la
preservación de las evidencias materiales,
que señalan la presencia humana en distintas
épocas. En terrazas aluviales del Magdalena
se mantienen evidencias tanto en supericie
o algunos depósitos con materiales culturales
tempranos sub-supericialmente enterrados,
en sectores donde prima un proceso erosional
(López 2008). Hacia el sur del sector medio,
se evidencia una mayor inluencia volcánica
del llamado Complejo volcánico Cerro BravoCerro Machín de la Cordillera Central, con
características e impactos particulares a cada
lado. Este complejo corresponde a un conjunto
de volcanes –varios activos-, determinantes en
la formación de los suelos y sus productos
han afectado negativa y positivamente a las
culturales instaladas en sus inmediaciones
(Cano et al. 2013, Hermelín 2001, López y
Cano 2004, Proyecto Aerocafé 2011, Tistl
2006, van der Hammen 1992). Hacia el valle
del Magdalena, los efectos de las avalanchas
y formación de abanicos, han removido o
sepultado profundamente los contextos inipleistocénicos y del Holoceno temprano y
medio (Salgado y Gómez 2000). La situación
es diferente, hacia la vertiente occidental, en
la vertientes del valle del Cauca y en particular
en un gran abanico vulcanoclástico, donde
predominan suelos formados en los inos
depósitos de cenizas volcánicas. En un amplio
sector de la cuenca media del Cauca, desde la
década de los noventa del siglo pasado, se han
encontrado contextos arqueológicos tempranos
sepultados por cenizas, entre dos metros de
profundidad y 70 cm, con dataciones que
alcanzan el periodo de transición PleistocenoHoloceno (Aceituno y Loaiza 2007, Cano et al.
2013, López y Cano 2011).
Geoarqueología y Cambios Ambientales
Teniendo en cuenta la ocurrencia de eventos
naturales de gran magnitud e impacto, asociados
a las deglaciaciones, a la regresión marina que
inluye en todo el sistema hídrico y a la actividad
volcánica holocénica en la Cordillera Central,
se consideran estos factores de inestabilidad
y cambio como complementarios a las
relexiones teóricas comparativas, tanto sobre
los escenarios, como sobre las características
y los comportamientos de los actores del
poblamiento primigenio suramericano y sus
sucesores durante el Holoceno temprano y
medio (López 2008, López y Cano 2011). Las
deglaciaciones y las erupciones han afectado
la modelación de las cuencas del Magdalena
y del Cauca. Como antes se anotó, los
volcanes activos en los Andes colombianos se
concentran, en su sector medio y el sector sur
limítrofe con el Ecuador. Al sur, en el macizo
colombiano, se destacan las fuentes del río
Caquetá, generando la relación directa con la
cuenca amazónica. En este sentido, es necesario
comprender la dimensión de la complejidad
geográica andina y de sus vertientes, de allí la
importancia de la consideración de los datos
geoarqueológicos, con el in de complementar
eventos naturales e implicaciones culturales
(Cano et al. 2013). En esta dirección, es necesaria
la mirada geoarqueológica para buscar un mejor
entendimiento de los procesos de formación
de sitio, analizando la integridad, variaciones y
resolución del registro arqueológico y geológico
en diferentes unidades de paisaje.
53
boscosa. Hace unos 11.000 años y hasta 10.000
se presentó la última fase más fría del último
del último glacial: el estadial El Abra (Younger
Dryas de Europa). Durante este intervalo, el
río Magdalena cortó los sedimentos formados
durante el Interestadial Guantiva, formando
terrazas tradiglaciales (van der Hammen 1992,
van der Hammen y Ortiz Troncoso 1992). En
este sentido, para la transición PleistocenoHoloceno primó una dinámica erosional,
la cual, al día de hoy, hace que los contextos
arqueológicos se encuentran en supericie, o
enterrados a menos de un metro de profundidad
(López 2008).
Por el contrario, una serie de “grandes
paisajes” ondulados a planos, predominantes
en la cuenca media del río Cauca durante la
transición Pleistoceno-Holoceno muestran una
dinámica deposicional, seguida a recurrentes
erupciones volcánicas en los últimos 20.000
años. Los procesos tectónicos y de vulcanismo
-particularmente los depósitos constantes
de cenizas- han sido un factor fundamental
en la conformación y evolución del paisaje,
tal como se reporta en el amplio paisaje del
Abanico vulcanoclastico Pereira-Armenia
(Cano et al. 2013). En cuanto al contexto de
los componentes culturales, se ha podido
comprobar que, inmersos en las capas de ceniza,
se encuentran “sellados” datos paleoecológicos
y culturales de relevancia para el estudio de los
orígenes y efectos de la presencia humana en
la región (Aceituno y Loaiza 2007, Cano 2004,
Cano et al. 2013, López y Cano 2011).
Regionalmente en la cuenca del Cauca
Medio para lo que se podría considerar el
periodo Arcaico, se observan elementos
homogéneos que permiten ubicar sitios
arqueológicos multicomponentes en terrazas
y escalones, y se tiene una clara secuencia de
sedimentos profundos de cenizas volcánicas,
cuya estratigrafía demuestra suelos bien
desarrollados. Los horizontes de suelos guardan
en general una asociación temporal directa
con los restos encontrados, desde periodos
precerámicos hasta nuestros días. Se destaca
la presencia de artefactos líticos con desgastes
en sus caras, los cuales han sido fechados en
más de 4.000 A.P. A mayor profundidad, se
han encontrado suelos enterrados que incluyen
materiales líticos y artefactos trabajados,
relacionados con ocupaciones precerámicas
tempranas, de ca. 10.000 años A.P. Estas
secuencias se pueden observar muy bien en
las cimas de colina y terrazas naturales, con
instrumentos líticos inmersos en el horizonte B,
Algunas consideraciones sobre los
Ambientes desde el Pleniglacial al
Holoceno Medio
De acuerdo con van der Hammen y otros
investigadores (1992, 2001), durante el
Pleniglacial (21.000 a 14.000 A.P.), a inales del
Pleistoceno, algunos sectores y particularmente
las tierras bajas del valle del Magdalena, tuvieron
una cobertura vegetal característica de climas
secos y semidesérticos, posiblemente con
algunas asociaciones húmedas concentradas
alrededor de las ciénagas. Con el nivel del
mar muy bajo, durante el Pleniglacial, el río
Magdalena –y todo el sistema-, cortó sus propios
sedimentos anteriores. Durante el Tardiglacial
y Holoceno, se volvieron a depositar materiales
procedentes de las altas tierras cordilleranas y
en algunos casos aumentadas por los efectos
volcánicos. El clima durante el Tardiglacial era
más frío y más seco, se calcula que podría ser
de unos 4 grados más bajo en las zonas bajas,
con precipitaciones del 40 al 60% más bajas
que las actuales. Había presencia de megafauna
herbívora y en algunos sectores y épocas pudo
haber vegetación de cerrado. Alrededor de
ciénagas y lagunas, ocurrieron procesos de
conservación de comunidades y pudieron
mantenerse en algunos casos ecosistemas
de bosque húmedo. Para el Pleniglacial y
periodos secos de Finales del Pleistoceno,
también debieron presentarse amplias áreas de
pastizales, extendiéndose como transiciones de
los bosques secos a las áreas semidesérticas del
piedemonte y las tierras altas de la cordillera
(López y Realpe 2006, López y Cano 2011,
Van der Hammen 1992, Van der Hammen y
Ortiz Troncoso 1992, Van der Hammen y
Correal 2001). Las investigaciones de Correal
y Van der Hammen (1993, 2001) demostraron
la convivencia y cacería al inal del Plesitoceno
de megafauna en la Sabana de Bogotá y
en las tierras baja del Magdalena. Por otra
parte, en el valle del Cauca, se cuenta con
evidencias fortuitas que señalarían también esta
interrelación (López y Cano 2011, Rodríguez
2002).
En el comienzo del Tardiglacial (aprox. 13.000
a 10.000 AP) se presentó un cambio rápido del
clima, en la cordillera subieron las temperaturas
y aumentó la precipitación (Interestadial de
Guantiva). De acuerdo con los estudios de
Berrío et al. 2001, los ríos –particularmente
el Magdalena- aportaron alta cantidad de
sedimentos, comenzaron a predominar las
ciénagas y pantanos, así como la vegetación
54
así como recurrentes fragmentos cerámicos en
los horizontes A, más supericiales (Aceituno
2003, Aceituno y Loaiza 2007, Cano 2004, Cano
et al. 2001, Integral 1995, Montejo y Rodríguez
2001, Restrepo 2006, Rodríguez 2002). Es
probable que los primeros pobladores, hace
cerca de 10.000 años, habitaran incluso en un
relieve un poco más suave que el actual.
desde la transición al Holoceno, son comunes
los contextos culturales, relacionados con la
apropiación de plantas, en temporalidades que
van desde el ca. 10.000 A.P. hasta el 4.000 A.P.
(Aceituno 2003, Aceituno y Loaiza 2007, Cano
2004, Cano et al. 2001, Integral 1995, López y
Cano 2011, Patiño et al. 1997).
Modelos
Comparativos
Continental
Diversidad Cultural durante el Periodo
Arcaico
a
Escala
Como lo han señalado varios investigadores,
cada vez se fortalecen más diferentes modelos
arqueológicos para explicar la existencia de
tradiciones tempranas muy distintas al modelo
Clovis/Pre-Clovis (Dillehay 2000, Roosevelt et
al. 2002). Se cuenta actualmente con contextos y
cronologías más profundas ligadas a desarrollos
milenarios, y vinculadas a otras formas de
subsistencia, como las de los bosques tropicales
de montaña (Aceituno 2010, Aceituno y Loaiza
2007, Gnecco 1990). En Colombia se vienen
estudiando y se han presentado de manera
articulada, los estudios sobre tradiciones
líticas tempranas presentes en el centro y
suroccidente del país. Recientemente, se vienen
aportando datos hacia la cuenca del Amazonas
(Aceituno 2010, Archila 2005, Llanos 1997,
Mora y Gnecco 2002). Además de los trabajos
que arqueólogos como C. Gnecco (2000) han
venido sustentando en el sector de Popayán y H.
Salgado (1986) en la zona de Calima (Cordillera
Occidental), los sitios milenarios encontrados
en el valle del río Porce en Antioquia (cuenca
del río Cauca) y ahora varios en la región del
Eje Cafetero, en la Cordillera Central (Aceituno
y Loaiza 2007, Cano 2004, Cano et al. 2001,
Integral 1995, Patiño et al. 1997, Salgado y
Gómez 2000), complementan un panorama
de gran interés, mostrando diferencias con los
contextos tempranos de la sabana de Bogotá
y valle del Magdalena, más hacia el modelo de
la cacería y la recolección (Correal y van der
Hammen 1977).
En este panorama, -abierto para la investigación
y debate, es de gran importancia comparativa
para las construcciones teóricas-, la mirada
detallada de los datos, expresados en las
tradiciones líticas que se han identiicado
en zonas ecuatoriales y los corredores
interandinos de los valles del Magdalena y del
Cauca, así como el entorno ambiental donde se
desarrollaron diversas culturas. Aunque se han
realizado distintos análisis morfofuncionales y
traceológicos a algunos conjuntos artefactuales,
persiste la necesidad de profundizar sobre
Los materiales arqueológicos nos acercan a
las interacciones culturales con el entorno y
muestran diferencias interesantes de materias
primas y productos procesados. Por una parte,
las materias primas sedimentarias presentes
en el valle del Magdalena tienden a calidades
óptimas hacia el lascamiento y obtención
de ilos activos, debido a su granulosidad
ina; mientras que, hacia el valle del Cauca,
predominan las materias primas volcánicas de
grano grueso, cuya fractura se hace irregular,
siendo el pulimento y abrasión, una alternativa
mejor. Así, los productos obtenidos van a
permitir aplicaciones diferentes: los materiales
lascados predominan donde es fundamental
el procesamiento de animales; por otra parte
los de grano grueso se facilitan más para
procesamiento de vegetales (Aceituno y Loaiza
2007, Cano 2004, Cano et al. 2001, López 2008,
López et al. 2003, López y Cano 2011). Se trata,
por consiguiente, de un conjunto interesante
de “coincidencias”, entre la materia prima
disponible, la oferta de recursos biológicos, los
efectos ambientales, los materiales culturales
efectivamente obtenidos y el comportamiento
y desarrollo cultural diferenciado (Fig. 3 & 4).
Hacia el valle del Magdalena, si bien los recursos
vegetales pueden considerarse abundantes, el
hallazgo de fauna extinta en investigaciones
arqueológicas y hallazgos fortuitos, además
de conjuntos de artefactos para faenamiento,
permiten enfocar las apropiaciones culturales
durante el inal del Pleistoceno hacia los
recursos faunísticos, contando con un único
hallazgo contextualizado de megafauna por
Correal y Van der Hammen y fechado en
16.400 A.P. (Correal 1993, van der Hammen
y Correal 2001). Se destaca la temporalidad
entre los 10.400 años A.P., hasta ca. 3.600
A.P. de conjuntos arqueológicos también de
cacería especializada, pero no necesariamente
proyectada hacia cacería mayor, sino hacia
actividades ribereñas y pesca (López 1999,
2008), En contraste hacia el valle del Cauca,
55
escala de larga duración, se busca superar
el determinismo ambiental de considerar lo
tropical como un todo homogéneo, y más bien,
preguntarse por especiicidades, producto de
micro-ecosistemas y sobretodo, de los manejos
culturales del entorno, según el conocimiento
y las decisiones que las comunidades han
tomado, visibles en distintas épocas históricas.
los diferentes conjuntos líticos, buscando
establecer relaciones con otras tradiciones
regionales e inter-regionales, consideradas en
escalas mayores. Se tiene el caso de algunos
artefactos predeterminados caracterizados por
instrumentos tipo, como las puntas bifaciales y
raspadores plano convexos, y otros expeditivos
(López 2008). No obstante el interés de miradas
detalladas sobre el material arqueológico,
además del estudio de los cambios climáticos,
geomorfológicos y paisajísticos en general, se
constituyen paralelamente en una clave del
mayor interés, para correlacionarlo con las
distintas ocupaciones humanas a través de
milenios en perspectiva continental.
La presencia de puntas de proyectil triangulares
talladas bifacialmente y de raspadores
planoconvexos (o lesmas), comienza a ser
recurrentes en grandes ríos como el Orinoco
o el Amazonas o sus principales tributarios
(Sanoja y Vargas 2006, Roosevelt et al. 2002). Se
plantea entonces una fuerte señal de dinámicas
muy antiguas de adaptaciones ribereñas que
seguramente tuvieron vínculos o identidades
tecno-culturales. Estas relaciones a muy
grandes distancias se observan también en
épocas cerámicas, por ejemplo con la expansión
de cerámica corrugada y urnas funerarias. En
cuanto a los artefactos tallados tipo azada
y otros instrumentos de procesamiento de
plantas, -predominantes en el valle del Cauca-,
podría haberse dado una expansión por la zona
montañosa, hasta el piedemonte amazónico,
-tema aún por investigar con detalle- (Aceituno
2010).
Los procesos de cambios ambientales en
escala amplia, están íntimamente ligados al
calentamiento de la corteza terrestre, el ascenso
del nivel del mar, la actividad volcánica, la
extinción de la megafauna y además los
cambios en las cuencas interiores. El papel
jugado por las culturas que coevolucionaron en
estos ambientes fue igualmente signiicativo de
acuerdo a sus prácticas y decisiones a través del
tiempo. En ese sentido nos debemos preguntar
si estamos buscando los sitios más antiguos
en los lugares o las profundidades adecuadas.
Tenemos la certeza de la complejidad e
importancia de los contextos hasta ahora
descubiertos, pero se intuye que estos valles
interandinos albergan sitios arqueológicos,
cuyos contextos paleoecológicos y culturales
serán referentes básicos de estudios
comparativos para entender el poblamiento de
Suramérica y los distintos desarrollos culturales
que allí se dieron. A partir de una mirada en
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Simposio “En honor de Donald Lathrap y Betty Meggers”
La arqueología del Ecuador
antes y después de Betty Meggers
José Echeverría-Almeida
Betty Meggers nació en Washington, D.C. en
diciembre 5 de 1921, obtuvo la Licenciatura
en la Universidad de Pensilvania, la Maestria
en la Universidad de Michigan y el PhD en la
Universidad de Columbia. Casada con Clifford
Evans en 1946. No tuvo hijos. Desde 1954 fue
Investigadora Asociada en el Departamento
de Antropología, Museo Nacional de Historia
Natural, Smithsonian Institution. Fue
Miembro de varias Instituciones Profesionales.
Condecorada por Presidentes de varios paises.
Conversé personalmente con Betty Meggers
en varias ocasiones, incluso se dio tiempo para
enseñarme en su oicina del Smithsonian, en
Washington D.C. la técnica de la Seriación
cerámica o Método Ford, para inferir historia
ocupacional de los asentamientos prehispánicos. Como
buen alumno, quería aplicar al pie de la letra sus
indicaciones. En alguna parte del respectivo
manual Evans y Meggers escriben: “Lo ideal
para hacer una buena seriación es que los niveles
excavados tengan un mínimo de cien tiestos”. Esto, en
mis excavaciones, no ha sucedido todavía.
Antecedentes
Obras
En 1972, tuve la oportunidad de participar en
las excavaciones arqueológicas lideradas por
Padre Pedro Porras en la isla La Puná, Golfo
de Guayaquil, Ecuador. Se excavó un conchero
anular de 170 metros de diámetro en promedio
y amontonamientos de concha de hasta 8
metros de altura. La concha estaba mezclada
con material cultural de tradición Valdiviana
correspondiente a los Períodos B y C, esto es
entre 4.400 y 3.400 años al presente. Por esta
circunstancia tuvimos en Quito la visita de los
arqueólogos Clifford Evans y Betty Meggers
del Smithsonian Institution de Washington
D.C, quienes junto con el ecuatoriano Emilio
Estrada investigaron varios asentamientos de la
Cultura Valdivia, Machalilla, Chorrera, Jambelì
y difundieron a nivel mundial las características
y antigüedad de estas culturas prehispánicas.
A nivel personal, conté desde entonces con
el apoyo cientíico de Clifford Evans y Betty
Meggers. La correspondencia cientíica sufrió
muchas veces de largas pausas de silencio
por expresar públicamente en Congresos mi
desacuerdo con alguna de sus teorías, como
aquella del origen de Valdivia por efectos de
un contacto transpacíico desde Japón. Cuando
uno es joven, ve los fenómenos culturales de
distinta manera y lógicamente era difícil aceptar
que para iniciar el arte alfarero los valdivianos
tuvieron que contar con “asesoramiento
japonés”. Después de 40 años, creo que el
contacto transpacíico pudo ser posible.
Mis visitas a Betty en el Smithsonian Institution
fueron siempre provechosas, pero también
muy sacriicadas. Betty llegaba a la oicina
muy temprano, máximo a las 7, a mediodía
almorzaba un escueto sánduche calentado en
microondas y en la tarde, Betty era la última
en salir de la oicina y esto no solo de lunes
a viernes, también sábados y domingos. Betty
era una fanática del trabajo. Esto explica el que
haya podido publicar más de 400 títulos entre
libros, revistas, artículos, reviews y más de 100
traducciones de obras especializadas. Betty no
solo producía, también distribuía sus obras a
todos los colegas, especialmente sudamericanos.
Organizó talleres, dio conferencias, invitó al
Smithsonian a muchos arqueológicos de todas
las escuelas y tendencias políticas. Betty era
como escribió Jeffrey Wilkerson: “Una leyenda
viviente”.
Betty, junto con su esposo y colega Clifford
Evans, trabajó en varias partes del Continente
Sudamericano, desde las Antillas hasta
Chile y para reforzar la Teoría del Contacto
Transpacìico observaron varias colecciones
cerámicas del antiguo Japón. Luego de trabajar
en la isla Marajó, Brasil, en la Región Amazónica
ecuatoriana, Meggers y Evans investigaron
varios asentamientos prehispánicos a lo largo
del río Napo. Deinieron las Fases Yasuní (50
a.C.), Tivacundo (510 d.C.), Napo (1188 a 1480
d.C.), Cotococha (1450 a 1500 d.C.).
59
La arqueología del Ecuador antes y
después de Betty Meggers
Homenaje
Un homenaje que los ecuatorianos debemos
hacer a Betty Meggers es retomar sus teorías,
metodologías, técnicas y cuadro cronológico,
para que con enfoque holístico y tratamiento
multidisciplinar el quehacer arqueológico en
Ecuador alcance una trascendencia mundial y
asumamos el compromiso de tomar la posta de
Betty Meggers en la defensa del medioambiente
tropical.
No voy a enumerar sus obras y milagros
porque necesitaríamos de varias horas, pero
si quiero recalcar que a partir de la década de
los años 50 (1950), la Arqueología del Ecuador
da señales de un proceso de investigación
más cientíica, gracias al aporte de estudiosos
nacionales y extranjeros. Los esposos Betty
Meggers y Clifford Evans y el ecuatoriano
Emilio Estrada pusieron énfasis en la cuestión
cronológica de las culturas prehispánicas
obteniendo dataciones por medio del C14, por
la hidratación de la obsidiana, la estratigrafía,
la construcción de secuencias seriadas de
material cultural. Armaron un esquema
cronológico cultural, que aún sigue en vigencia.
Comúnmente, los nuevos datos se han
integrado en este cuadro poniendo más énfasis
en la variable cronológica, pero sin tener en
cuenta que no siempre existe una correlación
entre tiempo y desarrollo (sociopolítico).
Evans y Meggers impresionaron por la
proyección continental y extra continental de
algunos fenómenos culturales ecuatorianos y
su tenacidad en defender con argumentos la
teoría ecología cultural, la adaptación del ser
humano a determinados medios geográicos y
sus limitaciones en el desarrollo cultural.
Una de sus obras más conocidas mundialmente
es “Amazonía. Hombre y cultura en un paraíso
ilusorio”. En este libro y en innumerables
artículos, Meggers insiste, hasta la necedad,
sobre la compleja interrelación entre varios
elementos naturales que mantienen la
exuberancia de la vegetación y la fauna y las
estrategias aplicadas por las poblaciones nativas
durante cientos y cientos de años para lograr
una armonía ser humano- naturaleza.
Precisamente, en la investigación arqueológica
vemos que la armonía entre el ser humano
y los recursos del ambiente parece que fue
mejor establecida en épocas aborígenes. Con la
invasión europea vino la explotación irracional
de los recursos y la disminución de la población
nativa por introducción de enfermedades
europeas. Modernamente, vemos que la
selva ha sido reemplazada por pastizales e
innumerables claros por construcción de vías,
líneas de lujo, plataformas y otras obras por
la actividad de extracción del petróleo. Las
poblaciones nativas han tenido que adaptarse
a nuevos modos de vida y los que se resisten al
cambio, “los pueblos no contactados” corren
el riesgo de desaparecer…
60
Simposio “En honor de Donald Lathrap y Betty Meggers”
Amazonian Ethnoarchaeology
and the Legacy of Donald Lathrap
James A. Zeidler
Colorado State University
Don Lathrap and the Interpretation of
Lowland South American Archaeology
Introduction
Donald Lathrap’s inluence on Amazonian
archaeology, past and present, has been both
legendary and long-standing even if in today’s
research environment some of his ideas have
been considerably reined or even discarded
due to new data and new analytical perspectives
(see, for example, Heckenberger 2002; Neves
1999) (Figure 1). His temporal focus was usually
set to “deep time” on the order of millennia
rather than centuries and his geographic gaze
typically ranged from the macro-regional to
the continental (e.g., Lathrap 1970a), and
sometimes even inter-continental. Still he was
always capable of attending to the minutiae of
complex archaeological excavations and that
attention was no less acute when he observed
daily life among contemporary Amerinidan
groups such as the Shipibo-Conibo on the
Central and Upper Ucayali River in eastern
Peru.
In this article, I briely explore two aspects
of his Lathrap’s work that have had a lasting
effect on many of his students and followers:
ethnoarchaeology and the use of ethnographic
analogy. His pioneering ethnoarchaeological
insights among the Shipibo-Conibo peoples
have had a tremendous inluence on the
archaeological study of ceramic production
as well as ceramic use and discard behavior
in Lowland South America. Furthermore,
much of his interpretive work in diverse
areas such as archaeological settlement plan,
domestic architecture, long-distance trade, and
iconography is infused with detailed analogies
gleaned from his encyclopedic knowledge
of Lowland South American ethnographies.
After reviewing the highlights of Lathrap’s
legacy, I then show how ethnoarchaeological
research derived from an Amazonian context
has been productively applied in Lathrap’s
archaeological investigations in the tropical
lowlands of coastal Ecuador, speciically at the
Early Formative Valdivia site of Real Alto.
Let me say at the outset that my treatment
of this aspect of Lathrap’s work represents
but a small part of his career and intellectual
contributions. For a more comprehensive
biography of both his life and his career,
I strongly recommend the insightful and
deinitive summary provided by my colleague
and fellow Lathrap student, Dr. Jose Oliver,
in 1991 shortly after Don’s untimely death the
previous year (Oliver 1991).
Don
Lathrap’s
early
forays
into
“ethnoarchaeology” occurred before that term
was even invented and recognized as a separate
ield of study. They began with his dissertation
research in the late 1950’s and early 1960s
(Lathrap 1962) and his immersion in ShipiboConibo society in his archaeological study area
on the Ucayali River in the Upper Amazon.
Figure 1. Donald W. Lathrap, 1927-1990
(Photograph by David Minor)
61
Back then, very little literature existed on the
idea of archaeologists studying living peoples
for the purpose of gaining insights on the
formation of the archaeological record, and
the primary reference was a 1956 article by
Maxine Kleindienst and Patty Jo Watson on
what they termed action archaeology (Kleindienst
and Watson 1956). But for Don, this type
of endeavor was a “no-brainer” (in today’s
parlance) and was simply part of the research
context in which he was working. He did not
theorize about it nor did he attempt to give it
a name. It was both a logical and an immediate
way to go about interpreting the archaeological
record, and as Oliver (1991:11) has noted, his
research program in the Ucayali “produced
some of the earliest ethnoarchaeological
reports in lowland South America,” (e.g.,
Lathrap 1969, 1970b, 1983; DeBoer and
Lathrap 1970; DeBoer 1974). Moreover, he
instilled an interest in ethnoarchaeology in
several cohort groups of his graduate students,
resulting in a series of South American
archaeology
dissertations
throughout
the 1970s and 1980s that incorporated
ethnoarchaeological research. Many of these
former students continued publishing on these
topics in subsequent decades (see, for example,
DeBoer 1991; Raymond et al. 1995; Roe 1995).
Meanwhile, ethnoarchaeology inally came
into its own as a sub-ield of archaeology by
1974 with publication of a volume of collected
papers entitled Ethnoarchaeology, co-edited by
Christopher Donnan and William Clewlow.
This was followed a few years later by two
widely read volumes of collected papers in 1978
(Gould 1978a) and 1979 (Kramer 1979), both
of which delved deeper into philosophical and
methodological issues in ethnoarchaeological
research and both of which presented
a very wide array of topics, themes, and
methodological approaches. This eclecticism,
both in topics and in methodological
approaches, still characterizes ethnoarchaeology
today and, as ethnoarchaeologist Nicholas
David (1992) has pointed out, at the forefront
of these differences are the processual
approaches espoused by Lewis Binford and
others pitted against post-processual approaches
characteristically associated with the work of
Ian Hodder, among others. This distinction,
of course, can be traced along a series of
related oppositions such as (a) “scientist”
versus “hermeneutic” analytical styles, (b) an
ultimate goal of inding universal cross-cultural
behavioral laws or law-like generalizations versus
discovering cultural patterning and meaning in
a given cultural context, and (c) a tendency to
apply quantitative statistical methods versus a
reliance on qualitative and contextual methods
of research. This should not be surprising since
the scope of ethnoarchaeological research is
simply a relection of the theoretical diversity
and topical eclecticism found in contemporary
archaeology generally (see for example, Hodder
[2001], Preucel and Hodder [1996], and Trigger
[1989], among others).
While Don Lathrap did not verbally identify
his work with one camp or the other, he always
steered clear of arguing for behavioral laws of
any kind, and most would agree that the body
of his work in ethnoarchaeology, as well as
his judicious use of ethnographic analogy, fell
squarely in the camp of the post-processualists
even before this approach had a name. His
analytical style was always hermeneutic and
was concerned with cultural patterning and
the search for meaning in speciic cultural
contexts. Furthermore, with respect to
Jerimy Cunningham’s (2003) discussion
of various “roles” of ethnoarchaeological
research, of the four he mentions,1 Lathrap’s
work clearly conforms to numbers 3 and 4:
ethnoarchaeology as a form of “interpretive
discovery” and ethnoarchaeology “aimed at
raising analogical consciousness.” In fact, Don
was an absolute master at the latter role, as
anyone familiar with his lecture style can afirm
(see Oliver 1991).
Nicholas David (1992: Fig.1; see also David and
Kramer 2001) has developed a useful diagram
for understanding “the cultural domain and
its relationship to interpretive approaches
and analytical styles” in ethnoarchaeology
(Figure 2) and it can also be used to illustrate
Don Lathrap’s place in this scheme (see text
and boxes in red). As mentioned, Lathrap
was irmly in the “hermeneutic” camp as
far as analytical styles went and his areas of
topical interest ranged from the Phenomenal
Order containing Technical activities (ceramic
manufacture and discard behavior) to Social
activities (settlement patterns and site plans) to
the Ideational Order where iconography, art style,
and symbolism were of paramount importance
in his thinking, his “comfort zone,” if you will.
His
insights
derived
from
his
ethnoarchaeological
research
and
his
prodigious use of well-reasoned ethnographic
analogies can be found threaded through
virtually all of his writings and here I would
highlight three works dating to the irst half
62
to ethnoarchaeology speciically, and to
archaeological method, more generally, I
would suggest that it was the unique form of
modal ceramic analysis that he pioneered in his
dissertation research at Yarinacocha on the
Ucayali River (Lathrap 1962, 1969, 1970b,
and 1983) and prominently displayed in the
DeBoer and Lathrap (1979) article on “the
making and breaking of Shipibo-Conibo
pottery.” He instilled this approach in all of
his students, several of whom continued to
publish ceramic studies and analyses of art style
using this method (see especially Raymond
1995; Raymond et al. 1975; Roe 1995). It has
since been introduced to new generations of
students working throughout Latin America,
the results of which have turned out to be a
signiicant counterpoint to the Type-Variety
ceramic classiication method and Fordian
seriation with “battle-ship curves” favored
by Meggers and Evans, but which Lathrap
abhorred as being largely useless analytical
tools for archaeological interpretation. It is
noteworthy that ethnoarchaeologists Nicholas
David and Carol Kramer open their inluential
2001 volume on ethnoarchaeology with a small
tribute to this 1979 study as an exemplary case
of “ethnoarchaeology in action” (David and
Kramer 2001:2-4).
of the 1970s (Lathrap 1970, 1973, 1975), an
extremely productive period in Don’s career as
he moved his research focus from Amazonian
Peru and began a large archaeological project at
the Early Formative Valdivia site of Real Alto
on the coast of Guayas Province, Ecuador. The
Upper Amazon (1970) is his tour de force summary
of cultural development and population
movements in prehistoric Amazonia with
particular emphasis on the results of his own
long-term archaeological and ethnographic
research program on the cultural history of
the Ucayali River in the Peruvian montaña.
This book provided a powerful alternative
model for cultural development in the
Amazon Basin to that previously proposed by
Meggers and Evans and remains a landmark
in Amazonian archaeology today. The second
work, his article entitled “Gifts of the Cayman:
Some Thoughts on the Subsistence Basis of
Chavín” (1973), represents a key publication
in his varied interpretations of Early Horizon
iconography of the highland Chavín culture
from the perspective of the Tropical Forest
cultures of the Peruvian montaña. It is also
noteworthy for his articulation of a simple,
yet elegant, tripartite methodology for the
analysis of meaning in religious art, including
the formal, the mythic, and the structural aspects
(see Roe 1995 for a masterful elaboration of
that approach). And inally, his text for the
museum catalog Ancient Ecuador: Culture, Clay
and Creativity, 3000 – 300 B.C., dictated almost
verbatim to a transcriber over the course of
two days, offers Don’s interpretive vision
for the Formative Period cultures of coastal
Ecuador (Valdivia, Machalilla, and Chorrera),
again viewed through the lens of Amazonian
Tropical Forest Culture.
Two points stand out in these works. First,
they nicely incorporate Don’s thinking
on all three levels of the cultural domain
identiied in Nic David’s chart (Figure 2)—the
Technological, the Social, and the Ideational—
as well as demonstrate his careful application of
ethnoarchaeological insights and ethnographic
analogies. The second point has to do with
one of the more curious aspects of Don’s
contributions to South American archaeology
and that is his role in providing a seemingly
ever-present counterpoint to the research and
writings of Betty Meggers and Clifford Evans,
both in Amazonia and in coastal Ecuador.
Out of all of these writings and ruminations
on South American prehistory, if I were
asked to pick Don’s most important legacy
Ethnoarchaeology and the Domestic House
Floor: From Pechiche to Pumpuentza and
Back Again
I turn now to another ethnoarchaeological
case study from South America also inspired
by Don Lathrap’s vision, but in this case on
the coast of Guayas Province in southwestern
Ecuador at the Early Formative Period Valdivia
site of Real Alto near the hamlet of Pechiche.
The site was discovered by Ecuadorian
archaeologist and fellow Lathrap student Dr.
Jorge G. Marcos in 1972 and turned out to be
a large Valdivia site (~12.4 ha) representing all
but one of the 8 ceramic phases of the Valdivia
ceramic sequence (Lathrap et al. 1975; Lathrap
et al. 1977). In 1974, Lathrap received a National
Science Foundation grant to conduct extensive
excavations at Real Alto for a 12-month period,
and that Fall semester of 1974, Lathrap, Marcos,
myself, and Deborah Pearsall established
residency in the ishing village of El Real to
begin the year-long campaign of ieldwork2. As
soon as we initiated our excavations in Trench
A at the far southwestern end of the site, we
struck archaeological “gold” in the form of
63
a complete loor plan of a domestic dwelling
(Figure 3a) with deep, intact loor deposits
dating to Valdivia Phase 3 (2800 -2400 BC).
Numerous other domestic house structures
(Zeidler 1984) and ritual structures (Marcos
1988a, 1988b) were discovered, mapped, and
at least partially excavated in the succeeding
months and artifact recovery was carried out
through careful excavation and screening of
loor ill in 1 x 1m units and 10cm deep units,
or where sediments were unconsolidated,
through piece-plotting of individual artifacts in
situ followed by their removal in 1 x 1m x 10cm
units (Figure 3b). Separate sediment samples
were taken from each one of these units
and any internal features that were excavated
so that they could be processed through
lotation analysis and examined for charred
macrobotanical remains as well as microscopic
opal phytoliths and starch grains by Deborah
Pearsall (1988).
These excavation results presented an
attractive opportunity to reconstruct activity
areas and the internal organization and use of
household space and they formed the basis of
my doctoral dissertation (Zeidler 1984). They
also presented an attractive opportunity for
comparative ethnoarchaeological research on
household spatial organization and artifact
discard behavior in “living” house loors of
contemporary Amerindian societies, and it was
Don Lathrap who encouraged me to pursue
this additional ield research even though we
both knew it would prolong my dissertation
writing by another year (at least). It was also
Don that suggested that the dwellings (jea) of
the Jivaroan-speaking Shuar and/or Achuar
groups of Amazonian Ecuador would be
suitable analogues for comparative study.
By 1976, I was in contact with ethnologist
Michael Harner, then of the New School for
Social Research, who had recently published
his well-known monograph on Shuar culture
(Harner 1972), as well as ethnologist Norman
Whitten of the University of Illinois who
had been working with the Canelos Quichua
peoples in the Ecuadorian Amazon, to discuss
suitable research localities. It was through them
that I was later able to contact ethnologist
Pita Kelekna (then at the University of New
Mexico), who was conducting dissertation
research among the Achuar and she suggested
some of the Achuar settlements of her study
area as possible locations where I could
conduct my research. At that time, Salesian
missionaries had just published a brief booklet
on Achuar houses (Bolla and Rovere 1977)
and ethnologist Phillippe Descola was also
working in the Achuar territory at this time but,
regrettably, our paths never crossed until we
inally met at this EIAA conference in Quito
some 36 years later. His subsequent writings
(e.g., 1996a, 1996b) have nevertheless been of
tremendous value as I pondered the nature of
Achuar domestic space over the years.
In June of 1977, with the assistance of the
Salesian missionaries in Taisha, I was able to
arrange for a light to the Achuar settlement
Figure 4. Lateral view of Tsamirku’s house in Pumpuenzta (Morona-Santiago Province, Ecuador, July, 1977. Diagram above
house shows household composition. The male area (tankamash) and female area (ekent) of house are shown in red text
64
Different kinds of activity areas were identiied
and mapped, generally categorized as either
“individual, multi-purpose activity areas”
(e.g., the household matriarch Chakukui’s
personal space at the back of the structure),
or “communal, task-speciic activity areas”
such as the centralized chicha storage area in
the ekent sector of the house that was shared
by all of the adult females of the household.
Observations were made on sweeping and
cleaning habits as well as trampling behavior
that resulted in the incorporation of small
materials culture items into the loor matrix.
Differential deposition of refuse in loor
sediments across the house loor could also
be observed, both in actively inhabited houses
and in abandoned houses, and it was noted that
the female-associated ekent sectors consistently
demonstrated thicker depositions of loor
sediments, ash, and cultural refuse than the
male-associated tankamash sectors.
These ethnoarchaeological insights obtained
in Pumpuentza on the gendered use of
internal household space, artifact breakage
and discard behavior, and the differential
deposition of cultural refuse and its differential
accumulation in the loor deposits, all became
extremely useful analogues for returning to
Pechiche and analyzing the loor deposits of
the Valdivia dwellings at Real Alto (Zeidler
1983, 1984) (Figure 5). But in this case, the
analogies were “contrastive” (Gould 1978b)
rather than completely homologous. One
thing that became immediately clear is that the
Valdivia dwellings did not exhibit as rigid and
pronounced a gender separation in the use of
internal space as that evidenced among the
Shuar and Achuar peoples. Nor did it conform
to a front-to-back segregation as in the Shuar/
Achuar case. Instead, we ind a centralized
food preparation area centered between two
small hearths and a large area of burned
earth as a probable female-associated activity
area, with an area of probable male-oriented
activities around the periphery of this central
space. The right side of the house between the
central hearth and the wall also appears to have
been a major trafic area. At the very front of
the house was a partition wall that delineated
a separate activity area or personal space
(perhaps for adolescent males?). At the back,
we found a slightly burned area perhaps used
for small heating ires, and based on posthole
density and patterning (not shown in Figure 5),
it is suggested to be the private sleeping area
of the house.
of Pumpuentza near the Makuma River and
spent the next three and a half months there
examining Achuar household space and artifact
discard behavior, principally in the household of
Tsamirku (see Bolla and Rovere 1977) (Figure
4). As with all Shuar and Achuar dwellings,
internal household space was rigidly separated
into a male area (tankamash) and a female area
(ekent), so they provided an intriguing ield
laboratory for examining “gendered space”
and associated artifact discard behavior and
material deposition in house loor contexts.
Michael Schiffer’s (1972) low models for
artifact discard and deposition were all the
rage in ethnoarchaeology at that time (see also
DeBoer and Lathrap 1979) and that scheme also
guided my research. Over several month’s time,
observations of artifact use and discard in the
gendered space of the Achuar house allowed
for real-time ethnographic documentation of
the archaeological formation processes that
Schiffer was describing in his low diagrams.
Fixed features in the house interior such as
furniture, storage racks, multiple hearths, and
postholes were mapped much like the mapping
of cultural features in an archaeological site.
Next, a wide variety of material cultural items
was mapped in situ, including items resting
on the loor surface as well as items stored in
above-ground storage racks and shelves. Here
special attention was paid to the mapping of all
ceramic vessels found in the house at the time
of mapping including the ive basic ceramic
vessel categories in Achuar culture, whether
these were in primary or secondary use.
These included the large chicha brewing jars
(muits), the cooking ollas (ichinkian), the chicha
drinking bowls or “beer mugs” (pininkias), the
food bowls (tachau), and a specialized cooking
vessel (yukunt) for brewing tea. Special note
was also made of how these different vessel
categories were used within household space,
how they were broken and discarded, and how
they were deposited into the loor deposits
of the house structure. For example, only the
drinking bowls and food bowls would have
been circulated from storage in the ekent sector
of the house into the tankamash sector when
in use for chicha drinking and meal serving,
and would thus have had a greater probability
of breakage, discard, and deposition in large
areas within the household space, whereas
the other vessel categories would have had a
greater propensity for breakage, discard, and
deposition only within the ekent sector in the
rear half of the house.
65
Valdivia houses. It is likely that the more
constrained space of a smaller Achuar house
with an encircling wall would have provided a
better analogical study. Such a house existed in
Pumpuentza when I was there, but it belonged
to Chiriap, a well-known Achuar shaman, and
although I was invited in on occasion for social
visits, I was unable to conduct a thorough study
of the structure’s interior space.
Conclusion
In conclusion, then, I would argue that Don
Lathrap’s legacy to Amazonian ethnoarcheology
was foundational and prophetic, and his
inluence on students and colleagues was
profound. It certainly was for me. I suspect
that he would be very pleased with the longterm ethnoarchaeological research of Peter
Siegel in Guiana and Perú going back more
than 25 years (see, for example, Siegel and Roe
1986, Siegel 1990, this volume) as well as the
more recent work of Michael Heckenberger
and his students in the Upper Xingu Basin of
Brazil (see, for example, Heckenberger 2005,
2013, this volume; Schmidt this volume). Here
we must also cite the work of Irmhild Wüst
(1994) on eastern Bororo ethnoarchaeology
(see also Wüst and Barreto 1999). And he
would be gratiied to know that this conference
included an entire session on the topic of
ethnoarchaeology (see papers by Siegel, Mans,
Salles Machado, and Silva, this volume).
Still, if he were to assess the status of
Amazonian ethnoarchaeology today, I suspect
he would say that its potential for enhancing
archaeological interpretation is far from fully
realized and its ethnographic richness still has
much to offer the inquiring archaeologist in a
wide range of cultural domains. In short, we
need more—not less—ethnoarchaeological
research.
Figure 5. Contextual reconstruction of household space in
Structure 1 at Real Alto (from Zeidler 1984:480)
Still, despite the lack of congruence in the
positioning of gendered space between
the Achuar case and the Valdivia case, the
depositional processes at play in the Achuar
house seem to hold for the Valdivia dwelling
in that the female-associated activity areas
exhibit a greater accumulation of very small
cultural material refuse when compared to
inferred male-associated activity areas and/or
areas of heavy foot trafic. In the Valdivia case,
this has been convincingly documented by
my colleague Peter Stahl in his analysis of the
distribution of faunal bone across the house
loor and vertically through the depositional
matrix (Stahl and Zeidler 1990). He was able to
demonstrate a distinct patterning of small bone
accumulation and deposition in the inferred
food preparation area and small pockets of
deposition at the very front of the house and
the very back of the house. But these denser
areas of bone were arrayed in a linear fashion
from the front to the back of the house on its
left half, with lighter deposition on the far left
side of the structure. In contrast, the inferred
trafic area on the right half of the structure
was relatively devoid of bone material. This
right-to-left contrast can be readily seen in the
vertical deposition of the house loor as well,
both in terms of bone frequency and weight
(Stahl and Zeidler 1990: Figure 11 and Table
2).
In summary, then, the Achuar study of
household space and artifact use and discard
proved to be a valuable exercise for purposes of
archaeological interpretation by analogy. One
major difference between the two structures
used in this study was the lack of an encircling
wall in the Achuar case (Tsamirku’s house)
in contrast to the inferred wall encircling the
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Cunningham (2003) makes reference to
four roles for ethnoarchaeology, as follows: (1)
ethnoarchaeology aimed at identifying law-like
“translations” of the archaeological record; (2)
ethnoarchaeology that tests archaeologically
derived propositions; (3) ethnoarchaeology
as a form of “interpretive discovery”; and (4)
ethnoarchaeology aimed at “raising analogical
consciousness”.
2
We were subsequently joined by Jonathan E.
Damp, then a graduate student at the University
of Calgary, who focused his ield research on
the early Valdivia occupations at Real Alto
dating to Phases 1 and 2 (Damp 1988).
1
68
Simposio “Guyanas e Orinoco”
Fauna del arte precolombino en las Guayanas
Stéphen Rostain
CNRS, Francia y IFEA, Ecuador
al animal muerto, viendo entonces dos veces
más dibujos, lo que explica que su arte sea
más diversiicado. Los dibujos de la piel del
monstruo sirven hoy en día como base de
decorado de cerámicas, cestería, objetos
de madera y pinturas corporales de toda la
sociedad wayana.
Además, no siempre se muestra físicamente a
los animales, sino que a veces solo se los ilustra
con un signo característico que lo identiica.
Así, las representaciones más estilizadas a
menudo se basan en una particularidad exterior
del animal, como aquí el dibujo especíico de
las escamas de la caparazón de tortuga. Los
dibujos presentes en la piel del animal son a
menudo retomados como las series de rombos
de la piel de la anaconda o el damero formado
por las escamas de la caparazón del armadillo
(Fig. 1).
Pueden igualmente ser especiicidades de la
especie en relación con sus congéneres como
la disposición de las escamas de un pez o sus
dientes especialmente grandes y ailados (Fig.
1). El tema escogido puede ser sutil como
las líneas paralelas verticales que representan
las marcas del arañazo del jaguar en el árbol
(Fig. 1). Todavía más sorprendente, una línea
sinuosa muestra las huellas dejadas en la arena
por una concha (Fig. 1).
Así y todo, ciertas iguras antaño gravadas
en la piedra o moldeadas en la cerámica son
reconocibles (Fig. 1). En una excavación
guayanense, el arqueólogo puede entonces
descubrir una cabeza modelada en la cerámica
que personiica un ave, un tapir o un felino
(Fig. 2). La nutria gigante está representada de
manera muy realista en la cerámica de cultura
Aristé Reciente (1100-1600 d.-C.) del bajo
Oyapock, en Guyana francesa (Fig. 2). En
Suriname, el pecarí es fácilmente reconocible
en esta cerámica de cultura Barrancoide (50350 d.-C.) (Fig. 2). Los grupos de cultura
Kwatta (800-1000 d.-C.) del litoral central de
Suriname esculpieron de manera muy parecida
un pendiente de concha en forma de caimán
(Fig. 2).
Introducción
No todos los animales fueron representados
en las producciones de los Amerindios de las
Guayanas y, además, algunos de ellos tienen
más importancia que otros debido a su estatus
en los mitos y la identidad cultural del grupo.
Este artículo va intentar mostrar las especies
favorecidas por los artistas precolombinos de
esta región. Veremos que si bien los animales
han sido ampliamente representados en el
arte, aquellos ligados al elemento acuático son
mayoritarios.
Negra o de color café crema, el agua que
corre en los ríos de la Amazonía ofrece poca
visibilidad y no permite ver lo que en ellos
se esconde. No es entonces sorprendente
que los Europeos fantaseen sobre todos los
peligros que en ellos pueden esconderse. Una
vez más, allí se imaginan todos los animales
más terroríicos, acechando para devorar al
imprudente. El imaginario occidental asocia de
esta manera, líquido y dientes, agua y sangre.
Los habitantes del bosque tropical, como es
evidente perciben el agua de forma diferente. Si
bien están muy al tanto de las realidades de este
medio, no tienen los mismos temores de los
cursos de agua. Muy al contrario, ríos y aguas
son el centro de la vida y el arte amerindio. Aún
más, las especies animales que viven en el agua
o están directamente asociadas con el elemento
acuático, se hallan en el centro de numerosos
mitos.
1. El arte amerindio de las Guayanas
Los Amerindios atribuyen a menudo el origen
de las formas y colores del arte a los animales:
plumas de aves, piel de mamífero o de serpiente,
etc. (Davy 2011).
Recordaremos al monstruo Tulupéré de piel
decorada, en el cual se inspiró el arte wayana.
Los Wayana mataron a este monstruo en el
curso de una célebre batalla y copiaron los
dibujos del costado del animal en su arte. Los
Apalai vinieron luego de la batalla y voltearon
69
2. Representaciones precolombinas de
animales
representaciones animales Arauquinoide de
las Guayanas, entre las cuales se encuentran
algunos pájaros y marsupiales o pequeños
mamíferos. La iguración es realista sin llegar
a la perfección que alcanza en el arte Aristé.
Las espigas macho en las paredes de las vajillas
presentan a menudo cabezas de tortuga y las
dos patas o aletas anteriores. En otros casos,
todo el recipiente alude a la caparazón del
animal con las patas, cola y cabeza salidas como
elementos de prensión (Fig. 4).
La rana, esposa del Sol, es un animal ancestral
en la mitología amerindia. Se la encuentra
igualmente bajo formas muy diversas, desde la
más realista hasta la más estilizada, en dibujos
decorativos de la cerámica u otros objetos.
Probablemente es el animal acuático más
representativo del arte amerindio. Además,
debemos recordar el uso muy particular del
veneno de rana en la coloración artiicial de
plumas, artefacto esencial de la identidad
amerindia. El “tapirage”, que podría hallar su
origen en las poblaciones de las Guayanas,
consiste en sacar las plumas del pecho del
animal, generalmente un loro verde, luego
embadurnar su piel con veneno de rana. Al
volver a nacer, las plumas habrán perdido su
color original tiñéndose de amarillo, naranja
o rojo. La serpiente y la rana están a menudo
presentes en la cerámica Aristé. En el borde
de varias vasijas funerarias, podemos ver por
ejemplo un friso característico que representa
una serpiente ondeando y que parece amenazar
a un sapo (Fig. 5). El tema de la rana y del reptil
es lo suicientemente recurrente para intrigar y
permite pensar que se trataba de la esencia de
un mito esencial, ya perdido, en las poblaciones
Aristé.
Las representaciones plásticas precolombinas
más variadas se hallan en la cultura Aristé. Si
bien la cerámica doméstica está en general
decorada por incisiones geométricas simples, el
arte funerario preiere las pinturas policromas
elaboradas y los modelados zoomorfos
diversos. El pájaro es importante pero también
están pequeños marsupiales como la zarigüeya
(Fig. 2). Algunas de entre ellas tienen la cola
manchada y están a veces representadas
solamente por una cola enrollada. Es interesante
verla representada en las cerámicas funerarias
cuando se sabe que es el único animal que “se
hace el muerto” cuando se siente amenazado.
El felino es omnipresente en la cerámica de la
cultura Koriabo (750-1400 d.-C.), pero bajo
forma híbrida con trazos antropomorfos.
Frecuentemente se lo representa en relieve
con las paredes del recipiente deformadas
o con un pequeño modelado. Una pequeña
vasija Koriabo, recogida en un río del oeste
de Surinam, muestra un ocelote o un margay,
identiicable por su pelaje manchado y su
antifaz, el mismo que es inexistente en el jaguar.
Parece que las únicas comunidades que dieron
tal importancia al felino en su arte cerámico,
fueron las Koriabo (Fig. 3).
Si bien en el arte Aristé no se representa al felino
de manera realista, tal vez si se lo simboliza. En
efecto, supongo que el dibujo de fréjol doble,
tan común en la cerámica funeraria Aristé,
puede representar al jaguar o al ocelote. Estos
fréjoles opuestos serían entonces las manchas
en forma de aro del animal. Así, los platos
descubiertos en los sitios funerarios podrían ser
representaciones de la piel del felino. El dibujo
de fréjol doble se lo halla particularmente en
las tapas de urnas funerarias antropomorfas
(Fig. 3). Los motivos de la asociación del felino
con el mundo del Más Allá siguen todavía por
determinarse. Hoy, chamanes de varios grupos
amazónicos, como por ejemplo los Trio de
Suriname, se cubren la cabeza con una piel de
jaguar seca (Fig. 3). ¿Entonces, es el jaguar el
protector de los hombres?
El estilo Koriabo parece reproducir habitantes
del mundo maravilloso. Muchos de los
modelados cerámicos Koriabo parecen ser
ranas o tortugas, simplemente representadas
por dos grandes ojos y un hocico o a veces por
una forma fantástica de miembros tentaculares
(Fig. 4).
La tortuga al parecer marina, domina en las
3. Ranas de piedra verde
La rana es importante en el arte Arauquinoide,
aunque se la observa con menos frecuencia
que a la tortuga. En la cerámica Arauquinoide,
parece ser que el batracio, representado de
manera estilizada, es a menudo suplantado
por la tortuga marina. (Fig. 5) Sin embargo
encontramos la rana en las piedras verdes, o
piedra de las Amazonas o muiraquitã (Fig. 5).
Estos pendientes biomorfos representan en
gran mayoría ranas y, muy rara vez, aves, peces,
tortugas o iguras geométricas. Los Amerindios
contaban que las muiraquitãs eran hechas por
las Amazonas, “las mujeres sin hombres”, con
la arcilla de un lago, la misma que al entrar en
contacto con el aire, adquiría la dureza de la piedra:
70
“Las piedras verdes se toman bastante arriba en los
ríos de las Amazonas; se trata de arcillas que se recogen
en el fondo de este río; arcillas que son ciertas venas de
limos; al extraerlas fuera del agua lo primero que se hace
es perforar el pedazo que tenemos por donde queremos,
después de lo cual elaboramos la igura que queremos
darle, modelando esta arcilla como barro de ceramista
y cuando el obrero ha terminado su trabajo siguiendo
su fantasía, la volvemos a sumergir en el río por poco
tiempo. Después la sacamos del agua y esta igura que
ha sido retirada del agua, al entrar en contacto con el
aire, se vuelve tan dura como el diamante, al punto de
que se torna imposible cortarla pero al tomar un hilo
de algodón y pasarlo por ella, al igual que si pasáramos
una sierra por un pedazo de madera para serrarla, el
algodón corta la piedra como uno desea.” (Goupy des
Marets 1690).
Además de ser una descripción precisa sobre el
mito de las Amazonas, este texto nos entrega
un indicio sobre la tecnología lítica. Las piedras
verdes son rocas duras y difíciles de trabajar.
Podemos entonces preguntarnos cómo son
fabricadas las muiraquitãs. La mención del
hilo de algodón conduce a pensar que fueron
cortadas con la ayuda de un hilo, dándoles así
una primera forma, para ser luego pulidas en el
terminado.
Se las habría luego intercambiado por plumas
de colores de loros y guacamayos, atributos
típicamente masculinos en las sociedades
amazónicas. Las piedras verdes son adornos
femeninos y los símbolos de los mitos
que tienen que ver con ellas, poseen una
connotación femenina: agua, lago, suavidad,
color verde, obscuridad (noche), anaconda,
luna, al igual que los animales representados
(rana, lagartija, pez). Las piedras verdes son
perforadas atrás o en le costa para así poder
pasar un cordón por ellas. La composición
de los collares amerindios la describe con
precisión un colono de Guyana francesa del
siglo XVIII: “El collar de piedras verdes que llevan
las mujeres y que es muy estimado, está compuesto
por once o trece piezas siempre en número impar, las
hay largas, cuadradas, redondas y aquella del medio
tiene la forma de un sapo” (Milhau 1726-33).
Las poblaciones amerindias mostraron
siempre gran interés por las piedras verdes,
como lo señala un viajero: “los Galibis no tienen
nada más valioso que los Takouraves. […] son
igualmente apreciadas por todas las demás Naciones
de la Guyana” (Barrère 1743). Al morir su
dueño, la piedra verde podía ser quemada para
retirarle todos sus poderes antes de enterrarla
con el difunto (Goupy des Marets 1690) o,
al contrario, conservada por ser muy valiosa
(Chrétien 1719).
La producción y el comercio de las piedras
verdes arrancaron a inicios de nuestra era, en
el período llamado Saladoïde (de 1000 a.C.
a 800 d.C.), y continuaron hasta principios
de la colonización (Boomert 1987; Rostain
2006). En la Amazonía se conocen tres
centros de producción de muiraquitãs. En el
bajo Amazonas, culturas ligadas a la tradición
Incisa y Puntuada fabrican muiraquitãs a partir
del inicio de nuestra era. En la costa central
de Venezuela, grupos Valencoides elaboran
pendientes entre 900 y 1500 d.C. El taller de
piedras verdes de Kwatta-Tingiholo, localizado
en la costa central de Surinam, está asociado a
la tradición y se inició probablemente hacia 800
d.C. En este taller, los amuletos estaban hechos
principalmente con piedras provenientes
de yacimientos del interior de las tierras,
sobretodo riolita y en menor cantidad nefrita,
tremolita, cuarzo, metabasalto y laterita. Podían
ser eventualmente en resina o en concha.
Decenas de pendientes fueron hallados en el
sitio de Kwatta-Tingiholo, aparentemente el
centro de producción y difusión hacia otras
implantaciones costeras de culturas Hertenrits,
Barbakoeba o Koriabo.
Se encuentra muiraquitãs en toda la Amazonía
y las Antillas. Al leer textos de archivos,
claramente se trasluce que las muiraquitãs
constituían el principal medio de intercambio
ceremonial intra o inter étnico en el seno de las
Guayanas, e incluso más allá (Boomert 1987).
Se daban entonces intercambios entre los jefes
de tribu, para transacciones de matrimonio o
de paz por ejemplo (Wassén 1934), las piedras
verdes tomaban desde ese momento el valor
de moneda. Se debe sin embargo relativizar
la importancia precolombina de estas piedras
ya que es probable que su prestigio haya
aumentado sensiblemente después de la
conquista europea, dado el poder de cura que
le atribuyeron los colonos “para los males de
riñones, el cólico nefrítico, la piedra, la arenilla e incluso
para los vértigos y los accidentes de epilepsia, al llevarla
consigo pegada sobre la piel” (Chrétien 1719);
“Estas piedras colgadas al cuello impiden que el mal
caiga de lo alto (epilepsia), yo he hecho la experiencia
obteniendo bastante éxito, en personas que sufren de
este mal” (Du Tertre 1671). Muy rápidamente,
los recién llegados buscarán con avidez las
piedras verdes, las mismas que exportarán
hacia su continente. Esta demanda aumentó el
valor de las piedras e intensiicó el comercio
indígena multiplicando las expediciones
Kali’na hacia el Amazonas. Los Kali’na,
71
principales intermediarios en los intercambios
de piedras verdes entre el Amazonas y la costa
de las Guayanas, viajaron regularmente hasta el
gran río a in de obtenerlas. En 1644, pararon
inclusive las hostilidades iniciadas catorce años
antes con los Arikare de Amapá “para poder
continuar sin obstáculos en su ruta, con el comercio
de las piedras verdes que eran su gran pasión” (de
Gomberville 1682).
nariz húmeda de un ser parecido a un jaguar
sobrevivió a un incendio. Esta nariz se la asimila
a la pequeña ranita arborícola Hyla venulosa,
presente en numerosos mitos amerindios. “La
variante combinatoria de los cartílagos húmedos de un
ocelote es la ranita: al reemplazarlos por ella, obtenemos
la igura de un ‘pequeño jaguar con nariz en forma de
ranita’” (Karadimas 2002). Aquí, una analogía
de forma y humedad entre la nariz y la rana
(además de una representación simbolizada
de la hoja nasal del murciélago) justiica el
deslizamiento operado.
Más cercana a nosotros, está la amalgama
felino/rana hecha por los Wayampi relatada por
Françoise Grenand (2007). El yawa Wayampi se
traduce literalmente por “come hombres” y dio
en francés y español “jaguar”. Esta categoría
de animal agrupa diferentes especies: el puma
claro y el puma oscuro, la nutria, cuatro formas
de jaguar: negro, manchado, apagado y de
apariencia batraciana. Este ultimo animal, la
Ranita de Goeldi (Phrynohias resiniitrix), es así
considerada como un avatar del jaguar. Según
los Amerindios, las características comunes
de todos estos animales son el ser carnívoros,
cazadores y no consumidos por el hombre.
4. Avatares
Alrededor del año 1000 d.-C., tres culturas
amerindias predominaban en Guayana
francesa. Las poblaciones denominadas Aristé
del litoral oriental constituían una extensión
del fogón cultural del bajo Amazonas, mientras
que las Arauquinoide de la costa oeste
provenían del medio Orinoco. Los Koriabo del
interior, representaban un desarrollo indígena
de las Guayanas. El bestiario representado
en la cerámica de estas entidades culturales
muestra preferencias especíicas de cada una
de las culturas precolombinas de Guyana. El
batracio domina ampliamente en el panteón
de las representaciones zoomorfas. Las demás
corresponden a mamíferos y aves. Algunas son
muy realistas y permiten una identiicación
relativamente iable. Sin embargo, en
numerosos casos, es imposible asegurar la
naturaleza exacta del ser representado.
En este “país de las mil aguas” que es Guayana,
parece ser que se ha preferido sistemáticamente
a los animales acuáticos en el arte cerámico
precolombino. Si bien los peces están ausentes,
la rana, la tortuga marina y la anaconda ocupan
un lugar privilegiado. Ciertos reptiles, tortugas
y serpientes son luego más frecuentes. Las
características comunes de estos animales son
la de mutar (incluso si no es evidente como
en lo referente a la tortuga), poner huevos y
por supuesto, estar por lo general, asociados
al agua. El mundo acuático es así puesto
particularmente en relieve en el bestiario
amerindio anterior a la Conquista europea.
La rana es el animal más representado en las
muiraquitãs de piedra verde. Estos pendientes
de aspecto estilizado eran muy apreciados por
los Amerindios y constituían un objeto de gran
prestigio.
El jaguar también tiene, de un cierto modo,
una relación con elemento acuático. Las cosas
no son siempre como parecen y puede haber
un deslizamiento, casi una transmutación del
felino en rana. En los mitos Andoque y Miraña
estudiados por Dimitri Karadimas (2002), la
5. Entender un arte con diferentes
referentes
Deinir una especie animal precisa representada
en el arte de las poblaciones que no distinguen
el mundo natural de los espacios míticos es
aventurado. Así, la mayor parte de las iguras
están compuestas a partir de elementos
tomados en diferentes animales existentes y
en los hombres, e incluso seres fantásticos,
que desembocan en la creación de híbridos
y quimeras. Se vuelve entonces necesario
desconiar de lo que vemos o creemos ver.
Ver con otros ojos y comprender de otra manera
la representación requiere que ubicarse en una
perspectiva diferente. Esto es lo que aplicó
Dimitri Karadimas (2001). Basándose en los
mitos amazónicos y en su experiencia con los
Miraña de Colombia, propuso interpretaciones
totalmente nuevas del arte precolombino de
Los Andes. Las representaciones amerindias
reposan, en efecto, en conceptos radicalmente
distintos de los Occidentales. Por ejemplo,
cómo representar en dos dimensiones una
raya cuyas dos caras tienen características
esenciales: los ojos en la espalda y la boca en
la cara ventral. Es importante subrayar que
los Miraña no abren el pescado haciéndole
una incisión en el vientre como los Europeos,
72
pero cortándole la espalda. De esta forma, al
desplegar los dos costados incisos de la espalda
del animal, los ojos se encuentran cerca de la
nariz. En vista del tamaño de la nariz, tenemos
entonces la impresión de ver una raya de cuatro
ojos. Es por esto, que los Amerindios dibujan
a este animal poniéndole lo que parece ser un
doble par de ojos. En representaciones menos
igurativas, como por ejemplo las máscaras, se
diiculta más reconocer el animal (Karadimas
2001). La presencia de cuatro ojos no es
necesariamente el criterio más evidente para
los Europeos para caracterizar a una raya.
Interpretar la iconografía precolombina de las
Guayanas puede volverse un reto. De hecho,
si las representaciones de seres vivos son
frecuentes en este arte, ¿cómo designarlos con
precisión en un mundo en el cual los personajes
híbridos dominan en la mitología, en donde
los espíritus combinan atributos zoomorfos
diferentes, en donde los chamanes modiican
su naturaleza humana y los ancestros muestran
un aspecto en perpetua mutación?
Al estar la tradición oral ausente del registro
arqueológico, hacen falta los mitos que podrían
servir de clave para la lectura de la iconografía
precolombina. Los caminos de interpretación
de la mitología amerindia son demasiado
complejos y las representaciones demasiado
simbólicas para esperar percibir y revelar
directamente la intención del artista.
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74
Simposio “Guyanas e Orinoco”
Excavations at Poncel:
an update of the Late Ceramic Age of Cayenne
Martijn van den Bel
Inrap, Cayenne/Leiden University, The Netherlands
The excavations at coastal Pleistocene sand
ridges of the last decade represented usually a
‘window’ into much larger habitation site (e.g.,
Katoury, Vieux Chemin, Rorota, and Saint-Cyr)
but the Poncel hilltop, situated in the swampy
hinterland of these sand ridges, was excavated
nearly completely. It represented a relatively
small number of features (204 for 7600 m²)
and a relatively high quantity of grinding tools
compared to the aforesaid habitation sites. It is
suggested that Poncel is a satellite site or special
purpose site related to the larger habitation
sites of the sand ridges2.
Introduction
The results of the Cimetière paysager Poncel or
Poncel excavations are part of a larger body
of investigations, which have been generated
by the implementation of compliance
archaeology in France and subsequently in
French Guiana since 2001 (Fig. 1a). These
excavations altogether permit to reconsider
the existing archaeological framework for
Cayenne as proposed by Stéphen Rostain in
his dissertation about 20 years ago (Rostain
1994a). Notwithstanding the fact that
Rostain presented a welcome guideline for
archaeologists working in French Guiana, it is
by now obsolete and in need of rectiication
due to the collection of new data in the last 15
years what will be elucidated by the Poncel site
presented here.
Features
The spatial distribution of artefacts and
features at Poncel shows human implantation
at the highest point or central place (Zone A)
with at least four smaller or secondary areas
around it (Zone B-E) (Fig. 2). Although a
possible loor plan has not been identiied for
the central zone, it features two NE-SW parallel
alignments of deep post holes and ceramic
illed pits. This concentration is thought to
represent the principal occupation of this site
having by far the largest concentration of post
holes and pits. The secondary areas only feature
pits and no post holes at all, except maybe for
Zone B.
Concerning the pits, these have been
subdivided in three main types, to wit: (a)
roundish pits with either vertical or sloping
walls and a lat bottom, containing a dark ill
and some potsherds, (b) small round sinkshaped pits containing pottery depositions,
and (c) elongated pits with vertical walls and
lat bottom, containing much pottery debris.
Two pits did not it these descriptions: one is a
very large irregular shaped pit containing good
quantities of ceramics, perhaps a tree fall, and
one deep shafted pit of about 2 m in depth
which is probably from an earlier occupation.
The latter pit is discussed later on.
Poncel
From an archaeological point of view Cayenne
Island or Cayenne is probably the best known
part of French Guiana where most of the
archaeological research has been conducted
what started nearly four decades ago (Lefèbre
1973, 1975; Turenne 1974; Petitjean Roget and
Roy 1976). During the 1980s numerous salvage
missions and surveys conirmed an important
LCA occupation for Cayenne, mainly located
upon the Pleistocene sand ridges, which are
situated between the Precambrian tabularshaped mountains that mark the Atlantic
seaside. These investigations as well as many
others have eventually been synthesized by
Stéphen Rostain (1994a).
Poncel was discovered in 2002 at the summit
of a small foothill located to the east of Mont
Cabassou in the swampy hinterland of the
before mentioned Pleistocene sand ridges.
This survey was followed by a complementary
mechanical survey and an excavation in 2010
(Jérémie 2002; Hildebrand 2004; van den Bel et
al. 2013) (Fig. 1b)1.
75
Figure 1. A: Overview of Cayenne Island featuring discussed sites,
B: Aerial photography of the Poncel hillock with excavation perimeter
The pits containing ceramics were of particular
interest because of their spatial distribution,
shape, and possible function. The small pits (b)
itted the vessels perfectly as if these pits were
dug for the occasion. In all cases, they contained
a complete vessel in upright position often
with another one placed upside down on top
of it (N=6). Similar depositions are common
for LCA sites in French Guiana and are usually
referred to as urn burials (e.g., van den Bel
2009). However, when found in a habitat
context, it is suspected that these depositions
may also contain all kinds of other things and/
or objects, e.g., food, hair, nails, placenta, etc.,
related to funerary or life-passage rituals such
as birth, marriage, boy- and girlhood rites.
The elongated pits (c) with good quantities
of pottery debris (N=5) measure 120 to
170 cm in length and about 40 to 55 cm in
width and 20 to 50 cm in depth at excavation
level, corresponding likely to a human body
in stretched position (inhumation grave).
76
encountered about 10 years ago at Katoury,
the neighbouring site of Thémire, during a
mechanical survey conducted by Sylvie Jérémie
who interpreted these elongated pits as waste
pits (Jérémie et al. 2002) (Fig. 3).
Despite the problems with the identiication
of human bone material, it is nevertheless
suggested here that these elongated pits
represent inhumation graves in which a body
Figure 2. Overview of hypothetical feature concentrations
(Zones A–E) with important pit features in and postholes
(between 20 and 40 cm in depth)
Unfortunately, in all these pots and pits we did
not ind one bit of human bone to conirm
this hypothesis of being burial related features.
Sediment samples from one elongated pit
were taken to check the presence of intestinal
parasites of a deceased person, if present, but
this analysis (conducted by Matthieu Bailly of
the University of Franche-Comté, France) did
not yield any results at all. The soil acidity in
the Neotropics probably being probably their
worst enemy as it is also for bone and other
such material.
In fact, two recent excavations at Cayenne,
one at Saint-Cyr and the other at Mombin,
faced similar problems when stumbling too
upon the same type of elongated pits with
ceramic debris and no bones either (Delpech
2010a, 2011ab, 2013). Interestingly, the pits at
both excavations showed an organized spatial
pattern of clustered pits in various spaced
concentrations each covering about 15 m²,
located at the periphery of a habitation site as
is the case for Saint-Cyr.
Poncel also revealed a sort of spatial
organization but here three elongated pits
were aligned in the central zone –parallel
to the principal post hole axis– and two pits
were encountered in the secondary areas. It is
noteworthy that elongated pits had already been
Figure 3. A: Section drawing of the elongated pit F
199 that was dug in the bedrock and a photograph of
the manual excavation of this pit. Two radiocarbon
dates were recorded for this pit: one taken next to the
compete vessel (EC 223) that was found upside-down
(Poz-44834). Another sample was taken from inside a
potsherd (EC 230) that was found at the bottom of this
pit (Poz-44832), B: Elongated pit with ceramic debris as
observed during the mechanical survey of Katoury (photo
by Sylvie Jérémie), C: Photograph of a ceramic deposition
at the allotment project l’Anse du Mahury, taken when the
present author visited this site during salvage excavation.
Three radiocarbon dates yielded a date between AD 990
and 1215 for the excavated area (Briand 2012b:26)
77
Figure 4. A: Ceramic sequence of the LCA Poncel occupation. Atmospheric data from Reimer et al. (2004),
OxCalv3.10 Bronk Ramsey (2005), B: EC 154 found in pit F 93 (see Fig. 2), showing complex white-onred designs on its interior wall and base. The subdivision of the base in four elements forming a cross may
represent an (abstract) relection of their world view, C: Drawing of Late Aristé polychrome vessel found in a
funerary pit or poço at Mont Curu, situated next to the Counaní River in Amapá (Goeldi 1900, Plate 3, no. 8)
78
has been deposited. The body is subsequently
covered with (broken) ceramic vessels and
sometimes complete ceramic vessels are placed
at the extremities (feet and head).
of Poncel shared six popular grog-tempered
vessel shapes, to wit Form A-F. Although other
signiicant forms have been recorded for both
assemblages, the following Forms are by far the
most popular ones for these sites and also have
exact equivalents recorded for at other sites at
Cayenne and adjacent areas (Fig 5b).
Ceramic series
The ceramic collection of Poncel consists
principally of ceramics taken from the above
mentioned features. These ceramics show
striking similarities with many other sites at
Cayenne excavated in the last decade and this
cultural afinity is conirmed by 15 radiocarbon
dates ranging roughly between 1000 and 400
BP. Although these dates span the whole LCA
until the colonial encounter, the majority
however falls between 900 and 700 BP (Fig. 4).
The Poncel ceramic inventory counted about
6000 comprising 23 complete vessel shapes of
which nearly 12% is decorated. A modal analytic
approach of these assemblages permitted to
isolate over 265 constituent elements (EC) in
eight modal series (SM I-VIII) for which shape,
dimensions, modes of decoration, iring, and
temper amongst others have been determined
of which 40% is decorated (Fig. 5a)3.
Half of the assemblage (52%) has been
tempered with pounded potsherds where
as sand and vegetal make up for the rest.
Microscopic analysis for the neighbouring
PK 11 site already pointed out that pounded
potsherds were indeed the most dominant
temper of this stylistically similar assemblage,
and possible screening of the pounded residue
makes it sometimes dificult to detect potsherds
(van den Bel et al. 2011, 2012).
Incision (51%) makes up for most of the
decoration where as red colouring (38%)
comes second4. Polychrome painting (WOR,
black, white) is rare representing less than 10%
of the total coloured ware. Modelling (7%) is
represented by small nubbins, thin clay strips
or lugs and a few (biomorphic) adornos which
all have been applied to the upper part of the
recipient, notably SM III, SM IV, and SM VII.
Interestingly, seventeen fragments showed a
combination of a red painted band around
the neck (SM VII) or concave rims (SM II)
of which the majority also featured vertical
crossed incisions (treilles) or wavy-lines with
small nubbins. We must recall here that the
latter association of red colouring and incisions
had already been pointed out for Katoury
(Mestre et al. 2005: 63).
In combination with the ceramic analysis of the
PK 11 assemblage (N=3500) the modal series
Form A: Spherical, slightly restricted bowl
which can be boat-shaped too, having vertical
or oblique incisions, either parallel or crossed,
which appear to have been applied rapidly
upon the upper exterior part of this vessel,
generating a ‘sloppy’ aspect. These vessels
feature sometimes features small nubbins
or vertical lugs. The diameters vary between
30 and 40 cm. It has been found at Wayabo
(Briand 2011: 47, Planche 1.3), Soula (Mestre
2006a: 29), Rorota (Petitjean Roget and Roy
1976: 174, Planche 10), Pascaud (Rostain
1994a, Fig. 119.8, 16), Katoury (Mestre et al.
2005: 68, Fig. 7, Fig. 3; Coutet 2009: 255, Type
Ia, p. 257–258, Type III), Montabo Sud (Coutet
2009: 205–207, Type I-III), and Saint-Cyr
(Delpech 2010a, Annexe B).
Form B: Globular (?) keeled jar with a lexed
rim towards the exterior. It often shows
alternating incisions and / or composed ones
in a cartouche applied between the lip and the
keel. The oriice varies between 35 and 55 cm.
This form was also coined Vase d’Alexandre
for the Rorota site (Petitjean Roget and Roy
1976: 174, Planche 9). These have further
been identiied at Katoury (Coutet 2009:259,
Type IV), Thémire (Rostain 1994a, Fig. 119.9),
Montabo Sud (Coutet 2009:211, Type 7), and
Saint-Agathe (Samuelian 2009: 63, Planche 3ad).
Form C: Globular necked jar or bottle of
which the oriice is less than 10 cm. The neck
often features a red slipped band applied to the
lower part of the collar as well as oblique’s or
composed incisions. These shapes have been
indentiied at Katoury (Mestre et al. 2005, Fig. 4
et 5; Coutet 2009: 260, Type IX), Montabo Sud
(Coutet 2009: 213, Type IX), Vieux Chemin
(van den Bel 2007b: 89), and Soula (Mestre
2006a: 29).
Form D: Small keeled (ovoid) bowls with
incisions, notably wavy-lines or obliquecrossed lines and appliqués, notably small
nubbins and lugs. These bowls have also been
found at Saint-Cyr (Delpech 2010a: 27) and
Pointe Gravier (Turenne 1974: 29, Fig. 1).
Form E: Conical bowl with monochrome red
slip applied on the interior with a diameter that
79
Figure 6. A: Section drawing of pit F 158 accompanied by a photograph of the excavator in rather suggestive
position. Description of the ill: (1) sandy silt, coloured dark brown to black with charcoal, large blocs and
large ceramic fragments, (2) pocket of loose sediment (roots?), (3) clayey silt with nodules, brownish orange,
(4) empty pocket (root?), (5) clayey silt, reddish brown, loose texture with some charcoal, (6) silty clay, red to
light brown colour, B: Sand-tempered ceramic material found in pit F 158: (a) Finger-indented rims or Ouanary encoché, (b) restricted carinated bowls, (c) laring open bowls, (d) anthropomorphic adorno; note the
headdress and large ears
80
in need of more detail and quantiication when
deining recurrent vessel shapes in order to
create a ceramic catalogue for LCA Cayenne.
Nonetheless, Rostain was well aware of the
general aspect of his typology about 20 years
ago what he presented as being a simpliied
and preliminary classiication, which needed to
be subdivided in varieties in the future (Rostain
1994b: 10, note 2)6.
However, it is probably not the applied
method that is at stake here because Rostain
was certainly “on to something”, but rather the
quality and quantity of the data that permits to
obtain more detail and accurate results, putting
the existing typology in a different light.
The Thémire complex consists of ceramics
(N=8111 and 31 complete vessel shapes)
collected during ield walking trips as well as
a few test pits on ten different archaeological
sites, situated between the Kourou and Mahury
Rivers. The PK 11 and Poncel material together
on the other hand is coming from controlled
(large scale) excavated sites where most of
the ceramic material has been collected from
features or ‘closed’ stratigraphic units7.
varies between 15 and 20 cm. An indented or
polylobed lip can be present as well as darker
coloured red motifs or white-on-red painting.
These are probably the most recurrent
(serving?) bowls for the Cayenne but also
beyond (see Rostain 1994a, Fig. 110).
Form F: A restricted vessel or pot has a
thickening or groove just below the lip.
Diameters vary between 22 and 24 cm and
feature white-on-red painting. These vessels
have also been found at Sainte-Agathe
(Samuelian 2009: 61, Planche 1n-p) and MCA/
Vieux Chemin (Coutet 2009: 282, Type IV) and
has been proposed by Coutet (2009: 448) for
Thémire.
The construction of the Thémire types
The following questions arise: How are we
to insert these forms into the existing LCA
typology of Cayenne as proposed by Rostain
(1994a:446-447) and/or how do we use
Rostain’s typology for comparative analysis?
First, it has to be noted that Rostain used the
Type-variety method to create the Cayenne peint
and Mahury incisé Types and one temporary type
(Melchior kwep) as well as one temporary class
(Montabo rouge) whereas the above mentioned
Forms are the result of a modal analysis5.
Despite the use of both methods, we must
irst carefully analyze the Thémire types. Each
ceramic type is deined principally according
“les caractéristiques de la pâte, l’état de surface, la
forme et le décor” (Rostain1994a: 149) as relected
in the names of each type. Although based on
a different temper, each type shares numerous
vessel shapes (e.g., platters, bowls, pots, goblets,
jars, etc.) but also various decoration modes. To
my opinion this a hodge podge of (decorated)
vessels divided according to temper mode
without any quantiication or popularity of
particular vessel shapes.
For instance, if we want to ascribe the above
mentioned Forms to one of these types we
can attribute all to Cayenne peint regarding the
abundant grog temper but perhaps also to
Mahury incisé when considering the abundance
of incision as a decoration mode, knowing that
both types feature incisions as a characteristic
element. These type descriptions are too
heterogeneous and contain too many (general)
features thus somehow lumping the results of
the modal analysis. So, on the one hand, we
managed to label our ceramic assemblages to
an existing archaeological complex but, on the
other hand, it is not satisfying because we are
The chronology of the Thémire complex
When Thémire was deined, Rostain disposed
of only four radiocarbon dates of which two
have been discarded due to suspected pollution
and were considered too young. The other two
accepted dates, both on shell, were actually not
taken from sites at Cayenne: one was taken at
Bois Diable to the west of Kourou (OBDY794, 510 ± 40 BP) and the other at SainteAgathe to the east of Macouria (OBDY-796,
380 ± 35 BP). Both sites are situated respectively
at 60 and 20 km to the west of Cayenne.
These two results dated to 15th century, but
were believed too young when compared to
the stylistically similar LCA ceramic complexes
of Suriname which are beginning in the second
half of the irst millennium (Rostain 1994a:
448)8. Subsequently, these two dates have
been interpreted as the youngest dates of the
Thémire complex and it was supposed that
Thémire would have developed, parallel to the
Arauquinoid ceramic complexes in Suriname,
from AD 650 onwards (Rostain 1994a: 224):
“Les datations calibrées, de 1400 à 1600 de notre
ère, pour les sites de cordons sableux de Guyane,
représentent apparemment les dates les plus récentes du
complexe Thémire. En Guyane, il est probable que ce
complexe a commence de se développer, parallèlement
aux complexes Arauquinoide du Surinam, à partir de
81
650-700 ans de notre ère.”
Fortunately, this lack of radiocarbon dates is
now somewhat resolved since there are more
than 70 dates available related to the LCA of
Cayenne ranging indeed from the 10th century
to the early historic period9. Although Rostain
hypothesized the latter incipient date for
Thémire, the Thémire complex still remains
a late LCA ceramic complex, representing the
“ultimate manifestation of the Arauquinoid
Tradition.” (Rostain 2008: 292). Next to
various types of incisions and modelling, a
highly characteristic element of this youngest
manifestation is WOR painting –sometimes in
combination with black paint–, representing
the introduction Polychrome inluences from
the Lower Amazon (Rostain 2013: 122).
Poncel also features WOR (Form E and F)
as well as various ceramic depositions (Fig. 2:
F 83, F 93, F 102, and F 165). Interestingly,
other protohistoric sites have been identiied
more recently at Montabo Sud, Montagne
à Colin, and Sainte-Agathe, featuring WOR
and polychrome painting, suggesting indeed a
late cultural episode for the LCA at Cayenne
(Coutet 2009; Migeon 2007, 2012; Samuelian
2009).
The following question can be asked now:
If Thémire is the latest manifestation of
the Arauquinoid series what was the earliest
manifestation like? It is suggested here that
Forms A-D from PK 11 and Poncel, not sharing
the above mentioned characteristics for (Late)
Thémire, represent this earlier manifestation of
Thémire or Early Thémire. In fact, the majority
of the radiocarbon dates range between AD
1000 and 1400, thus predating (Late) Thémire.
This is also the case for many other dated
LCA sites recently excavated at Cayenne, e.g.,
Montjoly Bar (Cazelles 2002), Katoury (Jérémie
et al. 2002; Mestre et al. 2005, 2007), MontaboSud (Casagrande 2005), Lycée Professionnel
de Rémire (van den Bel 2007b), Saint-Cyr
(Hildebrand 2005; van den Bel 2007a; Delpech
2010a, 2011b), Soula (Mestre 2006a), SaintAgathe (Samuelian 2009), Wayabo (Briand
2011), Stoupan (Delpech 2010b), Mombin
(Delpech 2011a, 2013), and Anse du Mahury
(Briand 2012b).
Rostain was certainly “on to something”
back in early 1990s but he did not dispose
of suficient radiocarbon dates to conirm
his hypothesis; hence, all archaeological data
from Cayenne and adjacent regions (notably
to the West of Cayenne) was lumped in a two
principal (preliminary) ceramic types. It is thus
suspected that Rostain’s Thémire types contain
both LCA phases, stressing the fact that the
majority of the latter sites have probably been
occupied during the entire Late Ceramic Age.
The creation of a new singular ceramic
complex for Cayenne however as proposed
by Matthieu Hildebrand (in Mestre et al. 2005)
after his analysis of the Katoury ceramic
assemblage, is believed too bold because
previous research at the neighbouring site
of Thémire has been ignored by Hildebrand
who stresses the homogeneity of the studied
material. On the other hand, this homogeneity
of the alleged (early) Katoury assemblage is
unmistaken and has been conirmed by other
research too such as the technological analysis
of various LCA sites at Cayenne by Rostain’s
PhD candidate Claude Coutet (2009:427)10.
In sum, the ceramic material from numerous
sites permits to compile a regional catalogue
consisting of a calibrated typology of decorated
and undecorated vessel shapes for the LCA of
Cayenne of which the forms presented here
may represent a irst contribution but certainly
need further ‘polishing’.
Arauquinoid or not?
Another issue must be raised here and that
is whether Early Thémire is also part of
the Arauquinoid series as proposed for
Late Thémire? As said before, the earliest
radiocarbon dates go back to the beginning of
the 10th century AD (and possibly earlier) and
correspond to (a) the hypothesis of a second
Arauquinoid wave into the western coastal
plains of Suriname (Rostain and Versteeg
2004: 235) as well as to (b) the hypothesized
Barbakoeba distribution in eastern Suriname
and western French Guiana, both effected in
the early LCA (Boomert 1993)11.
So, if we consider a cultural continuum for
Thémire –as suggested by Rostain– from Early
to Late Thémire, the early LCA assemblages
of Cayenne Island should demonstrate stylistic
similarities with Barbakoeba assemblages;
however, this is not evident at all to my opinion.
For instance, when comparing the early LCA
material from Iracoubo (AM 43, SBE) and
the Lower Maroni River (Pointe Balaté) to the
PK 11 and Poncel assemblages, we can hardly
point out any signiicant similarities regarding
vessel shapes and modes of decoration for the
most popular vessel shapes in both regions
(Coutet 2009, 2011; van den Bel 2012b; Briand
2012a, 2013; van den Bel et al. 2012, 2013)12.
82
On the contrary, it shows that both regions
have a proper style although some (supraregional) characteristics are shared by these
regions, such as potsherd temper, modelling
of nubbins, and red paint. However, the latter
features are considered too common for both
areas and not necessarily pointing towards an
Arauquinoid origin (e.g., Hildebrand 1999).
An ascription to the Arauquinoid series
represents irst of all the usage of the
Orinocan tri-partition or Saladoid-BarrancoidArauquinoid series as has been proposed
by Boomert (1980) and Versteeg (1985) for
western Suriname. From the latter region,
this famous model was further applied to
the Barbakoeba sites of the eastern plains in
Suriname (Boomert 1993) and eventually to
the Thémire complex of Cayenne (Rostain
1994a). Whether the inal result of this alleged
Arauquinoid migration from the mouth of the
Orinoco River towards Cayenne –considering
many cultural encounters on its way– can still
be traced back to an original Arauquinoid
complex is at least doubtful but (Late) Thémire
can certainly be integrated in a supra-regional
interaction sphere comprising the Lesser
Antilles, Trinidad, the Lower Orinoco and the
western Guianas (e.g., Bright 2011).
But next to ceramics it is also important to
have a look at other cultural aspects of Early
Thémire. These sites are also related to a highly
particular burial mode of elongated pits with
pottery debris which is a different from burial
modes in both eastern and western French
Guiana. Secondly, the Island of Cayenne does
not feature any raised ields (e.g., Rostain 1994a:
132) which are believed to represent important
cultural markers for the Arauquinoid tradition
(e.g., Boomert 1976, 1980, 1993; Versteeg
1985, 2003; Rostain 1994a:61, 2008ab, 2013)13,
thus representing an aspect which is not shared
with the Barbakoeba sites in Western French
Guiana. In sum, the Early Thémire complex
may certainly have (unknown) local origins
but it integrated around AD 1400 various
inluences coming from both the eastern
(Aristé) and possibly western (Barbakoeba)
plains of French Guiana what is relected in
Late Thémire.
the possibility that Cayenne can also represent
a proper regional complex as suggested above.
If we want to ascribe it to a distant culture
area, the Amazonian Polychrome Tradition is
as good to be an alternative considering the
omnipresent potsherd temper in both regions14.
The problem with this option is –just as Rostain
faced 20 years ago for Thémire– there is only
scant data available for the Early Ceramic Age
occupation of eastern French Guiana as well as
for Late Aristé (habitation) sites, knowing that
the latter LCA complex is principally known
for the polychrome (anthropomorphic) urns
and other (spectacular) burial ware.
However, in combination with recent and old
data, the excavations at Poncel suggest the
presence of Early Aristé at Cayenne Island
(van den Bel et al. 2013; Gassies and Mestre
2012). The excavations revealed a cylindrical
shaped pit F 158 (at least 2 m deep at surface
level) containing thin sand tempered ware what
is completely different from the Thémire ware
(Fig. 2 and 6a). It features converging carinated
bowls as well as typical ingernail indentations
applied to the lip and interior rim in series of
open bowls, which are dated to the 4th century
AD (POZ-44824, 1635 ± 30 BP) (Fig. 6b).
The latter type of decoration has been deined
by Rostain (1994a: 161-173) as Ouanary encoché
representing the earliest ceramic series for
eastern French Guiana. Although Early Aristé
was at irst ascribed (correctly) to 350 AD (ibid.:
495), the inception date has more recently been
changed to 700 AD (Rostain 2012: 17, 24).
The reasons for this remain unclear but of the
23 radio carbon attributed to seven different
sites where Ouanary encoché has been found,
at least 14 of them clearly show that it can be
ascribed to the irst half of the irst millennium
AD (e.g. Rostain 1994a; Grouard et al. 1997;
SRA 2000; Mestre 1997, 2006b, 2013; Coutet
2009; Gassies and Mestre 2012). Interestingly,
the earliest dates are associated to ring-ditched
sites, which are positioned strategically at
high plateaus in the mountainous hinterland
of the coastal plains (e.g., Blondin, Pointe
Maripa, and Favard). Indeed, when reviewing
the existing collections of LCA at Cayenne,
Ouanary encoché has been found at a few
other LCA sites such as Vieux Chemin (van
den Bel 2007b: 88) and Mont Grand-Matoury
(Hildebrand 2000, Fig. 48.10), suggesting an
earlier presence here. It is expected that these
populations had a preference for higher situated
locations, such as mountain tops where there is
little archaeological research, thus explaining
Possible origins and further research
Next to the geographically more obvious
Orinocan cultural interaction sphere for the
western Guianas, I would like to scale this
analysis down to a smaller level and point out
83
(partially) so little ECA sites have been found
at Cayenne and surrounding areas15. Although
further research is certainly needed, notably in
the interior concerning ring-ditched mountain
sites, it is suggested here that Ouanary encoché
is part of an early irst millennium ceramic
complex which is distinct and separated in time
from the much younger Late Aristé complex16,
based on different vessel shapes, temper, and
(incised) modes of decoration.
This said, further investigation is also needed
concerning a possible Late Aristé presence at
Cayenne (e.g., van den Bel 2012a) to obtain a
better understanding of the transition from
Early to Late Thémire. The difference between
both phases is probably linked to the Koriabo
“arrival” in the (late) second half of the LCA
as was already proposed two decades ago for
the temporary type Melchior kwep by Rostain
(1994a: 447). To my opinion, WOR elaborate
painting, polylobed rims, incised “stools” next
to eared pots, necked (toric) jars with (small)
conic bases, and undecorated shouldered pots,
found in Late Thémire and other late LCA
assemblages are also strong Koriabo markers,
suggesting that Late Thémire can as well be
ascribed to the Koriabo ceramic complex
in stead of the Arauquinoid series whereas
Early Thémire, lacking the before mentioned
features and having proper morphological and
decoration modes, rather has a local or perhaps
an Amazonian origin in stead of a far-fetched
Orinocan one.
In sum, the bias of a small archaeological
dataset in the past may have favoured a
theory of migration from the west to the east
however it also provided a clean answer to
the existing archaeological situation. Scientiic
protectionism dismissed all other possible ideas
about rectifying or developing the existent
framework but continuous (compliance)
archaeological research during the last decade at
Cayenne has made it possible to obtain a more
detailed image of the LCA at Cayenne, notably
the evaluation of the Thémire complex. It also
revealed possibilities for further research about
the Early Ceramic Age, hitherto barely brought
to light for this region.
(geology, University of Orléans), Jaime Pagán
Jiménez (EK Consultadores, University
of Leiden), Matthieu Bailly (University of
Franche-Comté), Gilles Fronteau (University
of Reims) for ieldwork and collaboration.
Finally many thanks also go to Arie Boomert
for his comments on an earlier draft.
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sur le littoral de l’île de Cayenne, Rapport
d’opération de fouille archéologique
Inrap, ms.
Bel, M., van den, S. Delpech, G. Fronteau,
Acknowledgements
I would like to thank my colleagues at
Inrap DOM and in particular Axel Daussy
(topograhy), Mickael Mestre, Sandrine Delpech
(lithic study), Sandrine Moules Mages, Sophie
Capelle, Lydie Clerc, and Dominique Todisco
84
J. Pagán Jimenez, D. Todisco, 2013,
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Un site néoindien récent dans l’arrière pays
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86
3
The disparity between decorated and plain
ceramics of more than 10% is high but
common for LCA Cayenne sites, so wit
Katoury with 13% (Mestre et al. 2005: 47) as
well as PK 11 with 12 % (van den Bel et al.
2012). The high number of decorated element
for the constituent elements is probably biased
and related to the fact that the majority of the
collected material is taken from the features
(e.g., burials and depositions).
4
The incised decoration mode (N=358) is,
except for two specimens, applied to the
outside of the recipient. For this study, as well
as for PK 11, we distinguished four modes: (1)
parallel vertical and / or oblique incisions, (2)
vertical crossed incisions or treilles in French,
(3) alternated or chevrons, (4) complex incised
motifs often in a zone or cartouche, and (5)
wayy-lines. Modes 1 and 2 together represent
the majority of the incised ware 83% what
corresponds to approximately 30% of the total
decorated register.
5
When discussing Ripley Bullen’s analysis based
on the so-called Ford method in the Lesser
Antilles, Louis Allaire (1977:128) pointed out
that this “typology is useful in classifying surface
collections and test excavations, but it fails to provide
more detailed information on many other aspects of the
pottery” [my emphasis].
6
“Comme aucune typologie céramique n’avait été déinie
en Guyane, et comme il n’existe pas de méthodologie
encore bien adaptée au matériel amazonien, nous avons
adopté une classiication préliminaire simpliiée ; il sera
nécessaire dans le futur de distinguer de nouveaux types
et de subdiviser certains de ceux qui existent en plusieurs
variétés.” To my opinion, the irst part of this
quote is incorrect because Alain Cornette
(1990) already proposed various Styles for
French Guiana and in particular Cayenne in
1985 at the IACA in Puerto Rico.
7
In general it can be said that the introduction
of compliance archaeology in French Guiana
has enlarged the archaeological database
signiicantly, notably concerning feature
research and ceramic analysis.
8
“Les datations actuelles au 14C du complexe Thémire
en Guyane, qui vont de 1400 à 1650 de notre ère,
représentent vraisemblablement la in de ce complexe.
Par comparaisons stylistiques avec les données du
Surinam, on peut faire remonter le début de ce complexe
au moins vers 950 ans notre ère, date la plus ancienne
attestée pour les complexes Arauquinoide orientaux de
ce pays (Versteeg, 1980c)”.
9
This inception date of the LCA at about AD
900 is also observed in other regions in Lowland
Amazonia and is thought to be related to a
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1
The data of the Poncel excavations were
treated together with the data from the
previously excavated site of PK 11 Route des
Plages (van den Bel et al. 2011, 2012).
2
The latter grinding tools as well as some
griddles and ceramic bowls from both Poncel
and PK 11 (N=10) revealed the preparation
and consumption of maize, arrowroot, beans
and jack-beans, sweet potatoes, and pepper of
which maize was omnipresent for all objects,
notably griddles (Pagán Jiménez in van den Bel
et al. 2013).
87
general increase of population and to further
socio-political evolution (Heckenberger and
Neves 2009). However, the accessibility of
the coastal plains at the end of the Moleson
transgression for French Guiana may also
have played an important role in inal human
implantation of this ecological zone (van den
Bel et al. 2011).
10
As proposed by Claude Coutet (2009: 250) in
her dissertation, she observed for the various
types that “the distinct traits are in fact idiosyncratic
features which may not have been emphasised suficiently
when the Thémire complex was created.”
11
For Suriname, the Arauquinoid coastal
occupation is represented by 21 radiocarbon
dates for six different sites, to wit ive
radiocarbon dates for Hertenrits, six for Kwatta
Tingiholo, two for Peruvia-2, three for Prins
Bernhard Polder, six for Wageningen-1, and
one for Boekoekreek-2 (Versteeg 2003: 267–
270). Barbakoeba in French Guiana has been
dated for several sites: seven radiocarbon dates
ranging between 1000 and 800 BP (e.g., McKey
et al. 2010, Table S1), three for Awala about 900
and 800 BP (Janin 2002; Coutet 2011) and six
for Pointe Balaté about 900 and 800 BP too
(van den Bel 2008; Briand 2013).
12
The present author conducted a ceramic
analysis as a PhD researcher of the Pointe
Balaté and AM 43 (AM 41) material in August
2013 and July 2012 respectively. Many thanks
go to Jérôme Briand for Balaté.
13
The irst raised ields are found in the
Maillard Savannah, about 15 km to the west of
Cayenne (Renard 2010).
14
The absence of cauixi in Arauquinoid wares
for Suriname is troublesome (Boomert 1977,
1978, 1980). Rostain (1994a:230) simply stated
that “temper is not a discriminating element for
the Arauquinoid series”, avoiding the question
on this important marker of the Arauquinoid
series in the Orinoco.
15
The majority of the Cayenne table-mountains
are classiied monuments and thus little to
no construction is present in these natural
reserves.
16
If to be attached to a larger Amazonian
Tradition, the Incised-Rim Tradition would
be more appropriate than the Incised-andPunctuate one, as erroneously proposed by
Rostain (sic).
88
Simposio “Guyanas e Orinoco”
Ethnographic and Archaeological “Cultures”
in Guiana, Northern Amazonia
Renzo S. Duin
Department of Archaeology, Leiden University, the Netherlands
Domingos Soares Ferreira Penna, Erland
Nordenskiöld, and Kurt “Nimuendajú” Unckle
(Barreto and Machado 2001:246-247). Clifford
Evans and Betty Meggers (1960), ensuing their
archaeological research at the mouth of the
Amazon (ibid. 1957), conducted an ethnoarchaeological study in the south of Guyana
among indigenous Waiwai communities.
Archaeological
“cultures”
(assemblages)
were paralleled with ethnographic “cultures”
(communities), and ethnographic villages
were equated with archaeological sites.
Contemporary settlements were described
consistent with archaeological terminology:
“Habitation sites of the Wai Wai Phase” (ibid.:
plate 48). This ethnographic, even ethnoarchaeological, study was merely to illustrate
perished elements of an archaeological past.
Grounded in this paradigm, and parallel to
excavations in the Caribbean, I began an ethnoarchaeological study in French Guiana to
investigate indigenous vernacular architecture
and settlement patterning (Duin 1998). Lending
a hand in the construction of houses aided in
gaining insight in formation processes. I studied,
photographed, measured and mapped, various
houses and related structures. This research
design was within the tradition of Caribbean
archaeologists from Leiden University drawing
on Amazonian ethnographies (Versteeg and
Schinkel 1992), and Peter Siegel’s (1990a,
1990b) ethno-archaeological studies among
the indigenous Waiwai of Guyana, previously
visited by Evans and Meggers. Nevertheless, a
few years into my research, Wayana asked me
“if you are so interested in the past, why don’t
you study OUR history.”
From 1996 to present, my research on the
Maroni River (border between Suriname and
French Guiana) consequently, yet unintended,
paralleled the shift from ethno-archaeology (a
generalist approach searching for cross-cultural
comparison through participant observation)
to engaged archaeology (historically situated
and in close collaboration with descendant
Introduction
For decades, Neil Whitehead (1994:33;
Whitehead and Alemán 2009) has prompted
that “it is necessary to reconceptualise basic social and
historical processes in this region, rather than just
to add ‘new data’ to ‘old theory’” (emphasis
added). The region I focus on in this chapter
is the Upper Maroni Basin, frontier zone
between Suriname, French Guiana, and Brazil,
northern Amazonia. The ‘old theory’ of timespace graphs as developed by Irving Rouse
(1968, 1986; Cruxent and Rouse 1958-1959;
Meggers and Evans 1961) is grounded in the
conception of a culture-historical mosaic
aimed at ixing “typological peoples” in time and
space by a set of reference points measured
in terms of socio-culturally meaningful
events such as migrations, contact, and
conquest, with intervals of homogeneous
“empty time”. Social phenomena, however,
occur in complex dialectical relationships
of negotiating discontinuities and contested
practices. Reconceptualization of basic social
and historical processes ought to begin with –
drawing on the work by Sîan Jones (1997)– a
critical rethinking of (1) the correlation between
“archaeological cultures” (assemblages) and
“ethnographic cultures” (communities), (2)
the nature of archaeological distributions and
taxonomic classiications, and (3) the very
existence of bounded, homogeneous, cultural
entities. This dialogue permits developing an
alternative to the time-space graphs and what
Eduardo Viveiros de Castro (1996) called the
Standard Model of Tropical Forest Cultures
that remain fundamental in Amazonian and
Caribbean archaeology.
From ethno-archaeology
archaeology
to
engaged
There is a long tradition in Amazonian
archaeology linking the ethnographic present
to the archaeological past, going back to
89
Figure 2. Two rim-sherds recovered in Pilima
(Ø 11 cm. Drawing by Renzo S. Duin © 2013)
new chapter of the unrecorded histories of
northern Amazonia.
Beyond map-reading and map-making, we
were mainly engaged in “mapping” in the sense
of Tim Ingold (2000). Often the sites visited
were only a few decades old, demonstrated
by, amongst others, the occasional wooden
house posts, glass bottles, Dutch earthenware
gin bottles, or cement markers of the 1937
border expedition. During the cartographic
mission of 1962 it was explicitly mentioned
that no cultural remains were found on or
around Tchoukouchipann (Hurault 1968:152;
Hurault and Frenay 1998:103). Everywhere in
the Upper Maroni Basin, however, even in the
Tumuc-Humac between Massif du Mitaraka
and Tchoukouchipann, where botanists
considered the forest “pristine” (de Granville
1978, 1994), we encountered traces of history
immediately related to Wayana social memory
(Duin 2006, 2009, Duin et al. 2013).
There thus exist two conlicting ontologies:
1) a western point of view grounded in the
established disciplines of natural science,
perceiving this area as a natural monument of
rich biodiversity, i.e., a pristine heartland of
Amazonia that has to be preserved, and 2)
communities). The indigenous Wayana people
and I developed a common research agenda
for the research, study, and preservation of
history (in Wayana: uhpak aptau upijëmëtop,
aklamatop, taklamai male). Historical documents,
engravings, photographs, and prints of
museum objects, provided a meeting ground
for dialogue (Figure 1).
During the past 15 years, collaborative
approaches with descendant communities
changed how we perceive archaeological
practice (Bruchac et al. 2010; Chanthaphonh
and Ferguson 2007; Heckenberger 2004;
Murray 2011). Archaeology, or “the study
of ‘things left behind in the ground’,” has
been rephrased as “reading the tracks of the
ancestors” (Green et al. 2003)1. With the same
underpinning, the Wayana and I have been
“reading” the tracks of the ancestors. For
Wayana, history is situated in the landscape
and therefore we piloted several expeditions
upriver to identify traces of history, and record
these traces by means of Global Positioning
System (GPS), photographs and video. For the
Wayana, these expeditions were to endorse as
well as to materialize their social memory. For
me, these expeditions contribute to writing a
90
an indigenous perspective perceiving this
very same landscape as the heartland of their
Wayana culture, hence a cultural landscape. It is
a task for anthropological archaeologists, in
collaboration with both indigenous peoples
and natural scientists, to mediate between these
two conlicting perspectives.
Cultural landscapes, more often than not, are a
palimpsest of multiple occupations. Fragments
of a Koriabo style vessel (Figure 2), for example,
were recovered in one of the Wayana villages2.
Village elders said that it was not good to touch
these fragments of decorated pottery, which
they referred to as “tamok jolok” (“ancestral evil
spirit”). They explained that in the past this
vessel most likely served the pïjai (shaman) to
drink blood. If we would touch this potsherd,
it would certainly going to rain … which in
fact it did some ifteen minutes after we had
unearthed it. A Koriabo style vessel (undated,
but at least 500 years old) became incorporated
in Wayana social memory.
“The Indians told us that, by going to the southwest,
on the other side of the river Ouahoni [= Marouini]
[…], there is a series of villages of the roucouyens [i.e.,
Wayana], and of the Amicouane [most likely Upului]
and Appareille [= Apalai] nations, all friends and
allies, who all communicate by means of a beautiful
path [linking a series of villages], and they also say
that these united nations have established a chief, a
kind of general leader (une espèce de capitaine général),
who lives in the last of this [series of] villages, who is
also the most important” (Tony 1835:317-318; all
translations and interpretations are mine).
Furthermore, Tony described the road leading
towards the village of the “Rocouyens,”
unfortunately not the village of the most
important chief, as follows (Figure 3):
“The following morning we set out on a straight road,
well opened and well kept clean, towards East-SouthEast. After having walked for an hour, we perceived
next to the road, under the trees, a tocaye [a shelter from
palm leaves; mïmnë in Wayana] a small circular lodge
about ten feet [about three meter] in diameter ending
in rotunda […]. After having walked another three
hours, we have arrived in a garden plot, in the middle
of which we found, inside a carbet [= hut] some ten
men with their leader, all well-armed. […] From this
sort of advanced guard to the irst village, there is still
about four leagues [about 20 kilometer]; however it has
to be brought to the attention that this road is made
with still more care. […] Four triple roads […] arrive
at a perpendicular angle in the middle of the village,
where, in a kind of public place, an elevated tower is
located, […] the carbets [= houses] are along the roads.
[The road leading towards the village] is eight or nine
feet wide [about 2.5 to 2.75 meter wide]; it is straight
and aligned, as it was by means of a string, as far as
halve a league [about 2.5 km] from the village; and
from here, this road branched in three to arrive there
[at the village], that is, there are three roads parallel,
connected one to the other; the middle one is about nine
feet [about 2.75 meter] wide and all along, at both
sides, it is fenced off with pickets [palisades?], similar
to the gardens in the new city of Cayenne; all three
roads are maintained in a utmost cleanness” (Tony
1835:307-308, 312, 217; all translations and
interpretations are mine; Figure 3).
This historically described village and road
system of the “Rocouyens” in the Upper Maroni
Basin does not resemble the typical Guiana
inter- and intra-settlement patterning, but rather
the “galactic” settlement systems of the Upper
Xingu (Heckenberger 2005; Heckenberger et al.
2008; other volume of 3 EIAA), and therefore
urges for a reconceptualization of basic social
and historical processes in the region. Beyond
acknowledging that more complex societies
Settlement patterning and socio-political
organization in the interior of Guiana
Compliant with the default model of tropical
forest cultures, the Wayana village is typically
described as a socio-politically autonomous
unit, “always built following the same scheme:
a grand round house in its center, the tukusipan,
in the service of the dances and gatherings,
and the household dwellings arranged in
surrounding corona” (Hurault 1968:70; also
Butt 1977:11). Wayana settlements without a
roundhouse are considered “non-traditional”
and generally ignored in ethnographic studies
(cf. Duin 2009). Thirty years ago, Peter Rivière
noted that the Wayana, described in the
eighteenth century as having a “centralized
military organization with a hierarchical chain
of command” (1984:83) may be an exception
to the standard Guiana model.
One historical account (Tony cited in TernauxCompans 1843:104)3, hints to a centralized
military organization with a hierarchical
chain of command. This exceptional case of
regional organization in Guiana in 1769 (Tony
1835, 1843) has not been further explored
as it was concluded that this organization
had disintegrated (Coudreau 1893:238) and
completely vanished by around 1800 (Hurault
1965:18). In the Voyage, with has contentious
biographical history, Claude Tony point
towards a regional integration of Wayana
socio-political organization:
91
multiple communities: “Wayanaication.” Rather
than bounded, homogeneous entities, Wayana
and Tïlïyo speaking communities (language
based entities), I argue, have to be considered
as partible and plural social bodies constantly
emerging in dialectic interrelationships.
This process of Wayanaication, or Wayana
ethnogenesis, was instigated by Kailawa,
the historical leader who settled the Great
Wars. These Great Wars took place after
indigenous people had withdrawn into the
Guiana Highlands after being attacked by the
Europeans, who shot and killed everybody
upon landing ashore. People who were not shot
and killed were soon felt by pandemic death,
known among Wayana as kuwamai, resulting
in a demographic nadir in the mid-twentieth
century (Duin 2012:34).8 Local histories of
the interior of Guiana between AD 1500 and
1900 are mostly unrecorded (cf. Koelewijn
1984; Chapuis 2003; Duin 2009), and further
historical and archaeological research on its
socio-political ramiications is desired.
This historical process of Wayanaication is
foregrounded during the grand maraké ritual
(ëputop ihle watop; discussed in detail elsewhere:
Duin 2009, 2012) that takes place at the
roundhouse (tukusipan), which is in synecdoche
to mount Tukusipan9. Rather than that Wayana
are losing their tradition, in that not every
village has a roundhouse, the roundhouse
during the grand maraké ritual becomes the
place of legitimization, in a contesting manner,
by means of transmission of material and
immaterial property. Tukusipan (both the
roundhouse and the mountain) manages the
process of decomposition and composition
of social bodies fundamental in be(com)ing
Wayana. This social ield of interaction, a
‘region’ in the sense of Edward Casey (1996;
drawing on Munn 1986), can be manipulated
in a tactical manner by competing heterarchical
forces amidst subgroups. Wayana (Guiana)
socio-political organization is thus more
complex than presumed in the conventional
model of tropical forest cultures.
(confederações) did exist in the past in Guiana,
but that indigenous Guiana societies today are
autonomous units (grupos atomizados) (Grenand
1971; Gallois 1986, 2005; Rivière 1984), it is
needed to rethink basic social and historical
processes of these more complex Guiana
societies.
Retracing the route described in Tony’s Voyage,
the “village of the Rocouyens” must have
been located in the land of the Kukuiyana4,
between Marouini and the eastern foothills of
the Tumuc-Humac Mountains (Figure 4). The
road described by Claude Tony and discussed
earlier, may link the Upper Maroni Basin with
the Upper Jari Basin5, i.e., a road system in
use at the turn of the century (Crevaux 1883,
Coudreau 1893). Possibly, this road may have
continued towards Samuwaka (Koelewijn
1987:253), the legendary village in the Sipaliwini
Savanna where all Trio, Wayana, and other
nations of the region lived together before
they spread across Guiana (Figure 5). Peter
Rivière (1969:17-18) had tabulated the various
ethnic groups in the region (see also Chapuis
2006:532-535; Frikel 1957:541-562; de Goeje
1943), yet regarding the historical identiication
of Trio subgroups, he stated that they “appear
to be as deinite as anything can be in this
ethnographic chaos” (ibid.:21). Moreover, it
was assumed that when “the Wayana” crossed
the watershed (Tumuc Humac), the Trio
subgroups Kukuiyana and Okomëyana became
extinct. So how do I account for the fact that
some Wayana today identify themselves also as
Kukuiyana or Okomëyana?
The answer to the predicament of (parts of)
Trio subgroups becoming Wayana, I argue
(Duin 2009, 2012), is the model of “partible
and plural bodies” as developed by Marilyn
Strathern (1988). A taxonomic classiication
of Tïlïyo speaking communities results in
listings of particular “singular bodies” such as
the various Trio subgroups or “tribes” (Frikel
1957:541-562; Rivière 1969:18-17; see also de
Goeje 1943; Chapuis 2006). These (in)dividual
communities are partible persons in interaction,
exempliied, from a Trio perspective, by
the “friendly” Pijanakoto6 and Okomëyana
and “wild” Akuriyo and Kukuiyana. Takenfor-granted are the composite external
relationships with non-Trio (wïtoto)7. Wayana,
however, consider the Okomëyana ierce as the
okomë-wasp, and these internal relationships
must be suppressed to affect one Collective
of the “plural body.” I (Duin 2009, 2012) have
called this eclipsing process encompassing
Archaeological
and
ethnographic
“cultures” in the interior of Guiana
Historically situated ethnographic models with
dynamic, open units of analysis, contribute
to the reconceptualization of basic social and
historical processes. Amazonian archaeology
and anthropology has to critically rethink (1) the
correlation between “archaeological cultures”
92
(assemblages) and “ethnographic cultures”
(communities), (2) the nature of archaeological
distributions and taxonomic classiications,
and (3) the very existence of bounded and
homogeneous cultural entities, that are the unit
of analysis of the ‘old theory’. This contributes
to “a new ethnology, a new archaeology, and a new
history of the indigenous peoples of Amazonia and
nearby areas […,] exposing a previously inconceivable
dynamism to the region’s societies” (Fausto and
Heckenberger 2007:3).
Fundamental is to acknowledge that
ethnographic
cultures
(people
based
communities) are not equal to archaeological
cultures (assemblages, mainly based on
fragments of [decorated] pottery). For
example, the Polychrome Tradition (Rostain
2013:105-110), Division (Howard 1947:42-59)
or Horizon (Meggers and Evans 1961:379381), consisting of various “phases”, “styles”
or “cultures,” from Napo in Ecuador to
Aristé (Cunany) in Brazilian Amapá, is mainly
based on elaborately decorated funerary urns.
Then again, the ethnographic alternative to
taxonomic classiication may be applied to these
archaeological distributions. As demonstrated
earlier, some Trio subgroups remained ‘Trio’
while other Trio subgroups were incorporated
into the Wayana confederation. In order to
apply these historical dynamic processes to
archaeological assemblages, it is needed to
critically rethink the very existence of bounded
and homogeneous cultural entities. I therefore
postulate that we have to rethink archaeological
assemblages as the materialization of interrelational
processes of dynamic partible and plural bodies.
As a case-study for the implementation of
archaeological assemblages as dividual bodies,
I draw on the archaeology of Brazilian Amapa
and recent additional indings of Mazagão,
Aristé, and Koriabo (Saldanha, J. and M.
Cabral 2010), that urge rethinking of the ‘old
theory’. Early Mazagão developed into Late
Mazagão, yet I posit that, drawing on the
concept of “dividual bodies”, Early Mazagão
also developed into Koriabo. According to
Meggers and Evans (1957:97), Early Mazagão
pottery, i.e., Mazagão plain (ibid.: 85-87) and
Uxy incised (ibid.:89-91), is characterized by
temper of crushed or ground quartz and mica
particles (muscovite)10. Most Koriabo pottery
is also tempered with “micaceous quartz sand
(53.3%)” (Boomert 2004:253). In categorizing
mica particles merely as temper (technoeconomic means), the golden shininess of mica
particles, which can be of great importance in
a ritual economy (Duin 2012), is undervalued.
Instead of linking the Koriabo assemblage to
a single ethnographic community, it is needed
to understand the role of Koriabo style vessels
within a living community.
Concluding relection
In order to gain insight into the rise and
fall of the Koriabo “culture,” or any other
archaeological assemblage in Guiana, and its
relationship with contemporary indigenous
peoples living in the region, there is a need
for further ethno-historical and archaeological
research. Rather than just add ‘new data’
to ‘old theory’ (i.e., time-space graphs) we
have to further our understanding of the
Guiana ritual economy underpinning a sociopolitical landscape with elements of regional
integration. This implies that we have to
abandon the notion of the very existence of
bounded and homogeneous cultural entities as
Aristé, Mazagão, or Koriabo. Acknowledging
frictional, historically situated and regionally
integrated societies, demands a rethinking of
archaeological and ethnographical “cultures”
in Amazonia and beyond.
Acknowledgements
First and foremost I want to thank Stéphen
Rostain for inviting me to this exceptional
meeting of Amazonianists from various
disciplines, traditions, and nationalities. My
research since 2010 has been inancially
supported by a grant from the Dutch National
Science Foundation (NWO-VENI # 275-62005). I thank the Wenner-Gren Foundation
for their support of travel and hotel costs. My
research and understanding of the complex
data was only possible in close collaboration
with the Wayana people. I acknowledge the
comments and suggestions of participants
of the Encuentro Internacional de Arqueología
Amazónica who provided helpful suggestions
to improve the current paper. Interpretations
made, however, are the sole responsibility of
the author.
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95
a Wayana subgroup, earlier classiied as a
Trio subgroup (Frikel 1957:541-562; Rivière
1969:17-18).
5
Regarding the other three roads: Tony arrived
in the village via the road connecting to the
Marouini, and the other two roads, I posit, led
to the road system of the Oyapock and across
the watershed via Curari to the Jari.
6
Rather than “friendly,” Wayana consider
Pijanakoto (tall, painted black, with shields and
quivers) their archenemy.
7
Non-Wayana are referred to as kalipono.
8
Ethnographic studies at the foundation of
the standard model of tropical forest cultures
were conducted in the late nineteenth until
the mid-twentieth century, that is, during the
demographic nadir of indigenous Amazonian
peoples. Regarding Wayana demographics,
the irst estimates were provided in the
late eighteenth century; that is more than a
century after Claude Tony described a more
complex society with elements of regional
integration. Based on historical demographics
alone, it is doubtful if early twentieth century
ethnographies are useful to gain understanding
of indigenous socio-political organization
before contact.
9
Where the tukusipan is the hub in the Wayana
village, and even the hub in an agglomerate of
Wayana settlements, Mount Tukusipan is in the
center of the Wayana region (Figure 4).
10
Warapoco plain, which had an occurrence
of 58.8% in the lower levels of the Koriabo
phase (Evans and Meggers 1957:138-139),
resembles contemporary Wayana pottery,
and particularly the example of an “Uxy
incised” vessel (ibid.:54) corresponds with the
dimensions of the Wayana vessel described by
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1
An early example can be found in Protásio
Frikel (1961, 1969) who went with the Trio
of the Upper Paru de Oeste to sacred sites
in order to “read the tracks of the ancestors,”
rather than studying the things left behind in
the ground.
2
The village of Pilima where fragments of a
Koriabo style vessel were recovered (Figure 2),
is located near the former village of Taponaike,
and possibly the location where Paul Sangnier
in 1938 recovered pottery fragments currently
at the Musée du Quai Branly, Paris (e.g.: MQB
inventory number 71.1939.25.654). The
decorative style of the vessels, the bamboo
patches, and the location of the site some ten
meters above the river, are all hallmarks of a
Koriabo site, irst deined by Evans and Meggers
(1960:124-144). The Koriabo phase is dated
around AD 750-1500 (Boomert 2004:256-257;
Rostain 1994:457-458, 2013:125).
3 When most anthropologists and
archaeologists cite ‘Tony 1843,’ they actually
refer to Peter Rivière 1984:83.
4
I (Duin 2009, 2012) therefore argue that the
“Rocouyens” are no other than the Kukuiyana,
96
Simposio “Guyanas e Orinoco”
Nuevos aportes a la arqueología del sitio El Saladero,
bajo Orinoco, Venezuela
José R. Oliver
Institute of Archaeology, University College London, Reino Unido
1. El yacimiento de El Saladero
lagunas están separadas del cauce del Orinoco
por una serie de diques alongados que en
ciertos puntos el río ha cortado y creado caños
de desagüe que lo conectan con las lagunas.
Durante la crecida del Orinoco (junio a octubre),
el excedente de aguas se vierte en las lagunas;
durante la bajada del nivel del río (noviembre a
mayo), las lagunas desaguan el excedente hacia
el Orinoco (Lewis et al., 2000; Hamilton y Lewis,
1990; Wayne et al. 2002). Las lagunas son zonas
de alta biodiversidad, muy ricas en pescado y
aves además de ser abrevaderos para la fauna
terrestre (Lasso Alcalá y Sánchez Duarte,
2000); las islas arenosas son hoy día zonas de
cultivo, principalmente de maíz, cosechado
antes de la crecida del río. Los diques con
sus elevadas barrancas frente al Río Orinoco
eran y aún son puntos óptimos y estratégicos
de asentamiento al estar por encima del nivel
de inundación durante la mayoría de los años.
Estas localidades permiten señorear sobre el
tráico de canoas (o buques) en el Orinoco,
controlando el acceso a las postreras lagunas
así como el vaivén de gentes entre las sabanas
septentrionales, el río y el macizo guayanés.
La barranca del dique de El Saladero, durante
la crecida de aguas, ha sido sujeta a erosión
luvial, efectos ya descritos por Osgood,
Cruxent Rouse, y Sanoja. Por ejemplo, cerca
de 25 metros de la barranca del sitio de Los
Barrancos, había colapsado entre 1941, cuando
Osgood excavó en el sitio, y el 1957, cuando
Cruxent y Rouse regresaron. No podemos
entrar en detalles acerca de la geomorfología
luvial –y sobre todo de la tasa de erosión de
las barrancas a lo largo de su historia (ver,
Meade 1994, 2007; Mikhailova 2010). Baste
decir que nuestras investigaciones en El
Saladero (02/2013) determinaron que entre
50-100m de la barranca han colapsado desde
el 1950. La dinámica de erosión concuerda con
las observaciones de Cruxent y Rouse (195859: 212): el oleaje, exacerbado por el tráico
moderno de grandes buques, especialmente
durante la crecida del río, ha socavado la base
En este artículo, aportamos nuevos datos
recabados en nuestro re-análisis de las
excavaciones y materiales obtenidos por
Cruxent y Rouse (en 1950) en El Saladero
(Láminas 1, 2) ubicado en el bajo Orinoco
(Osgood y Howard, 1943:95-111; Cruxent y
Rouse 1958-59:211-237; Sanoja 1974, 1979;
Sanoja y Vargas 1969, 1978). Limitamos
la discusión a los resultados de los análisis
de restos de almidones y las fechas de
radiocarbono (AMS) obtenidos hasta el
momento. Estos forman parte de un estudio
más amplio y detallado que esperamos
publicar más adelante en un número especial
de la revista Antropológica (Caracas).
El Saladero es el puntal que ancla la cronología
y el desarrollo estilístico de la tradición
cerámica modelada-incisa barrancoide, cuyas
amplias redes de relación se extienden por
la Amazonía y las Guayanas (Lathrap, 1964,
1966, 1970 [2010]; Evans y Meggers 1964;
Meggers y Evans 1969, 1983; Lima Pinto,
2008; ver Neves 2012: en este volumen).
Además incluye el complejo cerámico
Saladero que posteriormente se extiende
hacia las Antillas y Guayanas, y cuyo origen
inmediato se ubica río arriba en la región de
Parmana y Ronquín (Gassón 2002; Roosevelt
1978, 1980, 1997; Rouse 1978; Rouse y Allaire
1978). Ambas tradiciones alfareras han sido
vinculadas a la gran diáspora de grupos de
habla Maipure/Arawak por las tierras bajas
suramericanas y hacia las Antillas (Eriksen
2011; Heckenberger 2002; Hornborg 2005;
Neves 2013:130-134; 151-153 y volumen
“Amazonía. Memorias del 3 EIAA”; Rouse
1985).
El Saladero (UTM: 20 P E-587914 – N-959762)
se ubica sobre un dique (levee) luvial en la
margen izquierda del Río Orinoco, a 10km de
la entrada al delta. La vega inundable se ubica
en el margen septentrional del río y contiene
múltiples lagunas. En el bajo Orinoco la vega y
97
de la barranca causando el colapso de grandes
bloques hacia el río. La carretera de asfalto que
en 2004 se encontraba a unos 50 metros de la
barranca, hoy está parcialmente derrumbada
(Lámina 3). En resumen, las nueve trincheras
de Cruxent y Rouse y los siete cortes de Sanoja
(1979:39-44) y Vargas ya han desaparecido en el
río. Lo que hoy se preserva del depósito cultural
es lo que en 1950 era una zona periférica, hacia
a la Laguna “La Puente”.
predomina la cerámica de estilo Saladero (80100%), mientras que en niveles superiores
hay una abrumadora predominancia de
cerámica de estilo Los Barrancos (Barrancas
Clásico). En el nivel superior incrementa
la cerámica Guarguapo (Barrancas PostClásico), desgrasada con cauxí. Ya que
en la Trinchera 7 de Cruxent y Rouse el
componente temprano Barrancas (Barrancas
Clásico) está prácticamente ausente, Sanoja
(1979) inserta la alfarería pintada blanca
y roja (Saladero) como contemporánea
al complejo barrancoide más tardío; es
decir, Los Barrancos (Barrancas Clásico).
Posteriormente, Barse (1990:87) comentó
que la alfarería Saladero encontrada en la
Trinchera 7 debe ser intrusiva y posterior a la fase
Barrancas Pre-Clásico y Clásico. Sin embargo
todos están de acuerdo que la tradición
barrancoide puede dividirse en tres fases de
desarrollo estilístico. Para evitar confusiones
de nomenclatura entre yacimientos y estilos,
en este informe identiicamos los estilos,
fases y/o componentes con las siglas SAL
(Saladero), BAR-1 (Barrancas o Barrancas
Pre-Clásico), BAR-2 (Los Barrancos o
Barrancas Clásico) y BAR-3 (Guarguapo o
Barrancas Pos-Clásico).
El bajo y medio Orinoco han producido
2. Trasfondo del problema ‘Saladero’
Existen desacuerdos sustanciales sobre la
interpretación de la secuencia cronológicacultural de El Saladero (Boomert 2000:284294; Barse 2000, 2009; Gassón 2002).
Cruxent y Rouse consideran al componente
Saladero como un complejo que antecede a,
y es independiente de, Barrancas (o Barrancas
Pre-Clásico). Sanoja y Vargas sin embargo
argumentan que Saladero es un tipo de
alfarería dentro del ajuar estilístico de la
tradición barrancoide ya que ambas cerámicas
ocurren juntas en los mismos niveles
inferiores de todas las excavaciones, con la
cerámica Saladero en proporción minoritaria.
La excepción es la Trinchera 7 de Cruxent y
Rouse, donde en los tres niveles inferiores
Cuadro 1. Fechas convencionales del sitio Saladero sometidas por Cruxent y Rouse (1958-59)
Calibración mediante OxCal v.3.10. Todas las fechas fueron procesadas en 1954-55 y en 1957-58.
La muestra Y-41 “was inadequate and had to be run at half the standard pressure” (Ref. Science 122,
1955:959, y Radiocarbon Measuements Comprehensive Index [1967]: 210).
***
Y-42a Y-42b y Y42c son tres fechados del mismo lote. La fecha R_Combinada fue obtenida mediante el
programa de OxCal v.3.10. ( [X2 Test; df=2; T=0.0 (5% 6.0]).
**** Y-40a and 40b son dos fechas del mismo lote. La fecha R_Combinada arrojó alta probabilidad de ambas ser la misma
fecha (X2 Test al 5%; [df=2; T=0.6 (5% 3.8]).
*
**
98
dos esquemas cronológicos contrastantes,
uno largo y otro corto, que implican la
selección de las fechas absolutas que más
se ajustan al modelo desarrollo regional y
migración favorecido por el investigador. En
la Lámina 4 presentamos la cronología larga
propuesta por Cruxent, Rouse y Roosevelt y
la cronología corta, favorecida por Sanoja,
Vargas y Barse. Incluimos además otra
variante cronológica propuesta por Arie
Boomert ya que es la de mayor aceptación
hoy día. Es evidente que las abundantes
fechas del medio Orinoco son sumamente
problemáticas (DeBoer 1998:278). Aparte de
la controversial autonomía cultural de SAL
en el bajo Orinoco el problema es que las
fechas de radiocarbono originales contienen
desviaciones estándar muy amplias, a tal punto
que los componentes SAL de la Trinchera 7
y BAR-1 de la Trincheras 1 y 6 se solapan
considerablemente: ambos componentes
tienen las mismas probabilidades de fechar
en cualquier momento entre cal. 1400/1000 y
840/350 a.C. (2σ) (Cuadro 1). La fecha SI-863
del Corte 1 de Sanoja, asociada al complejo
BAR-1, arrojó cal 780-400 a.C. (Cuadro 2).
En un trabajo anterior propusimos que en
El Saladero hay posiblemente la existencia
de sedimento antropogénico (terra preta) en
base a una foto tomada en 1950 por Rouse
de la barranca (Oliver, 2008: Fig.12-20). Su
presencia tiene importantes implicaciones
relativas a la estabilidad y duración de las
ocupaciones en el sitio (Arroyo-Kalin 2008;
Petersen et al. 2001; Neves et al. 2003). Los
resultados del análisis de las muestras de
sedimentos de dos cortes que realizamos en
El Saladero en febrero 2013 son discutidos
en el ensayo de Manuel Arroyo-Kalin (este
volumen).
Otra interrogante se reiere a los cultivos
del bajo Orinoco, para los cuales no existía
ninguna evidencia empírica, sólo suposiciones
de la presencia temprana (SAL) de la yuca
(Manihot esculenta) y de especulaciones acerca
de la introducción más tardía del maíz desde
el medio Orinoco donde Roosevelt (1980;
1990: 66, 71-72, 83, 160-162) conirma su
presencia durante la fase tardía de Corozal
1. Más adelante discutiremos los resultados
e implicaciones de los análisis de granos de
almidón realizados por Jaime Pagán-Jiménez.
Lámina 1. Mapa topográico del dique del sitio Saladero
en febrero de 2013. Las áreas ya desparecidas donde se
ubicaban las Trincheras 1 a 9 excavadas por Cruxent y
Rouse están aproximadamente indicadas al NE y SO del
embarcadero ‘viejo’, ya derrumbado por el río. Comparar con
el mapa publicado por Cruxent y Rouse (1958-59: Figura
180). Los círculos con los números 1 y 2 ubican dos cortes
realizados en 02/2013 para el análisis de sedimentos
BAR-2 son en efecto contemporáneos como
insisten Sanoja, Vargas y Barse; (2) intentar
reducir el rango de edad probable de las fechas
para los diferentes estilos o componentes
alfareros; y (3) obtener fechas más directas y
precisas de las plantas identiicadas mediante
el estudio de almidones. Las muestras se
obtuvieron (en abril 2011) de la colección
original de El Saladero (Trincheras 1 y 7)
depositadas en el Museo Peabody de Historial
Natural de la Universidad de Yale. En adición,
durante nuestra investigación descubrimos
que existían cuatro potes grandes de cristal
con abundante cantidad de carbón vegetal
procedente de las secciones S1, T2 y T3 de
la Trinchera 7. De estos carbones (madera
quemada) seleccionamos cinco muestras para
fechar AMS con el objetivo de constatar si las
fechas concordaban con las obtenidas de la
pasta de la cerámica y de las costras de hollín, o
3. Resultados de las fechas 14C
El programa de nuevos fechados tiene los
siguientes objetivos: (1) determinar si SAL y
99
si variaban sustancialmente como resultado de
posibles mezclas mecánicas de los carbones en
sedimentos arenosos.
Un total de 10 tiestos se seleccionaron: cinco
de SAL, tres de BAR-1 y dos de BAR-2.
Lamentablemente el intento de directamente
fechar estos tiestos resultó negativo por lo
cual la décima muestra no fue procesada.
Aunque bajo el microscopio Patrick Quinn
identiicó vacíos en las secciones inas de
algunos de los tiestos probable eran evidencia
(negativa) de la inclusión accidental de material
vegetal (¿cariapé?), la presencia de carbón
fue insuiciente. Desafortunadamente, la
posibilidad de fechar los estilos cerámicos
directamente quedó eliminada.
También seleccionamos cuatro tiestos de
la Trinchera 7 con residuos de alimentos
carbonizados en la supericie interior del tiesto.
Los resultados fueron totalmente inesperados,
teniendo en cuenta de que todos arrojaron
evidencia de almidones de plantas alimenticias.
Como se aprecia en el Cuadro 5, las muestras
produjeron fechas entre 27,430 a.P. y 27,330
a.P. (sin calibrar), es decir anteriores a la
máximo glacial tardío (LGM) y con valores
Δ13C entre -27.5 y -27.9. Curiosamente las
fechas están en el orden estratigráico correcto,
la más reciente en la capa superior. Una de
las muestras (Yale Cat.: ANT.218113) fue
fechada dos veces (OxA-28062, -28063) por lo
cual podemos rechazar un error instrumental
del laboratorio. Evidentemente, los restos
carbonizados de alimentos están contaminados
y las fechas deben ser rechazadas. Por el
momento no hemos podido identiicar la
fuente contaminación. No creemos que haya
sido por el “Efecto de Reserva de Carbono”
(Freshwater Resrevoir Effect), en donde el agua del
río y las lagunas contienen carbono disuelto
de una fuente o sustrato calcáreo que entra
en la cadena alimenticia, tales como peces,
aves y mamíferos acuáticos (Hart et al., 2013).
Durante la conferencia del EIAA-3, Roosevelt
opinó que la contaminación pudo haber sido
causada por el uso regular de carbón fósil
(coque) como combustible para cocinar
por los grupos prehispánicos. Al descartar
la vasija rota en el basural la costra de hollín
debió contaminarse con las cenizas y carbones
minerales de las hogueras. Es posible, pero la
hipótesis de Roosevelt no nos convence del
todo. Hasta donde sepamos, el coque (carbón
mineral/fósil) o carbón inerte (dead carbón) no
es accesible en concentraciones y cantidades
suicientes para el consumo diario en las
cocinas. Recolectar fragmentos o pedacitos
de carbón mineral dispersos por la zona nos
parece un método de extracción ineiciente
en comparación con la fácil recolección de la
abundante leña del bajo Orinoco. Actualmente,
estamos realizando estudios microscópicos
y geo-químicos adicionales de las muestras,
tales como espectrofotometría, para identiicar
la composición la costra y la naturaleza del
carbono (¿derivados de petróleo?). Existe la
posibilidad de que en algunos casos, la pared
interna de la vasija haya sido sellada con algún
material mineral “resinoso”, como la brea o el
mene.
Esta última posibilidad parece insinuarse en la
última fecha AMS (Oxa-28,209), que también
resultó fallida. La fecha rebasó los límites de
años radiocarbono −más de 49,600 a.P. (Cuadro
4). La muestra no es madera carbonizada sino
un conglomerado de sedimentos y un material
exudado que, según Lee Newsom, posiblemente
fuera el producto de la combustión de madera.
Newsom nos recomendó no fecharla. Pero
en su informe agrega comentarios que nos
indujeron a tomar el riesgo.
“Yo supongo que probablemente sería mejor no fechar
este material, aunque me he estado preguntando si
actualmente arrojase la fecha más puntual ya que
el exudado posiblemente podría derivase de la leña
durante el proceso de quema; sin embargo, si es algún
otro [tipo de] residuo [entonces] es mejor no sacriicar
un fechado; quizá es un alguna mezcla del proceso de
preparación de la cojoba (Anadenanthera peregrina) o
simplemente representa exudados para utilizados como
pegamento o para otros propósitos, o incluso otros tipos
de residuos alimenticios” (Newsom, comunicación
personal, 22/02/2013; traducción nuestra).
Thomas Higham, por su parte, comentó que
este material exudado (resina o pegamento)
bien podría ser la fuente de contaminación de
las costras de hollín de los tiestos (comunicación
personal, 30/08/2013).
No todos los intentos de fechar Saladero han
sido fallidos. Cuatro muestras de carbón vegetal
dieron resultados coherentes (Cuadro 4). Los
carbones fueron previamente identiicados
por Lee Newsom para asegurar que no fuesen
maderas antiguas, de lento crecimiento. La
estructura celular de las muestras indica que
pertenecen a las familias Annonacea y/o
Guttiferae (Taxon 3) o a las familias Cecropiae,
Malvaceae y/o Sterculaceae (Taxon 1+2).
Tres fechas (Oxa-28,208, OxA-28,167 y OxA28,168) de las unidades T2 y T3 arrojaron fechas:
cal. 786-517 a.C., 788-541 a.C., y 806-594 a.C.
(2σ) (Cuadro 4), asociadas principalmente al
100
Cuadro 2. Fechas convencionales del sitio Saladero sometidas por M. Sanoja (1968-69)*
* Calibración mediante OxCal v.3.10. Todas las fechas fueron procesadas en 1968-69
** Los niveles arbitrarios son de 20cm
*** La fecha de SI-862 (?) fue erróneamente identiicada como muestra no. SI-861 por Sanoja (1979:187) y Sanoja y Vargas
(1978:264). Mientras que la fecha SI-870 fue erróneamente identiicada como SI-861 por los mismos autores
Cuadro 3. Fechas convencionales del Sitio Los Barrancos sometida por Cruxent y Rouse (1956-57)*
* Calibración mediante OxCal v.3.10. Todas las fechas fueron procesadas en 1956-57
** Y-499-1a and Y-499-1b son dos fechas de la misma muestra. La prueba X2 indica una alta probabilidad de ser
fechas diferentes (falla la prueba de X2 al 5% (T=25.19). Ambas fueron rechazadas por ser “demasiado divergente”
(Radiocarbon 1, 1959:169; Radiocarbon Measuements Comprehensive Index [1967]:215;
Cruxent & Rouse 1958-59:15)
Cuadro 4. Nuevas fechas AMS del sitio Saladero sometidas por Oliver (2013)*
* Calibración mediante OxCal v.3.10. La muestra OxA-28209 queda fuera del rango (cal 63923 ± 19968 a.P.).
**“Taxa 1+2” indica que los Taxon 1 y Taxon 2 inicialmente estuvieron segregados, pero que un análisis posterior demostró
que cubren un solo taxón (Newsom, comunicación personal, 2012).
101
sedimento consiste de una arena muy ina de
color marrón muy pálido a amarilla (10YR7/47/6), o blanca (10YR 8/1) cuando seca. Entre
ambos estratos existe un sedimento transicional
que aclara su color (desmelanización) según
aumenta la profundidad, desde marrón (7.5
4/4) a marrón amarillento claro (10YR 6/4).
La mayor densidad de cerámica (Cuadro 6A)
se concentra en el sedimento superior donde
predominan las cerámicas BAR-2 y BAR-3.
El espesor de las dos “capas” superiores varía
entre las diferentes trincheras y cortes, pero
el sedimento superior marrón oscuro es más
grueso en los puntos altos cerca de la barranca
y más delgado en dirección hacia la pendiente
que conduce a la vega y lagunas.
El sedimento oscuro de la supericie es el que
especulamos quizá fuese antropogénico (terra
preta), no sólo por el color marrón oscuro sino
además por contener una alta densidad de
tiesos (4,479 tiestos o 65.2% del total; Cuadros
6A, 6C). El análisis de Manuel Arroyo-Kalin
(este volumen) de las muestras tomadas de
los Cortes 1 y 2, cerca del embarcadero viejo,
demuestra que no son de terra preta (Lámina
1). Pero hay que considerar que estas muestras
se tomaron en una zona que hoy está entre
50-100m al oeste de donde se encontraba la
barranca en 1950. El análisis de Arroyo-Kalin
(este volumen) no demuestra si hubo o no terra
preta cercana a la barranca en el pasado (1950);
pero sí demuestra que no la hubo en la zona
50-100m más al interior. De haber existido una
franja de terra preta sobre la barranca, sería señal
de ocupación prolongada e intensa; pero 50100m al oeste, sabemos ahora que no se dieron
dichas condiciones de intensidad habitacional
para formar terra preta.
En total, la Trinchera 7 cubre 24m2, dividida
en cinco unidades de 4m2 cada una. Primero
se excavaron las unidades S1 a S4 (2x8m) y
después se amplió la trinchera con las unidades
T2 y T3 (2x4m). Todas fueron excavadas en
niveles arbitrarios de 25cm y los materiales
cernidos en seco. Esta trinchera presenta una
estratigrafía algo más compleja que las demás
excavaciones de El Saladero (Lámina 5). Están
presentes el sedimento superior, o Contexto
1, el sedimento transicional (Contexto 2) y la
arena marrón pálida o amarillenta hacia la base
(Contexto 4). El Contexto 2 aparece ilustrado
en el dibujo de campo, pero fue eliminado en el
publicado por Cruxent y Rouse (1958-59: Fig.
180) seguramente porque no hay discordancias
abruptas entre los contextos 1-2 y 2-4.
Nosotros creemos que es útil marcar la zona de
componente SAL. Las fechas convencionales
asociadas a cerámicas de estilo SAL, con
amplias desviaciones estándar, sugerían fecha
probable (94.5% de certidumbre) máxima
de 1400/1000 a.C. y una mínima entre 800350 a.C. (Cuadros 1, 2). Las nuevas fechas
indican, con un 94.5% de probabilidad, de que
la fecha cae dentro del rango más reciente de
las fechas convencionales. Es decir, las fechas
convencionales originales son esencialmente
correctas; las tres nuevas fechas sin embargo
ofrecen una mayor precisión, al reducir
signiicativamente el intervalo cronológico de
probabilidad.
La cuarta fecha, OxA-28,166 (Cuadro 4),
proviene de la Unidad S1 (nivel 4: 75-100cm),
donde predomina la cerámica barrancoide
(en particular, BAR-2). La fecha calibrada es
1418-1271 a.C. (2σ). A primera vista, la fecha
está fuera del orden esperado. Las fechas
convencionales asociadas a cerámicas de BAR2 en el sitio cabecero Los Barrancos y en El
Saladero (en otras trincheras o cortes) sugieren
que dicho estilo cerámico debería fechar a
mediados del primer milenio d.C. (Cuadros 2,
3). Pero la Unidad S1 presenta una estratigrafía
complicada cuyas implicaciones discutiremos
más adelante. Afortunadamente, aún tenemos
cinco muestras adicionales para fechar en
Oxford que esperamos puedan aclarar esta
inconsistencia.
Las nuevas fechas, claro, no resuelven del todo
el problema de sus asociaciones con los estilos
cerámicos o fases de ocupación, en particular
los componentes SAL vs. BAR-2. Es útil
volver a revisar dichas asociaciones haciendo
referencia muy particular a las notas de campo
originales de Rouse (notas, 1950), depositadas
en la Biblioteca Irving Rouse del Museo
Peabody de la Universidad de Yale. Estas son
importantes ya que registran observaciones que
amplían y aclaran la breve síntesis de Cruxent y
Rouse (1958-59:211-233).
4. Evaluación de los contextos: estratigrafía,
alfarerías y fechas
La estratigrafía del sitio El Saladero es
relativamente simple, salvo en los casos
en que se detectaron entierros humanos o
fogones (Sanoja 1979: Fig.30-32; Cruxent y
Rouse 1958-59:314). El sedimento hacia la
supericie varía de franco-arenoso a arenofrancoso (Castillo 1965:281), es de textura ina
y de color marrón oscuro a marrón grisáceo
muy oscuro (10YR3/3-3/2). Hacia la base, el
102
Lámina 4. Tres modelos cronológicos propuestos para el bajo y medio Orinoco. En este trabajo tres nuevas
fechas AMS indican que el inicio de la fase y componente Saladero (SAL) se ubica cal. 800-500 a.C.
Lámina 5. Estratigrafía de las unidades S1 a S4 (izquierda) y dibujo de planta de la Trinchera 7 (derecha). Las
descripción de la estratigrafía y el plano son nuestra reconstrucción basada en los dibujos
y notas de campo originales de Rouse (notas, agosto, 1950).
103
Cuadro 5. Almidones y fechas AMS de los tiestos del sitio Saladero sometidas por Oliver (2013)*
* Las muestras de granos de almidón fueron tomadas de la costra de alimentos carbonizados de la supericie interior del tiesto
y/o de los intersticios de la supericie interior. Todas las fechas resultaron estar contaminadas con carbón inerte (dead carbon;
old carbon). La fuente de contaminación está aún por determinar. Nótese que OxA-28062 y OxA-28063 son dos muestras
tomadas de la misma muestra (ANT.218113). Análisis de almidón fueron realizados por J. Pagán-Jiménez.
** SAL= estilo Saladero; BAR-1= estilo Barrancas o Barrancas Pre-Clásico; BAR-2= estilo Los Barrancos o Barrancas
Clásico; BAR-3= estilo Guarguapo o Barrancas Post-Clásico
transición (Contexto 2) aun cuando sus bordes
hayan sido, en realidad, difusos.
La Trinchera 7 presenta además una serie de
lentes (que no son “capas”) de color oscuro
(Lámina 5: Contexto 3) que descansan sobre
la arena amarillenta basal (Contexto 4). El
Contexto 3a también descansa sobre el
Contexto 4 y se limita a las unidades S2, S3,
T2, y T3. El Contexto 3a cubre el elemento
designado como Fogón #3. Según Rouse,
el fogón: “consiste de una tierra marrón rojiza,
aparentemente descolorada por el fuego. [Cuando es]
asida con la mano [se aguanta en] bloques, pero es arena
[suelta] cuando prensada con la mano. No hay muchos
fragmentos de carbón, pero sí mucha ceniza. Descansa
sobre un depósito que consiste de arena amarillenta
teñida de negro” (Rouse, notas 14/08/50; nuestra
traducción y énfasis).
Los lentes subyacentes de “arena amarillenta
teñida de negro” se observan en el peril de la
pared este de las unidades S2 y S3 (Lámina 5:
Contextos 3b y 3c). Parece ser que el Contexto
3a, que arropa este fogón, consiste de un
sedimento compacto (al igual que el fogón) de
color “marrón rojizo” que en varias ocasiones
Rouse también describe como “tierra negra”.
104
Observa además que la arena negra/marrón
rojiza “contiene basura concentrada” y que los
sedimentos del fogón y el basural (Contexto
3a) “son más compactos que en el resto de
la [unidad]” (Rouse, notas: 14/08/50; nuestra
traducción). En las notas de la Unidad S2, nivel
5 (100-125cm) Rouse anota que el sedimento
“rojizo marrón” se extiende hasta 2/3 de la
unidad a partir de la pared Este (lado S2-S3)
y, de nuevo, anota que “aquí hay considerable
basura, bien concentrada” (Rouse, notas: 12 y
13/08/50; nuestra traducción). En las notas
de la Unidad S3, nivel 5, Rouse (notas: ibid.)
observa que el “depósito de arena marrón
rojiza contiene el material parecido a Cuevas
[es decir, el estilo Saladero] que continua hacia
la esquina T3 [al este]”. Pero en el lado S3S4 (oeste), “hay una arena marrón mediana
[Lámina 5: Contexto 3 en la pared oeste]
que arrojó el material transicional Barrancas
Clásico [BAR-2]”. Es decir, los Contextos
3a, 3b, y 3c están asociados con depósitos
alfareros del estilo SAL. Por otro lado, los
lentes del Contexto 3, visibles en la pared
oeste de las unidades S1 a S4, están asociados
a cerámica barrancoide, donde predomina el
estilo Los Barrancos (BAR-2). Es claro que las
cerámicas SAL y BAR-2 surgieron de contextos
diferentes. Lamentablemente, los materiales
los embolsaron juntos bajo el mismo nivel
arbitrario, por lo cual las estadísticas no relejan
la separación de los tiestos de cada contexto
aunque Cruxent y Rouse lo observaron durante
la excavación (Cuadros 6A-C).
El Contexto 3a es el que Cruxent y Rouse
(1958-59:215) describen como un “pequeño
montículo [midden] de cumbre redondeada”,
asociado a la cerámica de estilo SAL. En las
unidades S2, S3, T2 y T3, el Contexto 3a
ocurre entre los niveles 5 y 6 (100-150cm)
que arrojaron 1,323 tiestos SAL contra 148
tiestos barrancoides (BAR-2). Los niveles 7 y
8 (150-200cm) abarcan los Contextos 3b y 3c
(Lámina 5: pared este) y los lentes (Contextos
3, pared oeste) así como el Contexto 4. En esos
niveles, las unidades S2-S3 y T2-T3, arrojaron
150 tiestos SAL contra sólo 5 de la fase
BAR-2 (Cuadros 6B, C). Estos datos indican
que a partir del nivel 5 hay una abrumadora
predominancia de cerámica SAL asociados a
los Contextos 3a, 3b y 3c, así como con la arena
amarillenta basal (Contexto 4).
Es el Contexto 3a el que Sanoja (1979: 27-28)
reclamó ser “una especie de bolsón” intrusivo que
supuestamente provenía del estrato superior
donde predomina la cerámica barrancoide. En
consecuencia Sanoja propuso que el estilo SAL
no es un complejo cultural autónomo sino un
tipo de alfarería (ware) dentro la fase Barrancas
Clásico (BAR-2). En su análisis, Barse ofrece
una variante acorde con esta interpretación:
“Yo interpreto a esta capa [Contexto 2] como otra
unidad de deposición que cubre la supericie [Contexto
4] donde la ocupación Barrancas [es decir, BAR-2]
descansa; es una capa o un horizonte de paleosol el cual
es penetrado por el elemento de pozo o basurero [con
cerámica] Saladero” (Barse 1990: 87).
Nosotros no estamos de acuerdo de que el
Fogón #3 y el Contexto 3a sean elementos
(features) intrusivos que penetran y cortan el
Contexto 4 (arena amarillenta). Por falta de
espacio no entraremos en un argumento más
detallado, pero un vistazo a las notas de Rouse
y los periles (Lámina 5) sugieren que el Fogón
#3 tuvo que formarse in situ y que el basural
(Contexto 3a) descansa sobre −no penetra− el
Contexto 4. Sin embrago concordamos con
Barse que en la Trinchera 7 (y su vecindad)
no hubo una ocupación correspondiente a la
fase Barrancas Pre-Clásico (BAR-1), tal como
sucede en otras zonas del sitio. Nuestro reanálisis de las colecciones depositadas en el
Museo Peabody (Oliver 1978) airma que los
pocos tiestos que Cruxent y Rouse identiicaron
como estilo Barrancas (BAR-1) son en efecto
modos (atributos) de pasta, forma y decoración
predominantes durante la fase BAR-1 pero
que persisten en la fase BAR-2, aunque con
mucho más baja frecuencia. De un total 4,349
de tiestos barrancoides solamente 118 (2.4%)
tiestos con atributos BAR-1 se identiicaron
en la Trinchera 7. Éstos, aunque sean de estilo
Barrancas (BAR-1), son tiestos ya de la fase
BAR-2.
Cruxent y Rouse no dibujaron los periles de
pared de las unidades T2-T3. Sin embargo, el
peril de la pared este de la Trinchera 7 de las
unidades S2-S3 puede considerarse una imagen
en espejo de la pared oeste de las unidades T2
y T3 (Lámina 5). La estratigrafía de la pared
norte de la Unidad T3 puede observarse a grosso
modo en la foto de la Lámina 6. La pared norte
muestra claramente el Contexto 1 que recubre
el sedimento transicional (Contexto 2) y éste,
a su vez, cubre el Contexto 4 de arena clara.
Dentro del Contexto 4 observamos una serie de
betas onduladas de color oscuro interdigitadas
con arena clara. Estamos razonablemente
convencidos que son raíces, fenómeno que
hemos observado en nuestros Cortes 1 y 2
para el estudio de sedimentos (Arroyo-Kalin,
este volumen). El Contexto 3a y los lentes
105
Cuadro 6A. Trinchera 7: Conteo total de la cerámica por nivel y unidad (SAL, BAR 1-3 y Apostadero)
Cuadro 6B. Trinchera 7: Frecuencia (N=) de la cerámica Saladero (SAL) por nivel y unidad
Cuadro 6C. Frecuencia (N=) de la cerámica de la fase Los Barrancos (BAR-2) por nivel y unidad*
* Estos incluyen tiestos de estilo Barrancas (BAR-1) pero cuyos modos (atributos) persisten en el estilo Los Barrancos (BAR-2)
y, por ende, son de la fase Los Barrancos (BAR-2)
(Contextos 3 y 3b-c) no se ven en el peril de
la pared norte, puesto que éstos se limitan al
cuadrante suroeste de la unidad.
Para discutir los contextos de las fechas y estilos
cerámicos en relación a la distribución de los
diferentes sedimentos, hemos reconstruido las
plantas de los niveles 5 y 6 de la unidades T2 y
T3 en base a las notas originales de campo de
Rouse (notas, 18/08/50; Lámina 7). En el nivel
5 (100-125cm), Rouse anotó que la mitad norte
de la Unidad T2 y la mitad sur de la Unidad T3,
hay una zona de sedimentos “médium brown”
[marrón mediano] que corresponde a lo que
identiicamos como el sedimento intermedio
o Contexto 2 en las unidades S1 a S4. En el
resto de ambas unidades, el suelo es marrón
claro, en efecto, la arena amarillenta o Contexto
4. Lo importante de este nivel 5 es que Rouse
anota que “la mayoría” de los tiestos con
atributos barrancoides (es decir, BAR-2) están
asociados al sedimento transicional, mientras
que la mayoría de los tiestos “parecido al
estilo Cuevas” de Puerto Rico (es decir, estilo
SAL) aparecen en los sedimentos más claros,
es decir, Contexto 4. En total la Unidad T2
tiene 95 tiestos SAL contra 44 tiestos BAR2; la Unidad T3, tiene 65 tiestos SAL contra 7
tiestos BAR-2 (Cuadros 6B, 6C). Debido a estas
observaciones, Cruxent y Rouse embolsaron
por separado los carbones recuperados en
los sedimentos oscuros (Contexto 2) de los
colectados en los sedimentos claros (Contexto
106
Lámina 6. Foto de la pared norte de la unidad T3, Trinchera 7 (Rollo 62, exposición no. 7; colección del
Museo Peabody, Universidad de Yale). Se observa el sedimento oscuro (Contexto 1), seguido de un sedimento
transicional algo más claro (Contexto 2). Entre 75-100cm de profundidad comienza el sedimento de arena
clara o marrón pálido, o amarillenta (Contexto 4). Las laminaciones dentro del Contexto 4 (~125cm) son
el producto de raíces. En esta pared norte no se observan los lentes de los Contextos 3, 3c-d ni tampoco el
fogón y Contexto 3a. Nótese que en la Unidad T3 sólo se excavó la mitad sur del nivel 7 (150-175cm). Una
ventana (test pit) al fondo de la unidad T3 (nivel 8) fue excavada hasta 200cm. Esta resultó ser culturalmente
estéril. El obrero está parado en la esquina U4 donde se obtuvieron las muestras fechadas mediante AMS.
Las profundidades son aproximadas.
4). De este nivel se obtuvo la fecha Y-41
contaminada de 6200±380 a.P. (Cuadro 1),
pero nosotros obtuvimos la fecha OxA-281208
calibrada, 786-517 a.C. (Cuadro 4). Sabemos
que esta muestra (Yale Cat.: ANT.268879)
procede de la esquina noreste donde había una
concentración de carbón mezclada en la matriz
de arena más clara (Contexto 4).
En la Unidad T3, nivel 6 (125-150cm), con
excepción de la base del Fogón #3 en la esquina
suroeste, el sedimento es uniformemente una
arena amarillenta o marrón pálida (“light or
yellowish brown”); es decir, Contexto 4. Ya hacia
los 140-145cm de profundidad la unidad es
culturalmente estéril, aunque Rouse menciona
que había poco carbón. En la Unidad T2, a
pocos centímetros de iniciado el nivel 6 (125-
150cm), el sedimento es uniformemente arena
amarillenta (Contexto 4); la mitad sur ya deja
de aportar restos cerámicos a los 140-145cm. A
pesar de todo, los tiestos recuperados en el nivel
6 de ambas unidades son predominantemente
del estilo Saladero: 28 en T2 y 161 en T3 y
solamente 5 del estilo BAR-2 (Cuadros 6B, 6C).
De la Unidad T2, nivel 6, hay una fecha
convencional (Y-42 [R-Combinado]) calibrada
entre 1300-840 a.C. (2σ) (Cuadro 1). Hay
además nuestras dos fechas AMS (Oxa-28167,
28168) que calibran respectivamente a 788541 a.C. y 806-594 a.C. (2σ) (Cuadro 4). Las
tres fechas proceden de la mitad sur (lado
T2-U2) de la unidad y del mismo lote (Yale
Cat.: ANT.268943). De la Unidad T3, nivel 6,
hay una fecha (Oxa-28208), cal.786-517 a.C.
107
contexto, si las limitamos a 1σ de probabilidad,
están en armonía con las fechas AMS a 2σ de
probabilidad. Estas fechas están asociadas a
una preponderancia signiicativa de tiestos del
estilo cerámico Saladero.
(2σ) y proviene del lote central de la unidad
(Yale Cat.: ANT.268878). Del mismo nivel 6
proceden las fechas convencionales Y-43 (cal.
1150-550 a.C., a 1σ) e Y-44 (840-510 a.C., 1σ)
(Cuadro 1). La muestra Y-44 procede también
del lote colectado en el 1/3 central de la unidad
(Yale Cat.: ANT.268878), pero la fecha Y-43
procede de un lote recolectado en el 1/3 sur de
la unidad (Lámina 5: lado T3-U3). Este último
lote ya no existe en las colecciones del Museo
Peabody; debieron utilizarse todas las muestras
de carbón. Hay que aclarar que aunque según
Rouse (notas: 18/08/50) hubo una mezcla
accidental de los carbones de nivel 5 y 6 de la
unidad T3 (Lámina 5: lote ANT.268878), las
fecha calibrada resultó ser prácticamente la
misma (~800-500 a.C.) que las dos obtenidas
de la Unidad T2, nivel 6.
Aún queda el problema de la única fecha
existente para las unidades S1 a S4: OxA-28166
del nivel 4 (75-100cm) de la Unidad S1, la más
al sur y a 11m de la barranca (en 1950), la cual
calibra a 1418-1271 a.C. (2σ) (Cuadro 4). Rouse
(notas: 08/12/50) indica que el sedimento pasa
de un “humus marrón oscuro hacia el tope” a
una “arena marrón mediana”. Esta última, nos
dice, “aparece hacia la base del nivel en el lado
S1-T1 [sur], pero está hacia el tope en el lado S2T2 [norte]; la mayoría de los artefactos viene del
humus.” Y, añade, “hay mucho carbón” en todo
este nivel. Este nivel contiene relativamente
pocos tiestos (n=51), de los cuales: 4 son SAL;
44 son BAR2; 3 son Bar-3; y 1 es Apostadero
(Cuadro 6A). Los periles de las cuatro paredes
de la Unidad S1 (Lámina 5) indican que este
nivel arbitrario corta a través de los Contextos
1, 2 y 4. No es posible precisar de cual contexto
proviene la muestra. Dada la predominancia de
la cerámica barrancoide (92.1%), esperábamos
que la muestra de carbón también procediera
de actividades de la fase BAR-2 de ocupación
(y no de la fase temprana BAR-1, ya que no está
presente en la Trinchera 7) y, por lo tanto, que
la fecha fuese posterior a los ~800-500 a.C.
obtenidos de los niveles 5-6 de las unidades
T2-T3. Como ya indicamos, la fecha (cal. 14181271 a.C.) nos parece ser demasiado antigua,
especialmente si aceptamos que las fechas más
tempranas de asociada a componentes BAR-2
en otros cortes de El Saladero y en el sitio de
Los Barrancos son ~400-500 d.C. (Cuadros 2,
3). Por el momento, la asociación de esta fecha
debe considerarse dudosa.
Queda entonces ampliamente conirmado que
el Contexto 4 (T2-T3: niveles 5-6) fecha ~800500 a.C. Las fechas convencionales del mismo
5. La evidencia microbotánica y discusión
inal
En el Cuadro 5 resumimos los datos relevantes
de los seis tiestos cerámicos seleccionados para
someter a análisis de almidones. De éstos, dos
son cerámicas de estilo SAL de la Trinchera
7, uno es de estilo BAR-1 seleccionado de
la Trinchera 1 (unidad B2, done predomina
BAR-1) ya que en la Trinchera 7 no hay
una ocupación BAR-1, uno del estilo BAR2 y, inalmente, dos son del estilo BAR-3
(Guarguapo). Cuatro de los tiestos contenían
material carbonizado en la supericie interior
de donde Jaime Pagán Jiménez tomo muestras.
Como ya indicamos, las fechas AMS de las
cuatro muestras resultaron contaminados.
Otros dos, sin costras de “carbón”, también
fueron muestreados en sus supericies internas.
En total, Pagán examinó ocho muestras ya que
en dos tiestos se muestrearon en dos zonas
diferentes (Cuadro 5: Yale Cat.: ANT.214222
y 218686). Los resultados fueron positivos.
En términos globales, el maíz (Zea mays) se
registra en 8 de 8 (100%) muestras; la yuca
(Manihot spp., cf. esculenta), el ají (Capsicum spp.)
y las leguminosas, cada una se registran en 3 de
8 (37.5%) muestras. Posiblemente almidones
de ñame (cf. Dioscorea spp.) se encuentran en
un fragmento de budare decorado asociado al
estilo SAL, mientras que posibles almidones de
Marantacea (silvestre) se registran en un tiesto
BAR-3.
El maíz aparece asociado a cerámicas de
todas las fases de ocupación en El Saladero.
Aceptando la fecha de cal. 800-500 (2σ) para
el componente SAL, el almidón de maíz muy
probablemente tenga esa misma fecha inicial.
En un caso (muestra #12-27a) los granos
de almidón de maíz presentan atributos que
Pagán sugiere tentativamente sean producto de
fermentación. La presencia de maíz hacia 800
a.C. (~2500 a.P.) no nos sorprende, pues desde
Panamá y Ecuador hasta las tierras bajas de
Amazonía, hay evidencia arqueobtánicas de su
presencia temprana a partir de aproximadamente
7500-4500 a.P. (Blake 2006; Bonzani y Oyuela
2006; Arroyo-Kalin 2012:12). En Parmana,
medio Orinoco, el maíz se constata para la
fase tardía de Corozal 1 (Roosevelt 1990: 66,
108
71-72, 83, 160-162), es decir, alrededor de 500
a.C. (Lámina 4). Igualmente tardíos son los
almidones de maíz del sitio Pozo Azul Norte
(Puerto Ayacucho, medio Orinoco) asociados a
fechas posteriores al 250 d.C. (Perry 2001:205209; Barse 2008). En in, es de esperar que
la presencia del maíz en medio Orinoco sea
muy mucho más antigua. No es posible, sin
embargo, determinar la variedad del maíz en El
Saladero. ¿Cuándo se convertió en un alimento
base? ¿Llegó a convertirse en el alimento base?.
En la Trinchera 7 (Rouse, notas: 38/03/58)
sólo hay 2 machacadores líticos (unidad T2,
nivel 3) y dos piedras de moler (unidades S1
y S4: nivele 3) asociados a cerámicas BAR-2 y
BAR-3, lo que posiblemente indique un nivel
bajo de producción de maíz harinoso.
Finalmente, estudios de ADN indican que
la mandioca fue domesticada en la región
suroeste de Amazonía (alto Madeira-Acre)
(Olsen y Schaal 2006); ya hacia 10,300 a.P.
aparece en contextos precerámicos en alto
Valle de Zaña, Perú y en Panamá donde ha
arrojado fechas del 6to milenio a.P. (Piperno
2011; Arroyo-Kalin 2012:12). Aunque en el
bajo Orinoco podemos situar la yuca alrededor
de 2500 a.P. es muy probable que en un futuro
no lejano se compruebe una antigüedad de
<4000 a.P. El re-emplazo de maíz por la yuca
como alimento base que generó una explosión
demográica y complejidad social (Roosevelt
1980) en el Orinoco no parece ser toda la
historia; aún faltan datos empíricos, incluyendo
más estudios de isótopos estables que iluminen
aspectos de la dieta humana. En este ensayo
sólo hemos dado un primer paso.
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Agriculture”. Ministerio de Agricultura
y Cría, Sección de Conservación de
Créditos
Una beca (NF/2012/02/08) de AHRC/
NERC-Radiocarbon Facility nos permitió
costear las fechas. Estas se procesaron en el
Oxford Radiocarbon Accelerator Unit bajo la
supervisión del Profesor Higham. Becas del
Dean’s Travel Grant-UCL costeó los viajes
a la Universidad de Yale, Saladero y Quito.
Este estudio ha sido posible gracias a la
colaboración de Manuel Arroyo-Kalin, Lilliam
Arvelo, Arie Boomert, Richard Burger, Marcia
López, Maureen DaRoss, Tom Higham, Lee A.
Newsom, Jaime Pagán-Jiménez, Patrick Quinn
y Yoli Velandria. Nuestro agradecimiento
especial a Ben Rouse quién nos facilitó las
colecciones del Museo Peabody y todas sus
notas de campo.
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111
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Venezuela. Geomorphology 44: 273-307.
112
Simposio “Guyanas e Orinoco”
Ecología histórica de la Gran Sabana
(Estado Bolivar, Venezuela) entre los siglos XVIII y XX
Rodríguez Iokiñe1, Rafael Gasson1, Audrey Butt-Colson2, Alejandra Leal 3 & Bibiana Bilbao3
Centro de Antropología, Instituto Venezolano de Investigaciones Cientíicas (IVIC)
2
Universidad de Oxford, Reino Unido
3
Departamento de Estudios Ambientales de la Universidad Simón Bolívar, Universidad Simón Bolívar
1
en los mosaicos sabana-bosque de la Cuenca
del Orinoco (en los Llanos Venezolanos y la
Gran Sabana), a diferentes escalas temporales:
largo (10000000-1000 años), mediano (1000100 años), y corto plazo (100-<10 años). Este
estudio viene a abarcar la escala temporal de
corto plazo en el sector de la Gran Sabana.
Desde el punto de vista teórico, el trabajo parte
de la concepción del paisaje como cuasi-objeto
u objeto híbrido (en el sentido de Latour
2007) como concepto teórico fundamental,
ya que rechaza la ontología dualista tradicional
de la relación sociedad-naturaleza a favor de
perspectiva monista, centrada en el paisaje
como el resultado o manifestación material
de dicha relación (Crumley 1994). Uno de
los avances más importantes en las ciencias
contemporáneas es el reconocimiento del
carácter histórico de la naturaleza, lo que
condiciona tanto su estructura presente como
su futuro (Bowler, 1998: 5).
De esta forma, la Ecología Histórica se plantea
como síntesis de la ecología de paisajes y la
antropología histórica, rechazando la distinción
entre paisajes naturales y humanizados. De la
misma manera, critica el enfoque sincrónico
y el énfasis en el equilibrio (homeostasis),
típico de muchos estudios tradicionales. La
ecología histórica se plantea como el estudio
de las relaciones entre sociedad y ambiente en
secuencias temporales de largo, mediano y corto
plazo, tomando el concepto de paisaje como
concepto uniicador y unidad fundamental de
análisis.
Lo anterior necesariamente supone trabajar
con un enfoque transdisciplinario, en el
que los investigadores/as trascienden sus
propios campos, llegando a compartir un
marco epistémico amplio y una nueva metametodología que les sirve para integrar
conceptualmente las diferentes orientaciones
de sus análisis (Martínez, 2009: 91). En este
sentido este estudio contempla la correlación
Introducción
Este estudio se propone estudiar el impacto de
procesos históricos recientes (últimos 300 años)
en la formación del paisaje actual de la Gran
Sabana (Sector Oriental del Parque Nacional
Canaima). Hasta la fecha, la ecología histórica
de la Gran Sabana ha sido poco estudiada, y las
pocas investigaciones realizadas han tendido
a enfocarse en cambios en el paisaje a escala
milenaria. Testimonios orales recientes de
abuelos Pemon sugieren la necesidad de prestar
mucha más atención a la historia colonial para
explicar cambios recientes en el paisaje.
Se busca problematizar y complejizar
explicaciones tradicionales hechas sobre los
procesos de cambio en el paisaje de la Gran
Sabana que tienen a poner una carga negativa al
rol que ha jugado el Pueblo Pemon moldeando
dinámicamente el paisaje. Argumentamos, de
modo similar a lo propuesto Zent (1998) para
el caso de los Piaroa en el Estado Amazonas,
que el contacto colonial conllevó cambios
intensos en el patrón de asentamiento y
ocupación de los habitantes de la Gran Sabana,
con movimientos migratorios y abandonos
temporales de sus territorios que implicaron
un mantenimiento mucho menos continuo
y dinámico del paisaje. Estos cambios, en
combinación con eventos de sequia extrema,
informan las causas de cambios importantes en
el paisaje de la Gran Sabana de principios del
siglo pasado, tales como incendios catastróicos
que son frecuentemente señalados como
indicadores de malas prácticas locales de uso
de fuego.
Este estudio forma parte del Proyecto “Impacto
del cambio climático y de la ocupación humana
en los mosaicos sabana-bosque de la cuenca
del Orinoco: un enfoque transdisciplinario”,
el cual se propone la caracterización y el
análisis de los cambios ambientales ocurridos
durante el Holoceno (últimos 10000 años)
113
geológicos y biológicos, el PNC fue declarado
Patrimonio Natural de la Humanidad por la
UNESCO en 1994.
A pesar de su valor ecológico y cultural, la
ecológica histórica de la Gran Sabana ha sido
poco estudiada. Solo en tiempos recientes es
que se han comenzado a estudiar los procesos
de formación del paisaje y los cambios en la
vegetación a escala milenaria, tratando de
aclarar una gran incertidumbre que ha existo
sobre el origen de la vegetación mixta de
bosque-sabana del área.
Por siglos, ha existido una narrativa dominante
en la zona que sostiene que la Gran Sabana
fue en un pasado remoto una zona cubierta
por bosques y que la reducción del bosque ha
sido causada por los Pemon. Esta narrativa se
ha reairmado a sí misma con la suposición
(asumida por muchos como cierta) que
los Pemon son pobladores recientes de la
zona, habiendo sido empujados desde el
norte de la Gran Sabana en la época de la
colonia. Esta narrativa se ha aianzado entre
círculos ambientales y gestores ambientales
por dos razones: a) los Pemon usan el fuego
habitualmente en una variedad amplia de
actividades de subsistencia, tanto en el bosque
como en la sabana, b) existen evidencias
físicas de incendios catastróicos ocurridos
a principios del siglo XX, que son señalados
como evidencia del poder destructivo del
fuego y de la expansión de la sabana a expensas
del bosque, c) el fuego es percibido como
una gran amenaza para la conservación de las
funciones hídricas de los bosques de la zona,
de lo cual depende en gran medida la vida útil
de la represa del Guri.
Dicha narrativa ha sido problemática por
varias razones: por un lado, le conferido un
carácter negativo a los Pemon en la formación
del paisaje, sugiriendo que han tenido un rol
como destructores más que moldeadores del
paisaje. Segundo, sugiere que los Pemon no
tienen conocimientos sobre el uso sustentable
del fuego, y por lo tanto ha invisibilizado sus
saberes ambientales y su contribución en
la formación y mantenimiento del paisaje.
Tercero, por su visión catastroista hace
imperativa una intervención externa para la
regulación y el control de los usos locales en la
zona, planteado la necesidad de la eliminación
y reducción del fuego en el paisaje. Y cuarto,
invisibiliza el papel que pueden haber tenido
procesos históricos vinculados al contacto de
las culturas indígenas con la sociedad colonial y
Republicana en la formación del paisaje.
de diferentes tipos de datos, incluyendo datos
etnográicos, históricos, arqueológicos y
ecológicos sobre la formación del paisaje de
la Gran Sabana. La información etnográica
e histórica ha sido recogida por vía oral entre
diferentes poblaciones indígenas de la Gran
Sabana (Venezuela) y Guyana desde 1970
hasta el presente, a través de investigaciones
etnográicas tradicionales y participativas. De
igual modo se ha hecho una revisión exhaustiva
de documentos etnográicos, material
hemerograico diverso y fuentes históricas. Los
datos arqueológicos y ecológicos provienen de
estudios previos realizados por los miembros
del equipo o por de investigaciones realizadas
por otros colegas.
El estudio analiza: a) El patrón de ocupación
humana en la Gran Sabana antes de la
conquista, b) Las etapas de conquista/presencia
colonial en el Sur de Bolívar-Norte de BrasilEste de Guyana, c) Los patrones de cambio
de ocupación humana durante la conquista, y
d) Los cambios ambientales (años de sequia
extrema) entre los siglos XVIII y XX y sus
impactos en el paisaje.
La ecología histórica de la Gran Sabana
como problema
La Gran Sabana es una área de aproximadamente
un millón y medio de hectáreas ubicada en
la Guayana Venezolana, en zona fronteriza
con Guyana y Brazil, dominada por sabanas
abiertas con porciones entremezcladas de
bosques, herbazales y morichales. La zona
es mundialmente conocida por sus tepuis
(derivado de la palabra tüpü en lengua Pemon):
un conjunto de mesetas que sobresalen
abruptamente del paisaje, alcanzando una
altura de hasta de 2.810 metros sobre el nivel
del mar (e.g Roraima).
Además de ser una zona de alto valor paisajístico
y el lugar ancestral de vida de los Pemon es
además de gran importancia estratégica para
Venezuela. Una parte importante del agua que
surte a la principal represa del país (la represa
del Guri) se origina en la Gran Sabana, por
lo cual proteger sus bosques y las funciones
hidrográicas de los mismos ha sido un tema de
interés nacional desde 1975. En ese año la Gran
Sabana pasó a conformar el Sector Oriental
del Parque Nacional Canaima (originalmente
creado en 1969), duplicando así la extensión
original del parque a sus 3 millones de hectáreas
actuales. Adicionalmente, en reconocimiento
de su extraordinario paisaje y a sus valores
114
De modo alternativo a esta narrativa
dominante, este estudio propone la siguiente
hipótesis de trabajo: Tanto la existencia de sabanas
como ocupación humana en el área son muy
antiguas. Los Pemon y sus ancestros son
importantes reguladores en la conservación
del paisaje y en la economía de nutrientes y del
fuego en la región. El paisaje de la Gran Sabana
a partir de inales del siglo XIX es el resultado
de una combinación de factores que incluyeron
cambios en la ocupación humana impulsados
por la intensiicación del proceso de conquista,
migraciones provocadas por movimientos
religiosos, y de eventos recurrentes de sequía
extrema.
“al ser recién llegados”, no están adaptados
al ambiente de la Gran Sabana y que en un
pasado “idealizado” la Gran Sabana carecía de
presencia humana.
Lo cierto es que poco se sabe aun sobre la
historia de la ocupación humana antigua en
la Gran Sabana, ya que se carece de registros
arqueológicos suicientes para saber a ciencia
cierta que pasó antes de 1492 (Audrey ButtColson en Rodríguez 2007). Sin embargo,
se conocen dos sitios arqueológicos prehispánicos y pre-cerámicos en las cercanías
de Canaima y en el Río Cuyuní que pudieran
datar del pleistoceno tardío-holoceno
temprano (Gassón, 2002). Estos sitios fueron
identiicados en los años 1960 por Cruxent
como dos complejos precerámicos en
hipotética sucesión cronológica. El primero,
Tupuken, consiste en una industria unifacial
de nucleos y lascas en basalto ubicada en
la conluencia de los rios Cuyuni y Yuruari
(Cruxent 1972). Esta industria podría estar
Lo que sabemos de la antigüedad de los
Pemon y del fuego en la Gran Sabana
La manera en que se he interpretado
convencionalmente la formación del paisaje
de la Gran Sabana asume que los Pemon
Figura 1: Diagrama de polen en una localidad de la Gran Sabana
Diagramas de polen resumen para la localidad SIP en Gran Sabana. Se muestra el eje de edades calibradas antes del presente
(14C ages), la localización de las edades radiocarbónicas profundidad en centímetros (Depth), el, los grupos ecológicos que
conforman la suma de polen, y las partículas de carbón. Los datos están expresados en porcentajes
115
los últimos 2.000 años (Leal 2010), momento
a partir del cual parece haberse intensiicado la
ocupación humana en la zona.
A través de un estudio de lenguas Caribe,
Durbin (1977) sugiere que los habitantes
actuales de la Gran Sabana, actualmente
conocidos como los Pemon, son descendientes
de un conjunto de grupo proto Karibe que han
habitado la zona Central del Escudo Guayanes
desde hace mas de 4500 años. Durbin sugiere
además varios procesos de ruptura y división
de los grupos proto-caribe en los últimos tres
mil años. Podemos asumir que los habitantes
actuales de la Gran Sabana están vinculados
a la última ruptura, que tuvo lugar hace 23001000 años.
En la actualidad se asume comúnmente
que los Pemon son un sub-grupo Karibe
compuesto por varios subgrupos lingüísticos:
kamarakoto, arekuna, taurepan, makuxi y akawaios.
Dentro de la frontera Venezolana hacen vida
fundamentalmente los kamarakoto, arekuna
y taurepan, aunque existen aun iliaciones
históricas y familiares estrechas con los makuxi
(asentados en Brasil) y los akawaios (asentados en
Guyana). Butt-Colson (2009) diferencia entre los
Pemon y los Kapong (ver Figura 2), y propone
más bien tres grupos regionales, dentro de
los cuales entran diferentes conglomerados:
Arekuna (Pemon del Norte), Akawaios/
Waika/Ingarikok (Kapong del Sur y Norte) y
Makushi (Pemon del Sur).
relacionada con la llamada Flake Tradition, que
podría ser tan antigua, según Cruxent (1972) y
Whilley (1972) como 35000 AP. El segundo,
Canaima, ubicado en las sabanas al oeste del
Salto de la Hacha (alto Caroni), es una industria
bifacial, con puntas de proyectil pedunculadas,
cuchillos bifaciales, raspadores y martillos. Su
edad se desconoce, aunque Boomert (2000) lo
asigna, junto con Early Sipaliwini (Suriname) a
la denominada Subserie Canaiman de la Serie
Joboide. Esto claramente indica que en el
pasado lejano existió una ocupación humana
en la zona.
Adicionalmente, una reconstrucción paleoecológica reciente de la historia del paisaje de la
Gran Sabana reveló que, contrario a lo que se
ha asumido convencionalmente, el fuego ha
sido un componente permanente del paisaje de
la Gran Sabana durante los últimos 7.000 años
(Leal 2010) (ver igura 1), del mismo modo
que ha sido reportado en las sabanas Cerrado
de Brasil (Mistry y otros 2005). Dado que las
quemas en la Gran Sabana han demostrado
tener principalmente un origen antrópico,
estos resultados sugieren presencia humana
continúa durante largo tiempo en el área y un
papel activo del fuego (y de los humanos) en
el modelado del paisaje. Adicionalmente, estos
estudios paleocologicos sugieren que la sabana
ha sido la vegetación dominante del área por
mucho más tiempo que el bosque, aunque se
observa un proceso de retroceso del bosque en
Figura 2: Segmentación y sobrenombres Pemon/Kapong por conglomerados y grupos regionales
116
A diferencia del caso de los Pemon (Arekuna
y Makushi), la antigüedad de los Kapong
(Awakaio) en su territorio actual ha sido
ampliamente documentada. Se sabe por lo
menos que mucho antes de la conquista (miles
de años), las migraciones y asentamientos
de los Akawaio se extendían hasta Surinam,
Brasil y la cuenca Amazónica. Los Akawaio
se originaron de un grupo Kariña (Caribe),
que había migrado de un lugar desconocido
(posiblemente del nor-oeste) y se asentó a lo
largo de los bordes de zonas de pantano en el
litoral Occidental de Guyana (entre el Orinoco
y el Esequibo) los cuales usaban prácticas
agrícolas de irrigación. La identidad Akawaio
como un pueblo diferenciado, con su lenguaje
propio (de la familia Caribe), su propia cerámica
y forma de subsistencia (agricultura de conucos
en bosques tropicales) data de hace 2.000 años
en el valle del Mazaruni (Butt-Colson 2009).
Denis Williams (2003) sugiere que los Akawaio
fueron los primeros en evolucionar hacia
una cultura y economía de bosque distintivas
dentro del territorio Guyanés.
Dada la cercanía geográica y la iliación
lingüística de los Akawaio con los Pemon, uno
podría suponer una antigüedad similar de los
Pemon en la zona. Sin embargo, esto no signiica
que todos los habitantes de la Gran Sabana
tengan entre 1000 y 2500 años de antigüedad
(o más) en la zona. Los testimonios orales y
documentos históricos indican claramente
que los Pemon “actuales” son producto de un
proceso de trivialización del contacto colonial:
algunos estaban ya allí asentados durante la
conquista, pero otros llegaron del Cuyuni
(en el Estado Bolívar), de Brasil y Guyana
producto del contacto colonial. Otros, no
sabemos cuántos, murieron producto de las
guerras inter-étnicas, enfermedades y la trata
de esclavos. “Nosotros los habitantes de la Gran
Sabana, tenemos parientes desde el río Urarikuera
(en Brasil) hasta el río Caura, todos somos Pemon.
Nosotros somos una mezcla de Wapichana, Ingarükok,
y otros. No sabemos exactamente quienes somos. Cesar
a lo mejor es Makuchi y yo soy Ingarükok. Somos
producto de un mestizaje entre diferentes grupos, yo creo
que no hay un Taurepan puro. Estamos mezclados”
(Jorge W. Perez, Kumarakapay, 1999, citado en
Roroimükok Damük, 2010).
Independientemente de su antigüedad exacta
en la zona, lejos de estar mal-adaptados
ecológicamente, estudios recientes sugieren que
los Pemon tienen un conocimiento detallado y
soisticado sobre el uso del fuego (Rodriguez y
Sletto 2009). Similar a otros pueblos indígenas
del mundo, el uso del fuego forma parte de
una trama amplia de prácticas locales que han
contribuido de manera dinámica a la formación
y mantenimiento del paisaje.
Para los Pemon, el uso del fuego es parte de
su obligación ancestral de cuidar el pasaje de la
Gran Sabana. Al igual que en el caso de otros
pueblos indígenas como los aborígenes del
Parque Nacional Kakadu en Australia (Lewis
1989), los Pemon usan el fuego para “limpiar”
el paisaje y para hacer que se vea más “bonito”.
Asimismo, al igual que otros pueblos indígenas
que viven en paisajes parecidos (Lewis 1989;
Laris 2002; Mistry et al. 2005; McGregor et
al 2010, Miller y Davidson-Hung 2010), los
Pemon han desarrollado un sistema de quema
prescrito que conlleva a provocar pequeñas
quemas en la sabana durante ciertas épocas del
año (inales de la época de lluvia y principios de
la época de sequía) y en los bordes del bosque, a
in de reducir la acumulación de combustible y,
por ende, prevenir incendios de mayor tamaño
y más destructivos en los bosques durante la
época seca. Resultados de estudios ecológicos
recientes sobre el comportamiento del fuego
en la Gran Sabana han revelado una gran
variabilidad en el comportamiento del fuego en
términos de incendios, extensión, temperatura
y altura de las llamas (Bilbao et al. 2010). Han
demostrado además, que la variabilidad en el
comportamiento del fuego crea, a su vez, un
mosaico de parches de pradera con diferentes
historias de fuego, en los que los parches
mas recientemente quemados funcionan
como corta-fuegos contra la propagación
de incendios provocados en los parches
adyacentes. Sobre la base de esta investigación,
los autores concluyeron que el sistema de
quema Pemon prescrito reduce la incidencia
de incendios peligrosos y también promueve
la heterogeneidad de vegetación en el espacio
y en el tiempo (Bilbao et al. 2010). Y lo que
es más importante, estos estudios proveen un
soporte para la quema Pemon prescrita como
una técnica apropiada para la conservación
de la biodiversidad y sugiere que en lugar de
eliminar las prácticas de manejo del fuego
Pemon, el sistema de quema Pemón es clave
para prevenir grandes fuegos potencialmente
destructivos en áreas críticas de conservación.
Etapas de expansión colonial en la Gran
Sabana y su impacto sobre el paisaje
El proceso de contacto y expansión colonial
parece haber contribuido a una acumulación
117
de combustible a lo largo de la Gran Sabana,
producto de quemas menos frecuentes y
extensivas en el territorio, desencadenando los
incendios catastróicos de principios del siglo
XX.
Identiicamos dos etapas importantes durante
y posterior al contacto colonial que tuvieron
impacto en la ocupación humana y el uso del
paisaje en la Gran Sabana:
del siglo XX:
“Por el temor, por el miedo a los españoles, fue que
no prendían fuego, y se escondían en las cuevas.
Algunos en las cuevas, y otros subieron a los cerros y se
transformaron en los espíritus de los cerros, que son los
Imawariton, y se fueron. Ya esos que se fueron eran un
poco más avanzados, porque controlaban la naturaleza,
que son los Piasan, esos si se fueron. Y otros, también
que hubieron, se escondieron en la selva, en los bosques,
esos son espíritus de la selva que son los Amayikok…
Debido a eso, por el miedo, como no prendían fuego,
fue que se quemo toda esta parte” (Abuelo Simon
Lopez, traducción Filiberto Lambos, Junio
2013).
Adicionalmente, producto de la competencia
por el espacio territorial y los recursos, en esta
se desencadenaron enfrentamientos serios
entre la población asentada y recien llegada,
culminando con la mayor Guerra Inter-étnica
mencionada por los Pemon, que fue la Guerra
entre los Pichawokok y los Arekuna, que tuvo
lugar aproximadamente en 1840.
Esta guerra marca el in de una etapa muy
traumática y llena de violencia para de los
Pemon. Según los testimonios de los Pemon
después de la guerra Pichawokok-Arekuna, la
Gran Sabana quedo “vacia” por mucho tiempo
(Rorimökok Damük, 2010).
Etapa de contacto y expansión colonial (siglos XVIII
y XIX)
Esta prima etapa estuvo caracterizada como
una época de gran violencia, producto redadas
vinculadas a la comercialización de esclavos a
Guyana y Surinam, a la captura de indígenas
para trabajar en plantaciones en Brasil (desimentos
o entradas), para la conversión al catolicismo y
en menor grado para formar parte del Ejecito
Republicano Venezolano.
Esta etapa si inicio aproximada a mediados de
1700 y se mantuvo hasta aproximadamente
1860, después de que se constituye la primera
República en Venezuela y entró en vigencia la
abolición de la esclavitud.
La literatura colonial y testimonios orales
de abuelos Pemon reportan que ante estos
procesos de expansión colonial, la población
indígena optó por las siguientes estrategias:
- Huir, esconderse en cuevas, en los bosques
o emigrar (Tomas de Matarro y de la Garriga
1772, Vidal & Zucchi 1999, Testimonio Oral
Carlos Figueroa, Kamarata, 2000)
- Enfrentarse (resistencia militar abierta)
(Armellada 1933).
- Aliarse: (socios en el comercio de esclavos y
recursos materiales)- milicias étnicas o tribus
marciales) (Tomas de Matarro y de la Garriga
1772, Whitehead, 1988, 1990; Vidal & Zucchi
1999).
- Pasar a otros niveles espirituales (convertirse
en Piasanes o Amayikok) (Testimonio Simon
Lopez, Kavanayen, 2013).
Simultáneamente a los procesos de expansión
que afectaron a la población asentada en la Gran
Sabana, se dieron procesos de inmigración
desde el norte y sur del territorio de indígenas
Kamarakotos, Makushis y Awakaios que huían
de procesos de captura vinculados a las entradas
(Brasil), y la Guerra de la independencia y las
misiones católicas en Venezuela.
Como consecuencia de estos procesos, el
mantenimiento del paisaje a través de quemas
continuas parece haber sido mucho menos
frecuente, lo que contribuyó según testimonios
de abuelos Pemon a las quemas de principios
Etapas de Renovación, revitalización y renacimiento de
culturas indígenas (1850s en 1930s) y la llegada de los
naturalistas
Durante esta etapa, y producto de los sucesos
que marcaron la etapa anterior, se reporta
un periodo de emigración y movimientos
de población continuos hacia Guyana y el
norte de Brasil, vinculado al surgimiento de
movimientos mesiánicos (Movimiento de
Awakaipu, 1845) y el surgimiento de nuevas
religiones indígenas: la Iglesia Alleluia (18651881y la Iglesia adventista 1910-1933) ) (ButtColson, 1985, 1998). Mucha de la población
Arekuna asentada en la Gran Sabana, se
estableció en Guyana en misiones protestantes
entre 1850 y inales del 1800s, y solo regresaron
a la Gran Sabana después que estaba asegurada
la paz “post-guerra”.
Estos procesos de emigración y movimientos
fronterizos, nuevamente implicaron, procesos
de abandono del mantenimiento del paisaje.
A esto se le une el impacto que tuvo en el
paisaje, de 1839 en adelante, la llegada de
exploraciones naturalistas. Si la migración
temporal de los Arekuna implico abandono
del paisaje, la llegada de naturalistas implico
aumento de presión sobre los recursos
118
Cambios ambientales (años de sequía
extrema) entre siglos XVIII y XX
naturales y especialmente alteración de usos y
normas tradicionales, forzando la entrada y el
contacto con zonas sagradas para los Pemon,
como los tepuis. La literatura colonial reporta
como la población indígena que quedo en la
Gran Sabana trato de disuadir sin éxito la
subida de naturalistas a los tepuis (BoddamWhetham 1879:225). Entre 1864 y 1898 al
menos 11 expediciones cientíicas visitaron
el tepui Roraima en búsqueda de especies
animales y vegetales.
En la mayoría de las expediciones se
reporta uso del fuego de parte de los guías
y porteadores indígenas. Sin embargo, casi
sin excepción los guías no eran locales, la
mayoría provenían de Guyana o Brasil.
Además, las expediciones tenían lugar en
época de sequia, por lo cual, las quemas, más
que para mantenimiento del sistema de quema
preventiva, estaban asociadas a limpiezas de
caminos y la cacería (Schomburgk 1840; Im
Thurm 1884; Appun, 1893 ). En un paisaje
de sabana poco mantenido, con quemas poco
regulares a inales de la época de lluvia (quemas
preventivas), las quemas de verano son mucho
más peligrosas. Algunas de las expediciones
sugieren de hecho, por el color negro del humo
de las quemas y la descripción de la vegetación
de la sabana, que las sabanas, en el momento de
su quema, estaban sobrecrecidas (Schomburgk
1840; Clementi 1920).
La ilustración más contundente del impacto
que tuvo la incursión de naturalistas sobre el
paisaje contemporánea de la Gran Sabana fue
el incendio de 1926, utilizado frecuentemente
como indicativo de malas prácticas locales
de uso del fuego. Testimonios orales de los
Pemon, más un documento escrito de la época
(Holdridge 1933:24-25) coinciden en que el
incendio del 1926 se originó durante una de las
muchas expediciones de principios de siglo al
Roraima. Más aun, el fuego no fue iniciado por
los Pemon, sino por guías Patamona, ocurrió en
un período de sequía extrema, no se originó de
una quema de sabana sino de un fuego iniciado
dentro del bosque, y se expandió por toda la
sabana porque estaba sobrecrecida (Rodriguez
2004): “La quema del Roraima sucedió en la época
seca. Por eso fue que se quemo todo. Si hubiese sucedido
en la época de lluvia no se hubiese quemado como se
quemo. La sabana estaba muy crecida, y por eso se
quemo todo. … Eso fue lo que me conto mi papa
Achik, en ingles lo llamaban Isaac” (Teresa Pérez
de Mayor. Abuela de Kumarakapay, 1999 citado
en Rodriguez 2004).
Conjuntamente con todos los procesos
históricos arriba descritos, el análisis de
documentos de la época (Brett 1868; BoddamWhetham 1879; Tate 1940, Hemming 2003)
indica la ocurrencia de eventos de sequia
extrema en los años 1846, 1878, 1910 y
1926. Estos eventos de sequia extrema deben
ser considerados también como factores
contribuyentes en los procesos de alteración
del paisaje. De hecho, 1926, año en que sucedió
el incendio más destructivo de la gran Sabana,
fue reportado como un año Nino (según
Indice Quinn 1900-1987). Según testimonio
de abuelos Pemon, a este incendio le precedió
el del 1910 (también reportado como año
Nino), lo que también contribuyo al daño y la
extensión del incendio de 1926.
Conclusión
La información recogida hasta la fecha
por este estudio sugiere que los procesos
contemporáneos de alteración y cambio
de paisaje de la Gran Sabana, como los
grandes incendios de principios del siglo XX,
deben ser entendidos como resultados de
una combinación de factores, entre los que
destacan:
- Movimientos de población y alteración de los
patrones de ocupación y uso del espacio (evitar
quemas para ocultarse) en la época colonial.
- Reorganización de los asentamientos y
disminución de la población debido a la
implantación de la religión católica, nuevas
religiones (Alleluia) y a los movimientos
milenaristas.
- Acumulación de biomasa seca en regiones
en donde no se realizaron quemas preventivas
producto del contacto colonial y de las
migraciones subsecuentes.
- Cambio climático y luctuaciones de “El
Niño”, notorias en 1910 y 1926, que dieron
paso a fuegos incontrolados.
Estos resultados apuntan a la necesidad de
construir una Contra-historia Ecológica de la
Gran Sabana que enfatice los siguientes puntos
sobre la formación del paisaje:
- Las sabanas han sido la vegetación dominante
en la zona por miles de años. Los Pemon y sus
ancestros también son muy antiguos allí.
- El fuego es un componente integral (cultural
y ecológico) del paisaje de la Gran Sabana,
que tradicionalmente había contribuido a su
119
manejo y conservación.
- El fuego debe ser considerado como uno entre
una variedad más amplia de factores que pueden
estar contribuyendo al cambio en la vegetación
en el área. El cambio en la vegetación debe
verse como el resultado acumulado producido
por un conjunto de factores que vienen desde
el pasado, y catalizados por eventos climáticos
de mediano y largo plazo.
- Los Pemon tienen un sistema ancestral de
manejo del fuego, que, debidamente apoyado,
podría ayudar a reducir fuegos en zonas de alto
riesgo.
- Mas que eliminar el fuego, las políticas de
conservación deberían basarse en la idea de
manejo, con fundamento en el sistema ancestral
Pemon de quema prescrita.
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Agradecimientos
Agradecemos a los abuelos y abuelas Pemon,
por habernos sabido guiar para hacernos las
preguntas correctas.
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Simposio “Bajo Amazonas”
Modos de igurar o corpo na Amazônia précolonial
Cristiana Barreto
Laboratório de Arqueologia dos Trópicos, Museu de Arqueologia e Etnologia, Universidade de São Paulo, Brasil
O corpo na Amazônia ameríndia: presente
e passado
ou pinturas. Segundo eles, são sociedades que
execram as imagens tangíveis do corpo, vista
a qualidade perspectiva, instável e altamente
transformacional das formas corporais. É por
isso que elas não representam os corpos; ao
invés elas fabricam corpos (Viveiros de Castro
e Taylor 2006:150-151).
De fato, esta observação sobre a “não
representação” do corpo nas artes
ameríndias amazônicas parece fazer sentido
se considerarmos a raridade de produções
materiais e visuais tais quais efígies, ídolos,
estátuas, estatuetas ou desenhos em que são
claramente reconhecíveis pessoas, personagens,
ou meros corpos humanos ou animais. Casos
como os das “bonecas” cerâmicas Karajá ou
dos postes rituais Kuarup no Alto Xingu,
em que, cada qual à sua maneira, constituem
corpos que representam pessoas, genéricas ou
especíicas, são raros na produção ameríndia
atual. À primeira vista, parece existir uma
maior ênfase em uma arte não igurativa,
com a composição de objetos ou desenhos
com formas ou motivos geométricos, que
não necessariamente remetem a pessoas
ou a seus corpos. Contudo, isto pode ser
apenas o resultado de arenas de leitura ou de
reconhecibilidade da representação do corpo
mais restritas e culturalmente mais codiicadas,
arenas estas extremamente reduzidas após os
processos de retração (em termos geográicos
e demográicos) por que passaram estas
sociedades após a conquista européia.
Diante dos repertórios artísticos conhecidos no
registro arqueológico das diferentes ocupações
pré-colonais da Amazônia, suspeitamos que,
no passado, as formas de representação do
corpo devessem seguir linguagens bem mais
amplas, pan-amazônicas, sendo facilmente
reconhecíveis como representações de
pessoas ou personagens em uma ampla arena
de comunicação, tecida por extensas redes
regionais de interação social e intercâmbios
estilísticos nas formas de representação dos
seres (Barreto 2010).
De fato, na arqueologia amazônica, existe uma
Nas últimas décadas, a etnologia amazônica
tem insistido na importância da “fabricação
do corpo” enquanto processo de construção
de identidades. Inúmeros estudos salientam a
corporeidade e os atributos visuais do corpo
como elementos deinidores da sociabilidade
em sociedades ameríndias, em particular as
perspectivistas (Conklin 1996, Rival 2005,
Turner 1995, Vilaça 2009; Viveiros de Castro
e Taylor 2006,).
Um denominador comum das sociedades
indígenas amazônicas é a idéia de que ao mesmo
tempo que todos os humanos compartilham
corpos semelhantes, decorar, pintar e
transformar o corpo é o que realmente tece a
complexa relação entre semelhança e diferença.
Tais atividades relacionadas à construção do
corpo social ou da “social skin” (Turner 1980)
aparecem tanto na organização da prática
ritual, como no discurso das artes visuais,
muitas vezes como uma prática classiicatória
cotidiana dos seres e das coisas (Lagrou 2007).
Além dos corpos animais e humanos,
objetos e utensílios, incluindo as cerâmicas,
são frequentemente pensados, descritos e
decorados como corpos. Mais do que isso,
eles podem apresentar diferentes estados de
subjetividade. Alguns objetos dotados de alma
ou vitalidade entram para o hall dos seres com
capacidade de relexividade, com consciência
de si mesmo e dos outros e passam assim a
ser concebidos como pessoas (Santos Granero
2012:30). Podem também entrar para o hall
dos seres cujas formas corporais são altamente
instáveis e relacionais, devendo ser o tempo
todo refeitas ou reatualizadas, sob o risco de
perderem sua agentividade.
Pensando no conceito de corpo e
corporalidade, alguns etnólogos observam
que na Amazônia indígena contemporânea
raramente se tem representações do corpo
(humano ou animal), isto é formas materiais
destacadas do corpo em gravuras, esculturas
123
larga gama de formas facilmente reconhecíveis
de representação do corpo: nos desenhos
bidimensionais das gravuras e pinturas rupestres
(Pereira 2010), nas formas tridimensionais de
estatuetas cerâmicas e líticas, sem falarmos
de uma enorme diversidade urnas funerárias
e vasos antropomorfos e zoomorfos, onde a
representação é feita de forma mais ou menos
estilizada, conforme o complexo ou estilo
cerâmico (Barreto 2009).
A representação humana é sem dúvida uma
das características que distingue os complexos
arqueológicos da Amazônia do restante das
ocupações antigas das terras baixas da América
do Sul. Estas estão ausentes nas tradições
artefatuais arqueológicas do Brasil Central,
do Nordeste, e do Sul e Sudeste do Brasil,
incluindo a faixa costeira. (Com exceção dos
famosos “zoólitos” dos sambaquis, esculturas
em pedra polida). Neste sentido, na Amazônia
pré-colonial, as práticas de representação
humana aproximam-na das dos povos andinos
e circum-caribenhos.
Os contextos arqueológicos em que estes
registros aparecem sugerem que a prática de
fabricar objetos ou imagens antropomorfas,
em geral associadas a determinados lugares,
seriam derivadas de dinâmicas de demarcação
de territórios e registros intencionais de
memória associada a ocupação de lugares
especíicos. Também alguns temas recorrentes
na forma como o corpo é representado, como
a transformação e a reprodução, nos fazem
pensar na prática da representação como
intervenção sobre as qualidades instáveis e
transformacionais do corpo, de acordo com
as teorias nativas animistas e perspectivistas da
Amazônia ameríndia.
corporalidade ainda não foi tratado de forma
mais abrangente e tampouco têm considerado
as novas contribuições sobre as teorias
ameríndias de materialidade e corporeidade.
Schaan abordou as estatuetas antropomorfas
marajoaras do ponto de vista do gênero (Schaan
2001) e Roosevelt se valeu das características
igurativas das cerâmicas tapajônica e marajoara
para tecer correlações entre a iguração humana
a formas mais complexas de organização social
(Roosevelt 1988, 1992), mas não chegou a
incorporar a recente produção sobre regimes
de materialidade ameríndias e formas de poder
(Lagrou 2002, Barcelos Neto 2012).
Se observarmos a distribuição e os contextos
dos registros arqueológicos que podemos
reconhecer e classiicar como representação do
corpo humano na Amazônia, deparamo-nos
com uma tradição pan-amazônica, abarcando
todos os complexos cerâmicos da alta, média e
baixa Amazônia, ocorrendo desde os contextos
cerâmicos mais antigos do período Formativo
(como nos sítios das fases Pocó e Açutuba)
até na Tradição Polícroma da Amazônia ou na
cerâmica tapajônica, que perduram até a época
da conquista européia.
Desde muito cedo, já nos sítios que representam
os primeiros sinais de ocupação humana após
os longos hiatos no Holoceno médio (Neves
2012), e cujas manchas de Terra Preta de Indio
parecem indicar uma ocupação mais permanente
dos locais, aparecem estruturas que indicam
um tratamento diferenciado de cerâmicas
com representações de corpos. São bolsões
localizados, com poucos metros de diâmetro
e uma profundidade de em torno de 1 metro
ou mais, compostos por terra preta, carvões, e
muitos fragmentos de cerâmica decorada que
parecem ter sido cuidadosamente escolhidos e
propositalmente enterrados. Estes fragmentos,
tais quais adornos e apêndices antropomorfos
e zoomorfos, além de fragmentos de paredes
de vasilhas com desenhos igurando rostos
de animais ou humanos, parecem compor um
mostruário testemunho dos vários tipos de
representação igurativa na cerâmica destas
ocupações. (Figura 1).
Estes “bolsões de memória” com concentrações
de cerâmicas igurativas já foram documentados
em
vários
sítios
multicomponenciais
relacionados às fases Açutuba e Pocó, e
outros complexos antigos datados do primeiro
milênio antes da era cristã. Este é o caso dos
sítios Boa Vista e Cipoal do Araticum na região
do Rio Trombetas (Guapindaia 2008), no sitio
Aldeia em Santarém (Gomes 2011), no sítio
Modos de igurar o corpo na Amazônia
précolonial: uma tipologia exploratória
Na arqueologia em geral, já há alguns anos que
vemos uma retomada dos clássicos estudos
de representação do corpo com inúmeros
aportes da arqueologia cognitiva e de estudos
de identidade, gênero, estética e poder. Estudos
de estatuetas, de representações rupestres, de
tratamentos físicos do corpo e, sobretudo,
dos signiicados simbólicos de representações
de corpos que literalmente multiplicam,
expandem, ou distribuem pessoas e entidades
em escalas e espaços distintos, têm gerado
novos patamares de interpretação arqueológica
(Joyce 2005).
Contudo, na arqueologia amazônica, o tema da
124
Hatahara em Iranduba (Neves 2008) e no sítio
Boa Esperança, na região de Tefé (Costa 2012).
Embora ainda não esteja claro quem foram
os agentes destes enterramentos de cerâmicas
(se os próprios fabricantes da cerâmica ou
se os ocupantes posteriores, com a intenção
de simbolicamente limpar os vestígios de
ocupações anteriores), a escolha por peças
igurativas de corpos humanos e animais parece
indicar desde cedo uma clara relação entre
estas peças e a memória de lugares ocupados
(Barreto 2013).
Esta relação parece perdurar ao longo de
toda a seqüência cronológica das ocupações
pré-coloniais de povos ceramistas, como
na Tradição Polícroma da Amazônia que se
espalha ao longo de toda a bacia Amazônia
na primeira metade do segundo milênio,
com suas urnas funerárias em característico
estilo antropomorfo demarcando lugares
transformados em cemitérios, isto é, em
territórios sagrados que carregam a memória
de seus ancestrais. Esta prática parece lorescer
de forma exacerbada em sítios da área estuarina
da Amazônia, onde cerâmicas antropomorfas,
em geral urnas funerárias, fazem parte de um
complexo sistema de demarcação ritual dos
territórios, que para além das urnas, fazem
uso de referências paisagísticas naturais
e construídas, tais quais grutas, aterros e
megalitos. Referimo-nos aos cemitérios com
urnas enterradas nos aterros monumentais
de Marajó (Schaan 2004); às urnas Maracá,
ritualmente colocadas em exposição no
interior de grutas do Amapá (Guapindaia
2001); ou ainda às urnas antropomorfas
Aristé depositadas em verdadeiras tumbas
subterrâneas sob estruturas megalíticas com
funções astronômicas, na costa central do
Amapá (Cabral e Saldanha 2008).
Para além desta relação com a territorialidade,
outro elemento comum às representações
antropomorfas da Amazônia é a recorrência
de temas relacionados à reprodução, à
transformação corporal e à relação entre
humanos e animais, o que é condizente com o
que sabemos hoje sobre as ontologias animistas
e perspectivistas documentadas no presente
etnográico (Descola 1992, Viveiros de Castro
2002).
O tema da reprodução aparece em recipientes,
incluindo urnas funerárias e em estatuetas
cerâmicas moldados explicitamente na forma
do órgão sexual reprodutor masculino. Há
uma analogia freqüente entre a forma fálica e
a forma corporal, onde a cabeça corresponde
à glande e o tronco ao corpo peniano. Nas
estatuetas marajoaras, os membros inferiores
correspondem aos testículos e de forma geral a
reprodução é tratada na combinação simbiótica
de órgão genital masculino formando um
corpo feminino (Schaan 2001). Nas estatuetas
tanto marajoaras como tapajônicas também é
comum a representação de mulheres grávidas,
quase sempre em posição de parto, ou por
vezes, segurando bebês (Gomes 2001). Esta
conformação do corpo humano à forma
fálica também está relacionada à capacidade
de transformação física deste órgão, evocando
talvez a mesma qualidade para os corpos em
geral (Barreto 2013).
Outras referências à transformação são as
igurações de personagens com atributos
de xamã, sentados em bancos e por vezes
segurando um maracá, comuns tanto em urnas
funerárias (Guapindaia 2001), como em vasos
antropomorfos (Gomes 2001, 2010). Existem
ainda as iguras “duais” da cerâmica tapajônica,
onde se percebe ora um corpo humano, ora
um animal, dependendo da perspectiva do
observador (Guapindaia 2004, Gomes, 2001,
2010). Ocorrem também corpos humanos
cujas partes anatômicas são compostas por
animais, ou ainda cenas narrativas de interação
entre humanos e animais. As famosas peças
líticas da região do Nhamundá-Trombetas,
com suas iguras ao modo dito “alter-ego” e às
vezes chamadas de ídolos, são bons exemplos
deste tipo de representação (Figura 2).
A recorrência destes temas nos informa
não só sobre a antiguidade das formas
perspectivistas e animistas de perceber o
mundo, mas também aponta para o fato
de que não parece haver incompatibilidade
entre práticas de representação dos corpos
em mídias destacadas e separadas do próprio
corpo e estas teorias que pressupõem formas
corporais instáveis e transformacionais. Ao
contrário, suspeitamos que tais representações,
ao menos nas urnas funerárias, onde há uma
clara intenção de se fabricar um novo corpo
para o morto, sejam feitas com a intenção de
ixar qualidades humanas e prevenir a perda de
humanidade, através da confecção de corpos
cerâmicos antropomorfos sólidos, visíveis
e duradouros. Mas também temos aqueles
corpos que apresentam qualidades que não
são estritamente humanas; são iguras híbridas,
meio humanas meio animais, ou mesmo
sobrenaturais, parecendo retratar a capacidade
de transformação corporal de alguns seres
(Barreto, 2009:131-132).
125
Assim, a criação de corpos cerâmicos em
contextos funerários parece ratar com bastante
coerência as diferentes maneiras nativas de se
conceber o corpo, diferenças estas notadas
por Viveiros de Castro entre as sociedades
xamanísticas das terras baixas da Amazônia
e outras com um ethos mais andino, como
nas chefaturas e estados teocráticos. Segundo
este autor, na Amazônia, a morte demarca
a descontinuidade de uma forma humana
pristina e, portanto, as almas dos humanos
são concebidas como tendo um corpo animal
póstumo, ou como entrando em um corpo
animal. Já em sociedades com um xamanismo
vertical, ou mais próximas das chefaturas
teocráticas, os mortos humanos passam a ser
vistos mais como humanos, do que como
mortos, e há uma continuidade na forma
humana entre a vida e a morte, ou mesmo,
uma passagem para uma forma sobrehumana
(Viveiros de Castro 2008).
Assim, apesar dos temas recorrentes, está
claro que a maneira como é construída a
representação dos corpos pode se constituir em
um bom índice, não só de diferentes identidades
culturais voltada para a territorialidade, mas de
também de diferentes maneiras de se conceber
humanidade e corporalidades. A partir desta
idéia, propomos uma tipologia exploratória de
formas de se representar corpos na arqueologia
amazônica, voltada, sobretudo, para enriquecer
as discussões sobre a distribuição de complexos
estilísticos, esferas de interação regional, e
suas relações com o que se pode inferir sobre
unidades etno-linguísticas no passado.
Este exercício tipológico exploratório parte da
observação de objetos cerâmicos completos, os
quais, embora raros, permitem a visualização
do projeto de representação do corpo na sua
íntegra. Apesar desta vantagem, fundamental
para esta análise, são objetos de coleções
de museus, muitos dos quais não têm muita
precisão sobre seu contexto arqueológico;
em geral sabe-se apenas a região ou o sítio
arqueológico de proveniência.
Para a construção desta tipologia exploratória,
procedemos a uma análise iconográica
preliminar que identiica os repertórios e
os elementos e técnicas mais recorrentes na
composição dos corpos, sempre orientandonos por um conceito de estilo, próximo ao que
Wobst (1977) e Wiessner (1990) chamaram de
“estilo comunicativo”, e que pressupõe que
a variabilidade formal pode ser relacionada à
participação dos artefatos nos processo de
intercâmbio de informação para comunicar
mensagens sobre identidade em diferentes
níveis de reconhecibilidade.
Corpos espelhados
O primeiro modo de iguração do corpo que
identiicamos é o que chamamos de “corpos
espelhados”. Tratam-se de corpos representados
nas grandes urnas funerárias globulares, no
estilo chamado por Meggers e Evans (1957)
de Joanes Pintado e cuja morfologia geral é
adaptada à do corpo, e não e apenas uma igura
bidimensional pintada aplicada à superfície
tridimensional do vasilhame. Nestas peças,
o pescoço da urna geralmente representa
o rosto com um par de grandes olhos, e o
bojo globular forma o tronco, dando uma
forma abaulada ao ventre. Os detalhes que
compõem o corpo, tanto modelados como
pintados, iguram um ser híbrido, um pássaro
humanizado, provavelmente uma hárpia ou
uma coruja, portando ornamentos tais quais
brincos e colares usados pelos humanos. Um
tubo pendurado feito pingente peitoral parece
representar um inalador em osso. E assim, o
tema da transformação aparece aqui retratado
na forma deste ser híbrido, cujas qualidades,
quiçá xamânicas, são evocadas pelo estado
transitivo entre ser humano e pássaro e o
consumo de substâncias que possibilitem a
transformação.
Rosto, tronco e membros são detalhados com
apliques modelados e desenhos pintados,
de forma a espelhar a parte frontal do ser
representado em duas faces simetricamente
opostas, formando assim vasilhames com
duas “frentes”. Esta técnica espelhada lembra
a descrita por Boas e Lévi-Strauss para o
que eles denominaram respectivamente
“split-representation” ou “représentation
dedoublée” (Barreto 2009:147). Na junção
lateral das duas faces, elementos de ligação ou
de encadeamento, fazem com que se perceba
ainda outro rosto, de forma que de qualquer
lado que se observe a peça, há sempre um
rosto. Esta técnica provavelmente responde à
movimentação ao redor das urnas durante os
rituais funerários. (Figura 3).
Assim como o restante do material marajoara
deste estilo Joanes Pintado, as cerâmicas
são feitas e decoradas obedecendo-se a um
eixo de simetria central que divide a peça
em metades ou quadrantes, de acordo com
os quais os corpos são cortados ao meio,
espelhados e reunidos de forma encadeada.
Os quadrantes muitas vezes correspondem aos
126
membros superiores e inferiores dos corpos
representados, mimetizando de certa forma a
própria simetria natural dos corpos humanos
e animais. Não raro, apêndices modelados na
borda das vasilhas indicam, em lados opostos, a
cabeça e a cauda dos seres igurados, ajudandonos na leitura do eixo de simetria que divide os
vasilhames em metades ou quadrantes.
Este tipo de representação de seres animais
e humanos é comum nas cerâmicas incisomodeladas ditas de estilo barrancóide do
formativo Amazônico, e cuja dispersão
está associada aos grupos de fala Arawak
(Heckenberger 2002; Neves 2008, 2011). Em
Marajó, apesar de os diferentes estilos cerâmicos
serem concomitantes, e talvez representarem
diferentes entidades regionais dentro da ilha
(conforme argumentado por Schaan 2007) o
estilo Joanes Pintado parece ser encontrado em
aterros cemitério da fase Marajoara nos vários
agrupamentos de sítios da ilha, e ao longo de
toda a sua duração (ca. 400 -1400 anos ACE).
estilizados, mas sempre indicando pernas
dobradas, com os joelhos apontando para o
alto, posição esta comumente adotada pelos
xamãs sentados em seus bancos para realizar
seus rituais. Nas urnas Maracá e Caviana,
este atributo chega a ser bastante exacerbado,
incluindo-se representação também dos bancos
(McEwan 2001).
Em segundo lugar, nos estilos Pacoval inciso
(em Marajó) e Guarita (na Amazônia Central)
há a maneira metafórica com que corpos
são compostos com partes anatômicas que
correspondem a representações de animais.
Temos então braços que são formados por
cobras, ombros que são apliques modelados
em cabeças de pássaro e olhos destacados
por incisões em forma de escorpião (Moraes
2013:223; Schaan 1997:180). Para muitos
autores, esta técnica de representação,
denominada de “kenning” por John Rowe
para a iconograia Chavin, e também bastante
comum entre outras culturas andinas (como
Moche, Tihuanaku e Inka), simboliza tanto
processos de transformação física como de
transformação espiritual (Rowe 1962; Urton
2008). No lado amazônico, Santos-Granero
nos remete a várias etnograias de mitos de
origem em que as criações primordiais se dão
como atos de organização das espécies, onde
cada espécie é fabricada a partir dos corpos e
partes corporais de outras espécies naturais.
Segundo este autor, “as ontologias amazônicas
não são apenas animistas e perspectivistas, mas
também construtivistas”. Concebem a todos os
seres vivos como entidades compostas, feitas de
corpos e partes corporais de uma diversidade
de formas de vida. (Santos-Granero, 2012:41).
As iguras sentadas com corpos compostos por
animais parecem estar associadas à expansão
da Tradição Polícroma na Amazônia Central e
Alta Amazônia, entre os séculos IX e XVI da
era cristã. Seu aparecimento na área estuarina,
também parece se dar em épocas mais recentes,
próximas da conquista européia, como é o
caso das urnas Maracá (Guapindaia 2001;
Barbosa 2011). Infelizmente não dispomos
de dados para as urnas ditas “Caviana”, pois
os exemplares conhecidos são de coleções
descontextualizadas.
Já para as urnas do estilo Pacoval Inciso,
presentes nos sítios da fase Marajoara, é
interessante notar que elas ocorrem em dois
modos: tanto na forma de representação
do corpo “normal” (isto é, com frente e
costas representadas), como na forma de
representação espelhada (isto é, com duas
Corpos sentados
Um segundo modo de representação do corpo
que identiicamos nas cerâmicas arqueológicas
da Amazônia, também em urnas funerárias
que compõem corpos inteiros modelados
em cerâmicas, são peças que retratam iguras
humanas sentadas.
Estas são as peças antropomorfas que,
conforme havia argumentado Evans e Meggers
(1968) são comuns em sítios da Tradição
Polícroma da Amazônia, desde os complexos
da subtradição Guarita na Amazônia Central até
o Rio Napo, e também em complexos da área
estuarina, como no estilo Pacoval Inciso em
Marajó, e nas urnas Maracá e Caviana. Nestas
peças os corpos são compostos por bojos mais
tubulares de onde saem pernas dobradas, mais
ou menos estilizadas, e às vezes ausentes, e
braços modelados ao longo do corpo. A cabeça
é demarcada por uma constrição ou separada
da peça, em forma de tampa. (Figura 4).
Evans e Meggers haviam chamado a atenção
para a homogeneidade destas peças elegendo
a antropomoria como traço comum, mas
dinstiguindo-as em tipos de acordo com a
localização da abertura, e também a presença
de pernas mais ou menos estilizadas (1968:105).
Aqui queremos enfatizar os elementos que
acreditamos estão relacionados à maneira de
evocar o tema da transformação corporal.
Em primeiro lugar, a posição sentada, apesar
dos membros poderem ser mais ou menos
127
frentes simetricamente opostas), fazendonos supor que este teria sido um modo de
representação corporal com origem externa
a Marajó, e que posteriormente teria sido
absorvido pelo sistema iconográico desta
fase, adaptando-o a uma linguagem local mais
antiga, pré-existente na fase marajoara, com a
técnica do espelhamento (Barreto 2009:2002).
O que é notável, é que temos dois modos
bastante distintos de representar corpos
ocorrendo ao mesmo tempo em Marajó, por
ao menos por algum tempo, provavelmente em
um período mais tardio. Os corpos espelhados
parecem constituir um estilo local, enquanto
que os corpos sentados parecem se distribuir
por quase toda bacia amazônica, a partir do
segundo milênio da era cristã. É possível
que esta concomitância relita as mudanças
identiicadas por Neves na Amazônia Central
com a expansão de populações de fala Tupi
e da própria cerâmica policroma, ao aumento
de deslocamentos territoriais e interações
belicosas, e ao aparecimento, por volta de 1400
d.C. de sociedades mutli-étnicas (Hornborg,
2005, Whitehead, 1994), semelhantes às que se
preservaram no noroeste amazônico e no alto
Xingu (Neves 2008).
Isto implica em repensarmos não só a posição
da Fase Marajoara dentro da Tradição Polícroma
da Amazônia, mas também a possibilidade de
que a característica sociabilidade de extensas
redes de relações documentada hoje entre as
sociedades indígenas das Guianas e Amapá
(Gallois 2005) que favorece intensos luxos
estilísticos, podem ter tido sua origem no
passado pré-histórico.
e lambendo sua cabeça, são alguns exemplos
destas narrativas. (Figura 5)
Os chamados ‘vasos de cariátides” sintetizam
a preocupação em não só igurar a relação
dos humanos com os animais, mas também
com o sobrenatural, com um universo acima
daqueles onde se encontram os humanos, e
onde pequenas iguras “duais” modeladas para
serem vistas ora como humanos, ora como
pássaros, ou ainda como pássaros em vôo,
dependendo da perspectiva do observador,
são representadas em nível superior (Gomes
2001, 2010). Os Tapajós desenvolveram com
grande maestria um sistema de representação
tridimensional em que a movimentação dos
objetos (ou do observador) confere efeitos
de animação e ritmo às iguras representadas,
perfeitamente condizente com o que Descola
(2010) denominou de modo animista de
iguração.
A “tecnologia do encantamento” tapajônica
também inclui vasos e estatuetas de corpos
humanos. Apesar da ausência de enterramentos
em urnas antropomorfas, grandes vasos
igurando personagens sentados, segurando
maracás, vasos estes que possivelmente eram
usados em rituais para conter bebidas, nas
quais talvez fossem misturadas as cinzas de
corpos cremados dos mortos, como relatou
o cronista Heriarte (1964). Estatuetas de
mulheres grávidas, segurando bebês e em
posição de parto, também são freqüentes. Em
suma, são neste complexos cerâmicos que
os temas da reprodução, da transformação e
da relações entre humanos e animais parece
ser tratada da forma mais diversiicada, com
uma ampla gama de objetos que obedecem
a um repertório bastante rígido quanto aos
gêneros e qualidades formais de objetos
(vaso de cariátides, vasos de gargalo, vasos
antropomorfos, estatuetas e uma miríade
de forma de apêndices modelados parecem
cumprir diferentes papeis comunicativos.
Corpos duais
Finalmente, há todo outro modo de se igurar
corpos na Amazônia indígena pré-colonial
característico da área-bolsão que ica entre a
Amazônia Central e a área estuarina, com seu
epicentro na grande aldeia que se formou na foz
do rio Tapajós no Amazonas, e que abarca os
estilos cerâmicos da Tradição Inciso-Ponteada,
denominados Santarém, Konduri e outras
variações ainda pouco estudadas Gomes, 2001;
Guapindaia, 2004).
Já comentamos a ocorrência na cerâmica
tapajônica de vasos com representações
mais narrativas, retratando a interação entre
humanos e animais: um vaso em forma de
jacaré com uma igura humana “montada”
sobre seu rabo, ou um vaso em forma de onça
segurando um ser humano entre suas patas
Consideraçoes inais
O exercício tipológico com os modos de
representar corpos nas cerâmicas amazônicas
do passado pré-colonial, ainda que exploratório,
revela que para além de uma linguagem panamazônica, centrada em temas recorrentes da
relação entre humanos e animais, da reprodução
e da transformação corporal, existem variações
importantes, diretamente relacionadas a
questões ontológicas e a concepções de vida,
morte, humanidade e sobrenatureza, assim
128
como reletem também diferentes maneiras
de se conceber as capacidades agentivas dos
objetos.
Uma vez mapeadas estas diferenças entre
os complexos cerâmicos, vemos que ora
encontramos elementos de aproximação com
os complexos andinos, e talvez mais ainda
com os circum-caribenhos, e ora percebemos
correspondências muito exatas aos regimes de
materialidade hoje descritos nas etnograias
amazônicas, fazendo-nos perceber a a longa
duração e persistência destes regimes animistas,
perspectivistas e construtivistas.
A relação entre territorialidade e representação
de identidades é fundamental para perseguirmos
este exercício no âmbito das arqueologias
regionais e avançarmos nas discussões que
avaliam as relações entre cultura material,
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131
132
Simposio “Bajo Amazonas”
Os Artesãos das Amazonas: a diversidade da indústria
lítica dos Tapajó e o Muiraquitã
Claide de Paula Moraes, Anderson Márcio Amaral Lima & Rogério Andrade dos Santos
A arqueologia da região de Santarém, no Pará
(Brasil), é conhecida desde o século XIX
através dos trabalhos de Barbosa Rodrigues
(1875) e Hartt (1885). No início do século XX a
soisticação da cerâmica da região é apresentada
aos europeus por Curt Nimuendajú em função
de suas pesquisas de campo, coletas, envio de
coleções e trocas de correspondências com
Carlos Estevão do Museu Goeldi e Erland
Nordenskiöld no Museu de Göteborg (Aires
da Fonseca 2010). Como apontou Nimuendajú
(2004:127) a cerâmica dos Tapajó é “algo sem
comparativos nas cerâmicas da América do
Sul”.
Vários estudos de coleções de cerâmicas
Tapajônicas foram realizados desde sua
descoberta. Nos anos 30 Helen Palmatary
(1939) fez um estudo de coleções de cerâmicas
de Santarém. Nos anos 90 Vera Guapindaia
(Guapindaia 1993) estuda os materiais da
coleção do Museu Goeldi e do Centro
Cultural João Fona em Santarém presentando
uma proposta de caracterização tipológica e
decorativa do conjunto. Mais recentemente
Denise Gomes estuda o material Tapajônico
adquirido pelo Museu de Arqueologia e
Etnologia da Universidade de São Paulo
(Gomes 2002). Os trabalhos são unanimes em
airmar a soisticação e elaboração da indústria
cerâmica, demonstrando uma especialização
tecnológica dos ceramistas deste período.
Nos anos 80 Anna Roosevelt e sua equipe
(Roosevelt et al. 1991) realizam escavações em
Santarém e além da soisticação da cerâmica
retomam uma outra característica dos sítios
da região, que desde os anos 20 já havia sido
mencionada por Nimuendajú, o tamanho dos
assentamentos arqueológicos. Roosevelt então
coloca Santarém e a ocupação Tapajônica no
debate dos cacicados Amazônicos. O sítio
Aldeia na área urbana da cidade seria um dos
maiores sítios pré-coloniais da Amazônia.
Outro item da cultura material da região que
sempre mereceu destaque foi o muiraquitã.
Apesar de existirem representações variadas
de animais os artefatos mais mencionados são
os em forma de rã ou sapo, objetos carregados
de valor simbólico, muito cobiçados pelo
primeiros comerciantes europeus que passaram
pela Amazônia. Os muiraquitãs tem uma ampla
distribuição, sendo registrados no baixo curso
do rio Amazonas, no estado do Maranhão,
nas Guianas, Venezuela, pequenas e grandes
Antilhas.
Associado ao muiraquitã está o mito das
Amazonas Americanas sendo o relato acerca
das lendárias guerreiras popularizado pelas
narrativas de Frei Gaspar de Carvajal, que,
através do relato de um índio capturado pela
comitiva de Orellana, supostamente teria tido
uma descrição detalhada das povoações, dos
bens e costumes das bravas guerreiras (Medina
1942: 53 a 56).
Várias foram as hipóteses para interpretar o
signiicado simbólico e as maneiras de aquisição
dos muiraquitãs:
Os cronistas descreveram de forma lendária
que os muiraquitãs provinham da lama de um
lago na região do rio Nhamundá, eles seriam
magicamente adquiridos ou confeccionados
pelas Amazonas.
Barbosa Rodrigues (1899) propôs que os
muiraquitãs viriam da Ásia.
Arie Boomert (1987) publica um artigo que
trata, dentre outras coisas, da importância
dada aos muiraquitãs pelas populações précoloniais, além de sugerir três áreas prováveis
de manufatura, sendo uma delas o baixo.
Marcondes Costa e associados (2002),
apresentam um panorama acerca da produção
de muiraquitãs, na Amazônia, analisam
detalhadamente a composição das matérias
primas e airmam ser difícil apontar uma área
especiica de produção, dada a ampla rede de
distribuição dos artefatos pelas Américas.
Uma característica comum dos estudos dos
artefatos líticos mencionados anteriormente
está relacionada à natureza dos achados. Os
muiraquitãs, sua distribuição, manufatura e
importância simbólica foram estudados com
base em episódios fantásticos ou com achados
fortuitos do objeto acabado sem/ou com
vagos dados de contexto arqueológico.
Nosso trabalho busca uma primeira
133
apresentação da variada indústria lítica associada
à ocupação Tapajônica, principalmente com
dados de escavações arqueológicas, coletas de
material alorando em áreas erodidas e com
estudo de coleções arqueológicas provenientes
do sítio do Porto, na área urbana de Santarém
(mapa 01). Entre o material lítico daremos
enfoque principal ao muiraquitã, porém, desta
vez trataremos o artefato com base em sua
cadeia operatória de produção e não como um
objeto acabado.
Nossas escavações no sítio do Porto tiveram
início no ano de 2011, no primeiro momento
os trabalhos foram coordenados por Denise
Gomes (Gomes et al. 2011). Com a realização
de uma etapa de escavação nas dependências do
campus da Universidade (UFOPA) (Figura 1)
percebemos o grande potencial das indústrias
líticas existentes em associação com o contexto
da cultura Tapajônica. Em uma segunda etapa
de campo em 2012, já sob nossa coordenação,
procuramos estabelecer uma metodologia para
reinar, desde a coleta, as possibilidades de
análise do material lítico.
Os estudos de material lítico associados a
ocupações de grupos ceramistas na Amazônia
são bastante raros. Basicamente encontramos
descrições de artefatos como machados,
bigornas, aiadores, contas e pingentes em um
capítulo a parte dos detalhados estudos das
indústrias cerâmicas. Algumas exceções podem
ser destacadas em estudos mais recentes, como
é o caso dos trabalhos de Rodet e Guapindaia
(2010) e Duarte-Talim (2012) que apresentaram
um estudo da tecnologia lítica nos sítios
cerâmicos da região do rio Trombetas; e de
Silva (2012) em um estudo do material lítico do
sítio do Porto em Santarém.
Neste capítulo tentaremos demonstrar o papel
importante que desempenhou a indústria lítica
para os ceramistas Tapajó e como o lítico foi
importante mesmo no processo produtivo da
cerâmica.
escola francesa (Leroi-Gouhan 1964, Tixier
1978, Boeda et al. 1990) e difundida no Brasil
por estudiosos que izeram sua formação na
Europa (Caldarelli 1983, Fogaça 2001 e Rodet
2006). Neste enfoque o refugo da produção
de artefatos é tão ou mais importante que os
artefatos em si.
Em 2011 observamos o quão minimalista
era a indústria lítica associada à ocupação
Tapajônica. Centenas de lascas e detritos de
lascamento puderam ser recuperados durante
o peneiramento do solo escavado. Notamos
que alguns fragmentos eram tão pequenos
que a malha utilizada no peneiramento nem
sempre garantia a sua recuperação. Com estas
informações prévias, em 2012, decidimos
modiicar a metodologia para garantir uma
coleta mais reinada do material.
Aproveitando as facilidades de desenvolver
escavações em área urbana, no caso a
menos de 300 metros do laboratório onde
o material seria analisado, optamos por não
peneirar o solo escavado durante a etapa
de campo, armazenando-o em volumes de
aproximadamente 60 kg, para o posterior
processamento com água em uma sequência
de peneiras com malha de 4 a 1mm.
No laboratório o peneiramento com água
possibilitou reduzir as amostras com volume
aproximado de 60kg para volumes de
aproximadamente 4 a 5kg. Este material foi
posteriormente triado para separação do
vestígios líticos, cerâmicos e orgânicos.
Utilizando os dados da triagem e análises
espaciais pudemos constatar a existência de três
áreas de produção de artefatos líticos no sítio,
duas delas identiicadas através de escavações e
uma com a observação de erosão das camadas
arqueológicas em uma via pública da cidade de
Santarém (Figura 1).
Os resultados comprovaram a nossa
expectativa. Foi possível recolher um grande
número de material de tamanho menor que
4mm (malha que normalmente é usada no
peneiramento de escavações arqueológicas).
Metodologia de trabalho
A Aquisição da Matéria Prima
Nossa pesquisa buscou um enfoque que
pudesse ajudar a entender as indústrias líticas
não simplesmente considerando a presença
de artefatos acabados. O objetivo era
recolher o maior número de evidências que
pudesse ajudar a compreender os artefatos
e principalmente o seu processo produtivo.
Portanto, consideramos o estudo do material
lítico num processo conhecido como chaîne
opératoire, usado inicialmente na arqueologia pela
Reciclagem foi um conceito que estas
populações certamente souberam o que
signiicava. Algumas matérias primas,
principalmente as mais raras, foram utilizadas
e reutilizadas através da transformação de um
artefato quebrado em outro novo e em alguns
casos até o total esgotamento do suporte.
O sítio em análise está implantado no inal da
134
bacia sedimentar do rio Tapajós, na margem
direita de sua foz com o rio Amazonas (Figura
1). O fato de ter suas nascentes no escudo
cristalino do Brasil central torna as praias do
baixo curso do rio Tapajós fontes de variadas
ocorrências líticas em forma de seixos, nódulos,
placas e em alguns casos aloramentos, que
serviram tanto como fonte de extração
de matéria prima como para oicinas com
polidores ixos para a produção de artefatos de
pedra.
A maior limitação que as populações do passado
parecem ter encontrado no tocante à oferta de
matéria prima foi a restrição volumétrica dos
suportes disponíveis nas referidas praias.
De qualquer maneira parece que algumas destas
limitações foram sanadas através da elaboração
de técnicas para produção de artefatos de
tamanhos muito reduzidos e da construção
de redes de troca/coleta de matérias primas
em longas distâncias. Um dos casos mais
emblemáticos é a obtenção das pedras verdes
sob as quais foram produzidos alguns dos
muiraquitãs.
Os principais materiais disponíveis em curta
distância são os óxidos de ferros (hematitas
e derivados) que podem ser encontrados no
próprio local do sítio. Rochas sedimentares
como os arenitos (principalmente os mais
friáveis) podem ser também obtidos com
facilidade. Arenitos, argilitos e siltitos em
diferentes estágios de metamorização
aparecem em forma de pequenas plaquetas e
seixos nas praias do Tapajós.
Silexitos são bem raros, podem ocorrer
localmente
em
pequenos
nódulos,
principalmente porções de óxidos de ferro
siliciicados, mas maiores concentrações
puderam ser observadas somente nas
imediações do atual município de Itaituba, área
das últimas cachoeiras do baixo curso do rio
Tapajós. Quartzos e quartzitos formam a base
sedimentar da região, porém os seixos desta
matéria prima são de proporções reduzidas.
Basaltos e granitos certamente foram
adquiridos a distâncias maiores. Finalmente, no
caso das pedras verdes (serpentinitas, jadeítas
e amazonitas) na bacia do Tapajós ainda não
foram identiicadas fontes de matéria prima.
estendida para as indústrias líticas. O processo
de produção de ferramentas líticas envolveu
desde o uso de suportes em estado bruto
como seixos e plaquetas até uma gama variada
de técnicas de transformação da pedra em
artefatos formais e informais.
Para produzir ferramentas foi utilizado o
lascamento, com percussão direta, bipolar e
unipolar. A pré-forma de artefatos foi também
obtida através da técnica de picoteamento. O
polimento pode ser observado no acabamento
de artefatos ou de forma passiva, com marcas
produzidas pela confecção de outros artefatos
em variadas matérias primas. Um soisticado
sistema de corte e perfuração de matérias
primas líticas pode ser observado e será descrito
em maior detalhe adiante. O fogo foi utilizado
para dar tratamento térmico nas rochas para
facilitar o lascamento e proporcionar maior
enrijecimento. Estas diferentes estratégias
puderam ser veriicadas de forma individual
ou em associação compondo o processo de
fabricação dos artefatos.
Do ponto de vista técnico a indústria lítica
observada não é inferior à de períodos como
o inal do Pleistoceno e início do Holoceno,
época em que os grupos de caçadores coletores
produziram artefatos formais inamente
retocados como as pontas de lechas e lanças
encontradas pela Amazônia (Roosevelt 1996,
Costa 2009) e os raspadores plano-convexos
bastante comuns no planalto central brasileiro
(Fogaça 2001).
A associação entre as indústrias líticas e o
período dos ceramistas pode ser constatada
tanto em termos espaciais como pela
observação da cadeia operatória de artefatos
líticos e cerâmico da ocupação Tapajônica.
As três áreas de produção de artefatos líticos
observadas apresentam associação estratigráica
com ocorrência de cerâmicas Tapajônicas e, em
uma delas, feições características da ocupação,
conhecidas na arqueologia regional como
bolsões, (feições circulares e cônicas cavadas
no solo para colocação ou descarte de materiais
variados) estavam abaixo das concentrações de
material lítico.
Artefatos lascados
O material mais abundante na coleção foi
produzido através de técnicas de lascamento
unipolar e bipolar. Com a coleta reinada
dos materiais foi possível perceber que as
áreas escavadas serviram como oicinas de
lascamento para a produção dos artefatos.
Um número muito grande de lascas e estilhas
Variedade da Indústria Lítica
A primeira consideração que podemos fazer
após observar a coleção arqueológica é que a
soisticação observada nas indústrias cerâmicas
da cultura Tapajônica pode ser também
135
de descorticagem, façonagem e retoque
puderam ser observadas. Além deste refugo de
produção, artefatos como percutores inteiros
ou quebrados durante o uso, bigornas, artefatos
inacabados ou pré-formas quebradas durante a
manufatura estavam ali depositados (Figura 2).
Entre os artefatos a maior abundância é de
um tipo alongado, pontiagudo, inamente
retocado sob um suporte de lasca bipolar ou
unipolar. Trabalhos anteriores propuseram que
estes objetos seriam utilizados como dentes
de ralador (Duarte-Talim 2012 e Silva 2012).
O investimento tecnológico da produção
destes artefatos visto através das sequências
de retoques muito pequenos, e a comparação
com dentes de raladores modernos de grupos
indígenas da região, nos fazem pensar que estes
artefatos poderiam ter outras funções (Figura
2 i - j).
O interessante foi perceber que lascas de
retoques de cerca de 2mm, compatíveis com
os negativos observados nos artefatos estavam
também presentes no mesmo contexto (Figura
2 k).
Algumas pré-formas fragmentadas são bastante
sugestivas de serem de pontas de projétil
bifaciais. Os exemplares foram abandonados
após algum acidente de lascamento ocorrido
depois da produção do pedúnculo do artefato
(Figura 2 l-m-n-o-p).
Lascas e nucleiformes foram utilizados como
raspadores, percutores e bigornas, podendo
receber retoques para produzir gumes, aparar
arestas ou em alguns casos observadas apenas
marcas de uso em gumes brutos (Figura 2 q-rs-t-u-v).
derivados. São eles abrasadores planos, sulcados
e furadores de diâmetros variados (Figura 3).
No caso das rodas de fuso, alguns furadores
apresentam diâmetros muito sugestivos de
terem sido utilizados para a produção dos
furos das mesmas (Figura 3 f-g). As marcas de
rotação dos furadores e dos furos também são
compatíveis.
É importante notar que no caso dos furadores
técnicas de lascamento e polimento foram
conjugadas para a produção do artefato (Figura
3 e).
Os Muiraquitãs
Como foi apresentado em Gomes (2001:141)
é possível fazer correlações entre a cerâmica
Tapajônica e os muiraquitãs. Algumas estatuetas
antropomorfas representam, de forma muito
naturalista, indivíduos ornamentados com
pintura corporal e adereços como tiaras onde
é possível ver muiraquitãs aixados. Uma
estatueta encontrada na região de Óbidos,
na foz do rio Trombetas, que não pode ser
diretamente associada à cultura Tapajônica,
demonstra que os muiraquitãs tiveram ampla
circulação. Mais uma vez é possível observar
que a igura representada porta um muiraquitã,
desta vez pendurado por um cordão no
pescoço (Figura 4 f). Todas as representações
humanas portando muiraquitãs que pudemos
observar são iguras femininas.
Mesmo com a associação entre a cerâmica e os
muiraquitãs, a grande ocorrência de achados
deste objeto na região do baixo Amazonas,
uma questão ainda paira sobre suas origens. Os
Tapajó seriam produtores ou teriam adquiridos
os muiraquitãs por meio extensas redes de
trocas que poderiam ter atingido inclusive
regiões fora da loresta Amazônica?
Alguns dos vestígios descritos a seguir parecem
ajudar a resolver esta questão:
Buscando analisar os muiraquitãs em seu
processo produtivo e não somente os
artefatos em si, izemos descobertas bastante
interessantes. Observando a coleção de
material lítico do sítio do Porto foi possível
perceber que algumas lascas unipolares
parecem remeter ao processo de produção
da pré-forma dos muiraquitãs (Figura 4 a). As
lascas são claramente fragmentos das mesmas
rochas verdes dos muiraquitãs.
Além disso, outro objeto bastante singular
pôde ser recuperando dando pistas de uma
das questões mais enigmáticas que envolve a
produção dos muiraquitãs: Como teriam sido
Artefatos polidos
Neste ponto é interessante notar a relação entre
as indústrias líticas e cerâmicas. O polimento
parece ter sido utilizado principalmente com
a inalidade de produzir pigmento (Figura 3).
Cerca de 35% dos fragmentos de cerâmica
da coleção ainda conservam vestígios de
engobo vermelho. No processo de produção
do pigmento para o engobo os suportes vão
ganhando forma e parece que alguns artefatos
foram confeccionados como subprodutos do
pigmento. Os mais emblemáticos são as rodas
de fuso inamente decoradas, porém, pequenos
recipientes, pingentes, contas de colar e os
próprios muiraquitãs podem ser produzidos
sob óxidos de ferro.
Alguns artefatos encontrados apresentam
marcas de abrasão compatíveis com o processo
de produção de pigmento e dos subprodutos
136
produzidos os pequenos furos de suspensão
dos amuletos? Estes pequenos objetos vistos na
igura 4 (b-c-d-e-h) parecem ter servido como
brocas para a produção dos furos. Observando
as marcas de uso das brocas ica claro que as
mesmas foram utilizadas em movimento de
rotação. Analisando os furos de muiraquitãs e
contas de colar em lupa binocular é possível
perceber que as marcas da parte interna dos
furos são bastante semelhantes às marcas das
brocas. Outra relação interessante pôde ser
constatada entre o diâmetro dos furos e o
diâmetro das brocas como pode ser visto na
igura 04.
Alguns elementos reforçam o fato da produção
local de muiraquitãs. Encontramos pré-formas
inacabadas que se fragmentaram durante o
processo produtivo. Um fragmento de pedra
verde, já com a forma da cabeça do batráquio
apresenta os furos inacabados. Alguns outros
objetos apresentam furos que não foram bem
sucedidos e fragmentaram a borda (Figura 4
h-i).
O processo produtivo das próprias brocas
pode ser observado através de vários objetos
que compõem a cadeia operatória de produção
das mesmas (Figura 4 j-k-l).
Nas brocas é possível perceber que as mesmas
foram produzidas com a retirada de bastonetes
de placas inicialmente polidas e depois cortadas
com a produção de um sulco. Algumas placas
com o processo inacabado são compatíveis
com as marcas vistas nas brocas. É possível
perceber inclusive que algumas rodas de fuso
fragmentadas foram reutilizadas como placas
para retirada dos bastonetes das brocas. A
própria placa utilizada como suporte para
produção de brocas aparece com um gume
aiado por polimento em uma das extremidades
que pode ter sido utilizada como ferramenta
para produzir os sulcos que destacam os
bastonetes (Figura 4 l).
Assim, o processo produtivo dos muiraquitãs
e das ferramentas envolvidas em sua produção
atestam que os mesmos foram produzidos
localmente.
Uma diversidade muito grande de matérias
primas pode ser observada na produção de
muiraquitãs, desde a cerâmica, passando
por óxidos de ferro, quartzos, esteatitas e as
famosas pedras verdes. As matérias primas
“menos nobres” parecem cumprir um papel
popularizar um objeto simbólico carregado de
signiicado.
Experimentação Arqueológica
Como deiniu John Coles a arqueologia
experimental sugere um ensaio, uma maneira
de testar e veriicar uma teoria ou ideia. O que
ela pode produzir é uma pista ou caminho
para o pensamento arqueológico a respeito
do comportamento humano do passado.
Desta maneira a arqueologia experimental não
pretende nem pode provar coisa alguma (Coles
1973:11 e 18).
Nosso trabalho de experimentação e replicação
de instrumentos arqueológicos utilizados
em diversos estágios da cadeia operatória,
resgatados em superfície e em contexto
estratigráico, tem como meta testar a eiciência
de modelos construídos com as análises de
funcionalidade. Outra questão importante é
pensar no tempo gasto para a produção de
um determinado objeto, caso fosse produzido
obedecendo alguns processos técnicos
sugeridos.
Nossa intenção não é reproduzir o objeto como
era no passado, mas testar formas e métodos
para saber se os resultados estão próximos
dos observados na reinada indústria lítica do
baixo Amazonas. Particularmente nos interessa
observar se marcas de uso identiicadas em
objetos arqueológicos podem ser compatíveis
com alguns gestos técnicos que reproduzimos.
Nos deteremos à algumas observações que
izemos sobre possibilidades para o processo
de produção de contas de colar e muiraquitãs.
Uma grande quantidade de implementos líticos
era utilizada na cadeia operatória: cortadores
de pedra, raspadores, abrasadores planos,
côncavos, internos, bigornas, percutores,
calibradores, brocas e uma série de elementos
que certamente não conseguimos recuperar.
Selecionamos algumas peças com função
provável deinida, para testar se o gesto técnico
que imaginávamos poderia produzir marcas
compatíveis com as que observamos nos
objetos.
Procuramos
utilizar
matérias
primas
semelhantes às observadas no contexto
arqueológico.
A primeira tentativa foi de reproduzir as
brocas utilizadas para fazer furos em contas
e muiraquitãs. A matéria prima trabalhada foi
uma placa de argilito metamorizada medindo
11x6x3 cm. Primeiro se utilizou seixos rolados
de quartzito como percutor e bigorna de
apoio, aplicando a técnica de percussão bipolar
para a obtenção de placas mais inas. Neste
caso não obtivemos resultados satisfatórios
137
dada a pequena dimensão das lascas que se
destacavam. Outra tentativa foi feita através
da exposição direta ao fogo por cerca de 30
minutos. Posteriormente a peça foi retirada
e submetida a um choque térmico em água.
Com o resfriamento brusco veriicou-se o
desplaquetamento parcial. Novas tentativas
de percussão bipolar, resultaram em lâminas
inas e adequadas a produção de placas polidas.
Além disso, percebeu-se que a exposição ao
fogo e o choque térmico resultaram em durezas
distintas em partes do suporte (Figura 5).
Como abrasadores para o polimento e corte
foram utilizados arenitos de granulação e
agregação variadas, resultando em durezas
diferentes. Um arenito com cerca de oito
quilos, granulação ina e um pouco friável, foi
utilizado com água como suporte para polir
uma placa com cerca de 3x3x0,5 cm. Várias
faces do polidor se tornaram planas após o uso.
Em um intervalo de cerca de quatro horas a
placa icou pronta.
O passo seguinte foi destacar, por percussão
unipolar, duas lascas de um arenito bem
agregado e de granulação de cerca de 0,5mm.
As lascas resultantes foram polidas para
produzir um gume. A lasca com gume polido
foi utilizada em movimentos de vai e vem para
produzir um corte na placa previamente polida.
Primeiramente utilizamos um suporte de borda
retilínea como guia. Após o surgimento de um
pequeno canal, o processo foi feito a mão livre.
Constatamos que a utilização de areia como
abrasivo pode maximizar o efeito abrasivo.
Os cortes foram feitos simetricamente nas
duas faces da placa, em conformidade com as
pré-formas de brocas existentes nas coleções
arqueológicas. Ao inal do processo obtivemos
um bastonete com cerca de 3x0,5x0,5 cm,
que foi novamente abrasado, no arenito de
faces planas, com adição de água e areia, o que
resultou em uma broca similar às existentes na
coleção arqueológica (Figura 5 b-c-f).
Observando em lupa binocular, percebeuse que os furos existentes em muiraquitãs e
as marcas das brocas, apresentam ranhuras
horizontais que indicam provável, movimento
rotacional em velocidade. Com base em
registro etnográico (Levi-Strauss 1996: igura
30), percebeu-se que populações americanas
às vezes usavam um extensor de madeira, com
uma provável broca na ponta.
Produzimos então um extensor de maçaranduba
(Manilkara huberi). Tentamos utilizar arenitos
de granulação e agregação semelhantes aos
calibradores arqueológicos, mas não obtivemos
sucesso. Lascas de gume bruto ou retocados
se mostraram mais eicientes para modelar o
extensor. Com a broca ixada ao cabo testamos
algumas possibilidades de furar apoiando o
objeto a ser furado no solo, prendendo com
os dedos do pé e prendendo em um galho de
madeira. O mais crítico do processo é justamente
conseguir uma boa ixação do suporte a ser
furado para que a broca não quebre durante
o movimento de rotação. Desconsiderando
a facilidade de quebra da broca por conta de
movimentos descontrolados, o uso do furador
se mostrou bastante eiciente. Os suportes de
óxidos de ferro podem ser furados em menos
de 10 minutos. Suportes de dureza maior
como as jadeítas, que possuem dureza acima
de 5 na escala de Mohs, demoraram cerca de
duas horas para serem furados, isto levando em
consideração a falta de habilidade técnica para
operarmos o instrumento (Figura 5 h-i).
As experimentações arqueológicas sugerem
que o processo de produção dos muiraquitãs foi
bastante laborioso, porém parece que, apesar
de exigência de muita habilidade técnica, não
foi um processo inacessível para a maior parte
da população. A maior diiculdade envolvida
na produção dos muiraquitãs certamente foi a
aquisição das matérias primas adequadas.
Considerações Finais
Na ocupação Tapajônica as populações
investiram tecnologicamente para produzir
uma gama muito variada de artefatos líticos,
os artesãos dominaram praticamente toda
a tecnologia disponível na época para o
trabalho da pedra. Nas extensas redes de
trocas americanas certamente estes povos
tiveram papel importante como produtores
de objetos líticos. No caso dos muiraquitãs a
indústria lítica não deixa dúvida que eles foram
produzidos localmente. O engenhoso processo
técnico da produção certamente envolveu
especialização, porém, a nosso ver, não parece
uma tecnologia inacessível para indivíduos
minimamente treinados. Nos parece tão ou
mais laborioso produzir um vaso de gargalo ou
um dos elaborados vasos esiges da cerâmica
Tapajônica. A reprodução de muiraquitãs
em matérias primas de fácil acesso parece
comprovar que a tecnologia de produção se
popularizou.
Diante das análises que empreendemos,
acreditamos que o que deve ter agregado
maior valor simbólico, status e prestígio para
os possuidores de muiraquitãs foi a raridade da
138
matéria prima sob a qual ele foi produzido. Os
objetos de pedras verdes, muito raras na região,
seriam como joias, enquanto os produzidos
com a mesma tecnologia, em matérias primas
abundantes, seriam como bijuterias.
Se as lendárias guerreiras do baixo Amazonas
foram consumidoras do mais famoso amuleto
do passado amazônico, os Tapajó certamente
foram seus habilidosos artesãos.
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Archaoastronomy: Solar alignments and
counting devices in monumental art
line or X. Because the horizontal rows of
cells number 12 across, it seems to have been
a yearly calendar, perhaps to chart something
like the occurrence of rainy and dry months
over several years. Individual cells sometimes
are depicted next to a supernatural igure, such
as the anthropomorphized insect in the igure.
Paleoindians developed cultures distinct from
those of the cooler, dryer climates (Roosevelt
et al. 2002). They intensively harvested ish,
turtles, and shellish from the rivers and
lakes and hunted small game in the Amazon
forests. They already had begun the type of
manipulation of forest plants that culminated
later in complex orchard and farming systems
(Gnecco and Mora 1997; Roosevelt et al.
1996). They created in the forests near their
settlements concentrations of desirable plants
such as palms and fruit trees which were
important staple foods.
The earliest-known Amazonians’ early rock
paintings shows their command and use of
solar cycles and recording systems, as well as
other systems (Fig. 1). Astute manipulation
of forest-plant populations, animal capture,
and selective plant cultivation are evident in
some Paleoindian cultures, also. Fracture-lithic
paleolithic technology of the highest excellence
also is in evidence, as is creation of brilliant and
extremely long lasting iron-based pigments.
Monumental astronomical images painted on
rock panels open to the sky include the sun,
possible eclipses, and falling stars or comets.
The sun is rendered as a perfect rayed circle,
possible eclipses are concentric circles, stars
are rayed eyes, and comets or falling stars
are diving igures with rayed head and wisly,
trailing arms. The sun images were not just
art icons but mark the sun’s position at the
winter solstice and other times of the year
(Davis 2009). Seven dates of c. 11,000 BP
(radiocarbon) make the Monte Alegre solar
observatory the oldest yet known in the world
(Michab et al. 1998; Roosevelt 1999a; Roosevelt
et al. 1996). Abundant pigment and paint drops
were sealed in dated strata below a painted
ceiling at Caverna da Pedra Pintada and at an
open site. The thick, highly durable iron-oxide
paint with which the scientist-artists depicted
images lasted out in the open under tropical
conditions for more than ten thousand years.
It was itself an innovation in materials science.
Developing out of its early beginnings in the
Paleoindian cultures, Amazonian painting
technology was raised to a high art by the
masterful women painters who created the
inluential polychrome art tradition of later
prehistory.
The earliest Amazonians also recorded on the
rocks a system of representation of values
and sequences. It is a large tabular grid of cells
with different symbols: primarily a vertical
Material sciences: innovations in laking
and carving stone tools
Another ield of achievement of the earliest
known people in the Amazon was lithic
technology (Fig. 2 top). Artisans created
enormous inely-laked tools in new forms,
such as triangular stemmed points, using
technical aids such as heat treatment and
platform shaping and grinding. In their rocklaking, they thus achieved success with
dificult materials, such as quartz crystal, which
is unpredictable due to its crystal planes and
irregular laws (Roosevelt et al. 1996, 2009).
Later Amazonian peoples also had success
in shaping very hard materials by grinding,
polishing, and carving. Archaic cultures were
the irst to develop ground-stone technologies
for cutting and shaping tools and hammers,
a craft that was raised to a high level of
excellence in the late-prehistoric paramount
chiefdom societies. Polished stone tools appear
in the early Archaic, c. 10,000 to 9,000 years
ago in the Amazon regions of Ecuador and
141
Ecology, systematics, and behavior:
applications and representations
French Guiana (Gnecco and Mora 1997). An
elaboration of the early technology of stone
shaping was made later, during the time of the
classic Santarem culture of the Tapajos river
mouth area. Santarem people made exquisite
zoomorphic and anthropomorphic carvings
of extremely hard gemstones, such as jasper
and jade, apparently using simple materials
such as water, sand, and string. Specialists of
the culture also innovated in stone carving for
composite objects. Their tools and the detritus
from their lithic work are found in ceremonial
deposits adjacent to their house mounds
(Roosevelt 2007).
The cultural forest
Amazonians’ knowledge of their environments
was and is extraordinary, and most western
scientiic discoveries in the region’s ecosystems
have depended on indigenous informants.
In indigenous knowledge of biology, we see
recognition of the integration of individual
and group adaptations in behavior and
understanding of the interaction of different
parts of the ecosystem. Of special importance
to Amazonians has been the elucidation of
the unique characteristics of behavior and
adaptation in different animal species.
But one of the most remarkable and longunnoticed achievements of Amazonian natural
scientists are their cultural forests (Balée 1989).
These forests are anthropic tropical forests
whose composition Amazonian peoples have
distinctively changed by fostering valued
species of forests and bringing particularly
useful species together in concentrations near
settlements and camps. Some of these humanconnected plants are “camp followers” that
lourish in the conditions that human activities
create by clearing, burning, and disturbing and
amending the soil, but most are plants sown
or purposely planted in the ground by people.
These forests, which have been found in most
parts of the Amazon, survive long after the
people who created them have moved on
and thus they remain a continuing resource
for those who come after them. In fact,
Amazonians often refer to them as creations
of ancestral spirits (Politis 2007).
Material sciences: invention of ceramics
for vessels and construction of facilities
Amazonians also excelled in the technology of
ceramics. The Archaic cultures of Amazonia
were also the irst in the Americas to invent an
effective ceramic technology to make containers
and artworks (Fig. 2 bottom). This invention
was made independently of other cultures by
7,500 BP at the early sedentary settlement of
Taperinha near Santarem (Roosevelt 1995,
2007; Roosevelt et al. 1991). Pottery sherds
from structures with hearths and post-holes
around the 6 meter high artiicial shellmound
were dated directly by radiocarbon and
thermoluminescence. These earliest ceramics
were made differently from later ceramics
by luting together small lat pieces of damp
clay, perhaps inspired by an earlier practice
of sealing baskets with clay. Later complex
societies in the Amazon used lump modeling,
coiling, and applique to shape objects and
developed methods to shape and ire massive
ceramic objects. On Marajo Island at the mouth
of the Amazon, women constructed out of
ceramic clay ingenious monumental ceramic
facilities for maintaining ires with eficient
fuel use (Roosevelt 1991; Roosevelt et al. 2012).
The practice began about 1000 BC. During
the Polychrome Horizon culture there, potters
made such ceramic stoves and also created
jars larger than a person, which are found in
urn ceremteries. In the Manaus area, people
living about 1000 years ago made even larger
jars several meters across. Large ceramic cook
stoves and very large jars for water storage and
beer brewing are still made by women in parts
of the Amazon today.
Biomedical sciences: health maintenance and treatment
of illness by drugs
Recognition and manipulation of the
pharmacological, industrial, and psychoactive
properties of plant materials probably also came
early, certainly at least by the Formative, when
drug paraphernalia turn up among ceremonial
ceramic objects (Fig. 3). Amazonian drugs,
medicines, and industrial chemicals were applied
in the curing of physical disease, psychological
and psychiatric treatment systems, as well as
in dyeing, painting, hunting, and ishing. By
the time foreign literate researchers begin to
record Amazonians’ achievements in this ield,
we see a rich pharmacopea of medicines such
as vermifuges, pain-killers, and antibiotics,
many different hallucinogens, poisons for
hunting, ishing, and war technology, and also
142
pesticides. Amazonians also developed diverse
alcoholic drinks made from starchy crops or
fruit juices. These, like hallucinogenic drugs
were used primarily at rituals, ceremonies,
and feasts. Along with drugs, Amazonians
devised numerous methods of preparation
and appliances for delivery of these useful
and powerful drugs: pipes, spoons with hollow
handles, and tablets for snufing, and cups to
drink drug infusions. Probably the majority
of drugs of plant origin now in the global
economy as synthetics were irst developed by
Amazonians.
One very important Amazonian drug plant
was Banisteriopsis caapi vine. The resemblance of
this plant’s thick, sinuously curving stem to the
body of the great Anaconda of the Amazon
did not escape Amazonian ritualists, who
considered the Anaconda the spirit animal of
Woman Shaman, the creator of the world and
of human civilization (Gebhart-Sayer 1984).
Banisteripsis’ hallucinogenic juice, accordingly,
is said by ritualists to be Woman Shaman’s
magical breast milk, with which she created
the Milky Way galaxy - the celestial Amazon
river. The juice, taken for trancing, is thought
restorative and protective (Hugh-Jones 1979).
represented in poetry and art as the aggressive
and fearsome shaman and sorcerer who
invented magic and all the arts and subjected
men to a cruel domination. Eventually, men
defeated her, and she and her women escaped
to the heavens where they rule still and must
be propitiated constantly, to prevent harm to
humans.
Horticultural
and
soil
science:
improvement of soil, plant cultivation, and
biological community management
Food plants
Numerous useful food plants were developed
by Amazonians, some of which, such as manioc,
are so useful that they now are among the most
important cultigens in the world economy.
Amazonian cultigens are among the most
productive and resilient in the world (Roosevelt
1980). The Amazonian cultigen manioc is
renowned for its productivity in poor soils and
unreliable rainfall. It is a now staple food for
tropical people worldwide. The important and
anti-oxidant-rich global status-food, Acai palm
juice, was developed more than a thousand
years ago by prehistoric Amazonians, as a food
for ceremonies (Roosevelt 1991). They also
developed the very productive starchy staple
palm fruit, pupunha (Henderson 1995).
Amazonians also readily adopted crops
developed elsewhere. Maize is one of these.
It was sometimes was used as a ceremonial
drink plant (Bettendorf 1910) as it is in Andes,
with other plants as staples. This seems to
have been the case on Marajo Island, where a
local form of wild rice was an important staple
food (Brochado 1980). People there varied
a lot in how much maize they ate (Roosevelt
1991, 2000). But, in late prehistory, maize had
become the staple food crop in many parts of
the Amazon where wetland soils were reclaimed
for cultivation. This was irst demonstrated
for the Orinoco Arauquinoid culture and late
prehistoric cultures of the Peruvian Amazon
(Roosevelt 1980, 1989, 1997). Since then,
the pattern has been found for Arauquinoid
cultures in the Guianas and late prehistoric
cultures elsewhere. (These indings of high
consumption levels were based on analysis of
human bone isotopes, since other foods maize
often survive better than maize remains in
archaeological soils, giving a false impression of
what was the most important food. However,
because some other potential plant foods in
Amazonia give the same chemical signature, it’s
Technical knowlege of biota, it integration
and application
Fauna
Amazonians consider animals to be their
relatives and ancestors - in creation time
humans and animals were one and the same
- and are highly expert in their knowledge
of them. Their habitats, lifestyles, and social
behaviors are widely understood and used.
Hunting and gathering are well-informed by
such knowledge. People know where to ind
animals, based on knowledge of their annual
round, and they recognize subtle traces of their
presence, via footprints, spoors, or gnawed
bark or leaves. Amazonians traditionally tamed
many animal species, such as peccaries and
parrots, using them for food, materials, or
companionship.
Knowledge of animals, like knowledge of
plants, inluences cosmology and ritual. For
example, in populations of the great Anaconda,
which they associate with Banisteriopsis, the
adult female, which is larger than the adult
male, is dominant, aggressive, and fertile. Thus
Amazonians conceive of the Great Anaconda
as both the creator and irst absolute ruler
of the cosmos (Gebhart-Sayer 1984). She is
143
necessary to check the botanical remains for its
presence.)
Along with the many ield crops and cultivated
trees and shrubs, Amazonians developed a wide
range of food-processing and fermentation
methods to increase nutrients, reduce iber,
improve taste, denature anti-nutritive or
harmful substances, and promote storability
(Roosevelt 1980). The success of all these
endeavors is manifest in the large size and
density of prehistoric Amazonian populations
and their good health compared to those in
the Andes and Mesoamerica at the time (e.g.,
Roosevelt 1991).
thickness. These deposits are both a product
of and a support for sedentary settlement, and
they allow permanent cultivation over large
areas. The soils are created by the concentration
of human settlement refuse in particular
areas for the purpose of cultivation. They
are characterized by an abundance of wood
charcoal in both powder and pieces, broken
and decayed animal bone and shells, decayed
plant matter and human excrement, abundant
pottery sherds and broken stone tools, plus a
wide range of human cultural features such
as burials, structural remains, and strata. Their
natural substrates include both sand-sized and
clay-sized particles in varying amounts, and the
composition and structure of the soils make
them among the most excellent media for
cultivation. They are rich in nutrients and soil
exchange media, despite the high temperatures
and decomposition rates, of good waterholding capacity, possessed of long-term
nutrient stores, and structurally stable despite
the abundant rain.
Cultivation systems
The Amazonian swidden is one of the
most complex and durable types of shifting
cultivation known to humans. Slashing and
burning or mulching puts the nutrient stores of
the forest vegetation on the surface for crops,
leaving valuable trees standing. The layout and
vertical layering of plants of different height,
growth rate, and growth habit protects the soil
from erosion and leaching yet allows sun-loving
plants the exposure they need and provides a
continuing yield over many years. Old, longabandoned swiddens remain identiiable
and continue to produce abundant food and
materials indeinitely.
But Amazonians also invented methods for
productive, large-scale sustainable agroforestry
and open ield farming, methods that no
modern systems of European or Asian origin
have yet surpassed. Amazonians developed
extensive orchards of their most valued tree
crops and shrubs, such as Acai, Pupunha, cacao,
and Brazil nut. Experimental agroforestry
plots imitating indigenous ones were the
most productive and stable methods of forest
management among the alternatives (Palm
et al. 2005). Brazil nut orchards established
during prehistory in fact were the main basis
for Brazil’s successful export economy in the
20th century before they were bulldozed for
costly and unsustainable Euro-style soybean
agribusinesses and cattle ranching.
Earth engineering, layout, and construction methods:
for drainage, transport, and structures
Amazonians began doing large-scale building
during the Archaic period (Roosevelt 1991,
1995, 2007), and may have created some
kinds of rock alignments as early as the
Paleoindian period (Davis 2009). The Archaic
structures include mounds for structures
and for ceremonial purposes. But the earliest
monumental mound complex is probably the
Formative-period Sangay site on the Upano
river in the Ecuadorian Amazon, where
there are both mounds for residences and
ceremonial purposes. The site also has a variety
of constructions for transport (Rostain 2012).
By the common era, Amazonians were busy
creating monumental earthwork complexes in
many areas (Fig. 4). On Marajo Island, mounds
of all those functions have been found, mostly
of the Marajoara period between about AD
400 and 1300 (Roosevelt 1991; Schaan 2004).
But residential mounds of Formative date,
of the Ananatuba culture, also have been
identiied on the island (Roosevelt et al. 2012).
Recently, after large-scale deforestation in the
western Amazon, particularly Acre state of
Brazil, a number of geometric earth mounds
of ceremonial function have been identiied
(Pärssinen et al. 2009). These have been
dubbed geoglyphs. Although most date to late
prehistoric times, c. AD 1200-1400, some have
Formative dates. All lack substantial domestic
The Black Indian soils
One of the most useful inventions of
Amazonian Indians are the “terras pretas do
indio” or Black Indian soils, irst described
by North American geographers in Brazilian
archaeological sites (Kern 1994; Smith 1980).
These composted refuse deposits of the
Amazon are unequalled elsewhere in extent and
144
refuse. Most are circular or square, but some
are both, and several have earth ramps and
causeways.
The large cultural center of Santarem includes
both domestic and ceremonial earthworks.
The classic culture, long assumed to be
contact-period, was shown by excavations
to be prehistoric. Although much of the site
was destroyed by bulldozing by corporations,
archaeological mapping and excavation
have revealed the layout and contents of the
earthworks. Long, parallel rows of small house
platforms with adjacent ceremonial facilities
for feasting, cremation rituals, and special craft
manufacture are a repeated pattern in several
neighborhoods. A large low earth platform
also was found, its surface dotted with caches
of special objects, indicating a ceremonial
function (Roosevelt 1999b, 2007, 2013;
Roosevelt et al. 2012).
Residential and ceremonial mounds and
transport earthworks have also been identiied
in the large wetlands of Amazonia: the Llanos
de Mojos in the Bolivian Amazon and the
coastal lowlands of the Guianas (Denevan
1966; Iriarte et al. 2010; Rostain 1991; Walker
2004). But, these latter wetlands also contain
one of Amazonia’s most interesting and
signiicant earth constructions: the raised
ields. Essentially, in the last thousand years
of prehistory, Amazonians transformed large
areas into dense patchworks of ridged and
drained ields for intensive maize agriculture.
Most of the residential and ceremonial mounds,
causeways, and canals in these wetlands were
built as adjuncts to the ields, although some
mounds of Formative age also exist in the
regions. The raised ields are really a huge
agricultural development that puts the lie to the
idea that Amazonians always lived by cutting
tiny swidden ields in the forests and shows the
substantial engineering feats prehistoric people
accomplished.
cohesive. Their integral cultural styles and
settlement continuity show that many persisted
for hundreds and even thousands of years.
The Marajoara culture, for example, continued
without a break for more than a thousand years.
Amazonians achieved this stability using less
centralized, more inclusive, and more broadbased systems of government. In contrast to
the gender-bias of western science, women
as well as men were important Amazonian
savants. That the knowledge and know-how
of Amazonians was wrapped up in concepts
of nature, the supernatural, and organization
foreign to westerners doesn’t take away from
its scientiic and technical accomplishments.
Amazonians appear to have employed a
wide a range of institutions and community
gatherings to achieve consensus and cohesion.
Chiefship is an enduring institution in both
ancient and modern societies. We can recognize
the institution in prehistory by characteristic
symbols and accoutrements, such as chiefs
stools and headdresses. Although many writers
emphasize male chiefs, both ethnographic and
prehistoric evidence show that women often
served in prominent political and ritual roles.
Chronicles describe the preeminance of women
rulers and/or female deities in the middle and
lower Amazon (Bettendorf 1910; Carvajal
1934), and archaeological images document
numerous females with the icons of chiefship
and shamanism: decorated shirts, stools, and
crowns (Guapindaia 2001; Roosevelt 1991).
More often than not societies were multilingual.
Throughout the Amazon, chiefdoms utilized
life cycle ceremonies to bring together both
their people and those of neighboring groups.
The ceremonies of the Upper Xingu, the
Upper Amazon, and the northwest Amazon
are renowned. Societies used both peaceable
regional interactions as well as war to survive
conlict. Effective strategies and weapons were
devised, but people also used magic and sorcery
to get enemies, obviating physical attacks.
Religious belief systems and art styles are an
enduring element of supra-regional integration
in indigenous Amazonia. The horizon styles,
such as the Polychrome and Incised and
Punctate Horizons, spread widely, integrating
large numbers of societies into their systems of
political organization, genealogy, cosmology,
and ritual. The latter horizon and its staple
maize economy spread out from Arauquinoid
sites in the Orinoco c. AD 500, reaching the
Guiana coasts and the middle Amazon by
AD 1200 (Nimuendaju 2004; Roosevelt 1980,
Human organization and conceptual
culture: durable heterarchical complex
societies
Over and above all these various technical
developments, Amazonians developed intricate
systems of socio-political organization. These
institutions maintained cohesion of societies
over much longer periods than did the topdown, authoritarian societies in the heritage
of their European conquerors. Amazonian
societies were extraordinarily long-lived and
145
their loodland ields. The ancient cultural style
that they practice along with all its characteristic
arts, rituals, and elements of social organization
(Gehbart-Sayer 1984; Roosevelt 1991), has also
had an inluence abread as a generic indigenous
symbolic system and art iconography adopted
by some pan-Amazonian Indian organizations
(Jackson 1994).
Some countries, like Brazil, have made great
strides in making higher education available to
rural and indigenous people. In the Amazonian
provinces, acculturated Indians (sometimes
called peasants or hut people, caboclos) who have
had access to national primary and secondary
education often join in scientiic research as
specialists and assistants or as intermediaries
with native groups who have stayed away from
the centers of national society and culture. Also
in Brazil, programs have been put in place for
chiefs and shaman to be the school-teachers
for their communities, rather than outsiders.
But important measures remain to be put in
place to ensure the continuation of indigenous
societies, cultures, and populations on their own
terms. Several Latin American nations retain
authoritarian features of the Napoleonic Code
inherited from the Imperial European colonies
they began as. Although Brazil abolished its
code along with the US-sponsored military
dictatorship in 1988, it retained its claim
of centralized sovereignty over all mineral
resources. Jural establishment of the right of
local sovereignty on Indian reserves is needed
to protect indigenous reserves from invasion by
local, national, or international powers today in
Brazil, Peru, and Ecuador. Such measures will
ensure that Amazonians continue the brilliant
trajectory of their cultures and societies and
make valuable contributions to their countries,
rather than subsiding into the national
underclass as day laborers, dirt-poor peasants,
and prostitutes.
1997, 2002; Rostain 2010). The Polychrome
Horizon for its part spread from the mouth of
the Amazon c. AD 400 to the Upper Amazon
in Peru, Colombia, and Ecuador and remains
a major style among powerful and populous
tribes today (e.g., Fritz 1922; Gebhart-Sayer
1984; Hugh-Jones 1979; Jackson 1994;
Roosevelt 1991).
Amazonians, societies, and science today
Amazonian peoples are today continuing the
tradition and practice of innovation in science
and technology. Despite the carnage and rigors
of the European conquest, many groups
remain organized or have re-organized and
vigorously continue, develop, and expand their
traditions (Fig 5).
In the 20th century, politically-aware cultural
and linguistic groups, such as the Shuar
Federation of Ecuador, formed powerful
regional coalitions to pressure for their priorities
in the face of forced top-down development
by governments and corporations (Whitten
and Whitten 2008). Recently, local groups
have had success using the judiciary against
uncontrolled petroleum exploitation in Indian
reserves. Leaders of powerful tribes such as
the patrilineal Kayapo in Brazil, negotiate
directly with national and international
agencies to prevent large development projects
from dispossessing or displacing them. They
also have maintained signiicant socio-political
integrity, though with smaller population
numbers than in prehistoric times. Their leaders
are independent enough of the patriarchal
national society not to be embarrassed to work
closely with children or to make and sell ine
ceremonial jewelry. Their communities are not
wide open for any outsider to enter but only
by careful negotiation to forestall unwanted
interferences and ensure speciic beneits on
all sides.
The matrilineal societies of the Polychrome
Horizon like the Panoan-speaking Shipibo
have been especially successful at maintaining
their large populations, stable settlements,
indigenous subsistence, and conceptual
systems in the context of the national society
of Peru, despite long-term intrusions and
manipulations of missionaries and settlers
and government oficials. Women have done
especially well in the international art trade
with their ine, polychrome pottery and fabrics,
but both men and women have proited from
producing cash crops such as rice and maize on
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Anthropology Program, Federal University of Pará, Belém/PA, Brazil
3
Swedish University of Agricultural Sciences, Department of Soil and Environment, Skara, Sweden
4
Department of Earth Sciences, University of Gothenburg, Göteborg, Sweden
Background
al. 2012). This means that we are now able to
discern the contours of communities, whose
histories came to be obliterated following
the European colonization. It also involves,
however, a re-evaluation of the relevance of
many concepts that were developed to describe
societies and regions of other parts of the
world (including terms such as “chiefdoms”,
“states”, “agriculture” and even “landscape”
(see also Neves; this conference and Descola;
this conference).
Few themes in archaeology have given rise
to such a wide gamut of interpretations and
understandings, as has that of the prehistory of
the Amazon. Lack of substantial information
has allowed considerable scope for speculation
to the degree that many interpretations of
pre-Columbian Amazonia have included a fair
amount of “wishful thinking” of one kind or
another. Historically – as has been the case
with the Eurocentric images of other nonEuropean societies, such as those of Africa
or the Orient (e.g. Said 1978; Thomas 1994)
– the conceptions of ancient Amazonian
communities have been colored by the
currents of thought that have lourished in
Western thought at different times. This is
a problem which undoubtedly will persist,
but the importance of which, nevertheless,
should be reduced through the emergence of
new empirical bases and a decreasing of the
dominance of Eurocentric historical research.
In spite of early historical information
(particularly Carvajal 1942 [1549]) about the
existence of large-scale and populous villages
along the Amazon River, organized into
chiefdom-like socio-political order, substantial
and unequivocal archaeological support for
such claims remained elusive for quite some
time. Over the last few decades, however, this
situation has drastically changed and there is
now good empirical basis for claiming that
ancient Amazonian societies may well have
exhibited some forms of urbanity and socioeconomic integration on a regional scale (e.g.
Heckenberger 1996; Heckenberger et al. 1999;
Petersen et al. 2001; Quinn 2004; Roosevelt
1980, 1991, 1999; Schaan 2012; Stenborg et
The
archaeological
Gothenburg
collections
in
The early 20th century witnessed the
establishment
of
numerous
Western
institutions and museums with the ambition
to create a comprehensive representation
of human history that covered every region
of the Earth; a development that partially
followed in the footsteps of colonialism (e.g.
Thomas 1994). One such institution was the
Gothenburg Museum in Sweden; particularly
during the period of Erland Nordenskiöld’s
leadership (Muñoz 2011; Stenborg 2004).
Under Nordenskiöld’s guidance this museum
gained a reputation as one of the leading centers
for Latin American studies. Nordenskiöld
quickly built up a wide network of contacts
with leading researchers of the ield in various
parts of the world.
Nordenskiöld’s Latin American focus also
implied that the bulk of material acquired by
the museum had South American origin. Of
the approximately 95.000 items the present
Museum of World Culture in Gothenburg
inherited from the former Ethnographic
Museum at the end of the 20th century, about
149
49.000 originates from South America.
Nordenskiöld came in contact with the surveyor
and explorer Curt Unkel Nimuendajú in the
early 1920’s. Nimuendajú, who had migrated
from Germany to Brazil in 1903, was by this
time living in Belém and involved in both
ethnographic and archaeological ieldwork in
the Amazon region (Neves 2004:3f). During
the years to follow Nimuendajú organized a
number of expeditions to collect material for
the museum in Gothenburg. The collections,
consisting of both archaeological and
ethnographic material, originated from various
parts of the Brazilian Amazon, such as Rio
Madeira, Rio Negro, Rio Xingu, Rio Tocantins,
Amapá and the islands of Marajó, Caviana
and Mexiana. The provenience of the largest
number of objects was, nevertheless, the
Santarém Region in the state of Pará (Stenborg
2009a).
adornos (sometimes with double heads),
generally as handles or simply as decoration.
The animals more commonly represented
are king vultures, caimans, agoutis, monkeys,
frogs, bats, common foxes, birds, and jaguars.
The use of paint (mostly red, but also red
and white slip) is present in some vessels,
and especially on female igurines. Basketry
impressions probably derive from the use of
mats as supports for vessel shaping. The farreaching stylistic and artistic specialization and
the thematic diversity regarding motifs were
pointed out already by early researchers such as
Nimuendajú (1949, 2004) and Palmatary (1939,
1960).
In addition to the historical link between the
Santarém region and Gothenburg, generated
by the existing museum collections, a further
incentive for intensiied archaeological ield
investigations in this area is that parts of
the Santarém region currently are subjected
to various types of exploitation, including
expanding agriculture and road construction.
Therefore the archaeological record is rapidly
being destroyed.
A general purpose of the Cultivated Wildernessproject is to combine new ieldwork in the
Santarém region with studies of the material
collected back in the 1920’s. Through this
work we hope to shed new light on the issue
of how the relationships between humans and
their environments developed through the preand early post-contact periods of the region.
The project involves a bidirectional exchange
with Brazilian universities. Apart from joint
ieldwork in Brazil, Brazilian researchers and
students have visited Gothenburg to study the
material in the museum collections there, while
– in a correlative way – Swedish students have
been given opportunities to visit Brazil and the
archeological ield activities carried out by our
project.
Apart from a rich archaeological material,
mainly consisting of ceramics, the region also
exhibits a type of local anthrosols, known as
Terra Preta do Indio or Amazonian Dark Earth
(ADE) – a product of past human occupation.
In fact, the Terra Preta phenomenon was irst
identiied in the Santarém region already in
the late 19th century (Hartt 1874), but it was
only later that its properties and potential for
contesting cultural-ecology were aknowledged
(Sombroek 1966, Smith 1980). In contrast
to the otherwise poor soils, ADE are fertile
soils – still highly coveted for agriculture (e.g.
Glaser et al. 2004; Heckenberger et al. 1999;
The Cultivated Wilderness Project
The
interdisciplinary
Swedish-Brazilian
research collaboration project “Cultivated
Wilderness: Socio-economic development
and environmental change in pre-Columbian
Amazonia” is concerned with the archaeology
of the Santarém Region in the State of Pará,
Brazil. The area of investigation is located
south of the Amazon River, covering parts of
the eastern shore of its tributary Rio Tapajós
as well as the Belterra Plateau further inland
to the east (Figure 1). The project is funded by
the Bank of Sweden Tercentenary Foundation.
As mentioned above, the Museum of World
Culture in Gothenburg holds large collections
of archaeological material from the Santarém
area collected by Nimuendajú in the 1920’s.
Although the material attracted much attention
at the time it arrived in Gothenburg, only
limited research has been done on it in the
past. Santarém pottery (Figure 1) has been
classiied by Meggers and Evans (1961) as part
of the Incised Punctate tradition, which has a
widespread distribution on the lower Amazon.
The ceramics contain a luvial spongier called
cauixi (Parmula batesii) as temper material,
eventually a combination of cauixi and grog,
and less often the caraipé (burnt and crushed
tree ashes) temper. Vessel surfaces have a
pale brown color, usually ornamented with
incisions and punctuations applied in repetitive
patterns inside bands that surround the vessel
or plate. The diagnostic feature is the profuse
use of anthropomorphic and zoomorphic
150
of Santarém (Figure 3).
Lehmann et al. 2003; Woods & McCann 1999).
It May ne noted that the interes of cualities hve
meminished in redent quaesm (Schaan ADETo
enable investigation of ADE occurrences
in the ield study area the research group
includes both archaeologists and soil scientists
and ieldwork activities involve soil mapping,
sampling and analyses as well as archaeological
excavation and surveying. Additionally,
geomorphological studies have been linkedin with archaeological and pedological studies
to enable a better understanding of the
formation processes of landscape features that
may have inluenced pre-Columbian resource
management strategies and settlement selection
in the area.
Preparative ieldwork during 2006 - 2010
identiied and located more than 100
archaeological sites of varying size (Schaan
2013; Stenborg 2009b; Stenborg & Bakunic
2011; Stenborg et al. 2012). Many of these
settlements are situated far from the main
rivers in forested and cultivated areas on the
Belterra Plateau that are sparsely populated
today. During the dry season water resources in
these upland areas are sparse and the areas have
generally been considered unable to support
permanent human settlement. Therefore,
the common assumption that permanent
settlements, throughout Amazonia, essentially
were associated with river environment is
contradicted by these indings.
Our data from sites on the Belterra Plateau
suggests that the common assumption that
permanent settlements throughout Amazonia
essentially were constricted to near-riverine
environments is invalid in the case of the
Belterra Plateau. On the contrary; we have
found that many pre-Columbian settlements
occur in upland areas where seasonal shortage
of water should prevent the establishment of
permanent residence.
Our surveying, however, also revealed a
recurrent pattern of association between
inland sites and particular landscape features
– especially circular and elliptical depressions
of widely differing dimensions that are found
in many parts of the Belterra Plateau (Figure
2). In several cases these depressions have
been found to preserve water throughout
the dry season and some are used as source
of water supply by the present population.
Post-survey ieldwork has therefore included
detailed investigations of two depressions at a
site called Bom Futuro, located on the Belterra
Plateau some 40 km south of the modern city
Field data from the Bom Futuro site
In 2011, two areas at the Bom Futuro site
were investigated through excavation. A total
of four 1 by 1m squares and a trench were
excavated (see Figure 3): In area 1 a 1 by 1
m square in the slope of a large depression,
where additionally a 105m long was excavated
with a power shovel, from the center of the
depression to beyond its rim. I area 2, three
1 by 1 m squares were excavated, one in the
bottom of a smaller depression, another on
the berm of the smaller depression, and a third
on a low platform associated with the smaller
depression.
The test pit at the large depression was
excavated in order to investigate the soil
layer sequence on the slope of a large round
depression (Area 1 on Figure 3, above). This
area consisted of an open cleared ield and
had been under soy bean production for
some years. Consequently it had been strongly
affected by clearing and cultivation associated
with mechanized agriculture. The layers
of this test pit (1x1m) contained no thick
cultural layers and almost no cultural material,
and the excavation continued down only to
approximately 0.3 m below ground surface,
where a compact yellowish clayey layer entirely
void of cultural impact appeared.
The depression was further investigated
through the excavation of a trench in its
northern part (Area 1 on Figure 3, above).
The trench with a total length of 105 m was
laid out in a south to north direction from the
center of the depression towards its limit and
ending some 10 meters past the edge of the
depression. No berm was readily observed in
the surface topography at this section of the
rim, but a slight low rising at the western edge
of the depression may indicate the remains of
a berm.
Figure 4. Plan and cross-section of the trench
excavated in a large depression at Bom Futuro.
By Per Stenborg.
In this manner it was possible to document the
stratigraphy down to a depth of approximately
3m along the extension of the trench. In
the center of the depression excavation was
continued to a depth of approximately 5m
below the present soil surface level.
The excavation revealed signiicant differences
concerning horizon sequences in different
parts of the trench. In the center of the
151
depression the (ploughed) surface horizon
darkened by organic matter was followed by
a light yellow horizon overlying a compact
whitish, clayey stratum, locally referred to as
Tabatinga (see below). This layer was found to
continue at least down to a depth of 5m. The
whitish layer has been depleted in iron due to
waterlogging and reducing conditions during
the rainy season. Further upslope the color of
the corresponding layer turned more orange
– relecting less inluence from reducing
conditions. In this part of the trench there
was a thin plinthic layer in the subsoil. In the
northernmost sector of the trench the soil had
a reddish color throughout the entire section
indicating a freely drained proile.
The excavation undertaken in the smaller
walled depression about 0.5 km west of
excavation 1 (Area 2 in Figure 3; see also Figure
5) revealed a pattern which contrasted sharply
with that found in area 1. The square excavated
in the center of this smaller depression (unit
1) and contained thick anthropogenic soil
layers and relatively high amounts of cultural
material. Artifacts consisted almost exclusively
of coarse, undecorated pottery probably of
utilitarian types. A particular observation was
that most sherds were in horizontal position.
Pottery was found down to a depth of 110 cm
below present ground surface level. A second
1x1m test pit (unit 8) was excavated in the
berm surrounding the depression. The material
was in this case more varied and occurred as
concentrations of pottery, charcoal and to
some extent also lithics. Pottery types included
ine, decorated pottery as well as coarse
pottery. The pattern of horizontal positions of
fragments observed in unit 1 was not repeated
in unit 8. Cultural material was found down to
a depth of 70 cm.
The archeological ieldwork revealed similarities
as well as differences between the investigated
settings. In the area of excavations 2 and 3 (the
smaller depression and a low platform located
c. 20 m east of the depression not discussed
here) our investigations showed that this
whole area has been considerably transformed
by human action in the past. It is reasonable
to consider that the area has been used as a
settlement area. The depression may have
served as a water supply at a sub-settlement
level – covering the needs of a household or
a group of households. In case this depression
existed as a natural landscape formation prior
to human settlement – it has been heavily
modiied through human action. The berm
surrounding the depression contained refuse
material (charcoal, potsherds, soot etc.) as well
as lenses of clay material that probably had been
moved from the bottom of the depression and
deposited on the berm. This pattern seems to be
in accordance with land modiication processes
such as the construction of a water reservoir,
improvement of the capacity water holding
of a water reservoir and the maintenance of
a water reservoir. It is likely that the human
transformation in this case involved at least
the two last-mentioned activities. Material
transported by rain water will accumulate at
the bottom of the depression, necessitating
periodic clearing out and maintenance of the
reservoir.
Dates and temporal relationship between
Upland and Riverine settlements
The largest settlement-area of the Santarém
Region is that found at the location of the
present Santarém city, by the conluence
between the Tapajos and the Amazon rivers
(cf. Schaan 2013; Stenborg et al. 2012). Dates
from the Santarém-site suggest that this
area was inhabited by human populations
over several millennia. Notwithstanding, the
majority of the dates from this site pointes
to an increase in human presence over the
centuries immediately prior to the European
contact (Gomes 2002; Quinn 2004; Schaan
2012). In addition, analyses of samples from a
riverine site (Fé em Deus) by the eastern bank
of the Tapajós river points to an occupation of
considerably time depth.
These results correspond well with previous
dates of material from the Porto-site, situated
in present-day Santarém-city, by the southern
bank of the Amazon. Also in that case dates
showed considerable spread, although the
majority of the dates pointed to an increase in
human presence over the centuries immediately
prior to the European contact (Quinn 2004).
Less is hitherto known about the settlements
of the upland/hinterland – although the
existence of such settlements became known
through the ieldwork of by Curt Nimuendajú
in the 1920’s (Linné 1928; Nimuendajú 1949,
2004; Nordenskiöld 1930; Palmatary 1939).
New radiocarbon and OSL dates, however,
indicate that the occupation of settlements
on the Belterra plateau was the most extensive
during the centuries that preceded the European
contact and that settlement may have remained
inhabited into European contact-times.
152
Table 1. Results of radiocarbon and luminescence dating of samples
from the Bom Futuro-site, municipality of Belterra, Pará, Brazil
Analyses of samples from the site of Bom
Futuro have yielded dates ranging from c. A.D.
1300 up to historical times. The majority of
these dates point to human activity on this site
during the late pre-contact and contact periods
(Table 1).
Materials from two other sites situated
somewhat further north on the Belterra Plateau
have recently been dated. In the case of Amapá,
the dates range from c. 1500 A.D. up to the early
18th century. Samples from the Cedro-site have
yielded dates from the early 14th century up to
modern times. This implies that consistent data
points to a late establishment of settlements on
the Belterra Plateau. The total number of dates
is still limited, but will soon be complemented
by results from samples already submitted for
analysis.
of the solutes via subterranean drainage in
pipes or macropores, which can undermine the
bedrock and ultimately cause the collapse of
porous layers (often referred to as pseudokarstic
processes). Our current interpretation, hence,
is that the larger depressions found associated
with remains of ancient settlements; often
bordering on, rather than encircled by the Terra
Preta patches on the Belterra plateau originally
have been formed through such pseudokarstic
processes. During the rainy season these
depressions (sinkholes) are reilled through
an inlow of surface water. Sizes vary, but
depressions measuring more than 200 m across
have been recorded, which means that large
quantities of surface water is collected during
the rainy season. According to the results of
surveys carries out over the last few years,
many of these formations are associated with
archaeological sites and patches of Amazonian
Dark Earth, or Terra Preta.
Percolation of water through the soil proile in
the middle of such depressions result in a slow
process of leaching and reduction of iron, and
hence, to a formation of a supericial stratum
of ine-grained sediment, locally known as
Tabatinga (from Tupí – “tobatinga” or “tauátinga”, name for a whitish or light grey-bluish
clay (Souza 1939:383)), with low permeability.
In this manner, the water-holding capacity
of these depressions is likely to increase over
time. Of signiicant importance here, thus, is
that this process has produced natural waterholding depressions in an area with few other
water sources. During the dry season, these
sinkholes have constituted a resource in some
sense analogous to that of oases in desert areas.
These natural formations, hence, have
undoubtedly had a signiicant impact on the
Natural and artiicial ponds
Our results suggest that techniques for
management of water resources were
developed by some populations the
populations living on the Belterra plateau,
particularly during the last centuries preceding
the European colonization. These techniques
included both the use of natural water-holding
depressions and constructions of smaller
structures for water storage. A previously little
noted fact of decisive importance for allowing
human settlement in the region is the frequent
occurrence of sinkholes or enclosed depressions
(also known as “swallow holes”, “shakeholes”,
“swallets” or “dolines”). The large depressions
described above are likely to be examples of
sinkholes and dolines (e.g. Figure 2, above).
These karstic landforms are the results of
dissolution of subjacent rocks and transport
153
development of human land use and settlement
on the Belterra Pplateau by– providing access
to water between the rainy seasons. An overlay
of the record of registered sites on a digital
elevation model (DEM) of the plateau shows
a greater incidence of sites situated in local
lows as compared to the heights (Figure 6).
For clarity, it should be noted that new sites
are constantly being recorded and, therefore,
that this mapped inventory obviously does not
cover all sites in the area.
Of equally great importance are the indings
of remains of clearly artiicial constructions
for water supply in association with uplands/
hinter-lands sites on the Belterra plateau, for
instance the small depression investigated
at Bom Futuro (Figure 5, above). These
depressions are considerably smaller in size
and often have elongated, rather than circular
shapes. They are often found within the
conines of the Terra Preta patches; hence
they are enclosed by the anthrosol, rather than
adjacent to it.
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To sum up: The presence of sinkholes of large
dimensions, as well as considerable carrying
capacities, has probably been a most decisive
factor for settlement location on the Belterra
plateau. The settlement areas were usually
established beside, or even at some distance
from the depression. At the household or
small group level the water supply may have
been managed through the construction of
small structures where water was collected
during the periods of rain, although the use of
these constructs has not yet been established
and may have included several areas of use
(proposes that have been suggested are cultivate
of freshwater faunal anima; eg. Touted).
These structures or ponds were generally
situated inside the settlement and Terra Preta
area. Being small in surface extension, these
reservoirs are likely to have formed part of the
intra-settlement activity areas.
Hitherto, our data suggest that the expansion
of human settlement on to the Belterra Plateau
was a comparably late development (possibly
post 1100 A.D.) and one that continued up to
the initial times of European contact.
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155
156
Simposio “Medio Amazonas y Madeira”
Como os contextos funerários nos ajudam
a entender os vivos na Amazônia Pré-Colombiana
Anne Rapp Py-Daniel
Universidade Federal do Oeste do Pará, Brasil
PPG do Museu de Arqueologia e Etnologia da Universidade de São Paulo, Brasil
“Não existe, provavelmente, nenhuma sociedade que
não trate os seus mortos com consideração [...] Sem
dúvida que as práticas funerárias variam consoante os
grupos.” (Lévi-Strauss, 1955:225)
comportamento dos mortos. Não existindo
uma forma universal de se pensar os mortos,
cada sociedade sendo única (Cunha, 1978). O
tratamento dos mortos e todo o funeral em
si estão profundamente inluenciados pelos
códigos sociais compartilhados dentro de
uma sociedade, tanto as regularidades quanto
as transgressões das normas estão dentro do
limite de possibilidades aceitas dentro de uma
determinada sociedade (Ribeiro, 2002:203).
Além disso, o tratamento funerário raramente
é uniforme e único, mesmo dentro de uma
única sociedade, o destino do morto está
normalmente relacionado ao seu status, ao
local onde o mesmo faleceu e ao acesso da
sociedade sobre o mesmo (Chaumeil, 1997:8485).
Introdução
As práticas funerárias, como todas as outras
escolhas dentro de uma sociedade, são fruto de
processos históricos, sociais e cosmológicos.
Nos últimos anos de pesquisa, de maneira
cada vez mais sistemática, temos tentado
compreender não só os padrões e recorrências
no mundo funerário, mas também como esses
elementos representam escolhas socioculturais.
A arqueologia voltada para o mundo funerário
é pouco conhecida no Brasil – e no mundo
– (Duday, 2005; Mendonça de Souza, 2010).
Frequentemente vista como a análise de
“ossos” ou em outro extremo descrita como
a análise de artefatos associados aos mortos,
esquecendo o indivíduo morto (Duday, 2005).
A arqueologia da morte interage com um
material de estudo diferenciado, as práticas e
os gestos funerários, além dos remanescentes
ósseos, nos permitindo acessar contextos
simbólicos repletos de “escolhas culturais”.
Como nos diz Cunha (1975:2): “a morte não
se satisfaz em destruir o que chamamos de
organismo, mas inicia também um processo
de dissolução do homem social, e isso em
vários estágios de seu ciclo de vida.” Todas as
sociedades humanas têm encontrado maneiras
diferentes de simbolizar o evento da morte
(Neves e Piló, 2008). Ribeiro (2002:160-161)
propõe, e outros antes dela também, que
mudanças sociais e culturais ocorrem, mas a
cosmologia ligada ao mundo dos mortos muda
lentamente, a não ser por razões de necessidade
ou interesse comum.
Falar de morte é falar de vida (Ribeiro, 2002),
pois ao analisar a morte e o tratamento funerário
estuda-se o comportamento dos vivos e não o
A arqueologia na Amazônia e os contextos
funerários
Desde os trabalhos realizados por
Nordenskiold, no começo do século XX e
posteriormente Lathrap, Brochado, Noelli,
Heckenberger (2001) Neves e Moraes (2012)
(entre outros), hipóteses de trabalho têm sido
elaboradas tentando associar cultura material
arqueológica e populações de grandes troncoslinguísticos na Amazônia (Tupi e Arawak
principalmente). Apesar das limitações de
qualquer modelo, essas hipóteses têm sido
usadas como ferramentas de trabalho para
pensarmos a ocupação humana e a dispersão
das práticas funerárias das populações précontato na Amazônia. Na Amazônia Central,
pelo menos, as classiicações propostas de
divisão em fase e tradição têm funcionado na
maioria dos casos (Neves, 2010).
Existem levantamentos feitos sobre as práticas
funerárias das Terras Baixas da América do Sul,
a partir de descrições etnográicas ou de relatos
e, por vezes, como estes podem ser associados
com a arqueologia: Métraux (1947), Chaumeil
157
arqueológicos, onde as representações gráicas
sobre as cerâmicas associadas a contextos
funerários e residenciais na ilha de Marajó
puderam trazer mais informações sobre a
complexidade social e cultural.
O mundo funerário pode, em alguns casos,
trazer luz sobre aspectos estruturantes das
sociedades e de como os indivíduos se
relacionam. Hierarquias e diferenciações sociais
são comumente mais marcadas no “mundo
dos mortos” e os vestígios humanos diretos
fornecem um conjunto de dados a ser estudado
pelas ciências biomédicas, permitindo acesso a
informações sobre sexo, idade, etc.
De tal maneira optamos pela criação de um
quadro sobre as práticas e os gestos conhecidos
através de relatos históricos e etnográicos na
Amazônia. Em seguida comparamos esses
dados com alguns contextos arqueológicos,
sobretudo aqueles associados a sítios próximos
aos rios Amazonas, Madeira e Tapajós, indo
além de um “check-list”. Dessa maneira,
esperamos obter um panorama representativo,
signiicativo e útil para compreensão da
história das populações passadas, suas escolhas
e mudanças ao longo de centenas de anos.
(1997), Ribeiro (2002) Rostain (2011) e Silva
(2005).
Chaumeil (1997) apresenta um exemplo de
estudo sobre o relacionamento de algumas
populações sul americanas com seus mortos,
rupturas e continuidades entre o mundo dos
vivos e o mundo dos mortos são observadas
pelas diferentes populações.
De acordo com Neves (2012:73) a arqueologia
da Amazônia, tem seguido um caminho distinto
do resto da arqueologia feita no Brasil, pois ela
dialoga de maneira mais intensa com disciplinas
como a antropologia cultural, a linguística
e a ecologia humana, surgindo assim alguns
problemas de pesquisa especíicos e presentes
em quase todos os trabalhos realizados na
região (Neves, 2012): a compreensão da
correlação do meio ambiente e os processos
sociais dentro da ocupação humana da região;
a relação entre a identidade e os vestígios
materiais da arqueologia; compreensão do nível
de impacto da colonização europeia sobre as
organizações sociopolíticas pré-coloniais.
Os estudos sobre “se” e “como” a presença
europeia na Amazônia impactou as formas de
organização sociopolíticas indígenas dividiu,
e ainda divide, as opiniões. Muito foi escrito
sobre as estruturas políticas das populações
Amazônicas, que foram inicialmente deinidas
como caçadoras-coletoras sem hierarquia social
(Meggers, 1971). Depois essas populações
foram descritas como socialmente complexas,
análogas aos cacicados Tainos (Roosevelt, 1993).
Vários fatores – ambientais, demográicos e
tecnológicos – foram procurados para explicar
as diferenças nos processos de ocupação dos
diferentes grupos humanos nessa região, mas
nenhum conseguiu dar conta da diversidade
encontrada. Diferentes tipos de estruturas
socais são muitas vezes percebidos (ou
idealizados) através dos modos de sepultar,
onde igualdade ou diferença no tratamento
dos corpos estão comumente relacionados à
posição social dos indivíduos em vida.
Infelizmente o simbolismo ligado às crenças
e costumes religiosos, tão valiosos para a
antropologia e etnologia, é por vezes relegado
à segunda ordem em contextos arqueológicos.
A leitura dos dados normalmente só nos
permite diferenciar contextos “importantes/
diferenciados” de contextos “comuns/usais”,
e mesmo assim com grandes diiculdades. Os
trabalhos de Schaan (2004) e Barreto (2008) são
exemplos de associações bem sucedidas entre
a antropologia e a arqueologia distinguindo os
elementos simbólicos presentes nos registros
Identidade
Apesar das diversas mudanças que ocorreram
com o contato entre grupos indígenas ou desses
com as sociedades europeias/neo-brasileiras,
a cosmovisão do mundo e como ela é posta
em prática no momento da morte mudaram
lentamente, tendo sofrido um processo mais
acelerado onde se encontravam as missões
evangelizadoras cristãs. As mudanças dentro de
um grupo/cultura não são simples processos de
aculturação. Os grupos indígenas – ou qualquer
outro grupo humano – não são passivos na
sua própria história (Burke, 1992). Assim, ao
procurar um padrão no mundo funerário não
seremos dogmáticos ou radicais, nem com
os dados arqueológicos, nem com os dados
oriundos de descrições pós-contato. Todos
os indivíduos e sociedades sendo capazes de
mudar, de alterar suas culturas, sem, portanto
se perder ou se extinguir – desde o século
XIX os naturalistas que passaram pelo Brasil
anunciavam o im das populações indígenas,
porém as mesmas continuam batalhando para
se manter, dando até sinais de crescimento
demográico (Arruda, 1992; Martius, 1982;
Nimuendajú, 1987).
As culturas indígenas que viveram na
Amazônia antes do contato com os europeus
158
não se desenvolveram em isolamento, ao
contrário, percebe-se, tanto no registro
arqueológico como etnológico, que o encontro
de pessoas de contextos sócio-ecológicos
diferentes devem ter reforçado distinções
culturais e étnicas (Barth, 1969:9). No alto Rio
Negro, por exemplo, existe um processo de
relacionamento intercultural entre Tukano e
Arawak que levam a indagações sobre se seriam
as populações Tukano oriundas do oeste que
teriam “tukanizado” os Arawak ou vice-versa,
esse processo claramente não está relacionado
ao contato com o europeu (Wright, 1992).
Ao se trabalhar com padrões de comportamento,
com repetições, com papéis sociais, sempre vem
à cabeça, principalmente ocidental, o papel do
indivíduo. A importância do “Eu”, as escolhas
pessoais ou mesmo familiares. A arqueologia
tem diiculdades em lidar com essa identidade
individual, pois em 99% das vezes não somos
capazes de saber quantos indivíduos estavam
envolvidos numa atividade e nos é impossível
saber aqueles que de fato realizaram a ação.
Para além dessas observações generalistas,
temos outras mais especiicas sobre a limitação
da compreensão do Eu: como chama atenção
Max Weber, na sociedade ocidental a religião
cristã (e posteriormente o sistema político e
econômico) fez com que surgisse uma tendência
do “Eu”, indivíduo que realiza escolhas,
que está diretamente em contato com Deus,
surgindo assim uma relexão muito “pessoal
e individual” que não pode, de forma alguma,
ser generalizada para todas as sociedades
passadas ou presentes (Dubar, 2009:48). A
impossibilidade de se determinar com precisão
e segurança, como se comportavam os
indivíduos e sociedades, e suas tendências mais
individualistas ou coletivas, não nos permite, a
meu ver, como arqueólogos, falar com clareza
das personalidades. Sendo assim, trabalhamos
com generalizações, com observações que
terminam se homogeneizando, não vemos
claramente os indivíduos (apesar de estarmos
atentos a ele, principalmente após o advento
do pós-processualismo) e sim o conjunto de
ações realizadas em dados momentos. Contudo
existem regularidades nas escolhas dentro de
sociedades especiicas (observáveis tanto pela
antropologia quanto pela arqueologia), como
bem chama atenção Barth (1969) e outros que
vieram posteriormente (Poutignat e StreiffFenart, 1998), a identidade ou etnicidade só ica
marcada e se estrutura, a partir do contato com
o “outro”, “Não há Identidade sem Alteridade
e, portanto, sem relações entre o mesmo e o
outro” (Dubar, 2009:73-74).
No caso da Amazônia, a cerâmica que tem tido
um papel preponderante nas análises, em função
de sua durabilidade, visibilidade e maleabilidade.
Foram, em parte, a decoração e manufatura
desse material que levaram Nordeskiold e
Lathrap a propor algumas associações entre
cultura material e grandes troncos linguísticos.
Com o passar dos anos outros elementos
permitiram uma melhor avaliação das possíveis
similaridades entre populações pré-contato
e as descrições pós-contato (Heckenberger,
2001; Moraes e Neves, 2012). Assim, Neves
argumenta pela familiaridade do registro
arqueológico – especiicamente da fase Guarita1
– com os relatos da época do contato sobre
as ocupações Tupi bem conhecidas no litoral
brasileiro. Neves (2010:574) aponta não só para
as similaridades nos princípios estruturantes
da decoração das cerâmicas, mas também
para as evidências linguísticas atestadas nos
relatos dos primeiros europeus a descerem o
Rio Amazonas. Além da semelhança com o
processo de expansão dos Tupi na Costa e das
populações produtoras das cerâmicas da fase
Guarita no Oeste Amazônico, caracterizado
por expansão rápida em grandes extensões,
que formaram depósitos arqueológicos com
pouca profundidade. Por im o autor aponta
também o papel preponderante da guerra
presente tanto no registro arqueológico quanto
nos relatos e etnograia realizadas na Amazônia
e no litoral.
Paralelamente aos trabalhos realizados por
Neves, e seus colegas, na Amazônia Central
para a questão Tupi, Heckenberger (2001)
correlaciona os contextos Arawak, bem
conhecidos do Alto Xingu, com as cerâmicas
da Tradição Borda Incisa/Série Barrancóide.
Heckenberger apresenta algumas características
básicas comuns à maior parte das sociedades
Arawak que seriam visíveis pela arqueologia:
hierarquia social, regionalidade, sedentarismo,
agricultura intensiva, aldeias circulares,
cerâmicas “Barrancoid” (Heckenberger, 2001:
30).
Contudo, a cultura não é estática, uma mudança
de “modo de fazer” não signiica uma ruptura
total ou necessariamente a chegada de um novo
grupo. A arqueologia amazônica tem ensinado
que temos que pensar no fato da “cultura” ser
lexível, “evolutiva” no sentido darwiniano
de “mudar mantendo-se adaptado”. Não
havendo nenhuma conotação de melhoria
ou de superioridade e, principalmente, sem
“difusionismos” exacerbados.
159
Os contextos funerários na Amazônia
Hornborg e Hill (2011:5-8) propõe que não
é correto pensar que é simples criar “tipos”
para cultura/povos, pois a linguística vem
mostrando que mesmo as línguas não podem
ser diretamente relacionadas com etnias. Por
exemplo, as línguas Arawak, faladas em grande
parte do continente americano não implicam –
não somente – que populações inteiras teriam
migrado e aniquilado as populações anteriores,
existindo muitos exemplos de multilinguismo
e de regiões multi-étnicas na bibliograia
amazônica.
Essas constatações exigem prudência nas
comparações entre os contextos funerários
encontrados e as populações recentes, por
mais parecidos que os mesmos possam ser.
Como airma Neves (2011) existe uma grande
lexibilidade encontrada nas populações
etnográicas, que compartilham língua,
produção e alimentos, diferentes do caráter
“estático” do material arqueológico, que não
pode ser diretamente relacionado a populações
conhecidas ou extintas. Entretanto, airma
que a dualidade faz parte do trabalho do
arqueólogo, e o mesmo deve encontrar meios
de relacionar o passado e o presente para que se
possa contar uma história de ocupação regional
(Neves, 2011). De acordo com Neves (2010):
... [a] Etnologia indígena das terras baixas reconhece
algumas propriedades aparentemente inerentes a grupos
linguísticos ou áreas geográicas especíicas. Assim, é
comum a referência a “canibalismo Tupi”, “acefalia
política das sociedades das Guianas”, “terrirorialismo
Arawak” etc. Do mesmo modo, é inegável a forte
correlação existente ... entre elementos materiais [e]
algumas sociedades indígenas, tais como o shabono
Yanomami, as aldeias circulares Gê, a maloca Tukano,
a cerâmica Shipibo, dentre inúmeros exemplos.
Dessa discussão depreende-se que, embora grande,
a diversidade cultural dos povos indígenas nas terras
baixas da América do Sul não é ininita e, o que é mais
interessante para a Arqueologia, que tal diversidade
cultural pode ser positivamente correlacionada a
padrões no registro arqueológico e não apenas na cultura
material (Neves, 2010:56).
Felizmente em alguns casos é possível identiicar
continuidade entre as populações arqueológicas
e as populações etnográicas, como é o caso do
Alto Xingu (Heckenberger, 2001) e dos Palikur,
entre o Amapá e a Guiana Francesa (Rostain,
1994). Além disso, contamos com relatos da
época do contato que nos indicam, às vezes,
as línguas ou os principais troncos linguísticos
falados em determinadas regiões nos séculos
XVI e XVII.
O mundo funerário apesar das diiculdades
para estudá-lo, principalmente tafonômicas
(Rapp Py-Daniel, 2009), nos permite acessar
diversas questões sociais. Um dos principais
levantamentos, sobre as diferentes práticas
funerárias executadas nas terras baixas, foi feito
por Chaumeil (1997). A classiicação formulada
serviu como ponto de partida para o trabalho
atual, por isso a apresentaremos brevemente:
inumação: simples ou dupla, principalmente
para grupos Tupi e Karib, ocorrendo dentro
das casas, na praça ou na loresta; funerais
duplos: características de grupos Arawak,
os ossos inteiros ou reduzidos re-inumados
em urnas, cestarias ou distribuídos (Arawak e
Karib); cemitérios: presença arqueológica e
relatos de naturalistas sobre cavernas/abrigos
servindo de necrópoles; incineração praticada
principalmente no norte da Amazônia
entre os Karib das Guianas; mumiicação:
comum e destinada a personagens mais
importantes (chefes, guerreiros e xamãs),
seria feita ao sol, ao fogo e/ou com ajuda de
resinas vegetais, frequentemente associada a
enterramentos em urnas ou elevados (Yuko,
Mawé, Apiaká, Mundurucu, Puri-Coroado e
Tapajó); elevação: exposição de cadáveres em
plataformas (Warao, Yukpa, Siriono, grupos
do Chaco e Jívaro); endocanibalismo: prática
antiga e com grande difusão (norte do litoral
Atlântico, Alto Orenoco, Noroeste Amazônico,
alto Amazonas e Rio Ucayali). Associado ou
não a outras práticas funerárias; substituição
funerária: o morto pode ser substituído por
partes do corpo (cabelo, dente ou unhas), por
objetos ou por uma pessoa viva.
Optamos por também realizar um levantamento
das práticas funerárias descritas nos relatos
etnohistóricos, nas descrições etnográicas e/
ou conhecido pela história oral. Até o presente
encontramos dados para 24 grupos falantes
de línguas Tupi, 7 grupos falantes de línguas
Arawak, 3 grupos falantes de línguas Karib,
13 grupos falantes de línguas Gê e 24 grupos
de línguas isoladas ou não identiicadas2 (ver
tabela 1).
Os grupos falantes de línguas Tupi apresentam
a maior diversidade de práticas funerárias
na Amazônia, sendo as principais relatadas:
sepultamentos em urnas (primário, secundário
ou após cremação), os vasos eram enterrados
ou jogados ao rio, redes ou cestos por vezes
substituem as urnas; presença de enterramentos
diretos em grande parte dos grupos; menos
160
Tabela 1: Troncos linguísticos e etnias/grupos para os quais há algum tipo de relato sobre o mundo funerário
frequentes são os casos de mumiicação
(dessecação). As covas são raramente descritas,
mas podiam ser circulares, cercadas de madeira,
com postes ou para incineração de chefes. Os
pertences pessoais dos mortos eram enterrados
com eles ou distribuídos entre a família. Pedaços
dos corpos de inimigos ou familiares poderiam
ser conservados dentro de casa, porém após
um tempo os familiares eram enterrados e
os inimigos descartados. O exocanibalismo
também é relatado, principalmente para os
Tupinambá. Essa diversidade de tratamentos
destinados aos mortos pode ser, entre outras
coisas, o relexo de diferenças de status (idade,
sexo e posição social).
Como observou Chaumeil, os grupos falantes
de línguas Arawak executavam principalmente
sepultamentos secundários, onde a etapa
de retirada das partes moles se dava tanto
de maneira ativa (cremação, cozimento ou
descarne) quanto passiva (recuperação dos
ossos após enterramento). A presença de
cemitérios de urnas também é constante,
porém há relatos das mesmas sendo levadas
para a casa dos cônjuges, de distribuição dos
ossos, do defunto embarcado numa canoa ou
de consumo das cinzas.
Os grupos Gê da Amazônia estão regrupados
em dois locais, o primeiro nas proximidades
dos Rios Araguaia, Tocantins e Xingu e o outro
no estado do Maranhão. Em ambos os lugares,
o tipo de sepultamento mais comumente
descrito é o secundário em urnas ou cestarias,
havendo menção de cemitérios especializados
para as primeiras e segundas exéquias. Para
homens de status mais elevado há relatos de
enterramentos sentados.
Assim como os dois grupos acima, as
populações falantes de línguas Karib tinham
como tradição duas exéquias, sendo a primeira
cremação ou decomposição (realizadas junto
ou separadas). Os xamãs, em função de sua
posição especial dentro dos grupos, eram
normalmente enterrados. Os pertences dos
mortos acompanhavam os mesmos, enquanto
que urnas ou redes poderiam ser usadas para
conter o morto e o proteger do solo.
Como podemos perceber existe uma grande
diversidade de modos de inumação, sendo
alguns deles arqueologicamente testáveis. Para
fazer a ponte entre esses padrões encontrados
e os trabalhos que propõe associar cultura
material a grandes troncos linguísticos,
apresentaremos aqui os dados obtidos, até o
presente, através do sistema de classiicação das
grandes Tradições arqueológicas deinidas por
Meggers e Evans em 1961, mas que vem sendo
aprimorada nas últimas décadas3. As tradições
foram principalmente deinidas a partir da
decoração, elas são Hachurado-Zonada4,
Borda Incisa, Policroma e Inciso Ponteada. As
tradições Borda Incisa e Policroma são as mais
conhecidas e por isso passam atualmente por
revisões de suas características e das fases que
as compõe5 (Lima, 2008; Moraes, 2006, 2013;
Tamanaha, 2012; Costa 2013; Neves, 2010)
(ver igura 1).
Tradição Inciso-Ponteada (ver igura 2)
A maior parte dos dados para a Tradição IncisoPonteada é oriunda dos municípios de Itaituba,
Aveiro e Santarém (Estado do Pará), ao longo
do Rio Tapajós. O material foi analisado em
parceria com a Universidade Federal do Pará
(UFPA). As urnas associadas à tradição Incisoponteada possuem em sua grande maioria
decoração nos lábios, bojo grande e tampas
(prováveis assadores reutilizados).
161
a urna principal e o papel delas, de separação
dos corpos do sedimento, talvez tenha sido
substituído por cestarias, no caso do sítio
Hatahara. Outro elemento de diferenciação
dos sepultamentos desse sítio, nesse período,
é a presença de sepultamentos múltiplos não
aleatórios, como mencionamos em Rapp PyDaniel (2010) padrões foram identiicados
e estão, aparentemente, ligados ao sexo
dos indivíduos. No período anterior à fase
Paredão, durante a fase Manacapuru9, foi
encontrado nesse mesmo sítio um cemitério
de urnas, correspondendo ao que encontramos
em outros locais. Temos trabalhado com a
hipótese de que a diversidade encontrada
entre e dentro dos sítios dessa tradição podem
estar relacionados às diferenças de status de
indivíduos e sítios, prática conhecida para as
populações Arawak.
As populações que faziam cerâmica passíveis
de serem classiicadas dentro dessa tradição,
concentraram as urnas em cemitérios ou
não. É frequente a presença de vasos de
acompanhamento (fora das urnas). Até o
presente só foram constatados sepultamentos
individuais, alguns parecem estar articulados.
Encontramos em uma urna do sítio Araú-é-pá
(Aveiro-PA) uma criança de aproximadamente
sete anos. No sítio Nossa Senhora do Perpétuo
Socorro (Itaituba-PA) todas as urnas analisadas
estavam sem base, talvez remetendo a práticas
simbólicas ligadas à morte dos vasos junto com
os indivíduos.
De acordo com Martins et alii (2010) várias
outras urnas da tradição inciso-ponteada
têm sido descobertas nas proximidades do
Rio Tapajós acrescentando novos dados aos
padrões de sepultamento conhecidos para a
região. Visto que anteriormente só tínhamos
os relatos de Nimuendajú (1949), descrevendo
redução de corpos a cinzas para consumo e a
mumiicação de alguns indivíduos importantes.
Tradição Policroma (ver igura 2)
Quase todas as urnas da Tradição Policroma
(TP) que estudamos, até o presente, podem
ser associadas à fase Guarita, tanto na
região da Amazônia Central quanto no Rio
Madeira10. Elas são urnas normalmente muito
decoradas possuindo tampas, frequentemente
a decoração é uma associação de pintura e
apliques representando formas humanas com
pinturas corporais. Em três casos (Aldeia
São Félix – Município de Autazes, no sítio
Monense – Município de Humaíta (Comm.
Pess. E. Miller) e em fotos do Alto Rio
Madeira, Moutinho e Robrahn-González,
2010) foram relatadas concentrações de urnas
depositadas simultaneamente. Dentro dessas
urnas foi encontrado material ósseo queimado,
com um indivíduo adulto ou infantil (Comm.
Pess. E. Miller). A queima dos corpos se fez
diretamente sobre o fogo, há marcas de queima
e quebras especíicas sobre os ossos.
No sítio Borba, no município de Borba no
Baixo Rio Madeira, foram encontrados vasos
com decoração antropomorfa fragmentados
associados a um vaso contendo ossos de
fauna queimado. Outros vasos, de contorno
complexo e decoração acanalada (Tamanaha,
2012), encontrados no sítio Lauro Sodré
(município de Coari) também parecem conter
ossos de animais queimados (mas ainda
precisam ser analisados).
Tradição Borda Incisa ou Série Barrancóide (ver
igura 2)
Conforme mencionado, Heckenberger6 (2001)
estabelece uma correlação forte entre a tradição
Borda Incisa e o grupo linguístico Arawak.
Dentro das fases arqueológicas relacionadas
a essa tradição foi atestada certa variabilidade
dentro dos contextos funerários, porém alguns
elementos estruturantes aparecem. Esse é
o caso, por exemplo, das urnas, que são de
grandes dimensões com pelo menos um
tipo de decoração (engobo, aplique, pintura),
normalmente encontradas em grandes
concentrações (cemitérios) nos municípios
de Manaus, Iranduba, Tefé e Borba-AM7. A
incineração não foi constatada.
Junto à maior parte dos sepultamentos
encontrados, foi constatada a presença de
feições, estruturas escavadas no solo com
presença de material cerâmico e faunístico
cobertas por terra. É comum a presença de
vasos de acompanhamento, dentro das urnas,
na região do Lago Amanã (Tefé-AM), que
contêm somente um indivíduo. Enquanto que
no sítio Hatahara (Iranduba-AM), durante
a fase Paredão8 não há urnas funerárias, mas
há material de acompanhamento dentro dos
sepultamentos, as “cabecinhas paredão”, que
são normalmente apliques de grandes urnas
dessa mesma fase, mas em outras localidades.
As urnas dessa tradição normalmente
possuem tampas ou vasos emborcados sobre
Considerações inais
Em parte dos sepultamentos encontrados
em contextos arqueológicos não foi possível
162
identiicar os gestos pré-sepulcrais, pois o
material ósseo estava em decomposição.
Contudo, na maior parte dos casos conseguimos
determinar o tipo de sepultamento (primário ou
secundário) e uma idade aproximada (adulto ou
criança). Veriicamos que é necessário cautela
nas descrições de contextos arqueológicos,
exemplo disso é que a associação entre urnas
e sepultamentos secundários foi muitas
vezes o resultado de observações feitas por
proissionais não treinados
Há grande variedade de práticas dentro dos
grupos falantes de línguas Tupi, talvez a principal
característica Tupi seja essa ausência de padrão.
Essa questão tem ao menos três explicações
diferentes: 1) O contato intenso com outros
grupos, o que parece mais improvável, pois
a expansão Tupi é normalmente rápida e
dominante; 2) Um grande número de posições
sociais, o que não seria muito conhecido pela
antropologia e; 3) Uma maior lexibilidade,
onde a cosmologia Tupi e o status incitassem
as diferenciações no momento do repouso
eterno.
Enquanto isso, o “ethos” Arawak para a tradição
Borda Incisa, como propõe Heckenberger,
parece se manter relativamente bem no mundo
funerário, a tradição é homogênea, o sítio
Hatahara aparece como uma anomalia somente
em alguns sentidos, o que pode indicar um
status diferenciado do próprio local durante a
fase Paredão.
Ainda não conseguimos dados arqueológicos
para as regiões ocupadas historicamente por
falantes de línguas Gê, mas o mesmo se mostra
promissor, visto a uniformidade dos dados
através de fontes escritas mais recentes. Os
falantes de línguas Karib, em nossos dias, se
sobrepõem a muitos sítios da Tradição IncisoPonteada, como os dados são escassos não
nos arriscaremos a fazer associações diretas.
Contudo esse fato se apresenta como um
elemento interessante de pesquisa e trabalhos
recentes mostram (Moraes e Neves, 2012) que
as fronteiras da Tradição Inciso Ponteada não
são claras e que há muitas semelhanças com a
Tradição Borda Incisa.
Visto as dimensões Amazônicas está claro que
os levantamentos arqueológicos e históricos
não foram exaustivos. Esse estudo ainda está
em andamento, mas desde já percebemos
caminhos promissores para o estabelecimento
de conjuntos coerentes que dialogam com a
Arqueologia Amazônica como um todo. As
incertezas que temos nas análises de conjuntos
funerários não diferem, em qualidade e
quantidade, das incertezas que encontramos
nas análises de material cerâmico, onde são
observadas continuidades e descontinuidades
que não são facilmente explicadas pelo sistema
de fases e tradições, pois também estão ligadas
a fatores como o meio ambiente, o acesso à
matéria prima e a redes de contatos (Moraes,
2006).
Agradecimentos
A S. Rostain; a E. Neves e os membros do PAC;
à D. Schaan, e seus estagiários da UFPA; A J.
Gomes, B. Lacale e ao IDSM; à A. G. Morais; a
C. de Paula Moraes; à M. Barboza; à M. Lima.
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Lathrap já haviam pensado nessa possibilidade,
porém Heckenberger consegue dados a partir
de um grande projeto na área do Xingu em
parceria com os Kuikuru.
7
Material oriundo de pesquisas do PAC e do
Instituto de Desenvolvimento Sustentável
Mamirauá.
8
A fase Paredão está datada entre os séculos V
e XII D.C. e é encontrada na conluência dos
Rios Negro e Solimões.
9
A fase Mancapuru está datada entre os séculos
IV e IX D.C.
10
Não trabalhamos com urnas policromas do
Baixo Amazonas por enquanto. Pesquisas feitas
em parceria com o Projeto Baixo Madeira.
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Municipal de Cultura FAPESP: 253-266.
1
Fase pertencente à Tradição Policroma
datada aproximadamente entre 900 e 1600
D.C. Encontrada ao longo dos Rios Madeira
e Solimões.
2
Visto a diversidade das línguas isoladas e
das práticas encontradas, optamos por não
apresentar esses resultados nesse momento.
3
Os termos fase e tradição são usados aqui
como instrumentos de trabalho, acreditamos
que existam coerências internas que permitam
ir mais longe, porém esses termos não
substituem, em nenhum momento, o nome de
etnias ou troncos linguísticos.
4
Não possuímos dados sobre os contextos
funerários dessa tradição.
5
Por exemplo, a importância dos antiplásticos
vem sendo questionada, padrões de ocupação
já podem ser associados a algumas fases,
continuidades entre diferentes fases podem ser
observadas, a fase Pocó deinida por Hilbert
no Trombetas, vem sendo encontrada em
diversas regiões e há propostas de que Pocó
seja deinida como tradição ou faça parte da
série Barrancoíde (Neves, 2010).
6
Antes de Heckenberger, Nordenskiold e
165
166
Simposio “Medio Amazonas y Madeira”
Arqueologia do baixo rio Negro
e a discussão de contextos locais do rio Unini
Márjorie Nascimento Lima1, Eduardo Kazuo Tamanaha1 & Eduardo Góes Neves1
1
Museu de Arqueologia e Etnologia da Universidade de São Paulo, Laboratório de Arqueologia dos Trópicos
e médio rio Negro, identiicando uma série
de sítios arqueológicos associados à cerâmica.
Essas pesquisas são retomadas apenas na
década de 1990 com as atividades do Projeto
Amazônia Central, envolvendo atividades no
alto (Neves, 1998), médio e baixo rio Negro
(Valle, 2012; Heckenberger, 1997) (igura 1).
Um dos principais modelos sobre a ocupação
humana dessa bacia é o de Donald Lathrap
(1970). O modelo cardíaco, como icou
conhecido, propunha algumas questões
importantes para esse trabalho:
1. A de que a região do rio Negro foi ocupada
por populações Arawak.
2. O estabelecimento de uma cronologia para
essa ocupação e sua expansão.
Segundo Neves (1997) o primeiro ponto foi
retomado por Lathrap através do modelo de
Noble (1965) que tratava da origem e dispersão
de falantes Arawak, tema que anteriormente
havia sido foco do trabalho de Max Schmidt
em 1917. Em linhas gerais, Lathrap propôs
que uma leva de língua Proto-Arawak teria
experenciado a primeira onda migratória para
fora da Amazônia central. Esse movimento teria
ocorrido por volta de 4000 AC por meio dos
principais rios da bacia Amazônica, entre eles
o rio Negro que através do canal Cassiquiare
daria acesso às margens do rio Orinoco. O
principal correlato arqueológico desse processo
seriam as cerâmicas do complexo Barrancóide/
Saladóide, com dispersão panamazônica
(Lathrap, 1970; Oliver, 1989). Essa correlação
entre povos Arawak e cerâmicas Barrancóide/
Saladóide foi inicialmente proposta por Erland
Nordenskiöld entre 1902-1931 (Brochado e
Lathrap, 1982; Neves, 2012).
Embora esse quadro seja importante para o
estabelecimento de uma história regional no rio
Negro, pesquisas posteriores demonstraram
que o estabelecimento humano na região é
mais tardio do que proposto por Lathrap
(Heckenberger, Neves e Petersen, 1998;
Lima, 2008), remetendo ao século III AC no
baixo rio Negro. Por outro lado, as pesquisas
Introdução
A bacia do rio Negro engloba três países
principais Brasil, Colômbia, Venezuela e uma
pequena porção do território das Guianas
(Calbazar, 2010; Zeidemann, 2001). Essa
extensão engloba também grande diversidade
ambiental e cultural, foco de pesquisas multi e
interdisciplinares, entre elas a arqueologia.
Apesar da grande diversidade cultural, estudos
antropológicos e etnográicos no alto rio Negro
tem demonstrado que houve e ainda persiste
um sistema cultural plural, uniicando diversos
grupos humanos em uma mesma dinâmica
sócio-política e cosmológica. Ainda não está
claro de que forma essas relações ocorreram
no passado, mas há indícios arqueológicos e
etnohistóricos de que esse sistema cultural
abrangia toda a bacia rio negrina e se expandia
para outros rios maiores, como o Solimões e o
Orinoco (Neves, 2001; Wright, 1992; Heinen e
García-Castro, 2000; Gassón, 2002; Whitehead,
1994).
A partir dessas premissas, este trabalho
apresenta as pesquisas arqueológicas realizadas
ao longo do rio Unini, aluente da margem
direita do baixo rio Negro. Ainda que seja um
rio de segunda ordem e com características
que diferem da calha principal, os dados das
escavações no Unini permitem contribuir e
traçar um breve panorama sobre as dinâmicas
e movimentação desses povos pelo rio Negro.
Breve histórico de pesquisas
Do lado brasileiro, a arqueologia dessa região
ainda é pouco conhecida, embora desde o
século XVIII haja menções de viajantes e
cronistas sobre a existência e diversidade do
registro arqueológico da área. O início das
pesquisas sistemáticas no rio Negro brasileiro
ocorreu a partir da década de 1950, na cidade
de Manaus, com os trabalhos do alemão Peter
Paul Hilbert. Posteriormente, entre 1970-1980,
Mário Simões percorreu grande parte do baixo
167
Novo Airão e Barcelos, próximo à conluência
com o rio Branco, cuja foz está localizada a 250
km da cidade de Manaus. As primeiras notícias
sobre o rio Unini são de Alexandre Rodrigues
Ferreira em seu diário de viagem, onde é
mencionada a conexão natural que essa bacia
permitia entre a calha principal dos rios Negro
e Solimões (Ferreira, 2007).
Apesar de ser tributário de um rio de águas
pretas, o rio Unini, forma uma planície de
alagação, fator que tem algumas implicações
na formação do registro arqueológico dessa
área. Até então foram identiicados dez sítios
arqueológicos na região (Valle, 2012; Lira,
2009), todos implantados nas áreas mais altas
dessa planície de alagação, onde atualmente
estão localizadas as comunidades ribeirinhas
(igura 2).
Devido ao regime de deposição do rio Unini,
a superfície dos sítios está coberta por um
sedimento siltoso e, ao contrário de muitos
sítios da zona de conluência dos rios Negro
e Solimões (e. g.: sítios Açutuba e Hatahara),
poucos fragmentos cerâmicos são visíveis na
superfície dos sítios. Geralmente estes ocupam
o entorno das casas, as áreas de roça, os
caminhos das comunidades e a encosta do rio.
Alguns desses sítios também estão associados
a solos antrópicos conhecidos como terra
preta, embora sua ocorrência só seja vista
em profundidade. Esses solos antrópicos
têm grande extensão pela bacia Amazônica,
o que lhe confere graus distintos de
variabilidade, envolvendo formação, uso
atual, tamanho e profundidade nos sítios
arqueológicos. Esse fenômeno pode ser
interpretado como marcador cronológico,
cultural e social, indicador do aumento da
densidade demográica e do estabelecimento
de assentamentos sedentários na Amazônia
(Petersen, Neves e Heckenberger, 2001; Neves
et al., 2003; Arroyo-Kalin, 2008).
De forma geral, os solos de terra preta
apresentam coloração escura, considerável
índice de matéria orgânica, pH elevado,
teores elevados de cálcio, magnésio e fósforo
(Lehmann et al., 2003). Dados obtidos na
Amazônia Central mostram que sua formação
ocorreu principalmente entre os séculos V
e XI DC, associados aos grupos cerâmicos
barrancóides/borda incisa (fases Manacapuru
e Paredão) (Neves et al., 2003, 2004; Neves,
2008; Rebellato, Woods e Neves, 2008).
Para tratar dos contextos arqueológicos do
rio Unini, tomaremos como exemplo os sítios
Floresta e Lago das Pombas, ambos no médio
indígenas nessa região, principalmente no alto
curso, apontam que atualmente o que se vê é
um mosaico linguístico, compreendido por
falantes Arawak, Tukano e Maku (ISA, 2002).
A história de longa duração de cada um desses
grupos, seu local de origem e expansão é
um dos fatores importantes para a análise
do sistema do alto rio Negro. No entanto,
essa é uma questão ainda não resolvida na
linguística brasileira (Urban, 1992). A maior
parte das pesquisas está focada na antropologia
histórica (Dreyfus, 1993) e social da região,
uma espécie de etnologia comparativa desses
grupos que demonstram um sistema baseado
na hierarquia e igualitarismo, consanguinidade
e territorialidade (Golman, 1963; Hugh-Jones,
1979; Wright, 2005).
Assim, uma questão relevante para a
compreensão do passado rio Negrino é a
hipótese de que esse mosaico linguístico,
social e político visto atualmente fosse mais
abrangente no período pré-colonial e que se
estendesse de maneira ramiicada para toda
a bacia (Dreyfus, 1993; Neves, 1998; Zucchi,
2002; Vidal, 1993). Essa noção é baseada
principalmente através da integração dos
povos que habitaram essa região ou do que
se convencionou chamar de esferas regionais
de interação (Neves, 1998; Wright, 2005). O
ponto central dessa ideia é um sistema regional
articulado em rede, deinido por Dreyfus
(1993: 24) como “um espaço político de
comunicação social e ideológica (...) um espaço
evidentemente descontínuo, de fronteiras
luídas e morfologicamente lutuantes” onde era
possível atuar simultaneamente promovendo
trocas de bens especializados, casamentos ou
raptos de mulheres, situações belicosas, além
da busca de escravos para rituais (Dreyfus,
1993). Nesse contexto são comuns menções
aos falantes Karib e Arawak, particularmente
no baixo rio Negro entre sua foz e a altura do
rio Branco (ao norte da área de pesquisa) onde
tiveram destaque os Manao (Farage, 1991;
Dreyfus, 1993; Hemming, 2007: 639).
Esse rápido panorama não contempla tudo
que se sabe sobre a ocupação humana do rio
Negro, mas oferece uma série de problemas
e hipóteses com os quais se pode trabalhar
centrados na construção de uma história
regional de longa duração.
Os contextos locais do rio Unini
O rio Unini é um aluente de margem direita
do rio Negro localizado entre as cidades de
168
curso do rio, distantes em linha reta cerca de
cinco quilômetros.
É dessa área as datações até então obtidas para
o sítio, situando-o entre os séculos V AC e V
DC, as datas são para as camadas II e IV do
sítio indicando um extenso intervalo temporal
entre essas ocupações.
Outra área com a presença de terra preta foi
escavada próximo ao local terraplanado para o
campo de futebol, estando afastada do rio Unini
(igura 3A). A questão mais interessante dessa
área está relacionada às feições e estruturas de
combustão identiicadas. As feições podem
ser caracterizadas por dois tipos: 1) pelo
agrupamento de fragmentos cerâmicos (que
muitas vezes remontavam), associados a cinzas
e carvões de diversos tamanhos e 2) feição com
grande extensão vertical e contorno circular
não ultrapassando 25 cm de diâmetro. Nessa
área a ocorrência dos solos de terra preta varia
entre o 10YR 2/1 Black e o 10YR 2/2 Very
Dark Brown, as colorações mais escuras do sítio.
As análises arqueobotânicas desse contexto
conduzidas por Myrtle Shock demonstram a
maior frequência do sítio (e alta diversidade) de
frutos, sementes e parênquimas. As amostras,
no entanto, ainda não foram identiicadas e
seguem em processo de análise (ver Schock et
al. nesse volume).
O cruzamento dessas evidências sugere que
apesar da ocorrência de terra preta em outras
áreas do sítio Floresta, esse é um contexto
particular e sugere que independente da função
que possa ser atribuída, quando correlacionada
as outras áreas do sítio, aponta para a diversidade
de atividades desenvolvidas no local.
A área escavada no sítio fora das matrizes
antrópicas está associada ao contexto de
deposição de um grande vasilhame cerâmico,
cujo comprimento máximo ultrapassa 100 cm
(igura 3C). Esse vasilhame continha ossos
em seu interior, indicando tratar-se de uma
recipiente funerário. O grau de conservação
dessa amostra, contudo, era extremamente
baixo impedindo que possam ser realizadas
maiores contextualizações a esse respeito.
Além dessa vasilha, a erosão do Unini expôs
na encosta do barranco outras vasilhas com
contextos semelhantes, mas que não foram
escavadas.
No interior da urna também foram observadas
em laboratório marcas de erosão semelhantes
àquelas descritas pela fermentação de bebidas
(Skibo e Schiffer, 2008: 50). Trata-se de marcas
circulares que ocupam principalmente a base
e o bojo/carena da vasilha, formando uma
faixa linear em toda a circunferência interna. É
importante mencionar que marcas semelhantes
Sítio Floresta
O sítio está localizado na margem direita do
rio Unini, próximo à foz de um seus mais
extensos aluentes, o rio Papagaio. Com
aproximadamente 8 ha., ocupa um baixo terraço
livre de inundações sazonais1. As porções
sudoeste e oeste do sítio são delimitadas por
um extenso igapó (zonas alagadiças sazonais),
seu limite leste é o próprio rio Unini e a norte é
limitado pelo campo de futebol da comunidade.
Até agora as intervenções nesse sítio nos
permitem indicar que:
1. De forma geral o sítio Floresta é marcado
pela presença/ausência da terra preta e pela
presença de elevações na superfície do sítio
(mounds).
2. O sítio está associado a profundas camadas
de terra preta que não ocorrem de forma
contínua, mas em manchas;
3. Esses solos antrópicos não aparecem na
superfície dos sítios, exceto em áreas que
sofreram terraplanagem. Parece ser um padrão
o fato de essas camadas estarem recobertas
por pacotes que podem alcançar até 1m de
profundidade de sedimentação do Unini. Essa
camada também não é contínua.
As estruturas monticulares2 formam um arco
com cerca de 180m, estendem-se do sudoeste
ao noroeste do sítio, marcando o limite com a
área de igapó. Essas estruturas não são regulares,
nem contínuas, mas a escavação de uma delas
mostrou que sua característica elevação é
formada por camadas de sedimentação, com
baixa densidade de vestígios arqueológicos
(igura 3B).
Não está claro ainda se a sedimentação vista
nessa área ocorreu in situ ou se é um aterro
que foi trazido de outras áreas com a intenção
de elevar essa parte do sítio. No noroeste de
Floresta essas estruturas são pouco visíveis
devido à terraplanagem do terreno para
abertura do campo de futebol.
Abaixo da camada de sedimentação, ocorrem
solos de terra preta que nessa porção do
sítio alcançam 280 cm, com alta frequência
de vestígios arqueológicos. Uma questão
interessante no peril estratigráico dessas
unidades é a presença de sedimentos do tipo
tabatinga (solo esbranquiçado e com grande
plasticidade) acima das camadas antrópicas. A
tabatinga só ocorre na base do sítio, fora das
camadas culturais.
169
Sítio Floresta
- Cerâmica (140-150 cm): 420 – 570 DC
- Cerâmica (220-230 cm): 410 – 370 AC
não foram vistas na superfície externa do vaso.
A disposição das manchas de terra preta
e do material cerâmico ocorre de maneira
semicircular no sítio, fora da área com os
montículos e está marcada em dois momentos
distintos: um mais recente, voltado para o rio
Unini que ocorre entre os 20-40 cm, outro
mais antigo, entre os 60-80 cm, com um
padrão de deposição completamente distinto
de seu posterior, voltado para o norte do
Unini. Embora esse padrão deva ser veriicado,
também deve ser analisado com mais acurácia
na continuidade dos trabalhos.
Conclusão: Os sítios Floresta e Lago das
Pombas no baixo rio Negro
Se compararmos as regiões do baixo, médio
e alto rio Negro, veremos que duas situações
saltam aos olhos. A primeira é com relação
à ausência de pesquisas arqueológicas no
médio curso, que deixa uma enorme lacuna na
arqueologia dessa região (igura 1).
O segundo ponto, também relacionado com a
questão amostral, é que se compararmos essas
três regiões, as ocupações mais antigas estão
no baixo e alto rio Negro. No baixo curso há
evidências de ocupações desde o século V AC
(datas do sítio Floresta) até o século XVI DC
(Simões e Kalkmann, 1987). No alto curso, do
qual tratamos perifericamente nesse trabalho,
há uma duração maior embora pouco
compreendida, abrangendo desde a metade
do segundo milênio AC até o século XVI DC
(Neves, 1998).
No rio Unini as datações obtidas indicam
que as primeiras ocupações dessa bacia
ocorreram por volta do século III AC e estão
associadas à cerâmica Barrancóide. Além disso,
a ausência de sítios associados a cerâmicas da
Tradição Polícroma da Amazônia, a presença
de ocupações duradouras caracterizadas pelas
terras pretas, a possibilidade da existência
de montículos associados às ocupações do
sítio Floresta, a possibilidade de ocupações
semicirculares demonstradas pela disposição
da cerâmica nesse sítio, a ausência de evidências
que indiquem guerras internas nesses contextos
e os relatos de ocupações historicamente
associadas a povos Arawak, nos levam a
propor que as ocupações do Unini podem
ser associadas ao que Santos-Granero (2002)
indicou como um Etos Arawak, i.e., ocupações
com caráter Arawak.
Heckenberger (2002) apontou uma série de
elementos distintos que diferenciam os povos
Arawak dos não-Arawak, como os aspectos da
vida sedentária, regionalidade e hierarquia social.
Embora comuns em grupos falantes Arawak,
esses traços também seriam compartilhados
por grupos não-Arawak. O autor também
estima que o baixo rio Negro é marcado no
período colonial pela massiva presença de
povos Arawak e sítios arqueológicos com
cerâmica Barrancóide, fatores que permitem
a vinculação de povos Arawak à cerâmica
Sítio Lago das Pombas
Com aproximadamente 3,5 ha. o sítio está
localizado próximo à conluência do Lago das
Pombas com a calha principal do rio Unini.
Diferente de Floresta, o sítio Lago das Pombas
é inundado sazonalmente em eventos de cheias
maiores do rio.
Nesse sítio as intervenções foram mais pontuais
que no sítio Floresta e o tamanho estimado para
o sítio pode ser ainda maior, mas as escavações
proporcionaram a maior amostragem cerâmica
da área. As datas obtidas para esse contexto
demonstram que a ocupação do sítio Lago das
Pombas é, em geral, mais recente do que o sítio
Floresta, sendo que a sua primeira ocupação
parece ter ocorrido antes da última ocupação
de Floresta e se estende até o século IX DC.
A cerâmica do sítio Lago das Pombas
reúne algumas características comuns aos
dois momentos ocupacionais: presença do
engobo vermelho, do escovado, de apêndices
zoomorfos e, assim como no sítio Floresta, a
inserção do caraipé na argila da cerâmica. A
análise desse material ainda não foi inalizada,
mas a ocorrência conjunta desses e de outros
elementos, que são até mesmo característicos
de outras cerâmicas do quadro crono
tipológico da região (como a cerâmica da
Tradição Polícroma da Amazônia), nos leva a
conduzir abordagens que identiique a maneira
como esses elementos ocorrem nos vasos, não
apenas sua presença/ausência.
No entanto, a reunião de alguns elementos
tecnológicos (igura 5), o contexto de deposição
dos sítios e as datações obtidas (conforme as
informações abaixo)3 permitem associar esses
contextos à Tradição Barrancóide:
Sitio Lago das Pombas
- Carvão (70-80 cm): 800 – 840 DC
- Cerâmica (140-150 cm): 230 – 390 DC
170
Barrancóide (Heckenberger, 2002: 107-109).
Essa associação, ainda que esses elementos
possam aumentar e/ou serem transformados,
à medida que diferentes áreas sejam estudadas,
nos oferece um ponto de partida para olhar
a história regional do rio Unini, permitindo
pensar processos históricos culturais, sociais e
políticos que se deram nessa porção da região
Amazônica.
A correlação entre língua-registro arqueológico
tem como principal problema a questão das
diferentes escalas com as quais se trabalha,
considerando-se aí a natureza estática do
registro arqueológico (Neves, 2011: 31-35).
Parte dessa grande discussão reside no risco
de generalizar histórias que são heterogêneas,
por isso entendemos que a essa correlação se
juntam também outros fatores, entendidos
aqui como contextuais (cf. Heckenberger,
2002; Neves, 2011, 2012) e que podem ser o
correlato de um conjunto de práticas culturais
que ocorrem de maneiras diferentes e com suas
especiicidades em diversas regiões.
Dessa maneira, trabalhar com a correlação
língua-registro arqueológico “não implica
reconhecer uma correspondência geral entre
etnias especíicas, idiomas e cultura material”
(Hornborg e Hill, 2011: 11, tradução nossa), mas
nos permite um diálogo mais inclusivo com a
produção antropológica das terras baixas, uma
questão ainda mais latente quando se trata
do rio Negro. Essa região é importante não
apenas por sua associação à movimentação
de povos falantes Arawak, mas também pela
possibilidade de estabelecimento de uma
história de longa-duração.
Assim nesse momento, essa parece uma
correlação possível, mas que trata de diversas
histórias. Ou seja, ainda que haja um etos
comum, tais histórias podem ter acontecido
de maneiras distintas, devido a contingências
históricas, ambientais, religiosas e políticas,
resultando em um sistema complexo e
dinâmico que mesmo na análise de grupos
contemporâneos, são assinaladamente pouco
compreendidas.
É também necessário dizer que essa questão é
amplamente hipotética e pode mudar a medida
que novos dados sejam obtidos.
Amazonas y Madeira e à equipe do Laboratório
de Arqueologia dos Trópicos (Arqueotrop)
do Museu de Arqueologia e Etnologia da
Universidade de São Paulo. As pesquisas de
campo e laboratório foram inanciadas pela
Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado
de São Paulo (FAPESP). A interpretação dos
dados é totalmente de responsabilidade dos
autores.
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e submetido à Fundação Vitória
Agradecimentos
Os autores agradecem a Stéphen Rostain e à
Flacso pelo convite à participação da 3 edição
do Encontro Internacional de Arqueologia
da Amazônia, à Anne Rapp Py-Daniel pelo
convite à participação do Simpósio Médio
171
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Press: 199-222.
1
Mesmo em eventos de cheias excepcionais
como as que aconteceram em 2009 e 2012 na
região Amazônica, afetando particularmente
o baixo rio Negro, a comunidade não sofreu
inundações (FVA 2013: comunicação pessoal).
2
Essas estruturas ainda não foram mapeadas.
3
Datações calibradas em 2 sigmas e obtidas
através do Beta Analytic.
173
174
Simposio “Medio Amazonas y Madeira”
The Polychrome Tradition at the Upper Madeira River
Fernando Ozorio de Almeida & Eduardo Góes Neves
believed that the Polychrome pottery was
produced basically by Tupi speakers, and that
these groups would have continently expanded
from Central Amazonia, due to the unique
position of this region in Tropical Forest
network, and by the unlimited potential of the
varzea for the cultivation of crops (e.g. manioc).
Thus, we ind ourselves facing the irst of the
major problems – an anthropological one – that
permeate the study of the Polychrome Tradition:
the relation between this archaeological class
and ethnographic groups. If Steward failed to
give much thought to this issue, and Meggers
and Evans were evasive on the matter, we would
ind ourselves obliged to agree with Lathrap’s
Polychrome-Tupi correlation. However, this is
not a straightforward relation as, for example,
there are several Tupi family groups that do
not (or did not use to) produce pottery with
polychrome painting (Almeida, 2013), and even
some of those which have historical accounts
on the production of polychrome pottery,
such as the Kokama-Omágua, have a series
of problems in the linguistic classiication
(cf. Cabral, 1995; Cabral and Rodrigues, 2003;
Heckenberger et al., 1998; Neves, 2012; Urban,
1996). Moreover, the supposed relation between
different ethnographic groups from the Upper
Amazon, and this Tradition is still implicit in
some researchers work (e.g. Roosevelt, 1991:
79), meaning this question remains unresolved.
Lathrap’s (1970: 74-79; Brochado, 1984)
hypothesis for the core place of the expansion
also did not work out. During the Central
Amazon Project (CAP) activities, it was soon
clear that the Guarita Subtradition pottery
(Polychrome Tradition) was chronologically
recent (beginning of the second millennium
AD), and thus unit for being the cradle of the
Polychrome expansion (Heckenberger et al.,
1998).
Besides contesting the origin for the cardiac
expansion proposed by Brochado and Lathrap,
another important contribution brought by
CAP was to assembly a great amount of
data related to the Guarita Subtradition (e.g.
Tamanaha, 2012; Neves, 2007, 2008, 2012),
specially studies of pottery technology, but
Introduction
Polychrome pottery has been studied since the
end of the 19th century, largely because of the
attractive context of the Marajó Island mounds
and the aesthetics of the pottery found in
them (e.g. Goeldi, 2009a [1900], 2009b [1906]).
However, the irst attempt to systematize the
data related to this pottery occurs only in the
mid 20th century when Howard (1947) organizes
it into a division formed by ive ceramic styles
(Napo, Miracanguera, Maracá, Marajó and
Chimay) found throughout the Amazon Basin
(cf. Brochado and Lathrap, 1982).
Almost simultaneously to the publication of
Howards divisions, Steward observed that
the pottery styles of different ethnographic
groups from the Upper Amazon, such as the
Shipibo (Pano speakers), the Kokama-Omágua
(Tupi-Guarani speakers) and the Jívaro
(isolated language), are “deinitely related to that
of Marajó and the lower Amazon, having geometric
designs formed of widely spaced, heavy lines, which are
outlined by one or more ine lines… [though] it lacks
the incised lines, the occasional zoomorphic motives,
and the modeled decoration of Marajó” (1948: 522524). Such an interpretation laid the framework
for the research undertaken by Meggers and
Evans (1957; Evans and Meggers, 1968), sent
precisely by Steward to the Upper and Lower
Amazon (Neves, 2012: 227).
Hence, during the ‘50s and ‘60s, Meggers and
Evans (1961: 379-380) would rework Howard’s
analytical classiication based on the study
of museum collections and their excavations
at the Marajó Island and the Napo River,
Ecuador (Evans and Meggers, 1968). It is
interesting to note a “subtle” epistemological
shift by the couple. While Steward compared
ethnographic groups and archaeological
pottery, Meggers and Evans leave the
ethnographic questions aside and set out to
make comparisons only on material grounds.
Such a theoretical-methodological shift would
leave Steward’s proposal, which linked a
diversity of ethnographic/linguistic groups to
this Tradition, unresolved.
On the other hand, Lathrap (1970: 74-79)
175
also other contextual data, such as the spatial
village disposal and the formation of the
archaeological record.
Authors such as Moraes (2010), Neves (2010),
Rebellato (2007) and Tamanaha (2012) used
ceramic distribution, soil geochemical analysis
and ethnohistorical data (e.g. Carvajal, 1941
[1542]; Porro, 1995) to infer that the populations
related to the Polychrome Tradition of Central
Amazonia used to build their houses in a linear
disposal, parallel to the river. The thin layers
(Lima, 2008; Tamanaha, 2012; cf. Bolian,
1975) and the reduced extension by which the
Polychrome shards were found in the sites were
clear distinctions of these groups vis-à-vis the
former inhabitants of the region, known for
their stable long term occupations, with circular
village patterns (Neves, 2012: 230).
Furthermore, the presence of ditches and
palisades in non-Polychrome sites in Central
Amazonia and Lower Madeira, and the
sudden “break” in the stratigraphy of multicomponential sites, by the time of the arrival of
the Guarita Subtradition (12th and 13th century),
indicate a shift towards conlict relations and
the end of a millenary stability in the region
(Moraes 2013; Moraes and Neves, 2012; Neves,
2009, 2011, 2012).
However, it is also possible to verify many
more chronologically extended occupations at
the same place by the Polychrome Tradition
producers. The clearest examples are the
Marajó Island mounds, where the Marajoara
Phase is related to occupations, which lasted
several centuries (AD 400-1300). The Teotônio
site, in the Upper Madeira region with dates
that varied from 700 BC (perhaps) to the
colonial period (Miller, 1992, 1999), could be
another example.
In addition, the studies of Polychrome
funerary urns also offer a didactic example of
the dubious characterization of this Tradition.
On the one hand, there seems to be a certain
temporal and geographical coherence in
some aspects of the funerary urns which,
following Barreto (2008: 96), furnish a kind of
cosmological unity to the peoples related to the
Polychrome Tradition. On the other hand, it is
clear that despite these recurrent stylistic traits,
there is a huge variability in the decorative
styles of the funerary urns. For example, the
Maracá (NE Amazonia) pottery has decorative
elements, which enabled its association to the
Polychrome Tradition (Guapindaia, 2001: 169),
although most of the funerary urns possess
a unique anthropomorphic or zoomorphic
character1.
In turn, the Marajoara urns (Barreto, 2008;
Meggers and Evans, 1957; Roosevelt, 1991;
Schaan, 2001) cover almost every possible
decorative variety. Immense variability, which
only inds a parallel in some of the antique
ceramic complexes of Amazonia, such as the
Saladoid (Orinoco Basin) and Pocó (Amazon
Basin) Traditions.
The Pocó Tradition irst appeared at the
Trombetas River, in the Lower Amazon
(Hilbert and Hilbert, 1980). The “Tradition”
characterization was due to the incorporation,
by Neves (2006, 2012), of other similar antique
Phases, such as the Açutuba Phase of Central
Amazonia (Lima, 2008; Lima et al., 2006)
and from pottery recovered from the Middle
Solimões (Costa, 2012), and from the Branco
River (Rio Negro Basin). The chronology
would range around 1000 BC to AD 500
(Hilbert and Hilbert, 1980; Guapindaia, 2008;
Lima and Neves 2011).
By no means would it be wrong to say that
all elements that deine the Polychrome
Tradition (Caraipé, opened vessels, langes,
thick incisions and polychrome painting) are
present in these earlier Phases, which also
have several common traits present in other
groupings (e.g. the modeled appliqués of the
Incised Rim/Barrancoid Tradition). What is
essential to grasp in the present research is the
fact that even though the Pocó Tradition has
painted decoration, it does not belong to the
Polychrome Tradition (Neves, 2012: 146; cf.
Neves 2006).
Hence, we uncover the second “big issue” facing
the contemporaneous Polychrome Tradition
researchers, an archaeological problem: the
confusion of stylistic elements that reappear in
chronologically distinct groups (i.e. The Pocó
and the Polychrome Traditions), resulting from
the immense variability of pottery produced
by the earlier groups (Pocó). This confusion is
relected in a complex sequence of dates, with
low geographical coherence for those who
observe their spatial distribution in a broad
perspective.
We now turn to the Upper Madeira region
to ind out how it can help us unveil these
questions.
The Upper Madeira
The chronology of the Polychrome Tradition
was one of our main concerns at the beginning
of the Upper Madeira Project (PALMA). The
176
abnormal character of the 700 B.C. date for
the Jatuarana Subtradition published by Miller
(1992) was troublesome, and an improved
understanding was urgently required. The
excavation of the irst two Polychrome sites
in the region, with their late chronology,
nevertheless did not provide the expected
answers.
The Associação Calderita site, found on the
right bank of the lower Jamari River, was
excavated in August 2008. It has a strategic
geographical position, less than one kilometer
from the mouth of the wide and long Candeias
River, with an oxbow lake in its backyard,
and only 4 kilometers from the Madeira, in a
straight walking line. It is a small 2,5 hectare
site, composed of a single area of terra preta,
with stratigraphy varying between 20 and
55 centimeters. This site was occupied on at
least two occasions: one radiocarbon date was
situated around cal. AD 1350; and two others
around cal. AD 1100.
Typological and statistical analysis indicated
that both occupations were related to the same
group, as the ceramic industry shows only
scarce changes through time. The pottery can
be described as having light colored paste, being
tempered with caraipé, and with incomplete
iring. Eleven form types were established. We
observed the presence of rim langes, most of
which possessed incised decoration.
Downriver from the Calderita site, where the
Jamari encounters the Madeira River, on the
left bank of the latter, lies the Itapirema site,
excavated in 2010. This site has a linear disposal
pattern following the low of the Madeira. It is
almost 1 kilometer long, and also has a strategic
position: besides occupying the Jamari-Madeira
encounter area, it also has a lake, the Cuniã
Lake, in the backyards.
This site has a series of middens, which
were possibly used to raise houses from
the commonly looded ground. During
archaeological activities in the Itapirema site
it was possible to excavate one midden which
was about 30 meters long, 20 meters wide,
and 60 centimeters high. Pottery was found
in a single terra preta package, which could be
thicker than 1 meter at the highest middens.
Two radiocarbon dates and one AMS date
pointed to a single occupation around cal. AD
1300.
The pottery strongly resembles the Calderita
site industry, though it is exceedingly more
sophisticated, with a wider range of options in
decoration, including a sole zoomorphic igure,
and vessel forms - 15 different types, including
complex forms.
Thus, the two irst Polychrome sites studied
raised further doubt about Miller’s antique
date. In addition, the archaeological research
at the nearby Santo Antonio Dam, was
similarly unable (up to now) to present
ancient Polychrome dates (ZUSE, 2011).
On the contrary, the researcher Silvana Zuse
(personal communication) had convincing
evidence of the existence of a pre-Polychrome
pottery, stratigraphically below the painted
ware in sites surrounding the Teotônio. This
evidence obliged us to consider the possibility
of a mistake by Miller, who may have applied
an ancient pottery date to the Polychrome
occupation. It was time to go back to the
Teotônio site.
The Teotônio Site
The Teotônio site can be found on top of a
bluff, on the right bank of the Madeira River
and of the homonymous waterfall. Although
the latter is not the irst obstacle for those who
ventured their way upriver it is, nevertheless,
the irst impassible barrier, even for the most
skilled navigator. We can further add to this
geographic character of the site the fact that
the Teotônio waterfall used to be one of
the most abundant ishing sites in the world
(Goulding et al., 1996: 109).
The
results
exceeded
expectations.
Stratigraphical analysis of the N10000 E9902
excavation unit proved us right as to the
existence of a pre-Polychrome pottery. The
latter was found between 40 and 55cm, just
below the Polychrome layer. Statistical tests
reinforced our laboratory observations, which
pointed to the differentiation of ceramic
industries. Besides the lack of polychrome
painting, pre-Polychrome pottery was
characterized by the use of mineral temper,
restricted vessel rims, and an almost careless
surface treatment: irregular surfaces sometimes
covered by irregular incised decoration2.
The dates from this excavation unit pointed
to cal. AD 500 for the pre-Polychrome
pottery while the Polychrome layer provided
an anomalous present date. The Polychrome
pottery was only securely dated at the N10001
E10003 excavation unit, which yielded a date
of cal. AD 750, at the level 50-60cm. This level
was at the basis of the Polychrome pottery layer
in this excavation unit, and so this date should
be chronologically close to the beginning of
177
distance, by people from outside the house,
and possibly from outside the village (Bowser,
2002; Wabst, 1977), maybe in great rituals that
gathered different neighboring groups. The
presence of neighboring site elements in the
Teotônio site pottery, and the presence of
Teotônio traits in quite faraway industries5,
seem to indicate that this site may have been the
core of a ritual/commercial regional network.
It is clear that if such a phenomenon took
place at the Teotônio site, that the abundance
of ish that used to exist in the area would be
perfectly suitable for such gatherings, enabling
great feasts and providing the hosts with a
predominantly leading role.
the polychrome occupation. However, below
the latter, in the same excavation unit, there
was another terra preta layer (same soil color),
though without ceramic shards, but only lithic
(mostly quartz) lakes, which stretched from
60cm to 110cm. This pre-ceramic occupation,
was also composed of charcoal fragments and
remains of palm tree seeds, and was dated in
cal. 1450 BC.
Hence, the evidence brought by the recent work
in the Teotônio site indicates that Miller’s 700
B.C. date was closer to the pre-ceramic period
than to the ceramic occupations. Furthermore,
the pre-Polychrome pottery, which apparently
does not spatially overlap the pre-ceramic
occupation in the site, is another consistent
piece of evidence that the Polychrome
occupation is much later than supposed and
much closer to the other Upper Madeira
Polychrome sites (Calderita and Itapirema) as
well as the Central Amazon chronology.
Such a scenario would provide a neat and
consistent explanation to our proposed issues
if it was not for the unexpected dificulty,
during the ceramic analysis, to insert the
Teotônio polychrome pottery in the Jatuarana
Subtradition and, consequently, in the
Polychrome Tradition (although we have been
naming it thus up to now). Both the statistical
and the typological analysis indicated that,
while resembling all the researched PALMA
sites – including the uncommented nonPolychromous sites3 - the Teotônio site did
not it into any of the archaeological groups
characterized so far4.
Some ceramic elements are the same as the
Calderita/Itapirema duo: caraipé and cauixí
temper, light colored paste, incomplete iring,
rim langes, slips, broad incisions and red and
white (seldom black) variants of painting.
However, the Teotônio site possessed several
other elements – in particular, decorative
elements – which are neither common
to the Jatuarana Subtradition nor to the
Polychrome Tradition in general. For example,
the corrugation, brushing, pinched, nailed
decorations, the coil appliance, the presence
of orange paint, and the use of a different
technique of painting: thick motives rather
than slim. Elements, which are much more
frequent in the Pocó Tradition (or similar
to, for example, the Saladoid Tradition) (cf.
Guapindaia, 2008; Lima, 2008; Miller et al.
1992).
The thick painted motives which were made on
the vessels are adequate for being seen at some
Discussion
The role of network maestro is traditionally
designated, by researchers studying the cultural
history of Amazonia, to Arawakan speaking
groups (Chernela, 2008; Gow, 2002: 152;
Heckenberger, 2002, 2010: 21; Hornborg,
2005; Ribeiro, 1995). The latter would seek
signiicant strategic places, such as rapids and
waterfalls (e.g. Zucchi, 2002: 206), to create
such network cores. The Arawak dispersions,
related to archaeological Traditions such as
the Incised Rim/Barrancoid and the Pocó/
Saladóid Traditions, would have already been
in practice in the irst millennium B.C. in the
Amazon and Orinoco Rivers, but would have
entered the Upper Madeira only around AD
500, as some kind of variant of the Pocó
Tradition.
Although Arawak speakers are nowadays
absent from the Upper Madeira banks, which
today is actually an indigenous void, the
Arawak groups can be found all around the
area, in nearby Acre (e.g. Gonçalves, 1991),
lowland Bolívia (e.g. Renard-Casevitz, 2002)
and Peru (e.g. Gow, 2002; Weiss, 1972), and
Guaporé regions (Heckenberger, 2010: 21).
Such an Arawak presence in the surroundings
of the Upper Madeira was perceived by
Heckenberger (2002), who quite ingeniously
predicted (without carrying out archaeological
excavations) the existence of such an Arawakan
network core in the Upper Madeira.
If our hypothesis is right, it would probably
mean that the polychrome pottery from
the Teotônio site is not actually part of the
Polychrome Tradition, nor of the Jatuarana
Subtradition, but of an ancient polychrome style
possibly related to the Pocó Tradition. Despite
a few chronological and typological gaps which
178
need to be illed for such a hypothesis to be
“proven” right, it neatly its the distinction
where: (I) the antique polychrome producers
(ancient Arawaks) have a stable long term
occupation character and more “sophisticated
ware” (i.e. Teotônio), which Heckenberger
(2002: 114-115) calls “regionality” while; (II)
the Polychrome Tradition, which has fewer
ceramic elements, shorter site occupation and
linear disposal pattern could be identiied in
the Calderita and Itapirema sites.
Moreover, the presence of a network core in the
Upper Madeira can be the path to uncover the
“genesis” of the Polychrome Style (to become
Polychrome Tradition): a reinterpretation,
stylistically simpler, of the ancient painted
style found at sites around the Teotônio
waterfall, probably by autochthonous (Tupi?)
groups who possibly entered the network. The
reevaluation of the dates and the archaeological
classiication would give much more coherence
to the Polychrome Tradition dates, that would
vary from AD 700 to the colonial period, and
would be restricted to the Madeira River, the
Central Amazon area, and the Upper Amazon:
a dynamic and warlike (Neves, 2010, 2012)
dispersion (not fully an expansion) which takes
after the Tupi characterization foreseen by
Lathrap and Brochado.
Finally, if we follow this model, where some
groups would disperse themselves (not
necessarily expand), seeking of determinate
places (geographic agglutinates) to organize
core network centers, it could explain why
geographically and linguistically distant groups,
such the southeastern Amazon Tupi-Guarani
and the Upper Amazon Shipibo-Conibo, share
several cultural traits (such as painted and
corrugated pottery) even though they probably
never had direct contact, as it is perfectly
possible that the Upper Amazon (cf. Lathrap,
1970: 110-11), Upper Negro (Zucchi, 2002:
206) and the lower Xingu River (cf. Almeida,
2013) regions saw similar phenomenons. All in
all, they had the same stylistic inluence.
group passed through. The core center does
not even have to be riverine, as signiicant
places (such as the Acre earthworks) can also
be artiicially constructed in highland areas.
Nevertheless, it seems that rapids and waterfalls
were some of the most attractive “targets” of
these groups. These are precisely the sites that
are being systematically wiped off the map by
Brazilian energy policies, one of which is eager
to construct dams in all major and secondary
rivers in the Amazon.
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Last Notes
Even though this hypothesis needs to be better
tested in further investigation, it possesses the
attractive feature of uncovering the potential
of certain places posses a regional synthesis
character for historical events and processes,
and does not condemn every inch of the
Amazon River banks to be “only another
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1
Also observed by Guapindaia (2001: 169).
A fairly similar description can be found in the
unmentioned Nova Vida site, also excavated
by PALMA in the Upper Madeira (Almeida,
2013). The pre-Polychrome layer and the Nova
Vida site are also chronologically close, as the
latter possesses an AD 200 radiocarbon date.
3
Nova Vida and Jacarezinho sites.
4
This inference is also based on the re-analysis,
by Stephen Shennan (UCL) and Fernando
2
181
Almeida, of approximately 700 ceramic sherds
from Miller’s excavation unit.
5
For example, the polychrome painting found
in the Jamari Tradition deined by Miller (et
al. 1992) was enough to confuse the author
into thinking that this Tradition was part of a
polychrome universe, when it is quite clear that
these elements were borrowed.
182
Simposio “Medio Amazonas y Madeira”
Houses, hearths, and gardens: space and temporality
in a pre-Columbian village in the Central Amazon
Anna T. Browne Ribeiro
disentangle the cumulative effects of human
actions and natural processes in order to bring
to light the preserved remains of speciic
individual acts as well as the traces of repeated
activities. Coupled, the physical remains of
an action and the action itself imply the third
dimension of place – an actor. Place theory
hence provides the conceptual bridge between
collections of particles, molecules, and
chemical reactions, on the one hand, and past
living subjects, on the other.
For situations in which the lived experience
of subjects is dificult to access, which is
the case in Amazonian archaeology, the
reconstruction of physical spaces and forms
along with their functional or classiicatory
designations presents one avenue toward
populating past cultural spaces with sentient
beings. Understanding the articulation between
humans and speciic aspects of material culture
or their surroundings is crucial for arguments
that associate completed architectural forms or
modiied landscapes with social organizational
schema or levels of population density. Until we
understand the mechanisms and chronology of
these transformations we cannot make claims
about size, intensity, or nature of habitation.
The careful mapping out of these encounters
between humans and non-human entities can
only be accomplished if the forms, spatial
relations, and aspects reconstructed are of a
scale recognizable to a human being.
As such, we begin by mapping a village, the
houses therein, and the traces of momentary
acts and repeated activities to reconstruct the
stepwise transformation of a particular piece
of land that was inhabited over 1000 years
ago in the Central Amazon. This study was
conducted at the Antônio Galo site, which
boasts extremely well-preserved domestic
contexts organized, in their inal phase, as a
ring village (Browne Ribeiro 2011; Moraes
2006, 2010a). Excavations revealed that the ring
village occupation conformed to expectations
for spatial parsing of deposition to the extent
to which the central plaza was kept relative free
of debris. Additionally, the mounds were shown
Introduction
Amazonia, perpetual icon of Edens and
mysteries, of terrors and treasures, played a
key role in the deinition of ideas about nature
and culture that persist today in the Western
imaginary. Archaeological narratives have
contributed to this process (Browne Ribeiro
2009, 2011). In point of fact, archaeological
narratives rarely rise to prominence unless they
promise to resolve long-standing demographic
debates about Amazonia that are rooted in
environmental questions. (e.g. Heckenberger
et al. 2003; McMichael et al. 2012; Meggers
1971, 1992). However, archaeology can also
furnish data that can correct the tendency to
automatically recruit ecology when dealing with
questions of human habitation in Amazonia,
thus creating space for different kinds of
debates in this region.
This work is positioned within major debates
in Amazonian archaeology as an attempt to
bring together two major research themes that
are commonly addressed in separate arenas,
through distinct approaches, methodologies,
and data sets. While questions of human-land
relationships are often considered processual,
considerations of the size, distinctions, and
limitations of cultural complexes might be seen
as historical. One of the aims of this study is to
identify a perspective and scale of analysis that
permit a new and precise articulation between
the processual and the historical. The human
subject, who encounters nature through the
body, does so through the enaction of daily
practices. Given that the social can be thought
of as the sum of multiple iterations and
interpretations of bodily dispositions, the scale
of the human subject is a means of examining
this articulation.
This momentary encounter of people, as
intentional and knowledgeable subjects, and
their surroundings, is examined through the
lens of place theory, wherein places, people,
and moments are interdependent and coconstitutive (Relph 1976). The techniques and
approaches presented here were designed to
183
to be built structures consisting of a platform
of grayish-yellow earth covered with a layer
of terra preta, conforming to expectations set
forth by Moraes (2006, 2010a). Well-preserved
contexts buried beneath the platforms were
revealed at most mounds, providing the
opportunity for diachronic study.
The occupation denoted by these buried
contexts is the focus of the present discussion.
Geoarchaeological testing undertaken to
characterize visible buried contexts also made
possible the identiication of previously
undetected surfaces. Additionally, a distinction
among buried contexts was identiied that was
interpreted as the distinction between houses
and possible gardens. Hence the test units,
“windows” into the previous occupation,
made possible a mapping of the temporal
progression of use of space as domestic or
not. Based upon these data, a reconstruction
of the occupation sequence is proposed,
wherein habitation space, initially limited to the
southern portion of the study area, expands
iteratively to eventually cover most of area of
the landform not subject to seasonal looding.
study contributes to a growing literature on
comprehending the processes of terra preta
formation, both from the perspective of
pedogenic (soil-forming) processes and in
terms of speciic inputs, both chemical and
particulate (sediments), to this matrix (e.g.
Arroyo-Kalin 2008; Browne Ribeiro 2011;
Rebellato 2009; Schmidt 2010). The purpose
of this approach, which focuses on the scale
of human activities, is hence threefold:
1) The analytical scale provides a much-needed
bridge between processual studies of the
ecology of terra preta and historical studies of
their appearance, extent, and correlates.
2) The focus on sedimentological concepts
(Stein 1985) explicitly addresses the anthropic
inluence of methodological approaches.
3) It returns the focus to humans as agents in
generating their own conditions of existence.
Theoretical underpinnings
An anthropological archaeology with strong
theoretical inluences from humanistic
geography, this study was designed to chart
the interaction between humans and their
environments at the scale of practices and
isolated actions. The theory of place employed
here draws upon humanistic geography
(Cresswell 2006; Pred 1990; Relph 1976)
to make possible a move beyond Cartesian
perspectives of three-dimensional space in
order to think about places as populated
and signiied. The meaning of localities
determines not only by whom and how they
are used but also, signiicantly for archaeology,
whether and how they persist through time.
The work of populating places with people
forces archaeologists to think beyond material
remains as degraded collections of matter, but
rather to interpret these as nexus entangled
in dynamic webs of social relations. It also
requires a closer look at interpretations of
material remains: for example, asking whether,
or how, a human being standing on surface
“X” could reasonably have accomplished
task “Y” helps furnish some of the missing
pieces of our inevitably incomplete records.
Finally, it requires us to acknowledge that our
interpretations imply a perspective.
Acknowledging that present remains ensued
from the actions of intelligent, sentient
beings also has pragmatic implications for
an engaged archaeology, not least because
casting Amazonia as populated or not has
implications for living descendant populations.
Background
This study builds upon data assembled by the
Central Amazon Project (CAP), which points
to the last few centuries of the irst millennium
AD as a period of intensive cultural and
ecological transformation (e.g. Moraes &
Neves 2012; Neves 2009; Neves & Petersen
2006). Focusing on the correlation between the
intensiication of terra preta production and
the expansion of habitation sites, this study
was designed to understand the signiicance of
the appearance of terra preta at the Antônio
Galo site as a social, ecological, technological,
or demographic phenomenon. Detailing the
temporal and spatial dynamics of a particular
place in terms of ecological and anthropic
processes permits an exploration of this
correlation in terms of causation and human
experience. We can address the practices that
resulted in terra preta formation and also
consider the signiicant changes in daily life and
in local ecology that undoubtedly accompanied
the transition between life on terra amarela
(yellow earth) and terra preta at Antônio Galo.
Terra preta translates best as “black earth”
because it is neither strictly a soil – a body
consisting of organic and mineral particles
that has formed in situ – nor a sedimentary
body, formed through deposition. This
184
The tendency to assume that the household
and individual scales are inaccessible permits
the promulgation of summary conclusions
about past populations where methodological
rigor should be required. Rather, narrowing
the focus provides the opportunity to assemble
data to address the problematic theoretical gap
between examining peoples’ actions in the
present and recent past (ethnography) and
explaining the remains of peoples’ actions
in the deep past (archaeology). The payoff
comes in a wealth of data, which in the present
case could realistically inform contemporary
ecological problem.
Archaeological sites are the cumulative
result of human actions and the subsequent
changes effected by natural processes. A major
challenge for archaeologists working in wet
tropical regions like Amazonia is that soilforming processes often obscure distinctions
between depositional contexts. This leads to
a lack of chronological control, impeding the
kind of ine-scale temporal work necessary to
understand causality.
The twofold process of reconstructing human
actions at an archaeological site begins with
deining expected cultural and natural features
while accounting for the processes that
modify these features. Soil and sedimentary
processes act simultaneously and to a certain
degree antagonistically; hence, both must be
examined at archaeological sites. Thinking of
the archaeological matrix as formed through
both sets of processes – pedogenic and
sedimentological – is crucial for teasing apart
the before, the during, and the after. This process
helps assemble a reasonable range of possible
activity traces, along with methods adequate
to detecting these traces. In this way, even if
once clear signs of activities have been reduced
to minute traces, a methodology that unites
principles from soil science and sedimentology
can track past activities.
existing particulate body (soil or sediment) is a
question of pedogenesis.
Because most particle movement in a
pedogenically active body is vertical, principles
from soil science are the most important
in distinguishing between neighboring
depositional contexts. In this example, a
concept from soil science – the fact that organic
carbon tends to accumulate on or near land
surfaces (Batjes 1996; Kaufmann et al. 1998)
– became a point of departure for developing
additional proxies for buried surfaces
These proxies were proposed prior to
excavation, tested through analysis of known
surfaces, and then used to identify surfaces not
identiied or mischaracterized in the ield. They
also permitted a classiication of space based
on preliminary use interpretation. The three
kinds of proxies used follow:
1) Chemical indices: Organic Carbon (OC)
accumulates naturally on exposed land
surfaces, decaying in concentration with depth.
Humans also contribute organic matter into a
depositional surface, which may include OC,
and also apatite, which Schaefer et al. (2004)
identify as a source of Ca and P in terra
preta. A buried surface would present higher
concentrations of extractable Ca, P, and OC
than those predicted (Figure 2.a).
2) Microartifact decay: Microartifacts, introduced into surfaces through sweeping, trampling,
and discard, and generated through mechanical
mixing or fracturing in situ, migrate downwards
at rates proportional to size (Balek 2002). Figure
2.b shows an idealized model of microartifact
decay in size-sorted samples.
3) Macrobotanical remains: Elevated ratios of
endocarp (from palm and oleaginous seeds –
see Figure 3) to wood charcoal in the lotation
Proxies for Buried Land Surfaces
Humans directly impact soils and sedimentary
bodies through exposed surfaces. Hence,
locating a loor, pit, or house is irst a matter
of detecting surfaces. What surfaces existed
when people arrived, and what surfaces
were formed as a result of deposition or
excavation of material? This portion of the
work identiies sedimentary processes. On
the other hand, understanding how particles
and chemicals change and move through an
Figure 3. Photographs of macrobotanical remains.
Unidentiied palm nut shell
185
heavy fraction were interpreted as evidence of
a cooking context.
of the visible buried contexts tested, and
extractable P and Ca were elevated in most
of these contexts. Buried surfaces were also
indicated by concentrations of microartifacts.
Chemical and microartifact indices also
indicated buried surfaces at other points poorly
understood in the ield. For example, Mounds
12 and 15 (Figure 1.b) had been interpreted in
the ield as having two construction layers for
the same structure. Elevated concentrations of
OC, extractable P, and microartifacts suggested
these earlier construction layers were loors
from an earlier occupation. These “invisible”
surface contexts showed signiicantly higher
proportions of ceramics, fragments of clay
ovens or trivets (trempes), and heavy fraction
charred plant remains (HFCPR) than the
charcoal-rich Horizons. Furthermore, 33-42%
of (HFCPR) in “invisible” loor contexts were
identiied as endocarp, a proportion matched
only at the top of later platforms and at the
modern-day surface, which is covered with
palms and has sustained regular burning
as part of contemporary horticulture. This
combination of indices suggests the nearby
presence of cooking hearths, and hence these
were interpreted as house loors.
Expectations that samples from the buried A
Horizon would present the highest proportion
of charcoal overall were not met. Heavy
fraction samples, which, in this region, often
contain denser wood and seed parts, presented
little or no HFCPR. Interestingly, these samples
did present the highest proportion of reducedired trempe fragments, which normally appear
in an oxidized state. The reduction of these
clays, which was often found to be supericial,
is interpreted as a result of re-iring in a carbonrich, oxygen-poor matrix (the anthropic A
Horizon) during near-surface burning events
such as vegetation clearing. The thickness of
these Horizons, 15-35 cm, suggests digging
and mixing, which leads to the interpretation
of these as cultivation contexts.
Figure 4 shows use interpretations of buried
surfaces. Unfortunately, a similar set of results
was not obtained for the ring village phase.
Chemical and microartifactual indices were
preserved for the earlier occupation because
the platforms buffered these earlier surfaces
from pedogenic processes. This explains the
lack of clear signatures for the uppermost
layers of terra preta, which have been exposed
to the elements and recent farming activities.
Still, some of the deeper (>35 cmbs) contexts
of the inal occupation tentatively identiied
Methods1
The extent, general morphology, and ceramic
proile of Antônio Galo had been previously
established by Moraes (2006, 2010a). Fieldwork
in 2009 began with a microtopographic study
of the ring village area, using a 2 x 2 m grid.
Excavations were undertaken in order to
further investigate Moraes’ (2006) hypothesis
that many of the mounds in the region,
especially those arranged in a ring, were
house platforms. The study area was divided
into three spatial sampling strata based upon
expectations set forth by ring villages in the
region and elsewhere (Donatti 2003; Chirinos
2007; Heckenberger 2005; Maybury-Lewis
1979; Moraes 2006, 2010a, b; Neves 2003;
Wüst and Barreto 1999), where in the internal
plaza area is generally kept clean of debris, the
areas occupied by houses accumulate certain
kinds of residues, and the area behind houses
accumulate refuse (e.g. Schmidt 2008). In this
case, these areas correspond to the following
strata: Plaza, Mounds, and Behind Mounds.
Subsurface testing was undertaken within each
stratum using a combination of soil augering,
shovel-test-pitting, and excavation of .5 x .5 or
1 x 1 m units, until redundancy was achieved.
Because they revealed the most complex,
deepest, and least consistent deposits, contexts
situated within the Mounds stratum were the
most heavily sampled. Detailed descriptions of
sampling methodology as well as an account
of ield results have been published elsewhere
(Browne Ribeiro 2011; Moraes 2010a).
From amongst excavated units, a representative
sample was selected for geoarchaeological
testing (Figure 1.b). Bulk samples taken from
each 10-cm arbitrary level were loated for the
recovery of charred botanical remains in the
light fraction and for microartifact analysis of
the contents of the heavy fraction. Samples
collected from layers and Horizons identiied
in proile were subjected to soil chemical and
physical analyses.
Results
Excavations into several mounds revealed
a clear “layer” of darkened, charcoal-rich
sediment. This was interpreted as a buried
anthropic A Horizon. Chemical analyses
showed elevated OC concentrations for all
186
as shallow cooking features did exhibit high
extractable P and microartifact concentrations
(Browne Ribeiro 2011).
building platforms across Phases 2 and 3, and
possibly even during Phase 1, suggests some
degree of cultural continuity over time.
Temporal Reconstruction
Encounters
The characterization of these surfaces, although
by no means conclusively representative of the
entire area occupied by a later mound, permits
a generalized classiication of space for the
pre-mound occupation. It appears as though
houses were concentrated at the southern end
of the landform; cultivation areas would have
likely occupied the remainder of the peninsula.
It is important to note that the central area
of the ring village was mostly devoid of
soil, consisting almost entirely of degrading
laterite or ironstone. This is likely due to the
excavation of the relatively thin soil mantle
for the purposes of erecting the later house
platforms. This is most clearly exhibited in the
ills of Mound 28 and parts of Mound 17, both
of which present unusually high proportions
of ironstone.
Putting this together with data previously
published (Browne Ribeiro 2011) that shows
a sequence of four surfaces for Mound 12, a
minimal three-phase sequence of occupation
is proposed for the study area (Figure 5). The
earliest house thus far identiied is that found
beneath Mound 12, at the southernmost end
of the landform. This house appears to have
had two iterations. Subsequently, a series 3-6
of low (15-cm thick) platforms were built
along the southern half of the landform;
these houses may have formed a smaller ring
partially overlapping with the Phase 3 ring
or a completely distinct arrangement. This
“neighborhood” would have proited from
cultivation in areas to the north, as would
have inhabitants of the earlier house. Finally,
the Phase 3 ring village was completed, which
involved the construction of higher (25-40 cm
thick) platforms, some of which might have
been big enough to hold multiple houses or
structures (e.g. Mounds 15 and 27, or Mounds
16, 26, and 30).
The number of house loor contexts indicated
for Phase 2 is not meant to correspond to
the number of houses that actually existed.
There may have been houses beneath areas
not excavated or in the central area of the
landform, which was excavated long ago.
Similarly, houses may have been larger than
subsequent ring village platform houses.
However, the persistence of the practice of
These results provide evidence of the
iterative and intentional crafting of places,
which consisted of the designation of
activity space and physical alteration of the
landscape and environment. The expansion
of this habitation site, from a single house,
to a neighborhood, to a village, would have
simultaneously circumscribed potential areas
of cultivation, especially given that most of
the land beyond the ring village would have
been subject to extended periods of seasonal
looding. Topography and the thickness
of the soil mantle on this landform made
anthropogenic landscape changes dificult
to reverse. The iterative nature of village
expansion would have given people ample time
to comprehend this; and yet they continued
to build, irreversibly circumscribing cultivable
land both spatially and seasonally. During
Phase 3 the areas for trash deposition would
also have been circumscribed, yet there is no
evidence for midden build-up. If rubbish was
deposited behind houses, much of this might
have eroded away. It’s also possible that some
of this waste was used to amend soils, but no
evidence of this has been found. This brings up
the question of where, or how, plant products
were procured in this period. Notably, it is only
in this inal phase that terra preta emerges.
These results also provide insight into
characteristics of village life over the course
of a major transition in regional politics.
The continuity in platform-building practice
suggests that the process of designating
domestic space remained relatively stable
over time, while the growth of the village
suggests changes in social structure. These,
if present, would have been taking place
at the supra-household level, while places
continued to be constituted in the same way.
The signiicance of these changes for human
subjects would have been manifest in new
kinds of articulations between households and
household members, and also in changes in the
meanings of places such as “house,” “garden,”
and “village.” Community growth thus spurred
social and landscape transformations that
entailed irreversible but perceptible impacts
to the local ecology. If this was indeed the
case, and if the lack of evidence for a radical
187
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change over time does signify continuity in
fundamental practices, then the major factors
involved in the emergence of terra preta at
Antônio Galo would have been social and
demographic. Hence, the mechanism of
population aggregation proposed by Neves et
al. (2004) might actually be better regarded as
a backdrop against which social changes and
deliberate management strategies resulted in
ecological change. This set of interpretations
presents Native Amazonians were conscious
crafters of places of habitation, making
choices about how to prioritize land use and
resources, and also exercising intentionalities
within the constraints of possibility of the
changing environment.
Acknowledgements
Thank you to Claide P. Moraes for collaboration
in ield and discussions after. Also many thanks
to Eduardo Neves and the CAP team, UEA
course instructors and students, and student
interns from UEA, UC Berkeley, and OSU
for their extensive laboratory work. A special
thanks to Myrtle Shock, Rob Cuthrell, and
Abigail Adams for specialist consultation
regarding macrobotanical remains. And inally,
to Rosemary Joyce, Patrick Kirch, Ronald
Amundson and UC Berkeley; Wenceslau
Teixeira, Rodrigo Macedo, Estevão, Taveira
and Embrapa Amazônia Ocidental; Joy
McCorriston, Julie Field, and OSU for guidance
and institutional support.
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1
For a complete description of methods and
results, see Browne Ribeiro 2011.
189
190
Simposio “Ecuador”
Tecnología cerámica y transición cultural en la alta
Amazonia ecuatoriana: el caso del valle del río Cuyes
(primeros resultados y perspectivas)
Catherine Lara
UMR 7055 Préhistoire et Technologie – Universidad Paris Ouest Nanterre La Défense
UMR 8096 Archéologie des Amériques – Universidad Paris I Panthéon Sorbonne
Entre los años 70 y 2000, los trabajos pioneros
llevados a cabo en la zona (sobre los cuales
volveremos en la primera parte del presente
trabajo), permitieron valorar la impresionante
aunque marginada riqueza arqueológica de
este sector, a la vez que lanzaron el debate
en torno al origen étnico de sus habitantes
precolombinos (¿Serranía? ¿Amazonia?). La
tesis en curso aspira a alimentar la discusión
a través de la aplicación de una metodología
de interpretación antropológica del registro
cerámico novedosa en el mundo andino,
cuyos fundamentos y primeros resultados
presentaremos a continuación.
Introducción
Al ser una zona de paso natural, el espacio
conocido como alta Amazonia habría
constituido el testigo por excelencia de la
recientemente reconocida milenaria interacción
cultural entre Sierra y Amazonia (Saulieu de,
2006: 19; Valdez et al., 2005: 374). Así, el estudio
de este proceso y sus mecanismos es un ámbito
novedoso todavía (Valdez, 2008: 885), al cual
la tesis que sustenta la siguiente ponencia se
propone contribuir a través del estudio de caso
del valle del río Cuyes (provincia de Morona
Santiago, cantón Gualaquiza, Ecuador – ver
Fig. 1).
Fig. 1: ubicación del área de estudio
191
horizonte cerámico conocido como corrugado
(Guffroy, 2006: 347). Actualmente, la mayoría
de moradores del valle del río Cuyes son
colonos oriundos de la Sierra, mientras que
se encuentran comunidades shuars en la parte
baja de la cuenca hidrográica correspondiente.
1. Antecedentes
Los primeros datos publicados sobre el pasado
prehispánico del valle del río Cuyes sacaron a
relucir la enigmática e imponente arquitectura
de piedra de la zona, hipotéticamente asociada
a la cultura serrana cañari (Carrillo, 2003: 61;
Salazar, 2000: 67). Este planteamiento nos ubica
luego en el periodo llamado de “Integración”
(400/800 d.C. a 1440 d.C. aproximadamente)
de la cronología arqueológica ecuatoriana
general. A breves rasgos, éste se habría
caracterizado por el implemento de núcleos
políticos jerarquizados (Bray, 2008: 527) así
como el desarrollo de conocimientos técnicos
soisticados (agricultura, metalurgia, alfarería
-Guillaume-Gentil, 2008: 44). A nivel cerámico,
los orígenes de la cultura cañari y sus tres
estilos más representativos -Cashaloma, Molle
y Guapondélig- (Idrovo, 2000: 59), se asocian
a la llamada tradición Tacalshapa (entre 500 y
200 AC a 1000 dC – Idem: 53).
A pesar de compartir tradiciones culturales así
como un acervo lingüístico común (Cárdenas
2004: 7; Hirschkind 1995: 18; Ponce Leiva 1975:
7), los cañaris habrían agrupado a diversos tipos
de unidades políticas independientes (Chacón
1990: 37), permanentemente en contacto
mediante intercambios y conlictos (Idrovo,
2000: 63-64).
Existen
dos
hipótesis
respecto
al
posicionamiento del valle del río Cuyes frente
a este escenario sociocultural: la primera lo
sitúa como espacio de abastecimiento de
recursos claves, aprovechados por los núcleos
políticos de la serranía mediante el sistema
de la verticalidad (Salazar, 2000: 27; Taylor,
1988: 55). La segunda señala que se trató al
contrario de una poderosa unidad política
independiente (Carrillo, s/f: 79). Por otra parte,
si el carácter directo (Carrillo n/d: 61; Ekstrom
in Taylor, 1988: 38) o indirecto (Idrovo, 2000:
101; Hirshkind, 1995: 23) de la presencia inca
en la región es asimismo motivo de debate,
las fuentes etnohistóricas son unánimes en
señalar al valle del río Cuyes como espacio
de conlicto e intercambio con los llamados
jibaros (Benavente, 1994: 60; De los Ángeles,
1991: 379; Tello, 1992: 466), antepasados
de los actuales shuars –entre otros. Entre
los siglos VII y X de nuestra era, los jíbaros
–de afamada belicosidad-, habrían migrado
desde las tierras bajas amazónicas hacia las
estribaciones orientales (Guffroy, 2008: 901)
situadas entre las cuencas del Pastaza y el
Zamora (Rostain, 2012: 75). Se los asocia a un
2. Obtención del material de análisis
En el 2009, los arqueólogos Ordóñez y Flores
colaboraron con quien suscribe para ejecutar
un proyecto auspiciado por el Instituto
Nacional de Patrimonio Cultural de Cuenca y
la Alcaldía del cantón Gualaquiza, destinado
a mapear y excavar los sitios arqueológicos
monumentales del valle del río Cuyes (Lara,
2010: 121). El corpus cerámico recuperado en
esa ocasión fue reanalizado hace pocos meses
en el marco del inicio de nuestra tesis a partir de
la metodología que expondremos más adelante.
Adicionalmente, se completó la muestra con
una nueva prospección focalizada esta vez en
torno a espacios habitacionales (pruebas de
pala y sondeos en planicies y aterrazamientos).
Así, los sitios correspondientes se agrupan en
cinco sectores principales: Espíritu Playa, San
Miguel, Ganazhuma, El Cadi, y Buenos Aires/
Nueva Zaruma (ver Fig. 2).
El sector de Espíritu Playa cuenta con tres
sitios monumentales: Espíritu Playa –recinto
rectangular contiguo a una estructura más
reducida-, La Cruz –tipo de mirador circular
pequeño- y inalmente, un complejo de 54
aterrazamientos con revestimiento de piedra.
El sector de San Miguel de Cuyes evidencia
tres sitios monumentales aún en pie: Santa
Rosa –pequeño recinto de piedra laja de
dos cuartos, con una zanja posterior-; Sitio
Playa, -consistente en un conjunto de cuatro
plataformas trapezoidales conectadas por
caminos empedrados-, y un conjunto de 74
terrazas.
El sector de Ganazhuma por su parte cuenta
con dos sitios monumentales visibles de piedra
laja, al parecer defensivos y/o ceremoniales,
asentados en cuchillas empinadas: Trincheras,
-con zanja- y Santopamba, de dimensiones
mucho más modestas y sin zanja. En esta
última temporada se ubicaron también aquí
dos complejos de 63 aterrazamientos en total.
Tres son los yacimientos monumentales
identiicados en el sector siguiente: El Cadi
–que da su nombre al sector-, sitio al parecer
habitacional, constituido por más de diez
hectáreas de recintos y muros. Este sitio está
rodeado por dos yacimientos con zanjas, quizás
192
Fig. 2: principales sectores arqueológicos del valle del río Cuyes
defensivos: La Florida – el más imponente
–, conformado por cuatro niveles de tierra y
piedra, y Río Bravo, recinto de piedra semicircular.
Finalmente, el quinto sector - Buenos Aires/
Nueva Zaruma- presenta cuatro sitios: un
conjunto de 29 terrazas, dos estructuras con
niveles de piedra y zanja (Buenos Aires y
Nueva Zaruma I), y un pequeño montículo
con zanja (Nueva Zaruma II).
Así, entre las temporadas del 2009 y el 2013,
se recuperó aquí un total de más de 3000
fragmentos cerámicos obtenidos a partir de 25
sondeos y 700 pruebas de pala.
cognitiva y de las técnicas así como de la
etnoarqueología, nos pareció particularmente
pertinente en ese sentido. Esta propuesta surge
de una constatación a primera vista muy sencilla,
a saber, el cuestionamiento de la equiparación
hasta hace poco sistemática en arqueología
entre conjuntos de rasgos morfo-estilísticos
precisos y agrupaciones étnicas determinadas
(Gelbert, 2003: 89; Roux, 2009: 196). Por citar
tres ejemplos nada más, las investigaciones de
Gosselain (1992: 559) y Gelbert (2005: 67) en
África o Degoy (2005: 49) en Asia, sacaron
asimismo a relucir la homogeneidad de formas
y estilos de las respectivas alfarerías locales,
en zonas en realidad habitadas por etnias muy
distintas… Constatación relativamente crítica
frente a la mencionada equiparación entre tipos
morfo-estilísticos y culturas arqueológicas.
¿Será que lo que estamos considerando
como grupos homogéneos son en realidad
agrupaciones diferentes? ¿Existe algún criterio
propio a cada grupo social y que permita
disociarlo inequívocamente de los demás desde
el registro cerámico?
La propuesta de Roux aborda el problema
a través de la noción de cadena operativa o
“sucesión de gestos técnicos que transforman
un material de un estado a otro” (Cresswell,
1996: 31). En el caso de la cerámica, la cadena
operativa de elaboración de un recipiente
2. Hacia una lectura antropológica del
registro cerámico
Luego de la temporada del 2009, la ausencia
de rasgos morfo-estilísticos distintivos tanto a
nivel de la arquitectura como de la cerámica,
seguía sin resolver el interrogante del origen
étnico de los habitantes precolombinos del
valle. Al ser una zona de frontera cultural, era
luego preciso adoptar una metodología de
análisis apta a tratar esta incógnita.
La metodología implementada por la
arqueóloga francesa Valentine Roux (2010: 4;
Roux y Courty, 2007: 155) en base a un extenso
compendio de estudios en antropología
193
Tabla 1. Ejemplo icticio de cadenas operativas distintas entre dos grupos culturales
caracterizados por tipos morfo-estilísticos idénticos
diferentes posibilidades de inición- huellas
macro y microscópicas especíicas en la arcilla
(especialmente a nivel de la topografía de las
paredes, su supericie y el tipo de rotura), cuya
identiicación permite rastrear las técnicas de
elaboración en presencia (Livingstone-Smith,
2010: 10; Roux et Courty, 2005: 207).
- luego, dentro de cada técnica de elaboración
identiicada, se realiza un análisis petrográico
de cara a localizar eventuales variaciones ligadas
al trabajo de la arcilla y su origen. Este último
es combinado con el estudio morfológico y
estilístico de los artefactos (Roux, 2009: 196197).
estaría así conformada por el abastecimiento
en materia prima (arcilla, desgrasante, engobe,
combustible), la preparación de la arcilla, la
elaboración de los recipientes, su modelado,
inición (acabado), decoración y quema (Roux,
2010: 4).
Cada una de estas etapas -especialmente la
elaboración y inición de las vasijas (Roux, 2010:
5)-, puede ser lograda a través de un sinnúmero
de estrategias diferentes, que desembocan
todas en el mismo resultado (¡una vasija!),
pero entre las cuales los grupos de alfareros
de cada etnia escogen una sola combinación
de opciones que les es propia, tal como se lo
puede ver en el ejemplo icticio siguiente (ver
tabla 1- Cresswell, 1996: 82).
Tomadas en su conjunto, estas series de
variaciones conforman luego cadenas
operativas especíicas a cada grupo, a las cuales
se añaden eventualmente idiosincrasias de
formas y estilos decorativos.
Tal como lo demuestra la antropología
cognitiva, en cada grupo de alfareros, las
cadenas operativas son transmitidas de
generación en generación (Roux, 2009: 196);
salvo aniquilación total de un grupo por otro,
los fenómenos de préstamo técnico debidos a
procesos de intercambio o conquista atañen
a lo mucho una parte de las etapas de la
cadena operativa, mas nunca la modiican por
completo (Roux, 2010: 6, 7). Se entiende luego
la preponderancia del componente etnográico
desde el enfoque metodológico aquí escogido.
Desde esta perspectiva, el objetivo del
arqueólogo frente a un corpus cerámico
determinado es identiicar las cadenas
operativas en él representadas. ¿Cómo
lograrlo? En base a referentes etnográicos,
arqueológicos y experimentales, Roux ha
diseñado un protocolo metodológico dividido
en dos etapas encaminado hacia ese propósito:
- en primer lugar, es preciso identiicar las
diferentes técnicas de elaboración representadas
en la muestra: efectivamente, cada opción y
sus respectivas combinaciones (moldeado y/o
modelado y/o acordelado) dejan -junto a las
3. Primeros resultados
Como se vio, los antecedentes investigativos
de nuestra zona de estudio mencionan la
presencia hipotética de poblaciones de origen
cañari y/o shuar. Frente a esta primicia,
¿cómo aplicar la metodología escogida? En
primer lugar, es necesario identiicar la o las
cadenas operativas existentes entre los cañaris
y los shuars. ¿Cómo? A través de colecciones
museográicas y de información etnográica
ligada a la alfarería contemporánea de cada
uno de estos grupos. Seguidamente, se requiere
deinir las cadenas operativas de la muestra
arqueológica excavada en el valle del río Cuyes
para, en último término, situarlas frente a la
producción alfarera regional pasada y presente.
Valga recalcar que para cada una de las tres
etapas mencionadas, los resultados obtenidos
de momento que se presentarán a continuación
son preliminares.
Hasta ahora, hemos identiicado seis cadenas
operativas correspondientes al área cañari
(una en el registro museográico y cinco en
la bibliografía etnográica – Sjömann, 1992:
47, 81, 86, 388). Entre los shuars, el material
museográico y la información etnográica
dan cuenta de una sola cadena operativa
(Bianchi, 1982: 268; Sjömann, 1992: 357). En
el valle del río Cuyes ahora, tenemos cuatro
cadenas operativas: aquella correspondiente a
194
la tradición shuar, una cadena encontrada en el
registro etnográico y dos cadenas de momento
sin equivalente museográico y/o etnográico.
¿Cuáles son las características de las cadenas
operativas del valle del río Cuyes?
En la cadena correspondiente a la región shuar
(aquí cadena 1), la base es modelada, lo cual
se puede ver en el material arqueológico y
museográico por la presencia de depresiones
características en la pasta -causadas por
el movimiento de los dedos al dar forma
a la masa- (Livingstone-Smith, 2007: 130;
Gomart, 2010: 26); la estructura laminar de
las inclusiones de la arcilla en el peril de los
tiestos correspondientes (Livingstone-Smith,
2007: 130), así como el tipo de rotura que sigue
la forma de la base.
El cuerpo y el borde por su parte son
acordelados, rasgo técnico identiicable en las
vasijas a través de la presencia de ondulaciones
perceptibles en la supericie de los tiestos
(Courty et Roux, 1995: 28), la visibilidad
de las líneas de unión entre los cordeles
(Gelbert, 2003: 78; Livingstone-Smith, 2007:
116) así como la huella de pliegues de masa
correspondientes a la juntura entre cada cordel
(Méry et al., 2010: 56).
En in, el acabado corresponde principalmente
al alisado o regularización de la supericie
de las paredes con los dedos o alguna
herramienta (Rice, 1987: 138), aunque los
datos museográicos y etnográicos evidencien
también la aplicación de achiote y barniz
orgánico (Bianchi, 1982: 279, 280; Sjömann,
1992: 358).
Desconocemos de momento la técnica de
fabricación de las bases asociadas a la cadena
siguiente (cadena 2), aunque sabemos que
el resto de sus piezas es acordelado, tal
como lo atestigua la presencia de los rasgos
correspondientes mencionados anteriormente.
La novedad aquí radica en las huellas de
golpeado, o técnica destinada a dar forma
a los recipientes, al martillar sus paredes con
un golpeador (Denès, 2004: 43), lo cual deja
depresiones circulares regulares en la supericie
de los tiestos correspondientes (Martineau,
2005: 152).
La cadena 3 -para la cual tampoco hemos
encontrado equivalente etnográico o
museográico alguno de momento-, es similar a
la anterior, a la diferencia del cuerpo, el cual en
vez de acordelado, es modelado. Las huellas de
golpeado se mantienen, mientras que domina
el engobe –o revestimiento de naturaleza
arcillosa (Balfet et al., 1989: 121)- a nivel del
acabado externo.
En in, la cadena 4, la cual hallaría su
equivalente en el sector de Las Nieves en la
provincia del Azuay (Sierra –Sjömann, 1992:
81), se caracteriza por la práctica del modelado
en toda la pieza (con golpeado en el cuerpo),
con excepción del borde, el cual es acordelado.
4. Observaciones prelimonares
En resumen, el modelado y el acordelado
parecen ser los rasgos técnicos característicos
de nuestro registro cerámico. No obstante,
la identiicación de combinaciones distintas
Tabla 2: síntesis de las cadenas operativas hipotéticas del valle del rio Cuyes
195
lo cual de por sí sugiere un « mestizaje técnico »
Sierra/Amazonia, elocuente desde el punto
de vista del esclarecimiento del origen de los
ocupantes prehispánicos del valle y su papel
en los intercambios entre las dos regiones.
Valga recalcar aquí que investigaciones como
las de Lathrap (1970: 179) en el norte del Perú,
Guffroy (2008: 901), Idrovo (2000: 65-66) o
Rostain (2012: 59) en el Ecuador, coinciden
en la llegada a la Sierra de una ola migratoria
proveniente de la Amazonia alrededor del
primer milenio de nuestra era, de la cual nuestra
cadena operativa 2 podría ser un relejo. Se
espera que la datación de las muestras de carbón
asociadas permitan esclarecer este punto.
Finalmente, frente a las hipótesis planteadas
por los estudios pioneros de la zona acerca
del grado de dependencia política del sector, la
evidencia de cadenas operativas propias de la
sierra evoca efectivamente la posible presencia
de enclaves serranos en determinados sectores,
mientras que la huella de cadenas al parecer
propias de la zona y/o mixtas aboga más bien
a favor de la autonomía de otras áreas.
Estas primeras observaciones necesitan
no obstante ser aianzadas mediante un
ainamiento en la caracterización de las cadenas
operativas, en especial en lo que se reiere al
estudio petrográico de las pastas. Análisis que
requerirá asimismo ser enriquecido mediante
la datación de las nuevas muestras de carbón
recuperados este año, las cuales nos ayudarán a
fechar los contextos de las cadenas operativas
identiicadas. Por otra parte, se espera que
la continuación del estudio museográico,
etnográico y etnohistórico durante los dos
años venideros consolide los resultados
arrojados por los restos arqueológicos.
entre estas técnicas así como la presencia del
golpeado deinen cuatro cadenas operativas
entre las cuales el modelado de la base es
por cierto el denominador común. Así, si las
cadenas 1 y 2 se caracterizan por la presencia
de acordelado, la cadena 2 se diferencia por
la evidencia de golpeado así como el acabado
y eventualmente el tipo de pasta; las cadenas
3 y 4 por su parte se destacan por el uso del
modelado y golpeado en el cuerpo, aunque en
el primer caso, tanto el cuello como el labio
son acordelados, mientras que en el segundo, el
acordelado se asocia únicamente a los bordes.
A nivel cronológico y espacial, los tiestos
correspondientes al depósito estratigráico
2 (partiendo de la supericie) revelan que la
cadena 1 (shuar), se encuentra en los sectores 4
y 5 (ver Fig. 2), al igual que aquellos de la cadena
2 (acordelado y golpeado), la cual se halla
también en San Miguel, en donde se evidencia
asimismo material asociado a la cadena
operativa 4 (acordelado sólo en el borde). En
in, la cadena 3 (acordelado sólo en el cuello
y el borde), aparece en Ganazhuma y Espíritu
Playa, aunque en el depósito estratigráico 1 en
este último caso.
Nuestro estudio se halla todavía en un estadio
preliminar, pero la variación entre cadenas
operativas (especialmente en los sectores en
donde aparecen dos combinaciones técnicas
distintas) no se debe al parecer a criterios
funcionales. Nos encontraríamos luego frente a
unidades de alfareros diferentes que cohabitan
sincrónicamente en el valle (con excepción del
sector 1, asociado al estrato 1 como se vio).
Volviendo a la problemática principal de la zona
sobre los orígenes étnicos de los habitantes
precolombinos del área, la metodología aquí
aplicada revela una equivalencia entre la cadena
operativa 3 (sector Ganazhuma para el depósito
estratigráico 2 y Espíritu Playa para el depósito
estratigráico 1) y la técnica empleada por las
alfareras de Las Nieves (serranía), así como
entre la cadena 1 y la cerámica shuar.
Adicionalmente, no tenemos paralelo
etnográico o museográico alguno para la cadena
4, pero de lo que sabemos por el momento en
base a la bibliografía etnográica, el moldeado
y el golpeado son técnicas propiamente cañaris
(Sjömann, 1992: 47, 81, 86, 388), por lo que
es muy probable que esta cadena sea originaria
de la Sierra. Asimismo, en el sur del país, el
uso del acordelado en la integridad de los
cuerpos de las vasijas es un rasgo típicamente
amazónico (Idem: 334). La cadena 2 evidencia
una mezcla entre el modelado y el acordelado,
5. A manera de conclusión
Desde la década de los 70, el imponente
patrimonio monumental del valle del río Cuyes
y el enigmático origen de sus constructores
llamaron la atención de antropólogos y
arqueólogos. La presente investigación se
propuso tratar este interrogante a través de
la aplicación de un novedoso método de
análisis cerámico pluridisciplinario, el cual
se basa esencialmente en la identiicación e
interpretación del proceso de elaboración de
las vasijas. En su etapa preliminar, la puesta
en práctica de esta herramienta a nuestra área
de estudio conirma al parecer el rol de crisol
cultural del valle del río Cuyes, probablemente
ocupado por poblaciones originarias de la
196
Sierra y la Amazonia, pero también receptáculo
de mezclas técnicas posiblemente sinónimas de
presencia de unidades políticas independientes.
Relejo de un espacio fronterizo a la vez
captador y creador, la cerámica del valle
del rio Cuyes ilustraría luego desde ya la
complementariedad entre dos mundos
culturales (Sierra y Amazonia) hasta hace poco
percibidos como antagónicos…
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198
Simposio “Ecuador”
El Formativo del Alto Pastaza (Ecuador),
entre arqueología y vulcanología
Geoffroy de Saulieu1, Stéphen Rostain2 & Jean-Luc Le Pennec3
1
IRD, PALOC, Yaoundé
2
CNRS, IFEA, Quito
3
IRD, Laboratoire “Magma et Volcans”, Clermont-Ferrand
100 d.C. El análisis mineralógico de los tiestos
Upano de la sierra ecuatoriana indica que la
arcilla proviene de los alrededores del volcán
Sangay (Bruhns et al., 1994). Estas cerámicas
fueron fabricadas en el valle del Upano y
exportadas hacia la montaña. Recíprocamente,
en el sitio de Sangay se descubrieron ciertos
tipos exógenos como por ejemplo cerámicas
de la cultura serrana Panzaleo conirmando así,
la existencia de intercambios recurrentes entre
Los Andes y el piedemonte oriental. Debido
a una erupción de gran amplitud del volcán
Sangay (Rostain, 1999), los portadores de esta
tradición Upano huyeron del valle sumergido
en cenizas en dirección sur, hasta el Perú. Es
así que en el río Ucayali se observa el tipo de
bandas rojas entre incisiones en la cerámica
Cumancaya (Lathrap, 1970). Su fecha tardía de
810 d.C. da a pensar que el decorado del Upano
llegó a la región después de su desaparición en
el valle del mismo nombre.
El comercio indígena entre las tierras altas y las
tierras bajas continuó durante la época colonial.
La gente de la sierra proveía de telas, perros de
caza, sal, hojas de coca y productos europeos
(utensilios de hierro, cuentas de vidrio, etc.)
a los grupos de la Amazonía. A la vez, de
la selva venían principalmente las plantas
medicinales y colorantes, plumas, oro, maderas
duras, animales domesticados y esclavos
(Oberem, 1974). Los archivos señalan seis vías
de comunicación tradicionales que unían las
llanuras con la sierra, utilizadas probablemente
desde los tiempos precolombinos (Taylor,
1991).
El programa de investigación que se lleva
a cabo actualmente en el alto Pastaza y que
combina entre otras disciplinas, arqueología
con vulcanología, ofrece una perspectiva
interesante y nueva del Formativo de la
región, la misma que confrontada con trabajos
similares del piedemonte amazónico da a
conocer no solo los intercambios entre tierras
Introducción
Mucho se ha hablado sobre las relaciones
precolombinas entre Los Andes y la alta
Amazonía, aunque a menudo favoreciendo
demasiado una relación de preeminencia de
arriba hacia abajo y la mayoría del tiempo, sin
ofrecer la menor prueba arqueológica. Más
todavía, durante años algunos estudios se han
basado en la ausencia de datos amazónicos para
fundamentar la superioridad de la costa y de la
sierra, aún cuando esta carencia no hacía más que
relejar un desequilibrio del conocimiento. Tal
es el caso en particular del período Formativo.
Pero la realidad es totalmente distinta. Los
últimos descubrimientos han ido revelando
que las inluencias siguieron con frecuencia
el camino inverso, con inventos nacidos en
la Amazonía. La vasija con asa es un buen
ejemplo de ello, al igual que la domesticación
de plantas esenciales, la arquitectura de piedra
o la iconografía compleja de piedra.
En lugar de imaginar una región deudora de
otra, parece más razonable concebir dos esferas
de interacción que intercambian productos de
primera necesidad. La reciente arqueología ha
demostrado de esta manera la existencia de
comercio entre las altas tierras andinas y las
bajas tierras amazónicas. En el valle del Upano
y después de reemplazar a la cultura Formativa
Sangay, la cultura Upano se desarrolló de 500
a.C. a 400-600 d.C. (Rostain, 2010), radicando
su fama tanto en la ediicación de cientos de
montículos artiiciales dispuestos en complejos
cerrados, como en su cerámica ina, fácilmente
reconocible, con decorado de bandas rojas
entre incisiones y que aparece a todo lo largo
del Upano en la alta Amazonía, desde el Sangay
al norte, hasta el Perú al suo. Dominan en ella
las escudillas planas y las formas elaboradas. En
el sitio de Pirincay, cerca de Cuenca, se hallaron
también numerosos tiestos de este tipo, en
un nivel cuya fecha está entre el 400 a.C. y el
199
diferenciales, dando una visión incompleta del
pasado amazónico y de su diversidad. Hoy en
día se ha rebasado este debate a nivel continental
y los investigadores, basándose en trabajos
de campo precisos, estudian la articulación
entre organización espacial y medio ambiente
(Heckenberger et al., 2008; McEwan et al., 2001;
Neves, 2012; Rostain, 2012; Schaan, 2012).
Además, nuevas tecnologías permiten mitigar
la conservación diferencial entre zonas secas
y húmedas. El estudio de la genética de las
plantas cultivadas y la búsqueda e identiicación
de granos de almidón y itolitos, conirman el
origen amazónico de varios cultigenos tan
importantes como la mandioca, la papa dulce,
el cacao, ciertos ajíes, la chonta dura, el lerén,
etc. (Clement et al., 2010; Iriarte, 2007; Zarrillo,
2012).
Los
datos
actualmente
publicados
concernientes al sur de la Amazonía ecuatoriana
permiten señalar que las sociedades de la
región conocieron dos grandes períodos muy
diferentes en su desarrollo socio-cultural
(Rostain & Saulieu, 2013). El primero
caracterizado por sociedades que superaron las
diicultades geográicas e incluso las explotaron
por medio de sistemas de contactos a gran escala
relativamente sólidos, vinculando las tierras
bajas amazónicas, el mundo andino y la costa
del Pacíico. Esto se puede notar con claridad
por ejemplo, desde la primera mirada de los
conjuntos cerámicos. El segundo período ve las
diicultades geográicas acentuar las opciones
culturales a una escala más pequeña, así como
también los fenómenos de relativo repliegue,
profundizando la diferenciación socio-cultural
entre las regiones. El paso del primer período
al segundo permanece enigmático.
El programa cientíico interdisciplinario
“Alto Pastaza” (dirigido por Stéphen Rostain
y inanciado por el Ministerio de Relaciones
Exteriores de Francia y el Instituto de
Investigación para ey Desarrollo) llevado a
cabo desde 2011 ilustra algunos aspectos de
este periodo del Formativo. La ubicación de
los sitios aledaños de Puyo muestra de forma
particular el rol de punto de encuentro de
esta área (Fig. 1). Se suman el barranco del
río que baja de Los Andes a la Amazonía y es
bastante peligroso por sus crecidas brutales e
imprevisibles.
Hasta la fecha, los estudios se han conducido
ya sea en las zonas aledañas al volcán o
en las tierras bajas. La originalidad de este
proyecto radica en el cruce de las disciplinas,
gracias a un análisis transversal del medio
altas y bajas, sino también los diversos lugares
de la Amazonía ecuatoriana. En resumen, se
trata de todo un sistema cultural antiguo que
comienza a trazarse.
El Formativo cubre un largo período que va del
3800 al 500 a.C. y que se divide por lo general
en tres épocas: Formativo temprano, medio
y tardío. Tradicionalmente, se considera que
este período está marcado por el nacimiento
de la economía agrícola y por la gestación de
las civilizaciones de América del Sur. De ahí su
nombre que hace referencia a la formación de
un solo bloque organizado. Sin embargo, las
primeras sociedades del Formativo no nacen
sin una herencia y la economía agrícola fue
precedida por un largo período de “pequeña
agricultura”, un tipo de proto-agricultura
practicada por cazadores-recolectores (Testart,
2012). Además, no deja de ser llamativo el
grado de madurez artística y técnica que poseen
las nuevas tradiciones arqueológicas desde el
inicio.
En Ecuador, como lo hemos mencionado
ya, generalmente se ha puesto énfasis en
el Formativo costero y andino a costa
del amazónico. Sin embargo, algunos
descubrimientos realizados en el marco de
programas de investigación recientes o en
curso, han revelado datos completamente
nuevos sobre este período cultural. Se trata
de los estudios llevados a cabo en el valle del
Upano a ines de los 90, luego en Santa AnaLa Florida desde inicios del nuevo milenio
y inalmente en el valle del Pastaza desde
hace algunos años. Estos últimos sacan a la
luz aspectos desconocidos del Formativo
amazónico y nos conducen hacia una profunda
relexión sobre la naturaleza de las dinámicas
culturales que actuaban en la región hasta el
surgimiento de la Amazonía moderna.
1) Estado del arte
Recordemos que hasta hace poco tiempo la
prehistoria de la alta Amazonía era objeto
de numerosas especulaciones y ásperos
debates que nos permiten emitir tres reservas
todavía vigentes: 1) los datos arqueológicos
y paleo ambientales eran (y son aún) muy
insuicientes. 2) La mayoría de investigadores
aplicaban de forma consciente o inconsciente,
aunque siempre de manera muy estricta,
modelos sociales o ecológicos que no son
sociológicamente viables. 3) De la misma
manera, los investigadores tampoco tomaban
en consideración el peso de las conservaciones
200
y de la integración del hombre al paisaje.
La cooperación de arqueólogos, geógrafos,
antropólogos y vulcanólogos es entonces un
punto de importancia desde esta óptica. La
concepción de problemáticas comunes debería
así conducir a campos cientíicos hasta ahora
inexplorados.
Por otro lado, el caprichoso Tungurahua, volcán
de poderosas erupciones desde hace milenios,
domina al alto Pastaza. Durante nuestros
reconocimientos pudimos hallar las huellas
de dichos episodios: al fondo de una zanja
de drenaje en el sitio de Tarqui, descubrimos
troncos de árboles conservados en agua y
arcilla (Fig. 2). Todos estaban inclinados en un
mismo sentido (hacia el este) como si hubiesen
sido doblados por un “tsunami”. La datación
radiocarbónica que efectuamos dio a conocer
que esta madera, pese a su excelente estado de
conservación, tenía más de 43 500 años (Beta324362, todas nuestras fechas son calibradas).
Es bastante probable que una de las erupciones
del Tungurahua tapaba temporalmente el valle
del Pastaza. Una gigantesca ola destructiva
hecha de materiales volcánicos pudo salir de
esta represa naturan, yendo a desembocar en el
valle del Pastaza. Este evento de gran magnitud
ilustra perfectamente el papel que cumplió el
volcán: un peligro permanente e imprevisible
que quizás afectara varias veces, tanto a los
desarrollos humanos en la región como a los
paisajes naturales (Le Pennec et al., 2008).
Al pie de Los Andes centrales de Ecuador,
la entrada al cañón del Pastaza, donde se
encuentran varios sitios arqueológicos de todas
las épocas, constituye una vía de acceso mayor
hacia las altas tierras andinas, y más allá, hacia
la costa del Pacíico. Río abajo, los sitios de
Colina Moravia y de Pambay están frente a la
puerta de entrada a la Amazonía propiamente
dicha, accesible por el río Pastaza y su aluente,
el Bobonanza. Hacia el norte, el valle del Anzu,
un conluente, conduce hacia el río Napo,
aluente mayor del Amazonas. Al norte de la
actual ciudad de Puye, se encuentra Pambay.
Hacia el sur, los caminos de pie de monte
conducen al valle del Upano, ya conocido por
el brillante desarrollo de sus civilizaciones.
Desde el sitio de Colina Moravia, se distinguen
hacia el oeste las legendarias montañas de Los
Llanganates.
relativamente poco conocido ya que solo las
regiones de Loja, Azuay, Cañar y Pichincha han
sido objeto de investigaciones escasamente
detalladas. En lo concerniente a la región del
volcán Tungurahua (Cordillera Real), que
domina el valle del Pastaza y es un callejón
hacia la Amazonía, se han publicado pocos
datos hasta la fecha (Le Pennec et al., 2013).
La actividad eruptiva del volcán Tungurahua
en el transcurso de los últimos milenios ha
sido objeto de estudios recientes (Hall et al.,
1999; Le Pennec et al., 2006). Los depósitos de
nubes ardientes acumulados durante las fases
de alta actividad eruptiva contienen localmente
fragmentos de cerámica cuya edad ha podido
ser estimada fechando con radiocarbono
las maderas y carbones incorporados en las
brechas de roca. Los tiestos más antiguos están
en una capa con una fecha alrededor de 1100
a.C., que corresponde a un violento retorno de
la actividad del Tungurahua, después de siglos
o milenios de descanso.
Los tiestos encontrados en la capas
correspondientes al evento muestran la
presencia de poblaciones establecidas
alrededor del volcán en esa época. Los 38
tiestos reunidos durante reconocimientos son
poco diagnósticos en su mayoría (Le Pennec
et al., 2013). Sin embargo, el examen detallado
de ciertos fragmentos permite hacer algunas
interpretaciones de interés arqueológico para
esta región poco conocida. A pesar de que
los tiestos provienen de sitios diferentes y
a veces distantes de algunos kilómetros, el
material muestra cierta unidad desde el punto
de vista de la composición de las pastas, de
ciertas modalidades decorativas y de las formas
cerámicas. Los tipos de pasta tienen una débil
variabilidad, con una tendencia a la adecuación
entre el espesor del tiesto y la delgadez de la
pasta: mientras más grueso es un tiesto, más
burda es la pasta. El desgrasante es siempre
mineral. Las formas son poco diagnósticas
pero notamos una amplia mayoría de formas
cerradas, muy probablemente ollas con cuello
con cuerpos de forma ovalada o esférica. El
tratamiento de supericie es generalmente
alisado. La supericie exterior lleva
eventualmente un engobe (rojo, beige, castaño
claro). La modalidad decorativa más corriente
son las líneas bruñidas. El tamaño reducido
de los efectivos recogidos en los diferentes
sitios limita la caracterización del material. No
obstante, es muy probable que estos diferentes
tiestos que provienen de sitios pertenecientes a
la misma región y de una capa correctamente
2) La sierra, al pie del Tungurahua: un
Formativo bajo el volcán
El Formativo de la Sierra ecuatoriana es
201
fechada, procedan de una misma cultura
material formativa. Por otro lado, todos los
escasos tiestos diagnósticos provenientes de
diferentes sitios permiten comparaciones con
las culturas Cotocollao y Machalilla.
El material recogido, a pesar del escaso
número de tiestos diagnósticos, recuerda al
material Cotocollao de la región de Quito,
contemporáneo del evento que dio origen al
depósito de la capa cuya fecha está alrededor
de 1100 a.C. (Villalba, 1988). Un fragmento de
recipiente abierto proveniente del sitio al norte
del cementerio de Baños, es un cuenco carenado
con borde invertido y hombro muescado. Esta
forma se asemeja mucho a una clase formal
que consiste en un cuenco carenado semirestringido de base anular. Pero esta forma es
mas tardía en Cotocollao (entre 800 y 500 a.C.).
Entonces, no podemos descartar la hipótesis de
una inluencia costanera: formas comparables
de cuenco carenados con el hombro muescado
(y sin base anular) aparecen principalmente en la
primera mitad de la cultura Machalilla, es decir
entre 1500 y 1100 aproximadamente (Meggers,
Evans & Estrada, 1965). Sin embargo, dados
nuestros nuevos hallazgos en la región de
Puyo, los mismos que contienen bastantes
tiestos carenados, se debe también explorar la
posibilidad de un componente amazónico.
cavado en la capa inferior (n° 7) y una veintena
de huecos de poste cuyos diámetros van de 10
a 40 cm. La observación muestra que su relleno
a menudo proviene de la capa 3.
Los huecos de poste poseen periles
disimétricos muy característicos. Consisten en
una extremidad en punta, acompañada por
un abultamiento lateral que se produjo en el
momento en que el poste fue alzado. En efecto,
para plantar un poste de tal dimensión, primero
se debe levantarlo hasta una inclinación de 45°,
reposar la punta en un escalón hecho en la fosa
antes de alzarlo verticalmente para insertarlo
en su hueco. Uno de los postes se conservó
de manera excepcional gracias a un fenómeno
raro (Fig. 4). El tronco fue descubierto bajo
la huella de un hueco de poste, a más de 3 m
de profundidad en la arcilla anaeróbica dentro
de la capa freática. De hecho, los antiguos
habitantes plantaron un poste metiendo en
el suelo la extremidad superior estrecha del
árbol, y dejando en lo alto la base densa y
estrecha. Este técnica que consiste en poner
el árbol desramado cabeza abajo es bastante
astuta por varios motivos: limita la necesidad
de talar el tronco del árbol, pues este trabajo
es particularmente duro y tedioso de hacerlo
con hacha de piedra; permite luego, gracias a
la inercia del poste, hundirlo más fácilmente
en el suelo; y inalmente, impide que el poste
se enraíce en el suelo, fenómeno frecuente
en la Amazonía. Lo que los precolombinos
seguramente no previeron fue que en un
terreno lleno de agua, el poste iba a continuar
descendiendo en el suelo, hasta hoy en día
en que vinimos a encontrarlo entre 2 y 3
m de profundidad. Otro poste tenía una
inclinación de unos 45°, para de esta forma
servir probablemente de pilar de sostén de la
armazón. Finalmente, es interesante notar que
dos postes estaban puestos de dos en dos, en
especial el que se preservó, lo que podría ser
un indicio de la perennidad de la estructura, a
menudo reforzada o reparada para así durar más
tiempo. En otros lugares del mundo como por
ejemplo en el sitio de Observatorio de Tokio
perteneciente al periodo Jomon, el reemplazo
de postes se consideró como un indicio de
sedentarismo, pues la casa sería ocupada por
un período mayor.
El estudio de los huecos de poste permite sobre
todo proponer una hipótesis de reconstitución
del plano de la casa cuyas dos terceras partes
de supericie fueron conservadas. El ediicio
ovalado medía 16 x 10 m y tenía dos gruesos
postes centrales y algunos otros, igualmente
3) Las tierras bajas del alto Pastaza
Las prospecciones realizadas en 2011 en el
marco del programa “Alto Pastaza” dieron
lugar al descubrimiento de varios sitios, entre
los cuales consta un fogón circular (170 cm
de diámetro por 30 cm de espesor) hallado
en el corte de un camino, en una lotización en
construcción, a la salida septentrional de Puyo
(S 01 28.159, W 078 00.21). Un carbón extraído
de esta hoguera dio una fecha de 1495-1317 a.C.
(Lyon-9521), es decir un contexto Formativo
tardío (Fig. 3).
En el mes de Julio de 2013, este sitio llamado
“Pambay” fue excavado por medio de un
decapado horizontal en área de 13 m por 9
m permitiendo sacar a la luz la mitad de una
casa, ya que la otra mitad fue destruida por
el desmonte. La estratigrafía muestra una
sucesión regular de capas. Para resumir, la capa
de tierra húmica (n° 1) sigue a una capa café (n°
2), la misma que sigue a una marrón oscuro (n°
3), y luego a una marrón claro (n° 4). Se puede
ver la construcción de la casa en la capa 4 y
se la reconoce gracias a dos tipos de estigmas:
el gran fogón fechado construido en piedra y
202
gruesos, periféricos (Fig. 5). La presencia del
fogón en la parte sur, así como el plano general de
la casa nos llevan a efectuar comparaciones con
los modelos indígenas actuales de la provincia.
El fogón está empotrado en el suelo de la
casa, con las paredes y el fondo empedrados.
Además, la capa de carbón alcanza los 30 cm
de espesor, lo que muestra una larga e intensa
actividad. Cabe precisarse que si este fogón
está a menos de un metro de un poste, como
todavía sucede hoy en día, no solo está mejor
construido que los fogones actuales colocados
directamente en el suelo, sino que parece ser
además el único en la mitad excavada de la
casa. Esta es una diferencia importante con el
hábitat moderno Shuar, Achuar y Kichwa, en
el cual es común encontrar varios fogones bajo
un mismo techo, ya que cada mujer mantiene
por lo general, el suyo propio. Tampoco es
raro encender un fuego cerca de las camas en
la noche para así abrigarse. Las características
de aquel de Pambay, gran fogón de piedra con
forma circular de palangana, recuerdan más
bien aquellos del sitio ceremonial de Santa
Ana-La Florida. En Pambay, Observaremos
también que las máquinas de excavación
sacaron a la luz una estructura de combustión
empedrada y plana que recuerda aquella del
sitio formativo de La Vega cerca de Loja
(Guffroy, 2006). Tanto la orientación general
de la casa de Pambay, noreste-suroeste, como
su posición en la cima de una pequeña colina
entre dos riachuelos, coinciden con la elección
tradicional de los Amerindios actuales.
En cuanto a la cerámica, esta es rara y más bien
mal conservada. Si bien el material de las capas
1 y 2 es reciente y tosco, aquel que aparece a
partir de la capa 3 diiere notablemente. Este
se caracteriza por su extrema fragmentación,
pero sobre todo por su mayor ineza así como
también por la presencia de numerosos tiestos
carenados. Tanto bordes de cuello como de
pared prueban la existencia de un material
doméstico cuyos dos o tres tipos de pasta
parecen ser locales. En otros tiestos se puede
entrever la existencia de una vajilla diferente
aunque es difícil de precisar si es especíica o
importada: tiestos con engobe rojo y otros,
de pasta gris con interior bruñido (negro
brillante que recuerda la cerámica de la cultura
Upano), decorados con trazados supericiales
de líneas paralelas diagonales que recuerdan el
material Formativo de Baños. Es sin embargo
importante subrayar dos cosas: si bien la gran
mayoría de tiestos fueron hallados en la capa
3 de color marrón oscuro, estos se encuentran
en mal estado, muy fraccionados, esparcidos
en desorden como si tratase de un abandono.
La capa inferior, sin duda el verdadero nivel
de ocupación, no conservó prácticamente
ningún tiesto y parece haber sido objeto de una
meticulosa limpieza del suelo.
En el sitio de Colina Moravia, situado a pocos
kilómetros al oeste, en la comuna de Shell,
se sacó a la luz otra ocupación Formativa
contemporánea de Pambay. El sitio de
implantación se encuentra en una colina natural
en el sustrato rocoso y permite imaginar la
presencia de una gran casa, similar a aquella de
Pambay, situada en el centro de la elevación.
Las poblaciones del Formativo del lugar, a
diferencia de aquellas de Pambay, realizaron
un depósito intencional de cerámica: se trata
de una caja de llipta depositada al fondo de una
fosa y que prueba el uso de la coca.
Discusión
Las culturas Formativas de Mayo-Chinchipe,
Sangay, Upano y Pambay recientemente
deinidas en base a excavaciones por decapado
de grandes áreas invitan a revisar el tema
del Formativo amazónico de Ecuador,
especialmente a lo largo del piedemonte
oriental de Los Andes.
Los sitios Formativos descubiertos hasta
ahora en la Amazonía eran esencialmente de
carácter ceremonial, ya sea por su arquitectura
elaborada como en Santa Ana-La Florida o por
la cuidadosa organización de los montículos
como en el caso del Upano. Igualmente, los
artefactos hallados provienen de depósitos
de culto y jamás de áreas domésticas: los
escondites funerarios o con otra función
de Santa Ana-La Florida, el depósito de los
cimientos del montículo del sitio de Sangay,
el depósito de una caja de llipta en una fosa de
la Colina Moravia cerca de Puyo y también en
el sitio de La Vega en Catamayo, provincia de
Loja, cuyo origen cultural es probablemente
amazónico.
Las excepciones de descubrimientos domésticos
del Formativo están ligadas al volcanismo. En
Baños, al pie del Tungurahua, existen cerámicas
domésticas atrapadas a causa de una erupción
pliniana con fecha 1100 a.C. Tal vez en este
caso se podría hacer un paralelo con Pambay,
cerca de Puyo, en donde los raros tiestos
recogidos provendrían de la capa de abandono
provocado quizás por una importante lluvia
de cenizas volcánicas. La casa de Pambay que
dio una fecha de 1495-1317 a.C., constituye el
203
y que los raros ejemplos conocidos, trátese
de Pambay, Moravia, Sangay o Santa Ana-La
Florida, descansan directamente en las matrices
geológicas que muestran vaciados anteriores a
su ocupación. Queda claro ahora que, gracias a
los descubrimientos del Formativo realizados
en la Amazonía ecuatoriana, nuestra mirada
sobre el poblamiento de esta región debe ser
vuelta a evaluar, y se torna indispensable revisar
nuestras estrategias de investigación y repensar
nuestros esquemas teóricos, por desgracia, a
veces tan subjetivos.
primer descubrimiento de hábitat Formativo
en la Amazonía. Es sin duda demasiado pronto
para comparar la construcción (disposición
y diámetro de los postes) con los modelos
actuales de los Achuar o Shuar, pero desde ya
observamos que diieren de los establecimientos
contemporáneos pues los fogones fueron
construidos cavando y acondicionándolos
con piedra. La ausencia de material cerámico
en las casas es resultado de una limpieza
concienzuda, aunque también probablemente
del cambio de este tipo de utensilios en el
momento de partida de los ocupantes. Esta es
la gran diferencia con los contextos domésticos
de los períodos recientes, como por ejemplo
las culturas Huapula, Bracamoros o Putuimi,
los mismos que al conservar grandes vasijas,
nos permiten suponer que las poblaciones
Formativas conservaban un modo de vida y
hábitos que recuerdan aquellos de los seminómadas, puesto que nada era abandonado.
Aunque evidentemente de carácter ceremonial,
podemos preguntarnos a este respecto, si acaso
la forma de botella con asa típica de este período
no representa en cierto modo esa facilidad para
desplazarse dado que el asa permitía tomarla
bien con la mano y la forma general del
recipiente evitaba que este se volteara. Antes
habría que precisar que la cerámica no es como
durante largo tiempo se supuso, exclusiva de
los grupos sedentarios sino que al igual que la
agricultura, apareció a menudo en los grupos
nómadas o semi-nómadas. Este fenómeno no
es raro en la Eurasia prehistórica (Jordan &
Zvelebil, 2009) y existe aún hoy en día en los
grupos de cazadores-recolectores que utilizan
cerámica como los Vedda de Sri Lanka, los
Andamaneses de Malasia, los Inuit de Alaska,
ciertos Indios de las Llanuras, los Guayaki,
los Siriono y los Nambikwara de la Amazonía
(Testart, 2012). Finalmente, la visita de los
sitios Formativo deja como impresión aquella
de un gran trabajo de piedra bastante mayor
que el de los períodos siguientes. Se trata de
talla y de pulido también, como lo demuestra la
abundancia de astillas de talla o las numerosas
cuentas o cuencos de piedra pulida en contexto
ceremonial. En este caso, domina una vez
más la producción de artefactos de carácter
ceremonial.
En resumen, está claro que hoy en día una
investigación sobre el Formativo amazónico
no debe subestimar el lavado destructivo y
profundo que sufren los suelos, volviéndose
entonces necesario subrayar que los niveles
antrópicos de esta época son excepcionales
Agradecimientos
La investigación interdisciplinaria del alto
Pastaza fue inanciada por el Ministerio de
Relaciones Exteriores de Francia, le Instituto de
Investigación para el Desarrollo, el programa
ECOS-Sud y el museo Etnoarqueológico de
Puyo.
Traducción Belém Muriel
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206
Simposio “Ecuador”
Dinámica de vida en el área de inluencia del río
Napo, desde 9000 a.C. hasta 1400 A.D.
Amelia M. Sánchez Mosquera
obtener instrumentos, utensilios, elementos
constructivos o de producción económica
durante la Época Aborigen, tenemos la
Chapiza superior o Miembro Misahuallí (tobas,
areniscas, piroclastos, conglomerados y lutitas),
y la formación Napo que alora en el alto Napo
(calizas, areniscas calcáreas, lutitas negras y
azules).
La población actual, muy afectada por la
inluencia occidental, maneja su modo de
vida dentro del marco del comercio que se
pueda establecer con la «ciudad», se dedican
básicamente a sembrar maíz, yuca y café,
etc., actividades que han provocado que la
horticultura pase a un segundo plano, lo mismo
que el manejo racional de su medio. Una de las
principales consecuencias de esta problemática
es la escasez de fauna nativa, tanto terrestre
como acuática.
Introducción
Los estudios realizados dentro de dos proyectos
dentro del marco de la arqueología de contrato,
un bloque petrolero -21- y un aeropuerto
han permitido conocer modelos dinámicos
de ocupación en zonas vecinas dentro del
área de inluencia del río Napo. En conjunto,
permiten reconstruir y proponer una dinámica
ocupacional entre 9000 a.C. y 1400 AD (Figura
1).
Yuralpa es la zona estudiada del Bloque 21,
donde se identiicó un proceso de poblamiento
desde hace 11000 años atrás hasta la época
de la llegada de los españoles a la Amazonía.
Zancudococha, es básicamente una ocupación
del periodo de Integración deinida en la
zona donde se construyó el aeropuerto de
Tena. Los grupos tardíos identiicados en el
meandro estudiado se complementan dentro
de esta dinámica con los estudios de la década
de los 90’s en Yuralpa –bloque 21–, donde se
identiicó ocupaciones desde el Precerámico
hasta Integración.
En este primer acercamiento se considera
exclusivamente las actividades del equipo de la
autora de este trabajo, para una segunda fase ya
estamos incorporando la información de otros
investigadores que han intervenido en la zona
de inluencia.
La zona estudiada, donde se encuentran
ambos proyectos, está caracterizada por dos
fases climáticas anuales que están claramente
deinida. La una húmeda, en la cual se registran
caudales altos –abril a julio, aproximadamente–;
y la relativamente seca cuando los caudales
disminuyen su caudal signiicativamente.
Tiene un clima permanentemente húmedo
(90% humedad relativa), con temperaturas
comprendidas entre 9 a 25 grados centígrados.
Una precipitación media anual alta, casi siempre
superior a los 3000 mm pero pudiendo llegar a
los 6000 mm (Secretaria General de la OEA,
1988).
Geológicamente hablando, en la zona
existen algunas formaciones que pudieron
servir de fuente de materia prima para
Sobre Yuralpa
Yuralpa pertenece a las comuas rurales
Santa Rosa, Sumac Sacha y Campanacocha
de Ahuano, provincia de Napo. La zona
está dominada por el río Napo, sin poseer
meandros cerrados se trata de una angosta
llanura inundable, con presencia de lomas y
colinas de alrededor 500 m.s.n.m. Es necesario
recordar que el cauce del Napo, al igual que la
mayoría de ríos amazónicos, es muy dinámico.
En la zona de Yuralpa los 23 yacimientos
considerados en esta propuesta maniiestan un
patrón de asentamiento bastante recurrente ya
que están ubicados en la cima de lomas planas,
cercanas a un cauce mayor de río y junto a
quebradas o río de segundo o tercer orden
(Sánchez Mosquera, 1998a, 1998b, 1999). Este
patrón fue observado parcialmente en otros
sectores de la Amazonia Ecuatoriana, alrededor
de los ríos Tipitini, Indillana, etc. (Netherly,
1997). La ubicación de los sitios arqueológicos
corrobora el modelo de ocupación de las zonas
interluviales muy pobladas pero con un patrón
de asentamiento disperso que fue propuesto
previamente por otros investigadores tales
como Anne-Cristine Taylor (1988) y James
207
Zeidler durante su trabajo con los achuar en
los 80 (Zeidler, 1983:160). Este patrón de
asentamiento fue planteado incluso como una
posición que facilita la defensa (Figura 2).
Hay que anotar también que todos los sitios
excavados en Yuralpa fueron ocupados por
más de una ocasión (Sánchez Mosquera, 1997c,
1997d, 1998a, 1998b, 1999a; Aguilera, 1998).
Si observamos las distancias intersitio en
Yuralpa son bastante cortas, oscilan entre 200
y 1200 metros aproximadamente, conirmando
que los yacimientos se encuentran bastante
cerca entre sí. Es claro que estas distancias
facilitan las relaciones de los grupos familiares
domésticos como puede observar entre los
Ñukak (Cabrera et al., 1999).
En el caso de Yuralpa, unos sitios parecen
haber sido ocupados por el mismo grupo
social y otros por grupos diferentes. Uno de
los pocos grupos nómadas que actualmente
sobreviven la aculturación –Ñukak–, a partir
de las observaciones realizadas es común
observar a grupos domésticos que cambian de
asentamiento transitando a pie por el bosque, y
con permanencias tan cortas como 5.31 días por
asentamiento, y con un máximo de 28 días por
asentamiento (Cabrera et al., 1999). Teniendo
en cuenta que esto es posible, la mayoría (72%)
de los eventos de los sitios de Yuralpa proceden
de ocupaciones relativamente cortas como las
que se han podido observar entre los Ñukak.
También han sido útiles las razones por las
cuales se cambiaron de asentamiento, entre las
más comunes se encuentran el mal estado del
campamento, la escasez de alimentos o agua, la
acumulación de basura y el mal olor originado
por la descomposición de materias orgánicas.
Otra de las razones lógicas que apoyan la
dinámica y movilidad de los habitantes del
neotrópico es que luego de un año o dos de
cultivo, la tierra es abandonada por volverse
muy pobre, de esta manera con el abandono
el bosque la reocupa (Moran, 1990). Un
aspecto más que debió inluir en la movilidad
de la zona de Yuralpa es la apropiación de
bienes y recursos con el in de alimentarse y
sobrevivir, según Reichel-Dolmatoff (1996) en
las sociedades tropicales tuvo que ser manejada
considerando los límites que la naturaleza les
proporcionó y teniendo en cuenta la presión
ejercida por el crecimiento de las demandas
por parte de las comunidades. Por lo tanto
hay que tener en cuenta que si las sociedades
amazónicas se movilizaban es y era teniendo una
conciencia clara de la fragilidad de ese medio.
En otros casos como los Tukano (Colombia),
se conirma que la degradación ambiental no
se interpreta en términos de agotamiento de
suelos, sino como el eventual menoscabo de la
fauna y el aumento de la distancias para llegar al
lugar de caza (Reichel-Dolmatoff, 1997).
Uno de los aportes más importantes en
Yuralpa es la presencia un sitio precerámico
–Guaguacanoayacu– con dos ocupaciones
Cuadro 1. Cronología asociada de Yuralpa y Aeropuerto de Tena
208
propia del río Napo y sus aluentes cercanos.
La zona del meandro de Zancudo no es una
planicie perfecta, más bien presenta muchas
irregularidades que se traducen en terrazas que
constituyen franjas sub-paralelas a la forma
del meandro. Así, se identiicaron 4 terrazas
aluviales –T1 a T4– y una con depósitos
coluviales T5; comenzando por la más joven
frente al cauce actual del rio, la T1 representa
el cauce de inundación actual del rio Napo,
mientras que las otras terrazas representan
sucesivamente posiciones del cauce cada
vez más antiguas y topográicamente más
altas. Todas las ocupaciones asociadas a las
terrazas pertenecen al periodo de Integración.
Esto tiene coherencia con la idea de que la
comunidad debía moverse continuamente por
las inundaciones.
Es muy probable que la propia dinámica
del meandro destruyera las evidencias de
ocupaciones previas al periodo de Integración,
fuera de ello, se logró identiicar un contexto
formativo poco deinido hacia el Norte del
meandro y dos contextos asociados al periodo
de Desarrollo Regional Tardío.
En cuanto al material recuperado, se
deinieron 64 formas cerámicas –incluidas
sus variaciones-. La mayor recurrencia de
las formas cerámica se da en el Depósito 3
y en el sitio 13, en particular. Las técnicas de
decoración utilizadas son diversas: de índole
plástica está la impresión de uñas en diversos
patrones, el uso de pintura roja sobre blanco y
líneas de engobe sobre ante; también hay líneas
paralelas al borde de engobe, hay ejemplos de
incisos y los excisos están presentes únicamente
en los sellos cerámicos. Teniendo en cuenta las
observaciones del material, está aparentemente
asociado a Tivacundo (Evans & Meggers,
1968) deinida en los años sesenta a partir de
dos pequeños cateos a orillas del río Tiputini,
donde obtuvieron una fecha aproximada a AD
510, Desarrollo Regional Tardío-Integración
Temprano. A Evans y Meggers les llamó
la atención el alto grado de erosión que
muestra esta cerámica (ibidem: 93), criterio
que es compartido con el conjunto cerámico
de Zancudo, sin embargo los fechamientos
obtenidos extenderían al conjunto cerámico
más hacia un desarrollo dentro de Integración
Temprano y algo en Integración Tardío.
La decoración roja en zonas y los incisos son
rasgos que se encuentran en Zancudocoha y
también en Yuralpa.
Las formas son diferentes a las observadas
para la zona del Tiputini del Bloque 16 o de
precerámicas cuyas fechas oscilan entre (Beta115898) Trench A, 2/7, 8810+/-60BP
-7990-7725 a.C.-; y, (Beta-115899) A4, 3/5,
9850+/-60BP -9120-9010 a.C-. El sitios
presenta un utillaje lítico basado en la percusión
directa y su presencia es un aporte más al
horizonte de cazadores-recolectores tropicales
que se ha dado en Centro y Sudamérica
(Cavelier et al., 1995; Sánchez Mosquera, 2012)
(Cuadro 1).
El sitio cerámico más antiguo de la zona es
Yuralpa, OIVB1-03 (Sánchez, 1997c), lo que
coincide con la propuesta de Meggers (1985,
1994a, 1995) la que dice que la cerámica
comenzó a expandirse en la Amazonía alrededor
de 2000-1500 a.C. durante un periodo seco. Las
ocupaciones más tardías se encuentran en los
sitios OIIIF3-02 (Lumu), OIVB1-03 (Yuralpa),
OIIIF3-23 (Grefa), OIVB1-11 (Timbela) y
OIVB1-04, tienen fechas aproximadas a 12151435 AD y están relacionadas con la presencia
de una cerámica sencilla poco diagnóstica
y con elementos líticos obtenidos mediante
tecnología simple. Estas ocupaciones se dieron
en un periodo que era más que nada lluvioso.
Es claro que los grupos amazónicos se
ubicaron principalmente en las cimas de las
lmas de los bosques o en las riberas de los ríos
(Moran, 1990), en algunas zonas como Yuralpa
se maneja una mezcla de ambos patrones, es
decir, sobre lomas y cerca de la ribera (Nehterly,
1997; Sánchez Mosquera, 1999).
Sobre el meandro de Zancudococha
El área de inluencia directa del Aeropuerto
de Tena considera las comunidades de
Zancudo, Pacay chicta y la cooperativa Simón
Bolívar, Ahuano, provincia de Napo. La zona
era utilizada con ines casi exclusivamente
agrícolas, hasta el inicio de nuestras actividades.
Fisiográicamente, Zancudococha se encuentra
sobre un meandro activo del rio Napo,
especíicamente hacia el Sur del río o margen
derecha.
Los 23 sitios identiicados originalmente
fueron reevaluados, se excavaron 9 sitios,
y sus respectivos sectores. Dentro de esos
yacimientos se identiicaron diversas evidencias
constructivas y numerosos entierros de vasijas,
urnas en su mayoría (Figura 3).
Zancudococha, es una ocupación ribereña
que se ha desplazado intensamente dentro
del mismo meandro especialmente durante
el periodo de Integración con una movilidad
determinada en gran parte por la dinámica
209
la tradición Napo. Los bordes reforzados y la
presencia de formas cerámicas sin cuello son
llamativos, al igual que los cuerpos ovalados,
ovoides o compuestos, los mismos que son
tan comunes como los globulares. Durante
trabajos previos realizados por la autora en
la zona de los campos marginales de Pindo
y Palanda –provincia de Orellana- muestran
algunos elementos que conectan la fase
Tivacundo haciéndonos pensar que se trata de
un fenómeno más regional y menos localizado
como originalmente propusieron Evans &
Meggers, algo similar a lo que se observa
posteriormente para la fase Napo.
En el material lítico que es numeroso, se
observa que existieron dos cadenas empleadas
en la elaboración de artefactos de piedra: el
pulido y la talla, las cuales fueron empleadas
en los dos períodos de la época aborigen –
Formativo e Integración- registrándose con
mayor presencia durante todas las ocupaciones
tardías. En la manufactura de la industria de
piedra pulida se emplearon tres técnicas que
fueron la percusión, la presión y la abrasión.
Mientras que la tecnología de talla empleó
dos técnicas en la elaboración de artefactos: el
tallado sin predeterminación y el tallado con
predeterminación.
Si bien no existen restos fáunicos, la presencia
de lascas utilizadas como cuchillos, permite
mencionar que estos artefactos fueron
confeccionados para la tarea de faenamiento.
Debieron ser empleados también para el
procesamiento de ibras vegetales, esto
corrobora la presencia en el análisis de itolitos
de una especie de totora y varias palmas.
Existe un alto porcentaje de hachas y preformas
de las mismas, lo mismo azadas, azuelas,
morteros, metates y manos de molienda. Estos
últimos junto con el registro arqueobotánico
de maíz, lerén, y achira nos demuestra la
preparación del terreno para ines agrícolas.
La presencia de unos pocos elementos de
obsidiana marcan la pauta para aseverar una
relación de comercio en torno a ella desde las
estribaciones orientales hacia esta zona.
el segundo entre 1000 BC-80 AD, el tercero y
más amplio entre 415-900AD, y el cuarto y más
breve entre 1100-1200AD.
Trabajos previos en la Amazonia indican que
durante el Holoceno el clima fue más cálido y
húmedo que el Pleistoceno Tardío, existe un
intervalo más seco caracterizado por lluvias
estacionales entre 4300 y 3150 AP –2300/1150
a.C.– (Bush & Colinvaux, 1988; KamBiu & Colinvaux, 1988; Colinvaux, 1989).
Posteriormente entre 700-1200AD, se postula
un periodo de lluvias excesivas e inundaciones
(Colinvaux, 1989; Athens, 1997). Evidencias de
algunos hiatos han sido reportadas en algunas
zonas marginales de la Amazonía mostrando
breves episodios de sabana entre expansiones
del bosque tropial, esto alrededor de 500 AD,
800 AD, 1300 AD y 1600 AD.
En ambos proyectos se realizó análisis de
itolitos.
La unidad 8 del sitio 13, fue la zona con
mayor cantidad de itolitos en la zona de
Zancudococha, especialmente en los depósitos
1, 2, 2A y 3. Los itolitos de palmas y gramíneas
dominan el conjunto de itolitos, seguidos de las
esferas nodulares producidos por árboles de la
familia Bombacaceae y los itolitos misceláneos
“esferas rugosas”, que son mayormente
producidos por hierbas (dicotiledóneas), no
gramíneas.
Es evidente que se trata de un ambiente muy
intervenido. Es llamativo el bajo porcentaje de
taxas que habitan bosques maduros, destacan
cistolitos, escléridos, itolitos de Celtis ssp.,
Tapura ssp. y Chrysobalanaceae.
El D3, plena ocupación de Integración
Temprano, presenta un menor número de
plantas arbóreas, contrariamente las gramíneas
representan casi el 60% de toda la vegetación,
la más alta del todo Zancudococha. Entre las
plantas cultivadas, el maíz está presente en las
cinco primeras muestras (D1-D3B), pero está
ausente en los dos últimos depósitos (D4 y D5)
donde solo aparecen itolitos de Calathea ssp. o
bijao, esta última especie también está presente
en los depósitos D2, D2-A y D3. Fitolitos de
achira (Canna ssp.) no fueron identiicados en
esta muestra, pero si en otro sector del sitio.
Los indicadores de humedad mantienen
valores similares a los contextos analizados
anteriormente, es decir que si bien pudieron
inundarse, la permeabilidad de los suelos y/o las
respuestas humanas pudieron haber favorecido
a su descenso, ya que no se nota una proliferación
abundante de esos microorganismos, que sí se
observa en ambientes anegadizos, por ejemplo.
El ambiente y clima
Como lo referimos previamente la zona de
Yuralpa fue habitada probablemente por más de
un grupo étnico. En todo caso es bastante claro
que la zona fue ocupada interrumpidamente
entre 9000 d.C. y 1400 AD. Sin embargo, es
interesante anotar que se observan cuatro
hiatos, el primero entre 7500 a.C. y 1500 a.C.,
210
Los itolitos de Yuralpa, fueron obtenidos de
muestras tomadas en los sitios Lumu y Yuralpa.
En ambos sitios se identiican elementos
del bosque tropical húmedo. La presencia de
diferentes elementos indican una antropización
de los restos incorporados en el sedimento que
pueden ser causa de algún tipo de sesgo en la
representatividad de los taxones identiicados
correspondiente a la explotación de los
recursos forestales y al desarrollo de cultivos
como el maíz (Zea mays).
También se identiicaron para el Formativo
Medio, itolitos característicos de anonáceas
(Annonaceae), cucúrbitas (Cucurbitaceae)
y bursáceas (Burseraceae), con un diámetro
generalmente entre 60 y 90 micras (Bozarth
1987, Piperno 1988, Runge & Runge 1997),
así como diferentes tipos correspondientes a
diversos tipos de palmas (Palmae). La presencia
de itolitos de gramíneas es baja en comparación
con suelos de sabanas neotropicales, lo mismo
que las formas bulliformes. En relación a las
gramíneas, las mancuernas y las cruciformes
se han documentado especialmente en
la subfamilia Panicoideae y en algunas
Bambusoideae. También se encuentran las
formas de silla de montar que son características
de las gramíneas de la subfamilia Chloridoideae,
y de las Bambusoideae. (Juan Tresserras, 1997).
En particular, en el sitio de Lumu destaca la
presencia de granos de almidón y itolitos
de maíz en las muestras 3 y 6 del depósito 2.
Algunos itolitos cruciformes se enmarcan
en los descritos por Pearsall y Piperno como
pertenecientes a las variedades de maíz.
Los itolitos de palmas son especialmente
abundantes en las muestras del depósito 2 (3065cmbs). En estas cuatro últimas asociadas
a un elevado número de microcarbones.
Las palmas se emplean especialmente como
fuente de hojas para techar, aunque también se
aprovecha el fruto por la nuez que contiene,
preparando incluso bebidas fermentadas que
se preparan mediante su cocción en agua.
En el sitio de Yuralpa, los itolitos característicos
del maíz se han identiicado únicamente en las
muestras 21, 23 y 29 –depósitos 2 y 3- en las
que se han caracterizado itolitos cruciformes
tipo maíz.
Conclusiones
Si bien en Yuralpa el inicio de la ocupación
humana está marcado por la presencia de
un yacimiento precerámico, es en periodos
posteriores donde se observa más fuertemente
la dinámica de movilidad social entre Yuralpa y
Zancudococha. (Figura 4)
Figura 4
211
Bibliografía
A pesar de existir un gran hiato temporal
hasta el Formativo Medio en Yuralpa, este
momento coincide con un periodo seco que
probablemente inluyó en que la gente se
desplace hasta la zona de Zancudococha en el
Formativo Tardío.
Al llegar el periodo Desarrollo Regional
también notamos que en el Desarrollo
Regional Temprano, en un momento de
expansión del bosque es en la zona de Yuralpa
donde se intensiica la ocupación en esta zona.
Posteriormente, durante el periodo Desarrollo
Regional Tardío, se encuentra evidencia en la
zona de Zancudococha.
Las lluvias se intensiican en el periodo
de Integración Temprano y se encuentran
evidencias en ambas zonas: Yuralpa y
Zancudococha. Y al llegar durante el periodo
de Integración Tardío se registra ocupaciones
en el meandro de Zancudo y no en la zona de
Yuralpa.
Este modelo ocupacional es una propuesta de
dinámica zonal que permitirá partir hacia otra
más general o en zonas vecinas.
Algunos autores sostienen en la Amazonia la
presencia de grandes asentamientos que según
varios cronistas fueron capaces de agrupar miles
de personas, acumular alimentos y controlar
varias aldeas a lo largo de las riberas de los
ríos (Moran, 1990). Si bien esta airmación
está basada en los hallazgos de la Amazonía
central podría aplicarse a lo observado en
Zancudococha donde se encontraba la mayor
concentración población y de recursos para el
periodo de Integración.
Alrededor del comienzo de nuestra era,
varios hallazgos conirman la presencia de un
horizonte polícromo en la periferia occidental
de la Amazonía –conocido como Napo- sin
embargo no es el caso de ninguno de los
sitios estudios tanto en Yuralpa como en
Zancudococha. Deinitivamente, la cerámica
de ambos sectores es básicamente utilitaria y
con escasos elementos decorativos.
Según algunos cronistas para el siglo XVI
los Omaguas dominaron el área del bajo río
Napo y su territorio incluía a más de 30 aldeas
en 700 Km. Partiendo de esa airmación la
población tardía de la zona podría haber sido
la de los Omaguas, pero de ser el caso, nuestras
evidencias no conirman la propuesta de
algunos investigadores de que los Omaguas
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Simposio “Ecuador”
Caballones vs. camellones
Franklin Fuentes G., David Leyton, Telmo López M.,
Javier Véliz Alvarado & Stéphen Rostain
A medida que pasa el tiempo el incremento
y migración rural y de la población motiva el
desarrollo de nuevas áreas geográicas tanto
para habitar como para el desarrollo de la
industria. El suelo del cantón Guayaquil en su
área urbana esta copado y en su área rural el
espacio cada vez es menor. Para este cantón la
expansión se esta dando hacia la zona oeste y
en algunos casos hacia el sur, tomándose zonas
de manglares para vivir.
La extensión del área poblacional hacia el norte
prácticamente ha llegado al límite habitacional
y tenemos que los cantones con los que limita,
Samborondón y Daule en sus áreas rurales están
siendo ocupadas, hoy tenemos urbanizaciones
bien planiicadas que superan largamente a las
cabeceras cantonales de dichos cantones. Sin
embargo las áreas industriales hoy en día se
están dirigiendo hacia un cantón que si bien es
cierto no lindera territorialmente con el cantón
Guayaquil, pero que en su momento fue una
parroquia rural, es ahora un próspero cantón y
sus tierras están siendo dedicadas al desarrollo
de la industria y de la vivienda, este es el cantón
Durán.
En la vía conocida como Durán–Tambo a
partir del Km. 2 empieza el desarrollo de la
planta industrial cercana a la ciudad de Durán
y éstas se hallan en zonas bajas e inundables.
Esta vía a partir del Km. 4 al Km. 20, donde el
límite es la vía que conduce a la población de
Taura, tenemos la presencia de una vasta zona
de vestigios precolombinos que en unos casos
data desde la época de la cultura Chorrera (500
A. C.) usados hasta el año 1700. Esta zona de
vestigios culturales comprende también todo el
tramo de la llamada autopista Durán–Boliche,
donde el lugar más importante está en la
hacienda Jerusalén con uno de los montículos
artiiciales más grande de la zona.
extensión y que nacen tanto en la zona alta
de la cuenca al pie de Los Andes por el lado
oriental, así como en la cordillera Costanera
por el lado occidental (Figura 1).
En relación a las zonas inundables de esta
provincia, una de ellas es la que circundan
algunos ríos como el Bulubulu, el Yaguachi y
el Babahoyo, tenemos que para inicios del siglo
XVII, la Descripción de Guayaquil relata que
cuando “Crece el río el ybierno y anega gran parte
de la tierra; entonces no se puede navegar por la madre
a causa dela gran fuerza que allí leva la corriente./
Navegase por medio de los campos y sabanas con buen
tiento y noticia de la tierra, y viénese a salir muchas
leguas arriba atajándose su riesgo y con menor trabajo”
(1973: 63).
Reginaldo de Lizárraga (1605) describe la zona
baja de la cuenca del río Guayas y cuando viaja
por el río Babahoyo dice “Por este río arriba se
sube en balsas para ir a la ciudad de quito …” y
al detallar las áreas circunscritas relata que “Al
verano se sube en cuatro o cinco días; al invierno en ocho
cuando en menos tiempo, porque cerca de a mulo déjase
la madre del río y delineándose sobre mano derecha
a las sabanas, que son llanos muy grandes, llenos de
carrizo, pero anegados del agua que sale de la madre
del río; llévanse las balsas con botadores, porque el agua
esta embalsada y no corre: es cierto que si la tierra no
fuera tan cálida y llena de mosquitos, causara mucha
recreación navegar por estas sabanas” (1946: 26)
extensión que todavía era posible navegar por
toda esta sabana inundable hasta mediados de
los años 40 del siglo pasado.
El mismo Lizárraga da los primeros derroteros
sobre lo que había en esta inmensa zona
inundable y describe a los caballones de la
siguiente manera “En ellas hay algunos pedazos
de tierras altas, que son como islas, donde los indios
tienen sus poblaciones con abundancia de comidas y
mantenimientos de los que son naturales a sus tierras,
mucha caza de venados y puercos de monte, que tienen
el ombligo en el espinazo; pavas, que son unas aves
negras grandes, y éstas coloradas y no malas al gusto”
(1946: 26), lo que evidencia el entorno de
lo que vio en la zona este de la baja cuenca,
zona que hasta hoy en día se inunda durante
las estaciones lluviosa y donde sobresalen
Geografía e historia
La cuenca del río Guayas es la más importante
del lado Pacíico y es llamada por la calidad de
sus tierras, la despensa de América, que son
regadas por varios ríos tributarios en toda su
215
los llamados caballones más comúnmente
llamados camellones.
Sobre la fauna hostil, añade que en estos
camellones circulaban algunos animales no
gratos para el ser humano ya que “hay también
en estas islas tigres, no pocos dañosos a los indios, y
es cosa de admiración: en estas cabañas hay muchas
casas o barbacoas, por mejor decir, puestas en cuatro
cañas de las grandes en cuadro, tan gruesas como un
muslo y muy altas, hincadas en el suelo; tienen su
escalera angosta por donde suben a la barbacoa o cañiz
donde tienen su cama y un toldillo para guarecerse de
los mosquitos.” (ibíd.: 26–27) A ello se suma la
actividad que realizan los habitantes de estas
“islas”, donde menciona que “Aquí duermen
por miedo de los tigres; muchos de estos indios están
toda la noche en peso sin dormir, tocando una lautilla,
aunque la música, para nosotros a lo menos, no es muy
suave. Estas barbacoas no sustentan más que una
persona” (ibíd.), dato valioso que describe varios
aspectos de la vida sobre los montículos, los
alimentos, los animales, sobre las casas, sobre la
música, y sobre la vigilia que estaban haciendo
de sus cultivos ante la depredación de ciertos
animales, en estas zonas de sabanas inundables.
Baleato menciona el alto grado de inundabilidad
del terreno anegado por el agua, apuntando
a la principal característica de los caballones,
la del manejo del agua: “El terreno de la mayor
parte de la provincia es bajo, se aniega con las aguas del
invierno y sólo aparecen entonces algunos sitios altos y
los mas donde se mantienen es esta estación los ganados.
Cuando se retiran las aguas, están unos y otros parajes
pantanosos por algún tiempo; y hasta que se secan
tampoco hay facilidad de transitarlos.” (1820: 81), es
lo que se relata de las zonas bajas de la cuenca
del río Guayas y que continuaron durante
algunos siglos.
Teodoro Wolf, relata que “La región comprendida
entre el río Guayas (desde la boca de Naranjal hasta
Guayaquil) y la cordillera occidental tiene el ancho de
diez a doce leguas y es completamente llana, con excepción
de los cerros de Taura, que luego conoceremos. Es muy
poco habitada y poco cultivada, porque en su mayor
parte se compone de sabanas pantanosas e inundadas
(tembladeras), que a lo más se presentan a la ganadería,
pero no a la agricultura. La última se halla reducida a
ciertos lugares aislados; donde el terreno la favorecería,
como hacia el pie de la Cordillera, falta de población,
y todo esta cubierto de monte, rico en maderas valiosas
(montañas al Este de Taura y de Boliche , montañas
de Bulubulu).” (1992: 82), descripción que nos
da una idea de cómo se ha mantenido la zona
desde inales del siglo XIX hasta hoy en día, en
estas tierras que han sido llamadas tembladeras
(Figura 2).
En relación a los cauces y las llamadas lagunas
tenemos que “Los demás brazos se pierden pronto
en las extensas tembladeras, que se hallan entre
Boliche y el río Guayas; sin embargo atravesando esos
pantanos en canoa, se puede seguir el río principal por
todas sus tortuosidades que describe, ya ensanchándose
como un lago, en que apenas se observa la corriente, ya
estrechándose en un angostísimo hilo de agua, hasta salir
inamente con un cauce regular (desde el sitio del Sauce)
al brazo del río Guayas, que baña el lado oriental e
la isla Santay.” (Wolf, 1992: 83). Indicamos
que a toda esta zona que en algunos casos
las denominan sabanas inundables y en otros
lagunas y también son mencionadas como
tembladeras, y es en toda esta zona donde
Wolf, menciona que “Los demás riecitos que caen al
río Guayas en esta región, como los esteros de Zoraida,
de Santay, de Cantagallo, de Sitio Nuevo, etc. Son
todos insigniicantes y nada más que desaguaderos de
las tembladeras.” (ibíd.: 83).
Para Wolf, sobre las tembladeras que
corresponden a toda la zona baja ubicada al
este de la cuenca del río Guayas, nos indica
que “… son sabanas anegadas durante todo el
año, que se extendiera a veces sobre algunas leguas
cuadradas. La vegetación de ellas es del todo distinta
de la sabana. También predominan las gramíneas y
ciperáceas, pero con formas gigantescas y mezcladas con
un grandísimo número de otras plantas palustrales.”,
descripción que continúa y se reiere e indica
que “El agua cubre el terreno desigualmente, llegando
su profundidad de pocos centímetros a algunos metros.
Donde no pasa de 1/2 metro, es invisible desde alguna
distancia, porque la vegetación cubre todo; pero en los
lugares más hondos hay solamente plantas nadadoras,
o se presentan lagunas extensas del todo despejadas, las
pozas. El revés de las pozas son las islas, que de vez
en cuando se hallan esparcidas por las tembladeras, y
consisten en que el terreno se eleve de ½ metro sobre
el nivel del agua.”, descripción semejante a la
que hiciera Lizárraga en 1605, la cual continua
e indica que “En estas islas encontramos que la
vegetación y las demás condiciones de la sabana. En
las tembladeras de alguna extensión de agua rara vez
queda del todo estancada, porque son alimentadas por
ríos, que las atraviesan o que se pierden en ellas, y tienen
sus desaguaderos.” (ibíd.: 84).
Geología
Para todas las zonas bajas, la denominación
es de Formación Fluvio – marina, que
corresponde a la última época geológica, “Con
este nombre designaremos los aluviones cuaternarios
y modernos, que han depositado en los deltas y a lo
largo de los cursos inferiores de grandes ríos, por acción
216
simultanea de los últimos y del mar. … Esta es la
región preferida de las sabanas, sartenejas, tembladeras,
… ; pero su extensión e importancia más grande
llega el sistema del río Guayas y alrededor del golfo de
Guayaquil, hasta Túmbez y en esta región vamos a
estudiarla … La formación de la gran llanura aluvial
probablemente comenzó ya en la época del cuaternario
o hacia ines de ella, pero continuaba por toda la época
moderna y sin duda seguirá desarrollándose más y más
en los siglos venideros.” (Wolf, 1992: 185)
La baja cuenca del río Guayas forma parte de
los rellenos aluviales y se enmarca dentro de
la época denominada cuaternario. “El lodo y la
arena ina arrastrada por los ríos se deposita entre la
vegetación de las tembladeras, y por este procedimiento,
por lento que sea, el terreno bajo se alza continuamente,
el pantano se reduce cada año, la tierra irme gana
terreno, la tembladera se convierte poco a poco en sabana
seca. Las tembladeras ofrecen al ganado un alimento
abundante, sobre todo en verano, cuando las sabanas
circunvecinas quedan secas bajo los rayos abrasadores
del sol. Son difícilmente accesibles al estudio; pero
ahora porque el ferrocarril entre Guayaquil y Yaguachi
atraviesa una región típica de tembladeras. Las pozas y
lo pajonales no son más que tembladeras en una escala
reducida” (ibíd.), lo que evidencia en parte la
formación geológica de esta zona (Figura 3).
Otros estudios en relación a la baja cuenca del
río Guayas, maniiestan que “Esta zona baja es
parte del antiguo golfo de Guayaquil. Está cubierta,
en su mayor parte, de materiales sedimentarios y de
aluvión. El suelo es rico y el clima tropical.”, descrito
en el año de 1933. (Sheppard, 1985: 101). En
cuanto al antiguo golfo de Guayaquil, Wolf
reconstruye la antigua extensión de este golfo y
dice que “El río Daule desemboca cerca de Colimes,
el de Vinces, cerca del pueblo de este nombre, el de
Zapotal cerca de Catarama, y los ríos que bajan de la
cordillera occidental, al pie mismo de ella. Las orillas de
este golfo antiguo habrán presentado el mismo aspecto
como el golfo que conocemos ahora en su forma reducida,
es decir, estaban rodeadas de manglares y sujetas a las
inundaciones periódicas de las mareas” (1992: 185).
Presentamos fragmento del mapa hasta donde
se presume llegaba el golfo de Guayaquil, según
el sabio Wolf (Figura 3).
Las elevaciones que encontramos en este sector
de la baja cuenca del río Guayas, indica que
“Saliendo también de la región de Bucay, se desprende
de la cordillera Occidental otro arco hacia el Oeste, en
su mayor parte hundido en la depresión ya mencionada
entre los ríos Yaguachi y Naranjal, pero bien reconocible
por las montañas de Boliche, Taura y Masvale, que
emergen de la llanura” (Sauer, 1965: 15).
Los planteamientos o propuesta relacionado
por Wolf (1892) y que también fueran
considerados por Estrada (1961), en relación al
crecimiento de tierras hacia la zonas bajas de la
cuenca del río Guayas, el cual ha ocurrido en
los últimos 5000 años, nos lleva a pensar que el
hombre buscó en estos espacios, un lugar para
vivir y desarrollar sistemas económicos para su
subsistencia, para lo cual modiicó el ambiente
al realizar la construcción de montículos (tolas,
plataformas, caballones).
Los monticúlos en los últimos 10 años
Las imágenes satelitales, a partir del año 2003
hasta la presente, indican los cambios que se
han producido en toda la zona, ya sea por la
readecuación de las tierras para uso agrícola
–piscinas arroceras– como para el desarrollo
tanto del área industrial como de complejos
habitacionales. Las imágenes que se presentan
corresponden a espacios de tiempo de cada
cuatro años, donde se puede diferenciar, para el
caso del año 2011, la acción del invierno tenue
que hubo el año próximo anterior.
Antecedentes históricos de los monticúlos
Las primeras informaciones sobre estas
grandes extensiones de terrenos modiicados
por el hombre, fueron dadas a conocer en
nuestro país a inicios del siglo XX, aunque
Otto von Buchwald, indica que ya Gonzáles
Suárez, mencionaba la presencia de montículos
artiiciales realizados solo en las provincias de
Imbabura, Pichincha y Esmeraldas (2007: 65),
pero este mismo autor aclara que “Las tolas
no están restringidas en los lugares indicados, y se
encuentran en gran número en toda la zona del Guayas
hasta su desembocadura, y probablemente más al sur”
(ibíd.: 65).
Pero en una parte más o menos cercana a
nuestra zona, pero que está muy relacionada a
la zona baja de la cuenca, este autor para esa
época indica sobre los montículos “Estos últimos
p. e. los encontré en las tembladeras de Zamborondón,
donde pude distinguir claramente túmulos artiiciales
para la construcción de casas, comunicadas por calzadas
para facilitar el tráico en tiempos de las inundaciones
periódicas” (ibíd.: 70). Lógicamente, hoy en día
sabemos que los montículos que hay en la zona
cercana a Samborondón, tiene tanto montículos
llamados tolas como montículos mencionados
en la literatura arqueológica, como camellones.
Para la década de los años 70 del siglo pasado,
es cuando tenemos por primera vez una
información relacionada con estos montículos
los cuales son llamados “camellones”. Parsons,
217
que relata sobre estas modiicaciones del terreno
en la cuenca baja del río Guayas, indica que “en
el verano de 1965 durante un viaje aéreo y llegando al
campo de aviación de Guayaquil, pude tomar fotografías
de bancos elevados y camellones en la planicie anegadiza
del Río Guayas, y observé que son sorprendentemente
similares a los campos antiguos de Colombia de los que
había levantado mapas no hacia mucho” (1973: 185).
A partir de esta fecha, es cuando se empiezan
a realizar trabajos esporádicos relacionados
con la ubicación de estas alteraciones del
terreno en las zonas bajas. Menciona Parsons
que estos montículos llamados caballones, los
encontramos en la zona del cerro de Calentura,
en la urbanización llamada Peñón del Río, en las
zonas que circundan las poblaciones de Milagro
y Daule. En relación al sector comprendido en
la vía conocida como Durán–Tambo, el autor
antes mencionado indica que “Otras áreas de
bancos elevados se encuentran a lo largo dela carretera
Durán–Milagro, en los alrededores del kilómetro 13.
(Figura N.- 4) donde encontramos zonas extensas de
bancos casi rectangulares, que están separados por las
excavaciones de varias formas, de donde fue sacado la
tierra con la que se hizo el banco” (1973: 188). Lo
interesante de todo este sector de montículos
donde predominan los caballones y las tolas,
es que en el Km. 23 de la autopista Durán–
Boliche, tenemos el sitio llamado Jerusalén,
donde se ubicó el antiguo pueblo aborigen de
Guayaquil.
El límite que tenemos entre las tolas1
(montículos de mayor altitud) y los caballones2
(Montículos de baja altitud), esta a la altura
del ingreso a la población de Taura y la Hcda.
Jerusalén, en el Km. 23 de la autopista Durán
Boliche.
desarrolló de manera extensa en toda la cuenca
baja del Guayas y que el área de nuestro estudio
es una pequeña parte de todo este desarrollo.
En tercer lugar, queremos indicar que los
montículos o campos elevados, evidencian
y sugieren que han servido para incorporar
terrenos anegadizos a la producción agrícola y
pecuaria de los pueblos antiguos.
En los campos parte de nuestro estudio hemos
encontrado ciertos rasgos característicos que a
nuestro entender deben ser reportados:
- Los campos elevados tienen un desnivel en su
supericie, este desnivel está orientado al lado
Este del montículo, que es más bajo cuando
la orientación del mismo es de Oeste-Este, en
cambio la orientación cambia al norte cuando
la orientación del campo es Norte-Sur.
- Existe recurrencia en la manera en que los
montículos del área fueron construidos.
- De los seis depósitos identiicados tenemos
que 4 evidencian actividad cultural.
- Existe un depósito supericial de profundidad
promedio a los 50 cm de composición limoarcilloso de color negro, de consistencia
compacta, densa y quebradiza al secarse,
llamado sartenejal.
- El primer de los depósitos culturales es una
mezcla del D1 con una mezcla calcárea blanca
(?). Incluso la composición del suelo es un
poco más arenosa.
- El siguiente deposito D1c, es u estrato de
poco espesor y es de color amarillo, el cual es
una mezcla arcillo-arenosa.
- El deposito D1d, es de color café chocolate,
estrato delgado sin evidencia cultural.
- El depósito siguiente, D2, que sirve de base
es un amarillo arcillo-arenoso compacto, duro
y llega a una profundidad mayor a los 3 metros.
Y es sobre este depósito que se construyen los
campos elevados.
- Proponemos el uso del pajón o Jacinto de
agua (Eichhornia crassipes) de la lenteja de agua
(Lemna “Araceae”) y del platanillo (Heliconea
spp), como aliviadores o protectores del suelo
en las épocas de sequía y que además sirve de
fertilizante orgánico. En los recorridos hemos
observado la presencia del Jacinto de agua que
actua como indicador de mayor cantidad de
agua debido a la profundidad del suelo, en este
caso el canal, mientras que la lenteja de agua
siempre se asocia con zonas menos profundas
y el platanillo que generalmente se lo encuentra
en las orillas de los caballones. Estas tres plantas
aún en la tradición montubia y en la actualidad
se usan como abono vegetal que se incorpora al
suelo cercano a las orillas de las fuentes de agua.
¿Qué encontramos en los caballones que
otros llaman camellones?
A los caballones podemos atribuirles la
capacidad de vincular y desvincular el agua de
la tierra. En invierno se aisla el agua del terreno
elevado, mientras que en verano a través de su
sistema retiene en los canales el agua necesaria
para desarrollar los cultivos. En este proceso
de vinculación-desvinculación, los elementos
interactúan en direcciones contrapuestas,
provocando un arriba-abajo y adentro-afuera
de los productos vegetales, animales y de los
usos de los suelos que va desde la cima de las
elevaciones a los cauces de los canales.
En primer lugar, son una técnica o una ilosofía
de vida del control y manejo del agua. En
segundo lugar, son una forma de vida que se
218
Investigaciones recientes ponen en evidencia
los atributos del Jacinto de agua como un
desintoxicador de las aguas estancadas y como
un acumulador de oxígeno que en el momento
de ser depositado en los suelos, incorpora una
serie de nutrientes al mismo, y que en nuestro
caso, nos preguntamos si los antiguos usuarios
de los caballones conocieron y emplearon esta
técnica.
quechua, aymara, totoró, páez y otras lenguas
de los pueblos antiguos del Pacíico Sur.
Editor. Gustavo Costa von Buchwald.
Guayaquil.
Whymper, Edward, 1978, Viajes por los Grandes
Andes del Ecuador. Revista del Archivo
Histórico del Guayas. N. 14. Guayaquil.
Wolf, Teodoro, 1992, Geografía y Geología del
Ecuador. Universidad de Guayaquil –
Comisión de Defensa del Patrimonio.
Guayaquil.
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Revista del Archivo Histórico del
Guayas. N. 4. Guayaquil.
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Histórico de la Provincia de Guayaquil.
1741. Imprenta Gutenberg de Elicio A.
Uzcategui. Guayaquil.
Avila José, D. Castillo, W. Zárate , 2000, Jacinto
de agua (Eichhornia crassipes). Alternativa
para el tratamiento de agua dulce en producción
acuicola. Tesis de grado Escuela Superior
Politécnica del Litoral. Guayaquil.
Baleato, Andrés, 1887, Monografía de Guayaquil,
escrita en Lima, al año de 1820. Imprenta
de La Nación. Guayaquil.
Hamerly, Michael T., 1975, Relaciones Geográicas
de la Antigua Provincia de Guayaquil. Revista
del Archivo Histórico del Guayas. N. 8.
Guayaquil.
Lizárraga, Reginaldo de Descripción de la
Indias, 1946, Los pequeños grandes libros de
Historia Americana. Serie 1. Tomo XII.
Director Francisco A. Loaiza. Lima.
Parsons, James J., 1973, Campos de Cultivos
Prehistóricos con Camellones Paralelos,
en la Cuenca del río Guayas, Ecuador.
Cuadernos de Historia y Arqueología N.
40, Año XXIII, publicación de la Casa
de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del
Guayas. Guayaquil.
Sauer, Walter, 1965, Geología del Ecuador. Primera
Edición. Talleres gráicos del Ministerio
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Banco Central del Ecuador.
Terry, Adrian R., 1994, Viajes por la Región
Ecuatorial de América del Sur, 1832.
Colección Tierra Incógnita N. 9. AbyaYala. Quito.
von Buchwald, Otto, 2007, Notas Acerca de la
Arqueología del Guayas. En Su contribución
para el conocimiento y estudio del colorado,
1
Las tolas cumplieron algunas funciones, unas
fueron usadas como cementerios, otras fueron
habitacionales y algunas con ines ceremoniales.
Las formas pueden ser circulares y alargadas,
las cuales llegan a tener alturas que sobrepasan
los 12 m. de altura, 20 m. de largo y 12 m. de
ancho en su base, que es el caso de la tola en la
Hda. Jerusalén.
2
A diferencia de las tolas, los caballones tienen
alturas promedios de 0,50 m. a 1 m. de altura,
teniendo como base el nivel del agua actual y
pueden llegar, en algunos caso hasta los 2 m.
219
220
Simposio “Ecuador”
Perspectival Ontology and Animal Non-Domestication
in the Amazon Basin
Peter W. Stahl
Department of Anthropology, University of Victoria, Canada
Although Amazonian populations have a long
and prodigious record of plant domestication,
very few if any animals were ever domesticated
by them. The paradox of animal nondomestication in the Amazon basin has been
explained as a response to environmental
circumstance. Curiously polarized, these
explanations emphasize either over-abundance
of animal resources or the relative paucity of
appropriate candidates as impediments behind
animal domestication. Explanations for the
relative dearth of native Amazonian animal
domesticates should be sought in the widely
shared systems of logic that guide adherents
in appropriate relations between humans and
animals and which preclude seeking answers
for a “failure to domesticate” via recourse to
environmental circumstance and opportunity.
At the time Europeans appeared in AD
1492, it is estimated that at least 138 different
plants were subjected to some degree of
domestication by indigenous Amazonians.
Of these, 83 were native to the basin and 55
were exotic importations from neighboring
neotropical areas (Clement et al. 2010:73).
Indeed, over one half of the entire western
hemispherical crop plant assemblage and many
of its dietary staples originated in neotropical
areas (Piperno and Pearsall 1998:1). Moreover,
strikingly similar archaeobotanical records
from various early Holocene contexts
suggest that plant manipulation by humans
in the neotropics is ancient (Arroyo-Kalin
2010; Clement et al. 2010; Isendahl 2011).
However, standing in stark contrast to this
remarkable achievement in plant cultivation,
is a curious paucity of native domesticated
animals. Indigenous Amazonians may have
had access to the domestic dog (Canis lupus
familiaris) which we now suspect was originally
an earlier introduction from Asia. Otherwise,
only a handful of native animals are believed
to have been domesticated in the neotropics:
Muscovy duck (Cairina moschata), turkey
(Meleagris gallopavo), llama (Lama glama), alpaca
(Vicugna pacos), and guinea pig, or cuy (Cavia
porcellus). It is particularly striking that only the
Muscovy duck may have been domesticated
in the neotropical lowlands of Amazonia.
Even the usually ubiquitous domestic dog was
apparently absent from much of the area, only
having been acquired in some parts of the
Amazon basin during the twentieth century
(Koster 2009:576).
The reason for non-domestication of native
animals in Amazonia remains a paradox that is
often explained as a response to environmental
circumstance. Environmental explanations are
curiously polarized in suggesting that either an
over-abundance of available animal resources
or a relative paucity of appropriate animal
candidates were the primary impediments
behind true animal domestication. However, it
remains entirely possible that prevailing notions
of domestication are ill-equipped to recognize
alternate forms of animal domestication which
were, or are, being practiced in lands unfamiliar
to Europeans (Cronon 1983:51-52). This
relative absence of native animal domesticates
can be especially paradoxical in tropical
environments which have ample available raw
material and whose indigenous inhabitants
are spectacularly gifted at domesticating
either plants or animals. Whether indigenous
Amazonians domesticated in ways accustomed
to European sensibilities or not, I argue in this
paper that we should not seek an answer for the
apparent dearth of native Amazonian animal
domesticates via recourse to environmental
circumstance and opportunity. Rather, we
should investigate indigenous epistemology
which includes widely shared systems of logic
that clearly preclude animal domestication in
the way that western positivism understands
the subject. Hugh-Jones (2001:246) succinctly
suggests that this “failure to domesticate,” has
less to do with opportunity than with ideas:
“true domestication is probably something
more inconceivable than impossible.”
I begin my discussion by reviewing the
221
background to animal domestication in
Amazonia and the dominant theories that
have been proposed for plant and animal
domestication in the basin. These include:
Carl Sauer’s suggestion that indigenous
agriculturalists
were
indisposed
to
domesticating animals due to the presence of
abundant wild protein resources; the ideas of
Human Behavioral Ecology which combine
climate change with the optimized exploitation
of ranked resources; and, Jared Diamond’s
view that few animal candidates worthy of
domestication were to be found in the basin.
In any case, the domestication of animals,
certainly in the way that we consider the
concept today, was never very prevalent. I next
focus on Amazonian ethnography which views
this “failure to domesticate” within a shared
perspectival logic of indigenous Amazonians
that guides its adherents in appropriate relations
between humans and animals. Perhaps Sauer
was correct in pointing out that there was no
compelling reason to domesticate animals in
the neotropical lowlands early on; on the other
hand, it would be a mistake to consider the
well-known Amazonian proclivity for taming
pets of all kinds as an initial step toward
incipient domestication. On the contrary,
it is as an expression of predation within a
symbolic universe where fundamental relations
between humans and non-human animal
others preclude attempts at domestication.
Although indigenous Amazonians inhabit
a biologically rich area supporting many
potential candidates for domestication,
and are themselves remarkably capable of
domesticating practically anything they choose,
they failed to accomplish the task because they
philosophically could not.
pests exhibit many attributes of the successful
domesticate. However, for a variety of factors,
we are currently unsure where or when the
Muscovy duck was domesticated, other than
to say that this probably happened somewhere
in the neotropical lowlands before AD 1492
(Stahl 2005).
The relative paucity of native animal
domesticates in the Amazon basin is perhaps
counterintuitive for a number of reasons.
Indigenous Amazonians had different degrees
of control over the production of many plant
species, and are celebrated for their proclivity
toward pet keeping. They inhabit biomes that
are equally famous for supporting biologically
rich plant and animal life. A failure to domestic
at least some animals is particularly puzzling
when we consider that despite the apparent
luxuriant richness of plant and animal life,
neotropical forests were once considered to be
“protein deserts” from a human perspective.
Lacking essential nutrients in their staple crops,
it was suggested that indigenous Amazonian
populations were varyingly dependent on the
high quality protein and fats of highly dispersed
wild animals in undisturbed forests (Nigh
and Nations 1980:17). These ideas became
quite prominent in the literature decades ago
as anthropologists argued about the relative
availability of protein in the neotropical forests
and its effects on the character and cultural
development of indigenous populations (e.g.,
Beckerman 1979; Gross 1975; Ross 1978).
If the assertion of impoverished protein
sources were true, then why wouldn’t rational
agriculturalists have supplemented their
carbohydrate-heavy agroecological systems
with ready sources of domesticated animal
protein?
An early advocate of lowland tropical hearths
for agricultural origins in Southeast Asia and
Northwestern South America, Carl Sauer
(1952) speculated that riparian planters of the
tropics were indisposed to domesticating wild
animals as they would have been otherwise
easily secured in a remarkably abundant local
setting. Sauer envisioned a very ancient, preHolocene beginning for agriculture in areas
of marked biodiversity where sedentary
humans free of chronic food shortages, were
afforded the luxury of slow and leisurely
experimentation with plants. In the western
hemisphere, he looked to wooded riparian
habitats in regions with marked rainy and
dry seasons like the Caribbean lowlands of
Colombia. Sauer sought the earliest steps
Domestication in the Amazon
Unlike some regions of the world where many
different kinds of animals were domesticated
and eventually provided food, raw material, fuel,
fertilizer, transportation, or companionship
for humans, very few native animals were ever
domesticated in the Amazon basin. Currently,
any claim for an autochthonous domesticate
may reside singularly with the Muscovy duck,
a large forest duck which is widely distributed
in the wild throughout lowland areas from
Mexico to northern Argentina. Territorial and
gregarious, with no ixed breeding season,
proliic egg production, and rapid maturation,
these omnivorous and easily managed crop
222
to New World plant domestication in root
cropping which he saw as possessing several
advantages over seed collecting: roots were
harvested as needed; they did not require
storage; they survived marked seasonality; and,
digging was a form of involuntary cultivation
that comprised the irst steps to agriculture
(Sauer 1965). The vegetative reproduction of
root crops eventually provisioned farmers with
abundant and continuous supplies of starches
and sugars, but little protein. Unlike seed-based
systems that provided a balanced plant diet,
“one-sided” vegetative root cropping had no
apparent interest or any need for plant-based
fats or proteins. These were clearly provided
in the “surplus supply” of “richly stocked”
habitats where early root crop agriculturalists
lived (Sauer 1959). He suggested that primarily
because of the easily secured local riparian
and aquatic animal protein, neotropical
horticulturalists had no need to domesticate
more animals than possibly the Muscovy duck
(Sauer 1952:49).
From their hearth in the northwestern lowlands
of South America, tropical vegeculture diffused
northward where it served as the template
for the development of early seed-based
agriculture in northern Central America and
southern Mexico (Sauer 1952:50). However,
vegetative agriculture was not “enthusiastically
accepted” by seed farmers whose crops
provided dietary balance; their need for
animal food was minimal as their agriculture
provided an acceptable diet high in plantbased protein (Sauer 1959). The routes along
which early vegetative agriculturalists diffused
were apparently riparian and coastal (Sauer
1952: Plate II). This was in part presumably
out of dietary necessity, for here the protein
provided by an abundance of aquatic game
animals would balance their overwhelmingly
carbohydrate-dominated root crop diet.
This basic scenario is followed in later inluential
treatments of tropical agricultural origins by
David Harris and Donald Lathrap. Harris
(1972), like Sauer, sought an early hearth of
plant food production within the ecologically
complex lowland tropical ecosystems of the
Orinoco basin and coastal Caribbean lowlands
of northwestern South America. A protracted
period of proto-cultivation involved human
manipulation of natural ecosystems through
the substitution of preferred domesticates
into their structurally and functionally
equivalent ecological niches. This would have
been undertaken by less specialized groups
exploiting broad spectrum resources in the
highly productive ecotones where forest and
woodland abutted rivers, coasts, and savannas.
The balanced and secure diet afforded by
these areas promoted increased sedentism and
opportunity for plant experimentation in the
open contexts of human disturbance. Unlike
the balanced diet provided by seed-based
cultivation, the heavy carbohydrate emphasis
of vegeculture necessitated a “persistence
of hunting and ishing as major subsistence
activities” and limited its practice to proteinrich edges of rivers, shores and savannas
(Harris 1972:188).
Like Harris, Lathrap (1977) followed in
Sauer’s footsteps yet sought early agricultural
beginnings in the Amazon basin. Early humans
who had originally entered the area via dry period
grasslands eventually gravitated to river banks
as the forests returned. Here, the systematic
exploitation of abundant aquatic animals lead
to increased sedentism and the increasing
importance of ishing which prompted the
early use of nets, loats, and poisons. The very
early concentration and tending of these and
other plant-based products in adjacent house
gardens, along with increased sedentism,
elaboration of watercraft, and population
size, eventually lead to a greater reliance on
plant foods and the increased importance of
larger garden chacras (Lathrap 1977:735). Early
colonization along riverine loodplain habitats
was underway at an early date, yet manioc
root-cropping was introduced at a relatively
later date, possibly only after tropical colonists
had penetrated northwestern South America,
Sauer’s early hearth for manioc cultivation
(Lathrap 1977:739). Although, Lathrap’s earlier
guess-dates for manioc cultivation appear today
to be relatively accurate, current data suggest
its origins to lie in southwestern Amazonia
(Arroyo-Kalin 2010; Clement et al. 2010;
Isendahl 2011). The heavy carbohydrate-based
emphasis of vegeculture required that root
crop agriculturalists remain tethered to areas
that afforded a natural abundance of animal
protein, particularly riverine settings. However,
not taking into account the availability of other
plant-based forms of protein (Beckerman
1979), why didn’t Amazonian populations then
domesticate any animals?
Recent attempts to model the transition to
agricultural production in the neotropics couple
environmental change with the perspective
of Human Behavioral Ecology. In particular,
diet-breadth models have been used to explain
223
the early Holocene appearance of food
production. Assuming that human behavior
tends toward optimization, diet breadth is an
encounter contingent foraging model which
predicts under what circumstances resources
are pursued and harvested based upon an
assessment of relative costs and beneits
afforded by different foraging strategies.
Resources outside of the optimal diet are
ignored upon encounter, whereas those within
it are always pursued. The relative proitability
of alternative strategies can always change
with alterations of environmental variables
(Winterhalder and Kennett 2006).
In short, it has been suggested that changes
in foraging rates were associated with
vegetational and faunal shifts associated with
environmental changes that had occurred at
the end of the Pleistocene and into the early
Holocene some twelve to nine thousand
years ago. The density of highly ranked large
animals and high quality plants in seasonal
forests diminished with tropical forest
invasion, requiring humans to broaden their
diet breadth by focusing on lower-ranking
resources. The ensuing lowered rates of return
from foraging prompted an optimizing shift to
more proitable cultivation around nine to ten
thousand years ago (Piperno 2006:149-152).
These ideas can accommodate the early onset
of plant cultivation in the neotropics; however,
unlike Sauer’s model Human Behavioral
Ecology makes little accommodation for
the lack of animal domestication. If the
response of early Holocene foragers was to
begin plant cultivation because it became
proitable, whether indigenous Amazonians
rank resources or ever adhered to constrained
optimization, why then did they chose not to
domesticate animals?
Following the early lead of Sir Frances Galton
(1864), who listed a range of conditions that
an animal had to share in order to become a
candidate for domestication, Jared Diamond
(2002:702) focused on those attributes
shared by all larger mammals that had never
been domesticated by humans. Diamond
suggests that the variable appearance of
animal domestication in the human record
lies not with cultural decisions but with the
relative availability or unavailability of wild
candidates appropriate for domestication. On
this account, Amazonia was markedly deicient
in animals, at least in larger land mammals
that could have ever been domesticated by
humans. Although a clever idea in itself,
various authorities (Gilmore 1950:346; Morton
1984; Smith 1999:108-110; Smole 1976:185)
have offered a substantial list of contemporary
candidates that are suitable for domestication
or semi-domestication in Amazonia. They
include: South American river turtle (Podocnemis
expansa), rhea (Rhea americana), fulvous
whistling duck (Dendrocygna bicolor), white-faced
whistling duck (Dendrocygna viduata), blackbellied whistling duck (Dendrocygna autumnalis),
chachalaca (Ortalis motmot), curassow (Crax
spp.), gray-winged trumpeter (Psophia crepitans),
parrots, kinkajou (Potos lavus), grison (Galictis
vittata), otter (Lontra longicaudus), peccary (Pecari
tajacu), capybara (Hydrochaeris hydrochaeris), and
Amazon bamboo rat (Dactylomys dactylinus).
Although none of these animals was ever
domesticated in the sense that we understand
domestication, I remain skeptical that the
relative absence of native animal domesticates
was due to environmental circumstance
and opportunity. Instead, I suggest that this
“failure to domesticate” animals may have had
less to do with opportunity than it has to do
with ideas. It is entirely likely that Amazonians
failed to domesticate animals because they
philosophically could not.
Amazonian
Ontologies
Domestication
and
Non-
Humans intellectually construct how they
view their relationship with the environment
(Glacken 1967; White 1967). Despite the
imperiousness of positivistic dualism, the
ways in which humans relate themselves to
their environments include a “dazzling variety
in attitudes toward nature still held today”
(Glacken 1973:134). The variable construction
of differing cosmological attitudes by humans
throughout time and space relegates a dualistic
juxtaposition of nature and culture to that of
one competing philosophical model operating
alongside other rational human epistemtologies
(Descola 1996; Bird-David 1999). Indigenous
ontologies of the Americas are not predicated
on a nature/culture divide, rather all beings
are capable of intentionality and relexive
consciousness, and “if all entities in the cosmos
are potentially people, knowing how one kind
of being turns into another becomes a matter
of paramount concern” (Fausto 2007:501).
The moral dilemma of consuming an entity
that possesses a soul like a human becomes
“a deining element” of indigenous religious
thought (Pierotti 2011:75).
224
The fundamental expression of cognized
symbolic ecology, or how humans perceive the
environment and their appropriate place within
it, is understood in terms of how humans
relate to non-humans (Descola 1996:87).
Pálsson (1996) has succinctly differentiated
dualistic cosmological paradigms of paternalism
and orientalism, the intellectual heirs of
renaissance and enlightenment philosophy,
from communalism which rejects any radical split
between nature and society. Communalistic
Amazonian ecocosmologies, in particular,
stress a nature that is contiguous with society
and in which humans participate in a wider
community of living things (Århem 1996:185).
These epistemological frameworks can be
considered within the larger paradigm of
animistic logic which endows nature with
human disposition through intimate metonymic
association rather than through metaphorical
substitution based upon similarity (Descola
1992:114, 1996:87). Animism does not exploit
observable discontinuities in nature in order to
confer conceptual order on society; rather, it
uses systems of social classiication to organize
humans and natural species: “if totemic systems
model society after nature, then animistic
systems model nature after society” (Århem
1996:185). Orientalism facilitates a perspective
which allows humans to see themselves as
masters of a nature from which they are
detached, and enables the use of a vocabulary
that includes domestication and exploitation
for production, consumption, sport, and
display. Paternalisim can also assume human
mastery but in a non-exploitational form of
protection where humans can act on behalf
of nature. These fundamental relationships
differ from communalism’s emphasis on
contingency, dialogue, exchange, and intimate
personal relations between humans and nonhumans (Pálsson 1996 68-72).
The ways in which humans interact or relate
to non-humans can be expressed in a number
of different modes (Descola 1996:89). These
become particularly pertinent in the act of
hunting which acquires sentient animals as
prey. One form of interaction can include
a reciprocity based upon the notion of strict
equivalence between humans and non-humans
in which either can be substituted for the other.
Conlict resolution between fundamentally
similar entities might assume the form of
gift, negotiation, or alliance (Erikson 2000:1113). Another mode of relation might assume
predation, which can be seen as a social relation
between subjects (Fausto 1999:937), when
compensation for loss is necessary because
non-human entities may wish to take revenge.
A third relational mode can involve protection
in which non humans become dependent upon
humans; however, this is seldom associated with
animic systems (Descola 1996:94). Speciically
regarding the Achuar, Descola mentions that
game animals could never be domesticated
because they are independent and collective
subjects of a contractual relation with humans:
“they could not conceive of animals as being
subordinated to humans and thus providing
convenient substitutes for them” (2001:11).
A fundamental aspect of Amazonian symbolic
ecology lies in its expression of dividuation.
Rather than conceiving of humans as bounded
and indivisible individuals, the divisible dividual
creates identity through absorbing and emitting
inluence and substances between various actors
(Marriott 1976:111) within an ecocosmological
context where the constructed dividual is the
plural and composite site of relationships
(Strathern 1988:13). Amongst the Nayaka
of southern India, Bird-David (1999:72-73)
explains how each person is conscious of the
way he/she relates to all others; personhood
is made by producing and reproducing shared
relationships with others. This relationship
is explicitly expressed by Panoans in western
Amazonia who consider the self to be
constituted by the other: “one becomes self
through partially becoming other, and that the
subjectivity of self is signiicantly enhanced by
intimate contact with -and even incorporation
of- the other, be it enemy, spirit being, animal,
or plant” (Lagrou 2009:195).
Viveiros de Castro (1998) offers a conceptual
ecocosmological model that is reminiscent
of animistic logic, as it employs society as a
reference for nature and the projection of
a logical equivalence between humans and
animals. Amerindian Perspectivism is based on a
multi-naturalism which considers that all beings
that possess a soul (as the descendants of a
mythical state of undifferentiation between
animals and humans) see the world in the same
way. What changes is the way they see it, as this
involves seeing it from different perspectives.
The latter lie in the embodiment of the viewer;
simultaneously, humans see humans as humans
and animals as animals, while animals see
humans as animals and animals as humans
(Figure 1). Humans and animals are therefore
not species but conditions. Anything that has
a soul is a subject and is therefore capable
225
Figure 1. A Possible Perspectival Matrix for Human/Animal Perceptions
of having its own perspective which creates
the subject. Amerindian Perspectivism, he
suggests, does not necessarily involve all
animals but involves only those that perform
key symbolic or practical roles (Viveiros de
Castro 1998:471).
As briely alluded to earlier amongst the
Achuar, perspectivism can create a special
predicament for the Amazonian hunter who
wishes to eat animals. It is a moral dilemma
that is considered to be a deining element
of all Native American religions (Pierotti
2011). Animals also presented a philosophical
quandary for proponents of positivistic
dualism. Descartes was particularly harsh when
dealing with animals because they presented
dualism with its stiffest challenge for severing
humans from nature (Coates 1998). Cartesian
logic required that animals be considered as
automata, like clocks, with a capacity neither
for pain nor pleasure (Coates 1998:76). The
souls of animals had to be wholly different
from those of humans. Descartes considered
speech as the embodiment of rational humans
as opposed to the sounds made by thoughtless
animals. Therefore, he considered human
language as expressing thought. Rather than
expressing its intelligence, the chatter of the
parrot demonstrated its different soul, for it
was not at the same level of even the stupidest
child (Coates 1988:180).
Animal sentience is also a conundrum for
Amazonians, especially when hunting. Århem
(1996:193) emphasizes that the Makuna of
northwestern Amazonia must deprive animal
persons of humanity through food shamanism
before they can consume an equal. For the
Wari’ of western Amazonia, consuming an
animal who sees itself as human or as a human
that can be seen as an animal constitutes a form
of anthropophagy based on a relationship of
reciprocity, “the only proper form of meat
eating” (Conklin 2001:193). Fausto (2007:504)
suggests that the subjective condition of meat
consumption is neutralized through cooking,
often overcooking, because blood is the focus
of attention; cooked meat is strictly alimentary,
whereas consuming raw meat appropriates the
animistic capacity of the prey.
Although Amazonians must deal intellectually
with the problem of procuring meat from
sentient beings, they are also legendary for their
keen interest in all kinds of pets. Amazonians
are known to keep everything from insects
to peccaries and parrots. Although western
intellectual tradition has long considered the
keeping of pets as a primitive precursor to
domestication (Galton 1864), it would be a
particularly condescending mistake to consider
the Amazonian propensity for pet rearing as
a rudimentary form of proto-domestication.
Erikson (2000:22) has cogently pointed out
226
that, far from incipient domestication, the
keeping of pets is rather an expression of a
way of life based upon hunting. Pets cannot be
seen as “mobile protein reserves” because to
the hunter taming should be seen as a form of
sacriice, for it is not killing (Erikson 2000:21).
For the hunter who fundamentally relates
to his prey through contingency, dialogue,
exchange, and intimate personal relations
(Pálsson 1996:72), the act of hunting is a form
of seduction (Taylor 2001:54) or love affair
whose success is based upon entering into a
relationship with his prey (Pálsson 1996:74). It is
a social act between subjects and the main form
of appropriation for Amazonians unfamiliar
with domestication (Fausto 1999:937). Pet
keeping as a form of familiarization is the main
way that Amazonians have always practiced
animal familiarization, in which the young
of prey surrender their perspective to that
of the keeper (Fausto 1999:941). It has been
described in terms of diminishing the spatial,
cognitive, and bodily distance between others
through a “complex process of getting hold of
otherness” (Lagrou 2009:196). This might also
be understood as a function of identiication
formation by the dividuated person. The social
quality of the act is clearly demonstrated in the
assignation of kin terms to pets, an expression
of the larger “kincentric ecology” held by
indigenous peoples (Salmón 2000). Young
pets are incorporated into kinship systems (e.g.,
Århem 1996:191 Cormier 2002; 2003; Descola
2001:111;Taylor 2001:54) and often adopted
as afines, which in Amazonia is the most
signiicant mode of sociality (Taylor 2001:53;
Viveiros de Castro 2001).
Once an animal is a pet, it is rarely if ever
consumed; it is no longer of the same species
(Erikson 2000:9). This relationship is clearly
expressed in different ways throughout
Amazonia, where indigenous cultures
often incorporate a distinction between
native animals and exotic post-Columbian
introductions. The Achuar keep the orphaned
young of hunted game animals, but they are
never eaten: “unlike human children, however,
game children-in-law are both sterile (they
do not reproduce in captivity and no effort
is made to pair them, indeed, their sex seems
to be largely indifferent to their masters)
and orphans” (Taylor 2001:54). They are not
considered as expendable livestock; having
not been created through human labor they
can neither be fully owned nor commoditized
(Descola 2001:111). Animals cannot be owned
as they are not created by humans, however,
Santos-Granero (2009:168-175) suggests that
pets, like children or captives may be owned
because they result from productive agency.
Nevertheless, captives as the progeny of killed
animals must be treated kindly as one would
raise a pet.
The thought of consuming a pet would be
considered by many indigenous Amazonians as
an act of savagery (Erickson 2000:20; Rivière
1969:40; Smole 1976:185). The Matsigenka
release the many animals they raise as pets,
and although they may return to the village,
they are never hunted as “it would be like
killing my own children” (Shepard 2002:110).
The Kalapalo nurture and protect pets as they
would children, and although they may be
considered as living things that are eaten, this is
never done. Pets, like humans are to be buried
and are the only animals with villages of the
dead (Basso 1977:101-102). The Araweté draw
a distinction between untamed animals which
are eaten as opposed to those which are raised
and cared for (Viveiros de Castro 1992:73).
Amazonians are certainly aware of exotic
Eurasian domesticates, but they tend to treat
them differently from native game animals.
For the Guajá, exotic domesticates are nonkin. Having no soul, they are treated harshly,
as opposed to afinal pets who are nurtured
(Cormier 2002:70, 2003:115). Animals raised as
pets by the Bororo are never considered to be
edible, whereas Brazilian pigs and chickens are,
as they are not considered to be helpers and
they defecate inside houses (Crocker 1985:156).
Apinaye’ women are addicted to raising the
young of many animals, including Eurasian
domesticates; however, pets are buried like
human beings while the carcasses of exotic
domesticates raised for food are thrown to the
vultures (Nimuendaju 1967:95). Amazonians
are known to raise exotic domesticates,
especially chickens, and sometimes even pigs,
horses, or cattle. However, they are often raised
not to be eaten, but are kept for their singing,
their beauty, or at times for barter with nonIndians (Farabee 1967:164; Goldman 1963:64;
Henley 1982:47; Rivière 1969:40-41; Smole
1976:185; Thomas 1982:42).
Concluding Thoughts
The overall familiarization of Amazonians
with sensate others, particularly the way they
relate to animals, game items, and pets, are
serious impediments to animal domestication,
227
entirely irrelevant enterprise. It is possible that
Amazonians focused less on domesticating
particular species than they did on constructing
broader landscapes (Erickson 2006). Evidence
for the existence of extensive anthropogenic
landscapes is accumulating within preColumbian neotropical environments which
became forested after human population
collapse through a process of “landscape
fallowing” (Heckenberger et al. 2007:204).
The agroecological mechanisms for creating
and maintaining mosaic cultivated landscapes
were perfected by larger pre-collapse
Amazonian populations who relied on
various forms of gardening, arboriculture, soil
enhancement, and wetland management within
a regional system of settlement dynamics
(Balée 2006; Denevan 2001; Heckenberger
et al. 2007). Indigenous landscape managers
continuously manufactured and maintained
domesticated landscapes, producing humanized
environments through their constant activities
that included “all nongenetic, intentional, and
unintentional practices and activities of humans
that transform local and regional environments
into productive, physically patterned, cultural
landscapes for humans and other species”
(Erickson 2006:241).
It is within the context of continuous landscape
modiication by a keystone species that the
ecological origins of neotropical agricultural
are perhaps better understood. Intermediate
disturbance and landscape heterogeneity
produced through partial species replacement in
smaller temporal and spatial episodes increases
regional diversity and increases wildlife density
(Balée 2006:83-85). Domestication can be
envisaged along a coevolutionary continuum
of human plant promotion/management/
cultivation that guides differential reproduction
and survival and produces genotypical change
which makes organisms more useful to
humans and better adapted to their landscape
intervention. Landscape domestication involves
changes in plant and animal demographics
through conscious ecological manipulation
by humans as they create productive and
congenial surroundings (Clement 1999a).
Increased landscape diversity is associated
with the length of local human occupation
(Clement 1999b:208), whereas decreased
landscape diversity occurs when humans are
removed (Balée 2006:82). This has important
repercussions for Amazonia today where the
reduced scale of contemporary indigenous
land management nevertheless serves as
regardless as to whether this involves native
species or introduced exotics (Erikson
2000:22). The reason that Amazonians “fail
to domesticate” animals is not based on the
lack of raw material or opportunity; rather, it
rests with their shared logic which guides how
appropriate relations are conducted between
sentient beings (Hugh-Jones 2001:246).
Indigenous Amazonians don’t domesticate
animals because it doesn’t make any sense to
them.
It is interesting that despite having domesticated
very few, if any, animals, they did however
domesticate many plants, and are renowned
as avid planters of almost anything they can
put into the soil. This shift in attitude might
be explained by the differences that can be
perceived between individual game animals
and communities of plants. The Makuna
cosmic food web is a continuum that includes
eaters (predator and/or prey) and food (prey).
Supreme predators (prey to none) occupy one
end of the continuum. All animal ‘others’ are
‘essential afines,’ and each has its own village
and culture. An intermediate position includes
life forms like humans (both predator and
prey). The opposite end is occupied by edible
plants (only prey) which are only thought of as
food. (Århem 1996:188-191). Pierotti (2011:70)
suggests that plant domestication is different
from animal domestication primarily because
plants cultivated in polycultural contexts
retain their ecological relationships to one
another. Salmón (2000:1330) succinctly states
that “plants like to be near each other because
they share their breaths.” The M’bêngôkre
(Kayapó) are careful to combine synergistic
plant groups, characterized as “plant energies”,
together as they understand that plants that are
“good friends” or “good neighbors” develop
more vigorously when planted with each
other (Posey 2002:7). For the Kalapalo, plants
attract little interest in any discussion of what
constitutes proper food (Basso 1977:100).
Perhaps in this sense we might reconsider Sauer’s
notion of the super-abundant neotropical
environment which he considered as one of
two hearths for plant and animal domestication.
It is entirely possible that our notions of
domestication obscure what indigenous
Amazonians did not have to anticipate as they
produced their own humanized landscapes.
From an operationalized perspective of
Amazonian symbolic ecology, it might be
interesting to speculate that domesticating
animals in the strict positivistic sense was an
228
the most important and effective barrier to
indiscriminate deforestation associated with
modern industrial agribusiness (Heckenberger
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231
232
Simposio “Alta Amazonía”
Early Ceremonial Architecture
in the Ceja de Selva (800-100 B.C.):
A Case Study from Huayurco, Jaén Region, Peru
Ryan Clasby
Yale University, Estados Unidos
diverse range of lora and fauna (Bush et al.
2011; Gentry 1988; Raymond 1988).
The dificult terrain coupled with the fact
that many areas today are sparsely inhabited
suggested that the eastern slopes were an
environmental zone of limited capacity for
permanent settlements, large populations, and
complex sociopolitical organization (Steward
1948: 507-508). Thus, the eastern slopes have
long been considered marginal to the complex
cultural developments occurring in the Central
Andes despite early attempts by scholars such
as Julio C. Tello (1960) and Lathrap (1970) to
emphasize its importance.
Recent archaeological and ethnohistoric
investigations, however, have demonstrated
that certain areas were intensely populated
lending support to the idea that the ceja de selva
played a critical role in facilitating economic
and ideological exchange between both the
Central Andes and Amazonian lowlands
throughout much of prehistory (Burger 1984,
2003; Church 1996; DeBoer 2003; Guffroy
2008; Raymond 1988; Taylor 1999; Valdez
2008; Yamamoto 2008; Zeidler 2008). Indeed,
Spanish chroniclers noted the favorable warm
climate and the availability of fertile agricultural
lands as well as large sedentary populations and
complex social patterns involving hierarchy
and class differences (Taylor 1999: 196-197).
Ethno-historical documents suggest that
eastern slope populations were in repeated
contact with peoples from the Central Andes,
often involved in trade networks between
societies in the highlands and tropical lowlands
(Raymond 1988; Taylor 1999). Archaeological
evidence lends support to these claims. Initial
Period (1800-900 B.C.) and Early Horizon
(900-200 B.C.) iconography found on pottery,
stone carvings, mud murals, and other media
at sites on the Peruvian coast and highlands
exhibits tropical forest plant/animal imagery
such as manioc, the jaguar, the harpy eagle,
Introduction
The eastern Andean montane forest
has traditionally been an afterthought in
discussions concerning the development of
early ceremonial architecture in the Andes.
Commonly perceived as an environmental
zone inhospitable towards large populations
and complex sociopolitical formations, the
ceja was little investigated in comparison to
the highland and coastal valleys to the west.
However, recent archaeological investigations
in the Jaén region of the northeastern
Peruvian Andes have begun to overturn these
assumptions, demonstrating that certain parts
of the ceja were densely occupied from an
early period with local populations developing
unique sociopolitical formations represented
in both domestic and ceremonial architecture.
This paper will examine the excavation results
of an early ceremonial structure (800-100
B.C)1 from the site of Huayurco in the Jaén
region, providing insight into the type of
early societies that existed in this area, and the
impact that interregional exchange had on their
development.
The eastern slopes of the Central Andes
The eastern slopes of the Central Andes,
often referred to as the montaña, selva alta
(high jungle), and “ceja de selva” (eyebrow of
the jungle), is a narrow ecological zone of
tropical montane forest between the western
Andean sierras and the Amazonian lowlands
(Pulgar Vidal 1972; Raymond 1988). The area
is characterized by steep slopes, heavy rainfall,
expansive forests, and rugged terrain as well as
considerable environmental variability. Wide
ranging altitudes (3,800-300 masl), different soil
types, and local precipitation patterns create
an abrupt topography comprised of forested
microclimates within which is an incredibly
233
and the caiman (Burger 1992; Lathrap 1971;
Tello 1960). The prevalence of these images
suggests that the cosmology of early Central
Andean societies drew signiicantly from
the tropical rain forest, likely indicating close
interregional interaction. This is signiicant as
these time periods are associated with the rise
of complex societies on the Peruvian central
and north coast and in the adjacent highlands
(Burger 1992). These interactions helped to
shape cultural development within the Central
Andes and thus are necessary to understand the
larger historical processes related to Andean
civilization.
have connected distinct environmental zones,
helping to promote interregional interaction
between the coast, highlands and tropical
lowlands in prehistoric times.
The ethnohistorical evidence for the region
gives support to the idea that Jaén was a
conduit of inter-cultural exchange The Incas
attempted to conquer this zone (Cieza Leon
1985 [1553]: 163; see also Taylor 1999: 201),
possibly for control in the trade of exotic
goods that they regarded as desirable (among
these might have been coca, tropical fruits, bird
feathers, hallucinogens, medicinal herbs, pets,
and animal pelts). During the early Colonial
Period, Spanish chroniclers documented
intensive exchange networks between the
populations of the Jaén region and groups in
Southern Ecuador, the tropical lowlands, and
the Peruvian sierras (Jiménez (ed.) 1897: 36-38;
see also Shady 1987). People arrived from these
regions both by foot (likely from the west,
north and south) and canoe (from the east) for
the exchange in products such as salt, gold and
stone. According to the chroniclers, the Jaén
region was a central node where populations
from different environmental zones came to
acquire new products and the local groups
were active in both production and exchange.
The Jaén region
One such area of likely importance to
interregional exchange is the Jaén region.
Situated in the northeastern slopes of the
Peruvian Andes, close to the Ecuadorian
border, this region encompasses the modern
districts of Cajamarca and Amazonas. From
an ecological perspective, the Jaén region is
located at a natural interface. In addition to the
high temperatures (25’C annual average), dense
vegetation, and rolling hills that characterize
its position between the highlands and the
tropical lowlands, Jaén also lies in a transition
point between the wetter Ecuadorian Andes to
the north and the more arid Peruvian Andes to
the south, a zone traditionally used by scholars
to separate the culture areas of the Northern
and Central Andes (Guffroy 2008). The region
is also distinct from other areas of the eastern
slopes in that elevations are fairly low (300-1200
masl) and the climate is rather dry. In fact, Jaén
actually receives relatively little precipitation
due to rain shadows. As a result, the vegetation
consists of short but dense, scrub forest.
Directly west of the Jaén region is the
Chamaya highlands, a stretch of the Andes
where the mountain chain is at its lowest and
narrowest (Raymond 1988). Here, mountain
passes such as El Paso de Porculla (2,140 masl),
are fairly low in relation to other areas of the
Andes which can exceed elevations of 4000
masl. Multiple river systems with highland
origins (including the Chinchipe, Utcubamba,
and Huancabamba) converge in this basin as
tributaries of the Marañón forming natural
corridors that connect the Paciic coast to the
Amazonian rainforest and the Northern Andes
to the Central Andes. In essence, the low passes
and intersection of tributaries in the Jaén
region creates a geographical nexus that would
Huayurco and the archaeology of the Jaén
region
The Jaén region’s potential as a nexus of
interregional interaction was irst demonstrated
archaeologically with the discovery of
Huayurco in 1961 by Pedro Rojas (1961, 1985).
The site of Huayurco is located around the
Chinchipe and Tabaconas conluence at an
altitude of roughly 400-450 masl (Fig.1). This
conluence, along with the Chinchipe-Marañon
roughly 30 km downstream, represents one of
two major nexus points within the Jaén region.
Together, they connect many of the river
valley corridors that lead to the Paciic coast,
Andean highlands, and Amazonian rainforest
From a geographical standpoint, Huayurco
was favorably situated to take advantage of
interregional exchange routes that would have
likely passed by the site.
Test excavations by Rojas revealed various
offerings that suggested both local and nonlocal origins (Lathrap 1970; Rojas 1985). A
simple brown-ware bottle, a common form in
the late Initial Period of the Central Andean
highlands, appeared alongside marine shell
products including large conch trumpets and
234
exploring early interregional exchange networks
in the eastern slopes, few investigations were
conducted in the Jaén region over the ensuing
decades. The primary exceptions were small
projects carried out by Jaime Miasta in the
Chinchipe and Tabaconas valleys (Miasta
1979) and Ruth Shady and Hermilio Rosas
in the Bagua area (1979; Shady, 1987, 1999).
In recent years, Jaén has seen an upsurge
in archaeological research. This includes
investigations by Atsushi Yamamoto (2008)
along the Huacabamba River; Quirino Olivera
(2013) near the cities of Jaén and Bagua and
Francisco Valdez (2008) in the ZamoraChinchipe valley in southern Ecuador. These
projects in various stages of completion have
signiicantly added to a greater understanding
of the prehistory in this region.
Huayurco
As mentioned, Huayurco is located at the
conluence of the Chinchipe and Tabaconas
Rivers, at roughly 400-450masl. The valleys
here are comprised of rolling ridges with
gradual to steep inclines above the loodplain.
Many of the ridges feature low lying shelves
and hills that provide naturally lat areas above
the loodplain. These spaces today and in the
past have been used by the local populations for
domestic activities. The loodplain itself varies
in size near the conluence with the Tabaconas
being considerably wider than the more deeply
entrenched Chinchipe. Nevertheless, each
would have likely provided substantial arable
land for agriculture.
Survey demonstrated that Huayurco, rather
than a single site or mound, is actually a complex
of at least 12 discontiguous components
located around the conluence (Fig.2). These
components cover a stretch of over 200 ha and
range greatly in both time and function. I have
grouped them together primarily due to their
close proximity to the conluence and to each
other (most components were separated by
less than 0.5km). A formal settlement pattern
survey based on extensive test excavations is
necessary to clarify the temporal and functional
relationships of the components.
Each component, presumably habitational,
was positioned well above the level of the
loodplain, taking advantage of the low
lying shelves and hills along the edges of the
valleys. These components vary in nature.
Some are hills showing evidence of platform
terracing through modiication of the natural
Figure 1. Huayurco and the Jaén region: Map
shows location of major rivers
and modern population centers
beads in the shape of ish. In addition, Rojas
found 14 inely carved stone bowls and 118
stone bowl fragments, some of which featured
excised designs on the exterior and castellated
rims.
The large quantity of these vessels within
small test excavation units and the perceived
uninished nature of some of the fragments
inspired Donald Lathrap (1970: 108) to suggest
that Huayurco was an important production
center for a local stone bowl tradition. The
presence of similar stone bowls found in
coastal and highland Peru (Lumbreras 2007:
285, Fig. 216, sp.672a,b; Mohr-Chavez 1977:
718-719, Fig. 7.11, 7.12; Rojas 1961: 117 a-f);
appeared to indicate that Huayurco was active
in long distance exchange. This idea was
reafirmed by the presence of marine shell
and the fact that the iconography on both the
stone vessels and ceramic fragments shared
stylistic traits with early traditions found in
coastal, highland and tropical lowland sites
(Lathrap 1970: 108). These observations led
to the idea that Huayurco and the Jaén region
were intensely involved in early interregional
exchange networks connecting the Andean
highlands to the Amazon rainforest.
Nevertheless, despite Huayurco’s potential for
235
spatial relationships. The components were
divided into sectors (A-L) for the purposes
of identiication (Fig.2). This paper will
examined the excavation results from Sector
G which revealed evidence of early ceremonial
architecture. Sector G was primarily selected
for its strong evidence of an early occupation,
represented by polychrome, incised, and
polychrome incised pottery, similar to Early
Horizon styles found elsewhere in the Jaén
region by Shady (1999; Shady and Rosas 1979)
and Yamamoto (2008).
Sector G
Sector G is located on the northern edge of
the Chinchipe River, directly adjacent to a
small quebrada The sector, over 3 ha in size,
is represented by a low lying hill with at least
three natural platform terraces, each of which
featured evidence of human modiication.
While surface pottery was collected from each
of the terraces, intact stratigraphic deposits
were limited to the middle terrace which
featured a much wider and latter platform.
In fact, excavation of the middle platform
revealed a large rectangular structure just below
the surface (Fig.3). This structure, roughly
15x20 m was comprised of stone footings and
freestanding walls made from locally collected
river cobbles packed in a soft, yellow mortar. An
examination of the stratigraphy and associated
architectural features indicate that the structure
was not built in a single episode. Rather, it
represents the culmination of activities related
to multiple occupational phases dating between
800-100 B.C.
The chronological complexity of this site was
principally recognized along the eastern edge
of the middle platform where excavation units
revealed stratigraphic deposits of more than 2
m in depth. It was in this area where the earliest
occupation of the site was recognized. While
horizontal exposure was limited for these early
levels, excavation revealed an initial loor built in
association with at least two freestanding stone
walls. As with the stone footings represented
in the inal construction phase, the walls were
comprised of river cobbles packed in a soft,
yellow mortar.
Most interestingly, this initial occupation was
preceded by a stratigraphic layer containing
at least 24 human burials, 19 of which were
children or infants (Toyne 2012). All of the
burials were found in close proximity to one
another with individual remains usually mixed
Figure 2. Location of the different sectors
that comprise the site of Huayurco
inclinations. Other components are sherd or
artifact concentrations. While it is possible
that small-scale components may have been
located on the loodplain, seasonal looding
and the shifting nature of the rivers would have
likely prevented any long term settlements (see
Lathrap 1968). More likely, these areas were
utilized for agricultural purposes including
maize, manioc, and palm fruit production,
while households and non-domestic activities
were placed on the natural terraces and hills
along the edges of the valleys.
The apparent preference for lat areas above
the loodplain meant that some of the hills and
terraces had also been reoccupied on various
occasions. While these 12 components made
it more dificult to fully evaluate the Early
Horizon occupation that had been described
by Rojas (1985) and Lathrap (1970), they
provided an opportunity to investigate the
long term cultural developments (spatially and
temporally)of an eastern slope community at
the site level.
Excavations
Excavations were conducted at multiple
components in order to get a better
understanding of their temporal and
236
or superimposed over others. In fact, many
of the individuals were incomplete consisting
only of crania or long bones. While one
cannot factor out issues of preservation, the
close proximity of these burials along with
their incomplete nature suggest that they were
possibly secondary deposits, placed in the
ground before the initial construction phase
at the site. Most of the burials lacked material
deposits with the exception of two adults, one
of which was accompanied with a hafted axe
made of rose-colored quartz while the other
featured a small bracelet or necklace made of
circular stone beads. The type of stone was not
identiied although one of the beads was blue
in color, similar to lapis lazuli.
Pottery found in the deposits below and in
association with the loor consisted almost
exclusively of decorated pottery in the form
of open bowls and short-necked jars. Many of
the bowl rims were castellated along the rim.
The pottery featured a variety of techniques
including both painted and incised wares.
Zonal polychrome incision was also common.
Much of the decoration included white and/or
black paint on a red slip. Many of the jar rims
were reinforced on the exteriors, often with
nicks or impressions at the junction of the rim
and neck.
Substantial changes occurred to the middle
platform around 400-300 B.C as the original
occupation appears to have been intentionally
buried. In fact, a thick layer of crushed, redcolored rock was superimposed over the earlier
occupation. This layer, which contained few
material remains, occurs naturally in other parts
of Sector G, and appears to have been mined
speciically as a foundation for the succeeding
loor levels. While the exterior walls associated
with the earlier occupation were largely covered
over, the inhabitants took advantage of the
framework already in place by modifying and
rebuilding the walls in the same location.
As with the earlier occupation, the inhabitants
appear to have placed dedicatory burials below
the level of the loors. In this case, however,
only two were identiied, an adult and a child
(Toyne 2012). The adult, who lacked any
offerings, was partially buried underneath
one of the stone footings. The child, on the
other hand was placed under the loor and was
accompanied by a fragment of a mortero stone
as well the partial skeleton of an alpaca.
The structure itself is comprised of a series
of footings along the interior which form
several different rooms. The structure appears
to have been built in two different phase as
two different loors were found in association
with the architecture. The stone footings and
walls that comprised the structure were almost
certainly capped by wood, thatch, or other
perishable material for protection against the
elements. While poor organic preservation
at the site ruled out inding these materials,
several possible post holes were found within
the interior, often directly adjacent to the
footings.
While the speciic function of the structure
is unclear, excavation revealed a large amount
of hearths within each of the interior rooms.
These hearths were unlined, identiied primarily
by their dark ash and the circular orange burn
marks in the loor. Many of these orange burn
marks overlapped suggesting that the burning
events were frequent with each hearth used
only briely.
Most of the hearths lacked macro remains
that would demonstrate their intended use.
However, a few revealed evidence of small
bone and pottery. The bone largely consisted of
local riverine species although some mammals
were present as well (Vásquez and Rosales
2012). In fact, a few of the hearths contained
the remains of small to medium sized felines
such as the Felis tigrina. None of the feline bone
featured cut marks. Animal remains found in
the deposition associated with the loor was
a mix of local species including riverine crab
(Hypolobocera sp.), land snail (Bulimulidae sp.,
Thaumastus sp.), deer (Odocoileus virginianus sp.),
armadillo (Dasypus sp.), and lizard (Saurio sp.;
Iguana iguana). Exotic animals are also present
in the form of marine products (Platyxanthus
orbigny, Rhinobatosplanicep sp., Pteriidae sp., etc.),
camelids (Lama sp.), agouti (Agouti sp.) and
capybara (Hydrochaeris sp.).
Evidence for ritual use of the structure is also
indicated by the presence of offerings within
the interior of the building. In addition to
scattered pottery deposits, necklaces made of
materials such as rose-colored quartz2 (Fig.4)
and marine shell were also identiied. The shell
necklace was of particular importance as it was
a clear indication of Huayurco’s long distance
relationships. Continued excavation showed
this not to be an isolated ind as numerous
worked marine shell fragments were found
along the interior of the complex. Analysis
by Gladys Paz (2011) revealed three types of
marine shell (Pinctada mazatlanica, Strombus
gracilior, Prunum curtur). imported from the
warmer waters of the far-north coast of Peru
237
and Southern Ecuador. Contact with the Paciic
coast was also supported by the presence of
the marine species listed above including some
coming from the colder waters of Peru.
The second phase, which roughly dates from
400 to 100 B.C is also deined by open bowls
and necked jars. Many of the jars in this phase
feature reinforced exterior rims and strong
carinations along the body. Bowl rims were
often castellated. Post-ired white paint was
typically applied to reduced ware or red slipped
vessels. Exterior decoration usually consisted
of incised geometric designs. One of the most
prominent designs was the double-helix spiral
(Fig.5, see Stone 2011: 41). In some cases, the
incisions were illed with post ired red or white
paint. Many of the jar forms featured redpainted reinforced exterior rims. Bowls often
featured a variety of decorative techniques
including zonal polychrome incision, stamping,
modeling, and crosshatching.
Stone (2011: 41) argues that the double-helix
spiral is referencing the “caapi vine/snake/
spiral coniguration,” a mix of symbols inherent
to shamanic transformation through the use of
psychotropic drugs. Although seemingly tied to
symbols of the jungle, variations of the doublehelix are found at various sites in the coast,
highlands, and eastern slopes of Northern
Peru during the late Initial Period and Early
Horizon. This includes the lower and middle
Jequetepeque (Sakai y Martínez 2008: 180, Fig.
3F; Tsurumi 2008: 153, Fig.13); Cajamarca
(Terada and Onuki 1982: lamina 86); Kuntur
Wasi (Inokuchi 2008: 227, Fig. 2b); Pacopampa
(Morales 2005: 227, Fig.18); the Huancabamba
(Yamamoto 2008: Fig.20); and Bagua (Shady
1999: 205, Fig. 2d.) The ubiquitous nature of
this design possibly indicates a shared tradition
between coastal, highland, and lowland groups
during the late Initial Period and Early Horizon.
In fact exchange networks expand during this
period with a greater variety in the type of
products being moved (Burger 1992). This
occurs alongside a greater increase in the shared
use of iconographic symbols. Perhaps the
double-helix was one of many familiar symbols
that spoke to a larger connection between
distant populations based on shamanism and
the use of psychotropic drugs. In effect, these
symbols may have helped to unite various
cultures through a shared ideology which could
have then had practical implications related to
exchange and interaction.
In fact, these exchange networks are evident in
terms of the marine shell and animal products
found in Sector G. As mentioned,the animal
remains associated with the structure includes
species with coastal, highland, and tropical
forest origins3. While the nature of this
exchange is unclear, the presence of marine
shell beads and necklaces suggest that the
people of Huayurco desired exotic products
for non-domestic activities.
With regards to the idea that Huayurco was
a stone bowl production center, this too
remains to be determined. Outside of a
surface fragment found in Sector J, no stone
bowls were recovered during the course of the
investigation. Until more of these vessels are
found in context, it remains dificult to assess
their signiicance to the local cultures. Of
recent work in the region, only Valdez (2008)
has found these vessels in context (as part of
an offering). However, at least 94 of these
stone vessels are present in local museums
in Jaén and Bagua suggesting that they were
Discussion
The architectural and cultural features
associated with the structure in Sector G at
Huayurco appear to indicate that it functioned
as a ritual or ceremonial center. As mentioned,
there were a number of interments placed
below each of the principal construction
phases, an act which has parallels to the Andean
tradition of burying children or offerings
underneath the foundations of ceremonial
structures in order to ensure the success of the
activities inside (see Burger 1992:74). Further,
the structure featured exotic offerings, ine
pottery, and a number of unlined hearths
within the interior. The distribution of the ire
pits suggest the possibility of brief but frequent
ceremonies centered on burning rituals. The
presence of burnt feline bone in the hearths
lends support to this idea. While the nature
of this signiicance is still being assessed, the
architectural and the horizontal distribution
of its features and artifacts speak to a unique
eastern slope pattern which may not have direct
antecedents in either the highlands or tropical
lowlands. Similar stone footings and walls have
been discovered by Olivera (2013) and Valdez
(2008) at the nearby sites of Montegrande and
Santa Ana-La Florida, both of which appear
to date to periods much earlier than Huayurco,
possibly representing antecedents to the
architectural traditions at Sector G.
The ceramic iconography in the later phase of
Sector G is exceptionally provocative. Rebecca
238
populations living in this region were not small,
marginalized groups but rather large societies
with complex sociopolitical formations. The
inhabitants of this region were specialists
in both pottery and the production of inely
carved stone vessels. They also engaged in
the construction of large scale ritual and
monumental architecture beginning at an early
period. While recent investigations have been
instrumental in demonstrating the complex
cultural developments within the Jaén region,
further research is necessary to contextualize
these processes within the larger prehistoric
narrative of Western South America.
widely produced within the region, possibly
over a long period of time.
Huayurco continued to be occupied during
the Early Intermediate Period but experienced
substantial changes in terms of site layout.
Sector G was abandoned while large scale
architecture was undertaken in Sector D, located
along the eastern edge of the Tabaconas River
(Clasby and Meneses 2013: 310-314). The
inhabitants of the site had terraced the hill in
Sector D and built large walls on both platforms
which may have had either ceremonial or
defensive functions. During a 500-600 year
span (A.D. 1-600), this sector was the location
of numerous reconstruction activites. The
nature of Huayurco’s interregional relationship
begin to change as well. Although excavations
continued to yield exotic animal remains
and shell products, these items appear to
have diminished in importance. The pottery
becomes less varied and shows greater stylistic
ties to cultures in the highlands of southern and
central Ecuador than to the Peruvian coast and
highlands suggesting that Huayurco may have
shifted the focus of its long distance exchange.
The initial excavation results from Huayurco
indicate that the Jaén region was at times well
connected to the cultural processes occurring
in both the Northern and Central Andes.The
Acknowledgements
The research at Huayurco was supported
by NSF Dissertation Improvement Grant.
BCS-0951661 and the MacMillan Center
Dissertation Grant (Yale University). I would
also like to thank Richard Burger and Jason
Nesbitt for their helpful comments and advice
concerning this paper.
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241
1
The years are based on seven calibrated
radiocarbon dates taken from different
contexts associated with the two principal
construction phases of the structure (see
Clasby and Meneses 2013).
2
Stone identiications made by Edwin Silva de
la Roca.
3
Some species presumed to be exotic as they
are not present in the area today (including
the agouti, capybara, and felines) may have
had ranges that extended into the region in
prehistoric times.
242
Simposio “Alta Amazonía”
Los orígenes y el desarrollo de la organización
socio-política de la cultura Chachapoya:
Una mirada desde la Provincia de Luya,
Departamento Amazonas, Perú
Klaus Koschmieder
Universidad Libre de Berlin, Alemania
(Koschmieder 2012: 117-118). Los beneicios
que brindan explican el tratamiento especial
que dieron los Chachapoya a los camélidos
al enterrar algunos de ellos en las cuevas,
acompañados con ceramios escultóricos en
forma de llamas (Koschmieder 2012: 56, 119).
El término chachapoya (hombres de las nubes)
fue empleado por los Inca para reunir las
numerosas étnias, como p.ej. los Chilchos o
los Chillaos, en una sola unidad socio-política
(Schjellerup 2005: 59). Según los estudios
lingüisticos existían varios dialectos de un
idioma Chachapoya, extinguido hasta ines del
siglo XVIII por la introducción del quechua y
del español (Taylor 1996, 2000; Zevallos 1982).
Restan algunos topónimos y antropónimos
(Taylor 2000; Torero 1989).
Introducción
La cultura arqueológica Chachapoya se
desarrolló entre 800 y 1500 D.C. en la Alta
Amazonía del nororiente peruano, donde
predomina la “ceja de selva” con bosques
nubosos. Los restos arquitectónicos se
distribuyen entre la barrera natural del rio
Marañon en el oeste y las provincias de Bagua
en el norte y Pataz en el sur, mientras los
límites orientales aún están deinidos (Fig. 1).
El territorio abarca unos 30000 km² en donde
durante la época prehispánica inal vivian
unos 500000 habitantes (Lerche 1995: 36).
En el norte los asentamientos residenciales
(o llaqtas) se ubican en la parte alta de la zona
ecológica quichua (2500-3200 m), mientras en
el sur predominan en la jalca (3200-4000 m)
(Koschmieder 2012; Lerche 1986; Ravines
1994: 520; Schjellerup 2005: 369; Thompson
1974, 1976). Estas alturas concuerdan con el
emplazamiento de los campos agrícolas, donde
grupos Chachapoya cultivaron preferentemente
el maíz (quichua) y los tubérculos, como la papa
(jalca). Estudios recientes sobre la alimentación
de los Chachapoya demuestran que el consumo
del maíz predominó en el norte del territorio
Chachapoya (Koschmieder 2012: 92-95),
mientras en el sur la papa fue el alimento básico
(Guengerich 2012). Además los Chachapoya
cazaron animales silvestres, como los venados,
y criaron cuyes y camélidos. Las llamas fueron
los animales más importantes en su economía
de subsistencia (Koschmieder 2012: 89, 116).
El cronista Cieza de León (1984 [1553], I: 230)
airmó que los Chachapoya “posseyeran gran
número de ganado de ouejas”. Proporcionaban
más de 90 % de las carnes consumidas y la
lana para la elaboración de los tejidos. En
las pinturas rupestres se puede observar que
además sirvieron como medio de transporte.
Llevan bultos o son conducidas de las riendas
Orígen de los Chachapoya
Los Chachapoya fueron migrantes que al llegar
a su nuevo territorio eliminaron o desplazaron
la escasa población autóctona. Al parecer, el
movimiento migratorio empezó antes de 1000
D.C., pero sigue siendo un objeto de debate de
donde vinieron los diferentes grupos. Algunos
investigadores postulan un orígen serrano (p.ej.
Kauffmann/Ligabue 2003 [“Serranización de
la selva”]), otros piensan en una procedencia
amazónica (Koschmieder 2012; Koschmieder/
Gaither 2010). Lo cierto es que la tradición
cultural Chachapoya no se desarrolló localmente
como postulan varios investigadores (Church
1994; Church/v. Hagen 2008; v. Hagen 2002),
ya que los restos arqueológicos, especialmente
la arquitectura pétrea, no tienen antecedentes
en el territorio ocupado. Los tres asentamientos
más antiguos (Amtia, Tosán y Lámud Urco),
identiicados en nuestro área de investigación
entre los rios Jucusbamba y Utcubamba
(Provincia de Luya, Departamento Amazonas)
presentan solamente restos de construcciones
243
interior de las viviendas durante la duración de
su utilización (Gaither et al. 2008; Koschmieder
2012; Narváez 1996 b).
4) La posible relación de la idioma Chachapoya
con las lenguas de la selva amazónica que
proponen varios lingüistas (Rivet 1949; Torero
1989; Zevallos 1982).
5) El mismo signiicado de ciertos símbolos,
como p.ej. los zigzag que representaron
las serpientes en la “cultura arqueológica”
Chachapoya (Koschmieder 2012; Lerche
1995) y en la simbología de algunos grupos
amazónicos (históricos), como p.ej. de iliación
jivaro (Karsten 1935: 493).
6) La presencia de productos de la selva
baja en sitios Chachapoya (Bjerregard 2007;
Koschmieder 2012; v. Hagen 2004) que son
indicadores para estrechos contactos con
grupos de la Amazonía. Los animales de la selva
baja fueron representados frecuentemente
en la cultura material (como un caimán en
un dintel de madera – Lerche 1995: 70) o en
las pinturas rupestres Chachapoya (como un
mono – Koschmieder 2012: 127).
de madera, barro y paja (Koschmieder 2012:
36). La cerámica Chachapoya tampoco
muestra una continuación o inluencias de
tipos anteriores. Las formas, la decoración y la
pasta no coinciden con la cerámica precedente,
denominada tipo Tosán. Nuestros fechados
de radiocarbono demuestran que la cerámica
Tosán fue producida desde los inicios del
Intermedio Temprano hasta la llegada de los
Chachapoya (Koschmieder 2012: 36-37), es
decir entre los años 0 y 1000 D.C. La pasta
(p.ej. caolin para ceramios inos con decoración
“rojo sobre blanco”) y las formas (p.ej.
cucharas y vasijas tripode) guardan similtud
con las de grupos serranos hacia el suroeste,
especialmente con los de Cajamarca. Con la
llegada de los Chachapoya la ocupación Tosán
terminó en forma abrupta, lo que sugiere el
desplazamiento o el aniquilamiento de los
grupos autóctonos por parte de los invasores.
Según los 19 fechados de radiocarbono
disponibles para sitios habitacionales y
funerarios la inmigración de grupos Chachapoya
en nuestro área de investigación sucedió a partir
de 1000 D.C. (Koschmieder 2012: 42-43). Los
resultados de la antropología física indican
que desde el inicio del movimiento migratorio
los grupos heterógenos Chachapoya se
enfrentaban entre ellos. Probablemente esto se
deba a rivalidades políticas o a la escasez de los
recursos naturales y tierras de cultivo a causa de
la geografía accidentada. No descartamos otros
motivos, como enfrentamientos para ganar
prestígio y fama ante congéneres o enemigos.
Un testimonio de los conlictos bélicosos es la
gran cantidad de restos óseos con fracturas y la
presencia de cráneos trepanados y escalpados
en los contextos funerarios (Jacobsen et al.
1986-87; Koschmieder 2012; Koschmieder/
Gaither 2010; Nystrom 2004; Ruiz 2013; Toyne
2011).
Pensamos en una procedencia amazónica por
las particularidades que caracterizaban algunos
grupos de la selva baja:
1) La práctica de la caza de cabezas trofeo
(Koschmieder 2012; Koschmieder/Gaither
2010), también realizada por grupos de iliación
proto-jivaro, que vivían hacia el norte (p.ej. los
Paltas) y noreste del territorio Chachapoya
(Taylor/Descola 1981).
2) La construcción de viviendas de planta
circular u ovalada con techos cónicos de
maderos y paja, adaptadas a los paisajes
montañosos (Koschmieder 2012; Narváez
1988, 1996 a y b).
3) La costumbre de enterrar a los muertos en el
Territorio norte vs. territorio sur
La presencia de varios grupos Chachapoya se
maniiesta en primer lugar en las diferentes
prácticas funerarias registradas, en la producción
de diferentes tipos de ceramica y en el uso de
símbolos distintos en la cultura material. En
base a los resultados de las investigaciones
durante los últimos años podemos hablar de
dos macro-regiones Chachapoya (Fig. 1): En
el territorio sur destacan mausoleos decorados
de varios pisos, mientras que en el norte
abundan sitios con sarcófagos de apariencia
antropomorfa. En el sur la cerámica es burda
y lleva una decoración aplicada, mientras que
en el norte predomina una cerámica pintada,
denominada tipo Chipuric o Kuelap Pintado
Alisado (Reichlen/Reichlen 1950; Ruiz 2009
a [1972]). En el sur las estructuras circulares
muestran frisos igurativos y en forma de
grecas escalonadas, mientras que en el norte
presentan una decoración en forma de rombos.
Solamente el zigzag, la chakana (o cruz andina)
y los circulos concéntricos aparecen en todo el
territorio y constituían símbolos universales de
la tradición Chachapoya (Koschmieder 2012).
En la arquitectura, en las pinturas rupestres
y en la cultura material de cada macro-región
se observan otras diferencias que relejan que
la cultura Chachapoya fue integrada por un
mayor número de grupos étnicos o lingüisticos,
244
lo que conirman las fuentes históricas de los
cronistas españoles. El historiador Wademar
Espinoza (1967: 232) menciona 22 subgrupos
Chachapoya, pero en su lista aún faltan grupos
importantes como los Chilchos y los Chillaos.
Dentro de nuestro área de investigación
(Provincia de Luya) se registraron también
dos docenas de asentamientos con ediicios de
forma semicircular (Koschmieder 2012: 70).
Generalmente se ubican en ila en las bases de
los acantilados con sus recintos adosados a la
roca natural. Para su construcción se escogieron
lugares secos, escondidos y de difícil acceso,
probablemente por razones estratégicas. No
fueron mausoleos o graneros como postula
el arqueólogo Kauffmann-Doig (Kauffmann
2009: 169-170; Kauffmann/Ligabue 2003:
329-332), debido a que muestran rasgos típicos
de unidades domésticas (banquetas, fogones,
batanes), aunque sitios como Pueblo de los
Muertos si están asociados con sitios funerarios
cercanos. Los recintos, en parte decorados con
frisos en bajorrelieve (Kauffmann/Ligabue
2003: 330-331; Koschmieder 2012: 77, 123,
141), deben haber servido como residencias
temporales y espacios de trabajo durante la
preparación de las ceremonias mortuarias.
Asentamientos residenciales
Los asentamientos residenciales Chachapoya,
llamados llaqta, se ubican principalmente
en las cumbres de las montañas y presentan
entre 15 y 600 recintos circulares u ovaladas
(Koschmieder 2012: 65; Lerche 1986: 146;
Narváez 1988, 1996 a y b; Schjellerup 2005:
369). La construcción de las llaqta en las alturas
obedece en primer lugar a las condiciones
climáticas favorables (Lerche 1986: 150;
1996: 42). Las bajas temperaturas permitían
el almacenamiento y la conservación de los
productos alimentícios, como el maíz y la papa.
Por lo general, los centros de población carecen
de patios públicos y edifícios imponentes de
carácter ceremonial. La arquitectura parece
uniforme y todavía no se han identiicado
residencias de élite. Los ediicios circulares,
levantados con piedras calizas o areniscas,
muestran un diámetro de 4 a 8 m (Koschmieder
2012: 65; Narváez 1988: 122; Schjellerup 2005:
370) (Fig. 2). Descansan sobre una terraza
artiicial o un embasamento semicircular, el
cuál fue adornado con un friso geométrico,
dispuesto en forma horizontal (Bonavía 1968;
Lerche 1986, 1995; Narváez 1988, 1996 a
y b; Schjellerup 2005). Originalmente los
ediicios fueron cubiertos con techos cónicos
de maderos y paja, como demuestran fotos y
ilustraciones de estructuras todavía habitadas
hasta el siglo XX (Langlois 1939; Werthemann
1892; Wiener 1884). Por lo general los recintos
presentan un solo acceso y carecen de ventanas.
El espacio interior de las viviendas nunca
fue subdividido en ambientes menores con
muros. Rasgos, encontrados en el interior de
las estructuras circulares, incluyen banquetas,
canales de desagüe, cámaras subterráneas,
batanes, manos de moler, deshechos orgánicos,
fogones y, frecuentemente, la presencia de
entierros simples, depositados en una posición
fetal debajo del nivel de los pisos (Gaither
et al. 2008; Koschmieder 2012; Lennon et
al. 1989; Narváez 1996 a y b; Schjellerup
2005; Thompson 1974, 1976). Las cámaras
subterráneas juegan un rol importante en la
interpretación del “asentamiento fortiicado”
de Kuelap, la obra más monumental de los
Chachapoya.
Prácticas funerarias
La uniformidad de la arquitectura residencial
nos deja pensar que las sociedades Chachapoya
fueron casi egalitarias (acéfalas) con poca
estratiicación social, pués hasta la fecha no
se han identiicado residencias de élite. Algo
similar sucede con la arquitectura funeraria.
La forma de enterrar a los individuos en sus
viviendas, en cuevas, en chullpas (mausoleos
de varios pisos) o en sarcófagos de apariencia
antropomorfa fue un patrón común entre las
diferentes poblaciones Chachapoya, pero las
últimas investigaciones en Luya revelaron
también algunas formas de sepultamiento,
reservadas para personajes de un rango social
mayor (Koschmieder/Gaither 2010).
Los sarcófagos antropomorfos se encuentran
exclusivamente en la provincia de Luya,
(Kauffmann/Ligabue 2003; Koschmieder
2012; Koschmieder/Gaither 2010). Al igual
que las chullpas decoradas fueron levantados
en lugares casi inaccesibles de los acantilados.
Las iguras, en su gran mayoría elaboradas de
piedra y barro, se ubican solas o agrupadas
debajo de rocas sobresalientes (Fig. 3). Por
lo general se encuentran alineadas sobre
estrechas repisas naturales, pero algunas
fueron colocadas sobre amplias plataformas
artiiciales, decoradas con pinturas o frisos en
forma de zigzag (Koschmieder 2012: 60-64).
Los sarcófagos contienen los restos mortales
de ambos sexos y todas las edades, enterrados
245
en una posición fetal (Koschmieder/Gaither
2010: 10, 30), aunque se identiicaron también
contextos secundarios con “paquetes” de
huesos largos amarrados con soguillas. Los
sarcófagos de los hombres y de las mujeres
se distinguen por su isonomía pronunciada
y por los objetos de metal, representados en
la parte superior de algunas iguras. De la
misma manera en una pintura mural del sitio
de Kacta los hombres llevan un pectoral y
las mujeres dos tupus colgantes a la altura del
pecho (Koschmieder 2012: 108-109). Unos
pocos sarcófagos de mayor tamaño, elaborados
de cañas y barro, pertenecían a personajes
masculinos de un rango social mayor,
probablemente guerreros. Las iguras, como
las de Karajía, están decoradas con dibujos que
representan genitales masculinos y en la punta
de su máscara destaca la presencia de un cráneo
humano o de una cabeza de miniatura de arcilla
(Kauffmann/Ligabue 2003; Koschmieder
2012: 59; Koschmieder/Gaither 2010: 3132). Interpretamos estos hallazgos como las
cabezas trofeo de los adversarios vencidos.
Nuestras investigaciones en abrigos rocosos
de Luya revelaron otros contextos funerarios
de probables guerreros (Koschmieder 2012;
Koschmieder/Gaither 2010). Las tumbas
se ubican debajo de grandes rocas y están
asociadas a pinturas de personajes con tocados
que presentan símbolos de jefes de guerra,
como “bastones de mando con cuchillos”
y porras en forma de círculos con punto.
Destaca la representación de un “degollador”,
el cuál sujeta un cuchillo en la mano y en la
otra una cabeza seccionada (Koschmieder
2012: 54; Koschmieder/Gaither 2010: 25).
Los esqueletos de los hombres, registrados en
abrigos rocosos de Luya, presentan fracturas
y oriicios de trepanación en sus cráneos
(Koschmieder/Gaither 2010: 15-27). Fueron
enterrados con ajuares funerarios especiales,
que incluyen cuencos de cerámica, cuentas
de collar, objetos metálicos de cobre y plata y
caracoles marinos. Los individuos con “bastón
de mando y cuchillo” aparecen especialmente
en escenas de la cacería de cabezas trofeo (Fig.
4), donde decapitan individuos o llevan cabezas
en sus manos (Koschmieder 2012: 112-113;
Koschmieder/Gaither 2010: 25, 29). La caza
de cabezas trofeo fue común entre los grupos
Chachapoya como recalca una cita del cronista
Martin de Murúa: “...los Chachapoya tomaron las
cabezas de Chuquis Huamán y demás indios principales
que habian muerto, y las pusieron en las puertas de sus
casas por trofeo e insignia de su valentia...” (Murúa
2001 [1611]: 150).
La organización socio-política
La identiicación de personajes de un rango
social mayor en las pinturas rupestres y
en ciertos contextos funerarios permite
caracterizar la estratiicación social al interior
de las sociedades Chachapoya. Los rasgos
arqueológicos indican la presencia de jefes
de guerra, a la vez que una ausencia de
autoridades políticas. Esta particularidad
también es conocida entre algunos grupos
amazónicos históricos (Karsten 1935; Taylor/
Descola 1981). Sin embargo, las fuentes
etnohistóricas nos informan que los diferentes
grupos Chachapoya se organizaron durante
la hegemonía Inca en curacazgos autónomos
de variable complejidad y tamaño (Espinoza
1967; Lerche 1995). El poder fue compartido
por dos curaca, uno con poder político y el otro
estrechamente ligado con asuntos bélicosos.
Desconocemos si este orden dual existió antes
de la llegada de los Inca.
Queda todavía una interrogante: Como
pudieron los Chachapoya realizar obras
monumentales como el “asentamiento
fortiicado” de Kuelap? Para su construcción
fue necesario diseñar el complejo y movilizar
mucha mano de obra. Esto deja suponer que
existió una confederación de curacazgos o una
forma de sociedad centralizada y por lo tanto
una tendencia hacia la constitución de una
Figura 4. Pinturas rupestres de Lengate-Chichita con
escena de caza de cabezas trofeo (Provincia de Luya)
246
Consideraciones inales
macro-organización más compleja (Lerche
1995).
Al parecer entre 700 y 1000 D.C. hubo varios
movimientos migratorios desde la selva baja
hacia la sierra y “ceja de montaña” (Guffroy
2004; Koschmieder 2012). Las inmigraciones
sucedieron de forma casi simultánea,
pero desconocemos las causas, quizás por
las consecuencias de cambios climáticos
(Colinvaux 1989), una presión demográica
o guerras interétnicas. Al igual que en el caso
de los Chachapoya la gran belicosidad de
grupos como los Palta(-Bracamoros), los
cuales practicaron la caza de cabezas trofeo, y
el número superior de los beligrantes causaron
el aniquilamiento o la fuga de los antiguos
pobladores (Guffroy 2004: 181). También
para los Palta, que se establecieron en un
territorio amplio en la sierra sur del Ecuador
(actual Provincia de Loja), se ha postulado un
orígen amazónico y una iliación lingüistica
jivaro (Guffroy 2004; Karsten 1935; Taylor
1988, 1991). Su sistema socio-político fue
descrito como el modelo clásico jivaro de
una sociedad acéfala con grupos heterógenos
“temporalmente unidos alrededor de un jefe
de guerra” y desprovistos de autoridades
políticas (Taylor 1988: 61). A la llegada de los
españoles los Palta (al igual que los numerosos
subgrupos Chachapoya) se organizaron en
curacazgos perfectamente cristalizados (Taylor
1988: 43), pero se supone que esta forma social
fue introducida por los Inca.
Los Palta compartían algunos rasgos culturales
con los Chachapoya como la práctica de la
caza de cabezas trofeo (Salinas de Loyola 1965
[1571]; Taylor 1988; Taylor/Descola 1981), el
enterramiento dentro de abrigos rocosos, el
uso de armas similares (p.ej. hondas y lanzas
– Taylor 1988: 42) o la produccion de una
cerámica con aplicaciones en forma de bandas
onduladas (Guffroy 2004: 139, 181-182;
Rostain/Geoffroy de Saulieu 2013: 131). Los
Palta y los Chachapoya se asentaron en zonas
altas y frias, se adaptaron a medios ambientales
bastante diversos y empezaron a cultivar
tubérculos y criar camélidos, es decir cambiaron
radicalmente su modo de subsistencia. Si
nuestras hipótesis respecto al orígen de los
Chachapoya y de los Palta son exactas, estas
poblaciones fueron descendientes de grupos
amazónicos los cuales migraron entre 700 y
1000 D.C. hacia la sierra y “ceja de montaña”.
El rol de Kuelap en el territorio norte de los
Chachapoya
Kuelap es el sitio más imponente en el territorio
norte de los Chachapoya. Se ubica a una altura
de 3000 msnm y cubre un área de 6 hectáreas.
El muro de contención, que deine el contorno
del sitio, alcanza una altura de 20 m. Las entradas
principales conducen por callejones estrechos.
El acceso hacia el interior del “asentamiento
fortiicado” era estrictamente controlado.
Encima de dos plataformas artiiciales se ubican
420 estructuras circulares y por lo menos un
ediicio de carácter ceremonial (Narváez 1988,
1996 a y b). Casi todas las viviendas poseen
cámaras subterráneas, revestidas con piedras y
empotradas en el piso (Fig. 5). Son consideradas
como almacenes para guardar los excedentes
de las cosechas. Los asentamientos hacia el
norte de Kuelap carecen de estos depósitos,
pues por su emplazamiento a alturas menores
de 2500 msnm, donde las temperaturas
elevadas no permiten el almacenaje de los
productos agrícolas. Para almacenar tubérculos
es imprescindible disponer de un ambiente frio
que evite la germinación, hongos y parásitos. Es
de suponer que los diferentes grupos étnicos
del territorio norte se aliaron para buscar una
respuesta al problema del almacenamiento de
alimentos. Al parecer la escasez de víveres en
tiempos de crisis provocó enfrentamientos
entre los diferentes grupos Chachapoya. Con la
construcción de Kuelap crearon un lugar donde
los productos básicos fueron administrados y
redistribuidos centralmente. Durante las crisis
alimentarias los habitantes o administradores
de Kuelap distribuyeron los alimentos básicos
a los necesitados y defendieron el lugar durante
la incursión de grupos hóstiles, acostumbrados
a asaltar para asegurar su subsistencia. Mientras
en el territorio norte la administración de
los productos agrícolas fue centralizada en
Kuelap, en el territorio sur cada asentamiento
residencial estaba equipado con sus propias
cámaras de almacenaje (p.ej. Schjellerup 2005:
338-339; Thompson 1974: 121-122, 1976: 99100), ya que se ubicaron en zonas frias encima
de 3000 msnm. Kuelap no fue una fortaleza
en toda la extensión de la palabra (p.ej. faltan
parapetos), sino el centro administrativo y
ceremonial más importante en el territorio
norte de los Chachapoya.
247
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249
250
Simposio “Alta Amazonía”
Aproximación socio cultural y ambiental en base de
la interpretación de los petroglifos de la cuenca del
Armanayacu, tributario del Río Paranapura,
bajo Huallaga, Amazonía peruana
Santiago Rivas Panduro
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Dirección Desconcentrada de Cultura de Loreto – Ministerio de Cultura
por el ingeniero geólogo que realizó el estudio
del Cuadrángulo de Balsapuerto, José Sánchez
Yzquierdo (Comunicación personal, 1999).
El criterio para deinir el estado de conservación
de las rocas y de los grabados rupestres, se
basa en la observación directa de ellas en el
campo. La deinición de la cronología, ubicada
en la época prehispánica es muy genérica,
pero encaja en la propuesta, porque estas
manifestaciones están muy distantes en el
tiempo de los ocupantes históricos en la zona,
es decir los Shawis, quienes podrían o no ser
los descendientes directos de los pobladores
rupestres del Paranapura (Rivas 2003).
Determinar la cronología absoluta de estos
vestigios pasa por cruzar resultados de análisis
estratigráicos,
análisis
arqueobotánicos,
análisis geoarqueológicos, fechados absolutos
de la patina y/o fechados C14/AMS de los
vestigios asociados a las rocas petroglifos.
Las siete rocas petroglifos, y sus iguras
rupestres, fueron reproducidas a escala 1/10.
La reproducción de los grabados rupestres
de estas siete esculturas, que presentamos
en esta publicación, tienen un margen de
error de hasta 5% respecto a los dibujos
reproducidos en el papel milimetrado de las
mangas de plástico calcadas de las rocas; los
mismos que se concentran más en los dedos
de pies de humanos y las patas y picos de los
animales. Este margen no es relevante para los
objetivos de este trabajo, pues se proyecta a una
interpretación global del arte rupestre.
La descripción de las rocas petroglifos y
grabados rupestres se basa en las notas de
campo tomadas el 2000 y 2011. Son tantos los
grabados rupestres que se identiicaron a través
de los calcos, que quizá algunas iguras se nos
hayan escapado de identiicarlas y/o exponerlas
o describirlas a detalle de manera individual en
Introducción
Hasta la fecha se tiene identiicado y registrado
50 monumentos arqueológicos prehispánicos
en la cuenca del río Paranapura, pero
existen muchos más. Entre ellos tenemos
12 asentamientos arqueológicos, 25 rocas
petroglifos (dos de ellas también rocas talleres
líticos), y 13 rocas talleres líticos.
De este conjunto importante de vestigios
arqueológicos, siete (07) rocas petroglifos
distribuidas en la cuenca del río Armanayacu,
tributario del Paranapura son materia del
presente artículo. Es menester concentrar
esfuerzos para la publicación de un libro sobre
las rocas petroglifos y rocas talleres líticos del
Paranapura, pues son más de 1000 grabados
rupestres y decenas de huellas de talleres líticos
que ellas contienen.
Estas siete rocas petroglifos fueron reportadas
el 2000. Luego, el 2011, tres de ellas fueron
nuevamente registradas, y ubicadas a nivel
de coordenadas UTM. El 2000, cuando
realizamos el trabajo pionero en esta zona
no contábamos con GPS apropiado para
captar sus coordenadas. Algunas medidas de
estas rocas presentadas en el Informe de la
investigación del 2000 (Rivas 2001), diieren
algunos centímetros con la presentadas en este
trabajo, pero estas diferencias que están dentro
del margen de error, no alteran el contenido de
la investigación.
Denominamos bloque errático a las piedras
pequeñas y medianas que presentan formas
boleadas originadas naturalmente por el
desplazamiento rotativo a lo largo de su
historia geológica. Son bloques remanentes
las rocas que tienen una posición ija en el
terreno desde su origen emergente in situ.
Estas conceptualizaciones fueron deinidas
251
profesionales, bajo el asesoramiento de la Dra.
Ruth Shady Solís, volví a realizar otro estudio
arqueológico en la cuenca del río Paranapura,
también con el auspicio de la Municipalidad
Distrital de Balsapuerto, descubriendo otras
7 rocas petroglifos, materia del presente
documento, esta vez en la cuenca del río
Armanayacu (algunos lo denominan quebrada).
En esta labor fue de gran ayuda la participación
mi colega y amigo de aula universitaria, Leonel
Hurtado Benites, y también la de mis amigos y
colaboradores Shawi (Rivas 2001).
El 2011 volví a visitar el distrito de Balsapuerto
en dos oportunidades, a solicitud de la
Municipalidad Distrital de Balsapuerto y
la ONG Terra Nuova. La primera visita lo
realicé en compañía de colaboradores Shawi,
y la segunda con el Dr. Guiseppe Oreici y 3
arqueólogos de su equipo, además de media
docena de hermanos Shawi. En ese año
volvimos a rencontrarnos con varias rocas
petroglifos descubiertas en 1999 y 2000, pero
descubrimos además nuevas rocas petroglifos
(2011a, 2011b).
En los informes inéditos que elaboré, así como
en otros documentos publicados, señalé que
aún amerita continuar con las investigaciones
a nivel de excavaciones arqueológicas, tarea
pendiente aún.
este trabajo, lo cual nos permitimos la licencia de
acceder a las consideraciones del público lector.
Nos amparamos en esta justiicación, porque
en esta oportunidad nos hemos concentrado
en interpretar el conjunto de los grabados
rupestres, buscando descifrar los fenómenos
sociocultural y ambiental que emerge de la
interpretación global del conjunto de grabados
rupestres de las siete rocas petroglifos.
Finalmente, la reproducción de estas siete
esculturas nos ha sido de valiosa ayuda para
interpretar el contexto general de los grabados
rupestres, relacionando los motivos plasmados
en las rocas (iguras humanas, aves, batracios,
rostros humanos, pisadas humanas, pisadas de
felinos, “caídas de lluvia”, etc.), y la ubicación
de estos motivos en el contexto tridimensional
de la misma roca: relieve (relieve plano,
relieve inclinado, convexo, cóncavo, erosión o
alteración natural), posición (techo, frontis), y
elevación (inferior, superior).
Antecedentes
Desde que ingresé a la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos, en 1995, en la Escuela
Profesional de Arqueología, de la Facultad
de Ciencias Sociales, me gustaba visitar las
distintas facultades repasando las noticias que
publicaban en sus periódicos murales. En
1998 vi por primera vez una foto de la roca
petroglifo Casa de Cumpanamá, en un biombo
de la facultad de Geología de mi alma mater. La
fotografía había sido tomada en 1997 por José
Sánchez Yzquierdo, durante su investigación de
campo para su Tesis de Ingeniero Geólogo por
la UNMSM (1998), y publicada en el Boletín
N° 103 del Instituto Geológico y Metalúrgico
(1998?).
Pepe Sánchez, a quien conocí en esas
circunstancias, me facilitó los datos de
localización de este petroglifo, en el distrito
de Balsapuerto, provincia de Alto Amazonas,
departamento de Loreto. Luego, gracias a mi
hermano Salomón Rivas Panduro, que por esos
años ya vivía en Yurimaguas, me contacté con el
Alcalde de Balsapuerto, Lic. Nazario Luis Peña
Panduro, quien accedió a inanciar los primeros
estudios arqueológicos en Balsapuerto (Rivas
1999, 2000 ).
En 1999 descubrimos 7 asentamientos
arqueológicos y 12 rocas petroglifos en la
cuenca del Cachiyacu (Rivas 1999, 2000 a,
2000 b, 2001, 2003), gracias a la colaboración y
guiado de nuestros hermanos Shawi.
El 2000, como parte de mis prácticas pre
Ubicación geográica, política y cultural
El Armanayacu es un río de agua negra que nace
en la Amazonía y corre en orientación suroeste
– noreste hasta desembocar al río Paranapura,
el que a su vez entrega su agua clara al río
Huallaga. Políticamente pertenece al distrito
de Balsapuerto, provincia de Alto Amazonas,
departamento de Loreto; culturalmente, es
parte del territorio ancestral de la etnia Shawi,
perteneciente a la familia lingüística Kawapana
(Cahuapana) (Solís 2003; Mayor et al 2009).
El Armanayacu sigue un rumbo paralelo al
río Cachiyacu de agua clara. Ambas cuencas
presentan isiografía de terrazas medias y altas,
cuya cota en promedio supera los 200 m.s.n.m.
Además del divortium acuarium, el Cachiyacu y
el Armanayacu están divididos por los montes
aislados, que se aprecian nítidamente desde la
comunidad nativa Puerto Libre, en la cuenca
del Cachiyacu (Sánchez 1998: 27, 33), y también
desde la comunidad nativa Nuevo Saramiriza,
en la cuenca del Armanayacu, teniendo entre
sus puntos más elevados la cima del cerro Santa
Cruz, a 516 m.s.n.m. (Rivas 2011 b).
Las rocas petroglifos que presentamos en esta
252
ocasión se distribuyen en micro-cuencas de las
quebradas Cucharayacu y Porotoyacu, ambas de
agua negra, por su origen en el llano amazónico.
El Cucharayacu es tributario izquierdo del
Porotoyacu, y este último es tributario derecho
del Armanayacu. A su vez, el Armanayacu
es alimentado por otras quebradas de aguas
negras, una de ellas es el Macamboyacu, donde
reportamos dos nuevas rocas petroglifos (Rivas
2011 b). Todas estas quebradas se caracterizan
por presentar en su lecho abundantes cantos
rodados de diversos tamaños, y rocas de
diferentes dimensiones algunas de más de 10 m
de largo o altura. Estas rocas también abundan
en el interior del bosque.
líneas curveadas y sinuosas asociadas a pisada
humana, pisadas de felinos y un mamífero,
posiblemente felino, con la boca muy abierta
como si estuviera devorando su presa. Algunos
laberintos sinuosos terminan encerrando
círculos. Además hay una igura entera de
ave con las alas desplegadas, un espiral que
termina en cuatro líneas pequeñas, y la igura
casi completa de un personaje antropomorfo
(le falta una pierna) con los brazos levantados
e inclinados en ángulo de 90° y manos abiertas
cada una con cinco dedos, con el pene erecto,
con vincha tipo “v” que podría representar dos
plumas de aves, orejeras, y lo que parece ser un
carcaj y cerbatana.
Se tiene en total 9 iguras individuales: 1
personaje antropomorfo, 1 colibrí, 1 posible
felino, 1 posible rosto humano, 1 pie humano
con cinco dedos, 3 pisadas de felinos, y 1
espiral; y 6 iguras grupales, conformadas por
las líneas sinuosas y laberínticas.
Los grabados rupestres están distribuidos en
dos sectores relativamente próximos.
Un primer sector lo conforman, tanto en el
techo ligeramente inclinado hacia el oeste y la
pared lateral oeste de la roca, de arriba hacia
abajo ligeramente en diagonal, el personaje
antropomorfo, un posible rostro en medio de
líneas arqueadas y cortas, y el colibrí dispuesto
en la parte central de la roca, de 65 cm de alto
y 60 cm de alas desplegadas, a 70 cm del suelo.
El segundo sector de grabados se localiza
hacia el extremo sur del techo y paredes lateral
suroeste y sureste de la roca. Destacan en la
parte superior del techo hacia el extremo sur,
el espiral, las pisadas de felinos y las iguras
sinuosas, y hacia la pared lateral sureste, parecen
otras iguras sinuosas; mientras que en la pared
lateral suroeste superior aparecen, de arriba
hacia abajo, arriba, un grupo de líneas sinuosas
y laberínticas, un pie humano con 5 dedos, y un
felino estilizado con cola curveada hacia arriba
y doblada en la punta, 50 cm del suelo.
En este sector, en la base de una hendidura
natural de la roca, hay también una igura
antropomorfa, pequeña, con los brazos y
piernas extendidas, pero que no logramos
calcarlo por que en ese momento se nos había
terminado la dotación de plástico (esta igura
no la incluimos en la escultura porque no lo
tenemos en físico entre nuestros calcos ni
dibujos milimetrados a escala 1/10).
Escala: 1/10 (1 cm de la escultura = 10
cm del tamaño real de la roca y grabados
rupestres). Cronología: Época prehispánica.
Denominación de la roca petroglifo en idioma
Descripción de las rocas petroglifos y
grabados rupestres
1. Porotoyacu 1 (NS-1)
Otra denominación: Ninguna conocida.
Localización geográica: Cuenca de la quebrada
Porotoyacu, tributario del Armanayacu. Este
último es aluente del río Paranapura, el que a su
vez es tributario del río Huallaga. Coordenadas
UTM (WGS84): 0335168 E / 9346487 N; +- 7
m de error. Altitud (nivel del mar): 195 m.s.n.m.
Ubicación política y geográica: Distrito de
Balsapuerto, provincia de Alto Amazonas,
departamento de Loreto.
Ubicada a 75 metros del lecho izquierdo de
la quebrada Porotoyacu, aluente izquierdo
de la quebrada Armanayacu, la misma que
entrega sus aguas al río Paranapura en la
margen derecha. Se encuentra en el patrio de la
vivienda de Feliciano Napo Pua, a unos metros
de su yucal, y a 40 minutos de caminata desde
la casa de Miguel Napo Pua. Territorialidad:
Población indígena Shawi (Chayahuita). Tipo
de roca: Bloque errático, de arenisca. Medidas
máximas y descripción de la roca: Es una roca
de tamaño regular, de 4.3 m de largo x 3.5 m de
ancho x 2.2 m de alto. Técnica de ejecución de
los grabados rupestres: Percusión y Abrasión.
Las pisadas de los felinos fueron reproducidas
mediante la combinación de dos técnicas,
primero percusión y luego abrasión, dándole el
efecto de alto y bajo relieves. El resto de los
grabados fueron hechos mediante percusión.
El ancho de los surcos oscila entre 2.5 y 4.5 cm,
y la profundidad entre 0.5 y 0.6 mm. Estado
de conservación de la roca: Regular. Estado
de conservación de los grabados rupestres:
Regular. Hallazgo de cultura material en
supericie asociada a la roca: Ninguno.
Descripción de los petroglifos: Figuras de
253
Shawi: Desconocida.
pendiente. Altitud (nivel del mar): Desconocida,
pero está en el rango promedio de los 200
m.s.n.m.; es una tarea pendiente. Ubicación
política y geográica: Distrito de Balsapuerto,
provincia de Alto Amazonas, departamento
de Loreto. A 200 metros al Oeste de la roca
petroglifo Porotoyacu 1, y a unos 25 metros
del lecho izquierdo de la quebrada Porotoyacu.
Territorialidad: Población indígena Shawi
(Chayahuita). Tipo de roca: Bloque errático,
de arenisca. Medidas máximas y descripción
de la roca: 1.6 m de largo x 1.3 m de ancho
x 0.7 m de alto. Técnica de ejecución de los
grabados rupestres: Percusión y abrasión.
Sólo los grabados de pisadas de felinos fueron
reproducidos mediante percusión y luego
abrasión, dándole el efecto característico de
alto y bajo relieves. Los demás grabados fueron
hechos por percusión. El ancho de los surcos
pueden llegar hasta 5 cm, y la profundidad
hasta 1.5 cm. Estado de conservación de la
roca: Regular. Estado de conservación de
los grabados rupestres: Regular. Hallazgo de
cultura material en supericie asociado a la
roca: Ninguno.
Descripción de los petroglifos: Figuras de
líneas curveadas que se conectan a círculos,
círculos con punto central y líneas de doble
espiral, asociadas a pisadas de felinos.
Hay solo 1 igura grupal, conformada por
los motivos descritos arriba, localizados a lo
largo del lomo y parte superior de las paredes
noreste y suroeste, y también en la pared
superior noroeste hasta llegar al suelo. Entre
los grabados se diferencias nítidamente hasta 4
huellas de pisadas de felino.
Escala: 1/10 (1 cm de la escultura = 10
cm del tamaño real de la roca y grabados
rupestres). Cronología: Época prehispánica.
Denominación de la roca petroglifo en idioma
Shawi: Desconocida.
2. Porotoyacu 2 (NS-6)
Otra denominación: Ninguna conocida.
Localización geográica: Cuenca de la quebrada
Porotoyacu, tributario del Armanayacu.
Este último es aluente del río Paranapura,
el que a su vez es tributario del río Huallaga.
Coordenadas UTM (WGS84): No se tiene
georreferenciación de la roca; es una tarea
pendiente. Altitud (nivel del mar): Desconocida,
pero está en el rango promedio de los 200
m.s.n.m.; es una tarea pendiente. Ubicación
política y geográica: Distrito de Balsapuerto,
provincia de Alto Amazonas, departamento
de Loreto. A 25 metros al Sureste de la roca
petroglifo Porotoyacu 1. Territorialidad:
Población indígena Shawi (Chayahuita). Tipo
de roca: Bloque errático, de arenisca. Medidas
máximas y descripción de la roca: 2 m de largo
x 1.5 m de ancho x 0.6 m de alto. Técnica de
ejecución de los grabados rupestres: Percusión.
El ancho de los surcos oscila entre 1.7 y 3 cm,
y la profundidad entre 0.3 y 0.8 mm. Estado
de conservación de la roca: Buena. Estado
de conservación de los grabados rupestres:
Regular. Hallazgo de cultura material en
supericie asociada a la roca: Ninguno.
Descripción de los petroglifos: Figura
antropomorfa compuesta por dos iguras
humanas con los brazos abiertos lexionados
en ángulo de 90°, simétricos, unidas a través de
las extremidades inferiores. Junto a esta igura
se tiene tres líneas cortas curveadas sin mayor
deinición.
Hay sólo 1 igura individual, el motivo
antropomorfo, a 40 cm del suelo; y 1 igura
grupal, conformada por tres líneas curveadas
pequeñas, juntas entre sí, también a 40 cm
del suelo. Todos estos grabados rupestres se
localizan en la supericie liza e inclinada de la
roca, con vista hacia el este.
Escala: 1/10 (1 cm de la escultura = 10
cm del tamaño real de la roca y grabados
rupestres). Cronología: Época prehispánica.
Denominación de la roca petroglifo en idioma
Shawi: Desconocida.
4. Cucharayacu 1 (NS-2)
Otra denominación: Ninguna conocida.
Localización geográica: Cuenca de la
quebrada
Cucharayacu,
tributario
del
Armanayacu. Este último es aluente del río
Paranapura, el que a su vez es tributario del
río Huallaga. Coordenadas UTM (WGS84):
No se tiene georreferenciación de la roca; es
una tarea pendiente. Altitud (nivel del mar):
Desconocida, pero está en el rango promedio
de los 200 m.s.n.m.; es una tarea pendiente.
Ubicación política y geográica: Distrito de
Balsapuerto, provincia de Alto Amazonas,
departamento de Loreto. A 20 metros del
3. Porotoyacu 3 (NS-7)
Otra denominación: Ninguna conocida.
Localización geográica: Cuenca de la quebrada
Porotoyacu, tributario del Armanayacu.
Este último es aluente del río Paranapura,
el que a su vez es tributario del río Huallaga.
Coordenadas UTM (WGS84): No se tiene
georreferenciación de la roca; es una tarea
254
lecho derecho de la quebrada Cucharayacu y
a 1 hora de la comunidad Nuevo Saramiriza.
Territorialidad: Población indígena Shawi
(Chayahuita). Tipo de roca: Bloque errático, de
arenisca. Medidas máximas y descripción de la
roca: 5.9 m de largo x 4.9 m de ancho x 2.2 m
de alto. Técnica de ejecución de los grabados
rupestres: Percusión y abrasión. Todos los
grabados de pisadas de felinos fueron hechos
a percusión y abrasión, al igual que el resto
de “moquetas”. Los demás motivos fueron
trabajados a percusión. El ancho de los surcos
oscila entre 4 y 5 cm, y la profundidad entre
0.8 y 1 cm. Estado de conservación de la roca:
Buena. Estado de conservación de los grabados
rupestres: Regular. Hallazgo de cultura material
en supericie asociado a la roca: Ninguno.
Descripción de los petroglifos: Figuras de líneas
rectas y sinuosas variadas, algunas terminando o
conectándose con un espiral, círculos, círculos
con puntos, rostros antropomorfos, y todos
en su conjunto asociados a pisadas humanas y
pisadas de felinos. Predomina la estilización de
un felino de cuya corona sale una línea sinuosa
que se ramiica, y en uno de sus terminales se
conecta con un rostro antropomorfo, junto al
cual aparecer nuevamente las pisadas del felino.
También encontramos una igura humana
entera pero pequeña en comparación con el
felino. Esta roca está asociada al ritual del in
de muertes de felinos hacia las personas.
Hay una sola igura grupal compuesta por
más de 50 iguras individuales y varios sub
grupos de motivos, predominando las líneas
rectas largas diagonales unidas por otras líneas
menos largas y perpendiculares, o empalmadas
con iguras antropomorfas naturalistas (la
niña de cabellos arqueados; pie humano que
se convierte en cola de felino) o estilizadas,
o geométricas, o curvilíneas formando
laberintos, o sinuosidades. En esta trama de
motivos aparecen individualmente 1 espiral, 1
huella de mano, y 8 pisadas humanas pequeñas,
medianas y grandes de 4, 5, 6 ó 7 dedos, y demás
iguras curvas y sinuosas pequeñas. Aparecen
también 3 rostros humanos pequeños, cerca o
adosados a las iguras sinuosas y laberínticas.
Pero las iguras sinuosas y laberínticas no sólo
se interconectan o se aproximan entre sí, sino
que además terminan en manos de 3 dedos o
pequeños espirales en medio o alrededor del
cual se aproximan a las pisadas de los felinos,
entre grandes, medianas y pequeñas de 3, 4,
5 ó 7 moquetas laterales. Todas estas iguras
descritas se expanden a lo largo y ancho del
techo inclinado de la roca, de unos 20° de
pendiente, hasta llegar cerca o ser interrumpida
por la vegetación arbustiva o humus de raíces
gruesas y frescas.
Siguiendo la forma de la roca, podemos
dividirla en tres sectores: i) sector superior
sureste, que es la parte más elevada de la roca;
ii) sector medio superior sur, debajo y a un
costado del anterior sector; y iii) sector del
techo inclinado de la roca que empalma con los
otros dos sectores. Destacan de manera clara
dos motivos principales de los dos primeros
sectores: el primero por la presencia de un
felino estilizado, con dos colmillos expuestos,
y de cuyas orejas y extremidades inferiores,
a escasos 5 centímetros, se reproducen las
moquetas del animal, y de cuya corona se
conecta una línea prolongándose hasta el relieve
inclinado de la roca. Junto a este felino hay
una igura que parece representar la columna
vertebral y tres pares de costillas humanas, y
más allá hacia el extremo norte de esta cara de
la roca, tenemos la composición de líneas que
forman un par de brazos humanos lexionados
hacia arriba formando un ángulo de 90°, cada
uno terminando en manos con 5 dedos. En
esta parte de la roca, al costado de las “costillas
humanas” también aparece la igura de un canal
alargado con hoyo circular profundo.
Si comparamos la igura del felino, con la igura
principal humana del segundo sector, notaremos
3 cualidades simbólicas de supremacía del
felino sobre el hombre: i) el felino le dobla en
tamaño al hombre; ii) el felino está estilizado y
el hombre está naturalizado; y iii) el felino está
arriba mientras que el hombre está abajo. Estas
cualidades de supremacía tienen su explicación
que será desarrollada más adelante.
Escala: 1/10 (1 cm de la escultura = 10
cm del tamaño real de la roca y grabados
rupestres). Cronología: Época prehispánica.
Denominación de la roca petroglifo en idioma
Shawi: Desconocida.
5. Cucharayacu 2 (NS-3)
Otra denominación: Ninguna conocida.
Localización geográica: Cuenca de la quebrada
Cucharayacu, tributario del Armanayacu. Este
último es aluente del río Paranapura, el que a su
vez es tributario del río Huallaga. Coordenadas
UTM (WGS84): No se tiene georreferenciación
de la roca; es una tarea pendiente. Altitud (nivel
del mar): Desconocida, pero está en el rango
promedio de los 200 m.s.n.m.; es una tarea
pendiente. Ubicación política y geográica:
Distrito de Balsapuerto, provincia de Alto
Amazonas, departamento de Loreto. A 40
255
metros del lecho de la quebrada Cucharayacu,
a 15 minutos de la casa de Faustino, y a 30
metros de la roca petroglifo Cucharayacu 1.
Territorialidad: Población indígena Shawi
(Chayahuita). Tipo de roca: Bloque errático, de
arenisca. Medidas máximas y descripción de la
roca: 3.2 m de largo x 2.9 m de ancho x 1.6 m
de alto. Técnica de ejecución de los grabados
rupestres: Percusión, para el conjunto de
grabados rupestres, y percusión/abrasión para
las “moquetas”. El ancho de los surcos varía
entre 2 y 4.5 cm, y la profundidad entre 0.5 y 1
cm. Estado de conservación de la roca: Buena.
Estado de conservación de los grabados
rupestres: Regular. Hallazgo de cultura material
en supericie asociado a la roca: Ninguno.
Descripción de los petroglifos: Figuras de
líneas curvas y sinuosas, algunas terminando en
manos con tres dedos a cada lado, conectadas
a líneas de doble espiral y asociadas a rostros
humanos, pisadas humanas y pisadas de felinos.
También hay una igura primatomorfa, de cruz
espiralada, etc.
Esta roca al igual que Cucharayacu 1, mantiene
el patrón de una sola igura grupal, compuesta
por más de más de 25 iguras individuales y
varios sub grupos de motivos lineales sinuosos
formando laberintos, terminando en medio
espiral o espiral completo, envolviendo o
empalmándose con otras iguras individuales,
entre ellas 4 cabezas humanas, una con cabello
corto y caída recta hasta la altura de la cara, 2
pares de extremidades superiores terminando
en 3 ó 4 dedos, 1 palmada humana de 4 dedos,
1 brazo suelto con la mano abierta de 5 dedos, 1
igura humana con los brazos y piernas abiertas
y lexionadas, siendo una pierna incompleta, 1
cruz espiralada, 7 pisadas humanas pequeñas,
medianas y grandes, solitarias del lado derecho
o izquierdo del pie, o pareadas a la misma
dirección o en distancias proporcionales al
de un paso, con 4 ó 5 dedos exageradamente
abiertos y “deformados”, entre otros motivos,
y asociadas al estas partes incompletas de
cuerpos humanos, aparecen 10 pisadas de
felinos, pequeñas, medianas y grandes de 4,
5, 6, 7 ó 14 moquetas laterales. Las pisadas
y palmadas humanas son percutidas en su
totalidad simulando ser las improntas ijadas
sobre el suelo; esto mismo se repite en todas
las pisadas y palmadas humanas de los demás
grabados rupestres.
Tomando en consideración la isiografía de la
piedra y distribución de los grabados rupestres,
esta roca se divide en dos sectores: i) sector
superior y laterales oeste y este, de pendiente
fuerte y moderada, respectivamente; y ii) el
sector del frontis sur, de pendiente vertical.
En el primer sector están la mayoría de los
grabados rupestres descritos arriba.
En el segundo sector, siguiendo el mismo
patrón, los artistas reprodujeron rostros y
brazos con dedos, en cuya línea terminal de un
trazo casi se junta con la huella de una pisada
humana.
En este mismo sector aparece una igura
delineada formando un elipse en medio del
cual se dispone un canal alargado rematado
en un hoyo circular de más de 2 cm de
profundidad, acompañado a sus bordes por
sendas hileras de pequeños puntos. La igura
del canal alargado con hoyo circular profundo
también aparece en el frontis del sector superior
sureste de Cucharayacu 1, evidenciando un
patrón predeterminado, pero en este último
caso incompleto, pues no tiene el delineado
elipsoidal ni las hileras de pequeños puntos.
Escala: 1/10 (1 cm de la escultura = 10
cm del tamaño real de la roca y grabados
rupestres). Cronología: Época prehispánica.
Denominación de la roca petroglifo en idioma
Shawi: Desconocida.
6. Cucharayacu 3 (NS-4)
Otra denominación: Santa Sofía 1 (Fuente:
Guiseppe Oreici). Localización geográica:
Cuenca de la quebrada Cucharayacu, tributario
del Armanayacu. Este último es aluente del
río Paranapura, el que a su vez es tributario del
río Huallaga. Coordenadas UTM (WGS84):
0335639 E / 9347342 N; +- 5 m de error.
Altitud (nivel del mar): 202 m.s.n.m. Ubicación
política y geográica: Distrito de Balsapuerto,
provincia de Alto Amazonas, departamento
de Loreto. A 10 metros del lecho izquierdo
de la quebrada Cucharayacu, dentro del
yucal de Antonio Chanchari Huansi, y a 20
minutos de las rocas petroglifos Cucharayacu
1 y 2. Territorialidad: Población indígena Shawi
(Chayahuita). Tipo de roca: Bloque remanente,
de arenisca. Medidas máximas y descripción
de la roca: 7.5 m de largo x 6.8 m de ancho
x 5.6 m de alto. Técnica de ejecución de los
grabados rupestres: Percusión y abrasión. Las
iguras de cruz compuesta fueron trabajadas
con la técnica mixta de percusión y luego
abrasión, por ello su apariencia de alto y bajo
relieve. El ancho de los surcos oscila entre 2.5
y 5 cm, y la profundidad entre 0.4 y 1.3 cm.
Estado de conservación de la roca: Regular. En
nuestra segunda y tercera visita a esta piedra, el
2011, encontramos marcas de pintura reciente
256
7. Cucharayacu 4 (NS-5)
Otra denominación: Ninguna conocida.
Localización geográica: Cuenca de la quebrada
Cucharayacu, tributario del Armanayacu. Este
último es aluente del río Paranapura, el que a su
vez es tributario del río Huallaga. Coordenadas
UTM (WGS84): 0334756 / 9348576 N; +- 9 m
de error. Altitud (nivel del mar): 322 m.s.n.m.
Ubicación política y geográica: Distrito de
Balsapuerto, provincia de Alto Amazonas,
departamento de Loreto. A unos 100 metros del
lecho derecho de la quebrada Cucharayacu, y a
una hora de la comunidad Nuevo Saramiriza. La
roca petroglifo se encuentra en la pendiente de
una colina. Territorialidad: Población indígena
Shawi (Chayahuita). Tipo de roca: Bloque
remanente, de arenisca. Medidas máximas y
descripción de la roca: 11 m de largo x 8.6 m de
ancho x 2.8 m de alto. Técnica de ejecución de
los grabados rupestres: Percusión y abrasión.
Todos los grabados de círculos concéntricos
radiales, círculos compuestos, pisadas de
felinos, motivo estilizado complejo, y batracio
pequeño con hoyo central, fueron trabajados
mediante la combinación de las técnicas de
percusión y abrasión; el resto de grabados, que
son muchísimos, fueron producidos mediante
percusión. El ancho de los surcos y diámetro
de los hoyos pueden llegar hasta 9 cm, y la
profundidad hasta más de 2 cm, sobre todo en
los alto y bajo relieve de los motivos con técnica
de abrasión. Varias iguras naturalistas, de aves,
batracios, reptiles, cérvido, mono, arácnidos,
celestiales (sol, luna, estrella), rostros y iguras
humanas, pisadas humanas, entre otras, fueron
percutidas totalmente formando los motivos
de sus formas corpóreas.
También sobresalen las líneas punteadas
simples, dobles, triples o formando grupos
alargados horizontales o verticales, a los
cuales los estamos llamando la estilización
de las “caídas de lluvia”. Pero entre todos los
grabados, los más logrados fueron la igura
del batracio simétrico gigante de 1.5 m de
largo x 1.2 m de ancho, a base de 343 hoyos;
28 para la extremidad superior derecha, 36
para la extremidad superior izquierda, 17 para
la cabeza redondeada, 155 para el tronco, 38
para la extremidad inferior derecha, 42 para la
extremidad inferior izquierda, y 27 para la cola
corta. La explicación contextual de esta igura
lo veremos adelante.
Estado de conservación de la roca: Regular.
La roca presenta algunas fracturas en varias
partes del techo y paredes laterales. Cuando lo
descubrimos, el 2000, la roca estaba cubierta
hechas por los pobladores de la Comunidad
de Santa Sofía, para marcar que esta piedra
pertenece al territorio de su comunidad. En
el futuro tendrá que haber un programa de
educación patrimonial entre los Shawi, para
evitar que las rocas petroglifos sean pintadas
o grabadas encima. Estado de conservación
de los grabados rupestres: Regular. Hallazgo
de cultura material en supericie asociado a la
roca: Ninguno.
Descripción de los petroglifos: Figuras de líneas
curvas y sinuosas asociadas a líneas punteadas,
rostros humanos y espirales compuestos. Los
espirales apuntan hacia el sur, lo que podría
estar representando la estrella Cruz del Sur.
Sobresale la igura primato/antropomorfa con
oreja redonda, boca risueña, sexo masculino
resaltado, brazos extendidos, en una de cuyas
extremidades se une la igura de una cabeza
humana, quizá una “cabeza trofeo”, mientras
que en la otra mano sólo se tiene la silueta de
lo que podría ser una segunda cabeza humana.
Por la ubicación de los grabados rupestres,
respecto a las paredes de la roca, éstos se
distribuyen en dos sectores.
En el primer sector, ubicado en el frontis sur,
las iguras se concentran hacia la parte lateral
medio superior de la zona más baja de la roca,
teniendo como personaje principal a la igura
primato/antropomorfa con varias cabezas
humanas en los brazos y a su alrededor, y más
arriba otras iguras geométrica y espiralada con
terminal de tres segmentos pequeños. Arriba de
este espiral, hacia el lomo de la roca mirando al
sur, los artistas grabaron una cruz compuesta,
seguida de líneas sinuosas y líneas punteadas
simples y dobles ascendentes hasta la parte
superior de la roca, debajo de estos puntos
paralelos aparecen otras iguras diversas, entre
ellas un hombrecito con las piernas abiertas
y brazos extendidos hacia arriba, lexionados,
formando ángulos de 90°. Y hacia el extremo
superior, en la parte más alta y mirando
también al sur se tiene una igura solitaria de
cruz compuesta.
En el segundo sector, se tiene hasta nueve
iguras estilizadas, y líneas formando un
cuerpo amorfo de algún mamífero o humano
con cabeza, ojos y extremidades inferiores que
terminan en tres dedos unidos entre sí.
Escala: 1/10 (1 cm de la escultura = 10
cm del tamaño real de la roca y grabados
rupestres). Cronología: Época prehispánica.
Denominación de la roca petroglifo en idioma
Shawi: Ninguna.
257
abajo, una larga línea punteada “caída de
lluvia”, a base de 145 hoyos. Al interior del
largo, hacia la parte inferior, dispone una igura
antropomorfa con los brazos y piernas en
movimiento ascendente, y al costado del lecho
del canal (representando al río o quebrada), a
30 cm hacia la derecha, se expone imponente
el batracio gigante a base de hoyos, escoltado
por delante y por detrás, por dos batracios con
largas colas arqueadas y doblada en punta de una
de ellas; uno de los batracios está delante de su
cabeza, y el otro está detrás de su cola, y ambos
batracios se disponen con las extremidades
inferiores abiertas y lexionadas para atrás, y
las extremidades superiores también abiertas y
lexionadas para adelante, guiando y siguiendo
el ritmo del batracio gigante.
El sector del frontis norte agrupa un conjunto
de grabados rupestres hacia la parte inferior,
pero más hacia la parte superior, entre las que
iguran nítidamente 4 batracios pequeños y
medianos, 5 aves pequeñas y medianas, iguras
humanas, iguras geométricas encerrando
hoyos de “caídas de lluvia”, conjunto de hoyos
sueltos en hileras o agrupadas formando las
“caídas de lluvia”, y una igura estilizada a base
de líneas sinuosas compuestas en bajo y alto
relieve, a 40 cm del suelo.
En este sector aparece la igura solitaria
del hacha de piedra tipo “T”, pero hay dos
iguras humanas que toman protagonismo
en la escena. Una de ellas es la igura humana
ubicada a ras del suelo (la supericie del
terreno tapó la parte inferior del personaje),
con los brazos extendidos y lexionados hacia
arriba, y manos con 4 dedos tocando la igura
geométrica que encierra los hoyos de “caídas
de lluvia”. El segundo personaje se ubica arriba
de dos batracios, en el extremo superior del
frontis justo donde empalma con el techo de la
roca. Sus brazos y piernas están bien abiertos
y rectos, y presenta una cabeza alargada. Sus
brazos terminan en manos con tres dedos,
dos de los cuales justo en el lomo donde
empalman el techo y el frontis, dan inicio a una
larga línea punteada doble y triple de más de
8 metros de largo a base de más de 400 hoyos
“caídas de agua”, hasta llegar casi al extremo
terminal superior de la roca que conecta con
una fractura pétrea. En a mitad de la larga
línea punteada doble, a 3.4 metros de su inicio,
se emplaza pegado y paralelo en dirección al
hombre, un “animal de tierra” con tres patas y
muchos dedos, antenas y cola larga y doblada
en la punta.
En el sector del frontis sur, el de mayor
completamente con hojarasca, ramas caídas y
arbustos pequeños, y en las paredes verticales
predominaba el musgo. Estado de conservación
de los grabados rupestres: Regular. Hallazgo
de cultura material en supericie asociado a la
roca: Ninguno.
Descripción de los petroglifos: Figuras
naturalistas en abundancia hacia la parte
superior de la roca y paredes laterales,
sobresaliendo iguras zoomorfas como
serpientes, aves, batracios y reptiles de varios
tamaños y formas, entre otras especies de la
fauna animal; iguras antropomorfas, pisadas
de felinos, iguras estilizadas del sol, la luna,
la estrella, una hacha tipo “T”, etc. Se impone
ante todas, por su dimensión y técnica de
elaboración, la igura de un gigante batracio
a base de percusiones punteadas, animal que
está asociado a un conjunto de iguras, entre
ellas dos batracios pequeños, uno delante y
otro detrás, y un canal largo y curveado que
bordea paralelo al batracio gigante siguiendo la
pendiente de la roca, y en cuyo interior y casi a
la mitad del canal, aparece una igura antropozoomorfa como si estuviera avanzando hacia
arriba.
En base a la isiografía de la piedra y distribución
de los grabados rupestres, esta roca se divide en
tres sectores: i) Sector superior del techo de la
roca, con ligera pendiente; ii) sector del frontis
norte, de pendiente vertical; y iii) sector del
frontis sur, de pendiente vertical. En total se ha
contabilizado más de 170 iguras individuales
y una decena de motivos agrupados por líneas
sinuosas irregulares, algunas entrecruzadas.
El sector superior del techo de la roca es la
que concentra la mayor cantidad de iguras,
entre rostros humanos, cruz compuesta,
aves pequeñas medianas y grandes, círculos
concéntricos dobles y triples, mono, cérvido
grande, espirales con “tres dedos”, líneas
sinuosas con “tres dedos”, igura humana
incompleta junto a pisadas de felinos, más
pisadas de felinos, dos sol, la luna, grupos
de hoyos formando “caídas de lluvia”, el
batracio gigante a base de hoyos, más batracios
pequeños a base de líneas, entre otras iguras
sinuosas, estilizadas o indeterminadas.
En medio del techo de la roca, los artistas
reprodujeron a percusión un largo canal
o “lecho de río o quebrada” que corre de
oeste a este ligeramente curveada, siguiendo
la pendiente natural de la roca, de más de 5
metros de largo x 16 cm de ancho y 1.6 cm
de profundidad máxima, en cuyos bordes se
disponen contorneándolo, de arriba hacia
258
inalidad: practicar rituales de petición
de cese de los asesinatos de los felinos a
humanos. Por ello la recurrencia de pisadas de
felinos, asociadas a caminos o trochas a base de
líneas rectas, sinuosas y laberínticas (Porotoyacu
1, Porotoyacu 2, Porotoyacu 3, Cucharayacu
1, Cucharayacu 4), pisadas o palmadas
humanas, rostros humanos, cuerpos humanos
seccionados o partes incompletas de cuerpos
humanos o esqueletos humanos (Porotoyacu
1, Porotoyacu 2, Porotoyacu 3, Cucharayacu
1, Cucharayacu 2, Cucharayacu 3, Cucharayacu
4), iguras humanas minimizadas en tamaño
en comparación a la del felino, ubicación
estratégica del felino arriba del hombre, y
estilización del felino sobre la naturalización de
la igura humana (Cucharayacu 1).
Estos grabados rupestres no hacen sino
reconirmar los datos de las fuentes
etnohistóricas presentadas por el historiador
peruano Waldemar Espinoza Soriano, quien
señala que una de las razones de la fortiicación
de los poblados de cultura Chachapoyas fue
para protegerse de los ataques de estas ieras
(Espinoza 1967: 234).
Testimonio de ataques y asesinatos de felinos
a personas lo encontramos también en los
escritos del misionero José Amich, allende
la segunda mitad del siglo XVII: “… cuando
nosotros estábamos en Sarayacu, en cuya época uno
de estos tigres se llevó a una muchachita; pero a los
gritos de la víctima acudió una tía suya y a garrotazos
obligó a la iera a soltar su presa, mas como le había
atravesado ya el cráneo con los dientes o uñas, murió la
infeliz a las pocas horas”. (Amich [1988]: 390-1).
Del P. Manuel J. Uriarte, también hacia la
segunda mitad del siglo XVII, tenemos también
varias referencias sobre ataques y muertes de
felinos a humanos, cuyas líneas transcribimos
para mayor ilustración: “…Después que hirió [el
jaguar] a un indio y éste me vino ensangrentado todo y
yo le curaba…” (p. 106); “… con el miedo de tigres
era menester acompañar con escopeta a tal cual son a
la chagra, que cosa de pesca y caza no había…” (p.
106); “… y como ya de noche el otro no llegase, fueron
a llamarlo; buscaron y lo hallaron muerto por un tigre,
que le comió la cabeza y cara…” (p. 119); “Tomó mi
consejo, y a los dos meses volvieron todos menos uno, a
quien había comido un tigre…” (p. 237) (Uriarte
1986).
El poder destructivo de estos felinos llevó a
su divinización por el hombre. Esta cualidad
divina del felino fue estudiada ampliamente
por Julio C. Tello, en base de mitos amazónicos
continentales, para explicar la igura del jaguar en
la cultura serrana Chavín de la época formativa.
elevación, desde la parte media inferior hasta
el extremo superior, se emplazan muchas aves,
iguras humanas y batracios, todos erguidos y en
una posición deinida: las aves con los cuellos
levantados, y los humanos y batracios con las
extremidades inferiores abiertas y lexionadas, y
las extremidades superiores también lexionadas
pero extendidas hacia arriba. Algunas aves
están con la boca muy abierta, pero en otras
no se aprecia la cabeza porque la erosión de la
roca los ha carcomido. Acá también aparecen
algunas líneas largas, sinuosas con las puntas
dobladas, líneas laberínticas, o líneas con
quiebres rectos formando ángulos de 90°,
entre cuyas iguras se disponen nuevamente
las líneas punteadas “caída de lluvia”, en ilas
simples, dobles, formando conjuntos o entre
las líneas redondeadas. Además se tienen un
rostro humano, y una palmada humana con
5 dedos, y otra más grande y alargada con 7
dedos, y la huella muy bien deinida de una
pisada humana con 5 dedos. La igura humana
más grande, de 0.85 m de altura, muestra su
sexo femenino, y la otra igura humana también
grande ha quedado borrada por la erosión de
la roca.
Se observa nítidamente también, en este
sector, varias iguras estilizadas, superpuestas
entre sí, que marcan diferentes momentos
de la producción de los grabados rupestres.
Pero, en general, para el conjunto de las 7
rocas petroglifos, todos los grabados rupestres
marcan una producción deinidamente
integradas en su totalidad por un mismo grupo
social en un tiempo histórico largo.
Por ahora no nos detendremos en identiicar las
familias o especies del mundo animal presente
en los grabados rupestres; esto será tarea para
una publicación futura de la totalidad de las
rocas descubiertas hasta la fecha en la cuenca
del río Paranapura.
Escala: 1/10 (1 cm de la escultura = 10
cm del tamaño real de la roca y grabados
rupestres). Cronología: Época prehispánica.
Denominación de la roca petroglifo en idioma
Shawi: Ninguna.
Interpretación del contexto sociocultural y
ambiental
Dos rocas petroglifos y sus grabados rupestres
han sido la clave para nuestras interpretaciones:
Cucharayacu 1 y Cucharayacu 4.
Cucharayacu 1 es la roca petroglifo que nos
conlleva a interpretar que los artistas plasmaron
el conjunto de grabados rupestres con una
259
6000 y 4000, entre 2700 y 2100, en 1500, 1200,
700, y 400 antes del presente (Zucchi 2010:
115) .
Fenómenos rituales pidiendo lluvia o
relacionado a la lluvia, asociado al batracio
lo encontramos en muchos estudios
sudamericanos, contemporáneos o históricos,
especialmente en los Andes, (Dudan 1951;
Gerol 1961; Gómez 1969; Legast 1987; Lucena
1970; Metraux 1940; Reichel-Domatoff
1960; Rostworowski 1984), pero para el llano
amazónico, esta temática, hasta donde conozco
muy poco se ha abordado.
También hemos recopilado en el territorio Shawi
información que puede reforzar la hipótesis de
la presencia de los batracios en los grabados
rupestres de la cuenca del Paranapura, asociado
a los rituales de lluvia. Son los “sapitos” los que
saben llamar a la lluvia, y no las personas; y son
los “sapitos” los que avisan cuando va a caer la
lluvia. Aquí unas breves explicaciones que me
enseño Miguel Napo Púa el 2000: “El huarira es
de invierno, aparece cuando cae la lluvia; en verano no
aparece. Cuando quiere llover huarira canta, así llama
la lluvia”. “El ñañara es de invierno, cuando quiere
poner huevo le llama a la lluvia. Pone huevo en la cocha,
es muy pequeñito”.
En síntesis, como si se tratase de un libro
rupestre, estos grabados muestran el registro
de los fenómenos socio cultural y ambiental
que tocó vivir a las poblaciones de la cuenca del
Armanayacu, en relación al felino, el rey de la
selva antes y después de la llegada del poblador
a la Amazonía, supremacía que culminó con la
introducción de la escopeta por los misioneros;
y, en relación a la escases de los recursos de
su entorno, a causa de sequía(s); motivándolos
en ambos casos a fortalecer sus relaciones
sociales desarrollando prácticas rituales para
salvaguardar la vida humana.
En estos mitos narrados e interpretados por
Tello se repite la constancia del ataque y muerte
de los felinos a los hombres, y la venganza de
éstos asesinando también a los felinos (Tello
1923).
De los Shawis también hemos recopilado
historias de ataques y asesinatos de felinos a
humanos, sobretodo cuando aún no conocían
la escopeta, arma que permitió al poblador
amazónico superar en poder al jaguar.
Lo interesante en las historias de los Shawis del
Cachiyacu y Armanayacu, y Achuar, Huampis,
descendientes Pinches y Quechuas de las
cuencas del Pastaza y Morona, es la igura del
yanapuma como el felino más temido por los
asesinatos a las personas, y no el jaguar. Dicen
que el yanapuma es una iera del tamaño de
un ganado vacuno, y al decir de ellos, tiempo
atrás solía devorar familias enteras tan sólo en
un par de días. Esta información también lo
encontramos en el misionero José Amich: “Los
más feroces con los Yana-pumas (tigres negros), pero
deben existir en muy corto número, pues rara vez se
dejan ver” (Amich [1988]: 391).
Cucharayacu 4 es la roca petroglifo que nos
conduce a interpretar que los artistas plasmaron
el conjunto de grabados rupestres con otra
inalidad: Practicar rituales de petición de
caída de lluvia en un ambiente de sequía,
que atentaba con la vida humana, animal y
vegetal. Por ello la gran recurrencia de iguras
animales entre aves, cérvido, humanos, etc., así
como la recurrencia de batracios asociadas a las
fuentes de agua: quebradas o río (gran canal)
y simbología de lluvias (líneas punteadas en
conjunto sueltos, en conjuntos encerrados en
líneas redondeadas, etc.).
No puede haber justiicación de rituales
pidiendo lluvia en un ambiente como el de la
Amazonía actual donde la lluvia abunda, pero
sí en un ambiente de sabana como el que ha
experimentado la Amazonía por lo menos
en varios episodios de tiempo durante el
Pleistoceno Final, y Holoceno, es decir en los
últimos 10 mil años. Estas sequías pueden ser
por largo tiempo, o de corta duración como los
veranillos que los experimentamos anualmente.
A su vez, estas sequías pueden ser por varias
causas, entre ellas el fenómeno de El Niño y
las anomalías climáticas (Andrade 1986; Arntz
et al. 1996; Bush 2004; Cavelier et al. 1995;
Huertas 1993; Livigstone et al. 1980; Marengo
1998, 2001; Mora et al. 1991; Morales 1998,
2000; Morcote 2006; Aceituno 2010; Imazio et
al 2010; Zucchi 2010; Neves 2011); habiendo
ocurrido en Sudamérica estas fases secas entre
Consideraciones inales
Con excavaciones arqueológicas, interpretación
estratigráica, fechados C14 o AMS, estudios
geoarqueológicos y estudios palinológicos
podremos conocer la antigüedad de los
antiguos ocupantes del Paranapura, así como el
paleoambiente de esta cuenca.
Este artículo, va más allá de la descripción
detallada de los motivos individualizados
de los grabados rupestres, que suelen
ensayar los investigadores rupestrólogos.
Es un ensayo interpretativo global que me
atrevo a desarrollar, buscando explicaciones
socioculturales y ambientales que resultan del
260
conjunto de representaciones rupestres, de una
parte, tomando como patrones la asociación
felino-hombre, y batracio-lluvia-humanosotros animales, presentes en los petroglifos.
A la vez, estas experiencias de vida de las
antiguas poblaciones amazónicas de la cuenca
del Paranapura, nos debe hacer relexionar
sobre el respeto al medioambiente (bosque,
agua, animales) que debemos tener los
hombres para asegurar en esta perspectiva
nuestra existencia.
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área del Convenio N° 009-2004-FIP, entre
el Fondo Ítalo Peruano y la Municipalidad
de Balsapuerto, departamento de Loreto, del
Agradecimientos
Agradezco la oportunidad que me dieron
las autoridades distritales de Balsapuerto,
las autoridades comunales y los moradores
de las comunidades nativas de las cuencas
del Cachiyacu y Armanayacu, al permitirme
ingresar a su territorio, enseñarme a caminar
en el bosque, cruzar sus ríos, nadar en sus
quebradas, conocer sus historias contadas por
sus propios protagonistas, dormir en sus casas,
invitarme a comer siqui sapa, inguiri, yuca
cocinada, sopa de churo, etc.
También debo la gratitud a los organizadores
del III Encuentro Internacional de Arqueología
Amazónica: la Facultad Latinoamericana
de Ciencias Sociales (FLACSO Ecuador),
el Instituto de Altos Estudios Nacionales
(IAEN) y el Instituto Francés de Estudios
Andinos (IFEA); al Instituto Francés de
Estudios Andinos por inanciar mi viaje a
Quito, Ecuador, y de manera muy especial a
Stéphen Rostain, por invitarme a participar
como ponente en el este magno evento, y por
todas las facilidades y cálida atención recibida.
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263
264
Simposio “Alta Amazonía”
La arqueología y ele mito de origen de los
Shipibo-Conibo de la cuenca del Ucayali, Perú
Daniel Morales Chocano
Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima
¿Quiénes son los Shipibo-Conibo?
presente las prácticas del pasado en el día a día y
establece la comunicación entre los vivos y los muertos al
trazar los caminos que continúan trayendo los ancestros
a la memoria” (Belaunde 2009: 44).
También el bejuco o soga del ayahuasca es
identiicada con la serpiente cósmica Ronin,
es madre del ayahuasca y los ríos el origen de
todos los diseños o kené, se dice también que
el piripiri llamado waste en shipibo también es
una manifestación de la anaconda ronin, ambas
plantas ayahuasca y piripiri son usadas para
visionar los diseños o kené, estos representan
Los Shipibo-Conibo y también los Shetebo,
pertenecen a un mismo grupo lingüístico
Pano, y actualmente se ubican en la cuenca
alta y media del río Ucayali. Son sociedades
amazónicas en equilibrio con la naturaleza,
viven desde sus antepasados en función de
los ríos y lagunas de esta cuenca (Fig. 1), en
este habitad hacen su vida diaria, encuentran
su subsistencia, aquí están sus tradiciones,
costumbres e ideología. Son hoy como ayer
las “Culturas del Agua”, en donde el río es
comparado a una gran serpiente llamada
“Ronin” en lengua Shipibo y “Yacumama” en
lengua quechua. Ronin está representada como
motivo iconográico de manera geométrica y
esquematizada en todos los artefactos pintados
como la cerámica los tejidos, macanas y otros
ornamentos ceremoniales como coronas.
En la ideología, Ronin es la gran serpiente cósmica
(Figs. 2 y 3), que tiene todos los diseños
imaginables en su piel, esta serpiente mítica
creó el universo y simboliza a dios, dicen
que esta serpiente se sostiene fuertemente
enroscada en las cuatro esquinas del universo,
lista para atacar, al mismo tiempo es emblema
de renacimiento e indica el camino hacia una
nueva vida que debe tomar el espíritu humano
para regresar a la tierra después de la muerte.
Ronin el río es también comparado con el
cielo, donde las estrellas pasan con sus canoas,
dicen que allí hay también fuertes corrientes y
también existen otros mundos.
En la iconografía Shipibo-Conibo, hay también
una gran cruz cuadrada, esta misma cruz está
en el centro del cielo y representa la Cruz del
Sur que domina el cielo durante los meses de
sequía y es la puerta por donde ingresan los
muertos al otro mundo (ig. 4). Según L.E.
Belaunde, “El ani xeati ya no se lleva a cabo pero
su recuerdo perdura y está inscrito en el diseño en cruz
(corós kené), y el diseño del espíritu del ojo (vero yoxin)
con el que las mujeres adornan actualmente sus chitones
y artefactos a la moda actual. El Kene mantiene
Fig.1. Mapa del territorio actual de los Shipibo-Conibo
en la Cuenca del Ucayali
265
los caminos de las estrellas de la vía latía y los
kené diseñados en la cerámica o telas para el
vestido representa al cielo o universo, es decir
se reproduce el universo o cielo en la tierra.
Los diseños plasmados en los objetos no solo
tienen un lenguaje cósmico, sino también
tienen espíritu y cobran vida, así la ropa como
la cushma de los hombres colgada en la casa,
dicen que es como el mismo dueño que está
allí y cuida la casa, tiene espíritu no puede ser
tocada ni usada por otra persona, por eso, el
lenguaje simbólico plasmado en los artefactos
o vestidos, cobran vida desde el momento que
está plasmada o pintados en un objeto sea este
un ceramio, una canoa, la ropa, la macana, la
lecha o la casa misma. Esta ilosofía es algo
que está plasmada también en la iconografía
de la Cultura Mochica que se desarrollo en la
costa norte del Perú entre los años 100 a 600
d.C. donde las grandes escenas llamadas por
los arqueólogos “la rebelión de los artefactos”,
alude esta ideología, en donde los artefactos
de guerra se convierten en seres humanos y
capturan a los hombres. Esto es una segunda
analogía que encontramos entre la iconografía
de la Cultura Moche y la ilosofía de los
Shipibo-Conibo. La primera fue entre la escena
Mochica llamada “Combate Ritual” y uno de los
ritos de encuentro entre dos personas rivales,
que se hacen en la iesta de Ani-Shati, y que
ellos los Shipibo-Conibo llaman “Probando las
fuerzas” (Morales 2008).
Indudablemente este pensamiento o ideología
cognitiva de los Shipibo-Conibo y también los
Shetebos, releja claramente la gran importancia
del medio o habitad en donde ellos nacieron,
surgieron y se desarrollaron como las culturas
del agua. Toda ésta cosmovisión es suiciente
razón para airmar que los Shipibo-Conibo y
Shetebo tienen un alto desarrollo cognitivo
del pensamiento, una gran ilosofía y un
modo de vida en equilibrio con el cosmos del
cielo la tierra y el agua de su medio ambiente
amazónico, por ello no puede decirse que
tienen un origen andino, sino más bien son
plenamente de origen amazónico, pues ellos
mismos explican sus orígenes como producto
de la dinámica de este gran Río en la cual viven.
La vida de estos grupos sociales de lengua
Pano, también cambia al ritmo del río. En
temporadas de crecientes, el río se desborda,
inunda los bosques, cambia de curso, arrasa y
destruye las poblaciones, con ello la economía
se supervivencia decae, porque los peses que es
la principal fuente de subsistencia se dispersan
en las tierras inundadas del bosque, en donde
tienen mucha comida y para el hombre es más
difícil la pesca, por eso en estas temporadas
preieren cazar en los bosques no inundados
donde se concentran los animales. En periodos
de vaciante del río o sequía, ocurre lo contrario,
los animales se dispersan por todo el bosque
y es más difícil su captura o caza, con la
pesca sucede lo contrario, es época de gran
abundancia, los peses se concentran en los
causes de los ríos mermados en sus aguas, y
migran corriente arriba buscando comida, esta
es temporada de gran actividad de pesca, donde
todos los pueblos forman grandes caravanas
a orillas o playas de los ríos , donde tratan de
acumular la mayor cantidad de excedentes del
río.
Los pueblos que fueron arrasados por la crecida
del río, vuelven a renacer en otros sitios, esto es
un ciclo constante que en los mitos explica el
origen de estos pueblos Shipibo-Conibo.
El mito de origen
La leyenda cuenta que los Shipibo-Conibo
emergieron en Cumancaya, un sitio arqueológico
en el alto Ucayali, para repoblar el mundo
por cuarta vez, por eso Cumancayacocha es
considerada como el primer pueblo Shipibo,
el centro del universo y es el sitio del árbol
cósmico. Dice la tradición que en la cocha de
Cumancaya existe mucha cerámica rota, ellos
no la tocan, porque dicen trae mala suerte,
otro sitio ancestral es Canchahuaya en el bajo
Ucayali, que al igual que Cumancaya es un sitio
arqueológico con mucha cerámica, los que
probablemente desaparecieron por la furia del
río en épocas de creciente.
Dice la tradición, que en el pueblo de cumancaya
crecía un árbol encantado, las hojas de este
árbol se movían sin viento, más con el intenso
sol sus frutos reventaron y las semillas cayeron
al agua de la cocha donde las Gamitanas (un
pez amazónico muy común) se las comieron
y en poco tiempo los peses comenzaron a
volar como aves, la gente quedo admirada,
decían que seguramente dios les ha dado esa
medicina para volar. Entonces tomaron las
hojas de aquel árbol, exprimieron su jugo para
rociarlo por todo el lindero del pueblo, vamos
a volar dijeron la gente y se adormecieron,
al día siguiente el pueblo amaneció inclinado
por que empezaba a volar y poco a poco el
pueblo ascendió por el aire, pero no llego al
mundo-cielo y cayo estrepitosamente Y todo
la cerámica se rompió en pedazos, por eso no
lo tocan porque esta encantada (recopilación
266
tomada de Carolyn Heath. En Una ventana
hacia el ininito, arte Shipibo-Conibo, 2002).
La misma versión también fue recogida por
Donald Lathrap (1970).
En síntesis, según el mito, el origen de los pueblos
Shipibo-Conibo, los cuales son ribereños
estarían en función de la dinámica del gran Río
o Ronin la serpiente cósmica, que en épocas
de creciente arrasa con todo desapareciendo
los pueblos cuando el río cambia de curso, para
luego renacer cíclicamente en otro lugar. Por
ello también hay varios pueblos de origen y
según la leyenda se conocen dos: Cumancaya
en el alto Ucayali y Canchayuaya en el Bajo
Ucayali, territorio que hoy no lo ocupan los
Shipibo-Conibo porque fueron desplazados
hasta la cuenca media por los Cocamas.
redondeadas con base plana, a veces con un
simple engobe rojo y adornos zoomorfos de
la tradición Pacacocha y otra tradición alfarera
muy dominante que se caracteriza por el uso
de pintura roja entre incisiones, la cual está
vinculada a la tradición Sangay del Ecuador.
Más aún a esta tradición, luego de 2 o 3 siglos
se añade la cerámica de estilo corrugada,
especialmente en ollas de cocina y también
urnas funerarias de cerámica, con temperante
de cariapé o corteza de árbol quemada y
triturada, lo cual es muy común en la zona de
Bolivia oriental.
Por estas razones Brochado en 1984 airma
que el sitio de Cumancaya, sería un pueblo
multiétnico, donde los pobladores del estilo
de cerámica Rojo entre incisiones estaban en
posición superior a los llamados Pano de la
tradición Pacacocha. En síntesis los autores
mencionados coinciden que Cumancaya sería
posterior a la tradición Pacacocha y están de
acuerdo con Donald Lathrap al airmar que los
Shipibo-Conibo tienen una conexión estilística
con el estilo Cumancaya, aunque no están
seguros de la conexión de los Cumancaya y la
lengua Pano.
Hasta aquí, suponemos que los antecedentes
de los Shipibo-Conibo en la cuenca del Ucayali
se remonta por lo menos a unos 300 años d.C.
época en la cual existe en el Ucayali un estilo
de cerámica llamado Pacacocha, el cual según
Myers, estaría vinculado a los Panos hablantes,
también hay consenso en pensar que el estilo
Cumancaya representaría el apogeo de la
tradición Pacacocha.
La presencia de los Pano hablantes en el
Ucayali, también ha tratado de demostrarse a
nivel de estudios lingüísticos. Marcel D´Ans
(1973), airma que según la glotocronología o
lexicoestadistica, los Pano hablantes habrían
llegado al Ucayali mucho antes que lo que
supone Myers, es decir más o menos 100 años
d.C, en este momento el estilo de cerámica en
el Ucayali es denominado por Lathrap, como
Yarinacocha, se trata de una cerámica burda
utilitaria, a veces con engobe rojo y aparecen
algunos diseños pintados de rojo, blanco y
negro, lamentablemente no se ilustra ni dibujos
ni fotos y descripción más detallada, ¿sería está
el inicio de la tradición policroma en el Ucayali?.
Donald Lathrap, dice que los Yarinacocha
fueron desplazados por los Pacacocha, estos
permanecieron en la cuenca del Ucayali por
más de 400 años y evolucionaron en tres estilos:
Pacacocha, Cashibo Caño y Nueva Esperanza.
En Pacacocha predominaba las ollas globulares,
Lo que dicen los arqueólogos de los años
70
El arqueólogo Donald Lathrap (1970),
interesado por la arqueología amazónica, realizo
exploraciones y excavaciones descubriendo
muchos sitios arqueológicos en la cuenca del
Ucayali Central, en base a ello estableció una
secuencia cultural de alfareros desde los 2000
a.C., hasta la épocas del contacto con los
europeos. Dentro de esta secuencia Lathrap,
plantea que los Shipibo-Conibo llegaron al
Ucayali, procedentes del Sur, entre los años 650
a 810 d.C., momento en el que un nuevo estilo
de cerámica que él llama Cumancaya, irrumpe
la secuencia anterior de los estilos del Ucayali
Central.
Lathrap, asocia este nuevo estilo Cumancaya
a los pueblos de lengua Pano, quienes habrían
invadido la cuenca desplazando a los antiguos
pobladores de lengua Arawak. Uno de sus
argumentos más evidente es que el estilo de
la cerámica Shipibo-Conibo deriva según él
de la cerámica Cumancaya, por tener ambos
muchos rasgos en común, tanto en formas y
decoraciones.
Posteriormente los alumnos de Donald
Lathrap, entre ellos Thomas Myers (19702002), Roe (1975) y De Boer (1975), diieren en
parte con la interpretación de Donald Lathrap,
asumiendo que la llegada de los Pano hablantes
al Ucayali es anterior a la fecha propuesta, para
ellos su arribo estaría relacionado a la tradición
alfarera Pacacocha, la cual aparece en la
secuencia del Ucayali alrededor de los 300 d.C.,
opinan también que el estilo Cumancaya sería
resultado de dos componentes distintos: uno
constituido por vasijas simples, cuencos y ollas
267
el engobe rojo, también aparecen soportes
macizos de cerámica para poner las ollas en
los fogones, así mismo hay grandes vasijas para
el masato las cuales también eran utilizadas
para entierros secundarios de esqueletos
desarticulados. De todos estos rasgos, tanto
Yarinacocha, como Pacacocha comparten con
la cerámica de los Shipobo-Conibo, el uso de
tres colores, blanco, rojo y negro, el engobe
rojo y los soportes de vasijas para poner al
fogón y lo que es más interesante, comparten
las grandes vasijas que también sirven cono
urnas funerarias para entierros secundarios,
si estos rasgos se están asociando a los Pano
hablantes, Myers, tiene razón en decir que estos
llegaron al Ucayali con el estilo Pacachocha y
no con el estilo Cumancaya según Lathrap.
Nosotros pensamos que el actual estilo ShipiboConibo es más complejo, tiene básicamente
tres componentes: 1. El estilo policromo
similar al estilo Napo, Miracangeras, Marajoara
y Caimito, 2. El estilo de cerámica inciso con
iguras geométricas con triángulos escalonados
que derivan según Myers, de la tradición
Sangay del Ecuador de la cerámica Rojo entre
incisiones y que Donald Lathrap llama estilo
Cumancaya, y 3. El estilo de cerámica utilitaria
y corrugada, la cual Según Myers tiene sus
orígenes en el Beni Boliviano.
Cuando Donald Lathrap describe el estilo
Cumancaya, asociado a los Shipibo-Conibo,
se reiere a los estilos 2 y 3, desvinculándola
del estilo policromo de los Napo, Miracangera,
Marajoara e incluso del estilo Caimito del
Ucayali el cual está representado en su cuadro
secuencial separado del estilo Cumancaya
como otra tradición. Sin embargo notamos
que la cerámica Shipibo-Conibo esta mas
vinculada al estilo policromo similar al estilo
Napo, Marajoara, Miracangera y Caimito, pues
comparte con estas una serie de rasgo, como la
policromía de tres colores, los diseños pintados
en líneas gruesa y líneas inas y otros más como
dice Girard (1958), haciendo comparaciones
arqueológicas y etnográicas, se descubre que
existe una iliación estilística y cultural entre las
culturas de Marajó, Napo, Miracangera y los
Shipibo-Conibo. Son comunes entre ellos la
cerámica pintada e incisos, la simetría bilateral
de sus diseños, los espirales escalonados en
rectángulos, la base con pedestal, el barnizado
el modelado, los personajes zoomorfos y
antropomorfos, las eigies de sexo femenino,
iguras cruciformes en forma de T y H y
el motivo serpiente cósmica estilizada que
son expresiones muy frecuentes. También
comparten las costumbres de achatarse la
frente, tiene dioses antropomorfos femeninos,
ritos de pubertad y entierro en ánforas, por
todos estos rasgos compartidos, se asume que
los pueblos representados por dichas culturas
de iliación Pano hablante habrían venidos
del Norte, tal como lo explica una tradición
antigua de los Shipibo-Conibo, que dice que se
asentaron entre la conluencia del Río Ucayali
con el Marañón para luego ser expulsados por
los Cocama aliados con los Jebero hacia el
Ucayali Central.
Controversias de donde vinieron los
Shipibo-Conibo del Norte o del Sur
Según Donald Lathrap, el estilo Cumancaya
vinculado a los Shipibo-Conibo, tiene entre sus
componentes estilístico la cerámica corrugada
en un 20% y la pintura roja en zonas o el llamado
rojo entere incisiones en un 10% y fechada
en un tumba entre los 810 d.C. más o menos
80 d.C., según Myers, este estilo de cerámica
roja entre incisiones proviene de Sangay en el
Ecuador y es el mayor componente en el estilo
Cumancaya. Esto indicaría que los ShipiboConibo vinieron del Norte como airma Girard
según lo explica una tradición antigua de los
Shipibo-Conibo, sin embargo, Lathrap, Meyers
y otros se empeñan en airmar que los ShipiboConibo vinieron del Sur. Lathrap, en particular
dice, los motivos incisos de Cumancaya son
actualmente hechos por los Mbayá Cadubeos
del Mato groso en Brasil y que los antecedentes
de estos están alrededor de los 300 d.C antes
que la migración de los pueblos Cumancaya,
por ello Lathrap sugiere que el centro de los
proto Pano se ubica al este de Bolivia y por eso
airme que los Pano vinieron del Sur. Nosotros
pensamos que aquí el problema fundamental
es asociar lengua y cultura la cual no siempre
puede ser válida, mencionamos el caso Yanesha
vecinos y contemporáneos de los ShipiboConibo, comparten el mismo estilo en su
cerámica, pero los Yanesha hablan el Arawak.
Así mismo se trata de deinir el problema de
donde vinieron en base a deducciones lógicas
sin mayor soporte de material arqueológico.
Nuevos aportes arqueológicos
A partir de año 2001, iniciamos nuestras
investigaciones en la reserva nacional del
Pacaya-Samiria, realizamos excavaciones en el
sitio de “El Zapotal” a pocos kilómetros del
poblado actual de San José del Samiria, cercana
268
a la conluencia del Marañón y Ucayali done
se forma el Amazonas, hemos publicado varios
artículos en los años 2002a, 2002b, 2008 y 2011.
Nuestra hipótesis antes de iniciar las
excavaciones arqueológicas en el sitio de El
Zapotal, por su ubicación geográica en la
cuenca del Río Samiria cerca a la conluencia
del Río Marañón y Ucayali y las referencias
etnohistóricas, suponíamos que el sitio de El
Zapotal probablemente pertenecía a las antiguas
y grandes poblaciones vistas por los españoles
en 1542 a los cuales llamaron Omagua hoy
Cocamas, la cual en la actualidad ocupan la zona
de estudio, entre el Río Marañón y Ucayali por
tal razón teníamos también dentro de nuestros
objetivos deinir la extensión del asentamiento
del Zapotal (Morales 2002).
En la primera campaña del 2001, se cumplió
este objetivo en base a una metodología de
trabajo que consistió en excavaciones de
pequeñas cuadrículas de 1 x 1 metro de lado a
lo largo del bosque cercano a la laguna Yarina
donde se encuentra el sitio y de esta manera
se pudo determinar la extensión de 510 metros
de largo por un promedio de 170 metros de
ancho. Este método además nos permitió
deinir por lo menos dos sectores claramente
notorios, la zona de cementerio y la zona de
viviendas. Sobre esta base al año siguiente
trabajamos dos objetivos, excavaciones en área
en la zona de cementerio y cuadriculas mucho
más amplias de 3 x 2 metros en el área de
viviendas domesticas.
El material cultural de las excavaciones estuvo
orientado al análisis de los estilos de cerámica
con el propósito de determinar su cronología
relativa e identiicar la cultura a la que pertenece,
en base al análisis tipológico y estilístico de sus
atributos.
En un segundo momento el 2002, surgió la
necesidad de entender la presencia de ciertos
artefactos vinculados a contextos funerarios,
para lo cual tuvimos que realizar trabajos
etnográicos en la comunidad Shipibo-Conibo
y en base a la llamada etnoarqueología deinida
de manera particular por nosotros (Morales
2008), tratar de entender algunos aspectos
socioculturales de estos artefactos.
El 2003 el análisis inal de la cerámica, nos
permitió airmar que en el sitio de El Zapotal
existió un complejo alfarero el cual puede ser
separado en tres estilos bastante conocidos
para la Amazonía: la primera es la cerámica
inciso con diseños geométricos, triángulos
escalonados que terminan en espirales y un
segundo estilo de cerámica pintada o estilo
policromo, ambas con una diferenciación
temporal a nivel estratigráico. El primer estilo
de este conjunto estaría vinculado con el
llamado estilo Cumancaya del Ucayali Central.
Un segundo grupo de cerámica inciso, es
algo particular al anterior, se trata de objetos
ceremoniales, pequeños cuencos inamente
pulidos sobre cuya base hay diseños
geométricos trazadas con líneas ancha y líneas
muy inas, esto mismo ocurre en artefactos
pequeños que simulan penes, “shibinantis”.
El tercer estilo es el policromo que usa la
pintura blanca, roja y negra, entre ellas destaca
un gran fragmento con diseños geométricos
trazadas en franjar anchas en rojo y blanco
y sobre las franjas blancas se trazas líneas
muy inas de color negro las que forman
triángulos y espirales, para nosotros este es
un elemento clave porque creemos encontrar
aquí los antecedentes de los estilos Cocama y
Shipibo pintado, por combinar líneas ancha y
líneas inas, tradición que ocurre en el estilo
policroma de Amazonía Central. Un segundo
fragmento también clave es un plato de fondo
negro sobre la cual con líneas blanca se logran
diseños estilizados de cabezas de serpiente,
en este caso el estilo se parece más a la fase
Caimito del Ucayali, con el diseño de la llamada
“serpiente cósmica” de Shipibos y Cocamas.
En base a los tres estilos de cerámica propusimos
la existencia de dos complejos estilos a los
cuales culturalmente los denominamos: A) el
estilo pre Cocama-Shipibo-Conibo pintado
y B) el estilo pre shipibo-conibo inciso, este
último con dos componentes el similar al estilo
Cumancaya y el Inciso de líneas muy inas en
objetos ceremoniales (Morales 2002).
Pero lo más importante de nuestros hallazgos
arqueológicos en el sitio del Zapotal que nos
acercaban a los Shipibo-Conibo fueron los
entierros secundarios en ollas de cerámica con
un engobe rojo y sus contextos asociados, en
la cual se encontró cráneos de frente achatada,
mas los artefactos que simulaba penes fueron
reconocidos por los propios Shipibo como
“Shibinantes”, usados en los ritos de pubertad.
Sobre la base del cráneo de frente achatada, los
shibinantes y la forma de entierros secundarios,
desarrollamos mediante la etnoarqueología
tres conceptos socioculturales que identiican
plenamente a la cultura Shipibo-Conibo: el
concepto de identidad en base a los cráneos
de frente achatada, el concepto de la muerte,
en base a los entierros secundarios en urnas de
cerámica y el concepto de honor en el rito de
pubertad en base a los Shibinantes (ver Morales
269
2008). Este comportamiento social identiica
plenamente a los Pano, Shipibo-Conibo más
que a Tupi-Guarani ó Cocamas en el sitio de
El Zapotal.
También para nosotros, en lo que se reiere a
estilos de cerámica, es bien claro señalar que el
actual estilo polícromo de los Shipibo-Conibo
tienen sus antecedentes en el estilo policromo
de zapotal y en el estilo pre Shipibo-Conibo
inciso y ambas a la vez estarían vinculadas a
la tradición policroma del Napo, Miracangeras,
Marajo y Caimito, lo que si no podemos airmar
categóricamente de que esta tradición estilística
este vinculada a los Pano hablantes, más bien
lo que se podría deducir es que los Pano de
la tradición Cumancaya, estaban aprendiendo
en el sitio del Zapotal el estilo policromo de
Amazonía Central.
o pintados e incisos en sus urnas funerarias, en
valencia solo hay una vaga referencia de una
cara pintada que se parece a Napo. Por todo
ello Rosa Fung, sitúa a Valencia entre los siglos
IX y XIV d.C.
Aunque los arqueólogos Myers, Roe y otros
creen que los Pano hablante llegaron al Ucayali
300 años d.C, y el lingüista d’Ans, incluso tal
vez antes 100 d.C, no es muy claro ya que en
este lapso hubieron en el Ucayali dos estilos
diferentes Yarinacocha y Pacacocha, mientras
que la propuesta de 800 años d.C. para Lathrap,
se asocia al estilo Cumancaya el cual tiene hasta
tres componentes diferentes, de los cuales
la cerámica inciso con iguras geométricas
escalonadas y espirales es la más dominante
y se mantuvo hasta 1600 d.C. en el Ucayali y
de la cual heredarían los Shipibo-Conibo. Sin
embargo hemos aclarado que el verdadero
estilo Shipibo-Conibo es más asociado al
estilo Policromo que se inicia en el Sitio del
Zapotal entre los años 1350 a 1450 d.C. de
acuerdo a cuatro fechados radio carbónicos
obtenidos en este sitio y que fueron publicados
(Morales-2008).
Problemas de cronología
La cronología relativa en base a comparaciones
estilísticas de la cerámica del sitio de El
Zapotal puede establecerse en base a las dos
manifestaciones estilísticas: una primera
vinculada a la cerámica inciso con iguras
geométricas que forman triángulos escalonados
y espirales a las cuales las hemos identiicados
como de la iliación Cumancaya y un segundo
estilo que hemos llamado el estilo pre CocamaShipibo-Conibo pintado y el estilo pre ShipiboConibo inciso que serian de iliación del gran
estilo policromo que se acerca más al estilo
Napo, Micarangera, Marajoara y Caymito.
En referencias a la cronología absoluta en base
a fechados de carbono 14, Donald Lathrap,
plantea que el estilo Cumancaya empieza 810
d.C. en el Ucayali Central. Otros fechados para
el estilo Cumancaya fueron propuestos por
Warren DeBoer, Peter Roe y Scott Reymond
(1975), en base a sus investigaciones en el alto
Ucayali, airmando que la tradición Cumancaya
está presente en el Alto Ucayali desde los 810
a 1600 d.C. Más al Norte del bajo Ucayali
como es el caso del sitio de Valencia en el río
Corrientes tributario del río Tigre, no tenemos
una clara presencia del estilo Cumancaya.
En el sitio arqueológico de Valencia según Rosa
Fung (1981), el estilo de cerámica se acerca más
bien al estilo Napo la cual está fechada entre
los 1100 a 1400 d.C. según Evans y Meggers
(1968), mientras que Caimito en el Ucayali
se ubica entre los años 1300 y 1400 d.C., sin
embargo Valencia tiene notables diferencias
con Napo y Caimito, especialmente por los
motivos antropomorfos modelados, aplicados
Conclusiones
1. Se comprobó que el sitio arqueológico de
El Zapotal fue un asentamiento grande como
los que probablemente fueron Napo y Caimito
pero eminentemente mucho más antiguo que
los pueblos vistos por Orellana y Carbajal en
1542 cuando descubrieron el Amazonas. La
diferencia es que los pueblos que vieron los
españoles en 1542 eran Omagua de lengua TupiWarani y casi estamos seguros que la gente de la
cultura Napo, Miracangera, Marajoara e incluso
Caimito son otros grupos sociales con distinta
lengua los que a partir de 1,400 a 1,500 estaban
siendo desplazados por las grandes oleadas de
grupos Tupí , los que ingresaron por la boca
del Amazonas en periodos bastante tardíos y
acabaron con los pueblos más desarrollados de
la Amazonía Central al igual que los Barbaros
que destruyeron a los Romanos.
2. En base a esta primera conclusión y
considerando el estilo de la cerámica de El
Zapotal la cual se acerca más a la del estilo
Napo y Caimito, nosotros creemos que el sitio
arqueológico de El Zapotal es el testimonio
de choque y encuentro de dos tradiciones
distintas, Cocamas de lengua Tupí y ShipiboConibo de lengua Pano, como lo airmamos
el 2002 en el artículo titulado Contactos entre
Cocamas y Shipibos.
270
Nuevo descubrimiento del famoso Rio Grande
que descubrió por muy gran ventura el Capitán
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3. En base a los fechados de C-14 y
comparaciones estilísticas de la cerámica de El
Zapotal, asumimos que antes de la llegada de
los Tupí- Cocamas, la Cuenca del Río Ucayali
era de dominio absoluto de los Pano-hablantes,
los cuales fueron desplazados por los Cocamas
hasta la Cuenca Media, esto conirma que
si bien en el proceso de contacto hubo
intercambio cultural, como son los casos de
achatarse la frente costumbre que fue copiada
por los Shipibo-Conibo de los Cocama, es
también evidente que los Shipibo-Conibo
supieron mantener costumbres muy propias
de los Pano, como es el rito de pubertad, pues
los artefactos que eran usados en la ceremonia
fueron encontrados en el Zapotal. Otra
costumbre que tiene que ver con el concepto
de la muerte, materializada en el entierro en
urnas de cerámica, es una costumbre altamente
desarrollada en la tradición Policroma como
son los casos de Napo, Marajoara, Guarita y
otras y que tal vez los Tupis copiaron de estas
sociedades de la Amazonía Central.
4. Es muy posible que los Pano-hablante
vinieron del Norte y no del Sur como se ha
venido sosteniendo, ya que Cumancaya que
son los antecesores de los Shipibo-Conibo,
tienen un componente de su cerámica que
tiene sus orígenes en Sangay, Ecuador, en la
cuenca del Río Upano, no olvidemos que en
el Upano (termino de posible lengua Pano),
se desarrollo uno de los grupos sociales que
alcanzo tempranamente a desarrollar más de
200 montículos de tierra entre los 400 a.C. a
700 u 800 d.C. según Porras (1987).
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Simposio “Mojos y Acre”
Island, River and Field:
a Historical Ecology of the Bolivian Amazon
John H. Walker
University of Central Florida, Department of Anthropology, Orlando
It is ifty years since Denevan, Lee and Plafker
brought the Llanos de Mojos in eastern Bolivia
to the attention of Amazonianists, with their
descriptions and analyses of pre-Columbian
earthworks (Denevan 1966, 2001). Now
that a generation or two of archaeologists,
linguists, geographers and other scholars have
worked in Mojos, we can better describe and
interpret patterns in the archaeological record,
at different scales. I suggest that all scholars
working in Mojos have a stake in detailing preColumbian history and cultural geography,
in addition to their other theoretical and
methodological concerns. The archaeological
record in Mojos is just as complex as the
linguistic, ecological or ethnohistoric record,
and as Heiko Prümers has pointed out, it is
time to go beyond a monolithic interpretation
of Mojos.
One visible type of pattern is ring ditches,
which have been well studied by both Clark
Erickson and by Prümers in the eastern part
of Mojos, near the modern town of Baures
(Erickson, Alvarez and Clla 2008; Prümers,
Jaimes Betancourt and Plaza Martinez 2006).
In this paper I will describe several ring ditches
from the western part of Mojos, across the
Mamoré River from the eastern ring ditches
(Walker 2008, 2011d, 2012). Although the two
sets of earthworks are similar, they differ in
regard to their spatial relationships with other
forest islands and ring ditches, with raised
ields, and with rivers. These comparisons
are made at three different scales, and the
comparison of these comparisons suggests
different interpretations. In addition to reining
our understanding of pre-Columbian Mojeño
history, this analysis suggests that Mojos was
connected to neighboring areas in complex
ways.
Ring ditches to the east, near the modern town
of Baures, have been well researched and
presented in recent years. In general, they are
circular ditches one hundred or two hundred
meters across, sometimes cut as deep as two
or three meters into the hard, lateritic soil.
Erickson, Álvarez and Calla documented a large
number of ring ditches under the forest canopy
in all of the large forest islands they surveyed in
2007, often with several ring ditches connected
by canals within the same forest island. At
present, eastern ring ditches seem to date to
not long before the contact. Early excavations
by Erickson yielded dates from the 17th century
AD and Prümers’ radiocarbon dates suggest
an occupation between AD 1200 and 1400.
Consensus has yet to emerge on the function
of ring ditches. While Erickson suggests that
ring ditches could represent palisaded villages,
Prümers did not ind evidence for a palisade in
his excavations through the ring ditch at Granja
del Padre. In a previous publication I suggested
that some ring ditches could have a hydraulic
function, but Prümers argued that because the
ring ditch at Granja del Padre was not level,
that it could not have had any such hydraulic
function. Prümers found urn burials at Bella
Vista, but these are not found universally in the
east.
A distinct landscape including ring ditches is
also present along the Yacuma and Rapulo
rivers, western tributaries of the Mamoré River,
about 200 kilometers to the west of Baures.
A signiicant difference between eastern ring
ditches and western ring ditches (taking the
Mamoré River as the dividing line) is that the
western ring ditches are associated with large
raised ields, while the eastern ring ditches
are associated, perhaps to a lesser extent,
with a different kind of ields (Walker 2008).
These two types of agricultural ields are very
different in terms of their morphology, and
probably represent very different agricultural
systems.
Neighborhoods of
(10km-100km)
large raised ields
The irst scale of analysis the largest, covering
distances requiring an overnight journey on
273
Figure 1. Map showing the location of ring ditches at Estancita and San Francisco islands,
within the Llanos de Mojos, and the Madeira River Basin, in Eastern Bolivia
foot or in a canoe. This scale is deined by the
distribution of a particular type of earthworks:
Large Raised Fields (LRF). These were
described by Denevan in his 1966 monograph,
and are quite photogenic from the air (Denevan
1966). The platforms stretch for hundreds of
meters, and are conspicuous, even though they
are sometimes dificult to trace on the ground.
Satellite imagery now in the public domain
through Google Earth and other sources make
these ields easy for professional and lay publics
to observe. Working with a group of students
from the University of Central Florida, we
have digitized a sample of more than 10,000
large raised ield platforms, and we estimate
that in total, between 40 and 50,000 platforms
are present. The spatial organization of these
platforms can be described in many ways, and
these decisions both contain and condition
assumptions about agricultural organization
(Walker 2001, 2004, 2011a). Keeping this
problem in mind, large raised ield platforms
are grouped into “neighborhoods”, which are
deined as groups of ields that are within a
few ield-widths of each other. I am optimistic
that we will be able to make more sophisticated
analyses as we digitize all of the ields. Roughly
1000 neighborhoods of ields have been
digitized within an area about 125 kilometers
from north to south, and about 75 kilometers
from east to west (Figure 1). The area of ields
extends from the large lakes of northern Mojos
to near the Apere River to the south, and from
the Mamoré River westward. To date no large
raised ields are reported to the east of the
Mamoré River. This area of large raised ields
has a great deal of uniformity in morphology;
ields are roughly similar across the entire area,
and raised ields of this size and shape are quite
uncommon outside the area.
274
Neighborhoods of large raised ields are clearly
distributed in relationship with the rivers that
drain this area: The Iruyañez and Omi Rivers to
the north, and the Yacuma and Rapulo to the
south. However, this relationship is not simple.
Many neighborhoods are close to the gallery
forests of the rivers, creating large expanses
of ields like those along the Iruyañez near
its conluence with the Omi. But at the same
time, more than half of the neighborhoods
are more than 2 kilometers from any river, a
considerable distance in terms of walking time,
and for access to the river and water transport.
The rivers are very active and certainly changed
course in the pre-Columbian past, but it is clear
that not all ields were built next to a navigable
river, and that some ields were built far from
any river.
ring ditch located between the Yacuma and
Rapulo rivers, just south and west of Santa
Ana del Yacuma (Figure 2). This ring ditch is
located in the midst of a neighborhood of large
raised ields. On the other hand, San Francisco
is more than 3 kilometers from the Rapulo
River, and more than 4 kilometers from the
Yacuma River. Other forest islands containing
ring ditches and other related earthworks and
mounds are in various spatial relationships
with large raised ields. Large islands and
large neighborhoods of raised ields along the
Quinato wetland make up a complex landscape
of relationships between raised ield platforms,
ring ditches and navigable rivers. Analyzing
landscape at this scale will require careful
Fields and Islands (1km-10km)
Spatial pattern can also be examined at an
intermediate scale that relates ring ditches to
raised ields. Of the many patterns visible at
this scale, the relationship between ring ditches
and nearby raised ields is of interest here. If
the communities that built and occupied ring
ditches were the same ones that built and
farmed on raised ield platforms, then the
spatial relationship between the two can help
characterize both sets of landscape features,
and perhaps deine agricultural tasks in greater
detail. Forest islands, where all ring ditches in
western Mojos have been found to date, are
conspicuous in satellite imagery, and have long
been a focus of survey and excavation in the
area. Several spatial patterns combining raised
ields and ring ditches are present within the
Large Raised Field area. To the north of the
Yacuma River, just west of its conluence
with the Rapulo, is an open savanna with
several thousand raised ields, centered around
the Quinato wetland, a permanent wetland
occupying the fossil course originally cut by
the much larger Beni River. Estancita is a large
island of forest covering 7 ha, containing a
clearly deined and now well dated ring ditch,
and it is located more than 4 kilometers from
the nearest raised ields, a group of several
hundred (Figure 2). On the other hand,
Estancita is only about 800 meters from the
Yacuma River, and only 300 meters from an
oxbow lake, which was part of the course of
the river in the past.
A second ring ditch provides a contrasting
example. San Francisco is a forest island and
Figure 2. Plans of ring ditches along
the Yacuma and Rapulo Rivers
275
consideration of the seasonality of the Mojeño
landscape, because of which the size, location
and attributes of rivers change tremendously
throughout the year.
about 250 +/- 30 BP, which corresponds to
intervals in the 16th, 17th, 18th and 20th centuries,
although the 95% conidence interval is in the
17th century. The other sample calibrates to the
beginning of the sixth millennium BC. The
combination of these two dates from the same
excavation suggests that the ring ditch soils
are well disturbed, most likely by both cultural
and “natural” activities, including maintenance
by the ring ditch builders and a wide range
of burrowing animals, roots and soil cracks.
Comparatively old dates could also represent
evidence for ire histories in Mojos, a subject
that deserves further research and discussion
(Dull et al. 2010; Iriarte et al. 2012). In light of
Lombardo and colleagues’ recent publication
detailing occupation of three forest islands
in the middle and early Holocene, there is
no reason to assume that such early dates do
not represent human activity (Lombardo et al.
2013).
The dates from Estancita 1 (outside the ditch)
suggest at least 300 years of occupation
represented by a deposit of cultural soil
between 60 and 80 cm thick. The dates
from Estancita 2 (inside the ditch) suggest
a permanent occupation as well, perhaps
Inside the ring ditch (1m-1000m)
At the smallest scale of analysis, each ring ditch
can be used as an analytical unit. The outline
of the ditch deines an area and excavation
provides information that helps characterize
the ring ditch both in comparison to other
examples, and within itself, as a complex
settlement (Figure 3). A sequence of 12
radiocarbon dates suggests that Estancita Island
was occupied during two periods, Estancita 1,
with six radiocarbon dates from about cal AD
700 to 1000, and Estancita 2 with six dates
from about cal AD 1300 to 1400 (Table 1).
Estancita 1 comes from an excavation outside
the ring ditch, but inside the forest island, and
Estancita 2 comes from an excavation inside
the ring ditch.
Two other dates were obtained from samples
excavated from the ring ditch itself. They gave
divergent and contradictory results. One of
the dates intersects the calibration curve at
Figure 3. Proile of excavations in the ring ditch at Estancita Island, Yacuma province, Beni, Bolivia
276
of greater intensity, with roughly 100 years
of occupation represented by cultural soils
between 100 and 135 cm thick. Unfortunately,
due to logistical factors, we were unable to
excavate to sterile soil inside the ring ditch, and
therefore we failed to eliminate the possibility
that an earlier occupation lies under the
Estancita 2 occupation.
From both Estancita 1 and 2, burned earth
(or tierra quemada) was recovered in suficient
quantity to suggest domestic occupation. The
burned earth has very high clay content, and
could have been part of ireplaces, perhaps
elevated to avoid moist soils and looding, a
basic feature of ovens and permanent hearths
in the countryside today.
Across the Yacuma River and 7 kilometers
to the south, San Francisco is a forest island
just a few meters wider than the well-deined
ring ditch within the forest. Ceramics are
found on the surface within the circle of the
ring ditch, and in the soil turned over by fallen
trees. Excavation of shovel tests and larger test
excavations in June and July 2013 showed that
darker soils containing ceramics and burned
clay extended down about 1 meter below the
surface in the center of the island. This means
that most of the volume of the current forest
island consists of artiicial soil, and it suggests
a long-term permanent occupation. A second
excavation across the ring ditch exposed
several distinct strata of ditch ill, showing that
the ditch was once about one meter deeper
than it is today. A lens of sand 25 cm at its
thickest was found about 50 cm below the
surface, although it did not extend throughout
the ditch. Ceramics were found above, below
and within this sand lens, so there is little doubt
that it is a cultural soil. The sand is unusual
because this forest island is kilometers away
from the nearest rivers. It seems that either the
occupants of San Francisco carried sand to
this location, or they managed lows of water
to do so.
From a irst analysis it is possible only to make
a brief note about the artifacts recovered from
these two western ring ditches (Figure 4).
Basket impressed ceramics are often found, as
well as ine line painted pottery, fragments of
ceramic grinders, and both grog and sponge
temper. Ground stone artifacts were present
at both Estancita and San Francisco, although
these were not stone axes, which are by far the
most common stone artifacts found in Mojos
(Jaimes Betancourt 2010; Walker 2004, 2008,
2011b, 2012).
Ring ditches are found across a distance of
several hundred kilometers in Mojos, both
in large concentrations in the east, near
Baures, but also to the west of the Mamoré,
in association with large raised ields. Western
ring ditches are found close to rivers, and far
from them. They are found close to and far
from raised ields. They were occupied in the
early second millennium AD, but they may also
have been occupied much earlier.
Although it may be tempting to try and identify
ring ditches with a particular group of people,
for example with raised ield farmers, or
with Arawak speakers (Heckenberger 2005;
Heckenberger et al. 2008; Hornborg 2005), I
propose to start from a different interpretation.
Because ring ditches are found in association
with different kinds of agricultural earthworks
Figure 5. Radiocarbon dates from excavations at Estancita (BYA202?)
277
in the west and the east, a straightforward
connection with raised ields is not possible.
Similar reasoning should apply to a connection
between ring ditches and any particular
language, whether the Arawak languages Mojo
or Baure, or the linguistic isolates Movima,
Cayuvava, Canichana or Itonama. According
to recent linguistic research, Mojos has been
a multilingual region for two thousand years
at least (Crevels and Van der Voort 2008;
Epps 2009). Perhaps ring ditches should be
interpreted as part of a way of life associated
with this complexity. Conversations with
Movima speakers, the Cabildo and the SubCentral de Pueblos Movimas will be another
source of useful information about ring ditches
and their distribution.
Whether a ring ditch has a defensive function,
or a water control function, or neither, the
circle marks the earth permanently, dividing
it between inside and outside. Communities
cooking and eating inside ring ditches may
have shared ideas about what constituted a
proper village, but not all ring ditches were
built in the same kinds of places. Connections
to other regions were probably mediated
through the network of navigable rivers, and
it seems that western Mojeños built their ields
and ring ditches in many different spatial
relationships with this river system. Perhaps
ring ditches marked places in a way that
helped the community maintain their way of
life in a multilingual, multiethnic context with
several interrelated economies. But if they
did so, it was only across some of Mojos, not
everywhere on the savanna. Further analysis of
ring ditches requires that we consider processes
operating at different scales, to trace the role of
Amazonian communities across the landscape
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279
280
Simposio “Mojos y Acre”
Unidad en la Diversidad.
Implicaciones de la variabilidad cerámica
de la región del Iténez, Bolivia
Carla Jaimes Betancourt
de acuerdo a sus atributos tecnológicos,
morfológicos y decorativos, discutir sobre
estas obras a nivel sincrónico y ver el grado de
interacción de los diferentes sitios investigados.
Introducción
En la región de Baures, ubicada en el margen
oeste del río Guaporé de la Provincia
Iténez, se han encontrado numerosos sitios
arqueológicos rodeados por zanjas. Similares
tipos de obras están distribuidas en un amplio
espacio geográico que incluye desde la región
del Alto Xingú (Heckenberger 1996, 1999,
2005, 2006, 2009; Heckenberger et al. 1999,
2008), el Acre brasileño (Saunaluoma 2012;
Saunaluoma & Schaan 2012; Schaan et al. 2007,
2010), el departamento de Pando en Bolivia
(Arnold & Pettrol 1988; Arellano López 2002;
Pärssinen et al. 2003, 2009; Saunaluoma et al.
2002, 2003; Saunaluoma 2010; Escobar 2013)
y el noreste de los Llanos de Mojos (BeckerDonner 1956; Walker 2008; 2011; Erickson et.
al 1997, 2008, Erickson 2006, 2010; Prümers
et al. 2006; Prümers 2010, 2012). Si bien
muchas de ellas fueron fechadas a inales de la
época prehispánica, algunas parecen tener una
profundidad temporal importante.
Los pocos estudios arqueológicos realizados
especíicamente en las zanjas circulares de la
Provincia Iténez, han sido supericiales y se
han concentrado en caracterizar estas obras en
cuanto a su tamaño y forma, con el objetivo de
calcular la energía invertida en su construcción
y especular en cuanto al impacto ambiental en
la composición del bosque al suponer que éstas
estuvieron rodeadas de palizadas (Erickson
2008, 2010).
En este artículo se presentarán datos
preliminares del análisis cerámico procedente
de cuatro sitios con zanjas excavados por el
Proyecto Arqueológico Boliviano Alemán
en Mojos (PABAM) del Instituto Alemán de
Arqueología. Este material será contextualizado
a nivel regional con colecciones de supericie
de más de una docena de sitios que hasta ahora
se conocen y con aquellos que se tienen datos
en la bibliografía arqueológica. Los resultados
hasta ahora recopilados nos permiten, además
de caracterizar los complejos cerámicos
Diferencias cronológicas vs. Diferencias
culturales
La heterogeneidad del material cultural
encontrado en sitios asociados a zanjas a lo
largo del río Guaporé o en la región de Baures,
ha sido interpretada por la mayoría de los
investigadores como diferencias cronológicas
(Becker-Donner 1956, Miller 1983, Dougherty
y Calandra 1984-85, 1985).
Cabe recalcar que en gran parte, son diferencias
registradas entre el material procedente de
distintos yacimientos arqueológicos. Hasta
ahora, no se ha registrado ningún sitio con
zanja circular en la región de Baures que
maniieste tener ocupaciones superpuestas. En
un principio se pensó que Bella Vista podría ser
un sitio bi-ocupacional (Dougherty y Calandra
1984-5: 47-48). Sin embargo, las excavaciones
de Prümers et alii (2006: 256-267) conirmaron
lo contrario.
Existe un consenso en la investigación de
la región, acerca de que el material cultural
se encuentra únicamente en una capa negra
antrópica, de sedimentación poco profunda
(entre 30 y 70 cm. de espesor) y fácilmente
reconocible de la tierra estéril color rojiza
(Becker-Donner 1956; Miller 1983; Dougherty
y Calandra 1984-85, 1985; Erickson 2008,
2010; Prümers et al. 2006, 2012, véase también
en este congresso).
Esta característica, sumada a la baja densidad de
cerámica encontrada durante las prospecciones
y sondeos estratigráicos, llevó a interpretar
a algunos investigadores como Dougherty y
Calandra (1984-85: 187-189; 1985:136) que se
trataba de sitios brevemente ocupados y con
una población muy dispersa. La causa sería la
composición altamente ácida de los suelos que
obligaba a las poblaciones a mantenerse en
281
continuo movimiento.
Erickson (2010: 627) también propone que la
baja densidad de material cultural encontrado
dentro de las decenas de sitios con zanjas
circulares prospectados, sugeriría el breve
periodo de tiempo que estuvieron ocupados, e
incluso duda que hayan sido en algún momento
ciertamente sitios habitacionales o que hayan
cumplido únicamente una función más pública
o ritual.
De igual manera, en otras regiones como en
el Acre, la baja densidad artefactual encontrada
en las estructuras con zanjas, denominadas
en esa región geoglifos, es interpretada por los
investigadores como ausencia de evidencias
residenciales, atribuyéndoles más bien
funciones ceremoniales y rituales desde
tiempos formativos (Pärssinen et al. 2003;
2009, Saunaluoma & Schaan 2012).
Si bien conocer las actividades prehispánicas
desempeñadas en estos sitios con zanjas
circulares nos ayudarían a conocer la formación
del registro arqueológico y evaluar la razón
del por qué encontramos mayor o menor
densidad cerámica en espacios determinados,
debemos admitir que las estrategias tanto
de reconocimiento de supericie como de
excavación no han sido las adecuadas para
poder contrarrestar la falta de visibilidad que se
tiene en el terreno y en la mayoría de los casos
las pocas recolecciones de supericie factibles
son hallazgos meramente fortuitos.
Por otra parte las limitadas excavaciones cubren
un porcentaje mínimo en relación al gran tamaño
de los sitios. Si bien las zanjas circulares tienen
entre 100 a 300 m de diámetro, estos sitios son
por lo general y como lo demostró Prümers
(ver en este tomo) tan solo un componente de
un sistema mucho más amplio compuesto por
dos o tres zanjas circulares, comprendidas en
espacios de cientos de hectáreas. Por lo tanto,
determinar las áreas de actividad, de sitios que
lógicamente han debido ser multifuncionales,
es un reto difícil y todavía por realizar.
Las excavaciones llevadas a cabo por el
Proyecto Arqueológico Boliviano Alemán
en Mojos (PABAM) en dos sitios de zanjas
circulares correspondientes a un mismo
sistema (ig. 1), evidenciaron tanto actividades
domésticas como funerarias. Estos rasgos no
estaban distribuidos aleatoriamente, las 16
tumbas se encontraban muy cerca una de la
otra y ocuparon un sector especíico dentro de
los casi 500 m² excavados (para descripciones
de los entierros, ver Prümers en este tomo).
Los fechados radiocarbónicos de ambos sitios
excavados coincidieron con los procedentes
de la excavación en el pueblo de Bella Vista el
año 2003 (Prümers et al. 2003), conirmando
que estos sitios corresponden a un periodo
de tiempo relativamente corto de ocupación,
entre 1200 y 1400 d. C. Dataciones similares
son reportadas por Erickson (2010: 627) en
otros sitios con zanjas circulares en Baures.
Como se puede ver en el mapa de los sitios
excavados por el proyecto PABAM (ig. 1), los
sistemas de zanjas se encuentran muy cercanos
uno del otro, lo cual diiculta la interpretación
de las construcciones de zanjas como obras
defensivas. Aunque parece existir un amplio
consenso entre los arqueólogos (Dougherty y
Calandra 1984-85; Erickson 2006, 2008, 2010;
Prümers 2006, 2010, 2012; Walker 2008, 2011)
respecto a este punto y los datos etnohistóricos
(Eder 1985 [ca. 1772]: 106) así lo corroboran,
todavía no está claro el panorama de hostilidad
y guerras que relejan estas eminentes obras
defensivas. Entonces cabe preguntarse si estas
obras fueron construidas para la defensa de las
guerras tribales que acontecían entre los grupos
Baure, como las descritas etnográicamente por
Nordenskiöld (1924: 322) a principios del siglo
XX para la región de los Huanyam a orillas del
río Guaporé, o para defenderse de los asaltos
de un enemigo externo en común como los
Guarayo mencionados por el P. Eder (1985
[ca. 1772]: 106) en una de las crónicas sobre
los Baure. Sin duda, son las investigaciones
arqueológicas las que nos brindarán las pautas
para la comprensión del pasado prehispánico
de esta región.
En este sentido vale la pena observar las
diferencias y similitudes del material cerámico
encontrado en sitios sincrónicos rodeados
por zanjas, no con el afán de utilizar la cultura
material en la reconstrucción de supuestos
grupos étnicos, ya que sería una práctica
bastante irrelexiva1, sino para intentar
reconstruir patrones de conducta en el uso
de ciertos tipos especíicos de cerámica y sus
esferas de interacción.
La cerámica de BV-2 (Granja del Padre)
A menos de 1 km al norte del pueblo de Bella
Vista, se encuentra una zanja circular de 140 m
de diámetro. Esta zanja fue documentada por
Erickson (1997) inicialmente y excavada en dos
temporadas por el proyecto PABAM (Prümers
2010, 2012).
En 480 m² excavados en el interior de la zanja
circular de la “Granja del Padre” o BV-2, se
282
recuperaron alrededor de 17.468 fragmentos
cerámicos. Aunque las densidades varían en la
distribución por cuadrantes, se puede obtener
un promedio de 3.641 fragmentos en 100 m²,
esto es miles de veces más a lo reportado por
Dougherty y Calandra (1984-85: 187) en sus
sitios investigados2 y lo que les llevó a plantear
que se trataría de ocupaciones efímeras.
Con este ejemplo queda comprobado que los
hallazgos de supericie no son el relejo de lo que
se encuentra durante las excavaciones. La falta
de visibilidad y los procesos post-deposicionales
inluyen de manera determinante en el registro
arqueológico.
Alrededor de 4.000 fragmentos diagnósticos
fueron analizados de acuerdo al método
analítico de atributos utilizado exitosamente
para elaborar secuencias cerámicas en sitios de
los Llanos de Mojos (Jaimes Betancourt 2004,
2012a, c).
El complejo cerámico de la Granja del Padre
se caracteriza por presentar una relativa
homogeneidad en el material cultural y
especialmente porque se advierte una estrecha
relación entre el alfar y la forma de la vasija.
Esta selección cultural en la producción
cerámica relacionada a la función de la vasija no
se había registrado en otros sitios de los Llanos
de Mojos (Jaimes Betancourt 2012a, 2013) y es
por eso interesante observarla en el complejo
cerámico de la Granja del Padre.
Se realizaron análisis petrográicos en varios
fragmentos de cada tipo funcional procedente
de los sitios excavados (Matos 2013). Así por
ejemplo, las vasijas que fueron hechas para ser
expuestas al fuego, como los asadores y cazuelas
presentan una pasta compuesta de Cuarzo 7%,
Fragmentos rocosos 8%, Feldespato 5%, Masas
opacas 2%, Cavidades 8% y una Matriz 70% .
Seguramente, las cavidades son el producto de
la combustión de inclusiones orgánicas como
el cauixi.
Los asadores (ig. 2 a-c) son fuentes planas muy
parecidas a las publicadas por DeBoer (1983:
41-44) y que se conocen etnográicamente en
la Amazonía con el nombre budares y se los
asocia al procesamiento de yuca. Las cazuelas
son recipientes de paredes rectas cuya altura
es menor a su diámetro (ig.2 d-e), se tiene
un amplio espectro de diferentes formas
de cazuelas, que varían según el ángulo de
sus paredes y la forma de sus bordes. Tanto
en la supericie externa de las bases de los
asadores como de las cazuelas se observan
huellas de improntas de cestería (ig. 2d). Su
función parece haber estado relacionada a la
preparación de alimentos (tostar, asar, etc.) ya
que se documentaron huellas de hollín, incluso
en aquellas provistas de tres soportes. Entre
ambas formas conforman más del 50% de la
muestra.
Un segundo grupo funcional está conformado
por las vasijas con cuello, las cuales sirvieron
para almacenar bebidas o alimentos, muchas
de éstas tienen bases planas y soportes cortos
que parecen más decorativos que funcionales.
Por lo general estas vasijas presentan alrededor
de la parte superior del cuerpo tres bandas
aplicadas punteadas (ig.3a); éstas comparten
las mismas características de la pasta que los
cuencos pequeños sin decoración. Su pasta
está compuesta por Cuarzo 6%, Fragmentos
rocosos 23%, Hematita 2%, Cavidades 5% y
Matriz 64%.
Menos del 3% del material cerámico de la
muestra está conformado por un conjunto
de cerámicas decoradas con inas incisiones
de espirales, grecas concéntricas y triángulos
hachurados. Estas vasijas que por lo general
son únicamente cuencos y pequeñas vasijas
con cuello, presentan una alta calidad de
manufactura y cocción. La cerámica tiende
a estar completamente reducida (ig.4f) u
oxidada (ig. 4b) e incluso en las ollas con
cuello se puede observar un efecto bicolor
debido a una cocción controlada, seguramente
tapando el cuello de la vasija con un cuenco
volcado (ig.4a-e). En el caso de estar oxidadas
se puede apreciar un engobe color rojo. Su alfar
se distingue de los anteriores grupos porque
es más compacto y tiene inclusiones inas
de Cuarzo 9 %, Fragmentos rocosos 13%,
Hematita 2%, Cavidades 7% y una Matriz del
69%.
Este material tenía probablemente un uso
especial, no solo por la escasa densidad
encontrada, sino porque dos piezas enteras
(ig.4 b, f) formaban parte de un ajuar funerario
en la tumba más grande documentada. Ninguna
de las otras 15 tumbas excavadas presentaba
este tipo de material. Esto nos lleva a pensar
que esta ina cerámica tenía un uso restringido.
Sería demasiado extenso abordar los tipos
morfológicos de cada grupo, por eso es que
se mencionan únicamente las características
más generales y se comparan los datos de los
análisis petrográicos. En éstos se observa que
la única diferencia entre el alfar utilizado para
los asadores y cazuelas con el alfar de vasijas
con cuello y cuencos, es que el primero contiene
algo de feldespato, mientras que el segundo
contiene un porcentaje mínimo de hematita. Al
283
5%, Fragmentos rocosos 7%, Masas opacas
3%, Cavidades 15% y Matriz 70%. En esta
colección no se evidenció la presencia de
feldespatos.
Las vasijas con cuello y cuencos presentaban
hasta en un 10% decoración pintada en rojo
sobre naranja con motivos geométricos (ig.3
b-c ig. 4 m-n). Considerando la diferencia
en la sedimentación, es posible que en esta
zanja circular se hubiera conservado la pintura
de mejor manera que en BV-2, aunque no se
descarta que esta característica tenga alguna leve
connotación cronológica. La composición de
los alfares de los diferentes grupos morfológicos
presenta los mismos componentes, pero
varían en cuanto al porcentaje de éstos. Los
resultados de los alfares de vasijas con cuello
fueron: Cuarzo 20%, Fragmentos rocosos
12%, Masas opacas 2%, Cavidades 7% y Matriz
59%, mientras que la composición de los
cuencos pintados fue Cuarzo 3, Fragmentos
rocosos 7, Cavidades 10 y Matriz 80. El alfar
de los cuencos pintados era más compacto y
ino que los alfares de las cazuelas y vasijas
con cuello. De hecho los cuencos pintados
tienen un alfar parecido al de los cuencos y
vasijas decoradas mediante inas incisiones de
espirales, grecas y triángulos hachurados con
pequeñas variaciones en el porcentaje: Cuarzo
8%, Fragmentos rocosos 15%, Masas opacas
2%, Cavidades 7% y Matriz 68%. Este material
ino (ig. 4 d-e, i, r-s) mantiene las mismas
características que en BV-2 pero tiene una
densidad sutilmente mayor aunque no llega al
5% del total del material encontrado.
parecer las diferencias entre los alfares fueron
más evidentes durante el análisis intuitivovisual, ya sea por el grado de compactación de
la pasta, su textura, el color de la misma y el
tamaño de las inclusiones.
Interesantemente, la única pasta que muestra
una composición realmente diferente es la
que proviene de fragmentos alisados de tierra
cocida, que fueron encontrados en varias
concentraciones y que se pensó podían ser
vasijas mal cocidas. Ahora podemos descartar
esta hipótesis porque su composición no es
similar a ninguna de las anteriores categorías
de vasijas. Esta especie de tierra cocida está
compuesta de Feldespato 55%, Fragmentos
rocosos 7%, Cuarzo 5%, Hematita 2%,
Cavidades 7% y Matriz 24%.
Es posible que la siguiente cita del P. Eder (1985
[1772]: 239) nos ayude a dar una explicación
a las varias concentraciones amorfas de tierra
cocida con supericies alisadas que hemos
documentado durante las excavaciones:
“los indios suelen tostar granos de maíz y los comen
en lugar de pan. Otras veces también hacen harina de
su trigo, tostándola sobre unos platillitos de tierra.
Las mujeres más laboriosas y serviciales de sus maridos
preparan y machacan tortas de harina amasada en
agua, aunque suelen sacarlas del fuego todavía medio
crudas”.
Cabe recalcar que el P. Eder diferencia en su
crónica las tinajas y ollas hechas de barro,
de estos platillitos de tierra, que por toscos
podrían ser lo que encontramos en el registro
arqueológico (ig. 3f).
La cerámica de BV-3
La cerámica de JAS-1
En los 150 m² excavados dentro de la
zanja circular denominada BV-3 (ig.1) se
encontraron 4.680 fragmentos cerámicos, es
decir un promedio de 3.120 fragmentos en 100
m². Evidentemente es una densidad cerámica
muy similar a la encontrada en BV-2 por cada
100 m². Esto sugiere que la intensidad del
desarrollo de las actividades y por ende el uso
que se le dio a los espacios encerrados por estas
zanjas circulares fue muy semejante.
Los 2.065 fragmentos diagnósticos analizados
presentaron resultados muy parecidos a
los de BV-2. Más del 50% del material está
representado por fragmentos correspondientes
a cazuelas y asadores. Aunque es similar
al material de BV-2, se registraron nuevos
elementos decorativos sobre el labio de las
vasijas y algunas variantes morfológicas (ig.
2a, f-g). El alfar estaba compuesto por Cuarzo
Las zanjas de Jasiaquiri ubicadas al suroeste del
pueblo de Baures (ig. 1), fueron documentadas
por Erickson en dos oportunidades (Erickson
et al. 1997, 2008). Su última visita coincidió
con la construcción de una cancha de fútbol
en el espacio circundante de la zanja, que les
permitió realizar recolecciones de supericie
y evidenciar zonas oscuras asociadas a una
supericie de ocupación (Erickson et al. 2008:
63). Esta zanja (JAS-1) se caracteriza por tener
paredes de casi 3 m de altura, que encierra un
área de casi 360 m x 300 m.
El año 2011visitamos el sitio y recolectamos
una gran cantidad de fragmentos cerámicos,
la mayoría de los cuales interesantemente
correspondían a la cerámica inamente
decorada anteriormente encontrada en BV-2
y BV-3 en proporciones muy bajas, por esta
284
razón se decidió el año 2012 realizar una
pequeña excavación arqueológica.
De una excavación de 25 m², se recuperaron
2.492 fragmentos cerámicos de los cuales 872
son fragmentos diagnósticos. El alto porcentaje
de estos últimos se debe a que casi el 50%
del material se encontraba decorado por
inas incisiones de espirales, grecas, rombos
concéntricos y triángulos reticulados (ig. 3
d-e, ig. 4 k, p, q, t). El alfar de estas vasijas
estaba compuesto de Cuarzo 7%, Fragmentos
rocosos 15%, Masas opacas 2%, Cavidades 9%
y Matriz 67%. Esta composición es casi idéntica
en elementos y porcentajes a la del grupo de
fragmentos inamente decorados encontrados
en BV-2 y BV-3.
Las formas domésticas de cazuelas son menos
del 30% de la muestra y los asadores son casi
inexistentes (ig. 2 h-i). Las características
morfológicas de las cazuelas varían un poco
en relación a las de BV-2 y BV-3, por ejemplo
no se registran casi soportes trípodes en
las cazuelas. El alfar está compuesto por
Cuarzo 6%, Fragmentos rocosos 25%, Masas
hematíticas 2%, Cavidades 15% y Matriz 52%.
Esta composición muestra algunas variaciones
con los alfares domésticos de BV-2 y BV-3.
Existe una amplia gama de vasijas con cuello, la
mayoría de ellas también decoradas por medio
de inas líneas incisas (ig. 3 d-e). Su alfar está
compuesto de Cuarzo 3%, Fragmentos rocosos
12%, Masas opacas 2%, Cavidades 12% y
Matriz 71%. Este alfar no se diferencia mucho
de aquel utilizado para los cuencos decorados.
Aunque el corte de excavación es pequeño en
relación al tamaño del sitio, salta a la vista la
preponderancia de material para servir y no así
para preparar alimentos. Es posible que en este
caso, el material cultural nos esté mostrando
diferencias espaciales respecto a las actividades
que se llevaron a cabo en el sitio de JAS-1.
Considerando que este mismo estilo de
cerámica inamente decorada fue encontrada
en contextos cerrados de tumbas y pozos de
BV-2 y BV-3, podemos suponer que JAS-1 es
contemporáneo a los sitios investigados en
Bella Vista, es decir entre 1200 – 1400 d. C.
metros al noreste de JAS-1 de 9 m², en el
cual se encontró escaso material cultural. De
176 fragmentos solo 32 fragmentos fueron
considerados diagnósticos. Estos fragmentos
carecían de decoración y se encontraban muy
erosionados.
La diferencia del material cerámico es tan
notoria, a pesar de la corta distancia que lo
separa de JAS-1, que me inclino a pensar que
tiene connotaciones cronológicas, más que
funcionales.
La segunda excavación realizada dentro de
JAS-2, fue un hallazgo fortuito que se tuvo la
oportunidad de documentar este año. Durante
las labores de extracción de tierra para la
construcción de la cancha de básquet dentro de
la escuela de Jasiaquiri, pobladores encontraron
dos entierros extendidos y grandes cantidades de
fragmentos. Esta cerámica es cualitativamente
diferente a la registrada en JAS-1; presenta
un espectro de formas de vasijas distinto, en
el cual las cazuelas y asadores con impronta
de cestería en la base son inexistentes. Las
nuevas formas están decoradas con gruesas
líneas incisas rellenadas de pintura blanca, con
motivos de zig-zag, triángulos con hachurado
vertical y grecas (ig. 5 a-h).
El hecho de que no existan rasgos en común
con la cerámica excavada en JAS-1 y que este
nuevo complejo cerámico esté asociado a
entierros directos extendidos y no a urnas o
entierros cubiertos por vasijas como en Bella
Vista (Prümers et al. 2006, 2010), hace suponer
que se trata de un asentamiento cultural distinto,
el cual todavía no sabemos si antecedió o fue
posterior a JAS-1.
Algo que llama mucho la atención es que
en el registro estratigráico de JAS-2 no se
evidenciaron superposiciones ocupacionales.
Todo el material cerámico provenía de una
delgada capa cultural. Si JAS-1 y JAS-2 son
parte de un mismo sistema circundado por
zanjas y corresponden a dos ocupaciones
cronológicas diferentes, cabe preguntarnos por
qué éstas no se solapan. Es posible que esto
evidencie que no todo el espacio encerrado
por zanjas ha sido ocupado simultáneamente y
que nos faltan mayores datos para entender los
complejos procesos ocupacionales.
La cerámica de JAS-2
Discusión y conclusiones
Se denomina JAS-2 al espacio fuera de la zanja
elíptica, que también está rodeado por otra
zanja (Fig. 1), esta zanja es menos profunda
que la que bordea el sitio de JAS-1.
En JAS-2 se realizaron dos cortes pequeños
de excavación, el primero ubicado a pocos
En un artículo publicado sobre las colecciones
cerámicas recolectadas por Nordenskiöld en
sitios cerca del río Guaporé y sus aluentes
(Jaimes Betancourt 2012), resalté las diferencias
285
morfológicas y decorativas que presentaba
la cerámica procedente de los sitios Alianşa,
Matehua y Montevideo. Tal heterogeneidad
regional fue interpretada más como un relejo
de la diversidad cultural que como un producto
de cambios cronológicos. Esta propuesta se
sustentaba en la coexistencia de algunos tipos
cerámicos especíicos a nivel regional.
Estos tipos cerámicos que aparecen en
diferentes colecciones de Nordenskiöld,
Becker Donner, Miller, Dougherty y Calandra,
Erickson y las colecciones del proyecto
PABAM, son siempre los mismos3. Se trata
de la cerámica ina con decoraciones incisas
de grecas, espirales alargadas, triángulos
reticulados, espirales circulares, conjuntos
de líneas horizontales paralelas, grecas semiconcéntricas y triángulos achurados. Las
formas más usuales son pequeños cuencos o
pequeñas vasijas con cuello, ambas relacionadas
a la función de servir líquidos (ig. 4).
Si bien creo que existen ciertos complejos
cerámicos asociados a sitios con zanjas que
presentan características propias y en muchos
casos son fácilmente distinguibles, es importante
destacar que éstos están coexistiendo con un
estilo cerámico que se maniiesta e interactúa
a nivel regional. Ahora bien, es cierto que esta
cerámica inamente decorada está presente en
varios sitios en densidades mínimas, pero como
se comprobó en BV-2, a pesar de que constituye
solo el 3% de la muestra, ésta forma parte de
contextos especiales como las ofrendas de la
tumba mayor. Similares contextos funerarios
fueron encontrados fortuitamente en el pueblo
de Bella Vista (BV-1) (Prümers 2012: 390).
Se podría sugerir que este tipo de cerámica
fue utilizada a manera de ofrenda en tumbas
de personajes que cumplían un rol social
importante.
La amplia distribución espacial de esta
cerámica y su empleo como ofrenda en
contextos funerarios invitan a relexionar
respecto al papel social que desempeñó esta
cerámica y al modo en que el intercambio o
circulación de estos objetos puede enmascarar
o representar toda una serie de relaciones
sociales. Futuras investigaciones ayudarán a
distinguir si este estilo cerámico formaba parte
de un intercambio ceremonial de objetos de
valor entre las élites de las entidades políticas
iguales o tal vez fue integrado en los sistemas
simbólicos que estaban conluyendo en una
determinada esfera de interacción.
Hasta el momento y de acuerdo a los análisis
petrográicos realizados a varios alfares
procedentes de BV-2, BV-3 y JAS-1 no se
puede determinar si este estilo fue producido
localmente o era parte de un amplio circuito
de intercambio o distribución. La alta densidad
de cerámica ina encontrada en JAS-1 (40%),
podría manifestar que este sitio tuvo una mayor
accesibilidad a este material, ya sea por su
cercanía con el lugar de distribución o por las
actividades que se realizaron en el sitio.
Algo que también es interesante considerar es
la uni-direccionalidad de esta interacción. El
sitio Alianşa ubicado a orillas del río Méquens,
tiene una cerámica muy característica y también
ricamente decorada (Jaime Betancourt 2012b),
pero sin embargo, está completamente ausente
en las colecciones de Bella Vista o Jasiaquiri.
Por el contrario la forma de cazuelas y asadores
con improntas de cestería en la base, parece
haber estado distribuida en un área geográica
relativamente amplia hacia el noreste de los
Llanos de Mojos (Jaimes Betancourt 2013:
266).
Por último, si las zanjas tuvieron una función
meramente defensiva (Erickson 2006, 2008,
2010; Dougherty y Calandra 1984-85; Prümers
2006, 2012; Walker 2008) y los fechados
absolutos hasta ahora solo indican la fase inal
del periodo prehispánico, ¿cómo concuerda la
aparente interacción de materiales culturales
con un probable contenido simbólico en un
panorama de hostilidad?
Existen muchas posibles respuestas, una de
ellas es que las guerras tribales que se realizaban
eran de carácter coyuntural e intermitente.
Dando paso a que durante las treguas el
material cerámico, las ideas, los símbolos
estén traspasando fronteras e interactuando en
diferentes niveles sociales, políticos y religiosos.
Otra posibilidad es que las zanjas no hayan
sido construidas para protegerse de los grupos
vecinos, sino de amenazas externas. Una
alternativa a tomar en cuenta son las continuas
oleadas de migraciones y expansiones étnicas
cometidas por grupos Tupi Guaraníes (Wüst
& Barreto 1999: 6; Lathrap 1970: 78-79). Las
pruebas arqueológicas son todavía escasas;
Walker (2012: 250) presenta un fragmento
con decoración corrugada entre el material
cerámico del sitio el Cerro, en Santa Ana de
Yacuma, como posible evidencia de contacto
Guaraní. En la colección del sitio Montevideo
(Jaimes Betancourt 2012b: 337) se registró un
fragmento con pintura negra sobre engobe
gris, con motivos reticulados y líneas paralelas
diagonales en forma de X que según Miller
(1989: lám. 1) correspondería a decoración
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como la de algunos fragmentos encontrados
en el sitio de Pedra Negra por Becker-Donner
(1954: 220, Fig. 6).
La alta densidad de los sitios arqueológicos
prospectados en esta área (Erickson 2006: 258260) y la evidencia de sistemas integrados por
varios conjuntos de zanjas (Prümers 2012),
sugieren que existe un patrón de asentamiento
bastante complejo. Erickson (2010: 627) cree
que las variaciones en la forma, el tamaño y
la ubicación de los sitios con zanjas pueden
representar diferentes estilos asociados con
los grupos étnicos o representar cambios
estilísticos en el tiempo. Posiblemente sea un
relejo de ambos, ya que no podemos asumir
que la región de Baures hubiera sido poblada
solo a inales del periodo prehispánico. Mayores
excavaciones arqueológicas y dataciones
absolutas permitirán que podamos poco a
poco reconstruir el pasado prehispánico de
esta región.
Agradecimientos
Al Instituto Alemán de Arqueología por la beca
de investigación recibida. A Heiko Prümers por
el apoyo y conianza depositada y a Stéphen
Rostain por la invitación para coordinar el
Simposio Mojos y Acre en el 3er. Encuentro
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be too high” (Dougherty 1985: 131).
3
Los ejemplos publicados por cada autor
fueron comparados y discutidos en Jaimes
Betancourt 2012b.
1
Como Renfrew & Bahn (2007: 177)
lo explicitan, la etnicidad es difícil de
reconocer a partir del registro arqueológico
y Hodder (1982: 55) comprobó mediante
la etnoarqueología que la identidad étnica
puede ser expresada tanto en ítems utilitarios
mundanos como en ítems decorativos y que
estos objetos no son necesariamente muy
visibles arqueológicamente.
2
“Scarcity of pottery is estimated as a standard yield of
1 sherd per 100 sq. m in surface inds” (Dougherty
y Calandra 1984-85: 187). “Surveys in all clearings,
within or outside the ditches, reveal a very low frequency
289
290
Simposio “Paisajes modiicados y dieta”
Initial contributions of charred plant remains
from archaeological sites in the Amazon to
reconstructions of historical ecology
Myrtle P. Shock1, Claide de Paula Moraes2,
Jaqueline da Silva Belletti3, Márjorie Lima3,
Francini Medeiros da Silva4, Lígia Trombetta Lima4,
Mariana Franco Cassino1 & Angela Maria Araújo de Lima1
1
Museu Amazônico, Universidade Federal de Amazonas
2
Universidade Federal do Oeste de Para
3
Programa de Pos-graduacao em Arqueologia, MAE-USP
4
Laboratório de Arqueologia dos Trópicos, MAE-USP
Columbian habitations. Actual landscape is a
palimpsest resulting from the conscious and
unconscious activities practiced over centuries
by many people from multiple societies and
their choices.
The traditional categorization of subsistence
practices as either collection, horticulture
or agriculture has been shown, through
anthropology and ecology to be a poor
interpretive tool for the Amazon. Archaeologists
working in the region are challenged to
document subsistence diversity resulting from a
combination of resource acquisition strategies
including collecting, forest management, forest
planting, horticulture, and managed fallows.
Five regions of the Brazilian Amazon have
been the subject of initial paleoethnobotanical
investigations.
Analysis
of
charred
macrobotanical remains sought to identify
contexts with preservation and the potential
to explore questions about pre-Columbian
subsistence related to cultural choices,
management practices, diachronic variations,
landscape modiications and historical ecology.
The analyses of botanical remains of all types
are used to address questions of human-plant
relationships (Pearsall 2000; Wright 2010).
Pollen, phytoliths, starch, macroremains, and
DNA each provide distinct advantages and
limitations to the study of speciic species
and their related management practices.
The choice to study charred macrobotanical
remains is directly linked to an interest in
diet. Macrobotanical remains can include
parts of seeds or fruits from fruit bearing
trees, some of which may not be represented
in the phytolith assemblage. Piperno (2006)
Introduction
Archaeologists recognize the importance of
human-plant relationships to understanding
people and societies of the past. Plant use
and management have been included in
discussions including those on Amazonian
social organization, uses of material culture,
ethnic afiliation, and their temporal changes.
While many of the proposed human-plant
relationships may be correct, direct data are
frequently lacking. Paradoxically, archaeologists
would not accept that a site belongs to the Poco
or Açutuba phase, for example, in the absence
of diagnostic ceramic fragments. Furthermore,
traditional suppositions may obscure cultural
diversity of plant use. Along the Orinoco River,
where Perry (2005) analyzed lithic fragments
classiied as teeth from manioc graters, the
starch grain remains included maize and ive
other plant taxa but not manioc (Manihot
esculenta).
The relationships between humans and food
plants are also sought in related disciplines.
Multiple lines of evidence indicate that preColumbian human populations were actors in
the modiication of plant communities. Modern
distributions of economically important or
useful plants on and near archaeological sites
in the Amazon have demonstrated cumulative
anthropogenic effects on the environment.
Studies of plant genetics have reconstructed
the origins of useful plants and the routes
of their dispersal. These lines of evidence
provide extraordinary data, however cultural
time depth is often poorly represented limiting
the association of these data with speciic pre-
291
indicates that Lecythidaceae (the family of
the Brazil nut tree) can be characterized in
the group of plants where no phytoliths have
been observed or production is uncommon
to rare. Charred remains, in our opinion, also
have a great potential to be directly related to
human actions as the plants must be brought
into the archaeological contexts to be burnt.
Palm endocarps are rich in lignin and known to
preserve well with charring. Meanwhile there
are disadvantages to working with charred
materials; seeds of a more fragile nature,
such as those from peppers have a greater
chance of being destroyed in ires with higher
temperatures or that burn for longer.
Initial results are presented on the basis of
patterns seen in preliminary results from sites
along the middle Solimões River, lower Negro
River, middle Unini River, conluence of the
Negro and Amazon Rivers, and the lower
Amazon River (Figure 1). The sites investigated
have ceramics of the Incised Rim and/or
Polychrome Traditions and anthropic soils
locally known as terra preta do índio (henceforth
terra preta). The data have generated questions
for fruitful directions of further research.
ceramics from all four phases (Castro 2009;
Lima et al. 2006), however the Guarita phase
is not represented in the paleoethnobotanical
samples because the strata are very shallow and
mixed by the modern agricultural production
that occurs on the sites. The Osvaldo site has
Manacapuru phase ceramics with occasional
Paredão phase fragments. Meanwhile the Lago
Grande site has the reverse distribution with
a predominance of Paredão phase ceramics
(Mongeló 2011). All four sites have terra preta
associated with the occupations with maximum
depths of over one meter. Samples from
Laguinho come from two pit features while
from the other three sites samples came from
the natural strata.
The region of the lower Negro River is
represented by two sites, Vila Nova I e Vila
Nova II located at the mouth of the Unini
River. Vila Nova I has remains in terra preta of a
clayey sand texture to a depth of 110 cm in the
sampled unit and ceramics from the Incised
Rim Tradition. Located 150 meters away is the
excavation unit in the site of Vila Nova II. Vila
Nova II has ceramics from the Polychrome
Tradition deposited in a sandy soil with an
anthropically modiied strata between 20 and
100 cm where coloration is dark, approaching
that common in terra preta. Neither site has
been directly dated. Samples of 4 liters were
collected by 10 cm levels in a column from one
unit at each site.
Two sites from the middle Unini River have
been sampled, Floresta and Lago das Pombas.
Column samples were collected at three units
at Floresta, a site of 8 ha, each in a different
depositional context. The units probably
sample an artiicial mound, an occupational
surface, and an area of the site affected by
erosion. Radiocarbon assays from below the
mound at the site of Floresta are 410-370 BC
and AD 420-570 (calibrated, 2σ). The column
sample from Lago das Pombas cuts through
two clearly delimited anthropic horizons at
depths of 30-50 and 90-120 cm below the
surface. Lago das Pombas has a radiocarbon
assay of AD 230-390 (calibrated, 2σ) from near
the base of the cultural deposits in the lower
anthropic horizon. Column samples collected
four liters from each 10 cm level.
Samples from pit features and overlying
sediments at the Porto site, in the town of
Santarém on the right bank of the lower
Amazon River, were analyzed. Deposits of
terra preta have been disturbed near the surface,
but have depths of 60 cm with the pit feature
Site summaries and methods
In the area of the middle Solimões River
the site of Conjunto Vilas is located on the
right margin of the Tefé Lake (Amazonas
State). Covering an area of 38 ha, the site has
ceramic material from two phases, Caiambé
of the Incised Rim Tradition and Tefé of the
Polychrome Tradition (Hilbert 1968). The terra
preta averages 70 to 80 cm in depth but reaches
120 cm in some features. It is interesting to note
that occupation areas were also encountered
outside the area of terra preta and buried below
it. In the nearby region of Amanã Lake, the
Caiambé Phase is dated to around AD 1200
and the Tefé Phase to around AD 700 (Costa
2013). Three excavation units were studied
with the principal focus on eight pit features
from two units. Samples from the natural strata
have also been analyzed.
In the Central Amazon, four sites have been
investigated: Açutuba, Laguinho, Lago Grande
and Osvaldo. The Central Amazon chronology
is divided in four phases, Açutuba (400 BC – AD
400), Manacaparu (AD 500-900), Paredão (AD
700-1200), and Guarita (AD 900-1500); the
irst three are in the Incised Rim Tradition and
the last is of the Polychrome Tradition (Neves
2011). The sites of Laguinho and Açutuba have
292
Table 1. Liters of sediment analyzed from sites in the Brazilian Amazon Basin
and the occurrence of maize (Zea mays) and Brazil nut (Bertholetia excelsa) in the macrobotanical remains
reaching 100 cm. The site dates to around AD
1000.
Sediment samples were processed to obtain
cultural material larger than 2mm and charred
remains to diameters of 0.5 mm using either
lotation or wet screening. Cultural remains
were separated into ceramics, lithics, faunal,
and botanical materials. The major division of
the botanical materials was between charred
wood and non-wood charcoals. The non-wood
charcoal includes remains of seeds, fruits,
tubers, and roots, within which remains with
diagnostic attributes were isolated for botanical
identiication. The quantity of sediment
processed varied by site as did the densities of
botanical remains (Table 1).
1980). Brazil nut, with its high productivity
in groves, has recently been the subject of
discussions on forest extractive or management
practices (Shepard and Ramirez 2011).
Along the middle Solimões River, maize was
found within a sealed pit feature at a depth
of 90-100 cm (Figure 2). It has not yet been
determined whether the associated ceramics
belong to the Caiambé or Tefé Phase. At the
site of Osvaldo the excavation layer with maize,
besides being associated with the Manacapuru
Phase, has two dates, AD 620-690 and AD 650690 DC (calibrated 1σ). While macrobotanical
remains of maize have not been found in the
other three sites analyzed from the conluence
of the Negro and Solimões Rivers, it is
expected to occur in more sites with further
investigations. The local site of Hatahara has
remains of maize as phytoliths associated with
ceramics of the Incised Rim Tradition (Bozarth
et al. 2009, Cascon 2010).
Brazil nut is a plant with low genetic variability
that depends upon openings, tree falls or
clearings, in the forest to establish dense
stands. The natural dispersal agent is the agouti,
however human action has been proposed as
a factor for the tree’s occurrence of groves
(Shepard & Ramirez 2011). The archaeological
remains of Brazil nut in three of the studied
regions (5 sites) is evidence of the long history
of human utilization of this species, which is
in line with Roosevelt and colleagues (1