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Ensayo acerca de la expulsión de los judíos de los territorios de Castilla y Aragón en
1492.
Se trata aquí de realizar una serie de consideraciones acerca de la expulsión de los judíos
por los Reyes Católicos en 1492, en un momento histórico -el actual- en el que
casualmente está en la prensa diaria la problemática creada en Oriente Próximo a finales
del año pasado 2023, primero por un ataque terrorista en territorio israelí y posteriormente
por la reacción del Estado israelí a dichos actos terroristas.
Evidentemente, lo sucedido en Europa durante -especialmente- la Baja Edad Media no
tiene nada que ver con lo que sucede en la actualidad, los tiempos han evolucionado y
asimismo los que antes eran unos emigrantes establecidos en muchos territorios europeos
actualmente conforman un Estado fuerte con un peso considerable tanto en su propia zona
como a nivel global.
Pero al margen de cuestiones de geopolítica contemporánea que teóricamente no tienen
nada que ver con el título y el contenido de lo que escribiré a continuación, al tratarse de
un ensayo he considerado oportuno mencionar esa casualidad o coincidencia en una
temática que, ciertamente, tanto en la Edad Media como en la actualidad genera estados
de opinión diversos bajo todos los puntos de vista posibles.
Hoy en día vemos a diario opiniones tanto a favor como en contra de lo que sucede en
esa zona del mundo, opiniones éstas más o menos radicalizadas en función de los intereses
políticos que representen y quizá se haya generado a nivel popular y sin intereses políticos
de por medio, que un acto deleznable de secuestro de personas civiles ha tenido una
reacción que ha generado una opinión, generalizada, de que se han cometido excesos
generando a su vez sentimientos de rechazo en los observadores ajenos al conflicto.
Salvando las inmensas distancias tanto temporales como de contexto histórico, a la vista
de los estudios y artículos que he utilizado para realizar este ensayo, me doy cuenta de
que la percepción general sobre los judíos en la población europea fue inicialmente de
relativa convivencia más o menos pacífica empeorando la relación entre comunidades a
partir del surgimiento de problemas económicos muy especialmente a partir del siglo XIV,
pero no por eso hay que pensar que hasta ese siglo todo se limitó a algún que otro roce:
ya desde la llegada de los visigodos a Hispania -si nos referimos a la península Ibéricase produjeron actos claramente antijudíos desde la propia monarquía visigoda.
No olvidemos que -insisto que en general, ya que en todas las épocas se dieron
puntualmente problemas- los judíos eran vistos como deicidas por la población cristiana
pero esa consideración no se debía a un mero estado de opinión, sino que tiene su origen
prácticamente en el mismo inicio de la Iglesia de Roma, cuando el judaísmo comienza a
ser definido como una doctrina superada por el cristianismo, además de ser considerada
errónea, inferior e incluso diabólica.
A partir de ese momento, en los siglos III y IV, y sobre todo a partir de este último, se
comienza a perseguir en los territorios europeos o bajo la influencia del Imperio Romano,
es decir en época tardo-imperial, a todos los enemigos de la Iglesia, sean herejes o tengan
otras creencias, como enemigos de la cristiandad. Obviamente los judíos están incluidos
en esas persecuciones o acosos, en mayor o menor medida según el momento y la posible
tolerancia que hubiera en cada momento histórico.
A lo largo de toda la Edad Media se siguen sintiendo las consecuencias de toda la
“propaganda” antijudía realizada ya en Edad Antigua, recordemos en ese sentido que los
mayores alegatos contra los judíos comienzan precisamente con la patrística de los
primeros Padres de la Iglesia entre los siglos II al V (Tertuliano, San Agustín, San
Jerónimo, San Ambrosio, etc.). Pero no quedó ahí ese estado de opinión creado o azuzado
por las autoridades de la Iglesia, en los siglos inmediatamente posteriores otros Padres de
la Iglesia continuaron en la misma línea antijudía (Gregorio de Tours, San Isidoro, Juan
de Toledo, Beda el Venerable, etc.).
En otras palabras, el estado de opinión estaba claramente contra los judíos desde los
inicios de la Iglesia, persistiendo en las críticas a lo largo de los siglos hasta entrar
plenamente en la Alta Edad Media. Era la lucha entre el bien, representado por las
verdades de la Iglesia frente a la maldad del judaísmo. Y no se trataba de simples
comentarios más o menos puntuales, sino que en algunos de los casos de los autores que
he mencionado se trataba de todo un tratado al respecto.
En cualquier caso, a medida que el desplazamiento de la culpabilidad en el deicidio se iba
decantando hacia los judíos en vez de hacia los romanos, como se había establecido
inicialmente, se añadían más autores que desde sus posiciones de autoridad intelectual
acrecentaban esa fama de malas personas hacia los que emigraron a tierras cristianas.
Eso, al margen de cuestiones de doctrina oficial de la Iglesia, no impedía tampoco que en
general, durante los siglos de la Alta Edad Media se conviviera en Europa de una forma
que podemos definir como civilizada entre ambas culturas, quizá debido a que la Iglesia
fue pasando a posiciones algo más tolerantes que las expresadas inicialmente. Hay que
considerar que los judíos se dedicaban a actividades comerciales y que además no influían
en las comunidades cristianas en cuanto a creencias.
Pero la situación cambia radicalmente a partir del siglo XI con verdaderas persecuciones
y pogromos por toda Europa, desde Maguncia hasta Roma pasando por Orleans o
Limoges. En ese momento fueron quizá reacciones a las persecuciones y violencias contra
los cristianos en Tierra Santa, pero es el verdadero inicio de acciones de carácter
realmente violento contra los judíos en territorio europeo que, a medida que transcurre el
siglo, devienen a finales de ese siglo y con el inicio de la primera Cruzada en matanzas
generalizadas, especialmente en ciudades ubicadas en el valle del Rin, sin que la
Península Ibérica quedara completamente a salvo.
Es a partir de ese siglo cuando queda establecido de una forma ya completamente
sobreentendida y generalizada que el judío no entra en los planes de las actividades de las
ciudades y se dedica necesariamente en primer lugar al comercio y finalmente al
préstamo, por lo que en cierta forma también estaba relativamente protegido por el poder
político civil.
Es probablemente a partir del siglo XIII cuando se complica la situación todavía más si
consideramos que es un momento histórico en el que la Iglesia persigue de forma
sistemática las herejías y las desviaciones de la fe y entiende, a la sombra del poder que
ha adquirido y consolidado que, dado que es una creencia falsa, debe de intentarse la
conversión al cristianismo de esa población, según se establece en el IV Concilio de
Letrán en 1215, decretando la segregación incluso por medios humillantes como la
distinción en el vestir para conseguir, mediante medidas humillantes y disuasorias, la
conversión a la fe verdadera.
La Baja Edad Media trae finalmente expulsiones en masa de varios reinos, como
Inglaterra o Francia, en 1290 y 1306 respectivamente, casi siempre -en el fondo real del
problema- por motivos de ambición real al ser financieros de varios reyes, pero el siglo
XIV viene con nuevas acusaciones, como los envenenamientos de pozos o el haber traído
las pestes y plagas a territorios cristianos. No olvidemos que es uno de los peores siglos
a nivel de desgracias generalizadas en la historia europea y había que encontrar un
culpable al que acusar de todos los males posibles. Fue el siglo de la gran epidemia de
1348 y las posteriores, de crisis económicas generalizadas en toda Europa, de
conflictividad social, de hambrunas, de hundimiento de la demografía, etc.
Centrándonos en la Península Ibérica, el proceso fue muy similar al del resto de Europa
explicado sucintamente más arriba. Ya desde el Concilio de Elvira alrededor del año 300
se advierte a los cristianos del peligro que representan los judíos. En época visigoda, tras
la conversión de Recaredo al catolicismo en 589 se comienzan a dictar normas contra esa
comunidad y se inician los deseos de las autoridades para conseguir su conversión al
cristianismo, con mayor o menor insistencia y rotundidad según el momento histórico y
el gobernante al mando del poder político.
Por el contrario, posteriormente en época islámica, los gobernantes árabes permitían que
las comunidades judías mantuvieran su fe, considerándoles dimmíes -Gente del Librocomo al resto de habitantes cristianos. Probablemente los siglos de dominación
musulmana fueron los tiempos en los que tuvieron menos problemas, como comunidad,
excepto el período dominado por los almorávides y posteriormente por los almohades,
cuando sobresalió el fanatismo religioso islámico.
En los reinos cristianos, a medida que éstos controlaban cada vez más territorio de Al
Andalus, estuvieron bien considerados por el poder real dado que fueron muy eficaces
colaboradores de la realeza en el gobierno de unos reinos que no cesaban de ampliar
territorios, si bien la sociedad medieval al margen del poder iba acrecentando su
animadversión hacia las comunidades judías, que fueron siendo obligadas a vivir en
guetos dentro de las ciudades y que progresivamente sentirían una presión sobre ellas
cada vez más intensa. No olvidemos que las profesiones u oficios que practicaban tenían
que ver -generalizando- con los alquileres, los préstamos, en suma, el sector “financiero”
de la época, etc., lo que servía para incrementar fácilmente el odio de los simples
ciudadanos de a pie, tanto en el campo como en las ciudades.
Ese empeoramiento en las relaciones cristalizó definitivamente en el siglo XIV en los
reinos cristianos peninsulares, primero en el reino de Aragón y posteriormente en Castilla,
donde debemos mencionar que se produce el momento culminante de 1391 cuando a
instancias de Ferrán Martínez, arcediano de Écija, tras la muerte del arzobispo de Sevilla
-que defendía a los judíos- y en contra de la voluntad y de reiterados avisos al arcediano
incluso del propio rey Enrique II realizados desde muchos años antes (Enrique II falleció
en 1379…) o del rey Juan I, instó a la población a acabar con los judíos comenzando una
verdadera matanza, primero en Sevilla y Córdoba, extendiéndose a continuación por el
resto de reinos cristianos. Este verdadero pogromo, aprovechando la minoría de edad del
rey Enrique III, nos lo describe magistralmente el cronista Pedro López de Ayala, además
de tener constancia literal de un discurso que pronunció Martínez ante el Tribunal del
Alcázar de Sevilla tres años antes.
En la monarquía castellana, durante el siglo XIV, el rey Pedro I llevó adelante una política
de tolerancia y de acercamiento hacia los judíos, acercamiento probablemente interesado
dado el peso que tenía esa comunidad desde el punto de vista financiero para sostener y
ayudar al propio rey, pero la actitud de su hermanastro, futuro Enrique II, durante la guerra
civil que sacudió a Castilla fue de absoluta hostilidad hacia la población judía, buscando
seguramente un mayor crecimiento de la base demográfica que le apoyaba en su lucha
contra Pedro I. Así como durante la guerra fue enemigo acérrimo de esas comunidades,
posteriormente fue relajando el discurso de odio pensando que seguramente tendría
necesidad de su concurso una vez fuera rey, por lo que fue suavizando sus críticas, aunque
en cualquier caso la difamación y el mal ya habían sido hechos.
La comunidad judía, en el fondo, era en el caso de la lucha fratricida un peón más entre
todos los peones que participaron en la contienda, ya que la nobleza que apoyaba a uno u
otro, y los habitantes de las ciudades también aportaron su grano de arena a la dinámica
antijudía del momento, estuvieran a favor del rey Pedro I o a favor del futuro Enrique II.
En este sentido, el Trastámara, cesó su hostilidad manifiesta antes incluso de su
coronación ya que en su propia corte y en las casas nobiliarias que apoyaron a Enrique
durante la guerra civil se nombró a judíos para cargos de importancia en las finanzas
reales y de esas casas nobiliarias.
Anteriormente he comentado que durante el reinado de Enrique II se produjeron diversas
advertencias dirigidas a Ferrán Martínez en el sentido de cesar en sus ataques contra la
comunidad judía, pero al margen de que el propio Martínez no cumpliera precisamente
con las instrucciones reales, la sociedad civil, los habitantes de las ciudades e incluso el
propio Papa Gregorio XI aumentaron el discurso de odio contra esa comunidad. Tampoco
ayudaron para apaciguar los ánimos las acciones de los conversos, ya que en muchas
ocasiones estas acciones iban dirigidas contra la propia comunidad judía.
No olvidemos que en esos años el ser cristiano viejo era algo imprescindible en la vida
de la gente y los cristianos nuevos -conversos- se encontraban en un punto intermedio en
el que tenían la necesidad de demostrar que la conversión era real y no por simple interés.
Durante el reinado de su sucesor, Juan I, siguió enrareciéndose la convivencia entre
comunidades a pesar de los intentos de la realeza de seguir contando con la comunidad
hebraica si bien fue, junto a nobles de su entorno, promotor de la idea de la “solución” de
la conversión para acabar con el problema de raíz. Al igual que su predecesor también
tuvo enfrentamientos con Ferrán Martínez. Siguiendo la dinastía Trastámara, el siguiente
rey, Enrique III, mantuvo un tono de tolerancia en conjunto, pero nuevamente las ciudades
se oponían a esa tolerancia hasta el punto de que en las Cortes de Valladolid de 1405 se
tomaron nuevas medidas contra la comunidad judía, en esta ocasión de extrema dureza
legislativa.
Simultáneamente, en la Corona de Aragón se dio la denominada Disputa, o Controversia,
de Tortosa, en 1413, auspiciada por el Papado e instituida como un debate entre religiones
que supuso el definitivo declive de las comunidades judías en los territorios de la Corona
de Aragón, aunque sin duda tuvo también sus consecuencias en la de Castilla. Fue dirigida
por parte cristiana precisamente por un converso, Jerónimo de Santa Fe, y sin duda la
finalidad última era la conversión de la totalidad de la población judía, hecho que
obviamente no se produjo, aunque ciertamente hubo conversiones.
Es cierto que los hechos indicados de 1391 tuvieron repercusión en toda la Península
Ibérica y provocaron conversiones para eludir el peligro inminente en que se encontraba
esa población, pero también es cierto que cuanto más al norte se viviera, más a salvo se
sentían las comunidades, ya que las consecuencias de las matanzas de ese año no llegaron,
por ejemplo, a León o Asturias. Sin embargo, azuzó el ritmo de conversiones con lo que
en cierta forma se podía crear otro problema si consideramos que en cierto modo eran
forzadas, eran una necesidad para sobrevivir y no un convencimiento sincero.
Efectivamente, si las conversiones hubieran sido por convencimiento lo más probable es
que la diferenciación práctica entre cristiano viejo y cristiano nuevo sería imperceptible,
pero la realidad fue que dentro de los conversos había muchas variedades: los que lo
hicieron por miedo, los verdaderos convertidos, los que seguían practicando su religión
anterior, etc. y eso implicaba que el cristianismo se viviera a su vez de múltiples formas.
De igual manera, ante tanto converso, el cristiano viejo tenía su prevención pudiendo
pensar que esos nuevos cristianos podían fracturar la religión verdadera.
Por añadidura, el hecho de ser converso implicaba el acceso a una vida normal sin
inconvenientes ni trabas para el ejercicio de cualquier profesión, el acercamiento a la
realeza o a los nobles, la posibilidad de matrimonios con otros cristianos, en suma,
alcanzar una estabilidad definitiva y poder pertenecer a una oligarquía ciudadana o
incluso nobiliaria frente a la problemática establecida anteriormente, lo cual también trajo
sentimientos de recelo y de envidias entre la población cristiana vieja.
Ese ascenso social de los conversos y su estabilidad como parte de la sociedad incluidas
las capas más altas de ella duró hasta mediados del siglo XV, cuando se vuelve a
radicalizar la situación con acusaciones entre todos los grupos. A las tradicionales de
profanaciones o de asesinatos de niños de forma ritual se añadieron las acusaciones de
los propios judíos contra los conversos y viceversa.
La dinámica de esos años centrales del siglo XV hay que verla siempre bajo el influjo de
las guerras de poder que se sucedían constantemente entre la realeza, más los nobles que
la sustentaban contra otros nobles que pretendían restar poder al rey, es decir, los que
querían un rey fuerte contra los que pretendían que el rey fuera dócil con ellos. Y
evidentemente, esto afectó también sobre todo a los conversos que habían escalado a
posiciones privilegiadas dentro de la corte. En uno de esos momentos, tras una revuelta
en Toledo en 1449, una revuelta que realmente era contra el poder del rey y contra la
imposición de un nuevo impuesto, que se consideró que era consecuencia de decisiones
de conversos, se recrudece nuevamente el antisemitismo, pero en esta ocasión más contra
los conversos, hasta el punto de que pocos años más tarde se les prohíbe el acceso a cargos
públicos en el reino de Castilla.
El reinado de Enrique IV de Castilla, al igual que el de su predecesor, tuvo también una
idea básica de protección sobre esa comunidad, aunque por lo que comenté anteriormente
la nobleza que se oponía a lo que ellos consideraban exceso de poder del rey era
radicalmente antijudía, sobre todo para perjudicar o debilitar la imagen del rey.
Y así llegamos al momento en el que Isabel es coronada reina de Castilla y a su vez es
reina consorte de Aragón. Los Reyes Católicos inicialmente tienen una tolerancia absoluta
con la comunidad judía en la Península. Además, su posición es de una fortaleza evidente
ante la nobleza con lo cual nuevamente volvemos a ver judíos en la corte dirigiendo áreas
de la administración y las finanzas del reino. La consecuencia de esa fortaleza erga omnes
es que se restablece una convivencia pacífica entre las dos comunidades, si bien no deja
de estar latente entre los cristianos viejos esa animadversión ancestral.
Pero debemos plantearnos entonces lo siguiente: si se había anulado prácticamente toda
la violencia antijudía de otras épocas, ¿por qué entonces el edicto de expulsión? Pueden
ser varias las respuestas, pero quizá el profesor Miguel Ángel Motis nos da una
aproximación dándonos la pista de que el proceso antijudío hispano no deja de ser una
imagen del espejo que es el resto de Europa. Son procesos similares, en algunos casos
idénticos, si bien en el caso hispano hay un componente de búsqueda de homogeneidad
que no se da en otros países.
Estamos en el inicio, a nivel global, de la formación de Estados fuertes con monarquías
poderosas y el caso de España, con el fin de la guerra de Granada de fondo, exige que
exista una homogeneidad en todo el territorio -salvando los posibles fueros territoriales,
por supuesto- pero que englobe algo tan importante en aquel momento como la religión.
De igual manera, es evidente que esa monarquía fuerte debe sustentarse también en el
respeto de la población, sea noble o no, y dados los antecedentes históricos la expulsión
de esa comunidad podía servir para que los monarcas ganaran popularidad “escuchando”
al pueblo.
No sirvió esa expulsión para incrementar el tesoro real, dado que el peso contributivo de
la comunidad judía en Castilla era mínimo. Realmente se hace difícil encontrar una sola
causa para justificar la expulsión si a eso le añadimos que los Reyes Católicos no tenían
ninguna animadversión especial hacia la comunidad judía. Coincide casi en el tiempo con
la instauración de la Inquisición, primero en Castilla y posteriormente en Aragón, pocos
años antes del decreto de expulsión. Recordemos en este sentido que la Inquisición en
esos primeros tiempos desde su instauración tenía puesta su atención especialmente en
los conversos (sólo podían juzgar a cristianos).
Por las lecturas que he utilizado para este breve ensayo parece ser que la decisión de la
expulsión provino más de Fernando que de Isabel, y por lo comentado anteriormente
entiendo que lo más probable es que se tratara de una medida tendente a homogeneizar el
Reino bajo una misma fe, al igual que había sucedido en otros lugares europeos donde
previamente ya habían sido expulsados los judíos. De hecho, los reinos de Castilla y
Aragón son de los últimos reinos europeos en tomar esa decisión. No cabe duda de que
al margen de que la finalidad fuera unificar la fe de todos los ciudadanos, quizá un
temprano precedente -por varias décadas- del principio cuius regio, eius religio de la Paz
de Augsburgo entre el Emperador Carlos y la Liga de Esmalcalda, sin duda se dieron
presiones provenientes del Papado para esa unificación de la fe.
Y ese principio refuerza a la monarquía, refuerza a la autoridad, homogeniza a los
súbditos y los territorios bajo el poder de un rey y además permite que un rey se
identifique con un pueblo que a su vez practica una sola religión.
A esas consideraciones hay que añadir la presión popular, más los intereses de las
oligarquías burguesas de las ciudades y parte de la nobleza señorial más la labor de
órdenes mendicantes en contra de otras religiones.
Si bien el decreto de expulsión tuvo aplicación en los territorios de los reinos de Castilla
y de Aragón hay que diferenciar las dificultades de su acatamiento entre ambos reinos, ya
que en Castilla fue, por el número de habitantes de religión judía, más complicada la
salida, dirigiéndose la población judía bien hacia el reino de Navarra, Portugal o el
Imperio Otomano en su mayoría mientras que en Aragón los destinos prioritarios fueron,
además de Navarra, Italia y también Portugal. No mencionaré el número de afectados por
el decreto porque es complicado al tratarse de una época donde todavía nos faltan datos
suficientemente objetivos para saber la realidad. En cualquier caso, dado que los
afectados tenían apenas cuatro meses escasos para vender sus propiedades y marchar
hubo también una cadena de conversiones que evitó la expulsión de muchos.
Curiosamente, la versión del decreto que llegó a Aragón hablaba también de la usura
como una de las prácticas detestables que practicaba la comunidad judía, si bien en la
versión para las ciudades y villas del reino de Castilla tan solo se hacía mención del
aspecto religioso, ninguna referencia a la usura.
Pero por otro lado ¿qué consecuencias tuvo la expulsión? Dado que su impacto en la
fiscalidad, al ser muy poca la población que marchó, era mínimo no supuso un quebranto
especial para las arcas estatales. De hecho, la historiografía al respecto ha ido cambiando
a lo largo del tiempo pasando de la tesis de que fue una pérdida irreparable a que quizá
sirvió para cohesionar a la población del país e ir poniendo parte de las bases de un Estado
mucho más moderno dejando atrás los tiempos medievales.
Hay que tener en cuenta también que parte de los que marcharon regresaron años después,
al haber sido maltratados en las zonas a donde se dirigieron inicialmente, como sucedió
con personas que habían ido hacia el actual Marruecos. Esas personas que regresaron
volvían como conversos, es decir, cristianos, pudiendo recomprar lo que había vendido al
partir al mismo precio por el que vendieron. Esto fue regulado en 1493, apenas un año
después del decreto de expulsión.
Finalizaré este breve ensayo volviendo al momento presente. Hemos visto que a lo largo
de la historia, hasta el final de la Edad Media, la comunidad judía repartida por el mundo
europeo ha vivido momentos de esplendor pero a la vez ha habido muchos más momentos
de zozobra, de persecución, de violencia contra ella e incluso de racismo. Sabemos que,
en conjunto, todo ello ha sido debido no solamente a la práctica de otra fe o a otros hechos
puramente objetivos sino también a causas, falsas o no, provocadas por la suma de
sentimientos contrarios de la población mayoritaria junto a la que convivía.
Hoy en día, como dije al inicio, salvando las inmensas distancias temporales y
coyunturales entre los tiempos antiguos y el presente, sigue habiendo en una parte
sustancial de la sociedad occidental una sensación o sentimiento de rechazo a lo judío,
con el peligro que supone una generalización tan amplia, sin que -afortunadamente- se
tenga en cuenta el aspecto religioso de la diferencia de creencias.
Esa generalización es mala porque la tendencia del hombre es meter en el mismo saco a
toda una sociedad sin tener en cuenta consideraciones particulares y de hecho en la propia
sociedad israelí actual también hay rechazo ante actitudes y comportamientos de sus
autoridades que arrastran a todo el Estado implicando a toda la población.
Pero hemos ganado -todos, con el tipo de sociedad contemporánea en la que vivimos- que
se superaron los prejuicios que causaron en su momento aspectos diferenciales entre
cristianos y judíos ya superados por completo en su totalidad.
Bibliografía
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Nájera, 5 al 9 de agosto de 1991. Págs. 79-110. 1992.
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Universidad de Alicante.
https://alicante.academia.edu/%C3%81lvaroVS
Comentarios sobre las páginas 12 a 14 del libro de Peter Frankopan “Las nuevas
rutas de la seda. Presente y futuro del mundo. Editorial Planeta, Barcelona, 2019.
Debo aclarar inicialmente que el libro en cuestión lo encontré fácilmente en una biblioteca
de mi ciudad, Barcelona, y que lo leí en su integridad, aunque en estos comentarios me
referiré casi en su totalidad a las dos páginas que, posteriormente, se nos indicó que había
que comentar, en lugar del libro entero. Por ese motivo no tiene sentido seguir el guion
propuesto en el plan de actividades prácticas, ya que se refiere a otra cosa.
Sinceramente, me sorprendió mucho su lectura por cuanto en su conjunto me pareció más
un manual sobre geopolítica o geoeconomía que un libro sobre temas históricos. En
realidad, se trata de una llamada a Occidente en su conjunto advirtiendo de que el centro
de gravedad del comercio y la economía se ha estado trasladando hacia Asia en las últimas
décadas de forma que estará definitivamente instalado en ese continente a lo largo del
presente siglo.
Es una crítica también hacia las nuevas -en el sentido puramente temporal, porque
realmente no lo son- políticas de Occidente, desde Estados Unidos hasta Europa, que
pretenden en cierta medida continuar con una posición predominante en el mundo posición que apenas mantienen hoy en día- a costa de terceros países, que además
constituyen las economías denominadas emergentes, y que en opinión del Profesor
Frankopan -y personalmente comparto su criterio- conseguirán el predominio total en el
comercio internacional, hecho que les reportará consecuencias positivas para ellas al estar
en posiciones económicamente fuertes en un futuro no demasiado lejano.
Independientemente del contenido y contexto del libro en su conjunto, ciñéndome ahora
a las dos páginas objeto de análisis, el autor nos describe en tan breve espacio una serie
de métodos de investigación histórica que hace apenas cincuenta años eran prácticamente
impensables.
Al margen de fuentes escritas o tradicionales -que sin ninguna duda pueden ayudarnos
igualmente- nos habla de métodos de investigación por observación fotográfica desde
satélite que nos permiten, por ejemplo, intuir y también “ver” cómo era el paisaje en una
región de China en el siglo IV y que a su vez nos facilita ver el sistema de irrigación y
como consecuencia la forma en que se cultivaba en esa zona en concreto que refiere el
autor.
Otro ejemplo que propone Frankopan es el del mismo tipo de método, el satelital, más el
uso de drones, en zonas de Afganistán conflictivas actualmente por causa de la
inestabilidad provocada por el gobierno talibán, donde se pueden estudiar sin temor a
equivocarse rutas comerciales de cientos de años atrás que pueden dibujarnos un mapa
del recorrido de las antiguas rutas caravaneras del camino de la seda desde China hacia
Europa. Y digo sin temor a equivocación porque las fotografías aéreas satelitales son
datos objetivos que nos devuelven una imagen, que habrá que interpretar, pero
prácticamente exacta a la del momento de la antigüedad acerca de cómo era esa ruta.
Otra línea de investigación es el análisis de isótopos de carbono y nitrógeno en restos de
cadáveres de cientos de años de antigüedad. Ese análisis permite saber el tipo de
alimentación e incluso si la persona era sedentaria y vivía en el lugar del enterramiento o
si era alguien que era nómada y acompañaba en rutas comerciales, al inferir mediante esa
analítica sus hábitos alimentarios. En ese sentido también se sabe que estos últimos tenían
dietas más variadas.
Nos habla también de la genética y de la etnolingüística como métodos de investigación
histórica por cuanto los caravaneros dejaban rastros genéticos a lo largo de las rutas
comerciales asiáticas plantando según qué tipo de plantas a lo largo de sus rutas, es lo que
el autor denomina “corredores genéticos, tanto para seres humanos como para flora y
fauna”.
De la etnolingüística, en cuanto al uso del yidis como lengua segura para transacciones
comerciales en tiempos medievales, igual que actualmente se buscan lenguajes o
tecnologías informáticas seguras, tipo blockchain. En suma, Frankopan nos está
indicando que, con los medios tecnológicos existentes hoy en día, más las mejoras que
sin duda irán sucediéndose en ellos en el futuro inmediato, tenemos la posibilidad de
estudiar unos campos concretos, sea del momento histórico que sea, imposibles de
investigar hace apenas unas décadas.
Ni que decir tiene que eso no implica en absoluto renunciar a los métodos de investigación
más tradicionales, pero sí es cierto que abre una serie de posibilidades a nuevas temáticas
de investigación impensables hace pocos años. En nuestro caso, nos referimos a la Edad
Media, pero en realidad ese tipo de nuevos métodos sirve para cualquier período histórico.
En este sentido, recuerdo haber visto documentales de televisión donde la Profesora Sarah
Parcak, mediante el uso de satélites comerciales y de la NASA, localizaba posibles
lugares de interés arqueológico en sitios tan dispares como Egipto -con dataciones sobre
el 2500 a.C.- de Túnez, Rumanía o la misma Roma, en este último caso en relación con
la ciudad de Portus, en época del emperador Claudio.
Evidentemente sabíamos que en esa época el puerto de Ostia era prácticamente inservible
por acumulación de detritos para barcos de gran calado, por lo que se construyó un nuevo
puerto, Portus. Eso lo podemos saber por información de las fuentes escritas o por alguna
fuente epigráfica, pero encontrar la ubicación exacta era un problema, hasta que se pudo
detectar satelitalmente la localización exacta. Es sólo un ejemplo, que en este caso no
viene del Profesor Frankopan, pero que es explicativo en relación con los casos que él
menciona en esas páginas de su libro.
El libro en cuestión tiene como subtítulo “presente y futuro del mundo” y así es, no ya en
cuanto al contenido global de la publicación, al presentarnos un futuro con el centro de
gravedad de la economía -y del poder, en realidad- en Asia, sino que también nos muestra,
especialmente en esas dos páginas unos ejemplos del presente de los nuevos métodos de
investigación histórica y nos deja abierta la puerta a imaginar lo que nos puede deparar el
futuro en ese sentido, tanto en cuanto a métodos de investigación como en cuanto a temas
para investigar.
Y hay algo que no debe de pasar desapercibido. Si lo usual era acudir e investigar las
fuentes de forma física, hoy en día y mediante internet -o mediante esos satélites o drones-
podemos investigar esas fuentes físicas sin tener siquiera que desplazarnos. El libro ha
sido una lectura placentera, aunque insisto, en mi opinión más de geoeconomía que de
historia, pero interesante en el sentido de que son temas que estamos viviendo en el
presente, son temas actuales que vemos en los medios de comunicación a diario y que nos
demuestran que todo ha cambiado sin apenas darnos cuenta pero creo que de forma
irremediable.
Barcelona, 6 junio 2024
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