Días de periodista Agradezco a todas las personas que hicieron posible este libro. En especial, a mi madre y a mis hijos. Muchísimas gracias a mi amiga Marcela González, quien aceptó leer los borradores y escribir el prólogo. “Los escritores suelen ser poco más o menos que lectores que escriben. Y uno escribe sobre lo que ama, sobre lo que no sabe y quisiera enterarse, sobre lo que le gustaría leer. Juan Sasturain, Peripecias de un manuscrito Prólogo Tengo la suerte de darte la bienvenida en esta deliciosa colección de cuentos. El universo fantástico al que te invito es un paisaje ocurrente en el que habitan personajes que quieren ser escuchados. María Luz abraza las palabras que construyen cada relato con amorosa dedicación, entusiasmo y cierta camaradería con la que invita a los protagonistas de sus cuentos a acomodarse cerca de tu corazón. Ella es a través de sus escritos, la autora está entre las líneas y los latidos emocionados del personaje de Alba, o en la voz de la periodista Amalia o en la turista altruista que acompaña la mirada de Brigitte. Me hace especial ilusión escribir este prólogo, porque la leo desde que tenemos diez años. Cierro los ojos y la imagen del salón de su casa se presenta nítida y me permite observarnos sentadas en los sillones de pana beige y madera de almendro del salón de su casa. Puedo oír a nuestras madres conversando animadamente en la cocina de su casa y su voz de niña pronunciando cada palabra de un poema de su autoría con el semblante serio y la emoción de quien preside un ritual milenario. Dulce época que recuerdo con cierta nostalgia, la misma que probablemente se hermana con la de este ejemplar que tienes en tus manos. La nostalgia de las historias que estás a punto de leer. Mis recuerdos siempre la ven escritora, hasta en las situaciones más divertidas, siempre tenía un bolígrafo y una servilleta a mano, a falta de libreta o cuaderno. Ese amor por las letras, por darle corazón y alma a una historia, es María Luz y sin esa característica no sería ella. Esta serie de cuentos es una invitación al movimiento, a mirar la vida a través de sus ojos y, gracias a su generosidad, a conocer a cada personaje que vive en estas páginas modeladas por su talento creativo. Cada cuento tiene su marca personal, una forma inconfundible de narrar los hechos que hacen que uno se adentre en las complejidades de la historia como quien es perseguido por personajes que reclaman ser descubiertos y entregados al mundo. El lector se convierte en protagonista para seguir los hilos que se tejen en su prosa llena de significado y elocuencia. El género literario es muy proteico y su saber hacer como escritora lo condimenta con la dulzura de quien ama lo que hace y prepara cada receta con el amor macerado de las generaciones que la precedieron. La ficción le permite expresar su interior prolífico y extraordinario, donde juega la niña que fue con la mujer que es. Profesora entregada, comunicadora sagaz, creadora de leyendas hermanadas a sus otras facetas de madre, hija, amiga y amante. Vibrar con el corazón despojado tras la pérdida de Jimena, mirarse en el espejo de Micaela o recibir el consejo póstumo de J.L.B., es un regalo. Creo firmemente que la literatura recoloca el corazón, llena los pulmones de vida y si uno lo permite, nos da la clave de la felicidad. Me queda agradecer a mi querida amiga el regalo de formar parte de este libro y a ti que estas deseando conocer a quienes te esperan a la vuelta de esta página, buena lectura y salud. Marcela González Grilo A Orillas del Río Miño. Primavera del 2022 Nota de la autora En su obra “Los bordes de la ficción”, el filósofo Jacques Ranciére afirma que lo que diferencia a la ficción de la experiencia ordinaria no es una falta de realidad sino un aumento de la racionalidad, porque si bien la historia cuenta cómo las cosas se dan una tras otra en su particularidad, la ficción cuenta cómo las cosas pueden darse. En palabras más cercanas del escritor Mario Vargas Llosa, la realidad muchas veces está “mal hecha”, por eso existe la ficción, entre otras razones. No quise dejar de decir o de escribir, antes de presentar este libro, algunos de los postulados que me guiaron en la composición de estos cuentos; especialmente porque he trabajado mucho en estos años respecto a un tema tan importante como la responsabilidad en el arte. Los textos de esta antología han surgido de diversas experiencias, propias y ajenas, observadas, recopiladas y ficcionalizadas en los últimos tres años que lleva “Días de periodista” de escritura. El cuento “Los que fuimos a las islas” es la transcripción de entrevistas a veteranos de la Guerra de Malvinas, en la que he cambiado nombres y algunos otros datos para que resultara un texto literario, intentando lograr un homenaje y, a la vez, una alegoría con el tiempo presente por las dificultades que sufren hoy muchos jóvenes en el diario vivir. Boulogne sur Mer Hoy, en el aniversario del fallecimiento de uno de los máximos próceres de mi país, el general José de San Martín, aislada en la ciudad de Boulogne sur Mer, donde él vino a morir, comienzo el relato de mi historia intentando olvidar un poco toda la locura que nos está causando el covid-19. Lleve mi relato sus valores de unión y humildad porque es una de las razones por las que lo escribo. Podríamos decir que esta historia comenzó en noviembre del año pasado, aunque puede ser que haya comenzado mucho antes. En noviembre del año pasado una amiga de mi mamá me pidió que la acompañara a hacer un viaje; ese viaje que, para bien o para mal, me trajo hasta aquí. Muchas veces es extenuante jugar a pasado con las probabilidades; solo en la literatura puede valer tal pronóstico. Aída iba a viajar con su hija al viejo continente, como solemos nombrar a Europa en Argentina, pero Paula quedó embarazada y le dijo a su madre que no iba a realizar ese viaje. En Francia, las esperaba un matrimonio de parentesco lejano. Era un proyecto que venían organizando desde quince años atrás. El día anterior a que yo recibiera su invitación al itinerario por aquellas tierras galas, se me había ocurrido anotarme a través de un mail en un curso de cocina de una escuela de Bahía Blanca. Quería retomar mi carrera de chef tantas veces postergada. Para poder cursar, era condición trasladarme una vez por semana en el servicio de media distancia desde Coronel Pringles hasta Bahía Blanca. El 23 de noviembre al salir del trabajo, mientras volvía a casa con mi perra Brigitte, mi fiel compañera, reflexioné que el viaje no era algo tan extraordinario como podía haber imaginado en un primer momento: iríamos un mes a Francia, a casa de unos parientes de una amiga de mi mamá y podría estar descansando como yo quería de tanto trabajo y obligaciones por el lapso de treinta jornadas gratificantes, tiempo en el que conocería lugares, personas, recorrería paisajes turísticos excepcionales y traería conmigo de aquel viaje algunos nuevos conocimientos de otra cultura. Por su parte, Aída estaba más entusiasmada que yo y me animó enérgicamente a que viajáramos juntas. Que nos iría bien y que ningún disgusto nos ocurriría, puesto que tanto ella como yo, como la familia que nos recibiría teníamos cifradas esperanzas en que no solo viviríamos momentos inolvidables, sino que el viaje sería beneficioso para toda la humanidad, me aseguró. “Beneficioso para toda la humanidad” me pareció una frase demasiado ambiciosa, pese a que si hubiera sabido los hechos que ocurrirían después hubiera afirmado en aquel mismo instante que en nada se equivocaba. O en casi nada. “¡Imaginate, Brigitte! ¡Boulogne sur Mer!”, le dije a Brigitte. “¿Vamos?”, le pregunté. Vivíamos juntas desde el año 2016 y quería que viajara conmigo. Cuando me regalaron a Brigitte recuerdo que me sentí muy feliz porque había terminado una relación sentimental que después de muchas peleas me había sumido en una edulcorada tristeza y yo no era así. Mi carácter no era así. Tenía que reencontrarme conmigo y Brigitte me ayudó. Había pasado meses muy tristes, sin querer salir de mi casa. Este encierro en un país donde soy extranjera me cansa a veces casi tanto como aquel, pero las cosas en Francia son diferentes. Yo soy diferente, nada es en vano. La raza de Brigitte es pastor alemán línea de trabajo, ella es color sable y se destaca por sus ganas de aprender, de entrenar y de actuar en terreno. Me hace reír cuando me acompaña al baño y quiere que la perfume. Se ve que también desde que era cachorrita quería que le pintara las uñas, pero eso no se puede. Un día con su mirada parecía que me decía “hay gente que lo hace”. “Pero es una estupidez Brigitte”, le contestaba a su vez con mi mirada. “Y lo sabés muy bien”. Me entendía a la perfección. Comencé a entrenarla estudiando unas cuantas cosas a nivel personal y tomando clases virtuales con adiestradores de perros. Necesitaba objetivos y una rutina de actividades, buena alimentación y los cuidados necesarios para su salud. “¡Vamos, Brigitte! ¡Estaremos bien!”, la alenté. Ahora que he comenzado a escribir este relato me doy cuenta de que debo escribir éticamente. No puedo explicar una receta de cocina, por ejemplo, y comenzar a mentir porque saldría cualquier cosa. Recién he preparado un lemon pie con la receta que mi maestra me enseñó en la escuela de mi querido Coronel Pringles y cocinando me he acordado de esa mujer tan extraordinaria. Su hija había muerto en un incendio y yo me parecía físicamente un poco a Jimena, me había dicho un día. Si alguna vez escriben un libro de recetas fíjense bien lo que van a poner, nos decía; pero hasta ahora nunca he tenido esa paciencia de escribir una obra. Me gustaría, claro que sí; aunque nunca se me hubiera ocurrido sentarme horas frente al teclado si no hubiera sido porque este confinamiento me ha dejado varada aquí, en Boulogne sur Mer. Ser extranjera se siente un poco extraño, en algunos momentos sentís mucha tristeza, pero en estos meses he aprendido a reconocer que acordarme de personas que me hacen bien, que son o han sido ejemplos para mí, viene a salvarme. Lo mismo que dedicar más horas a mis hobbies favoritos. Jimena una sola vez se animó a contarme del día en que tuvo que ir a reconocer el cuerpo calcinado de su hija. El corazón se le estrujó después, me dijo. En ese momento las convulsiones las sintió en su estómago, en su cuerpo de mujer anciana, pero inquebrantable. Hacer cosas como ella las hacía me ayuda. Cocinar como me enseñó Jimena es como tenerla un poquito conmigo. Como llevo muchas horas de soledad me he dedicado a investigar algunos datos de la etapa final de San Martín. Si bien media una terrible distancia entre lo que a él le sucedió y lo que me sucede a mí, los voy a explicar porque encuentro algunas similitudes entre ambas experiencias. Estoy en Francia y tanto él como yo hicimos nuestro paso por París, la capital de las luces. San Martín no tuvo la oportunidad de conocer la Torre Eiffel, construida en el año 1889; en mi caso, cuando debí hacer el transbordo de aviones del contingente con el que viajaba, pude apreciar la magnífica obra. Con motivo de la Exposición Universal de 1889, fecha que marcaba el centenario de la Revolución Francesa, se publicó un gran concurso en el Boletín Oficial francés. Las primeras excavaciones se realizaron el día 26 enero 1887. El día 31 de marzo de 1889 finalizó la construcción de la torre en un tiempo récord (2 años, 2 meses y 5 días), lo cual se consideró una auténtica hazaña técnica. Solo se necesitaron cinco meses para construir los cimientos y veintiún meses para ensamblar la parte metálica de la torre. Es una velocidad récord, si se tienen en cuenta los medios rudimentarios de la época. El montaje de la torre es una maravilla de precisión, como reconocieron todos los cronistas de aquel siglo. Gustave Eiffel fue condecorado con la Legión de Honor en la estrecha plataforma de la cima. El periodista Émile Goudeau visitó la obra a principios de 1889 y describió el espectáculo. s" Una nube espesa de alquitrán y de hulla se nos metía en la garganta, mientras un ensordecedor ruido de metal rugía bajo el martillo. Todavía trabajaban en los bulones: unos obreros, encaramados a un saliente de unos pocos centímetros, se turnaban para golpear los bulones (en realidad eran remaches) con sus mazas de hierro. Uno podría haberlos tomado por herreros tranquilamente ocupados en golpear con ritmo sobre un yunque, en alguna forja de pueblo, salvo porque estos herreros no golpeaban de arriba abajo, verticalmente, sino de forma horizontal y como con cada golpe se desprendían chispas, estos hombres negros, agrandados por el fondo del cielo abierto, parecían estar recogiendo relámpagos en las nubes." de hierro. Uno Luego de su renunciamiento en el Perú y de regreso en Buenos Aires, San Martín decidió emprender un exilio voluntario. A bordo del navío “Le Bayonnais”, sin más compañía que su hija Mercedes, se embarcó con destino a Francia el 10 de febrero de 1824. Después de dos largos meses de viaje, arribaron a Londres donde residían algunos amigos. Entre ellos, Lord Macduff, que lo había ayudado a salir de España en 1812 y con quien había continuado el contacto a través de afectuosas cartas. Entre los amigos americanos se encontró con Agustín Iturbe, expulsado de México tras el intento de gobierno imperial; con García del Río, su ministro en el Perú y su primer biógrafo; con el Doctor Paroissien, médico del Regimiento de Granaderos, y con Álvarez Condarco, a quien San Martín y O´ Higgins le habían confiado algunas partidas de dinero de sus sueldos para que depositara en Europa. José Francisco se abastecía con ese dinero para su subsistencia en el viejo continente, pero se encontró con que buena parte de lo que él tenía ahorrado había desaparecido en manos de algunos amigos que lo habían perdido en malas inversiones en la Bolsa. A fines de 1824 se dirigió a Bruselas y fijó su residencia en una zona alejada de la ciudad, colocando a su hija en un pensionado de señoritas. Su vida era de una sencillez que llegaba casi a la privación en lo más elemental del confort. Solo contaba con los dos años de pensión que el gobierno de Perú le había otorgado. El 3 de febrero de 1825, en carta dirigida a O´Higgins comentó sus dos principales anhelos: la educación de su hija y volver a Mendoza para concluir sus días allí. Le dijo: “Lo barato del país y la libertad que se disfruta me han decidido a fijar mi residencia. Habré de regresar a América para meterme y concluir mis días en una chacra, separado de todo lo que sea mi cargo público y si es posible de la sociedad de los hombres”. La enfermedad que lo había aquejado desde siempre, la artritis reumatoidea, se agravaba debido a las malas condiciones de vida por las que atravesaba. En carta a sus amigos, les contó que vivía en una casa vieja con goteras y mucha humedad. En enero de 1828 resolvió viajar a Aixla-Chapelle para aliviar sus dolencias con aguas termales. Por entonces, proyectó regresar a su patria y con nombre José Matorral, se embarcó en el vapor Conttes of Chicheter con destino a Buenos Aires. Fondeado el buque frente a las costas de Buenos Aires, recibió noticias de problemas internos existentes en las Provincias Unidas y de las disputas entre los miembros del partido unitario y federal. Escribió al General José Díaz Vélez diciéndole que en vista del estado en que se encontraba su país y, por otra parte, no perteneciendo ni debiendo pertenecer a ninguno de los dos partidos en cuestión, resolvió pasar a Montevideo desde cuyo punto dirigiría sus votos por el pronto restablecimiento de la concordia. Así su exilio se transformó en definitivo. Desde los cincuenta y dos años hasta su muerte vivió en Francia. Llegado de nuevo a París, alquiló una casa sobre la Rue de Provence. Transcurría la década de 1830 y Europa vivía una época precursora de grandes movimientos que se sucederían hacia 1848. Aún las monarquías absolutas, reunidas en la Santa Alianza, luchaban contra el liberalismo político. Durante este período, San Martín se reencontró con un viejo compañero de armas español, que estaba en muy buena posición económica y que respaldó moral y económicamente al Libertador. Se trataba de Alejandro Aguado y Ramírez que llevaba el título de Marqués de las Marismas de Guadalquivir y que dedicado a la actividad bancaria, había realizado una enorme fortuna. Por aquel tiempo, su hija Mercedes iniciaba su noviazgo con el joven Mariano Balcarce, colaborador de San Martín. 1832 fue un año muy difícil ya que padre e hija fueron atacados por el cólera, epidemia que hizo estragos en Europa. A fines de ese mismo año, su única hija contrajo matrimonio y viajó a Buenos Aires en compañía de su esposo. San Martín quedó solo en su casa de Grand Boung en las afueras de París esperando noticias del Plata. El casamiento de su hija con Balcarce también le había aliviado las preocupaciones económicas. Posiblemente su yerno había logrado liquidar algunas de las propiedades que San Martín tenía en Buenos Aires o en Mendoza. Por eso pudo dedicarse al cuidado del jardín en que –según el relato de visitantes- cultivaba diferentes variedades de rosas, paseaba a caballo por las tardes y leía. Además, cuidaba personalmente de sus prendas de vestir y tenía para ello un costurero provisto de agujas, hilos y botones. Su plato favorito era el asado y su bebida predilecta, el mate. Tuvo una inmensa alegría cuando se enteró del nacimiento de su nieta Mercedes. Pudo comprar dos propiedades en Francia: su casa de Grand Bourg y otra en París, en un barrio aristocrático donde también vivió su amigo el Marqués de las Marismas de Guadalquivir. Vivió en París y pasó los veranos en Grand Bourg hasta que a comienzos de 1848 estalló en la capital francesa el movimiento revolucionario que instauró la Segunda República. Ante el ambiente revolucionario decidió instalarse con su familia temporalmente en la ciudad portuaria de Boulogne sur Mer. Allí cultivó la amistad de Alfred Gerard, dueño de la casa que habitaba, y conversó en sus largas caminatas con los pescadores y la gente del pueblo. En Boulogne sur Mer, lo encontró la muerte. Regresando a mi experiencia en Boulogne sur Mer, lo cierto es que en este edificio en que tengo vecinos franceses he notado que todos los días realizan una propuesta favorecedora del lugar mediante un grupo de WhatsApp, del que me han invitado a participar hace unos días. “Le confinement est terrible”, se llama. Me pareció muy gracioso el título. Sé poco del idioma del amor, pero con la tecnología es fácil avanzar. La otra mañana caminaba hacia una tienda para comprar los productos que me habían pedido en el curso de jabones en el que me anoté durante mi residencia aquí, cuando al levantar un poco la vista para observar el cielo, leí un pasacalle que decía pour un monde plus féministe. Hay muchos motivos por los que no milito en el feminismo, pero creo que el pasacalle no se equivoca, considerando que, si hasta ahora el mundo ha sido dirigido mayoritariamente por los hombres y estamos viviendo con tantos problemas, creo que una sociedad donde las mujeres guiáramos más con nuestras ideas, nuestro modo de hacer y ver las cosas el mundo podría llegar a ser un lugar más sustentable. Me agaché un poquito a hablarle a mi perrita que caminaba junto a mí y le dije al oído: “Mirá, Brigitte, ahí dice le confinement est terrible. ¿Qué te parece la frase?”. Brigitte mi miraba. “Continuemos caminando”, le dije mediante una indicación gestual que había aprendido con los instructores. Llegamos pronto a la tienda a la que debía ir para comprar los aceites, mantecas, aromatizantes y el resto de los insumos solicitados para hacer el curso online por plataforma Google Meet. El taller me otorgaba certificado de asistencia y me enseñaba, entre otras cosas, a usar la calculadora para formular mis propias recetas de jabones, que podían ser para pies, medicinales, etc. La realización del taller, considerando la situación de confinamiento en que me encontraba, era muy útil porque mantendría mi mente entretenida hasta que pudiera regresar a mi país, y esto no solo porque aquí en Francia aún existen las restricciones por el covid19, sino porque además, el dinero con el que había viajado era un riesgo que debía evaluar muy bien para tomar cualquier decisión. Aída se había alojado en la casa de sus amigos, pero, a último momento, yo no había tenido lugar en aquella mansión porque la habitación que habían reservado para mí fue ocupada por una amiga de la dueña unos días antes de que Aída y yo llegáramos. No quería impacientarme, mi trabajo de detective e investigadora me había dado facultades para poder seguir adelante a pesar de los contratiempos. “Son los momentos en que tenés que tener cintura”, me dije riéndome, parafraseando a los directores técnicos. En verdad me hubiera parecido más adecuado que me hubieran recibido en la casa y que, en todo caso, hubiera sido Paul, el esposo de la amiga de Aída, quien se hubiera ido por unos días a rentar el apart hotel. No obstante, como nadie promovió una idea así, opté por callar y seguir la alternativa que me ofrecieron al recomendarme este lugar en el que, gracias a Dios, me siento muy bien. La gente es muy amable y divertida en el edificio; va más a tono con mi carácter, con mi filosofía de vida. Como escribió el otro día un señor en el grupo sont temps eschatologiques, pourquoi nous allons nous battre. Van pasando los días y aunque añoro un poco a mi país, no tanto. He conocido gente muy importante aquí. Me han tratado con mucho cariño y respeto. En Argentina, cuando supe que iba a viajar, inicié un curso virtual estupendo para mejorar mis conocimientos del idioma francés, sin embargo, como el costo era en dólares y mi país ya se encontraba atravesando una situación económica deplorable tuve que abandonar. Seguramente hubiera podido aprender mucho más. Podría anotarme aquí, pero tampoco tengo plata. He de decir algo con respecto a lo que significa estudiar un idioma. Es algo espectacular. Es más, creo que aquel impulso inicial de las clases online con asistencia pedagógica, videos divertidos y ejercicios interactivos de gramática y pronunciación han generado un vuelco en mí. Porque quién sabe, nadie lo sabe a ciencia cierta, no estaría escribiendo tanto como ahora se me ha dado por escribir, si aquel curso no hubiera vuelto a recuperar mi amor por los idiomas. Al menos por el estudio de una segunda lengua, que para mí ha venido a ser el francés; mi profesor se llamaba Victor. Es verdad que al idioma francés se lo conoce como el idioma del amor porque, como dicen, su sensualidad radica en que es romántico, armónico y profundo, pero yo me preguntaba si todo aquello sería real. Mi tristeza del pasado me impedía muchas veces disfrutar los buenos momentos. En realidad, establecida en Francia me doy cuenta de que de a poquito he comenzado a recuperarme en poder sentir paz, poder estar alegre, sentirme bien. La soledad y el aislamiento no están representándome ya un desamparo, no. Más bien la soledad y el aislamiento, sin miedo al afuera, vienen a ser mi paz. En un principio, había creído que hubiera sido mejor alojarme con Aída en la casa de Marcel y Allisse, aunque ahora sé que hubiera sido peor. En esa casa se han estado desarrollando como en una olla a vapor, a punto de explotar digamos, acciones misóginas y misándricas que no sabemos bien ni adónde han de llevar a esa pobre gente. No es que yo me lave las manos de decir “no tengo ningún prejuicio”, “no discrimino a nadie”, “soy beata e inmaculada”. ¡No! Pero no soy dañina, no me gusta lastimar a la gente, tampoco voy a lastimarme a mí, por eso es que pienso que tantas veces me favorece la soledad. (Un día de mi diario en Boulogne sur Mer). Días de periodista Amalia se levantó resfriada esa mañana. Fue hasta el baño, abrió la ducha y expuso su cuerpo a la suavidad del agua tibia. Demoró por varios minutos su estadía bajo el agua porque se dio cuenta de que aquel simple suceso le causaba un especial placer. Luego, abrigada por una toalla suave con la que envolvió todo su cuerpo, se dirigió a la habitación, donde buscó una blusa prelavada y unos pantalones nuevos, o, al menos, que hubiera comprado en el último mes. Pensó que unos pantalones marrones de gabardina con un pullover blanco le quedarían bien. En el diario le habían propuesto que realizara una nota en Río Turbio por una mina carbonífera que estaba en peligro. Había habido levantamientos, represión y un movimiento de mujeres autoconvocadas solidarizándose activamente contra el cierre de esa fuente laboral que daba vida a ciudades olvidadas del sur. Llamó el ascensor y descendió los tres pisos para salir del edificio. Respiró en la calle el aire frío de una mañana soleada mientras se dirigía a un bar que estaba a unas pocas cuadras de allí porque sabía que vendían pasajes. Sacudió un poco las botas de gamuza marrón que se había olvidado de repasar y en aquel bar compró el boleto que la llevaría al sur. Se había independizado del trabajo cotidiano en la redacción del periódico de modo que trabajaba como periodista independiente generando notas que el público buscaba o necesitaba conocer sobre temas que a ella le gustaba investigar. Esa tarde viajaría. Volvió al departamento y preparó una valija con bastante ropa de abrigo, un bolso de mano y una mochila, donde guardó varios libros. Aunque a último momento observó que la mochila no tenía que pesarle tanto y con la intención de hacer lugar para su estuche de cosméticos optó por pasar algunos libros a una bolsa de reciclaje que le habían regalado en una campaña ecologista. En el bolso de mano había preparado la documentación importante, el dinero y las tarjetas, su agenda, su cartuchera de útiles escolares y la novela que estaba leyendo, además de otra especie de monedero gigante donde separó una base de maquillaje, rubor, un set con sombras y el perfume con vaporizador. En el libro había guardado las fotografías de sus abuelas inmigrantes. Siempre la acompañaban las fotos de Balbina y Emilia, esas mujeres que habían llegado a la Argentina en busca de un futuro más venturoso en el año 1938. En Río Turbio, Amalia se alojó en un pequeño hotel ubicado en la calle central. Cenó en el salón del hotel, luego subió a su habitación, se bañó y se acostó a dormir. Al día siguiente tenía concertada una entrevista con la subgerenta de recursos humanos de YCRT. Al apoyar su cabeza en la almohada, empezó a pensar en todas las cosas que le causaban alegría o bienestar. Esa reflexión la tranquilizó, lo mismo que la voz de su abuela, a quien creyó escuchar cuando, antes de dejar que el sueño la ganara por completo, buscó en su bolso de mano, ubicado en una silla al costado de su cama, el libro en el que había guardado las fotografías. Esa noche pensó en Balbina, en realidad su tía abuela, quien había acompañado sin titubeos la suerte de su abuelo Gabriel, desde que tanto él como ella quedaron viudos y decidieron emigrar a la Argentina. La trajo a su mente con tanta nitidez que le pareció que las dos estaban sentadas en la mesa de la cocina de la casa de su abuela y la escuchaba contarle la hazaña de cuando lograron cosechar en Canning una papa cuyo peso era de 1.220 gramos, obtenida de papas para semilla trozadas de la zona de Mar del Plata. Le contaba siempre su abuela que aquella nota había salido en el diario de la mañana, con una fotografía donde se comparaba el tamaño de la papa con un huevo de gallina. Despertó Amalia y observó por la ventana que ya había amanecido, pero el frío no le sentaba bien, de modo que se vistió con ropa de abrigo y bajó en seguida a desayunar. El salón desayunador del hotel parecía un sitio fantasmal. Encontró a un hombre leyendo el diario. Se arrepintió de haber viajado en esa fecha, en septiembre. Debería haber esperado hasta diciembre, hasta el 4 de diciembre, la única fecha en que permiten el ingreso de mujeres a la mina. Solo el día de Santa Bárbara, cree la gente del lugar, que el ingreso de mujeres no trae mala suerte en la mina. Creen que el ingreso de mujeres a los túneles el resto de los días del año puede provocar derrumbes u otras tragedias peores. Por aquellos días, comenzó a entrevistar a distintos pobladores del lugar vinculados con el conflicto. Se relacionó con gente que hablaba de un modo tan diferente al de ella que por un momento llegó a figurarse que comprenderlos sería imposible. Secos de palabras, decían apenas lo que podían. Ella se preguntaba si era que no tenían las palabras o que no querían hablarlas. Era difícil hacer las entrevistas así, desde el silencio. Por eso tuvo que desarrollar un método diferente de comunicación. Empezó a buscar respuestas en los tonos de voz y hasta en las miradas. O en la posición de los cuerpos. Entrevistó a una mujer robusta doblada por los años, a un joven delgado sostenido por su traje de minero, a varios trabajadores que parpadeaban en lapsos de dos segundos como si estuvieran recibiendo el polvo por debajo de sus cascos. Inclusive la forma de caminar de niños y ancianos llegó a producirle una impresión tal que pensó que estaba caminando ella misma en un pueblo fantasma como el de aquellas películas del lejano oeste en las que un vaquero llega a uno de esos pueblos desolados donde el viento hace girar esferas de ramas y pasto seco por calles solitarias a plena luz del sol. Con los años recordaría que fue en una de aquellas tardes en que huyó al hotel y comenzó a escribir relatos de personajes, pero no ya en un estilo periodístico sino literario. Empezó a descubrir que su vida se llenaba de personajes. Las entrevistas le servían, sí. Para el trabajo, para la gente. Para la trayectoria. Pero el periodismo le exigía vértigo, inmediatez; en cambio, como escritora sentía que las palabras fluían en un tiempo calmo y las historias reales y fingidas venían a organizarse en su mente por horas. Fue así que Amalia se propuso escribir todas las veces que pudiera, llevando la computadora al lugar que fuera, y cuando no podía escribir pensaba las historias, las historias de la gente. Se asustó un poco al principio cuando empezó a escribir literatura razonando que quizá podía quedar abstraída en un mundo irreal que la alejaría de la realidad. No obstante, enseguida se dio cuenta de que no era así. Pensando esto, Amalia se entusiasmaba con su primer cuento surgido en el silencio de su habitación. Habían pasado cuatro días de la semana que tenía para estar en el pueblo y, aunque tenía grabada la entrevista que le había realizado a la subgerenta de los yacimientos, no la había reescrito y debía enviarla a su editor al día siguiente, junto con otros testimonios que podría agregar en unos días más en una nota de investigación. Luego de redactar una introducción, comenzó a desglosar la entrevista intercalando las preguntas razonables para un trabajo periodístico y se fue a dormir. Al día siguiente corregiría el texto y lo enviaría por mail. Lo que descubrió en los días que vivió en Río Turbio fue que el problema de trabajo en la mina carbonífera se resolvería en forma parcial, porque varios trabajadores quedarían sin empleo y otros tendrían que emigrar a pueblos vecinos o conseguir empleos en otras ciudades y abandonar a sus familias durante la semana. El hombre del diario siguió allí todas las mañanas, pero ni una palabra intercambiaron. Lo que descubrió para sí, eso fue lo más valioso de aquel viaje. Descubrió una vocación que la llevaría hasta el día en que ni sus manos pudieran escribir ni su mente pudiera dictar una historia más. Escribir, siempre escribir. Amalia buscó en una de sus carpetas de notas sueltas un artículo que se llamaba “Escritores” y guardó la hoja entre las mismas páginas de la novela en que tenía las fotografías de sus abuelas. Quería releer ese texto que había escrito hace tiempo, en el viaje de regreso a Buenos Aires. En los tres días siguientes, completó su trabajo de la mina en Río Turbio y, luego de haberse puesto en contacto con su jefe de redacción, decidió viajar al próximo lugar que la aguardaba luego de descansar el fin de semana. Ahora tenía que viajar a Pérez Millán, una localidad cercana a Ramallo, en la provincia de Buenos Aires. Un frigorífico cerraba y estaba por dejar sin empleo a mil trabajadores. La esquina de los caracoles A Ramón Castelli le faltaban un mes y cuatro días para cerrar su negocio cuando se enteró al encender el televisor de la cocina de su casa que dos nenes de seis años habían muerto ahogados en el mar de Aguas Verdes. Esa misma tarde en que se enteró de la noticia, llamó a Laura para pedirle que fuera entrando todos los caracoles que tenía apostados en la vereda y hasta en la calle de su puesto de ventas. A ella, su mejor vecina y asistente del negocio, le dejó las llaves para que pudiera cerrar la puerta cuando terminara de guardar cada una de las piezas de esa enorme mampostería de caracoles que él día tras día sacaba a la calle para poner en exhibición de los turistas que pasaban por el lugar y compraban en muchos casos movidos más por lo exótico de las artesanías que por la estética. Ramón Castelli se había vestido esa mañana con unas bermudas negras, zapatillas nuevas sobre unos zoquetes de toalla blancos y una camisa de manga corta de color gris con unos botones negros que le había mandado a coser a Laura un día en que, enojado porque le habían pagado con billetes falsos, se quitó la camisa haciendo saltar todos los botones que traía. Para que no le sucediera lo mismo con otros billetes desistió de ponerle a la camisa los mismos botones blancos que traía de origen y le pidió a su vecina que le cosiera unos botones, pero que buscara otros que fueran de otro color. Laura fue a su casa con la camisa de Ramón y le cosió seis botones negros que encontró en el costurero que había heredado de su madre y enseguida se la llevó de vuelta, protestándole que por unos pocos pesos que le pagaba por ayudarlo en el negocio, ella no iba a hacer ninguna otra actividad más que no fuera estrictamente ayudarlo con los caracoles. Aquel día, en que le faltaban un mes y cuatro días para cerrar el negocio, sin cambiarse de ropa Ramón salió rumbo al hospital donde los nenes habían sido internados, aunque tal como escuchó en las noticias el médico del hospital aseguró que habían llegado sin signos vitales por más que en la ambulancia les hubieran practicado tareas de resucitación. Se impresionó con la noticia porque no podía creer lo sucedido considerando que en Aguas Verdes nunca había ocurrido una desgracia así, pero supo después por diferentes diálogos que estableció con vecinos y turistas que los padres habían dejado a los chicos solos en el mar desconociendo los riesgos de bañarse entre olas. Se preguntó a sí mismo por qué se había perdido esa grandiosa práctica que él desde pequeño había ejercido en compañía de su abuelo, de juntar caracoles en la playa, ponerlos en un balde o en un colador de plástico y lavarlos a la orilla del mar; luego clasificarlos por tamaño, por color, por forma, separar algunos para hacer pulseras o collares, otros para decorar portarretratos y los más grandes para escuchar el sonido del mar apoyándolos en la oreja como un teléfono. Esa tarde en que le faltaban un mes y cuatro días para cerrar su negocio, Ramón llegó al hospital donde observó un movimiento inusual para el lugar. Había una camioneta de la policía y otra de un canal de televisión. Se detuvo unos minutos para hablar con otros vecinos y luego volvió a su casa para cenar y dormir. A la mañana siguiente creyó que ya había transcurrido para él el tiempo suficiente de vida en un lugar alejado de la capital, que aún podía con sesenta años volver a su departamento que desde hacía tres lustros tenía alquilado en Buenos Aires, cuando por un desengaño amoroso renunció a su trabajo en la oficina y se vino a vivir a la casa de su abuelo que estaba muy enfermo. Unas semanas después de que Ramón llegara a Aguas Verdes su abuelo había fallecido a la edad de noventa años y él lo había acompañado sentado al borde de su cama, tomándole la mano como cuando caminaban por la playa juntando caracoles. Ahora Ramón había quedado tan impresionado con la trágica noticia de la tarde anterior que a la mañana siguiente no tuvo más que ponerse a desayunar y comprender que su tiempo en aquella playa tenía un plazo. El primero de marzo se vencía el contrato de alquiler del departamento que tenía rentado en Buenos Aires, el primero de marzo él estaría viviendo de vuelta en la capital. Posiblemente Laura viajara con él, si ella quería. Esa mañana, después de desayunar no abrió el negocio, sino que comenzó a desarmar una por una todas las artesanías realizadas con caracoles. Sin ordenarlos mucho, fue poniendo los moluscos en bolsas que día a día fue llevando a la playa y de un modo discreto fue esparciéndolos para que quedaran devueltos a su naturaleza. Durante un mes y tres días esparció todos los caracoles de su negocio por kilómetros y kilómetros de playa que en Aguas Verdes se extendían frente al Mar Argentino y el primero de marzo tomó el micro que lo llevaría de regreso a la capital. Por Jujuy El cielo estaba opaco en la lejanía. El fulgor de las experiencias que habíamos transitado en toda la jornada vibraba en nuestros corazones, como si el ir y venir de un lado al otro, de una visita a la otra, de un paisaje al otro subiera ardiendo por nuestras piernas para alojarse más que en el cerebro, en el ritmo del corazón. El viaje a Jujuy nos había agotado. Pero ya llevábamos dos días instalados en la capital y, aunque varios pobladores nos habían comentado que tuviéramos cuidado con que no nos faltara el aire para respirar, los pulmones se habían adaptado. Mi temor empezó a crecer esa noche, después de tantos trastornos, porque me cuesta adaptarme a los lugares nuevos. Soy de llegar y adaptarme repentinamente, mas luego del transcurso de dos o tres días me empieza a invadir una dificultad extraña para empatizar con los cambios. Sin embargo, esa noche recordé con precisión una escena vivida durante el día. Veníamos a lomo de burro, bajando de un cerro cuando en la ruta desierta nos cruzamos con Ramona. Le preguntamos dónde encontrábamos la indicación para retomar el camino viejo, el que nos llevaría a la parada. Allí el micro nos aguardaba a Renato, a mí y a todo el grupo de turistas. - Yi les voy a decir por dónde seguir, pero han de saber una cosa –dijo ella-. A partir de esta noche, para quienes visiten la iglesia catedral y lo pidan de corazón por el transcurso de siete días, Nuestra Señora ha de concederles un milagro. - ¿Nuestra Señora? ¿Cuál Señora, Ramona? –le pregunté. - Nuestra Señora del Rosario de Paypaya, señora –me respondió. Renato carraspeó. - ¡Ramona, esa iglesia lleva la advocación de San Salvador! -dijo él. ¡San Salvador de Jujuy ! –agregó. - Sí, pero la que hace los milagros es la Señora –confirmó ella. Todos nos reímos un poco y saludándola decidimos seguir andando. No sé muy bien qué pensamientos se cruzaron en la mente de los demás, pero a mí la garantía de obtener un milagro para mi vida me alentó no solo el cuerpo que traía maltratado por algunos dolores, sino también el alma maltratada de desamor. Estaba terminando de bañarme y prontamente me iba a vestir para bajar al salón del hotel en el que nos servían la cena. Tampoco pensé tanto en qué ropa ponerme, después de todo, la gente andaba bastante sencilla en el hotel. Inclusive el grupo con el que viajábamos era sencillo en general, salvo por un matrimonio joven algo engreídos y dos abogadas jubiladas que eran bastante insoportables. En el pueblo, o capital, también se observaban distintas fisonomías, que por lo menos pudieran intuirse por la vestimenta. Podría decirse de un modo algo taxativo que se veían tres grupos: el pueblo, la oligarquía en un sentido amplio, y el grupo surtido en profesiones y modo de sentir de la clase media, con comerciantes, profesionales y otros oficios y profesiones. Es que cuando viajo, cuando vivo, me encanta observar a la gente y descubrir quiénes son, aunque esos descubrimientos después me salen caro, porque tengo que pagar con mi sangre el peso de algunos sentimientos. Mientras me vestía con un jean y una remera y buscaba las zapatillas, no podía olvidarme de las palabras de Ramona… Yi les voy a decir por dónde seguir, pero han de saber una cosa…a partir de esta noche, para quienes visiten la iglesia catedral y lo pidan de corazón por el transcurso de siete días, la Virgen ha de concederles un milagro… … Cuando todos estaban cenando, decidí levantarme de la mesa y salí sin que casi nadie se diera cuenta para dirigirme a la iglesia catedral. La noche parecía tranquila. Me acompañaba la luna. Pero no era la misma luna de siempre, aquella que otras veces me había acompañado a Tucumán, no. Era una luna distinta. Acendrada de dolor. Taciturna de emociones. Caminaba yo y la luna venía conmigo, iluminándome, como si un dios le dictara el camino. Llegué a la iglesia y encontré la puerta cerrada, pero la cadena tenía el candado abierto, entonces descorrí los portones y entré al templo por una puerta lateral, ubicada a la derecha. Cuando la vi, sentí que empezaba a llorar y me arrodillé frente a la imagen de la Virgen para pedirle el milagro. Quería pedir por mí y también por los demás. Por Renato, por mis hijos, por el pueblo: como una presencia en el corazón sentí que la Virgen me decía que esta vez tenía que pedir sólo por mí. Hablá con Ramona, me dijo, ella va a saber cómo orientarte. Hablá con Ramona…hablá con Ramona… Salí del lugar tan conmovida que me costaba pensar. Saber por dónde tenía que regresar, pero entonces recordé las palabras de Lisandro … las aves saben el camino de regreso porque siguen a otras aves… las golondrinas regresan estacionalmente a sus lugares de procedencia… Pensé en cuál era el lugar en que me sentía protegida y regresé al hotel para comer algo, bañarme y dormir. Encontré la confitería abierta y pedí un té y una porción de torta. Después subí a la habitación. Renato roncaba. Me acosté. Al día siguiente me uniría a las excursiones programadas y seguiría los pasos de los guías, tratando de aprovechar el viaje y aprender lo que me fuera posible. Hablaría con Ramona, si podía. … Durante la mañana, el guía nos explicaba con ferviente ardor la epopeya del éxodo jujeño mientras todos nosotros subíamos, esta vez caminando, el sendero de una montaña que nos conduciría hasta una explanada cercana, donde estaba el mirador. Todo el Ejército del Norte, bajo las órdenes del General Don Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, cruzó la cordillera para dejarle devastada la tierra a los españoles, otro sacrificio más de Don Manuel Belgrano, vencedor de las batallas de Salta y Tucumán, creador de nuestra insignia nacional que enarbolara por primera vez el 27 de febrero de 1812 y cuya bendición llegaría el…en nuestra Iglesia catedral, Don Manuel Belgrano, abogado, periodista y defensor de la educación, hombre fiel a sus principios, vocal de la Primera Junta, emancipador americano, ¡héroe de la Patria! - ¡Derrotado en la campaña al Paraguay! –gritó alguien del grupo. - Derrotado, mas no vencido… -agregó una de las abogadas, con quien me congracié, un poco a mi disgusto, a partir de ese momento. Cuando llegamos al descanso, abrimos las mochilas que la mayoría llevábamos y comimos y bebimos algo. Hacía calor. Faltaban seis días para el 31 de octubre, la fiesta de la Paypaya. Ahí caí en la cuenta de que el viaje terminaba el 29, por lo que en todo el camino de regreso estuve pensando en cómo hacer para poder quedarme. Además, al pie de la montaña me había encontrado con la hija de Ramona, quien me ofreció unas botellas de agua congelada que vendía a $ 100, y le compramos una. Me dijo que después de la hora de la siesta su mamá iba a estar en la feria artesanal de la plaza, en un puesto de piedras medicinales y maderas talladas. Le confirmé que iría, pues teníamos la tarde libre. Pensaba comprarme aritos y pulseras para regalar. Esa noche fui a rezar. … Al día siguiente, nos tocaba la visita a la Iglesia catedral. El guía jujeño seguía siendo el mismo, enérgico en sus matices. Yo me preguntaba cómo hacía para hablar con tanto desparpajo. Y se lo comenté a Renato. “¿Qué desparpajo?”, me dijo. “Son convicciones”. “Son interpretaciones”, afirmé yo. “Lo que pasa es que vos nunca estás convencida de nada”, sentenció. Pero no tenía razón. En la provincia de Jujuy, Nuestra Señora del Rosario de Paypaya y Río Blanco es la Patrona principal. La devoción más bella es la que se realiza el día 31 de octubre cuando la imagen es retirada de su precioso altar, situado junto a la nave principal de la Catedral de San Salvador de Jujuy, y es llevada hasta el Santuario de Río Blanco. Durante el mes de octubre, toda la provincia de Jujuy celebra la fiesta mariana de mayor convocatoria. El pueblo jujeño, haciendo gala de su profunda fe religiosa, manifiesta devoción hacia la Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario de Río Blanco y Paypaya, cuyos orígenes se remontan a la época colonial de mediados del siglo XVII. Otra imagen se encuentra en la Capilla de la ciudad de Río Blanco, agregó el guía. En ese momento fueron varios los que se detuvieron a rezar, incluso la pareja de abogadas se arrodilló en el reclinatorio y me sorprendió su fe, porque todos empezaron a comentar. Tal vez juzgándolas. Por unos instantes pensé en hacer mi oración en ese momento, pero no, sabía que debía mantener mi rito y rezar por la noche, la tercera noche. Lo que todavía no había resuelto era cómo lograría quedarme hasta el 31. … Como las golondrinas del poema de Bécquer esa noche del 27 me siguieron pájaros. No sabía bien qué pájaros eran, pero no me asustaban. La luna había matizado su brillo, que igual seguía siendo plateado, pero ahora otra presencia me acompañaba. Eran las aves. Primero con su sonido nocturno y después en silencio. ¿Cómo sabía yo que venían conmigo? Lo sentía. Como se intuye un nacimiento, una floración, el amor. Como se intuye la muerte. Llegué a la iglesia y la cadena estaba descorrida, empujé apenas el portón e ingresando siempre por la misma puerta, del mismo modo en que había hecho cada noche me arrodillé ante la Virgen. Recé por mí, siguiendo las palabras que ella misma me había dado, aunque yo seguía dubitativa. ¿Por qué, por qué tenía que rezar por mí? Algo entendía y algo no. Aunque también asumía ciertas cargas mías, que ya venían pesando en mi mochila desde tiempo atrás y creí que quizá estuviera bien rezar por una misma. Pensé en mis amigas para decirles que ellas también hicieran lo mismo. Minutos después levanté la vista para ver la imagen de la Virgen y un llanto vertiginoso se apoderó de mí. Empecé a llorar a raudales pero mansamente. No me sorprendí. En tantas ocasiones me había pasado en mi vida, que ya estaba acostumbrada. Acostumbrada a llorar, y a solas. Tanto que se me ocurrió pensar que en tiempos de sequía, podríamos juntarnos todas las mujeres de la Argentina y formar un río para hidratar la tierra y resolver el riego de plantaciones enteras. “Boludeces, tonterías mías”, dije y me di cuenta de que alguien respiraba detrás de mí. Miré para ver quién era y cerquita mío encontré a un guía de la excursión que había viajado desde Buenos Aires para acompañarnos. Me saludó y yo me levanté para salir. Sentí bastante vergüenza, pero al volver al hotel me acompañó su sonrisa. Al menos no caminaba sola. … - ¿Por qué no te llevás música? Llevate el celular y los auriculares cuando te vas a esas excursiones nocturnas –dijo Renato esa mañana, bromista, mientras desayunábamos con una pareja con la que nunca habíamos conversado, y todos se rieron a carcajadas. - Reíte también –me propuso. - Me río cuando tengo ganas –le dije. No me gusta la fachada de felicidad. - ¿Qué fachada? –dijo el hombre. Estamos de viaje, estamos contentos. – confirmó, sin embargo, la mujer se levantó llorando y salió rumbo a su habitación. - ¡Ves lo que provocás! –me retó. - ¿Yo soy la culpable del llanto de la mujer? – le pregunté y tomando mi campera salí a la calle. Estaba Ernesto, el joven guía. Supe su nombre unos meses después cuando volví a encontrarlo en Buenos Aires. En ese momento estaba apoyado con su bicicleta sobre el cordón de la vereda del hotel y con su mano sostenía el otro rodado. Me acerqué un poco para ver las bicicletas y me invitó a andar. Me dijo que su amiga no bajaba y él se cansaba de esperar porque quería llegarse hasta un lugar de la ciudad donde vendían minilibros con diferentes datos de la región: los datos más antiguos, los más increíbles, los datos de aparecidas, los de registros de hitos deportivos de la provincia de Jujuy y otros. Ya estábamos andando en bicicleta y lo interrumpí para preguntarle si no vendían los datos de locales donde comprar cuchillos. - ¡Cuchillos! ¿Para qué querés cuchillos? –se asombró. - Para matar a alguien –le confirmé. - No te animarías –me sonrió. - ¿Creés que no? –le sonreí y agregué –Le estoy pidiendo fuerza a la Virgen. - ¡No podés pedirle eso a la Virgen! - ¿Por qué no? – lo interrumpí. ¿Acaso los paypayas no pidieron la muerte de los otros indios y Belgrano y sus hombres la muerte de los españoles? - No pedían la muerte, pedían ganar territorio, las batallas, su lugar…Además no hay comparación entre aquellos tiempos y estos. Y vos estás hablando de una muerte personal, ¿o no? –remató ya más interesado. - Sí, me gustaría matar a mi novio…-le dije. - ¿Renato? - Sí. - ¡Vení! ¡Cambiemos el rumbo! – sostuvo, virando un poco el manubrio de mi bicicleta para que lo siguiera. Comenzamos a pedalear sin tiempo por una ruta de ripio que nos conducía a la nada. Pedaleábamos sin cansarnos, alternando los lugares, sin hablarnos, sin mirarnos, solo sintiéndonos. Un poco el polvo nos anunciaba que estábamos vivos. Por suerte él había cargado agua y paramos un momento, pero en seguida seguimos. Cuando retomamos se me ocurrió preguntarle adónde íbamos y me asusté mucho de mi inconsciencia porque yo no era así, pero se ve que el paisaje o él me habían transformado aquella tarde. - Quiero que te llegues hasta la otra Virgen de Paypaya, la de la Capilla de Río Blanco, así cambiás tu intención y le pedís otra cosa –me dijo. - ¿Qué vas a pedirle vos? –le pregunté. - ¡Un cuchillo! –bromeó mientras llegábamos. Apoyamos las bicicletas sobre la pared ruinosa de la iglesia y entramos. Cuando volvíamos, el cielo se cargó de nubes y comenzaba a llover. Apenas lo saludé, le devolví la bicicleta, me fui hasta la catedral y entré. Me arrodillé pidiéndole fuerzas a la Virgen y volví al hotel. Me acosté y Renato me abrazó protegiéndome, entonces sentí que el mundo se volvía más benévolo y que las cosas podían cambiar. “¿Qué cosas?”, me preguntó entredormido. Se ve que otra vez volvía a hablar mis pensamientos. “No sé, las cosas, las cosas, todas las cosas”, le dije, y me besó. Entrevistas vía Skype Ayer ingresé. Nadie sabe mucho de mí, no saben que en un tiempo tuve esposo, hijo, trabajo; no lo saben. Todo lo olvidan cuando una persona enferma mentalmente, porque frente a otras enfermedades del cuerpo la gente se compadece y mucho. Traje conmigo el espejo que estaba en la habitación de soltera de mi mamá, un antiguo espejo de arabescos venecianos en el que mi madre se miraba para maquillarse. Les pedí a las enfermeras que lo colocaran en mi habitación. Lo que no quiero es verme en el espejo. Estoy sola en mi habitación. Mi esposo murió, aunque a veces se me presenta en las noches y yo me acerco a él. Él está trabajando ahora. También trabajo: soy la niñera de mi nieta y preparo traducciones que debo entregar mañana. Pero esos son sueños. Sin embargo, a veces me finjo para sobrevivir. En realidad, hace un año que entré. Doce meses, trescientos sesenta y cinco días que el espejo está esperándome. Aquel día en que Arturo salió a trabajar y no regresó a casa, pensé que mi universo se había desmoronado para siempre. Una psicóloga me dijo que elaborar un duelo lleva tiempo y que cada ser humano encuentra su propio camino. De hecho, la persona en duelo está enferma, pero como es un estado mental tan común y hay deudos por todas partes, ya no se la denomina enfermedad. Porque es transitorio. Y porque se supera. Hago lo que puedo, imagino algunas cosas y me alimento si es que tengo hambre, sino dejo la comida en el plato, pero cuando hago así me gritan y entonces acepto probar algunos bocados. Sobre todo, finjo. Finjo cuando no sé qué hacer, cuando no me reconozco como quien soy. No me reconozco como Micaela, más bien me creo otra persona. Estar con otros reduce mi condena de este cuerpo de mujer cuyas facultades declinan, la condena de escuchar mi voz tan agradable en otras décadas, con esta amargura de ahora. Estar con otros me hacen reconocer que hay otros. Hay otras habitaciones, hay otras vidas y otros recuerdos. Los otros tienen otros recuerdos que no son los míos y yo guardo otros recuerdos del tiempo, que ellos quieren conocer. Parece que el mundo se dibuja de otra manera en las mañanas, por lo menos veo la luz desde los ventanales y decido que si no hubiera dejado de trabajar estaría mejor. Lo que me sucede casi a diario es que las noches son un aglomerado de desesperaciones, me traen todos los dolores, todas las culpas que las mujeres removemos por años a lo largo de nuestra vida. No sé por qué me deprimí así. Debería haber seguido el ejemplo de mi madre y levantarme a ordenar la casa y cocinar cada mañana, aunque lo hiciera solo por mí. La noche me trae todos los miedos como un abanico incesante de gritos y me veo a mí misma haciendo resonar, por los corredores de un palacio, grandes gritos de lamentos, como una corza herida próxima a la muerte. Nadie puede reconocer en mi voz la hermosa entonación de otros tiempos. Llevo revuelto el cabello y retorcidas las manos de dolor. En esa forma se me aparece el miedo y me falta el aire. Entonces viene a buscarme mi esposo y caminamos charlando de cosas sin importancia hasta que aclara. La enfermera me lleva al salón a desayunar después de bañarme. Pasa rápido el tiempo cuando los días son iguales, porque un día es igual al otro. Me bañan, me higienizan y cuando me llevan frente al espejo cierro los ojos. "Estás linda, Mica”, me dicen. “No me veo tan mal”, les digo, pero no abro los ojos. En ellas noto que el mundo sigue girando y recuerdo que fui joven en otras décadas. Trabajaba. Si se detuviera la gran pelota que es este mundo, varios quedarían adentro y muchos otros quedarían afuera, igual a esas láminas en blanco y negro que en algunas ocasiones me mostraban para conocer mi estado de salud. Lo que pienso es que si no me hubiera preocupado tanto por encajar en el modo en que la mayoría de las personas viven, no estaría aquí. Quedarme sola en mi departamento cocinando y jugando sudoku, sin tener que dar explicaciones respecto de cómo me siento hubiera hecho de mí otra persona. Es un modo de decir, porque no sería quien soy; aunque así no tendría que fingirme. O me fingiría para mí, pero eso no sería fingirme. Conversamos con las enfermeras y se dan cuenta de que no estoy loca. Excepto cuando empiezo a confesarles que mi marido vive. Les cuento que me llamó por teléfono y que en dos días me pasará a buscar para salir a tomar algo en una confitería de Uribelarrea. “¿Qué hay en Uribelarrea?”. En Uribelarrea hay algunas parrillas, panaderías, una antigua pulpería de campo, calles de tierra arboladas y, sobre todo, hay paz, mucha paz, les digo. _ Puede ser que tu marido venga a buscarte _me dice Carolina, sin burlarse. Ayer me trajeron un celular, pero no lo sé usar. No sé quién lo trajo; supongo que habrá sido mi cuñado. Tendré que aprender sola si quiero usar el celular. Al despertar hago rebotar ideas en mi mente para no perder razón, para no perder vocabulario o intento dibujar algunas margaritas en un papel. No me dan ganas de traducir, sino lo haría. Si Arturo viviera me diría que tradujera. Días pasados conversé con Fulgencio, uno de los ancianos. Nació en la provincia de Salta y de joven viajó a Buenos Aires. Fulgencio dice que la razón de la vida es la Pachamama, que la tierra es sabia, que tiene el saber de la naturaleza, con sus tiempos, sus esperas y sus milagros. _ Creo más en la sabiduría de la lógica _le explico mientras nos levantamos de la mesa andando a pasos lentos el sendero con árboles llenos de hojas amarillas que el otoño ha teñido hasta dejar el lugar dibujado como un cuadro de pinceladas de Van Gogh. _ ¡Cómo sería eso! ¿A qué llama usted la sabiduría de la lógica? _me pregunta Fulgencio desconfiando. _La lógica es la disciplina que estudia las leyes, formas y validez de los razonamientos y del conocimiento científico _le contesto. _ ¡Muy bien, señora traductora! ¡Albricias! La aplaudo y me inclino ante usted _me dice y me saluda como a una reina, aunque yo para mis adentros pienso que no me veré en el espejo me diga lo que me diga. _ No se burle, Fulgencio _ le contesto. _ No. No me burlo _me responde. _ ¿Sabe qué pasa? Que nosotros tenemos la sabiduría del campo. Nuestra sabiduría es la que conoce el tiempo de las siembras, el tiempo de las esperas y de las cosechas. La sabiduría del viento norte. _ No le critico eso, al contrario. Yo le hablo de otra cosa, usted no me entiende… La enfermera viene a buscarnos y yo le pregunto a Fulgencio si puede ayudarme a usar el celular. Me responde que me quede tranquila, que él me va a ayudar. Que me va a ayudar mucho, me afirma y, de ese modo, me brinda su confianza. A Fulgencio le gustan los fideos con estofado de pollo o el arroz con albóndigas de carne sin harina, aunque se hace un enchastre bárbaro cuando come, pero enseguida vienen las enfermeras a ayudarlo, le limpien la boca con una servilleta de tela que en este lugar siempre están limpias y perfumadas. Mis platos preferidos son las tartas, las ensaladas o los zapallitos rellenos. A mí me ayudan si tengo algún percance en el almuerzo o en la cena, no voy a decir que no. Pero correr, lo que se dice correr, solo corren por él…por eso me parece que tendría que haber enfermeros. Al menos para que las señoras mayores como yo podamos recrearnos la vista. Hoy es veintitrés de agosto. Es la fecha en que falleció mi papá. Arturo se habrá encontrado con él en el más allá. Mi esposo salió a trabajar y no volvió. Mientras él no estuvo, hice mi en este hogar, sin molestar a mis hijos. Encontré a Fulgencio y me rodeé de amigas. Mañana les pediré a las enfermeras que me lleven frente al espejo y abriré los ojos. “Estás linda, Mica”, me dicen. “No me veo tan mal, es cierto”, les respondo mientras el espejo de arabescos venecianos me devuelve la imagen de una mujer bastante parecida a mi mamá. Museo Casa Borges Cuando el último domingo lluvioso del mes de julio debatía inexorablemente su capacidad para ser recordado, en la vida de Alba comenzaba otra historia. Aunque ella podía haberse sumado al grupo de mujeres que decide no sufrir, las huellas de su carácter o quizás la perseverancia de sus sueños le pedían algo más. En aquella noche de sábado del mes de julio, la que con el tiempo ella recordaría como su preferida noche de melancolía y soledad, vinieron a reunirse en su mente todas las incuestionables novelas que había leído en su adolescencia y las otras historias que leyó luego de cumplir los treinta años cuando su afición por la lectura volvió a intensificarse. A pesar de que sus pensamientos daban vueltas por su mente y por su corazón, porque aquella noche los pensamientos bajaron hasta su corazón, igual durmió. Al día siguiente iría a la cita. Cualquier observador meticuloso hubiera podido ver a Alba pisando con toda la prestancia que su alma conservaba el gris empedrado de la calle Diagonal Brown aquella tarde de domingo. Lo cierto es que Alba intuyó lo que luego sabría, que en los que en los años que le quedaban por vivir nada sería igual. Se preguntaba a sí misma qué cantidad de noches se lamentaría por haber respondido a ese llamado, suponiendo al mismo tiempo por qué otra cantidad de noches podría estar lamentándose en caso de no haber atendido el teléfono en aquella oportunidad. ¡Cuántas noches le faltaban lamentarse por haber abierto su corazón un día! “Infinitas noches”, le diría alguien y ese mismo alguien agregaría “tan infinitas como la pobreza entre los pobres”. Dirigiéndose a la cita, Alba se detuvo un momento, demoró el trayecto de sus pasos para acomodarse la mochila, al tiempo que pensaba en la discusión que había tenido en la última reunión de directivos en la clínica. El director había afirmado que hay gente que no quiere salir de la pobreza. - No quieren o a veces no pueden salir de allí – comentó ella. - ¿Vos qué sabés? – le contestó casi gritando en la percepción de ella el vicedirector. – Oí lo que decís. Si decís que no quieren o no pueden salir de la pobreza es porque la pobreza, en definitiva, les gusta. - ¡No sé a qué pobreza te referís, imbécil! – se sublevó Alba aquel día, arrepintiéndose inmediatamente de haber hablado así, y luego agregó. _ La inanición, la falta de cobertura médica, la escasez de recursos, la imposibilidad de hablar y escribir correctamente a nadie le gusta, o al menos a nadie debería gustarle; si se acostumbraron a vivir así, algo habrá fallado. En la esquina de Diagonal Brown y Töll terminó de acomodarse la mochila y caminó, ahora sí, intentando olvidar aquellas discusiones. El departamento en el que la esperaba para su primera cita aquel hombre, de quien se había enamorado en un grupo de Facebook, se encontraba ya a tan escasos pasos de donde ella estaba, que en ese momento Alba sintió, como pocas veces en su vida, que el corazón se desprendía de su sitio y debió capturarlo antes de llegar al lugar. Se despejó buscando una razón para su mente. En muchas situaciones tenía cierta facilidad para plantearse incógnitas como pensar si los síntomas que últimamente la aquejaban serían en realidad presagios de una enfermedad que ella misma desconocía. No obstante, en seguida se animaba al imaginarse vestida como una estrella de la canción pop. Demasiado la aquejaban los gritos que en varias ocasiones había recibido, entonces lo que buscaba era sentirse como cualquier persona se siente al dormir mansamente, al escribir, estudiar o cocinar, al hacer alguna actividad que sea de su agrado y que no le cause ningún daño o al hacer el amor. Esa tarde del último domingo lluvioso del mes de julio, antes de llegar a la cita, Alba decidió visitar el museo Casa Borges. Sin ser vista por nadie conversaría con la escultura de Borges que estaba en el patio. Las palabras del autor no le llegaban a través de la nada, sino de las lecturas que había hecho de su obra. Esas palabras respondían a preguntas que ella formulaba cuando el mundo parecía un caos sin control. Porque cuando se encontraba sola o perdida o en situaciones de humillación nada había en el tiempo que la tranquilizara tanto como saberse acompañada a la distancia por Borges. Un autor escribe para todos los tiempos y pese a que la profesión de Alba era la investigación genética sabía que el mensaje de Borges era imperecedero. Tan secretos fueron por años los secretos de Alba, que había tardes en las que escribía poemas sobre un papel que después rompía con furia espectral. Cuando alguna vez le preguntaron por qué se había desecho de tantos poemas, ella respondió que estaba arrepentida, que debería haberlos guardado, aunque no a todos. Todavía su mente recordaba algunos sentimientos con la misma proximidad con que se recuerda un nacimiento, una muerte, una noche de amor. Y aunque no dejaba de ser cierto que en muchas ocasiones le había faltado el aire para respirar, recordaba con la misma nitidez con que se recuerda el batir de huevos para hacer una omelette todas las reuniones a las que había ido, todos los congresos a los que había asistido, todo el esfuerzo que en horas de su vida había realizado escuchando cosas que no le importaban, tratando de conectarse con total honestidad, pensando que de eso se trataba, de conectarse. En verdad que muchas veces cruzarse con los seres humanos le parecía una obligación ineludible, cuando hubiera querido quedarse leyendo solitaria. Cuando en un congreso se le ocurrió afirmar que aprendía más de la naturaleza humana en los personajes de ficción, que en los seres de carne y hueso, hubo gente que gimoteó de risa, faltándole el respeto. Solo un autor como Ignacio, pensó ella, podría comprenderla, y no se equivocaba. *** Al comenzar la visita guiada por la Casa Borges, la directora del museo les explicó a los concurrentes varias anécdotas de “Jorge Luis”, porque así lo mencionaba cada vez que se refería al escritor y esta modalidad de nombrarlo a Alba le llamó tanto la atención que años después aún recordaría con bastante humor aquellas alusiones. Les contó que hubo una noche en que Jorge Luis Borges no podía dormir por escuchar cada media hora las campanadas del reloj de la habitación del Hotel Las Delicias y al hombre se le ocurrió pensar que si lograba olvidar el sonido podría dormir. A la mañana siguiente, Borges se levantó y escribió la historia de un hombre que jamás olvida nada. - ¿Es el cuento “Funes el memorioso”? – preguntó una adolescente de cabello violeta. - Exactamente – se sorprendió la guía. - ¿Cómo lo sabías? - Leímos ese cuento en una clase de Literatura. “Casa Borges es un chalet californiano ubicado en Diagonal Brown”, continuó explicando la guía. Esa pequeña casa donde el autor de El Aleph pasó los veranos hasta 1953 es actualmente un renovado museo. La vivienda de ladrillo visto y paredes blancas es nada más y nada menos que la casa que en 1944 mandó a construir Leonor Acevedo Suárez, madre del célebre escritor. Jorge Luis Borges representa sin duda uno de los autores más importantes del siglo XX y el mayor referente literario argentino en el mundo. El escritor residió en diferentes barrios de Buenos Aires, sin embargo, es en Adrogué donde se halla la única casa museo de Borges. El chalet es un museo abierto a todo público, donde el visitante puede adentrarse en los ambientes en que el escritor creó su obra. En el comedor reciclado se pueden ver fotografías, videos y fragmentos de textos. En la antigua habitación del escritor se halla una sala audiovisual y en un segundo cuarto se recupera la obra de Borges en una biblioteca que también contiene una muestra artística de la hermana del autor. El recorrido en el interior de la casa museo lleva al visitante por distintos puntos cartográficos dentro de su obra literaria y de su biografía: una quinta de Adrogué, el Hotel, las calles diagonales por donde transitaba Borges y la referencia inequívoca de sus creaciones. Uno de los mayores atractivos de la casa se encuentra en el patio, donde coinciden obras de artistas locales. En otra parte del jardín se sitúa una estatua del escritor, obra de Lili Esses. *** Alba recorrió el museo sin pensar en nada. Por suerte había heredado de su mamá esa capacidad para desdoblar el pensamiento entre el presente y el minuto posterior. Cuando la visita al museo llegaba a su fin, Alba le envió un mensaje de whatsapp a su amiga confirmándole que iba a la cita en el lugar y con la persona que le había contado. Se sintió tranquila y con fuerzas. Cruzó hasta el departamento de Celso, donde él la esperaba. Sabía que podía confiar en ese hombre porque lo conocía desde hacía varios meses y Alba había descubierto en el carácter de él la tranquilidad y el amor que ella necesitaba. Música melódica Darío la invitó a una excursión a la salía de la escuela _ Mi papá nos va a llevar a Navarro el domingo, ¿querés venir? _le dijo, justo el día en que se había armado el lío en la biblioteca. Se quedó callada y lo miró porque apenas conocía a su mamá por un día en el que se habían reunido en su casa para preparar una exposición de Geografía. Su hermanito Javi le pareció divino, los iba a interrumpir a cada rato con chistes que nadie sabía bien de dónde copiaba. La mamá lo retaba, diciéndole que los dejara estudiar. La sorprendió que apareciera en escena el padre de Darío porque, por lo que ella recordaba, lo nombraba muy poco. _ ¡Dale, vení, la vamos a pasar genial! Porque también viene mi primo Maxi y podemos andar en bicicleta. _ ¿En bicicleta? _le preguntó. _ Sí, en el pueblo tienen bicicletas para alquilar. Cuando le habló de su bicicleta, le cambió la expresión. Se hizo a la idea de andar por calles tranquilas de un pueblecito remoto y cruzar terrenos abiertos con algunos senderos de árboles donde oxigenar sus pulmones. Tan fuerte se adhirió esa imagen en Virginia que, en seguida, le dijo que sí. Percibió la sensación de rodar libre, con todo el aire en su cerebro y toda la fuerza en sus piernas. Libre, sin tener que estar elaborando respuestas ante inquietudes de los demás. Libre, como Mafalda en una nueva historieta, como el agua de una cascada, como el suspiro de una ballena. _ Como una pelota en un picadito _agregó Darío. Virginia se sorprendió, porque ella creyó creer que no había hablado, que sólo había pensado. _ ¿Dije algo? Decime, ¿dije algo? _le preguntó. _ ¿Por? _se hizo el gracioso al ver su desesperación. _ ¡Dale! ¿Dije algo? _ insistió. _ No, todavía no me contestaste_ aclaró Darío. _ Pero si dije algo de rodar, te pregunto _le explicó. _ No, te quedaste callada, como mirando para adentro. _ ¡Ah!, ¿y por qué vos dijiste lo de la pelota que rueda? _Yo no dije eso, yo dije “como una pelota en un picadito”. _Bueno, es lo mismo, estúpido, ¿por qué lo dijiste? _le preguntó Virginia. _ Porque se me ocurrió que para vos la bici es como para mí la pelota. ¡No sabés! Cuando jugamos en Navarro un picadito con mi hermano, mi primo y unos chavones que conocemos ahí, no queremos cortarla. Podemos pasarnos todo el día jugando. _ ¿Todo el día atrás de una pelota? ¡Están locos! _ Sí. Cuando lo veas jugar a mi hermanito te vas a dar cuenta. _ ¿Juega bien? _ ¡Pufff! Y no es sólo eso, sino que parece que el pibito se sale de la tierra, anda en otro mundo, como colgado, on faier. Juega como si fuera un personaje de metegol; parece que llevara la pelota atada con un hilo, pero cuando te hace el pase te la deja puesta ahí, a tus pies. Después te mira, vos se la devolvés y ya sabés… ¡metió el gol! Se sintió tan atraída con el relato que le pareció que se estaba enamorando de Darío y estaba un poco asustaba porque no sabía qué sentía él. En los recreos que compartían juntos se le aparecía como un fantasma que los rodeaba la historia de su ex novia, porque tampoco había pasado tanto tiempo desde que habían cortado. Por eso, cuando le dijo que sí, le pidió ir con Julieta para no sentirse tan desprotegida. _ Está bien, porque también va Maxi, mi primo. Virginia estuvo de acuerdo y él se despidió besándola en la boca. El viaje fue diferente a lo que pueda pensarse. Un viaje silencioso, casi sin bullicio de nada, con la radio de fondo en el auto y los periodistas hablando las noticias del día que informaban del clima, la situación económica del país, los resultados de un concurso de bailes en la televisión y la compra de algunos jugadores de fútbol en Europa. Parecía que toda aquella magia que habían soñado el día anterior se anonadaba en la rutina de las noticias, aunque faltaba llegar al lugar. Cuando pararon en la estación de servicio para cargar nafta, Virginia y Julieta pidieron permiso para ir al baño. Las siguió la mamá de Darío; y el hermanito fue a los sanitarios con Darío y Maxi. En diez minutos estaban andando otra vez en la ruta. Surgieron algunas discusiones por la impaciencia de Javi en llegar, entonces Oscar le dijo que guardara la pelota en la mochila durante el viaje y que si todo iba bien por el camino faltarían aproximadamente unos cuarenta minutos para llegar. Oscar y Ana iban tomando mate, habían cambiado las noticias por música melódica de la década del ’80. Virginia se concentró en el paisaje que podía observar a través de la ventanilla y buscó el celular y los auriculares para escuchar la música que a ella le gustaba. Recordó aquella mañana en que ella estaba tan triste por lo que había pasado con su papá y Darío la hizo reír diciéndole que el chupetín era un buen recurso. - Un buen recurso, ¿para qué? - le había preguntado Virginia. -Para que te salgan caries. -No, fijáte -le había dicho Darío-. Si vos tenés el chupetín en la boca, te ayuda a callarte cuando no querés hablar...por ejemplo, como en este caso, que yo tengo ganas de decirle a la profe que lo que está diciendo es una reverenda pelotudez. Virginia se había reído tanto como con sus series favoritas y la profesora los había mirado, pero cotinuó con su explicación sobre la composición de los perfumes. -Bueno, pero el tema es interesante. - ¿Cuál, el de los perfumes? -Sí. - había dicho Virginia. -Discrepo – había manifestado Darío y agregó que, además, el chupetín servía para otra cosa. - ¿Para qué? ¿A ver? - le había preguntado ella. -Fijáte, si vas rotanto el chupetín en la boca...así...le hacés tentar al otro. ¿O no? -No sé, para mí depende del sabor. A mí me gustan los de coca... - ¡A mí los de marihuana! Otra vez ella se rió mucho y ahora sí la profesora les había pedido que prestaran más atención. - Vos prestá atención a lo que yo te explico. Es más útil- le había dicho Darío en voz baja. La profesora empezó a escribir en el pizarrón y mientras Virginia copiaba en su carpeta le dijo a Darío. -Además, para mí, depende de quién los chupe. Porque por más que los giren como vos decís, si lo está chupando, por ejemplo, Lautaro, yo no lo miro aunque sea de coca. Él también empezó a copiar. -Yo sí, yo miro a cualquiera que chupe un chupetín; porque a veces me puedo burlar, por ejemplo, de Renata. -No te burles de ella, pobre...-le había pedido Virginia. - ¿Por qué? ¿Es tu amiga? -No, ¿pero no sabés lo que le pasó? -No. ¿Qué le pasó? -Se murió su primo en un accidente. Iba con la novia en la moto y él golpeó su cabeza contra el asfalto, sin casco. -Uh, ¡qué mal! No sabía. ¿Y la novia? - Ella está internada, encima parece que está embarazada... -Vos te enterás de todo. - ¿No leíste? Le mandaban saludos en el grupo. -No, no me fijé. -Por eso yo me compré el casco para andar en la bici. - ¡Qué bien! ¿Querés que un día te acompañe? - ¡Dale! Después arreglamos, aunque yo muchas veces ando con Julieta. -No hay problema, yo llevo mis chupetines. -O invitá a un amigo. -Sí, tenés razón...pero tengo que revisar mi bici. -Otro día te voy a contar más cosas sobre mi bicicleta. - le había confesado misteriosa. - ¿Qué? Tiene vida. -No, estúpido. Es otra cosa. Después te cuento. Siguieron copiando en sus carpetas lo que la profesora había escrito en el pizarrón. Cuando su mente terminó de evocar aquella anécdota, estaban llegando a Navarro. En la entrada al pueblo había un monumento al sulky. Se alegró de haber aceptado la invitación y se alegró de haber aceptado salir con Darío porque sabía que él siempre llevaba preservativos. Consultorio de medicina clínica Parque Nacional Lanín, Ruta Provincial 62, Lago Curruhué Grande, Laguna Verde, Termas de Lahen-Co, Escorial, diciembre 2019. Recorrido: 40 km aprox. (ida y vuelta). Luego de la extenuante bicicleteada del día anterior que me trajo desde Junín de Los Andes hasta el camping de Laguna Verde ($ 1500 por persona, muy pobres servicios), hago en esta jornada una ida y vuelta hacia el paso fronterizo a Chile. En el recorrido se atraviesa el escorial del Volcán Ayén Niyén, producido hace unos 400 años, que abarca unos 5 km de largo y hasta 400 metros de ancho y que llegó hasta la Laguna Verde y el Lago Epulafquen. Se encuentra a unos 5km al oeste del camping. Aquí hay un sendero de unos 500 metros, bien señalizado y de fácil recorrido, que nos ilustra sobre este escorial y el proceso biológico que poco a poco lo va colonizando. La formación de musgos y líquenes, los pequeños animales e insectos que lo habitan (es fácil observar a las escurridizas lagartijas), los árboles en miniatura que van encontrando alimento para crecer en su árida e irregular superficie. Este mismo sendero continúa ya entre un denso bosque hasta las costas del Lago Epulafquen donde hay una remota playa para pasar el día. Retomando nuestra ruta provincial 62, hacia el oeste, volvemos a transitar un denso bosque andino donde predominan los coihues de 20 a 40 metros de altura y troncos de hasta 2 metros de diámetro. Tenemos entre la arboleda vista de los Lagos Carilaufquen y las pequeñas lagunas Escorial y del Toro. Un desvío vehicular baja hasta las orillas del lago, en Puerto Encuentro, que antiguamente servía para comunicarse con el Lago Huenchulafquen y Puerto Canoa. A los 12 kilómetros de nuestro trayecto encontramos las Termas de Lahen- Co (Epulafquen) y un camping organizado. Un sendero de madera recorre los distintos pozos que tienen temperaturas desde los 35 hasta los 65 grados. La vegetación del lugar es muy densa y predomina la caña coihue. El lugar que se inauguró hace pocos años en el lugar parece cerrado. Siguiendo la ruta vamos a atravesar pequeños puentes de madera y arroyos. Se destaca un largo sendero para hacer a pie, con cierta dificultad y nos conduce hasta el río que une los lagos Epulafquén y Carilaifquén. Más adelante se encuentra el Río Oconi con su cascada. Ya próximos a llegar a la aduana chilena y el Paso Carirriñe, doy por cumplido un día de mucho esfuerzo en un camino de subidas y bajadas permanentes, río y arena volcánica. El paso internacional está abierto solo en verano y se comunica con las localidades chilenas de Liquiñe, Coñaripe y Lican -Ray. Muchos ciclistas realizan este recorrido como un doble paso fronterizo para regresar por Hua Hum o por Tromen. Emprendo el regreso por la misma ruta provincial 62, hacia el este, con destino organizado de Laguna Verde y con tiempo para tomar un baño reparador en las frías aguas del Lago Curruhué Grande. ¡Cuánta felicidad, aunque nunca comparable a estar contigo, amor! Me pregunto hoy por qué causamos tanto estrés innecesario. Alentamos políticas en las clínicas que están al servicio de la salud, sin embargo, son muchas las ocasiones en que causamos mucho daño no por dar tal o cual esperanza a familiares y amigos de un paciente terminal, sino por la falta de la implementación de un real sistema de ayuda psicológica. Como médica he visto morir a mucha gente muy cerquita de mí y sé que al dolor irreparable de la pérdida de un familiar se suma el desgaste físico y mental, anímico y emocional de sus familiares en primer lugar. Porque son ellos casi siempre quienes están buscando los recursos para que esa vida salga a flote. Es una búsqueda en la que muchas veces queda de lado la asistencia psicológica, factor importantísimo para tanta gente en situaciones de vulnerabilidad. Cuando este arduo mes de diciembre termine, me iré de vacaciones a descansar en en el aire respirable de los paisajes de la Patagonia, si el covid lo permite. Me iré a descansar, si Dios quiere, en la esperanza de vida. Aunque ahora no estemos juntos, pronto estaré contigo, amor, andando las rutas argentinas en libertad. El tema de Laura es algo que me sigue preocupando. El primer lunes de diciembre atendí en la clínica Juncal de Temperley a más de veinte pacientes por diferentes consultas, cuando volvía exhausta a mi casa, después de un día de trabajo agotador, el colectivo no se detuvo en la parada de la clínica y cansada de esperar más de cuarenta minutos, caminé hasta mi casa esas quince cuadras de distancia. No me molestó tanto porque tomé aire intenté meditar un poco. Aunque me preguntaba qué hubiera pasado si llegaba a sucederme lo mismo al salir de los consultorios de Caba y Lomas. Runner tendría que ser. Me quité el barbijo para respirar mejor. Evoqué a mis amores, pero también pensé en mis pacientes. Pensé en Laura. Pensé en Analía y en Sofía, en sus enfermedades, en sus ansias de vivir, en los amores que tendrían, en qué cosas podrían ayudarlas. Al abrir la puerta de mi casa, me recibieron mis hijos, mi perro y mi gato y descansé. El segundo lunes de diciembre me puse a releer algunos aspectos de la enfermedad de lupus y del mal de Parkinson en la computadora. Cómo trabajar desde mi casa, me preguntaba. Cuando hablamos, Mariano observa que casi todos mis comentarios responden a Borges. “Como Borges dice”. Pero es tan verdad como que la tierra gira. Los movimientos existen. También existe la quietud y no nos daríamos cuenta de una cosa sin la otra. En la escuela secundaria me hice fans a rabiar de Borges y de Bioy Casares. Recuerdo como si fuera hoy lo que me asombré con “El perjurio de la nieve”. En aquel relato, Vermehren, el dueño de una estancia llamada “La Adela” lograba evitar el avance de la enfermedad de su hija gracias a la repetición de las rutinas. Esa estabilidad en el tiempo permitía que la enfermedad no avanzara. Cualquier modificación supondría el paso del tiempo y, con ello, la delicada salud de Lucía (creo que era el nombre) apresuraría la muerte de la joven. Los recursos para una buena salud, todo el mundo lo sabe, están en una buena alimentación, factores genéticos, sociales, emocionales; en rutinas de deportes y bienestar y en la posibilidad de descansar correctamente, consultar a los profesionales de la salud cuando nos sentimos mal y tener acceso a los medicamentos o tratamientos correspondientes. Los recursos para una buena salud, cualquier persona debería saberlo, no están solamente en la consulta a un buen médico. Con el tiempo he aprendido que el reposo es muy necesario y eso es algo que, a veces, ni los mismos profesionales de la salud valoramos. Aun más. Me pregunto cuál es el sentido de que un paciente deba permanecer horas en una sala de espera para ser atendido y sufrir el estrés que generan los trámites burocráticos. Los lugares de salud en tiempos de pandemia deben ser fuentes de soluciones, no de contagios. Habría que evaluar cada vez más la posibilidad de atender consultas por videollamadas. Cuando Laura entró a mi consultorio tuve una súbita impresión de desánimo porque observé en ella una gran tristeza, observación que constaté cuando hablamos por whatsapp. Me contó llevaba varias noches sin poder dormir porque había tenido problemas con su grupo de amigas de secundaria, me dijo que la habían dejado de lado de los grupos y de las conversaciones y que el vínculo de amistad que llevaban desde los quince años se había desmoronado como se caen los edificios con un sismo. Según Laura, esa especie de bullyng se debía a dos razones. 1, no era exitosa. 2, estaba en contra de la ley del aborto y sus amigas, que militaban activamente en política y participaban de las marchas de pañuelos verdes no podían aceptar que ella tuviera una posición tan antagónica con respecto a la concepción de la vida. Me pareció extraño lo que me comentaba y hasta desconfié de sus historias. Aunque después supe que era verdad, que todo ese tema de algún modo venía haciéndole mal, afectándola y retrospectivamente observé que lo que me había contado en tantas charlas, no era tan desatinado. Yo también estaba en contra de la ley del aborto y que en mi país se buscara sancionar una ley de aborto en tiempos de pandemia me parecía más bien una cuestión político-partidaria sin sentido. El primer día que Laura vino a mi consultorio trajo ordenada su historia clínica, le indiqué estudios para evaluar el estado de su enfermedad y las recetas con los medicamentos que tenía que tomar, pero el segundo martes de diciembre la hermana de Laura me llamó para decirme que Laura había muerto. ******* Hoy bailaré. Te espero en Neuquén. ¡Sabés! Me gusta pensarte. Si estuviera en mi casa te prepararía una lámpara, con partes de bicicleta, pero como estoy aquí en un refugio con otros amigos y amigas de aventuras me distraeré mucho con el paisaje, sentir mi cuerpo al andar y pensándote cuando salga el sol. En pocos días vendrás y, por lo bien que te conozco, puedo saber cómo será ese momento, lo que me da un valor especial para estar por aquí hasta que regrese yo también al encierro de mi oficina o en mi casa. Los dos entendemos, porque ya no somos chicos, que transitar otro año enfrentando esta pandemia no es fácil. La tecnología nos acerca y tenemos esa posibilidad de comunicarnos. Comunicación que tampoco es fácil en medio de tanta inconstancia e imprudencia. Te envío muchos besos, sé cuánto querés a tus pacientes; lo que sufrís con y por ellos. También por eso es que te quiero tanto. Me gustaría estar ahí para abrazarte. Te espero, amor. Te espero. **** Un famoso en mi clínica. En dos días comenzarán mis vacaciones, pero quiero contarte lo siguiente. Un famoso está internado en la clínica. Ja, ja, ja. Estoy emocionada. Es un periodista. Me parece admirable su labor, porque en terapia me contaron que se está sintiendo mejor y pide su smartphone y envía mensajes a sus seguidores para contarles lo que está sufriendo, pedirles sus fuerzas y describir cómo es la enfermedad. O al menos cómo él la está transitando. He escuchado comentarios y leído palabras de descreimiento hacia su enfermedad y los textos que él redacta, cosa que me parece una locura: porque es periodista, está sufriendo la enfermedad e informa para que otros se cuiden y tomen conciencia. La gente discute cualquier cosa últimamente, aunque como decís vos, mi amor, hay que bailar y distraerse un poco. No obstante, quiero transcribirte aquí unos breves párrafos de los mensajes que te mencionaba, una internación vivida por un periodista que puede relatar día a día lo que es un servicio de área crítica. Besos. “Hola, amigos queridos, estoy cursando el día 17 de internación. Hoy me siento mejor, por eso me tomo este tiempo para escribirles a todos que son tan generosos siempre conmigo y con mi familia. Ni en mis más remotos sueños me hubiera imaginado estar viviendo esta pesadilla. Todos me dicen que tengo que ser fuerte. Que voy a poder. Les agradezco porque me ayudan y mucho. Los que alientan, los que rezan, los que piensan, los que llaman. Sé que son miles. Gracias de corazón. Porque aquí en esta cama de terapia intensiva con todos los cuidados se multiplican por centenas los deseos de todos y llegan para apuntalar siempre cuando aparece el bajón. Y a veces aparece. El optimista por naturaleza a veces no puede serlo siempre. Y lo admito. La vida acá es así. No puedo bajar de la cama ni hacer movimientos bruscos simplemente porque mis pulmones lo pueden sentir. Y ahora están dominados y manejados por el covid. Solo por ahora. Sí, él tiene el control, pero yo tengo el control de mi mente y la ciencia también puede hacer mucho. Es una pelea fuerte en el medio del ring. El que logra respirar, gana. El que sabe esquivar los golpes a la larga termina venciendo. Por eso este mi mensaje a todos los amigos que preguntan y que por obvias razones no puedo responder. Ahora que pude agarrar el celu, les digo que estoy peleando hasta el final. Esto es el día a día. Esta foto es mi actitud. Aquí estoy con una cánula de alto flujo de oxígeno. Todo es nuevo. Mi vida será diferente. Aprender a respirar será mi gran desafío. Por ahora con el oxígeno que es mi más preciado aliado y con el afecto de mi familia y de todo el personal de la clínica. Gracias, pronto nos abrazaremos”. Vivir encerrados _ ¡Te miraste en el espejo, Selene! ¿Te miraste? _le preguntó Marcelo a su mujer. -Sí, me miré, ¿por? -respondió ella. -Bueno, parece que no. ¡Mirate un poquito en el espejo!, de vez en cuando, ¿viste? -la conminó él. -Cuando vos lo limpies -se atrevió a contestarle ella y recibió una bofetada. - ¡Estúpido! -salió llorando Selene, despedida como por un rayo a la casa de su madre. La guiaron unos pasos conducidos sin razón, nacidos solo de su innato instinto de conservación. No había motivos para que su mente no recordara el trayecto puesto que vivían a dos cuadras de distancia, sin embargo, en ese instante, su mente se bloqueó al extremo de no recordar ni su nombre. Y si se mantuvo en pie fue porque una canción que su papá le cantaba de chiquita vino a acompañarla como un pequeño ángel protector. O tal vez el recuerdo de su hermano fallecido. O los consejos de esas buenas canciones que escuchaba en momentos de soledad. _ ¿Te miraste en el espejo?, ¿te miraste? _le preguntó también su madre, observándola gorda, despeinada y sucia. _ Me pinté las uñas _dijo Selene. _Volvé a tu casa, arreglate un poco y quedate con tu marido, solcito _insistió su mamá. _Bueno, está bien _dijo ella y emprendió el regreso. *** En ciertas mañanas en las que Selene se levantaba con la impresión de haber pasado una buena noche, se hacía un desayuno frugal y salía a correr. Desde hacía años no podía entrenar ni a un seis por ciento de cómo lo hiciera una década atrás cuando su carrera profesional en la gimnasia rítmica acababa de finalizar. No obstante, cuando salía con cierto propósito competitivo recordaba cómo había llegado a obtener premios internacionales en su disciplina más brillante. Y en esos momentos aun corría en sus venas el palpitar del triunfo, la efervescencia del talento, el privilegiado reposo de su capacidad. En esas mañanas la lucha no era contra otras compañeras de certámenes, la lucha era contra ella misma, contra sus propios retrocesos; contra el abandono suyo, en vida. Al alejarse de los torneos, había pensado en relajarse y ahora sí completar la familia con un hijo. Para Marcelo nada había cambiado demasiado, pero para ella, sí. Su vida, fuera del vértigo de los circuitos de competición, de las rutinas organizadas al límite de la perfección, del estrés preliminar y del goce de la adrenalina acorazada en el devenir de sus esquemas era un bache sin fermento y nadie la había ayudado a preparar correctamente su retiro como profesional. Ni siquiera ella misma, a pesar de ciertas previsiones, hubiera podido anticipar ni en su peor pesadilla, que el vacío fuera tan marcado, tan profundo, tan visceral. Como una U de paredes enormes, diría una poeta. Como una U de útero, pensó Selene, suponiendo, por momentos, que si quedaba embarazada, un nuevo sueño, una nueva vida, saciaría sus expectativas y ella encontraría cómo acomodarse a esa vocación, tantas veces postergada. "¿Dónde guardaste todas las pelotas con las que entrenabas?", le preguntó un día su mejor amiga, una compañera de la secundaria que quería a Selene sin dobleces, más allá de sus triunfos o de sus fracasos, más allá de su brillo o de su nombre. La quería por el simple valor de la amistad, porque tantas veces se habían sostenido como mujeres de fe, en los avatares de la vida. "Las tuve que hacer desaparecer", le contestó a Valeria mientras preparaba milanesas. *** "¡Me trago las palabras!”, escribió Selene en su cuaderno con fecha 15 de septiembre de 2014. “Que las palabras descansen fuera de mí, que las palabras reposen fuera de mí, que fuera de mí se expresen mis palabras: autónomas, impersonales, lisitas, insustanciales, superfluas, bien terrenales, que mis palabras cuenten números, cifras, dinero, cuentos, pero nunca sentimientos, que nunca cuenten sentimientos mis palabras", se hallaba escribiendo Selene una madrugada cuando Marcelo se despertó porque sonaba el teléfono. "¡Pero quién jode a esta hora!", se levantó protestando. Iba tan dormido que ni siquiera reparó en que su mujer no estaba en la cama. Que estaba en la cocina escribiendo. Esa costumbre la había adquirido Selene en épocas de viaje, cuando la soledad la atrapaba. Y se había profundizado en un período en el que disfrutó imperfectamente de un amor inobjetable. También hablaban esos cuadernos de romances y otros registros platónicos. Pero amor amor... No había sabido cómo manejar sus sentimientos y decidió escribir lo que sentía. Esos cuadernos eran la caja blindada no solo de sus pasiones sino también de sus sueños, sus apreciaciones de los hechos, sus hipótesis ante las circunstancias más difíciles. En algunas páginas, esos cuadernos de bitácora analizaban agendas de entrenamientos y de justas deportivas; en otras, cliqueaban en noches de tormentos y tormenta; en cambio, otros apuntes fotografiaban escritos azarosos con descripciones de lugares, personas, jurados, traspiradas axilas, lágrimas de gloria, aplausos que jamás -cree esta escritora- Selene hubiera podido olvidar. Porque Selene escribía en esa época de un modo suave, prolijo, ordenado. Suave, escribía de un modo suave. Como cuando jugaba con la pelota en las colchonetas, como cuando danzada al ritmo de temas de los Beatles, sus preferidos para las coreografías, a pesar de las reiteradas oposiciones de varios de sus entrenadores a lo largo de su carrera. Atendió Marcelo. "Bueno, ahora le aviso", dijo circunspecto. "Sí, sí, con cuidado", remarcó. Cortó y se quedó pensando. Vio la luz de la cocina encendida y entendió que Selene se había levantado, aunque no supo bien si mientras él estaba hablando por teléfono o antes. "¿Qué pasó?", preguntó ella. "Tu amiga", dijo él. "¿Qué le pasó?", gimió ella. "Un accidente", le informó Marcelo, "está internada, en terapia intensiva. La atropelló un auto al salir de la escuela". Entonces Selene se bañó, se vistió, preparó un bolso como cuando salía de viaje para competir en el interior y no escribió más por cinco meses. Fueron cinco meses espesos, agotadores, ininterrumpidos; cinco meses en los que renació con su amiga en una sala de cuidados intermedios del Hospital Italiano. El primer día en que se instaló junto a la cama de Valeria pensó en aquel accidente como una mezcla de pesadilla y bendición. Era una pesadilla ver así a su amiga. Era una bendición estar afuera de su casa. Era una pesadilla pensar que su amiga pudiera perder una pierna. Era una bendición poder cuidar a una persona que la necesitaba. “Pesadilla y bendición”, le había estampado una vez una competidora a Selene cuando la vio salir para hacer su rutina de pelota en los juegos panamericanos juveniles de La Habana 1998. Los soldados que fuimos a las islas El 14 cayó lunes y fue la rendición. Ese domingo el Papa se fue de Buenos Aires. Nosotros decíamos ese viernes llegó el Papa a Buenos Aires y comenzó todo el quilombo. Nos empezaron a cagar a bombazos, fue desde el viernes a la noche hasta el lunes de la rendición. Ese fin de semana pasó todo el quilombo porque las posiciones nuestras se venían replegando desde London y también pasaban por nuestras bases. Eran zombis los pibes que venían. Les indicábamos por donde replegar a pueblo porque estaba todo minado por ahí. Estas son las carpas que teníamos en Malvinas. Se armaba con dos paños. Cada uno tenía un par. Era un rectángulo con las puntas en triángulo y se abrochaba con ojales. Al poner un parante en cada punta lo estirabas y se armaba, y los costados eran unas estacas de alambre, sin piso. La soguita se ataba al parante y la estirabas. Entrábamos dos estirados y sin movernos mucho. Al final ya se congelaba, y para abrir tenías que patear la lona porque era una chapa, como estaba congelada. Nosotros llenamos el piso con hojas de un helecho que crecía ahí. Y encima el colchón eran tres tiras de goma espuma. Y arriba de la bolsa de dormir metíamos la carpa poncho, pero condensaba agua y se mojaba todo. Estas podías poner entra en el medio y quedaba un techo plano con caída a los costados y cuatro parantes. Ahí pasamos los setenta días. Desde la instrucción hasta Malvinas usamos siempre esto. Las últimas semanas cayeron un par de nevadas livianas, con temperaturas bajo cero. La lona parecía una chapa congelada, y encima llevar el bolso a cuestas. No llegamos a tener nada camuflado. Los que tenían que llevar la placa base del mortero quedaban muertos. Lo pienso hoy y no lo puedo creer, pero como digo, teníamos veinte años. El regimiento tenía en los galpones del fondo el depósito central y cada compañía tenía un depósito propio. Yo pertenecía al de la compañía que estaba al mando el sargento, quien después se trasladó de pase a Catamarca, su provincia. Porque la parte más fuerte es cómo sigue la vida de una persona después de una guerra. Testimonio nro. 2 Subteniente Guillermo Aliaga (herido en combate Boca House) Estaban los dos asistentes de Varela y Kusman. Eran dos soldados furrieles y los tenía de asistentes Dra., los únicos. Con nosotros no. Eran los soldados más rescatables con estudios. Se los metía de asistentes y la pasaban bien. A Malvinas los llevaron y era para eso. Los tenían, sí, para lustrarles los borcegos. Eran las mucamas les decíamos, que le limpiaban el sable balloneta. Los tenían de alcahuetes. En cambio, nosotros en el depósito manejábamos todos los furrieles que se armaban en las guardias y todo eso. Pero siempre perdían alguna pilcha y si había revisión cagaban, así que dependían de nosotros. Igual hacíamos inteligencia: le tomábamos prestada alguna cosa, después las sacábamos del depósito a cambio de no tener guardias y las cuentas daban bien porque no faltaba nada. Llegamos a pasar una corbata por debajo de la puerta del depósito para zafar. Ellos se acomodaban los puestos. El peor de todos era el puesto uno, cubría toda la entrada y crovara. Estaba la perrera, era el mejor. Tenía parrilla y ahí era joda. Y en puesto uno se estaba muy expuesto. Por eso eran mejor los del fondo. O convenía más los sábados salir a hacer las racias. Todos los sábados se salía y nos tocaba zona sur. Testimonio nro 3 Relato del vgm Juan Francisco Soberón, enfermero naval del bm5 Yo entré a la Escuela Mecánica de la Armada el 29 de enero del año 1976, cuando no llegaba a los quince años y medio. Hicieron una excepción conmigo porque tenías que tener quince años y medio cumplidos, pero bueno Dios me ayudó y pude entrar. Tuvimos 45 días del PSP (Período Selectivo Preeliminar), en los cuales respondí satisfactoriamente, hasta que nos dieron la especialidad. Yo había elegido aeronáutica y enfermero. Me tocó enfermería, así que empecé a estudiar en la escuela de mecánica, enfermería y tenía un vecino que me dijo “Mírá, en julio salen los cambios de especialidad, podés cambiar de enfermero a otra especialidad. ¿Por qué no pedís ir a la banda? Y, te venís a la banda. Acá te enseñamos la música, tocás dos o tres marchitas y listo. No vas a andar bailando, nada”. Le dije que sí, y pedí el cambio de especialidad a la banda de música. Éramos dos enfermeros los que pedimos el cambio de especialidad, cuando salió el cambio de especialidad el otro enfermero que se llamaba Falcón se fue a la Banda y yo me quedé como enfermero. Entonces me presenté ante el Cabo Primero Ramos, de mar, y le dije que yo me quería ir de baja. Me pregunta “¿Por qué te querés ir de baja?”, le expliqué que yo quería estar en la banda. “¿Por qué querés estar en la banda vos, a ver, decime?”, me pregunta. “¿Cuántas bandas hay en Isidro Casanova?”, me dice, y me pregunta de dónde soy. “Y bueno, entonces, ¿el día que te vayas de acá qué vas a hacer, adónde vas a ir a tocar?”, me dice. “En cambio, si seguís como enfermero, el día de mañana te recibís de enfermero y te podés ir de baja, y podés trabajar en cualquier hospital”. Y me hizo razonar. “Si te querés ir de baja”, me dijo, “entraron 10.800 aspirantes. Los estamos sacando a patadas. Así que si vos te querés ir, agarrá tus cosas, agarrás tu bolsito, te tomás el 28, ahí en la Avenida Libertador, y te vas hasta Liniers y de ahí te vas a tu casa. Pero si no te vas, no te quiero ver desde acá hasta octubre, noviembre que te vayás de pase, porque donde te vea”, me dijo, “te hago mierda”. Así me dijo. Y dicho y hecho, donde me veía, me hacía mierda. Pero bueno, me quedé. Así que en el año ’76 aproximadamente, en noviembre del ’76, me fui de pase a la Base Naval de Puerto Belgrano, a la Escuela de Sanidad Naval. En la Escuela de Sanidad Naval nunca me llevé una materia. Lo que me complicaba era el asunto de la conducta, pero bueno, con unas cuantas sanciones, me acomodaron. Así que ahí transcurrí parte del ´76, todo el ´77 y todo el ´78, porque nosotros éramos trosistas dormíamos en el hospital, únicamente podíamos salir los viernes a la tarde. Viernes, sábado y domingo, el domingo teníamos que estar de vuelta ahí en el hospital. Trosistas se le dice a la gente que no tiene vivienda en la localidad en la que está. Por ejemplo, si yo me voy de pase de acá a la localidad de Ushuaia y no tengo vivienda, soy trosista porque duermo en el hospital, en el cuartel, en otras palabras, en la base. Y, en cambio, a los que viven ahí les dicen locales. Entonces cuando vas de pase te preguntan en la Armada, si sos local o trosista y vos tenés que responder para que ellos sepan si tenés vivienda o no en ese lugar adonde vas. En el año ´78 cuando terminamos el curso se arma el casi conflicto con Chile y soy destinado a un buque dique desembarco para tropa de Infantería de Marina, llamado Buque Dique Desembarco Ara Cándido de Lasala, en el cual yo era el encargado de revisar todos los botiquines del buque que tenía 140 metros de largo, de lora, y de ancho, es decir, lago de manga, habrá tenido 30 metros. El resto era todo dique, y con ese buque les hacíamos las reparaciones a las lanchas torpederas en Ushuaia, porque en Ushuaia no había dique seco, entonces nosotros reparábamos las lanchas. Ahí estuve hasta el año ´81. En el año ´81 yo fui dado de pase al Hospital Naval de Puerto Belgrano, era subencargado de la Sala de Clínica Médica y Urología. En el año ´78 ascendí a Cabo Segundo, así que yo cuando fui al Hospital Naval todavía era Cabo Segundo. Ahí estuve dos meses y llegó de vuelta el boletín de pase al Batallón de Infantería de Marina Nro. 5 en marzo del año ´81. Era el enfermero más joven, tenía 21 años, estaba casado. Yo me casé en el año ´79, tenía una beba. Y bueno, ahí aprendí cómo eran los infantes. Son gente muy disciplinada, muy estructurada. Y aprendí a convivir con ellos, quienes, gracias a Dios, me adoptaron, pese a no ser un infante, como un infante más. En el año ´81 nosotros hicimos campaña. Me fui de pase a Río Grande. En Río Grande la Infantería de Marina tiene compañía de tiradores, y cada compañía de tiradores tiene su mortero 60 y su grupo de MAC. A su vez, cada Batallón tiene su puesto de Comando de Batallón y, en el puesto de Comando de Batallón, está el Puesto de Socorro del Batallón, donde están los médicos. Además, están los enfermeros de las Compañías de Tiradores. Yo siempre fui enfermero de las Compañías de Tiradores y hoy le doy gracias a Dios porque los infantes me tomaron tanto cariño y aprecio que me permitían tirar con ametralladora, fusil, pdf, con granadas. Me sentí uno de ellos. Así que le estoy muy agradecido a los infantes y también a los gaviota, que así se les dice a los de Marina por todo lo que aprendí en el buque. En el año ´81 hemos hecho campaña, hemos hecho caminatas de 12 horas, con 20 grados bajo cero. Hemos dormido a la intemperie y hemos hecho ejercicios con municiones reales, apoyados con artillería de campaña y apoyados con la fuerza aeronaval, que también nos daba protección aérea. Es decir, eran ejercicios donde hacíamos simulacros pero todo con munición verdadera. Así que me tocó ir a Malvinas bien instruido, bien preparado. Tenía 21 años y en Malvinas dejé todo, todo, todo. Siempre digo que, a lo mejor no fui un gran militar, pero sé que fui un gran soldado. Eso te lo pueden garantizar los oficiales, los suboficiales, los camilleros, todos. En eso me quedo totalmente satisfecho. Mi foja es de 9.80. Así fui a Malvinas. Biografías de ficción Le escribo esta carta a usted como una humilde escritora para transmitirle con todo respeto ciertas preocupaciones mías, no solo personales, sino también preocupaciones que a veces me da miedo develar. Porque me gustaría permanecer aislada en un rincón del mundo escribiendo a mi modo o guardando lo que pienso para mí, pero el camino de la vida ha querido que siempre me acompañaran sus libros, esas obras de talento y reflexión que han sido una gran guía, especialmente en mis momentos más difíciles... y me pasa que no sé si está bien o mal lo que hago, pero son mis alumnas y alumnos los que me piden consejo y por eso recurro a usted. En cada clase me están pidiendo que les transfiera lo que sé, lo que he vivido como profesora y como persona. Enseño los contenidos con el cariño que puedo, y preparando adecuadamente cada clase: con paciencia, con estudio, con respeto, pero hay tantas ocasiones en las que siento que gritan “queremos hacer algo más, cambiar un poco más nuestras vidas, poder viajar, poder llegar a vivir felizmente, y no sabemos si llegaremos”, …eso me dicen… … Querida amiga, nadie lo sabe. ¿Tú crees que yo a la edad que tengo estoy tan segura en las noches de soledad? Pero hay algo que sí sabes. Sabes tan bien como yo que los fantasmas de las mujeres que escribimos desde este pensamiento y también las que escriben desde otros pensamientos solo alejamos esos fantasmas cuando sentadas frente al teclado ponemos nuestra piel en palabras. Son las palabras las que nos acercan a la alegría o a la tristeza, a esos cataclismos de esperanza en los gestos más humildes o a esos exorcismos desafiantes que pocos pueden comprender en América Latina. … Cuando escribo una carta o un mensaje, si por algo creo que no hablo al vacío, es también por usted. Su vida, sus imágenes han sido siempre un aprendizaje para mí. No son solo páginas célebres de la literatura, son la comunicación con las personas, la jerarquía de las palabras. No sé muy bien cómo pedirle consejo, pero insisto, es por la necesidad que describía antes. No obstante, como he escuchado en sus entrevistas, es el presente el que nos urge con sus premuras. … Claro, aunque debes comprenderlo: la literatura es imperecedera, pero también debemos ocuparnos de lo perecedero. Si no escribiera, no sé qué sería de mi vida. ¡Válgame, Dios! ¡Qué sería y qué hubiera sido de mi vida! Realmente no lo sé, no he podido imaginar una cosa así. ¿Mi vida sin escribir? ¡No! ¡Jamás! Y fíjate que he podido imaginar millones de historias, de fábulas, de novelas, biografías de ficción de mujeres, de niñas y de hombres que han hecho la guerra y el amor. No digo todo, pero muchas cosas he podido imaginar, aunque nunca podría haber imaginado mi vida sin escribir. Por supuesto, ha habido diferentes etapas. Las mujeres debemos tener claras nuestras prioridades. Si estás criando o debes llevar comida a la mesa, la creatividad queda postergada. Pero llega el momento en que debes hacerte el espacio. Tenía casi 40 años cuando comencé a escribir mi primera novela. Mis hijos estaban entrando a la universidad, me demandaban menos tiempo, pese a que debía trabajar jornada completa administrando una escuela para mantener a mi familia. Escribía de noche y los fines de semana, en una máquina portátil. Llegaba a casa, comíamos en familia, se lavaban los platos y, mientras el resto miraba televisión, yo me quedaba en un rincón de la cocina, escribiendo. Me iba a acostar pasadas las 12 de la noche, agotada, pero feliz de haber pasado ese rato conmigo y con mis personajes. Con el segundo libro, vacié un clóset e instalé una tabla; ese fue mi primer escritorio de escritora. Con el tercer libro, había empezado a recibir los cheques de los libros anteriores y mi hijo me convenció de que me comprara una computadora. Eran carísimas y me atormentaba pensar en que no sería capaz de aprender a usarla. Pero pude. … Querida amiga, transferir la realidad a la ficción es un hecho trascendental, aunque al mismo tiempo insuficiente, si nuestros países y nuestros gobiernos no encuentran soluciones políticas que modifiquen las situaciones de vida de la gente. ¿Cómo sería posible generar un cambio social desde la literatura?, ¿sería eso posible? Sé que en la mente de cada lector la huella de lo leído permanece, al menos. Tal vez para rescatarlo en momentos difíciles o traerle alguna especie de alivio al reconocerse en el arte. He estado releyendo en misceláneas las grandes obras clásicas de Sófocles, de Shakespeare y de Dostoievski, entre otros autores, y su legado a la humanidad me ha vuelto a asombrar. La trasmisión de sus ideas hasta el presente. … Tú entiendes bien, queridísima. Contar historias, entretener, es ese nuestro don, nuestro talento. Otros lo contarán a viva voz, otros lo cantarán, nosotras escribimos. Nuestro teclado es nuestra melodía entre las voces del mundo y nada más… Sigue contando historias, sigue encontrándote contigo y con los demás cuando lo necesites, y liberemos un poquitín nuestras preocupaciones, tomemos un té, unos mates o un helado de limón y marroc, cada quien desde su hogar, en esta lamentable pandemia que estamos atravesando. … Le escribo desde Buenos Aires, querida amiga, para seguir comunicada con usted que tanto bien me hace con sus palabras. He estado releyendo una entrevista de Mario Vargas Llosa y me han llamado mucho la atención sus palabras. Ya sabe, siempre hablando de los escritores y del género. Me han conmovido sus inspiraciones al considerar que un escritor o una escritora es, ante todo, un insurrecto o una insurrecta, una rebelde con causa, un inconformista social y, al decir, que la literatura sirve para mostrar en ficciones, de manera directa o indirecta, a través de hechos, sueños, testimonios, alegorías, pesadillas o visiones, que la realidad está mal hecha. Esa expresión, particularmente, me ha conmovido: que la realidad está mal hecha. … Claro, con tantísimas novelas escritas, con fallas y virtudes, tantas veces mal juzgada y tantas veces bien, y aún sigo escribiendo como ese modo de intervenir en la realidad, ese especial modo de crear historias no para que la literatura sea célebre, sino para que la literatura sea celebrada. Sin embargo, que la literatura sea célebre tampoco estaría mal. ¿No crees? Ja, ja, ja. En el mundo, ya se ha demostrado que en una humanidad regida por el dinero y el poder como principales valores, en una humanidad rindiéndole pleitesía a quienes más dinero tienen solo por el hecho de poseerlo no se han encontrado ni la felicidad personal ni la justicia social. La literatura no es idealismo utópico, es conciencia de la posibilidad de un mundo más habitable para todas las personas. … Amiga, esto que hablamos es correcto en una esfera, es decir, para un número importante de personas, pero no para la mayoría; no sabría bien cómo hacer para modificar en algo la realidad insólita y a veces despiadada que hoy conversa la sociedad. Quien sabe me pase a mí por como soy, y es que las palabras a veces no nos reflejan, cuando deberíamos intentar que ellas fueran el reflejo de nuestra alma y de nuestro pensamiento. En muchas ocasiones, siento que no hablo el mismo idioma que quienes me rodean; puede ser que ellos sí me entiendan, pero soy yo quien no los comprende. No he de decirte que hoy me siento como Gregor Samsa… ¡No!, pero me descubro insólitamente callada, antes de hablarles a los otros aquello que no quiero decir o que no quieren oír y pienso: “Después lo escribiré”. Sí hablo cuando el requerimiento es sincero, cuando realmente el otro pretende franquear el muro de la incomunicación. La literatura nos ayuda a romper las barreras del odio. O, al menos, a crear un escudo. … Escribir es darnos tiempo. “Más allá del invierno descubrí que había en mí una primavera eterna”, escribió en 1942 Albert Camus, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1957. Con mi experiencia de vida, con mi carácter, mi soberbia, mis inquisiciones, con mis manías y encierros, sigo diciendo palabras escritas. Si me preguntaras te diría que siempre escribas novelas. Yo no sé por qué Argentina se ha alejado tantas veces de nuestro magnánimo descubrimiento: ¡el Realismo mágico! “Tienes la riqueza entre tus manos y la desaprovechas”, les diría. Este movimiento, como el Modernismo, es a la literatura como los sueños de San Martín o Bolívar, sueños de libertad… No sé, será que Buenos Aires y los barrios de allá respiran otros aires, les afectan otros vientos del Río, ¿será eso?… … Hola, queridísima autora. No sé bien qué responderle; sí sé que el Realismo mágico es uno de mis movimientos literarios favoritos. La descripción de un paisaje o de un gol, un desfile de invictos soldados, una receta de cocina, un acto de amor, tantas cosas pueden ser reflejadas bajo el sutil arte de la literatura para volver a la realidad. Hay tanta gente que cree que los hechos son hechos y nada más. Los hechos son hechos más el relato de quienes los puedan contar. En el momento en que ocurren, ocurren de un modo preciso, pero luego en el recuerdo, cada uno, los encuentra distintos, teñidos por otras connotaciones, connotaciones que no provienen solo de nosotros mismos, sino además de las ideologías de los otros. Por eso, debemos ser cuidadosos tanto en nuestras acciones como en nuestras palabras. Los hechos son los hechos, pero las intenciones de las reflexiones tardías nos pueden ayudar a estar mejor o peor con respecto a los hechos. Conocemos, además, por la profesión que compartimos del periodismo, que hay diferencia entre un hecho y un acontecimiento. Aspecto que viene a enseñarnos que, literariamente hablando, hay hechos que no pueden venir a nuestra obra. Restringir el vértigo mental es uno de los beneficios de escribir novelas. … Mira, el Realismo mágico es maravilloso, puedes combinarlo con lo fantástico que ustedes tienen. Célebres páginas de raciocinio o de análisis. No obstante, creo que mis favoritos de la literatura argentina son los románticos, que han dicho sin dudar. O los primeros relatos de la conquista, que han descripto a América con su mirada europea. ¿Te sientes abrumada por la lógica, amiga? La escritura es, ante todo, lógica. Pero es cierto, con ese toque de picardía podrás sobrellevarla mejor, siempre atenta a que no te pillen las espaldas… … ¡Gracias, amiga! Ja, ja, ja. Del Realismo mágico me gustaría asumir su exactitud en la descripción, tal como lo haría un escritor o una escritora realista, pero con pinceladas mágicas o sobrenaturales. Acordar la yuxtaposición de elementos, temas, hechos y situaciones para mostrar la relatividad de la realidad. Utilizar el empleo del mito, la historia y la tradición cultural del continente para lograr un estilo autóctono y particular. Restaurar el vínculo por los problemas sociales, culturales y políticos de Latinoamérica, poner en valor la solidaridad entre el escritor o la escritora y su pueblo. … Hoy que ha fallado su correspondencia, le escribo igual. ¡Buenos días, amiga! Sucedió que conversé con un colega acerca de Borges y gracias a ese colega me he puesto a releer al inobjetable Borges. Ahora buscaré un stained milk y le sigo contando. Me siento algo confundida porque, como decíamos, el Realismo mágico es nuestra representación para Latinoamérica, no obstante, son la magia, los embelecos y el magnetismo de lo borgiano características que llegan también a mi esencia, mi configuración; tanto sus cuentos, en espejos con otras obras, y como crisálida de su realidad contemporánea y pasada, como sus poemas que son, en realidad, los que laten en mí. … Querida amiga, yo creo que su inteligencia era sumamente sensible, por eso, no te puedo decir que no haya habido un profundo amor en su obra. Me invitas a leer poemas de Borges y encuentro significados puros en sus versos, que nos hablan también de un modo humano. A mí me maravilla saber que la misma inteligencia que creó sus laberintos iba unida a una persona que sabía amar, y esto lo digo, o lo escribo, porque no le ocurrió a él como a otros autores o autoras de la literatura fantástica que terminaron sus días confundidos en la fantasía de sus obras. Creo en él, creo en Borges, porque su inteligencia, y él mismo así lo manifiesta, iba unida a un gran amor, a su gran capacidad de amar. He de decirte que a mi entender pues que había tanto amor en él que debía magnificar sus razonamientos. Para mí, la ficción pasa por aquí, por el estómago. Cuando mi hija murió atravesé el invierno más largo y oscuro de mi vida. Mi mamá me dijo: “Nunca más te pasará nada comparable, ya has atravesado el infierno, así que el resto de tu vida será fácil” y tuvo razón. Ahora que ella no está aquí le sigo escribiendo cartas con la idea de que haya internet inalámbrico en el otro mundo y releo sus cartas, una por día, es mi rutina. Me ayuda a asumir la responsabilidad de escribir de la mejor manera que pueda y no escribir nada que le pudiera dar ideas a un psicópata. Sé mucho sobre tortura y violaciones; tengo una fundación, veo los casos y también los cuento, no obstante, no doy detalles, pero sí soy detallista cuando hablo sobre el amor, el sexo y las cosas que creo que la gente debería disfrutar. Tengo la responsabilidad con mis lectores de no crear más perturbaciones, más mal psicológico… … Claro, amiga mía. También he pensado en eso cuando escribía. Lo que dicen las palabras, las historias, los diálogos y el avance de las historias. En mi caso, muchas veces cambio de lugar los muebles para decir y decirme que las cosas pueden modificarse para bien o que pueden cambiar y volver a cambiar si se requiere, aunque existen infinidad de sucesos que ocurren fuera de nosotros, sin que los preveamos o tengamos control sobre ellos. Ríete, pero hoy, por ejemplo, me he despertado con un ataque de alergia. No sé qué mosquitos me picaron o si me picó una araña, pero estoy tan hinchada que parezco un personaje de Futurama, no me acuerdo ahora su nombre. Anoche estuve releyendo el comienzo de su última novela y me llamó mucho la atención el personaje de una mujer de sesenta años y el pasaje en que usted explica que ella logró revivir en el extranjero, donde los desafíos cotidianos le mantenían la mente ocupada y el corazón en relativa calma, porque en su país la aplastaba el peso de lo conocido, de las rutinas y limitaciones. En su casa se sentía condenada a ser una vieja sola, acosada por malos recuerdos inútiles, mientras que fuera podía haber sorpresas y oportunidades. Me llevó a pensar en la vida de las mujeres y en una enfermedad, el Alzhheimer, un mal que aparece con mayor frecuencia después de los sesenta años, aunque puede aparecer a partir de los cuarenta, manifestándose mediante diferentes síntomas, pero observándose especialmente en trastornos del lenguaje, pérdida de la memoria de corto plazo y una predisposición a aislarse a medida que declinan los sentidos del paciente. La estimulación mental y la dieta equilibrada parecen ser beneficiosas para mejorar. Quiero hablarte sobre estos aspectos porque ayer llegó hasta mí un video de LODVG con su tema Estoy contigo, y me conmovió muchísimo. Me he puesto a investigar al respecto y las estadísticas informan que es una enfermedad que afecta más a las mujeres. Por eso es tan importante, como le inventaste a tu personaje, crear nuevos estados, reconstruirnos para establecer nuevos vínculos con los demás: familiares, espacios sociales, amatorios, laborales o de estudio. Buscar lo que nos hace bien. Como escritora, llevo aproximadamente 4 horas por día escribiendo y aunque a veces intento no estar tan sola, muchas otras disfruto y busco la soledad. … Querida amiga, tú lo dices…claro, te rodean muchos varones, yo te recomendaría que busques más mujeres…mujeres, mujeres, mujeres, hasta que lleguen tus nueras…y no te preocupes tanto, el pensamiento de las mujeres también es sanador, más mágico, inconsciente, intuitivo, conéctate con las mujeres que llenen tu vida, que te hagan bien…como dice la novela que tú mismas citas, despreocúpate un poco de los hombres. ¡Al diablo con ellos! No te alejes de tus hijos y tus amigos, vecinos, claro… ¿amores? … Es cierto, Isa, a niños y jóvenes de mi país, les asombra cuando comento que tal autor o autora vive aquí o allí o apareció en la tele, o es un amigo o amiga mía, o alguien que conozco, o que yo misma escribo libros. Sobre todo, en cuanto a los autores nacionales, creen que los escritores y las escritoras de Argentina están muertos… Tal vez sea porque no se da mucha bibliografía de autores nacionales contemporáneos en los colegios y escuelas ni se los convoca a dar charlas o cursos, ni a hacer presentaciones. Sé que no alcanzo ni nunca alcanzaré mis proyectos de escritura, pero camino con mis lectores. En muchos intercambios me han pedido que escriba historias de amor y cada madrugada, para encontrarme con mi vocación, improviso mi ritual: me levanto, me visto como se visten las escritoras, me pinto, busco pulseras que hagan algo de ruido en mis muñecas y, sentada frente al teclado, escribo historias. Así voy andando la vida, en este difícil año 2018 que me tocó transitar. Con dificultades emocionales, laborales y sociales, pero siempre hallando cariño en quienes bien me quieren, en quienes me ayudan y en estas y tantas páginas y, como dice Borges, en el arte, que debe ser como ese espejo que nos revela nuestro propio rostro. … Buen día, hoy me levanto con ganas de nada. Querría que este día no existiera o yo ser invisible en él, no estar, y, en cambio, aparecer ya en las vacaciones de verano, tendida en una playa, tomando sol, eso querría. O bien, hallarme en condiciones físicas y emocionales como para arrancar mi jornada laboral. … No te preocupes, amiga, yo estoy peor que tú, porque sigo con esta alergia y dormí mal, y otra vez tengo la cara hinchada; ni me teñí, no sé qué comer, no terminé de corregir, ni de planchar y me pongo a escribir. Se me ocurre sí, reiniciarme pensando algo que tal vez resulte paradojal, pero hoy pienso en las mujeres que gobiernan. Cómo hacen, de dónde sacan las ganas, la voluntad, la energía, para rearmarse cada día. Puedo pensar también en otras mujeres, en otros trabajos, en otras profesiones, pero hoy se me dio por pensar en ellas. En cómo asumen papeles ejecutivos, funciones en las que no puedes tomarte ni un día de descanso, porque aunque te lo tomes, igual estarás en ese lugar, en ese cargo. Obviamente, los hombres también pueden tener esos problemas, pero las mujeres jamás se desentienden de la crianza de los hijos, y si relegan alguna responsabilidad ya son juzgadas, para los hombres cualquier rol es distinto. Tienen más beneficios para dirigir, para escribir, para administrar. Nuestro lugar ha sido siempre más difícil a lo largo de la historia. Tal vez más lindo, pero más difícil. Más intuitivo, pero más difícil, justamente por nuestros sentimientos. … No te preocupes, querida amiga, tienes el don de escribir, a tu modo, como escribes, con tu método, que ya lo juzgará la historia, pues escribe, si eso te hace feliz. Por lo que me cuentas tu madre, tus hijos, tus alumnos y mucha gente te alientan, y aún cuando no fuera así, no claudiques. Ya se te hará el tiempo. Continúa, más despacio o más a prisa, sola o acompañada. Una vez que has descubierto este oficio de escribir, por otra parte, tan terrestre, conoces sus grandezas y sus desventajas, así que ya estás en camino. Seas bienvenida al club. Es un camino solitario, recóndito, añorado, un lugar para ti en el que puedes aislarte para comunicarte después… Es tu sitio. Que algunos juzgarán como egoísmo, pero es tu vocación inexorable, no debes dejarla ir…y es tu puente de comunicación con los demás… Me dices que te gusta mucho la poesía, eso lo encuentro admirable. Cuando descubres una vocación descubres el camino de tu vida. Quien sabe no sea un camino permanente, quien sabe en algunos momentos necesites descansar o probar otras actividades que te agraden, pero como hablábamos, nosotras no descubrimos nada más sanador que escribir. … Por supuesto, estos días entiendo el arte como una manifestación de los sentimientos, los pensamientos y las emociones humanas, por eso mismo es que como decimos, o como elegimos nosotras, si no juzgo mal, asumimos escribir no desde una abstracción sin sentido, sino desde una reflexión permanente, combinando nuestras emociones con nuestras responsabilidades. Es mi convicción. Me gustaría no solo hablar de una escritura literaria, sino acerca de los beneficios que escribir textos genera sobre la personalidad y el conocimiento. La escritura es una actividad que me aleja del vértigo, me trae paz, estabilidad, me quita ansiedad. Como la lectura. Aún más cuando escribo novelas, porque me gustaría escribir tanto que así podría terminar mis días hecha un esqueleto escribiendo debajo de un árbol, como en la tumba viva. Hoy por hoy no me importaría, viviría feliz igual. Leyendo y escribiendo, así podría vivir. Índice Prólogo Nota de la autora Días de periodista Consultorio de medicina clínica Los que fuimos a las islas Por Jujuy Entrevistas vía skype La esquina de los caracoles Casa Museo Borges Boulogne sur Mer Música melódica Vivir encerrados Biografías de ficción