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Días de periodista, de María Luz Martín

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Días de periodista
Agradezco a todas las personas que hicieron posible este libro. En
especial, a mi madre y a mis hijos.
Muchísimas gracias a mi amiga Marcela González, quien aceptó
leer los borradores y escribir el prólogo.
“Los escritores suelen ser poco más o menos que lectores que
escriben. Y uno escribe sobre lo que ama, sobre lo que no sabe y
quisiera enterarse, sobre lo que le gustaría leer.
Juan Sasturain, Peripecias de un manuscrito
Prólogo
Tengo la suerte de darte la bienvenida en esta deliciosa colección de cuentos. El
universo fantástico al que te invito es un paisaje ocurrente en el que habitan personajes
que quieren ser escuchados.
María Luz abraza las palabras que construyen cada relato con amorosa
dedicación, entusiasmo y cierta camaradería con la que invita a los protagonistas de sus
cuentos a acomodarse cerca de tu corazón. Ella es a través de sus escritos, la autora está
entre las líneas y los latidos emocionados del personaje de Alba, o en la voz de la
periodista Amalia o en la turista altruista que acompaña la mirada de Brigitte.
Me hace especial ilusión escribir este prólogo, porque la leo desde que tenemos
diez años. Cierro los ojos y la imagen del salón de su casa se presenta nítida y me
permite observarnos sentadas en los sillones de pana beige y madera de almendro del
salón de su casa. Puedo oír a nuestras madres conversando animadamente en la cocina
de su casa y su voz de niña pronunciando cada palabra de un poema de su autoría con el
semblante serio y la emoción de quien preside un ritual milenario. Dulce época que
recuerdo con cierta nostalgia, la misma que probablemente se hermana con la de este
ejemplar que tienes en tus manos. La nostalgia de las historias que estás a punto de leer.
Mis recuerdos siempre la ven escritora, hasta en las situaciones más divertidas,
siempre tenía un bolígrafo y una servilleta a mano, a falta de libreta o cuaderno. Ese
amor por las letras, por darle corazón y alma a una historia, es María Luz y sin esa
característica no sería ella.
Esta serie de cuentos es una invitación al movimiento, a mirar la vida a través de
sus ojos y, gracias a su generosidad, a conocer a cada personaje que vive en estas
páginas modeladas por su talento creativo.
Cada cuento tiene su marca personal, una forma inconfundible de narrar los
hechos que hacen que uno se adentre en las complejidades de la historia como quien es
perseguido por personajes que reclaman ser descubiertos y entregados al mundo. El
lector se convierte en protagonista para seguir los hilos que se tejen en su prosa llena de
significado y elocuencia.
El género literario es muy proteico y su saber hacer como escritora lo
condimenta con la dulzura de quien ama lo que hace y prepara cada receta con el amor
macerado de las generaciones que la precedieron. La ficción le permite expresar su
interior prolífico y extraordinario, donde juega la niña que fue con la mujer que es.
Profesora entregada, comunicadora sagaz, creadora de leyendas hermanadas a sus otras
facetas de madre, hija, amiga y amante. Vibrar con el corazón despojado tras la pérdida
de Jimena, mirarse en el espejo de Micaela o recibir el consejo póstumo de J.L.B., es un
regalo.
Creo firmemente que la literatura recoloca el corazón, llena los pulmones de
vida
y si uno lo permite, nos da la clave de la felicidad.
Me queda agradecer a mi querida amiga el regalo de formar parte de este libro y
a ti que estas deseando conocer a quienes te esperan a la vuelta de esta página, buena
lectura y salud.
Marcela González Grilo
A Orillas del Río Miño. Primavera del 2022
Nota de la autora
En su obra “Los bordes de la ficción”, el filósofo Jacques Ranciére afirma que lo
que diferencia a la ficción de la experiencia ordinaria no es una falta de realidad sino un
aumento de la racionalidad, porque si bien la historia cuenta cómo las cosas se dan una
tras otra en su particularidad, la ficción cuenta cómo las cosas pueden darse. En palabras
más cercanas del escritor Mario Vargas Llosa, la realidad muchas veces está “mal
hecha”, por eso existe la ficción, entre otras razones.
No quise dejar de decir o de escribir, antes de presentar este libro, algunos de los
postulados que me guiaron en la composición de estos cuentos; especialmente porque
he trabajado mucho en estos años respecto a un tema tan importante como la
responsabilidad en el arte.
Los textos de esta antología han surgido de diversas experiencias, propias y
ajenas, observadas, recopiladas y ficcionalizadas en los últimos tres años que lleva
“Días de periodista” de escritura.
El cuento “Los que fuimos a las islas” es la transcripción de entrevistas a
veteranos de la Guerra de Malvinas, en la que he cambiado nombres y algunos otros
datos para que resultara un texto literario, intentando lograr un homenaje y, a la vez, una
alegoría con el tiempo presente por las dificultades que sufren hoy muchos jóvenes en el
diario vivir.
Boulogne sur Mer
Hoy, en el aniversario del fallecimiento de uno de los máximos próceres de mi
país, el general José de San Martín, aislada en la ciudad de Boulogne sur Mer, donde él
vino a morir, comienzo el relato de mi historia intentando olvidar un poco toda la locura
que nos está causando el covid-19. Lleve mi relato sus valores de unión y humildad
porque es una de las razones por las que lo escribo. Podríamos decir que esta historia
comenzó en noviembre del año pasado, aunque puede ser que haya comenzado mucho
antes.
En noviembre del año pasado una amiga de mi mamá me pidió que la
acompañara a hacer un viaje; ese viaje que, para bien o para mal, me trajo hasta aquí.
Muchas veces es extenuante jugar a pasado con las probabilidades; solo en la literatura
puede valer tal pronóstico.
Aída iba a viajar con su hija al viejo continente, como solemos nombrar a
Europa en Argentina, pero Paula quedó embarazada y le dijo a su madre que no iba a
realizar ese viaje. En Francia, las esperaba un matrimonio de parentesco lejano. Era un
proyecto que venían organizando desde quince años atrás.
El día anterior a que yo recibiera su invitación al itinerario por aquellas tierras
galas, se me había ocurrido anotarme a través de un mail en un curso de cocina de una
escuela de Bahía Blanca. Quería retomar mi carrera de chef tantas veces postergada.
Para poder cursar, era condición trasladarme una vez por semana en el servicio de
media distancia desde Coronel Pringles hasta Bahía Blanca.
El 23 de noviembre al salir del trabajo, mientras volvía a casa con mi perra
Brigitte, mi fiel compañera, reflexioné que el viaje no era algo tan extraordinario
como podía haber imaginado en un primer momento: iríamos un mes a Francia, a casa
de unos parientes de una amiga de mi mamá y podría estar descansando como yo quería
de tanto trabajo y obligaciones por el lapso de treinta jornadas gratificantes, tiempo en
el que conocería lugares, personas, recorrería paisajes turísticos excepcionales y traería
conmigo de aquel viaje algunos nuevos conocimientos de otra cultura.
Por su parte, Aída estaba más entusiasmada que yo y me animó enérgicamente a
que viajáramos juntas. Que nos iría bien y que ningún disgusto nos ocurriría, puesto que
tanto ella como yo, como la familia que nos recibiría teníamos cifradas esperanzas en
que no solo viviríamos momentos inolvidables, sino que el viaje sería beneficioso para
toda la humanidad, me aseguró. “Beneficioso para toda la humanidad” me pareció una
frase demasiado ambiciosa, pese a que si hubiera sabido los hechos que ocurrirían
después hubiera afirmado en aquel mismo instante que en nada se equivocaba. O en casi
nada.
“¡Imaginate, Brigitte! ¡Boulogne sur Mer!”, le dije a Brigitte. “¿Vamos?”, le
pregunté. Vivíamos juntas desde el año 2016 y quería que viajara conmigo. Cuando me
regalaron a Brigitte recuerdo que me sentí muy feliz porque había terminado una
relación sentimental que después de muchas peleas me había sumido en una edulcorada
tristeza y yo no era así. Mi carácter no era así. Tenía que reencontrarme conmigo y
Brigitte me ayudó. Había pasado meses muy tristes, sin querer salir de mi casa. Este
encierro en un país donde soy extranjera me cansa a veces casi tanto como aquel, pero
las cosas en Francia son diferentes. Yo soy diferente, nada es en vano.
La raza de Brigitte es pastor alemán línea de trabajo, ella es color sable y se
destaca por sus ganas de aprender, de entrenar y de actuar en terreno. Me hace reír
cuando me acompaña al baño y quiere que la perfume. Se ve que también desde que era
cachorrita quería que le pintara las uñas, pero eso no se puede. Un día con su mirada
parecía que me decía “hay gente que lo hace”. “Pero es una estupidez Brigitte”, le
contestaba a su vez con mi mirada. “Y lo sabés muy bien”. Me entendía a la perfección.
Comencé a entrenarla estudiando unas cuantas cosas a nivel personal y tomando clases
virtuales con adiestradores de perros. Necesitaba objetivos y una rutina de actividades,
buena alimentación y los cuidados necesarios para su salud.
“¡Vamos, Brigitte! ¡Estaremos bien!”, la alenté.
Ahora que he comenzado a escribir este relato me doy cuenta de que debo
escribir éticamente. No puedo explicar una receta de cocina, por ejemplo, y comenzar a
mentir porque saldría cualquier cosa. Recién he preparado un lemon pie con la receta
que mi maestra me enseñó en la escuela de mi querido Coronel Pringles y cocinando me
he acordado de esa mujer tan extraordinaria. Su hija había muerto en un incendio y yo
me parecía físicamente un poco a Jimena, me había dicho un día.
Si alguna vez escriben un libro de recetas fíjense bien lo que van a poner, nos
decía; pero hasta ahora nunca he tenido esa paciencia de escribir una obra. Me gustaría,
claro que sí; aunque nunca se me hubiera ocurrido sentarme horas frente al teclado si no
hubiera sido porque este confinamiento me ha dejado varada aquí, en Boulogne sur
Mer.
Ser extranjera se siente un poco extraño, en algunos momentos sentís mucha
tristeza, pero en estos meses he aprendido a reconocer que acordarme de personas que
me hacen bien, que son o han sido ejemplos para mí, viene a salvarme. Lo mismo que
dedicar más horas a mis hobbies favoritos.
Jimena una sola vez se animó a contarme del día en que tuvo que ir a reconocer
el cuerpo calcinado de su hija. El corazón se le estrujó después, me dijo. En ese
momento las convulsiones las sintió en su estómago, en su cuerpo de mujer anciana,
pero inquebrantable. Hacer cosas como ella las hacía me ayuda. Cocinar como me
enseñó Jimena es como tenerla un poquito conmigo.
Como llevo muchas horas de soledad me he dedicado a investigar algunos datos
de la etapa final de San Martín. Si bien media una terrible distancia entre lo que a él le
sucedió y lo que me sucede a mí, los voy a explicar porque encuentro algunas
similitudes entre ambas experiencias. Estoy en Francia y tanto él como yo hicimos
nuestro paso por París, la capital de las luces. San Martín no tuvo la oportunidad de
conocer la Torre Eiffel, construida en el año 1889; en mi caso, cuando debí hacer el
transbordo de aviones del contingente con el que viajaba, pude apreciar la magnífica
obra.
Con motivo de la Exposición Universal de 1889, fecha que marcaba el
centenario de la Revolución Francesa, se publicó un gran concurso en el Boletín Oficial
francés. Las primeras excavaciones se realizaron el día 26 enero 1887. El día 31 de
marzo de 1889 finalizó la construcción de la torre en un tiempo récord (2 años, 2 meses
y 5 días), lo cual se consideró una auténtica hazaña técnica. Solo se necesitaron cinco
meses para construir los cimientos y veintiún meses para ensamblar la parte metálica de
la torre. Es una velocidad récord, si se tienen en cuenta los medios rudimentarios de la
época. El montaje de la torre es una maravilla de precisión, como reconocieron todos los
cronistas de aquel siglo. Gustave Eiffel fue condecorado con la Legión de Honor en la
estrecha plataforma de la cima. El periodista Émile Goudeau visitó la obra a principios
de 1889 y describió el espectáculo. s" Una nube espesa de alquitrán y de hulla se nos
metía en la garganta, mientras un ensordecedor ruido de metal rugía bajo el martillo.
Todavía trabajaban en los bulones: unos obreros, encaramados a un saliente de unos
pocos centímetros, se turnaban para golpear los bulones (en realidad eran remaches) con
sus mazas de hierro. Uno podría haberlos tomado por herreros tranquilamente ocupados
en golpear con ritmo sobre un yunque, en alguna forja de pueblo, salvo porque estos
herreros no golpeaban de arriba abajo, verticalmente, sino de forma horizontal y como
con cada golpe se desprendían chispas, estos hombres negros, agrandados por el fondo
del cielo abierto, parecían estar recogiendo relámpagos en las nubes." de hierro. Uno
Luego de su renunciamiento en el Perú y de regreso en Buenos Aires, San
Martín decidió emprender un exilio voluntario. A bordo del navío “Le Bayonnais”, sin
más compañía que su hija Mercedes, se embarcó con destino a Francia el 10 de febrero
de 1824. Después de dos largos meses de viaje, arribaron a Londres donde residían
algunos amigos. Entre ellos, Lord Macduff, que lo había ayudado a salir de España en
1812 y con quien había continuado el contacto a través de afectuosas cartas. Entre los
amigos americanos se encontró con Agustín Iturbe, expulsado de México tras el intento
de gobierno imperial; con García del Río, su ministro en el Perú y su primer biógrafo;
con el Doctor Paroissien, médico del Regimiento de Granaderos, y con Álvarez
Condarco, a quien San Martín y O´ Higgins le habían confiado algunas partidas de
dinero de sus sueldos para que depositara en Europa.
José Francisco se abastecía con ese dinero para su subsistencia en el viejo
continente, pero se encontró con que buena parte de lo que él tenía ahorrado había
desaparecido en manos de algunos amigos que lo habían perdido en malas inversiones
en la Bolsa.
A fines de 1824 se dirigió a Bruselas y fijó su residencia en una zona alejada de
la ciudad, colocando a su hija en un pensionado de señoritas. Su vida era de una
sencillez que llegaba casi a la privación en lo más elemental del confort. Solo contaba
con los dos años de pensión que el gobierno de Perú le había otorgado.
El 3 de febrero de 1825, en carta dirigida a O´Higgins comentó sus dos
principales anhelos: la educación de su hija y volver a Mendoza para concluir sus días
allí. Le dijo: “Lo barato del país y la libertad que se disfruta me han decidido a fijar mi
residencia. Habré de regresar a América para meterme y concluir mis días en una
chacra, separado de todo lo que sea mi cargo público y si es posible de la sociedad de
los hombres”. La enfermedad que lo había aquejado desde siempre, la artritis
reumatoidea, se agravaba debido a las malas condiciones de vida por las que atravesaba.
En carta a sus amigos, les contó que vivía en una casa vieja con goteras y mucha
humedad. En enero de 1828 resolvió viajar a Aixla-Chapelle para aliviar sus dolencias
con aguas termales. Por entonces, proyectó regresar a su patria y con nombre José
Matorral, se embarcó en el vapor Conttes of Chicheter con destino a Buenos Aires.
Fondeado el buque frente a las costas de Buenos Aires, recibió noticias de problemas
internos existentes en las Provincias Unidas y de las disputas entre los miembros del
partido unitario y federal. Escribió al General José Díaz Vélez diciéndole que en vista
del estado en que se encontraba su país y, por otra parte, no perteneciendo ni debiendo
pertenecer a ninguno de los dos partidos en cuestión, resolvió pasar a Montevideo desde
cuyo punto dirigiría sus votos por el pronto restablecimiento de la concordia. Así su
exilio se transformó en definitivo. Desde los cincuenta y dos años hasta su muerte vivió
en Francia.
Llegado de nuevo a París, alquiló una casa sobre la Rue de Provence.
Transcurría la década de 1830 y Europa vivía una época precursora de grandes
movimientos que se sucederían hacia 1848. Aún las monarquías absolutas, reunidas en
la Santa Alianza, luchaban contra el liberalismo político. Durante este período, San
Martín se reencontró con un viejo compañero de armas español, que estaba en muy
buena posición económica y que respaldó moral y económicamente al Libertador. Se
trataba de Alejandro Aguado y Ramírez que llevaba el título de Marqués de las
Marismas de Guadalquivir y que dedicado a la actividad bancaria, había realizado una
enorme fortuna.
Por aquel tiempo, su hija Mercedes iniciaba su noviazgo con el joven Mariano
Balcarce, colaborador de San Martín. 1832 fue un año muy difícil ya que padre e hija
fueron atacados por el cólera, epidemia que hizo estragos en Europa. A fines de ese
mismo año, su única hija contrajo matrimonio y viajó a Buenos Aires en compañía de
su esposo. San Martín quedó solo en su casa de Grand Boung en las afueras de París
esperando noticias del Plata. El casamiento de su hija con Balcarce también le había
aliviado las preocupaciones económicas. Posiblemente su yerno había logrado liquidar
algunas de las propiedades que San Martín tenía en Buenos Aires o en Mendoza. Por
eso pudo dedicarse al cuidado del jardín en que –según el relato de visitantes- cultivaba
diferentes variedades de rosas, paseaba a caballo por las tardes y leía. Además, cuidaba
personalmente de sus prendas de vestir y tenía para ello un costurero provisto de agujas,
hilos y botones. Su plato favorito era el asado y su bebida predilecta, el mate.
Tuvo una inmensa alegría cuando se enteró del nacimiento de su nieta Mercedes.
Pudo comprar dos propiedades en Francia: su casa de Grand Bourg y otra en París, en
un barrio aristocrático donde también vivió su amigo el Marqués de las Marismas de
Guadalquivir. Vivió en París y pasó los veranos en Grand Bourg hasta que a comienzos
de 1848 estalló en la capital francesa el movimiento revolucionario que instauró la
Segunda República. Ante el ambiente revolucionario decidió instalarse con su familia
temporalmente en la ciudad portuaria de Boulogne sur Mer. Allí cultivó la amistad de
Alfred Gerard, dueño de la casa que habitaba, y conversó en sus largas caminatas con
los pescadores y la gente del pueblo. En Boulogne sur Mer, lo encontró la muerte.
Regresando a mi experiencia en Boulogne sur Mer, lo cierto es que en este
edificio en que tengo vecinos franceses he notado que todos los días realizan una
propuesta favorecedora del lugar mediante un grupo de WhatsApp, del que me han
invitado a participar hace unos días. “Le confinement est terrible”, se llama. Me pareció
muy gracioso el título. Sé poco del idioma del amor, pero con la tecnología es fácil
avanzar. La otra mañana caminaba hacia una tienda para comprar los productos que me
habían pedido en el curso de jabones en el que me anoté durante mi residencia aquí,
cuando al levantar un poco la vista para observar el cielo, leí un pasacalle que decía
pour un monde plus féministe.
Hay muchos motivos por los que no milito en el feminismo, pero creo que el
pasacalle no se equivoca, considerando que, si hasta ahora el mundo ha sido dirigido
mayoritariamente por los hombres y estamos viviendo con tantos problemas, creo que
una sociedad donde las mujeres guiáramos más con nuestras ideas, nuestro modo de
hacer y ver las cosas el mundo podría llegar a ser un lugar más sustentable. Me agaché
un poquito a hablarle a mi perrita que caminaba junto a mí y le dije al oído: “Mirá,
Brigitte, ahí dice le confinement est terrible. ¿Qué te parece la frase?”. Brigitte mi
miraba.
“Continuemos caminando”, le dije mediante una indicación gestual que había
aprendido con los instructores. Llegamos pronto a la tienda a la que debía ir para
comprar los aceites, mantecas, aromatizantes y el resto de los insumos solicitados para
hacer el curso online por plataforma Google Meet. El taller me otorgaba certificado de
asistencia y me enseñaba, entre otras cosas, a usar la calculadora para formular mis
propias recetas de jabones, que podían ser para pies, medicinales, etc. La realización del
taller, considerando la situación de confinamiento en que me encontraba, era muy útil
porque mantendría mi mente entretenida hasta que pudiera regresar a mi país, y esto no
solo porque aquí en Francia aún existen las restricciones por el covid19, sino porque
además, el dinero con el que había viajado era un riesgo que debía evaluar muy bien
para tomar cualquier decisión.
Aída se había alojado en la casa de sus amigos, pero, a último momento, yo no
había tenido lugar en aquella mansión porque la habitación que habían reservado para
mí fue ocupada por una amiga de la dueña unos días antes de que Aída y yo llegáramos.
No quería impacientarme, mi trabajo de detective e investigadora me había dado
facultades para poder seguir adelante a pesar de los contratiempos. “Son los momentos
en que tenés que tener cintura”, me dije riéndome, parafraseando a los directores
técnicos. En verdad me hubiera parecido más adecuado que me hubieran recibido en la
casa y que, en todo caso, hubiera sido Paul, el esposo de la amiga de Aída, quien se
hubiera ido por unos días a rentar el apart hotel. No obstante, como nadie promovió una
idea así, opté por callar y seguir la alternativa que me ofrecieron al recomendarme este
lugar en el que, gracias a Dios, me siento muy bien. La gente es muy amable y divertida
en el edificio; va más a tono con mi carácter, con mi filosofía de vida. Como escribió el
otro día un señor en el grupo sont temps eschatologiques, pourquoi nous allons nous
battre.
Van pasando los días y aunque añoro un poco a mi país, no tanto. He conocido
gente muy importante aquí. Me han tratado con mucho cariño y respeto.
En Argentina, cuando supe que iba a viajar, inicié un curso virtual estupendo
para mejorar mis conocimientos del idioma francés, sin embargo, como el costo era en
dólares y mi país ya se encontraba atravesando una situación económica deplorable tuve
que abandonar. Seguramente hubiera podido aprender mucho más. Podría anotarme
aquí, pero tampoco tengo plata.
He de decir algo con respecto a lo que significa estudiar un idioma. Es algo
espectacular. Es más, creo que aquel impulso inicial de las clases online con asistencia
pedagógica, videos divertidos y ejercicios interactivos de gramática y pronunciación
han generado un vuelco en mí. Porque quién sabe, nadie lo sabe a ciencia cierta, no
estaría escribiendo tanto como ahora se me ha dado por escribir, si aquel curso no
hubiera vuelto a recuperar mi amor por los idiomas.
Al menos por el estudio de una segunda lengua, que para mí ha venido a ser el
francés; mi profesor se llamaba Victor. Es verdad que al idioma francés se lo conoce
como el idioma del amor porque, como dicen, su sensualidad radica en que es
romántico, armónico y profundo, pero yo me preguntaba si todo aquello sería real. Mi
tristeza del pasado me impedía muchas veces disfrutar los buenos momentos.
En realidad, establecida en Francia me doy cuenta de que de a poquito he
comenzado a recuperarme en poder sentir paz, poder estar alegre, sentirme bien. La
soledad y el aislamiento no están representándome ya un desamparo, no. Más bien la
soledad y el aislamiento, sin miedo al afuera, vienen a ser mi paz.
En un principio, había creído que hubiera sido mejor alojarme con Aída en la
casa de Marcel y Allisse, aunque ahora sé que hubiera sido peor. En esa casa se han
estado desarrollando como en una olla a vapor, a punto de explotar digamos, acciones
misóginas y misándricas que no sabemos bien ni adónde han de llevar a esa pobre
gente. No es que yo me lave las manos de decir “no tengo ningún prejuicio”, “no
discrimino a nadie”, “soy beata e inmaculada”. ¡No! Pero no soy dañina, no me gusta
lastimar a la gente, tampoco voy a lastimarme a mí, por eso es que pienso que tantas
veces me favorece la soledad. (Un día de mi diario en Boulogne sur Mer).
Días de periodista
Amalia se levantó resfriada esa mañana. Fue hasta el baño, abrió la ducha y
expuso su cuerpo a la suavidad del agua tibia. Demoró por varios minutos su estadía
bajo el agua porque se dio cuenta de que aquel simple suceso le causaba un especial
placer. Luego, abrigada por una toalla suave con la que envolvió todo su cuerpo, se
dirigió a la habitación, donde buscó una blusa prelavada y unos pantalones nuevos, o, al
menos, que hubiera comprado en el último mes. Pensó que unos pantalones marrones de
gabardina con un pullover blanco le quedarían bien.
En el diario le habían propuesto que realizara una nota en Río Turbio por una
mina carbonífera que estaba en peligro. Había habido levantamientos, represión y un
movimiento de mujeres autoconvocadas solidarizándose activamente contra el cierre de
esa fuente laboral que daba vida a ciudades olvidadas del sur.
Llamó el ascensor y descendió los tres pisos para salir del edificio. Respiró en la
calle el aire frío de una mañana soleada mientras se dirigía a un bar que estaba a unas
pocas cuadras de allí porque sabía que vendían pasajes. Sacudió un poco las botas de
gamuza marrón que se había olvidado de repasar y en aquel bar compró el boleto que la
llevaría al sur. Se había independizado del trabajo cotidiano en la redacción del
periódico de modo que trabajaba como periodista independiente generando notas que el
público buscaba o necesitaba conocer sobre temas que a ella le gustaba investigar. Esa
tarde viajaría. Volvió al departamento y preparó una valija con bastante ropa de abrigo,
un bolso de mano y una mochila, donde guardó varios libros. Aunque a último
momento observó que la mochila no tenía que pesarle tanto y con la intención de hacer
lugar para su estuche de cosméticos optó por pasar algunos libros a una bolsa de
reciclaje que le habían regalado en una campaña ecologista. En el bolso de mano había
preparado la documentación importante, el dinero y las tarjetas, su agenda, su
cartuchera de útiles escolares y la novela que estaba leyendo, además de otra
especie de monedero gigante donde separó una base de maquillaje, rubor, un set con
sombras y el perfume con vaporizador. En el libro había guardado las fotografías de sus
abuelas inmigrantes. Siempre la acompañaban las fotos de Balbina y Emilia, esas
mujeres que habían llegado a la Argentina en busca de un futuro más venturoso en el
año 1938.
En Río Turbio, Amalia se alojó en un pequeño hotel ubicado en la calle central.
Cenó en el salón del hotel, luego subió a su habitación, se bañó y se acostó a dormir. Al
día siguiente tenía concertada una entrevista con la subgerenta de recursos humanos de
YCRT. Al apoyar su cabeza en la almohada, empezó a pensar en todas las cosas que le
causaban alegría o bienestar. Esa reflexión la tranquilizó, lo mismo que la voz de su
abuela, a quien creyó escuchar cuando, antes de dejar que el sueño la ganara por
completo, buscó en su bolso de mano, ubicado en una silla al costado de su cama, el
libro en el que había guardado las fotografías.
Esa noche pensó en Balbina, en realidad su tía abuela, quien había acompañado
sin titubeos la suerte de su abuelo Gabriel, desde que tanto él como ella quedaron
viudos y decidieron emigrar a la Argentina. La trajo a su mente con tanta nitidez
que le pareció que las dos estaban sentadas en la mesa de la cocina de la casa de su
abuela y la escuchaba contarle la hazaña de cuando lograron cosechar en Canning una
papa cuyo peso era de 1.220 gramos, obtenida de papas para semilla trozadas de la zona
de Mar del Plata. Le contaba siempre su abuela que aquella nota había salido en el
diario de la mañana, con una fotografía donde se comparaba el tamaño de la papa con
un huevo de gallina.
Despertó Amalia y observó por la ventana que ya había amanecido, pero el frío
no le sentaba bien, de modo que se vistió con ropa de abrigo y bajó en seguida a
desayunar. El salón desayunador del hotel parecía un sitio fantasmal. Encontró a un
hombre leyendo el diario. Se arrepintió de haber viajado en esa fecha, en septiembre.
Debería haber esperado hasta diciembre, hasta el 4 de diciembre, la única fecha en que
permiten el ingreso de mujeres a la mina. Solo el día de Santa Bárbara, cree la gente del
lugar, que el ingreso de mujeres no trae mala suerte en la mina. Creen que el ingreso de
mujeres a los túneles el resto de los días del año puede provocar derrumbes u otras
tragedias peores.
Por aquellos días, comenzó a entrevistar a distintos pobladores del lugar
vinculados con el conflicto. Se relacionó con gente que hablaba de un modo tan
diferente al de ella que por un momento llegó a figurarse que comprenderlos sería
imposible. Secos de palabras, decían apenas lo que podían. Ella se preguntaba si era que
no tenían las palabras o que no querían hablarlas. Era difícil hacer las entrevistas así,
desde el silencio. Por eso tuvo que desarrollar un método diferente de comunicación.
Empezó a buscar respuestas en los tonos de voz y hasta en las miradas. O en la posición
de los cuerpos. Entrevistó a una mujer robusta doblada por los años, a un joven delgado
sostenido por su traje de minero, a varios trabajadores que parpadeaban en lapsos de dos
segundos como si estuvieran recibiendo el polvo por debajo de sus cascos. Inclusive la
forma de caminar de niños y ancianos llegó a producirle una impresión tal que pensó
que estaba caminando ella misma en un pueblo fantasma como el de aquellas películas
del lejano oeste en las que un vaquero llega a uno de esos pueblos desolados donde el
viento hace girar esferas de ramas y pasto seco por calles solitarias a plena luz del sol.
Con los años recordaría que fue en una de aquellas tardes en que huyó al hotel y
comenzó a escribir relatos de personajes, pero no ya en un estilo periodístico sino
literario.
Empezó a descubrir que su vida se llenaba de personajes. Las entrevistas le
servían, sí. Para el trabajo, para la gente. Para la trayectoria. Pero el periodismo le exigía
vértigo, inmediatez; en cambio, como escritora sentía que las palabras fluían en un
tiempo calmo y las historias reales y fingidas venían a organizarse en su mente por
horas.
Fue así que Amalia se propuso escribir todas las veces que pudiera, llevando la
computadora al lugar que fuera, y cuando no podía escribir pensaba las historias, las
historias de la gente. Se asustó un poco al principio cuando empezó a escribir literatura
razonando que quizá podía quedar abstraída en un mundo irreal que la alejaría de la
realidad. No obstante, enseguida se dio cuenta de que no era así. Pensando esto, Amalia
se entusiasmaba con su primer cuento surgido en el silencio de su habitación.
Habían pasado cuatro días de la semana que tenía para estar en el pueblo y,
aunque tenía grabada la entrevista que le había realizado a la subgerenta de los
yacimientos, no la había reescrito y debía enviarla a su editor al día siguiente, junto con
otros testimonios que podría agregar en unos días más en una nota de investigación.
Luego de redactar una introducción, comenzó a desglosar la entrevista intercalando las
preguntas razonables para un trabajo periodístico y se fue a dormir. Al día siguiente
corregiría el texto y lo enviaría por mail.
Lo que descubrió en los días que vivió en Río Turbio fue que el problema de
trabajo en la mina carbonífera se resolvería en forma parcial, porque varios trabajadores
quedarían sin empleo y otros tendrían que emigrar a pueblos vecinos o conseguir
empleos en otras ciudades y abandonar a sus familias durante la semana. El hombre del
diario siguió allí todas las mañanas, pero ni una palabra intercambiaron. Lo que
descubrió para sí, eso fue lo más valioso de aquel viaje. Descubrió una vocación que la
llevaría hasta el día en que ni sus manos pudieran escribir ni su mente pudiera dictar una
historia más. Escribir, siempre escribir.
Amalia buscó en una de sus carpetas de notas sueltas un artículo que se llamaba
“Escritores” y guardó la hoja entre las mismas páginas de la novela en que tenía las
fotografías de sus abuelas. Quería releer ese texto que había escrito hace tiempo, en el
viaje de regreso a Buenos Aires.
En los tres días siguientes, completó su trabajo de la mina en Río Turbio y,
luego de haberse puesto en contacto con su jefe de redacción, decidió viajar al próximo
lugar que la aguardaba luego de descansar el fin de semana. Ahora tenía que viajar a
Pérez Millán, una localidad cercana a Ramallo, en la provincia de Buenos Aires. Un
frigorífico cerraba y estaba por dejar sin empleo a mil trabajadores.
La esquina de los caracoles
A Ramón Castelli le faltaban un mes y cuatro días para cerrar su negocio cuando
se enteró al encender el televisor de la cocina de su casa que dos nenes de seis años
habían muerto ahogados en el mar de Aguas Verdes. Esa misma tarde en que se enteró
de la noticia, llamó a Laura para pedirle que fuera entrando todos los caracoles que tenía
apostados en la vereda y hasta en la calle de su puesto de ventas. A ella, su mejor vecina
y asistente del negocio, le dejó las llaves para que pudiera cerrar la puerta cuando
terminara de guardar cada una de las piezas de esa enorme mampostería de caracoles
que él día tras día sacaba a la calle para poner en exhibición de los turistas que pasaban
por el lugar y compraban en muchos casos movidos más por lo exótico de las artesanías
que por la estética.
Ramón Castelli se había vestido esa mañana con unas bermudas negras,
zapatillas nuevas sobre unos zoquetes de toalla blancos y una camisa de manga corta de
color gris con unos botones negros que le había mandado a coser a Laura un día en que,
enojado porque le habían pagado con billetes falsos, se quitó la camisa haciendo saltar
todos los botones que traía. Para que no le sucediera lo mismo con otros billetes desistió
de ponerle a la camisa los mismos botones blancos que traía de origen y le pidió a su
vecina que le cosiera unos botones, pero que buscara otros que fueran de otro color.
Laura fue a su casa con la camisa de Ramón y le cosió seis botones negros que encontró
en el costurero que había heredado de su madre y enseguida se la llevó de vuelta,
protestándole que por unos pocos pesos que le pagaba por ayudarlo en el negocio, ella
no iba a hacer ninguna otra actividad más que no fuera estrictamente ayudarlo con los
caracoles.
Aquel día, en que le faltaban un mes y cuatro días para cerrar el negocio, sin
cambiarse de ropa Ramón salió rumbo al hospital donde los nenes habían sido
internados, aunque tal como escuchó en las noticias el médico del hospital aseguró que
habían llegado sin signos vitales por más que en la ambulancia les hubieran practicado
tareas de resucitación. Se impresionó con la noticia porque no podía creer lo sucedido
considerando que en Aguas Verdes nunca había ocurrido una desgracia así, pero supo
después por diferentes diálogos que estableció con vecinos y turistas que los padres
habían dejado a los chicos solos en el mar desconociendo los riesgos de bañarse entre
olas. Se preguntó a sí mismo por qué se había perdido esa grandiosa práctica que él
desde pequeño había ejercido en compañía de su abuelo, de juntar caracoles en la playa,
ponerlos en un balde o en un colador de plástico y lavarlos a la orilla del mar; luego
clasificarlos por tamaño, por color, por forma, separar algunos para hacer pulseras o
collares, otros para decorar portarretratos y los más grandes para escuchar el sonido del
mar apoyándolos en la oreja como un teléfono.
Esa tarde en que le faltaban un mes y cuatro días para cerrar su negocio, Ramón
llegó al hospital donde observó un movimiento inusual para el lugar. Había una
camioneta de la policía y otra de un canal de televisión. Se detuvo unos minutos para
hablar con otros vecinos y luego volvió a su casa para cenar y dormir. A la mañana
siguiente creyó que ya había transcurrido para él el tiempo suficiente de vida en un
lugar alejado de la capital, que aún podía con sesenta años volver a su departamento que
desde hacía tres lustros tenía alquilado en Buenos Aires, cuando por un desengaño
amoroso renunció a su trabajo en la oficina y se vino a vivir a la casa de su abuelo que
estaba muy enfermo. Unas semanas después de que Ramón llegara a Aguas Verdes su
abuelo había fallecido a la edad de noventa años y él lo había acompañado sentado al
borde de su cama, tomándole la mano como cuando caminaban por la playa juntando
caracoles.
Ahora Ramón había quedado tan impresionado con la trágica noticia de la tarde
anterior que a la mañana siguiente no tuvo más que ponerse a desayunar y comprender
que su tiempo en aquella playa tenía un plazo. El primero de marzo se vencía el contrato
de alquiler del departamento que tenía rentado en Buenos Aires, el primero de marzo él
estaría viviendo de vuelta en la capital. Posiblemente Laura viajara con él, si ella quería.
Esa mañana, después de desayunar no abrió el negocio, sino que comenzó a desarmar
una por una todas las artesanías realizadas con caracoles. Sin ordenarlos mucho, fue
poniendo los moluscos en bolsas que día a día fue llevando a la playa y de un modo
discreto fue esparciéndolos para que quedaran devueltos a su naturaleza. Durante un
mes y tres días esparció todos los caracoles de su negocio por kilómetros y kilómetros
de playa que en Aguas Verdes se extendían frente al Mar Argentino y el primero de
marzo tomó el micro que lo llevaría de regreso a la capital.
Por Jujuy
El cielo estaba opaco en la lejanía. El fulgor de las experiencias que habíamos
transitado en toda la jornada vibraba en nuestros corazones, como si el ir y venir de un
lado al otro, de una visita a la otra, de un paisaje al otro subiera ardiendo por nuestras
piernas para alojarse más que en el cerebro, en el ritmo del corazón. El viaje a Jujuy nos
había agotado. Pero ya llevábamos dos días instalados en la capital y, aunque varios
pobladores nos habían comentado que tuviéramos cuidado con que no nos faltara el aire
para respirar, los pulmones se habían adaptado.
Mi temor empezó a crecer esa noche, después de tantos trastornos, porque me
cuesta adaptarme a los lugares nuevos. Soy de llegar y adaptarme repentinamente, mas
luego del transcurso de dos o tres días me empieza a invadir una dificultad extraña para
empatizar con los cambios. Sin embargo, esa noche recordé con precisión una escena
vivida durante el día.
Veníamos a lomo de burro, bajando de un cerro cuando en la ruta desierta nos
cruzamos con Ramona. Le preguntamos dónde encontrábamos la indicación para
retomar el camino viejo, el que nos llevaría a la parada. Allí el micro nos aguardaba a
Renato, a mí y a todo el grupo de turistas.
-
Yi les voy a decir por dónde seguir, pero han de saber una cosa –dijo ella-. A
partir de esta noche, para quienes visiten la iglesia catedral y lo pidan de corazón por el
transcurso de siete días, Nuestra Señora ha de concederles un milagro.
-
¿Nuestra Señora? ¿Cuál Señora, Ramona? –le pregunté.
-
Nuestra Señora del Rosario de Paypaya, señora –me respondió.
Renato carraspeó.
-
¡Ramona, esa iglesia lleva la advocación de San Salvador! -dijo él. ¡San
Salvador de Jujuy ! –agregó.
-
Sí, pero la que hace los milagros es la Señora –confirmó ella.
Todos nos reímos un poco y saludándola decidimos seguir andando. No sé muy bien
qué pensamientos se cruzaron en la mente de los demás, pero a mí la garantía de obtener
un milagro para mi vida me alentó no solo el cuerpo que traía maltratado por algunos
dolores, sino también el alma maltratada de desamor.
Estaba terminando de bañarme y prontamente me iba a vestir para bajar al salón
del hotel en el que nos servían la cena. Tampoco pensé tanto en qué ropa ponerme,
después de todo, la gente andaba bastante sencilla en el hotel. Inclusive el grupo con el
que viajábamos era sencillo en general, salvo por un matrimonio joven algo engreídos y
dos abogadas jubiladas que eran bastante insoportables. En el pueblo, o capital, también
se observaban distintas fisonomías, que por lo menos pudieran intuirse por la
vestimenta.
Podría decirse de un modo algo taxativo que se veían tres grupos: el pueblo, la
oligarquía en un sentido amplio, y el grupo surtido en profesiones y modo de sentir de la
clase media, con comerciantes, profesionales y otros oficios y profesiones. Es que
cuando viajo, cuando vivo, me encanta observar a la gente y descubrir quiénes son,
aunque esos descubrimientos después me salen caro, porque tengo que pagar con mi
sangre el peso de algunos sentimientos.
Mientras me vestía con un jean y una remera y buscaba las zapatillas, no podía
olvidarme de las palabras de Ramona… Yi les voy a decir por dónde seguir, pero han de
saber una cosa…a partir de esta noche, para quienes visiten la iglesia catedral y lo pidan
de corazón por el transcurso de siete días, la Virgen ha de concederles un milagro…
…
Cuando todos estaban cenando, decidí levantarme de la mesa y salí sin que casi
nadie se diera cuenta para dirigirme a la iglesia catedral. La noche parecía tranquila. Me
acompañaba la luna. Pero no era la misma luna de siempre, aquella que otras veces me
había acompañado a Tucumán, no. Era una luna distinta. Acendrada de dolor. Taciturna
de emociones. Caminaba yo y la luna venía conmigo, iluminándome, como si un dios le
dictara el camino.
Llegué a la iglesia y encontré la puerta cerrada, pero la cadena tenía el candado
abierto, entonces descorrí los portones y entré al templo por una puerta lateral, ubicada a
la derecha. Cuando la vi, sentí que empezaba a llorar y me arrodillé frente a la imagen
de la Virgen para pedirle el milagro. Quería pedir por mí y también por los demás. Por
Renato, por mis hijos, por el pueblo: como una presencia en el corazón sentí que la
Virgen me decía que esta vez tenía que pedir sólo por mí. Hablá con Ramona, me dijo,
ella va a saber cómo orientarte. Hablá con Ramona…hablá con Ramona…
Salí del lugar tan conmovida que me costaba pensar. Saber por dónde tenía que
regresar, pero entonces recordé las palabras de Lisandro … las aves saben el camino de
regreso porque siguen a otras aves… las golondrinas regresan estacionalmente a sus
lugares de procedencia… Pensé en cuál era el lugar en que me sentía protegida y
regresé al hotel para comer algo, bañarme y dormir.
Encontré la confitería abierta y pedí un té y una porción de torta. Después subí a
la habitación. Renato roncaba. Me acosté. Al día siguiente me uniría a las excursiones
programadas y seguiría los pasos de los guías, tratando de aprovechar el viaje y
aprender lo que me fuera posible. Hablaría con Ramona, si podía.
…
Durante la mañana, el guía nos explicaba con ferviente ardor la epopeya del
éxodo jujeño mientras todos nosotros subíamos, esta vez caminando, el sendero de una
montaña que nos conduciría hasta una explanada cercana, donde estaba el mirador.
Todo el Ejército del Norte, bajo las órdenes del General Don Manuel José Joaquín del
Corazón de Jesús Belgrano, cruzó la cordillera para dejarle devastada la tierra a los
españoles, otro sacrificio más de Don Manuel Belgrano, vencedor de las batallas de
Salta y Tucumán, creador de nuestra insignia nacional que enarbolara por primera vez el
27 de febrero de 1812 y cuya bendición llegaría el…en nuestra Iglesia catedral, Don
Manuel Belgrano, abogado, periodista y defensor de la educación, hombre fiel a sus
principios, vocal de la Primera Junta, emancipador americano, ¡héroe de la Patria!
-
¡Derrotado en la campaña al Paraguay! –gritó alguien del grupo.
-
Derrotado, mas no vencido… -agregó una de las abogadas, con quien me
congracié, un poco a mi disgusto, a partir de ese momento.
Cuando llegamos al descanso, abrimos las mochilas que la mayoría llevábamos
y comimos y bebimos algo. Hacía calor. Faltaban seis días para el 31 de octubre, la
fiesta de la Paypaya. Ahí caí en la cuenta de que el viaje terminaba el 29, por lo que en
todo el camino de regreso estuve pensando en cómo hacer para poder quedarme.
Además, al pie de la montaña me había encontrado con la hija de Ramona, quien me
ofreció unas botellas de agua congelada que vendía a $ 100, y le compramos una. Me
dijo que después de la hora de la siesta su mamá iba a estar en la feria artesanal de la
plaza, en un puesto de piedras medicinales y maderas talladas. Le confirmé que iría,
pues teníamos la tarde libre. Pensaba comprarme aritos y pulseras para regalar.
Esa noche fui a rezar.
…
Al día siguiente, nos tocaba la visita a la Iglesia catedral. El guía jujeño seguía
siendo el mismo, enérgico en sus matices. Yo me preguntaba cómo hacía para hablar
con tanto desparpajo. Y se lo comenté a Renato. “¿Qué desparpajo?”, me dijo. “Son
convicciones”. “Son interpretaciones”, afirmé yo. “Lo que pasa es que vos nunca estás
convencida de nada”, sentenció. Pero no tenía razón.
En la provincia de Jujuy, Nuestra Señora del Rosario de Paypaya y Río Blanco
es la Patrona principal. La devoción más bella es la que se realiza el día 31 de octubre
cuando la imagen es retirada de su precioso altar, situado junto a la nave principal de la
Catedral de San Salvador de Jujuy, y es llevada hasta el Santuario de Río Blanco.
Durante el mes de octubre, toda la provincia de Jujuy celebra la fiesta mariana
de mayor convocatoria. El pueblo jujeño, haciendo gala de su profunda fe religiosa,
manifiesta devoción hacia la Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario
de Río Blanco y Paypaya, cuyos orígenes se remontan a la época colonial de mediados
del siglo XVII. Otra imagen se encuentra en la Capilla de la ciudad de Río Blanco,
agregó el guía.
En ese momento fueron varios los que se detuvieron a rezar, incluso la pareja de
abogadas se arrodilló en el reclinatorio y me sorprendió su fe, porque todos empezaron
a comentar. Tal vez juzgándolas. Por unos instantes pensé en hacer mi oración en ese
momento, pero no, sabía que debía mantener mi rito y rezar por la noche, la tercera
noche. Lo que todavía no había resuelto era cómo lograría quedarme hasta el 31.
…
Como las golondrinas del poema de Bécquer esa noche del 27 me siguieron
pájaros. No sabía bien qué pájaros eran, pero no me asustaban.
La luna había matizado su brillo, que igual seguía siendo plateado, pero ahora
otra presencia me acompañaba. Eran las aves. Primero con su sonido nocturno y
después en silencio. ¿Cómo sabía yo que venían conmigo? Lo sentía. Como se intuye
un nacimiento, una floración, el amor. Como se intuye la muerte. Llegué a la iglesia y la
cadena estaba descorrida, empujé apenas el portón e ingresando siempre por la misma
puerta, del mismo modo en que había hecho cada noche me arrodillé ante la Virgen.
Recé por mí, siguiendo las palabras que ella misma me había dado, aunque yo seguía
dubitativa. ¿Por qué, por qué tenía que rezar por mí? Algo entendía y algo no. Aunque
también asumía ciertas cargas mías, que ya venían pesando en mi mochila desde tiempo
atrás y creí que quizá estuviera bien rezar por una misma.
Pensé en mis amigas para decirles que ellas también hicieran lo mismo. Minutos
después levanté la vista para ver la imagen de la Virgen y un llanto vertiginoso se
apoderó de mí. Empecé a llorar a raudales pero mansamente. No me sorprendí. En
tantas ocasiones me había pasado en mi vida, que ya estaba acostumbrada.
Acostumbrada a llorar, y a solas. Tanto que se me ocurrió pensar que en tiempos de
sequía, podríamos juntarnos todas las mujeres de la Argentina y formar un río para
hidratar la tierra y resolver el riego de plantaciones enteras. “Boludeces, tonterías mías”,
dije y me di cuenta de que alguien respiraba detrás de mí. Miré para ver quién era y
cerquita mío encontré a un guía de la excursión que había viajado desde Buenos Aires
para acompañarnos. Me saludó y yo me levanté para salir. Sentí bastante vergüenza,
pero al volver al hotel me acompañó su sonrisa. Al menos no caminaba sola.
…
-
¿Por qué no te llevás música? Llevate el celular y los auriculares cuando te vas a
esas excursiones nocturnas –dijo Renato esa mañana, bromista, mientras
desayunábamos con una pareja con la que nunca habíamos conversado, y todos se rieron
a carcajadas.
-
Reíte también –me propuso.
-
Me río cuando tengo ganas –le dije. No me gusta la fachada de felicidad.
-
¿Qué fachada? –dijo el hombre. Estamos de viaje, estamos contentos. –
confirmó, sin embargo, la mujer se levantó llorando y salió rumbo a su habitación.
-
¡Ves lo que provocás! –me retó.
-
¿Yo soy la culpable del llanto de la mujer? – le pregunté y tomando mi campera
salí a la calle. Estaba Ernesto, el joven guía. Supe su nombre unos meses después
cuando volví a encontrarlo en Buenos Aires. En ese momento estaba
apoyado con su bicicleta sobre el cordón de la vereda del hotel y con su mano
sostenía el otro rodado. Me acerqué un poco para ver las bicicletas y me invitó a
andar. Me dijo que su amiga no bajaba y él se cansaba de esperar porque quería
llegarse hasta un lugar de la ciudad donde vendían minilibros con diferentes
datos de la región: los datos más antiguos, los más increíbles, los datos de
aparecidas, los de registros de hitos deportivos de la provincia de Jujuy y otros.
Ya estábamos andando en bicicleta y lo interrumpí para preguntarle si no
vendían los datos de locales donde comprar cuchillos.
-
¡Cuchillos! ¿Para qué querés cuchillos? –se asombró.
-
Para matar a alguien –le confirmé.
-
No te animarías –me sonrió.
-
¿Creés que no? –le sonreí y agregué –Le estoy pidiendo fuerza a la Virgen.
-
¡No podés pedirle eso a la Virgen!
-
¿Por qué no? – lo interrumpí. ¿Acaso los paypayas no pidieron la muerte de los
otros indios y Belgrano y sus hombres la muerte de los españoles?
-
No pedían la muerte, pedían ganar territorio, las batallas, su lugar…Además no
hay comparación entre aquellos tiempos y estos. Y vos estás hablando de una
muerte personal, ¿o no? –remató ya más interesado.
-
Sí, me gustaría matar a mi novio…-le dije.
-
¿Renato?
-
Sí.
-
¡Vení! ¡Cambiemos el rumbo! – sostuvo, virando un poco el manubrio de mi
bicicleta para que lo siguiera.
Comenzamos a pedalear sin tiempo por una ruta de ripio que nos conducía a la nada.
Pedaleábamos sin cansarnos, alternando los lugares, sin hablarnos, sin mirarnos, solo
sintiéndonos. Un poco el polvo nos anunciaba que estábamos vivos. Por suerte él había
cargado agua y paramos un momento, pero en seguida seguimos. Cuando retomamos se
me ocurrió preguntarle adónde íbamos y me asusté mucho de mi inconsciencia porque
yo no era así, pero se ve que el paisaje o él me habían transformado aquella tarde.
-
Quiero que te llegues hasta la otra Virgen de Paypaya, la de la Capilla de Río
Blanco, así cambiás tu intención y le pedís otra cosa –me dijo.
-
¿Qué vas a pedirle vos? –le pregunté.
-
¡Un cuchillo! –bromeó mientras llegábamos. Apoyamos las bicicletas sobre la
pared ruinosa de la iglesia y entramos.
Cuando volvíamos, el cielo se cargó de nubes y comenzaba a llover. Apenas lo
saludé, le devolví la bicicleta, me fui hasta la catedral y entré. Me arrodillé pidiéndole
fuerzas a la Virgen y volví al hotel. Me acosté y Renato me abrazó protegiéndome,
entonces sentí que el mundo se volvía más benévolo y que las cosas podían cambiar.
“¿Qué cosas?”, me preguntó entredormido. Se ve que otra vez volvía a hablar mis
pensamientos. “No sé, las cosas, las cosas, todas las cosas”, le dije, y me besó.
Entrevistas vía Skype
Ayer ingresé. Nadie sabe mucho de mí, no saben que en un tiempo tuve esposo,
hijo, trabajo; no lo saben. Todo lo olvidan cuando una persona enferma mentalmente,
porque frente a otras enfermedades del cuerpo la gente se compadece y mucho. Traje
conmigo el espejo que estaba en la habitación de soltera de mi mamá, un antiguo espejo
de arabescos venecianos en el que mi madre se miraba para maquillarse. Les pedí a las
enfermeras que lo colocaran en mi habitación. Lo que no quiero es verme en el espejo.
Estoy sola en mi habitación. Mi esposo murió, aunque a veces se me presenta en
las noches y yo me acerco a él.
Él está trabajando ahora. También trabajo: soy la niñera de mi nieta y preparo
traducciones que debo entregar mañana. Pero esos son sueños. Sin embargo, a veces me
finjo para sobrevivir. En realidad, hace un año que entré. Doce meses, trescientos
sesenta y cinco días que el espejo está esperándome.
Aquel día en que Arturo salió a trabajar y no regresó a casa, pensé que mi
universo se había desmoronado para siempre. Una psicóloga me dijo que elaborar un
duelo lleva tiempo y que cada ser humano encuentra su propio camino. De hecho, la
persona en duelo está enferma, pero como es un estado mental tan común y hay deudos
por todas partes, ya no se la denomina enfermedad. Porque es transitorio. Y porque se
supera.
Hago lo que puedo, imagino algunas cosas y me alimento si es que tengo
hambre, sino dejo la comida en el plato, pero cuando hago así me gritan y entonces
acepto probar algunos bocados. Sobre todo, finjo. Finjo cuando no sé qué hacer, cuando
no me reconozco como quien soy. No me reconozco como Micaela, más bien me creo
otra persona. Estar con otros reduce mi condena de este cuerpo de mujer cuyas
facultades declinan, la condena de escuchar mi voz tan agradable en otras décadas, con
esta amargura de ahora. Estar con otros me hacen reconocer que hay otros. Hay otras
habitaciones, hay otras vidas y otros recuerdos. Los otros tienen otros recuerdos que no
son los míos y yo guardo otros recuerdos del tiempo, que ellos quieren conocer.
Parece que el mundo se dibuja de otra manera en las mañanas, por lo menos veo
la luz desde los ventanales y decido que si no hubiera dejado de trabajar estaría mejor.
Lo que me sucede casi a diario es que las noches son un aglomerado de
desesperaciones, me traen todos los dolores, todas las culpas que las mujeres
removemos por años a lo largo de nuestra vida. No sé por qué me deprimí así. Debería
haber seguido el ejemplo de mi madre y levantarme a ordenar la casa y cocinar cada
mañana, aunque lo hiciera solo por mí.
La noche me trae todos los miedos como un abanico incesante de gritos y me
veo a mí misma haciendo resonar, por los corredores de un palacio, grandes gritos de
lamentos, como una corza herida próxima a la muerte. Nadie puede reconocer en mi voz
la hermosa entonación de otros tiempos. Llevo revuelto el cabello y retorcidas las
manos de dolor. En esa forma se me aparece el miedo y me falta el aire. Entonces viene
a buscarme mi esposo y caminamos charlando de cosas sin importancia hasta que
aclara. La enfermera me lleva al salón a desayunar después de bañarme.
Pasa rápido el tiempo cuando los días son iguales, porque un día es igual al otro.
Me bañan, me higienizan y cuando me llevan frente al espejo cierro los ojos. "Estás
linda, Mica”, me dicen. “No me veo tan mal”, les digo, pero no abro los ojos. En ellas
noto que el mundo sigue girando y recuerdo que fui joven en otras décadas. Trabajaba.
Si se detuviera la gran pelota que es este mundo, varios quedarían adentro y muchos
otros quedarían afuera, igual a esas láminas en blanco y negro que en algunas ocasiones
me mostraban para conocer mi estado de salud. Lo que pienso es que si no me hubiera
preocupado tanto por encajar en el modo en que la mayoría de las personas viven, no
estaría aquí. Quedarme sola en mi departamento cocinando y jugando sudoku, sin tener
que dar explicaciones respecto de cómo me siento hubiera hecho de mí otra persona. Es
un modo de decir, porque no sería quien soy; aunque así no tendría que fingirme. O me
fingiría para mí, pero eso no sería fingirme.
Conversamos con las enfermeras y se dan cuenta de que no estoy loca. Excepto
cuando empiezo a confesarles que mi marido vive. Les cuento que me llamó por
teléfono y que en dos días me pasará a buscar para salir a tomar algo en una confitería
de Uribelarrea. “¿Qué hay en Uribelarrea?”. En Uribelarrea hay algunas parrillas,
panaderías, una antigua pulpería de campo, calles de tierra arboladas y, sobre todo, hay
paz, mucha paz, les digo.
_ Puede ser que tu marido venga a buscarte _me dice Carolina, sin burlarse.
Ayer me trajeron un celular, pero no lo sé usar. No sé quién lo trajo; supongo
que habrá sido mi cuñado. Tendré que aprender sola si quiero usar el celular.
Al despertar hago rebotar ideas en mi mente para no perder razón, para no
perder vocabulario o intento dibujar algunas margaritas en un papel. No me dan ganas
de traducir, sino lo haría. Si Arturo viviera me diría que tradujera.
Días pasados conversé con Fulgencio, uno de los ancianos. Nació en la
provincia de Salta y de joven viajó a Buenos Aires. Fulgencio dice que la razón de la
vida es la Pachamama, que la tierra es sabia, que tiene el saber de la naturaleza, con sus
tiempos, sus esperas y sus milagros.
_ Creo más en la sabiduría de la lógica _le explico mientras nos levantamos de la
mesa andando a pasos lentos el sendero con árboles llenos de hojas amarillas que el
otoño ha teñido hasta dejar el lugar dibujado como un cuadro de pinceladas de Van
Gogh.
_ ¡Cómo sería eso! ¿A qué llama usted la sabiduría de la lógica? _me pregunta
Fulgencio desconfiando.
_La lógica es la disciplina que estudia las leyes, formas y validez de los
razonamientos y del conocimiento científico _le contesto.
_ ¡Muy bien, señora traductora! ¡Albricias! La aplaudo y me inclino ante usted
_me dice y me saluda como a una reina, aunque yo para mis adentros pienso que no me
veré en el espejo me diga lo que me diga.
_ No se burle, Fulgencio _ le contesto.
_ No. No me burlo _me responde. _ ¿Sabe qué pasa? Que nosotros tenemos la
sabiduría del campo. Nuestra sabiduría es la que conoce el tiempo de las siembras, el
tiempo de las esperas y de las cosechas. La sabiduría del viento norte.
_ No le critico eso, al contrario. Yo le hablo de otra cosa, usted no me
entiende…
La enfermera viene a buscarnos y yo le pregunto a Fulgencio si puede ayudarme
a usar el celular. Me responde que me quede tranquila, que él me va a ayudar. Que me
va a ayudar mucho, me afirma y, de ese modo, me brinda su confianza.
A Fulgencio le gustan los fideos con estofado de pollo o el arroz con albóndigas
de carne sin harina, aunque se hace un enchastre bárbaro cuando come, pero enseguida
vienen las enfermeras a ayudarlo, le limpien la boca con una servilleta de tela que en
este lugar siempre están limpias y perfumadas. Mis platos preferidos son las tartas, las
ensaladas o los zapallitos rellenos. A mí me ayudan si tengo algún percance en el
almuerzo o en la cena, no voy a decir que no. Pero correr, lo que se dice correr, solo
corren por él…por eso me parece que tendría que haber enfermeros. Al menos
para que las señoras mayores como yo podamos recrearnos la vista.
Hoy es veintitrés de agosto. Es la fecha en que falleció mi papá. Arturo se habrá
encontrado con él en el más allá. Mi esposo salió a trabajar y no volvió. Mientras él no
estuvo, hice mi en este hogar, sin molestar a mis hijos. Encontré a Fulgencio
y me rodeé de amigas. Mañana les pediré a las enfermeras que me lleven frente al
espejo y abriré los ojos.
“Estás linda, Mica”, me dicen. “No me veo tan mal, es cierto”, les respondo
mientras el espejo de arabescos venecianos me devuelve la imagen de una mujer
bastante parecida a mi mamá.
Museo Casa Borges
Cuando el último domingo lluvioso del mes de julio debatía inexorablemente su
capacidad para ser recordado, en la vida de Alba comenzaba otra historia. Aunque ella
podía haberse sumado al grupo de mujeres que decide no sufrir, las huellas de su
carácter o quizás la perseverancia de sus sueños le pedían algo más. En aquella noche de
sábado del mes de julio, la que con el tiempo ella recordaría como su preferida noche de
melancolía y soledad, vinieron a reunirse en su mente todas las incuestionables novelas
que había leído en su adolescencia y las otras historias que leyó luego de cumplir los
treinta años cuando su afición por la lectura volvió a intensificarse. A pesar de que sus
pensamientos daban vueltas por su mente y por su corazón, porque aquella noche los
pensamientos bajaron hasta su corazón, igual durmió. Al día siguiente iría a la cita.
Cualquier observador meticuloso hubiera podido ver a Alba pisando con toda la
prestancia que su alma conservaba el gris empedrado de la calle Diagonal Brown
aquella tarde de domingo. Lo cierto es que Alba intuyó lo que luego sabría, que en los
que en los años que le quedaban por vivir nada sería igual. Se preguntaba a sí misma
qué cantidad de noches se lamentaría por haber respondido a ese llamado, suponiendo al
mismo tiempo por qué otra cantidad de noches podría estar lamentándose en caso de no
haber atendido el teléfono en aquella oportunidad. ¡Cuántas noches le faltaban
lamentarse por haber abierto su corazón un día! “Infinitas noches”, le diría alguien y ese
mismo alguien agregaría “tan infinitas como la pobreza entre los pobres”.
Dirigiéndose a la cita, Alba se detuvo un momento, demoró el trayecto de sus
pasos para acomodarse la mochila, al tiempo que pensaba en la discusión que había
tenido en la última reunión de directivos en la clínica. El director había afirmado que
hay gente que no quiere salir de la pobreza.
-
No quieren o a veces no pueden salir de allí – comentó ella.
-
¿Vos qué sabés? – le contestó casi gritando en la percepción de ella el
vicedirector.
– Oí lo que decís. Si decís que no quieren o no pueden salir de la pobreza es
porque la pobreza, en definitiva, les gusta.
-
¡No sé a qué pobreza te referís, imbécil! – se sublevó Alba aquel día,
arrepintiéndose inmediatamente de haber hablado así, y luego agregó.
_ La inanición, la falta de cobertura médica, la escasez de recursos, la
imposibilidad de hablar y escribir correctamente a nadie le gusta, o al menos a nadie
debería gustarle; si se acostumbraron a vivir así, algo habrá fallado.
En la esquina de Diagonal Brown y Töll terminó de acomodarse la mochila y
caminó, ahora sí, intentando olvidar aquellas discusiones. El departamento en el que la
esperaba para su primera cita aquel hombre, de quien se había enamorado en un grupo
de Facebook, se encontraba ya a tan escasos pasos de donde ella estaba, que en ese
momento Alba sintió, como pocas veces en su vida, que el corazón se desprendía de su
sitio y debió capturarlo antes de llegar al lugar. Se despejó buscando una razón para su
mente.
En muchas situaciones tenía cierta facilidad para plantearse incógnitas como
pensar si los síntomas que últimamente la aquejaban serían en realidad presagios de una
enfermedad que ella misma desconocía. No obstante, en seguida se animaba al
imaginarse vestida como una estrella de la canción pop. Demasiado la aquejaban los
gritos que en varias ocasiones había recibido, entonces lo que buscaba era sentirse como
cualquier persona se siente al dormir mansamente, al escribir, estudiar o cocinar, al
hacer alguna actividad que sea de su agrado y que no le cause ningún daño o al hacer el
amor.
Esa tarde del último domingo lluvioso del mes de julio, antes de llegar a la cita,
Alba decidió visitar el museo Casa Borges.
Sin ser vista por nadie conversaría con la escultura de Borges que estaba en el
patio. Las palabras del autor no le llegaban a través de la nada, sino de las lecturas que
había hecho de su obra. Esas palabras respondían a preguntas que ella formulaba cuando
el mundo parecía un caos sin control. Porque cuando se encontraba sola o perdida o en
situaciones de humillación nada había en el tiempo que la tranquilizara tanto como
saberse acompañada a la distancia por Borges. Un autor escribe para todos los tiempos y
pese a que la profesión de Alba era la investigación genética sabía que el mensaje de
Borges era imperecedero.
Tan secretos fueron por años los secretos de Alba, que había
tardes en las que escribía poemas sobre un papel que después rompía con furia
espectral. Cuando alguna vez le preguntaron por qué se había desecho de tantos poemas,
ella respondió que estaba arrepentida, que debería haberlos guardado, aunque no a
todos. Todavía su mente recordaba algunos sentimientos con la misma proximidad con
que se recuerda un nacimiento, una muerte, una noche de amor. Y aunque no dejaba de
ser cierto que en muchas ocasiones le había faltado el aire para respirar, recordaba con
la misma nitidez con que se recuerda el batir de huevos para hacer una omelette todas
las reuniones a las que había ido, todos los congresos a los que había asistido, todo el
esfuerzo que en horas de su vida había realizado escuchando cosas que no le
importaban, tratando de conectarse con total honestidad, pensando que de eso se trataba,
de conectarse. En verdad que muchas veces cruzarse con los seres humanos le parecía
una obligación ineludible, cuando hubiera querido quedarse leyendo solitaria. Cuando
en un congreso se le ocurrió afirmar que aprendía más de la naturaleza humana en los
personajes de ficción, que en los seres de carne y hueso, hubo gente que gimoteó de
risa, faltándole el respeto. Solo un autor como Ignacio, pensó ella, podría comprenderla,
y no se equivocaba.
***
Al comenzar la visita guiada por la Casa Borges, la directora del museo les
explicó a los concurrentes varias anécdotas de “Jorge Luis”, porque así lo mencionaba
cada vez que se refería al escritor y esta modalidad de nombrarlo a Alba le llamó tanto
la atención que años después aún recordaría con bastante humor aquellas alusiones. Les
contó que hubo una noche en que Jorge Luis Borges no podía dormir por escuchar cada
media hora las campanadas del reloj de la habitación del Hotel Las Delicias y al hombre
se le ocurrió pensar que si lograba olvidar el sonido podría dormir. A la mañana
siguiente, Borges se levantó y escribió la historia de un hombre que jamás olvida nada.
- ¿Es el cuento “Funes el memorioso”? – preguntó una adolescente de cabello
violeta.
- Exactamente – se sorprendió la guía. - ¿Cómo lo sabías?
- Leímos ese cuento en una clase de Literatura.
“Casa Borges es un chalet californiano ubicado en Diagonal Brown”, continuó
explicando la guía.
Esa pequeña casa donde el autor de El Aleph pasó los veranos hasta 1953 es
actualmente un renovado museo. La vivienda de ladrillo visto y paredes blancas es nada
más y nada menos que la casa que en 1944 mandó a construir Leonor Acevedo Suárez,
madre del célebre escritor. Jorge Luis Borges representa sin duda uno de los autores
más importantes del siglo XX y el mayor referente literario argentino en el mundo. El
escritor residió en diferentes barrios de Buenos Aires, sin embargo, es en Adrogué
donde se halla la única casa museo de Borges.
El chalet es un museo abierto a todo público, donde el visitante puede
adentrarse en los ambientes en que el escritor creó su obra. En el comedor reciclado se
pueden ver fotografías, videos y fragmentos de textos. En la antigua habitación del
escritor se halla una sala audiovisual y en un segundo cuarto se recupera la obra de
Borges en una biblioteca que también contiene una muestra artística de la hermana del
autor. El recorrido en el interior de la casa museo lleva al visitante por distintos puntos
cartográficos dentro de su obra literaria y de su biografía: una quinta de Adrogué, el
Hotel, las calles diagonales por donde transitaba Borges y la referencia inequívoca de
sus creaciones.
Uno de los mayores atractivos de la casa se encuentra en el patio,
donde coinciden obras de artistas locales. En otra parte del jardín se sitúa una
estatua del escritor, obra de Lili Esses.
***
Alba recorrió el museo sin pensar en nada. Por suerte había heredado
de su mamá esa capacidad para desdoblar el pensamiento entre el presente y
el minuto posterior. Cuando la visita al museo llegaba a su fin, Alba le envió un
mensaje de whatsapp a su amiga confirmándole que iba a la cita en el lugar y con la
persona que le había contado. Se sintió tranquila y con fuerzas. Cruzó hasta el
departamento de Celso, donde él la esperaba. Sabía que podía confiar en ese
hombre porque lo conocía desde hacía varios meses y Alba había descubierto en el
carácter de él la tranquilidad y el amor que ella necesitaba.
Música melódica
Darío la invitó a una excursión a la salía de la escuela
_ Mi papá nos va a llevar a Navarro el domingo, ¿querés venir? _le dijo,
justo el día en que se había armado el lío en la biblioteca.
Se quedó callada y lo miró porque apenas conocía a su mamá por un
día en el que se habían reunido en su casa para preparar una exposición de
Geografía. Su hermanito Javi le pareció divino, los iba a interrumpir a cada rato
con chistes que nadie sabía bien de dónde copiaba. La mamá lo retaba, diciéndole que
los dejara estudiar. La sorprendió que apareciera en escena el padre de Darío porque,
por lo que ella recordaba, lo nombraba muy poco.
_ ¡Dale, vení, la vamos a pasar genial! Porque también viene mi primo Maxi y
podemos andar en bicicleta.
_ ¿En bicicleta? _le preguntó.
_ Sí, en el pueblo tienen bicicletas para alquilar.
Cuando le habló de su bicicleta, le cambió la expresión. Se hizo a la idea de
andar por calles tranquilas de un pueblecito remoto y cruzar terrenos abiertos con
algunos senderos de árboles donde oxigenar sus pulmones. Tan fuerte se adhirió esa
imagen en Virginia que, en seguida, le dijo que sí. Percibió la sensación de rodar libre,
con todo el aire en su cerebro y toda la fuerza en sus piernas. Libre, sin tener que estar
elaborando respuestas ante inquietudes de los demás. Libre, como Mafalda en una
nueva historieta, como el agua de una cascada, como el suspiro de una ballena.
_ Como una pelota en un picadito _agregó Darío.
Virginia se sorprendió, porque ella creyó creer que no había hablado, que sólo
había pensado.
_ ¿Dije algo? Decime, ¿dije algo? _le preguntó.
_ ¿Por? _se hizo el gracioso al ver su desesperación.
_ ¡Dale! ¿Dije algo? _ insistió.
_ No, todavía no me contestaste_ aclaró Darío.
_ Pero si dije algo de rodar, te pregunto _le explicó.
_ No, te quedaste callada, como mirando para adentro.
_ ¡Ah!, ¿y por qué vos dijiste lo de la pelota que rueda?
_Yo no dije eso, yo dije “como una pelota en un picadito”.
_Bueno, es lo mismo, estúpido, ¿por qué lo dijiste? _le preguntó Virginia.
_ Porque se me ocurrió que para vos la bici es como para mí la pelota. ¡No
sabés! Cuando jugamos en Navarro un picadito con mi hermano, mi primo y unos
chavones que conocemos ahí, no queremos cortarla. Podemos pasarnos todo el día
jugando.
_ ¿Todo el día atrás de una pelota? ¡Están locos!
_ Sí. Cuando lo veas jugar a mi hermanito te vas a dar cuenta.
_ ¿Juega bien?
_ ¡Pufff! Y no es sólo eso, sino que parece que el pibito se sale de la tierra, anda
en otro mundo, como colgado, on faier. Juega como si fuera un personaje de metegol;
parece que llevara la pelota atada con un hilo, pero cuando te hace el pase te la deja
puesta ahí, a tus pies. Después te mira, vos se la devolvés y ya sabés… ¡metió el gol!
Se sintió tan atraída con el relato que le pareció que se estaba enamorando de
Darío y estaba un poco asustaba porque no sabía qué sentía él. En los recreos que
compartían juntos se le aparecía como un fantasma que los rodeaba la historia de su ex
novia, porque tampoco había pasado tanto tiempo desde que habían cortado. Por eso,
cuando le dijo que sí, le pidió ir con Julieta para no sentirse tan desprotegida.
_ Está bien, porque también va Maxi, mi primo.
Virginia estuvo de acuerdo y él se despidió besándola en la boca.
El viaje fue diferente a lo que pueda pensarse. Un viaje silencioso, casi sin
bullicio de nada, con la radio de fondo en el auto y los periodistas hablando las noticias
del día que informaban del clima, la situación económica del país, los resultados de un
concurso de bailes en la televisión y la compra de algunos jugadores de fútbol en
Europa. Parecía que toda aquella magia que habían soñado el día anterior se anonadaba
en la rutina de las noticias, aunque faltaba llegar al lugar.
Cuando pararon en la estación de servicio para cargar nafta, Virginia y Julieta
pidieron permiso para ir al baño. Las siguió la mamá de Darío; y el hermanito fue a los
sanitarios con Darío y Maxi. En diez minutos estaban andando otra vez en la ruta.
Surgieron algunas discusiones por la impaciencia de Javi en llegar, entonces Oscar le
dijo que guardara la pelota en la mochila durante el viaje y que si todo iba bien por el
camino faltarían aproximadamente unos cuarenta minutos para llegar.
Oscar y Ana iban tomando mate, habían cambiado las noticias por música
melódica de la década del ’80. Virginia se concentró en el paisaje que podía observar a
través de la ventanilla y buscó el celular y los auriculares para escuchar la música que a
ella le gustaba. Recordó aquella mañana en que ella estaba tan triste por lo que había
pasado con su papá y Darío la hizo reír diciéndole que el chupetín era un buen recurso.
- Un buen recurso, ¿para qué? - le había preguntado Virginia. -Para que te salgan
caries.
-No, fijáte -le había dicho Darío-. Si vos tenés el chupetín en la boca, te ayuda a
callarte cuando no querés hablar...por ejemplo, como en este caso, que yo tengo ganas
de decirle a la profe que lo que está diciendo es una reverenda pelotudez.
Virginia se había reído tanto como con sus series favoritas y la profesora los
había mirado, pero cotinuó con su explicación sobre la composición de los perfumes.
-Bueno, pero el tema es interesante.
- ¿Cuál, el de los perfumes?
-Sí. - había dicho Virginia.
-Discrepo – había manifestado Darío y agregó que, además, el chupetín servía
para otra cosa.
- ¿Para qué? ¿A ver? - le había preguntado ella.
-Fijáte, si vas rotanto el chupetín en la boca...así...le hacés tentar al otro. ¿O no?
-No sé, para mí depende del sabor. A mí me gustan los de coca...
- ¡A mí los de marihuana!
Otra vez ella se rió mucho y ahora sí la profesora les había pedido que prestaran
más atención.
- Vos prestá atención a lo que yo te explico. Es más útil- le había dicho Darío en
voz baja.
La profesora empezó a escribir en el pizarrón y mientras Virginia copiaba en su
carpeta le dijo a Darío.
-Además, para mí, depende de quién los chupe. Porque por más que los giren
como vos decís, si lo está chupando, por ejemplo, Lautaro, yo no lo miro aunque sea de
coca.
Él también empezó a copiar.
-Yo sí, yo miro a cualquiera que chupe un chupetín; porque a veces me puedo
burlar, por ejemplo, de Renata.
-No te burles de ella, pobre...-le había pedido Virginia.
- ¿Por qué? ¿Es tu amiga?
-No, ¿pero no sabés lo que le pasó?
-No. ¿Qué le pasó?
-Se murió su primo en un accidente. Iba con la novia en la moto y él golpeó su
cabeza contra el asfalto, sin casco.
-Uh, ¡qué mal! No sabía. ¿Y la novia?
- Ella está internada, encima parece que está embarazada...
-Vos te enterás de todo.
- ¿No leíste? Le mandaban saludos en el grupo.
-No, no me fijé.
-Por eso yo me compré el casco para andar en la bici.
- ¡Qué bien! ¿Querés que un día te acompañe?
- ¡Dale! Después arreglamos, aunque yo muchas veces ando con Julieta.
-No hay problema, yo llevo mis chupetines.
-O invitá a un amigo.
-Sí, tenés razón...pero tengo que revisar mi bici.
-Otro día te voy a contar más cosas sobre mi bicicleta. - le había confesado
misteriosa.
- ¿Qué? Tiene vida.
-No, estúpido. Es otra cosa. Después te cuento.
Siguieron copiando en sus carpetas lo que la profesora había escrito en el
pizarrón.
Cuando su mente terminó de evocar aquella anécdota, estaban llegando a
Navarro. En la entrada al pueblo había un monumento al sulky. Se alegró de haber
aceptado la invitación y se alegró de haber aceptado salir con Darío porque sabía que él
siempre llevaba preservativos.
Consultorio de medicina clínica
Parque Nacional Lanín, Ruta Provincial 62, Lago Curruhué Grande, Laguna
Verde, Termas de Lahen-Co, Escorial, diciembre 2019. Recorrido: 40 km aprox. (ida y
vuelta).
Luego de la extenuante bicicleteada del día anterior que me trajo desde Junín de
Los Andes hasta el camping de Laguna Verde ($ 1500 por persona, muy pobres
servicios), hago en esta jornada una ida y vuelta hacia el paso fronterizo a Chile.
En el recorrido se atraviesa el escorial del Volcán Ayén Niyén, producido hace
unos 400 años, que abarca unos 5 km de largo y hasta 400 metros de ancho y que llegó
hasta la Laguna Verde y el Lago Epulafquen. Se encuentra a unos 5km al oeste del
camping.
Aquí hay un sendero de unos 500 metros, bien señalizado y de fácil recorrido,
que nos ilustra sobre este escorial y el proceso biológico que poco a poco lo va
colonizando. La formación de musgos y líquenes, los pequeños animales e insectos que
lo habitan (es fácil observar a las escurridizas lagartijas), los árboles en miniatura que
van encontrando alimento para crecer en su árida e irregular superficie.
Este mismo sendero continúa ya entre un denso bosque hasta las costas del Lago
Epulafquen donde hay una remota playa para pasar el día.
Retomando nuestra ruta provincial 62, hacia el oeste, volvemos a transitar un
denso bosque andino donde predominan los coihues de 20 a 40 metros de altura y
troncos de hasta 2 metros de diámetro.
Tenemos entre la arboleda vista de los Lagos Carilaufquen y las pequeñas
lagunas Escorial y del Toro. Un desvío vehicular baja hasta las orillas del lago, en
Puerto Encuentro, que antiguamente servía para comunicarse con el Lago
Huenchulafquen y Puerto Canoa.
A los 12 kilómetros de nuestro trayecto encontramos las Termas de Lahen- Co
(Epulafquen) y un camping organizado. Un sendero de madera recorre los distintos
pozos que tienen temperaturas desde los 35 hasta los 65 grados. La vegetación del lugar
es muy densa y predomina la caña coihue. El lugar que se inauguró hace pocos años en
el lugar parece cerrado.
Siguiendo la ruta vamos a atravesar pequeños puentes de madera y arroyos. Se
destaca un largo sendero para hacer a pie, con cierta dificultad y nos conduce hasta el
río que une los lagos Epulafquén y Carilaifquén.
Más adelante se encuentra el Río Oconi con su cascada. Ya próximos a llegar a
la aduana chilena y el Paso Carirriñe, doy por cumplido un día de mucho esfuerzo en un
camino de subidas y bajadas permanentes, río y arena volcánica.
El paso internacional está abierto solo en verano y se comunica con las
localidades chilenas de Liquiñe, Coñaripe y Lican -Ray. Muchos ciclistas realizan este
recorrido como un doble paso fronterizo para regresar por Hua Hum o por Tromen.
Emprendo el regreso por la misma ruta provincial 62, hacia el este, con destino
organizado de Laguna Verde y con tiempo para tomar un baño reparador en las frías
aguas del Lago Curruhué Grande. ¡Cuánta felicidad, aunque nunca comparable a estar
contigo, amor!
Me pregunto hoy por qué causamos tanto estrés innecesario. Alentamos políticas
en las clínicas que están al servicio de la salud, sin embargo, son muchas las ocasiones
en que causamos mucho daño no por dar tal o cual esperanza a familiares y amigos de
un paciente terminal, sino por la falta de la implementación de un real sistema de ayuda
psicológica. Como médica he visto morir a mucha gente muy cerquita de mí y sé
que al dolor irreparable de la pérdida de un familiar se suma el desgaste físico y mental,
anímico y emocional de sus familiares en primer lugar. Porque son ellos casi siempre
quienes están buscando los recursos para que esa vida salga a flote. Es una búsqueda en
la que muchas veces queda de lado la asistencia psicológica, factor importantísimo para
tanta gente en situaciones de vulnerabilidad.
Cuando este arduo mes de diciembre termine, me iré de vacaciones a descansar
en en el aire respirable de los paisajes de la Patagonia, si el covid lo permite. Me iré a
descansar, si Dios quiere, en la esperanza de vida.
Aunque ahora no estemos juntos, pronto estaré contigo, amor, andando las rutas
argentinas en libertad.
El tema de Laura es algo que me sigue preocupando.
El primer lunes de diciembre atendí en la clínica Juncal de Temperley a más de
veinte pacientes por diferentes consultas, cuando volvía exhausta a mi casa, después de
un día de trabajo agotador, el colectivo no se detuvo en la parada de la clínica y cansada
de esperar más de cuarenta minutos, caminé hasta mi casa esas quince cuadras de
distancia. No me molestó tanto porque tomé aire intenté meditar un poco. Aunque me
preguntaba qué hubiera pasado si llegaba a sucederme lo mismo al salir de los
consultorios de Caba y Lomas. Runner tendría que ser. Me quité el barbijo para respirar
mejor. Evoqué a mis amores, pero también pensé en mis pacientes. Pensé en Laura.
Pensé en Analía y en Sofía, en sus enfermedades, en sus ansias de vivir, en los amores
que tendrían, en qué cosas podrían ayudarlas. Al abrir la puerta de mi casa, me
recibieron mis hijos, mi perro y mi gato y descansé.
El segundo lunes de diciembre me puse a releer algunos aspectos de la
enfermedad de lupus y del mal de Parkinson en la computadora. Cómo trabajar desde
mi casa, me preguntaba. Cuando hablamos, Mariano observa que casi todos mis
comentarios responden a Borges. “Como Borges dice”. Pero es tan verdad como que la
tierra gira. Los movimientos existen. También existe la quietud y no nos daríamos
cuenta de una cosa sin la otra. En la escuela secundaria me hice fans a rabiar de Borges
y de Bioy Casares. Recuerdo como si fuera hoy lo que me asombré con “El perjurio de
la nieve”. En aquel relato, Vermehren, el dueño de una estancia llamada “La Adela”
lograba evitar el avance de la enfermedad de su hija gracias a la repetición de las
rutinas. Esa estabilidad en el tiempo permitía que la enfermedad no avanzara. Cualquier
modificación supondría el paso del tiempo y, con ello, la delicada salud de Lucía (creo
que era el nombre) apresuraría la muerte de la joven.
Los recursos para una buena salud, todo el mundo lo sabe, están en una buena
alimentación, factores genéticos, sociales, emocionales; en rutinas de deportes y
bienestar y en la posibilidad de descansar correctamente, consultar a los profesionales
de la salud cuando nos sentimos mal y tener acceso a los medicamentos o tratamientos
correspondientes. Los recursos para una buena salud, cualquier persona debería saberlo,
no están solamente en la consulta a un buen médico. Con el tiempo he aprendido que el
reposo es muy necesario y eso es algo que, a veces, ni los mismos profesionales de la
salud valoramos. Aun más. Me pregunto cuál es el sentido de que un paciente deba
permanecer horas en una sala de espera para ser atendido y sufrir el estrés que generan
los trámites burocráticos. Los lugares de salud en tiempos de pandemia deben ser
fuentes de soluciones, no de contagios. Habría que evaluar cada vez más la posibilidad
de atender consultas por videollamadas.
Cuando Laura entró a mi consultorio tuve una súbita impresión de desánimo
porque observé en ella una gran tristeza, observación que constaté cuando hablamos por
whatsapp. Me contó llevaba varias noches sin poder dormir porque había tenido
problemas con su grupo de amigas de secundaria, me dijo que la habían dejado de
lado de los grupos y de las conversaciones y que el vínculo de amistad que llevaban
desde los quince años se había desmoronado como se caen los edificios con un sismo.
Según Laura, esa especie de bullyng se debía a dos razones. 1, no era exitosa. 2, estaba
en contra de la ley del aborto y sus amigas, que militaban activamente en política y
participaban de las marchas de pañuelos verdes no podían aceptar que ella tuviera una
posición tan antagónica con respecto a la concepción de la vida. Me pareció extraño lo
que me comentaba y hasta desconfié de sus historias. Aunque después supe que era
verdad, que todo ese tema de algún modo venía haciéndole mal, afectándola y
retrospectivamente observé que lo que me había contado en tantas charlas, no era tan
desatinado. Yo también estaba en contra de la ley del aborto y que en mi país se
buscara sancionar una ley de aborto en tiempos de pandemia me parecía más bien una
cuestión político-partidaria sin sentido.
El primer día que Laura vino a mi consultorio trajo ordenada su historia clínica,
le indiqué estudios para evaluar el estado de su enfermedad y las recetas con los
medicamentos que tenía que tomar, pero el segundo martes de diciembre la hermana de
Laura me llamó para decirme que Laura había muerto.
*******
Hoy bailaré. Te espero en Neuquén. ¡Sabés! Me gusta pensarte. Si estuviera en
mi casa te prepararía una lámpara, con partes de bicicleta, pero como estoy aquí en un
refugio con otros amigos y amigas de aventuras me distraeré mucho con el paisaje,
sentir mi cuerpo al andar y pensándote cuando salga el sol. En pocos días vendrás y, por
lo bien que te conozco, puedo saber cómo será ese momento, lo que me da un valor
especial para estar por aquí hasta que regrese yo también al encierro de mi oficina o en
mi casa. Los dos entendemos, porque ya no somos chicos, que transitar otro año
enfrentando esta pandemia no es fácil. La tecnología nos acerca y tenemos esa
posibilidad de comunicarnos. Comunicación que tampoco es fácil en medio de tanta
inconstancia e imprudencia. Te envío muchos besos, sé cuánto querés a tus pacientes; lo
que sufrís con y por ellos. También por eso es que te quiero tanto. Me gustaría estar ahí
para abrazarte. Te espero, amor. Te espero.
****
Un famoso en mi clínica. En dos días comenzarán mis vacaciones, pero
quiero contarte lo siguiente. Un famoso está internado en la clínica. Ja, ja, ja.
Estoy emocionada. Es un periodista. Me parece admirable su labor, porque en
terapia me contaron que se está sintiendo mejor y pide su smartphone y envía mensajes
a sus seguidores para contarles lo que está sufriendo, pedirles sus fuerzas y describir
cómo es la enfermedad. O al menos cómo él la está transitando.
He escuchado comentarios y leído palabras de descreimiento hacia su
enfermedad y los textos que él redacta, cosa que me parece una locura: porque es
periodista, está sufriendo la enfermedad e informa para que otros se cuiden y tomen
conciencia. La gente discute cualquier cosa últimamente, aunque como decís vos, mi
amor, hay que bailar y distraerse un poco.
No obstante, quiero transcribirte aquí unos breves párrafos de los mensajes que
te mencionaba, una internación vivida por un periodista que puede relatar día a día lo
que es un servicio de área crítica. Besos.
“Hola, amigos queridos, estoy cursando el día 17 de internación. Hoy me siento
mejor, por eso me tomo este tiempo para escribirles a todos que son tan generosos
siempre conmigo y con mi familia. Ni en mis más remotos sueños me hubiera
imaginado estar viviendo esta pesadilla. Todos me dicen que tengo que ser fuerte. Que
voy a poder. Les agradezco porque me ayudan y mucho. Los que alientan, los que
rezan, los que piensan, los que llaman. Sé que son miles. Gracias de corazón. Porque
aquí en esta cama de terapia intensiva con todos los cuidados se multiplican por
centenas los deseos de todos y llegan para apuntalar siempre cuando aparece el bajón. Y
a veces aparece. El optimista por naturaleza a veces no puede serlo siempre. Y lo
admito. La vida acá es así. No puedo bajar de la cama ni hacer movimientos bruscos
simplemente porque mis pulmones lo pueden sentir. Y ahora están dominados y
manejados por el covid. Solo por ahora. Sí, él tiene el control, pero yo tengo el control
de mi mente y la ciencia también puede hacer mucho. Es una pelea fuerte en el medio
del ring. El que logra respirar, gana. El que sabe esquivar los golpes a la larga termina
venciendo. Por eso este mi mensaje a todos los amigos que preguntan y que por obvias
razones no puedo responder. Ahora que pude agarrar el celu, les digo que estoy
peleando hasta el final. Esto es el día a día. Esta foto es mi actitud. Aquí estoy con una
cánula de alto flujo de oxígeno. Todo es nuevo. Mi vida será diferente. Aprender a
respirar será mi gran desafío. Por ahora con el oxígeno que es mi más preciado aliado y
con el afecto de mi familia y de todo el personal de la clínica. Gracias, pronto nos
abrazaremos”.
Vivir encerrados
_ ¡Te miraste en el espejo, Selene! ¿Te miraste? _le preguntó Marcelo a
su mujer.
-Sí, me miré, ¿por? -respondió ella.
-Bueno, parece que no. ¡Mirate un poquito en el espejo!, de vez en
cuando, ¿viste? -la conminó él.
-Cuando vos lo limpies -se atrevió a contestarle ella y recibió una bofetada.
- ¡Estúpido! -salió llorando Selene, despedida como por un rayo a la casa de su
madre. La guiaron unos pasos conducidos sin razón, nacidos solo de su innato instinto
de conservación. No había motivos para que su mente no recordara el trayecto puesto
que vivían a dos cuadras de distancia, sin embargo, en ese instante, su mente se bloqueó
al extremo de no recordar ni su nombre. Y si se mantuvo en pie fue porque una canción
que su papá le cantaba de chiquita vino a acompañarla como un pequeño ángel
protector. O tal vez el recuerdo de su hermano fallecido. O los consejos de esas buenas
canciones que escuchaba en momentos de soledad.
_ ¿Te miraste en el espejo?, ¿te miraste? _le preguntó también su madre,
observándola gorda, despeinada y sucia.
_ Me pinté las uñas _dijo Selene.
_Volvé a tu casa, arreglate un poco y quedate con tu marido, solcito _insistió su
mamá.
_Bueno, está bien _dijo ella y emprendió el regreso.
***
En ciertas mañanas en las que Selene se levantaba con la impresión de haber
pasado una buena noche, se hacía un desayuno frugal y salía a correr. Desde hacía años
no podía entrenar ni a un seis por ciento de cómo lo hiciera una década atrás cuando su
carrera profesional en la gimnasia rítmica acababa de finalizar. No obstante, cuando
salía con cierto propósito competitivo recordaba cómo había llegado a obtener premios
internacionales en su disciplina más brillante. Y en esos momentos aun corría en sus
venas el palpitar del triunfo, la efervescencia del talento, el privilegiado reposo de su
capacidad. En esas mañanas la lucha no era contra otras compañeras de certámenes, la
lucha era contra ella misma, contra sus propios retrocesos; contra el abandono suyo, en
vida.
Al alejarse de los torneos, había pensado en relajarse y ahora sí completar la
familia con un hijo. Para Marcelo nada había cambiado demasiado, pero para ella, sí. Su
vida, fuera del vértigo de los circuitos de competición, de las rutinas organizadas al
límite de la perfección, del estrés preliminar y del goce de la adrenalina acorazada en el
devenir de sus esquemas era un bache sin fermento y nadie la había ayudado a preparar
correctamente su retiro como profesional.
Ni siquiera ella misma, a pesar de ciertas previsiones, hubiera podido anticipar
ni en su peor pesadilla, que el vacío fuera tan marcado, tan profundo, tan visceral.
Como una U de paredes enormes, diría una poeta. Como una U de útero, pensó
Selene, suponiendo, por momentos, que si quedaba embarazada, un nuevo sueño, una
nueva vida, saciaría sus expectativas y ella encontraría cómo acomodarse a esa
vocación, tantas veces postergada.
"¿Dónde guardaste todas las pelotas con las que entrenabas?", le preguntó un día
su mejor amiga, una compañera de la secundaria que quería a Selene sin dobleces, más
allá de sus triunfos o de sus fracasos, más allá de su brillo o de su nombre. La quería por
el simple valor de la amistad, porque tantas veces se habían sostenido como mujeres de
fe, en los avatares de la vida. "Las tuve que hacer desaparecer", le contestó a Valeria
mientras preparaba milanesas.
***
"¡Me trago las palabras!”, escribió Selene en su cuaderno con fecha 15 de
septiembre de 2014. “Que las palabras descansen fuera de mí, que las palabras reposen
fuera de mí, que fuera de mí se expresen mis palabras: autónomas, impersonales, lisitas,
insustanciales, superfluas, bien terrenales, que mis palabras cuenten números, cifras,
dinero, cuentos, pero nunca sentimientos, que nunca cuenten sentimientos mis
palabras", se hallaba escribiendo Selene una madrugada cuando Marcelo se despertó
porque sonaba el teléfono. "¡Pero quién jode a esta hora!", se levantó protestando. Iba
tan dormido que ni siquiera reparó en que su mujer no estaba en la cama. Que estaba en
la cocina escribiendo.
Esa costumbre la había adquirido Selene en épocas de viaje, cuando la
soledad la atrapaba. Y se había profundizado en un período en el que disfrutó
imperfectamente de un amor inobjetable. También hablaban esos cuadernos de
romances y otros registros platónicos. Pero amor amor... No había sabido cómo manejar
sus sentimientos y decidió escribir lo que sentía. Esos cuadernos eran la caja blindada
no solo de sus pasiones sino también de sus sueños, sus apreciaciones de los hechos, sus
hipótesis ante las circunstancias más difíciles.
En algunas páginas, esos cuadernos de bitácora analizaban agendas de
entrenamientos y de justas deportivas; en otras, cliqueaban en noches de
tormentos y tormenta; en cambio, otros apuntes fotografiaban escritos azarosos
con descripciones de lugares, personas, jurados, traspiradas axilas, lágrimas de gloria,
aplausos que jamás -cree esta escritora- Selene hubiera podido olvidar. Porque Selene
escribía en esa época de un modo suave, prolijo, ordenado. Suave, escribía de un modo
suave. Como cuando jugaba con la pelota en las colchonetas, como cuando danzada al
ritmo de temas de los Beatles, sus preferidos para las coreografías, a pesar de las
reiteradas oposiciones de varios de sus entrenadores a lo largo de su carrera.
Atendió Marcelo. "Bueno, ahora le aviso", dijo circunspecto. "Sí, sí, con
cuidado", remarcó. Cortó y se quedó pensando. Vio la luz de la cocina
encendida y entendió que Selene se había levantado, aunque no supo bien si
mientras él estaba hablando por teléfono o antes. "¿Qué pasó?", preguntó ella.
"Tu amiga", dijo él. "¿Qué le pasó?", gimió ella. "Un accidente", le informó
Marcelo, "está internada, en terapia intensiva. La atropelló un auto al salir de la
escuela".
Entonces Selene se bañó, se vistió, preparó un bolso como cuando salía
de viaje para competir en el interior y no escribió más por cinco meses. Fueron
cinco meses espesos, agotadores, ininterrumpidos; cinco meses en los que
renació con su amiga en una sala de cuidados intermedios del Hospital Italiano.
El primer día en que se instaló junto a la cama de Valeria pensó en aquel
accidente como una mezcla de pesadilla y bendición. Era una pesadilla ver así
a su amiga. Era una bendición estar afuera de su casa.
Era una pesadilla pensar que su amiga pudiera perder una pierna. Era
una bendición poder cuidar a una persona que la necesitaba. “Pesadilla y
bendición”, le había estampado una vez una competidora a Selene cuando la
vio salir para hacer su rutina de pelota en los juegos panamericanos juveniles
de La Habana 1998.
Los soldados que fuimos a las islas
El 14 cayó lunes y fue la rendición.
Ese domingo el Papa se fue de Buenos Aires. Nosotros decíamos ese viernes
llegó el Papa a Buenos Aires y comenzó todo el quilombo. Nos empezaron a cagar a
bombazos, fue desde el viernes a la noche hasta el lunes de la rendición. Ese fin de
semana pasó todo el quilombo porque las posiciones nuestras se venían replegando
desde London y también pasaban por nuestras bases. Eran zombis los pibes que venían.
Les indicábamos por donde replegar a pueblo porque estaba todo minado por ahí. Estas
son las carpas que teníamos en Malvinas. Se armaba con dos paños. Cada uno tenía un
par. Era un rectángulo con las puntas en triángulo y se abrochaba con ojales. Al poner
un parante en cada punta lo estirabas y se armaba, y los costados eran unas estacas de
alambre, sin piso. La soguita se ataba al parante y la estirabas. Entrábamos dos estirados
y sin movernos mucho. Al final ya se congelaba, y para abrir tenías que patear la lona
porque era una chapa, como estaba congelada. Nosotros llenamos el piso con hojas de
un helecho que crecía ahí. Y encima el colchón eran tres tiras de goma espuma. Y arriba
de la bolsa de dormir metíamos la carpa poncho, pero condensaba agua y se mojaba
todo. Estas podías poner entra en el medio y quedaba un techo plano con caída a los
costados y cuatro parantes.
Ahí pasamos los setenta días. Desde la instrucción hasta Malvinas usamos
siempre esto. Las últimas semanas cayeron un par de nevadas livianas, con temperaturas
bajo cero. La lona parecía una chapa congelada, y encima llevar el bolso a cuestas. No
llegamos a tener nada camuflado. Los que tenían que llevar la placa base del mortero
quedaban muertos. Lo pienso hoy y no lo puedo creer, pero como digo, teníamos veinte
años. El regimiento tenía en los galpones del fondo el depósito central y cada compañía
tenía un depósito propio. Yo pertenecía al de la compañía que estaba al mando el
sargento, quien después se trasladó de pase a Catamarca, su provincia. Porque la parte
más fuerte es cómo sigue la vida de una persona después de una guerra.
Testimonio nro. 2
Subteniente Guillermo Aliaga (herido en combate Boca House)
Estaban los dos asistentes de Varela y Kusman. Eran dos soldados furrieles y los
tenía de asistentes Dra., los únicos. Con nosotros no. Eran los soldados más rescatables
con estudios. Se los metía de asistentes y la pasaban bien. A Malvinas los llevaron y era
para eso. Los tenían, sí, para lustrarles los borcegos. Eran las mucamas les decíamos,
que le limpiaban el sable balloneta. Los tenían de alcahuetes. En cambio, nosotros en el
depósito manejábamos todos los furrieles que se armaban en las guardias y todo eso.
Pero siempre perdían alguna pilcha y si había revisión cagaban, así que dependían de
nosotros. Igual hacíamos inteligencia: le tomábamos prestada alguna cosa, después las
sacábamos del depósito a cambio de no tener guardias y las cuentas daban bien porque
no faltaba nada. Llegamos a pasar una corbata por debajo de la puerta del depósito para
zafar. Ellos se acomodaban los puestos. El peor de todos era el puesto uno, cubría toda
la entrada y crovara. Estaba la perrera, era el mejor. Tenía parrilla y ahí era joda. Y en
puesto uno se estaba muy expuesto. Por eso eran mejor los del fondo. O convenía más
los sábados salir a hacer las racias. Todos los sábados se salía y nos tocaba zona sur.
Testimonio nro 3
Relato del vgm Juan Francisco Soberón, enfermero naval del bm5
Yo entré a la Escuela Mecánica de la Armada el 29 de enero del año 1976,
cuando no llegaba a los quince años y medio. Hicieron una excepción conmigo porque
tenías que tener quince años y medio cumplidos, pero bueno Dios me ayudó y pude
entrar. Tuvimos 45 días del PSP (Período Selectivo Preeliminar), en los cuales respondí
satisfactoriamente, hasta que nos dieron la especialidad. Yo había elegido aeronáutica y
enfermero. Me tocó enfermería, así que empecé a estudiar en la escuela de mecánica,
enfermería y tenía un vecino que me dijo “Mírá, en julio salen los cambios de
especialidad, podés cambiar de enfermero a otra especialidad. ¿Por qué no pedís ir a la
banda? Y, te venís a la banda. Acá te enseñamos la música, tocás dos o tres marchitas y
listo. No vas a andar bailando, nada”. Le dije que sí, y pedí el cambio de especialidad a
la banda de música. Éramos dos enfermeros los que pedimos el cambio de especialidad,
cuando salió el cambio de especialidad el otro enfermero que se llamaba Falcón se fue a
la Banda y yo me quedé como enfermero. Entonces me presenté ante el Cabo Primero
Ramos, de mar, y le dije que yo me quería ir de baja. Me pregunta “¿Por qué te querés ir
de baja?”, le expliqué que yo quería estar en la banda. “¿Por qué querés estar en la
banda vos, a ver, decime?”, me pregunta. “¿Cuántas bandas hay en Isidro Casanova?”,
me dice, y me pregunta de dónde soy. “Y bueno, entonces, ¿el día que te vayas de acá
qué vas a hacer, adónde vas a ir a tocar?”, me dice. “En cambio, si seguís como
enfermero, el día de mañana te recibís de enfermero y te podés ir de baja, y podés
trabajar en cualquier hospital”. Y me hizo razonar. “Si te querés ir de baja”, me dijo,
“entraron 10.800 aspirantes. Los estamos sacando a patadas. Así que si vos te querés ir,
agarrá tus cosas, agarrás tu bolsito, te tomás el 28, ahí en la Avenida Libertador, y te vas
hasta Liniers y de ahí te vas a tu casa. Pero si no te vas, no te quiero ver desde acá hasta
octubre, noviembre que te vayás de pase, porque donde te vea”, me dijo, “te hago
mierda”. Así me dijo. Y dicho y hecho, donde me veía, me hacía mierda. Pero bueno,
me quedé.
Así que en el año ’76 aproximadamente, en noviembre del ’76, me fui de pase a
la Base Naval de Puerto Belgrano, a la Escuela de Sanidad Naval.
En la Escuela de Sanidad Naval nunca me llevé una materia. Lo que me
complicaba era el asunto de la conducta, pero bueno, con unas cuantas sanciones, me
acomodaron. Así que ahí transcurrí parte del ´76, todo el ´77 y todo el ´78, porque
nosotros éramos trosistas dormíamos en el hospital, únicamente podíamos salir los
viernes a la tarde. Viernes, sábado y domingo, el domingo teníamos que estar de vuelta
ahí en el hospital. Trosistas se le dice a la gente que no tiene vivienda en la localidad en
la que está. Por ejemplo, si yo me voy de pase de acá a la localidad de Ushuaia y no
tengo vivienda, soy trosista porque duermo en el hospital, en el cuartel, en otras
palabras, en la base. Y, en cambio, a los que viven ahí les dicen locales. Entonces
cuando vas de pase te preguntan en la Armada, si sos local o trosista y vos tenés que
responder para que ellos sepan si tenés vivienda o no en ese lugar adonde vas.
En el año ´78 cuando terminamos el curso se arma el casi conflicto con Chile y
soy destinado a un buque dique desembarco para tropa de Infantería de Marina, llamado
Buque Dique Desembarco Ara Cándido de Lasala, en el cual yo era el encargado de
revisar todos los botiquines del buque que tenía 140 metros de largo, de lora, y de
ancho, es decir, lago de manga, habrá tenido 30 metros. El resto era todo dique, y con
ese buque les hacíamos las reparaciones a las lanchas torpederas en Ushuaia, porque en
Ushuaia no había dique seco, entonces nosotros reparábamos las lanchas. Ahí estuve
hasta el año ´81.
En el año ´81 yo fui dado de pase al Hospital Naval de Puerto Belgrano, era
subencargado de la Sala de Clínica Médica y Urología. En el año ´78 ascendí a Cabo
Segundo, así que yo cuando fui al Hospital Naval todavía era Cabo Segundo. Ahí estuve
dos meses y llegó de vuelta el boletín de pase al Batallón de Infantería de Marina Nro. 5
en marzo del año ´81. Era el enfermero más joven, tenía 21 años, estaba casado. Yo me
casé en el año ´79, tenía una beba. Y bueno, ahí aprendí cómo eran los infantes. Son
gente muy disciplinada, muy estructurada. Y aprendí a convivir con ellos, quienes,
gracias a Dios, me adoptaron, pese a no ser un infante, como un infante más. En el año
´81 nosotros hicimos campaña. Me fui de pase a Río Grande.
En Río Grande la Infantería de Marina tiene compañía de tiradores, y cada
compañía de tiradores tiene su mortero 60 y su grupo de MAC. A su vez, cada Batallón
tiene su puesto de Comando de Batallón y, en el puesto de Comando de Batallón, está
el Puesto de Socorro del Batallón, donde están los médicos. Además, están los
enfermeros de las Compañías de Tiradores. Yo siempre fui enfermero de las Compañías
de Tiradores y hoy le doy gracias a Dios porque los infantes me tomaron tanto cariño y
aprecio que me permitían tirar con ametralladora, fusil, pdf, con granadas. Me sentí uno
de ellos. Así que le estoy muy agradecido a los infantes y también a los gaviota, que así
se les dice a los de Marina por todo lo que aprendí en el buque.
En el año ´81 hemos hecho campaña, hemos hecho caminatas de 12 horas, con
20 grados bajo cero. Hemos dormido a la intemperie y hemos hecho ejercicios con
municiones reales, apoyados con artillería de campaña y apoyados con la fuerza
aeronaval, que también nos daba protección aérea. Es decir, eran ejercicios donde
hacíamos simulacros pero todo con munición verdadera. Así que me tocó ir a Malvinas
bien instruido, bien preparado. Tenía 21 años y en Malvinas dejé todo, todo, todo.
Siempre digo que, a lo mejor no fui un gran militar, pero sé que fui un gran soldado.
Eso te lo pueden garantizar los oficiales, los suboficiales, los camilleros, todos. En eso
me quedo totalmente satisfecho. Mi foja es de 9.80.
Así fui a Malvinas.
Biografías de ficción
Le escribo esta carta a usted como una humilde escritora para transmitirle
con todo respeto ciertas preocupaciones mías, no solo personales, sino también
preocupaciones que a veces me da miedo develar. Porque me gustaría permanecer
aislada en un rincón del mundo escribiendo a mi modo o guardando lo que pienso para
mí, pero el camino de la vida ha querido que siempre me acompañaran sus libros, esas
obras de talento y reflexión que han sido una gran guía, especialmente en mis momentos
más difíciles... y me pasa que no sé si está bien o mal lo que hago, pero son mis alumnas
y alumnos los que me piden consejo y por eso recurro a usted. En cada clase me están
pidiendo que les transfiera lo que sé, lo que he vivido como profesora y como persona.
Enseño los contenidos con el cariño que puedo, y preparando adecuadamente cada
clase: con paciencia, con estudio, con respeto, pero hay tantas ocasiones en las que
siento que gritan “queremos hacer algo más, cambiar un poco más nuestras vidas, poder
viajar, poder llegar a vivir felizmente, y no sabemos si llegaremos”, …eso me dicen…
…
Querida amiga, nadie lo sabe. ¿Tú crees que yo a la edad que tengo estoy tan
segura en las noches de soledad? Pero hay algo que sí sabes. Sabes tan bien como yo
que los fantasmas de las mujeres que escribimos desde este pensamiento y también las
que escriben desde otros pensamientos solo alejamos esos fantasmas cuando sentadas
frente al teclado ponemos nuestra piel en palabras. Son las palabras las que nos acercan
a la alegría o a la tristeza, a esos cataclismos de esperanza en los gestos más humildes o
a esos exorcismos desafiantes que pocos pueden comprender en América Latina.
…
Cuando escribo una carta o un mensaje, si por algo creo que no hablo al vacío,
es también por usted. Su vida, sus imágenes han sido siempre un aprendizaje para mí.
No son solo páginas célebres de la literatura, son la comunicación con las personas, la
jerarquía de las palabras. No sé muy bien cómo pedirle consejo, pero insisto, es por la
necesidad que describía antes. No obstante, como he escuchado en sus entrevistas, es el
presente el que nos urge con sus premuras.
…
Claro, aunque debes comprenderlo: la literatura es imperecedera, pero también
debemos ocuparnos de lo perecedero.
Si no escribiera, no sé qué sería de mi vida. ¡Válgame, Dios! ¡Qué sería y qué
hubiera sido de mi vida! Realmente no lo sé, no he podido imaginar una cosa así. ¿Mi
vida sin escribir? ¡No! ¡Jamás! Y fíjate que he podido imaginar millones de historias, de
fábulas, de novelas, biografías de ficción de mujeres, de niñas y de hombres que han
hecho la guerra y el amor. No digo todo, pero muchas cosas he podido imaginar, aunque
nunca podría haber imaginado mi vida sin escribir. Por supuesto, ha habido diferentes
etapas. Las mujeres debemos tener claras nuestras prioridades. Si estás criando o debes
llevar comida a la mesa, la creatividad queda postergada. Pero llega el momento en que
debes hacerte el espacio.
Tenía casi 40 años cuando comencé a escribir mi primera novela.
Mis hijos estaban entrando a la universidad, me demandaban menos tiempo,
pese a que debía trabajar jornada completa administrando una escuela para mantener
a mi familia. Escribía de noche y los fines de semana, en una máquina portátil. Llegaba
a casa, comíamos en familia, se lavaban los platos y, mientras el resto miraba
televisión, yo me quedaba en un rincón de la cocina, escribiendo. Me iba a acostar
pasadas las 12 de la noche, agotada, pero feliz de haber pasado ese rato conmigo y con
mis personajes.
Con el segundo libro, vacié un clóset e instalé una tabla; ese fue mi primer
escritorio de escritora. Con el tercer libro, había empezado a recibir los cheques de los
libros anteriores y mi hijo me convenció de que me comprara una computadora. Eran
carísimas y me atormentaba pensar en que no sería capaz de aprender a usarla. Pero
pude.
…
Querida amiga, transferir la realidad a la ficción es un hecho trascendental,
aunque al mismo tiempo insuficiente, si nuestros países y nuestros gobiernos no
encuentran soluciones políticas que modifiquen las situaciones de vida de la gente.
¿Cómo sería posible generar un cambio social desde la literatura?, ¿sería eso posible?
Sé que en la mente de cada lector la huella de lo leído permanece, al menos. Tal vez
para rescatarlo en momentos difíciles o traerle alguna especie de alivio al reconocerse
en el arte. He estado releyendo en misceláneas las grandes obras clásicas de Sófocles, de
Shakespeare y de Dostoievski, entre otros autores, y su legado a la humanidad me ha
vuelto a asombrar. La trasmisión de sus ideas hasta el presente.
…
Tú entiendes bien, queridísima. Contar historias, entretener, es ese nuestro
don, nuestro talento. Otros lo contarán a viva voz, otros lo cantarán, nosotras
escribimos. Nuestro teclado es nuestra melodía entre las voces del mundo y nada
más…
Sigue contando historias, sigue encontrándote contigo y con los demás cuando lo
necesites, y liberemos un poquitín nuestras preocupaciones, tomemos un té, unos mates
o un helado de limón y marroc, cada quien desde su hogar, en esta lamentable pandemia
que estamos atravesando.
…
Le escribo desde Buenos Aires, querida amiga, para seguir comunicada con
usted que tanto bien me hace con sus palabras. He estado releyendo una entrevista de
Mario Vargas Llosa y me han llamado mucho la atención sus palabras. Ya sabe, siempre
hablando de los escritores y del género. Me han conmovido sus inspiraciones al
considerar que un escritor o una escritora es, ante todo, un insurrecto o una insurrecta,
una rebelde con causa, un inconformista social y, al decir, que la literatura sirve para
mostrar en ficciones, de manera directa o indirecta, a través de hechos, sueños,
testimonios, alegorías, pesadillas o visiones, que la realidad está mal hecha. Esa
expresión, particularmente, me ha conmovido: que la realidad está mal hecha.
…
Claro, con tantísimas novelas escritas, con fallas y virtudes, tantas veces mal
juzgada y tantas veces bien, y aún sigo escribiendo como ese modo de intervenir en la
realidad, ese especial modo de crear historias no para que la literatura sea célebre, sino
para que la literatura sea celebrada. Sin embargo, que la literatura sea célebre tampoco
estaría mal. ¿No crees? Ja, ja, ja.
En el mundo, ya se ha demostrado que en una humanidad regida por el dinero y
el poder como principales valores, en una humanidad rindiéndole pleitesía a quienes
más dinero tienen solo por el hecho de poseerlo no se han encontrado ni la felicidad
personal ni la justicia social. La literatura no es idealismo utópico, es conciencia de la
posibilidad de un mundo más habitable para todas las personas.
…
Amiga, esto que hablamos es correcto en una esfera, es decir, para un número
importante de personas, pero no para la mayoría; no sabría bien cómo hacer
para modificar en algo la realidad insólita y a veces despiadada que hoy conversa la
sociedad. Quien sabe me pase a mí por como soy, y es que las palabras a veces no nos
reflejan, cuando deberíamos intentar que ellas fueran el reflejo de nuestra alma y de
nuestro pensamiento. En muchas ocasiones, siento que no hablo el mismo idioma que
quienes me rodean; puede ser que ellos sí me entiendan, pero soy yo quien no los
comprende. No he de decirte que hoy me siento como Gregor Samsa… ¡No!, pero
me descubro insólitamente callada, antes de hablarles a los otros aquello que no quiero
decir o que no quieren oír y pienso: “Después lo escribiré”. Sí hablo cuando el
requerimiento es sincero, cuando realmente el otro pretende franquear el muro de la
incomunicación. La literatura nos ayuda a romper las barreras del odio. O, al menos, a
crear un escudo.
…
Escribir es darnos tiempo. “Más allá del invierno descubrí que había en mí una
primavera eterna”, escribió en 1942 Albert Camus, ganador del Premio Nobel de
Literatura en 1957. Con mi experiencia de vida, con mi carácter, mi soberbia, mis
inquisiciones, con mis manías y encierros, sigo diciendo palabras escritas. Si me
preguntaras te diría que siempre escribas novelas. Yo no sé por qué Argentina se
ha alejado tantas veces de nuestro magnánimo descubrimiento: ¡el Realismo mágico!
“Tienes la riqueza entre tus manos y la desaprovechas”, les diría. Este movimiento,
como el Modernismo, es a la literatura como los sueños de San Martín o Bolívar, sueños
de libertad… No sé, será que Buenos Aires y los barrios de allá respiran otros aires, les
afectan otros vientos del Río, ¿será eso?…
…
Hola, queridísima autora. No sé bien qué responderle; sí sé que el Realismo
mágico es uno de mis movimientos literarios favoritos. La descripción de un paisaje o
de un gol, un desfile de invictos soldados, una receta de cocina, un acto de amor, tantas
cosas pueden ser reflejadas bajo el sutil arte de la literatura para volver a la realidad.
Hay tanta gente que cree que los hechos son hechos y nada más. Los hechos son hechos
más el relato de quienes los puedan contar. En el momento en que ocurren, ocurren de
un modo preciso, pero luego en el recuerdo, cada uno, los encuentra distintos, teñidos
por otras connotaciones, connotaciones que no provienen solo de nosotros mismos, sino
además de las ideologías de los otros. Por eso, debemos ser cuidadosos tanto en
nuestras acciones como en nuestras palabras. Los hechos son los hechos, pero las
intenciones de las reflexiones tardías nos pueden ayudar a estar mejor o peor con
respecto a los hechos. Conocemos, además, por la profesión que compartimos del
periodismo, que hay diferencia entre un hecho y un acontecimiento. Aspecto que
viene a enseñarnos que, literariamente hablando, hay hechos que no pueden venir a
nuestra obra. Restringir el vértigo mental es uno de los beneficios de escribir novelas.
…
Mira, el Realismo mágico es maravilloso, puedes combinarlo con lo fantástico
que ustedes tienen. Célebres páginas de raciocinio o de análisis. No obstante, creo que
mis favoritos de la literatura argentina son los románticos, que han dicho sin dudar. O
los primeros relatos de la conquista, que han descripto a América con su mirada
europea. ¿Te sientes abrumada por la lógica, amiga? La escritura es, ante todo,
lógica. Pero es cierto, con ese toque de picardía podrás sobrellevarla mejor, siempre
atenta a que no te pillen las espaldas…
…
¡Gracias, amiga! Ja, ja, ja. Del Realismo mágico me gustaría asumir su
exactitud en la descripción, tal como lo haría un escritor o una escritora realista, pero
con pinceladas mágicas o sobrenaturales. Acordar la yuxtaposición de elementos, temas,
hechos y situaciones para mostrar la relatividad de la realidad. Utilizar el empleo del
mito, la historia y la tradición cultural del continente para lograr un estilo autóctono y
particular. Restaurar el vínculo por los problemas sociales, culturales y políticos de
Latinoamérica, poner en valor la solidaridad entre el escritor o la escritora y su pueblo.
…
Hoy que ha fallado su correspondencia, le escribo igual. ¡Buenos días, amiga!
Sucedió que conversé con un colega acerca de Borges y gracias a ese colega me
he puesto a releer al inobjetable Borges. Ahora buscaré un stained milk y le sigo
contando. Me siento algo confundida porque, como decíamos, el Realismo mágico
es nuestra representación para Latinoamérica, no obstante, son la magia, los embelecos
y el magnetismo de lo borgiano características que llegan también a mi esencia, mi
configuración; tanto sus cuentos, en espejos con otras obras, y como crisálida de su
realidad contemporánea y pasada, como sus poemas que son, en realidad, los que laten
en mí.
…
Querida amiga, yo creo que su inteligencia era sumamente sensible, por eso, no
te puedo decir que no haya habido un profundo amor en su obra. Me invitas a leer
poemas de Borges y encuentro significados puros en sus versos, que nos hablan también
de un modo humano. A mí me maravilla saber que la misma inteligencia que creó sus
laberintos iba unida a una persona que sabía amar, y esto lo digo, o lo escribo,
porque no le ocurrió a él como a otros autores o autoras de la literatura fantástica que
terminaron sus días confundidos en la fantasía de sus obras. Creo en él, creo en Borges,
porque su inteligencia, y él mismo así lo manifiesta, iba unida a un gran amor, a su gran
capacidad de amar. He de decirte que a mi entender pues que había tanto amor en él que
debía magnificar sus razonamientos. Para mí, la ficción pasa por aquí, por el estómago.
Cuando mi hija murió atravesé el invierno más largo y oscuro de mi vida. Mi mamá me
dijo: “Nunca más te pasará nada comparable, ya has atravesado el infierno, así que el
resto de tu vida será fácil” y tuvo razón. Ahora que ella no está aquí le sigo escribiendo
cartas con la idea de que haya internet inalámbrico en el otro mundo y releo sus cartas,
una por día, es mi rutina. Me ayuda a asumir la responsabilidad de escribir de la mejor
manera que pueda y no escribir nada que le pudiera dar ideas a un psicópata. Sé
mucho sobre tortura y violaciones; tengo una fundación, veo los casos y también los
cuento, no obstante, no doy detalles, pero sí soy detallista cuando hablo sobre el amor,
el sexo y las cosas que creo que la gente debería disfrutar. Tengo la responsabilidad con
mis lectores de no crear más perturbaciones, más mal psicológico…
…
Claro, amiga mía. También he pensado en eso cuando escribía. Lo que dicen las
palabras, las historias, los diálogos y el avance de las historias. En mi caso, muchas
veces cambio de lugar los muebles para decir y decirme que las cosas pueden
modificarse para bien o que pueden cambiar y volver a cambiar si se requiere, aunque
existen infinidad de sucesos que ocurren fuera de nosotros, sin que los preveamos o
tengamos control sobre ellos. Ríete, pero hoy, por ejemplo, me he despertado con un
ataque de alergia. No sé qué mosquitos me picaron o si me picó una araña, pero estoy
tan hinchada que parezco un personaje de Futurama, no me acuerdo ahora su nombre.
Anoche estuve releyendo el comienzo de su última novela y me llamó mucho la
atención el personaje de una mujer de sesenta años y el pasaje en que usted explica que
ella logró revivir en el extranjero, donde los desafíos cotidianos le mantenían la mente
ocupada y el corazón en relativa calma, porque en su país la aplastaba el peso de lo
conocido, de las rutinas y limitaciones. En su casa se sentía condenada a ser una vieja
sola, acosada por malos recuerdos inútiles, mientras que fuera podía haber sorpresas y
oportunidades. Me llevó a pensar en la vida de las mujeres y en una enfermedad, el
Alzhheimer, un mal que aparece con mayor frecuencia después de los sesenta años,
aunque puede aparecer a partir de los cuarenta, manifestándose mediante diferentes
síntomas, pero observándose especialmente en trastornos del lenguaje, pérdida de la
memoria de corto plazo y una predisposición a aislarse a medida que declinan los
sentidos del paciente. La estimulación mental y la dieta equilibrada parecen ser
beneficiosas para mejorar. Quiero hablarte sobre estos aspectos porque ayer llegó hasta
mí un video de LODVG con su tema Estoy contigo, y me conmovió muchísimo. Me he
puesto a investigar al respecto y las estadísticas informan que es una enfermedad que
afecta más a las mujeres.
Por eso es tan importante, como le inventaste a tu personaje, crear nuevos
estados, reconstruirnos para establecer nuevos vínculos con los demás: familiares,
espacios sociales, amatorios, laborales o de estudio. Buscar lo que nos hace bien. Como
escritora, llevo aproximadamente 4 horas por día escribiendo y aunque a veces intento
no estar tan sola, muchas otras disfruto y busco la soledad.
…
Querida amiga, tú lo dices…claro, te rodean muchos varones, yo te
recomendaría que busques más mujeres…mujeres, mujeres, mujeres, hasta que lleguen
tus nueras…y no te preocupes tanto, el pensamiento de las mujeres también es sanador,
más mágico, inconsciente, intuitivo, conéctate con las mujeres que llenen tu vida, que te
hagan bien…como dice la novela que tú mismas citas, despreocúpate un poco de los
hombres. ¡Al diablo con ellos! No te alejes de tus hijos y tus amigos, vecinos, claro…
¿amores?
…
Es cierto, Isa, a niños y jóvenes de mi país, les asombra cuando comento que tal
autor o autora vive aquí o allí o apareció en la tele, o es un amigo o amiga mía, o
alguien que conozco, o que yo misma escribo libros. Sobre todo, en cuanto a los autores
nacionales, creen que los escritores y las escritoras de Argentina están muertos… Tal
vez sea porque no se da mucha bibliografía de autores nacionales contemporáneos en
los colegios y escuelas ni se los convoca a dar charlas o cursos, ni a hacer
presentaciones.
Sé que no alcanzo ni nunca alcanzaré mis proyectos de escritura, pero camino
con mis lectores. En muchos intercambios me han pedido que escriba historias de amor
y cada madrugada, para encontrarme con mi vocación, improviso mi ritual: me levanto,
me visto como se visten las escritoras, me pinto, busco pulseras que hagan algo de ruido
en mis muñecas y, sentada frente al teclado, escribo historias. Así voy andando la vida,
en este difícil año 2018 que me tocó transitar. Con dificultades emocionales, laborales y
sociales, pero siempre hallando cariño en quienes bien me quieren, en quienes me
ayudan y en estas y tantas páginas y, como dice Borges, en el arte, que debe ser como
ese espejo que nos revela nuestro propio rostro.
…
Buen día, hoy me levanto con ganas de nada. Querría que este día no existiera o
yo ser invisible en él, no estar, y, en cambio, aparecer ya en las vacaciones de verano,
tendida en una playa, tomando sol, eso querría. O bien, hallarme en condiciones
físicas y emocionales como para arrancar mi jornada laboral.
…
No te preocupes, amiga, yo estoy peor que tú, porque sigo con esta alergia y
dormí mal, y otra vez tengo la cara hinchada; ni me teñí, no sé qué comer, no terminé de
corregir, ni de planchar y me pongo a escribir. Se me ocurre sí, reiniciarme pensando
algo que tal vez resulte paradojal, pero hoy pienso en las mujeres que gobiernan. Cómo
hacen, de dónde sacan las ganas, la voluntad, la energía, para rearmarse cada día. Puedo
pensar también en otras mujeres, en otros trabajos, en otras profesiones, pero hoy se me
dio por pensar en ellas. En cómo asumen papeles ejecutivos, funciones en las que no
puedes tomarte ni un día de descanso, porque aunque te lo tomes, igual estarás en ese
lugar, en ese cargo. Obviamente, los hombres también pueden tener esos problemas,
pero las mujeres jamás se desentienden de la crianza de los hijos, y si relegan alguna
responsabilidad ya son juzgadas, para los hombres cualquier rol es distinto. Tienen más
beneficios para dirigir, para escribir, para administrar. Nuestro lugar ha sido siempre
más difícil a lo largo de la historia. Tal vez más lindo, pero más difícil. Más intuitivo,
pero más difícil, justamente por nuestros sentimientos.
…
No te preocupes, querida amiga, tienes el don de escribir, a tu modo, como
escribes, con tu método, que ya lo juzgará la historia, pues escribe, si eso te hace feliz.
Por lo que me cuentas tu madre, tus hijos, tus alumnos y mucha gente te alientan, y aún
cuando no fuera así, no claudiques. Ya se te hará el tiempo. Continúa, más despacio o
más a prisa, sola o acompañada. Una vez que has descubierto este oficio de escribir, por
otra parte, tan terrestre, conoces sus grandezas y sus desventajas, así que ya estás en
camino. Seas bienvenida al club. Es un camino solitario, recóndito, añorado, un lugar
para ti en el que puedes aislarte para comunicarte después… Es tu sitio. Que algunos
juzgarán como egoísmo, pero es tu vocación inexorable, no debes dejarla ir…y es
tu puente de comunicación con los demás… Me dices que te gusta mucho la poesía, eso
lo encuentro admirable.
Cuando descubres una vocación descubres el camino de tu vida. Quien sabe no
sea un camino permanente, quien sabe en algunos momentos necesites descansar o
probar otras actividades que te agraden, pero como hablábamos, nosotras no
descubrimos nada más sanador que escribir.
…
Por supuesto, estos días entiendo el arte como una manifestación de los
sentimientos, los pensamientos y las emociones humanas, por eso mismo es que como
decimos, o como elegimos nosotras, si no juzgo mal, asumimos escribir no desde una
abstracción sin sentido, sino desde una reflexión permanente, combinando nuestras
emociones con nuestras responsabilidades. Es mi convicción.
Me gustaría no solo hablar de una escritura literaria, sino acerca de los
beneficios que escribir textos genera sobre la personalidad y el conocimiento. La
escritura es una actividad que me aleja del vértigo, me trae paz, estabilidad, me quita
ansiedad. Como la lectura. Aún más cuando escribo novelas, porque me gustaría
escribir tanto que así podría terminar mis días hecha un esqueleto escribiendo debajo de
un árbol, como en la tumba viva. Hoy por hoy no me importaría, viviría feliz igual.
Leyendo y escribiendo, así podría vivir.
Índice
Prólogo
Nota de la autora
Días de periodista
Consultorio de medicina clínica
Los que fuimos a las islas
Por Jujuy
Entrevistas vía skype
La esquina de los caracoles
Casa Museo Borges
Boulogne sur Mer
Música melódica
Vivir encerrados
Biografías de ficción
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