Subido por dainyssantos

2. El rey cuervo - Nora Sakavic

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Índice
Gracias
El rey cuervo
Avisos principales de contenido
CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO DOS
CAPÍTULO TRES
CAPÍTULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO
CAPÍTULO SEIS
CAPÍTULO SIETE
CAPÍTULO OCHO
CAPÍTULO NUEVE
CAPÍTULO DIEZ
CAPÍTULO ONCE
CAPÍTULO DOCE
CAPÍTULO TRECE
CAPÍTULO CATORCE
CAPÍTULO QUINCE
CAPÍTULO DIECISÉIS
Agradecimientos de la autora
Créditos
Graci
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El rey cuvo
(A F The Ge 2)
Na Savic
Avisos principales de contenido
Menciones de suicidio e intentos de suicidio,
autolesiones, referencias a abusos sexuales a
menores, violencia sexual, abuso psicológico,
comportamiento agresivo y autoagresivo, homofobia,
escenas de violencia gráfica.
CAPÍTULO UNO
Daba la sensación de que Halloween había llegado con
dos meses de antelación. La semana anterior la
Universidad Estatal de Palmetto había celebrado el inicio
de curso cubierta de serpentinas blancas y naranjas. A lo
largo del fin de semana, alguien había sustituido los lazos
blancos por otros de color negro que cubrían el campus con
una apariencia de luto. Para Neil Josten no era más que un
homenaje barato, pero puede que fuera solo su cinismo el
que opinaba así.
En su opinión, el hastío que sentía era comprensible. A
sus dieciocho años había visto morir a más personas de las
que podía contar. La muerte era algo desagradable, pero el
dolor en su pecho le resultaba tolerable y familiar. La
muerte por sobredosis de Seth Gordon, el pasado sábado
por la noche, debería haberle afectado más, ya que había
compartido equipo y cuarto con él durante tres meses, pero
Neil no sentía nada. Seguir vivo ya era lo bastante difícil;
no tenía tiempo para preocuparse de las desgracias ajenas.
La música rock retumbó en el coche, llenando el silencio
durante un segundo, pero fue acallada tan rápido como
había empezado. Neil dejó de prestar atención a la
decoración y miró hacia delante. Nicholas «Nicky»
Hemmick apartó la mano del salpicadero maldiciendo por
lo bajo. En el otro extremo del asiento trasero, Aaron
Minyard, el primo de Nicky, propinó un empujón al
respaldo del conductor. Neil no estaba seguro de si
intentaba regañarle por tratar de fingir que era un día
cualquiera o mostrarle su apoyo silencioso. La relación
entre los primos era un embrollo caótico y Neil no
sobreviviría el tiempo suficiente como para desenredarlo.
Nicky volvió a alargar la mano hacia la radio. Kevin Day
ocupaba el asiento del copiloto, por lo que fue el primero
en verlo.
—No pasa nada —dijo, apartándole la mano—. Déjalo
estar.
—No quiero hacer esto —dijo Nicky en un murmullo
abatido.
Nadie respondió, aunque Neil creyó que estaban todos de
acuerdo. Nadie tenía ganas de entrenar hoy, pero no podían
permitirse más días de descanso en plena temporada. Al
menos el entrenador Wymack había convocado su regreso a
la cancha un miércoles por la tarde, el día en que Andrew
Minyard, el hermano gemelo de Aaron, tenía su sesión
semanal con su terapeuta.
Por lo general, los estados de ánimo incontrolables de
Andrew no suponían un problema, pero su sonrisa no hacía
de él una persona amistosa en absoluto. Teniendo en
cuenta su temperamento, la reacción de Andrew a la
muerte del miembro del equipo a quien más despreciaba
solo podía acabar en desastre. La reunión de equipo del
domingo debería haber sido una ocasión para que los
Zorros se acompañaran mutuamente en su duelo, pero, en
vez de eso, Andrew y Matt habían acabado a puñetazos.
Tras aquel incidente, Wymack había tomado la decisión
inamovible de separarlos. Los veteranos se mudaron a casa
de Abby Winfield, la enfermera del equipo, y Kevin y los
primos fueron desterrados a la residencia de estudiantes.
Neil se habría quedado allí también, pero Wymack no
quería que estuviera solo en la habitación que había
compartido con Matt y con Seth. Así que acabó pasando un
par de noches en el sofá del entrenador. En lo que a él
respectaba, Wymack no tenía de qué preocuparse, pero
Neil sabía que no valía la pena discutir.
Seth murió la noche del sábado y fue incinerado el lunes
por la tarde. Según decían, su madre había firmado todos
los papeles, pero ni siquiera acudió al crematorio a recoger
las cenizas de su hijo. Fue Allison Reynolds, la central de
defensa de los Zorros y novia a ratos de Seth, quien se
quedó con la urna. Neil no sabía si planeaba enterrarla o
guardarla en su habitación lo que quedaba de curso. No
tenía intención de preguntar. Aún no sabía qué pensar
acerca del papel que él mismo podría haber jugado en la
muerte de Seth. Hasta que se aclarara, prefería evitar a
Allison por completo.
Allison no iba a estar en el entrenamiento, pero los
demás sí. Neil no había visto a los veteranos desde el
domingo por la mañana y sabía que el reencuentro sería
complicado. Sin embargo, solo faltaban dos días para el
segundo partido de la temporada y tenían que encontrar la
manera de que aquello funcionase. Las probabilidades de
los Zorros nunca habían sido especialmente alentadoras,
pero esta temporada presentaba un panorama desolador. Si
antes habían sido el equipo de exy más pequeño de primera
división, ahora tenían el número mínimo de jugadores con
el que podía contar un equipo y seguir cumpliendo los
requisitos para jugar en la liga. Habían perdido a su único
veterano de quinto año y lo que quedaba de su línea
ofensiva eran un campeón nacional lesionado y un novato.
El naranja invadió los límites de su campo de visión. El
estadio de exy de la Estatal de Palmetto no pasaba
desapercibido. Estaba construido para albergar a sesenta y
cinco mil aficionados y pintado del naranja y el blanco más
intensos que la universidad había sido capaz de encontrar.
Huellas de zorro gigantescas decoraban las cuatro paredes
exteriores. Los lazos se extendían hasta allí: todas las
farolas del aparcamiento y todos y cada uno de los
veinticuatro accesos al estadio estaban cubiertos de negro.
La gente había levantado un homenaje silencioso en la
entrada de los Zorros. La puerta estaba cubierta con fotos
de Seth con sus amigos y mensajes de sus profesores.
Nicky detuvo el coche junto al bordillo, pero no apagó el
motor. Neil se bajó y miró por encima del capó para contar
los coches patrulla que había en el aparcamiento. La
presencia de Kevin en el equipo implicaba la necesidad de
un despliegue de seguridad a tiempo completo, pero la
cantidad de agentes se había duplicado desde el traslado
del antiguo equipo de Kevin al distrito sureste. Neil
empezaba a acostumbrarse a ver a la policía del campus
allá donde fuera, pero nunca dejaría de detestar su
presencia.
Nicky se marchó en cuanto Aaron y Kevin se hubieron
bajado del coche. No tenía sentido que se cambiara para
entrenar, ya que en media hora tendría que ir a recoger a
Andrew del Centro Médico Reddin. Neil observó el coche
salir del aparcamiento hacia la carretera y después se
volvió hacia sus compañeros.
No era ningún secreto que el grupo de Andrew odiaba a
Seth, pero Aaron y Nicky aún eran lo bastante humanos
como para sentirse descolocados por su muerte repentina.
La reacción inicial de Kevin fue insensible, pero también
era cierto que había recibido la noticia mientras estaba
borracho como una cuba. Neil no sabía si la resaca había
traído consigo el arrepentimiento.
Desconocía cuál de ellos sería el primero en admitir su
apatía, pero su paciencia tenía un límite. Tras treinta
segundos sin que ninguno de los dos se moviera, Neil se dio
por vencido y se dirigió a la entrada de los Zorros. Se
suponía que el código cambiaba una vez cada dos meses,
pero con los Cuervos en su distrito, ahora Wymack lo
cambiaba todas las semanas. Esta semana eran los últimos
cuatro dígitos del teléfono de Abby. Neil empezaba a
pensar que sus compañeros tenían razón sobre la relación
invisible entre Wymack y ella.
Caminaron en fila por el pasillo hasta los vestuarios. La
puerta no estaba cerrada con llave y las luces de dentro
estaban encendidas, pero en el salón no había nadie. Neil
fue a investigar mientras Aaron y Kevin se acomodaban. Un
pasillo unía el salón con el recibidor, la sala oficial para
ruedas de prensa donde los Zorros hablaban con los
periodistas antes y después de los partidos. La puerta en la
pared del fondo del recibidor, que daba paso al estadio en
sí, seguía cerrada con llave. Neil volvió sobre sus pasos
hasta el pasillo donde estaban los vestuarios y los
despachos. La puerta del despacho de Wymack estaba
cerrada, pero si se paraba a escuchar podía oír el sonido de
la voz apagada del entrenador a través de la madera.
Satisfecho al saber que no había nadie allí que no debiera
estar, Neil regresó junto a los otros.
Cuando llegó, Aaron y Kevin estaban recolocando los
muebles. Los observó mientras empujaban los sofás y
sillones hasta formar una V.
—¿Qué estáis haciendo?
—Estamos buscando la forma de que quepamos todos —
dijo Aaron—. A no ser que quieras pasarte la temporada
entera mirando un asiento vacío.
—El número de cojines no ha cambiado —dijo Neil.
—Cuatro personas apenas caben en un sofá. Cinco sería
imposible.
—¿Cinco?
Kevin lo miró como si fuera idiota. A esas alturas, Neil
conocía de sobra aquella mirada, pero tras cuatro meses
entrenando con Kevin, aún le ponía de los nervios.
—Tienes claro cuál es tu sitio, ¿no? —preguntó Kevin.
Hasta la noche del sábado, Neil nunca habría sido lo
bastante estúpido como para creer que había sitio para él
allí. Andrew le había prometido que podía hacer que eso
cambiara, pero su protección tenía un precio. Lo protegería
de su pasado siempre y cuando Neil lo ayudara a evitar que
Kevin abandonara la Estatal de Palmetto. Parecía bastante
fácil, pero Nicky le había advertido que la situación era
más compleja de lo que parecía. Hiciera lo que hiciera,
tendría que ser como parte del grupo disfuncional de
Andrew. Ya no podía seguir escondiéndose entre
bambalinas.
Contempló otra vez la nueva disposición del salón y de
pronto lo comprendió. Durante el verano, los cuatro
miembros del grupo de Andrew se habían apelotonado en
un solo sofá. Ahora podían dispersarse, tres en el sofá y los
demás en dos sillones a cada lado de este. Al resto de
veteranos les tocaba el sofá y el sillón que habían colocado
enfrente.
Neil se dirigió a uno de los sillones laterales, ya que
siempre había tenido el asiento exterior, pero Aaron se
sentó en él antes de que pudiera reclamarlo. Neil tardó un
segundo más de la cuenta en reaccionar.
—A ti te toca en el sofá, con Kevin y Andrew —explicó
Aaron—. Siéntate.
—No me gusta estar rodeado —dijo Neil—, y no quiero
sentarme al lado de tu hermano.
—Nicky ha aguantado un año entero —dijo Aaron—.
Apáñatelas.
—Vosotros sois su familia —protestó Neil, aunque eso no
significaba nada para ellos.
Wymack solo fichaba atletas que provenían de hogares
rotos. En la Madriguera, la palabra «familia» era una
fantasía creada para que las novelas y las películas fueran
más entretenidas. Neil sabía que era una causa perdida
antes incluso de terminar de decirlo, así que se sentó en el
sitio que Aaron le había asignado.
Kevin fue el siguiente en sentarse, dejando un espacio
libre para Andrew entre él y Neil. Este echó un vistazo
alrededor y se preguntó cómo se adaptarían los veteranos a
la nueva distribución de la sala. Su mirada se posó en el
enorme calendario colgado encima de la televisión y sintió
cómo se le formaba un nudo en el estómago conforme leía
la lista. El viernes trece de octubre era el día en que los
Zorros, los últimos de la liga, se enfrentaban a los cabezas
de serie, los Cuervos de la Universidad Edgar Allan. El
partido tenía todas las papeletas para ser un auténtico
desastre.
Al fondo del pasillo, Wymack abrió la puerta de su
despacho, pero medio segundo más tarde el teléfono
empezó a sonar. El entrenador no se molestó en cerrar la
puerta antes de contestarlo. Por lo que Neil fue capaz de
escuchar, alguien estaba hostigándole sobre el tamaño del
equipo. La evidente irritación de Wymack hacía que sus
esfuerzos por tranquilizar a la otra persona no fueran muy
convincentes, pero Neil sabía que su fe era sincera. Al
entrenador le daba igual si había nueve Zorros o
veinticinco. Los apoyaría hasta el amargo y sangriento
final.
Wymack aún estaba al teléfono cuando se abrió la puerta
del salón. La capitana Danielle Wilds fue la primera en
entrar, con Matt Boyd, su novio, y Renee Walker, su mejor
amiga, pisándole los talones. Apenas habían dado dos pasos
cuando se detuvieron de golpe. Dan señaló a Neil, pero se
dirigió a Kevin cuando habló:
—¿De qué va esto?
—Sabías lo que significaba que nos lo lleváramos el
sábado por la noche —contestó Aaron.
Wymack colgó el teléfono de un golpe. Neil se preguntó
si la discusión habría terminado de verdad o si había
utilizado la llegada de más Zorros como excusa para colgar.
Unos segundos después, el entrenador entró en el salón y
siguió el dedo de Dan. Miró primero a Neil, luego a Kevin y
después a Aaron para finalmente echar un vistazo a la
nueva disposición de los muebles. Volvió a mirar a Neil.
—Si la memoria no me falla, Andrew no te soportaba —
dijo Wymack.
—Sigue sin hacerlo —respondió él, pero no se molestó en
explicarse.
—Interesante. —El entrenador lo repasó con la mirada
una vez más antes de girarse hacia los veteranos—. ¿Por
qué no os sentáis? Tenemos que hablar.
Wymack se apoyó en el mueble de la televisión y esperó a
que se acomodaran. Cruzó los brazos y observó a cada uno
de sus Zorros.
—Abby me ha escrito un discurso. Estaba bien, decía
cosas sobre el coraje y la pérdida y la necesidad de estar
unidos en tiempos difíciles. Lo hice pedazos y lo tiré a la
papelera de mi despacho.
»No estoy aquí para daros palabras de apoyo y
palmaditas en la espalda. No voy a ofreceros un hombro en
el que llorar. Eso podéis pedírselo a Abby o acercaros a
Reddin y hablar con Betsy. Mi trabajo es ser vuestro
entrenador pase lo que pase, evitar que os quedéis quietos
y teneros de vuelta en la cancha estéis preparados o no.
Probablemente eso me convierta en el malo en este
momento, pero todos vamos a tener que aprender a vivir
con ello.
Wymack contempló los asientos vacíos frente a él. Aquel
era el quinto año del equipo de exy de la Estatal de
Palmetto. Wymack lo había construido desde cero y había
escogido personalmente a Seth para formar parte de la
alineación inicial. Entre los problemas personales de los
jugadores, un contrato original defectuoso que los permitía
abandonar y la opción de graduarse en cuatro años en
lugar de cinco, Seth había sido el único en cumplir los
cinco años con el equipo. Seth era muchas cosas, la
mayoría desagradables, pero sin duda era un luchador. Y ya
no estaba.
Wymack carraspeó y se pasó una mano por el pelo corto.
—Mirad, estas cosas pasan y van a seguir pasando. No
necesitáis que os diga que la vida no es justa. Si estáis aquí
es porque ya lo sabéis. A la vida le importa una mierda lo
que queramos; es cosa nuestra dejarnos los cuernos y
luchar para conseguirlo. Seth quería que ganáramos.
Quería que pasáramos del cuarto partido. Creo que le
debemos un buen espectáculo. Vamos a mostrarle al mundo
lo que somos capaces de hacer. Hagamos que este sea
nuestro año.
—Ya hemos perdido bastante, ¿no creéis? —Dan dirigió la
pregunta al resto del equipo—. Es hora de ganar.
Matt entrelazó los dedos con los suyos y le dio un
apretón.
—Hagámoslo. Vamos a llegar hasta la final.
—Decirlo no es suficiente —dijo Wymack—. Tenéis que
demostrarme sobre el terreno de juego que sois capaces de
llegar al campeonato. Os quiero en la cancha en cinco
minutos con la equipación ligera u os apunto a correr una
maratón.
Al supuesto discurso motivacional de Wymack le faltaba
el tono de enfado que solía fingir, pero las palabras eran lo
bastante familiares como para poner al equipo en marcha.
El silencio reinó en el vestuario de hombres mientras se
vestían. Neil se llevó sus cosas a uno de los cubículos del
baño para cambiarse. Un tocador separaba los baños de las
duchas y Neil se detuvo para mirarse en el espejo.
Su relación con su reflejo era de amor-odio por pura
necesidad. Neil era la viva imagen de su padre, el asesino
de quien llevaba ocho años huyendo. El tinte de pelo y las
lentillas eran la manera más fácil de ocultar sus rasgos,
pero mantener ambos hábitos mientras vivía con los Zorros
resultaba agotador. Tenía que comprobar si se le notaba la
raíz dos veces al día y dormía de espaldas a la habitación
para poder quitarse las lentillas por la noche. Guardaba el
estuche en la funda de la almohada y llevaba lentillas de
repuesto en la cartera. Era engorroso, pero hasta ahora lo
había mantenido con vida y a salvo. Sospechaba que ya no
iba a ser suficiente.
No se dio cuenta de cuánto se había entretenido hasta
que Matt y Kevin acudieron a buscarlo. Los vio entrar
gracias al espejo, pero no se giró.
—¿Hasta la final? —preguntó.
—Los milagros existen —respondió Matt.
—No puedes depender de algo tan insustancial como un
milagro —dijo Kevin—. No vas a ganar nada ahí parado.
Termina de cambiarte y sal a la cancha.
—Un día de estos quiero que busques la palabra
«desalmado» en el diccionario —dijo Matt, molesto—.
Seguro que a tu ego le viene genial ver la foto tuya que han
colocado justo al lado.
—No —dijo Neil antes de que Kevin pudiera contestar—.
Tiene razón. Lo más probable es que el entrenador no
pueda fichar a otro delantero con la temporada ya
empezada. Hasta que encuentre una solución, Kevin y yo
somos todo lo que hay y ninguno de los dos es lo bastante
bueno.
—¿Has oído eso, Kevin? —dijo Matt—. Tu suplente te
acaba de llamar inútil.
—Su opinión no significa nada para mí —dijo Kevin.
Aun así, no intentó refutar lo que había dicho Neil y este
oyó lo que escondía el silencio en sus palabras, aunque
Matt no lo hiciera. A Kevin lo habían criado como delantero
zurdo, pero Riko le había roto la mano dominante el
diciembre pasado en un violento ataque de celos. Llevaba
desde marzo intentando aprender a jugar con la derecha,
pero estaba muy lejos del nivel que había tenido con la
izquierda. A pesar de que la opinión pública lo consideraba
un genio por ser capaz de jugar siquiera, caer en desgracia
había calado a Kevin hasta los huesos. Puede que
machacara al resto del equipo, pero era aún más duro
consigo mismo. Aquella era la única razón por la que Neil
toleraba su condescendencia.
Neil se apartó del espejo y terminó de cambiarse. Dan y
Renee los esperaban en el recibidor y entraron juntos en el
estadio para calentar. Después de cuarenta minutos de
vueltas alrededor de la cancha y carreras de intervalos,
regresaron a los vestuarios a beber agua. Estaban haciendo
estiramientos cuando se abrió la puerta.
Neil observó a los veteranos para evaluar sus reacciones
una vez que Nicky y Andrew se unieron al resto en el
recibidor. Dan les dedicó una mirada rápida y siguió con
sus estiramientos. El rostro de Matt se tensó al ver la
sonrisa de Andrew. Solo Renee consiguió sonreír y, aunque
habló en voz baja, su tono era amistoso al saludarlos.
—Hola, Renee —Andrew le devolvió el saludo—. ¿Vas a
volver pronto a la residencia?
—Esta noche —dijo ella—. Hemos cargado las maletas en
la camioneta de Matt esta mañana.
Andrew lo aceptó sin discutir y desapareció por la puerta
del vestuario para cambiarse. Nicky se quedó atrás,
inseguro ahora que tenía que enfrentarse a sus
compañeros por primera vez en varios días. Dan volvió a
mirarlo, pero su expresión no era alentadora.
—Ey —dijo Nicky, apagado—. ¿Cómo lo estáis llevando?
—Tan bien como podemos —contestó Dan. No le preguntó
a Nicky cómo estaba. Lo más probable era que no le
interesara la respuesta.
—¿Cómo está Allison? —añadió Nicky después de una
larga pausa.
—¿De verdad te importa? —preguntó Matt.
—Matt —lo regañó Renee antes de dirigirse a Nicky—:
Como era de esperar, lo está pasando mal ahora mismo,
pero hacemos todo lo posible para que no esté nunca sola.
Aún no quiere ir a ver a Betsy, pero creo que pronto estará
lista para hablar de ello.
—Ya —dijo Nicky en apenas un susurro.
Wymack esperó hasta asegurarse de que habían
terminado antes de hacerle un gesto a Nicky.
—Vosotros dos, salid a la cancha y empezad a dar vueltas.
No pago la factura de la luz para que estéis aquí
cotilleando. El resto terminad los estiramientos y bebed
agua. En cuanto Andrew y Nicky estén listos nos colocamos
para los ejercicios. Tenemos… —El sonido del teléfono al
otro lado del pasillo lo interrumpió—. Estas sanguijuelas
me van a volver loco. Tendría que haber contratado a una
secretaria.
Nicky se fue al vestuario mientras Wymack iba en busca
del teléfono. Neil estaba al fondo del recibidor, al lado del
pasillo, por lo que pudo escuchar al entrenador
respondiendo. A pesar de que era obvio que estaba que
echaba chispas, consiguió mantener un tono educado.
—Entrenador Wymack, de la Universidad Estatal de
Palmetto. ¿Disculpe? Un momento. —Salió al pasillo con el
teléfono en la mano. Pulsó un botón con el pulgar para
silenciarlo y abrió la puerta del vestuario de hombres de
una patada—. Andrew Joseph Minyard, ¿qué coño has
hecho esta vez?
—¡Yo no he sido! ¡Ha sido el manco! —gritó Andrew
desde dentro.
—¡Ven aquí! —gritó el entrenador mientras la puerta se
cerraba. Andrew apareció un par de segundos más tarde,
con la equipación ya puesta. Wymack lo señaló con el
teléfono—. La policía te está llamando. Más te vale
contarme lo que has hecho ahora antes de que ellos me den
la versión detallada.
—Yo no he sido. Pregúntale a mi clon.
Wymack hizo una mueca, volvió a activar el micrófono y
se llevó el teléfono al oído.
—¿Cuál es el problema, agente…? ¿Cómo había dicho?
¿Higgins?
—Oh —dijo Andrew, sorprendido—. Entrenador, no.
Wymack agitó una mano para indicarle que se callara,
pero Andrew lo agarró por la muñeca y le quitó el teléfono
de la mano. Wymack lo sujetó de la camiseta antes de que
pudiera escaparse. Andrew no intentó escabullirse, sino
que se quedó contemplando el teléfono que tenía en la
mano como si nunca hubiera visto tecnología semejante.
—No lo tengas esperando todo el día —dijo el entrenador.
Andrew se retorció, no lo suficiente como para escapar,
pero sí como para poder mirar a su hermano. Aaron se
había quedado congelado en medio de un estiramiento,
mirándolo. Andrew alzó las manos, encogiéndose de
hombros en un gesto exagerado, y se llevó el teléfono a la
oreja por fin.
—El cerdito Higgins, ¿de verdad eres tú? —preguntó
Andrew—. Pues claro que sí. Menuda sorpresa. ¿Se te ha
olvidado que no me gustan las sorpresas? ¿Qué? No, no me
marees. No te habrías tomado la molestia de localizarme
después de tanto tiempo solo para charlar, así que dime:
¿qué quieres? —Andrew no dijo nada durante unos
segundos, escuchando—. No —dijo entonces, y colgó.
El teléfono volvió a sonar casi de inmediato. Los Zorros
ya no hacían nada por disimular que lo estaban
observando, habiendo abandonado los estiramientos.
Wymack no les ordenó que continuaran, por lo que Matt se
sentó en uno de los bancos a ver cómo se desenvolvía
aquella extraña escena. Andrew tiró de su camiseta hasta
que Wymack lo soltó y se apartó de él tan rápido como
pudo. Se apoyó en la pared, se tapó la oreja con la mano
que tenía libre y contestó al teléfono.
—¿Qué? No, no te he colgado. Yo nunca haría eso. Yo…
No. Cállate.
Volvió a colgar, pero Higgins era lo bastante persistente
como para llamar por tercera vez. Andrew dejó que sonara
cinco segundos antes de contestar con un suspiro
exagerado.
—Cuéntame —dijo, y esperó a que Higgins volviera a
explicárselo todo.
El policía habló durante más de dos minutos. Fuera lo
que fuera lo que estaba diciendo, no podía ser bueno; era
evidente que la conversación estaba atravesando la manía
medicada de Andrew. Su sonrisa se había desvanecido
hacía rato y había empezado a dar golpecitos rítmicos con
el pie contra el suelo cuando Higgins aún iba por la mitad
de su historia. Apartó la mirada de Aaron mientras
desaparecían los últimos rastros de alegría de su rostro y
levantó la vista hacia el techo en su lugar.
—Retrocede —dijo, por fin—. ¿Quién se ha quejado? Ay,
cerdito, no intentes marearme. Ya sé dónde trabajas, ¿me
comprendes? Sé con quién trabajas. Eso quiere decir que
hay un niño en su casa. Se supone que… ¿Qué? No. No me
preguntes eso. He dicho que no. Déjame en paz. Oye —dijo
Andrew, más alto, como si intentara ahogar los argumentos
del agente—. Si vuelves a llamarme, te mato.
Colgó el teléfono. Esta vez no volvió a sonar. Andrew
esperó para asegurarse de que Higgins había captado el
mensaje y luego se cubrió los ojos con una mano antes de
echarse a reír.
—¿Qué tiene tanta gracia? —preguntó Nicky, volviendo a
unirse a ellos—. ¿Qué me he perdido?
—Ah, nada —dijo Andrew—. No te preocupes.
Wymack alternó la mirada entre los dos gemelos.
—¿Qué habéis hecho ahora?
Andrew separó los dedos para mirarlo a través de ellos.
—¿Qué te hace pensar que es culpa mía?
—Espero que esa pregunta sea retórica —dijo el
entrenador, ignorando la inocencia fingida de Andrew—.
¿Por qué te llaman del Departamento de Policía de
Oakland?
—El cerdito y yo nos conocemos desde hace tiempo —
respondió Andrew—. Solo quería charlar para ponernos al
día.
—Si vuelves a mentirme a la cara, tú y yo vamos a tener
un problema.
—Es la verdad, más o menos. —Andrew bajó la mano y
lanzó el teléfono al otro lado de la habitación. Este chocó
contra el suelo con tanta fuerza que la carcasa salió
disparada hacia un lado y la batería hacia otro—. Trabajaba
en el programa de jóvenes de Oakland. Creía que podía
salvar a chavales problemáticos usando el deporte como
actividad extraescolar. Un poco como tú, ¿no? Un idealista
rematado.
—Te fuiste de Oakland hace tres años.
—Sí, sí, es un gran halago que aún se acuerde de mí o
algo así. —Andrew agitó una mano en un gesto vago de
«qué le vamos a hacer» y echó a andar hacia la puerta—.
Nos vemos mañana.
Wymack interpuso un brazo en su camino.
—¿Adónde vas?
—Me largo. —Andrew señaló la salida a espaldas de
Wymack—. ¿No acabo de decir que nos vemos mañana?
Igual no ha quedado claro.
—Tenemos que entrenar —dijo Dan—. Este viernes hay
partido.
—Ya tenéis a Santa Juana del Exy. Apañáoslas sin mí.
—No me vaciles, Andrew —dijo Wymack—. ¿Qué coño
está pasando?
Andrew se llevó la mano a la frente en un gesto
dramático.
—Creo que me estoy poniendo malo. Cof, cof. Mejor me
voy antes de contaminar a tu equipo. Te quedan tan
poquitos. No puedes permitirte perder a nadie más.
El rostro de Kevin era una mueca tirante de impaciencia.
—Para ya. No puedes irte.
Un momento de silencio y Andrew se giró con una sonrisa
enorme y cruel en el rostro.
—¿No puedo? Déjame decirte algo sobre lo que puedo y
no puedo hacer. Si intentas meterme en la cancha hoy me
aseguraré de no poder volver a entrar nunca. Que le den
por culo a tu entrenamiento, a tu alineación y a tu puto
juego.
—Suficiente. No tenemos tiempo para tus rabietas.
Andrew se dio la vuelta y le dio un puñetazo a la pared
con tanta fuerza que se abrió la piel de los nudillos. Kevin
dio un paso adelante con la mano extendida, como si
pudiera evitar que Andrew diera otro puñetazo, pero
Wymack estaba más cerca. Agarró a Andrew por el brazo y
lo apartó de la pared de un tirón. Andrew siguió mirando a
Kevin como si el entrenador no hubiera intervenido. Solo
una vez que Kevin hubo dado un paso atrás, Andrew
intentó zafarse del agarre de Wymack.
—Cof, cof, entrenador —dijo—. Me voy.
—Entrenador, deja que se vaya —intervino Aaron—. Por
favor.
Este los miró a ambos, frustrado, pero Aaron tenía la
vista clavada en el suelo y la sonrisa de Andrew no ofrecía
ninguna explicación. Por fin, Wymack bajó la mano.
—Tú y yo vamos a hablar largo y tendido más tarde,
Andrew.
—Claro —respondió este, una mentira alegre y
descarada.
Un segundo después, se había marchado.
—En serio —dijo Nicky cuando la puerta se hubo cerrado
tras Andrew—, ¿qué me he perdido?
—Aaron, confiesa —exigió Wymack.
—De verdad que no lo sé —dijo Aaron.
—Y una mierda.
—No lo sé —repitió este, más alto—. No sé por qué ha
llamado Higgins. Llámalo o pregúntale a Andrew si quieres
saber qué pasa. Era el mentor de Andrew, no el mío. Solo
he visto a ese tipo una vez en mi vida.
—Es obvio que te causó impresión si aún te acuerdas de
él.
—Oh —exclamó Nicky, como si se hubiera dado cuenta de
algo de repente—, ¿es el que…?
No terminó la frase, pero Aaron supo qué era lo que
estaba preguntando.
—Sí —confirmó—, él fue quien me dijo que tenía un
hermano.
CAPÍTULO DOS
Aquella respuesta enigmática fue la única que
consiguieron sonsacarle a Aaron durante el entrenamiento.
Wymack dejó de insistir en cuanto la situación entró en el
ámbito personal. Neil esperaba que los veteranos lo
mencionaran una vez dentro de las paredes de la cancha,
pero al parecer habían decidido seguir el ejemplo de su
entrenador. Todos miraban de vez en cuando a Aaron y a
Nicky con curiosidad, pero nadie los presionó para que se
explicaran.
Sin Seth buscando pelea con Kevin y Nicky, Allison
despotricando contra cualquiera que estuviera a mano ni
Andrew parloteando en la portería, los ejercicios estaban
cargados de un silencio casi alarmante. El entrenamiento
habría sido una absoluta pérdida de tiempo si no fuera por
Kevin y Dan. El primero estaba demasiado obsesionado con
el exy como para distraerse en la cancha y Dan se tomaba
muy en serio su papel como capitana. Los espoleaba
cuando bajaban el ritmo y llenaba los silencios incómodos.
Aun así, Neil sabía que fue un alivio para todos cuando
Wymack anunció el final del entrenamiento.
Salieron del estadio a la vez, pero el desdén de Nicky por
las normas de tráfico hizo que llegaran antes a la Torre.
Este encontró sitio al fondo del aparcamiento para
deportistas y juntos echaron a andar hacia la residencia. A
mitad de camino repararon en la figura que los esperaba en
la acera. Andrew los observó acercarse sentado en el
bordillo con las piernas cruzadas y las manos en los
tobillos.
—No deberías estar fuera si te encuentras mal —dijo
Kevin.
—Qué bonito que te preocupes por mí. —Andrew
respondió al tono frío de Kevin con una sonrisa—. No llores,
Kevin. No es nada que no se cure con una siesta y un poco
de vitamina C.
Nicky se agachó frente a Andrew.
—¿Todo bien?
—Haces preguntas muy raras, Nicky.
—Me preocupo por ti, eso es todo.
—Me parece que eso es problema tuyo. Ah, aquí están.
Por fin.
Neil se giró al mismo tiempo que Matt entraba en el
aparcamiento. Tuvo que dar dos vueltas antes de encontrar
un hueco lo bastante grande para su camioneta. Andrew le
hizo un gesto a Nicky para que se quitara de en medio.
Este se puso en pie y se apartó. Andrew aguardó hasta que
Dan, Matt y Renee estuvieron lo bastante cerca como para
oírle antes de saludarlos con la mano.
—Renee, ¡ya estás aquí! Bienvenida de nuevo. Te voy a
tomar prestada. No te importa, ¿verdad? Ya sabía yo que
no.
Renee asintió.
—¿Necesito algo en especial?
—Ya lo llevo yo. —Andrew se puso en pie de un salto y
empezó a andar a través del aparcamiento.
Renee hizo una mueca antes de ir tras él. Se puso a su
altura con un par de zancadas y continuaron caminando
juntos. Neil miró a Dan. Tenía la boca apretada en una línea
fina y tensa, pero no parecía sorprendida ni intentó
detenerlos. Matt abrió la boca, pero al final decidió seguir
el ejemplo de Dan y guardó silencio. Nadie se movió del
sitio hasta que Andrew y Renee llegaron al final del
aparcamiento. Entonces, Aaron se apartó bruscamente. En
vez de entrar en la residencia, echó a andar por la acera
que rodeaba la Torre y llevaba de vuelta al campus.
—Vale —dijo Matt, por fin—. ¿Vamos a hablar de esto?
Nicky se frotó los brazos como si tuviera frío a pesar de
que hacía casi cuarenta grados y señaló la puerta con el
mentón.
—Sin una copa, no.
El equipo de exy de la universidad tenía tres habitaciones
en la tercera planta. El grupo de Andrew ocupaba la más
cercana a las escaleras, las chicas estaban en la central y
Matt y Neil vivían en la habitación del fondo que antes
compartían con Seth. Dan aferró la mano de Matt conforme
se acercaban a la puerta de la habitación y la apretó hasta
que los nudillos se le pusieron blancos. Matt no parecía
reconfortado. Contempló las llaves que sostenía en su mano
libre como si hubiera olvidado cuál abría la puerta.
—Era un capullo —dijo, en voz baja.
—Lo sé —respondió Dan.
Matt respiró hondo muy despacio y abrió la puerta por
fin. Tras empujar la hoja, vio algo que le hizo dar un paso
atrás y apretar la mano de Dan con más fuerza. Ante la
expresión sombría de Dan, Neil se acercó al umbral, pero
era imposible ver nada con Matt en medio. Dan fue la
primera en reunir el coraje necesario para moverse y tiró
de Matt hacia el interior de la habitación. Neil se detuvo en
la entrada a analizar los cambios.
No había pisado aquel cuarto desde el domingo por la
mañana y en aquel momento solo se había pasado a
recoger sus cosas para poder quedarse en casa de
Wymack. El domingo, la habitación tenía el mismo aspecto
de siempre. En algún momento desde entonces, alguien
había venido a llevarse las cosas de Seth. El tercer
escritorio ya no estaba, como tampoco la mesita de noche
que Seth había convertido en una estantería para sus libros
y apuntes. El resultado era un hueco evidente entre las
cosas de Matt y las de Neil.
Dejó a Matt y a Dan contemplando el nuevo vacío y se
dirigió al dormitorio. Su cama y la de Matt aún estaban
colocadas la una encima de la otra en forma de literas, pero
los de la residencia se habían llevado la de Seth. Las dos
cómodas que antes habían estado debajo de la cama habían
quedado al descubierto, con una fina capa de polvo sobre
los tableros. Era como si Seth nunca hubiera estado allí,
como si nunca hubiera existido siquiera.
Neil se preguntó si él también desaparecería con tanta
facilidad.
Dejó su bolsa sobre la cómoda y regresó al salón. Matt y
Dan estaban sentados en el sofá, apretados el uno contra el
otro. Matt tenía la mirada clavada en la pared donde había
estado el escritorio de Seth. Dan estudió el rostro de Neil,
pero no dijo nada. Quizás sabía que no necesitaba que le
consolaran o puede que simplemente no hubiera nada que
decir.
Kevin y Nicky no tardaron en unirse a ellos. Nicky traía
consigo una botella de ron y otra de refresco ya empezada,
así que Kevin fue a la cocina a por vasos. Nicky apartó la
mirada del hueco vacío en la habitación con esfuerzo
evidente. Dejó la bebida en la mesa antes de arrodillarse en
el lado opuesto a donde estaban Dan y Matt. Kevin puso
cinco vasos sobre la mesa y se sentó al lado de Nicky.
Neil tomó el suyo antes de que Nicky pudiera servirle
nada y se sentó a la cabecera de la mesa para poder
observar a los demás. Nicky sirvió las copas, las repartió y
alzó su vaso en un brindis mudo. Nadie lo acompañó, pero
él no esperó a que lo hicieran. Se bebió la mitad de la copa
de un solo trago y volvió a rellenarla con más ron. Su
mirada se posó de nuevo en el hueco donde había estado el
escritorio de Seth.
—Bueno —empezó Nicky, incómodo—. Esto es, mmm…
Matt no le dio tiempo para encontrar las palabras. Su
expresión dejaba claro que aún no estaba listo para hablar
sobre Seth, sobre todo con Nicky.
—¿Cómo es que Aaron no sabía que tenía un hermano? —
preguntó, sacando un tema de conversación más seguro.
Nicky hizo una mueca, pero Neil no sabía qué le había
molestado más: la pregunta o el tono seco de Matt.
—Son gemelos —dijo Nicky. Aguardó un segundo a que lo
pillaran, observando uno a uno sus rostros vacíos, y frunció
el ceño con incredulidad—. Pensad en ello un segundo.
Imaginaos que sois mi tía Tilda. ¿Tendríais ganas de decirle
a Aaron que abandonasteis a su hermano recién nacido?
Ella tenía la esperanza de que lo que había hecho jamás
saliera a la luz.
—Pero Aaron descubrió la verdad —dijo Neil.
Nicky le dirigió una sonrisa apretada.
—Sí, y por eso creo en el destino. Mirad, Aaron nació y
pasó su infancia en San José. Por lo visto, la tía Tilda se
cansó de salir con tipos del lugar y empezó a meterse en
páginas de citas. Justo después de que Aaron cumpliera los
trece, la tía Tilda se lio con uno de Oakland. A su novio se
le ocurrió quedar en un partido de los Raiders, un sitio
divertido y público, así que Tilda metió a Aaron en el coche
y allá que fueron.
»Aaron dice que estaba en el puesto de comida cuando
un policía se acercó a él, llamándole Andrew y hablando
como si ya se conocieran. Aaron pensó que estaba loco o
que se había confundido, pero el madero no tardó en darse
cuenta de que pasaba algo.
—Higgins —supuso Matt.
—Sí. En cuanto Higgins se dio cuenta de que se había
equivocado de gemelo hizo que Aaron lo llevara hasta la tía
Tilda. Higgins pensaba que Tilda era otra madre de acogida
y que Aaron y Andrew habían sido separados por el
sistema. Higgins quería reunirlos, así que la tía Tilda le dio
su número de teléfono para que se lo diera a la familia de
acogida de Andrew y se llevó a Aaron a casa.
»No sé por qué se molestó en hacerlo. Puede que le diera
vergüenza decir que no o que no quisiera explicarle a la
policía lo que ocurría. En cualquier caso, la madre de
acogida de Andrew llamó al día siguiente para organizar un
encuentro entre los dos y la tía Tilda se negó. Les dijo que
no quería tener nada que ver con Andrew, que no quería
saber cómo era o cómo le iban las cosas. Nada. Incluso los
obligó a prometerle que no volverían a contactar con ella.
Nicky se acabó la segunda copa y se sirvió una tercera.
—Pero Aaron sabía quién había llamado y estaba
demasiado emocionado como para esperar a que su madre
colgara antes de enterarse de los detalles. En cuanto ella
contestó en la cocina, él subió corriendo al dormitorio para
escuchar la conversación desde el otro teléfono. Así fue
como descubrió la verdad. —Nicky clavó la mirada en su
copa—. Aaron me dijo que fue el peor día de su vida.
—Joder —dijo Matt—. No le culpo. ¿Le dijo a su madre
que había escuchado la conversación?
—Oh, sí. Aaron dice que tuvieron una buena bronca, pero
la tía Tilda se negaba a ceder, así que Aaron actuó a sus
espaldas y llamó al Departamento de Policía de Oakland.
Localizó a los coordinadores del programa de jóvenes y les
dio su información de contacto para que se la pasaran a
Andrew. Dos semanas después recibió una carta que decía
básicamente: «Que te jodan, déjame en paz».
Matt se frotó las sienes.
—Sí, eso le pega mucho a Andrew.
—Hay cosas que nunca cambian —dijo Nicky.
—¿Qué hizo Aaron para que Andrew cambiara de idea? —
preguntó Dan.
Nicky la miró, extrañado.
—Nada.
—Espera —dijo Dan—. ¿Cómo que nada?
—Digo que no volvió a intentarlo. No sé quién les habló
de Aaron a los padres de acogida de Andrew, si fue el
propio Andrew o el poli ese, Phil, pero su madre de acogida
le escribió una carta a Aaron. Quería que volviera a
intentarlo en primavera y dijo algo sobre que las fiestas
eran muy duras y que había muchos cambios en casa. Así
que Aaron esperó, pero esperó demasiado. En marzo
mandaron a Andrew al correccional y Aaron empezó a
replantearse el tema de tener un hermano. Dos meses
después la tía Tilda vendió la casa de San José y se mudó
con Aaron a Columbia.
Dan parecía desconcertada.
—Entonces, ¿cuándo se conocieron?
—Mi padre se enteró de que Andrew existía hace como
cinco años, así que… —Nicky contó con los dedos—. Hace
cuatro años y medio, más o menos. Mi padre fue a
California a entrevistar a la familia de acogida de Andrew y
se pasó por el correccional. Un mes después llevó a Aaron
para que él y Andrew pudieran hablar, pero yo no cuento
esa charla supervisada de media hora como la primera vez
que se conocieron. La de verdad fue cuando Andrew
consiguió la condicional adelantada un año después y mi
padre obligó a la tía Tilda a traerlo a casa.
Nicky le dio sorbos pequeños a su bebida durante un
rato.
—Cuando lo piensas, es raro. Solo se conocen desde hace
tres años.
—Es retorcido que te cagas —dijo Matt.
—Sí, y esa es la versión bonita de la historia —dijo
Nicky—. Pues eso, de eso conocen Aaron y Andrew a
Higgins. No sé por qué ha contactado con Andrew ahora,
pero no pienso preguntar. Para mí el tiempo que Andrew
pasó en casas de acogida es un tema tabú. No hablo de ello
a no ser que él saque el tema.
—¿De verdad te parece lo mejor? —preguntó Dan—. No
parecía una conversación rollo «cuánto tiempo, ¿qué tal?».
¿Y si alguien ha descubierto algún crimen que cometió en
el pasado y que podría impedirle jugar? Puede que Phil lo
haya llamado para avisarle de que han abierto una
investigación.
—Andrew lo arreglará —aseguró Nicky.
—Eso no me tranquiliza —dijo Dan, pero lo dejó estar.
Por alguna razón, Nicky y Kevin acabaron quedándose a
cenar con ellos. Era la primera vez desde junio, cuando los
veteranos habían llegado al campus, que Neil veía a alguno
de los miembros del grupo de Andrew socializar con el
resto del equipo. Lo atribuyó a la ausencia de los gemelos.
Había oído a Nicky quejarse a Aaron de la posición
aislacionista del grupo, pero este no se había dejado
convencer por la infelicidad de su primo. Ahora, sin Aaron
allí para distraerle ni Andrew para apartarle del resto,
Nicky era libre de hacer lo que quisiera.
Pidieron comida a domicilio para no tener que volver a
salir y Dan puso una película para evitar conversaciones
desagradables. La peli terminó antes de que el resto
volviera, pero Nicky no se atrevió a jugársela más tiempo.
—Buenas noches —dijo tras ayudar a recoger los restos
de la cena.
—Nos vemos mañana —se despidió Dan antes de cerrar
la puerta tras Kevin y él. Una vez que hubo soltado la
manilla, se volvió hacia Matt, extrañada—. Eso ha sido raro.
—Y que lo digas —confirmó Matt—. ¿Qué probabilidades
crees que hay de que vuelva a pasar?
—Matt —empezó Dan, dubitativa. Miró hacia la pared del
fondo, donde había estado el escritorio de Seth, como si no
estuviera segura de tener el valor para decir lo que
pensaba en voz alta—. ¿Cómo va a afectar esto a nuestra
temporada?
Debido a que Wymack fichaba a individuos problemáticos
a propósito, los Zorros habían sido un desastre desde el
principio. Eran un equipo que no comprendía el concepto
de trabajar en equipo y establecía su jerarquía en base a la
fuerza bruta. Pero cuando empezaron los entrenamientos
de verano, el noventa por ciento de los altercados sobre la
cancha habían empezado con Seth. Él siempre andaba
buscando pelea con Kevin y con los primos. Era incapaz de
colaborar con ellos en la cancha y fuera de esta se negaba
a tratarlos. Eso obligaba a los Zorros a escoger bandos.
Matt tenía una expresión cautelosa en el rostro, como si
no estuviera seguro de poder tener aquella conversación
con la muerte de Seth aún tan reciente.
—No te hagas muchas ilusiones. Seth les da igual. Su
muerte no será lo que nos una —respondió de todas
formas.
—Pero… —dijo Dan, porque tanto ella como Neil podían
percibirlo en su tono.
—Pero —confirmó Matt y miró a Neil— ahora por fin
tenemos a alguien de dentro.
Neil los miró a ambos.
—No lo entiendo.
—Ya hemos visto esto antes con Kevin —dijo Matt—. Te
han marcado como uno de los suyos. Van a arrastrarte
hasta su agujero.
Dan le puso las manos en los hombros y clavó la mirada
en él.
—No dejes que te consuman hasta que te olvides de
nosotros, ¿vale? Ten un pie a cada lado: uno allí con ellos y
otro aquí con nosotros. Tienes que ser la pieza que una este
equipo por fin. No podemos llegar al campeonato sin ellos.
Prométeme que lo intentarás.
—La unidad no es exactamente lo mío —dijo Neil.
—Es obvio que tienes algo que Andrew quiere —dijo
Matt—. Y allí donde va Andrew, los demás lo siguen. Solo
tienes que tirar de él más de lo que él tire de ti.
Hacían que sonara fácil cuando Neil sabía que no lo era.
—Lo intentaré.
—Bien —dijo Dan, apretándole los hombros una vez más
antes de soltarlo—. Solo te pedimos eso.
Dan se dejó caer en el sofá y tiró de Matt para que se
sentara a su lado. Neil fue a su escritorio y trató de ponerse
al día con los deberes. Llevaban solo dos semanas de clases
y ya iba con retraso. Intentó leer sus apuntes de química,
pero, tras un par de párrafos, empezó a distraerse.
Consiguió avanzar otras tres páginas antes de rendirse y
tirar el libro al suelo.
—¿Neil? —preguntó Dan.
—¿Por qué la química es tan aburrida? —se quejó Neil,
pasando al siguiente trabajo.
—Si lo descubro, serás el primero en saberlo —dijo
Dan—. Siempre puedes pedirle ayuda a Aaron. Está
estudiando la carrera de Biología.
Neil prefería suspender a pasar más tiempo con Aaron.
Los deberes de Español eran más fáciles, pero los de
Historia le resultaban mortalmente aburridos. Tiró el libro
encima del de Química y contempló el trabajo de
Literatura. Hizo la redacción como pudo y después rebuscó
en la mochila hasta encontrar el libro de Matemáticas.
Mientras lo hacía se dio cuenta de que Matt y Dan lo
observaban.
—¿Cuántas asignaturas tienes? —preguntó Dan con el
ceño fruncido.
—Seis —respondió Neil.
—Tienes que estar de broma —dijo Dan—. ¿Por qué?
Neil los miró a los dos.
—Era lo que aconsejaban en el folleto.
Dan hizo una mueca, pero fue Matt quien contestó.
—Eso es para la gente que piensa graduarse en cuatro
años. Tu contrato es de cinco años por una razón. Todo el
mundo sabe que no puedes matricularte en todas las
asignaturas y jugar en un equipo a la vez.
—Cuatro asignaturas —dijo Dan, mostrándole los dedos
de una mano—. Es lo mínimo que necesitas para ser
considerado un estudiante a tiempo completo. Es lo
máximo que quiero que tengas este semestre, ¿vale?
Decide qué dos asignaturas te van a joder más la vida y
déjalas. No le haces un favor a nadie si acabas quemado a
principios de curso.
—¿Puedo dejar las asignaturas? —preguntó Neil,
sorprendido.
—Durante las dos primeras semanas, sí —dijo Matt—.
¿Dónde tienes tu horario? Déjame verlo.
Neil lo sacó del archivador y se lo llevó. Dan le hizo un
gesto para que se sentara en el lado que tenía libre y
levantó el horario para que los tres pudieran verlo.
—¿Ves esto? —preguntó, señalando las clases que se
reunían los lunes, miércoles y viernes—. Esto no puede ser.
Si no tienes tiempo para descansar te va a dar algo. Yo
cuando estaba en el instituto trabajaba por las noches, iba
a clase y era la capitana del equipo de exy. Acabé odiándolo
todo. No quiero que a ti te pase lo mismo. Matt me ha dicho
que además vas a entrenar con Kevin por las noches. Dime,
¿cuándo duermes?
—En clase —admitió Neil.
Dan le dio un cachete en la frente.
—Respuesta incorrecta. Tienes que mantener tu media.
—Ha tenido un par de años para perfeccionar su discurso
—dijo Matt por encima de Dan—. Si tu objetivo es la
selección no vas a necesitar nunca estas asignaturas. La
universidad solo es un medio para un fin y una excusa para
poder jugar al exy, así que no te esfuerces tanto. Espera,
voy a por mi portátil para que entres en el portal de la
universidad.
Neil se quedó mirando su horario mientras Matt sacaba
el portátil de la bolsa y se planteó qué asignaturas dejar. A
pesar de lo que había dicho Dan, lo importante no era
cuáles requerían más tiempo, sino cuáles no necesitaba.
Aunque no se lo había dicho a sus compañeros, solo
pensaba pasar un año en la Estatal de Palmetto. Si
abandonaba una asignatura ahora, no volvería a retomarla.
Eso hacía que Historia y Química fueran las candidatas
ideales, porque las odiaba. Literatura y Oratoria tampoco le
entusiasmaban, pero podrían venirle bien algún día cuando
tuviera que salir huyendo. Las clases de Español eran
necesarias y las de Matemáticas por lo menos le resultaban
interesantes.
Matt le pasó el portátil una vez que se hubo encendido y
tanto él como Dan lo observaron entrar en su perfil de
estudiante. Matt pasó un brazo por encima de Dan para
señalar los enlaces que tenía que pinchar.
—¿Mejor? —preguntó Dan cuando su horario modificado
apareció en la pantalla—. Mira. Antes tenías un descanso
entre Historia y Oratoria, ¿no? Pues ahora tienes dos horas
libres. Ahí puedes meter las horas de tutoría si quieres. Los
martes y los jueves solo tienes una clase por la mañana, así
tendrás tiempo de sobra para dormir y hacer deberes antes
de los entrenamientos. Todo encaja a la perfección, ¿no te
parece?
A Neil le interesaba más la parte sobre dormir que la de
los deberes.
—Sí, gracias.
—No hace falta que las des, pero no te olvides de
nosotros —dijo Dan—. Somos tus compañeros. Estamos
aquí para ayudarte con lo que haga falta, ya sea en esto, en
los partidos o si estás estresado en general. La experiencia
de cada uno es diferente, pero todos estamos
acostumbrados a necesitar ayuda. A lo que no estamos
acostumbrados es a que alguien nos la preste, pero ahora
nos tienes a nosotros.
Neil no sabía cómo responder a aquello. No sabía qué le
molestaba más: creer que lo decía en serio o saber que no
podía aceptar su oferta. Los Zorros no podían lidiar con sus
problemas. Andrew era el único a quien había sido capaz
de semiconfesarle la verdad, y solo porque estaba
desesperado.
Se libró de tener que responder cuando alguien llamó a
la puerta. Neil fue a levantarse, pero tenía el portátil
encima, por lo que Matt se puso en pie antes que él. Pensó
que sería alguno de los otros deportistas de la residencia
que conocían a Seth desde hacía años, pero era Renee
quien esperaba en el pasillo. Matt se apartó para dejarla
pasar. Dan, sentada al lado de Neil, soltó una palabrota.
Neil captó el tono, pero no las palabras exactas; estaba
distraído por la nueva cojera de Renee.
—Ojalá dejaras de hacerlo —dijo Dan.
—Lo sé —respondió Renee.
Se sentó con cuidado en el sitio que Matt había
abandonado mientras este rebuscaba en la cocina. Regresó
con una bolsa de hielo. Renee la tomó con una sonrisa y la
apretó contra los nudillos de su mano derecha. El dolor le
tiró de la comisura del labio, pero por lo demás mantuvo
una expresión relajada mientras flexionaba los dedos. Neil
habría esperado que Matt y Dan sofocaran a Renee con
expresiones de alarma y preocupación, pero ninguno le
preguntó si se encontraba bien.
—Si esto va a suponer un problema, dímelo —dijo Dan.
Renee negó con la cabeza.
—No será un problema para nosotros. Sea lo que sea, es
algo personal. Mañana estará de vuelta en la cancha.
Neil se preguntó a qué clase de universo alternativo
había ido a parar.
—Andrew te ha pegado.
—Ha conseguido darme un par de veces —dijo Renee—.
Había olvidado lo rápido que es cuando está colocado.
Neil paseó la mirada por la sonrisa de Renee, su pelo con
mechones arcoíris, la cruz que colgaba de su cuello. No
entendía nada. Renee le había advertido que no
sobrestimara su bondad, pero todos decían que era la
buenaza del equipo. Desde que la conoció, solo la había
visto apaciguar a los demás. Hasta aquel momento lo único
cuestionable acerca de ella había sido su amistad con
Andrew.
—Renee y Andrew practican combate cuerpo a cuerpo —
dijo Matt.
Era obvio que la idea no les parecía tan ridícula como a
Neil, pero este no sabía muy bien qué decir sin preguntar
directamente qué hacía una chica dulce y cristiana
luchando contra el sociópata extraoficial del equipo. Miró a
Matt en busca de ayuda, pero este solo sonrió ante su
confusión. Se volvió hacia Dan, pero ella estaba demasiado
centrada en la mano de Renee para darse cuenta. Por fin,
Renee alzó la vista y se apiadó de él.
—Soy una renacida, Neil. A Andrew no le interesa mi fe,
solo le interesa la persona que fui antes de encontrarla. Él
y yo tenemos más en común de lo que piensas. Por eso te
pongo nervioso, ¿no es así?
Ante eso último, Dan y Matt le dedicaron una mirada de
curiosidad a Neil. Al parecer no se habían dado cuenta de
lo mucho que se había estado esforzando por no estar a
solas con Renee.
—Me pones nervioso porque nada acerca de ti tiene
sentido. No te comprendo —dijo Neil, ignorando sus
miradas.
—Podrías preguntarme —dijo Renee.
—¿De verdad sería tan fácil?
—No estoy orgullosa de mi pasado, pero si lo escondo, no
seré capaz de sanar. Cuando creas que estás listo para
confiar en mí, dímelo. No quiero que haya problemas entre
nosotros. Podemos tomarnos un café y hablar de lo que
quieras. Pero ahora mismo… —Renee apoyó la mano sana
en el brazo del sofá y se puso en pie— solo quiero darme
una ducha caliente y meterme en la cama. Estoy agotada.
Dan enlazó un brazo con el de Renee y miró a Matt y a
Neil.
—Podéis pasar la noche en nuestra habitación si queréis.
Si pensáis que… —No terminó la frase, pero la forma en
que miró a su alrededor fue suficiente—. Tenemos un futón
para ti, Neil.
—Voy a dormir aquí —dijo Neil—, pero tengo
entrenamiento con Kevin esta noche, así que llevaos a
Matt.
—¿Estás seguro? —preguntó este.
—Sí —respondió Neil—. Estaré bien.
Matt dudó un instante y luego le dio un beso de buenas
noches a Dan.
—Me quedaré con él hasta que llegue Kevin. Nos vemos
en un rato.
Las acompañó hasta la puerta y la cerró tras ellas. Con su
ausencia, la habitación parecía mil veces más grande y el
silencio se instaló entre los dos como una roca.
—Llega tarde —dijo Matt, intentando romper ese silencio
incómodo—. Puede que Andrew esté tan cabreado que no le
deje venir.
—Puede.
Neil se sentó en su escritorio a esperar. Kevin solía pasar
a recogerle a las diez para sus entrenamientos nocturnos,
pero Andrew había estado en paradero desconocido con
Renee durante horas. Eran ya pasadas las once. Neil
bostezó, tapándose la boca con la mano mientras observaba
el reloj. Se planteó acercarse a su habitación para
preguntarle a Kevin si iban a cancelar el entrenamiento y
decidió que lo haría a las once y media. Kevin apareció a
falta de siete minutos para que venciera el límite que se
había autoimpuesto.
—En algún momento tendrás que dejar que duerma —dijo
Matt, saliendo al pasillo con ellos para ir a la habitación de
Dan.
—Dormirá cuando hayamos ganado la final —replicó
Kevin.
Andrew los esperaba en el coche como siempre. A pesar
del altercado entre Kevin y él en el entrenamiento, ya no se
percibía ninguna tensión entre ellos. Andrew no dijo nada
cuando Kevin y Neil se subieron al coche y los llevó hasta el
estadio en silencio. Puede que el combate con Renee lo
hubiera agotado, o puede que su apatía hiciera que fuera
incapaz de guardar rencor. Neil no estaba seguro, pero lo
observó subir por las escaleras hasta las gradas para
esperarlos y no pudo evitar preguntárselo a sí mismo.
—Neil, vamos —dijo Kevin desde la puerta de la cancha.
Neil hizo a un lado cualquier pensamiento sobre Andrew
y entró con Kevin en la cancha de los Zorros.
CAPÍTULO TRES
El entrenamiento del jueves fue aún más incómodo que el
del miércoles. Habría sido fácil echarle la culpa a la
reaparición de un Andrew medicado en la portería el jueves
por la tarde, pero al parecer este había decidido
comportarse. No mencionó a Seth ni una sola vez y apenas
se dirigió a los veteranos.
El problema radicaba en lo que Dan y Matt habían
mencionado la noche anterior: el equipo tenía la
oportunidad de ser mucho mejor sin Seth en él. Puede que
Andrew, Aaron y Nicky tuvieran problemas personales
fuera de la cancha, pero en ella eran capaces de trabajar
juntos. El grupo respetaba a Matt gracias a su talento y a lo
que fuera que Andrew le hubiera hecho el año anterior. Dan
los lideraba desde su posición como central de ataque y no
los dejaba parar quietos. Kevin machacaba a Neil sin
piedad en la línea ofensiva, pero este luchaba con uñas y
dientes para seguirle el ritmo. Renee apaciguaba los
ánimos cuando la tensión se volvía palpable.
Por primera vez en la historia de los Zorros, el equipo
presentaba un frente unido. Dan y Matt lo sabían, pero Neil
podía ver la culpa en sus rostros y oír la reticencia en sus
voces cuando hablaban en los descansos. No querían verle
el lado bueno a la muerte de Seth y tenían reparos a la
hora de aprovecharlo. Neil quería decirles que la muerte no
era motivo para refrenarse, pero su humanidad le resultaba
interesante. Solo esperaba que lo superaran antes del
saque del viernes por la noche.
Para alivio de todos, el segundo partido de la temporada
lo jugarían fuera. La ausencia de Seth ya era notable en los
entrenamientos; jugar el primer partido en casa sin él sería
incómodo y solo conseguiría distraerlos. Neil no creía que
Allison estuviera preparada para eso.
Wymack los quería en el estadio antes de las doce y
media del viernes para poder salir con tiempo. Firmó los
permisos para que pudieran saltarse las últimas clases de
la mañana, pero eso no libraba a Neil de tener que asistir a
clase de Español y de Matemáticas. Después, dejó la
mochila en la residencia y se reunió con sus compañeros de
equipo. Dan los contó en el pasillo para asegurarse de que
estaban todos antes de dividirse en dos coches para ir al
estadio.
Desde el viaje a Columbia del sábado, Neil había
empezado a ir al estadio en el coche de los primos. En la
furgoneta de Matt había más espacio que en el asiento
trasero de Andrew, pero este le había dado una orden
expresa el sábado por la noche: no dejes que Kevin te
pierda de vista y haz lo que haga falta para que siga
interesado en tu potencial. Si no fuera porque ahora Dan y
Matt confiaban en él para unir al equipo, Neil habría
señalado que no iba a conseguir gran cosa sentándose
detrás de Kevin en el coche. Tenían razón al decir que
Andrew era la clave. Neil necesitaba llevarse bien con él, al
menos hasta descubrir algo con que poder persuadirlo, así
que se tragó su incomodidad y obedeció.
Cuando entraron en el aparcamiento del estadio, Neil
tuvo una razón más para sentirse incómodo. Abby había
estado ausente toda la semana cuidando de Allison, pero su
coche estaba allí. Eso quería decir que Allison los estaba
esperando en los vestuarios.
El sábado pasado por la mañana, Neil había insultado a
Riko en televisión. Kevin los había advertido de que este
tomaría represalias aquel mismo día. Los Zorros deberían
haber permanecido juntos, haciendo lo posible por pasar
desapercibidos, pero Allison y Seth se habían ido de bares
al centro con sus amigos. Neil había visto a Seth justo
antes de que se separaran. Recordaba haberse despedido
de los veteranos antes de seguir a Andrew hasta Columbia.
Cuatro horas después, Seth estaba muerto.
Podía tratarse de una trágica coincidencia en el momento
adecuado. Podía ser obra de Riko. La segunda posibilidad
resultaba absurda, pero la primera era imposible. Allison
conocía los malos hábitos de Seth. Sabía que le gustaba
mezclar su medicación con alcohol. Neil la había visto
registrar los bolsillos de Seth en busca de pastillas. La
había visto besarlo para borrarle el enfado del rostro tras
no encontrar nada. Aun así, Seth había sufrido una
sobredosis y Andrew estaba convencido de que Riko estaba
detrás de todo.
Neil no había sido el responsable directo de una muerte
desde hacía años, aunque sabía la cantidad de personas
que habían muerto a causa de los esfuerzos de su madre
por protegerlos a ambos. Neil no quería ser jamás como su
padre, pero tampoco quería convertirse en su madre. Los
dos eran despiadados de formas diferentes y Neil, a pesar
de sus problemas para conectar con la gente, no quería ser
un monstruo. Aunque, teniendo en cuenta cómo había
empezado la temporada, quizás era inevitable que acabara
convirtiéndose en sus padres.
Necesitaba más tiempo para decidir qué teoría lo
convencía más, pero no importaba lo que él pensara. Si
Allison ataba cabos y culpaba a Neil de la muerte de Seth,
no podrían trabajar juntos. Necesitaba arreglar las cosas
con ella de alguna manera, pero no sabía por dónde
empezar. Nunca se le había dado bien ganarse a la gente.
Era poco probable que su primer éxito fuera con alguien
como Allison.
Allison Reynolds era una elección desconcertante por
parte de la Estatal de Palmetto. Tenía la apariencia de una
princesita perfecta, pero peleaba como nadie sobre la
cancha. Se negaba a adaptarse a las expectativas de los
demás y su sinceridad era tan absoluta que rozaba la
crueldad. Podría haber heredado el imperio multimillonario
de sus padres, pero no había estado dispuesta a aceptar las
restricciones que aquella vida implicaba. Quería ser
alguien por derecho propio. Quería demostrar lo que valía
sobre la cancha. Y, por algún motivo, quería a Seth a pesar
de sus problemas y su cariño tosco.
Neil esperaba que fuera capaz de aprender a vivir con
solo dos de esas tres cosas. Andrew debió de sentir cómo
Neil se tensaba; sentados como estaban hombro con
hombro en el asiento trasero del coche. Siguió la dirección
de su mirada hasta el coche de Abby mientras Nicky
aparcaba a poca distancia de este.
—Ha venido —dijo Andrew—. Esto va a ser interesante.
Nicky sacó la llave del contacto.
—Para ti.
—Sí, para mí —rio él, y se bajó del coche.
Aaron tardó más en moverse, por lo que Neil bajó por el
lado de Andrew y se dejó caer sobre el asfalto. Durante un
instante contempló el autobús de los Zorros, aparcado a un
par de puestos de distancia, con la puerta abierta del coche
aún en la mano. Andrew lo observó con una sonrisa burlona
en los labios. Neil estaba retrasando lo inevitable y ambos
lo sabían.
Irritado, cerró la puerta del coche de un empujón y se
dirigió a la verja. Introdujo el número de Abby en el teclado
del sistema de seguridad y esperó al zumbido antes de
girar el pomo. Andrew lo siguió de cerca mientras
avanzaba por el pasillo, sin duda con Kevin justo detrás, así
que Neil no se permitió a sí mismo detenerse. Se preparó
para la posible reacción de Allison y entró en los
vestuarios.
Había visto a Allison en su mejor momento: de punta en
blanco y con el pelo y el maquillaje perfectos. También la
había visto recién salida de la cancha, con la cara roja,
sudorosa y humana. Nunca antes la había visto así.
Llevaba el pelo rubio platino peinado a la perfección y
ropa moderna y cara. A primera vista parecía que nada
había cambiado, pero al mirarla durante más de un
segundo estaba claro que se le habían acabado las fuerzas.
Estaba sentada con los dedos entrelazados y las manos
entre las rodillas, los hombros caídos y el rostro vacío.
Tenía la mirada baja, clavada en el suelo, en apariencia
ajena a la llegada de sus cinco compañeros de equipo.
Andrew fue directo hacia su sitio en el sofá como si no
hubiera reparado en su presencia, pero Aaron y Kevin se
quedaron congelados al verla. Neil pensó que debería
disculparse o preguntarle si estaba bien, pero no le salía la
voz. Para su sorpresa, fue Nicky quien encontró las fuerzas
para cruzar la sala. Se agachó frente a ella, despacio, como
si pensara que echaría a correr si la sobresaltaba, y la miró
a la cara.
—Ey —dijo, suave y amable, como si los dos no se
hubieran pasado el verano maldiciéndose el uno al otro en
la cancha—. ¿Podemos hacer algo?
Allison lo oyó, pero no respondió. Los labios se le
pusieron blancos al apretarlos. Nicky se quedó donde
estaba, intentando ofrecerle apoyo en silencio o esperando
una respuesta. Pasó una eternidad antes de que Allison
volviera a moverse, pero no miró a Nicky. Clavó su mirada
brumosa y gris en el rostro de Neil.
Este se quedó mudo e inmóvil en la entrada de los
vestuarios y aguardó a ser juzgado. El juicio nunca llegó.
Pasaron los segundos, eternos y terribles, y la expresión de
Allison se mantuvo igual. No parecía enfadada, como había
esperado que estuviera, ni triste, como había estado seguro
de que estaría. Solo estaba… allí. Aunque respiraba, era
como un objeto inanimado, una marioneta a la que le
habían cortado los hilos.
La llegada del resto del equipo fue lo que salvó a Neil.
Tuvo que apartarse para evitar que la puerta lo golpeara al
abrirse. Dan y Renee fueron directas al sillón de Allison y
se sentaron cada una en uno de los reposabrazos. Dan le
pasó un brazo alrededor de los hombros, en un gesto que
era más feroz que reconfortante, y le susurró algo al oído.
Allison giró la cabeza hacia Dan, absorbiendo las palabras
de consuelo de esta, y Neil recordó al fin cómo moverse.
Nicky se puso en pie cuando fue obvio que las chicas
podían cuidar de Allison. El resto del equipo se asentó poco
a poco en la habitación.
Habían llegado a la hora acordada, pero la ausencia de
Wymack y Abby era evidente. Neil se preguntó si el
entrenador se estaba retrasando a propósito. Sin él, la
presión resultaba menor y el motivo por el que estaban allí
no parecía tan real. Estaba proporcionando a los Zorros
unos minutos para adaptarse al regreso de Allison y a su
dolor. Aquello les daba la oportunidad de verla antes de que
Wymack los obligara a volver a concentrarse en el exy.
También servía para mostrarles a lo que se enfrentaban
hoy. Allison había vuelto, pero parecía estar pendiendo de
un hilo. Neil no sabía si aguantaría lo suficiente como para
poder jugar. Si no lo conseguía, los iban a destrozar. La
Universidad de Belmonte era uno de los equipos más
fuertes del distrito. No estaban tan altos en el ranking
como el Breckenridge, pero serían igual de difíciles de
afrontar ahora que los Zorros habían perdido a Seth. Si
Allison no podía jugar, el partido habría terminado incluso
antes de dar comienzo.
La puerta del despacho de Wymack se abrió por fin. El
entrenador entró en la salita y le hizo un gesto a Allison.
—Ve adelantándote, Allison. Nicky meterá tus cosas en el
autobús.
Nicky le dedicó una mueca al entrenador, pero era
demasiado listo como para protestar delante de Allison.
Esta se deshizo del abrazo de Dan y salió sin mirar atrás.
Nicky esperó a que la puerta se hubiera cerrado tras ella
antes de hablar.
—Ahora en serio, ¿a quién se le ha ocurrido traerla? —
preguntó—. No debería estar aquí.
—Le dimos la opción de quedarse —dijo Wymack—. Ha
sido ella quien ha decidido venir.
—Yo no le habría dado opción —protestó Nicky, dirigiendo
una mirada preocupada hacia la puerta—. Yo la habría
dejado aquí y ya le pediríamos perdón cuando volviéramos.
No está lista.
Andrew se rio.
—Hombre de poca fe. No te preocupes, Nicky. Jugará.
Era una muestra de apoyo de la persona más inesperada.
Andrew sonrió, disfrutando de la sorpresa y la desconfianza
de sus compañeros. No se molestó en explicar de dónde
provenía aquella seguridad. En vez de eso, levantó las
manos para señalar a los dos delanteros sentados a su lado.
—Los que deberían preocuparos son estos dos lunáticos.
—De eso quería hablar con vosotros —dijo Wymack,
avanzando hasta colocarse enfrente del televisor—. Dan y
yo nos hemos pasado la semana buscando la mejor manera
de lidiar con nuestra línea ofensiva. Ya sabéis que no puedo
conseguir un suplente todavía. Kevin ha jugado tiempos
enteros antes, pero no desde el otoño pasado. Tú creo que
no lo has intentado nunca —dijo y asintió cuando Neil negó
con la cabeza—. Ninguno de los dos puede jugar un partido
entero tal y como estáis. Tendremos que avanzar semana a
semana hasta conseguirlo.
»Mientras tanto, vamos a reorganizar las cosas para
poder sobrevivir. —Wymack miró a Dan y a Renee, que aún
no se habían levantado del sillón de Allison para sentarse
junto a Matt en el sofá—. No es una solución perfecta, pero
es lo mejor que se nos ha ocurrido en tan poco tiempo, así
que prestad atención.
En el mueble de la televisión había una tabla con
sujetapapeles. El entrenador la tomó, pasó un par de
páginas y empezó a leer:
—La alineación del primer tiempo para esta noche es la
siguiente: Andrew, Matt, Nicky, Allison, Kevin, Neil. Los
suplentes del primer tiempo: Aaron para Nicky, Dan para
Kevin y Renee para Allison.
—Espera. —Nicky miró a Renee, sorprendido—. ¿Cómo?
Wymack alzó una mano para interrumpirlo.
—La alineación del segundo tiempo es: Aaron, Nicky,
Allison, Kevin, Dan. Matt como suplente de Nicky, Neil de
Dan y Renee de Allison otra vez. —Dejó los papeles y los
miró—. Espero que os hayáis enterado, porque no pienso
repetirlo.
—¿Es una broma? —preguntó Nicky—. Renee es portera.
—Dan es la única que puede rellenar el hueco de la línea
ofensiva —intervino Renee—, y Allison va a estar pendiendo
de un hilo durante un tiempo. El entrenador y yo lo
hablamos el martes, así que he tenido tiempo de modificar
una de las equipaciones extra. Ya sé que llevo sin jugar de
defensa desde el colegio, pero lo haré lo mejor que pueda.
—Por favor, no te tomes lo que estoy a punto de decir a
malas, pero no eres tú quien me preocupa —dijo Nicky—. Si
tú vas a jugar como central, ¿quién va a estar en la portería
en el segundo tiempo?
Wymack miró a Andrew. Este echó la vista atrás como
buscando a un tercer portero. No había nadie, así que
arqueó una ceja en dirección al entrenador y repasó la
curva de su sonrisa con el pulgar.
—El entrenador sabe que mi medicina no funciona así.
—Lo sé —confirmó Wymack.
—¿Qué me estás pidiendo que haga?
—No te estoy pidiendo nada. Tenemos un trato y no
pienso faltar a mi palabra. Te ofrezco un intercambio, los
mismos términos y condiciones que el año pasado. Abby
compró la botella ayer y la puso en el botiquín. Es tuya en
cuanto salgas de la cancha. Lo único que tienes que hacer
es jugar. El cómo es cosa tuya.
—No estarán listos en solo una semana. ¿Cuánto tiempo
crees que podéis aguantar así?
—Tanto como puedas tú —respondió Wymack—. ¿Puedes
guardar la portería o no?
Andrew se rio.
—Supongo que estamos a punto de averiguarlo.
El entrenador asintió.
—¿Alguien más tiene alguna pregunta?
Nicky no se daba por vencido.
—Esta alineación es una locura, entrenador.
—Sí. Buena suerte. —Wymack dio una palmada para
acallar cualquier otra protesta—. Moved el culo. Id a por
vuestras cosas y salid de mis vestuarios. Dan, Renee, si
podéis preparar las cosas de Allison, Nicky las llevará al
autobús. Matt, te toca ayudarme con las raquetas. En diez
minutos arranco el autobús. Si no estáis dentro, os quedáis
aquí. Vamos, vamos, vamos.
Se dividieron cada uno en busca de sus cosas. Las bolsas
de viaje los esperaban en el banco junto a sus taquillas.
Neil tomó la suya y la giró de un lado a otro, admirando los
bordados en hilo de un naranja vivo. Su nombre y número
decoraban un lateral y el contrario tenía una huella de
zorro. Olía a nuevo.
Acababa de introducir el último número de la
combinación de su taquilla cuando oyó un estruendo de
metal. Neil volvió a prestar atención a sus compañeros.
Andrew estaba abriendo y cerrando su taquilla sin motivo
aparente. Solo consiguió hacerlo dos veces antes de que
Kevin agarrara la puerta para detenerlo. Andrew no se
resistió, en lugar de eso, tiró todos los contenidos de la
taquilla al suelo.
—¿Qué está pasando? —preguntó Kevin—. No puedes
aguantar un partido entero sin la medicación.
Neil agradeció que alguien hiciera la pregunta, porque él
mismo tenía serias dudas acerca de aquel plan. El síndrome
de abstinencia comenzaba al poco de que Andrew se
saltara una dosis y tenía tres fases: un bajón físico y
psicológico, náuseas debilitantes y antojos demenciales.
Neil había visto brevemente las dos primeras. No sabía
cuánto tardaba en aparecer la tercera, pero Matt había
dicho una vez que tendría suerte si nunca llegaba a
presenciarlo.
La abstinencia no tendría que haber supuesto un
problema, ya que Andrew estaba obligado a medicarse
durante tres años según su acuerdo de la condicional, pero
Wymack le permitía interrumpir el tratamiento para los
partidos. La cancha era un lugar demasiado caótico y las
protecciones de Andrew eran demasiado gruesas como
para que nadie reparara en ello si la sonrisa maníaca
desaparecía de su rostro. Si Andrew era capaz de
sobrellevar el bajón en el primer tiempo, podía tomarse la
pastilla en el descanso y recuperarse en el banquillo
durante el resto del partido.
Andrew parecía haber perfeccionado aquella rutina. Neil
no había sido capaz de percibir la diferencia la semana
anterior. Pero eso era jugando solo un tiempo, ahora
tendría que jugar todo el partido. La solución más obvia era
que jugara medicado, le gustara o no, pero las cosas nunca
eran tan fáciles con Andrew.
—No, probablemente no. —Andrew parecía muy contento
para alguien que iba a pasar la mayor parte de la noche
sufriendo. Se agachó y empezó a poner orden entre el
desastre que había liado—. Algo se nos ocurrirá.
—Ya lo ha hecho antes —dijo Matt.
—Sí, el octubre pasado. —Nicky no levantó la vista de la
bolsa donde estaba metiendo sus cosas, pero tenía una
sonrisa en la cara mientras contaba la historia—. Nos
habíamos enterado de que el CRRE iba a sacarnos de
primera división si seguíamos perdiendo. El entrenador le
pidió a Andrew un milagro y Andrew nos lo dio. Hizo que
Wymack eligiera un número del uno al cinco y solo dejó
pasar ese número de goles antes de cerrar la portería. Fue
probablemente lo más flipante que he visto en mi vida.
Si el objetivo de aquella historia había sido tranquilizar a
Kevin respecto a la situación de Andrew, el resultado fue
justo el contrario. Un nubarrón negro se posó sobre su
rostro.
—Así que eres capaz de poner empeño —dijo con los
dientes apretados— cuando el entrenador te lo pide.
Andrew cruzó los brazos sobre las rodillas, echó la
cabeza hacia atrás y sonrió a Kevin.
—Cuidado, Kevin. Se te notan los celos.
—Llevas ocho meses diciéndome que no. A él le has dicho
que sí en ocho segundos. ¿Por qué?
—Ah, esa es fácil. —Andrew metió el resto de sus cosas
en la bolsa y cerró la cremallera. Se la colgó del hombro
antes de ponerse en pie, tan cerca de Kevin que casi lo
obligó a dar un paso atrás—. Es porque decirte que no es
más divertido. ¿No era eso lo que querías? Que me
divirtiera. Pues ya lo estoy haciendo, ¿y tú?
Para alguien tan pequeño, Andrew causó un gran
estruendo al chocar contra las taquillas. Soltó una
carcajada mientras su cuerpo impactaba contra el metal
naranja. Neil no sabía qué era más divertido para Andrew:
la violencia de Kevin o la mancha de sangre que ahora
marcaba la parte delantera de la camiseta de este. Neil ni
siquiera había visto a Andrew sacar el cuchillo, pero lo
tenía en la mano, colocado entre sus cuerpos. Kevin se
apartó, maldiciendo.
—Joder, Andrew —dijo Matt—. ¿Estás bien, Kevin?
—Estoy bien. —Kevin se puso una mano en el pecho como
si estuviese comprobando que había dicho la verdad.
Desde la otra punta del vestuario, Neil no podía ver bien
la herida, pero pensó que la ausencia relativa de sangre
significaba que el corte debía de ser superficial. Era largo,
pero nada grave. Aunque le escocería cuando se pusiera las
protecciones para el partido.
Andrew se apartó de las taquillas y se acercó a Kevin otra
vez. Le colocó el filo del cuchillo contra el pecho, justo
encima del corazón, y lo miró a la cara. Kevin parecía más
enfadado que intimidado mientras le sostenía la mirada.
Matt echó a andar hacia ellos, quizás pensando que iba a
tener que interrumpir la segunda ronda de la pelea. Kevin
no apartó los ojos de Andrew, pero indicó a Matt con un
gesto que no interviniera. Este se acercó hasta tenerlos al
alcance de la mano. Una vez allí, esperó, tenso e inmóvil, a
que uno de los dos se atreviera a pasarse de la raya.
Una vez que se hubo detenido, Andrew volvió a hablar:
—Kevin, Kevin. Siempre tan predecible. Te voy a dar un
consejo, ¿te parece? Como recompensa por lo mucho que
has trabajado o algo así. ¿Listo? Tendrás más éxito si
empiezas a pedir cosas que estén a tu alcance.
—Esto está a mi alcance —replicó Kevin, la voz cargada
de frustración—. Lo que pasa es que eres un imbécil.
—Ya veremos, pero luego no digas que no te lo advertí.
Andrew pasó por su lado y se limpió la hoja del cuchillo
contra el brazo. No importaba qué llevara puesto, había un
accesorio que no se quitaba nunca: unas bandas negras
que le cubrían los antebrazos por completo. Su principal
objetivo era una especie de broma (una manera en la que la
gente pudiera distinguir a los gemelos), pero él les había
buscado otra función. El pasado junio Neil había
descubierto que Andrew escondía las vainas de sus
cuchillos debajo de la capa de algodón. Una vez que se
hubo asegurado de que el cuchillo estaba limpio, este
desapareció. Un par de segundos después, estaba saliendo
por la puerta.
—¿En serio? —dijo Nicky, exasperado, mientras se
colgaba la bolsa al hombro—. Pensaba que te habías dado
por vencido con eso hacía meses. No vas a ganar nunca.
Kevin no respondió, se dirigió a su taquilla y empezó a
meter cosas en la bolsa con rabia. Nicky sacudió la cabeza
y fue hacia la puerta. Aaron no se había parado a ver la
pelea, así que salió pisándole los talones a su primo. Neil
observó a Kevin, esperando otro arrebato, pero este había
decidido descargar el resto de su ira en silencio. Metió sus
cosas en la bolsa como si quisiera romperla.
A Kevin solo le importaba el exy. Había crecido con el
deporte y lo único que quería era vencer sobre la cancha a
cada delantero al que se enfrentaba. No tenía piedad a la
hora de presionar a sus compañeros de equipo y se exigía
el doble a sí mismo. No soportaba la incompetencia y no
toleraba nada que no fuera el máximo esfuerzo por parte
del resto del equipo.
Lo que Kevin detestaba más que nada era la apatía
absoluta de Andrew. Sus estadísticas estaban entre las
mejores de todos los porteros del sudeste y eso era sin
poner mucho de su parte. Kevin se había pasado casi un
año intentando conseguir algo de Andrew. Quería que el
exy le importara; deseaba que fuera la mejor versión de sí
mismo sobre la cancha, igual que un hombre moribundo
desea poder respirar una vez más. Andrew lo sabía y se
negaba a seguirle la corriente.
Neil comprendía la furia de Kevin. Él también se había
quedado perplejo el verano anterior cuando había visto
jugar a Andrew por primera vez. Era imposible (o debería
serlo) que alguien con tanto talento sintiera tanta
indiferencia hacia el juego. Por desgracia, la medicación de
Andrew destrozaba su capacidad de concentración y hacía
que estuviera demasiado colocado como para interesarse
por el resultado de los partidos. Dejar que soportara la
abstinencia mientras jugaba parecería la mejor opción,
pero Neil había intentado hablar con Andrew sobre exy
cuando estaba medio sobrio y este había dicho que el exy
era demasiado aburrido como para merecer su atención.
Una cosa era que sus problemas psicológicos y la
medicación le impidieran hacer un esfuerzo, pero Andrew
acababa de aceptar el trato con Wymack sin discutir. Neil
no sabía qué significaba todo aquello, ni tampoco cómo
sentirse al respecto.
Matt esperó un momento a que Kevin saliera del
vestuario antes de mirar a Neil.
—El partido de esta noche va a ser una pasada.
—Querrás decir un desastre —dijo Neil, cerrando su
bolsa.
Matt le dedicó una sonrisa sombría y cerró su taquilla. Al
pasar junto a él de camino a la puerta, le puso una mano en
el hombro.
—Intenta no pensar en ello hasta que lleguemos. No vas a
conseguir nada pasándote el viaje estresado por cosas que
no puedes cambiar.
Neil asintió.
—Matt, deja que ayude yo al entrenador con las raquetas.
Quiero preguntarle una cosa.
—¿Seguro? —dijo Matt—. Vale, entonces dame tu bolsa
para que la meta en el autobús. Es un coñazo llevar las dos
cosas.
Neil le dio la bolsa y se separaron en la puerta. Matt giró
a la izquierda hacia la salida y Neil a la derecha hacia el
recibidor. Wymack ya había abierto el armario de los
materiales y había sacado el carrito con las raquetas. Las
carcasas protectoras estaban abiertas para que el
entrenador pudiera revisar las redes. Neil sabía que
estaban en buenas condiciones, ya que los Zorros siempre
se aseguraban de ello al final de cada entrenamiento, pero
Wymack comprobó la tensión de todas y cada una de todas
formas.
El entrenador levantó la mirada al oírlo llegar, pero no
preguntó por qué había venido él en lugar de Matt. Neil no
dijo nada de primeras. En vez de eso, metió una mano en la
carcasa y enganchó los dedos en la red de su raqueta.
Llevaría aquella y la de repuesto al partido, solo por si
acaso. Las raquetas estaban hechas para proporcionar
potencia a los tiros y aguantar las embestidas de otra en la
cancha, pero incluso la mejor raqueta podía romperse si la
machacaban lo suficiente. Neil no quería estar a siete horas
de casa sin nada con lo que jugar.
—Cuidado con los dedos —dijo Wymack.
Neil se apartó para que pudiera cerrar las tapas de las
carcasas. Los cierres de plástico sonaron uno tras otro.
Wymack sacudió el carrito un poco para asegurarse de que
ninguna se abría con el movimiento y después le indicó a
Neil que lo agarrara por la parte delantera. Este obedeció,
pero no se movió aún. Retrasó el momento, buscando las
palabras adecuadas para formular su pregunta. Esperaba
que Wymack le metiera prisa para cumplir el horario, pero
el entrenador aguardó a que las encontrara.
—No creía que Andrew tuviera un precio —dijo por fin—.
No parece el tipo de persona que se deja comprar.
—No lo es —dijo Wymack—. Si le pidiera que lo hiciera
gratis, lo haría. La única razón por la que le doy algo a
cambio es porque sé lo que le va a costar jugar hoy.
—Pero ¿por qué? —preguntó Neil—. ¿Qué te hace tan
especial?
—No soy especial. —Wymack enarcó una ceja.
—No lo entiendo.
—Quizás hayas notado que hago la vista gorda con
muchas cosas en este equipo —dijo Wymack—. Sé a qué de
tipo de personas ficho, y sé que algunos necesitan un poco
de ayuda para seguir a flote. Mientras nadie salga herido,
no os pillen y no seáis lo bastante estúpidos como para
hacerlo en mi cancha, no me importa lo que hagáis en
vuestro tiempo libre. No es asunto mío porque no quiero
que lo sea.
Wymack se refería a drogas como el polvo de galleta y el
alcohol que el grupo de Andrew consumía en Columbia.
Neil no sabía qué lo sorprendía más: que Wymack supiera
lo que hacía su línea defensiva o que lo permitiera. Que no
interviniera no quería decir que lo aprobara, pero alguien
en su posición no podía tolerar algo así, ni siquiera de
manera implícita. Muchos dirían que Wymack era un
irresponsable por permitirlo. Puede que lo fuera, pero Neil
sabía que no era tan sencillo.
Había quien decía que Wymack fichaba a deportistas
problemáticos como parte de una estratagema publicitaria.
Otros creían que era un idealista sin remedio. Sacar a unos
desgraciados con talento del barro y darles la oportunidad
de mejorar sus vidas era una teoría bonita y una realidad
desastrosa. Lo cierto era que Wymack los escogía porque
sabía de primera mano lo mucho que necesitaban otra
oportunidad. Hacía la vista gorda porque comprendía lo
mucho que necesitaban sus vías de escape para sobrevivir.
—¿Andrew sabe que lo sabes? —preguntó Neil.
—Pues claro que sí.
Interesante. Andrew sabía que Wymack podría tenerlo
atado más corto y había decidido no hacerlo, así que
cuando el entrenador necesitaba algo de él, lo hacía. Neil
reflexionó sobre ello.
—¿Es por respeto o por prudencia? —preguntó.
—Digamos que es lo segundo —dijo Wymack—. Andrew
me tiene el mismo aprecio que tú.
No había nada en su tono que indicara una acusación,
pero Neil torció el gesto de todas formas.
—Lo siento.
—Pues siéntelo y anda a la vez, que vamos tarde.
Arrastraron el carrito por el pasillo hasta la salida. Neil
se detuvo en el salón para recoger su mochila y Wymack
fue apagando las luces a su paso. Aguardaron junto a la
entrada el tiempo suficiente como para asegurarse de que
la puerta quedaba cerrada con llave. Meter el carrito en el
autobús era un proceso incómodo porque tenían que
cargarlo de lado. Por suerte, la cubierta impedía que las
raquetas chocaran contra el suelo de metal del maletero.
Wymack cerró la puerta de un empujón, subió al autobús
detrás de Neil e hizo un recuento desde la puerta.
Todos estaban ya allí. Abby en la primera fila, con Dan y
Matt sentados juntos en la siguiente. Renee y Allison
estaban en la tercera, habiendo elegido el consuelo y la
compañía en lugar del espacio extra para recostarse. Como
los veteranos se habían sentado por parejas, había cuatro
filas vacías entre ellos y el grupo de Andrew.
A diferencia de sus compañeros, los miembros del grupo
de Andrew estaban sentados cada uno en una fila. Andrew
en la última, con Kevin justo delante. La última vez Nicky
se había sentado delante de Kevin, pero ahora tanto él
como Aaron estaban colocados una fila más adelante para
dejar un espacio vacío en el centro. Neil no tuvo que
preguntar el motivo. Dejó la mochila en la tercera fila
empezando por la cola y se sentó. El cuero crujió cuando
Nicky se dio la vuelta para sonreírle por encima del
respaldo de su asiento.
—Empezaba a pensar que te habías perdido.
—No —dijo Neil—. Solo quería comprobar una cosa.
Una vez terminado el recuento, Wymack se sentó en el
asiento del conductor. El autobús gruñó al arrancar y las
puertas se cerraron con un chasquido. En unos minutos
estaban en la carretera. Neil miró por la ventana hasta ver
el campus desaparecer en la distancia.
CAPÍTULO CUATRO
El viaje hasta la Universidad de Belmonte fue bastante
tranquilo. Neil se había traído los deberes para pasar el
rato, pero no tenía suficientes como para entretenerse
durante seis horas. Por suerte, Nicky era capaz de pasarse
días hablando si alguien le daba cuerda, así que al menos
tenía a alguien que lo distrajera de lo largo que era el viaje.
Renee se acercó a ellos en un momento dado para hablar
sobre posibles jugadas y pedirles consejo. Ya había hablado
con Matt y Wymack, pero quería comentar ideas con la otra
mitad de la línea defensiva.
Abby condujo casi todo el camino para que Wymack
pudiera dormir. El plan era volver a Palmetto justo después
del partido en lugar de quedarse en un hotel a pasar la
noche. Wymack tendría que conducir a la vuelta y, con un
poco de suerte, no acabarían en la cuneta. Podrían haber
contratado a un conductor como hacían la mayoría de los
equipos, pero Wymack era tan reticente a la hora de lidiar
con extraños como el resto de los Zorros. Al parecer, el
entrenador prefería sacrificar su propia comodidad antes
que confiarle su equipo a un desconocido.
Hicieron una parada para echar gasolina e ir al baño,
luego otra para cenar, y entraron en una nueva zona
horaria de camino a Nashville. El saque inicial era a las
siete y media, pero el reloj de Neil indicaba las ocho menos
cuarto cuando llegaron al estadio. No tenía sentido retrasar
el reloj una hora solo para el partido, así que se lo quitó y
lo metió en la bolsa.
Dejaron el autobús en un aparcamiento vallado con un
par de guardias de seguridad apáticos. Dos voluntarios
esperaron a que los Zorros hubieran descargado sus
materiales antes de guiarlos hasta los vestuarios del equipo
visitante. Neil confió en que sus propios pies serían
capaces de recorrer el camino sin ayuda y se dedicó a
mirar a su alrededor. El estadio de la Universidad de
Belmonte era casi idéntico a la Madriguera en cuanto a
tamaño y forma, pero a Neil le costó ver las similitudes
cuando la multitud que los rodeaba iba vestida de verde.
Buscó rastros de naranja con la mirada, pero no encontró
ninguno.
Tras cuatro meses en la Madriguera, la disposición de los
vestuarios del Belmonte le resultó desconcertante. Eran
más grandes para dar cabida al equipo más numeroso de la
liga, pero, por alguna razón, daban la impresión de ser más
pequeños que los suyos y parecían estar del revés. Los
vestuarios de hombres y mujeres estaban nada más entrar,
con los baños en una sala aparte. Neil supuso que era más
barato poner un baño unisex que tener que instalar uno en
cada vestuario. Había una sala que Abby podía usar en caso
de que alguno de sus jugadores resultara herido. La última
estancia, que era también la más grande, servía para que
los Zorros pudieran trazar estrategias durante el descanso
y recibir a la prensa tras el partido.
Uno de los voluntarios salió al estadio por la puerta
trasera en busca de los árbitros y para alertar al
entrenador Harrison de su llegada. El otro repasó la lista
de normas básicas con Wymack y Abby. El entrenador
mandó a los Zorros a cambiarse mientras él esperaba a los
organizadores para entregar la documentación y la
alineación del equipo.
Neil entró al baño con su bolsa y se metió en uno de los
cubículos. Era un espacio muy reducido para cambiarse,
pero tenía años de práctica a sus espaldas. Se quitó la
camiseta y la colgó por encima de la puerta para poder
ponerse la pechera. Tiró de las cinchas para ajustarlas, se
retorció para comprobar que podía moverse con comodidad
y cerró las hebillas con un clic. Luego se puso las
hombreras por encima y las abrochó a la pechera. Tuvo que
rebuscar entre el resto de protecciones hasta encontrar la
camiseta de la equipación. Los Zorros tenían dos: una para
jugar en casa y otra de visitantes. La primera era naranja
con letras blancas, y la segunda, al contrario. A Neil le
gustaba más la versión blanca, al ser menos llamativa.
No necesitaba esconderse para ponerse el resto de la
equipación, así que metió su camiseta en la bolsa y se
dirigió al vestuario masculino. Apenas había entrado
cuando se dio cuenta de que tenía un grave problema. Un
arco estrecho y sin puerta era lo único que separaba los
bancos y las taquillas de las duchas comunes. Era obvio
incluso desde allí que no había cubículos. Neil debería
haberlo supuesto, pero las comodidades de la Madriguera
habían conseguido que olvidara la realidad. La única razón
por la que los Zorros tenían cubículos en las duchas del
vestuario masculino era porque Wymack los había
encargado expresamente.
Neil se obligó a sí mismo a centrarse. Primero tenía que
sobrevivir al partido. Ya habría tiempo para preocuparse
por las duchas después. Relajó la mano que aferraba el asa
de su bolsa como si su vida dependiera de ello y buscó un
hueco para terminar de vestirse. Sus compañeros ya casi
habían terminado, dado que no tenían que preocuparse por
esconderse para cambiarse, y fueron saliendo conforme
estuvieron listos.
Neil se quitó los zapatos, los calcetines y cambió sus
vaqueros cortos por los pantalones de la equipación. Tuvo
que sentarse para ponerse las espinilleras y dio un par de
patadas al aire para estar seguro de que no se movían.
Cubrió las espinilleras con unos calcetines que le llegaban
hasta las rodillas y se puso las zapatillas. Los guantes sin
dedos que llevaba debajo de los protectores se abrochaban
a la altura del codo. Se puso las muñequeras, pero los
guantes protectores no le harían falta hasta el momento de
salir a la cancha, así que los metió en el casco para
ponérselos más tarde. La protección de cuello era poco más
que una gargantilla naranja. Resultaba bastante incómoda,
pero con un poco de suerte evitaría que una pelota fuera de
control le aplastara la tráquea. Un pañuelo naranja le
apartaba el pelo de la cara tras atárselo a la nuca. Y con
eso, estaba listo.
Wymack los esperaba en la sala principal. Neil fue el
último en llegar, pero, al ser delantero, lo colocaron el
tercero. Estaban en fila en orden de posición, con la
excepción de Dan a la cabeza como capitana y Renee junto
a Allison como central suplente. Era extraño, pero a Neil le
preocupaba más su propia posición. Estar detrás de Kevin
implicaba tener a Allison a sus espaldas. Evitó mirarla
mientras cruzaba la habitación y ella no dijo nada cuando
se colocó delante.
—¿Cuánto tiempo crees que puedes seguir así? —
preguntó Andrew desde el final de la fila.
La burla en su voz le hizo apretar los dientes.
—¿Puedes desplomarte de una vez?
—Todo a su tiempo —prometió Andrew.
En la Madriguera, el camino que llevaba hasta el círculo
interno estaba al descubierto. El estadio del Belmonte tenía
un diseño diferente. El pasillo que recorrieron para llegar
desde los vestuarios hasta la cancha era un túnel. Neil aún
no era capaz de ver al público, pero podía oírlos. El eco de
voces emocionadas rugiendo ahogaba el sonido de sus
pisadas mientras seguía a Dan y Kevin.
Una marea de aficionados vestidos de verde iba llenando
con rapidez las gradas. Los guardias de seguridad y los
empleados del estadio estaban repartidos alrededor del
círculo interno y en cada una de las escaleras que dividían
las secciones de las gradas. La primera fila de asientos
estaba a un par de metros del suelo y una barandilla
impedía que los más fanáticos molestaran a los equipos. Lo
que la barandilla no podía contener era el ruido, pero Neil
dejó que los gritos y abucheos le pasasen por encima.
No veía a las Raposas, el equipo femenino de animadoras
de los Zorros, ni a su mascota Rocky el Zorro. La tortuga
mascota del Belmonte estaba ya en el estadio, dándolo
todo, saltando de un lado a otro en el círculo interno para
animar al público. La máscara enorme que llevaba le
impidió ver la llegada de los Zorros, pero los alumnos los
señalaron, advirtiéndole a gritos. Salió disparado hacia
ellos tan rápido como pudo con su voluminoso disfraz. Se
detuvo a una distancia segura de su banquillo y les dedicó
un par de gestos soeces. Nicky no tuvo problema en
devolvérselos hasta que Wymack le propinó una colleja. La
mascota salió corriendo entre los vítores del público.
Andrew y Nicky, al final de la fila, habían sido los
encargados de arrastrar el carro con las raquetas. Dan tiró
de un extremo y lo colocó entre dos de los banquillos del
equipo visitante. Se agachó para bloquear las ruedas y, tras
incorporarse, abrió las tapas de las carcasas una tras otra.
Kevin estaba a su lado antes de que terminara. Sacó una de
sus raquetas, comprobó la red como si temiera que se
hubiese aflojado durante el viaje y se acercó a las paredes
de la cancha. No se molestó en mirar a la multitud. Solo le
importaba una cosa y la tenía delante.
Neil tomó su raqueta y se colocó junto a él. Los Tortugas
ya estaban en sus banquillos al otro lado de la cancha. Eran
menos jugadores que en el Breckenridge, pero aun así eran
más del doble que los Zorros. Neil apretó la raqueta con
tanta fuerza que la madera crujió.
—¿Algún consejo? —preguntó.
No esperaba recibir una respuesta, pero Kevin lo miró de
reojo.
—Vas a jugar el primer tiempo completo, así que tienes
que ahorrar fuerzas. No quiero que marques en los
primeros veinte minutos a no ser que el tiro a puerta esté
descubierto. Pasa la pelota en lugar de intentar tirar. Que
no pare de moverse. Cuando Dan me sustituya, dalo todo
hasta el descanso.
»Tendrás ese rato y los primeros veinte minutos del
segundo tiempo para descansar. Recupérate, vuelve a la
cancha y dame hasta tu último aliento. Si sospecho que te
estás conteniendo porque estás cansado, yo mismo te
echaré de la cancha. Te quiero incapaz de mantenerte en
pie cuando suene el silbato final.
—De acuerdo —dijo Neil. Sabía que era un tema delicado,
pero no pudo evitar preguntar—: ¿Crees que Andrew se
tomará la medicación para el segundo tiempo?
—No —respondió Kevin, malhumorado—. Ha retrasado la
última dosis treinta minutos. Cree que va a poder aguantar
hasta el final.
Neil buscó a Andrew con la mirada. La semana anterior
Dan había dicho que Andrew se organizaba para saltarse la
dosis justo media hora antes del saque. Sus niveles de
energía empezaban a decaer durante el calentamiento y el
descenso paulatino comenzaba más o menos cuando salía a
la cancha. Aquel descenso lento duraba como mucho una
hora y cuarto antes de que llegaran las náuseas. Un partido
tenía dos tiempos de cuarenta y cinco minutos y un
descanso de quince. Los penaltis y saques sumaban un par
de minutos al reloj. Daba igual que Andrew hubiera
retrasado la dosis que iba a saltarse hasta la hora del saque
inicial; el partido era demasiado largo como para que
aguantara. Andrew lo sabía sin duda, pero no parecía muy
preocupado.
Aún
estaba
colocado
y
charlaba
animadamente con Renee, apartados del resto del equipo.
—Zorros, venid aquí —los llamó Wymack.
Mientras se giraba hacia el entrenador, Neil vio algo
naranja moverse por el rabillo del ojo. Observó a las
Raposas y a Rocky entrar en el estadio. El banquillo de las
animadoras estaba tan solo a unos seis metros de los tres
de los Zorros, pero Neil no era capaz de escuchar su
conversación a través del ruido. Un par de estudiantes les
silbaron y gritaron algo lascivo. Las jóvenes lo ignoraron en
favor de revisar mutuamente el estado de sus peinados y
faldas. Entre tanto movimiento, era fácil localizar a la única
chica que estaba quieta. Tenía la mirada clavada en los
Zorros y no dejaba de darles vueltas a los pompones que
tenía en las manos.
—¡Katelyn! ¡Hola! —gritó Nicky, agitando una mano con
entusiasmo. Aaron le propinó un codazo, pero Katelyn
sonrió y le devolvió el saludo. Nicky le dedicó a Neil una
sonrisa llena de dientes cuando este se detuvo a su lado—.
Katelyn es la novia de Aaron.
—No es mi novia —protestó Aaron—. Cállate.
—Lo sería si le pidieras salir de una vez —dijo Matt—. ¿A
qué estás esperando?
—Oh. —Andrew se golpeó la palma de una mano con el
puño de la otra como si la respuesta acabara de venirle a la
mente. Le dedicó una sonrisa retorcida a Matt, pero
respondió en alemán—. Igual tiene miedo de que acabe
muerta como la última mujer a la que quiso.
Aaron lo miró con rabia.
—Vete a la mierda.
—Joder, Andrew —protestó Nicky.
—Voy a asumir que se ha pasado seis pueblos —dijo Matt,
mirando a los tres primos—. ¿Quiero saber lo que ha dicho?
—¿Crees que nosotros queremos decírtelo? —preguntó
Andrew, cambiando de idioma.
—Dejad eso para luego —intervino Wymack—. Pensaba
que esto era una reunión de equipo, no radio patio. Salimos
a calentar a la cancha en diez minutos. Vais a empezar
corriendo un par de vueltas con Dan. Si alguno se atreve a
mirar siquiera a los Tortugas cuando paséis por su
banquillo, se vuelve a casa andando. ¿Entendido? Pues
hala.
Dan marcó el ritmo con Matt a su lado. El resto de Zorros
los siguieron en parejas. Neil esperaba quedarse solo a la
cola, y no le habría importado, pero apenas habían dado un
cuarto de vuelta a la cancha cuando Andrew y Kevin se
movieron. El primero se hizo a un lado para permitir que
Neil lo adelantara. Kevin apretó el paso para ponerse a su
lado. Neil echó la vista atrás para mirar a Andrew.
—Si te tropiezas, no pienso sujetarte —dijo Kevin.
Neil volvió a mirar hacia delante y decidió no preguntar
qué estaba pasando.
Era un gustazo poder correr después de haberse pasado
la mitad del día en el autobús, pero Dan se detuvo tras solo
dos vueltas. Estiraron junto a los bancos hasta que los
árbitros indicaron que podían pasar a la cancha. Se
pusieron los cascos y los guantes, tomaron sus raquetas y
entraron en el terreno de juego para quince minutos de
ejercicios de calentamiento. Tras terminar, todos salvo los
dos capitanes volvieron a salir. Dan y el capitán de los
Tortugas se encontraron en media cancha para el
lanzamiento de la moneda. Dan obtuvo el primer saque, así
que los Tortugas escogieron defender la cancha «local» en
el primer tiempo.
El comentarista repasó las estadísticas de los equipos
mientras los capitanes abandonaban el terreno de juego.
Anunció la alineación de los Tortugas con entusiasmo
exagerado y presentó a los Zorros de forma correcta, pero
cargada de indiferencia. Neil tuvo que admitir que estaba
impresionado. El cambio abrupto de tono era un
recordatorio eficaz para el equipo de los Zorros: estaban
lejos de casa, en territorio enemigo.
Neil fue el segundo en ser anunciado y salir a la cancha.
Tuvo que pasar por delante de los Tortugas para llegar
hasta su sitio en media cancha, pero aprovechó la
oportunidad para estudiar a su defensa. Herrera le sacaba
quince centímetros, por lo que su alcance sería mayor. Neil
tendría que conformarse con ser el más rápido de los dos.
Se detuvo sobre la línea y observó al resto de su equipo
entrar en el terreno de juego. Allison no miró a nadie
mientras avanzaba hasta su puesto como central. Matt
chocó su raqueta contra la de ella con suavidad al pasar y
se colocó en la línea de primer cuarto justo detrás de Neil.
Este agradecía tener a Matt en su lado de la cancha, pero
sabía lo que eso implicaba. Matt era el mejor jugador de los
Zorros y Neil el lado más débil de la línea ofensiva. Estaba
allí para lidiar con las consecuencias de los errores de Neil.
Andrew fue el último en entrar. Se dirigió a la portería
con su enorme raqueta cruzada sobre los hombros. Neil no
podía ver bien su expresión a través de la reja apretada del
casco. No tendría que preocuparse por él hasta el segundo
tiempo, pero se giró para verlo avanzar de todas formas.
Esperaba que fuera directo a la portería, pero se detuvo
un momento junto a Allison. Neil estaba demasiado lejos
como para oír si le decía algo. Andrew continuó su camino
enseguida y Allison no se giró para verlo marchar, pero
cambió de posición y levantó su raqueta, lista para la
acción.
El árbitro jefe le pasó la pelota a Allison. Sonó el zumbido
de aviso; un minuto para el inicio del partido. Los seis
árbitros se separaron y salieron de la cancha por lados
opuestos. Cerraron las puertas y echaron la llave a sus
espaldas. Neil los observó mientras se repartían por ambos
laterales de la cancha. Aún podía oír el ruido del público a
través de las rejas de ventilación del techo, pero las
paredes lo amortiguaban. Se preparó para echar a correr e
intentó contar los segundos en su cabeza. El segundo
zumbido reverberó por cada uno de los nervios de su
cuerpo.
Los Tortugas y los Zorros rompieron la formación al
mismo tiempo, saliendo disparados sobre la cancha al
encuentro del equipo contrario. El portero de los Tortugas
hizo chocar su raqueta contra la portería con un grito de
guerra para animar a sus compañeros. Neil aguardó el
sonido de un saque que no llegó. Por un segundo temió que
Allison se hubiera congelado, incapaz de moverse. Había
recorrido la mitad de la distancia que lo separaba de
Herrera cuando oyó el ruido de la pelota chocando contra
la raqueta de Andrew. Allison le había pasado el saque y
este la lanzó a la otra punta de la cancha, a la altura de los
delanteros.
El partido fue duro desde el principio y no mejoró. Neil
intentó seguir el consejo de Kevin, pero contenerse
resultaba
frustrante.
Siempre
le
había
parecido
incomprensible cómo Dan y Allison podían aguantar ser
centrales y pasarse el partido haciendo de intermediarias.
A Neil le gustaba ser más rápido, más listo que su rival en
la defensa. Le gustaba sentir el subidón de un gol perfecto.
Le gustaban la presión y el triunfo. El resto de su vida era
un desastre aterrador; necesitaba el poder y el control que
solo obtenía en la ferocidad de aquel juego.
El único aspecto positivo fue darse cuenta de que los
entrenamientos con Kevin estaban surtiendo efecto. Desde
junio se había pasado cuatro noches por semana
practicando sus ejercicios de precisión. Los pases no eran
la parte del juego que más le entusiasmaba, pero notaba lo
mucho que había mejorado. Ahora lanzaba la pelota con
más fuerza y acierto y tardaba menos en decidir hacia
dónde hacerlo.
Herrera no tardó en darse cuenta de que Neil no iba a
marcar, pero lo atribuyó a su incompetencia. No dejaba de
hacer comentarios sobre su falta de experiencia y arrojo.
Neil quería tirarlo al suelo y salir disparado hacia la
portería para demostrarle que se equivocaba. Si fallaba,
Herrera se lo recordaría el resto del partido. Si marcaba,
Kevin aprovecharía la oportunidad para regañarle. Solo
podía perder, y el partido en general no es que fuera mucho
mejor. Los Tortugas llevaban una ventaja de tres a uno
hasta que Kevin marcó en el minuto veintitrés.
Wymack aprovechó que estaban en posesión de la pelota
para meter a los suplentes. Neil no estaba entre Kevin y la
puerta, pero este se desvió para acercarse a él antes de
salir.
—Destrózalo —dijo.
Neil sintió que llevaba toda la vida esperando ese
momento.
—Sí.
Kevin, Allison y Aaron cedieron su puesto en la cancha a
sus compañeros. Nicky y Dan entraron primero y se
colocaron en sus posiciones. Renee se detuvo a abrazar a
Allison junto a la puerta antes de entrar en la cancha. Sin
su equipación habitual de portera, tenía un aspecto extraño
y diminuto. Neil solo podía esperar que supiera lo que
hacía.
El entrenador Harrison aprovechó la pausa para rotar a
sus Tortugas. No cambió a ninguno de los defensas,
probablemente porque no habían tenido que hacer mucho
hasta ahora, pero hizo entrar a dos nuevos delanteros.
Los árbitros cerraron las puertas a sus espaldas. Cuando
todo el mundo se hubo colocado, un pitido reanudó el
partido. Renee jugaba como central, pero no sacó hacia
delante. Al igual que Allison, se giró y le pasó la pelota a
Andrew. Este le propinó un golpe brutal que la mandó
directa a la pared contraria.
Neil y Dan salieron disparados tras ella. La pelota rebotó
contra la parte superior de la pared, chocando contra el
techo, y cayó en picado sobre la línea de primer cuarto. Los
defensas que habían salido a detener a Dan y a Neil
intentaron retroceder tan rápido como pudieron. Herrera
atrapó la pelota y la lanzó hacia delante.
Neil no trató de interceptarla. Le interesaba más
mantener a Herrera a aquel lado de la línea de media
cancha. Se giró para seguir la pelota con la mirada, pero
apretó la espalda contra el defensa. Cuando este intentaba
moverse hacia la derecha o la izquierda o echar a correr
hacia media cancha, Neil lo sentía y se movía para
impedirlo. No podría retenerle mucho más, pero solo
necesitaba ganar tiempo hasta que sus compañeros
tomaran posesión de la pelota.
La defensa sabía qué hacer; Renee había propuesto
aquella jugada en el autobús. No podían saber quién
conseguiría la pelota tras un saque como aquel por parte
de los Tortugas, pero sabían qué hacer si la atrapaban.
Matt la capturó y lanzó. Ni siquiera se paró a mirar,
confiando en la habilidad de Andrew para recibirla desde
cualquier ángulo.
Este la golpeó hacia la izquierda, haciéndola chocar
contra la pared justo frente al banquillo de los Zorros para
que rebotara en dirección a Neil y Herrera. Neil no esperó
a que llegara hasta él. Salió corriendo en cuanto vio el
ángulo de la raqueta de Andrew.
Sabía que Herrera lo seguía de cerca para bloquearlo. Si
dejaba que lo aplastara contra la pared, perdería la pelota
en la pelea. Esta rebotó contra la pared y Neil la atrapó,
pero no intentó protegerla. En vez de eso, golpeó el fondo
de su raqueta con un puño, haciendo que la pelota saliera
disparada de la red. En el mismo instante, se dejó caer de
rodillas.
Un poco más y no hubiera sido lo bastante rápido.
Herrera se estrelló contra él a toda velocidad medio
segundo más tarde, pero Neil no estaba donde el defensa
esperaba. Tropezó con su cuerpo y, sin Neil allí para recibir
el golpe por completo, se estampó de cabeza contra la
pared. Neil se deshizo de él y gruñó ante la llama de dolor
que se encendió en su hombro. Si no fuera por las
hombreras, la rodilla de Herrera le habría dislocado el
brazo del impacto.
Alguien golpeó la pared. Podría haber sido una muestra
de apoyo por parte de los suplentes por haberse deshecho
del defensa, pero lo más probable es que fueran Wymack o
Kevin, furiosos con él por haber intentado algo tan
arriesgado. Ya habría tiempo para preocuparse por ello.
Ahora mismo lo único que importaba era la pelota, que
estaba botando en el suelo a su lado.
La recogió y salió disparado hacia la portería. No miró
atrás para comprobar si Herrera se había levantado o si el
defensa que cubría a Dan la había abandonado para ir tras
él. Solo tenía ojos para el portero y supo que iba a marcar.
Cargó el tiro con toda la frustración del primer tiempo. El
portero intentó despejarla y falló. La pared se iluminó en
rojo para confirmarlo.
Dan aulló tan alto que el eco rebotó en las paredes de la
cancha. Neil redujo la marcha a un trote y se dio la vuelta.
Su capitana corrió hasta él y lo envolvió en un abrazo
rápido y feroz. Un zumbido la cortó antes de que pudiera
decir nada. Juntos contemplaron cómo el entrenador
Harrison ordenaba a Herrera salir de la cancha. Debido a
una posible lesión causada por un choque de aquella
magnitud, el entrenador tenía derecho a cambiarlo a pesar
de que los Zorros tenían el saque. Neil observó a su nuevo
defensa entrar en la cancha, pero Dan volvió a captar su
atención.
—Ha sido la hostia —dijo y después le propinó un
empujón en el hombro. Neil no pudo ocultar por completo
su mueca de dolor. Dan le acercó un dedo a la cara—. Pero
no vuelvas a arriesgarte tanto. No podemos sustituirte.
¿Entendido?
—Sí.
—Bien. Ahora vamos a darles lo suyo a esos cabrones.
Era más fácil decirlo que hacerlo, pero siguieron
luchando hasta el descanso. Con el primer tiempo agotado,
habían conseguido dejar el marcador empatado a cuatro.
Wymack sacó a su equipo de la cancha entre el bullicio de
un público en cólera. Kevin no tenía nada que decir, pero
Aaron fue directo hacia Matt y Nicky para hablar con ellos.
Allison había desaparecido, al igual que Abby, así que Neil
supuso que se habían marchado juntas para huir del ruido.
Ojalá Allison fuera capaz de aguantar un poco más.
Wymack los mandó al vestuario, pero él se quedó atrás
para sonreír ante las cámaras y revisar el carro de las
raquetas. Neil se quitó los guantes y el casco en cuanto
entró en el túnel. Después se arrancó la protección del
cuello de un tirón para poder respirar. Apenas se sentía las
piernas. Los pies no los sentía en absoluto, pero suponía
que seguían por allí abajo. El hombro en el cual se había
hecho daño en el primer tiempo aún le dolía gracias a la
puntería de los golpes del nuevo defensa.
Los Zorros se repartieron en una especie de círculo en
los vestuarios para quitarse las protecciones extra y estirar.
Los demás tenían cara de estar agotados, pero la
conversación era animada. Charlaron sobre volver a la
cancha, cautos pero esperanzados de cara al segundo
tiempo. Dan y Matt incluso se rieron de un improperio que
un delantero le había soltado a Matt. Neil miró a su
alrededor, absorbiendo el entusiasmo de sus compañeros,
hasta que sus ojos encontraron a Andrew y se quedaron
clavados en él.
Neil ya había visto a Andrew pasar por el síndrome de
abstinencia, pero no como ahora. Siempre había sido de
noche, abatidos por el agotamiento, o en Columbia, con
drogas y alcohol para suavizar el impacto. En aquellos
contextos no había sido capaz de apreciar el estado apático
en el que se sumía.
Todo el mundo le había advertido que a Andrew no le
importaba el exy, pero una parte de él se había negado a
creerlo. Las piezas no encajaban, sobre todo teniendo en
cuenta que Andrew accedía a dejar de tomar un
medicamento que lo ponía eufórico solo para jugar los
partidos. La pelea entre él y Kevin de aquella mañana era
prueba de que ocurría algo raro. Pero Andrew era una roca
muda en medio del equipo y su expresión estaba a miles de
kilómetros de allí. Era un vacío inalcanzable, ajeno al
alboroto alegre de sus compañeros.
—Para ya.
No pretendía decirlo en voz alta. Ni siquiera se dio
cuenta de que había hablado hasta que las conversaciones
de los demás se extinguieron. Dan y Matt lo miraron con
curiosidad. Renee alternó la mirada entre él y Andrew,
mientras que Aaron no levantó la vista en absoluto. Kevin
fue el primero en comprender la situación, ya que él sentía
la misma rabia nauseabunda hacia la indiferencia de
Andrew. Le dedicó una mirada acusatoria al portero.
Este último se limitó a mirar de reojo en dirección a Neil,
aburrido.
—No estoy haciendo nada.
«Exacto», quiso decir Neil, pero sabía que era una pelea
sin sentido. No tenía palabras para expresar la sensación
insistente que se había instalado en su estómago y era
culpa suya por ser tan ingenuo. Sacudió la cabeza,
frustrado, y no dijo nada.
Nicky abrió la boca, dudó un instante mientras
reconsideraba lo que iba a decir y le puso una mano en el
hombro a Neil, ya fuera para animarlo o para consolarlo.
Dejó la mano donde estaba, pero se dirigió a todo el equipo
con voz exageradamente animada.
—Oye, pues lo estamos haciendo mejor de lo que
esperaba.
Wymack escogió ese preciso instante para entrar y
frunció el ceño al oír las palabras de Nicky.
—Y una mierda. Si seguís jugando así no vamos a
conseguir nada y hoy es el último día que lo tolero. Tenéis
que empezar a adelantar el marcador durante el primer
tiempo. Vais a necesitar ese margen cuando tengáis que
enfrentaros a una alineación nueva en vuestro segundo
aliento.
—Tiene razón —dijo Dan—. Tenemos que apretar más
antes. Nos estábamos reservando para aguantar todo el
partido, pero intentar cerrar el hueco cuando vamos
perdiendo es mortal. Tenemos que ser más listos y
encontrar algún tipo de equilibrio.
Wymack asintió y paseó la mirada hasta el otro lado de la
habitación.
—¿Andrew?
—Presente —dijo este.
El entrenador interpretó aquella respuesta inútil como
quiso y chasqueó los dedos para llamar la atención del
equipo.
—Venga, a estirar. —Se acercó a la puerta y gritó por el
pasillo—: ¿Abby?
—Ya voy —respondió la voz de la enfermera, que entró un
minuto después cargada con dos garrafas.
Una estaba llena de agua, la otra, de bebida isotónica.
Sirvió un poco de cada para todos los Zorros y fue pasando
los vasos. Cuando llegó hasta Neil, se quedó a su lado,
palpando la línea de la hombrera por encima de la
camiseta.
—¿Cómo estás?
Neil se bebió ambos vasos antes de contestar.
—Estoy bien.
Nicky alzó un puño en un gesto triunfal.
—Gracias por ser tan predecible, Neil. Acabas de
hacerme ganar diez pavos con solo dos palabras.
Matt se lo quedó mirando.
—¿En serio? ¿Quién coño ha apostado en contra de eso?
Nicky señaló a Kevin con el pulgar.
—Hay días tontos y tontos todos los días.
Kevin estaba furioso, pero su ira iba dirigida a Neil.
—Eres imbécil. ¿Ves esto? —Le mostró su mano
izquierda. Neil no era capaz de ver las cicatrices desde
donde estaba, pero sabía a qué se refería—. Una lesión es
algo serio. No puedes ignorarla. Si te haces daño en la
cancha, haces lo que haga falta para arreglarlo. Te lo tomas
con calma, le pides al entrenador que te saque, le pides
ayuda a Abby, me da igual. Si vuelves a contestar a una
pregunta sobre tu salud con «estoy bien», haré que te
arrepientas de haber nacido. ¿Te queda claro?
Neil abrió la boca, pensando en discutir. Luego se lo
pensó mejor.
—Clarísimo —dijo.
—Te lo advertí —dijo Dan, sin rastro de compasión—.
Aunque creo que las amenazas de Kevin son más efectivas.
Abby miró a Neil.
—Te lo pregunto otra vez. ¿Cómo estás?
—Estoy… —La respuesta era automática. Neil se mordió
la lengua al ver a Kevin dar un paso hacia delante a modo
de amenaza. Bufó, molesto, y buscó una respuesta mejor—.
Solo me duele un poco. Mientras consiga que el defensa no
me dé en el lado derecho, estaré… No habrá problema.
La rectificación en el último segundo hizo que Matt se
riera.
—Me da a mí que este experimento no va a acabar bien,
Neil.
—Hay gente que nace tonta y no tiene remedio —dijo
Wymack—. Ahora cerrad la boca y abrid las orejas, tenemos
mucho que repasar.
Empezó por los defensas y fue avanzando uno a uno,
indicando oportunidades perdidas y señalando las pocas
cosas que habían hecho bien. Tenía una lista con la
alineación inicial del segundo tiempo, así que se pasó la
segunda mitad del descanso repasando lo que sabían de
sus oponentes.
Los Zorros le prestaron toda su atención, pero no se
quedaron quietos. Matt dejó de estirar y se dedicó a pasear
de un lado a otro de la habitación. El resto siguió
moviéndose, estirando o corriendo en su sitio mientras
Wymack hablaba. Abby recogió los vasos vacíos, los tiró a
la basura y repartió otra ronda. Neil se bebió el suyo de un
trago, sin saborearlo siquiera. Estaba empezando a sentir
el segundo aliento, pero aun así agradecía no tener que
jugar otro tiempo completo. Quería estar totalmente
recuperado antes de salir de nuevo a la cancha con Kevin.
Oyeron un zumbido que indicaba que tenían un minuto
para regresar al círculo interno y Allison aún no había
aparecido. Wymack miró a Abby y esta asintió antes de
marcharse en busca de su central perdida.
—Id preparándoos —dijo el entrenador.
Los hizo ponerse en fila y recogió la tabla con los papeles
del suelo. Neil vio a Abby en el otro extremo del pasillo,
parada enfrente de la puerta del baño. Esta le indicó a
Wymack con un gesto que se adelantara, así que el
entrenador abrió la puerta y guio a los Zorros de vuelta al
estadio.
Neil no iba a necesitar los guantes ni el casco durante un
rato, por lo que los dejó en el banquillo y fue a ayudar a
Nicky a colocar el carro de las raquetas. Para cuando hubo
terminado, Allison estaba de vuelta. Llevaba la equipación
puesta y fue directa a por su raqueta. Neil intentó
apartarse de su camino sin que fuera demasiado obvio. Si
Allison se percató de ello, no dijo nada al respecto. La
expresión vacía de su rostro indicaba que tenía toda su
atención puesta en lo que debía hacer.
Poco después, los árbitros llamaron a las alineaciones
iniciales para que se colocaran junto a las puertas. Neil se
quedó al lado del banquillo con Matt y Renee y observó
mientras sus compañeros salían a la cancha. No estaba
preparado para hablar de Allison con ninguno de ellos, por
lo que decidió centrarse en el otro jugador inestable del
equipo.
—¿Por qué lo hace Andrew? —dijo Neil, incapaz de seguir
callado—. Si no le importa el exy, ¿por qué accede a pasar
por esto cada viernes?
—¿Tú querrías estar colocado hasta el culo todos los días
de tu vida? —preguntó Matt.
—Lo único que consigue es pasar el rato sufriendo el
bajón de la medicación y vomitando —dijo Neil—. ¿De
verdad merece la pena?
—Puede que sí —respondió Renee, sonriendo—. Ya lo
verás.
Los Tortugas sacaron en cuanto sonó el zumbido y la
cancha se llenó de movimiento. El central del Belmonte dio
inicio al segundo tiempo con una jugada arriesgada:
tirando directamente a puerta. Allison podría haber
interceptado el tiro, pero se apartó de manera casual como
si no mereciera la pena. Andrew reaccionó igual, relajado y
arrogante, y se limitó a observar cómo la pelota no entraba
en la portería por apenas un par de centímetros. La
respuesta del público fue instantánea y ensordecedora: no
iban a consentir que un equipo de pacotilla como los Zorros
se burlara de ellos.
Andrew golpeó levemente la pelota en el rebote,
haciéndola chocar contra el suelo y salir disparada por
donde había venido. Allison la vio pasar de nuevo, dejó que
el central la atrapara sin enfrentarse a él y luego lo
embistió. El central no llegó a caerse, pero el golpe lo hizo
perder la pelota y Allison se apresuró a robársela. La lanzó
cancha arriba y avanzó tras ella.
Debido a su infame incapacidad de trabajar en equipo, la
gente a menudo olvidaba que los Zorros eran un equipo de
primera división. Wymack sacaba a sus fichajes defectuosos
del mismo saco que el resto de entrenadores de primera:
los mejores atletas de los institutos del país. Si los Zorros
consiguieran superar sus diferencias y aprendieran a
ponerse de acuerdo de vez en cuando, podrían convertirse
en algo extraordinario. Neil se lo había advertido a Riko en
el programa de Kathy Ferdinand y Dan creía que el equipo
tenía una oportunidad ahora que Seth ya no estaba. Neil
observó a sus compañeros en busca de alguna señal que
indicara que tenía razón.
Precisamente porque lo estaba buscando, fue capaz de
verlo, en pequeños destellos. Nicky era el defensa más flojo
del equipo, pero Aaron sabía compensarlo. Allison y Dan no
habían jugado nunca juntas, pero llevaban tres años siendo
amigas y compañeras de cuarto. Dan estaba demasiado
adelantada en la cancha como para poder controlarlo todo
como solía hacer, pero era capaz de evaluar la situación de
un solo vistazo y reajustar las jugadas.
Neil quería sacar a Matt a la cancha y ver qué pasaba.
Matt era el mejor jugador del equipo. Era capaz de
aunarlos a todos con su presencia y de controlar el partido
con su agresividad descarada. Neil quería salir al terreno
de juego y comprobar por fin si se merecía estar en
primera división. Quería formar parte de aquella evolución.
Quería sentir cómo el equipo encajaba en perfecta
sincronía, aunque fuera solo durante un instante.
Para cuando Wymack lo sacó a la cancha por fin, Neil
estaba vibrando de impaciencia y ansias a partes iguales.
Fue consciente de chocar su raqueta con la de Dan al
cruzarse con ella en la puerta, pero no lo oyó. Solo podía
oír el latido de su corazón, retumbándole en las venas.
Un zumbido los puso en marcha. Los Tortugas avanzaron
con todo lo que tenían, pero los Zorros los repelieron con
una ferocidad que sus adversarios no esperaban. Estaban
agotados, pero Matt era capaz de unir a la defensa y Neil
tenía permiso para correr hasta reventar en el ataque. Era
el más novato del equipo, pero también el más rápido y el
más desesperado. Con cada minuto que pasaba en la
cancha estaba más cerca de tener que despedirse del exy
para siempre. No quería tener remordimientos.
No perdió de vista el marcador en ningún momento, pero
supo que los Zorros se habían puesto en cabeza por la
reacción del público. Los Tortugas estuvieron a punto de
marcar unos minutos después, pero Matt lanzó a su
delantero contra la pared. En apenas un segundo estaban
enzarzados en una pelea. Renee era quien estaba más
cerca, así que fue a separarlos. Matt levantó las manos en
el aire y se echó atrás en cuanto se dio cuenta de su
presencia, pero el delantero de los Tortugas estaba
demasiado enfadado como para reparar en ello. Fue tras
Matt y le propinó un par de puñetazos. Forcejearon hasta
que Matt consiguió apartarlo de un empujón.
Renee aprovechó la oportunidad. Agarró al delantero por
la parte trasera de la camiseta y le propinó una patada en
la parte de atrás de la rodilla. Este se desplomó de rodillas
y Renee le pisó el gemelo, dejando caer su peso sobre él
para evitar que volviera a levantarse.
Los árbitros los separaron entre improperios y gestos
exagerados. Los tres se llevaron una tarjeta amarilla por
pelearse. Neil pensó que era una estupidez, ya que
técnicamente Renee no se había peleado con nadie, pero el
público lo celebró. Dado que había sido el delantero quien
había iniciado la pelea, los Zorros recibieron la posesión de
la pelota cerca de donde los Tortugas la habían perdido.
Matt hizo chocar su raqueta con la de Renee y los dos se
colocaron en sus nuevas posiciones iniciales.
Kevin los puso por delante en el marcador con solo un
minuto de partido restante. Los últimos sesenta segundos
fueron un enfrentamiento desesperado entre ambos
bandos. Un gol de los Tortugas los llevaría a la prórroga y
ninguno de los Zorros sería capaz de jugar otros quince
minutos. A ocho segundos del final, un delantero de los
Tortugas consiguió la pelota. Aaron corrió tras él, pero
estaba demasiado agotado como para alcanzarlo. Con sus
diez pasos, el delantero llegó hasta la línea de penaltis y se
preparó para tirar.
Neil sintió cómo la decepción le oprimía el pecho. La
portería era demasiado grande y Andrew demasiado
pequeño; era imposible que pudiera parar un tiro a tan
corta distancia. El delantero apuntó a la zona de la portería
más lejos de Andrew y tiró a la esquina inferior izquierda.
Incluso si Andrew pudiera haber llegado a tiempo, la pelota
estaba demasiado cerca del suelo como para que pudiera
golpearla con la raqueta.
Pero Andrew ya se estaba moviendo antes de que el
delantero tuviera tiempo de tirar, como si supiera de
antemano hacia dónde iba a apuntar, y ni siquiera intentó
golpear la pelota. Se tiró, estirándose todo lo que podía y
estampó la raqueta contra el suelo, interponiéndola entre
la pelota y la portería con tanta fuerza que Neil oyó la
madera crujir desde la otra punta de la cancha. Llegó justo
a tiempo; la pelota chocó contra la red tirante de la raqueta
y rebotó hacia fuera.
Andrew soltó su raqueta y fue tras la pelota. El delantero
intentó alcanzarla también, pero había perdido un valioso
instante pensando que el gol estaba asegurado. Un instante
fue todo lo que Aaron necesitó para alcanzarlo por fin y
estrellarse contra él antes de que pudiera atrapar la pelota.
Evitaron chocar contra Andrew por los pelos, pero este ni
siquiera los miró. Tomó la pelota en una mano enguantada
y la lazó hacia un lado, alejándola de la portería.
El zumbido final fue ensordecedor, pero el rugido de Matt
consiguió sobrepasarlo. Neil levantó la vista. Necesitaba
verlo con sus propios ojos para creerlo. El alivio casi
consiguió que se desmayara, pero la emoción de la victoria
fue suficiente para mantenerlo en pie. Buscó a Kevin con la
mirada al otro lado de la cancha, pero este estaba
avanzando a zancadas hacia la portería. Neil se giró para
poder ver a Andrew y lo que vio atenuó un poco su
entusiasmo.
Andrew estaba de rodillas en la portería con su raqueta
en el regazo. Neil oyó la voz cargada de emoción de Dan
cuando los suplentes entraron en la cancha, pero no esperó
a que sus compañeros lo alcanzaran. Salió corriendo tras
Kevin y llegó hasta la portería justo después que él. Kevin
no necesitó preguntar qué ocurría. Llevaba años mintiendo
ante las cámaras y sabía cómo conseguirle a Andrew un
poco de tiempo. Se agachó frente a él y estiró la mano para
tocar la raqueta, participando en la farsa de que
necesitaban inspeccionarla por si se había dañado.
Andrew soltó una de las manos que aferraban la raqueta
e hizo un gesto. Kevin respondió con otro como si
realmente estuvieran teniendo una conversación. El único
sonido entre ellos eran los resoplidos desesperados de
Andrew mientras apretaba los dientes, intentando no
vomitar en público. Kevin giró la raqueta y apretó los dedos
enguantados contra la parte superior. La madera
resquebrajada terminó de romperse bajo la presión,
mostrando una raja que descendía por el mango entero.
Neil hizo una mueca al verlo y examinó el suelo de la
cancha en busca de alguna marca.
El resto del equipo los rodeó, acercando la celebración a
sus delanteros y creando una barricada improvisada
alrededor de su portero caído. Matt no dejaba de darles
palmadas en el hombro o en el casco, emocionado,
sonriendo hasta partirse la mandíbula.
—¡Así se hace! ¡Así se hace, Zorros!
Andrew soltó la raqueta y se puso en pie, pero era obvio
que seguía inestable. Neil pensó que iba a caerse, pero
Nicky le pasó un brazo por los hombros y tiró de él. Así
Andrew podía apoyarse en él sin que resultara demasiado
obvio. Este parecía estar a punto de hacer un comentario
sobre no haber pedido la ayuda de nadie, pero Nicky habló
antes de que pudiera protestar.
—¡Ha sido alucinante! ¡Esta temporada lo vamos a petar!
—gritó, alzando un puño en el aire.
—Ha sido una chapuza —dijo Kevin, poniéndose en pie—.
Hemos ganado por los pelos.
—Cierra el pico, amargado —dijo Nicky—. Luego en el
autobús te pillas un buen berrinche, pero ahora no arruines
nuestro momento de gloria.
—De verdad. —Matt frotó el casco de Kevin con
entusiasmo—. ¿Te vas a morir por sonreír sin que te
paguen?
No esperó a que le respondiera. Se giró para mirar a
Allison, que se había unido a ellos por fin. Ya estaba
duchada y lista para el viaje de vuelta, con el pelo mojado
recogido en una cola de caballo. Neil vio que tenía los ojos
enrojecidos y apartó la mirada. Matt la envolvió en un
abrazo y la levantó en el aire.
—Eres la leche.
—Venga —dijo Dan—. Vamos a darle el pésame a esta
gente y nos largamos.
Se pusieron en fila tan rápido como pudieron y los
Tortugas hicieron lo mismo a regañadientes en la otra
mitad de la cancha. Uno a uno, hicieron chocar las raquetas
al coro de «¡bien jugado!» sin mucha sinceridad por parte
de ninguno de los dos equipos. Los Zorros salieron de la
cancha a toda prisa y se acumularon alrededor de Wymack.
En medio del jaleo, Andrew se separó del grupo y se dirigió
a los vestuarios.
Neil nunca había visto a Wymack sonreír de aquella
manera. Era una sonrisa pequeña, pero feroz, tan llena de
rabia como de orgullo.
—Vamos mejorado. Echad a suertes a quién le toca
ayudarme a lidiar con la prensa. El resto ya podéis ir
tirando a las duchas, que apestáis. Ya entraremos en
materia en el autobús.
—Ya nos encargamos Renee y yo —dijo Dan, echando a
andar hacia los vestuarios—. Neil, tú dúchate en el
vestuario de chicas mientras tanto.
Neil se la quedó mirando.
—¿Qué?
Dan frunció el ceño.
—Aquí no hay cubículos en las duchas —explicó Matt.
Neil ya se había dado cuenta de eso, pero no había
esperado que sus compañeros repararan en ello. El hecho
de que no solo se hubieran dado cuenta, sino que
intentaran ponerle remedio, lo dejó sin aliento. Trató de
responder, pero no sabía qué decir.
—¿Seguro que no os importa? —Fue lo único que le salió.
—Chaval, me estás matando —dijo Nicky—. ¿Por qué
pones esa cara de susto cada vez que alguien hace algo por
ti?
—No nos importa, de verdad —le aseguró Dan. Neil
intentó darle las gracias, pero ella lo despachó sin más—:
No, no me las des. Limítate a no gastar toda el agua
caliente.
Renee, Wymack y ella se sentaron en los bancos de la
sala principal para esperar a la prensa mientras los demás
iban a lavarse. Neil fue al vestuario de chicos a por su bolsa
y se dirigió al otro lado del pasillo. Las duchas del vestuario
de chicas ofrecían un poco más de privacidad. No había
puertas, pero al menos estaban separadas por paredes.
Neil le dio la espalda a la puerta y se duchó a toda prisa. Se
secó con la toalla tan rápido y con tanta fuerza que cuando
terminó tenía la piel roja, pero no quería hacer esperar a
Dan y a Renee más de lo necesario. Se puso su ropa
holgada, recogió sus cosas y salió al pasillo.
El ruido de voces al final de este indicaba que la prensa
aún seguía allí. Neil se asomó a la puerta, no tanto por ver
lo que pasaba, sino para que o Dan o Renee lo vieran a él y
así supieran que las duchas estaban libres. Wymack no
estaba, así que Neil supuso que ya había dicho lo que tenía
que decir. Renee levantó la vista hacia él al percibir
movimiento cerca de la puerta y le sonrió.
Neil se marchó antes de que alguien más lo viera. No
había muchos sitios para esconderse de la prensa, pero la
puerta del despacho de la enfermera estaba entreabierta.
Neil la empujó con cuidado y miró dentro. Wymack estaba
sentado en la camilla impoluta con un paquete de tabaco en
la mano. Asintió con la cabeza y Neil se lo tomó como una
invitación para entrar. Estaba cerrando la puerta tras de sí
cuando reparó en el acompañante silencioso de Wymack.
Andrew estaba sentado en el suelo en una esquina, con
las piernas cruzadas. No se había molestado en cambiarse,
pero al menos se había quitado el casco y los guantes.
Había vaciado el botiquín de viaje de Abby en el suelo. El
bote de sus pastillas estaba tirado y abierto junto a él.
Había un puñado de pastillas blancas desperdigadas a su
alrededor. Andrew sujetaba la recompensa de su esfuerzo
con tanta fuerza que los nudillos se le habían puesto
blancos: una botella de Johnnie Walker Blue. En los diez
minutos que habían pasado desde que salió de la cancha ya
había inhalado la mitad del whisky. Neil no comprendía
cómo aún tenía fuerza en las manos como para agarrar la
botella.
—Abby y Allison están ya en el autobús —dijo Wymack—.
Puedes ir con ellas o esperar aquí a los demás.
Neil dejó la puerta entreabierta para poder oír cuándo se
marchaban los periodistas y se adueñó del taburete más
cercano a la salida. Dejó la bolsa en el suelo entre sus pies
y le dedicó una mirada de reojo a Andrew antes de mirar a
Wymack.
—¿Por qué pagaste para que pusieran cubículos en las
duchas?
Wymack encogió un hombro.
—Quizás sabía que algún día los necesitarías.
Andrew sonrió alrededor de la botella.
—Neil es una tragedia andante.
—Tú también tienes drama de sobra —dijo Wymack.
Andrew se echó a reír. Era una risa débil, ya que la
medicación aún no le había hecho efecto del todo, pero Neil
supo por cómo sonaba que estaría dando botes antes de
montarse en el autobús.
—Pues también es verdad, entrenador. Lo que me
recuerda que este finde me quedo en tu casa.
—No me suena haberte invitado —respondió este, pero
no estaba diciendo que no.
—Kevin va a ser insoportable después de esto. —Andrew
cerró la botella y la dejó a un lado. Volvió a meter las cosas
en el botiquín de Abby, rápido y eficaz, y lo apartó antes de
ponerse en pie—. O me quedo contigo o lo apuñalo otra
vez. Tú decides.
Wymack se pellizcó el puente de la nariz.
—Andrew, te juro por Dios…
—Hasta luego.
Fue hacia la puerta, pero Neil interpuso una mano en su
camino. Andrew se detuvo, obediente, y le dedicó una
mirada divertida. Neil bajó el brazo.
—¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo supiste hacia dónde ir?
—El entrenador dijo que Watts siempre tira los penaltis a
la esquina inferior. Con el resultado del partido
dependiendo de él, era más que probable que hiciera lo
mismo.
Neil se lo quedó mirando, sorprendido, sin poder creerlo.
Wymack había dado aquel dato durante el descanso
mientras repasaba la alineación del equipo contrario para
el segundo tiempo. Había sido un comentario sin
importancia en medio de un mar de información. Neil había
creído que Andrew ni siquiera estaba prestando atención a
las explicaciones del entrenador. No comprendía cómo
aquella advertencia podía habérsele quedado lo bastante
marcada como para poder usarla en un momento crítico
como aquel.
—Pero… —empezó, pero no le salieron las palabras.
Andrew le dedicó una sonrisa radiante y se marchó. Neil
miró al entrenador, frustrado—. Creía que le daba todo
igual. Todos dicen que le da igual y por fin empezaba a
creérmelo, pero no habría sido capaz de salvarnos hoy si
fuera cierto. ¿No?
—Si algún día lo averiguas, me lo dices —dijo Wymack.
La prensa se marchó unos minutos después, así que Neil
fue a la sala principal a esperar a sus compañeros. Estos
fueron saliendo por parejas, siendo Dan y Renee las últimas
en terminar. No tardaron nada en cargar las cosas en el
autobús, pero salir del aparcamiento era otra historia,
incluso con el despliegue policial controlando el tráfico tras
el partido. La multitud lanzó varias latas de cerveza vacías
contra el autobús de los Zorros mientras avanzaban por el
campus. Nicky bajó la ventanilla para insultarlos, pero
Wymack lo amenazó hasta que se calló y él se contentó con
enseñarles el dedo a los estudiantes de Belmonte.
El viaje de vuelta se les hizo la mitad de largo gracias a la
emoción de la victoria. Allison se abstuvo de la celebración,
dormitando al frente del autobús junto a Abby. El resto de
veteranos se sentaron en las filas centrales para poder
hablar del partido con el grupo de Andrew. En cuanto se
hubieron sentado, Andrew se cambió a la parte delantera,
prefiriendo comerle la oreja a Wymack antes que repasar
las jugadas del día. Las críticas despiadadas de Kevin
ofrecían un contraste desagradable, pero necesario, al
entusiasmo de sus compañeros.
Mientras los escuchaba, Neil se dio cuenta de que era
feliz. La sensación era tan ajena e inesperada que perdió el
hilo de la conversación durante un minuto. No era capaz de
recordar la última vez que se había sentido tan incluido y a
salvo. Era agradable, pero peligroso. Alguien con un
pasado como el suyo, cuya supervivencia dependía de
secretos y mentiras, no podía permitirse bajar la guardia.
Pero con Nicky riéndose e inclinándose hacia él para hablar
de uno de los goles de Neil, no pudo evitar pensar que
quizás podía permitírselo, solo por una noche.
CAPÍTULO CINCO
Neil tenía un cuarto de millón de dólares y las directrices
para encontrar al menos otro medio millón escondidas en
su habitación. Su madre y él habían huido de casa con
bastante más, pero los años como fugitivos habían hecho
mella en su alijo. Para la mayoría, lo que quedaba era una
pequeña fortuna. Para la mayoría, pero para él
representaba un futuro desalentador. Conseguir un trabajo
sería complicado si no podía proporcionar un número de la
seguridad social y cada vez que se mudaba necesitaba un
nombre nuevo, un rostro diferente y un lugar donde vivir.
Los costes se acumulaban sin cesar.
Los disfraces eran baratos. Un corte de pelo, un poco de
tinte, unas lentillas y un acento solían bastar para engañar
a la gente. Neil usaba el acento británico de su madre
cuando estaba en Europa y el americano de su padre
cuando estaba en EE. UU. También necesitaba una
dirección, a veces un idioma nuevo, así como actividades
con las que entretenerse que completaran el personaje sin
llamar demasiado la atención. Había tenido suerte de poder
vivir de okupa en Millport, pero tenía que hacerse a la idea
de que en un futuro tendría que pagar un alquiler.
Había cambios que implicaban un precio desorbitado.
Una vez que acabara el año, solo sobreviviría si no
reparaba en gastos. Un simple cambio de nombre y ciudad
no lo salvarían después de haber salido en las noticias y
haberse enfrentado a Riko Moriyama. Tenía que cortar
lazos por completo, incluyendo su conexión con Estados
Unidos.
Conseguir un pasaporte nuevo no era sencillo, pero al
menos sabía por dónde empezar. Su madre había nacido en
el seno de un sindicato criminal británico y le había legado
una lista de contactos turbios. Al estar casi todos situados
en Europa, estaban fuera del alcance de su padre. Neil no
sabía si estarían dispuestos a hacer negocios con él en
ausencia de su madre, pero tenía la esperanza de que
mencionarla al menos facilitara el proceso. El precio de los
papeles que necesitaba era alto, pero el resultado era uno
de los mejores del mercado. Teniendo en cuenta la
velocidad a la que avanzaba la tecnología, era
imprescindible contar con un trabajo de calidad.
Como no podía adivinar cuánto dinero necesitaría al
llegar mayo, Neil prefería evitar cualquier compra
innecesaria. Ya había despilfarrado bastante dinero en
aquella horrible fiesta de bienvenida en Columbia, así que
necesitaba aferrarse a lo que le quedaba. Sin embargo, sus
compañeros de equipo tenían otros planes y Neil acabó
yendo de tiendas el martes.
Nadie le había dicho que no iban a volver directos a casa
después del entrenamiento. Lo habían metido en el coche y
arrastrado hasta el centro comercial sin previo aviso. El
banquete de otoño del distrito sudeste era el sábado y
todos sabían que Neil no tenía nada apropiado que
ponerse. El evento era menos formal que el banquete de
invierno en diciembre, pero aun así necesitaría algo que no
fueran vaqueros deshilachados y camisetas desgastadas.
—En algún momento tendrás que probarte algo —dijo
Nicky.
—O podría no ir —replicó Neil.
—Cierra el pico. Vas a ir y punto —intervino Kevin, como
si él mismo no estuviera cagado de miedo ante la
perspectiva de asistir. Los catorce equipos de primera
división iban a ir al banquete, incluyendo a los Cuervos de
la Edgar Allan. Kevin tenía menos ganas todavía de ver a
sus antiguos compañeros que Neil—. El resto de equipos
quieren echarte un ojo.
—Me da igual —dijo Neil—. A mí solo me interesan
cuando están sobre la cancha.
—No puedes quedar mal ahora, Neil. —Andrew estaba
sacando la ropa de las perchas prenda por prenda y
tirándola al suelo. Le lanzó una de las perchas vacías a
Nicky, que chilló y se agachó justo a tiempo. Andrew se
encogió de hombros y miró a Neil—. Te burlaste de Riko en
el programa de Kathy. Si no te presentas, dirá que es
porque te daba miedo enfrentarte a él. ¡Qué vergüenza!
Pero Neil tenía miedo y Andrew lo sabía.
—Toma —dijo Aaron, tendiéndole un trozo de papel—.
Antes de que se me olvide.
Se trataba de una lista corta de nombres y números en
una letra redondeada y azul. Nicky se inclinó para leerla y
soltó un bufido desdeñoso.
—¿En serio, Aaron?
—Dan me dijo que le pidiera a Katelyn una lista —dijo
este.
—¿Quién es esta gente? —preguntó Neil.
—Son las Raposas que están solteras.
—Son todo chicas —dijo Nicky—. No nos sirven para
nada.
—Nicky —empezó Neil.
Este le arrebató la lista e hizo una bola con ella.
—Eres tan pánfilo que resulta adorable, Neil. Tienes
diecinueve años y nunca le has mirado las tetas a Allison. Y
una mierda vas a ser tú hetero. Tú y yo tenemos que
sentarnos un día a charlar de esto.
—¿Sabes qué? Se acabó. —Aaron alzó los brazos y se dio
la vuelta—. Cuando acabéis, estoy donde los restaurantes.
—No seas una mala influencia —le dijo Kevin a Nicky—.
Voy a hacer que llegue hasta la selección y será mucho más
fácil si sigue siendo hetero. Tú sabes mejor que nadie lo
ignorante que es la gente. Piensa en el impacto que tendría
en su carrera.
—Tenéis que estar de broma. No vamos a hablar de esto
—intervino Neil.
Nicky le puso una mano a cada lado de la cabeza, como si
intentara protegerlo de la discusión. No sirvió de mucho,
dado que no las había colocado ni remotamente cerca de
sus orejas.
—Tú preocúpate de su carrera y yo me encargaré de su
felicidad. Venga ya, Kevin, incluso tú tienes que admitir que
es rarísimo.
Andrew levantó los brazos.
—¡Sorpresa, Nicky! Neil no es normal.
—Esto sobrepasa lo anormal.
—Estoy aquí delante —protestó Neil—, y os estoy
escuchando.
Nicky suspiró de forma dramática y lo soltó.
—Vale, vale. Invita a una animadora si quieres.
—No voy a invitar a nadie —dijo Neil—. Ni siquiera
quiero ir yo.
—¿Tienes idea de lo patético que es ir solo a un evento
así?
—¿Tú vas a ir con alguien? —preguntó Neil,
sorprendido—. ¿Y qué pasa con Erik?
—Erik está en Alemania. He invitado a alguien, pero no
pienso liarme con él. Solo quiero tener a alguien con quien
echar el rato y pasármelo bien. Ya sabes, ¿pasárselo bien?
¿Te suena el concepto? Sois los dos imposibles.
Neil miró a Andrew, pero fue Kevin quien respondió.
—No es asunto tuyo.
—Tres —dijo Neil—. Allison.
Aquellas dos palabras acabaron con el buen humor de
Nicky. Neil se negaba a sentirse culpable después de todo
lo que este había dicho sobre él, pero tampoco se sentía
victorioso. Nicky murmuró algo y se marchó a mirar
camisas al final del pasillo. Neil volvió a prestar atención a
los pantalones que tenía delante, pero no fue capaz de
concentrarse. Apartó un par de perchas sin prestar
atención a la talla ni el modelo y miró a Kevin.
—Podrías invitarla tú.
La sugerencia lo pilló tan por sorpresa como a los otros
dos, que se quedaron mirándolo. Neil jugueteó con las
perchas, pero se negó a apartar la mirada de Kevin.
—Seth y ella estaban deseando ir. No pararon de hablar
de ello cuando comimos juntos. Ahora tendrá que ir sin él.
—Vaya forma de escaquearte —dijo Andrew con una
sonrisa radiante y burlona—. Pedirle a otro que arregle tu
estropicio. Ay, Neil. La próxima vez, intenta hacerlo mejor.
Me aburres cuando vas con el rabo entre las piernas.
—Que te jodan —dijo Neil—. Tu teoría no es más que eso:
una teoría. Cuando lo demuestres…
—¿Qué? ¿De repente podrás volver a mirar a Allison a la
cara? —Andrew fingió sorprenderse—. Cuando lo
demuestre estaré dibujando una diana en la espalda de
Seth y colocándote a ti el pincel en la mano, así que piensa
antes de hablar, ¿quieres?
Neil no tenía una respuesta para aquello. Andrew le dio
un par de segundos antes de echarse a reír y marcharse. Lo
observó alejarse, preguntándose a quién odiaba más de los
dos.
—No voy a invitarla —dijo Kevin, porque alguien tenía
que romper el silencio—. Puede que Riko atacara nuestra
línea ofensiva por tu culpa, pero yo soy la razón por la que
vino al sur en primer lugar. Ninguno tenemos derecho a
hablar con Allison ahora mismo.
—Crees que Andrew está en lo cierto —dijo Neil.
—Sí.
—Nadie mata gente por un deporte.
—De donde yo vengo, no es solo un deporte —dijo
Kevin—. Sé que Riko es responsable de esto. Conozco a la
gente como él. Da gracias por no llegar a entender nunca
cómo piensan.
En
cualquier
otro
momento,
aquellas
palabras
provenientes de Kevin habrían supuesto un alivio para Neil.
Implicaban que Andrew no le había contado la verdad
sobre su pasado y que él aún no lo había reconocido.
Durante un instante, Neil pensó en corregirlo. Quería
decirle que había presenciado un sinfín de actos de
crueldad, pero nunca uno tan absurdo. Su padre lideraba
un grupo de criminales feroces y leales. Eran pocos los
tontos que se atrevían a insultar al Carnicero; menos aún
los que se atrevían a interponerse en su camino. Cuando
alguien lo hacía, el Carnicero hacía de ellos un ejemplo. A
ellos, no a sus vecinos o compañeros de trabajo. Riko
debería haber castigado a Neil por sus palabras, no
haberse desquitado con Seth.
—Oye. —Nicky los llamó desde el final del pasillo. Neil
agradeció la distracción, pero este se acercó a ellos muy
despacio—. Hoy no puedo con más dramones, así que dejad
de hablar de lo que sea que estéis hablando antes de que
llegue hasta allí, ¿vale?
A modo de respuesta, Kevin se dio la vuelta sin decir
nada. Nicky aún parecía reticente cuando se detuvo junto a
Neil. Este miró la montaña de ropa que llevaba en brazos y
que no contenía nada en apariencia apropiado para el
banquete. No tenía pensado preguntar, pero Nicky siguió la
dirección de su mirada y se hinchó de orgullo.
—Tengo buen gusto para la ropa, ¿verdad? Puedes
probártela si quieres, pero no hace falta. Ya sé que te va a
quedar bien.
—¿Por qué iba a probármela?
—Porque es tuya —dijo Nicky, como si Neil debiera
haberlo sabido y continuó antes de que pudiese
reaccionar—. ¿Sabes que el entrenador lleva desde junio
esperando a que arreglemos el tema de tu armario? Nos ha
amenazado con apuntarnos a un maratón si no lo hacíamos.
Un puto maratón, Neil. Los tipos como yo no estamos
hechos para correr tanto. Hazme un favor y no discutas,
¿quieres?
—A mi ropa no le pasa nada.
—¿Podemos rebobinar hasta el momento en que te pido
que no discutas? Lo recuerdo claramente, teniendo en
cuenta que fue hace cinco segundos. —Nicky apartó la ropa
de su alcance cuando Neil hizo amago de quitársela—. Eh,
no. Esto me lo quedo yo. Tú se supone que tienes que estar
buscando pantalones.
Neil contó hasta diez mentalmente, pero no sirvió para
calmar su creciente impaciencia.
—No vuelvo a venir de compras con vosotros en la vida.
—Eso te crees tú. Tío, ahora entiendo por qué Andrew ha
ido sin ti —dijo Nicky—. Menos mal que me ha ignorado
cuando le he dicho que tendrías que acompañarle.
—¿Acompañarle a dónde?
—Ya sabes —dijo Nicky, sin precisar en absoluto—. Venga,
céntrate, Neil. Cuanto más pierdas el tiempo, más
tardaremos en salir de aquí.
Neil apartó a Andrew, a Allison y a Riko de su mente y se
centró en buscar algo que ponerse. Elegir unos pantalones
fue fácil, pero Nicky rechazó todas las camisas que escogió.
Al final se dio por vencido y dejó que escogiera por él.
Juntos fueron hasta la caja, pero Nicky se negó a soltar la
ropa que Neil no quería de todas formas. Le apartó la mano
de un manotazo y se dio la vuelta, obstinado.
—¿Por qué ibas a pagar por esto si no lo quieres?
Además, técnicamente lo paga la universidad, porque el
entrenador lo va a cargar a los gastos del equipo. ¡Oye! —
Nicky retrocedió cuando Neil volvió a intentar quitarle la
montaña de ropa—. Como vuelvas a tocarlo, te muerdo.
¿No me crees? Te lo juro, soy de los que muerden.
Pregúntaselo a Erik.
—Dejad de hacer el ridículo. —Kevin los separó—. Ve a
buscar otra caja, Nicky.
—Puedo comprarme mis cosas yo mismo —dijo Neil, una
vez que Nicky se hubo marchado.
Kevin lo repasó de pies a cabeza con la mirada, despacio.
Sus vaqueros estaban desgastados hasta ser de un blanco
grisáceo y el dobladillo de su camiseta estaba agujereado y
deshilachado. No era la primera vez que alguien lo miraba
como si fuera un vagabundo, pero la condescendencia de
Kevin hacía que fuera mil veces más eficaz. Lo primero que
sintió Neil, una sensación caliente en el estómago, fue
vergüenza, pero se negó a aceptarlo. Sus motivos para no
cuidar de su vestuario eran válidos. Alguien como Kevin,
que había crecido bajo los focos y ganaba una fortuna
gracias a su talento, nunca lo entendería.
—No te soporto —dijo Neil.
—Me la suda. —Kevin señaló por encima de su cabeza al
dependiente que los estaba esperando—. Venga.
Una vez que hubieron terminado, salieron al centro
comercial cargados de bolsas. Bajaron por las escaleras
mecánicas y Nicky los guio hasta la enorme fuente que
marcaba el centro del edificio. Andrew los estaba
esperando sentado con las piernas cruzadas sobre el poyete
de mármol falso que rodeaba la fuente. No levantó la vista
cuando se acercaron, demasiado ocupado trasteando con
un teléfono. Nicky dejó caer las bolsas al suelo frente a
Andrew y se inclinó hacia delante para poder ver mejor el
aparato.
—¿Y esta antigualla? —preguntó, consternado—. Nadie
ha apostado por un móvil plegable, Andrew. Te has cargado
una porra estupenda.
Neil se preguntó de forma distraída si había algo sobre lo
que sus compañeros no hicieran apuestas.
—Qué pena —dijo Andrew sin rastro de compasión.
—¿No podrías haberle comprado al menos uno rollo
BlackBerry?
—¿Para qué? —Andrew terminó lo que fuera que estaba
haciendo, cerró el teléfono de un chasquido y se lo lanzó a
Neil. Este lo atrapó por instinto, pero se quedó congelado
al oír las palabras que salieron de su boca a continuación—:
¿A quién iba Neil a mandar mensajes?
—Qué. —Ni siquiera fue capaz de hacer que sonara como
una pregunta.
Abrió la mano y contempló el teléfono gris que
descansaba sobre su palma. No había creído que algo tan
pequeño pudiera hacerle tanto daño, pero el dolor que lo
atravesó lo dejó hecho pedazos. El rugido en sus oídos
sonaba igual que el océano. Durante un instante estuvo de
vuelta en la playa, observando cómo el fuego devoraba el
coche. Recordaba el olor: la sal marina y el hedor
nauseabundo a carne quemada. Aún podía sentir la arena
entre los dedos, caliente en la superficie debido al sol y fría
en las capas inferiores, donde había abandonado los huesos
de su madre.
Había dejado los teléfonos para el final. Cada vez que se
movían compraban teléfonos nuevos, móviles desechables
de prepago que pudieran abandonar a la primera señal de
peligro. Le habría gustado quedarse el de ella. Quería tener
algo real a lo que aferrarse en su ausencia. Pero hasta él
sabía que habría sido un error. Los tiró al agua antes de
marcharse de aquella playa. Después, no se había
comprado otro. No tenía sentido; no tenía a nadie a quien
llamar.
—Neil.
El tono urgente de la voz de Nicky consiguió atravesar
por fin el zumbido en sus oídos. Neil levantó la mirada con
esfuerzo hasta su rostro y se dio cuenta demasiado tarde
de que Nicky le estaba hablando a él. La expresión de este
era una mueca tensa de preocupación.
Neil tragó saliva e intentó recordar cómo se respiraba.
Cerró el puño alrededor del teléfono para no tener que
verlo y se lo tendió a Nicky.
—No.
Él levantó ambas manos. No parecía que estuviera
rechazando el móvil, sino intentando calmar a un animal
acorralado.
—Neil —dijo, despacio y con cautela—. Necesitamos que
te lo quedes. Por si tenemos que ponernos en contacto
contigo y eso.
—Tienes la manía de hacer que la gente quiera matarte
—dijo Andrew.
Nicky hizo otra mueca ante aquella explicación tan cruda,
pero no apartó la mirada de Neil.
—¿Qué pasa si el entrenador necesita hablar contigo o si
los fans chalados de Riko intentan liarla parda? El año
pasado la cosa se puso bastante loca al final y este no ha
empezado con muy buen pie. Es solo por si acaso. Todos
nos sentiremos mejor si sabemos que podemos localizarte.
—No puedo. —Las palabras eran demasiado crudas y
honestas, pero no pudo evitar decirlas. Iba a vomitar si no
se deshacía pronto del teléfono—. Nicky…
—Vale, vale —dijo Nicky, tomando su mano entre las
suyas—. Ya nos apañaremos.
Neil creyó que se sentiría mejor cuando el móvil
estuviera en manos del otro, pero el sentimiento
abrumador de pérdida seguía comprimiéndole los
pulmones. Se deshizo del agarre de sus manos de un tirón y
tomó las bolsas que Nicky se había colgado del brazo. No
tuvo que pedir las llaves. Andrew las sacó del bolsillo de
Nicky y se las tendió.
Neil las tomó de un extremo, pero Andrew las retuvo
durante un instante desde el otro. Se inclinó hacia delante
y le sonrió.
—Oye, Neil. La sinceridad te sienta fatal.
Este le arrancó las llaves de la mano y se alejó con el
sonido de la risa de Andrew a sus espaldas. No regresó,
pero los demás salieron a buscarlo poco después. Nadie
mencionó el teléfono y, aunque Nicky no dejaba de mirarlo
por el espejo retrovisor, preocupado, nadie le dirigió la
palabra en todo el trayecto de vuelta al campus.
El silencio no podía durar para siempre, por mucho que
Neil deseara que así fuera. Salió del baño con la mitad de
la equipación puesta para los entrenamientos nocturnos
con Kevin y descubrió que este ya había abandonado el
vestuario. La ropa desperdigada sobre el banco indicaba
que alguien lo había echado antes de que estuviera listo.
Andrew estaba sentado a horcajadas sobre el banco,
esperándolo, con el nuevo teléfono de Neil colocado justo
enfrente. Neil lo miró instintivamente y enseguida apartó la
mirada para clavarla en el rostro de Andrew. Ya no sonreía.
Se había saltado la dosis de las nueve en punto para poder
dormir, a pesar de que solía quedarse despierto con Kevin y
Neil hasta medianoche.
—Una sola persona no puede permitirse tener tantos
traumas —dijo Andrew.
—No necesito un teléfono.
—¿Quién lo necesita más que tú este año?
Sacó su propio móvil del bolsillo y lo colocó junto al de
Neil. El suyo era negro, pero por lo demás parecían ser el
mismo modelo. Abrió ambos y presionó un par de botones.
Un segundo después, el teléfono de Andrew empezó a
sonar. Neil se esperaba un politono genérico, pero la voz de
un hombre empezó a cantar. No parecía una canción que
Andrew asociaría a su número de teléfono, hasta que Neil
prestó atención a la letra. Era una canción sobre fugitivos.
Cruzó la sala y se sentó frente a él. Tomó el móvil de
Andrew y rechazó la llamada con el pulgar de manera
violenta.
—No haces ni puta gracia.
—Tú tampoco. Te has puesto una soga al cuello y le has
entregado la cuerda a Riko —dijo Andrew—. Recuerdo
perfectamente que te dije que te guardaría las espaldas.
Dame una sola razón por la cual querrías complicarme el
trabajo.
—Si he sobrevivido ocho años ha sido porque nadie podía
localizarme —dijo Neil.
—Ese no es el motivo.
—¿Estamos jugando al juego de la sinceridad otra vez?
—¿Hace falta que juguemos? —preguntó Andrew,
recuperando su teléfono—. Tú primero.
Neil hizo girar su teléfono nuevo sobre el banco. No era
capaz, ni estaba dispuesto, a quedárselo todavía.
—La mayoría de los padres les dan un móvil a sus hijos
para poder tenerlos localizados durante el día. Yo tenía uno
porque mi padre trabajaba con el tipo de gente con la que
lo hacía. Mis padres querían asegurarse de que podían
hablar conmigo si la cosa se ponía fea. «Por si acaso» —dijo
Neil, repitiendo las palabras de Nicky—. Cuando salí
huyendo, me quedé con el teléfono. Vi cómo mataban a mis
padres, pero no podía dejar de pensar que quizás me había
equivocado. Quizás un día me llamarían para decirme que
había sido solo un montaje. Me dirían que podía volver a
casa y que todo iba a salir bien. Pero la única vez que sonó
era ese hombre, exigiendo que le devolviera su dinero.
Desde entonces no tengo teléfono. No necesito uno ahora.
¿A quién voy a llamar?
—A Nicky, al entrenador, al número de ayuda para
suicidas. Me da igual.
—Empiezo a recordar por qué te detesto.
—Me sorprende que hayas llegado a olvidarlo.
—Puede que no lo olvidara. —Empujó el móvil hacia
Andrew—. Tiene que haber otra manera.
—Podrías echarle cojones de vez en cuando —sugirió
Andrew—. Ya sé que es un concepto difícil de comprender
para alguien cuya reacción inmediata es siempre echar a
correr a la menor señal de peligro, pero podrías probarlo
alguna vez. Igual te gusta.
—Lo que me gustaría es romperte los dientes con el
teléfono.
—¿Ves? Eso ya me parece más interesante.
—No estoy aquí para entretenerte —dijo Neil.
—Pero, tal y como esperaba, tienes talento de sobra para
hacer varias cosas a la vez. Tengo una pregunta para ti,
Neil. ¿Tengo pinta de estar muerto? —Se señaló el rostro,
aguardó a que Neil respondiera y no pareció sorprenderse
ante el silencio de este—. Mira.
Le hizo un gesto para que se acercara como si
pretendiera mostrarle algo en la pantalla diminuta del
teléfono. Lo abrió con una mano y apretó un botón con
fuerza. En el silencio, el móvil de Andrew emitió el tono de
una llamada saliente. El de Neil empezó a cantar entre los
dos. La letra era diferente a la del tono de llamada de
Andrew, pero la voz era la misma. Neil supo que era la
misma canción miserable. La letra le hizo tanto daño como
la de Andrew. Neil se quedó mirando el teléfono y dejó que
sonara.
—Te están llamando —dijo Andrew—. Deberías contestar.
Neil lo recogió con dedos entumecidos y lo abrió. Tardó
apenas un instante en leer el nombre de Andrew en la
pantalla antes de aceptar la llamada y llevárselo a la oreja.
—Tus padres están muertos, no estás bien y nada va a
salir bien —dijo Andrew—. Todo esto no es una novedad
para ti, pero desde ahora y hasta mayo sigues siendo Neil
Josten y yo sigo siendo el hombre que prometió mantenerte
con vida. No me importa si lo utilizas mañana mismo o si no
vuelves a usarlo nunca, pero vas a llevar este móvil encima
porque puede que un día lo necesites. —Andrew colocó un
dedo bajo la barbilla de Neil y lo obligó a levantar la cabeza
para mirarlo a los ojos—. Cuando ese día llegue, no saldrás
corriendo. Recordarás mi promesa y me llamarás. Dime que
lo has entendido.
Neil se había quedado sin voz, pero consiguió asentir.
Andrew lo soltó y cerró el teléfono con un chasquido. El
de Neil emitió un leve «clic» al cerrarlo. Tras contemplarlo
durante un minuto interminable, se inclinó y lo metió en su
bolsa. Andrew lo observó con los ojos entrecerrados hasta
que volvió a incorporarse. Neil no quería devolverle la
mirada hasta estar seguro de que había recuperado el
control sobre la expresión de su rostro, pero no pudo
evitarlo. Andrew lo analizó durante un minuto más y
después suspiró, se incorporó y se apartó un poco de él.
—Si ya has acabado con tus traumas, es tu turno. Seguro
que Kevin está echando humo por tener que esperarte.
Neil iba a preguntar acerca de Kevin, pero los móviles le
recordaron otro problema. Podía darle la vara a Kevin hasta
obtener una explicación sobre el acuerdo que había entre
él y Andrew, pero esa pregunta solo podía contestarla este
último.
—¿Por qué te han llamado del Departamento de Policía
de Oakland?
—Directo a la yugular. Puede que sí tengas un par
después de todo —dijo Andrew, divertido—. Los servicios
sociales están investigando a uno de mis antiguos padres
de acogida. El cerdito Higgins sabe que viví con ellos, así
que me ha llamado para que hiciera una declaración.
—Pero tú no piensas ayudarle.
Andrew hizo un gesto desdeñoso.
—Richard Spear es un ser humano soporífero, pero
relativamente inofensivo. No encontrarán nada contra él.
—¿Estás seguro? —preguntó Neil—. Tu reacción fue un
poco extrema para tratarse de un malentendido.
—No me gusta esa palabra.
—¿Extremo? —dudó Neil.
—Malentendido.
—Es una palabra un poco rara a la que guardar rencor.
—No eres el más indicado para juzgar los problemas de
los demás —dijo Andrew.
Pasó una pierna por encima del banco y se puso en pie.
Neil supuso que eso significaba que la conversación había
terminado. Mientras Andrew se marchaba, alargó la mano
para tomar los pantalones de la equipación. La puerta
apenas se había cerrado tras él cuando se abrió de nuevo.
Andrew tenía razón; Kevin estaba furioso por haber tenido
que retrasar el entrenamiento por ellos. Neil se esperaba
algún reproche mordaz, pero los movimientos iracundos de
Kevin hablaban por sí solos.
Terminaron de cambiarse a toda prisa y vertieron todo su
estrés sobre la cancha. Andrew los estaba esperando al
terminar, con pinta de estar medio dormido, y los tres
regresaron juntos a la residencia. Neil se puso el pijama en
el baño, apartó la ropa sucia con un pie y se sentó en el
borde de la bañera. La luz de la lámpara arrancaba reflejos
a la superficie curva del teléfono sobre su palma.
Sintió que pasaba una eternidad antes de ser capaz de
abrirlo. Repasó el menú poco a poco y no se sorprendió al
ver que Andrew ya había rellenado la lista de contactos.
Incluso había puesto un par de números en marcación
rápida. El de Andrew era el primero, después Kevin y
Wymack. Neil no tenía ni idea de por qué había
programado a la psiquiatra del equipo como contacto de
emergencia. No tenía intención de volver a hablar con
Betsy Dobson en la vida, así que borró el contacto.
Una vez actualizada la lista, entró en su historial de
llamadas. Había un solo nombre con dos registros a dos
horas diferentes. No era el nombre de su madre, pero
tampoco era el de su padre. Tendría que aprender a vivir
con ello día a día.
El teléfono sonó a la mañana siguiente y le restó cinco
años a su esperanza de vida. Estaba guardando sus cosas
tras la clase de Español cuando oyó el zumbido distintivo.
Dejó caer el libro de inmediato y rebuscó entre las
profundidades de su mochila en busca del teléfono. Su
mente repasó a mil kilómetros por hora todas las
catástrofes que podían estar pasando en aquel momento.
Había un mensaje en su buzón de entrada. Su pulso se
desaceleró un poco al ver que llevaba el nombre de Nicky,
porque era la última persona de la que esperaba oír malas
noticias. Abrió el mensaje de todas formas y encontró dos
caritas sonrientes formadas por dos puntos y un paréntesis.
Esperó a que llegara algo más, pero al parecer eso era
todo.
Cuando volvió a sonar, era Dan: «nicky me ha dicho que
ya tienes movil, yass!».
Neil respondió: «Sí». Esperaba que fuera suficiente.
Unos segundos más tarde, Dan escribió: «ya era ora,
pensaba k no iba a pasar nunca».
Se planteó preguntarle qué tal se le había dado la
ortografía en el colegio, pero decidió portarse bien y no dijo
nada.
Cuando entró en el comedor de los deportistas ya tenía
veinte mensajes. La mayoría eran de Nicky, comentarios
absurdos sobre cualquier cosa. Neil los leyó, pero no
respondió excepto cuando el mensaje contenía una
pregunta. Dos de ellos eran de Matt: el primero buscaba
confirmar los rumores de que ahora tenía teléfono y el
segundo contenía una queja sobre la apuesta que Andrew
había arruinado al comprar un modelo tan cutre.
«Ya nadie usa esos. ¿Qué, lo ha comprado en una casa de
empeños?», decía su mensaje.
Neil no sabía qué pensar. Los Zorros pasaban juntos siete
horas al día en los entrenamientos y vivían en la misma
residencia. No comprendía cómo les quedaban temas de
conversación después de eso. Quería desactivar los
mensajes o decirles que su teléfono no era para eso. Los
móviles eran para emergencias, no para retransmitir en
directo lo aburrida que era la charla del profesor de turno.
Se contuvo porque sabía que esta vez no llevaba la razón,
pero seguía sobresaltándose cada vez que el aparato
vibraba.
Los demás no se dejaron amedrentar por su silencio.
Nicky siguió mandándole mensajes durante todo el día y la
mayor parte del siguiente. Al final, Neil perdió la paciencia
y decidió decir algo. Se sentó en las escaleras del edificio
donde tenía sus sesiones de tutoría y redactó un mensaje.
«¿Qué vas a hacer cuando se te acaben los mensajes y
necesites mandar uno?».
Nicky respondió de inmediato con un: «???». Un par de
segundos después, envió otro mensaje algo más útil.
«tenemos mnsajes ilimitados. no se acaban. y eso k lo
intento:)».
Neil suspiró y decidió que aquella era una batalla
perdida.
Cuando se subió al autobús el viernes por la tarde, ya
tenía setenta mensajes. El partido de aquella noche era
contra la USC de Columbia. Al tratarse del único equipo de
primera división del estado aparte de los Zorros, la
rivalidad entre ellos siempre causaba alboroto. Esta noche
tenían posibilidades de ganar, a pesar de que seguían
teniendo que jugar con la misma alineación descabellada
de la semana anterior.
Nicky quería hacer el trayecto a Columbia en su propio
coche para poder ir al Eden's Twilight después del partido,
pero Wymack se había negado. Sabía lo que el grupo de
Andrew hacía en aquel local y no quería arriesgarse con el
banquete tan cerca. Si alguno de los oficiales del banquete
sospechaba por cualquier motivo que Andrew no estaba
tomando su medicación, podrían exigir un análisis de
sangre. Wymack no quería que encontraran polvo de
galletas en su organismo. Andrew no discutió, pero Nicky
se pasó el viaje refunfuñando.
Se giró en su asiento para hablar con Neil por encima del
respaldo. En medio de una larguísima queja sobre el
trabajo que tenía que hacer para una de sus asignaturas,
Neil sintió vibrar su teléfono. Lo abrió de manera
automática. Nicky le había enviado una carita sonriente.
Neil lo miró sin comprender lo que ocurría.
—¿Ves? —dijo Nicky, satisfecho—. Mucho mejor. Así es
como reacciona un ser humano normal cuando le suena el
móvil.
Neil se lo quedó mirando.
—¿Por eso no has dejado de mandarme mensajes?
—Básicamente. Andrew me dijo que lo arreglara. Fue lo
más sencillo que se me ocurrió.
—¿Qué arreglaras el qué?
—A ti, por supuesto. Una pregunta —dijo Nicky—. Si yo
no te hubiera dado la lata con los mensajes, ¿habrías
tocado el teléfono en toda la semana?
—Es para emergencias —respondió Neil—. Así que no.
—Otra pregunta. ¿De verdad crees que lo habrías usado
en caso de emergencia? En serio. No viste la cara que
pusiste cuando Andrew te lo dio, Neil. No es que te diera
igual o que te hubiéramos pillado por sorpresa, es que casi
te da un patatús. No sé por qué será, pero sí sé que no se
te habría ocurrido llamarnos si algo va mal.
—Eso no lo sabes —dijo Neil, aunque sabía que tenía
razón.
—No podía arriesgarme. No queríamos descubrir por las
malas lo cruzados que tienes los cables de la sesera.
—La última vez que necesité ayuda llamé a Matt desde
Columbia.
—Ya —dijo Nicky. No parecía muy impresionado—. Eso he
oído. Llamaste a Matt, le soltaste el numerito de «estoy
bien» y luego hiciste autostop de vuelta al campus. ¿Te
suena de algo? —Esperó unos segundos, pero Neil no tenía
forma de defenderse de aquella acusación—. Pues eso, de
nada. Te acabo de ahorrar doscientos pavos de terapia
intensiva.
Neil no creía que debiera sentirse agradecido porque
Nicky hubiera desgastado sus defensas, pero lo dijo de
todas formas.
—Gracias.
—¿Eres capaz de decir eso sin que parezca que me lo
estás preguntando? —dijo Nicky con una expresión
apenada en el rostro—. En fin. Disfrutaré de las pequeñas
victorias mientras pueda. Batalla a batalla se ganan las
guerras, ¿no? No me acuerdo de cómo era la frase de
verdad, pero tú me entiendes. ¿Qué te estaba contando?
No tardó en acordarse. Volvió a parlotear a mil palabras
por segundo sobre el trabajo que tenía que exponer. Neil
dejó que le entrara por un oído y le saliera por el otro. Le
preocupaba más el teléfono que aún tenía en las manos que
las quejas de Nicky.
Cuando este se giró por fin para acosar a Aaron sobre
algo, Neil abrió el móvil. Pasó por el buzón de entrada y
abrió el historial de llamadas. Nada había cambiado; el
nombre de Andrew seguía siendo el único de la lista.
No tenía sentido.
Kevin había asegurado tener algo que Andrew deseaba.
No sabía lo que era, pero tenía que ser algo importante si
Andrew estaba dispuesto a desafiar a los Cuervos y lidiar
con los problemas de Neil. Se recordó a sí mismo que tenía
que sacarle el tema a Kevin durante el fin de semana, pero
antes tenían que sobrevivir al banquete.
Pensar en que tendría que ver a Riko al día siguiente
bastaba para hundirle el ánimo. Neil enterró el teléfono al
fondo de la bolsa e intentó no pensar en nada en absoluto.
CAPÍTULO SEIS
En julio un sorteo había escogido a la Universidad de
Blackwell como la anfitriona del banquete de otoño. El
resultado era relativamente bueno para los Zorros, ya que
Blackwell estaba solo a cuatro horas de distancia, pero
ninguno se sentía afortunado cuando subieron al autobús el
sábado. Entraron en la interestatal con trece personas a
bordo: los Zorros, los dos adultos y los acompañantes de
Aaron y Nicky.
Nicky había invitado a Jim, de su clase de improvisación,
y Aaron había reunido el coraje al fin para pedírselo a
Katelyn. Neil no le dio demasiada importancia hasta que
empezó a ver cómo el dinero cambiaba de manos entre sus
compañeros. Al parecer, Katelyn era el sujeto de dos
apuestas entre los Zorros: si Aaron iba a invitarla o no, y
cuál sería la reacción de Andrew. Esto último era lo que
más le interesaba a Neil. Andrew estaba colocado, pero no
le dirigió ni una sola sonrisa o saludo a Katelyn. Cuando
miraba en su dirección, lo hacía a través de ella, como si ni
siquiera estuviera allí.
Se suponía que el banquete era un evento de dos días
para poder justificar los costes y el transporte de los
equipos más alejados, pero los Zorros habían votado por
unanimidad que se marcharían el sábado por la noche. Seis
horas interactuando con los equipos que se habían
dedicado a burlarse de ellos a la menor oportunidad en las
noticias eran más que suficientes. Según Dan, había pocos
jugadores lo bastante maleducados como para instigar un
conflicto en un evento organizado por el CRRE, pero eso no
tranquilizó a Neil. A él no le preocupaban los trece equipos
en busca de gresca, sino una única persona despreciable.
Intentó mantener la calma, pero Kevin empezó a perder
los nervios en cuanto pasaron el primer cartel de salida
hacia
Blackwell.
Neil
lo
escuchó
respirar
entrecortadamente mientras Kevin intentaba con todas sus
fuerzas mantener un ataque de pánico a raya. Aquello no
hacía más que minar sus propios esfuerzos por no ponerse
histérico.
Enfrentarse a Riko no era lo único que Kevin temía. En
veinte minutos estaría cara a cara con su antiguo equipo al
completo. El entrenador de los Cuervos, Tetsuji Moriyama,
había acogido a Kevin tras la muerte de su madre. Lo había
criado para que se convirtiera en una estrella, pero nunca
había permitido que olvidara que no era más que un objeto
valioso en posesión de Riko. Neil no sabía mucho más
acerca de aquel hombre. La única vez que Kevin lo llegó a
mencionar, su boca lo había traicionado y se había referido
a él como «el amo». Después de eso, Neil no necesitaba
saber nada más.
Blackwell apareció poco a poco en la distancia, pero no
tardaron en localizar los dos estadios. El de fútbol
americano y el de exy estaban en puntos opuestos del
campus, enmarcándolo como dos sujetalibros gigantescos.
—Ey, ey —dijo Andrew, haciendo que Neil dejara de
prestar atención a las vistas—. Te vas a romper algo si
sigues respirando así, Kevin.
Neil se giró para poder mirar hacia atrás. Andrew estaba
de pie, inclinado sobre el respaldo del asiento de Kevin, con
los brazos cruzados apoyados en este para poder mirarlo
desde arriba. Kevin tenía una rodilla aferrada contra el
pecho y el rostro escondido en el codo. Los nudillos de la
mano, cerrada en un puño, se le habían puesto blancos.
Neil dudaba que sus temblores se debieran al traqueteo del
autobús.
—Mírame —dijo Andrew—. Todo va a ir bien. Me crees,
¿verdad?
—Te creo —dijo Kevin. Su voz sonaba tirante a pesar de
estar amortiguada por su brazo.
—Mentiroso —se rio Andrew, y se inclinó hacia delante
para poder mirar a través de la ventana de Kevin.
No fueron los primeros en llegar, pero, tras contar los
autobuses, vieron que tampoco eran los últimos. Neil no
pudo evitar clavar la mirada en los tres autobuses negros
estacionados en medio del aparcamiento. El único rastro de
color era una mancha granate alrededor de la silueta de un
cuervo. Wymack aparcó tan lejos de los autobuses de la
Edgar Allan como pudo.
El entrenador sacó la llave del contacto, agarró la bolsa
de viaje de Abby y dirigió la mirada al final del autobús.
—Todo el mundo fuera —dijo y los veteranos obedecieron,
bajando del autobús conforme fue pasando por sus filas.
Aaron y Nicky esperaron a que hubiera llegado al final
del pasillo antes de salir con sus invitados. Neil se quedó en
su sitio.
Wymack sacó una botella de vodka de la bolsa y la dejó al
lado de Kevin.
—Tienes diez segundos para inhalar tanto como seas
capaz. Te estoy cronometrando. Venga.
Era preocupante la cantidad de alcohol que podía beber
una persona cuando necesitaba algo en lo que apoyarse
emocionalmente. Wymack tuvo que arrancarle la botella de
entre las manos cuando se acabó el tiempo. Kevin se pasó
una mano por la boca y miró por la ventana. Desde allí no
podía ver los autobuses de los Cuervos, pero la expresión
en su rostro indicaba que no le hacía falta. El entrenador
clavó la mirada en Neil y este dejó de retrasar lo inevitable.
Dejó a Kevin en sus poco ortodoxas manos y bajó del
autobús.
Abby abrió el maletero para que pudieran sacar la ropa
que habían traído para cambiarse. Nicky ya tenía en la
mano la bolsa de Neil y se la pasó cuando este se acercó.
Neil intentó evitar estrujarla para no crear arrugas.
Andrew bajó del autobús seguido de Kevin y Wymack. El
entrenador le devolvió la bolsa a Abby, esperó a que Kevin y
Andrew hubieran recogido su ropa y cerró el autobús con
llave. Los guardias de seguridad de la entrada los
observaron acercarse con curiosidad y marcaron su llegada
en una lista. Uno de ellos se quedó en la entrada mientras
el otro los escoltaba hasta los vestuarios. El Madison
estaba utilizando el vestuario local en esos momentos, por
lo que los Zorros tuvieron que rodear todo el estadio hasta
el de visitantes.
Cuando hubieron terminado de cambiarse, el alcohol ya
había hecho su efecto en Kevin, que tenía un aspecto
mucho más estable al salir del vestuario detrás de Andrew.
A juzgar por las miradas nerviosas que Nicky no paraba de
lanzarle, este no estaba seguro de que la calma fuera a
durar demasiado. La fe de Neil en que Kevin pudiera
aguantar él solo era casi inexistente, pero tenía que confiar
en que la presencia de Andrew bastaría.
Uno de los armarios de materiales de la sala principal
tenía un cartel con las palabras «ESTATAL DE
PALMETTO». Guardaron sus pertenencias en él y Wymack
se guardó la llave de la puerta. El entrenador los contó en
un momento y analizó a Kevin con la mirada. No dijo nada,
pero miró a Andrew y él respondió con una sonrisa.
Wymack asintió y se volvió hacia Neil.
—Tú —dijo—, intenta comportarte esta vez. No busques
pelea con Riko.
—Sí, entrenador.
Wymack parecía escéptico, pero no discutió.
—Pues vamos.
El silencio en el estadio era espeluznante. Todos los
recién llegados estaban ya en la cancha. Había colchonetas
cubriendo el suelo para evitar que las mesas y sillas
rayaran la madera. Las luces estaban encendidas, pero el
marcador permanecía apagado. Neil creyó oír música,
aunque no estuvo seguro hasta llegar al círculo interno.
Catorce equipos implicaban la presencia de doscientos
cincuenta jugadores, más otras noventa personas más o
menos entre trabajadores e invitados. Neil nunca había
visto a tanta gente en una cancha de exy. Seguía habiendo
espacio de sobra para pasar entre las mesas, pero odiaba
ver cómo se usaba una cancha para algo así.
Wymack abrió la puerta e hizo entrar a sus Zorros. Había
un pequeño grupo de entrenadores esperando justo en la
entrada. Uno de ellos tomó un megáfono y anunció la
llegada del equipo. Las conversaciones se acallaron en la
cancha y las sillas crujieron cuando los jugadores se
giraron para mirarlos. Wymack le hizo un gesto a Dan para
indicarles que siguieran adelante y se separó de ellos para
unirse al resto de entrenadores. Abby se quedó con él tras
dirigirle una última mirada pensativa a Kevin.
Las mesas tenían asientos asignados. Había carteles de
papel en los respaldos de las sillas con los colores de cada
equipo y sus mascotas. No tuvieron que buscar mucho
antes de encontrar la pequeña fila de asientos naranjas.
Los Cuervos fueron aún más fáciles de localizar. Ambos
equipos estaban sentados a la misma mesa, uno enfrente
del otro.
—Me cago en todo —dijo Dan, bajito, pero con suficiente
fuerza como para que Neil lo entendiera sin problemas. A
pesar de todo, tenía que reconocer su entereza, porque
Dan no se detuvo en su camino hacia los asientos.
—Menudo cliché —dijo Andrew. Parecía casi encantado
con aquel giro de los acontecimientos—. Puede que esto
sea divertido después de todo. Venga, Kevin, no los
hagamos esperar.
La sangre había huido por completo del rostro de Kevin,
pero siguió andando, pegado a Andrew.
Neil los contó y se dio cuenta de que los Cuervos no
habían traído invitados. Tampoco habían traído consigo ni
una pizca de color. Los veintidós iban vestidos de negro de
pies a cabeza. Los hombres llevaban camisas y pantalones
idénticos y las dos mujeres se habían puesto el mismo
vestido. Incluso estaban sentados en la misma postura,
todos con el codo derecho sobre la mesa y la barbilla
apoyada en la mano. Cualquier otro equipo habría tenido
un aspecto ridículo, pero los Cuervos conseguían resultar
imponentes.
—Riko —dijo Dan, retirando la silla colocada justo
enfrente—. Dan Wilds.
Riko extendió una mano para apretar la suya de la forma
más condescendiente que Neil había visto en su vida. Estiró
el brazo y dejó la muñeca floja, como si fuera un noble
esperando que un súbdito le besara los nudillos. Deseó que
Dan lo ignorara, pero esta tomó la mano y la apretó.
Cuando la soltó, Riko esbozó una sonrisa.
—Ya sé quién eres —dijo—. ¿Y quién no? Eres la chica
que ha conseguido ser capitana de un equipo de primera.
He de admitir que lo has hecho bastante bien teniendo en
cuenta vuestras limitaciones.
—¿Qué limitaciones?
—¿Quieres que te haga una lista? —preguntó Riko—. El
evento solo dura dos días, Hennessey.
Neil no reconoció el nombre, pero por lo visto, Matt sí.
—Cuidado, Riko —dijo con fiereza.
Dan le tocó el brazo para calmarlo y se sentó. Los
veteranos tomaron sus asientos a cada lado de ella, con
Allison situada entre Renee y Matt. El grupo de Andrew se
colocó a su derecha en el mismo orden que en el autobús.
Neil estaba más cerca de Riko de lo que le habría gustado,
pero el hecho de que hubiera un par de personas entre
ellos lo reconfortaba un poco.
Por desgracia, Riko no era el único problema. El joven
sentado a su derecha se levantó en cuanto los Zorros se
hubieron asentado y avanzó por detrás de su propio equipo
hasta estar frente a Neil. Con un toque de dos dedos en el
hombro de la chica que había delante, esta se levantó y fue
a sentarse a la silla que acababa de quedar vacía. El
desconocido ocupó el asiento contrario a Neil. En ese
momento, los Cuervos rompieron sus posiciones, pero solo
para recostarse en sus asientos al unísono. El único que
aún tenía la espalda recta era Riko y el nuevo compañero
de mesa de Neil, que se inclinó hacia delante para mirarlo
como si lo reconociera.
Neil no lo conocía a él, pero no tuvo que preguntar quién
era. El número tres tatuado en su pómulo izquierdo
indicaba que solo podía tratarse de Jean Moreau. Era el
defensa titular de los Cuervos y en teoría un viejo amigo de
Kevin. Hoy no había ni rastro de amigabilidad en su rostro.
—Me resultas familiar —dijo Jean con su marcado acento.
—Probablemente del programa de Kathy, si lo viste —dijo
Neil.
—Ah, tienes razón. Será de eso. ¿Cómo te llamabas?
¿Alex? ¿Stefan? ¿Chris?
Por un instante, Neil creyó que se había caído de la silla.
El universo se desplomó bajo sus pies y se llevó su
estómago consigo. Un segundo o un minuto o una
eternidad después se dio cuenta de que no se había movido
en absoluto. Ni siquiera estaba respirando.
Durante los ocho años que llevaba huyendo, Neil había
estado en dieciséis países y había llevado veintidós
nombres. Escuchar uno de boca de Jean no habría
significado nada, pero tres no era una coincidencia. Era
una amenaza. Andrew lo había advertido de que Riko
descubriría su rastro sin importar lo bien que su madre lo
hubiera ocultado. Neil había temido que aquello ocurriera,
pero no había querido creer que fuera posible. Su propio
padre a veces tardaba años en descubrirlos. Era imposible
que Riko lo hubiera conseguido en tan solo dos semanas.
Obligar al aire a entrar de nuevo en sus pulmones fue lo
más difícil que Neil había tenido que hacer jamás. Era un
milagro que fuera capaz de aparentar que respiraba con
normalidad cuando tenía la laringe colapsada.
—Neil.
—¿En serio? —Jean ladeó la cabeza como si así pudiera
observarlo mejor—. No tienes cara de Neil.
—Díselo a mi madre —dijo Neil—. Fue ella quien me lo
puso.
—¿Y cómo está tu madre, por cierto? —preguntó Riko.
Neil contempló sus ojos oscuros y sintió que se moría.
Quizás habría contestado, pero Dan se le adelantó.
—No fastidies a mi equipo, Riko. Este no es el momento
ni el lugar —dijo, molesta.
—Solo intentaba ser educado —respondió este—. Aún no
me has visto cuando intento fastidiar a alguien.
Jean miró a Kevin.
—Hola, Kevin.
—Jean —respondió Kevin, en voz baja.
Jean sonrió de manera perezosa, pero sus ojos grises
estaban llenos de hielo ceniciento. No tenían nada más que
decirse, pero se sostuvieron la mirada sin pestañear.
Andrew perdió el interés enseguida y se inclinó hacia
delante.
—Jean —dijo—. Oye, Jean. Jean Valjean. Ey, oye. Hola.
Jean resopló, irritado, pero acabó por mirarlo. Andrew
extendió una mano y Jean fue lo bastante incauto como
para aceptarla. Los nudillos de Andrew se tornaron blancos
al estrujársela. Jean no fue capaz de ocultar del todo una
mueca de dolor y la expresión relajada de su rostro dio
paso a un ceño fruncido. Andrew solo sonrió aún más al
verlo.
—Yo soy Andrew. No nos conocemos todavía.
—Por lo cual doy gracias —dijo Jean—. Los Zorros en
general son una vergüenza para el exy de primera división,
pero tu mera existencia es imperdonable. Un portero al que
no le importa si marcan en su portería no tiene ningún
derecho a tocar una raqueta. Deberías haberte quedado en
el banquillo como la estrategia publicitaria que eres en
realidad.
—Eso está un poco fuera de lugar, ¿no crees? —dijo
Renee.
La chica que ahora estaba sentada a la derecha de Riko
se rio.
—Si alguien así te ha sustituido en la portería, debes de
ser penosa. Estoy deseando ver uno de vuestros partidos.
Seguro que es muy entretenido. Nos lo tomaríamos como
un juego de beber, pero no queremos acabar con un coma
etílico.
—Ya, eso sería una desgracia —dijo Dan con la voz
cargada de sarcasmo.
—Es la primera vez que nuestros equipos se conocen —
dijo Renee, en apariencia completamente inmune a las
palabras maleducadas de la joven—. ¿De verdad tenemos
que empezar con tan mal pie?
—¿Por qué no? A vosotros se os da mal todo —dijo la
chica—. ¿De verdad os lo pasáis bien siendo tan
desastrosos?
—Creo que nos lo pasamos mejor que vosotros, sí —dijo
Renee.
Neil podía oír la sonrisa en su voz. No comprendía cómo
era capaz de mantener aquel tono amigable. Él sentía el
miedo como una bola de hielo en el estómago, pero
escuchar las burlas de los Cuervos estaba consiguiendo
derretirla. Mantener la boca cerrada y no intervenir en la
conversación requería más fuerza de voluntad de la que
creía poseer. Cuanto más tiempo pasaba sentado en
silencio, más difícil era. Neil deseó por un momento haber
heredado la paciencia de su madre en lugar del
temperamento de su padre.
—Pasárselo bien es cosa de críos —dijo Jean, apartando la
mirada de Andrew.
Si pensaba decir algo más, lo olvidó al ver a Renee.
Andrew le soltó la mano mientras estaba distraído, pero
Jean tardó otro instante en retirarla. Riko apenas se movió,
pero Neil era tan consciente de su presencia que no le pasó
desapercibido. A Jean tampoco, a juzgar por la velocidad
con la que volvió a encontrar las palabras.
—A este nivel lo que cuenta es la habilidad, cosa de la
que tu equipo carece por completo. No tenéis derecho a
jugar con nosotros.
—Entonces no deberíais haberos cambiado de distrito —
dijo Matt—. Nadie quiere que estéis aquí.
—Os habéis apropiado de algo que no os pertenece —dijo
uno de los Cuervos—. Os habéis ganado esta humillación
vosotros solos.
—No nos hemos apropiado de nada —replicó Dan—.
Kevin está aquí porque quiere.
La Cuervo sentada frente a Renee se rio.
—¿De verdad crees eso? Kevin se unió a vosotros porque
alguien tenía que enseñaros lo que es el exy como Dios
manda. Si hubiera seguido como entrenador asistente,
quizás habría aprendido a asimilar vuestros fracasos. Ahora
que juega con vosotros te aseguro que no aguantará hasta
el final de la temporada. Nosotros conocemos a Kevin
mejor que vosotros. Sabemos lo mucho que le irrita la
incompetencia.
—Nosotros también lo sabemos —dijo Aaron—. No es que
se guarde su opinión precisamente.
Kevin fue capaz de volver a hablar por fin.
—Ya saben lo que pienso, pero las palabras no bastan.
Hace falta un compromiso mayor para arreglar un equipo
que necesita tal cantidad de trabajo.
—No me digas —dijo Jean. Sonaba como una orden—. Te
aconsejo que reconsideres nuestra oferta antes de que la
retiremos para siempre, Kevin. Esa mascota tuya es y
siempre va a ser un peso muerto. Es hora de que…
—¿Qué? —Andrew se volvió hacia Kevin con los ojos
como platos—. ¿Tienes una mascota y no nos lo habías
dicho? ¿Dónde la tienes?
Jean lo miró durante un instante, irritado.
—No me interrumpas, Anónimo.
Neil oyó a Nicky emitir un ruidito agudo y ofendido, pero
Andrew sonrió ante el extraño insulto.
—Uh, te llevas un punto por intentarlo, pero no te
esfuerces demasiado. Te voy a dar un consejo, ¿te parece?
Si alguien ya ha tocado fondo, no puedes hundirlo más.
Solo consigues malgastar tu tiempo y el mío.
—Ya basta. —Dan chasqueó los dedos en su dirección—.
Dejadlo ya. Esto es un evento organizado por el distrito y
aquí hay veinte oficiales. Hemos venido a pasar un buen
rato, no a pelearnos. Si no tenéis nada bueno que decir,
mejor no digáis nada. Lo digo por ambos equipos.
—¿Por eso el novato está tan callado? —Riko señaló a
Neil—. ¿Porque no tiene nada bueno que decir?
—Déjalo en paz —dijo Matt.
—La última vez que nos vimos no le faltaban ganas de
hablar —dijo Riko—. Puede que fuera solo un numerito
para las cámaras. ¿Hola? Te estoy hablando. ¿De verdad
piensas ignorarme?
Nicky le clavó los dedos a Neil en el muslo por debajo de
la mesa en un esfuerzo mudo y desesperado por recordarle
que no abriera la boca. Este dejó marcas en forma de
media luna en el dorso de la mano de Nicky con las uñas y
contó hasta diez. Solo había llegado hasta el cuatro cuando
Riko habló de nuevo.
—Vaya, un cobarde —dijo, exagerando su decepción—.
Igual que su madre.
Neil dejó de contar.
—¿Sabes qué? En realidad, lo entiendo —dijo Neil—.
Tiene que ser superdifícil que te críen como a una
superestrella. Ya sabes, eso de ser solo una mercancía en
vez de un ser humano y el hecho de que ni una sola
persona de tu familia considere que vales una mierda fuera
de la cancha. Seguro que es durísimo. Kevin y yo hablamos
a menudo de los traumitas que tienes con tu padre.
—Neil —susurró Kevin, desesperado.
Neil lo ignoró.
—De verdad que entiendo que ni ese desequilibrio mental
que tienes ni tus delirios de grandeza son culpa tuya. Y ya
sé que eres físicamente incapaz de mantener una
conversación decente como haría cualquier ser humano
normal, pero no creo que sea responsabilidad de los demás
aguantar tus mierdas. Hay un límite para las cosas que
podemos perdonarte porque nos das pena, pero ya hace
como seis insultos que lo has superado. Así que, por favor,
por favor, cierra la boca de una puta vez y déjanos en paz.
Todo el mundo se quedó con la boca abierta. Los Cuervos
abandonaron sus poses simétricas y miraron a Neil,
anonadados. La expresión de Riko habría sido capaz de
congelar el infierno, pero Neil estaba demasiado furioso
como para sentir miedo. Ya tendría una crisis nerviosa más
adelante. Ahora mismo se inclinó hacia delante para mirar
a Dan, que estaba sentada con el rostro entre las manos.
—He dicho «por favor», Dan. He intentado ser amable.
—Matt —dijo esta, casi atragantándose con el nombre—.
Matt. El entrenador. Ve a buscar al entrenador. Madre mía.
Matt se alejó tan rápido como pudo.
—No puedes decir algo así —dijo Jean.
Neil no pensaba mirarlo, pero el horror en su voz
superaba con creces la ira.
—Él no debería haberme pedido que participara en la
conversación. Yo estaba la mar de contento aquí sin decir
nada.
Jean se giró hacia Kevin y habló en francés, furioso y a
toda velocidad.
—¿Qué coño está pasando?
—Su bocaza es un defecto con el que estamos
aprendiendo a convivir —dijo Kevin.
—Convivir —repitió Jean, como si la idea en sí misma le
resultara ofensiva—. ¡No! Tendrías que haberlo puesto en
su sitio hace dos semanas cuando se pasó de la raya por
primera vez. Confiábamos en que lo castigarías como se
merece. ¿Por qué no conoce el lugar que le corresponde
todavía?
—Neil no forma parte de los tejemanejes de Riko —dijo
Kevin—. Es un Zorro.
—¡No es un Zorro!
—Qué curioso —dijo Neil en francés. Jean no esperaba
que pudiera entenderlos y lo miró, sorprendido—. Estoy
bastante seguro de haber firmado un contrato con la
Universidad Estatal de Palmetto.
—Un contrato no cambia nada —dijo Jean—. ¿Olvidas
quién te compró?
—¿Comprarme? —repitió Neil—. Nadie me ha comprado.
Kevin frunció el ceño, desconcertado.
—¿De qué estás hablando, Jean?
Este tenía pinta de haberse tragado una roca.
—No lo sabes. —Intentó decirlo en tono acusador, pero no
lo consiguió del todo. Los miró a ambos, incrédulo—.
¿Cómo es posible que no lo sepas? ¿Por qué ibas a ficharlo
si no, Kevin?
—Tiene potencial —dijo él.
La carcajada de Jean estaba teñida de histeria.
—Que Dios se apiade de vosotros, necios, porque nadie
más lo hará. No soy capaz de concebir cómo habéis
aguantado
con
vida
tanto
tiempo
siendo
tan
rematadamente estúpidos.
La voz de Wymack casi consiguió que Neil se cayera de la
silla del susto.
—¿Qué coño está pasando aquí?
Neil se dio cuenta de que tenía a Wymack justo detrás.
Matt regresó a su asiento, pero no se sentó. Jean ignoró al
entrenador. Se giró y dijo algo en un batiburrillo de
japonés. Fuera lo que fuera, consiguió borrar al fin la
expresión helada del rostro de Riko. Este clavó la mirada
en Neil y en Kevin antes de contestar. Jean gesticuló,
desesperado. Kevin los miró a ambos antes de decir algo en
japonés con cautela.
Wymack lo interrumpió antes de que pudiera terminar e
hizo un gesto en dirección a sus Zorros.
—Arriba. Abby está hablando con los organizadores para
colocaros en otra mesa.
Neil no necesitaba que se lo dijeran dos veces, pero no
tuvo la oportunidad de alejarse demasiado. Jean se volvió
hacia él antes de que hubiera terminado de echar la silla
hacia atrás y le hizo un gesto para que lo escuchara. Habló
en francés a tal velocidad que Neil casi no lo captó, pero
comprendió más de lo que le habría gustado.
—Riko requerirá tu presencia más tarde durante unos
minutos —dijo—. Te sugiero que aceptes si no quieres que
todo el mundo sepa que eres el hijo del Carnicero.
Oír el nombre de su padre en voz alta fue como recibir
una patada en el pecho. El sonido que emitió Kevin a su
lado fue aún peor. Neil reaccionó sin pensar, empujando a
Kevin con una mano en el torso para alejarlo todo lo posible
de la mesa. Kevin trastabilló y estuvo a punto de caerse.
Neil no lo miró, pero no pudo evitar oír su voz áspera.
—No es cierto.
—Cállate —dijo Neil, pero no sabía a quién de los dos se
refería—. Ni una palabra más.
—Sal corriendo —dijo Jean—. Es lo que mejor se te da,
¿no?
Wymack se quedó para lidiar con el Edgar Allan y los
Zorros se largaron como si sus vidas dependieran de ello.
La gente los observó con curiosidad mientras cruzaban la
sala hasta Abby, pero ellos estaban demasiado centrados en
Neil y en Kevin como para notarlo. Abby y el entrenador del
Blackwell los acompañaron a su nueva mesa. Los
entrenadores iban a cambiarles el sitio. Aquello colocaba a
los Zorros en la periferia del evento, pero Neil dudaba que
a nadie le importara.
Se sentaron en el mismo orden que en la mesa anterior,
pero Kevin lo hizo de lado para poder mirar a Neil. Le
agarró la barbilla con dedos de acero y le giró la cabeza
para que le encarara. Él quiso resistirse, pero ya no había
razón para hacerlo. Observó a Kevin y esperó a que lo
reconociera. Una vez que lo hizo, su expresión se llenó de
un miedo nauseabundo. Neil apretó las manos por debajo
de la mesa para que nadie viera cómo le temblaban.
Kevin abrió la boca, pero Neil no quería escucharlo. No
sabía qué iba a decir y, lo que era aún más importante, no
sabía en qué idioma pensaba hacerlo. Se adelantó,
hablando en voz baja en francés, con la voz cargada de
tensión.
—No, Kevin. Aquí no. Hablaremos mañana.
Kevin dudó.
—¿Lo sabe Andrew?
—Solo en parte —dijo Neil—. No sabe cómo me llamo.
—¿Sabe quién eres?
—He dicho que no. —Se deshizo de su agarre con
esfuerzo—. No vamos a hacer esto aquí.
Kevin se lo quedó mirando durante un par de segundos
más y se levantó tan rápido que estuvo a punto de llevarse
la mesa entera por delante. Abby estaba a su lado en un
instante con el rostro arrugado por la preocupación. Kevin
parecía incapaz de pronunciar palabra, pero le indicó que
lo siguiera con un gesto y fue hacia la puerta. Abby empezó
a ir tras él, pero se detuvo, dividida.
—Ve, Abby, corre. —Andrew la espantó con ambas
manos—. Tráelo de vuelta cuando esté borracho. Nosotros
cuidaremos de Neil. ¿Verdad, Neil?
A Neil se le habían acabado las palabras hablando con
Kevin, así que se limitó a asentir. Abby fue tras Kevin, pero
buscó la mesa de los Cuervos con la mirada. Neil vio cómo
se despedía con la mano y siguió el gesto hasta Wymack.
Este iba camino de la mesa de los Zorros con una expresión
tormentosa en el rostro. Neil apretó aún más las manos e
intentó reprimir los temblores.
—Neil —dijo Dan mientras ocupaba el asiento de Kevin
entre él y Andrew—. ¿Estás bien?
—¿A ti te parece que está bien? —preguntó Andrew.
Dan lo fulminó con la mirada, pero él sonrió como si su
furia no lo impresionara en absoluto, se aferró al borde de
la mesa y se echó hacia atrás hasta balancear la silla sobre
las patas traseras. Así podía mirar a Neil sin que Dan se
interpusiera. Este le devolvió la mirada porque no se veía
capaz de enfrentarse a nadie más en aquel momento.
Andrew se cubrió el lateral de la boca con una mano, pero
no se molestó en susurrar.
—Te lo dije.
—Sienta el culo, Minyard —le espetó el entrenador,
colocándose tras la silla de Dan. Andrew suspiró de forma
exagerada y dejó caer la silla al suelo. Wymack se volvió
entonces hacia Neil—. ¿No me habías dicho que no ibas a
buscar pelea?
Nicky habló desde el otro lado.
—En defensa de Neil…
—No estoy hablando contigo —lo interrumpió Wymack—.
Neil, dime qué ocurre.
En su cabeza, Neil ya estaba contando los pasos que lo
separaban de la libertad. Sus nuevos asientos los colocaban
al lado de la puerta de la cancha. Solo tendría que cruzar el
círculo interno y atravesar los vestuarios. La verja que
rodeaba el estadio estaba cubierta de alambre de espino
para evitar el vandalismo y los robos, pero podía marcharse
por el mismo sitio por el que había llegado. Lo que no tenía
forma de saber era si los guardias lo dejarían pasar. Un
joven con ropa arreglada huyendo a la carrera de un evento
público resultaba sospechoso.
Si tuviera una excusa para salir, como ir al autobús en
busca de Kevin y el vodka, podría reservar fuerzas hasta
haber dejado atrás a los guardias. Después solo tendría que
encontrar un taxi, porque hacer autostop sería demasiado
lento esta vez. Tenía que llegar a la Estatal de Palmetto y
sacar los papeles de la caja fuerte. Necesitaba el dinero y
los contactos. Quizás había llegado el momento de llamar
a…
El plan de huida se detuvo de pronto en su cabeza.
Separó las manos y apretó una contra el bolsillo. Sintió la
forma de su teléfono a través del algodón.
—Neil, si necesitas salir de aquí, dilo —dijo Wymack—.
Abby puede llevarte a alguna parte hasta que sea hora de
irnos. Sal de aquí y toma un poco el aire.
Era la oportunidad perfecta, pero Neil no podía
aprovecharla. Si lo hacía, se marcharía y no volvería jamás.
Huir no era fácil, pero era menos complicado que confiar
en Andrew. Aun así, Neil recordó el peso de una llave en la
palma de la mano, el metal caliente debido a la
temperatura corporal de otra persona. Recordó la promesa
de Andrew de superar aquel año con él.
—No —dijo, recuperando por fin la voz—. Sabía que esto
iba a pasar. Es solo que no estaba preparado. Estoy bien.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó Wymack.
Neil levantó la vista. La expresión cansada del
entrenador indicaba que la sorpresa de Neil resultaba
obvia en su rostro. Por un instante se sintió culpable,
aunque no sabía muy bien por qué. Se deshizo de aquel
sentimiento tan rápido como pudo. Tenía demasiadas cosas
de las que preocuparse y demasiadas emociones como para
lidiar con algo que le resultaba tan ajeno como la
culpabilidad.
—No lo sé —dijo.
—Cuando lo sepas, dímelo.
—Sí, entrenador.
La llegada de un nuevo equipo les sirvió como
distracción. Kevin regresó al cabo de un rato, con mejor
aspecto ahora que tenía una cantidad ingente de vodka en
el cuerpo. Una vez que hubieron confirmado la presencia
de los catorce equipos, el entrenador del Blackwell
pronunció un pequeño discurso sobre la temporada. Los
camareros sirvieron la comida y los equipos la devoraron
entre carcajadas dispersas. Era más fácil mantener la paz
sin la presión de un partido. Solo tenían que evitar hablar
de rivalidades y conflictos.
Del grupo de entrenadores, trece se habían cambiado de
sitio para sentarse con los Cuervos. Ahora los Zorros tenían
que charlar con la otra mitad. Fue más fácil de lo que Neil
esperaba. Los entrenadores eran personas profesionales y
por lo tanto no alardeaban de sus opiniones tan a la ligera.
Dan y Kevin fueron los principales encargados de darles
conversación. Ella con su entusiasmo contagioso y él con su
actitud de borracho bonachón. Neil dio las gracias por ello.
No quería hablar con nadie, pero de vez en cuando algún
entrenador le preguntaba algo.
Tras la cena, varios trabajadores despejaron la cancha.
Las mesas tenían patas abatibles, así que las amontonaron
de tres en tres junto a una de las paredes. Las sillas las
colocaron unas encima de las otras tan altas que
amenazaban con derrumbarse. Con el centro de la cancha
vacío, había espacio para organizar un par de juegos para
que los equipos se mezclaran unos con otros. Neil sintió
que algo se le revolvía por dentro al ver cómo montaban
una pista de voleibol temporal en un lugar que debería
estar reservado tan solo para el exy. A nadie más parecía
importarle; los equipos se separaron y se mezclaron
conforme la gente buscaba algo con lo que entretenerse. Al
otro lado, un equipo de altavoces empezó a emitir música
popular del momento y la mitad de la cancha se convirtió
en una pista de baile improvisada.
—Adelante —dijo Wymack a sus Zorros—. Divertíos o no.
Me importa un comino, pero se acabaron las peleas,
¿entendido?
La mayoría de ellos no necesitaban que se lo repitieran.
Dan y Matt se apresuraron a ir en busca de un equipo de
voleibol. Aaron y Nicky tiraron de sus invitados hacia la
pista de baile. Allison empezaba a tener mal aspecto, así
que Renee la sacó de la cancha para que descansara un
poco. Solo quedaban Neil, Andrew y Kevin. Wymack los
miró.
—¿No me habéis oído? ¿Tengo que repetirlo?
—Ay, entrenador. —Andrew alzó los brazos y se encogió
de hombros—. Ni te imaginas lo bien que nos lo estamos
pasando ahora mismo. Es apabullante. Danos un momento
para recuperarnos o nos va a explotar el corazón.
—Tenéis treinta segundos.
Kevin esperó solo veinte antes de echar a andar con
Andrew y Neil a sus espaldas. Poco a poco, dieron la vuelta
a la cancha, acercándose a todos los equipos excepto a los
Cuervos. Daba igual lo que el resto de jugadores pensaran
de los Zorros, Kevin conseguía acallar cualquier
conversación solo con su presencia. No se esforzaba mucho
por ser educado, pero consiguió controlar su tono
condescendiente. Neil acabó apretando más manos de las
que le habría gustado. Solo un par de personas lo
intentaron con Andrew. Este se los quedó mirando,
sonriente, hasta que se rindieron.
No era divertido, pero sí interesante y la presencia de
Kevin hacía que algunos jugadores se emocionaran. Neil no
se dio cuenta de cuánto llevaban hablando de partidos
antiguos y de las ligas profesionales hasta que se giró y vio
a Allison por el rabillo del ojo. Al mirar el reloj vio que
llevaban casi dos horas dando vueltas. El evento acabaría
dentro de una hora para preparar la larga jornada de
mañana.
Neil volvió a mirar a Allison. Estaba congelada en el
borde de la pista de baile, con los brazos flojos a cada lado
y el cuerpo medio girado hacia la cancha. Sin embargo,
Neil se dio cuenta enseguida de que no estaba congelada
del todo, porque movía la cabeza como si siguiera algo con
la mirada. Neil se giró y examinó la multitud en busca de
aquello que había captado su atención.
Tardó un par de segundos en darse cuenta de que los
Cuervos se acercaban. El equipo entero estaba cruzando la
cancha hacia Kevin, colocados en forma de V como una
bandada de pájaros migrando hacia el sur.
—Andrew —dijo Neil.
—Oh, por fin —respondió este, dando un paso hacia
delante para colocarse junto a él—. Mira, Kevin. Tenemos
compañía.
—Disculpadme —Kevin se dirigió a los Chacales de
Breckenridge con los que había estado hablando.
Neil fue capaz de detectar la tensión en su voz, pero
esperaba que a los Chacales les hubiera pasado
desapercibida. Kevin se colocó al otro lado de Andrew. Neil
enterró las manos en los bolsillos para ocultar los nudillos
blancos al apretar los puños. Riko se detuvo más lejos de lo
que esperaba, pero comprendió el porqué en seguida. El
resto de Cuervos siguieron avanzando, invirtiendo la V
hasta atrapar a los tres Zorros en su interior. Neil observó
los rostros que lo rodeaban y esperó a que alguien diera el
primer paso.
Cuando ocurrió, se trataba de la persona más inesperada.
Renee apareció de la nada al otro lado de Kevin. Se
enganchó a su brazo y le ofreció la mano que tenía libre a
Jean.
—Te llamabas Jean, ¿verdad? Yo soy Renee Walker. Antes
no tuvimos oportunidad de hablar.
La confusión rompió la máscara estoica de Jean, haciendo
que pareciera más incómodo que otra cosa, pero le apretó
la mano de todas formas.
—Jean Moreau.
—Neil Josten —dijo alguien. Neil confió en que Renee
podía cuidar de Kevin y se giró para encarar al joven que
había hablado. Dos chicos y una chica formaban un grupo a
su izquierda. Uno de ellos le dedicó una mueca de
desprecio en lugar de tenderle la mano—. Somos los
delanteros titulares de los Cuervos. Queríamos saludarte
para que vieras lo que es un equipo ofensivo de verdad.
—Ofensivo en el sentido de que os gusta ofender a la
gente, ¿no? —Matt se colocó al lado de Neil.
La llegada de Renee podría haber sido una coincidencia,
pero la de Matt no lo era. Neil supuso que Allison había
avisado a los veteranos de la llegada de los Cuervos.
—Matt Boyd, defensa titular de los Zorros —se
presentó—. Soy el que os va a joder los goles en octubre.
Encantado de conoceros. —Les tendió la mano, pero no
pareció sorprendido de que ninguno la aceptara—.
Supongo que el placer es solo mío.
—El placer te sobra, sin duda —dijo el delantero de los
Cuervos—. Dado que estás saliendo con una prostituta.
—Una stripper —lo corrigió Dan, posicionándose al lado
de Matt y rodeándole la cintura con el brazo. Los tacones
que llevaba colgando en la mano se balanceaban al
hablar—. Espero que seas lo bastante listo como para
diferenciar ambas profesiones. Si no, me preocupan de
verdad vuestros estándares académicos.
Neil intentó no quedarse mirándola. Habría descartado el
insulto del Cuervo como una mentira descarada si no fuera
por la respuesta tranquila de Dan. Tardó unos segundos de
más en recordar que ella misma le había dicho que cuando
estaba en el instituto había trabajado por las noches para
llegar a fin de mes. Había supuesto que se trataba de un
puesto como reponedora en un supermercado o quizás
como recepcionista en un hotelucho. No parecía el tipo de
persona que toleraría que la cosificaran. Neil no solía
escarbar en el pasado de la gente, pero aquella tenía que
ser una historia interesante.
—Hennessey, ¿no? —dijo uno de los delanteros—. Un
buen nombre para alguien tan feroz.
—Nos hemos llevado un chasco al saber que no ibas a
formar parte del entretenimiento de esta noche —dijo
otro—. Estábamos deseando ver el espectáculo.
La recorrió de arriba abajo con una mirada lenta y
melosa. Era obvio que Matt se estaba conteniendo por los
pelos para no partirle el cuello. A Neil le sorprendió su
autocontrol hasta que vio cómo Dan le clavaba los dedos en
la cadera a modo de advertencia. No quería que nadie
interviniera en sus batallas. Rodeó a Matt para pegarse al
delantero. Este sonrió a Matt por encima de su hombro, se
inclinó hacia delante y respiró hondo contra su cuello.
Dan le propinó un puñetazo en la entrepierna con los
tacones. El Cuervo retrocedió con un chillido inhumano.
Sus compañeros hicieron una mueca y se alejaron de él.
Apartaron la mirada a toda prisa mientras se doblaba por la
mitad.
—Sí, Hennessey —dijo Dan, con la voz mucho más
calmada de lo que Neil habría esperado después de que la
trataran de aquella forma—. Una delicia si estás dispuesto
a pagar el precio y una tortura a la mañana siguiente si no
tienes cuidado. Lo siento, pero esta botella ya está
reservada. Espero que te duela durante unos cuantos días,
cabrón.
No esperó a que le respondiera antes de darse la vuelta y
pegarse al lado de Matt. Neil no sabía si aquel abrazo era
una disculpa por no haberle dejado intervenir o un
agradecimiento porque él le hubiera permitido solucionarlo
sola. En cualquier caso, no consiguió que la rigidez
abandonara los hombros de Matt.
—¿Qué ha sido de eso de ser educados, Dan? —Neil no
pudo evitar preguntar.
Ella se rio.
—Haz lo que digo, no lo que hago, novato.
—Kevin Day —dijo una voz atronadora, y todos los
Cuervos se giraron.
Neil siguió sus miradas hasta el hombre que ahora
ocupaba el vértice del triángulo. El escalofrío que le subió
por la espalda hizo que el vello de la nuca se le pusiera de
punta.
El entrenador Tetsuji Moriyama era sin duda el hombre
más poderoso del mundo del exy. Y no podía ser de otra
manera, dado que él mismo había inventado el deporte
junto a la difunta madre de Kevin, Kayleigh Day, hacía
treinta años. Había escogido la Edgar Allan personalmente
como el hogar del primer estadio de exy de la NCAA y
llevaba desde entonces entrenando a los Cuervos. Era el
fundador del Comité de Reglas y Regulaciones del Exy,
asesor del comité internacional y el dueño de dos equipos
profesionales. Era una leyenda.
También un demonio: el tío abusivo de Riko y el hermano
menor del jefe de la yakuza Moriyama.
—Amo —dijo Kevin, con la voz tomada por el miedo—.
Cuánto tiempo.
Moriyama hizo un gesto a sus Cuervos y estos rompieron
su formación por fin. Se colocaron entre los Zorros, un
muro de trajes negros y rostros fríos. Neil perdió de vista a
Matt y a Dan cuando los delanteros lo movieron de un
empujón. Apenas reparó en ello, más concentrado en
observar a Moriyama y a Kevin. El primero tendió una
mano y el segundo dejó caer su mano izquierda sobre ella,
obediente. Moriyama la levantó para examinar las
cicatrices pálidas e irregulares.
—Carnicero —susurró alguien en francés.
Neil se giró. Jean se había dado la vuelta en algún
momento y colocado a sus espaldas. Hizo un gesto con la
cabeza y Neil lo siguió hasta ver a Riko salir de la cancha.
No se volvió para ver si alguno de sus compañeros de
equipo se había percatado de su marcha y caminó a un
paso casual hasta la puerta. Salió al círculo interno justo a
tiempo para ver a Riko desaparecer en los vestuarios del
equipo local. Respiró hondo para calmar sus nervios y lo
siguió.
Riko estaba comprobando que no había nadie más en el
vestuario cuando entró. Neil aguardó junto a la puerta, con
los brazos cruzados sobre el pecho, hasta que este hubo
terminado. Riko no tardó mucho y le hizo un gesto
ineludible a Neil para que lo acompañara a la sala central.
Casi era lo bastante grande como para albergar el
vestuario de los Zorros al completo y estaba llena de sofás
a juego. Los huecos en el suelo estaban cubiertos con
alfombras que mostraban a la mascota del Blackwell, una
liebre, y las fotos del equipo llenaban las paredes. Riko
examinó un par de fotografías antes de soltar un resoplido
burlón.
Se giró para encarar a Neil y ambos se miraron desde
lados opuestos de la sala. Por fin, Riko sonrió. Era una
mueca horripilante, pero no llegaba a ser tan horrible como
las palabras que la siguieron.
—Nathaniel, cuánto tiempo.
Neil sintió el miedo como algo denso y caliente en el
pecho que apenas lo dejaba respirar. Rezó porque su rostro
no lo traicionara, aunque sabía que era demasiado tarde.
—Me llamo Neil.
—No vuelvas a mentirme. Las consecuencias no serán de
tu agrado. —Riko le dejó un segundo para contestar—.
Imagina mi sorpresa cuando recibí los resultados. Tus
huellas —explicó, su sonrisa tornándose burlona—. Kathy
dejó que me llevara tu vaso como souvenir. Solo tuve que
darle a cambio una sonrisa y un beso. Parece ser que está
hecha toda una asaltacunas.
Neil sintió cómo se le anudaba el estómago. Había
aceptado un vaso de agua en el programa de Kathy
Ferdinand y no se lo había pensado dos veces antes de
dejarlo atrás. Había supuesto que el equipo del programa
se encargaría. Su madre le habría dado una paliza de
muerte si aún estuviera viva. Tanto tiempo y dinero
invertidos en cubrir sus rastros al garete solo porque se
había puesto nervioso.
—Explícame una cosa. —Riko empezó a cruzar la sala a
pasos lentos—. Jean dice que Kevin no sabía quién eras.
Tras presenciar su reacción, casi puedo creérmelo. Lo
comprendo, incluso, porque sé lo ciego que llega a estar
cuando hay exy de por medio. Puede que hasta le perdone
haberte escondido de mí. Pero tú debes de saber quién
eres, así que siento una gran curiosidad por averiguar qué
crees que estás haciendo.
—Solo intento sobrevivir —dijo Neil, apretando tanto los
brazos cruzados que creyó estar a punto de aplastarse los
pulmones—. Si hubiera sabido que nuestras familias tenían
negocios juntas nunca habría firmado el contrato.
Riko se detuvo tan cerca que se estaban tocando y Neil
necesitó de todo su autocontrol para no apartarse. No se
había dado cuenta hasta entonces de que eran de la misma
altura. Los genes japoneses de Riko lo habían traicionado,
al igual que a Neil los de su madre diminuta. Puede que
Riko fuera bajo, pero irradiaba poder y una malicia letal.
Los cinco centímetros de diferencia entre los delanteros
parecían cincuenta.
—Mientes —dijo Riko.
—Es la verdad. —Neil detestaba el hilo de desesperación
que se había colado en su voz—. No quiero causarle ningún
problema a tu familia. No quiero que tú causes problemas
para la mía. Solo voy a estar aquí un año y luego me
marcharé de nuevo. Lo prometo.
—No quieres causarle ningún problema a mi familia —
repitió Riko, como si escucharlo por segunda vez hiciera
que las palabras fueran más fáciles de comprender—. Ya le
has costado a mi familia una fortuna considerable y has
causado ocho años de problemas.
—¿Cómo es posible? —preguntó Neil—. El dinero que me
llevé era de mi padre.
—Si crees que hacerte el tonto va a salvarte, te
equivocas.
—No me estoy haciendo el tonto. —Se rindió por fin y dio
un paso atrás—. Mi madre dijo que el dinero era de mi
padre. Nunca me habló de vosotros. Si hubiera sabido que
era vuestro…
—¡Tu padre no tenía nada que fuera suyo! —estalló Riko.
Neil no pudo terminar la frase. Se quedó mirando a Riko,
anonadado. Este le sostuvo la mirada, buscando el engaño
en su rostro. Lo que encontró solo consiguió enfurecerlo
aún más. Lo agarró por los hombros y lo estampó contra la
pared. Neil se golpeó la cabeza con tanta fuerza que se hizo
daño en los dientes.
—Me niego a creer que nunca te contó nada. ¿Tanto
tiempo a la fuga y nunca se te ocurrió preguntar por qué?
Neil lo miró como si estuviera loco.
—¿Conoces a mi padre? No tenía que preguntar por qué.
Le llegó el sonido de una puerta abriéndose desde el
pasillo y Matt gritando su nombre. Apenas tardaría unos
segundos en encontrarlos, pero fue tiempo suficiente para
que Riko se inclinara hacia delante. En un susurro cargado
de veneno, dijo:
—No estabais huyendo de tu padre, Nathaniel. Huíais de
su amo.
La idea de que alguien podía ponerle una correa al
Carnicero era una locura.
—Mi padre no tenía un amo.
Riko se apartó, dejando un espacio entre ellos justo a
tiempo para que Matt entrara en la sala. Este le dedicó una
mirada furiosa y fue a colocarse junto a Neil.
—¿Qué está pasando aquí?
Neil lo ignoró.
—No es cierto —insistió.
Riko se señaló a sí mismo y esperó. Neil se lo quedó
mirando mientras su cerebro se negaba a encajar las
últimas piezas de aquel rompecabezas. Lo que Riko sugería
era imposible. El Carnicero era uno de los criminales más
importantes de la costa este. Tenía su sede en Baltimore,
pero su territorio se extendía desde D. C. hasta las afueras
de Newark. Tenía un equipo de secuaces ferozmente leales
y le gustaban las ejecuciones grotescas. Nadie le daba
órdenes al Carnicero. Pero la reacción de Riko no parecía
falsa y no podía ganar nada mintiéndole, sobre todo
teniendo en cuenta que Kevin le diría la verdad si lo hacía.
Kevin iba a confirmar todo lo que Riko había dicho. Neil
lo sabía y no estaba preparado para escucharlo aún. Si los
Moriyama de verdad eran lo bastante poderosos como para
tener controlado a alguien como el Carnicero, Neil estaba
tan hasta el cuello de mierda que prácticamente podían
enterrarlo en ella.
—No te creo —dijo, pero incluso él podía oír el miedo en
su propia voz.
—Que lo niegues es aún más irritante que tu ignorancia
—dijo Riko—. Hablarás con Kevin en cuanto puedas y harás
que te lo explique en términos sencillos que ese pequeño
cerebro tuyo sea capaz de comprender. Aprende cuál es tu
sitio. No toleraré una falta de respeto de este nivel nunca
más. ¿Entendido?
Neil ya estaba muerto, ¿por qué no enterrarse a sí
mismo?
—Sí, entiendo que eres un gilipollas.
Riko dio un paso hacia delante con el rostro cargado de
intenciones homicidas, pero Matt interpuso un brazo entre
ellos.
—Deja en paz a mi equipo, Riko. Si vuelves a montar
bronca en el banquete nos aseguraremos de que el CRRE
no te deje jugar. Seguro que te encantaría tener que
explicarle a la prensa por qué estás en el banquillo.
Riko ni siquiera miró a Matt. Mantuvo la vista clavada en
Neil durante medio minuto hasta recuperar el control de su
ira. Aquel destello de violencia no desapareció de sus ojos,
pero su voz tenía un tono calmado al volver a hablar.
—En el futuro vendrás a mí de rodillas y suplicarás mi
perdón. Estoy deseando negártelo.
Se dio la vuelta y se marchó. Matt no bajó el brazo hasta
que la puerta se hubo cerrado a espaldas de Riko. Entonces
se giró hacia Neil con el rostro tenso por la furia y la
preocupación a la vez.
—¿Neil?
Neil estaba helado y sentía que el mundo entero estaba
patas arriba, pero consiguió que su voz sonase normal. Se
metió las manos en los bolsillos por si acaso le temblaban y
se aferró a su teléfono con fuerza.
—Creo que no le gusto mucho a Riko. ¿Debería sentirme
decepcionado?
Matt miró hacia arriba como si estuviera rezando en
busca de paciencia.
—El entrenador te va a matar.
—No si no se entera.
—Esto es serio —dijo Matt—. Riko te ha tomado manía.
—No solo a mí —dijo Neil—. Antes ha ido a por Dan.
La expresión sombría de Matt indicaba que no se le había
olvidado.
—Puede intentarlo si quiere, pero solo conseguirá
cabrearme a mí. Dan no se avergüenza de su pasado. Esto
es distinto —dijo, señalando a Neil—. No sé qué te ha dicho
Jean, pero Kevin ha tenido que ir a emborracharse para
superarlo.
—Kevin no se ha puesto así por lo que ha dicho Jean —
mintió Neil—. Ha sido por lo que he dicho yo. Le he dicho a
Riko que Kevin y yo nos reímos de él y no he dejado que
Kevin se justifique con Jean. He hablado por él y no le he
permitido negarlo. Básicamente he empeorado su situación
una barbaridad, pero no me arrepiento.
Matt se rio.
—Estás fatal, ¿lo sabías? Volvamos antes de que el
entrenador se dé cuenta de que no estamos.
Salieron de nuevo al estadio en busca de su equipo. Los
Cuervos se habían dispersado, probablemente porque ya no
tenían que distraer a nadie ahora que Riko había vuelto con
ellos. Dan y Renee estaban con Kevin y Andrew junto a una
de las paredes. Allison se había unido a ellos, pero Aaron y
Nicky seguían en la pista de baile. Neil buscó a Wymack
con la mirada y lo encontró hablando con Moriyama en el
centro de la cancha.
—Oh, Neil ha vuelto —dijo Andrew—. No pensaba que
fueras a hacerlo.
Neil sacó un puño del bolsillo y abrió los dedos. Andrew
observó primero el teléfono que descansaba en su palma y
después lo miró a la cara. Neil no le devolvió la mirada,
pero habló en alemán:
—He tomado una decisión distinta esta vez.
Andrew soltó una carcajada y se balanceó. Su sonrisa era
tan amplia que podía verla en su visión periférica. Neil no
esperaba que cambiara de idioma, porque lo más probable
era que aquella conversación le resultara más entretenida
con público, pero, por ahora, Andrew estaba dispuesto a
seguirle el juego.
—Qué interesante. Qué inesperado. ¿Te ha dolido un
poquitín?
—No tanto como me va a doler la conversación que tengo
que tener con Kevin.
—Esta noche no. —Andrew desechó la idea con un gesto
de la mano—. Te lo prestaré mañana.
Neil guardó el teléfono y comprobó si los veteranos los
estaban observando. Sabía que Matt les daría una
explicación vaga más adelante, así que no se sorprendió
cuando ni Dan ni Renee le preguntaron qué ocurría. En vez
de eso, Matt los miró a él y a Andrew.
—¿Cuántos idiomas hablas exactamente? —preguntó.
—Un par —eludió Neil—. ¿Quién es Anónimo? —preguntó
a Andrew para desviar la atención.
—Ah, soy yo —dijo Andrew—. Cuando entré en el sistema
de acogida lo hice sin apellido, así que me llamaron
Anónimo. ¿Lo pillas? Porque no sabían de quién era. Se
creen muy graciosos. Me cambié el nombre cuando me
adoptaron. ¿No? Nicky dijo que os lo contó todo.
Nicky solo habría confesado aquel desliz porque se sentía
culpable por haber desvelado tanta información. Neil
supuso que eso significaba que el tema era más delicado de
lo que Andrew era capaz de desvelar drogado, así que
respondió de manera poco concreta.
—Nos hizo un resumen.
Andrew sonrió y se encogió de hombros. Neil se alegró
cuando la conversación terminó y aún más cuando sus
compañeros no volvieron a sacar el tema de Riko. Al fin,
llegó la hora de marcharse. Wymack recogió a su equipo,
esperó a que se pusieran ropa más cómoda y los subió al
autobús. Los demás se durmieron en cuestión de segundos,
pero Neil se pasó todo el viaje pensando en Riko y en su
padre.
CAPÍTULO SIETE
Neil se despertó en el sofá de Wymack. Tardó un
momento en recordar dónde estaba, pero la escena le
resultaba tan familiar como la de su habitación en la
residencia. Wymack había dejado a los demás en el estadio,
pero a él lo había interceptado antes de que pudiera
montarse en el coche con sus compañeros. La noche
anterior no dijo nada, quizás demasiado cansado como para
exigir una explicación sobre el fiasco del banquete. En su
lugar, había mandado a Neil al salón y se había acostado.
Neil desenredó las piernas de entre las sábanas
prestadas y se incorporó. El reloj de la estantería estaba
enterrado entre paquetes de tabaco aplastados, pero la luz
que se colaba en la habitación a través de las persianas era
lo bastante intensa como para indicarle que la mañana
estaba bien entrada. Teniendo en cuenta la hora a la que
habían llegado al campus, no lo sorprendió haber dormido
hasta tan tarde. Aun así, todavía no estaba preparado para
afrontar el día. Sabía que se estaba comportando como un
crío al negarse, pero quería retrasar hablar con Kevin todo
lo posible.
Se levantó del sofá y bostezó mientras hacía una bola con
las sábanas. Oyó el ruido de platos que indicaba que
Wymack estaba despierto e inyectándose café en vena. Neil
dudó en el pasillo con las sábanas abrazadas contra el
pecho. Estaba tentado de escabullirse y evitar aquella
conversación. Suspiró, aceptando lo inevitable, y le dio la
espalda a la puerta principal. Dejó las sábanas en la cesta
de la colada junto a la puerta en el dormitorio de Wymack,
se pasó por el baño para refrescarse y entró en la cocina.
Wymack no levantó la vista del periódico, pero señaló los
fogones. Había una sartén tapada para mantener las
patatas y los huevos calientes. Neil se hizo un burrito de
desayuno y se sentó frente al entrenador. Casi había
terminado de comer antes de que Wymack dejara de leer el
periódico y lo hiciera a un lado. Neil mantuvo la mirada fija
en su plato en lugar de devolver la del entrenador.
—¿Quieres explicarme por qué te pone tanto cabrear a
Riko? —preguntó.
—Empezó él —murmuró Neil contra su burrito.
—Eso no quiere decir que tú tengas que rebajarte a su
nivel. ¿Me escuchaste cuando te expliqué el tipo de
persona que es? ¿El tipo de familia de la que forma parte?
—Sí, entrenador.
—Eso dijiste anoche cuando te pedí que te comportaras
—dijo Wymack—. Tu «sí, entrenador» de cortesía a mí no
me vale. No me mientas sobre las cosas importantes.
—No puedo evitarlo —dijo Neil. Intentó masticar más
despacio, pero se le estaba acabando el burrito tras el que
esconderse. Decidió cambiar de estrategia y desviar la
atención—. ¿Cómo soportas tenernos como equipo,
entrenador? ¿No te resulta agotador lidiar con nosotros y
nuestros problemas todos los días?
Wymack se terminó el café de un sorbo.
—No.
Se lo quedó mirando y Wymack le sostuvo la mirada. Neil
fue el primero en cansarse de aquella batalla silenciosa y
se acabó el desayuno. Hizo el amago de levantarse para
recoger su plato, pero Wymack se lo arrebató. Lo metió en
el lavavajillas y se sirvió una segunda taza de café. En vez
de regresar a la mesa, se giró y se apoyó contra la
encimera mientras observaba a Neil.
—Empiezo a pensar que te juzgué mal —dijo—. No sé
cómo o cuándo. Sé que no me equivoco del todo, pero hay
algo en ti que no termina de encajar.
—Ahora suenas igual que Andrew.
—Eso es porque fue él quien lo dijo —aclaró Wymack.
Cuando Neil frunció el ceño, se encogió de hombros y le dio
un trago al café—. El primer día de entrenamientos les
conté a todos que la Edgar Allan se había cambiado de
distrito. ¿Te acuerdas? Andrew pasó esa noche aquí
conmigo. Al principio pensé que estaba enfadado con Kevin
por mentirle, pero eras tú quien le preocupaba. En aquel
momento no lo escuché. Quizás debería haberlo hecho.
—Andrew y yo estamos arreglando nuestros problemas
de confianza. Más o menos.
—Dice que eres un mentiroso patológico —dijo
Wymack—. Estoy empezando a creérmelo.
—Así es como me criaron —respondió Neil.
—Intenta decir la verdad al menos una vez. Dime por qué
alguien que se mudó antes de tiempo para alejarse de sus
padres, y que se encogió cuando pensó que yo iba a
pegarle, se tomaría tantas molestias para ofender a alguien
como Riko Moriyama. Creía que tendrías un mejor instinto
de supervivencia.
Neil se recostó en la silla y jugueteó con el borde de la
mesa. Wymack se merecía algún tipo de explicación, pero
él solo podía ofrecer aquella que estaba intentando no
compartir.
—Riko tiene mi edad —dijo, intentando no atragantarse
con las palabras—. Si supieras de lo que son capaces mis
padres comprenderías por qué me es imposible confiar en
ningún hombre de tu edad. Aquí arriba —se señaló la
cabeza— sé que no me harás daño, pero la reacción es
instintiva. Lo siento.
—No te he pedido que te disculpes, listillo.
—Sí, entrenador —dijo automáticamente, y frunció el
ceño.
—Estás fatal, ¿lo sabías? —dijo Wymack, acercándose
para volver a sentarse con él a la mesa—. Tus padres deben
de ser horribles.
—Los tuyos también si pasas tanto tiempo cuidando de
nosotros —dijo Neil.
—Lo eran —confirmó Wymack.
—Oh. ¿Están muertos?
Su falta de tacto pareció divertir a Wymack.
—Mi madre murió de una sobredosis hace ya casi diez
años y mi padre perdió una pelea en la cárcel durante mi
primer año aquí en la Estatal de Palmetto. Llevaba sin
hablar con ellos desde que me fui de D. C.
A Neil se le paró el corazón un instante.
—¿Te criaste en D. C.?
—Es interesante que solo te hayas quedado con eso.
Mentir era fácil, pero Neil nunca se había sentido tan
culpable al hacerlo.
—Yo nací en Alexandria. Mi madre trabajó un tiempo en
D. C. Creo que es curioso que ambos empezáramos allí y
ahora estemos aquí. A veces el mundo parece enorme, pero
luego algo me recuerda lo pequeño que es.
—Grande o pequeño, recuerda que no estás solo en él —
dijo Wymack—. Tienes un equipo, pero eso es un arma de
doble filo. Están ahí cuando los necesitas y te apoyarán si
es lo que quieres, pero tus actos también tienen
consecuencias para ellos. Cuanto más cabreas a Riko, más
difícil se lo pones a ellos.
—Como lo de Seth —dijo Neil—. Ya lo sé.
Wymack se lo quedó mirando durante un minuto eterno,
antes de murmurar:
—¿Qué coño acabas de decir?
Neil se dio cuenta demasiado tarde de que Andrew no
había compartido su teoría con el entrenador.
—Es demasiada coincidencia, ¿no crees? Yo insulto a Riko
en televisión y presumo de lo pequeño que es el equipo, y
esa misma noche Seth sufre una sobredosis y yo me
convierto en titular. Hasta Kevin piensa que Riko lo
organizó todo.
—Hasta Kevin —repitió Wymack—. ¿Tengo que preguntar
siquiera de quién fue la idea? Mírame, Neil. ¿Me estás
escuchando? Seth tenía un montón de problemas y ninguna
solución sana. Siempre supimos que si llegaba a graduarse
sería solo gracias a Dios y a la suerte. En sus primeros
cuatro años sufrió tres sobredosis. Hacía tiempo que le
tocaba otra.
»Me da igual lo que diga Andrew. Me da igual lo que
piense Kevin. En el caso (y es un caso bastante improbable)
de que Riko esté de alguna forma detrás de ello, la culpa es
solo suya. Fue él quien decidió descargar su rabieta contra
Seth. Él decidió pasarse de la raya, no tú. ¿Me oyes? Tú no
hiciste nada. Ni se te ocurra culparte a ti mismo por la
muerte de Seth. Es demasiado peligroso. Tú céntrate en tu
propio camino y sigue adelante.
—Sí, entrenador.
Wymack no parecía convencido, pero no insistió.
—¿Necesitamos hablar de lo de anoche?
—No, entrenador.
—Pues venga. Andrew me ha dicho que vas a reunirte
con ellos en el estadio. Te llevaré. —Vació la taza de café de
un sorbo y salió del piso.
Neil se sentó en silencio en el asiento del pasajero de
camino al estadio. El coche de Andrew y el habitual coche
de policía eran los únicos en el aparcamiento. Wymack lo
dejó junto al bordillo. Le hizo un gesto antes de que Neil
pudiera cerrar la puerta y se inclinó sobre el asiento
delantero para mirarlo.
—Dile a Andrew que se guarde sus teorías de mierda.
—Sí, entrenador.
Neil cerró la puerta y no se paró a observar cómo se
marchaba. Introdujo el código de seguridad de aquella
semana en la entrada de los Zorros y recorrió el pasillo
hasta los vestuarios. Las luces estaban encendidas, pero no
había nadie, así que siguió andando hasta el interior del
estadio en sí. Kevin estaba sentado en el centro de la
cancha, sobre el logo de la huella de zorro. No llevaba
puesta la equipación. Neil se preguntó cuánto tiempo
llevaría allí sentado, esperando a que él se despertara.
No tardó en encontrar a Andrew: estaba recorriendo los
escalones de las gradas. Neil dejó caer su bolsa de viaje
junto a los banquillos de los Zorros y entró a la cancha para
enfrentarse a Kevin.
Este estaba de cara a él cuando entró, pero no levantó la
mirada ni dijo nada mientras se acercaba. Neil se sentó
fuera de su alcance y buscó en el rostro de Kevin la verdad
que aún no quería conocer. A juzgar por la línea tensa de su
boca, Kevin tenía tan pocas ganas de tener aquella
inevitable conversación como él y eso solo consiguió que se
sintiera peor.
—¿Por qué dijo Riko que me había comprado? —preguntó
Neil.
Kevin guardó silencio durante tanto tiempo que Neil casi
llegó a tener la esperanza de que fuera todo una horrible
pesadilla, pero al final habló.
—No puedes ser él —dijo, tan bajo que Neil apenas lo
oyó—. Dime que no eres Nathaniel.
Neil trató de no encogerse ante su verdadero nombre y
no lo consiguió del todo.
—No me llames así. No importa quién solía ser. Ahora soy
Neil.
—No es tan sencillo —dijo Kevin, más alto y
consternado—. ¿Por qué estás aquí?
—No tenía a donde ir. Cuando apareciste en Arizona
pensé que habías venido porque me habías reconocido,
pero no parecías recordarme. Pensé que quizás podría
quedarme hasta que lo averiguaras.
—Pensaste… —empezó Kevin, con un tono afilado
demasiado histérico como para ser de desprecio—. Eres un
idiota.
—Estaba desesperado —replicó Neil.
—No me puedo creer que tu madre accediera a esto.
—Mi madre está muerta. —Kevin abrió la boca, pero él no
quería oírlo—. Murió el año pasado y la enterré en la costa
oeste. No tengo nada ni a nadie más, Kevin. Por eso firmé
contigo. Supuse que la probabilidad de que me recordaras
era pequeña y me la jugué a que no supieras la verdad
sobre mi familia.
—¿Cómo podríamos no acordarnos de ti? —preguntó
Kevin.
Neil sacudió la cabeza.
—Cuando vine no sabía que los Moriyama y mi padre
eran compañeros de negocios.
—No eran compañeros. —Kevin parecía casi tan ofendido
como Riko.
—No lo sabía —repitió Neil—. Hasta que el entrenador
me habló de los Moriyama en mayo no supe nada de la
familia de Riko. Después pensé que quizás por eso nos
habíamos conocido aquel día. Pensé que el padre de Riko y
el mío habían estado hablando de territorios y fronteras.
Pero anoche Riko dijo que mi padre es propiedad de los
Moriyama. ¿Qué quería decir? ¿Por qué dijo que me había
comprado?
—No me mientas —dijo Kevin—. Ya tenemos suficientes
problemas.
—Mi madre no me dijo por qué huíamos —dijo Neil—.
Nunca le pregunté cuál había sido la gota que colmó el
vaso. Simplemente me alegré de que nos marcháramos.
Después de aquello nunca volvimos a hablar de nada real.
Hablábamos del tiempo o del idioma que tocara en aquel
momento o de la cultura local. Solo tuvo algo significativo
que decirme cuando se estaba muriendo e incluso entonces
no habló de mi padre. Nunca mencionó a los Moriyama. Si
lo hubiera hecho, yo no estaría aquí, ¿no crees? Así que
dime la verdad.
Kevin se lo quedó mirando durante un minuto eterno,
después se frotó la cara con fuerza y murmuró algo en
japonés con la voz ronca. Neil se planteó sacudirlo, pero
Kevin dejó caer las manos sobre el regazo.
—Tu padre era la mano derecha de lord Kengo, la mejor
arma de su arsenal. El territorio que dominaba, lo
dominaba en nombre de los Moriyama. Él era la fuerza
bruta que mantenía el imperio a raya y el nombre que se
convertiría en el cabeza de turco si el Gobierno se enteraba
de lo que no debía.
»Su poder te convertía a ti en un cabo suelto. No podías
heredar su organización —dijo Kevin—. Lord Kengo elige
personalmente a su gente de manera muy cuidadosa,
siempre para proteger su trono. El nepotismo quiebra esa
lealtad vertical y hace que las familias empiecen a pensar
primero en sus propios intereses. Podría haberte mandado
matar para evitar complicaciones, pero te dio la
oportunidad de ganarte un sustento. Tu madre te apuntó a
las ligas infantiles para que aprendieras a jugar al exy. El
día que nos conociste era tu prueba.
—Espera —dijo Neil—. Espera. ¿Qué?
—Se suponía que serías como yo —dijo Kevin—. Se
suponía que serías un regalo, otro jugador para el equipo
del amo. Tenías dos días para ganarte su favor: un partido
de prueba inicial con nosotros para enseñar tu potencial y
un segundo partido para demostrar que eras capaz de
adaptarte e implementar directrices y críticas. Si después
de eso decidía que no valías la pena, tu propio padre sería
quien te ejecutara.
Neil tragó saliva.
—¿Qué tal lo hice?
—Tu madre no podía arriesgarse a que fracasaras —dijo
Kevin—. No llegaste al segundo entrenamiento. Aquella
noche desapareció, llevándote consigo.
El calor en su estómago podría haber sido náuseas o ira,
pero no sabía contra quién. Su madre había detestado su
obsesión con el exy durante toda su vida. Le había dicho
una y otra vez que nunca volvería a tocar una raqueta, pero
jamás le había dicho la razón. No entendía por qué nunca le
había explicado del todo de qué huían.
—Creo que voy a vomitar —dijo Neil, poniéndose en pie.
Casi estaba levantado cuando Kevin lo agarró de la
muñeca para detenerlo.
—Nathaniel, espera.
Neil se liberó con tanta fuerza que casi derribó a Kevin.
—¡No me llames así!
Retrocedió hasta estar fuera de su alcance, pero Kevin se
puso en pie como si pretendiera seguirlo. Neil levantó una
mano para advertirle que se alejara. Su mente viajaba en
mil direcciones distintas mientras miraba a Kevin, al
nombre y la reputación que podrían haber sido suyos en
otra vida. Si hubiera impresionado al entrenador
Moriyama, podría haber crecido en el Castillo Evermore,
con Riko y con Kevin. Tendría el tatuaje de un tres que
ahora adornaba el rostro de Jean Moreau.
Deseaba odiar la realidad en la que vivía y por un
momento lo consiguió. Había crecido sin ser nada ni nadie,
asustado, cuando podría haber sido criado para ser un
Cuervo y un futuro jugador de la selección. Neil adoraba
tanto el exy que no podía evitar sentirse traicionado por no
haber tenido esa oportunidad. Pero solo necesitaba mirar a
Kevin para saber que también habría odiado aquella vida.
Habría aprendido del mejor y jugado para el mejor equipo,
pero habría vivido en una jaula y sufrido abusos. Puede que
se hubiera pasado ocho años huyendo para sobrevivir, pero
al menos había sido libre.
Ahora se le había acabado la cuerda a su correa. Anoche
Jean había dicho que Neil jamás sería un Zorro. Había
advertido a Kevin que debía enseñarle cuál era su lugar en
la jerarquía de los Moriyama y que debía castigarlo por ir
en contra de Riko. Este aún consideraba que Neil era un
objeto extraviado. Ahora que sabía la verdad, Riko
esperaba que agachara la cabeza y ocupara su lugar.
«No lo haré», quería decir Neil.
—No puedo ser esto. —Fue lo que le salió en su lugar.
—Deberías huir.
—No puedo —repitió Neil. Se dio cuenta de que le
temblaban los dedos y se pasó las manos por el pelo. El
gesto no consiguió apaciguar los nervios que le sacudían
todo el cuerpo—. Llevo ocho años huyendo, Kevin. Era
horrible incluso cuando mi madre estaba viva. ¿Adónde iría
ahora que estoy solo? Andrew cree que estaré más a salvo
si me quedo.
—Dijiste que Andrew no lo sabía.
—Andrew cree que mi padre hacía encargos para un
mafioso y robó dinero de uno de los pagos que su jefe debía
a los Moriyama. Le dije que mis padres habían sido
ejecutados por su traición y yo había huido con el dinero.
Quiere que use la mala fama de los Zorros para
mantenerme a salvo. Si salimos en las noticias todas las
semanas es difícil que alguien pueda librarse de mí, o eso
dice él.
—La fama no puede proteger a alguien que supone
semejante riesgo para su seguridad —dijo Kevin—. Sabes
demasiado. Podrías destruir el territorio de tu padre si
hablaras con las personas equivocadas. Sabían que tu
madre jamás entregaría a su familia a los federales, pero tú
eres un niño asustado e impredecible.
Kevin sacudió la cabeza y siguió hablando cuando Neil
empezó a protestar.
—El amo quiere recuperarte. Te va a fichar con los
Cuervos en primavera. Mientras tengas la boca cerrada y la
cabeza gacha, no le dirá a la familia principal que te ha
encontrado.
—No soy un Cuervo —dijo Neil—. Y nunca lo seré.
—Entonces huye —insistió Kevin, en voz baja y
frenética—. Es la única forma que tienes de sobrevivir.
Neil cerró los ojos e intentó respirar. Su pulso sonaba
como disparos en sus oídos, agujereándole el cerebro. Se
apretó las manos contra la camiseta, tratando de notar sus
cicatrices a través del algodón. Al respirar, olió a sal y a
sangre. Durante un instante estaba a cinco mil kilómetros
de distancia, trastabillando solo y roto por la autopista
hacia San Francisco. Le dolían los dedos de ganas de
sostener un cigarrillo. Le ardían las piernas con el deseo de
echar a correr.
Pero sus pies se quedaron plantados en su sitio y abrió
los ojos.
—No.
—No seas idiota.
—Huir no me salvará esta vez —dijo Neil—. Si los
Moriyama de verdad piensan que soy una amenaza
mandarán a alguien tras mi pista. Mi madre y yo apenas
conseguimos escapar de mi padre. ¿Cómo voy a escapar de
su jefe?
—Al menos tendrás una oportunidad —murmuró Kevin.
—La oportunidad de morir en otra parte, completamente
solo —dijo Neil y Kevin apartó la mirada.
Se metió las manos en los bolsillos, agarrando sus llaves
en una y el teléfono en la otra. Enredó los dedos en el
llavero, repasando los dientes de las llaves con las yemas
hasta encontrar la de la casa de Nicky en Columbia.
Andrew se la había dado en agosto cuando prometió
protegerlo.
Contempló la huella de zorro sobre la que estaban.
Mientras
hablaba,
el
miedo
fue
desapareciendo,
reemplazado por una calma desdichada.
—Si pensaba echar a correr, debería haberlo hecho en
agosto. Andrew me dijo que era mi última oportunidad para
marcharme. Decidí quedarme. No sabía si Andrew sería
suficiente para interponerse entre mi padre y yo, pero
deseaba tanto aferrarme a esto que no me importaba el
riesgo. Puede que entonces no comprendiera del todo lo
que estaba en juego, pero eso no ha cambiado.
Se agachó y apoyó las manos contra la pintura naranja.
—No quiero huir. No quiero ser un Cuervo. No quiero ser
Nathaniel. Quiero ser Neil Josten, ser un Zorro, jugar
contigo este año y llegar hasta el campeonato. Y en
primavera, cuando los Moriyama vengan a por mí, haré
exactamente lo que temen. Iré al FBI y se lo contaré todo.
Que me maten si quieren. Será demasiado tarde.
Kevin guardó silencio durante un minuto eterno.
—Deberías haber llegado a la selección —dijo, después.
Fue apenas un susurro, pero a Neil le caló hasta los
huesos. Era un adiós amargo al brillante futuro que Kevin
había querido para él. Lo había fichado porque creía en su
potencial. Lo había traído a los Zorros con la intención de
convertirlo en una estrella del deporte. A pesar de su
actitud condescendiente y su rechazo constante aun
cuando Neil lo intentaba con todas sus fuerzas, de verdad
había esperado que llegara a jugar para la selección
nacional tras graduarse. Ahora Kevin sabía que todo había
sido en vano: Neil estaría muerto antes de mayo.
—¿Seguirás enseñándome? —preguntó Neil.
Kevin calló de nuevo, pero esta vez volvió a hablar
enseguida.
—Todas las noches.
Neil tragó saliva en un intento por aliviar el vacío que
sentía en el pecho.
—Matt y Dan quieren que lleguemos a la final. ¿Crees
que tenemos alguna posibilidad?
—Podemos llegar a la semifinal si Nicky empieza a tirar
del carro y Andrew empieza a cooperar —dijo Kevin—. No
podemos superar a la Triada.
La USC, la Estatal de Pensilvania y la Edgar Allan
estaban consideradas como la «triada» del exy de la NCAA.
La Edgar Allan siempre ocupaba el primer puesto. La USC
y la Estatal de Pensilvania solían acabar en el segundo y el
tercero, peleándose siempre por superarse la una a la otra
en el ranking. La única forma de llegar a la final era
derrotar a uno de ellos en la semifinal.
—Supongo que tendrá que bastar —dijo Neil.
Se puso en pie y miró alrededor, primero a las líneas
naranjas y las huellas de la cancha, luego a través de las
paredes, hacia las gradas. Al parecer Andrew había
acabado de recorrer las escaleras porque ahora estaba
corriendo por el círculo interno. Neil envidiaba el aguante
que tenía gracias a su medicación.
—¿Qué es lo que quiere, Kevin? —preguntó.
Se dio cuenta de que no había manera de que este
hubiera seguido el hilo de sus pensamientos y señaló a
Andrew con un gesto.
—Andrew no sabe quién soy, pero sabe que alguien ha
puesto precio a mi cabeza. A pesar de eso, prometió
protegerme durante un año. No por mí, sino porque pensó
que entrenarme te distraería de las amenazas de los
Cuervos. —Volvió a mirar a Kevin—. ¿Qué es lo que desea
tanto como para arriesgarlo todo para que te quedes?
—Le hice una promesa. —Kevin apartó la mirada con
esfuerzo del rostro de Neil y contempló el avance de
Andrew—. Está esperando a ver si soy capaz de cumplirla.
—No lo entiendo.
Kevin guardó silencio durante tanto tiempo que Neil casi
dejó de esperar una respuesta.
—Andrew es inútil cuando está medicado, pero es peor
cuando no lo está —explicó por fin—. El orientador de su
instituto vio la diferencia entre su último año y el anterior y
jura que las pastillas le salvaron la vida. Cuando está
sobrio, Andrew es… —Kevin pensó en ello un momento,
buscando las palabras adecuadas, y dibujó comillas en el
aire con los dedos— infeliz y destructivo.
»Carece de propósito y de ambición. Yo fui la primera
persona en mirar a Andrew y decirle que había algo de
valor en él. Cuando deje la medicación y no tenga nada en
lo que apoyarse, yo le daré algo sobre lo que reconstruir su
vida.
—¿Y él accedió? —preguntó Neil—. Pero no deja de
ponerte obstáculos a cada paso. ¿Por qué?
—La primera vez que dije que jugarías en la selección,
¿por qué te cabreaste?
—Porque sabía que era imposible —dijo Neil—, pero aun
así lo deseaba.
Kevin no dijo nada. Neil esperó y entonces se dio cuenta
de que él mismo había respondido a la pregunta.
Sorprendido, guardó silencio durante un minuto. La
incredulidad y el desasosiego se mezclaron en su interior,
pero Neil no sabía de dónde provenía aquella ansiedad.
Cruzó los brazos sobre el pecho con fuerza y se removió en
el sitio.
—¿Entonces qué? —preguntó en voz baja—. ¿Crees que el
verano que viene dejará la medicación y de repente
descubrirá que sí que le gusta el exy? Pensaba que no
creías en milagros.
—Andrew está loco, pero no es tonto —dijo Kevin—.
Incluso él acabará cansándose de fracasar a diario. Cuando
no tenga esa droga en las venas y pueda pensar por sí
mismo otra vez será más fácil conseguir que lo entienda.
Neil lo dudaba.
—Buena suerte —dijo, sin embargo.
Le sorprendió comprobar que lo decía en serio. Tratar
con Andrew era una pesadilla la mayor parte del tiempo,
pero estaba haciendo todo lo posible para que Neil y Kevin
pudieran quedarse en la Estatal de Palmetto. Lo mínimo
que podían hacer por él era darle algo a cambio que fuera
suyo. Neil no podía negar que sentía cierto rencor; Andrew
tendría el futuro que él no podía tener. Pero sabía que al
final acabaría por aceptarlo.
—Deberíamos irnos —dijo Neil, porque no quería seguir
pensando en ello—. No le cuentes nada de esto a Andrew.
—No puedo contárselo —dijo él—. No respetaría tu
decisión.
Neil echó a andar hacia la puerta, pero Kevin lo detuvo
con una mano en el hombro.
—Neil.
Aquel nombre estaba cargado de amargura, pero también
era una promesa. Se reconstruyó a sí mismo pieza a pieza y
salió tras Kevin de la Madriguera.
Por primera vez en su vida, Neil no pensaba en el futuro.
Dejó de contar los días hasta el partido contra los Cuervos
y empezó a ver y leer menos las noticias. Volcaba toda su
energía en los entrenamientos, conseguía no dormirse en la
mayoría de sus clases y se repartía entre sus compañeros
de equipo como mejor podía. Hacía los trayectos hacia y
desde el estadio con el grupo de Andrew y pasaba casi
todas las noches con Kevin y Andrew, así que las tardes las
guardaba para los veteranos.
Sabía cosas de ellos que nunca antes se había molestado
en aprender sobre nadie. El nombre que le habían puesto a
Renee al nacer era Natalie; su madre adoptiva se lo había
cambiado al sacarla del sistema de acogida. Su madre era
la razón de que tanto ella como Dan estuvieran en la
Estatal de Palmetto. Stephanie Walker era una reportera
que había fingido entrevistar a Wymack con la intención de
convencerlo de que fichara a Renee. Wymack había ido a
Dakota del Norte durante el campeonato de primavera para
ver al equipo de Renee enfrentarse a sus mayores rivales.
Dan resultó ser la capitana del equipo contrario y había
impresionado a Wymack con su ferocidad. Aquel mismo fin
de semana, las fichó a ambas.
—Fue horrible —admitió Dan cuando Renee le contó la
historia a Neil—. Me parecía increíble que el entrenador
esperara que nos lleváramos bien, sobre todo porque su
equipo había eliminado al mío del campeonato en mi último
año.
—Se lo tomó muy a pecho —dijo Renee con una sonrisa
llena de cariño.
A Neil le costaba imaginar una época en la que no
hubieran sido amigas.
—Al final lo superaste.
—No tuve otra opción —dijo Dan—. Los Zorros no querían
chicas en su equipo y sobre todo no querían a una capitana.
—Teníamos que enfrentarnos a ellos como un frente
unido —dijo Renee, señalándose a sí misma, a Dan y a
Allison—. Era la única manera de sobrevivir. Nuestra
amistad era una farsa que empezaba y acababa en la
puerta de nuestra habitación. Tardamos casi un año en
darnos cuenta de que habíamos dejado de fingir.
—Yo no me di cuenta hasta verano —dijo Dan—, cuando
estaba hablando con las chicas de la temporada.
«Las chicas» eran sus hermanas de escenario. Dan,
también conocida como Hennessey, había conseguido un
carné de identidad falso cuando estaba en el instituto para
poder trabajar como bailarina de striptease en un pueblo
cercano. El horario cuadraba bien con sus clases y con los
entrenamientos de exy y le proporcionaba el dinero que
necesitaba. Su tía estaba en el paro y tenía que quedarse
en casa con su bebé recién nacido. Dan había tenido que
mantenerlos a los tres. Según ella, había dejado de hablar
con su tía en cuanto se mudó, pero mantenía el contacto
con sus antiguas compañeras de trabajo. Decían que
estaban esperando a que se convirtiera en una estrella del
deporte.
Fue así como Neil descubrió que Dan no quería jugar en
las ligas profesionales después de la universidad. Quería
ser entrenadora y planeaba hacerse con la Madriguera
cuando Wymack se retirara en un futuro. Su intención era
mantener los parámetros de los fichajes en su ausencia.
Matt apoyaba la idea al cien por cien.
Matt presentaba un contraste interesante al pasado de
penurias económicas de Dan: era el hijo rico y bien
educado de una boxeadora profesional y un cirujano
plástico de renombre. Sus padres se separaron hacía años,
en parte debido a las incontables infidelidades de su padre,
pero no estaban divorciados oficialmente. Matt había
crecido viviendo con su padre, ya que el trabajo de su
madre hacía que estuviera de viaje muy a menudo. Cuando
hablaba de su padre, Matt no tenía mucho que decir, pero
podía pasarse horas parloteando sobre su madre. Para él
era su ídolo y Neil se dio cuenta de que escuchar sus
historias era tan interesante como doloroso. Cuando Matt
le habló de las carreras de aceleración que hacían durante
las vacaciones de verano, Neil recordó el sonido del
cadáver de su madre al intentar separarlo del asiento de
vinilo.
Dos semanas después del banquete, Allison empezó a
dirigirle la palabra de nuevo. Neil aún no había encontrado
la manera de disculparse con ella, ni siquiera sabía si debía
disculparse o no, cuando Allison rompió el silencio. Estaba
cenando en el centro con los veteranos cuando le pidió que
le pasara el kétchup. La sorpresa casi hizo que a Neil se le
cayera la hamburguesa y le pasó la botella tan rápido como
pudo. Pasaron varios días antes de que volviera a hablarle
del todo, pero su presencia helada empezó a atemperarse.
Neil la vio incluso sonreír con uno de los chistes guarros de
Matt. Su duelo no había terminado ni por asomo, pero
empezaba a aprender a estar bien.
Neil deseaba tener algo que ofrecer a cambio de su
amistad y la confianza que le entregaban sin reparos, pero
él no podía compartir nada sobre sí mismo sin ponerlos en
peligro. Nunca lo presionaban, pero tardó semanas en
darse cuenta de que no les hacía falta. Nunca buscaban sus
secretos; se conformaban con las migajas de sinceridad de
la vida cotidiana. Sabían que odiaba la verdura, pero le
encantaba la fruta, que su color favorito era el gris y que
no le gustaban las películas o la música con el volumen
alto. Eran cosas que Neil solo comprendía en términos de
supervivencia, pero sus compañeros acumulaban aquella
información como si estuviera hecha de oro.
Estaban montando a Neil pieza a pieza hasta crear a una
persona real alrededor de sus mentiras. Encontraban las
cosas que ningún disfraz podía transformar. Nada de lo que
descubrían podía cambiar el resultado final de aquel año o
indicarles quién era en realidad, pero aun así resultaba
aterrador. Por suerte, se acercaban los parciales, por lo que
Neil tendría una excusa para alejarse de ellos poco a poco.
La biblioteca parecía un refugio seguro, ya que tenía
cuatro plantas y doscientos pasillos en los que esconderse,
pero él no era el único que tenía exámenes. Estaba saliendo
de la cafetería de la biblioteca con una taza de cafeína más
que necesaria cuando se encontró con Aaron y Katelyn.
Este se detuvo en cuanto lo vio y pareció casi ofendido por
su presencia, pero Katelyn lo saludó con una sonrisa.
—Hola, Neil —dijo, tendiéndole una mano—. Creo que no
nos han presentado.
Neil se pasó el café a la mano izquierda para poder darle
un apretón de manos rápido.
—No, pero te he visto en los partidos. Eres Katelyn,
¿verdad? Estás en las Raposas.
Parecía contenta de que la hubiera reconocido, pero
Aaron aún tenía aquella expresión contrariada. Neil no lo
culpaba. Aaron y Katelyn siempre se buscaban el uno al
otro con la mirada durante los partidos, pero Aaron nunca
se acercaba a las animadoras. Aquella era la primera vez
que Neil los veía tan cerca el uno del otro. Puede que Aaron
estuviera por fin dando el paso que todos sus compañeros
esperaban que diera. Iban de la mano, así que la cosa debía
de estar yendo bien.
Aaron se percató de hacia dónde estaba mirando Neil,
porque su voz era fría cuando dijo:
—Adiós.
Katelyn se apoyó contra él en un gesto de reproche, pero
Neil los pasó de largo sin quejarse. Apenas había dado un
par de pasos antes de que la curiosidad le hiciera echar la
vista atrás. Katelyn y Aaron estaban absortos haciendo la
cola para la cafetería. Ella estaba apoyada contra él. Era un
par de centímetros más alta, pero aun así encajaba a su
lado a la perfección. Resultaba sorprendente lo cómodos
que parecían teniendo en cuenta que siempre se evitaban
mutuamente en los partidos. Neil habría esperado que los
primeros pasos fueran algo más incómodos.
—¿Tan interesante te parece el café?
Se preguntó si los Zorros le habían puesto un chip
rastreador y se giró hacia Nicky. Estaba en la parte
superior de las escaleras, con la mochila colgando de un
codo y los brazos cargados de revistas.
—La verdad es que no —dijo, pero Nicky se detuvo a su
lado y miró hacia la cafetería.
Neil se preparó para una reacción emocionada o un
discurso triunfante sobre todas las apuestas que acababa
de ganar. Lo que no esperaba era que Nicky asintiera en
señal de aprobación.
—Muy listos escogiendo la biblioteca para liarse —dijo.
Agarró a Neil por el hombro y lo apartó de la cafetería—.
Andrew dice que los libros le dan alergia, así que no viene
por aquí a no ser que Kevin lo obligue. Estarán a salvo al
menos durante una semana más. Haznos un favor a todos y
no lo menciones, ¿quieres?
—Pensaba que no estaban saliendo —dijo Neil, buscando
un lugar para sentarse a estudiar.
—Oficialmente, no. —Nicky lo siguió sin que lo invitara—.
Aaron es demasiado listo como para pedirle salir y por
ahora Katelyn está dispuesta a esperar. No sé si aguantará
hasta la graduación y sé que no es justo pedírselo, pero
espero que lo consiga. Hacen buena pareja, ¿no crees?
—No sabría decirte.
Encontró un sitio vacío y dejó sus cosas. Nicky enseguida
repartió sus revistas sobre tres cuartos de la mesa. Neil
apartó un par de ellas de su espacio y se sentó. Temía no
poder hacer nada con alguien tan parlanchín como Nicky al
lado, pero se sorprendió al ver lo concentrado que estaba
este en su propio proyecto. Lo que Neil había supuesto que
eran lecturas de entretenimiento resultaron ser materiales
para una de sus clases de marketing. Trabajaron en
silencio durante casi veinte minutos antes de que Nicky
hablara otra vez.
—Andrew la odia, ¿sabes?
Neil tardó un segundo en entender de qué estaba
hablando. Tenía la cabeza llena de números; estaba
trabajando en un cuadernillo de seis páginas de ecuaciones
matemáticas. Pero Nicky lo dijo como si no hubiera dejado
de pensar en Aaron y en Katelyn en todo el rato. Neil
estuvo a punto de no decir nada, porque repasar las
ecuaciones le parecía más importante que la posible
relación de Aaron, pero una declaración como aquella era
difícil de ignorar.
—¿Por qué? —preguntó.
—Porque a Aaron le gusta —respondió él, como si fuera
evidente.
—Si no me falla la memoria, Andrew también detesta a
Aaron.
—Exacto. —Nicky cerró la revista y miró hacia atrás en
busca de alguno de sus primos. Se inclinó sobre la mesa
hacia Neil—. A Andrew no le entusiasma la idea de que
Aaron sea feliz, ¿comprendes? Así que, si a Aaron le gusta
Katelyn, Andrew no quiere que esté con ella. Puede que
sonría todo el tiempo, pero en realidad es como un chiquillo
despechado.
—No tiene sentido —dijo Neil.
—Es complicado —respondió Nicky, frotándose la nuca y
recostándose en su asiento—. La última vez no entré en
detalles porque no es asunto de Dan ni de Matt, pero tú
eres de la familia, así que a ti te lo puedo contar. —Volvió a
mirar hacia atrás—. Os dije que la tía Tilda dio a Andrew en
adopción, ¿no? Pues eso es solo la mitad de la historia. La
verdad es que al principio los abandonó a los dos. Una
semana después cambió de idea.
—¿Eso se puede hacer?
—El sistema es comprensivo con los momentos de pánico
y te deja arrepentirte. —Nicky hizo una mueca incómoda—.
No tuvo que dar su nombre en recepción, pero tuvo que
llevarse unas pulseras identificativas que señalaban qué
niños eran suyos, por si acaso. Mientras no tardara mucho
en volver, podía recuperar a sus bebés.
»La tía Tilda se sentía culpable por haber abandonado a
sus hijos, pero no lo bastante como para recuperarlos a
ambos. Solo podía hacerse cargo de uno, o al menos eso
fue lo que le dijo a mi padre cuando él se enteró de la
existencia de Andrew. No sé cómo escogió a quién
recuperar. ¿Fue por orden alfabético, Aaron antes que
Andrew, o metió la mano en el cajón y agarró la primera
pulsera que encontró?
Nicky se quedó en silencio durante un momento,
pensando en ello. Se pasó una mano por la frente antes de
continuar.
—Los dos tenían un cincuenta por ciento de
probabilidades de perder. ¡Ja! —Nicky sonrió sin una pizca
de humor—. Supongo que los dos tuvieron mala suerte.
Andrew entró en el sistema de acogida y Aaron se convirtió
en el vivo recuerdo del fracaso y la culpa de la tía Tilda.
Ella intentaba lidiar con Aaron lo mínimo posible, al menos
hasta que Andrew llegó de nuevo a sus vidas. Fue entonces
cuando Aaron dijo que empezó a comportarse de manera
violenta en lugar de simplemente ignorarlo.
—¿Ellos saben que los abandonó a ambos? —preguntó
Neil.
—Cuando la madre de acogida de Andrew llamó para
organizar el encuentro entre ellos, le preguntó a Tilda
cómo era que solo uno había acabado en el sistema. Mi tía
se lo dijo y Aaron lo escuchó desde el otro teléfono. —Nicky
hizo un gesto hacia arriba como indicando el dormitorio de
Tilda—. No tengo ni idea de por qué la familia de acogida
de Andrew decidió contárselo, pero él también lo sabe.
Creo que por eso se negó a hablar con su hermano cuando
Aaron le escribió. Estaba cabreado y con razón, pienso yo.
—Pero Aaron no tiene la culpa —dijo Neil—. Fue su
madre quien tomó la decisión.
—Así es Andrew: un sinsentido desde que nació. —Nicky
alzó las manos en un gesto de impotencia—. Encontrar a
Andrew fue un punto de inflexión para Aaron de la peor
manera posible. La tía Tilda lo obligó a mudarse al otro
lado del país, comenzó a beber más que nunca y empezó a
levantarle la mano. El trauma hizo que empezara a meterse
en problemas en una muestra de rebeldía. Tomaba drogas
que le robaba a su madre, se metía en peleas en el colegio
y, en general, se convirtió en un capullo. Mi madre me lo
contó en sus cartas mientras yo estaba en Alemania porque
estaba preocupada por él. Lo único bueno que hizo Aaron
en Carolina del Sur fue jugar al exy y solo se apuntó para
poder pasar menos tiempo en casa con Tilda.
»Entonces papá se enteró de la existencia de Andrew y
empezó su campaña para que volviera a casa. Ya os lo
conté, ¿no? Le dio la lata a mi tía hasta que accedió a
acoger a Andrew y después habló con el juez, con los
servicios sociales y con su última familia de acogida.
Conoció a Andrew, que al parecer no tenía ningún interés
en un reencuentro triunfal con su madre, y le presentó a
Aaron. Fue ahí cuando todo comenzó de verdad. De repente
Andrew estaba motivado. Empezó a portarse bien y a no
pasarse mucho de la raya y salió con la condicional
anticipada en apenas un año.
—Andrew decidió que quería un hermano después de
todo —dijo Neil—. ¿Por qué se torcieron las cosas
entonces?
—Porque la tía Tilda murió y Aaron le echó la culpa a
Andrew.
—¿La mató él?
Nicky le hizo un gesto para que bajara el volumen, a
pesar de que era él quien hablaba más alto de los dos.
—La noche que murió, Aaron y su madre se pelearon. Fue
así como mis padres se enteraron por fin de que Tilda le
estaba pegando. Aaron se presentó en su casa lleno de
cortes y moratones. Mi padre llamó a mi tía para que
viniera a hablar las cosas, pero ella no se quedó mucho
rato. Recogió a Aaron y se fueron. No llegaron a casa. Se
salió de la carretera y acabó en el carril contrario sin el
cinturón puesto.
Nicky se removió en el asiento, con aspecto de estar
incómodo.
—No era Aaron quien iba en el coche con ella. Aaron
estaba suplantando a Andrew en un grupo de estudio. Eso
era antes de la medicación, así que les resultaba fácil
intercambiarse. No sabía por qué Andrew se lo había
pedido hasta que la policía lo llamó. A día de hoy aún no sé
qué fue lo que pasó de verdad. Si la tía Tilda entró en
pánico al darse cuenta de cuál de sus hijos iba en el coche
o si se estaban peleando o si fue intencionado, pero…
»Puede que Aaron no se llevara bien con ella, pero era su
madre, ¿sabes? Y nunca tuvo la oportunidad de arreglar las
cosas con ella, no pudo llegar a comprender por qué era
como era o por qué hizo lo que hizo con ellos. Aaron no es
capaz de aceptar que ya no está. La echa de menos. Y no es
capaz de perdonar a Andrew, mientras que Andrew no
entiende o no le importa por qué Aaron está sufriendo.
Están estancados.
Neil comprendía la situación de Aaron. Su madre y él
tenían muchos problemas debido al pasado de ella y a lo
terrorífica que había sido la infancia de Neil. Al final había
llegado a preguntarse si habían aguantado juntos por amor
o por supervivencia. Ahora que sabía que había huido para
protegerlo, su perspectiva estaba alterada, pero se había
pasado la mitad de su vida despreciándola con una
intensidad violenta. A pesar de ello, su pérdida había sido
lo peor que le había pasado nunca.
No podía decir eso porque sus compañeros pensaban que
sus padres estaban vivos e ilesos, así que se decantó por la
otra conclusión interesante que sacaba de la historia de
Nicky. Habló despacio, permitiéndose el tiempo necesario
para pensar y para limpiar el dolor de su voz.
—A Andrew le importaba. Por eso se torció todo.
Nicky se lo quedó mirando.
—¿Qué?
—Andrew volvió a casa por Aaron, ¿no? Seguro que no
tardó en darse cuenta de que estaba hecho mierda y vio
que el origen de sus problemas era su madre. Puede que no
la matara por abandonarlo. Quizás lo hizo para proteger a
Aaron.
Nicky parecía escéptico.
—Es una suposición bastante gorda, Neil.
—¿Tú crees? —preguntó Neil—. ¿Recuerdas lo que hizo
que Andrew acabara teniendo que medicarse?
—Sí —dijo y se quedó en silencio, pensando en ello.
En Columbia, Nicky solía trabajar en Eden's Twilight.
Una noche, durante su rato de descanso, cuatro hombres
decidieron intentar curarle la homosexualidad a golpes.
Andrew intervino para proteger a su primo, pero se pasó.
Una cosa era unirse a la pelea y otra muy distinta
enzarzarse hasta dejarlos inconscientes y desangrándose
en el suelo. Los habría matado si el portero de la discoteca
no lo hubiera detenido. La prensa se volvió loca; Neil lo
había leído mientras investigaba a los Zorros.
—Tilda le estaba haciendo daño a Aaron y Andrew
intervino
—dijo
Neil—.
Aaron
debería
habérselo
agradecido, pero lloró su pérdida como si no le importara
lo que ella les había hecho a ambos. Se puso de su parte.
—¿De verdad lo crees?
—Yo le veo el sentido —dijo Neil. Explicaría incluso por
qué Andrew odiaba a Katelyn, aunque no sabía por qué
interpretación decantarse: que Andrew no iba a permitir
que otra mujer se interpusiera entre ellos, o que aún estaba
castigando a Aaron por escoger el bando equivocado hacía
tres años—. Imagino que nunca han hablado de las
circunstancias de su muerte.
—No desde que yo llegué y eso fue el día del funeral de
Tilda —dijo Nicky—. Ni siquiera hablan de cosas sin
importancia. No los veo yo teniendo una conversación seria
sobre las intenciones de Andrew en un futuro cercano.
Nicky apoyó el codo en la mesa y enterró la cara en la
mano. Aquella expresión derrotista resultaba antinatural en
su rostro y hacía que aparentara su edad por primera vez.
Neil casi había olvidado que les sacaba varios años a sus
primos. Estaba en el mismo curso que ellos, pero era el
jugador más mayor del equipo después de Renee.
—Cuando el entrenador me ofreció un puesto en el
equipo lo acepté para poder arreglar todo esto —dijo
Nicky—. Pensé que con más tiempo podría enseñarles cómo
volver a ser hermanos. Y no es que me esté rindiendo, ni
por asomo, pero a estas alturas me he dado cuenta de que
no puedo arreglarlo solo. Odio tener que decirlo, pero ojalá
Renee diera el paso de una vez.
Neil no tenía ni idea de cómo habían pasado de hablar de
un homicidio a hablar de Renee. Reprodujo los últimos
segundos de la conversación en su cabeza, pero acabó por
rendirse.
—¿Qué? —preguntó—. Pensaba que no te caía bien.
Nicky se puso derecho en un instante, como si Neil lo
hubiera golpeado.
—¿A quién no le cae bien Renee?
Neil casi se puso a sí mismo como ejemplo, pero no
quería desviar aún más la conversación.
—A nadie le parece bien que sea amiga de Andrew —se
corrigió.
—No es por malmeter contra mi primo, pero todo el
mundo sabe que no es lo bastante bueno para ella. En un
mundo perfecto, Renee acabaría con un chavalín cristiano
de buen corazón dispuesto a invertir en sus proyectos
benéficos y que la adoraría a muerte. En el mundo en que
vivimos le ha echado el ojo a Andrew. Me gustaría
intervenir por su bien, pero empiezo a estar desesperado.
Andrew necesita algo que lo distraiga de sus problemas.
Neil recordó la conversación con Kevin de hace un par de
semanas.
—¿Qué hay del exy?
—Ahora hablas como Kevin. —Nicky se frotó las sienes
como si intentara evitar un dolor de cabeza—. El exy no es
una opción, ¿vale? Puedes amar el exy con toda tu alma,
pero nunca será un amor correspondido.
Debería dejarlo estar, pero habló antes de poder
contenerse.
—¿Y qué?
—Dios de mi vida. —Nicky parecía dividido entre el
horror y la pena—. ¿En serio? Eso es probablemente lo más
triste que he oído en mi vida.
No tendría que haber dicho nada.
—Tengo que estudiar.
—Ni se te ocurra. —Nicky le arrebató el cuadernillo de
matemáticas y lo dejó caer al suelo junto a su silla—.
Escúchame bien. Una cosa es estar obsesionado y otra es
ser tener una relación disfuncional con algo. No puedes
dejar que el exy lo sea todo para ti. Esto no es eterno,
¿sabes? Tendrás tu momento de gloria y después te
retirarás, ¿y entonces qué? ¿Piensas pasarte el resto de tu
vida a solas con tus trofeos?
—Déjalo ya —dijo Neil.
Puede que Nicky percibiera la advertencia en su voz,
porque relajó el tono.
—Esto no puede ser lo único en tu vida, Neil. No es
suficiente. Podríamos ir a Columbia un día, los dos solos, y
haré que Roland te presente a gente. Tiene un montón de
amigos geniales. A estas alturas ya ni me importa si es una
chica mientras que…
—¿Por qué no te gustan las chicas?
Nicky pareció sorprendido por la interrupción, pero se
recuperó enseguida e hizo una mueca.
—Son demasiado suaves.
Neil pensó en los nudillos amoratados de Renee, en el
espíritu feroz de Dan, en Allison aguantando sobre la
cancha tan solo una semana después de la muerte de Seth.
Pensó en su madre de pie e inquebrantable frente a la
violencia iracunda de su padre y en la forma en que dejaba
un rastro de cuerpos tras de sí sin piedad alguna.
—Algunas de las personas más duras que conozco son
mujeres —se vio obligado a decir.
—¿Qué? Oh, no —se apresuró a aclarar Nicky—. Lo digo
literalmente. Son demasiado suaves, con demasiadas
curvas, ¿entiendes? Me da la sensación de que se me
escurrirían las manos. No me pone nada. A mí me gusta…
—Dibujó un cuadrado en el aire con los dedos mientras
buscaba las palabras—. Erik. Erik es perfecto. Es un loco
de los deportes al aire libre: escalada, senderismo, ciclismo
de montaña, todas esas cosas que se hacen en el campo
infestado de bichos. Pero madre mía, el cuerpo que tiene es
para flipar. Está cuadrado. —Dibujó la forma en el aire de
nuevo—. Es más fuerte que yo y eso me gusta. Me hace
sentir como si pudiera apoyarme en él para siempre y él me
aguantaría sin sudar ni una gota.
Una sonrisa lenta y complacida se extendió por su rostro
mientras pensaba en su novio a larga distancia. Era una
expresión más reservada de lo que Neil estaba
acostumbrado a ver en él. Hizo que se preguntara si Nicky
era de verdad tan extrovertido o si lo exageraba para
compensar la antipatía de sus primos.
—Es curioso —dijo Nicky—. Los chicos así no solían ser
mi tipo para nada. De todos los chicos que me gustaron
cuando era más joven, ninguno era como Erik. Puede que
sea por eso que ninguno fue capaz de ayudarme. —Colocó
las manos con las palmas hacia arriba sobre la mesa y se
quedó mirándolas—. Mis padres están un poco locos,
¿sabes? Está la gente religiosa y luego los religiosos
psicópatas. Renee y yo somos de los normales, creo yo. No
vamos a la misma iglesia ni tenemos exactamente las
mismas ideas, pero nos respetamos el uno al otro de todas
formas. Ambos comprendemos que la religión es solo una
interpretación de la fe. Pero mis padres son de esos locos
que solo creen en blanco y negro. Para ellos solo existe el
bien y el mal: la perdición, el infierno y el juicio del
Todopoderoso.
»A pesar de todo, intenté salir del armario con ellos, no
sé por qué —continuó Nicky—. A mi madre le afectó mucho.
Se encerró en su dormitorio y se pasó días llorando y
rezando. Papá optó por la vía más directa y me mandó a un
campamento cristiano para gais. Me pasé un año
aprendiendo que el demonio me había infectado con una
idea asquerosa, que mi propia existencia ponía a prueba a
todos los buenos cristianos del mundo. Intentaron usar a
Dios para que me avergonzara hasta volverme hetero.
»No funcionó. Hubo un tiempo en el que deseé que
hubiera funcionado. Volví a casa sintiéndome una
abominación y un fracasado. No podía presentarme así ante
mis padres, así que mentí. Fingí ser hetero lo que quedaba
de instituto. Incluso salí con algunas chicas. Besé a un par
de ellas, pero usaba mi fe como excusa para no llegar
nunca demasiado lejos. Sabía que solo tenía que aguantar
hasta graduarme.
»Odiaba mi vida. No era capaz, ¿sabes? No podía vivir
una mentira día tras día. Sentía que estaba atrapado.
Algunos días pensaba que Dios me había abandonado; otros
que había sido yo quien le había fallado a Él. A mediados de
mi penúltimo año empecé a pensar en suicidarme. Fue
entonces cuando mi profesora de alemán me habló de un
programa para estudiar en el extranjero. Dijo que ella lo
organizaría todo si mis padres me daban permiso para ir.
Dijo que haría el papeleo y me buscaría una familia con la
que quedarme y todo. Iba a ser caro, pero pensó que me
vendría bien un cambio de aires. Supongo que se dio
cuenta de que estaba pendiendo de un hilo.
»Pensé que mis padres no aceptarían, pero estaban tan
orgullosos de mí por mi supuesta recuperación que
accedieron a dejarme ir en el último curso. Solo tenía que
aguantar un semestre y podría marcharme. Estaba tan
desesperado por largarme que apenas presté atención
cuando Aaron y la tía Tilda se mudaron a Columbia en
primavera. Solo podía pensar en aguantar hasta mayo.
Ahora sé que debería haberlo hecho mejor, pero no habría
podido ayudar a Aaron estando como estaba.
»Cuando el avión despegó de Columbia, estaba cagado de
miedo. Dejar atrás a mis padres y a todos los demás era un
alivio, pero no sabía si las cosas serían diferentes en
Alemania. Al aterrizar, el hijo de la familia con la que iba a
quedarme me estaba esperando en el aeropuerto. Erik
Klose —dijo Nicky, pronunciando el nombre como si lo
dijera por primera vez—. Él me enseñó a creer en mí
mismo. Me demostró que podía encontrar un equilibrio
entre mi orientación y mi fe. Hizo que volviera a estar bien.
Ya sé que suena muy dramático, pero me salvó la vida.
Nicky giró las manos y enlazó los dedos de ambas.
Entonces miró a Neil con los ojos tan cargados de consuelo
y de preocupación que este sintió la necesidad de
apartarse.
—Eso es el amor, ¿lo comprendes? Por eso el exy nunca
será suficiente, ni para Andrew, ni para ti, ni para nadie. No
puede prestarte apoyo, no hará que seas más fuerte o te
convertirá en una mejor persona.
—Vale.
Nicky no parecía impresionado con su respuesta neutral.
—No soy ningún coco, pero tampoco soy tonto. Ya me he
dado cuenta de que tienes la misma habilidad para confiar
en la gente que un gato callejero, pero tarde o temprano
tendrás que dejar que alguien se acerque.
—¿Puedo estudiar de una vez?
Nicky recogió su cuadernillo de matemáticas del suelo,
pero lo sostuvo fuera de su alcance.
—Te toca. ¿Por qué no te gustan las chicas?
—No es que no me gusten —dijo Neil, pero Nicky emitió
un bufido de incredulidad.
Neil recordó los puños de su madre impactando contra su
cuerpo y los tirones en el pelo. Le repitió mil veces que las
chicas eran un peligro. Dijo que se colaban en la mente de
los hombres, bajo la piel. Hacían que quisieras cambiar el
mundo, empezando por ti mismo. Lo abrirían en canal y le
sacarían todos sus secretos. Puede que sus intenciones
fueran buenas, pero solo conseguirían que acabaran
muertos.
—Es complicado —dijo, al fin—. Deja de distraerme.
—Al menos prométeme que lo pensarás.
—Lo prometo —dijo Neil.
—Eres un mentiroso sin vergüenza —bufó Nicky y le pasó
el cuadernillo.
Neil miró el reloj, hizo una mueca al ver cuánto tiempo
habían malgastado y retomó la ecuación que había estado
haciendo. Nicky refunfuñó un poco por lo bajo mientras
reorganizaba sus apuntes, pero se calló en cuanto empezó
a trabajar. Neil apartó la conversación de su mente para
poder concentrarse. En un par de minutos la había olvidado
del todo y con suerte no volvería a recordarla.
Volvió a pensar en ello durante el entrenamiento al ver a
Andrew y a Renee. Estaban juntos al lado de la portería y
Andrew estaba gesticulando de forma animada mientras
hablaban de cualquier cosa. Neil los observó durante más
tiempo del que pretendía y recordó las palabras de Nicky.
No tenía sentido pensar demasiado en ello sabiendo cómo
iba a terminar el año, pero por un momento no pudo evitar
preguntarse cómo sería. Pensó en la historia de Nicky y en
cómo había conocido a Erik justo a tiempo. Nicky había
estado pendiendo de un hilo, pero Erik era lo bastante
fuerte como para mantenerlo en pie. Solo había una
persona en el mundo lo bastante fuerte como para
aguantar todos los problemas de Neil y estaba muerta. No
querría imponerle aquel desastre a nadie más.
Pero lo cierto era que ya había empezado a compartir
aquel peso, aunque fuera en contra de su voluntad. Había
dividido sus secretos entre Kevin y Andrew. Kevin había
reaccionado de la manera que Neil esperaba de cualquiera
que descubriese la verdad: horrorizado y exigiendo que
Neil se marchara de inmediato. Andrew, sin embargo, se
había limitado a asentir y le había pedido que se quedara.
No se echó atrás cuando Neil habló de asesinatos y le dio la
llave de su casa.
Pero eso no contaba, porque Andrew era Andrew, y
aquello era lo último en lo que debería estar pensando.
Volvió a centrarse en lo que estaba haciendo y se prometió
a sí mismo no volver a escuchar nunca a Nicky.
CAPÍTULO OCHO
Octubre llegó sin previo aviso. Neil era consciente de que
el partido contra los Cuervos se acercaba, pero aun así se
sorprendió al descubrir que hacía una semana que el mes
había empezado. Solo faltaban seis días para el partido.
Si los Zorros hubieran jugado una temporada ordinaria,
quizás aquel enfrentamiento no habría atraído tanta
atención, incluso con Kevin en el equipo. Sin embargo, este
año habían batido su récord con seis victorias y solo una
derrota. El único partido que habían perdido fue el
primero, contra el Breckenridge. Tres de ellos los habían
ganado por los pelos, pero una victoria era una victoria sin
importar el cómo. Los Zorros estaban más unidos y eran
más fuertes con cada semana que pasaba. Nadie esperaba
que vencieran contra los Cuervos, pero estaba claro que
iban a dar guerra.
La Madriguera no tenía espacio suficiente para la
multitud que sin duda acudiría al partido, así que la
universidad vendió entradas con descuento para el estadio
de baloncesto y prometió televisar el encuentro en las
pantallas del marcador.
La Universidad Estatal de Palmetto se pasó la segunda
semana del mes acicalándose y preparando el campus para
su día de celebridad. Los jardineros podaron cada
centímetro de césped, los limpiadores vaciaron y fregaron
el fondo del estanque artificial frente a la biblioteca. La
universidad animó a los clubes de estudiantes a diseñar
pancartas y colgarlas por todas partes. Rocky el Zorro se
pasó horas paseando por el campus cada día y se asomó a
las aulas para enardecer a los alumnos. Las Raposas se
instalaron en el anfiteatro y repartieron tatuajes
temporales y huellas de zorro de gomaespuma.
Había un evento diferente todas las noches hasta el
viernes. El coro y la banda de jazz de la universidad
ofrecieron conciertos gratuitos a las afueras del estadio el
lunes. El setenta por ciento del alumnado se vistió de
naranja el martes por el Día Naranja. El miércoles, el Día
Blanco consiguió una participación aún mayor. El jueves
tuvo lugar una congregación en honor al equipo, a la cual
los Zorros estaban obligados a asistir. Varios miles de
estudiantes acudieron a animarlos y celebrar una gran
fiesta. Había cámaras de televisión dedicadas a grabar el
acto y recoger comentarios por parte de los miembros del
equipo. Wymack no dejó que Neil se acercara al micrófono
porque no confiaba en su habilidad para comportarse.
Fue el jueves cuando Dan empezó a perder la calma.
Aquel era su cuarto año como capitana. Había sufrido
abusos verbales y un odio ardiente desde el principio. Ver a
la gente apoyándola por fin a ella y a su equipo hizo mella
en su fortaleza. De cara a las cámaras se mantuvo firme,
pero la noche del jueves la pasó en la cama de Matt.
Conforme crecía la emoción del alumnado, también lo
hacía el nerviosismo de los Zorros y la tensión durante los
entrenamientos de la semana amenazaba con sofocarlos.
Para cuando llegó el viernes, estaban muertos de nervios.
Andrew era el único que permanecía impasible. Hacía
rebotar la pelota en las paredes y acosaba a sus
compañeros sin piedad. Kevin, por el contrario, no dijo ni
una palabra en todo el entrenamiento del viernes por la
mañana.
Aquel día el tráfico sería incontrolable, sin importar la
cantidad de ayuda externa con la que contara la policía del
campus. Wymack firmó los permisos para que los Zorros se
saltaran las clases de la tarde y los convocó en el estadio a
las tres. El partido no empezaría hasta dentro de cuatro
horas, pero quería protegerlos de la locura que se había
apoderado del campus. Dan encendió la televisión e hizo
zapping hasta encontrar una película. Aaron y Matt se
fueron al recibidor a hacer sus deberes en paz. Neil y Kevin
entraron en el círculo interno y se sentaron en el banquillo
de los Zorros en silencio.
A las cinco y media Wymack pidió comida suficiente como
para alimentar a un pequeño ejército. El equipo se sentó en
un círculo a comer, pero nadie habló. Solo cuando estaban
tirando la basura fueron capaces de mirarse los unos a los
otros. Dan sacó la lista de jugadores de los Cuervos y
empezó a repasarla, pero a estas alturas los Zorros ya se
sabían sus nombres y sus números de memoria. Llevaban
semanas estudiando la alineación de los Cuervos para
hacerse una idea de cómo jugaban sus rivales y buscar
cualquier punto débil que pudieran aprovechar. No habían
encontrado ninguno. La única muesca en la armadura de
los Cuervos era la ausencia de Kevin.
Este había intentado explicar la sincronía de los Cuervos
a principios de semana, pero Neil casi deseaba poder
olvidarlo. Los jugadores acudían a la Universidad Edgar
Allan con un único objetivo: jugar al exy. Todos los
deportistas fichados por el entrenador Moriyama debían
cumplir sus expectativas de firmar con un equipo
profesional cuando se graduaran. Los estudios eran algo
secundario para ellos. Todos estaban matriculados en la
misma carrera e iban a clase juntos en grupos de tres o
cuatro. No tenían permitido ir a ninguna parte si no iban
acompañados de al menos otro jugador. No tenían
permitido socializar con nadie de fuera del equipo.
Ni siquiera vivían en la residencia de estudiantes, pero
tampoco donde todo el mundo pensaba. La Edgar Allan era
una universidad más pequeña que la Estatal de Palmetto,
con menos deportes y más programas artísticos. Una de las
ventajas era el alojamiento en base a los intereses del
estudiante en lugar de en residencias comunes. Las
sororidades, hermandades y los clubes de estudiantes más
numerosos podían solicitar alojamientos especiales. El
equipo de exy tenía su propia casa, pero solo dormían allí
cuando querían mantener las apariencias.
Había un motivo por el cual el Evermore estaba fuera del
campus. Pertenecía a la Edgar Allan, pero también era el
estadio oficial de la selección nacional. Debido a su doble
funcionalidad, el Evermore tenía instalaciones extra: torres
para famosos y el CRRE, palcos para invitados especiales y
dormitorios para los equipos visitantes. Estos últimos
estaban bajo tierra, situados debajo de la cancha, y era allí
donde vivían los Cuervos. Riko y Kevin habían crecido allí.
Cuando no estaban en clase, los Cuervos debían estar en
el Evermore. Su dedicación al exy era mayor que la que
cualquier otro equipo podía o quería tener. La intensidad
de su estilo de vida, la integración forzada y los castigos
despiadados los situaban a un nivel completamente
diferente al de sus oponentes. En resumen, eran todo lo
contrario a la concepción que los Zorros tenían del mundo
y de sí mismos. El partido de aquella noche enfrentaría a
una mente colmena contra un grupo de marginados hecho
pedazos.
A falta de una hora para el saque, los guardias de
seguridad abrieron las puertas y empezaron a dejar entrar
a la multitud. Neil creyó sentir cómo el estadio vibraba bajo
miles de pares de pisadas. Se cambió con el murmullo
distante de voces emocionadas y se reunió con su equipo
en el recibidor. Wymack ya había sacado el carrito de las
raquetas. Kevin abrió las carcasas de las suyas y enredó los
dedos en las redes.
—¿Puedes hacerlo, Kevin? —preguntó Abby, examinando
su rostro en busca de algún indicio de que se encontraba
bien—. ¿Puedes jugar?
—Mientras respire, puedo jugar —respondió Kevin—.
Este partido también es mío.
—Sabias palabras. —Wymack les pidió que se colocaran
en posición con un gesto—. De la línea ofensiva quiero una
cifra de dos dígitos en el marcador. Kevin, tú conoces su
defensa mejor que nadie y no saben cómo jugar contra ti
cuando juegas con la mano derecha, así que destrózalos.
Neil, marca al menos cinco goles o vas a estar corriendo un
maratón cada mes hasta que te gradúes.
Neil se lo quedó mirando.
—¿Cinco goles?
—La semana pasada marcaste cuatro.
—La semana pasada no jugábamos contra el Edgar Allan,
entrenador —protestó Neil.
—Irrelevante
—repuso
Wymack
con
un
gesto
desdeñoso—. Cinco goles o cuarenta y dos kilómetros. Haz
los cálculos y decide cuál te compensa más.
No le dio la oportunidad de discutir, volviéndose hacia
Dan y Allison.
—Chicas, vosotras dejad que la línea ofensiva se ahogue
si hace falta. No es asunto vuestro. Esta noche centraos en
mantener a flote a la defensa. ¿Me entendéis? Ya sabemos
que los Cuervos tienen más jugadores, son más rápidos y
mejores que nosotros. Nuestra única oportunidad es
controlar el marcador. Defensas, que sus delanteros no se
acerquen a la portería y punto. Andrew, por una vez en tu
miserable vida de enano intenta jugar como si quisieras
que ganáramos, ¿quieres?
La petición pareció divertir a Andrew, lo cual no era un
consuelo para Neil en absoluto. El zumbido de aviso
retumbó sobre sus cabezas, alertándolos de que debían
acudir al círculo interno en un minuto. Neil no fue el único
en sobresaltarse y no pudo evitar entrar en pánico al ver
que Kevin fue uno de los que pegaron un bote debido a la
sorpresa. Wymack los instó con palmadas a que se
colocaran en fila.
—Vamos allá —dijo—. Cuanto antes nos machaquen esos
cabrones, antes podremos hincharnos a beber en casa de
Abby. Me he pasado la mañana entera llenando la puta
nevera.
No era exactamente un voto de confianza, pero consiguió
que la mayoría sonrieran y Nicky emitió un grito de alegría.
No tenía sentido fingir que los Cuervos no iban a arrasar
con ellos. Wymack les estaba ofreciendo la oportunidad de
beber hasta caer rendidos en lugar de quedarse despiertos
toda la noche pensando en la derrota. Neil supuso que era
mejor que nada, incluso si él no sacaba nada de ello.
El entrenador abrió la puerta. Dan le dedicó una sonrisa
tensa a su equipo por encima del hombro antes de
encabezar la marcha hacia el interior del estadio. Neil no
podía divisar las gradas hasta estar a punto de entrar en el
círculo interno, pero el ruido que lo recibió parecía el doble
de intenso que cualquier otro día de partido. El rugido se
transformó en gritos cuando el público vio a los Zorros por
fin. Las Raposas los saludaron emocionadas, agitando sus
pompones y dando saltos. La banda universitaria, las Notas
Naranjas, hizo resonar la canción de guerra de la
universidad tan alto como pudo. Aun así, sonaba
amortiguada entre el caos reinante.
Neil alzó la vista hacia el mar de naranja. Fue capaz de
localizar a los espectadores que venían de fuera por los
carteles neutrales de «1 – 2» que llevaban en honor a Riko
y a Kevin. Los aficionados de los Cuervos eran más fáciles
de encontrar. Iban vestidos de negro de pies a cabeza y
ocupaban una sección entera reservada para ellos justo
enfrente del banquillo de los Zorros. Era como si un
agujero negro se hubiera tragado un trozo del estadio.
Entre todo el ruido, Neil no oyó al comentarista anunciar
la entrada de los Cuervos, pero sí percibió cómo de pronto
empezaron a sonar golpes graves de percusión. El sonido le
resultó extrañamente familiar, pero tardó un segundo en
identificar por qué. Era la música que había precedido la
entrada de Riko en el programa de Kathy: la canción de
guerra de la Edgar Allan. No era alegre ni rebosaba
confianza como el resto de canciones que Neil había
escuchado durante los partidos. Se trataba de una melodía
grave y oscura, un mensaje intimidatorio de muerte y
dominación. Los Cuervos se tomaban muy en serio su
imagen. Neil predecía un sinfín de horas de terapia
intensiva en sus porvenires.
La reacción del público fue violenta. Los alumnos de
Palmetto empezaron a entonar cánticos despectivos y
abucheos cargados de odio. La sección de la Edgar Allan
rugió con un grito de guerra. Aquellos aficionados que
habían acudido tan solo para ver el espectáculo animaron a
los Cuervos con tanta intensidad como a los Zorros.
Ambos equipos empezaron a correr vueltas de
calentamiento, pero Wymack les cedió el círculo interno a
los Cuervos por ser el equipo más grande. Los Zorros
corrieron en la propia cancha, bordeando las paredes y en
dirección opuesta a sus rivales. Neil vio a los Cuervos pasar
como una línea infinita de negro y rojo en su visión
periférica, pero se negó a mirarlos directamente. Mantuvo
la vista fija en la camiseta naranja y blanca que tenía
delante.
A continuación, empezaron con los ejercicios de
calentamiento, pero Moriyama solo sacó a la mitad de su
equipo a la cancha. Los defensas de los Cuervos siguieron
dando vueltas mientras los siete delanteros y cinco
centrales tiraban a puerta. Incluso con solo la mitad del
equipo en el terreno de juego, sobrepasaban en número a
los Zorros.
Los árbitros los echaron de la cancha mucho antes de
que Neil se sintiera preparado para marcharse. Solo Dan y
Riko quedaron atrás. Los capitanes consiguieron de alguna
manera darse un apretón de manos educado en la línea de
media cancha. El árbitro principal lanzó la moneda y señaló
el primer saque para el Edgar Allan. Se quedó en su sitio
mientras Dan y Riko abandonaban la cancha.
Moriyama y Wymack colocaron a sus alineaciones
iniciales cada uno junto a su puerta y esperaron. Los tres
Zorros suplentes pasaron junto a la fila, chocando raquetas
con sus compañeros y ofreciendo sonrisas tensas y
apretadas.
—Con los Zorros, en la alineación inicial de hoy —anunció
el comentarista—: el número dos, Kevin Day.
El público ahogó el resto de sus palabras. Kevin ignoró el
rugido eufórico y salió a la cancha. Neil sintió cómo le
crujían los nudillos al aferrar la raqueta con más fuerza.
—El número diez, Neil Josten —dijo el comentarista.
—Cinco goles —le recordó Wymack.
Neil suspiró y cruzó el umbral. Fue hasta su posición en
la línea de media cancha y se giró para ver a sus
compañeros entrar en el terreno de juego. Allison era la
central inicial y Nicky y Renee jugaban como los defensas
iniciales de los Zorros. Andrew era el último miembro del
equipo y se acomodó en la portería.
Neil no oyó el nombre de Riko, pero sí la reacción del
público. Este entró en la cancha de la Madriguera como si
el estadio entero le perteneciese. Sin embargo, en lugar de
ir directo a su posición, se detuvo junto a Kevin. Se quitó el
casco, pero los gritos de la multitud ahogaron sus palabras.
Kevin se desabrochó el casco también y lo dejó colgando de
una mano mientras contestaba. Riko no dijo nada más, al
parecer satisfecho solo con intimidarlo con la mirada
mientras el resto de Cuervos salía a la cancha.
Una vez que el portero de los Cuervos se hubo colocado y
los árbitros se acercaron a las puertas para revisar los
equipos, Riko se movió por fin. Neil sabía con certeza que
todos los Zorros se tensaron cuando Riko alargó una mano
hacia Kevin, pero este solo le puso un brazo alrededor de
los hombros y tiró de él para darle un breve abrazo.
La reacción del público fue eufórica y ensordecedora.
Riko lo soltó apenas un segundo después y siguió la línea
de media cancha hasta su posición. Kevin se quedó
congelado durante un par de segundos. Fue el sonido
inconfundible de una raqueta chocando contra la pared lo
que consiguió sacarlo del trance y lo hizo girarse para
mirar a Andrew. Andrew golpeó la portería una segunda
vez con la raqueta a modo de advertencia. Kevin captó el
mensaje y se puso el casco.
El árbitro principal aguardó a que Kevin señalara que
estaba listo levantando su raqueta y avanzó hasta el central
de los Cuervos para darle la pelota. Salió de la cancha y los
árbitros cerraron las puertas.
Neil cerró los ojos y respiró hondo. Guardó bajo llave
todo lo que era, enterrando a su padre, a Nathaniel y a los
Moriyama en una caja fuerte en su mente con la que ya
lidiaría más tarde. No necesitaba ni quería preocuparse por
todo aquello en ese momento. Lo único que importaba era
el partido: la raqueta que tenía en las manos, la portería de
los Cuervos y el reloj sobre su cabeza contando los
segundos hasta el saque. En ese instante no era Neil. No
era nada ni nadie salvo un Zorro y tenía un partido que
jugar.
El zumbido dio comienzo al juego y Neil salió disparado
por la cancha. Vio cómo el central de los Cuervos sacaba,
pero no buscó la pelota hasta ponerse a la altura de
Johnson, el defensa que tenía que marcarlo. El central
había sacado contra la pared del equipo local. Allison había
sido la única en quedarse quieta el tiempo suficiente como
para verlo y atrapó la pelota en el rebote. Se la pasó a
Andrew, que la mandó a la otra punta de la cancha. Neil y
Kevin presionaron para seguir avanzando en una carrera
contra los defensas por alcanzarla.
Kevin tenía que enfrentarse a Jean. Era el mejor defensa
de los Cuervos, pero a Neil le preocupaba más el efecto
psicológico que pudiera tener en Kevin.
Jean era más alto que Kevin, solo un poco, pero lo
suficiente como para atrapar la pelota primero. Kevin
golpeó su raqueta, luchando por conseguir arrebatársela.
El crujido retumbó contra las paredes mientras
forcejeaban. Tanto Zorros como Cuervos los animaron
desde distintas partes de la cancha. Kevin cambió de
estrategia y empujó a Jean con el hombro para obligarlo a
trastabillar. Aquello logró por fin sacar la pelota de la
raqueta de Jean. Kevin no tenía tiempo de apuntar con el
defensa tan cerca, pero tiró a puerta de todas formas. La
pelota apenas había abandonado la red y Jean lo placó con
fuerza suficiente como para tirarlo al suelo.
La pelota chocó contra la pared y rebotó en dirección a
Neil. Esquivó a Johnson para atraparla y este fue directo a
por su raqueta. Golpeó el palo con tanta fuerza que Neil
sintió las vibraciones hasta el codo y, en un solo
movimiento, lo embistió para apartarlo de la pelota. Neil
trastabilló, buscando recuperar el equilibrio de forma
desesperada. Johnson enganchó su raqueta con la de Neil,
rápido como un rayo, y tiró con fuerza. Un ramalazo de
dolor ardiente le recorrió la muñeca derecha. Soltó la
raqueta por instinto y Johnson salió corriendo tras la
pelota.
Neil sacudió la mano y fue tras él. Johnson le sacaba un
poco de ventaja, pero Neil era el más rápido de los dos. El
defensa atrapó la pelota y levantó la raqueta para realizar
un pase. Neil no redujo la marcha. Se estrelló contra él con
tanta fuerza que los dos cayeron al suelo. Neil utilizó el
impulso de la caída para ponerse en pie de nuevo. Ignoró el
gruñido de amenaza de Johnson, más preocupado por
localizar la pelota. No había llegado hasta su objetivo.
Allison y el otro central se estaban peleando por ella. El
central de los Cuervos ganó y la lanzó hacia la mitad de la
cancha de los Zorros.
Neil casi la perdió de vista mientras los delanteros de los
Cuervos se la pasaban el uno al otro. Primero la tenía Riko,
luego el otro, luego Riko de nuevo en el momento exacto en
que superó a Nicky. Se movió tan rápido que era apenas un
borrón sobre la cancha y la portería se encendió en rojo.
Un zumbido marcó el gol y el público gritó.
Los Cuervos retrocedieron hasta sus posiciones iniciales
entre aullidos de triunfo. Los Zorros tardaron más en
reaccionar y Neil se quedó quieto hasta que vio a Andrew
moverse. Estaba medio girado, contemplando la pared roja
que tenía detrás. Solo llevaban dos minutos del primer
tiempo; nunca nadie había marcado tan rápido contra él.
Andrew esperó a que el brillo desapareciera del todo
antes de colocarse de nuevo mirando hacia delante. Neil
tenía la esperanza de que aquel gol lo provocara. Aún
estaba sintiendo los últimos efectos de su medicación y
estos no se desvanecerían hasta dentro de quince minutos
más o menos. Era probable que haber perdido un gol tan
rápido le pareciera divertido, pero había una pequeña
posibilidad de que aquello lo animara a considerar a los
Cuervos como un reto interesante.
—¡Venga! —gritó el central y Neil fue hasta la línea de
media cancha, obediente.
El zumbido los puso de nuevo en marcha y los dos
equipos colisionaron una vez más. Aquel gol tan temprano
había afectado a los Zorros. Lucharon aún más, pero no era
suficiente. Cinco minutos después, Riko volvió a marcar.
—Qué humillación —dijo el otro delantero de los Cuervos
mientras pasaba junto a Neil de camino a media cancha—.
No me puedo creer que estemos aquí perdiendo el tiempo.
Neil se planteó tirarle la raqueta a la cabeza, pero no
podía apartar la mirada de Riko, que no iba de camino a su
posición inicial, sino que se dirigía hacia Andrew. Este fue a
su encuentro y los dos se encararon con solo la línea de la
portería entre ellos. Andrew rechazó lo que fuera que Riko
había dicho agitando la mano como si no le importara lo
más mínimo, pero el otro no se marchó. Los árbitros los
dejaron hablar durante un par de segundos y luego
golpearon la puerta de la cancha a modo de advertencia.
Por fin, Riko se giró y fue a colocarse para la próxima
jugada.
Los Zorros presionaron tanto y tan rápido como pudieron,
pero los Cuervos los obligaron a retroceder. Neil no podía
hacer nada que no fuera observar cómo la línea ofensiva de
los Cuervos volvía a tomar posesión de la pelota. El
estómago se le hizo trizas de nervios mientras los
delanteros se la pasaban entre ellos. Riko la atrapó y tiró a
puerta. Neil sintió que se le tensaban los hombros,
preparándose para otro gol, pero Andrew despejó la pelota
con todas sus fuerzas. Neil usó el alivió que lo embargó
como combustible extra para perseguirla.
Los Cuervos no consiguieron volver a marcar durante los
quince minutos siguientes, aunque no por falta de intentos.
Su nivel era tan superior al de los Zorros que Neil no podía
evitar sentirse humillado. Era peor que la fuerza bruta del
Breckenridge. Los Cuervos hacían que los Zorros
parecieran unos chiquillos patosos. Riko era demasiado
rápido para Nicky. Era capaz de atrapar la pelota y pasarla
en un solo gesto y su puntería era aterradora sin importar
lo rápido que se moviera. La única razón por la que no los
estaban
destrozando
era
porque
Andrew
estaba
protegiendo la portería, pero pronto empezaría a sufrir la
abstinencia.
Tras el tercer gol, los Cuervos hicieron dos sustituciones:
un delantero para sustituir al compañero de Riko y un
nuevo defensa. Wymack aprovechó la oportunidad y cambió
a Nicky y a Renee por Matt y Aaron. A pesar del marcador,
Matt tenía una sonrisa en la cara cuando se detuvo en la
línea de primer cuarto. Su tarea era marcar a Riko y tenía
pinta de ir buscando pelea. Neil se sentía frustrado por
cómo estaba yendo el partido, pero la emoción de Matt casi
consiguió sacarle una sonrisa.
Matt era el mejor jugador de los Zorros y Aaron jugaba
mejor que Nicky hasta en su peor día. Su entrada en el
terreno de juego supuso una diferencia inmediata y los
Zorros empezaron por fin a ser capaces de defenderse. Los
Cuervos no se lo esperaban, a juzgar por lo violento que se
volvió el partido de repente. Neil no se sorprendió en
absoluto cuando la primera pelea empezó entre Riko y
Matt.
Riko casi había conseguido sortear a Matt para tirar a
puerta, pero este último se retorció de una forma imposible
y usó su propio cuerpo como un ariete. El estruendo de la
colisión hizo que Neil esbozara una mueca de dolor por
empatía. Un segundo después, sin embargo, se olvidó de
ellos al ver lo que estaba haciendo Andrew.
Los porteros no tenían prohibido salir de la portería, pero
era muy desaconsejable teniendo en cuenta el tamaño de
las porterías y lo rápido que podía moverse la pelota. Un
portero solo solía arriesgarse en casos extremos. Al parecer
hoy era uno de ellos, porque Andrew estaba moviéndose
antes de que Matt y Riko cayeran al suelo. Aaron, el otro
delantero y ambos centrales corrieron hacia la pelota, pero
Andrew estaba más cerca y era más rápido.
Las raquetas de los porteros eran planas, destinadas a
despejar la pelota en lugar de recogerla, así que Andrew no
podía tomar posesión de ella. Aun así, sabía cómo
redirigirla y le dio un golpe corto y feroz. Chocó primero
contra el suelo, luego contra la pared y rebotó hacia arriba.
Andrew la mandó a la otra punta de la cancha, directa a sus
delanteros, con un golpe de su raqueta. Neil solo necesitó
un segundo para darse cuenta de que se la estaba pasando
a él y el corazón le retumbó en el pecho, salvaje y
triunfante.
Jean y Johnson habían hecho que Kevin y Neil
retrocedieran hasta media cancha. Con aquella distancia
por delante, Neil era capaz de correr más que cualquiera
de ellos. Daba igual que saliera con Johnson pegado a la
espalda o que este fuera mejor que él. Tenía espacio de
sobra para correr y era el jugador más rápido del partido.
Ya llevaba dos pasos de ventaja antes de cruzar la línea de
cuarto extremo y el espacio entre ellos había aumentado a
seis pasos para cuando atrapó la pelota.
Se permitió un segundo para buscar a Kevin con la
mirada y otro para calcular el pase. En su décimo paso,
lanzó la pelota contra la pared del fondo del equipo
visitante. Todos esos eternos entrenamientos nocturnos
practicando los ejercicios de los Cuervos con Kevin
surtieron efecto en aquel instante. El rebote perfecto no
consistía solo en hacer que la pelota llegara a la raqueta
indicada, sino que llegara a ella con el ángulo idóneo para
que el otro no necesitara apuntar. Lo único que tenía que
hacer era recibir el pase y disparar. Era el mismo truco que
los delanteros de los Cuervos llevaban usando todo el
partido, pero su línea defensiva no se lo esperaba de Kevin
y Neil. Tanto Jean como el portero creían que tendrían más
tiempo para reaccionar, pero Kevin no necesitaba tiempo.
La portería de los Cuervos se iluminó de rojo cuando coló la
pelota con fuerza.
La reacción en las gradas fue tan salvaje que casi
consiguió ahogar el grito de emoción de Matt. Neil vio a los
suplentes de los Zorros y a las Raposas celebrando el tanto
por su visión periférica, pero no podía apartar los ojos de
Kevin para mirarlos. Se encontraron en el camino de vuelta
a la media cancha e hicieron chocar las raquetas con tanta
fuerza que casi se hicieron daño. La sonrisa de Kevin fue
fugaz, pero feroz. No dijo nada, pero no hacía falta. Era la
primera muestra de aprobación que Neil había recibido de
su parte desde que se conocieron y le hizo sentir como si le
hubieran dado un chute de adrenalina.
Dejar de tener el marcador a cero insufló nueva vida al
equipo. La siguiente vez que Riko tiró a puerta, Matt lo hizo
tropezar. En apenas un par de segundos se estaban
peleando y el partido se detuvo mientras los árbitros
acudían a separarlos. Matt recibió una tarjeta amarilla por
pegar el primer puñetazo, pero la expresión iracunda de su
rostro indicaba que había empezado Riko. Neil no sabía
qué había dicho para cabrear a Matt, pero no podía creer
que este se hubiera dejado provocar. La falta implicaba que
Riko podía tirar un penalti. Los equipos se colocaron en fila
para mirar y a Andrew se le escapó por un solo centímetro.
La deportividad del partido murió con aquel tiro. Neil
perdió la cuenta de cuántos jugadores cayeron al suelo en
los últimos veinte minutos del primer tiempo. Para cuando
recibió un codazo en la cara en el minuto cuarenta y
cuatro, todos los jugadores sobre el terreno de juego tenían
una tarjeta amarilla y uno de los Cuervos había sido
expulsado con una tarjeta roja.
El árbitro que le sacó la tarjeta a Johnson sacó a Abby a
la cancha al ver la sangre que cubría el rostro de Neil. Los
cascos de exy protegían los ojos y la nariz de los jugadores,
pero Johnson se había colado bajo las protecciones
apuntando el golpe hacia arriba. Los guantes de Neil eran
demasiado abultados como para hacer mucho más que
extender la sangre, pero Abby traía gasa. La tensión en su
rostro contrastaba con la delicadeza de sus manos mientras
le limpiaba la cara. Era la quinta vez que había tenido que
salir a la cancha y no estaba contenta con el giro violento
que había tomado el partido.
—Te podría haber roto la nariz con un golpe así —dijo
mientras le limpiaba la sangre del labio superior.
—Pero no me la ha roto —dijo él—. ¿Puedo jugar ya?
—Los árbitros no dejarán que juegues si te estás
desangrando por la cara —contestó ella, sin dejar que su
evidente impaciencia le metiera prisa.
Lo agarró de la barbilla e inclinó su cabeza en varias
direcciones. Neil sintió que se le escapaba un hilo de
sangre y se sorbió la nariz. La quemazón amarga era un
sabor familiar contra la lengua. Abby no parecía muy
convencida, así que se sorbió la nariz otra vez. Por fin, la
enfermera suspiró y le dio una palmadita de ánimo en el
casco.
—Te examinaré mejor dentro de un minuto —dijo y salió
de la cancha tras el árbitro.
Los demás ya estaban colocados para el penalti, así que
Neil ocupó su lugar y atrapó la pelota que le pasó el central
de los Cuervos. Le gustaban los penaltis porque eran goles
fáciles, pero le solían resultar menos satisfactorios
precisamente porque no eran muy difíciles. Contra los
Cuervos le valía cualquier tipo de gol. Solo estaban él, el
portero y la enorme portería. Le estaban permitidos dos
únicos pasos de carrerilla, pero Neil no los dio. Hizo una
finta y coló la pelota en la esquina inferior de la portería.
Matt lo golpeó en el hombro con tanta fuerza que empezó a
sangrarle la nariz otra vez.
—Igual merece la pena que te destrocen la cara un par de
veces más si así puedes marcar —dijo Matt.
—No me gusta mucho esa estrategia —respondió Neil.
Matt se rio y fue trotando hasta el primer cuarto. El
minuto final del primer tiempo se acabó en un instante y los
equipos salieron de la cancha entre gritos del público
embravecido. Neil levantó la vista hacia el marcador y
siguió a sus compañeros hasta los vestuarios. Iban seis a
tres, un gran comienzo teniendo en cuenta contra quién
jugaban, pero una diferencia imposible de superar.
El segundo tiempo fue un auténtico desastre. Los Zorros
estaban en su segundo aliento contra una alineación
completamente nueva y Andrew no iba a ser capaz de
aguantar mucho más. Neil supo que lo estaban perdiendo
la primera vez que lo vio trastabillar. Podría haberse debido
a la velocidad del movimiento para despejar la pelota, pero
Neil sabía la verdadera razón. Andrew estaba en las
últimas. Aún era pronto para que se encontrara tan mal,
pero los Cuervos lo estaban machacando y acelerando el
proceso.
Por un instante, Neil deseó que Andrew se hubiera
tomado la medicación. Rechazó la idea en cuanto se le
ocurrió. Puede que tuviera más energía con las pastillas,
pero también sería mucho menos fiable. Andrew estaba
dispuesto a sufrir aquella tortura porque sabía que era la
única forma en la que podía jugar para ellos. Neil se sentía
agradecido e irritado a partes iguales. La irritación era
para consigo mismo. Él no era lo bastante bueno como para
hacer que aquel sacrificio mereciera la pena y odiaba
sentirse como un incompetente. Daba igual lo mucho que lo
intentara, no podía cambiar las cosas.
El partido acabó trece a seis. Nunca nadie había
conseguido marcarle tantos goles a Andrew y era la mayor
paliza que los Zorros habían recibido desde hacía tres años.
La decepción del público era de esperar y comprensible,
pero Neil apenas oyó sus protestas de lo mucho que le
zumbaban los oídos. El corazón le latía tan fuerte que
estaba seguro de que le estaba amoratando los pulmones.
Cada vez que conseguía inspirar sentía como si un cuchillo
le estuviera rajando la garganta. Concentró todas las
fuerzas que le quedaban en seguir sujetando la raqueta.
Quería atravesar la cancha hasta sus compañeros, pero
no se fiaba de su capacidad para moverse. Kevin y él
acababan de jugar dos tiempos enteros contra la defensa
de los Cuervos. Era un milagro que aún estuviera en pie. Se
sentía las piernas por momentos. Un segundo le ardían y al
siguiente parecía que hubieran desaparecido. Se miró los
pies para asegurarse de que seguían ahí y parpadeó para
espantar los puntos negros que amenazaban con invadir su
campo de visión.
El rugido de las gradas aumentó hasta que los gritos
agudos de fervor consiguieron atravesar la bruma de
cansancio
que
lo
rodeaba.
Levantó
la
mirada,
preguntándose qué se había perdido, y miró al otro lado de
la cancha. Andrew tenía las manos vacías extendidas ante
sí y su raqueta estaba en el suelo a sus pies. Neil observó
cómo se agachaba para recogerla. O al menos cómo lo
intentaba. Solo consiguió levantarla unos treinta
centímetros del suelo antes de que se le cayera de nuevo.
Le recordó a su primer entrenamiento juntos, cuando
Neil casi se había destrozado los brazos jugando contra
Andrew. Levantó la vista hacia el marcador. Los Cuervos
habían tirado a puerta ciento cincuenta veces; resultaba
increíble que Andrew solo hubiera dejado escapar trece.
Volvió a mirarlo mientras Andrew intentaba recoger su
raqueta una vez más. No le fue mejor que las anteriores,
así que se dio por vencido y se dejó caer al suelo junto a
ella.
Las puertas de la cancha se abrieron para dejar entrar a
los suplentes. Abby y Wymack se quedaron en el umbral
para observar a su equipo. Los suplentes se dirigieron
hacia la portería, tal como dictaba la tradición que se había
instaurado desde que Andrew empezó a jugar los partidos
enteros, así que Neil dio un par de pasos tentativos en la
misma dirección. No había avanzado mucho antes de que
Kevin apareciera a su lado.
Este no dijo nada, pero se apoyó la raqueta en un hombro
y caminó a su lado mientras cruzaban la cancha. Fueron los
últimos en llegar a la piña de los Zorros, pero sus
compañeros los acogieron sin problemas. Neil respondió a
las sonrisas cansadas de los demás con una propia cargada
de extenuación. Kevin solo tenía ojos para Andrew mientras
se agachaba frente a su portero caído.
—¿Y? —dijo Kevin—. ¿Te lo has pasado bien?
Andrew estaba demasiado cansado como para insuflar
ningún sentimiento a sus palabras.
—Eres despreciable, Kevin Day. No sé por qué te
aguanto.
—Zorros —dijo Riko, acercándose a ellos con el resto de
los Cuervos. Todos excepto Kevin se volvieron hacia él—.
Reconozco que no sé muy bien qué hacer ahora mismo. No
puedo daros las gracias por este partido porque no puedo
llamar partido a este desastre. Pensaba que sabía qué
esperar cuando llegamos, pero aun así siento vergüenza
por vosotros. Qué bajo has caído, Kevin. Deberías haberte
quedado en el barro y ahorrarnos a todos el trabajo de
venir a volver a ponerte de rodillas.
—Yo estoy satisfecho —dijo Kevin. Era lo último que los
Zorros se esperaban de él. Se olvidaron de Riko y lo
miraron, boquiabiertos—. No con el marcador o con cómo
han jugado, pero sí con su espíritu. Tengo material de sobra
para trabajar.
—¿Cuántos pelotazos te han dado en la cabeza? —
preguntó uno de los Cuervos.
Kevin se limitó a sonreír, una sonrisa lenta, segura y
satisfecha, y le tendió una mano a Andrew. Este miró la
mano, luego a Kevin, y dejó que lo pusiera en pie. Renee
estaba ya preparada cuando Kevin lo soltó y rodeó a
Andrew en un feroz abrazo. Debía de ser un abrazo
incómodo con todas las protecciones que llevaba, pero le
proporcionó un par de segundos para recuperar el
equilibrio. Kevin distrajo a los Cuervos de la inestabilidad
de Andrew encarándose a ellos.
—Gracias por el partido de hoy —dijo—. Nos veremos de
nuevo en las semifinales. Prometo que será una revancha
interesante.
Estaba claro que Riko no se esperaba aquella confianza
después del resultado del partido.
—No puedes llegar tan lejos con un solo jugador —dijo,
dividido entre la incredulidad y el asco—. Ni siquiera tú
eres lo bastante estúpido como para creer lo contrario.
Deberías darte por vencido de una vez.
No era un consejo amigable, sino una amenaza.
—Uno es suficiente para empezar —dijo Kevin.
—Gracias por nada y hasta luego —añadió Dan—. Nos
largamos.
Los Zorros salieron de la cancha entre los gritos del
público, que aún estaba agitado. Wymack estaba hablando
con un par de reporteros, pero se apartó al verlos llegar.
Renee y Andrew no se detuvieron a esperarlo. Ella tenía un
brazo alrededor de sus hombros y lo arrastró hacia los
vestuarios tan rápido como fue posible sin que resultara
demasiado obvio.
El resto de Zorros se quedaron saludando a las cámaras y
al público. Habían perdido, pero la evaluación de Kevin y el
apoyo incansable de sus fans los mantenían a flote. Al final,
Wymack los hizo entrar a los vestuarios. Renee los
esperaba en el recibidor, pero Andrew no estaba por
ninguna parte. Neil supuso que estaría en el baño,
vomitando.
Wymack cerró la puerta a sus espaldas, consiguiéndoles
un par de minutos antes de que llegara la prensa en busca
de comentarios, y se volvió hacia ellos.
—En junio, cuando os dije que tendríais que enfrentaros
al Edgar Allan en nuestra cancha dijisteis que era
imposible, pero esta noche os habéis enfrentado a ellos y
no os habéis dejado mangonear. Marcasteis seis goles
contra el mejor equipo del país. Espero que estéis
orgullosos de vosotros mismos.
—¿Orgullosos de ese desastre? —preguntó Aaron,
cansado e irritado—. Nos han destrozado.
—Yo doy gracias de que se haya acabado ya —dijo
Nicky—. Dan un miedo que te cagas.
—Yo estoy orgullosa —dijo Allison, ganándose una mirada
de sorpresa de Nicky y una media sonrisa de Wymack. Se
giró hacia Aaron con una expresión condescendiente en el
rostro. Era la primera vez que parecía ella misma desde la
muerte de Seth—. Solo llevas dos temporadas con nosotros.
No espero que entiendas lo que un partido como este
significa para los Zorros.
Dan asintió.
—Allison tiene razón. Perder es una mierda, pero esto no
ha sido una derrota total. El año pasado no habríamos
conseguido marcar ni un solo gol. Somos más fuertes que
nunca y a partir de ahora solo podemos mejorar. Ya lo ha
dicho Kevin: cuando nos enfrentemos a los Cuervos en las
semifinales, les vamos a bajar los humos.
—Bien dicho, joder —dijo Wymack—. ¿Kevin? ¿Neil?
—¿Cuarenta y dos kilómetros? —adivinó Neil.
—Tengo algo mejor en mente. A partir de la semana que
viene, todo el mundo vuelve a su posición habitual. Si
habéis sido capaces de jugar un partido entero contra el
Edgar Allan, estáis preparados para enfrentaros al resto de
la temporada vosotros solos. Los demás: gracias por
vuestra paciencia y colaboración mientras Kevin y Neil se
adaptaban. Sobre todo tú, Renee, te has portado genial
este año. Bienvenida de vuelta a la portería.
El aullido de celebración de Dan ahogó la humilde
respuesta de Renee. Matt le dio un abrazo triunfal y Allison
le puso una mano en el hombro en una muestra de apoyo
muda, pero feroz. Neil no sabía si Kevin y él estarían a la
altura de sus expectativas en las próximas semanas, pero
no podía seguir apoyándose en sus compañeros para
siempre. Los dos habían ido jugando cada vez más tiempo
con cada semana que pasaba para prepararse para el
partido de hoy. Ahora había llegado el momento de
recuperar la línea ofensiva y darlo todo.
—El lunes por la mañana repasaremos los detalles del
partido de hoy —dijo Wymack—. Nos vemos aquí en vez de
en el gimnasio. Dan y Kevin, os toca hablar con la prensa.
El resto dejaos de cháchara e id a ducharos para que
podamos beber de una vez. Acordaos de llevaros todo lo
que sea importante. Mañana viene un equipo de limpieza a
sacar la peste a Cuervo de nuestra cancha. Salgamos de
aquí y vamos a emborracharnos.
Estaban agotados, doloridos y decepcionados por la
derrota, pero los Zorros salieron del estadio sintiéndose
campeones.
CAPÍTULO NUEVE
Los Zorros salieron de casa de Abby antes del mediodía
del día siguiente, pero el grupo de Andrew no regresó a la
residencia. En vez de eso, fueron en busca de un almuerzo
temprano. Aaron, Nicky y Kevin no tenían demasiado
apetito por culpa de la resaca y se limitaron a remover la
comida de un lado a otro en el plato. Andrew o bien no
reparó en lo incómodos que estaban o no le importaba.
Cuando salieron del restaurante los tres tenían mejor
aspecto, así que Nicky se puso al volante y los llevó hasta
una tienda a quince minutos del campus.
Aquel año, la noche de Halloween caía en martes, por lo
que el Eden's Twilight organizaba un evento el viernes
anterior. Neil solo lo sabía porque Nicky no había parado
de hablar de ello durante una semana entera, pero no
imaginaba que fueran a asistir de verdad. Para empezar,
ese viernes tenían partido. Además, ya eran mayorcitos
como para celebrar una fiesta tan infantil. Andrew y Aaron
dejarían de tener diecinueve dentro de un mes, Kevin tenía
veinte y Nicky, veintitrés. Al parecer, Neil había
sobrestimado su madurez.
—Estamos un poco creciditos para disfrazarnos, ¿no os
parece? —preguntó Neil, bajándose del coche.
—Está feo ir a una fiesta de Halloween sin disfraz, Neil —
dijo Nicky—. Además, la primera ronda es gratis si vas
disfrazado.
—Yo no bebo —replicó Neil.
—Pues me das tu chupito a mí, so tacaño —dijo Nicky—.
Ya sé que dijiste que no volverías a venir de compras con
nosotros, pero te estamos haciendo un favor enorme
obligándote a acompañarnos. ¿O acaso te fías de mí para
que elija tu disfraz yo solo? Acabarías vestido de sirvienta
sexy o algo así. Venga, vamos.
La primera parte de la tienda estaba llena de
decoraciones, desde paquetes de telarañas hasta vasos de
chupito en forma de calavera y fantasmas de los que se
pegan en las ventanas. Un cuervo de juguete batió las alas
y graznó al acercarse Neil. Él lo metió hasta el fondo de
una de las estanterías y colocó una calavera de poliestireno
cubierta de purpurina delante. El pájaro graznó una vez
más, protestando al ser tratado de aquella manera, pero el
sonido estaba amortiguado.
Neil pasó entre filas de pelucas, máscaras y una
estantería entera de pintura para la cara y maquillaje
barato. La mitad trasera de la tienda estaba dedicada a los
disfraces. Los cinco se separaron para empezar a buscar
entre los estantes. Neil no creía que fuera a encontrar
nada, pero sentía suficiente curiosidad como para echar un
ojo. Le parecía increíble la cantidad de opciones que había,
incluso si algunas rozaban lo ridículo.
—¿La gente de verdad se pone estas cosas? —preguntó,
apartando una caja de cereales y una esponja gigantesca.
Nicky lo miró con curiosidad, así que Neil sacó el
siguiente disfraz para que lo viera. Era un cartón de leche
con un agujero para la cara y un mensaje que decía: «¿Me
has visto?».
—Uy, ese es perfecto, Neil —dijo Andrew. Este lo fulminó
con la mirada. Andrew se rio y levantó un disfraz
moteado—. ¡Mira, Nicky! Una vaca. Creo que deberías
llevártelo.
—Tetas de vaca —dijo Nicky, señalando la ubre de
plástico con asco—. Al menos déjame ser un toro. Ya sabes,
porque la tengo igual de grande. O podría ser Matt, que es
lo mismo, ¿no? Qué suerte tiene Dan.
—Voy a hacer como que no os conozco —dijo Aaron.
—Menuda novedad —respondió Nicky con tono
despreocupado.
—Daos prisa y escoged algo. No me quiero pasar el día
entero de tiendas.
—¿Tienes algo mejor que hacer?
—El lunes entrego un trabajo.
—Hazlo mañana —dijo Nicky—. Los sábados están para
hacer el vago.
—Por culpa de esa actitud sacas tan malas notas —dijo
Aaron.
Nicky masculló algo por lo bajo y volvió a centrarse en los
disfraces. Kevin sacó algo largo y oscuro de entre las
perchas que tenía enfrente y se dirigió a la parte de las
decoraciones. Andrew lo observó para asegurarse de que
no se alejaba demasiado antes de seguir buscando su
propio disfraz.
A Neil le vibró el móvil en el bolsillo y lo sacó para leer el
mensaje de Dan: «Donde stais?». Neil le envió el nombre de
la tienda y Dan respondió enseguida: «Es importante, avisa
cuando steis d vuelta».
Neil cerró la tapa del teléfono, pero tardó en volver a
guardarlo. Pensar en Dan había hecho que se le ocurriera
una cosa, aunque ya se imaginaba cómo iban a reaccionar
los demás. Existía poca o ninguna probabilidad de ganar
aquella discusión, pero tenía que intentarlo. Se metió el
móvil en el bolsillo y levantó la mirada. Andrew estaba
sacando los disfraces de las perchas y tirándolos al suelo.
—Deberíamos invitar al resto —dijo Neil.
Nicky se giró para mirarlo.
—¿Qué?
—No —dijo Aaron—. No nos juntamos con ellos.
—Los necesitamos —dijo Neil, sin dejar de mirar a
Andrew. No se había detenido, pero Neil sabía que estaba
escuchando—. Tener talento no es suficiente para llegar a
las semifinales. Si lo fuera, lo habríais conseguido el año
pasado. Tienes que dejar de dividir el equipo en dos.
—No tengo que hacer nada —repuso Andrew.
—No te estoy pidiendo que seas su amigo —dijo Neil—.
Te pido que cedas un poco.
—Si les das la mano, te agarrarán el brazo —intervino
Aaron.
—¿De verdad crees que son capaces de pasarse de la
raya con Andrew? ¿Crees que él lo permitiría? —Neil
sacudió la cabeza cuando Aaron empezó a discutir—. Kevin
le dijo a Riko que nos veríamos en las semifinales. Me
gustaría estar listos para la revancha, ¿a ti no? No podemos
conseguirlo hasta que empecemos a respetarnos y
entendernos mutuamente. ¿Por qué no empezar ahora, con
esto?
—Dudo mucho que accedieran a venir si los invitáramos
—dijo Nicky—. Aquella puerta se cerró definitivamente el
año pasado.
—Te refieres a Matt —dijo Neil, mirándolos a los tres.
Nicky apartó la mirada, así que volvió a centrarse en
Andrew—. Abby lo mencionó en mi primer día. No quería
que me hicieras lo mismo que a él. Después, cuando
Wymack te estaba echando la bronca, dijiste que aquello
era diferente. ¿Qué pasó con Matt?
—Pregúntaselo a él —dijo Andrew.
—Te lo estoy preguntando a ti.
—Prefiero saber cómo lo cuenta Matt —dijo Andrew. Se
colgó un disfraz de preso del hombro y rodeó a Neil para
volver a la parte delantera de la tienda. Este empezó a
protestar, pero Andrew le agarró la barbilla con un dedo y
lo obligó a cerrar la boca—. Pregúntaselo y luego diles a
esos entrometidos que vengan con nosotros si se atreven.
Nicky se quedó con la boca abierta.
—Espera, ¿va en serio?
La sonrisa de Andrew era enorme y estaba llena de
lástima. Siguió hablando como si no hubiera oído a Nicky.
—Al final no servirá de nada, pero eso dejaré que lo
averigües por tu cuenta.
Nicky y Aaron se miraron el uno al otro, anonadados,
mientras Andrew se alejaba. Nicky ladeó la cabeza en una
pregunta muda, como para asegurarse de que lo que
acababa de pasar no había sido producto de su
imaginación. Aaron se limitó a sacudir la cabeza. Nicky se
frotó la nuca, miró una vez más a Andrew y volvió a la
búsqueda. Neil tampoco sabía cómo tomarse la facilidad
con la que Andrew había accedido, pero no pensaba
cuestionarlo.
El resto encontraron disfraces mucho antes de que Neil
hubiera escogido algo para sí mismo. Nicky no tardó en
darse cuenta de que estaba remoloneando. Le apartó las
manos de las perchas con un manotazo y suspiró.
—Da igual. Ya te busco yo algo.
—Puedo disfrazarme de estudiante universitario —dijo
Neil.
—No —respondió Nicky, apartando un par de perchas—.
Vas a ir de vaquero zombi.
—Eso te lo acabas de inventar.
—Shhhh. —Nicky sacó un disfraz de entre las perchas y
se lo colgó de un brazo—. A veces eres insoportable. Igual
prohíbo que vuelvas a venir con nosotros de compras.
—Ya intenté prohibirlo yo la última vez —dijo Neil—.
Obviamente no funcionó.
Intentó quitarle el disfraz en la caja, pero Nicky le dio
una patada en la espinilla y lo puso en la cinta
trasportadora con los de los demás. Aaron añadió un par de
botes de pintura para la cara y sangre falsa al montón.
Nicky dividió las bolsas entre Aaron y él de camino al
coche. Una vez que estuvo seguro de que iban hacia el
campus, Neil le envió un mensaje a Dan para avisarla de
que llegarían en diez minutos.
Encontrar sitio para aparcar en la Torre un sábado por la
tarde era complicado. Acabaron teniendo que aparcar en la
calle y dar un paseo corto hasta la residencia. Subieron por
las escaleras hasta la tercera planta y Nicky interceptó a
Neil cuando lo vio pasar de largo del cuarto de los primos.
—¿Adónde vas? Tienes que probártelo.
—Voy a ver a Dan —dijo Neil—. Me ha escrito antes para
decirme que pasaba algo.
—¿Ha usado puntuación? —preguntó Nicky.
—Creo que no la usa nunca.
—Solo cuando está enfadada —dijo Nicky—. Cree que así
consigue enfatizar sus palabras o algo. ¿Lo ha hecho o no?
—Esperó mientras Neil releía los mensajes y le tiró de la
camiseta cuando este negó con la cabeza—. Vale, entonces
puede esperar. Vamos. Solo tardaremos un minuto.
—Igual que yo —dijo Neil, que se liberó de su agarre y
fue hacia la habitación de al lado.
Dan abrió la puerta enseguida. En vez de invitarle a
entrar, salió al pasillo y cerró la puerta casi por completo
tras de sí. Miró a Neil y a Nicky, que estaba esperando
como si pensara que Neil no iba a volver cuando terminara,
y después a la puerta abierta de la habitación de los
primos.
—Ciérrala —dijo. Nicky frunció el ceño, pero obedeció.
Dan esperó a que estuviera cerrada del todo antes de
hablar—. Tenemos una visita. Llegó hace un rato buscando
a Andrew. Le dije que fuera a la cafetería de la biblioteca a
esperar y lo llamé cuando Neil dijo que estabais de vuelta.
Me sorprende que no haya llegado todavía.
—¿Es alguien importante? —preguntó Nicky.
—Sí —Dan dudó cuando sonó el ascensor.
Neil y Nicky se giraron para ver cómo un desconocido
entraba en el pasillo. Neil se puso tenso. El hombre llevaba
vaqueros y una camisa informal, pero se acercó a ellos con
el aire de un policía. Dan alzó la voz para saludarlo y
presentarlo a la vez.
—Este es el agente Higgins, del Departamento de Policía
de Oakland.
—Wow. —Nicky levantó las manos como si pudiera evitar
que Higgins se acercara—. Un momento. Oakland está en
California, ¿no? Está bastante fuera de su jurisdicción.
La boca del agente formó una media sonrisa que no hizo
que nadie se sintiera mejor.
—No he venido por un asunto oficial. Al menos, todavía
no lo es. Solo quiero hablar con Andrew sin que pueda
colgarme el teléfono. Es importante. ¿Está aquí?
Dan señaló la habitación de los primos y se puso al lado
de Neil. Nicky se removió como si quisiera interponerse
entre Higgins y sus primos, pero tardó demasiado en
decidirse. El agente llamó con fuerza a la puerta y esperó.
Neil no quería estar más cerca de él, pero desde allí no
podía ver bien la puerta de Andrew. Sin apartar la vista de
Higgins, avanzó por el pasillo. Higgins echó la vista atrás
un instante al percibir el movimiento, pero la puerta lo
distrajo.
Para sorpresa de nadie, fue Andrew el encargado de
investigar quién había llamado a la puerta de aquella forma
tan autoritaria. Solo la había abierto hasta la mitad antes
de darse cuenta de quién estaba en el pasillo. Neil oyó la
manilla crujir cuando Andrew la giró más de lo debido. Era
un desliz sorprendente teniendo en cuenta la amplia
sonrisa y el tono casual de su voz.
—Oh, debo de estar alucinando. Cerdito Higgins, estás
muy, muy lejos de casa.
—Andrew —dijo Higgins—. Tenemos que hablar.
—Ya hablamos, ¿no te acuerdas? —dijo Andrew—. Te pedí
que me dejaras en paz.
—Me pediste que no te llamara —lo corrigió Higgins—.
Concédeme unos minutos, anda, ¿por los viejos tiempos?
He venido hasta aquí solo para verte. ¿No me merezco un
poco de consideración?
Andrew se rio, sacudiendo la cabeza.
—No has venido por mí. Has venido por tu caza de brujas
con la que ya te he dicho que no pienso ayudarte. Dame
una buena razón para no rajarte la garganta, ¿quieres?
Dan siseó por lo bajo, pero Higgins no parecía afectado
en absoluto por la amenaza.
—Estábamos investigando a la persona equivocada,
¿verdad? Creo que esta vez hemos acertado, pero no puedo
hacer nada sin un testigo que interponga una queja. El
resto de chavales no quieren hablar. No se fían de mí. Tú
eres mi única opción.
Aquello captó la atención de Andrew.
—¿Chavales? Chavales, en plural. La última vez solo
mencionaste a uno, cerdito. ¿De cuántos estamos
hablando? ¿Cuántos han estado en su casa?
—No te importaría cuántos han sido si no tuviera razón
sobre lo que estoy buscando —dijo Higgins, bajito y
acusador—. Solo di sí o no, Andrew. Solo te pido eso. Es
todo lo que necesito ahora mismo. Yo te doy un nombre, tú
me das una respuesta, y te prometo que me marcharé.
—Me lo prometes. —Andrew parecía de lo más divertido
con el concepto—. No tardarás ni una semana en romper
esa promesa, cerdito. No finjas que no. ¿Tengo que
acompañarte a la salida para asegurarme de que te vas
o…?
—Drake —dijo Higgins.
Andrew cerró el pico. Higgins estiró aún más la mano,
preparándose para una reacción violenta, y se quedó
mirando a Andrew mientras esperaba. Este permaneció en
silencio, aunque no durante mucho tiempo. La medicación
no le permitía estar quieto más de un par de segundos.
—¿Cuántos niños, cerdito?
—Seis, después de ti —dijo Higgins.
Andrew abrió la puerta del todo y salió de la habitación,
evitando por los pelos empujar a Higgins mientras se
dirigía hacia las escaleras. El agente fue tras él y la puerta
de las escaleras se cerró a sus espaldas.
—Dijiste que no supondría un problema —dijo Dan.
Nicky la miró con una expresión de impotencia.
—Lo que dije fue que, si se diera el caso, Andrew lo
solucionaría.
—¿Así es como lo soluciona? —exigió Dan—. ¿Quién es
Drake?
—No tengo ni idea —dijo Nicky, insistiendo al ver la cara
que ponía Dan—: Te lo juro por que me muera ahora mismo
o por lo que tú quieras. Deja de mirarme como si me fueras
a sacar los ojos, ¿quieres?
Dan se cruzó de brazos y se recostó contra la pared a la
espera de que Andrew regresara. Neil esperó con ella,
sentía demasiada curiosidad como para marcharse. Nicky
entró en su habitación, probablemente para poner al día a
Kevin y a Aaron. Mientras esperaban, Neil y Dan guardaron
silencio, lo cual no ayudó a mejorar el mal humor de ella.
Aún seguía echando chispas cuando Andrew volvió unos
minutos después.
—¿Esto es un comité de bienvenida o la Inquisición? —
preguntó al verlos.
Dan se interpuso entre él y la puerta antes de que
pudiera entrar en la habitación. Andrew se detuvo frente a
ella, obediente, pero la agarró de los bíceps. La advertencia
estaba clara: si no se movía enseguida, no dudaría en
apartarla por la fuerza. Dan se tensó, pero se mantuvo
firme.
—¿Por qué te busca la policía?
Andrew inclinó el cuerpo hacia ella y le sonrió muy cerca
del rostro.
—No vienen a por mí, oh, capitana, mi capitana. Es solo
que el cerdito es demasiado incompetente como para
montar su caso sin ayuda externa. No te metas en esto,
¿vale? No pienso permitirlo.
—No dejes que interfiera con mi equipo y no tendré que
meterme. —Dan se hizo a un lado antes de preguntar—:
¿Necesitas a Renee?
—Ay, Dan —dijo Andrew, como si le hiciera gracia y le
diera lástima a la vez. Se detuvo en el umbral para
mirarla—. Yo no necesito a nadie. Adiós.
Cerró la puerta y echó la llave. Dan se quedó donde
estaba durante un minuto, después masculló algo en voz
baja y se giró hacia Neil.
—Vamos.
Allison, Rene y Matt estaban sentados en círculo en el
salón de las chicas, almorzando sándwiches. Dan señaló la
cocina con un gesto en una invitación muda para que Neil
tomara lo que quisiera de la nevera y se sentó junto a Matt.
Neil ya había comido, así que se sentó entre Allison y
Renee.
—¿Qué tal ha ido? —preguntó Matt.
—Higgins ha dicho algo sobre que necesita que Andrew
testifique —dijo Dan—. No ha dicho sobre qué y Andrew
sigue sin darme una respuesta clara. Solo nos ha
amenazado si seguimos metiendo las narices.
Dan no le preguntó a Neil si sabía algo. Resultaba obvio
que asumía que no tenía ni idea de qué estaba pasando. Él
no conocía los detalles, pero le había preguntado a Andrew
sobre la llamada de Higgins de hacía un par de semanas.
Los servicios sociales habían abierto una investigación
sobre uno de sus antiguos padres de acogida. Andrew dijo
que no encontrarían nada, pero no había dicho que la cosa
sería diferente si investigaran a la persona correcta.
No sabía quién era Drake para Andrew o qué había
hecho, pero estaba claro que Higgins había metido el dedo
en la llaga al decir su nombre. Neil se preguntó si Andrew
estaba dispuesto a cooperar por fin o si Higgins tenía
alguna forma de obligarle a testificar. Debía de tratarse de
un caso importante; Higgins tenía que estar desesperado si
se había pagado un vuelo hasta la otra punta del país para
seguir una pista. Aun así, Neil no mencionó nada de esto a
los demás. Andrew no había desvelado ninguno de sus
secretos, así que él no pensaba airear los suyos.
La mejor opción era cambiar de tema.
—Antes de que se me olvide, Andrew ha dicho que podía
invitaros a la fiesta de Halloween del Eden's Twilight. Es el
veintisiete.
Matt dejó caer el sándwich de nuevo en el plato.
—Y una mierda.
—Andrew no se junta con nosotros —dijo Dan.
—Está dispuesto a hacer una excepción —dijo Neil—. No
cree que vayáis a venir, pero dice que podéis hacerlo si
queréis. Ya sé que esa noche tenemos partido, pero es en la
Madriguera, así que llegaríamos a Columbia sobre las diez.
¿Os venís?
Dan y Matt se miraron el uno al otro, incrédulos.
—Yo voy —dijo Renee—. ¿Allison?
—¿Quieres que salgamos de fiesta con los monstruos? —
preguntó ella. Renee se limitó a sonreír. Allison hizo chocar
entre sí sus perfectas uñas mientras pensaba, después se
encogió de un hombro y volvió a prestar atención a su
almuerzo—. Supongo que podría ser una noche interesante.
La fiesta aquí en el campus es un rollo desde hace dos
años. Dan, tenemos que ir.
—¿Cómo coño has convencido a Andrew? —preguntó
Dan, mirando a Neil.
—Se lo he pedido —respondió él.
—¿Y te ha dicho que sí sin más? —preguntó Matt,
escéptico.
—Según él lo difícil iba a ser convencerte a ti.
—Ah, ¿te han contado la historia?
Matt no parecía preocupado.
—No. Andrew dice que le interesa más saber cómo la
cuentas tú. Pero yo no te voy a pedir que lo hagas. No es
asunto mío.
—¿Por qué no? Eres el único que no lo sabe y ya sé que
has visto esto. Es bastante llamativo.
Giró el brazo lo suficiente como para enseñarle las
marcas de aguja. Neil las había visto nada más conocerlo.
Matt nunca intentaba ocultarlas. Eran las cicatrices de una
batalla que libró y ganó hacía años. Neil no fijó la mirada
en ellas, pero asintió con la cabeza. Matt las acarició con la
mano y volvió a tomar su sándwich.
—A mi padre le gustaba salir de fiesta con otros capullos
neoyorquinos —dijo—, pero esas fiestas siempre incluían
drogas de regalo. A mí me dejaba probar lo que quisiera,
incluso me animaba a hacerlo, para ayudarme a encajar.
Cuando mi madre se dio cuenta de lo que pasaba, dejó su
trabajo
durante
un
tiempo
para
ayudarme
a
desintoxicarme. Ambos pensábamos que ya estaba bien,
hasta que empecé el curso aquí. A los de tercero de por
entonces les gustaba meterse cosas bastante fuertes y yo
me sentía tentado. Solo conseguí mantenerme sobrio
escondiéndome de ellos.
—Durmiendo en nuestro sofá durante su primer año
entero —explicó Allison.
Matt hizo una mueca de culpabilidad, no de vergüenza.
—Ya os he pedido perdón.
—Lo que tú digas —dijo Allison.
Matt hizo pedazos su sándwich mientras hablaba.
—El año pasado los monstruos se unieron al equipo.
Andrew tardó menos de dos semanas en darse cuenta de
que me pasaba algo y decidió arreglarlo. Me invitaron a ir
con ellos a Columbia. Una vez allí, Andrew me dio
speedballs.
A Neil se le retorció el estómago.
—¿Que hizo qué?
—No me obligó a metérmelas —añadió Matt con
rapidez—. Solo me las ofreció y yo estaba borracho y
desesperado y fui lo bastante estúpido como para aceptar.
—El entrenador debería haberlo echado del equipo.
—Debería, sí, pero Andrew había avisado a la madre de
Matt antes de hacerlo —dijo Dan, tensando la mandíbula un
poco debido a la ira del pasado—. Ella sabía que Matt lo
estaba pasando fatal aquí y quería quitarle las ganas de
drogarse de una vez por todas. Andrew le prometió que
podía ayudar y ella le dio su bendición. Vino a pasar el
verano aquí para ayudar a Matt a superar la abstinencia y
le pidió al entrenador que no castigara a Andrew. Incluso se
ofreció a pagar a Wymack por las molestias.
—Pero…
—La sangre no llegó al río —dijo Allison con tono
despreocupado. Neil se la quedó mirando y ella señaló a
Matt con un gesto—. Tú no puedes opinar porque no
estabas aquí. No viste cómo estaba Matt. Era patético,
incapaz de mirarnos a ninguno a la cara. Míralo ahora.
Puede que los métodos del monstruo fueran un poco
extremos, pero obtuvieron resultados.
—No puedes estar de acuerdo con lo que hizo —dijo Neil,
dirigiéndose a Matt—. ¿Y si hubiese salido mal? ¿Y si no
hubieses conseguido recuperarte?
—Andrew se jugaba demasiado como para permitirle
fracasar —dijo Renee, despacio, como si estuviera
escogiendo sus palabras con mucho cuidado. Neil supuso
que ella era quien mejor conocía las motivaciones de
Andrew debido a la amistad que los unía—. No sé si te
hemos hablado de la historia de Aaron, pero conoces la de
Andrew, ¿no? Él no tiene permitido combatir su adicción.
Presenciar la batalla de Matt con la suya era muy duro para
ambos.
Al principio, la referencia a Aaron no tenía sentido, pero
entonces Neil recordó que la segunda vez que había ido al
Eden's Twilight le había preguntado a Andrew por qué
tomaban polvo de galleta. Este había dicho que empezaron
a tomarlo para ayudar a Aaron. Y la semana pasada Nicky
había mencionado que Aaron había consumido las drogas
de su madre, aunque no había especificado de qué se
trataba. Lo más probable era que el polvo de galleta fuera
un sustituto insignificante en comparación. Ver cómo Matt
se derrumbaba ante la tentación habría causado estragos
en la sobriedad de Aaron.
Neil estaba empezando a replantearse la indiferencia de
Andrew hacia la vida de su hermano.
Matt malinterpretó el silencio de Neil.
—Llegas un año tarde para enfadarte en mi nombre, Neil.
Créeme, estoy bien. Mejor que bien, de hecho. La primera
vez pensé que la rehabilitación fue horrible. La segunda
casi acaba conmigo. Desde luego acabó con la posibilidad
de volver a sentirme tentado en la vida. Estoy limpio para
siempre y me siento mejor que nunca.
Neil necesitaba tiempo para averiguar cómo se sentía al
respecto, pero no se trataba de su vida.
—Es tu lucha. —Fue lo único que dijo.
Matt le dedicó una sonrisa agradecida por su
comprensión.
—Supongo que tendremos que ir a comprar disfraces
esta semana si vamos a ir con vosotros. Si no nos damos
prisa se van a llevar los mejores. ¿De qué vais vosotros?
Para no coincidir.
—Se lo preguntaré.
—¿No lo sabes? —preguntó Dan, divertida.
—Tengo la esperanza de que Nicky estuviera de broma —
dijo Neil, poniéndose en pie—. Ahora vuelvo.
Resultó que Nicky no estaba bromeando, pero al menos
un vaquero zombi era mejor que un cartón de leche o una
vaca.
El viernes, con un grupo de nueve personas, Andrew se
vio obligado a hacer una reserva de verdad en Sweetie's,
sin importar que llegaran a las diez y media. Había una
pequeña multitud esperando junto a la entrada, pero el
banco en forma de L de la esquina estaba marcado con un
cartel de «RESERVADO». En teoría, la mesa estaba
pensada para ocho personas, no nueve con disfraces
incluidos, pero el tamaño reducido de Aaron y Andrew
ayudaba un poco. Los Zorros se apretaron muslo contra
muslo y leyeron la carta.
El grupo de Andrew solía conformarse con helado y polvo
de galleta, pero hacía seis horas que habían comido y aún
tenían una larga noche por delante. Además, cenar era la
mejor forma de romper el hielo. Los Zorros nunca habían
hecho nada todos juntos fuera de los eventos de equipo y
los entrenamientos. No tenían claro qué hacer cuando no
había exy de por medio.
Aaron y Andrew no hicieron ningún esfuerzo por
facilitarle la noche a nadie. Aaron se negó a hablar con los
veteranos, incluso cuando alguno de ellos le hablaba
directamente, y exudaba una ira silenciosa desde su
posición entre Nicky y Neil. A este último le resultaba
molesto y a la vez interesante. No había problemas entre
Aaron y sus compañeros sobre la cancha, por lo que Neil no
comprendía qué tenía en contra de que se juntaran fuera
de ella.
Ahora que Renee volvía a jugar como portera, Andrew
solo tenía que aguantar sobrio el primer tiempo. Se había
tomado una pastilla en el descanso y aún iba colocado. La
mayoría de su energía la dirigía hacia su propio grupo o
hacia Renee. Estaba dispuesto a cooperar algo más que su
hermano en el sentido de que respondía si Dan o Matt le
preguntaban algo, pero sus respuestas eran rápidas,
rozando lo maleducado y siempre encontraban la forma de
redirigir la conversación hacia otra persona.
Habría sido la cena más incómoda de la historia si no
fuera por Nicky. Detestaba lo aislados que estaban los
gemelos y estaba desesperado por hacerse amigo del resto
del equipo. Era como si de repente se hubiera vuelto
alérgico al silencio. En cuanto la conversación empezaba a
decaer, él sacaba un tema para revivirla. Renee, Dan y Matt
le siguieron la corriente encantados, pero Allison y Kevin se
unieron con más reticencia. Neil prefería mantenerse al
margen para observar cómo interactuaban, pero, ya que
aquello había sido idea suya, se sentía obligado a ayudar a
Nicky cuando podía.
Estaban con el postre cuando el subidón de Andrew
empezó su descenso y a Neil no se le escaparon las miradas
de curiosidad que le dirigían los veteranos. La abstinencia
de Andrew no era algo novedoso, pero siempre la habían
presenciado con un partido de por medio. Ahora no había
cancha ni equipo contrario que los distrajera de la caída.
Allison había predicho hacía unos días que Andrew no
aguantaría toda la noche sin la medicación, así que Neil
consideró oportuno advertirles de su hábito de tomar polvo
de galleta. Andrew controlaba la abstinencia con alcohol y
drogas; los veteranos nunca lo habían visto tan frío e
insensible como estaban a punto de hacerlo.
Como respuesta a su atención, Andrew esbozó una media
sonrisa y le dio con el codo a Kevin en el costado. Este se
removió en su asiento para meterse una mano en el bolsillo.
El ruido de las pastillas en el bote de plástico fue tan leve
que Neil no habría reparado en ello si no fuera por la
reacción de Andrew. La mirada que le dirigió a Kevin fue
tan intensa que Neil sintió la necesidad de apartarse.
Andrew levantó la vista hasta el rostro de Kevin con un
esfuerzo evidente. La sonrisa lenta que se formó en sus
labios indicaba que se estaba liberando de la niebla de las
medicación y la oferta de Kevin no le hacía ninguna gracia.
—No me obligues a hacerte daño —dijo—. No me apetece
manchar el helado de sangre.
Kevin se limitó a encogerse de hombros y se sacó la mano
del bolsillo. Al otro lado de la mesa, los veteranos
guardaban silencio. No sabían qué se habían perdido, pero
habían oído la amenaza de Andrew. Nicky fulminó a Kevin
con la mirada por crear una situación incómoda y le
preguntó a Matt por una película reciente para distraerlo.
Neil dejó que sus palabras le entraran por un oído y le
salieran por el otro. Acababa de recordar una pregunta que
quería hacer desde hacía meses. Evaluó sus posibilidades
de conseguir una respuesta veraz con tanta gente delante,
se planteó preguntar en alemán, y al final decidió que no
quería una respuesta a medias por parte de Andrew. Kevin
estaba sentado entre Neil y él, así que fue fácil captar su
atención. Le dio un toque con la rodilla y susurró en
francés:
—¿Por qué tienes tú su medicación?
—La guardo cuando está ajustando las tomas —respondió
Kevin—. Cuando hay partido o en noches como hoy que
quiere pasar la abstinencia, es mejor si el bote lo tiene otra
persona. Si tiene las pastillas a mano, se las toma. No es
capaz de resistirse.
Kevin no había respondido más alto de lo que había
hablado Neil, pero el idioma extranjero captó la atención
de sus compañeros. Neil fingió no ver las miradas de
curiosidad de Matt y Dan y volvió a centrarse en su comida.
Kevin miró otra vez a Andrew. Este no se dio cuenta, estaba
sacando su teléfono del bolsillo.
Nicky se percató de la distracción de su primo y protestó:
—Dime que no es el entrenador. Hemos ganado, no tiene
derecho a acosarnos.
—Es Bee —dijo Andrew—. Bee haciendo el tonto. Va de…
¡Ja! Mira.
Le lanzó el móvil a Nicky. Este miró la pantalla, soltó una
carcajada y pasó por encima de Aaron para enseñársela a
Neil. A él no le importaba lo más mínimo la loquera del
equipo, pero fue obediente y echó un vistazo a la imagen
que había mandado. Era una foto borrosa de Betsy Dobson
vestida de abeja por su apodo, bee, en inglés. Nicky esperó
a que Neil reaccionara y, cuando vio que no iba a hacerlo,
le devolvió el teléfono a su dueño a través de Neil y Kevin.
Andrew escribió una respuesta en cuanto lo tuvo en las
manos.
—¿Está con el entrenador? —preguntó Dan.
—Abby y él la han invitado a su casa —dijo Andrew sin
levantar la mirada.
—¿Por qué te escribe? —preguntó Neil.
—Lo hace a veces.
No parecía molestarle. Neil no lo entendía. Sabía que
Andrew tenía sesiones obligatorias con ella todas las
semanas, pero había supuesto que alguien como él odiaría
tener que ir a terapia.
—¿Por qué se lo permites?
—A algunos nos cae bien —dijo Renee de manera casual.
Dan pareció sorprenderse.
—¿Qué tienes en contra de Betsy?
—Es una psiquiatra —dijo Neil—. Desconfío de ella por
principios.
—Dale una oportunidad —dijo Matt—. Es buena gente.
—Querrás decir que es la hostia —intervino Nicky—. La
primera vez que la conocimos —se señaló a sí mismo y a
Aaron—, me preocupé por ella. Andrew cambia de loquero
como si intentara batir un récord que solo conoce él. Betsy
es la octava por lo menos.
—Decimotercera —dijo Andrew—. Se aseguró de
preguntarme si soy supersticioso.
—Una locura de número —dijo Nicky—. Pero cuando
Andrew salió de su consulta al final de la primera sesión,
ella salió detrás como si nada. Es impresionante, ¿a que sí?
—No —dijo Neil.
Nicky suspiró.
—Cómete el helado, capullo.
Neil resistió la necesidad de poner los ojos en blanco y
tomó una cucharada. Al marcharse, Andrew se llevó
consigo un puñado de servilletas. Neil no tuvo que
preguntar el motivo. No sabía cuántos de los camareros de
Sweetie's vendían polvo de galleta, pero esconder los
paquetes entre las servilletas era una manera sencilla de
realizar las entregas. Andrew esperó a que Kevin se
acomodara en el asiento del copiloto antes de ponerle las
servilletas en el regazo para que las revisara de camino a la
discoteca. Para cuando llegaron al Eden's Twilight, la
sonrisa de Andrew era algo del pasado.
Eden's Twilight era una discoteca de dos plantas en el
centro de Columbia. Nicky había trabajado como barman
allí mientras los gemelos estaban en el instituto y Neil tenía
la sensación de que Andrew había ayudado de manera
extraoficial. Se habían mudado para ir a la universidad,
pero seguían volviendo tan a menudo como la temporada lo
permitía. La amistad de Nicky con los empleados y las
propinas generosas de Andrew les permitían entrar sin
hacer cola y que las copas les salieran por un precio muy
rebajado.
Los veteranos iban en el coche de Allison. Cuando Nicky
se detuvo junto al bordillo delante de la discoteca, Allison
aparcó en segunda fila a su lado para dejar salir a sus
pasajeros. Andrew fue hasta el portero de turno y recogió
los pases vip del aparcamiento. Kevin le dio uno a Allison y
le indicó cómo llegar al garaje por si acaso perdía de vista a
Nicky entre el tráfico. Ella asintió y se alejó con el coche.
El portero parecía un poco confuso por la cantidad de
personas que iban con Andrew, pero los dejó pasar sin
hacer preguntas. Andrew abrió la segunda puerta y
encabezó la marcha al interior de la discoteca.
Salieron a la tarima, una sección curva llena de mesas en
la que estaba situada la barra principal. Dos tramos cortos
de escaleras bajaban un par de metros hasta la pista de
baile abarrotada. Las escaleras para subir a la segunda
planta se encontraban a medio camino entre la puerta y la
barra. Neil no había subido nunca, ya que la balconada
estaba reservada para fiestas privadas. Andrew les habría
conseguido acceso sin problemas, pero su barman favorito,
Roland, siempre trabajaba en la barra de la primera planta.
Les costó encontrar una mesa entre la multitud y, cuando
encontraron una, esta solo tenía dos taburetes. Andrew
decidió que era irrelevante, ya que lo más probable era que
la mayoría de los Zorros acabaran en la pista de baile de
todas formas. Dejó a casi todos guardando la mesa y
arrastró a Neil entre la gente hacia la barra para la primera
ronda.
Roland tardó un par de minutos en atenderlos. Todo el
que fuera disfrazado se ganaba un chupito gratis, así que
Andrew señaló su mesa por encima del hombro. Roland se
estiró para mirar por encima de la multitud hasta que los
vio. Arqueó las cejas al ver tres caras desconocidas junto a
Kevin y Aaron.
—¿Al final has madurado y estás haciendo amigos? —
preguntó—. Pensaba que este día no llegaría.
—Te doy el doble de propina si nunca vuelves a decir una
estupidez como esa.
Roland sonrió, los contó de nuevo y sacó una bandeja
para ellos. No preguntó qué querían beber; conocía los
gustos de los primos y no le sería difícil añadir un par de
los mejunjes más populares para los veteranos. Sabía que
estaban esperando a Nicky, pero no que tenía que incluir
algo para Allison. Neil no dijo nada, pensando que Allison
podía beberse el chupito que le tocaba a él, pero Roland
siguió sirviendo copas hasta llegar casi a veinte.
—¿Cuántos sin alcohol? —preguntó.
—Solo dos —contestó Andrew.
Roland añadió dos latas de refresco a la bandeja y la
empujó hacia Andrew sobre la barra. Neil encabezó la
marcha de vuelta a la mesa, abriendo paso a Andrew por el
camino. Este consiguió transportar las copas sin derramar
ni una gota. Le pasó un refresco a Renee y dejó el otro para
Neil, pero nadie empezó a beber hasta que llegaron Allison
y Nicky. Esta hasta pareció un poco impresionada por la
cantidad de copas que había pedido Andrew.
Los Zorros no tardaron nada en vaciar la bandeja.
Andrew recogió los vasos vacíos y esta vez fue Renee quien
lo siguió para ayudarlo. Dan los observó marcharse y
después alzó la voz para hacerse oír por encima de la
música.
—¿De verdad crees que es seguro?
—¿Qué? —preguntó Nicky.
—Dejar que Andrew esté sobrio toda la noche —aclaró
Dan—. ¿Es una buena idea? ¿Una mala idea? ¿O una idea
que no dejará supervivientes?
Nicky parecía confuso ante su ignorancia.
—No está sobrio. Nunca está sobrio. Ya has visto cómo es
la abstinencia durante los partidos y a nosotros —señaló a
los cuatro miembros restantes del grupo de Andrew— a
veces nos toca aguantarlo en noches como esta, pero
Andrew lleva años sin estar sobrio. Siempre tiene algo
chungo metido en el cuerpo. Créeme, si estuviera sobrio, lo
sabrías. Es…
Nicky miró a Aaron en busca de la palabra adecuada,
pero él le devolvió la mirada y se negó a ayudarlo. Nicky no
dejó que su silencio le afectara.
—Es inconfundible. —Fue lo que dijo al final—. Ya lo
veréis el verano que viene, aunque no queráis. El
tratamiento se acaba en mayo y la rehabilitación debería
terminar antes de que empiecen los entrenamientos de
junio.
—Por fin —dijo Kevin, que parecía exasperado.
—Y tú lo estás deseando, di que sí —dijo Nicky—. La
curiosidad mató al gato. O al zorro o lo que sea. Yo solo
tengo la esperanza de que los años que se ha pasado
medicándose y en terapia intensiva le hayan endulzado un
poco el carácter.
—Nueva regla. —Matt fingió dar con un martillo de juez
en la mesa—. No volver a decir «Andrew» y «dulce» en la
misma frase jamás… Madre de Dios.
—¿Eso cuenta como blasfemia? —preguntó Nicky, porque
Dan y Matt iban vestidos de dioses griegos. Se giró hacia
donde estaba mirando Matt y localizó lo que había llamado
su atención. Un hombre iba vestido de guante de horno
amarillo neón. El rostro de Nicky se retorció entre la
consternación y la incredulidad y le dio un ataque de risa
que casi hizo que se cayera al suelo—. Chavales, creo que
ya tenemos al ganador de esta noche. Nadie va a superar
ese nivel de locura.
Lo más probable era que tuviera razón, pero eso no
impidió que los Zorros se estiraran en busca de otros
disfraces ridículos. Estaban en plena discusión criticando
un par de ellos cuando Andrew y Renee regresaron. Su
llegada con las copas pausó la conversación, pero los
paquetes de polvo de galleta que sacó Kevin la desviaron
por completo.
Matt, Renee y Neil se abstuvieron. Andrew dividió el
polvo entre los demás, quedándose él la mayoría, ya que su
cuerpo podía tolerar más que el resto. Dan tomó solo un
paquete y vertió la mitad en una de las copas que estaba al
lado del codo de Allison. Nicky contó hacia atrás desde tres
y todos se tomaron el polvo al unísono. Se bebieron la
tercera y cuarta ronda a la carrera antes de aventurarse en
la pista de baile. Renee le prometió a Allison que se uniría a
ellos en cuanto se terminara el refresco y se quedó en la
mesa junto a Andrew, Neil y Kevin.
Andrew amontonó los vasos vacíos en la bandeja y se
marchó. Esta vez no necesitaba ayuda, ya que solo iba a
pedir copas para Kevin y para él, pero Neil lo siguió de
todas formas. Tuvo que empujar a dos borrachos con
máscaras de carnaval para llegar hasta la barra y se coló
en el espacio reducido junto a Andrew. Este dejó la bandeja
para que Roland la recogiera cuando pudiera y miró a Neil
de reojo.
—Deja de esconderte. Esto ha sido idea tuya, afronta las
consecuencias.
—No es tan sencillo —dijo Neil.
Tampoco lo era explicar por qué se sentía incómodo.
Andrew había prometido protegerlo hasta mayo, pero
cuando hicieron ese trato había dicho que la fama en
aumento de Neil lo mantendría a salvo el resto de su
carrera como Zorro. Andrew había supuesto que se
graduaría en Palmetto siempre y cuando jugara bien sus
cartas con Kevin. Neil aún no le había dicho que sus planes
habían cambiado, lo cual suponía una dificultad a la hora
de explicar por qué no podía disfrutar de la noche. Al final
recurrió a la media verdad que le había contado el verano
anterior.
—Nunca he tenido la oportunidad de permitirme conocer
a nadie. Sé que tengo que dejar que me conozcan si
queremos superar la temporada, pero sería más fácil si
fueran solo nombres y rostros. ¿Cómo has conseguido
permanecer desconectado todo este tiempo?
—No son lo bastante interesantes como para mantener
mi atención.
—Kevin sí. Y también tu hermano, por lo visto. —No le
sorprendió que Andrew no respondiera a ninguna de las
dos acusaciones. Siguió presionando—. ¿Qué hay de
Renee?
—¿Qué pasa con ella?
—¿No te parece interesante?
—Tiene su utilidad.
—¿Y ya está?
—¿Esperabas una respuesta diferente?
—Puede ser —dijo Neil. Dudó cuando apareció Roland
por fin. El barman se quedó solo el tiempo necesario para
recoger la bandeja antes de marcharse de nuevo. Neil
volvió a mirar a Andrew y se preguntó por qué tenía
aquella sonrisa fría en el rostro. Sabía que se estaba
burlando de él, pero aún no tenía claro el motivo—. Casi
todos esperan que pase algo entre vosotros. Incluso Nicky
cree que es inevitable. Pero Renee le prometió a Allison
que nunca ocurriría. Al menos eso le dijo a Seth. ¿Por qué?
—¿Acaso importa?
Neil se encogió de hombros, incómodo.
—¿Sí? ¿No? Debería ser… Quiero decir, es irrelevante,
pero… —titubeó, pero el otro no dijo nada. No estaba
dispuesto a ponérselo fácil. La actitud de Andrew no
debería sorprenderle, pero lo fastidiaba de todas formas—.
Solo intento comprenderlo.
—A veces eres lo bastante interesante como para
merecer la pena. Otras eres tan increíblemente estúpido
que apenas soporto tenerte delante.
Neil frunció el ceño.
—Déjalo. Se lo preguntaré a Renee.
—Para eso primero tendrás que dejar de evitarla.
Neil no perdió el tiempo contestando. Roland regresó con
su bandeja unos minutos después y los dos se encaminaron
de vuelta a la mesa. Renee se había terminado el refresco,
pero estaba haciéndole compañía a Kevin hasta que
volvieran. En cuanto Andrew se hubo sentado, miró a Neil.
—¿Vienes?
—No —dijo Neil.
Renee asintió y se marchó en busca del resto. Andrew y
Kevin estaban en los taburetes, por lo que Neil se quedó de
pie entre ellos, en silencio. Los observó beber un par de
rondas más y después fue hasta la barandilla que daba a la
pista de baile. El metal estaba pegajoso debido al sudor o a
las copas derramadas, pero se apoyó en él con los brazos
cruzados y contempló desde arriba la masa de gente dando
brincos.
En un día cualquiera habría sido difícil localizar a sus
compañeros de equipo. Con las luces intermitentes sobre la
pista y todo el mundo disfrazado era imposible. Aquel
destello rojo podría ser la capa de Caperucita Roja de
Renee y aquel plateado de lentejuelas brillantes era
probablemente el uniforme de cadete espacial de Nicky,
pero no había forma de asegurarse. Tenía que confiar en
que estaban todos ahí, divirtiéndose y a salvo. Él se sentía
contento solo con observar e imaginárselo.
También se sentía solo, pero eso no tenía ningún arreglo.
CAPÍTULO DIEZ
Tras su clase de Matemáticas del lunes, Neil fue en busca
de Renee. Un par de meses había sido tiempo suficiente
como para aprenderse los horarios de sus compañeros. No
le interesaba para nada tener toda aquella información
ocupando espacio en su cerebro, pero pasaba demasiado
tiempo con los Zorros como para no saber dónde estaban a
cada momento. Sabía que el horario de Renee era el
siguiente: dos clases, una detrás de otra, seguidas por una
hora libre antes de la siguiente clase. El truco era
interceptarla antes de que se alejara demasiado del aula.
Por suerte, estaba en el edificio de al lado. Aquella
proximidad era la razón por la que había sido escogida para
acompañarlo en el camino de Matemáticas a Historia el día
de su primer partido.
Neil bajó las escaleras hasta la acera a toda velocidad,
esquivando a los alumnos que no tenían especial prisa por
llegar a ninguna parte y apartándose del camino de
aquellos que iban tan acelerados como él. Se aferró a una
máquina expendedora para doblar la esquina del edificio a
toda velocidad y localizó el pelo inconfundible de Renee a
unos seis metros de distancia. Aplastó las dudas y la
incomodidad que sentía antes de ir tras ella.
Renee levantó la mirada cuando la alcanzó por fin y a
Neil no se le escapó lo rápido que arqueó las cejas.
—Hola, Neil. Qué sorpresa.
—¿Estás ocupada? —preguntó él—. Me preguntaba si
podíamos hablar un rato.
Renee se echó a reír.
—Debería dejar de apostar contra Andrew en lo que a ti
respecta. Dijo que vendrías a verme, pero yo pensaba que
aún no estabas preparado —explicó cuando Neil la miró
con el ceño fruncido—. Y, contestando a tu pregunta: no, no
estoy ocupada. ¿Te importa si vamos andando mientras
hablamos?
La próxima clase de Neil no era hasta dentro de dos
horas, así que la siguió dando un paseo relajado por el
campus. Entre el campus, Perimeter Road y el centro había
un parque de hierba conocido como el Verde. Si tenía un
nombre oficial, Neil no lo había visto en ninguno de los
folletos. Había supuesto que Renee querría echarse a
disfrutar del sol como hacían multitud de estudiantes en
aquel momento, pero serpenteó entre los cuerpos
adormilados hacia las tiendas del centro.
—¿Te ha dicho Andrew por qué quiero hablar contigo? —
preguntó Neil cuando iban por la mitad del Verde.
—No me dio muchos detalles —dijo Renee.
—Ya te lo pregunté una vez y no llegaste a responderme
—dijo Neil—. ¿Me dirás ahora por qué le caes bien a
Andrew?
—El año pasado Andrew nos invitó a unos cuantos al
Eden's Twilight, uno a uno. Ahora ya sabes por qué invitó a
Matt. Dan fue para que Andrew pudiera averiguar si era
alguien a quien merece la pena seguir en la cancha. A mí
me invitó porque, al igual que tú, no se creía esta fachada.
—Señaló su propio rostro con un gesto y posó los dedos
sobre el crucifijo que llevaba al cuello—. Quería la verdad,
así que se la di. Descubrió que él y yo tenemos mucho en
común. —Miró a Neil de reojo mientras se detenían en un
paso de cebra en Perimeter Road—. Las únicas diferencias
entre nosotros son la suerte y la fe.
—Y la psicosis —dijo Neil.
Renee sonrió.
—O puede que no. Yo soy una mala persona que intenta
con todas sus fuerzas ser buena, pero no lo estaría
intentando si no fuera por intervenciones externas en mi
vida.
Las palabras no parecían perturbarla y observó el paso
de cebra con tranquilidad mientras hablaba.
—Me crie viviendo con mi madre y su serie de novios
violentos. Quizás era inevitable que acabara metiéndome
en problemas. Empecé a trabajar de vigilante y mensajera
para una de las bandas de Detroit. Tardé un par de años en
escalar puestos hasta conseguir trabajos más duros. Hacía
todo lo que me pedían y me daba igual quién saliera herido.
Por suerte para mí, no era tan lista como me creía. A los
quince me pilló la policía y mi abogado intercambió mi
testimonio por una sentencia reducida. Lo que les conté
metió a mucha gente en problemas, incluida mi madre. El
abogado explicó mi situación familiar para que el tribunal
comprendiera mi ausencia de modelos de comportamiento
positivos. Los resultados de la investigación mandaron a mi
madre y a su novio de por entonces a la cárcel con varios
cargos. Allí, los mataron unos miembros de la banda que yo
había ayudado a encerrar y que estaban muy enfadados.
—Lo siento —dijo Neil, cuando en realidad lo que sentía
eran celos. Tanto ella como Wymack habían perdido a sus
padres debido a la violencia carcelaria, pero nadie se
atrevía a atacar a su padre. A Neil le ahorraría muchos
problemas si unos cuantos presos consiguieran reunir el
valor y la agresividad necesarias para hacerlo.
—Yo no —dijo Renee, sacándolo de golpe de sus
pensamientos. Echó a andar para cruzar la calle, pero Neil
tardó un par de segundos en ser capaz de seguirla. Renee
le sonrió cuando volvió a ponerse a su altura—. Sé que
debería estar arrepentida, pero eso es algo en lo que aún
estoy trabajando. Soy consciente de que jugué un papel
clave en las circunstancias que llevaron a sus asesinatos,
pero la verdad es que los odiaba a ambos. Además, si mi
madre no hubiera muerto, nunca habría acabado aquí.
»Con mi madre muerta y mi padre biológico
desaparecido, el juez no tuvo otra opción que dejarme en
manos del sistema de acogida cuando salí del correccional
de menores después de un año —dijo Renee—. Le puse las
cosas tan difíciles como me fue posible a las familias de
acogida y pasé por ocho casas en dos años. Stephanie
Walker oyó hablar de mí de boca de una de mis madres de
acogida en su reunión de instituto. Presentó una solicitud
para acogerme, presionó hasta que la aceptaron y me llevó
a Dakota del Norte en cuanto fue oficial. Me dio un nombre
nuevo, una nueva fe y una nueva oportunidad en la vida.
Renee no había exagerado cuando dijo que Andrew y ella
se parecían mucho. Ambos habían tenido infancias
violentas e inestables por culpa de sus madres y habían
pasado por el correccional y el sistema de acogida. Sus
caminos se separaban de forma irrevocable tras sus
respectivas adopciones. Renee dejó que Stephane la
convirtiera en un ser humano decente y se propuso
enmendar la brutalidad de su pasado, mientras que Andrew
asesinó a su propia madre a la menor oportunidad. Neil
comprendía por fin por qué Renee no le tenía miedo a
Andrew.
—¿Entonces por qué no encajáis? —preguntó Neil.
—Perdona —dijo Renee—. ¿A qué te refieres con encajar?
—¿Por qué no le has pedido salir?
Su expresión indicaba que aquella era la última pregunta
que se esperaba de él. Ganó un poco de tiempo señalando
la siguiente tienda. Neil entró primero, pero se apartó para
que Renee tomara la delantera. Al pasar a su lado, lo miró
como si lo estuviera evaluando, pero enseguida volvió a la
tarea que tenía entre manos y empezó a revolver entre los
contenidos de la estantería más cercana.
—¿De qué va todo esto? Si no te importa que te lo
pregunte —dijo—. Antes no parecía interesarte.
—Y no me interesa —dijo Neil, pero aquello no tenía
sentido, ya que había sido él quien había sacado el tema.
Buscó la manera de explicarse. No quería contarle que se
había pasado la noche del viernes pensando en su propia
muerte. No había querido pensar en un futuro que no tenía,
así que en su lugar se apoyó en la barandilla y pensó en sus
compañeros. Era un ejercicio extraño, tan fascinante como
perturbador. No estaba acostumbrado a preocuparse por
nadie que no fueran su madre y él mismo, pero intentó
imaginarse la vida de los Zorros dentro de un año o dos. Se
preguntó qué tipo de delanteros ficharía Kevin para
sustituirlo y cuáles serían las consecuencias para los Zorros
cuando se entregara al FBI.
Pero, sobre todo, pensó en ellos como en las personas con
las que había pasado la noche, personas a las que
empezaba a conocer casi en contra de su voluntad. Nunca
llegarían a ser perfectos, pero estarían bien. Habían
llegado a la Madriguera hechos pedazos, pero se estaban
arreglando mutuamente con cada semestre que pasaba.
Incluso Kevin saldría victorioso de todo aquello. No
acabaría olvidado como creían Tetsuji y Riko; ascendería
con el resurgimiento de los Zorros hasta la cima y
recuperaría el lugar que le correspondía bajo los focos.
El único aparte de Neil que no tenía escapatoria era
Andrew. Tanto Kevin como Nicky creían tener la solución a
su problema, pero Neil ya no estaba tan seguro de a cuál
de los dos creer. Pero tampoco podía decirle eso a Renee
porque no quería tener que explicar por qué era tan
importante de repente. No le encontraría ningún sentido
porque no sabía quién era él ni qué le había ofrecido
Andrew.
—No importa —dijo.
Empezó a darse la vuelta, pero Renee lo interrumpió:
—No soy el tipo de Andrew, Neil. No hay nada entre
nosotros.
—Eso dijo Allison —contestó él, buscando la verdad en el
rostro de Renee—. Le dijo a Seth que no se preocupara de
si acababais juntos. Pero el resto está esperando a que pase
algo entre vosotros. Seguro que sabes la cantidad de veces
que han apostado sobre ello. Si a mí puedes decirme que
no pasará con tanta seguridad, ¿por qué no aclarar las
cosas con los demás?
—Es complicado —dijo Renee—, y a los dos nos beneficia
más el silencio. Allison me creyó cuando dije que no iba a
enamorarme de Andrew. Los otros dejaron de escucharme
cuando Andrew y yo empezamos a hablar más. Como
recompensa por su fe en mí, siempre inclino la balanza en
favor de Allison en las apuestas sobre nosotros. Luego nos
repartimos los beneficios entre las dos. Yo reservo mi parte
para nuestra campaña navideña de Adopta Una Familia.
Allison se gasta la suya en manicuras.
—¿Y qué gana Andrew con ello? —preguntó Neil—.
¿Entretenerse de gratis viendo cómo intentan adivinarlo?
—Tranquilidad —dijo Renee tras pensárselo durante un
momento.
—No lo entiendo.
Renee volvió a titubear. Neil la observó mientras
repasaba una sección de carteras de cuero. Tomó una y la
examinó, dándole vueltas.
—Andrew dijo que me harías preguntas. Le pregunté qué
quería que te contestara si acudías a mí, pero dijo que no le
importaba y que no tenía tiempo de hacer de moderador. Si
sabía que querías hablar de esto imagino que sabía que al
final me harías esa pregunta.
Renee dejó la cartera, tardó unos segundos en apartar la
mano mientras lo consideraba, y después se giró para
mirar a Neil de frente.
—Cuando he dicho que no soy el tipo de Andrew, lo decía
en serio. No es por mi aspecto o por mi fe. Es porque soy
una chica.
Neil oyó las palabras, pero tardó en comprenderlas. Se la
quedó mirando, confuso, y entonces lo entendió.
—Oh. Entonces Andrew y Kevin… —dijo, un poco
demasiado alto.
Renee se echó a reír y lo rechazó con un gesto.
—No, no. Ya conocerás a la novia de Kevin más adelante.
—Mentira. —Neil la miró—. Kevin no tiene novia. La
prensa y sus fans lo vigilan demasiado como para que
pudiera ocultar algo así.
Renee repasó la tienda con la mirada con tranquilidad,
despacio. En aquel momento solo había otro cliente y
estaba en el lado opuesto.
—No están saliendo de manera oficial y Kevin es
demasiado listo como para no ser discreto. ¿Te imaginas lo
que haría el entrenador Moriyama si una chica distrajera a
Kevin del exy? No creo que te sorprenda saber que es una
jugadora de la selección nacional. Kevin necesita a alguien
a su nivel, que le suponga un desafío. Por suerte, también
es una antigua Cuervo, así que conoce de sobra las
repercusiones que habría si los descubrieran. Puede que
tengan más suerte una vez que les hayamos dejado las
cosas claras a los Cuervos este año.
—¿Thea? —preguntó Neil, sorprendido.
Renee sonrió ante la rapidez con la que había atado
cabos.
—Impresionante.
No era difícil de deducir, incluso con la explicación tan
vaga que le había dado. Solo había dos mujeres en la
selección nacional. Una era una central de la USC. La otra,
Theodora Mildani, era una defensa de la Edgar Allan. Su
llegada a la selección hacía dos años había dado que
hablar, ya que era la única jugadora que había rechazado la
invitación en un principio. La explicación oficial había sido
que no quería que el calendario de la selección interfiriera
con su quinto año de universidad. Nadie esperaba que le
dieran una segunda oportunidad, pero un representante de
la selección la estaba esperando a la salida de la final del
campeonato.
Thea habría estado en su quinto año con los Cuervos
cuando Kevin entró en el equipo, pero este y Riko habían
crecido en el Evermore rodeados de los demás jugadores.
Kevin habría conocido a Thea durante los cinco años que
pasó allí. Neil se preguntó cuánto tardaron en enamorarse
y qué pensaba Thea del traspaso de Kevin a los Zorros.
Sentía aún más curiosidad por saber cómo Kevin era capaz
de encontrar hueco en su corazón para alguien más cuando
vivía por y para el exy. Parecía imposible que alguien
pudiera sentir tal devoción por más de una cosa a la vez.
Puede que tanto Nicky como Kevin tuvieran razón
después de todo. Neil volvió a pensar en Andrew.
—Nadie más conoce la orientación sexual de Andrew —
dijo.
—Que yo sepa, tú y yo somos los únicos —confirmó
Renee—. Andrew me lo contó el año pasado cuando los
demás empezaron a hacer conjeturas sobre nosotros. Dijo
que no quería que los cotilleos me dieran ideas.
—¿Pero y Aaron y Nicky? —protestó Neil—. Ya sé que solo
se conocen desde hace un par de años, pero están juntos
todo el tiempo. ¿Cómo es que no lo han averiguado
todavía?
—Imagino que la medicación de Andrew hace que sea
difícil de descifrar incluso para ellos —dijo Renee—. Y, lo
que es más importante, Andrew no quiere que lo sepan.
Aaron y él todavía no están preparados para una
conversación tan seria. Tienen demasiados problemas que
deben resolver antes de eso. Y los dos sabemos que Nicky
es incapaz de guardar un secreto, aunque le vaya la vida en
ello.
Renee había dicho «todavía», lo que implicaba que
Andrew tenía pensado arreglar las cosas con su hermano
en algún momento. Neil desconocía si lo decía porque era
una optimista o si lo sabía a ciencia cierta. No sabía de qué
hablaban Andrew y ella cuando estaban solos. Pensar que
hablaban de estrategias de exy era ridículo. Imaginarlos
teniendo una conversación seria (tan seria como era
posible con la medicación de Andrew) sobre el hecho de
que Andrew estaba en el armario era igual de imposible.
—¿Y por qué yo sí puedo saberlo? —preguntó Neil.
—Puede que sepa que no lo usarás en su contra —dijo
Renee.
La advertencia en sus palabras fue sutil, pero Neil se
resintió de todas formas. Observar las relaciones de sus
compañeros de equipo le resultaba interesante, pero al
final no significaba nada. No le importaba la orientación de
ninguno de ellos porque no influía en su supervivencia. La
de Andrew era sorprendente, pero desde luego no era
munición que pensara usar contra él.
Tardó un poco en ser capaz de hablar con normalidad.
—Si no le importaba que lo supiera podría habérmelo
dicho él mismo en Halloween cuando le pregunté por ti. No
tenía por qué mandarme a hacer esto.
—Quizás pensó que ya era hora de que tú y yo nos
conociéramos mejor. —Renee estudió a Neil—. Ya no soy la
chica que fui, pero la sombra de mi antigua vida estará
para siempre en mi interior. Es lo que me ayuda a conectar
con Andrew. Tengo la esperanza de que me ayude a
conectar también contigo.
—No conozco tu historia —continuó antes de que pudiera
reaccionar—. Si le has confiado algo a Andrew, él no ha
compartido conmigo los detalles y nunca lo hará. Pero si te
pareces tanto a nosotros como pensamos al principio,
quizás tú también llegues a considerarme una amiga. Todos
estamos aquí porque tenemos problemas, Neil. Eso no
significa que nuestros problemas sean los mismos. Dan y
Matt intentan comprender las cosas que he hecho y visto,
pero nunca lo conseguirán del todo. Andrew me entiende y
yo a él. Es un consuelo saber que alguien más ha pasado
por lo mismo que yo. Si alguno de los dos podemos
ayudarte, aquí estamos.
Neil no respondió. No podía. Era demasiado. Tenía que
pensar en ello y tomarlo todo en consideración. Quería
preguntarle sobre el juicio y cómo había sido testificar.
Necesitaba saber cómo el sistema judicial la había
protegido y si había merecido la pena. Si iba a acudir al FBI
en primavera con pruebas contra su padre, al menos le
gustaría tener una idea de dónde se estaba metiendo. Pero
eso lo expondría a más preguntas de las que podía soportar
hoy. No estaba dispuesto a confiarle ni siquiera las medias
verdades que le había entregado a Andrew.
Renee no pareció sorprenderse o decepcionarse ante su
largo silencio. Le concedió un minuto para decidirse y
después asintió, cambiando de tema con tanta facilidad que
lo dejó mareado.
—Ahora que he saciado tu curiosidad, igual puedes
ayudarme. Necesito la opinión de un chico sobre qué
regalarles a Aaron y a Andrew. Por su cumpleaños —explicó
ante la mirada vacía de Neil—. El año pasado no lo
celebraron y Nicky dice que no lo han hecho desde que
están juntos, pero con suerte este año será diferente. El
sábado cumplen veinte años. Es algo que merece la pena
conmemorar, ¿no crees?
—Supongo —dijo Neil.
Aquel asentimiento vago fue suficiente para ella y señaló
la estantería que tenía delante.
—Estaba pensando en regalarles algo práctico para que
le den uso. ¿Qué te parece?
Tardaron media hora y tuvieron que ir a dos tiendas
diferentes antes de que Renee encontrara por fin lo que
estaba buscando. Para entonces casi era la hora de su
siguiente clase. Neil aún tenía una hora por delante y
estaba a un par de minutos de la Torre, por lo que se
despidió de Renee en Perimeter Road. Ella cruzó el Verde
hacia el campus y él fue hacia la residencia de los
deportistas. Su habitación estaba gloriosamente vacía. Dejó
la mochila en el suelo, se tiró bocabajo en el sofá de Matt y
permitió a su cerebro divagar sobre todo lo que Renee
había dicho.
Para cuando tuvo que volver a clase, aún no sabía qué
pensar.
Unos golpes frenéticos en la puerta sobresaltaron a Neil
y a Matt el sábado mientras almorzaban viendo la
televisión. Matt se apresuró a encontrar el mando caído
entre los cojines, así que Neil hizo a un lado su plato y se
levantó para abrir. Las chicas sabían que Matt siempre
dejaba la puerta abierta mientras estaba en la habitación,
por lo que Neil esperaba encontrarse con alguien que se
había perdido de camino a los dormitorios de otro equipo.
En su lugar, encontró a un Nicky con los ojos desorbitados
esperando en el pasillo.
—Gracias a Dios —dijo Nicky, alzando ambos brazos hacia
Neil—. Ayúdame.
Matt había encontrado por fin el mando y pausó la
película.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien?
—Estoy a dos segundos de estar muerto —respondió
Nicky—. Mi madre acaba de llamar para desearles un feliz
cumpleaños a Andrew y a Aaron.
—¿Y eso es malo? —preguntó Matt.
Nicky se lo quedó mirando con la boca abierta, pero la
incredulidad dejó paso a la sorpresa enseguida. Se frotó la
nuca, incómodo. Los primos siempre reaccionaban a los
problemas cerrando filas contra los veteranos. Puede que a
Nicky no le gustara, pero lo había hecho una y otra vez a lo
largo de la temporada. Tanto Neil como Matt se
sorprendieron cuando decidió responder.
—Pues sí —dijo, evasivo—. En teoría no nos hablamos con
mi familia, ¿sabes? Mi padre no me ha dirigido la palabra
desde que descubrió que Erik es algo más que solo mi
mejor amigo. Mamá me llama en Navidad para ver si he
regresado al camino de Dios y cuelga en cuanto le digo que
no. Creo que Aaron no ha hablado con ellos desde el
funeral de la tía Tilda y Andrew los evita como si tuvieran
la peste. Mi padre y él no se gustaron mucho cuando se
conocieron en el correccional.
—No sería tan horrible —dijo Matt—. Tu padre apoyó la
libertad anticipada, ¿no?
—Sí, pero… —Nicky se revolvió en el sitio, inquieto.
—¿Cuál era el verdadero objetivo de la llamada? —
preguntó Neil.
—Invitarnos a la cena de Acción de Gracias.
—¿Y?
—¡Y le he colgado! —Nicky agitó los brazos—. ¿Qué iba a
hacer si no? No podía negarme.
—Deberías haber aceptado —dijo Matt—. ¿Qué coño te
pasa, Nicky?
—No es tan fácil. —Nicky sonaba abatido—. La oferta
depende de que vengan Aaron y Andrew. Mamá me lo ha
dejado muy claro. Es imposible que Andrew acepte.
—No lo sabrás hasta que lo intentes —dijo Matt.
—Creo que no entiendes lo mucho que Andrew odia a mis
padres —repuso Nicky.
—¿Y qué quieres que haga yo? —preguntó Neil.
—Servir de refuerzos y ofrecer apoyo moral —dijo
Nicky—. Si se lo pido a Andrew se descojonará de mí o hará
como que no me oye, pero a ti te escucha, ¿verdad? O sea,
lo convenciste para que saliera todo el equipo junto de
fiesta. A lo mejor puedes convencerlo para ir a una cena
familiar.
—No lo convencí de nada —señaló Neil—. Dije que era lo
más inteligente y él estuvo de acuerdo. Esto es más
complicado y yo no debería inmiscuirme. Puedo decirle que
resulta obvio lo importante que es para ti arreglar las cosas
con tus padres, pero ambos sabemos cómo es probable que
reaccione.
Nicky parecía alicaído, pero se recuperó levemente para
decir:
—Es la casa en la que crecí, pero papá no me ha dejado
poner un pie en ella desde que salí del armario. Ya sé que
los dos creen que soy un pecador condenado a arder por
toda la eternidad, y sé que debería darlos por perdidos,
pero no puedo. Quizás esta llamada signifique que
empiezan a aceptarlo. Tengo que saberlo, Neil. Por favor.
Quiero recuperar a mi madre. La echo muchísimo de
menos.
Neil intentó tragar saliva contra el nudo abrasador que se
había instalado en su garganta. Aquella no era su familia.
No era problema suyo. No era su madre. La madre de Neil
no era más que cenizas y huesos enterrados en una playa
de California. Ella nunca volvería. Neil jamás podría volver
a escuchar su voz ni a recibir una llamada suya. Nunca
tendría la oportunidad de sentarse a su lado mientras ella
le explicaba por qué había huido o se disculpaba por
ocultarle su conexión con los Moriyama. Su madre nunca lo
vería jugar con los Zorros en la semifinal. No estaría allí
cuando Neil testificara. Ni cuando muriera.
El dolor era como un cuchillo retorciéndose en su
estómago, haciéndolo trizas desde dentro hasta dejarlo sin
respiración. Inspiró lentamente y contó los latidos de su
corazón mientras espiraba. Nicky esperó, demasiado
desesperado como para tentar a la suerte.
—Quédate aquí —dijo Neil por fin.
El rostro de Nicky se llenó de sorpresa y esperanza. Neil
no podía soportar verlo y no quería recibir su gratitud
prematura. Se escurrió por su lado para salir al pasillo y
fue hasta la puerta del cuarto de los primos. Nicky no había
echado la llave al salir, así que Neil la abrió tras llamar una
sola vez.
Aaron estaba en uno de los pufs, esperando con un
mando de consola en la mano. A juzgar por la marca en el
otro puf y la imagen congelada en el televisor, la llamada
había interrumpido la partida. Kevin tenía un periódico
extendido sobre su escritorio mientras revisaba los
marcadores nacionales de la noche anterior. Andrew estaba
sentado en el escritorio junto a la ventana. Hacía meses
que había desencajado la pantalla protectora para poder
fumar en la habitación.
—Oh, Neil. —Andrew agitó el cigarrillo a modo de
saludo—. Hola.
—¿Podemos hablar? —preguntó Neil.
—Hoy no me viene bien —dijo Andrew—. Inténtalo
mañana.
—No habría interrumpido tu fiesta de cumpleaños si no
fuera importante.
Andrew sonrió.
—¿Acabas de usar el sarcasmo? Tu repertorio de talentos
no tiene fin.
—Dos minutos —dijo Neil.
—Qué persistente.
Neil esperó a que se decidiera. Andrew emitió un ruidito
de consideración alrededor de su cigarrillo. Hizo falta casi
un minuto entero antes de que la curiosidad venciera a su
necesidad imperiosa de poner las cosas difíciles. Tiró el
cigarrillo por la ventana, la cerró de un tirón y se bajó del
escritorio. Neil lo siguió hasta el dormitorio de los primos y
cerró la puerta tras de sí. Andrew solo avanzó algo más de
medio metro antes de volverse hacia él.
—Tic, tac —dijo—. Has captado mi atención, ahora
mantén mi interés.
—Ha llamado la madre de Nicky.
—Ups, se acabó el tiempo.
Neil estiró un brazo cuando Andrew dio un paso adelante,
pero sabía que no podía detenerlo si de verdad quería
marcharse. Había visto los kilos que levantaba Andrew en
el gimnasio cuando tocaba hacer pesas. Y lo que era aún
más, lo había visto levantar a Nicky del suelo por la
garganta y moverlo de un lado a otro cuando estaba
enfadado. El gesto era solo simbólico. Andrew lo sabía,
pero se detuvo de todas formas.
—Le ha pedido que vaya en Acción de Gracias —dijo Neil.
—Y él ha dicho que sí —dijo Andrew. No era una
pregunta—. Ay, Nicky, optimista hasta la muerte. Uno
pensaría que habría aprendido la lección a estas alturas,
pero irá y volverá lloriqueando. —Fingió enjugarse las
lágrimas—. Su amor tiene un precio que Nicky no puede
pagar. No renunciará a Erik por ellos.
—Esta vez no van detrás de Erik —dijo Neil—. El precio
sois vosotros. Nicky no puede ir si Aaron y tú no vais.
—Problema resuelto. —La sonrisa de Andrew era
radiante—. Petición denegada. En vez de eso, igual Abby
nos cocina un pavo. El año pasado lo hizo. No es mala en la
cocina, pero la repostería se le da fatal. Tendremos que
comprar una tarta congelada otra vez.
Neil se negó a dejar que lo distrajera.
—¿Por qué te niegas a ir?
—¿Por qué iba a hacerlo? Luther y yo no somos amigos.
—Que yo sepa, nosotros tampoco lo somos —dijo Neil—.
Pero nos aguantas de todas formas. ¿Por qué no puedes
tolerar a Luther? Nicky da por sentado que tiene que ver
con el día en que os conocisteis, pero Luther fue quien te
sacó del correccional y te llevó a casa con tu madre, ¿no?
—Esa mujer no era mi madre. —Andrew aguardó un
instante para asegurarse de que Neil lo entendía y cortó el
aire con un gesto—. ¿Pero Cass? Cass lo habría sido. Quería
serlo. Ah, que no lo sabes. Tengo una historia para ti, Neil.
¿Estás atento? Cass quería quedarse conmigo. Quería
adoptarme. Dijo que sería Andrew Joseph Spear. Reunió
todo el papeleo, pero no quería presentarlo sin mi
consentimiento. Decía que era lo bastante mayor como
para elegir por mí mismo.
—Spear —repitió Neil, sorprendido—. Igual que…
—Richard Spear —completó Andrew—. Ya te hablé de él,
¿no? Mi último padre de acogida.
—Lo mencionaste —dijo Neil, muy despacio, buscando
ganar tiempo mientras procesaba aquella bomba de
información. Richard Spear era el padre que Phil Higgins
estaba intentando investigar en agosto. Andrew solo había
dicho sobre él que era soporífero e inofensivo—. ¿Por qué
no te adoptó al final? ¿Porque te arrestaron?
—No, lo has entendido al revés. Acabé en el correccional
porque quería adoptarme. Pero ella no se rindió. Dijo que
un hogar estable conseguiría enderezarme. Su hijo
biológico quería alistarse en la Marina cuando acabara el
instituto, así que se ofreció incluso a destinarme parte de
sus ahorros para la universidad. Quería que tuviera un
futuro. Era como mi propia Stephanie Walker, más o menos.
Neil solo reconoció el nombre porque acababa de hablar
con Renee. Asintió para indicar que lo comprendía. Andrew
se puso de puntillas y alargó los brazos hacia Neil. Este
apenas consiguió evitar tensarse cuando sus manos le
rodearon el cuello. Andrew no apretó lo suficiente como
para cortar el flujo de aire, pero marcó el ritmo de su pulso
con los pulgares contra la garganta de Neil.
—Luther habría dejado que me quedara con ella si era lo
que quería. Sabía que la madre de Aaron no quería saber
nada de mí, pero él necesitaba arreglar las cosas de alguna
forma. Si estar con Cass era lo mejor para mí, lucharía a su
favor para que aprobaran la adopción. Y eso no podíamos
consentirlo, ¿no crees?
—¿Por qué no? —preguntó Neil, examinando el rostro de
Andrew—. ¿Qué fue lo que te hizo Cass?
Este pareció sorprendido.
—Cass jamás me habría hecho daño.
—Entonces, ¿qué pasó?
—Esa es otra historia. Esta es sobre Cass y Luther. Él dijo
que podía hacer que volviera con Cass. Yo le di un secreto
para asegurarme de que no lo hiciera.
—Y él se lo contó a alguien —adivinó Neil.
—No. —Andrew aumentó el ritmo contra su garganta, un
contraste frenético con la sonrisa burlona que decoraba su
boca—. Eso sería demasiado fácil. Este tipo de secretos no
se desvelan a la ligera. Tú lo sabes bien. Calculamos los
posibles daños colaterales y buscamos las vías de escape.
Hacemos planes y nos preparamos para la reacción y el
rechazo. Pero Luther no desveló mi secreto, sino que
decidió no creerme. Y eso es mil veces peor.
—Depende del secreto —dijo Neil.
—Cierto. —Andrew lo soltó y se giró para darle la
espalda—. Puede que esto te sorprenda, Neil, pero no soy
alguien que confíe en la gente con facilidad. Si le digo a
alguien que el cielo es azul y él dice que me equivoco, no
estoy dispuesto a darle una segunda oportunidad. No veo
por qué debería.
—¿Entonces Luther no te creyó o dijo que te
equivocabas? —preguntó Neil—. Son dos cosas muy
diferentes.
—Ah. —Andrew se giró ligeramente hacia él de nuevo—.
A veces se me olvida que eres más listo de lo que pareces.
Neil luchó contra su memoria. Sabía que tenía la
respuesta al alcance de la mano. Pensó en la visita de
Higgins y en los padres de Nicky y recordó estar sentado
frente a Andrew en un banco del vestuario, preguntando
sobre la primera llamada de Higgins. En aquel momento
pensó que las palabras de despedida de Andrew habían
sido extrañas, pero no lo había comprendido. Ahora no
estaba seguro de haber llegado a la conclusión correcta,
pero merecía la pena intentarlo.
—Dijo que había sido un malentendido.
La forma en la que Andrew se quedó inmóvil, aunque solo
fuera un segundo, le indicó que había acertado.
—Shh —dijo Andrew, bajito, como si estuviera
tranquilizando a un animal acorralado—. Shh, no digas eso.
Odio esa palabra. Ya te lo advertí, así que no deberías
haberla usado otra vez. ¿Por qué arriesgarte?
—Andrew —empezó Neil.
—No.
No alzó la voz, pero no le hizo falta para conseguir que
Neil oyera la advertencia. Si seguía presionando en la
dirección equivocada, Andrew lo cortaría de raíz y la
conversación habría terminado para siempre. Neil buscó un
clavo ardiendo al que aferrarse, tratando de encontrar las
palabras adecuadas para conseguir que siguiera hablando.
Puede que Andrew tuviera razón y que los padres de Nicky
nunca fueran a aceptarlo tal y como era, pero Nicky
necesitaba intentarlo.
—Eso fue hace cinco años. A lo mejor se arrepiente.
—Eso lo dices porque nunca has conocido a Luther —dijo
Andrew.
—¿Puedo?
Eso fue lo bastante inesperado como para captar su
atención.
—¿Cómo? Neil, estarías perdido con un pastor temeroso
de Dios. Apenas soportas estar cerca de Renee. No
aguantarías una cena con Luther. Acabaría practicándote
un exorcismo cuando perdieras los papeles.
—Podría ser entretenido —dijo Neil.
—Podría ser —concedió Andrew.
—Vayamos todos, entonces —dijo Neil—. Aaron accederá
para ayudar a Nicky y él podrá averiguar si sus padres han
entrado en razón o no. Ni de broma vas a consentir alejarte
tanto de Kevin, así que llévatelo también. Yo iré con
vosotros para que puedas acosarme a mí en vez de a
Luther. Imagínate lo incómodos que estarán los padres de
Nicky enfrentándose a los cinco.
—O podríamos quedarnos aquí.
—No sería tan interesante.
—Apelar a mi inexistente período de atención es un golpe
bajo —dijo Andrew.
—¿Pero funciona?
—Ya te gustaría a ti.
—¿Por favor?
—Odio esa expresión.
—¿Tu loquera sabe que le tienes manía a la mitad del
diccionario? —preguntó Neil, pero Andrew se limitó a
sonreír—. Sé que no puedes entenderlo porque nunca has
tenido una familia de verdad, pero Nicky necesita darles
otra oportunidad a sus padres. Si tienes suerte, esta cena
será el fin de todo. Nicky se ha hecho ilusiones pensando
que su madre ha entrado en razón. Si lo decepciona otra
vez puede que esté listo para alejarse de ellos para
siempre.
Andrew emitió un ruidito de consideración. Cuánto más
se extendía el silencio, más seguro estaba Neil de que
había fracasado. Al final, Andrew alargó los brazos hacia él
de nuevo. Esta vez, enganchó los dedos en el cuello de su
camisa en lugar de agarrarlo por la garganta.
—Una última oportunidad —dijo—. Es lo único que pienso
concederle a Nicky. Pero no pasaré Acción de Gracias con
ellos y no pienso comportarme. Consigue que Nicky cambie
la fecha y que te inviten, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —dijo Neil.
—Nos arrepentiremos de esto, todos nosotros. —Andrew
lo soltó, sonriendo—. Sobre todo Nicky si su padre acaba
muerto.
Neil titubeó, sabiendo que no debería preguntar, que ya
había hecho demasiadas preguntas. Al final, no fue capaz
de contenerse.
—¿De verdad mataste a la madre de Aaron?
—Eso fue un trágico accidente. ¿No leíste el informe
policial? —Andrew fingió inocencia, pero el tic en la
comisura de la boca lo delató. Renunció a la farsa al cabo
de un par de segundos y se rio—. No debería haberle
levantado la mano de nuevo. La advertí de que no lo tocara,
pero no me escuchó. Se llevó su merecido. ¿Eso te asusta,
Neil?
—Mis primeros recuerdos son de gente muriendo —dijo
Neil—. No me das miedo.
—Por eso eres tan interesante —dijo Andrew—. Qué
molesto.
Pero parecía divertido en lugar de molesto.
—Intentaré ser más aburrido en el futuro —dijo Neil.
—Muy considerado por tu parte. —Andrew señaló el
rostro de ambos—. Este es un secreto a crédito, Neil.
Recuérdalo. Ya te pediré algo a cambio más adelante. Por
hoy hemos acabado, así que adiós. Manda al cobarde de mi
primo de vuelta cuando termines.
Andrew no lo siguió cuando salió del dormitorio. Neil
esperaba encontrar a Nicky acechando en el pasillo a la
espera del resultado, pero en su lugar había entrado en la
habitación de Neil para esperarlo. Estaba sentado en el
borde del sofá de Matt. Sonrió al verlo entrar, pero la
expresión no le llegó a los ojos. Parecía estar a punto de
vomitar de nervios.
—Dos preguntas —dijo Neil, cruzando la sala para
colocarse frente a Nicky—. Si Kevin y yo nos mantenemos
al margen de tus asuntos familiares, ¿podemos ir? —No era
la pregunta que se esperaba Nicky. La sorpresa y la
confusión despejaron un poco el miedo que sentía. Neil
esperó a que asintiera, inseguro, antes de continuar—.
Segundo, ¿crees que tu madre podría cambiar la fecha?
Andrew se niega a ir en una festividad importante.
—Supongo —dijo Nicky—. Tendría que llamar a mamá y
preguntárselo, pero… Espera. ¿Andrew ha dicho que sí? Me
estás vacilando.
Neil lo miró, luego a Matt y de nuevo a él.
—Eso era lo que querías, ¿no?
Nicky se puso en pie a toda prisa.
—Era lo que quería, pero no esperaba que lo
consiguieras, sobre todo no en el primer intento.
Simplemente sabía que eras mi mejor opción para
conseguir que Andrew me escuchara. Eres el mejor, ¿lo
sabías? —Envolvió a Neil en un abrazo feroz antes de que a
él se le pudiera ocurrir esquivarlo—. Puede que seas lo
mejor que le ha pasado jamás a los Zorros.
—Lo dudo.
—Yo no. —Nicky irradiaba felicidad cuando lo soltó—.
¿Cómo lo has conseguido?
Neil sustrajo el noventa por ciento de la verdad y dijo:
—Se lo he pedido.
—Ya, claro. ¿Sabes lo que me habría pasado a mí si se lo
hubiera pedido? Violencia, Neil. Violencia extrema e
injustificada.
Neil se encogió de hombros. Nicky lo dejó estar, quizás
porque estaba demasiado contento como para que le
importara cómo había convencido a su primo. Sacó el móvil
del bolsillo y señaló la puerta.
—Voy a llamarla. Igual podemos ir el finde que viene.
Puede que el domingo, porque el sábado lo vamos a pasar
en el autobús volviendo de Florida. Cuanto antes mejor,
¿no? No quiero arriesgarme a que Andrew cambie de idea.
—Buena suerte —dijo Neil.
La sonrisa de oreja a oreja de Nicky fue respuesta
suficiente y salió volando a llamar a su madre. Neil observó
la puerta cerrarse a sus espaldas y después miró a Matt.
Este lo estaba estudiando con intensa curiosidad.
—¿Qué te hace tan especial? —preguntó Matt.
—No soy especial —dijo Neil, confuso.
—Andrew no cede ante nadie. ¿Por qué a ti no deja de
decirte que sí?
—Está colocado —dijo Neil, haciendo girar un dedo junto
a su sien—. Cree que es divertido.
Matt siguió mirándolo durante un rato y después sacudió
la cabeza y volvió a relajarse contra el respaldo del sofá.
Neil recuperó el asiento que había abandonado antes y
retomaron la película que estaban viendo. Apenas habían
avanzado cuando a Neil le vibró el teléfono con un mensaje
de Nicky. María había accedido a la fecha y los invitados
adicionales. La mitad del mensaje eran caritas sonrientes y
signos de exclamación.
Neil sintió la satisfacción como una calidez suave en el
pecho, incómoda y extraña. La apartó, pero detrás encontró
la sensación helada de la inquietud. Se alegraba por Nicky,
pero no era tonto. Su verdadera razón para asistir era
echarle un ojo a Andrew. Puede que su medicación hiciera
que estuviera contento, pero no que dejara de ser
peligroso. Si Luther se pasaba de la raya aquel fin de
semana, era posible que Andrew le hiciera daño. Los
tribunales lo encerrarían y tirarían la llave y la temporada
de los Zorros acabaría de repente. Neil no podía permitirlo.
Solo esperaba ser lo bastante rápido si ocurría lo peor.
CAPÍTULO ONCE
A Kevin no le interesaba en absoluto conocer a los padres
de Nicky, pero era lo bastante inteligente como para darse
cuenta de que no tenía ni voz ni voto en aquella situación.
Era incapaz de estar solo, en parte porque había crecido
pegado a Riko y rodeado de Cuervos y en parte porque la
idea de quedarse desprotegido lo aterrorizaba. Por suerte
para todos, Kevin dejó de protestar sobre el viaje en cuanto
se dio cuenta de que podía sacarle provecho.
Cuando jugaba para el equipo de su instituto en Arizona,
el entrenador Hernández le había prestado a Neil una de
las raquetas extra propiedad del instituto. Era un modelo
básico, con una profundidad de red media y peso ligero.
Wymack le proporcionó dos raquetas nuevas del mismo
modelo cuando firmó con los Zorros. Las raquetas ligeras
eran populares entre los delanteros y la mayoría de
jugadores noveles porque facilitaban una mayor precisión.
Si un delantero tenía solo una décima de segundo para
tirar, necesitaba una raqueta rápida que no se interpusiera
en su camino.
Según Kevin, no merecía la pena que Neil perdiera el
tiempo con las raquetas ligeras. En cuanto hubo
completado los trece ejercicios de los Cuervos de Kevin,
este empezó a hablar de conseguirle una raqueta pesada.
Las pesadas eran más populares entre los defensas, ya que
garantizaban fuerza y velocidad. Pocos jugadores ofensivos
se molestaban en utilizarlas, ya fuera porque no querían
tener que cargar con el peso extra cuando estaban
intentando deshacerse de un defensa o porque eran
incapaces de perfeccionar su puntería con una raqueta tan
engorrosa. Sin embargo, una vez que las dominabas, las
raquetas pesadas tenían la capacidad de ser devastadoras.
Kevin había usado una raqueta pesada con los Cuervos,
pero se pasó a una ligera tras la lesión. Riko aún utilizaba
una pesada. Neil tenía dudas sobre cambiar de raqueta con
la temporada tan avanzada, ya que sin duda supondría un
periodo de adaptación importante, pero Kevin hizo oídos
sordos a sus argumentos. Los meses de entrenamientos
nocturnos constantes y el tutelaje severo de Kevin habían
conseguido que Neil poseyera una puntería que habría
tardado años en aprender por su cuenta. Ahora que era
capaz de apuntar en un instante con un solo vistazo,
necesitaba una raqueta que diera potencia a sus tiros. Era
hora de añadir fuerza a su velocidad. Al menos, eso era lo
que decía Kevin.
El mejor lugar para comprar una raqueta en Carolina del
Sur era Exites, en Columbia. Las tiendas deportivas más
grandes del estado tenían secciones de exy, pero Exites era
la única tienda dedicada por completo a aquel deporte.
Tenían de todo, desde equipamiento hasta equipaciones y
artículos coleccionables. Neil había visitado la página web
de vez en cuando, pero verla en persona le produjo un
escalofrío de emoción. La tienda contaba con cuatro
plantas y estaba situada en la punta opuesta de la capital al
Eden's Twilight. El aparcamiento estaba razonablemente
lleno. Neil no sabía qué le hacía más ilusión: pensar en todo
lo que lo esperaba entre aquellas paredes o ver la cantidad
de coches que demostraban la popularidad del exy.
—Esto es una estupidez —dijo Aaron por cuarta o quinta
vez desde que salieron del campus—. Acabamos de arreglar
la alineación y ahora la vais a fastidiar otra vez.
Kevin lo ignoró. Ya había discutido con él la primera vez
que Aaron se quejó y no iba a molestarse en repetirlo. Neil
estaba tolerando la frustración de Aaron algo mejor,
gracias a sus propios nervios, pero sabía que Kevin no iba a
cambiar de opinión. Había puesto su juego en manos de
Kevin y confiaba en él para sacar el mayor partido a su
potencial. Si él creía que era capaz, Neil no pensaba
decepcionarlo. Incluso si aquello implicaba trabajar tres
veces más duro de lo que había trabajado hasta ahora,
cumpliría con las expectativas de Kevin de alguna forma.
—Esta semana es el mejor momento para hacer el cambio
—dijo Neil, saliendo del coche tras Andrew—. El viernes
jugamos contra el JD. Podéis derrotarlos sin mi ayuda.
Conforme los Zorros ascendían en el ranking, la
Universidad Campbell JD descendía. Los Tornados de JD
siempre habían estado entre los últimos del distrito
sudeste, pero ahora ocupaban el nada envidiable puesto del
final de la cola. Apenas habían ganado la mitad de los
partidos de la temporada hasta entonces. Kevin era capaz
de superarlos en el marcador con una mano atada a la
espalda. La cuestión era si Andrew los consideraría lo
bastante interesantes como para proteger la portería de
ellos. Lo más probable era que le resultaran demasiado
aburridos para intentarlo siquiera.
El partido contra el JD era el último del mes de
noviembre, ya que la semana siguiente la tenían libre por
Acción de Gracias. Había otro partido el uno de diciembre y
con este se terminaba la temporada de los Zorros. Después
tenían una semana libre para estudiar para los finales, una
semana de exámenes que todos estaban temiendo, y un
banquete navideño de exy el dieciséis de diciembre. Pensar
en ello agriaba el buen humor de Neil. Parecía que había
sido ayer cuando conoció a Wymack. Ahora la temporada se
habría acabado en un parpadeo. Los Zorros tenían un
puesto garantizado en el campeonato de primavera, así que
habría más partidos en enero, pero Neil no podía evitar
pensar que su año casi había llegado a su fin.
Aún no sabía dónde iba a pasar las dos semanas de
vacaciones de Navidad. Suponía que los primos no
pensaban moverse, ya que Kevin se volvería insoportable si
lo alejaban demasiado de la Madriguera. Con algo de
suerte, Neil podría quedarse allí y aprovechar para
entrenar. Solo tenía que decidir qué excusa darle al equipo
sobre por qué no se iba a casa.
Pasaron junto a la caja al entrar en Exites y el cajero
escupió el café al ver a Kevin. Neil se apartó de él y de su
demasiado conocido rostro y se puso a dar vueltas por la
tienda. La primera planta era sobre todo ropa, con las
prendas para aficionados al principio y la ropa de hacer
deporte al fondo. Había posters y monitores con imágenes
de deportistas locales vestidos con las equipaciones que la
tienda ofrecía.
Neil revolvió entre las equipaciones para aficionados de
los equipos más importantes de Carolina del Sur. Solo
había dos equipos de primera en el estado, el Estatal de
Palmetto y el Columbia USC, pero también había tres
equipos de segunda y uno de las ligas mayores, los
Dragones de Columbia. Las ligas mayores de exy jugaban
durante el verano, dejando el otoño y la primavera para la
liga universitaria, más popular, y los equipos profesionales.
Neil veía los partidos, pero no tenía favoritos. Toda su
pasión la guardaba para la NCAA y la selección nacional.
—Vamos —dijo Nicky dándole un empujoncito, y señaló a
Kevin con la cabeza—. Va a tardar un rato.
Neil miró hacia donde le señalaba y vio a Kevin hablando
con un hombre más mayor que llevaba una chapa con su
nombre. Su ropa tenía un aspecto más profesional que la
del cajero, así que Neil supuso que se trataba del gerente
de turno. Miró a su alrededor en busca de cámaras de
seguridad. Se preguntó si el cajero había pulsado un botón
del pánico para llamar al gerente o si este había visto a
Kevin en los monitores desde la trastienda. Fuera como que
fuera, la rapidez de la reacción hizo que a Neil se le pusiera
el vello de punta. Asintió con la cabeza y siguió a Nicky
hasta las escaleras.
La segunda planta estaba llena de equipamiento:
zapatillas de cancha, bolsas de deporte y libros. Unos
expositores giratorios con llaveros, bisutería y colgantes
servían para separar las secciones. Aaron y Nicky fueron a
investigar la sección de rebajas, pero Andrew guio a Neil
hasta el siguiente tramo de escaleras.
—Deprisa —lo animó Andrew—. Acabemos con esto de
una vez.
—¿Tantas ganas tienes de llegar a casa de Nicky? —
preguntó Neil mientras subían a la tercera planta.
—No vamos a casa de Nicky —dijo Andrew, sacudiendo la
cabeza ante su ignorancia—. Ahora es la casa de sus
padres, Neil. Allí no hay espacio para Nicky desde hace
años, pero cuanto antes acabemos con esto, antes
podremos irnos a casa. Columbia es un rollo los domingos.
Seguro que lo entiendes.
—A mí no me afectan las leyes dominicales, así que me da
igual —dijo Neil.
—Qué poco espíritu de equipo —se burló Andrew—. Pero
en fin. Mira eso.
No necesitaba que se lo repitiera. Las paredes enteras de
la tercera planta estaban cubiertas de raquetas. Neil se
había pasado tiempo suficiente leyendo sobre todo lo
relacionado con el exy en internet como para saber la
cantidad de tipos de raquetas que había. Verlas en la
página web y verlas en persona eran experiencias
completamente diferentes y por un momento se quedó
congelado junto a las escaleras.
A su izquierda había una caja registradora. La mujer que
había detrás estaba tejiendo la red de una raqueta. Levantó
la vista al verlos llegar y los saludó con tono alegre.
Andrew la rechazó con un gesto sin mirarla. Neil creyó
contestar, pero estaba demasiado distraído con las raquetas
como para prestar atención. La voz de la empleada lo puso
en marcha y empezó a explorar la sala poco a poco.
Primero pasaron por la sección para porteros. Andrew
mantuvo la vista al frente, pero alargó la mano y rozó las
raquetas con los dedos mientras pasaban. Neil se percató
de ello, pero pensó que Andrew no lo reconocería si hacía
algún comentario al respecto. Se tragó todas las preguntas
que quería hacerle sobre su apatía y el hecho de que
pronto volvería a estar sobrio. Aun así, la curiosidad
consiguió despejar un poco su aturdimiento y empezó a
prestar atención a los carteles. Las raquetas estaban
ordenadas de más pesada a más ligera, con las raquetas
pesadas justo después de la sección para porteros.
Había quince opciones colgadas de ganchos. La mayoría
eran sencillas, aunque había carteles indicando qué diseños
y colores estaban disponibles para cada modelo. Estaban
ordenadas por fabricante, luego por peso, largo y
profundidades de red disponibles. La longitud de las
raquetas podía variar varios centímetros para compensar
las diferentes alturas de los jugadores. A Neil le tocaban las
raquetas más cortas del mercado. Era culpa de su madre:
los Hatford nunca habían sido demasiado altos. Suponía
que al menos debería estar agradecido por ser más alto que
Andrew y Aaron.
A pesar de todo, saber que necesitaba una raqueta corta
no ayudaba a reducir mucho sus opciones. Cada raqueta
que levantaba suponía un peso incómodo en las manos y no
llevaba jugando el tiempo suficiente como para comprender
del todo los beneficios de las distintas profundidades de
red. Sabía que los delanteros solían usar redes más
profundas para poder aguantar con la pelota más tiempo,
mientras que los centrales y defensas usaban redes menos
profundas para robar y pasar, pero las diferencias
graduales eran un caos de tonos grises. Neil tomaba y
devolvía todas las raquetas cortas que alcanzaba,
perdiendo el tiempo hasta que Kevin apareciera para
decirle qué hacer.
—Pesan demasiado —dijo.
—Qué penita me das —dijo Andrew, sin una pizca de
compasión.
—Y luego dices que me falta espíritu de equipo —
murmuró Neil.
—Nunca he dicho que a mí no —sonrió Andrew y se
encogió de hombros—. Tú eres el tonto que le ha dejado
controlar tu juego. Cosecha lo que siembras o prende fuego
al campo, tú eliges. La próxima vez, sé más inteligente,
¿quieres?
—No soy el único —dijo Neil mientras devolvía la última
raqueta y luego miraba a Andrew—. Me dijo por qué se
quedó y qué te prometió a cambio. Así que, ¿qué diferencia
hay entre nosotros si tú también lo haces por el exy?
—Ay, Neil. Mira, así son las cosas. —Se inclinó hacia
delante como para confesar un secreto e hizo un gesto
entre ambos—. A ti te pide algo y tú se lo das; sí, sí, sí. A mí
me lo pide y yo me niego; no, ni hablar. Solo estoy
esperando a que se dé por vencido. Al final tendrá que
rendirse.
—¿De verdad quieres que se rinda? ¿Aún no te has
cansado de que los demás se den por vencidos por culpa de
tus problemas? Está deseando que vuelvas a estar sobrio.
¿De cuánta gente puedes decir lo mismo?
—Su entusiasmo es de lo más egoísta —dijo Andrew—.
Quiere algo de mí. Cree que saldrá ganando.
—¿Y qué pasa si tiene razón? ¿Qué pasa si un día te
despiertas y descubres que el exy es emocionante y merece
la pena? ¿Vas a mentir solo para poder seguir diciéndole
que no? ¿O cederás y admitirás que él tenía razón?
Andrew se rio.
—No te había tomado por un soñador. A veces eres tan
raro.
—Vi cómo jugaste contra el Edgar Allan —dijo Neil—. Por
un momento, parecía que te importara.
—Ay, Neil.
—Eso no es una respuesta.
—Eso no era una pregunta —dijo Andrew—. Era una
acusación errónea.
—Aquí tienes tu pregunta: ¿cómo has sobrevivido hasta
ahora con esa violencia autodestructiva?
Andrew ladeó la cabeza en una pregunta muda. Neil no
sabía si se estaba haciendo el tonto para cabrearlo o si de
verdad no se daba cuenta. En cualquier caso, resultaba
frustrante. Se preguntó por qué nadie más lo había notado
o si lo habían hecho, pero a nadie le importaba lo suficiente
como para mencionarlo. Sin embargo, ahora que lo había
visto, Neil no podía ignorarlo. Cada vez que los Zorros
mencionaban la inminente sobriedad de Andrew o su
nombre salía a relucir entre las críticas de los partidos,
todo el mundo se centraba en lo peligroso que era. La
gente hablaba del juicio y de cómo los salvó de Andrew.
Nadie decía nada sobre cómo salvar a Andrew de sí mismo.
—Me dijiste que Cass nunca te haría daño y te habría
dado una buena educación, pero saboteaste la adopción. El
agente Higgins vino desde la costa oeste para arreglar algo
de tu pasado, pero te niegas a ayudarlo. Saliste del
correccional y mataste a la madre de Aaron para
protegerlo, pero en lugar de arreglar vuestra relación
prefieres controlarlo. No quieres que los padres de Nicky le
hagan daño a su hijo, pero tampoco le permites ser parte
de tu familia. Kevin prometió apostar por ti, pero ni
siquiera lo intentas. ¿Qué pasa? ¿Te da miedo ser feliz o es
que de verdad te gusta ser desgraciado todo el tiempo?
—Mírame, Neil —dijo Andrew, señalándose a sí mismo—.
¿Te parezco desgraciado?
Quería arrancarle la sonrisa de la cara, pero aquella
respuesta odiosa no era solo culpa de Andrew. Neil tenía
que enfrentarse a la cortina de humo de su medicación.
Ninguno de los dos podía cambiar eso, pero el saber por
qué Andrew se comportaba así no lo hacía menos
frustrante. Su única opción era controlar su temperamento.
Si Andrew conseguía cabrearlo, la conversación habría
terminado. Eso era lo que él quería y Neil no pensaba
permitirlo.
—Lo que me parece es que estás colocado hasta las cejas
—dijo Neil— y cuando no estás medicado bebes y te metes
polvo de galleta. ¿Quién saldrá perjudicado de verdad una
vez que te quiten la medicación?
Andrew se rio.
—Empiezo a recordar por qué te detesto.
—Me sorprende que lo hayas olvidado.
—No lo he hecho —dijo Andrew—. Solo me había
distraído un momento. Le dije que era un error dejar que te
quedaras, pero no me creyó. Y ahora mira. Por una vez ni
siquiera voy a molestarme en decir «te lo dije». Eres un
aguafiestas.
—¿Renee? —adivinó Neil.
—Bee.
A Neil se le heló la sangre.
—¿Qué le has contado de mí?
Andrew sonrió al ver su cara.
—¡Eso es confidencial entre médico y paciente, Neil! Pero
no pongas esa cara de miedo. No le he contado tu historieta
dramática. Simplemente hablamos de ti. Hay una diferencia
crítica entre las dos cosas, ¿lo ves? Le dije que no vales la
pena para todos los problemas que das. Ella estaba
deseando conocerte, pero no me ha dicho qué opina de ti.
Ya sabes, no puede. Pero sé que le gustas. A Bee le
encantan las causas perdidas.
—Yo no soy una causa perdida.
Negar aquello era algo automático y una pérdida de
tiempo. Andrew le cubrió la boca con la mano para
acallarlo.
—Mentiroso. Pero por eso eres tan interesante. También
por eso eres peligroso. A estas alturas debería haber
aprendido la lección. Igual no soy tan listo como me creo.
No sé si es decepcionante o entretenido. ¿Cómo debería
sentirme?
Neil sentía cómo la réplica perfecta le quemaba en la
boca, pero se calló a la espera de ver si Andrew había
terminado de hablar. La respuesta estaba ahí, justo fuera
de su alcance, lo bastante cerca como para que Neil
pudiera sentirla, pero demasiado lejos como para llegar a
comprenderla. Puede que Andrew lo sintiera también,
porque incluso colocado supo que debía callarse. La sonrisa
que le dedicó a Neil se burlaba de ambos por lo que había
estado a punto de pasar. Se separó por completo, dejando
atrás tan solo el recuerdo de su pulso contra la boca de
Neil, y se giró para darle la espalda.
—Voy a buscar a Kevin. Es un lento.
Neil lo observó marcharse, soltó un bufido exasperado y
se giró de nuevo hacia las raquetas.
Andrew no regresó, pero Kevin apareció al cabo de un
minuto. Leyó los carteles por encima y descolgó cinco
raquetas para que Neil las probara.
—Tienen una cancha de práctica en la última planta —
dijo Kevin—. Vamos.
La cajera tomó un cubo de pelotas y una llave y los guio a
través de la puerta colocada tras la caja. La cuarta planta
estaba dividida en dos pequeñas canchas de prácticas y un
pasillo estrecho. La chica abrió la puerta de una de las
canchas, así que Neil dejó las raquetas a un lado y se puso
las protecciones dispuestas en los ganchos de la pared. La
pechera de Exites iba por encima de la camiseta y a Neil le
recordó un poco al chaleco antibalas que su madre le había
dado en Europa. Hizo a un lado aquellos pensamientos y se
puso los guantes y un casco. Kevin colocó las raquetas y las
pelotas dentro de la cancha mientras él se preparaba y
después cerró la puerta, dejándolo solo para practicar.
Neil había creído que las raquetas eran difíciles de
manejar solo con sostenerlas. Usarlas para disparar era
aún peor. Eran cuatro o cinco veces más pesadas que las
que le había dado Wymack. La sensación de tenerlas en las
manos era diferente y ralentizaban sus tiros. Aun así, el
sonido de las pelotas rebotando contra la pared hizo que un
remolino siniestro de poder le recorriera las venas. Cada
rebote sonaba como una pequeña explosión. No podía
evitar imaginarse cómo sería cuando fuera capaz de tirar
con la misma velocidad de antes. Los tiros serían misiles
directos a puerta que dejarían pasmados a los porteros a su
paso.
Probó todas las raquetas unas cuantas veces,
permitiéndose un par de rondas para adaptarse y
decidiendo después cuál parecía más adecuada. Ahora
mismo ninguna le resultaba natural, pero cuanto más las
utilizaba, más fácil era averiguar cuáles descartar. Una era
demasiado grande; jamás llegaría a acostumbrarse. Dos de
ellas las rechazó después de la tercera ronda. Era incapaz
de decidirse entre las dos últimas, así que se las llevó a
Kevin. Este las inspeccionó de arriba abajo, girándolas
hacia un lado y al otro y examinando el borde curvado de la
parte superior.
Por fin, le indicó una a la cajera.
—Nos llevamos este modelo.
Neil colgó las protecciones, recogió las pelotas y las
raquetas y esperó a que la chica cerrara la cancha. Bajaron
las escaleras de nuevo y la cajera les pidió que dejaran las
raquetas descartadas en un carrito. Le pasó una hoja de
pedido a Neil sobre el mostrador. Tenían que pedir las
raquetas en los colores del Palmetto. Exites se encargaría
de ello y se las enviaría. Neil creía que sería tan fácil como
marcar una casilla y ya está, pero la marca que había
escogido ofrecía cuatro diseños diferentes. Dudó un
momento antes de marcar el más sencillo y escribir la
dirección de la Madriguera.
—¿Tenéis alguna en el almacén? —preguntó Kevin
mientras Neil estaba escribiendo—. Necesitamos una
raqueta de la talla tres para entrenar.
—Deberíamos tenerla —dijo ella.
Tecleó un par de cosas en el ordenador, miró la pantalla y
desapareció por la puerta del almacén. Neil había
terminado antes de que regresara. Ella escaneó el código
de barras de la raqueta e introdujo los números de la
solicitud de Neil. Este vio por fin el precio final de las
raquetas y casi se atragantó con su propia saliva. Por
aquella cantidad podía comprar un billete a Inglaterra.
—Tiene que ser un error —dijo en francés.
—Si quieres calidad, tienes que pagar por ella —
respondió Kevin, indiferente.
—No necesito tres —dijo Neil—. Dile que devuelva esta.
—Las raquetas con los colores tardarán una semana en
llegar —dijo Kevin—. No podemos perder tanto tiempo. Si
el entrenador tiene un problema con el precio que me lo
diga, pero ya debería saber lo caro que es tenerme en el
equipo. Esta noche iremos a la cancha para que puedas
calentar antes del entrenamiento de mañana.
Kevin le dio la tarjeta de gastos del equipo a la cajera y
firmó la factura con un garabato sencillo. Metió ambas
cosas en la cartera para entregárselas después a Wymack.
La raqueta para los entrenamientos se la pasó a Neil. Saber
el precio parecía aumentar su peso cien veces al
sostenerla. Kevin respondió a la despedida alegre de la
cajera con un asentimiento de cabeza y dirigió a Neil hacia
las escaleras.
Encontraron a Aaron y a Nicky en la planta baja. Andrew
estaba fumando en la acera junto a la puerta. Neil no
quería dejar algo tan valioso en el maletero, así que se
subió al asiento trasero con la raqueta. O bien se le había
olvidado la discusión de antes, o bien la medicación había
borrado sus efectos, porque Andrew enredó los dedos en la
red de la nueva raqueta de Neil y le dio un tirón con
curiosidad. No dijo nada, pero no hizo falta. Nicky se
dedicó a incordiar a Kevin con una docena de preguntas
sobre la raqueta mientras conducía, alejándolos de Exites.
Al principio, Neil pensó que era verdadera curiosidad, pero
la tensión cada vez mayor en la voz de Nicky estaba
cargada de nerviosismo.
La antigua casa de Nicky no estaba lejos. Los Hemmick
vivían en un edificio de dos plantas en las afueras del sur
de Columbia. Neil miró por la ventana del lado de Andrew
mientras Nicky aparcaba junto al bordillo. Desde fuera, la
casa tenía una apariencia perfecta. El césped era de un
verde brillante y estaba podado con esmero, los coches
junto a la entrada eran nuevos y estaban impolutos, y la
casa era de un color azul pálido con contraventanas
oscuras. Parecía una casa normal de clase media, lo cual
hacía que la reacción de los primos fuera aún más
surrealista. Nadie habló cuando Nicky apagó el motor, ni
siquiera Andrew.
Nicky tamborileó los dedos contra el volante.
—Puede que esto haya sido un error.
—Y lo dice ahora —dijo Andrew, bajándose del coche—.
Demasiado tarde.
Neil apartó la raqueta a un lado y salió del coche, pero
Andrew coló una mano y la agarró en cuanto Neil se hubo
apartado. La giró de manera experimental, evaluando su
peso, y después se la colocó al hombro antes de echar a
andar hacia los otros coches.
Nicky salió del vehículo como si estuviera ardiendo.
—¿Qué haces?
—Tiene el coche demasiado impecable para un pastor —
dijo Andrew—. Le voy a dar un poquito de humildad.
Nicky fue corriendo tras él y le quitó la raqueta de las
manos. Andrew podría haberse aferrado a ella, pero al
parecer la expresión de terror del rostro de Nicky le
resultaba más divertida. Se rio de la evidente angustia de
su primo y le dirigió un gesto exagerado para indicarle que
encabezara la marcha. Nicky le pasó la raqueta a Neil.
Este y Kevin caminaron por detrás de los otros mientras
cruzaban el jardín delantero. Aaron y Andrew aguardaron
en el sendero que llevaba a la puerta, el uno junto al otro, y
Neil pensó que no recordaba haberlos visto nunca así.
Nicky se detuvo frente a la puerta, callado e inmóvil, y
tardó casi un minuto antes de conseguir llamar al timbre.
En cuanto lo hizo, se apartó hasta el borde del porche a
esperar. Andrew giró la cabeza hacia atrás para sonreír a
Neil y este le contestó sacudiendo la cabeza.
María Hemmick abrió la puerta. Era más alta de lo que
Neil esperaba, pero enseguida vio el parecido entre Nicky y
ella. La primera vez que Neil hizo un comentario sobre la
diferencia de aspecto entre Nicky y sus primos, este había
bromeado con que ella era la culpable. Andrew y Aaron
eran pálidos y rubios, mientras que Nicky había heredado
la piel oscura de su madre mexicana. También tenía sus
ojos y la misma curva en la boca, pero Nicky jamás había
sonreído de aquella manera, tan pequeña y educada que
apenas resultaba hospitalaria.
—¿Por qué has llamado al timbre? —preguntó a modo de
saludo.
—Esta ya no es mi casa —le recordó Nicky.
Ella hizo un mohín, pero no lo contradijo. Se hizo a un
lado, así que los demás intercambiaron el frío de fuera por
la calidez de la entrada. María cerró la puerta tras ellos y
se giró para recibir a sus invitados. Ahora Neil y Kevin eran
los que estaban más cerca de ella. Mientras los miraba, sus
ojos no mostraron ningún indicio de que los reconociera,
pero los saludó con un asentimiento de cabeza.
—Vosotros debéis de ser Kevin y Neil —dijo—. Yo soy
María.
Kevin se colocó una de sus sonrisas públicas.
—Encantado de conocerla.
Ella se fijó entonces en los gemelos, pero su mirada pasó
a través de Aaron por completo. Sonrió a Andrew.
—Aaron, cuánto tiempo.
—Aaron —respondió el propio Aaron.
María alternó la mirada entre la sonrisa de Andrew y la
expresión reticente de Aaron.
—Oh, pues claro —dijo, pero no parecía muy segura.
—Andrew lleva casi tres años medicándose, mamá —dijo
Nicky, con una pizca de impaciencia.
Andrew le aclaró las cosas con la sonrisa más
deslumbrante y hostil que la medicación le permitía
esbozar.
—Hola, María. Es un verdadero placer volver a verte, sin
duda. Qué interesante que nos hayas dejado entrar en tu
casa. Pensaba que ibas a pedir una orden de alejamiento
contra mí. ¿Qué ha pasado? ¿Te has acobardado?
—Andrew —rogó Nicky con los dientes apretados.
María se sonrojó.
—Podéis dejar aquí los abrigos. —La estrecha puerta a su
derecha era un armario con una docena de perchas
desparejadas. María los observó mientras colgaban los
abrigos y les indicó que la siguieran—. Por aquí.
—¿Ni siquiera eres capaz de distinguir a tus…? —empezó
Nicky, pero el resto de la pregunta cayó en el olvido cuando
entró en la cocina y vio a su padre.
Luther Hemmick era una hombre alto y seco, con un
rostro severo. No le quedaba mucho pelo, pero tenía una
barba canosa corta y cuidada. Incluso desde el otro lado de
la sala, Neil podía ver la tensión en sus hombros. Luther
tenía tan pocas ganas de aquel reencuentro como Nicky.
Neil guardaba la esperanza de que Luther se sintiera
incómodo porque pretendía relajar sus antiguos prejuicios.
María fue directa a los fogones para ver cómo iba la
cena, buscando algo con lo que ocuparse y abandonando la
conversación en cuanto pudo. Luther no la miró, pero se
tomó su tiempo examinando a sus invitados. Su expresión
no varió mientras evaluaba a Neil y a Kevin, y no se detuvo
mucho tiempo en ellos.
Neil no creyó que fueran imaginaciones suyas cuando
Luther se pasó más tiempo mirando a Andrew que a su
propio hijo. Aquello hizo que se preguntara si sospechaba
algo sobre el papel que Andrew había tenido en la muerte
de su hermana, y si había una parte de él que lo culpaba de
todas formas. Nicky había dicho que Tilda se había sumido
aún más en su depresión y en las drogas cuando Andrew
había salido del correccional. Quizás Luther se arrepentía
de haber descubierto la existencia de Andrew.
Neil se distrajo mirando a su alrededor, desde las cruces
y citas bíblicas que colgaban de las paredes hasta la cocina,
que parecía recién salida de un catálogo. La mesa cuadrada
solo tenía dos sillas, pero la puerta de atrás estaba abierta.
La puerta con la mosquitera seguía cerrada, pero a través
de ella Neil podía ver el porche trasero. Allí habían
colocado una mesa más grande, preparada para que todos
pudieran sentarse.
—Nicky —dijo Luther por fin—. Aaron, Andrew.
Nicky había enmudecido, pero Aaron consiguió hablar.
—Hola, tío Luther.
Este sonrió, solo un poco. Volvió a mirar a Neil y a Kevin.
—Yo soy el padre de Nicky. Podéis llamarme Luther.
Bienvenidos a mi hogar.
—Gracias por invitarnos —dijo Kevin.
—Puedes dejar eso aquí. —Luther señaló la raqueta de
Neil con la mirada. Esperó a que Neil la dejara apoyada en
la pared e hizo un gesto hacia la puerta trasera—. Poneos
cómodos, por favor. La cena estará lista enseguida.
Nicky los llevó hasta el porche trasero. Estaba cerrado
con muros a media altura y mosquiteras. Había lámparas
que hacían de radiadores en cada esquina. Las mosquiteras
dejaban escapar algo de calor, pero también los aislaban de
la mayor parte de la brisa de noviembre, haciendo que se
estuviera más cómodo allí que en el interior de la casa.
La mesa tenía ocho sillas, tres a cada lado y dos en los
extremos. A juzgar por la servilleta de encaje en uno de
ellos, los Hemmick pensaban sentarse en ambas cabeceras
de la mesa y repartir a sus invitados entre los dos. Nicky se
sentó en uno de los espacios centrales, poniendo una silla
entre él y cualquiera de sus dos padres. Aaron se sentó
entre Nicky y la silla que pertenecía a María. Kevin y Neil
se colocaron a ambos lados de Andrew al otro lado de la
mesa para poder vigilarlo, con Neil más cerca de Luther y
Kevin sentado junto a María.
Luther y María tuvieron que hacer tres viajes para sacar
toda la comida. En cuanto se hubieron sentado, inclinaron
la cabeza. Neil no se dio cuenta de qué estaba pasando
hasta que Luther empezó a rezar. Inclinó la cabeza con un
poco de retraso y miró a Andrew de reojo. Este ni siquiera
estaba fingiendo rezar, incluso con Kevin a su otro lado
siguiéndoles la corriente por educación. Andrew tenía un
brazo enganchado al respaldo de la silla y estaba
repiqueteando en la mesa con el tenedor en un contrapunto
espantoso con las palabras de Luther.
Este sin duda se sintió ofendido, pero quizás había
aprendido hacía tiempo que no servía de nada rogarle a
Andrew que tuviera un poco de respeto. Al terminar, se
enderezó y comenzó a servirse comida de la bandeja más
cercana. El resto se lo tomaron como una señal para
empezar, pero Neil tenía que esperar a que Andrew o
Luther terminaran antes de poder servirse. Luther notó que
no estaba haciendo nada y lo miró.
—¿Eres religioso?
—No —dijo Neil.
Luther le dejó un minuto para explicarse, pero Neil le
devolvió la mirada en silencio. Por fin, Luther frunció el
ceño en un gesto de desaprobación e insistió.
—¿Por qué no?
—Preferiría no hablar del tema —dijo Neil—. No quiero
dar pie a una discusión.
—Vaya novedad —se rio Andrew—. Normalmente te
encanta airear tus opiniones.
—No veo cómo una pregunta así puede suponer una
discusión —dijo Luther a Neil.
—¿De verdad es esa la primera pregunta que quieres
hacer, papá? —preguntó Nicky—. ¿No quieres saber cómo
estamos? ¿O cómo nos van las clases? ¿O cómo llevamos la
temporada? Ayer jugamos en Florida. Y ganamos, ¿sabes?
—Felicidades —dijo Luther de forma automática.
—Ya, suena muy sincero —dijo Nicky, aunque parecía más
triste que molesto. Lo que siguió fue un silencio incómodo,
pero Nicky lo rompió sin mucho entusiasmo—. ¿Cuándo
habéis pintado la cocina?
—Hace dos años —dijo María—. El contratista va a
nuestra iglesia. Ha quedado bien, ¿verdad? —Esperó a que
Nicky expresara su asentimiento en voz baja, y luego miró
a Luther en busca de inspiración—. Entonces, ¿qué estás
estudiando, Nicholas?
Una parte de Neil había supuesto que Nicky estaba
exagerando cuando hablaba de lo tensa que era la relación
con su familia, pero Nicky cursaba ya su segundo año de
universidad y sus padres aún no sabían qué carrera estaba
estudiando. Neil no sabía si María lo preguntaba porque
quería saber de la vida de su hijo o si solo estaba
intentando llenar el silencio. Esperaba que fuera la primera
opción; la segunda era demasiado difícil de aceptar. Puede
que la madre de Neil a veces fuera violenta y horrible, pero
se dedicaba a él en cuerpo y alma. Eran dos mitades de una
misma unidad desdichada, conspiradores inseparables.
—Marketing —dijo Nicky—. La prima de Erik trabaja
como relaciones públicas para una empresa en Stuttgart.
Cree que puede conseguirme un puesto cuando me gradúe
si saco buenas notas.
—¿Vas a volver a Alemania? —María miró a su marido,
alarmada.
Nicky apretó los dientes, pero miró a su madre a los ojos.
—Sí. Erik tiene su carrera allí. No puedo pedirle que la
abandone solo por mí, y de todas formas tampoco quiero
que lo haga. Me encantó vivir en Alemania. Es un sitio
estupendo. Deberíais venir a visitarnos algún día.
—Visitaros —dijo María, con la voz débil—. Seguís…
No fue capaz de terminar, así que Nicky lo hizo por ella.
—Sí, seguimos juntos. Volví para hacerme cargo de
Andrew y de Aaron, no porque las cosas se torcieran con
Erik. Le quiero, ¿vale? Siempre lo he hecho y siempre lo
haré. ¿Cuándo os va a entrar en la cabeza?
—¿Cuándo vas a aceptar tú que no está bien? —preguntó
Luther—. La homosexualidad es…
—Luther —interrumpió Andrew. Solo dijo eso, pero este
lo miró con precaución.
—Le quiero —insistió Nicky—. ¿Eso no cuenta para nada?
¿Por qué no podéis alegraros por nosotros? ¿Por qué no
podéis darle una oportunidad?
—No podemos consentir un pecado —dijo María.
—No tenéis que aceptar el pecado —dijo Nicky—, pero se
supone que debéis perdonar y amar al pecador. ¿No es eso
lo que implica la fe?
—La fe es seguir el credo de nuestro Señor —dijo Luther.
—Pero no puede ser todo blanco o negro —dijo Nicky,
lastimero—. No puedo aceptarlo. ¿Por qué nos habéis
hecho venir si solo íbamos a repetir la misma pelea de
siempre?
A
Luther
no
pareció
afectarle
la
angustia
descorazonadora de su hijo.
—Unos eventos recientes han sacado a la luz ciertas
cosas que nos han hecho replantearnos nuestra situación
actual. Estamos comprometidos a reparar esta familia. —
Miró a María, que asintió con la cabeza, contenta de
animarle—. Pero comprendemos que será un camino largo
y arduo. Os hemos hecho venir para que podamos decidir
juntos cuáles son los primeros pasos.
—Ilumínanos —dijo Andrew, inclinándose hacia delante
sobre su plato como si estuviera impaciente por escuchar la
respuesta—. Si el primer paso no es la tolerancia, ¿cómo
van a arreglar este desastre dos fanáticos intolerantes
como vosotros?
Luther le devolvió la mirada con calma.
—Compensando errores pasados. Por eso estás aquí.
—Oh, no —dijo Andrew—. Yo solo estoy aquí porque Neil
lloriqueó hasta que acepté venir. A mí no me metas en esto.
Luther frunció el ceño. Al otro lado de la mesa, María
alzó una mano pidiendo paz.
—Vamos a comer. Esta conversación es demasiado difícil
como para tenerla con el estómago vacío. Después de la
cena volveremos a intentarlo y el postre será la
recompensa por nuestros esfuerzos. La tarta está en el
horno. Es de manzana, Nicholas. Solía ser tu favorita.
Era una ofrenda de paz bastante pobre teniendo en
cuenta la dureza de las palabras que había interrumpido,
pero Nicky estaba desesperado por cualquier atisbo de
esperanza. Asintió y empezó a comer. El silencio se
extendió por la mesa durante un rato hasta que Aaron lo
rompió. Hizo preguntas sobre gente y lugares que Neil no
reconocía, probablemente gente que había conocido
cuando Tilda y él se mudaron a Columbia hacía ocho años.
Era un tema neutral en el que Luther y María podían
participar sin dificultades, y así Nicky ganaba un poco de
tiempo para calmarse.
Andrew se levantó cuando casi habían acabado de cenar
y entró en la casa. Luther echó la silla hacia atrás y lo
siguió para hablar con él en privado. Neil podía oír el
sonido de sus voces a través de la puerta con la
mosquitera, pero no era capaz de distinguir las palabras.
Agudizó el oído, buscando algún sonido que indicara
violencia. Pensó que debería ir a hacer de árbitro, pero su
presencia acabaría con la conversación. Luther había dicho
que quería compensar los errores del pasado. Si se estaba
disculpando, Andrew necesitaba escucharlo le gustara o no.
Con énfasis en la segunda opción, decidió Neil, porque
Andrew estaba empezando a levantar la voz. Neil captó
retazos de palabras, pero María comenzó a hablar a un
volumen más alto para cubrir el alboroto. Neil casi la
mandó callar antes de darse cuenta de que estaba hablando
con Nicky sobre la temporada. Quería escuchar lo que
decía Andrew, pero sobre todo quería que Nicky arreglara
las cosas con su madre. Guardó silencio y dejó la mirada
clavada en la puerta trasera. Si Luther gritaba de dolor,
sería capaz de oírlo sin importar lo alto que hablaran Nicky
y María.
Luther volvió solo, con apariencia cansada y derrotada,
pero ileso. Andrew no lo siguió. Luther recuperó su asiento
y se volvió hacia Aaron. Neil esperó, contando los segundos
y después los minutos hasta que volviera Andrew. La
medicación pronto controlaría su temperamento y
resetearía su mal humor de vuelta a su estado de apatía
habitual. Neil podía esperar y después descubrir qué
respuestas tendría que intercambiar con Andrew para
saber qué había ocurrido en la cocina.
María entró a ver cómo iba la tarta. Regresó complacida.
—Creo que le quedan cinco minutos.
Andrew aún no había vuelto. Neil pensó por un segundo
que se había montado en el coche y se había marchado sin
ellos, pero nunca lo había visto conducir colocado. La
medicación lo volvía demasiado inquieto e hiperconsciente
como para concentrarse en la carretera, así que no lo haría.
Neil pensó en su raqueta en la cocina y en el coche caro de
Luther en la entrada.
Todos lo miraron cuando se puso en pie.
—Voy a recoger la mesa —dijo.
—Kevin y yo te ayudamos —dijo Aaron, mirando a Nicky
de manera significativa—. Así tendréis un rato para hablar
a solas.
Neil apiló los platos tan rápido como le fue posible sin
romper nada. Kevin tenía una mano libre para abrir la
puerta, así que encabezó la marcha, y Neil casi le pisó los
talones con las prisas. Lo primero que hizo fue buscar su
raqueta con la mirada y se sintió aliviado al verla donde la
había dejado. Tras el alivio llegaron la confusión y la
alarma, porque Andrew no estaba en la cocina.
—Neil —dijo Nicky mientras Aaron dejaba que la puerta
se cerrara a sus espaldas. Neil dejó la pila de platos en la
mesa de la cocina y volvió a abrir la puerta trasera—.
¿Andrew está…? Esto… —Se pensó mejor lo que iba a decir
y habló en alemán—. Asegúrate de que Andrew no está
rompiendo nada de valor, ¿quieres?
—No seas maleducado, Nicholas —dijo María—. Habla en
un idioma que entendamos todos, por favor.
—Voy a buscar a Andrew —prometió Neil, para que todos
lo entendieran.
—No hay de qué preocuparse —dijo María antes de que
Neil pudiera entrar de nuevo en la casa—. De hecho, es
muy alentador que esté tardando tanto. Volverá en cuanto
haya terminado de hablar con Drake.
A Neil se le paró el corazón.
—¿Qué?
—Esta cena no fue idea nuestra en principio —dijo
Luther—. Uno de los antiguos hermanos de acogida de
Andrew acudió a nosotros en busca de ayuda. Se separaron
de forma poco amistosa hace años y hacía tanto que no
hablaban que creía que el daño a la relación era
irreparable. Eso nos hizo pensar en nuestros problemas
familiares y nos inspiró a intentar volver a conectar.
La voz de Luther era un zumbido en la cabeza de Neil,
ahogado por las súplicas insistentes de Higgins a Andrew
para que lo ayudara. El policía había dicho que la
investigación sobre Richard Spear no había llegado a nada.
Richard no era el hombre contra el que querían presentar
cargos. No era él a quien uno de los niños de acogida de los
Spear tenía demasiado miedo como para implicar. Higgins
tenía un nuevo sospechoso en mente, pero Andrew lo había
echado de Carolina del Sur en cuanto oyó el nombre de
Drake.
—Drake —dijo Neil—. ¿Era Drake Spear? ¿El hijo de
Richard y Cass?
Luther titubeó.
—¿Andrew te ha hablado de él?
Neil dejó que la puerta se cerrara de un portazo tras él y
atravesó la cocina a toda velocidad. Hacía rato que Andrew
había desaparecido. O Drake estaba muerto, o Andrew
estaba en peligro. Neil no sabía cuál de las dos era la
suposición correcta, pero no pensaba enfrentarse a aquella
situación con las manos vacías. Se le daba bien buscar
pelea, pero no solía ganar. Eso no quería decir que no
pudiera inclinar la balanza a su favor. Agarró a Aaron como
refuerzos porque lo tenía más a mano que a Kevin y tomó
su raqueta de camino a la entrada.
—¿Qué cojones está pasando? —preguntó Aaron, pero
Neil lo acalló con un siseo violento.
Tuvo que soltarlo cuando llegaron a las escaleras porque
no podía tirar de él y esperar que fuera sigiloso. Casi
esperaba que se marchara ahora que lo había soltado, pero
la urgencia había despertado su curiosidad. Neil subió los
escalones enmoquetados tan silenciosamente como le fue
posible. Aaron no hizo ningún ruido mientras lo seguía.
Neil supuso que había estado en aquella casa las veces
suficientes como para saber qué escalones crujían al
pisarlos.
Todas las puertas de la segunda planta estaban abiertas
excepto una, y Neil oyó el ruido sordo de algo golpeando la
pared en la distancia. Intentó girar el picaporte, pero la
puerta estaba cerrada con pestillo. Se acercó a la siguiente
puerta del pasillo para ver de qué tipo de madera estaban
hechas. Era conglomerado recubierto de contrachapado
con el interior hueco, bastante fácil de romper a patadas.
Aaron tenía una mano levantada para aporrear la puerta,
así que Neil le puso la raqueta enfrente. Este la agarró por
instinto. Neil se tomó medio segundo para prepararse y
estampó el talón contra la puerta tan cerca del picaporte
como fue capaz. La madera se astilló alrededor del zapato y
el talón casi se le quedó enganchado en el borde irregular
cuando intentó retirarlo.
—Joder… —empezó Aaron, sorprendido, pero Neil le
propinó otra patada salvaje a la puerta.
Esta vez se abrió de golpe. Neil entró a trompicones. Le
hicieron falta dos pasos para volver a encontrar el
equilibrio y entonces levantó la vista hacia la pelea que
habían interrumpido.
Drake dijo algo. Neil no supo el qué. Más tarde
recordaría las palabras, cargadas de ira y exigiendo saber
qué hacían irrumpiendo de aquella manera. Pero en aquel
momento la voz de Drake no era más que un rugido en sus
oídos, o puede que aquello fuera el ruido del mundo
derrumbándose a su alrededor. No lo sabía.
Solo tuvo un segundo para absorberlo, pero aquel
segundo marcó a fuego en su memoria detalles
horripilantes que jamás sería capaz de olvidar. Drake tenía
la cara llena de líneas irregulares y sanguinolentas, heridas
provenientes de uñas desesperadas. Su cuerpo, alto,
tatuado y musculoso, tenía a Andrew atrapado contra el
colchón con tan solo su peso. Un brazo contra la nuca de
este lo obligaba a hundir el rostro en una almohada
manchada de sangre. La otra mano de Drake estaba contra
el cabecero, apretando las muñecas de Andrew con tanta
fuerza que sus dedos estaban pálidos y exangües. Neil vio
demasiada sangre y demasiada piel expuesta. Sabía qué
era lo que tenía delante, sabía lo que significaba, pero aún
no podía creerlo. Eso no impidió que se lanzara hacia
Drake.
Aaron fue más rápido.
Pasó junto a Neil a toda velocidad, empujándolo con tanta
fuerza que casi lo tumbó. Drake tenía aspecto de poder con
cualquiera de ellos, incluso con los pantalones por los
tobillos, pero estaba demasiado enredado en las sábanas
como para incorporarse a tiempo. Aaron no esperó a que lo
hiciera. Levantó la raqueta de Neil y le asestó un golpe de
abajo arriba tan rápido y con tanta fuerza que el aire silbó
al pasar entre las cuerdas de la red. Alcanzó a Drake en la
sien, destrozándole la cuenca de un ojo y clavándole la
raqueta en el cráneo con un crujido húmedo.
La sangre salpicó la pared, las cortinas cerradas frente a
la ventana y a Aaron. El cuerpo de Drake se derrumbó y
cayó por el borde opuesto de la cama, arrastrando las
sábanas consigo e impactando contra el suelo con el ruido
sordo de la carne muerta. El siguiente impacto fue la
raqueta de Neil al escurrirse de entre los dedos insensibles
de Aaron. Neil no podía mirarlo, no podía mirar a Drake, no
podía mirar a nada ni a nadie que no fuera Andrew.
Llevaba puesta solo una camisa, tumbado bocabajo en la
cama. Estaba cubierto de sangre y de cientos de sombras
que se oscurecerían hasta formar horribles moratones.
Tenía las manos aferradas al cabecero como si estuvieran
pegadas a él y se estaba riendo. La almohada ahogaba el
sonido, pero Neil lo oyó y provocó que el mundo entero se
balanceara bajo sus pies. Quería taparse los oídos para no
tener que escucharlo, pero no tenía tiempo. El ruido de
pisadas a sus espaldas significaba que Kevin estaba de
camino para investigar el escándalo.
Neil se lanzó hacia delante y se subió al colchón junto a
Andrew. Alargó la mano, tomó el borde de la sábana y tiró
de ella con fuerza para liberarla del cuerpo de Drake.
Apenas había cubierto a medias a Andrew con la sábana
sanguinolenta cuando Kevin llegó hasta ellos. Neil no supo
cuánto llegó a ver. No era capaz de mirarlo para ver su
reacción, pero un ruido sordo le indicó que había reculado
al ver la escena y se había dado contra el quicio de la
puerta.
Un segundo después, se había marchado. Neil lo oyó
bajar corriendo las escaleras a tanta velocidad que fue un
milagro que no se cayera y se rompiera algo. Neil sabía que
había ido a buscar a Nicky y a Luther. Había ido a llamar a
la policía. El saber que pronto llegarían los médicos hizo
que el nudo en su garganta se aflojara un poco, pero aún
tenía las entrañas revueltas.
—Ey —dijo Neil, o al menos creyó que fue él quien lo dijo.
No era capaz de reconocer su propia voz—. Andrew.
Andrew, ¿estás…?
No podía preguntarle si estaba bien. No era tan cruel. Si
hubiera podido, le habría rogado que dejara de reírse, pero
cada palabra que emitía amenazaba con provocarle una
arcada. Solo podía aguantar, aferrado a la sábana con la
que había cubierto a Andrew hasta los hombros con todas
sus fuerzas.
—Qué silencio de repente —dijo Andrew, con tono de
sorpresa. Soltó por fin el cabecero y movió los dedos como
si estuviera relajándolos después de un calambre. Colocó
las manos contra el colchón e intentó incorporarse. A mitad
de camino se congeló y empezó a reírse de nuevo—. Oh,
qué desagradable. Esto no me gusta un pelo.
Neil podía sentir cómo temblaba bajo la sábana, pero el
cuerpo de Andrew y su mente estaban operando en dos
frecuencias distintas. Su sonrisa era amplia y salvaje
mientras se burlaba de su propio dolor. Neil quería pedirle
que se estuviera quieto, pero Andrew había conseguido
incorporarse por fin. La sábana amenazaba con escurrirse
hacia abajo, así que Neil lo envolvió con más fuerza.
Andrew lo permitió con una expresión divertida. Tenía una
mancha de sangre medio seca desde la mejilla hasta el
mentón, proveniente de una herida en la sien.
Andrew vio hacia dónde estaba mirando.
—Creo que tengo una conmoción cerebral. O eso o los
médicos se olvidaron de mencionarme este nuevo efecto
secundario de la medicación. Si te vomito encima, que
sepas que solo es a propósito a medias.
Neil pensó que sería él quien perdiera la batalla contra
su estómago el primero.
El sonido ahogado que emitió Aaron fue su mejor intento
de pronunciar el nombre de Andrew. Apenas fue inteligible,
pero fue suficiente. Andrew, que apenas había dado
muestras de ser consciente de la existencia de Aaron en
todo el tiempo que Neil los había conocido, miró a su
hermano de inmediato. Sacó una mano de entre las
sábanas y le ordenó con un gesto que se acercara. Aaron se
subió a la cama y alargó una mano hacia Andrew. Este
intentó apartarse, pero aquello fue al fin demasiado para su
estómago. Neil lo ayudó a inclinarse mientras las arcadas
lo sobrecogían.
—Andrew —dijo Aaron, con la voz llena de miedo y
desesperación. Se aferró a su hermano como si pensara
que si lo soltaba, desaparecería—. Andrew, yo no… Él…
Andrew escupió un par de veces e intentó inspirar con
dificultad.
—Calla, calla. Calla. Mírame —dijo, pero aún tardó en
poder incorporarse para enfrentarse a Aaron. Apretó una
mano contra la camisa manchada de sangre de este—.
Estás cubierto. ¿Qué te ha hecho?
—No es mía —dijo Aaron—. No es mía, es… Andrew, él…
Andrew le tocó la sien donde estaba su propia herida,
como si esperara encontrar una idéntica.
—¿Te ha tocado?
—¿Qué te ha…?
Andrew enredó los dedos en el pelo de Aaron y tiró para
acallarlo.
—Contéstame. Te he preguntado si te ha tocado.
—No —contestó Aaron.
—Lo voy a matar —dijo Andrew.
—Ya está muerto —dijo Neil.
—Eso explica el silencio —dijo Andrew—, pero no me
refería a él. Mira, ni siquiera tenemos que movernos. Viene
él hasta nosotros.
Neil se dio cuenta de que se refería a Luther. Volvían a
sonar pisadas en las escaleras, demasiadas como para ser
solo Kevin. Daba la sensación de que traía un ejército
entero consigo, pero puede que eso fueran solo los latidos
de Neil retumbándole en los oídos. Giró la cabeza hacia
atrás para ver a Kevin y Nicky cruzar el umbral.
A Nicky solo le hizo falta un segundo para ver la cantidad
de sangre y fue hacia la cama, horrorizado.
—Dios mío.
—No —dijo Neil, levantando una mano para detenerlo.
No supo si Nicky lo oyó o si simplemente se dio cuenta de
que no había espacio para él en la cama. Se detuvo tan
cerca como pudo y alargó ambas manos hacia el rostro de
Andrew. Este intentó inclinarse hacia atrás para que no
pudiera alcanzarlo, pero estaba demasiado inestable y las
náuseas no le dejaron moverse lo bastante rápido. Nicky le
tomó el rostro entre las manos.
—¿Qué ha pasado, Andrew? —preguntó, frenético—.
¿Estás bien? Dios, hay tanta sangre. ¿Estás…?
—Nicky —dijo Andrew—, tengo que hablar con tu padre.
Tienes dos segundos para apartarte.
Neil no sabía cómo Andrew había podido ver su llegada
con Nicky en medio, pero Luther estaba congelado en el
interior de la habitación, a apenas un par de pasos de la
puerta. Nicky miró a Andrew, a las sábanas destrozadas y
al cuerpo que sangraba en el suelo. Al ver el estado de
Drake, se le descompuso el rostro. El sonido que emitió no
parecía humano. Neil lo sintió como veneno en las venas,
pero Andrew se limitó a echarse a reír.
—Uno —dijo.
—Nicky —dijo Neil—. Apártate.
Este soltó a Andrew y cayó de rodillas junto a la cama.
Eso permitió a Andrew ver a Luther por encima de su
cabeza sin nada de por medio. Ya sabía que Luther estaba
allí, pero fingió sorprenderse al verlo. La expresión que
siguió a la sorpresa un segundo después parecía casi
entusiasmada. Puede que Neil se lo hubiera creído si no
fuera por la manera implacable en la que Andrew aún se
aferraba al pelo de su hermano.
—Oh, Luther —dijo Andrew—. Qué bien, estás aquí. Así
no tengo que molestarme en ir a buscarte abajo. Oye, ya
que te tengo delante, ¿quieres explicarme qué hace aquí
Drake? Estoy deseando escucharlo. Espero que sea una
buena historia.
—¿Qué demonios…? —empezó Luther, con la voz ronca.
—Oh, no —lo interrumpió Andrew—. No. No me
preguntes eso. Ya lo sabes. Ya lo sabes —repitió, con
énfasis. Andrew se inclinó hacia delante tanto como se
atrevió. Empezó a oscilar, pero Neil lo agarró del hombro
para que no se cayera—. Parece ser que al final yo tenía
razón. ¿O sigues creyendo que ha sido todo un
malentendido? Venga, dime otra vez eso de que estoy
demasiado desequilibrado como para entender lo que es el
afecto y el amor normal entre hermanos. Dime que esto es
natural.
Nicky tenía pinta de que alguien acabara de darle un
puñetazo en el estómago. Aaron se encogió con todo el
cuerpo. Al otro lado de la habitación, Kevin estaba mirando
a Andrew como si hubiese visto un fantasma. Este no
pareció darse cuenta del efecto que causaron sus palabras.
Estaba sonriendo con un regocijo rabioso, fulminando a
Luther con la mirada.
—Oye, Luther —dijo—. Hablando de malentendidos, ¿lo
recuerdo mal o me prometiste que ibas a hablar con Cass?
Me dijiste que no acogería a más niños después de mí, pero
por lo visto ha tenido a seis desde que salí del correccional.
Seis, Luther. No se me dan muy bien los números, pero
hasta yo sé que seis es bastante más que cero. ¿Cuántos de
ellos crees que estaban en su casa mientras Drake estaba
de permiso?
»Y ahora has dejado que entre en tu casa —dijo
Andrew—. Le has permitido estar bajo el mismo techo que
tu hijo, que mi hermano. ¿Después de todo lo que hice para
alejarlo de él? —Andrew le dio otro tirón al pelo de Aaron,
acercándolo más hacia sí sin darse cuenta, y lo soltó por
fin—. En cuanto vuelva a poder ponerme en pie te voy a
hacer pedazos, Luther. Te estoy avisando. No lo haré dos
veces.
Aaron estaba pálido de miedo y de horror.
—Esta no ha sido la primera vez que pasaba.
Lo dijo en voz baja, como si tuviera miedo de que las
palabras fueran a convertirlo en realidad. Miró a Andrew
como si fuera la primera vez que lo veía en su vida. Andrew
no le devolvió la mirada, así que Aaron volvió a centrarse
en Luther a la fuerza.
—No es la primera vez y tú lo sabías. Sabías lo que había
hecho y lo trajiste de todas formas.
—¿Es eso cierto? —preguntó Nicky, pero no fue capaz de
apartar la mirada de Andrew para enfrentarse a su padre.
Luther abrió la boca, volvió a cerrarla, con una expresión
lúgubre en el rostro. Aaron solo le concedió un par de
segundos para responder.
—Sal de aquí —dijo y, cuando Luther no se movió lo
bastante rápido, gritó—: ¡Sal de aquí!
Andrew se rio mientras Luther salía de espaldas de la
habitación. La puerta estaba demasiado rota como para
cerrarla del todo, pero la colocó lo mejor que pudo. Neil
oyó sirenas en la lejanía. Andrew lo captó unos segundos
después y giró la cabeza hacia atrás. Pensó durante un
momento y después se encogió de hombros y soltó a Aaron.
Se quitó las bandas de los antebrazos y las dejó caer sobre
el regazo de Neil.
Dijo algo, pero Neil no fue capaz de oírlo. La piel pálida
de las cicatrices era demasiado familiar y demasiado
sorprendente como para poder contener su reacción.
Agarró a Andrew de la muñeca. Empezó a girarle el brazo,
convencido de que se lo había imaginado, pero Andrew le
agarró el antebrazo con la mano libre.
—Andrew —empezó Neil.
—Dejemos las cosas claras. Si lo haces, te mataré.
La fuerza de su agarre era un contraste absoluto con la
sonrisa colocada de su rostro. No era un farol. Si Neil no lo
soltaba de inmediato, le rompería el brazo. Neil aflojó la
mano, pero extendió los dedos al hacerlo. Sintió las
irregularidades de la piel destrozada bajo las yemas y se le
encogió el estómago. Andrew le apartó la mano, pero lo
hizo de manera calculada para no destapar su propio
antebrazo.
—Deshazte de eso —dijo—. A los maderos no les gusta
que la gente como yo vaya armada.
Los bolsillos de Neil no eran lo bastante profundos como
para esconder las bandas, así que se inclinó y las escondió
entre la base y el armazón de la cama. Miró a Aaron y a
Nicky, pero ninguno se había percatado del momento.
Aaron estaba vigilando la puerta como si pensara que
Luther fuera a volver. Nicky estaba contemplando el rostro
de Andrew, pero su expresión ausente indicaba que estaba
a miles de kilómetros de allí. Puede que fueran la familia de
Andrew, pero cuando se trataba de él, sabían tan poco
como el resto.
—Andrew —repitió Neil.
—Haznos un favor —dijo Andrew—. Tengamos un rato de
silencio.
Neil no podía hacer nada que no fuera esperar a la
llegada de la ambulancia y la policía.
CAPÍTULO DOCE
La sala de urgencias del Hospital Richmond General era
un desastre abarrotado, turbio y lleno de rencor y
enfermedad. Las recepcionistas del mostrador intentaban
controlar el caos en la medida de lo posible, pero había
demasiada gente que necesitaba atención y muy pocos
médicos. Neil estaba muy lejos como para escucharlas,
pero sí podía oír en sus voces que se les estaba acabando la
paciencia. Las protestas y argumentos estridentes de los
pacientes le llegaban con mayor facilidad. Neil los escuchó
porque necesitaba algo que lo distrajera de sus
pensamientos.
La situación había empeorado aún más cuando la policía
de Columbia llegó al hogar de los Hemmick. Los primeros
policías y los paramédicos llegaron casi a la vez, pero a
estos los siguieron dos coches patrulla más. Neil no sabía si
era que no tenían nada mejor que hacer un domingo por la
noche o si habían acudido porque a alguien se le había
escapado el nombre de Kevin Day en la radio policial.
Dudaba seriamente de que hicieran falta seis agentes para
declarar la muerte de Drake como un caso legítimo de
defensa propia. Le gustaría que les hubieran tomado
declaración, echado un vistazo a los detalles truculentos de
la escena y se hubieran despedido de Aaron con un apretón
de manos. Sin embargo, la última vez que lo había visto,
estaba bajando las escaleras con las manos esposadas.
Poco después, la policía había montado en la ambulancia a
un Andrew que parecía de lo más entretenido y lo habían
mandado aquí.
Neil no sabía si aquello era la mala suerte habitual de los
Zorros, si lo había gafado todo con su simple presencia o si
las violaciones y asesinatos siempre eran tan complicados.
No tenía ni idea y ya apenas era capaz de pensar. El
instinto lo había hecho dividir el grupo de la única manera
posible. Kevin quería acudir al hospital y esperar a que le
dieran el alta a Andrew, pero su rostro era demasiado
conocido. Lo último que necesitaban era atraer más
atención. Neil lo había mandado junto a Nicky a la
comisaría a esperar a Aaron. Él había acudido solo al
hospital en cuanto la policía se hubo cansado de intentar
sacarle información. Ya llevaba casi cuarenta minutos
esperando. Estaba intentando no mirar el reloj, pero no
podía evitarlo. La gente a su alrededor no cambiaba con la
frecuencia suficiente como para suponer una buena
distracción.
El hombre que entró por la puerta automática de cristal
dos minutos después sí lo era. Neil estaba en pie antes de
darse cuenta. El movimiento repentino atrajo la atención de
Wymack y este señaló el suelo frente a sus pies con el dedo.
Neil atravesó la sala abarrotada. Wymack apenas esperó a
que llegara hasta él antes de volver a salir. Neil se envolvió
aún más en su abrigo y lo siguió.
El entrenador lo llevó hasta la zona designada para
fumadores en la acera a unos siete metros de la puerta.
Neil vio la bolsa de plástico que llevaba colgada del brazo,
pero se le olvidó preguntar sobre ella cuando el entrenador
sacó un paquete de tabaco del bolsillo. Neil alzó la mano en
una petición muda. Wymack arqueó una ceja.
—Tenía entendido que no fumabas.
—Y no lo hago —dijo Neil.
Wymack le pasó un cigarrillo de todos modos y sacó otro
para él mismo. El viento era lo bastante fuerte como para
que les costara trabajo encenderlos. Neil dio una calada
larga para asegurarse de que había prendido bien y
después ahuecó las manos alrededor del cigarrillo. El olor
amargo del humo, a pesar de lo tenue que era en una noche
como aquella, debería haber sido un consuelo. No lo era.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Neil.
—Me ha llamado Kevin —dijo Wymack—. He traído ropa
limpia para Andrew.
Neil hizo los cálculos en su cabeza, pero no tenía sentido.
Kevin no había usado el teléfono en el dormitorio y no hacía
tanto que se habían separado como para que Wymack
hubiera tenido tiempo de llegar hasta allí desde la Estatal
de Palmetto. La única explicación para que el entrenador
estuviera allí en aquel momento era que Kevin lo hubiera
llamado cuando fue a buscar a Nicky. Conociendo a Kevin,
Neil apostaría a que había llamado a Wymack antes que a
emergencias.
—Han detenido a Aaron —dijo Neil.
—Lo sé —dijo Wymack.
—¿Por qué?
—Un hombre ha muerto a manos de su raqueta.
—No era suya —dijo Neil—. Era mía. La policía se la ha
llevado como prueba. ¿Me la devolverán o tendré que
comprarme una nueva?
Wymack expulsó el humo en el aire entre los dos. El
viento desgarró la nube en cuanto se hubo formado. Neil
observó a Wymack mientras este lo observaba a él y
después volvió a centrar su atención en su cigarrillo. Lo
hizo girar entre los dedos. Tenía sangre seca bajo las uñas.
Por un momento, pensó que pertenecía a su madre,
aferrándose a sus manos después de tantos años,
obstinada. Sacudió el cigarrillo con fuerza, deshaciéndose
de aquellos pensamientos junto con la ceniza.
—Neil —dijo Wymack.
Neil conocía bien aquel tono.
—Estoy bien.
—Vuelve a responderme con esa gilipollez y verás —dijo
Wymack—. Me he pasado por la comisaría de camino y me
han dado la versión censurada de los hechos. La policía te
considera un testigo hostil, ¿lo sabías? Dicen que te has
negado a hablar con ellos e incluso a decirles tu nombre.
Tuvieron que preguntárselo a Kevin.
—Estoy bien —repitió Neil—. Es solo que no me gusta
hablar con la pasma.
—Pues no hables con ellos —dijo Wymack—. Habla
conmigo.
—¿Qué quieres que diga?
—La verdad —dijo Wymack.
—No.
—¿Por qué no?
Neil sacudió la cabeza. No sabía cómo explicar el miedo
que lo devoraba por dentro. Algo así exigía una sinceridad
total y Neil llevaba mintiendo desde que aprendió a hablar.
Ahora no sabía cómo decir la verdad. Si lo intentaba,
¿seguiría siendo la verdad? ¿O envenenaría las palabras
solo con decirlas en voz alta? ¿Acabaría por retorcerlas por
instinto? No podía arriesgarse. Andrew no se merecía
aquello.
—Entrenador, tienes que llamar a Oakland —dijo Neil,
porque necesitaba redirigir las preguntas de Wymack a un
tema más seguro—. Higgins tiene que saber lo que ha
pasado. ¿Te acuerdas de él? —preguntó cuando Wymack
frunció el ceño—. Llamó a principios de año porque estaba
investigando al padre de Drake. Sé que el mes pasado
empezó a centrarse en Drake, pero no sé si lo introdujo en
el sistema como sospechoso oficial. Si no, la policía local no
sabrá que deberían notificárselo.
Wymack se lo quedó mirando en silencio durante un
minuto y después sacó una tarjeta de su cartera. Neil vio
un brillante escudo azul impreso en el anverso y supuso
que era de uno de los agentes encargados de aquel
desastre. No tenía intención de quedarse a escuchar
aquella llamada, así que tiró la colilla al suelo y la pisó para
apagarla.
—Voy a entrar —dijo. Wymack no lo detuvo.
Cuando volvió a la sala de urgencias, alguien había
ocupado su asiento. Sin embargo, había espacio para
esperar de pie en una esquina, así que apoyó la espalda
contra la pared y volvió a prestar atención al mostrador.
Wymack apareció un par de minutos después, intercambió
unas breves palabras con las agotadas recepcionistas y les
dio la bolsa de plástico. Una de ellas desapareció con la
bolsa y Wymack se colocó junto a Neil a esperar. Ninguno
de los dos dijo nada mientras aguardaban a que le dieran el
alta a Andrew.
Cuando este salió por fin, Neil casi deseó que no le
hubieran permitido hacerlo. Llevaba puesta la ropa nueva
que Wymack le había traído, pero ni siquiera la capucha de
la sudadera podía ocultar el desastre que Drake le había
hecho en la cara. Pero lo peor no eran los moratones o los
cortes, sino la sonrisa deslumbrante que aún decoraba su
rostro. Al verla, Neil sintió que iba a vomitar.
Wymack fue a interceptar a Andrew en su camino hacia
la puerta, así que Neil lo siguió. Andrew miró en su
dirección al verlos acercarse y se echó a reír.
—Hola, entrenador. No recuerdo haberte invitado a este
entierro.
—No has sido tú —dijo Wymack.
—Kevin —adivinó Andrew—. Un traidor hasta el final.
Parecía divertido, no molesto, y le indicó a Wymack que
encabezara la marcha con un gesto. A Neil apenas le
dedicó una mirada de reojo mientras salían detrás del
entrenador. A pesar de la multitud que se aglomeraba en la
sala de urgencias, Wymack había conseguido encontrar un
buen sitio para aparcar a la vuelta de la esquina. Neil
redujo el paso conforme se acercaban para que Andrew
pudiera decidir dónde sentarse primero. Este abrió la
puerta del copiloto, pero no se montó. En vez de sentarse,
tamborileó los dedos en la puerta y contempló el asiento
como si fuera un misterio inescrutable.
Neil no comprendía por qué estaba dudando, pero
Wymack sí.
—Atrás tendrás más espacio para estirarte.
—Tienes razón —dijo Andrew, pero se subió al asiento
delantero de todas formas.
Neil vio cómo se le ponían blancos los nudillos al
montarse, hasta que Andrew se rio y dijo «ay» no
comprendió la intensidad del dolor que debía de estar
soportando.
Neil se subió al asiento trasero y se puso el cinturón con
dedos insensibles. Wymack cerró la puerta con tanta fuerza
que el coche entero tembló y encendió el motor. Sin
embargo, no fue a ninguna parte, y Neil se preguntó si
pensaba interrogar a Andrew allí mismo en medio del
aparcamiento.
En su lugar, le dedicó una mirada de impaciencia.
—Cuando tú quieras.
—Vale, vale —dijo Andrew—. La seguridad es lo primero.
Se puso el cinturón y Wymack los puso en marcha. Neil
suponía que iban a ir a la comisaría, pero no tardó en
empezar a reconocer las calles. Wymack los estaba
llevando a la casa de los primos. La idea de pasar la noche
en Columbia era repulsiva, pero Neil no tuvo oportunidad
de protestar. Ya había un coche aparcado en la entrada y,
aunque Neil no lo reconoció, Andrew sí lo hizo.
—Seguro que hay una buena explicación para esto —
dijo—. Estoy deseando oírla.
—Ya sabes por qué ha venido.
—No, entrenador. No lo sé. Esto no es asunto suyo.
—No empieces —dijo Wymack, aparcando detrás del
coche desconocido—. Los dos sabemos que no ibas a poder
ocultarle esto, pero no ha sido idea mía traerla hoy, así que
no me mires así. No sabía que Abby la había invitado hasta
que estábamos de camino.
—Os odio a todos —dijo Andrew, demasiado alegre, y
salió del coche.
Su llegada no había pasado desapercibida y la puerta
principal se abrió antes de que llegaran hasta ella. Neil
tardó apenas un segundo en reconocer a Betsy Dobson en
el umbral y, cuando lo hizo, se detuvo de golpe sobre el
césped.
Andrew se detuvo también y alzó los brazos como si
esperara recibir un abrazo.
—¡Bee! Justo a tiempo. Estábamos hablando de ti. Yo
tengo cosas que hacer ahora mismo, pero Neil dice que te
hará compañía en mi lugar. No te importa, ¿a que no? Ya lo
suponía.
—Sí me importa —dijo Neil—. No tengo nada que hablar
con ella.
—Seguro que algo se te ocurre. —Andrew le sonrió por
encima del hombro—. Como siempre. No tiene por qué ser
la verdad, ¿sabes? Bee no espera que seas sincero con ella.
Le dije que no se creyera ni una sola palabra que salga por
tu boca. ¿O es que también estás jugando a los secretos con
ella?
—He dicho que no.
Andrew se giró para encararlo y se metió las manos en el
enorme bolsillo delantero de su sudadera.
—No me estás entendiendo —dijo, inclinando la cabeza
en un gesto de complicidad—. No te lo estoy pidiendo, Neil.
Todo esto no habría ocurrido sin tu ayuda. Lo mínimo que
puedes hacer es ayudar a solucionarlo. ¿Dónde está tu
sentido de la responsabilidad?
Una puñalada habría dolido menos. Las palabras de
Andrew fueron como un puñetazo en el pecho que expulsó
todo el aire de sus pulmones; dio un paso tambaleante
hacia atrás, tratando de recuperar el equilibrio con
desesperación. Quería decir que no era culpa suya, pero
ambos sabían que lo era. Andrew no le había hablado de
Drake, pero dijo que Luther había traicionado su confianza.
En lugar de aceptarlo, Neil se había puesto del lado de la
pena y la esperanza de Nicky. Puede que no hubiera sido él
quien había invitado a Drake a Carolina del Sur, pero había
llevado a Andrew hasta él.
La culpa era una emoción relativamente nueva para Neil,
algo sobre lo que estaba aprendiendo a través de una
exposición prolongada a los Zorros. Hasta ahora la había
sentido en ráfagas incómodas y fugaces. Ahora era una
llama feroz que lo devoraba todo a su paso y le hacía
querer extirparse su propio estómago. No sabía si iba a
vomitar o a ponerse a gritar. Ninguna de las dos era una
opción aceptable, así que apretó los dientes con todas sus
fuerzas. Casi no fue capaz de mirar a Andrew a los ojos,
pero apartar la mirada habría sido imperdonable.
Se sobrepuso al ácido que le inundaba el pecho y escogió
las únicas palabras que tenía.
—¿Y el tuyo?
Andrew ladeó la cabeza hacia un lado, fingiendo
confusión. O puede que no estuviera fingiendo. Quizás no lo
había entendido. Neil apenas reconocía su propia voz,
ronca y áspera. Tragó saliva contra las náuseas cada vez
más fuertes. Cada inspiración era como una cuchilla
rajándole la garganta, pero su voz volvía a ser estable
cuando habló de nuevo.
—¿Por qué no se lo dijiste a Higgins?
—No habría servido de nada —dijo Andrew con tono
despreocupado—. El cerdito no estaba preparado para
escucharlo entonces. Drake y él eran amigos, ¿sabes? Se
conocieron cuando Drake pasó por el programa de jóvenes
y se hicieron colegas. Sabía que no me creería, así que no
perdí el tiempo intentándolo.
—En vez de eso decidiste no hacer nada —dijo Neil—.
Casi le clavas un cuchillo en las costillas a Nicky por
tontear conmigo, pero no moviste un dedo para ayudar al
resto de niños que Cass acogió. Sabías lo que Drake les
haría, pero no los protegiste.
—Se suponía que no habría más niños —dijo Andrew.
—Pero los hubo —le recordó Neil, frío, feroz y
despiadado.
Andrew se rio y sacó una mano del bolsillo. Rodeó la
garganta de Neil con los dedos. No lo bastante fuerte como
para impedirle respirar, pero sí como para ser una
advertencia. Neil percibió el movimiento de Wymack por el
rabillo del ojo, pero confiaba en que no interviniera.
Mientras Andrew no le hiciera daño de verdad, Wymack les
dejaría pelearse a su manera hasta resolver el problema.
Neil no apartó la mirada del rostro de Andrew y bajó la voz
lo suficiente como para aislar a Wymack y a Betsy de la
conversación.
—Espero que ella lo mereciera.
Andrew se inclinó hacia delante.
—Ay, Neil. Estás jugando con fuego y estás a punto de
quemarte.
—¿Fue así como conseguiste guardar silencio? —Neil
estiró una mano y agarró la muñeca de Andrew. No podía
palpar las cicatrices a través de la manga de algodón, pero
no le hizo falta. Sabía que estaban ahí. Andrew sabía a qué
se refería, a juzgar por la manera en que se quedó
congelado. Su sonrisa se mantuvo firme, pero Neil lo vio de
todas formas—. ¿Te hiciste esto para evitar decirle la
verdad sobre su hijo?
—Puede ser.
—¿Cuál era el plan, sobrevivir hasta que se marchara? —
preguntó Neil—. Era su último año de instituto y tenía
intención de alistarse, ¿no? Solo tenías que aguantar hasta
la graduación y entonces ella te adoptaría. Así que, ¿qué
fue lo que pasó?
Andrew apretó los dedos poco a poco hasta que dejó de
poder respirar. Neil se negaba a apartarse. La tirantez en
su pecho empezó como una simple molestia, pero se
extendió hasta provocarle la sensación de que los huesos
estaban a punto de quebrarse bajo la presión. Empezó a
perder el control, por mucho que intentara aferrarse a él, y
acababa de prepararse para apartar a Andrew cuando este
relajó su agarre por fin.
En lugar de soltarlo, Andrew movió la mano hasta su
nuca y lo atrajo hacia sí. Colocó la boca junto a su oído y
habló muy bajito, pero Neil no necesitaba verle la cara para
saber que seguía sonriendo. Podía oírlo en su voz.
—Drake aplazó su alistamiento —dijo Andrew—. Quería
aprovechar al máximo su último verano con su hermanito.
Incluso le preguntó a Cass si podíamos invitar a Aaron a
pasar un par de semanas con nosotros para que
pudiéramos conocernos todos. Cass dijo que era mi
elección, pero a sus espaldas Drake se pasaba cada
segundo intentando convencerme. Quería tenernos a los
dos juntos. Decía que se imaginaba cómo sería tenernos a
la vez en la cama. La imagen perfecta.
Neil se encogió sobre sí mismo. Había insistido porque
necesitaba borrar aquella horrible sonrisa. Necesitaba
saber si Andrew estaba gritando bajo la euforia forzada por
las drogas. Pero no lo estaba y Neil no podía soportarlo. La
medicación de Andrew era demasiado fuerte o su psicosis
demasiado retorcida; en cualquier caso, lo que había
ocurrido hoy no significaba nada para él. Era solo un
contratiempo que podía esquivar e ignorar.
—Hablando del otro Minyard. —Andrew soltó a Neil y se
volvió hacia Wymack, sonriendo. Alzó la voz para que
pudiera escucharlo—. ¿Lo ha hecho de verdad? Es
probablemente la única vez que le ha echado cojones a algo
en su vida. ¿Dónde estaba esa actitud cuando su madre lo
molía a palos? Le habría venido bien en aquella época.
Alguien debería darle la enhorabuena.
—A Aaron lo han detenido —dijo Betsy—. ¿Por qué no
entras para que podamos hablar de ello?
Andrew la miró, sorprendido.
—¿Bee? ¿Todavía sigues aquí?
—Solo un ratito más —dijo Betsy—. Estoy calentando la
leche. La he comprado de camino para hacer chocolate
caliente. Me he traído el bote entero de chocolate negro
con avellanas. Si empezamos a beber ahora, estaremos
vomitando antes de que den las doce.
Neil no podía creerlo. El chocolate no iba a solucionar
nada, desde luego no iba a hacer que aquello fuera más
fácil de digerir. Sin embargo, Andrew alzó el brazo de Neil
para poder mirar su reloj.
—Estás en todo, Bee. Enseguida entramos.
Betsy asintió y entró en la casa. Una vez que se hubo
marchado, Andrew volvió a intentar liberar su brazo. Neil
se negó a soltarlo. Andrew lo miró de una manera con la
que indicaba estar más entretenido que exasperado.
—Más suerte la próxima vez, Neil —dijo—. Ya te lo
advertí, ¿no te acuerdas? No siento nada.
—Al menos, ya no —dijo Neil, apenas un susurro.
Las viejas cicatrices que recorrían sus muñecas eran la
prueba de lo que había tenido que sufrir Andrew para
llegar hasta aquel punto. Neil lo soltó por fin y dejó caer la
mano junto al costado. Andrew se encogió de hombros de
forma exagerada y se dio la vuelta. Neil lo observó
desaparecer por la puerta. Un segundo, un minuto o una
hora después, fue consciente de que Wymack lo observaba
a él.
—Neil —dijo el entrenador.
—Estoy bien —respondió él.
Wymack no dijo nada durante unos momentos.
—Pues ve a estar bien dentro donde no hace tanto frío.
Neil dio un paso hacia adelante, o al menos esa era su
intención. De repente estaba corriendo, pero no hacia la
casa, sino en dirección contraria.
Aún podía oler la sangre en su camiseta, incluso a través
del abrigo. No sabía si se lo estaba imaginando, pero el olor
era tan denso y nítido que casi podía saborear el regusto
metálico. Cada vez que sus suelas impactaban contra el
asfalto, oía tiros. Al parpadear vio Francia, Grecia, vio
aquella escala eterna en Líbano y aquel viaje corto por
Dubái. Recordó el rugido de las olas del océano Pacífico y
las manos de su madre agitándose en el aire mientras
luchaba por respirar una última vez.
La culpa, la pena y el dolor eran toxinas corrosivas
corriendo por sus venas, destrozándole el cuerpo desde
dentro. Se lo permitió, las obligó a hacerlo, porque los
recuerdos eran terribles, pero al menos eran algo que
podía comprender. El dolor de la pérdida era todo lo que
conocía y todo lo que comprendía. Si dejaba de centrarse
en ellos solo le quedaba la crueldad desconocida hasta
ahora que había presenciado aquella noche. Aún no sabía
cómo enfrentarse a eso. No sabía cómo compartimentarlo
hasta convertirlo en algo que fuera capaz de tolerar. Quizás
lo conseguiría al día siguiente. O puede que lo llevara
consigo hasta que los Moriyama acabaran con él. No lo
sabía y no quería saberlo.
Corrió hasta dejar de ser capaz de respirar, pero el dolor
no desapareció.
Cuando volvió, la casa estaba a oscuras y en silencio. No
sabía cómo se habían repartido los tres dormitorios y no
quería ver a nadie. Por suerte, el salón estaba desocupado.
Movió la mesita con cuidado para tener espacio suficiente
como para estirarse y, como no tenía otra ropa, se limitó a
quitarse los zapatos antes de echarse en el sofá. Estaba
casi seguro de que sus pensamientos harían que se pasara
la noche en vela, pero el agotamiento lo venció enseguida.
El ruido de un armario al cerrarse le advirtió de que no
estaba solo. Neil se despertó sobresaltado e intentó agarrar
su bolsa de deporte por instinto. Sus manos, frenéticas, no
encontraron nada a lo que aferrarse y el pánico se asentó
en su estómago durante el segundo que su mente tardó en
despertarse. Se incorporó y obligó a su corazón a bajar el
ritmo. Se frotó los ojos, cansado a pesar del chute de
adrenalina, y fue a investigar aquel ruido.
La luz de la cocina estaba apagada, pero el fluorescente
tenue sobre los fogones estaba encendido. Wymack estaba
trasteando con la cafetera. Si él ya se había levantado,
debían de ser las cuatro y media de la madrugada. Neil se
había aprendido sus hábitos matutinos a la fuerza después
de pasar un mes en su sofá. Por lo visto una muerte no era
causa suficiente como para alterar la rutina.
Wymack terminó con el café molido y puso la cafetera al
fuego. Al girarse, vio a Neil en la puerta. Este esperaba que
dijera algo sobre la manera en que había salido corriendo
la noche anterior.
—¿Has conseguido dormir algo? —Fue lo que dijo
Wymack en su lugar.
Neil no sabía a qué hora había vuelto.
—Un par de horas, creo.
—Si puedes dormir algo más, hazlo —dijo el
entrenador—. Va a ser un día muy largo y necesito que todo
el mundo esté despierto y coherente antes de que llegue
Waterhouse. —Al ver la mirada inquisitiva de Neil, se
explicó—: El abogado de Andrew. Tenemos la esperanza de
que acepte el caso de Aaron. Debería de ser una victoria
fácil.
—No deberían haberlo arrestado.
—Están haciendo su trabajo —dijo Wymack—. Ha muerto
alguien y, hasta que no tengan todo lo que necesitan, tienen
que retenerlo. Tu testimonio aceleraría el proceso, ¿sabes?
Aparte de Andrew y Aaron, tú eres el único que estaba en
la habitación cuando murió Drake y como Andrew tampoco
quiere hablar…
—¿Luther ha confesado?
—¿Confesado el qué?
—Que fue él quien preparó la trampa —respondió Neil,
enfadado—. Dejó que Drake entrara en aquella casa
sabiendo lo que le hizo a Andrew la última vez que se
vieron. Si Aaron y él dicen la verdad y la policía tiene ojos
para ver el aspecto que tenía la habitación, no necesitan
nada más. Si están ralentizando el proceso por sus
prejuicios sobre el historial de Andrew deberían darle el
caso a alguien más objetivo y dejar de perder el tiempo.
—Neil.
—¿Has llamado a la policía de Oakland?
—Ya no tengo su número —dijo Wymack—. Le he pedido
a la policía local que los llamen. Hoy intentaré ponerme en
contacto con el agente Higgins a ver si ha tenido noticias
suyas. Y ahora deja de remolonear y vuelve a acostarte.
—Estoy bien.
Lo dijo antes de poder evitarlo. Wymack no necesitó decir
nada, la expresión en su rostro hablaba por sí sola. Neil
clavó los ojos en la cafetera e intentó quedarse inmóvil.
Wymack se giró después de lo que pareció una eternidad y
se sirvió el poco café que había listo. Tomó la taza de la
encimera y fue hacia la puerta. Neil retrocedió para dejarle
paso, pero Wymack se detuvo frente a él.
—Neil, entre tú y yo —dijo—, creo que no has estado bien
en tu vida.
Neil no tenía una respuesta para aquello, pero no hizo
falta. Wymack siguió con su rutina, saliendo al aire frío de
la mañana para dar un paseo. Neil observó la puerta
principal cerrarse tras él y después fue a sentarse en el
sofá a esperar. Cuanto más tiempo pasaba allí sentado, más
empezaban a difuminarse los bordes de sus pensamientos
conforme el cansancio iba ganando terreno. Al final, se dejó
caer hacia un lado y volvió a quedarse dormido. El regreso
de Wymack lo despertó por un instante, pero siguió
durmiendo durante un par de horas más.
Cuando se volvió a despertar fue con el ruido fuerte de
pisadas en las escaleras y la voz alegre de Andrew. Neil se
había perdido la mitad de la conversación, pero por lo que
escuchó dedujo que Andrew estaba explicando que no
había nada que desayunar en casa. No tenían pensado
pasar la noche en Columbia, así que lo único que había en
la cocina era la leche y el cacao en polvo que había traído
Betsy.
Neil se levantó del sofá y fue hasta la puerta de la cocina.
Andrew parecía tan alerta y listo para enfrentarse al día
como siempre. Llevaba puesto un jersey de cuello alto
negro que Neil no reconoció, probablemente una prenda
que no se había llevado al mudarse a la residencia
universitaria. Las mangas le quedaban demasiado largas,
cubriéndole hasta los nudillos, y ocultaban las cicatrices de
sus brazos con facilidad. El desastre multicolor que Drake
le había hecho en la cara, sin embargo, era imposible de
esconder. Andrew no se lo había puesto fácil.
Neil no fue el único en levantarse ante el escándalo que
estaba armando Andrew. El resto acudió como polillas
atraídas por una llama venenosa. Los dormitorios de los
gemelos estaban en la segunda planta, en extremos
opuestos del pasillo. El de Nicky estaba abajo, pasadas las
escaleras. Aquel era el dormitorio donde Neil había
amanecido después de su primera noche en Columbia. La
puerta estaba abierta y Nicky y Kevin estaban en el umbral
con Betsy detrás. Ella no parecía haber descansado mucho,
pero al menos tenía un aspecto relajado. Nicky y Kevin
tenían pinta de que la noche les había dado una paliza y los
había dado por muertos.
Abby estaba intentando fingir tranquilidad mientras
bajaba las escaleras tras Andrew, pero Neil vio la tensión
detrás de su sonrisa. Andrew siguió charlando como si no
se diera cuenta de nada. Neil sabía que no era cierto; la
medicación provocaba una manía inducida, pero no lo
volvía estúpido. Estaba poniendo nerviosa a Abby a
propósito y disfrutándolo. Sin embargo, al ver a Neil en el
umbral, perdió el hilo de lo que estaba diciendo y se detuvo
al pie de las escaleras para señalarlo con el dedo.
—Oh, Neil ha vuelto. Pensábamos que igual te habías
perdido.
—Yo nunca me pierdo —dijo Neil.
—Y nadie puede encontrarte —añadió Andrew, asintiendo
con la cabeza de manera filosófica—. Seguro que es lo
mejor para todos, pero en cualquier caso llegas justo a
tiempo. Es la solución a todos nuestros problemas, ¿verdad,
Bee? —Andrew miró hacia atrás por el pasillo y le hizo un
gesto con la mano para que se acercara. Betsy apartó a
Kevin y a Nicky con delicadeza para pasar entre ellos.
Andrew le sonrió y señaló a Neil de nuevo—. Él sabe dónde
dejamos el coche y tú sabes dónde está la tienda. Intenta
comprarle algo de ropa a la vuelta, ¿quieres? Si lo dejamos
solo empezará a oler dentro de poco.
—¿Quieres algo en concreto para desayunar? —preguntó
Betsy.
—Nada en especial —dijo Andrew—. Puedes preguntarles
a los fantasmas de ahí detrás, pero me da a mí que hoy no
tienen muchas ganas de elegir. Puede ser que estés
perdiendo facultades, Bee. Oh, espera. Neil va a necesitar
esto.
Andrew se palmeó los bolsillos y encontró lo que buscaba
al tercer intento. Neil vio apenas un destello antes de que
Betsy lo tomara. Ella dio un solo paso en dirección a Neil
antes de que Andrew la detuviera agarrándola de la
camisa.
—Exites —dijo—. Kevin tiene la tarjeta.
Betsy volvió a recorrer el pasillo para pedirle la tarjeta de
gastos del equipo a Kevin. Andrew dio una palmada en
dirección a Neil para captar su atención.
—No te olvides de mis cuchillos, ¿eh? Los quiero de
vuelta. Adiós.
Andrew se llevó dos dedos a una sien amoratada en un
saludo militar y fue hacia la cocina. Betsy ya había vuelto a
su lado cuando Neil se dio cuenta de que acababan de
ofrecerle como voluntario para hacer recados con ella.
Empezó a protestar, pero las palabras se le atascaron en la
garganta. La acusación de Andrew de la noche anterior
sobre su papel en todo aquello era una herida aún fresca
que Neil no se atrevía a tocar todavía. Volvió a mirar a
Nicky y a Kevin por última vez antes de ir tras Betsy y salir
al frío del exterior.
Betsy tenía un GPS pegado al parabrisas para poder ver
la pantalla con facilidad. En cuanto el aparato se hubo
conectado al satélite correspondiente, apretó un par de
botones y esperó mientras se cargaban las indicaciones.
Una voz lúgubre con acento británico dio la orden de
dirigirse hacia el este. Betsy bajó el volumen hasta ser
apenas un murmullo y dio marcha atrás. Neil miró por la
ventana e intentó volverse invisible. No surtió efecto
durante mucho tiempo.
—David me ha pedido que hable contigo —dijo Betsy—.
Ya sé que el contexto no es muy convencional, pero espero
que sepas que cualquier conversación que tengamos hoy
está protegida por la misma privacidad que una sesión
oficial en la consulta.
—¿De qué tenemos que hablar? —preguntó Neil—. Si yo
fuera usted, me preocuparía más por Nicky. Vino a
Columbia pensando que iba a reconciliarse con sus padres,
pero ahora su familia entera está destrozada.
—Tiene suerte de tener un amigo como tú que se
preocupe por él.
—No soy su amigo —dijo Neil—. Soy su compañero de
equipo.
—¿Tú no eres su amigo o él no es el tuyo? —preguntó
Betsy y, cuando él se limitó a mirarla, siguió hablando—.
Son dos cosas inequívocamente diferentes y es posible que
se dé una sin la otra. Perdóname si estoy presuponiendo
más de la cuenta, pero me parece que él sí te considera su
amigo. —Neil no respondió—. ¿Qué hay del resto del
equipo? ¿Son amigos tuyos?
—¿Para qué necesito amigos? —preguntó Neil—. He
venido a jugar al exy. Eso es lo que se me exige en el
contrato, así que eso es lo que voy a hacer. ¿De verdad es
esto de lo que quiere hablar?
—Quiero hablar de lo que pasó anoche, pero también
quiero hablar sobre ti. Quiero asegurarme de que tienes
una red de apoyo que pueda ayudarte a navegar las
próximas semanas. Si no quieres hablar de eso, podemos
centrarnos en los eventos de ayer. ¿Puedes decirme qué
ocurrió?
—¿Cuántas veces quiere escuchar esa historia? —
preguntó Neil—. Estoy seguro de que Nicky y Kevin ya se la
han contado. Es probable que el entrenador le contara lo
que dice la policía. Puede incluso que le haya sacado
algunas respuestas a Andrew. Yo no tengo nada que añadir.
—¿Podrías decirme al menos por qué entraste en la
habitación con la raqueta?
—¿Tiene usted un arma? —preguntó Neil. Betsy negó con
la cabeza—. Imagínese que tuviera una pistola. Una noche
se despierta con el ruido de un intruso en su casa. Tiene
todo el derecho a plantarle cara y, como no sabe si el
intruso va armado o no, lo más inteligente es sacar la
pistola. En caso de ser atacada, puede disparar y la policía
lo considerará defensa propia. Yo no tengo una pistola,
pero tenía una raqueta.
—Entiendo lo que quieres decir, pero nadie más
sospechaba que Andrew estaba en peligro —dijo Betsy. No
era una pregunta, así que Neil no contestó. Cuando se
detuvieron en el siguiente semáforo, Betsy lo observó en
silencio y solo habló una vez que se había puesto en
verde—. En este caso la diferencia entre defensa propia y
homicidio premeditado es sutil, Neil. ¿Por qué decidiste
llevar la raqueta?
—Sabía quién era Drake —dijo Neil por fin a
regañadientes.
—¿Cómo? ¿Andrew te había hablado de él?
—Me había contado partes de la historia, pocas —dijo
Neil—. Sabía que la policía de Oakland estaba investigando
a los Spear y sabía que el hijo de Cass era un marine. Yo no
puedo con un marine, por eso agarré la raqueta. —Miró por
la ventana y deseó que aquella conversación acabara
cuanto antes—. Se la di a Aaron para poder tirar abajo la
puerta y no tuve tiempo de recuperarla.
—Entraste en la habitación —dijo Betsy—. ¿Y qué viste?
—A Drake atacando a Andrew —dijo Neil. Era la verdad,
pero le dejó un regusto de mentira en la lengua al salir.
Cinco palabras eran una descripción patética de lo que
había presenciado—. Yo estaba recuperando el equilibrio
después de haber roto la puerta, así que Aaron fue más
rápido. Le dio a Drake justo aquí. —Se tocó la cabeza en el
punto donde la raqueta le había destrozado el cráneo a
Drake—. Era una pesada, así que solo hizo falta un golpe.
Andrew te ha dado la tarjeta del equipo porque la policía se
va a quedar con mi raqueta, ¿no?
—¿Te gustaría recuperarla? —preguntó Betsy.
—¿Tiene idea de lo que cuesta? —preguntó Neil—. Pues
claro que quiero recuperarla.
—¿No te molestaría que sea un arma homicida?
—No ha matado a nadie importante.
—Interesante —dijo Betsy, pero no se explicó hasta haber
entrado en el aparcamiento del centro comercial. A aquella
hora, en un día entre semana, fue fácil encontrar un sitio
cerca de la entrada. Sacó la llave del contacto, apagó el
GPS y miró a Neil—. A pesar de los crímenes de Drake, ha
muerto de manera violenta justo delante de ti. Sería de lo
más natural y comprensible si te sintieras triste o
conmocionado por su muerte.
Lo más inteligente habría sido mentir, pero cada vez que
parpadeaba veía las manos de Andrew, aferrándose al
cabecero con los nudillos blancos. Aún podía oír su risa,
amortiguada por la almohada. Si pudiera alcanzar su
propio cerebro y arrancarse el recuerdo lo haría, pero no
podía. Lo único que podía hacer era pagarla con Betsy. Ella
no era la loquera que le había recetado a Andrew su
medicación hacía dos años y medio, pero era la única a su
alcance.
—Pues no es así —dijo Neil, sin más—. ¿Y sabes qué?
Andrew tampoco.
Quería que se defendiera. Quería ver cómo intentaba
justificar todo aquello. El temperamento de su padre le
ardía en las venas, deseando tener algo con lo que
desahogarse. Pero la única respuesta que consiguió estaba
llena de calma.
—¿Se lo has preguntado?
—¿Que si se lo he preguntado? —repitió Neil sin poder
creerlo—. Dijo que no era capaz de sentir nada. Ya viste
cómo sonreía anoche. ¿Escuchaste cómo…? —Neil agitó
una mano con violencia, obligándose a sí mismo a cerrar el
pico antes de que se fuera de la lengua, y salió del coche.
Cerró la puerta de un portazo, pero Betsy ya estaba
saliendo por el otro lado. Neil intentó poner fin a la
conversación—. No vamos a hablar de esto.
—No puedes guardártelo todo para siempre —dijo
Betsy—. Necesitas a alguien con quien desahogarte, ya sea
yo, David o tus compañeros.
—No necesito a nadie.
—¿Quieres al menos que alguien se ponga en contacto
con tus padres?
—No —dijo Neil y se dirigió a la entrada.
Betsy fue tras él, pero no insistió y, una vez dentro, se
separaron. Neil era la única persona mirando ropa a
aquellas horas, pero una anciana estaba ya vigilando junto
a los probadores. Dejó de organizar las devoluciones un
momento para abrir uno de los cubículos para él. Neil
esperó a que el pestillo estuviera echado antes de quitarse
el abrigo. Cuando vio su reflejo, se quedó congelado,
agarrando la camiseta con ambas manos.
La sangre de Drake casi parecía negra en aquellos
lugares donde se habían secado las manchas. Al menos,
Neil creía que era de Drake. Podría ser la de Andrew
perfectamente. Durante un instante, le olió a sangre fresca:
penetrante, caliente y amarga.
Hacía unos meses, Wymack los había llamado para
decirles que Seth había muerto de una sobredosis. Aquella
noche, Neil le dijo a Andrew que no entendía los impulsos
suicidas. Andrew había desdeñado su interpretación del
asunto. Aquel rechazo casual ocultaba una comprensión
más profunda. Andrew había dicho que el comportamiento
autodestructivo de Seth era su única vía de escape. Neil no
lo había entendido porque él siempre había sabido cómo
escapar. Siempre había una puerta trasera por la que
colarse, un autobús al que subirse o un ferri en el que
montarse. Puede que fuera algo horrible y aterrador, pero
le proporcionaba una mínima esperanza de sobrevivir. No
era capaz de imaginarse la vida sin aquel consuelo.
Neil giró una mano para contemplar su propia muñeca
ilesa. Su cuerpo estaba plagado de las cicatrices de su vida
de fugitivo, pero ninguna de ellas era autoinfligida. Se
arañó el brazo con uñas cortas, observó cómo aparecían
líneas rojas sobre la piel y se obligó a sí mismo a centrarse
en la tarea que tenía entre manos.
No tardó en encontrar una muda que le viniera bien.
Encontrar a Betsy fue más complicado y se mantuvo a
cierta distancia mientras ella terminaba de llenar la cesta
de comida. Estaba tan llena que Neil supo que estaba
haciendo la compra para más de un día. Estuvo a punto de
preguntarle cuánto tiempo pensaba quedarse en Columbia,
pero no quería empezar otra conversación. Todavía tenía
que aguantar con ella hasta el siguiente destino.
Sin embargo, Betsy guardó silencio cuando se subieron al
coche y los llevó a Exites. Neil entró solo en la tienda con la
tarjeta del equipo y compró una raqueta nueva para los
entrenamientos. El precio no fue más fácil de aceptar que
la última vez. Firmó la factura, se metió su copia en el
bolsillo recordándose a sí mismo que tenía que disculparse
con Wymack por el coste y llevó la raqueta consigo hasta el
coche. Solo quedaba una última parada.
Después del hogar de su infancia en Baltimore, la casa de
los Hemmick era el último lugar del mundo en el que Neil
quería estar. El coche de Andrew seguía aparcado junto al
bordillo y Betsy se colocó detrás. Le ofreció una llave a
Neil, pero este no hizo amago de aceptarla. Su cerebro
había juntado las piezas, pero se negaba a aceptar el
resultado. Andrew ni siquiera dejaba que Aaron y Kevin
condujeran su coche.
—Tienes carné, ¿no? —preguntó Betsy.
Tenía un par, pero ninguno con su nombre actual.
—Sí.
—¿Sabes volver o quieres seguirme?
—Puede ir yendo —dijo Neil, tomando la llave por fin—.
Yo tengo que recuperar los cuchillos de Andrew.
—Te espero aquí —dijo Betsy.
Era la respuesta que esperaba, aunque no la que quería,
así que no perdió el tiempo discutiendo. Cruzó el jardín
delantero hasta la puerta principal y llamó al timbre. Tuvo
que llamar tres veces antes de oír por fin movimiento al
otro lado. María abrió la puerta lo justo para que Neil le
viera la mitad de la cara. No sabía si la culpa hacía que
estuviera a la defensiva o si esperaba algún tipo de
represalia violenta, pero no tenía fuerzas para lidiar con su
negativa. Agarró el borde de la puerta con la mano para
que no pudiera cerrarla sin romperle los dedos y coló el pie
en el hueco hasta donde pudo.
—Déjame entrar —dijo—. Ayer nos dejamos una cosa.
—Yo iré a por ella —dijo María—. Dime dónde está.
—En la cama que preparaste para tu sobrino —dijo Neil.
María recibió el golpe con tanta intensidad que casi cerró
la puerta. Antes de que Neil tuviera que entrar por la
fuerza, soltó el picaporte y se apartó de su camino.
Retrocedió hasta estar fuera de su alcance y se abrazó a sí
misma como si así pudiera desaparecer. Neil pasó a su lado
y subió las escaleras. Luther no estaba por ninguna parte.
Neil esperaba que estuviera entre rejas.
Anoche había roto la puerta del dormitorio y la llegada de
técnicos y de los servicios de emergencia solo había
empeorado los daños. La hoja estaba entreabierta varios
centímetros, pero a alguien se le había ocurrido pegar una
manta al dintel como una cortina improvisada. Neil la
arrancó para que Luther y María tuvieran que volver a
arreglarla y la tiró a un lado. La puerta gimió al abrirla y
Neil encendió la luz.
La muerte no era algo ajeno para él y ver sangre no le
afectaba, pero se detuvo en cuanto echó un vistazo al
desorden de la cama. Habían quitado las sábanas, pero el
colchón estaba cubierto de manchas granate allí donde
Drake había sangrado. Las paredes y las cortinas de la
ventana aún tenían salpicaduras en algunas partes. Neil
contempló el cabecero como si pudiera ver las huellas de
Andrew grabadas en la madera y tragó saliva contra las
náuseas y el mareo. Respiró por la boca mientras cruzaba
la habitación hasta la cama.
El colchón estaba torcido debido a todo lo ocurrido la
noche anterior, pero la base de la cama parecía intacta.
Metió las manos por debajo y la levantó del armazón. Las
bandas de Andrew estaban justo donde las había dejado,
colocadas sobre las tablas de madera. Las recogió y dejó
caer la base. Consiguió retroceder un paso y después se
detuvo a contemplar de nuevo la escena. No supo cuánto
tiempo pasó allí, mirando la sangre, antes de darse cuenta
de lo que estaba haciendo. Tenía que salir de allí antes de
que Betsy acudiera a buscarlo. No quería que viera aquello;
no quería que empezara a hacer preguntas. Neil no tenía
respuestas. Solo tenía furia y arrepentimiento.
Bajó las escaleras tan rápido como pudo sin caerse.
María no estaba en la entrada y Neil dejó la puerta
principal abierta de par en par al salir. Pasó entre los
coches para que Betsy pudiera ver las bandas que llevaba
en las manos y fue hasta la puerta del conductor del coche
de Andrew. La abrió con la llave, se subió al coche y cerró
con más fuerza de la debida. Sabía que Betsy estaba
esperando a que se moviera primero, así que ajustó el
asiento y los espejos tan rápido como pudo. Metió la llave
en el contacto, pero se le congeló la mano antes de poder
girarla.
Había aprendido a conducir en Europa cuando tenía
trece años, pero nunca antes lo había hecho solo. Siempre
había estado con su madre, los dos turnándose en las
noches largas que pasaban en la carretera. Después de su
muerte había hecho autostop, había caminado y se había
familiarizado con los entresijos del sistema de transporte
público estadounidense. Y ahora allí estaba, solo con la
carretera extendiéndose frente a él y el volante crujiendo
bajo la fuerza de sus dedos.
Inspiró por la nariz y espiró por la boca, tratando de
mantener a raya el olor a sangre y agua salada. Revisó el
resto de asientos como si esperara encontrarlos cubiertos
de sangre y giró la llave en el contacto con tanta fuerza que
casi la partió.
Se alejó del bordillo y puso rumbo de vuelta a casa de
Andrew. Nunca había conducido en Columbia y aquella era
solo su segunda visita a la casa de los Hemmick, pero había
prestado atención al camino a la ida. Tenía que pensar para
saber por dónde tirar, pero la lentitud del tráfico le daba
tiempo suficiente para decidirse. Dio gracias por aquella
distracción. Al menos mientras intentaba recordar dónde
girar no estaba pensando en colchones manchados de
sangre ni la alegría indecente de Andrew.
Había un coche desconocido aparcado detrás del de
Wymack. Neil supuso que se trataba de Waterhouse, que
había llegado temprano para empezar con su nuevo caso.
Neil aparcó en la entrada seguido de Betsy. Esta parecía
tener la compra controlada, así que Neil sacó sus cosas del
coche y abrió la puerta. Miró primero en el salón, pero
estaba vacío, así que siguió hasta la cocina. Abby y Wymack
estaban sentados a la mesa.
Neil le dio a Wymack la factura y la tarjeta.
—¿Puedo devolverte al menos el precio de una de ellas?
—¿Tengo pinta de necesitar tu dinero, listillo? —preguntó
el entrenador.
El ruido de bolsas de plástico anunció la llegada de Betsy.
La habitación parecía mil veces más pequeña con tres
personas dentro. Neil retrocedió un par de pasos de la
mesa para tener espacio para respirar.
—¿Ha llegado el abogado? —preguntó.
—Han llegado los dos —dijo Wymack y miró a Betsy—.
¿Te importaría explicarme por qué?
Betsy asintió, pero lo que dijo fue:
—¿Dónde están Nicky y Kevin?
—Nicky intentó abrazar a Andrew y casi acaba
atravesado por un cuchillo de cocina —dijo Wymack—.
Kevin tuvo dos dedos de frente y lo sacó de aquí. La última
vez que los vi estaban encerrados en el cuarto de Nicky.
—¿Está herido?
—David intervino justo a tiempo, gracias a Dios —dijo
Abby—. Si hubiera tardado un segundo más…
Betsy miró a Neil.
—¿Te importaría ir a ver cómo están? Necesito un minuto
a solas con David y Abby.
Neil dejó la raqueta a un lado y recorrió el pasillo hasta el
baño para cambiarse. Metió la ropa manchada de sangre
en la bolsa de plástico vacía y la enterró al fondo de la
papelera. Su aspecto en el espejo era limpio, pero seguía
sintiéndose sucio. Se revisó las uñas en busca de sangre y
después se inclinó hacia delante para mirarse la raíz del
pelo en el reflejo. La última ronda de tinte aún aguantaba.
Tenía la mano en el picaporte cuando oyó el arrebato de
sorpresa de Abby. No podía entender lo que decía desde
allí, pero percibió su ira cargada de incredulidad sin
problemas. Pegó la oreja a la puerta, pero Abby bajó la voz
enseguida.
Giró el picaporte tan silenciosamente como pudo y abrió
la puerta con cuidado. Contuvo la respiración, temiendo
que la puerta crujiera y lo delatara, pero no fue así. En
cuanto pudo colarse por el hueco, salió al pasillo. La
habitación de Nicky estaba lo bastante cerca como para
que Kevin y él hubieran oído los gritos de Abby, pero la
puerta no se abrió. Tampoco oyó a nadie moviéndose en la
planta de arriba. Se acercó a la cocina con pasos
silenciosos.
Resultaba obvio que Abby estaba intentando no alzar la
voz, pero el tono estridente de sus palabras logró que Neil
fuera capaz de oírlas.
—… un trauma así con otro diferente no va a solucionar
nada. Solo conseguirás empeorar la situación. Entiendo lo
que quieres hacer, pero esa no es la manera.
—Es la única solución ética —dijo Betsy.
—No puedes…
—Sí puede —dijo Wymack, interrumpiendo a Abby. Esta
emitió un ruido ahogado, como si no pudiera creerse que
Wymack se hubiera puesto en su contra. El silencio invadió
la cocina durante un tenso instante antes de que el
entrenador volviera a hablar—. Si estás segura de que es lo
mejor, no me interpondré. Confío en que harás lo que es
mejor para mis chicos.
—Lo siento —dijo Besty—. Sé lo que esto le va a hacer a
vuestra temporada.
—Tú preocúpate de Andrew —dijo Wymack—. De la
temporada ya me preocupo yo.
—Andrew no accederá —dijo Abby en un último intento
de hacerlos cambiar de idea—. Si se va tendrá que dejar a
Kevin. Lo más separados que han estado desde que Andrew
decidió protegerlo ha sido cuando tienen clase en partes
distintas del campus. Eso no va a cambiar ahora, sobre
todo con Riko en el distrito.
—Andrew no tiene que acceder —dijo Wymack—. La
decisión es de Betsy.
Neil ya había escuchado suficiente. Entró en la cocina.
Betsy se había sentado a la mesa con los otros. Abby y
Wymack estaban tan centrados en ella que no se dieron
cuenta de la presencia de Neil, pero Betsy estaba de cara a
la puerta y levantó la mirada al verlo entrar. No parecía
sorprenderse de que los hubiera estado escuchando a
escondidas.
—¿Adónde piensas llevártelo? —preguntó Neil.
Abby dio un brinco y lo miró con cara de culpabilidad.
—Neil, no te he oído llegar.
Él la ignoró.
—¿Adónde? —insistió.
—Al Hospital Easthaven —respondió Betsy—. Voy a
quitarle la medicación a Andrew.
Neil sintió que el suelo se ladeaba bajo sus pies.
—¿Qué?
—Aún no es oficial —dijo Betsy—. Necesito que el señor
Blackwell lo apruebe. Fue el fiscal en el juicio de Andrew.
Ha venido con el señor Waterhouse a evaluar la situación.
Dudo mucho que se oponga, así que en teoría deberíamos
poder ingresar a Andrew en Easthaven esta misma tarde.
—Con ingresarlo quieres decir encerrarlo —dijo Neil.
—Cuando el doctor Ellerby y el señor Waterhouse
redactaron el acuerdo original, lo hicieron pensando en que
el fiscal pusiera las menos pegas posibles. Uno de los
términos que aceptó Andrew fue realizar la rehabilitación
bajo supervisión las veinticuatro horas. El Easthaven es
uno de los mejores hospitales del estado. Va a estar en
buenas manos.
—¿Cuánto tiempo?
—No se sabe —dijo Wymack—. La rehabilitación estaba
programada para mayo, una vez que hubieran acabado las
clases. Que su organismo quede limpio de drogas llevará
tiempo. Una vez hecho, los médicos tendrán que decidir el
siguiente paso en su tratamiento, ya sea seguir con las
sesiones de terapia u otras pastillas. Si a eso le añades la
incapacidad absoluta de Andrew para cooperar, lo más
probable es que sean cuatro o cinco semanas.
—Si está de vuelta antes de Nochevieja será un milagro
—dijo Abby, con rastros de la misma frustración de antes—.
Lo estás obligando a pasar por la abstinencia a la vez que
intenta recuperarse.
—Es o ambas cosas o ninguna y lo sabes —dijo Betsy.
—Hazlo —dijo Neil cuando Abby empezó a protestar de
nuevo.
Aquella orden dada sin aliento hizo que los tres lo
miraran, pero Neil solo tenía ojos para Betsy. En el coche,
había deseado hacerle daño por apoyar las horribles
normas de la medicación de Andrew. Ella no se había
defendido porque no necesitaba hacerlo. Sabía tan bien
como él la crueldad que suponía mantener a Andrew
medicado y ya había llamado a aquellos que podían
ayudarlo.
La sonrisa de Betsy fue pequeña y estaba cargada de
aprobación.
—Prometo que lo intentaré. Deséanos suerte. —Agarró
una tableta de chocolate de la encimera y subió las
escaleras seguida de Wymack y Abby.
Neil no creía en la suerte, pero los vio marchar y deseó
que la tuvieran de todas formas.
CAPÍTULO TRECE
La puerta del dormitorio de Nicky no estaba cerrada con
pestillo, así que Neil la abrió sin llamar. Nicky y Kevin
estaban en la cama, pero no estaban hablando. Kevin
permanecía sentado al pie, rígido y en silencio, y Nicky
estaba tumbado bocarriba en el centro. Neil alternó la
mirada entre sus rostros demacrados y después dejó la
raqueta a un lado y cerró la puerta. La raqueta captó la
atención de Kevin de inmediato. Nicky no se percató de
ello, demasiado ocupado mirando al techo.
Neil se sentó en la cama entre los dos. No tenía sentido
preguntarle a Nicky si estaba bien; solo hacía falta tener
ojos en la cara para darse cuenta de que no lo estaba. Lo
mejor que se le ocurrió fue un saludo insustancial:
—Hey.
—No deberíamos haber venido —dijo Nicky. Su voz
estaba tan llena de pena como su rostro—. Tendría que
haberle hecho caso a Andrew todas esas veces que me dijo
que me rindiera. Si lo hubiera hecho, ahora no estaríamos
aquí. Andrew no habría… —Cerró los ojos e inspiró de
forma profunda y temblorosa—. ¿Qué es lo que he hecho?
—Tú no has hecho nada —dijo Neil. Buscó las palabras
adecuadas, pero las que encontró no eran suyas. Eran de
Wymack, aquellas que le había ofrecido a él para aliviar su
culpa por la muerte de Seth—. No sabías que esto iba a
pasar. Ninguno lo sabíamos. Si no, no hubiéramos venido.
—Eso ha dicho Betsy, ¿pero lo crees de verdad? —
preguntó Nicky—. ¿Cómo? Sabíamos que Andrew no quería
venir, pero lo obligamos de todas formas. Debería haber
confiado en él. Debería haber sabido que se trataba de algo
gordo si era capaz de guardar rencor a pesar de la
medicación.
—La culpa es de tu padre —dijo Neil—. Fue él quien le
preparó una encerrona a Andrew.
—Con una botella de alcohol —dijo Nicky, con una
carcajada quebradiza—. Anoche nos lo contó a mí y a la
policía. Habló con Andrew sabiendo que acabarían
peleándose. Le prometió alcohol como ofrenda de paz. Fue
idea de Drake, ¿sabes? Papá solo tenía que decirle a
Andrew que la botella estaba arriba y así él y Drake
tendrían toda la privacidad que necesitaban para «hablar
las cosas». —Su voz de llenó de rabia mientras imitaba las
palabras de su padre.
—No había ninguna botella —adivinó Neil.
—Sí que la había. Drake golpeó a Andrew con ella. Hijo
de puta. —A Nicky se le arrugó el gesto y se giró para darle
la espalda a Neil—. Tengo que llamar a Erik. Aún no se lo
he contado. No sé por dónde empezar.
—Te dejaremos solo —dijo Neil y se bajó de la cama.
Nicky no contestó, pero Neil no esperó a que lo hiciera.
Recorrió de nuevo el pasillo hasta la cocina y solo se
sorprendió un poco cuando Kevin lo siguió. Este agarró el
respaldo de una silla y dejó la mirada perdida. Neil esperó
a ver si decía algo y después se dispuso a buscar algo de
desayunar.
Betsy había comprado comida suficiente para el desayuno
y el almuerzo, nada más. O estaba siendo optimista o de
verdad creía que estarían de vuelta en el campus aquella
misma noche. Neil esperaba que a alguien se le hubiera
ocurrido llamar a la secretaría para avisar de que no iban a
ir a clase. Wymack debía de haber llamado al resto de
Zorros también. Se preguntó si les había contado la historia
al completo o si simplemente había cancelado el
entrenamiento y les había prometido una explicación más
adelante. Matt sabía que habían ido a ver a los padres de
Nicky, lo que significaba que las chicas también. Lo más
probable era que pensaran que la vena violenta de Andrew
le había jugado una mala pasada en el reencuentro.
—Lo investigamos —dijo Kevin por fin, la voz cargada de
una emoción desconocida. No era duelo ni culpa—. Lo
hicimos antes de ofrecerle un puesto en el equipo. No
encontramos nada sobre esto. Nadie sabía nada.
—Él no quería que nadie lo supiera —dijo Neil, sacando
las cosas del desayuno de las bolsas. Era un cocinero
mediocre como mucho, pero por suerte Betsy había optado
por alimentos que le eran habituales: panecillos, beicon,
huevos y dos bolsas de tamaño grande de queso. Incluso
Neil era capaz de hacer algo con eso.
—Pero tú lo sabías.
—Sabía que la policía de Oakland estaba investigando —
dijo Neil—. No sabía por qué. Pero no tiene sentido que
Drake haya venido aquí. Higgins estuvo aquí hace un mes.
¿Por qué ha esperado tanto? ¿Por qué arriesgarse? La
policía puede rastrear un billete de avión al otro lado del
país sin problemas.
Kevin negó con la cabeza, así que Neil volvió a centrarse
en el desayuno. Apenas había preparado un par de tiras de
beicon cuando una puerta se abrió de golpe en el piso
superior. Se apresuró a sacar el beicon de la sartén y lo
puso sobre el papel de cocina. Las pisadas que retumbaban
en las escaleras eran demasiado rápidas y ligeras como
para pertenecer a ninguno de los adultos, pero enseguida
dejaron de ser las únicas. Sonaba como si Andrew trajera a
una multitud consigo.
—Kevin —llamó Andrew desde fuera de la habitación.
Este casi tiró la silla al suelo en su apuro por acudir a él.
Neil observó desde el umbral cómo Andrew se colocaba
muy cerca de Kevin. Le tocó el cuerpo en busca de lesiones
imaginarias y Kevin se quedó inmóvil hasta que hubo
acabado. Neil los miró a los dos y luego a Betsy, que se
detuvo al pie de las escaleras. Wymack estaba en los
escalones con dos desconocidos detrás y Abby no estaba
por ninguna parte. Neil supuso que no quería formar parte
de todo aquello.
—Sigues de una pieza —dijo Andrew y asintió,
satisfecho—. Me pregunto cuánto durará. Esto no es buena
idea, Bee. Lo sabes tan bien como yo.
—¿Qué pasa? —preguntó Kevin.
—Ah, no te has enterado. —Andrew le hizo un gesto para
que se acercara, pero no bajó la voz—. Se acabó el tiempo,
empieza el espectáculo. Bee se va a deshacer de esto por
nosotros. —Se pasó un pulgar por la sonrisa maníaca y se
echó a reír—. Alguien debería advertir a los médicos de lo
que les espera. Antes de que acabe con ellos habrán
cerrado la puerta y tirado la llave.
—Deshacerse de eso —repitió Kevin, pero solo tardó un
segundo en darse cuenta de lo que significaba. Se quedó
mirando a Betsy, perplejo—. Es demasiado pronto. ¿Qué
estás haciendo?
—Lo correcto —dijo Betsy.
Andrew se giró hacia ella, entusiasmado con la reacción
de Kevin.
—Mira qué cara, Bee. Es el que más ganas tiene de que
me desintoxique, pero solo en el momento adecuado.
¿Verdad que te lo advertí? ¿Quién va a cuidar de Kevin
mientras yo no esté? No puedo fiarme de que vaya por ahí
solo y el entrenador no puede estar con él a todas horas.
Vigilar a Kevin es un trabajo a tiempo completo.
—Nos encargaremos de ello —dijo Wymack.
—Oh, venga ya, entrenador —dijo Andrew—. Vas a tener
que hacerlo mejor. Vuelve a intentarlo; aquí te espero
mientras piensas en algo más convincente.
—Yo lo vigilaré —dijo Neil.
Kevin se giró para mirarlo, pero Andrew lo empujó para
quitarlo del medio y así poder ver mejor a Neil. Lo había
sorprendido lo bastante como para borrarle la sonrisa de la
cara, pero esta regresó en un parpadeo.
—¿Tú? —preguntó. No dijo nada más, pero aquella
palabra fue más que suficiente.
Neil no respondió, no tenía ningún problema en esperar a
que se decidiera. Andrew dio un par de pasos hacia él y lo
empujó con todas sus fuerzas. Neil se lo estaba esperando
e intentó prepararse, pero aun así trastabilló un par de
pasos hacia atrás. Uno de los desconocidos empezó a decir
algo, probablemente para intentar controlar a Andrew. Neil
vio cómo Wymack se movía por el rabillo del ojo, puede que
para indicarles que la intervención no era necesaria, pero
no apartó la mirada de Andrew para comprobarlo. Cuando
volvió a empujarlo, Neil lo agarró de los brazos y tiró de él
para llevárselo consigo.
—Ay, Neil —dijo Andrew, y se pasó al alemán—: Los dos
sabemos que tu sentido del humor es nefasto, así que no
puedes estar de broma. ¿Qué estás diciendo? ¿Qué
pretendes?
—Intento cargar con la responsabilidad —dijo Neil en
alemán.
—Normalmente mientes mucho mejor —dijo Andrew—,
pero esta vez no engañas a nadie. ¿Se supone que tengo
que creerme que te mantendrás firme si Riko viene a por
ti? Quizás vuelva y tú ya no estés.
—Si fuera a marcharme lo habría hecho en el banquete
cuando Riko me llamó por mi nombre —dijo Neil—. No voy
a mentir y decir que no pensé en ello, pero decidí
quedarme. Confié en ti más de lo que lo temo a él. Así que
ahora confía tú en mí, si puedes. No me voy a ninguna
parte. Cuidaré de Kevin hasta que vuelvas.
—Que confíe en ti. —Andrew pronunció cada palabra
como si fuera la primera vez que las oía. Se rio y aferró la
barbilla de Neil con fuerza—. Mientes, mientes y mientes,
¿y crees que te confiaría su vida?
—Pues no confíes en «Neil» —dijo—. Confía en mí.
—¿Y quién eres tú? ¿Tienes nombre?
—Si necesitas uno, llámame Abram.
—¿Debería creérmelo?
—Me llamo igual que mi padre —dijo Neil—. Abram es mi
segundo nombre; es el nombre que usaba mi madre cuando
intentaba protegerme de su trabajo. —Era el nombre que
utilizaba en los entrenamientos de las ligas infantiles para
que el entrenador le permitiera jugar. Resultaba extraño
oírlo en voz alta cuando nadie lo había llamado «Abram» en
ocho años—. Pregúntale a Kevin si no me crees. Él debería
saberlo.
—Puede que lo haga.
Neil esperó, pero Andrew no lo soltó. Con tanta gente
observándolos, Neil no podía levantarse la camiseta. Se
decidió por la siguiente mejor opción y arrastró una de las
manos de Andrew hasta meterla bajo la tela. Apretó su
palma contra las horribles cicatrices de su abdomen.
Andrew bajó la mirada hacia su camiseta como si pudiera
ver la piel destrozada a través del algodón oscuro.
—¿Lo comprendes? —preguntó—. Nada de lo que haga
Riko me hará abandonarlo. Ambos estaremos aquí cuando
regreses.
Los dedos de Andrew se contrajeron contra su piel.
—Alguien me ha mentido. Estas pupas parecen un poco
excesivas para un niño fugitivo.
—La historia que te di era verdad en su mayoría —dijo
Neil—. Puede que me dejara unos cuantos detalles clave,
pero sé que eso no te sorprende. Si sobrevivimos a este año
y aún sigues interesado, podrás pedírmelos más tarde. De
todas formas, creo que te toca a ti preguntar en nuestro
juego de secretos.
Andrew se libró de su agarre y se cruzó de brazos.
Tamborileó los dedos de una mano en el bíceps contrario
mientras pensaba. Al final, se rio y se dio la vuelta. Regresó
junto a Kevin y le sonrió. En lugar de preguntarle por el
nombre de Neil, cambió de idioma.
—Tendremos que conformarnos, ¿no?
Kevin tenía cara de haberse tragado una roca, pero
Andrew no esperó a que respondiera.
—Bee, voy a ver si Nicky aún respira y ya podemos irnos,
¿vale? Cuanto antes empecemos, antes terminará este
desastre.
—Podrías esperar a Aaron —dijo uno de los abogados.
Neil supuso que se trataba de Waterhouse, el abogado de
los gemelos—. Voy a ir a recogerlo ahora mismo.
—No hay tiempo —dijo Andrew—. Que pida número y se
ponga a la cola.
Recorrió el pasillo hasta el dormitorio de Nicky. Betsy
observó cómo la puerta se cerraba tras él y después
consideró a Neil con la mirada. Este miró a Kevin para no
tener que mirarla a ella. Kevin tenía la vista clavada en
Wymack como si esperara que le pusiera fin a aquella
situación. El entrenador lo ignoró y acompañó a los
abogados hasta la puerta.
—¿Aaron? —preguntó Neil cuando Wymack regresó solo.
—Waterhouse cree que lo dejarán en libertad con fianza
hasta el juicio —dijo el entrenador—. La madre de Matt se
ha ofrecido a hacer una transferencia si es necesario.
Waterhouse intentó ver a Aaron anoche para decírselo,
pero él se negó. Con suerte, cuando se entere de esto —
hizo un gesto con la barbilla como para indicar la marcha
inminente de Andrew—, espabilará, pero con esos dos
nunca se sabe. Y hablando de capullos impredecibles,
¿cuándo ha empezado eso?
—¿Cuándo ha empezado qué? —preguntó Neil.
Wymack lo miró.
—Olvídalo.
—No me puedo creer que te vayas a llevar a Andrew —
dijo Kevin, cortante.
—Técnicamente, no es cosa mía —repuso Wymack—. Es
Betsy quien se lo lleva. Y tu opinión no vale para nada,
porque ya está decidido.
—¿Y qué pasa con la temporada? —preguntó Kevin—.
¿Qué pasa con Riko?
—¿Y con Andrew? Intenta pensar en alguien más y en
algo que no sea el exy aunque solo sea por un momento. —
Wymack esperó un segundo para asegurarse de que la
acusación calaba—. Sé que tienes miedo, pero esto es lo
que Andrew necesita, Kevin. No te sirve de nada hasta que
no solucione sus problemas y no puede solucionar nada si
va colocado hasta las cejas. Y lo sabes.
Betsy aguardó un momento para ver si Kevin iba a decir
algo antes de intervenir:
—David, no sé cuánto tardaremos en ingresar a Andrew.
Lo mejor será que no me esperéis.
—No nos importa —dijo Wymack, pero Betsy negó con la
cabeza. Una puerta se abrió al fondo del pasillo,
distrayendo al entrenador, que frunció el ceño al ver que
Andrew regresaba—. Cuando has dicho que ibas a ver si
seguía respirando, supuse que te ibas a molestar en
explicarle las cosas con calma.
—Ya sabes lo que dicen de la gente que hace
suposiciones, entrenador. —Andrew sonrió y se metió las
manos en los bolsillos de los vaqueros—. No está
sangrando, así que le he dicho que volvería luego para
hablar las cosas. Técnicamente no he mentido, ¿no? Si eso
le molesta, que se las apañe Neil con él. Bee, nos vamos.
Wymack dejó que llegaran hasta la puerta antes de
hablar.
—Andrew. No me dejes solo con esta panda de imbéciles
mucho tiempo. Estoy demasiado viejo para sus dramas.
—Pues ya somos dos —respondió Andrew.
Betsy cerró la puerta a sus espaldas. Neil oyó el sonido
lejano del motor arrancando y después nada. Andrew se
había marchado.
El silencio que se instaló en la casa casi resultaba
sofocante, pero no duró demasiado. Wymack se sacó el
paquete de tabaco del bolsillo y lo sacudió hasta tener un
cigarrillo en la mano. Lo tenía a medio camino de la boca
antes de detenerse y mirar a Neil. Cuando se lo tendió, este
no dudó en aceptarlo. El entrenador dejó que utilizara el
mechero primero. Neil se pasó el cigarrillo de una mano a
otra, intentando esparcir el humo tanto como podía.
—Mirad —dijo Wymack—. Ya sé que siempre os he dicho
que los problemas personales se los contéis a Betsy o a
Abby. Que lo que pasa fuera de la cancha no es asunto mío.
Espero que a estas alturas ya os hayáis dado cuenta de que
voy de farol. No se me da muy bien ser un hombro en el
que llorar, pero tengo un buen par de orejas.
—No hay nada que decir —dijo Neil.
—Puede que ahora no —dijo Wymack—, pero la oferta no
caduca. Los dos tenéis que averiguar qué necesitáis para
superar esto y decírnoslo. Mañana nos sentaremos con los
demás para ver cómo seguir adelante, pero no tenéis que
esperar hasta entonces para decir algo. Pero ahora tengo
que hacer unas llamadas. ¿Estaréis bien aquí un rato?
Kevin no dijo nada.
—Sí, entrenador —respondió Neil.
Nicky apareció cuando Neil estaba sacando las últimas
tiras de la sartén. Se asomó a la cocina, pero se marchó sin
decir nada. Neil lo oyó recorrer el pasillo de un lado a otro
y supuso que estaba buscando a Andrew. Supo que tenía
razón cuando Nicky subió al piso superior. Volvió a bajar
enseguida con Abby pisándole los talones. Se quedó en el
umbral, con el teléfono aferrado en un puño como si se
hubiera olvidado de que lo tenía, y miró a Kevin y luego a
Neil.
—¿Dónde está?
—Betsy lo ha ingresado —dijo Abby—. Le van a quitar la
medicación.
—Gracias a Dios —murmuró Nicky, con la voz rota.
La expresión de Abby indicaba que seguía sin estar de
acuerdo con el plan, pero fue prudente y guardó silencio.
Nicky cruzó la sala y se hundió en una de las sillas vacías.
Dejó caer el teléfono sobre la mesa y enterró el rostro en
las manos. Abby se sentó a su lado y le rodeó los hombros
con un brazo. Él se apoyó en ella, pero no dijo nada más.
Abby descansó la mejilla contra su pelo y miró a Neil por
encima de Nicky. Este se giró y se dispuso a preparar los
huevos.
Wymack apareció unos minutos después y los cinco se
sentaron a consumir el desayuno más incómodo que Neil
había presenciado jamás. El móvil de Wymack sonó al
menos treinta veces en lo que tardó en terminar de comer.
El entrenador leyó todos los mensajes conforme le iban
llegando, pero no respondió a ninguno. Neil casi esperaba
que Abby dijera algo sobre el ruido, pero lo dejó pasar
como si no se hubiera dado cuenta.
Le dio la sensación de que pasaron años en lugar de
horas entre el desayuno y la llegada de Aaron, pero por fin
Waterhouse se presentó con Aaron justo detrás. Los dos se
sentaron con Wymack y Abby a hablar de las condiciones
de la libertad de Aaron. Neil, Nicky y Kevin escucharon a
escondidas desde el pasillo. Aaron se quedaría con ellos
hasta el juicio, pero aquello no había acabado ni por asomo.
Waterhouse mantendría contacto con él y le enviaría
cualquier documento que tuviera que firmar, y Aaron
tendría que avisarlo cada vez que saliera del estado, pero,
aparte de eso, el abogado se mostraba optimista.
Cuando el sofá crujió al final de la reunión, Nicky y Kevin
se dispersaron. Neil se quedó donde estaba hasta que
Wymack y Waterhouse hubieron salido, y después avanzó
hasta el umbral para mirar a Aaron. Abby estaba sentada
con él en el sofá, pero el espacio entre sus cuerpos era
significativo. Aaron estaba inclinado hacia delante con los
brazos cruzados sobre las rodillas y la mirada clavada en el
suelo.
—Aaron —dijo Abby con delicadeza, como si no estuviera
segura de qué reacción iba a obtener.
—Vete —dijo Aaron.
Abby se levantó y salió de la habitación; alargó una mano
hacia Neil como para hacerle salir con ella al pasillo, pero
él la evitó y fue hasta Aaron. Abby esperó, probablemente
suponiendo que Aaron lo echaría también. Cuando Aaron
no dijo nada sobre la presencia de Neil, él miró a Abby. Ella
sacudió la cabeza y los dejó solos. Neil esperó para
asegurarse de que se había marchado y después se agachó
para poder ver el rostro de Aaron.
—Se ha ido ya, ¿no? —preguntó Aaron.
—Sí —contestó Neil—. Intentaron que se quedara, pero
quería irse antes de que volvieras. No quería hablar
contigo.
—Menuda novedad. —El tono de burla de Aaron estaba
vacío.
—¿No te sientes culpable en absoluto? —preguntó Neil—.
Le has arrebatado a su familia.
Si las miradas matasen, la que Aaron le dirigió en aquel
momento le habría arrancado la piel a tiras.
—Ese hombre no era su familia.
—Técnicamente, estaba a tan solo un par de firmas de ser
oficialmente su hermano. Pero no me refería a él. Me
refería a los padres de Drake: Cass y Richard Spear —dijo
Neil—. Querían que Andrew se quedara con ellos. Drake
era un inconveniente con el que él estaba dispuesto a vivir
a cambio.
—Un inconveniente —repitió Aaron, poniéndose en pie—.
Eres un hijo de…
—Y ahora Drake está muerto —dijo Neil—. ¿Crees que
Cass podrá perdonar a Andrew? No importa lo que haya
hecho Drake. No será capaz de mirar a Andrew sin
recordar que su hijo está muerto por su culpa.
—Me da igual. —Aaron hizo un gesto brusco con la
mano—. Me da igual si Andrew no vuelve a dirigirme la
palabra. Me dan igual Cass, Drake y todos. Lo que hizo
Drake… No. Si pudiera revivirlo para matarlo otra vez, lo
haría.
—Bien —dijo Neil, en voz baja—. Ahora entiendes por qué
Andrew mató a tu madre.
No era en absoluto lo que Aaron se esperaba. Estaba tan
furioso que tardó un par de segundos en comprender las
palabras y, cuando lo hizo, retrocedió para apartarse de
Neil.
—¿Por qué… qué? Eso fue diferente. No lo hizo por mí.
—A mí me dijo lo contrario —dijo Neil—. Ni siquiera tuve
que preguntárselo. La advirtió de que dejara de pegarte y
ella no paró. No tenía más opción que deshacerse de ella.
Igual que anoche, ¿no? Drake le estaba haciendo daño a
Andrew y tú hiciste que parara.
»Solo que te he mentido —dijo Neil, poniéndose en pie—.
A diferencia de ti, él no se ha enfadado porque
intervinieras. Solo lo he dicho porque necesitaba que lo
comprendieses.
—Tú no sabes nada —dijo Aaron.
—Sé que tienes un par de semanas para pensártelo —dijo
Neil—. Cuando Andrew vuelva y esté sobrio, tendréis que
hablar las cosas. No vas a conseguir nada si empiezas con
lo de Drake, así que puedes empezar hablando de tu
madre. Y ahora salgamos de esta ciudad.
No habían traído mucho consigo, así que no tenían que
recoger nada excepto los restos de la compra. Neil esperó
en el porche mientras Nicky echaba la llave y comprobaba
la cerradura.
—Puedo conducir yo si quieres sentarte atrás con Aaron.
—Andrew no deja que nadie… —empezó Nicky, pero se
detuvo, recordando de pronto que Andrew le había dado a
Neil las llaves de su coche. Aun así, tuvo que pensárselo,
pero se decidió en cuanto miró a Aaron—. Sí. Gracias.
Neil ya había metido las llaves del coche en el llavero
antes de terminar de cruzar el jardín delantero. Abrió para
que los demás pudieran montarse y metió su raqueta en el
maletero. Wymack y Abby estaban a ambos lados del coche
del entrenador, esperando a que los Zorros se colocaran.
Neil se montó en el asiento del conductor sin decir nada y
cerró la puerta. Al parecer, aquella era la señal que habían
estado esperando, porque los dos se metieron en el coche y
encendieron el motor. Neil salió a la carretera el primero y
Nicky le proporcionó direcciones con desgana desde el
asiento trasero hasta llegar a la interestatal. Entonces dejó
de hablar y el coche se sumió en el silencio.
Solo había una hora hasta el campus, pero para Neil fue
uno de los viajes en coche más largos de toda su vida. Vio
cómo el coche de Wymack desaparecía por el espejo
retrovisor a las afueras del campus y continuó por
Perimeter Road. Esperaba sentir algo de alivio al ver la
Torre en la distancia, pero la residencia era donde estaban
los demás. No creía tener energía suficiente como para
lidiar con sus compañeros en aquel momento. Estaba
tentado de aparcar y salir a correr un rato, pero le había
prometido a Andrew que se quedaría pegado a Kevin. Eso
implicaba seguirlo a él y a los primos al interior del edificio
y hasta la tercera planta.
O Wymack o Abby debían de haber llamado antes de que
llegaran, porque los veteranos los estaban esperando en el
pasillo cuando salieron del ascensor. A Neil le sorprendió
un poco verlos allí teniendo en cuenta lo difícil que había
sido siempre su relación con los gemelos, pero incluso
Allison estaba presente. Parecía más incómoda que
consternada, pero aun así su presencia ya era más de lo
que podía esperarse. Al parecer, no fue al único al que le
sorprendió, ya que cuando se detuvo para dejar que los
otros avanzaran primero, todos se quedaron quietos.
Los dos grupos se miraron en silencio durante un minuto,
ninguna de las facciones sabía cómo proceder, y entonces
Matt se hizo a un lado. Neil no se había dado cuenta de que
Katelyn estaba con ellos porque había estado escondida
tras el cuerpo enorme de Matt. Parecía tan insegura como
desesperada, como si no estuviera segura de cómo iba a ser
recibida. No tenía de qué preocuparse, porque Aaron casi
empujó a Nicky para apartarlo de su camino al verla.
En cuanto dio un paso hacia ella, Katelyn recorrió el
pasillo a la carrera para encontrarse con él. Lo rodeó con
los brazos y lo apretó contra sí. Aaron se aferró a ella como
si fuera lo único que lo mantenía en pie y enterró el rostro
en su hombro. Neil oyó la voz de Katelyn, pero no sus
palabras. Estaban amortiguadas porque tenía el rostro
escondido contra el cuello y la camiseta de Aaron. Este no
contestó, pero ella no lo soltó.
Renee avanzó por el pasillo hasta ellos y le dio un abrazo
corto y apretado a Nicky.
—¿Cómo estás?
Nicky sacudió la cabeza sin decir nada. Renee le rodeó la
cintura con un brazo y se colocó a su lado a modo de apoyo.
Después miró a Kevin, pero este tenía la vista clavada en
Aaron y en Katelyn. Lo dejó en paz y miró a Neil. Sus ojos
viajaron rápidamente desde su rostro a la raqueta que
había traído del coche. Por cómo la miró, Neil supo que
Wymack les había contado a los veteranos qué había usado
Aaron para aplastarle el cráneo a Drake.
—Deberíamos entrar antes de que la gente empiece a
salir para ir a cenar —dijo Neil para evitar que ella dijera
algo—. Nicky y Aaron no necesitan enfrentarse a una
multitud hoy.
Renee asintió y guio a Nicky por el pasillo. Le tocó el
hombro a Katelyn al pasar para indicarle que los siguieran,
pero no se detuvo a esperarlos. Dan y Matt entraron en el
cuarto de las chicas cuando los vieron acercarse, pero
Allison aguardó en el pasillo con las manos en las caderas.
Examinó los rostros de sus compañeros de equipo mientras
pasaban, pero no dijo nada. Neil se detuvo en el umbral
para vigilar a Aaron. Katelyn ya estaba tirando de él para
que la siguiera, así que Neil entró en la habitación.
Allison fue la última en entrar y echó el pestillo. Neil se
hizo a un lado en el salón para dejarla pasar y observó
mientras todos se acomodaban. La mesita estaba cubierta
de botellas de alcohol y vasos limpios. Dan sirvió las
bebidas y Matt las fue pasando. Cuando le tendió una a
Nicky, este lo agarró por la muñeca.
—Gracias —dijo, bajito, pero cargado de fervor—. No sé
por qué lo has hecho, pero… Gracias.
—Mi madre ha dicho que todavía os debía una —dijo
Matt—. El entrenador no aceptó su dinero cuando se lo
ofreció el año pasado, así que ha decidido que esta era una
opción igual de válida.
Si la madre de Matt consideraba que pagar la fianza de
Aaron era una respuesta apropiada a que los primos
drogaran a Matt con speedballs, debía de ser tan
disfuncional como los propios Zorros. Neil agradecía el
apoyo económico, pero deseó distraídamente no tener que
conocerla nunca.
Era el único que quedaba en pie. Dan lo miró, pareció
darse cuenta de que no pensaba apartarse del umbral por
ahora y siguió hablando.
—Mirad, ya sé que tenemos nuestras diferencias y que no
siempre nos hemos llevado bien, pero somos los Zorros.
Somos un equipo. Lo que le pasa a uno de nosotros nos
pasa a todos y vamos a superar esto juntos. Si necesitáis
cualquier cosa, decídnoslo. Ya sea un poco de espacio, una
copa, un oído… Lo que sea. Estamos con vosotros al cien
por cien.
Si la situación no fuera tan horrible, sería perfecto.
Aquello era lo que Dan y Matt llevaban todo el semestre
esperando: un catalizador que uniera por fin al equipo. Neil
deseaba poder sentirse orgulloso de ella por aprovechar la
oportunidad de aquella manera, pero lo cierto es que
parecía tan sincera que no creía que supiera lo que estaba
haciendo.
—No sé si os lo ha dicho el entrenador, pero está saliendo
en las noticias. —Matt miró a Nicky y después a Aaron—.
La gente nos ha estado haciendo preguntas.
—Panda de cotillas —dijo Aaron con la voz cargada de
escarnio.
—Está en la naturaleza humana —dijo Allison—. Lo mejor
es darles lo que quieren.
—Que te jodan.
—Ya basta —dijo Dan, lanzándole una mirada de
advertencia a Allison.
Era demasiado tarde, Aaron ya se estaba poniendo en
pie. Dan parecía a punto de protestar, pero Aaron seguía
aferrado a la mano de Katelyn. Puede que no quisiera su
ayuda, pero era lo bastante listo como para saber que en
aquel momento necesitaba a alguien a su lado. Los dos se
marcharon sin mirar atrás y Katelyn cerró la puerta con
firmeza a sus espaldas. Neil echó la llave una vez que
hubieron salido y regresó al umbral del salón. Nicky daba
la impresión de que iba a vomitar mientras contemplaba la
copa que tenía en las manos. Kevin estaba mirando la
pared del fondo como si contuviera todas las respuestas.
Renee se apropió del hueco que había abandonado Aaron
y apoyó el hombro contra el de Nicky.
—¿Quieres hablar de ello?
—Me he pasado toda la noche hablando con Betsy y toda
la mañana hablando con Erik —dijo Nicky—. Creo que no
puedo seguir hablando de ello ahora mismo. Pero… quizás
más tarde. Sí.
—¿Kevin? —preguntó Dan.
—No deberían haberse llevado a Andrew —dijo Kevin en
voz baja.
Nicky le dirigió una mirada consternada.
—No puedes pensar eso de verdad.
—Siempre has sido el mayor crítico de su medicación —
dijo Dan—. ¿Qué ha cambiado?
—El momento —dijo Neil—. Quedan dos partidos esta
temporada y tenemos un puesto prácticamente asegurado
en el campeonato de primavera. Si el CRRE decide que
Andrew ya no forma parte del equipo, estaremos por
debajo del número mínimo necesario para competir. Nos
descalificarán y nuestro año habrá terminado. Si eso
ocurre, puedes apostar a que Riko será el primero en
enterarse. Kevin tiene miedo.
—Que le den a la temporada —dijo Nicky, enardecido—.
Lo siento mucho, pero Andrew es mi primo y si hay que
escoger entre él y el campeonato, siempre voy a elegirlo a
él. Si Betsy lo hubiera obligado a seguir con la medicación
después de lo que ha pasado, yo… —No fue capaz de
terminar, pero hizo un gesto cortante con la mano.
—Tú piensas igual que yo y lo sabes —le dijo Kevin a Neil.
Este le dirigió una mirada fría.
—A lo mejor si te hubieras quedado un momento en
aquella habitación comprenderías por qué ya no me
importa. Cuando llegaste, ¿oíste cómo se reía, Kevin? Se
estaba riendo —dijo, ignorando la forma en que Nicky se
encogió y la mirada que Dan le lanzó a Matt— incluso antes
de que Drake cayera el suelo. Así que sí, hasta yo
renunciaría a la temporada. Y después de todo lo que ha
hecho y todo lo que ha arriesgado por ti, más te vale pensar
lo mismo.
—No es tan sencillo —empezó Kevin.
—Pues haz que lo sea —lo cortó Neil.
Kevin cerró la boca. Un minuto después, empezó a beber
a toda velocidad. Los demás se apresuraron a unirse a él.
Renee y Neil hicieron guardia mientras sus compañeros se
ponían ciegos de alcohol durante unas cuantas horas.
Pidieron cena a domicilio a pesar de que ninguno tenía
mucha hambre. El repartidor llamó al teléfono de Renee
cuando llegó a la recepción y Neil la acompañó a recoger
las bolsas. En la entrada había otros deportistas entrando y
saliendo y a Neil no se le escapó el hecho de que las
conversaciones se detuvieron al ver llegar a los Zorros. Por
suerte, nadie fue lo bastante estúpido como para
molestarlos.
Renee esperó a que estuvieran de nuevo en el ascensor
antes de preguntar:
—¿Y tú, Neil? ¿Cómo estás?
—Estoy bien —dijo él y Renee no insistió.
La cena rebajó un poco la borrachera de sus compañeros
de equipo, pero no durante mucho tiempo. Neil observó
cómo iban cayendo uno tras otro. Esperaba que las chicas
se marcharan a su habitación, pero solo Allison se levantó y
se fue. Dan cayó rendida acurrucada contra Matt en el sofá
y Renee se quedó dormida en el suelo entre Nicky y Kevin.
Neil, el único despierto, escuchó cómo sus respiraciones se
apaciguaban y fue por fin hasta la puerta. Se sentó en una
esquina para tener la espalda contra la pared sin perder de
vista a nadie. No era la posición más cómoda para dormir,
con las rodillas pegadas al pecho, pero enterró el rostro
entre los brazos y se obligó a sí mismo a dejar de pensar.
Los entrenamientos matutinos solían empezar a las seis
en el gimnasio del campus, con pesas y cardio, pero
Wymack lo retrasó a las diez y convocó al equipo en el
estadio. Neil llevó el coche porque Nicky no estaba en
condiciones. A pesar de las horas extra de sueño, la
mayoría de los Zorros habían bebido tanto la noche
anterior que aún tenían los ojos soñolientos cuando se
sentaron en los vestuarios. La ausencia de Aaron era
notable, pero nadie se sorprendió y Wymack no hizo ningún
comentario al respecto. Neil no había visto a Aaron en la
habitación de los primos aquella mañana y asumió que
estaba escondido con Katelyn en algún sitio.
—Vamos a hablar de la temporada —dijo Wymack, porque
su trabajo consistía en no dejar que las tragedias que se
interponían en sus caminos consiguieran detenerlos—. Ayer
me pasé casi todo el día hablando con los entrenadores de
la liga sobre nuestra situación, empezando por el
entrenador Rhemann.
Neil reconocía vagamente aquel nombre, pero estaba
demasiado cansado como para pensar en ello. La reacción
del resto le dijo que se trataba de alguien importante.
Kevin, en particular, parecía de lo más interesado en
escuchar lo que el entrenador tenía que decir.
—Tengo una teleconferencia con el CRRE esta tarde para
hablar de nuestra clasificación —dijo Wymack—. No sé
cómo va a ir la cosa. Andrew sigue matriculado como
estudiante en la Estatal de Palmetto. La secretaría y el
Easthaven se han puesto de acuerdo esta mañana para
permitirle acabar el semestre a distancia. Eso quiere decir
que su contrato con nosotros sigue siendo válido, así que
seguimos dentro de la regulación.
»Sin embargo, esto es más drástico que tenerlo en el
banquillo lesionado. Una lesión se puede tratar y calcular.
El tratamiento actual de Andrew no está tan claro. Pero —
continuó Wymack— Rhemann se ha puesto de nuestra
parte. Se ha ofrecido a apoyarnos si fuera necesario y me
ha ayudado a contactar con los demás.
Neil reconoció el nombre por fin. James Rhemann era el
entrenador principal de los Troyanos de la USC, uno de los
equipos de la Tríada del exy de la NCAA. El USC no tenía el
historial inmaculado del Edgar Allan, pero los Troyanos
eran famosos por su deportividad. Habían ganado el premio
del Día del Espíritu Deportivo siete años seguidos y nunca
habían recibido una tarjeta roja: un logro imposible
teniendo en cuenta su larga historia y su posición en el
ranking. Tenía sentido que Wymack hubiera acudido a ellos
en busca de ayuda.
—Desde esta mañana, la votación entre los equipos de
primera división es casi unánime —dijo Wymack—. Quieren
que terminemos la temporada.
—¿Que quieren qué? —Dan casi se atragantó con las
palabras—. ¿Por qué? Nunca nos habían apoyado hasta
ahora.
—¿Acaso importa? —preguntó Matt—. Si van a
enfrentarse al CRRE por nosotros, a mí me vale con eso.
—A lo mejor se están burlando de nosotros —dijo
Allison—. Hemos derrotado a demasiados equipos del
sudeste este año. Quieren que juguemos para vernos
fracasar. Quieren ponernos en nuestro sitio. Peor para
ellos. Seguimos teniendo a Renee, no necesitamos nada
más.
—No es una garantía —dijo Wymack, levantando una
mano para calmarlos—. El CRRE tendrá que escucharnos,
pero no tienen por qué aceptar. Solo quería que supierais
que aún tenemos una oportunidad. Eso quiere decir que
hoy tenemos que darlo todo como si ya estuviera decidido,
¿de acuerdo? Así que cambiaos y salid a la cancha. Quiero
que deis una vuelta por cada vez que habéis dicho que la
NCAA nunca se pone de vuestra parte.
—Joder —dijo Nicky—. Nos vamos a pasar el día entero
corriendo.
—Pues ya podéis ir empezando —dijo Wymack—. Moved
el culo, gusanos.
A pesar de sus órdenes, Wymack dejó que pararan
después de correr algo menos de cinco kilómetros.
Hicieron estiramientos en grupo, se pusieron la equipación
y salieron a la cancha a hacer ejercicios. Wymack los
machacó hasta mediodía y después le cedió el mando a Dan
y fue a contestar la llamada del CRRE. Saber que estaba
luchando por su derecho a terminar la temporada era una
distracción significativa, pero Dan no dejó que se
detuvieran a pensar en ello.
Wymack tardó casi una hora en volver. Cuando lo hizo,
aporreó la puerta de la cancha, señalando el final del
entrenamiento. En vez de esperar a que salieran del
terreno de juego, entró él. Los Zorros estaban petrificados,
demasiado asustados como para moverse, casi incapaces
de respirar. La cara de póker de Wymack no ayudaba en
absoluto.
El entrenador se detuvo junto a Dan y llamó a su equipo
para que se acercaran. Neil se unió al corrillo a su
alrededor con el estómago en un nudo. Lo que le había
dicho a Kevin la noche anterior iba en serio. No quería que
la temporada acabara antes de tiempo y desde luego no
quería perderse el campeonato, pero ingresar a Andrew
había sido lo correcto.
—Mañana os quiero aquí a las seis en punto —dijo
Wymack—. El viernes tenemos un partido que ganar.
Dan chilló y le saltó encima y el resto de Zorros no tardó
en unirse a la pila. Neil apenas podía distinguir los
balbuceos de indignación de Wymack. Miró a Kevin, que
estaba apartado del grupo como si no llegara a creérselo.
Este no tardó en percatarse de su mirada y se la devolvió.
Parecía que estaba a punto de decir algo, pero entonces
Nicky se lanzó sobre Neil, interrumpiendo su batalla de
miradas. Neil dejó estar a Kevin, por ahora, y permitió que
sus compañeros lo arrastraran a su celebración.
CAPÍTULO CATORCE
El miércoles por la mañana, Aaron fue al entrenamiento.
No le dirigió la palabra a nadie, ni siquiera a Wymack o a
Nicky, pero allí estaba. También se presentó en la
residencia a tiempo para montarse en el coche con ellos de
camino al entrenamiento de la tarde, así que Nicky le pidió
a Neil que condujera. No sirvió para nada, ya que Aaron y
él no hablaron en el asiento trasero, pero Nicky parecía
esperarse aquella actitud distante. Fue esa tarde cuando
los veteranos se dieron cuenta por fin de quién estaba
conduciendo el coche de Andrew y Matt no tardó en
preguntar el motivo.
—Nicky necesita pasar tiempo con Aaron —explicó Neil.
—Cuando se entere Andrew de que le has robado el
coche… —empezó Matt, pero dejó el resto de la amenaza
en el aire.
—Andrew ya lo sabe —dijo Neil—. Me dejó sus llaves.
Matt se lo quedó mirando, sorprendido. Abrió la boca y
volvió a cerrarla. Cuando Neil lo miró con el ceño fruncido,
se limitó a sacudir la cabeza. Neil lo dejó estar. Aquella
noche le pidió a Matt que lo enseñara a pelear. La petición
pareció sorprenderle, pero accedió de todas formas y los
dos se pasaron el resto de la tarde comparando sus
horarios para ver cuándo podían juntarse para las
lecciones. La mayor parte de su tiempo libre estaba
dedicado al exy y Neil seguía teniendo sus sesiones
nocturnas con Kevin. Por suerte, podían cuadrarse dos
veces por semana entre clases. Matt prometió que le
conseguiría unos guantes la próxima vez que fuera al
centro.
El jueves fue casi idéntico al miércoles, salvo porque
cuando fueron al comedor a cenar, Katelyn los acompañó.
Puede que Aaron hubiera avisado a Nicky, ya que este no
reaccionó en absoluto cuando la chica apareció con una
bandeja. La reacción de Kevin fue algo más obvia, pero su
gesto no era de desaprobación, sino más bien calculador. Al
principio Katelyn parecía nerviosa, pero se acostumbró a
ellos enseguida y se pasó la cena entera charlando. Su
entusiasmo por absolutamente todo resultaba un poco
agotador, pero Aaron tenía un aspecto tan vivaz en su
presencia que Neil fue incapaz de pensar nada malo de
ella.
El viernes había partido. Debería haber sido una victoria
fácil, pero la ausencia de Andrew y la nueva raqueta de
Neil inclinaban ligeramente la balanza a favor del JD. Aun
así, los Zorros ganaron con un margen de seis puntos,
batiendo su propio récord de la temporada con once
victorias y solo dos derrotas, y Katelyn estaba esperando a
Aaron cuando salieron de la cancha.
Puede que verlos abrazarse inspirara a Dan, porque en
cuanto entraron en el recibidor dijo:
—Deberíamos celebrarlo.
Nicky no dudó ni un segundo.
—Pero solo si hay alcohol de por medio.
El silencio que lo siguió fue de lo más revelador: Dan lo
había propuesto, pero no esperaba que los primos
aceptaran de verdad. Por suerte para todos, Renee
intervino enseguida.
—Tenemos un par de botellas en nuestro cuarto. Creo
que la mayoría están medio vacías, pero debería de haber
suficiente para todos.
Aaron la miró como si tuviera tres cabezas.
—No nos juntamos con vosotros.
—Esta noche sí —dijo Matt—. Dile a Katelyn que se
venga.
—Probablemente vaya a salir con sus amigas —dijo
Aaron—. Nosotros no…
—Que se vengan las Raposas también —dijo Dan y
cuando Allison le lanzó una mirada de incredulidad, se
encogió de hombros—. ¿Qué? Llevo aquí cuatro años y solo
me sé los nombres de cinco de ellas. Es un poco triste
teniendo en cuenta que nos han apoyado todo este tiempo.
No sé si el grupo entero cabrá en nuestra habitación,
pero…
—Las salas de estudio del sótano tienen espacio de sobra
—sugirió Renee cuando Dan no dijo nada más—. Dudo
mucho que alguien vaya a usarlas un viernes por la noche,
así que podemos hacer todo el ruido que queramos.
Invítalas, Aaron.
—No —dijo este, como si le pareciera inconcebible que
siguieran hablando del tema.
—Oye, en serio —dijo Matt—. ¿Qué te pasa con nosotros?
Lo de Andrew más o menos lo entiendo, pero lo tuyo no.
¿Qué te hemos hecho?
—Aparte de pagar tu fianza —intervino Nicky, intentando
ayudar—. Vamos y punto, Aaron.
Aaron abrió la boca, la cerró de nuevo y le lanzó una
mirada cabreada a Nicky.
—Cuando vuelva Andrew se lo explicas tú.
—Oh, ni de coña —dijo Nicky, señalando a Neil con el
pulgar—. Eso se lo dejo a este. Gracias por sacrificarte por
el equipo, Neil. Eres un amigo de los de verdad. —Le
sonrió, pero el entusiasmo no le duró demasiado. Lo que
fuera que viera en el rostro de Neil pareció confundirlo y se
echó atrás enseguida—. No te preocupes, mandamos a
Renee como refuerzo. Según tengo entendido, Andrew solo
gana la mitad de las veces cuando se pelean, así que igual
sobrevives y todo. ¿Neil?
Debería dejarlo estar, o al menos dejarlo para más tarde,
pero no pudo resistirse.
—¿Lo somos de verdad? —preguntó, porque ¿no era eso
lo que había dicho Betsy hacía apenas un par de días? En
aquel momento no lo había comprendido (ni lo había
intentado siquiera), demasiado enfadado y alterado por
todo lo que estaba pasando. Ahora significaba algo
diferente, aunque no sabía muy bien el qué. Se dio cuenta
de que Nicky no podía seguir el hilo de sus pensamientos y
se obligó a sí mismo a decirlo en voz alta—: ¿Amigos?
Fue como si aquella palabra le extrajera toda la felicidad
del cuerpo a Nicky, pero la expresión que cruzó su rostro
en aquel momento fue tan rápida que Neil no pudo
descifrarla. Su sonrisa regresó en un instante, aunque no le
llegó a los ojos. Neil se habría disculpado, pero Nicky
alargó una mano y le revolvió el pelo.
—Me vas a matar un día de estos —dijo—. Sí, chaval.
Somos amigos. De nosotros ya no te libras, te guste o no.
—Si ya habéis terminado —dijo Wymack desde la
puerta—, moved el culo e id a ducharos. Me estáis
empapando el suelo de sudor, apestáis y yo tengo mejores
cosas que hacer que ver cómo os quedáis ahí de cháchara.
—Sí, entrenador.
Los Zorros se separaron en sus respectivos vestuarios,
pero Neil se metió en la ducha con la conversación aún en
la cabeza. De pie bajo los chorros, contempló sus propias
palmas. Se preguntó qué significaba aquello, si podía
significar algo para alguien como él. Tenía que enfrentarse
a Riko, al fantasma de su padre que le acechaba y tenía
seis meses antes de que Nathaniel enterrara a «Neil
Josten» para siempre. Tener amigos no cambiaría nada.
¿Pero qué daño podía hacer?
No lo sabía. Solo había una manera de averiguarlo.
Acción de Gracias pasó. Matt se fue a casa con su madre,
Dan fue a visitar a sus hermanas de escenario y Allison se
fue con Renee. Los veteranos le preguntaron a Neil una
sola vez si iba a volver a casa por vacaciones. No le
preguntaron por qué se quedaba y él no perdió el tiempo
inventando una mentira. Se pasó el puente de cinco días en
la Torre con Nicky, Kevin y Aaron. La mitad del tiempo lo
pasaron en la cancha y la otra mitad haciendo el vago en la
residencia.
El día de Acción de Gracias fueron a casa de Abby.
Wymack también fue, por supuesto, y se pasaron la mañana
bebiendo café y viendo el desfile en la tele. En cuanto
terminó, llegó el momento de ponerse manos a la obra.
Abby repartió las tareas entre sus invitados y a Wymack lo
puso a trabajar en la cocina con ella.
La cena estaba lista a media tarde. Cuando Nicky le
preguntó a Neil cuál era su plato favorito, podría haber
mentido y dicho cualquiera de los platos estereotípicos que
solían asociarse con Acción de Gracias. En vez de eso,
decidió practicar un poco su honestidad y admitió que
nunca había celebrado aquella fiesta. Esas cosas no eran
una prioridad para su familia. Nicky, como era de esperar,
reaccionó como si aquello fuera lo más trágico que había
oído en su vida.
Neil no le encontraba el atractivo. Al ver lo poco
impresionado que estaba, Nicky dijo:
—No se trata de la comida. Se trata de estar en familia.
No necesariamente la familia que te toca al nacer, sino la
que tú eliges. Esta — dijo con énfasis, señalándolos a
todos—. La gente en quien confiamos para formar parte de
nuestra vida. La gente que nos importa.
—Estoy intentando comer —dijo Wymack.
—El entrenador no es menos sentimental porque no
entrena —dijo Nicky a Neil—. No sé qué ve Abby en él.
Seguro que es buenísimo en la…
—Termina esa frase y te pongo a lavar platos —dijo Abby
y Nicky tuvo la sensatez de callarse.
Al final recogieron y limpiaron entre todos, ya que
prácticamente habían destrozado la cocina de Abby
intentando preparar todos los platos necesarios. Después,
cayeron rendidos de cualquier manera por el salón. Neil
estaba pensando que no volvería a comer por lo menos
durante un mes, pero los demás al parecer aún tenían
ganas de beber vino. Nicky, a pesar de que nunca había
visto a Neil consumir alcohol por voluntad propia, fue lo
bastante optimista como para ofrecerle una copa.
—¿Ni siquiera en vacaciones? —preguntó cuando Neil la
rechazó.
—Aún es menor de edad —dijo Abby.
—Aaron y Kevin también y no haces nada para evitarlo —
señaló Nicky.
—Tampoco los animo a beber —repuso Abby.
Kevin observó la conversación desde donde estaba
apoyado en el mueble de la televisión. Cuando Nicky se
rindió con un suspiro, Kevin habló en francés:
—Si quieres beber, yo puedo vigilarte —dijo y añadió
cuando Neil lo miró—: No dejaré que digas nada de lo que
puedas arrepentirte.
—En menos de una hora estarás borracho —dijo Neil—.
¿Y entonces quién me detendrá?
Kevin le clavó una mirada fría.
—Yo dejaría de beber.
—Qué maleducados —dijo Nicky, incorporándose para
mirarlos a ambos—. ¿Qué acabas de decir? No te entiendo.
No es justo.
—La próxima vez piensa en eso antes de hablar en
alemán durante mis entrenamientos —dijo Wymack.
—Eso es distinto —se quejó Nicky—. Neil solo pone esa
cara cuando alguien intenta hacer algo por él, pero todos
sabemos que Kevin es el mocoso más malcriado del mundo.
¿Qué has dicho, Kevin? ¿Tengo que defender el honor de
Neil o qué?
Kevin no perdió el tiempo contestando. Neil lo hizo,
aunque sus palabras iban más dirigidas a Kevin que a
Nicky.
—Estoy bien, pero gracias.
Kevin lo aceptó, encogiéndose de hombros, y siguió
bebiendo. Nicky volvió a mirarlos a ambos, se dio cuenta de
que no iba a obtener una explicación y se recostó de nuevo
con un suspiro decepcionado. La habitación se sumió en un
silencio cómodo. Cuando llegó la hora de marcharse, Neil
tenía tanto sueño que apenas podía conducir, pero los llevó
de vuelta a la residencia de una pieza. Nicky intentó
convencerlo de que se quedara con ellos, ya que había una
litera libre en su cuarto y no quería que Neil pasara la
noche de Acción de Gracias solo, pero Neil regresó a su
propia habitación.
Parecía demasiado grande sin nadie más allí. Supuso que
su perspectiva se había visto afectada después de pasar
todo el día rodeado de tanta gente. Por suerte, estaba
demasiado cansado como para preocuparse por ello. Cayó
rendido en cuanto su cabeza tocó la almohada.
El lunes trajo consigo la última semana de la temporada
de exy. Los Zorros regresaron de sus vacaciones
descansados y listos para acabar el año con una victoria.
Llegaron a los entrenamientos con una energía casi salvaje
y quemaron hasta la última pizca los unos contra los otros.
Neil esperaba que se separaran después del entrenamiento
para pasar la noche en sus respectivos grupos, pero todos
acabaron yendo al comedor a la vez. No sabía quién lo
había orquestado ni le importaba, porque, aunque Aaron
pareció recular al ver a los veteranos, no opuso resistencia.
El martes Katelyn se unió a ellos y el miércoles salieron a
cenar al centro todos juntos en grupo: los ocho Zorros que
quedaban y cuatro de las Raposas. No había muchos sitios
en aquella zona que pudieran acomodar a un grupo de
aquel tamaño, pero por suerte en su restaurante local
favorito podían sentarse en dos mesas de seis personas con
solo un pasillo entre medias. Las animadoras estaban
dispuestas a separarse de dos en dos, pero los Zorros lo
tuvieron más difícil para decidir cómo sentarse. La solución
más obvia era dividirse como siempre: los veteranos en una
mesa y el grupo de los primos en la otra.
En su lugar, Neil y Kevin acabaron sentados con Allison y
Renee y Matt y Dan se sentaron al otro lado del pasillo con
Aaron y Nicky. Aquello no habría supuesto ningún problema
si no fuera porque una de las animadoras acabó entre
Kevin y Neil. Neil reconocía a Marissa de la noche que
jugaron contra el Campbell JD. No recordaba mucho más
sobre ella, salvo que compartía habitación con Katelyn,
pero a juzgar por la sonrisa radiante de la chica, aquello le
bastaba.
Se arrepintió de haberle dirigido la palabra de inmediato,
porque se pasó el resto de la cena acosándolo. Neil había
crecido entablando conversaciones casuales con miles de
desconocidos
por
todo
el
mundo,
pero
estaba
desentrenado. Ahora se pasaba el día entero con los Zorros
y ellos habían dejado atrás aquellas conversaciones
superficiales hacía meses. Si al menos Marissa estuviera
hablando de exy, habría sido capaz de soportarlo, pero sacó
todos los temas del mundo menos ese. Neil estaba sentado
en la parte exterior del banco y aun así se sentía atrapado.
El alivio que sintió al salir del restaurante tras la cena fue
tan intenso que casi se mareó.
La zona de compras del centro era una larga calle que
divergía de Perimeter Road cerca del Verde. Las Raposas
tenían que cruzar el Verde para volver a su residencia,
mientras que los Zorros seguirían por la acera de Perimeter
Road hasta la Torre. Se detuvieron junto al paso de cebra
para despedirse y Katelyn se aseguró de darle un beso de
buenas noches a Aaron. A Neil no le interesaba verlo, pero
cuando se giró se encontró con Marissa justo enfrente.
—Si quieres, puedo darte mi teléfono —dijo Marissa.
Neil no recordaba habérselo pedido en ningún momento.
—¿Para qué?
No era la respuesta que ella esperaba, a juzgar por cómo
le tembló la sonrisa. Aun así, se recuperó enseguida y le
puso una mano en el brazo.
—Me gustaría tener la oportunidad de conocerte mejor.
Creo que podríamos pasárnoslo bien los dos solos. Eres de
lo más interesante, Neil.
No era la primera persona que se lo decía, pero Neil se
preguntó si la opinión que Andrew tenía sobre él cambiaría
cuando no estuviera medicado. Apartó aquel pensamiento
aleatorio de su mente por ser irrelevante e inútil y se
centró en Marissa.
—Si me lo dieras, no te llamaría —dijo Neil—. Solo
socializo con los Zorros.
La chica se lo quedó mirando durante una eternidad y
después habló con una despreocupación que Neil no se
creyó en absoluto:
—Si cambias de idea, ya sabes dónde encontrarme.
Fue a separar a Katelyn de Aaron y las Raposas cruzaron
la calle hacia el campus.
—Te has pasado, Neil —dijo Nicky—. Con lo calladito que
eres, a veces eres un cabrón. Se puede rechazar a una
chica con delicadeza, ¿sabes?
—¿Por qué? —preguntó Neil, pero Nicky solo suspiró con
lástima. Neil se metió las manos hasta el fondo de los
bolsillos y miró a Dan—. ¿A las chicas hay que tratarlas con
delicadeza? Pensaba que eran muy fuertes como para eso.
Dan le sonrió con aprobación.
—La mayoría lo somos, pero otras son como los chicos y
tienen el ego delicado.
—Oye —protestó Matt.
—Si Marissa no es una candidata para el banquete de
Navidad, ¿puedo presentarme yo? —preguntó Renee. Nicky
la miró con la boca abierta, pero ella no dio señales de
percatarse. Contestó a la mirada interrogativa de Neil con
una sonrisa dulce y se explicó—: Parece ser que mi
acompañante habitual no está disponible, pero preferiría no
ir sola. ¿Qué te parece?
Neil no había planeado invitar a nadie, pero contestó:
—Vale.
—Primero le robas el coche a Andrew y ahora le robas la
chica… —Matt tomó la mano de Dan y miró a Neil—. Oh, y
además has corrompido al resto de monstruos
convenciéndoles de que se junten con nosotros fuera de los
entrenamientos. Dime si necesitas refuerzos cuando tengas
que explicarle todo esto.
—Gracias, pero me las arreglo bien con él —dijo Neil.
—Ya nos hemos dado cuenta —contestó Dan, seca, y tiró
de Matt para avanzar por la acera.
El resto de Zorros los siguieron. Caminaron a paso rápido
para combatir el frío, pero aun así estaban helados cuando
llegaron a la residencia. Se separaron al llegar a la tercera
planta. Neil aún tenía un par de horas antes de reunirse
con Kevin para entrenar, así que se sentó en su escritorio
con sus libros de texto. Matt sacó una cerveza de la nevera
y se puso a hacer sus deberes.
—No me puedo creer que ya casi se haya acabado —dijo
al cabo de unos minutos—. Por un lado, me da la sensación
de que este ha sido el semestre más largo de la historia,
pero al mismo tiempo, el otoño ha pasado volando. Ya es
casi diciembre, ¿sabes?
—Sí —dijo Neil, dibujando círculos en su esquema.
El viernes era uno de diciembre y el último partido de la
temporada de otoño. La semana siguiente los Zorros solo
acudirían a los entrenamientos matutinos, ya que Wymack
quería que pasaran las tardes estudiando. Neil y Kevin no
lo habían hablado, pero asumía que seguirían entrenando
por las noches.
—Mierda, ya casi es Navidad —dijo Matt, casi como si se
maravillara de ello—. Todavía no sé qué le voy a comprar a
Dan. Pero, oye, hablando de Navidad, ¿sabes ya qué vas a
hacer? —La silla de Matt crujió cuando se giró para
mirarlo—. ¿Vas a irte a casa o te vas con los monstruos?
—Aún no lo he decidido —dijo Neil—. ¿A dónde van ellos?
—Si no me falla la memoria, el año pasado Erik vino
desde Alemania y salieron de fiesta por Columbia —dijo
Matt—. Eso fue antes de que llegara Kevin y los atara a la
cancha, y antes de… Bueno, de lo que ha pasado. Me
imagino que no van a querer volver a Columbia hasta
dentro de mucho. Igual me equivoco. Tú lo sabrás mejor
que yo.
—No lo sé —dijo Neil—. No han dicho nada al respecto.
—Sea como sea, no paséis las vacaciones aquí, ¿vale? —le
pidió Matt—. Si no tenéis otros planes os arrastraré a casa
conmigo. Mi madre hace tiempo que quiere conocer a los
monstruos y en su casa hay sitio de sobra para todos.
Avísame si eso.
A Neil le hizo falta un momento para procesar aquello.
—Gracias. Se lo diré a los otros.
Matt asintió y volvió a ponerse manos a la obra. Neil
intentó centrarse otra vez en sus deberes, pero había
perdido el hilo y ya no podía recuperarlo. En vez de eso, se
dedicó a dibujar huellas de zorro en el margen del papel
hasta que Kevin fue a buscarlo.
Neil se pasó el camino al estadio pensando en la oferta de
Matt, pero no sacó el tema. Kevin no era el indicado para
planteárselo primero, aunque suponía que accedería si
había una cancha lo bastante cerca. Puede que Nicky fuera
el más fácil de convencer. Neil solo podía imaginarse la
reacción de Aaron, pero, ya que ninguno tenía familia,
puede que valiera la pena intentarlo. Neil sentía cierta
reticencia ante la idea de conocer a la madre de Matt, pero
después de su experiencia con Acción de Gracias, sentía
curiosidad por saber cómo pasaban las fiestas las familias
normales.
Tan normales como podían ser las familias de los Zorros,
al menos.
—Céntrate —dijo Kevin con impaciencia, así que Neil lo
apartó de su mente hasta más tarde.
Aquel año, el banquete de Navidad del distrito sudeste se
celebraba en Breckenridge. Por suerte no era tan temprano
como para impedir que los Zorros se repusieran de la fiesta
de final de semestre de la noche anterior, pero seguían
siendo siete horas de autobús. Dos semanas después del
final de la temporada y habiendo dejado atrás los
exámenes, Neil no tenía nada en que pensar salvo en Riko y
en Andrew. Este último se había marchado hacía ya cinco
semanas y nadie había tenido noticias de él. Ni siquiera
Betsy sabía cómo le iba, ya que había cedido su tratamiento
al equipo del Easthaven. Neil estaba intentando no
obsesionarse con ello, pero era una tarea imposible y sabía
que los Zorros iban a tener que oír hablar del tema aquella
noche. Riko, sin duda, tendría algo horrible que decir al
respecto.
Los Zorros fueron de los últimos en llegar a la cancha del
Breckenridge. Kevin se había pasado la mayor parte del
trayecto durmiendo, ya que aquella mañana había bebido
tanto alcohol como café, pero se despertó cuando aún
quedaba media hora para llegar al campus. El resto del
viaje lo pasó callado como una tumba, pero Neil se giró
para observarlo cuando entraron en el aparcamiento del
estadio de los Chacales. Kevin estaba mirando hacia el
resto de autobuses por la ventana y una violenta sacudida
indicó que había visto los de los Cuervos.
Wymack echó a los Zorros y a sus acompañantes del
autobús y cerró tras ellos. Cuando volvió a girarse
chasqueó los dedos en dirección a Kevin para captar su
atención.
—Mírame.
Kevin arrastró su mirada vacía hasta Wymack y este
señaló a Neil y a Matt.
—¿Ves a estos dos? Si en algún momento de la noche te
miro y no estás al menos a metro y medio de alguno de
ellos, no juegas ni un puto partido esta primavera, ¿me
entiendes? Son tus escudos. Utilízalos. Utilízame a mí, si es
necesario. Ahora quiero oírte decir: «Sí, entrenador».
—Mm —fue todo lo que consiguió decir Kevin.
—No te preocupes —dijo Matt—. No puede hacer nada
con tantos testigos.
—Consiguió atrapar a Neil en el último banquete —dijo
Allison.
Kevin miró a Neil. Él le devolvió la mirada sin dudar y no
dejó que sus propios nervios se manifestaran en su rostro.
Sacaron su ropa del maletero y siguieron al guardia de
seguridad que los hizo entrar dentro. Neil se cambió en uno
de los cubículos del baño y después examinó su reflejo. El
resto estaban en la sala principal y no podían verlo, así que
se inclinó hacia delante para acercarse al espejo. Deslizó
una de las lentillas para apartarla un momento, necesitaba
ver el verdadero azul frío de sus ojos, y esto le dio fuerzas.
Le había prometido a Andrew que se quedaría con Kevin
sin importar lo que ocurriera. No tenía intención de romper
aquella promesa. Puede que «Neil» fuera un fugitivo
asustadizo y «Nathaniel» un joven atormentado, pero
«Abram» había crecido apartado e inmune a los negocios
sangrientos de su padre. Neil tiraría de cada asesinato que
había presenciado y de cada noche eterna y desesperada y
se enfrentaría a Riko impávido. Era lo mínimo que podía
hacer. Era lo único que podía hacer.
La cancha estaba llena de decoraciones navideñas. Había
flores de Pascua delineando las paredes y un enorme árbol
en una esquina. Neil supuso que era falso, porque habría
sido imposible meter un árbol de aquel tamaño allí dentro a
no ser que fuera por piezas. Unas mantas gruesas bajo la
base se aseguraban de que no rayara el suelo de la cancha
y había pequeños regalos apilados al pie. Se preguntó si
serían también falsos o si eran los regalos que los Chacales
iban a hacerse los unos a los otros, prestados
temporalmente como decoración.
Esta vez, los organizadores de los asientos habían sido lo
bastante inteligentes como para separar a los Zorros y a los
Cuervos. Los Zorros estaban sentados frente a los
Avispones de Wilkes-Meyers y Neil acabó entre Renee y
Kevin. Los Zorros y los Avispones llevaban sin verse desde
septiembre. Neil casi esperaba una actitud agresiva, ya que
los Zorros habían ganado el partido, pero ahora que la
temporada había terminado los Avispones estaban
animados y relajados.
Una vez que hubieron llegado todos los equipos, Tetsuji
Moriyama dio un golpecito contra el micrófono inalámbrico
para llamar su atención. Alguien apagó la alegre música
navideña y Tetsuji repasó a los equipos reunidos con una
mirada pétrea.
—Se han decidido los rankings de la temporada —dijo sin
énfasis ni preámbulos. A aquellas alturas no era ninguna
novedad (los comentaristas deportivos y los entrenadores
se habían pasado la temporada sumando los puntos), pero
todos prestaron atención—. Estos son los cuatro equipos
clasificados para representar al distrito sudeste en el
campeonato de primavera. Los mencionaré en orden, del
primero al cuarto: Edgar Allan, Estatal de Palmetto,
Breckenridge, Belmonte.
Le pasó el micrófono a un entrenador algo más
agradable, que les dio la enhorabuena y les deseó unas
felices fiestas. Una de los Avispones no esperó a que
hubiera terminado antes de inclinarse sobre la mesa y
señalar a Kevin y a Neil con un gesto.
—¿Cómo
coño
conseguisteis
ganar
contra
el
Breckenridge vosotros dos?
—No fuimos solo nosotros dos —dijo Neil.
La mirada que le dedicó indicaba que no estaba
impresionada por su modestia. Neil se encogió de hombros
y lo dejó estar. Comprendía su escepticismo, pero mantenía
sus palabras.
Como el Estatal de Palmetto y el Breckenridge habían
terminado la temporada con la misma puntuación de doce a
dos, el CRRE había utilizado la proporción de tantos para
romper el empate. Era el mismo método utilizado en las
semifinales, razón por la cual las semis de primavera se
consideraban una ronda de comodines. La proporción entre
los goles que los Zorros habían marcado y los que habían
recibido era mejor que la de los Chacales, eso era todo.
Gran parte del mérito era de su línea defensiva, desde
sus porteros inquebrantables hasta sus agresivos defensas,
pero la proporción también dependía en gran medida del
rendimiento de sus delanteros. Neil y Kevin se las habían
apañado para marcar los suficientes goles aquella
temporada como para empatar con los Chacales. Neil no
sabía cómo lo habían conseguido, pero no le importaba. Los
Chacales habían ido a la Estatal de Palmetto en agosto con
toda la intención de hacer daño a Seth y a Kevin. Neil los
odiaba desde entonces.
Por suerte, el haber quedado segundos significaba que no
tendrían que enfrentarse a los Chacales. Hasta las
semifinales, los partidos de primavera estaban separados
en dos grupos de pares e impares. Los equipos impares
jugarían los jueves por la noche y los pares, los viernes.
—Menos mal que este año no jugamos en los impares —
dijo Nicky, justo en ese momento—. Así al menos tendremos
una oportunidad.
—Vamos a conseguirlo —dijo Dan—. Tenemos que
hacerlo. Les debemos una revancha a los Cuervos.
Los Avispones intercambiaron miradas de lástima, pero
no dijeron nada. Los camareros llenaron las mesas a
rebosar de platos y los equipos empezaron a comer. La
conversación durante la cena fue ruidosa y estuvo cargada
de emoción. Kevin participaba si hablaban de exy y se
abstenía si no, sin dejar de mirar hacia la mesa de los
Cuervos de reojo. Neil no habló a no ser que le hablaran
directamente y centró toda su atención en Kevin. Fue a
mitad de la cena cuando se dio cuenta de que aún no le
había dirigido la palabra a Renee.
—Perdona —dijo.
Renee le lanzó una mirada curiosa.
—¿Por qué?
—No te estoy ignorando a propósito.
—No pasa nada si lo haces —dijo Renee—. Kevin te
necesita más que yo.
Neil asintió, agradecido por su comprensión. Renee
sonrió y empezó a charlar con los Avispones que tenían
enfrente. Neil se permitió por fin mirar a los Cuervos al
otro lado de la sala, era la primera vez que lo hacía desde
que habían entrado en la cancha. Al parecer, los Cuervos
estaban usando sus trucos habituales: todos habían venido
solos y en conjuntos negros a juego. Las mujeres llevaban
collares granates idénticos y los hombres corbatas rojo
sangre. Neil supuso que era lo más navideño de lo que eran
capaces.
La cena dio paso a juegos para que pudieran hacer la
digestión y después retiraron todas las mesas menos una
de la cancha. Los camareros regresaron con cuencos de
ponche y vasos de plástico. Los villancicos fueron
sustituidos por música que retumbaba en los oídos y la
cancha se convirtió en una pista de baile. Los equipos se
separaron para la fiesta. Para la mayoría, la temporada
había acabado y estaba claro que querían despedirla a lo
grande.
Aaron y Katelyn fueron los primeros en desaparecer
entre la multitud. Nicky titubeó, pero había traído a un
invitado y no supondría una gran ayuda si Riko iba en
busca de pelea, así que Neil desestimó su preocupación con
un gesto. Tras marcharse Nicky, Allison se fue también,
arrastrando a Renee consigo. Matt y Dan fueron los últimos
en irse y se quedaron fuera de la multitud para poder
echarles un ojo a Kevin y a Neil. A este último le hacía
gracia lo protectores que estaban siendo y se preguntó si
habrían hecho lo mismo de estar Andrew allí. Por alguna
razón, lo dudaba.
Esta vez Wymack no se pasó para obligarlos a socializar,
así que Neil y Kevin se mantuvieron al margen de la masa
de gente. Kevin no estaba de humor para celebraciones y
Neil no quería estar rodeado de tanta gente. Entre la
muchedumbre no podría ver venir a Riko y sería demasiado
fácil perder a Kevin de vista. En vez de eso, hicieron
guardia junto a la mesa de las bebidas y sorbieron ponche.
Riko tardó media hora en ir a por ellos, pero llegó de
todas maneras, tal y como ambos sabían que haría. Jean le
iba pisando los talones. Kevin se quedó congelado con el
vaso contra la boca al verlos. Neil dio un paso adelante
para interponerse entre Riko y él. Riko sonrió ante su
valentía, pero no era una expresión alegre. Era más bien
como la cara de un niño psicópata que acababa de
encontrar a un animalillo al que torturar: un cuarto de
placer y tres de deseo.
—Tu falta de instinto de supervivencia es de lo más
alarmante —dijo Riko—. Bórrate esa expresión de la cara
antes de que te la arranque.
Neil no se había dado cuenta de que él también estaba
sonriendo, una expresión cruel que había heredado de su
padre. Bajó el vaso para que Riko pudiera verla mejor.
—Me encantaría ver cómo lo intentas. ¿Crees que le
tengo miedo a tus cuchillos? Soy el hijo del Carnicero.
—Ya van tres faltas. —Riko se pasó un dedo por la
garganta y giró la cabeza en sentido contrario—. Me
decepcionas, Kevin. Le prometiste al amo que te ocuparías
de esto. Es obvio que no lo has hecho y siento una gran
curiosidad por saber por qué.
—Lo ha intentado —dijo Neil—. La cosa no cuajó.
Riko apretó el pulgar contra el pómulo de Neil en el
punto donde los otros tres tenían tatuados sus números.
—Haznos un favor a todos y cierra la boca. Tu insolencia
ya te ha costado dos compañeros de equipo. No puedes ni
imaginarte lo que os espera.
Oír cómo Riko confirmaba que había organizado la
muerte de Seth llenó a Neil de una ira nauseabunda.
Andrew y Kevin habían estado seguros, pero Wymack lo
había calificado como paranoia. Neil no había creído a
Andrew porque no quería hacerlo, pero la incertidumbre se
quedó con él todo el semestre.
Levantó la mano que tenía libre y le mostró a Riko la
firmeza de su pulso.
—Estoy temblando de miedo.
—Deberías —dijo Riko—. Crees que puedes desafiarme
porque no soy tu padre, pero olvidas algo muy importante:
yo soy la familia a la que tu padre temía. Y sí, Nathaniel,
nos tenía mucho miedo.
Neil bajó la mano y se inclinó hasta estar muy cerca de
él.
—De ti no —dijo, cargado de un énfasis feroz—. Tú no
eres parte de esa familia, ¿recuerdas? Tú eres desechable.
Esperaba que el insulto diera en el blanco, pero no había
predicho lo profundo de la herida. Nunca había visto
aquella expresión en el rostro de Riko, pero supo que
acababa de firmar su sentencia de muerte.
—Jean —dijo este sin apartar la mirada de Neil—, llévate
a Kevin y déjanos solos.
—Ve a ver a Matt —dijo Neil cuando Kevin titubeó.
—Ahora —insistió Riko.
Jean dio un amplio rodeo alrededor de Riko y agarró a
Kevin del brazo. Neil lo observó arrastrar a Kevin tan
rápido como era posible sin llamar demasiado la atención.
Dan y Matt se dieron cuenta, por supuesto, y fueron a
interceptarlos. Jean se detuvo al verlos acercarse, pero
siguió aferrado a Kevin como si su vida dependiera de ello.
Matt echó a andar hacia Neil y Riko, pero Kevin le puso una
mano en el hombro para detenerlo. Cuando Matt se deshizo
de su agarre bruscamente, Neil le hizo un gesto para
indicarle que no se acercara. La expresión de Matt
mostraba su desacuerdo con aquel plan, pero mantuvo las
distancias.
Neil volvió a centrar su atención en el rostro de Riko.
—Creo que he metido el dedo en la llaga.
Riko se movió a la velocidad de un rayo, tirándole el vaso
de la mano y agarrándolo de la muñeca. Se la retorció con
una violencia que envió relámpagos de agonía por el brazo
de Neil. Este se atragantó con una maldición cargada de
dolor y lo agarró del brazo para detenerlo. No podía
deshacerse de la mano de Riko, pero si este le retorcía la
muñeca un centímetro más le rompería algo. Con cada
parpadeo, Neil veía las cicatrices pálidas de la mano de
Kevin. Hizo lo que pudo por respirar a través del pánico
que le inundaba los pulmones. Luchó por mantener una
expresión calmada y se obligó a sí mismo a mirar a Riko a
los ojos.
—No vas a hacerlo —dijo—. No delante de toda esta
gente.
—Me da igual si lo ven —dijo Riko—. Un perro que
muerde la mano de su amo merece que lo sacrifiquen. El
lugar y el público presente son intrascendentes.
—No soy un perro. Soy un Zorro.
—Eres lo que yo te ordene que seas y nada más.
—Ya hemos hablado de tus delirios.
—Te advertí que aprendieras cuál es tu lugar.
—Suéltame, Rey.
—Sí, soy el Rey —dijo Riko—, y tú vas a pasar las
Navidades en mi castillo. Vendrás al Evermore durante las
vacaciones de invierno. No —dijo cuando Neil abrió la boca
para protestar—, no vuelvas a ponerme a prueba. Soy lo
único que te mantiene con vida.
—Eso no es cierto —dijo Neil.
Riko se lo quedó mirando durante un instante eterno y
después sonrió. A Neil se le cayó el alma a los pies al verlo;
supo lo que se avecinaba antes de que Riko abriera la boca,
pero se negó a creerlo.
—Supongo que te refieres al portero. Sabes de quién te
hablo, ¿no? Ese enano con una actitud horrible que cree
que puede robarme mis cosas. Ahora que me acuerdo, hace
tiempo que no lo veo.
Miró hacia atrás como si esperara que Andrew se
materializara de la nada. Soltó a Neil, pero este era incapaz
de respirar, mucho menos de moverse para poner algo de
distancia entre ellos. Riko había hablado de dos
compañeros de equipo. La insolencia de Neil le había
costado dos compañeros de equipo, pero Seth solo era uno
de ellos.
Riko se giró para darle la espalda y agitó un dedo como si
acabara de acordarse.
—Oh, cierto. Me han dicho que se lo han llevado. Algo
sobre su hermano follándoselo hasta dejarlo tonto, ¿no?
Qué escándalo. Menudo trauma.
—No —dijo Neil.
Riko lo ignoró.
—Drake era un hombre interesante, ¿verdad? Debería
darle las gracias a la policía por llevarme hasta él. Si no,
puede que no hubiera sabido nunca de su existencia.
¿Sabías, Nathaniel, que los abogados de Oakland son de los
más fáciles de sobornar? Solo hicieron falta tres llamadas
para organizarlo todo.
—Le tendiste una trampa a Andrew.
—Y eso ni siquiera es lo mejor. —Riko sonrió cuando Neil
sacudió la cabeza y siguió hablando—: ¿Sabías que también
he contratado a uno de los médicos del Easthaven? Así que,
si no quieres que sus sesiones de terapia se conviertan en
recreaciones terapéuticas, mañana por la mañana te quiero
en un avión camino de Virginia Occidental. Jean le dará tu
billete a Kevin. ¿Me comprendes?
A Neil no le salían las palabras, así que respondió con los
puños. No tenía mucho espacio para echar hacia atrás el
brazo, pero hizo lo que pudo y alcanzó a Riko de lleno en su
asquerosa boca. El golpe obligó a Riko a retroceder,
proporcionando algo más de espacio a Neil, y el siguiente
golpe impactó contra un ojo. Se apartó de la mesa y se
lanzó directo hacia Riko, pero este ya estaba viniendo hacia
él. Neil se estrelló contra la mesa con tanta fuerza que la
movió unos metros y los dos cayeron al suelo. Neil intentó
pegarle en cualquier parte que tuviera a mano, apenas
consciente de los golpes del propio Riko. Alguien gritó algo
sobre una pelea, o quizás era solo el rugido de la sangre en
sus oídos.
De repente sintió que lo agarraban unas manos que no
eran las de Riko y los obligaron a separarse. Neil se aferró
a Riko con todas sus fuerzas y él hizo lo mismo. Riko tiró de
él para acercarlo una última vez antes de que la gente los
separara y aprovechó la oportunidad para decir:
—Acabas de costarle algo que no estaba dispuesto a
perder.
Y entonces varios cuerpos se interpusieron entre ellos.
Neil reconoció algunos: primero Matt, luego Jean y luego
un par de jugadores cuyos rostros solo había visto a través
de las rejillas de los cascos. Su cerebro asignó nombres a
algunos rostros y al final decidió que todos eran
irrelevantes. Ninguno era Riko. Luchó contra ellos lo mejor
que pudo, intentando abrirse camino para poder ponerle
las manos encima a él.
De algún modo consiguió llegar lo bastante cerca como
para agarrarlo de la manga.
—Si se te ocurre tocarlo siquiera…
Wymack apareció de la nada y lo apartó como si no
pesara nada en absoluto. El espacio entre los dos se llenó
de entrenadores y el jaleo decayó casi de inmediato.
Durante un minuto el único sonido fue la respiración
irregular de Neil mientras miraba más allá de Wymack para
ver a Riko. La sala entera estaba vibrando, o puede que
Neil temblara tanto que corriera el riesgo de hacer que la
cancha se derrumbara sobre ellos.
—¿Qué coño está pasando aquí? —exigió el entrenador
del Breckenridge—. Esto es un banquete navideño. ¿Os
suena la Navidad? Una época de armonía y buena voluntad.
Quiero una explicación ahora mismo.
Ni Neil ni Riko respondieron; estaban demasiado
ocupados intentando fulminarse mutuamente con la
mirada. Jean había regresado a su lugar junto a Riko y la
expresión tensa de su rostro estaba llena de una
desaprobación recelosa. Neil deseaba tener una pistola a
mano. Se habría conformado con los cuchillos de Andrew,
pero esos estaban escondidos bajo su almohada en la
Estatal de Palmetto. Clavó los dedos en el brazo de Wymack
con tanta fuerza que sin duda le saldrían moratones y
sonrió hasta que le dolió.
—Sí —dijo, porque ¿qué otra cosa podía decir?—. Lo
comprendo.
—Acepto tus disculpas —dijo Riko.
Los entrenadores aguardaron. Cuando ninguno de los dos
añadió nada más, uno de ellos repasó a la multitud con una
mirada irascible.
—El próximo que empiece una pelea se va a llevar una
sanción y se pasará los próximos cinco partidos en el
banquillo, ya sean de primavera o de otoño. ¿Os ha
quedado claro? —Un coro de voces contestó de manera
afirmativa y el entrenador miró a Neil y a Riko, enfadado—.
Vosotros dos alejaos el uno del otro lo que queda de
banquete. Wymack, sácalo de la cancha hasta que esté
dispuesto a comportarse de manera civilizada.
—Neil no se estaba peleando solo —dijo Wymack con la
voz dura como el acero—. Si el entrenador Moriyama
prefiere el lado de visitantes, yo me quedo con el local.
—Por supuesto —dijo Moriyama, con una actitud
impasible ante el caos—. ¿Riko?
Echaron a andar en una dirección, así que Wymack
prácticamente arrastró a Neil en la contraria. Este sabía
que Abby y los Zorros iban tras ellos para salir de la
cancha, pero no podía apartar los ojos de Riko para
mirarlos. Lo perdió de vista cuando Wymack lo sacó por la
puerta de un empujón, pero no fue hasta que el entrenador
lo sentó en uno de los banquillos del equipo local que Neil
fue capaz de mirarlo. Wymack hizo un gesto impaciente con
la mano para indicar a Katelyn y a Thomas, el invitado de
Nicky, que regresaran a la cancha, y luego se volvió hacia
Neil.
—¿De qué coño iba eso?
—¿Entrenador?
—No me salgas con esas, pedazo de retrasado
disfuncional.
—No, ahora en serio —dijo Nicky, mirando a Neil con los
ojos como platos—. ¿Qué ha pasado?
—Neil le ha metido una hostia a Riko —dijo Matt—. Ha
sido precioso.
—¿Qué? —graznó Nicky—. ¡No es justo! ¡Me lo he
perdido! Hazlo otra vez. O mejor no —añadió enseguida
cuando Wymack le lanzó una mirada asesina—. Uno tiene
derecho a soñar, ¿no, entrenador?
—Cierra el pico. —Wymack volvió a centrar su ira en
Neil—. Sigo esperando.
Neil se tocó la muñeca y torció el gesto ante el dolor que
aún persistía. Abby se coló alrededor de Dan para llegar
hasta él y se sentó a su lado. Neil permitió que tomara su
mano y clavó la mirada en la cancha detrás de Wymack.
—Riko sobornó al fiscal. —Las palabras le salieron muy
despacio; eran tan horribles que creyó que se pondría
enfermo solo con oírlas en voz alta de nuevo—. Por eso
Drake se arriesgó a viajar hasta aquí para ver a Andrew.
Riko iba a hacer que retiraran los cargos de Drake si él… —
Apretó los dientes y sacudió la cabeza, incapaz de terminar
la frase.
No tuvo que decir nada más. La música seguía sonando a
todo volumen por los altavoces, pero el silencio entre los
Zorros era absoluto.
Aaron fue el primero en recuperar el habla.
—Mientes.
Neil inspiró como pudo y miró a Kevin.
—¿Lo tienes? —preguntó en francés—. ¿Mi billete de
avión? —Kevin se lo quedó mirando como si no lo viera,
demasiado atónito como para comprender o reaccionar—.
Kevin, mírame.
—Me lo voy a cargar —dijo Nicky.
—No —dijo Neil, con tal ferocidad que incluso Matt le
dirigió una mirada preocupada—. Primero vamos a
destrozarlo. Si el exy es lo único que le importa, vamos a
arrebatárselo. Empezaremos destruyendo su reputación y
después lo destruiremos a él. No quiero perder ni un solo
partido esta primavera. ¿Podemos conseguirlo?
—Ni uno solo —dijo Dan con voz firme.
Neil los miró uno a uno, vio la ira gélida en sus rostros, y
se centró en Kevin.
—¿Tienes mi billete? —insistió en francés.
—No vas a ir —dijo Kevin—. ¿Sabes lo que te hará si vas?
—¿Sabes lo que le hará a Andrew si no voy? —dijo Neil—.
No tengo elección. Tengo que ir. Y tú tienes que confiar en
mí.
—Conseguirá romperte.
—Ya le gustaría a él —dijo Neil—. Confía en mí. Te
prometo que volveré y, cuando lo haga, traeré conmigo a
Andrew. Todo va a ir bien. ¿Tienes mi billete o no?
Kevin apretó la boca hasta formar una línea dura y pálida
y apartó la mirada.
—Lo tengo.
Cuando los delanteros se callaron, Dan miró a Wymack.
—Vámonos a casa, entrenador.
Al banquete aún le quedaban varias horas, pero era
demasiado peligroso que se quedaran. La próxima vez que
alguno de ellos viera a Riko intentarían partirle el cuello.
Wymack confiaba en el autocontrol de Renee más que en el
de los otros, así que la mandó en busca de sus invitados. En
cuando regresó con Katelyn y Thomas, los Zorros salieron
pitando hacia el autobús. Se detuvieron a recoger sus cosas
de los vestuarios, pero no el tiempo suficiente como para
cambiarse. Wymack los tenía en la carretera en cuestión de
minutos.
El viaje de vuelta a Palmetto fue silencioso. Era noche
cerrada, pero, a pesar de la hora, los Zorros no podían
dormir. Wymack dejó primero a los invitados y luego llevó a
su equipo hasta la Torre. Subieron todos juntos en el
ascensor. Kevin le pasó a Neil una hoja de papel doblada al
salir al pasillo. No necesitó abrirla para saber que era la
confirmación de su vuelo.
Matt intentó hacer entrar a Neil en la habitación de las
chicas para hablar de lo ocurrido, pero él siguió hasta su
cuarto. Se quitó los zapatos, los tiró a un lado y abrió la
ventana. Intentó encender un cigarrillo, pero las manos le
temblaban demasiado. Al final, se metió en la cama con la
ropa puesta. Consultó la hora de salida para saber a qué
hora poner el despertador y después metió el papel bajo la
almohada junto a las bandas de Andrew. Se cubrió la
cabeza con las mantas para aislarse de la habitación y se
obligó a sí mismo a dejar de pensar.
Cuando al fin consiguió dormir, soñó con muerte y
sangre.
CAPÍTULO QUINCE
A Neil lo despertó el ruido de gente moviéndose en la
habitación contigua. A pesar de haberse acostado tarde, los
Zorros ya estaban despiertos antes de media mañana. Hoy
empezaban las vacaciones de invierno y la mayoría tenían
vuelos lo bastante largos por delante como para dormir en
ellos. Allison, Renee y Dan volarían juntos a Bismarck sobre
la hora del almuerzo y se separarían al aterrizar. Dos horas
después de que despegara el vuelo de las chicas, el resto
de Zorros estarían de camino al aeropuerto de LaGuardia.
Neil había transmitido la invitación de Matt la semana
antes de los exámenes y dejó que Nicky hiciera todo el
trabajo. El plan original de Nicky de pasar las Navidades en
Alemania quedó cancelado cuando ingresaron a Andrew.
No quería separarse tanto de Aaron. Por desgracia, Erik no
tenía suficientes días libres como para viajar a EE.UU. Eso
convertía a Matt en la única oportunidad de Nicky para
tener unas vacaciones divertidas.
Ninguno de los supuestos monstruos del equipo sabía
muy bien por qué Matt se estaba portando tan bien con
ellos, pero a Nicky le hacía demasiada ilusión pasar
Nochevieja en Times Square como para que le importara.
Wymack se alegró aún más que Nicky al conocer el plan y
dijo que su ausencia supondría por fin un poco de paz y
tranquilidad. Aaron necesitaba permiso de su abogado para
salir del estado, pero aquello se arregló sin demasiados
problemas.
Neil no tenía ni idea de cómo iba a decirles que sus
planes habían cambiado. No podía contarles la verdad. No
dejarían que lo hiciera. Ya era un milagro que Kevin lo
hubiera aceptado. Él sabía mejor que nadie de lo que Riko
era capaz, así que era consciente de lo que le esperaba a
Neil en Virginia Occidental. Quizás confiaba en que se
mantuviera firme, pero lo más probable es que fuera
consciente de lo que Riko le haría a los Zorros si se negaba.
A Neil le daba igual el porqué mientras que Kevin
mantuviera el pico cerrado.
Neil apartó las mantas y se incorporó. Levantó la
almohada para agarrar el teléfono, pero dudó al ver las
bandas de Andrew. La voz de Nicky en la habitación de al
lado lo sacó de sus pensamientos. Dejó caer la almohada de
nuevo y entonces se le ocurrió una vía de escape. Tomó el
teléfono, abrió la tapa y se lo puso a la oreja. Cuando Nicky
abrió la puerta del dormitorio sin llamar, Neil entabló una
conversación con alguien inexistente.
—Sí, lo he visto —dijo Neil, mirando a Nicky de reojo
para reconocer su presencia.
Nicky tenía la boca abierta para saludarlo, pero se calló
al ver que estaba al teléfono. En vez de marcharse, Nicky
se puso cómodo contra el marco de la puerta para esperar
a que acabara. Neil contaba con su curiosidad. En los
meses que habían pasado desde que le habían dado el
teléfono, nadie lo había visto usarlo para llamar. Neil hizo
un gesto para indicar que casi había terminado y le dio la
espalda.
—¿Qué esperabas? Si no os habéis decidido hasta ahora.
Ya he hecho otros planes. Yo… —Se interrumpió, escuchó
durante un segundo y continuó—. ¿Pero desde cuándo
sabes que iba a venir? Podrías habérmelo dicho. No sé. Te
he dicho que no lo sé. Tengo que… —Se frotó los ojos con
una mano como si aquella conversación fuera agotadora—.
Vale. Adiós.
Cerró la tapa del teléfono y lo tiró a un lado.
Durante un minuto, el silencio inundó la habitación.
Entonces Nicky entró en el dormitorio y cerró la puerta
tras de sí. Neil se recostó contra la pared mientras Nicky se
subía a la escalera de su litera. Se apoyó en su almohada
con los brazos cruzados y miró a Neil.
—¿Va todo bien? —preguntó Nicky.
—Estoy bien.
Nicky se limitó a mirarlo.
—A estas alturas nos conocemos desde siempre. Llegará
un momento en que tendrás que dejar de mentirme a la
cara. Esa conversación no sonaba bien y tú no tienes pinta
de estar bien. Así que, ¿qué pasa?
—Mi tío va a pasar las Navidades a Arizona —dijo Neil.
—¿Eso es bueno o malo?
—¿Un poco de cada? —Neil se encogió de hombros—. Es
buena gente, pero suele ser lo bastante listo como para
evitar a mis padres. Hace años que no lo veo y nunca ha
venido a pasar las vacaciones. Sospecho que pasa algo,
pero no sé el qué. No sé si… —Neil dejó la frase sin
terminar e hizo un gesto de impotencia—. Me prometí a mí
mismo que nunca volvería a casa, pero…
—Pero quieres volver a verlo —concluyó Nicky.
—No importa —dijo Neil—. Le dije a Andrew que me
quedaría con Kevin.
—Pero Kevin estará con nosotros —dijo Nicky—, y vamos
a estar con Matt y con su madre. Entre los cuatro podemos
echarle un ojo si necesitas pasar tiempo con tu familia. ¿Te
hace falta dinero para comprar el billete?
—Ya lo tengo —dijo Neil y levantó la hoja doblada con su
itinerario—. Mi madre me lo mandó por e-mail hace un par
de días, pero no quería lidiar con ello antes del banquete.
—No tienes remedio —dijo Nicky—. Si quieres ir, ve. Ya
has hecho más que suficiente por nosotros este semestre,
Neil. En algún momento tendrás que pensar en ti mismo.
Mira —dijo cuando Neil negó con la cabeza—, voy a
decírselo a los demás y ya verás como todos te dicen que
vayas.
—Pero… —empezó Neil, pero Nicky ya se había
marchado.
Neil se tragó el resto de la protesta. De todas formas, no
era una batalla que quisiera o necesitara ganar. Por un
momento le dio pena Nicky por ser tan crédulo, pero lo que
acababa de hacer no le producía ninguna satisfacción.
Desdobló el itinerario y lo examinó con un nudo en el
estómago. En dos horas estaría en un vuelo hacia
Charleston, en Virginia Occidental, y el viaje de regreso no
era hasta el día de Nochevieja. Aquello le dejaba dos
semanas a solas con los Cuervos.
Oyó el ruido de la puerta al cerrarse cuando Nicky
regresó a su habitación para consultarlo con Aaron y Kevin.
Cuando Matt entró en el dormitorio unos minutos después,
Neil se lo esperaba.
—¿Qué vamos a hacer contigo? —preguntó Matt.
—Lo siento —dijo Neil.
—¿El qué? —Matt lo rechazó con un gesto—. ¿A qué hora
es tu vuelo?
—A las once y diez. Eso si voy.
—Vas a ir. Te llevo al aeropuerto.
Neil hizo una mueca, pero salió de la cama por fin. No
tenía hambre, pero se obligó a sí mismo a comer gachas y
una tostada. Nicky regresó para decirle que ya había
informado a los Zorros de lo que ocurría. Por lo visto, todos
querían que Neil se montara en aquel avión. Él asintió y no
dijo nada, y Nicky lo dejó en paz para que se preparara.
Neil se duchó y sacó su bolsa de deporte del cajón del
fondo de la cómoda. Apenas la había llenado por la mitad
cuando se dio cuenta de que era demasiado pequeña.
Durante ocho años jamás había tenido más cosas de las que
cabían en una bolsa de mano. En los seis meses que había
pasado allí sus posesiones se habían duplicado. Incluso una
vez que estuvo llena la bolsa, seguía habiendo cosas en los
cajones. Neil se sentía a la vez confundido y reconfortado, y
puso una mano sobre sus camisetas dobladas. Era la
prueba de que volvería a aquel lugar, algo que no había
tenido desde que era niño.
El sonido amortiguado de una pisada lo advirtió de que
no estaba solo y al levantar la vista vio a Kevin.
—¿Puedo darte algo para que te lo lleves? —preguntó
Neil—. ¿Me prometes que lo mantendrás a salvo? No
quiero dejarlo aquí, pero no puedo llevármelo. —Cuando
Kevin asintió, Neil abrió la caja fuerte y sacó su archivador.
Necesitó hacer acopio de todas sus fuerzas para
entregárselo. Incluso cuando Kevin lo agarró, Neil se aferró
a un extremo—. No lo abras.
—No quiero saber qué hay dentro —dijo Kevin.
Neil lo soltó y él se lo puso bajo un brazo. Cerró la caja
fuerte y la devolvió a su sitio.
—Neil —dijo Kevin cuando Neil se puso en pie.
—Volveré —dijo él, más para sí mismo que para Kevin—.
Me prometiste que acabarías este año conmigo. Pienso
asegurarme de que lo cumplas.
Se echó la bolsa al hombro y pasó junto a Kevin para salir
de la habitación. Matt estaba desconectando todos los
aparatos electrónicos cuando aparecieron los dos
delanteros.
—¿Listo? —preguntó Matt.
—Sí —mintió Neil.
Matt tomó sus llaves y se marcharon. Hicieron una
parada en la habitación de las chicas, donde Neil tuvo que
aguantar abrazos y felicitaciones navideñas. Aaron se
limitó a dirigirle un asentimiento de cabeza cuando pasaron
después por la habitación de los primos, pero Nicky lo
estrujó hasta que le crujieron los huesos.
—Llevas el cargador, ¿no? —preguntó—. Más te vale
escribirme todos los días.
—Lo llevo —dijo Neil, pero dudaba que Riko fuera a
permitirle usar el teléfono.
Dejó a Kevin con los demás para terminar de prepararse
y siguió a Matt hasta la furgoneta. Su bolsa cabía en el
espacio frente a sus pies. Matt giró la llave en el contacto y
apagó la radio medio segundo demasiado tarde como para
salvar los tímpanos de Neil. Intentó no sentirse enfermo
cuando el campus desapareció tras ellos, pero no lo
consiguió.
—¿Cuándo tienes el vuelo de vuelta? —preguntó Matt.
—En Nochevieja —dijo Neil—, pero puede que vuelva
antes. Depende de cómo vayan las cosas.
—Si te escaqueas pronto, ven con nosotros —dijo Matt—.
Mi madre hará que te cambien el billete.
—Gracias —dijo Neil—. Ya te diré.
Matt lo dejó junto al bordillo en el aeropuerto Upstate
Regional. Neil lo observó unirse de nuevo al tráfico y se
giró hacia la entrada. Volver a aquel lugar hacía que se
sintiera mareado. Su madre y él nunca pasaban por el
mismo aeropuerto más de una vez. Se aferró a su bolsa con
más fuerza y cruzó las puertas automáticas de cristal.
El aeropuerto había estado abarrotado en verano, pero
tan cerca de Navidad el interior era un caos absoluto. Neil
se permitió a sí mismo perderse en el alboroto. Solo era
otro rostro entre la multitud, anónimo y sin importancia. Su
aerolínea permitía que facturara él solo, así que escaneó el
código de barras que había impreso en su itinerario. Su
billete y tarjeta de embarque salieron de una ranura en la
parte inferior y se dirigió al control de seguridad. Su bolsa
pasó al otro lado antes que él. Neil se puso los zapatos,
agarró la bolsa y fue hacia su puerta de embarque.
La mayoría de los asientos estaban ocupados, así que
Neil se colocó contra una columna a esperar. Observó a la
multitud para evitar mirar el reloj que parpadeaba en la
puerta. Casi se esperaba ver a más compañeros de clase,
pero puede que todos se hubieran marchado el día anterior.
El aeropuerto era un mar de rostros desconocidos. Neil
estaba solo.
Llevaba tanto tiempo con los Zorros que se le había
olvidado lo que era tener espacio para respirar. Debería
sentirse agradecido por poder tener unos minutos para sí
mismo antes de que la pesadilla empezara, pero solo se
sentía descolocado. Enterró una mano en el bolsillo y rodeó
el móvil con los dedos. Si abría la tapa, su historial de
llamadas mostraría solo un nombre, pero sus mensajes
estaban tan llenos que se borraban de manera automática
cada cierto tiempo. Pensó en leerlos para que le insuflaran
valor, pero no fue capaz.
La voz por megafonía proveniente de la puerta de
embarque lo sacó de sus pensamientos con un sobresalto.
«Pasajeros del vuelo 12 a Charleston, comenzaremos el
embarque en los próximos minutos. Por favor, acudan a la
puerta D23 y esperen a que les llamen.»
El asiento de Neil estaba justo después de la sección
business. Por desgracia, le tocaba sentarse junto a la
ventana, pero su bolsa encajaba a la perfección en el
espacio bajo el asiento de delante. La empujó con los pies
hasta colocarla y se esforzó por no sentirse atrapado por el
pasajero en el asiento contiguo. Los auxiliares de vuelo
recorrieron los pasillos de un lado a otro intentando que
todos estuvieran colocados cuanto antes.
Cuando todo el mundo se hubo sentado y los
compartimentos superiores estuvieron cerrados, los
auxiliares comenzaron su monólogo sobre seguridad. Neil
miró hacia la salida de emergencia un instante, pero no se
sintió tan tentado como habría cabido esperar.
Enfrentarse a Riko de aquella manera iba en contra de
todo lo que su madre le había enseñado. Lo había criado
para huir, para sacrificarlo todo y a todos para asegurar su
propia supervivencia. Su madre nunca le había dado la
estabilidad suficiente como para plantarse y mantenerse
firme. Quizás por eso no había sido lo bastante fuerte como
para salvarla al final. Un amasijo de mentiras no tenía nada
por lo que luchar, pero Neil Josten era un Zorro. Andrew
había dicho que aquella era su casa; Nicky había dicho que
era de la familia. Neil no estaba dispuesto a perder nada de
eso. Si dos semanas con Riko era el precio que debía pagar
para mantener a su equipo a salvo, lo pagaría.
Pensar en ello hizo que el vuelo se le hiciera más
llevadero. Incluso consiguió dormirse un rato, aunque se
despertó al aterrizar.
Jean lo estaba esperando en la zona de llegadas. Observó
a Neil con una mirada fría mientras se acercaba y su voz
sonó afilada cuando habló.
—No deberías haber venido.
—Vamos —dijo Neil.
El trayecto fue silencioso, pero en cuanto vislumbraron el
Castillo Evermore la sangre de Neil empezó a vibrar en
señal de reconocimiento. El Evermore parecía más un
monumento que un estadio y el hecho de que estuviera
pintado de negro solo lo hacía más imponente. Era casi el
doble de grande que la Madriguera. Neil dudaba que los
Cuervos fueran capaces de llenar todos los asientos en
cada partido, pero cuando jugaba la selección nacional
seguro que las entradas se agotaban en cuestión de horas.
No podía ni imaginarse cómo sería estar dentro cuando
hubiera partido.
Jean se detuvo en una verja y sacó la mano por la
ventanilla para introducir un código. La verja se abrió con
un leve chirrido y Jean metió el coche en el aparcamiento
con barreras. Ya había una fila de coches estacionados
junto al bordillo. Neil desearía poder sorprenderse de que
fueran
todos
idénticos.
Incluso
las
matrículas
personalizadas solo variaban en un par de números.
Después de contemplarlas un buen rato creyó detectar el
patrón. «EA» era por Edgar Allan y los números que lo
seguían eran el año de graduación y el número de
camiseta.
—Esto no es un equipo —dijo Neil—. Es una secta.
—Fuera —dijo Jean, y aparcó en el hueco que le habían
dejado sus compañeros.
Neil tomó su bolsa y se bajó del coche. Jean lo llevó hasta
la puerta e introdujo otro código numérico. La luz del
teclado se puso verde, así que Jean abrió la puerta de un
tirón. En lugar de entrar, se volvió hacia Neil.
—Mira bien el cielo. No volverás a verlo hasta que te
marches.
—Ya lo he visto —dijo Neil.
La sonrisa de Jean se burló de sus palabras desafiantes y
le indicó con un gesto que lo precediera. La puerta se abría
a una escalera descendente. Todo estaba pintado de negro.
La única fuente de luz y color era un tubo rojo que recorría
el techo por el centro. No era lo bastante brillante. Cuando
Jean cerró la puerta tras entrar, Neil casi tropezó por las
escaleras. Apoyó una mano en la pared en busca de
equilibrio y redujo la marcha. A su espalda, Jean no le
metió prisa.
Contó los escalones, ya que quería saber a cuánta
profundidad estaban, y llegó hasta veintiséis antes de que
las escaleras terminaran en otra puerta. Jean le pasó el
brazo por el lado para introducir una tercera contraseña y
Neil entró en la morada de los Cuervos.
—Bienvenido al Nido —dijo Jean.
—Una secta —repitió Neil.
Jean lo ignoró y se dispuso a mostrárselo todo. Aquel
espacio estaba diseñado originalmente para acoger a
equipos visitantes, pero el entrenador Moriyama se lo había
dado a los Cuervos. Si estos no estaban en clase o en la
cancha, se esperaba que estuvieran allí abajo. En principio,
no era una mala situación. El Nido era espacioso y contaba
con todo lo necesario. Neil pasó por dos cocinas completas,
una sala común con barra y mesa de billar, y tres salas de
televisión. Un largo corredor conectaba la zona social con
una sala de pesas y otro pasillo los llevó hasta los
dormitorios.
Un cartel en la pared indicaba que el Ala Negra estaba a
la izquierda y el Ala Roja a la derecha. Neil miró en ambas
direcciones, pero no fue capaz de distinguirlas. No merecía
la pena hacer preguntas sobre ello, por lo que siguió a Jean
hacia el Ala Negra. Las puertas de todos los dormitorios
estaban abiertas, así que Neil echó un vistazo dentro
mientras pasaba. Cada uno era casi tan grande como la
habitación completa que Neil compartía con Matt y todos
tenían solo dos camas.
El Nido tenía potencial para ser el sueño de cualquier
deportista universitario (excepto por los techos bajos y la
decoración oscura). El color aparecía en breves destellos y
tan solo en tonos de rojo. Todo lo demás era negro, desde
los muebles hasta las sábanas, pasando por las toallas
colgadas en los respaldos de las sillas para que se secaran.
Las sombras parecían absorber todo el oxígeno de la
habitación y Neil sintió de pronto el peso al completo del
estadio sobre su cabeza. No era claustrofóbico, pero pensó
que dos semanas allí podrían hacer que lo fuera.
—Es aquí —dijo Jean y le indicó que lo siguiera al interior
de la última habitación—. Este será tu cuarto. Deberías
estar en el Ala Roja con el resto de nosotros, pero el amo
ha hecho una excepción. Sabe que requerirás la atención
personal de Riko.
—No pienso compartir habitación con ese sociópata.
—Ojalá tuvieras elección.
—¿A quién voy a sustituir? —preguntó Neil, porque
ambos lados de la habitación estaban ya decorados.
Jean se detuvo junto a una de las mesitas de noche y le
hizo un gesto para que se acercara.
—Míralo por ti mismo.
Neil se colocó a su lado y se arrepintió de ello casi de
inmediato. Había postales de ciudades lejanas, tanto
extranjeras como nacionales, pegadas a las paredes.
Debajo de cada una había un trozo de papel. La letra
familiar de Kevin reflejaba fechas y las razones de cada
viaje. La mayoría eran partidos. Algunas indicaban sesiones
de fotos y vacaciones. Las estanterías incrustadas en el
cabecero estaban llenas de libros y Neil supo, con un solo
vistazo a los lomos, que pertenecían a Kevin. Estaba
estudiando la carrera de Historia por razones que Neil era
incapaz de comprender; aquellos muermos de libros eran
de los que él consideraba fascinantes.
A Neil le daba escalofríos ver cómo el espacio había sido
conservado. Era como si Kevin hubiera salido a hacer un
recado, no como si se hubiera transferido a otro equipo.
—Riko sigue sin aceptar la realidad —dijo Neil—. Alguien
debería decirle que Kevin no va a volver.
—Tú no sabes nada —dijo Jean—. Deja tus cosas y ven
conmigo.
Jean se marchó sin esperarlo. Neil dejó su bolsa en la
cama de Kevin, echó un breve vistazo al lado de la
habitación de Riko y fue a reunirse con Jean en el pasillo.
Unas escaleras hacia arriba los llevaron hasta los
vestuarios de los Cuervos. Jean no le dejó tiempo para
mirar a su alrededor, sino que lo empujó hasta salir al
círculo interno. Salieron cerca de los banquillos del equipo
local.
Era el domingo antes de Navidad y los Cuervos estaban
en la cancha con la equipación al completo. Dos equipos
jugaban un partido de práctica brutal mientras los nueve
Cuervos restantes observaban. Varias cabezas se giraron
hacia ellos cuando Jean se acercó a los nueve que estaban
fuera, y estos miraron más allá de Jean hasta clavar los ojos
en Neil. Sus expresiones variaban desde una indiferencia
fría hasta la hostilidad sin disimulo. Neil no se esperaba
una cálida bienvenida, así que centró su atención en la
cancha.
Un zumbido no tardó en señalizar el final del partido. El
equipo de Riko ganó con un margen de tres puntos. Los dos
equipos se encontraron en la media cancha para
intercambiar críticas. Los suplentes se unieron a ellos para
compartir aquellos detalles que habían visto desde fuera. El
corrillo duró más de quince minutos, pero por fin los
Cuervos chocaron raquetas y salieron de la cancha.
Riko se quitó el casco al salir por la puerta.
—Luke, apaga el marcador. Martin, tú las luces. Tengo
que atender a nuestro invitado, así que hoy podéis iros a
almorzar antes. El amo vendrá enseguida a supervisar
vuestro progreso, tened los papeles preparados. El
entrenamiento de la tarde empezará a la misma hora de
siempre.
Los Cuervos se movieron como un río negro alrededor de
Jean y Neil. Riko se detuvo frente a él para examinarlo,
pero enseguida lo rechazó en favor de centrarse en Jean.
—Enséñale sus cosas. Me pondré con él después de
ducharme.
Jean inclinó la cabeza y sujetó la puerta para que Riko
pasara. Él fue hacia un lado, así que Jean y Neil fueron
hacia el contrario. Jean lo llevó al vestuario y abrió una
enorme taquilla al final de la fila. Neil fue obediente y miró
dentro. Estaba llena de equipamiento de los Cuervos. No
fue hasta que Jean le puso la camiseta en las manos que
Neil lo comprendió, porque el nombre escrito en la espalda
era «JOSTEN».
—Solo voy a estar aquí dos semanas —dijo Neil—. ¿Por
qué ha mandado hacer esto?
—No te hagas el tonto —dijo Jean—. Kevin ya te habrá
dicho que vas a transferirte en verano.
—Lo ha mencionado. Le dije que no. ¿Se le olvidó
comentároslo? —Tiró la camiseta a un lado.
Jean la atrapó al vuelo antes de que pudiera caer al suelo
y le dedicó una mirada iracunda.
—Mocoso ignorante, intenta que no nos maten en tu
primer día.
—¿Nos? —preguntó Neil.
—Escucha atentamente lo que estoy a punto de decir —
dijo Jean, empujando de nuevo la camiseta hacia él. Neil se
negó a aceptarla, así que Jean lo agarró del abrigo con la
mano libre y lo obligó a acercarse de un tirón—. Perdiste el
derecho a ser un individuo en cuanto entraste al Nido. Las
consecuencias de tus acciones ya no te afectan solo a ti.
Los Cuervos operan con un sistema de parejas, lo que
significa que de ahora en adelante y hasta que te marches,
yo soy tu único aliado.
»Mis éxitos son tus éxitos —dijo Jean—. Tus fracasos son
mis fracasos. Si rompes las reglas, los dos sufriremos por
ello. ¿Lo comprendes? Quieren que fracasemos. Quieren
delegarme a suplente. No dejaré que pongas en riesgo mi
rango.
—Tengo malas noticias para ti —dijo Neil—. No puedo
marcar más que los delanteros de los Cuervos.
—No es a ellos a quienes tienes que superar —dijo
Jean—. Ya no eres delantero. Nunca deberías haberlo sido.
El amo va a colocarte en el lugar que te corresponde, en la
defensa. Querrá saber por qué abandonaste tu posición.
Espero que tengas una buena explicación que ofrecerle.
—No fue idea mía —dijo Neil—. El entrenador Hernández
ya tenía una línea defensiva completa. Era o delantero o
nada y yo solo quería jugar.
Neil le había dicho a Hernández que nunca había tocado
una raqueta porque no podía proporcionarle los nombres
de sus antiguos entrenadores y equipos. Cuando fichó con
los Dingos de Millport, su torpeza sobre la cancha no se
debía a los ocho años que llevaba sin jugar al exy. Se debía
a que en las ligas infantiles había jugado como defensa.
Tuvo que volver a aprender a jugar desde cero. Al
principio, lo odiaba porque pensaba que los delanteros eran
fanfarrones que solo buscaban ser el centro de atención.
Pero conforme se fue acostumbrando a la nueva posición,
acabó por enamorarse.
—Fue una mala idea —dijo Jean—. Ahora tienes que
desaprender todos los malos hábitos que has adquirido. Y
ahora pruébate la equipación para ver si te queda bien.
—No delante de ti —dijo Neil.
—Ese pudor es lo primero que te arrancaremos —dijo
Jean—. En el Nido no hay privacidad.
—No me creo que aguantes todo esto —dijo Neil—. Por lo
menos Kevin huyó. ¿Qué excusa tienes tú?
—Yo soy un Moreau —dijo Jean, como si Neil estuviera
haciéndose el tonto a propósito—. Mi familia ha
pertenecido a los Moriyama desde antes de que llegaran a
Estados Unidos. No tengo adónde ir, igual que no existe
otro lugar para ti que no sea este. Kevin no es como
nosotros; tiene un valor, pero no es de su propiedad en el
mismo sentido. Escapó porque tenía una familia a la que
acudir.
—¿Andrew? —supuso Neil.
—He dicho familia. Gilipollas y encima duro de oído —dijo
Jean—. Su padre. Vuestro entrenador.
Tardó un momento en comprenderlo. Cuando lo hizo, Neil
retrocedió por el impacto de la sorpresa.
—¿Qué?
Sabía, desde un punto de vista lógico, que Kevin tenía un
padre. Al fin y al cabo, Kayleigh Day no se había dejado
embarazada a sí misma. Pero nunca había desvelado el
nombre del padre de Kevin, sin importar cuánto la
presionara la prensa. Según los rumores, el espacio para el
padre estaba en blanco en el certificado de nacimiento de
Kevin. Sin embargo, había nombrado a Tetsuji como
padrino de su hijo. Así fue como Kevin acabó en Evermore
tras la muerte de Kayleigh.
—Mientes —dijo Neil.
—¿Qué otro motivo podría tener Kevin para acudir a un
equipo tan espantoso?
—Pero él nunca… Y el entrenador no…
—Me imagino que sigue siendo demasiado cobarde como
para mencionarlo. —Jean hizo un gesto de mofa con la
mano—. Si no me crees, compruébalo tú mismo. La última
vez que la vi, la carta de su madre estaba dentro de uno de
esos libros aburridos que tanto le gustan. La ha leído tantas
veces que es posible que las letras se hayan borrado, pero
merece la pena intentarlo.
—Si lo sabía, ¿por qué se quedó? —exigió Neil—. Debería
haberse ido a vivir con el entrenador cuando murió su
madre.
—Nos enteramos hace tan solo unos años —dijo Jean—.
Encontramos la carta en casa del amo por pura casualidad.
Kevin la robó, pero nunca tuvo intención de hacer nada con
aquella información. Sabía que marcharse implicaría
perder todo esto. No merecía la pena. —Jean hizo un gesto
para abarcar el vestuario—. Una vez que esto estuvo
perdido, por supuesto, ya no tenía razón para quedarse.
—Estáis todos locos —dijo Neil.
—Eso lo dice el fugitivo que se unió a un equipo de
primera división —dijo Jean—. El mismo que ha venido aquí
cuando debería haber huido. No eres mejor que nosotros.
¿Y ahora te vas a probar la equipación o voy a tener que
ponértela a la fuerza?
Neil se lo pensó un instante y tomó la camiseta. Jean se
cruzó de brazos y dio un par de pasos hacia atrás. Neil le
dio la vuelta a la camiseta para leer el nombre. Las letras
blancas estaban delineadas levemente en rojo. El número
que había bajo ellas no era el suyo.
—¿Ni siquiera puedo quedarme mi diez? —preguntó.
—Los Cuervos insignificantes llevan números de dos
dígitos —dijo Jean—. El círculo de Riko no. Este número te
queda mejor. ¿Sabías que en japonés «cuatro» y «muerte»
suenan igual? Es un número apropiado para el hijo del
Carnicero.
Neil sacudió la cabeza, pero no discutió. Volvió a dejar la
camiseta en su taquilla, se preparó mentalmente y se
desabrochó el abrigo. A continuación, bajó la cremallera de
un tirón y se lo quitó. Se pasó la camiseta por encima de la
cabeza y fingió no darse cuenta cuando Jean le repasaba el
torso plagado de cicatrices con la mirada. Se quitó los
zapatos, los apartó con un pie y se bajó los vaqueros. Se
puso la equipación de los Cuervos prenda a prenda tan
rápido como pudo. Le quedaba mejor de lo que esperaba,
pero Neil sentía que lo estaba asfixiando.
—Bien —dijo Jean—. Ahora quítatela. No la necesitarás
hasta el entrenamiento de esta tarde.
Neil se desnudó y volvió a colocarla en la taquilla.
Acababa de abrocharse el último botón del abrigo cuando
se abrió la puerta. Él estaba de espaldas, pero vio cómo
Jean palidecía. Se giró y vio a Tetsuji y a Riko en la puerta.
El entrenador traía consigo un bastón ornamentado. Neil
nunca lo había visto antes y esperaba que su presencia
significara que Tetsuji estaba enfermo o lesionado.
Riko dejó que su tío entrara primero en la sala y cerró la
puerta. Neil dedicó un momento a preguntarse a quién se
le había ocurrido instalar un pestillo en la puerta de los
vestuarios, pero apartó aquel pensamiento enseguida. No
podía permitirse estar distraído mientras se enfrentaba a
aquel hombre.
Tetsuji cruzó la sala hasta estar frente a él.
—Nathaniel Wesninski —dijo, como si cada sílaba fuera
una decepción—. Arrodíllate.
Neil escondió las manos en los bolsillos para poder cerrar
los puños.
—No.
Creyó oír a Jean decir su nombre, pero fue apenas un
susurro. Neil no se giró para mirarlo. No creía que fuera
producto de su imaginación cuando Riko retrocedió medio
paso para aumentar la distancia entre él y su tío. Un
hombre que era capaz de mantener a raya a Riko no era
alguien a quien uno pudiera desafiar de manera tan
imprudente, pero Neil no tenía otra opción.
—Te arrodillarás —dijo Tetsuji.
Neil tenía la sensación de que se arrepentiría de ello
durante el resto de su corta vida, pero sonrió y dijo:
—Oblígame.
Vio elevarse el bastón, pero todo fue demasiado rápido
como para esquivarlo. Lo golpeó en la cara, en la mejilla y
el lateral de la boca. Neil trastabilló por la fuerza del golpe
y se estrelló contra las taquillas, pero apenas reparó en
ello; lo único que sentía era el fuego que le consumía el
cráneo. El sabor amargo en su lengua podría haber sido
sangre, pero tenía la boca demasiado entumecida como
para estar seguro. En un gesto instintivo, levantó una mano
para comprobar si se había fracturado el cráneo, pero
Tetsuji le atestó otro golpe en las costillas. Después en el
hombro, en el brazo, hasta que Neil no tuvo otra opción
que no fuera hacerse un ovillo para protegerse.
Tetsuji no dejó de golpearlo hasta que por fin perdió el
conocimiento.
El entrenamiento de la tarde de los Cuervos duró cuatro
horas y Neil no estaba en condiciones de hacer
absolutamente nada. Se había pasado las dos horas que
duraba el almuerzo del equipo inconsciente; solo se
despertó cuando Jean le volcó una jarra de agua helada
encima. Estaba demasiado descolocado y dolorido como
para cambiarse, así que Jean tuvo que ponerle casi toda la
equipación a la fuerza. Neil se resistió, pero Jean le clavó
los dedos con crueldad en los moratones que acababan de
hacerle para que se estuviera quieto. Hasta que Jean le
puso una raqueta en las manos no se dio cuenta de que de
verdad esperaban que jugara.
Lo colocaron en la línea defensiva y Neil fracasó
estrepitosamente. Hacía casi nueve años que no jugaba
como defensa y estaba demasiado malherido como para
seguirle el ritmo a Riko. Cada vez que este conseguía
sobrepasarlo, lo golpeaba con la raqueta. Las protecciones
del exy estaban pensadas para proteger contra las pelotas
que se movían a toda velocidad y los bloqueos de otros
jugadores, no contra los golpes malintencionados de
raquetas pesadas. Apenas una hora después del inicio del
entrenamiento, Neil estaba tropezando con sus propios
pies.
Sin embargo, cada vez que se caía, Jean estaba allí para
ponerlo de nuevo en pie. No dijo nada sobre su penoso
rendimiento, ni palabras de ánimo ni críticas. Puede que no
le quedaran fuerzas para ello. Estaban en esto juntos, tal y
como le había advertido. Cada vez que el equipo contrario
marcaba, los dos recibían un castigo.
El resto de Cuervos no parecían sentir ni un ápice de
compasión, ni siquiera por uno de los suyos. El equipo
funcionaba así y todos lo aceptaban sin cuestionarlo. Puede
que aquellos cinco años fueran una pesadilla llena de
violencia, pero tras la graduación los esperaban salarios de
siete dígitos y fama de talla mundial. Tendrían la vida
arreglada para siempre. Para los Cuervos, el trato merecía
la pena.
Debido a su patético rendimiento, a Jean y a Neil les tocó
cerrar la cancha tras el entrenamiento. Eso implicaba
limpiar y pulir el suelo, y después arreglar el desastre que
los Cuervos habían montado en los vestuarios. Cuando por
fin pudieron ir a ducharse, Neil apenas podía moverse. Ni
siquiera le importó que las duchas de los Cuervos no
tuvieran cubículos. Se arrodilló en el suelo alicatado bajo el
chorro de la ducha y dejó que el calor aliviara algo del
dolor en el que estaba sumido su cuerpo. Flexionó los
dedos hinchados para asegurarse de que aún funcionaban.
Podía moverlos, pero no sentirlos.
—Deberías haber huido —dijo Jean, demasiado cansado y
dolorido como para insuflar ningún odio a sus palabras.
—Me crie rodeado de dolor —dijo Neil—. Dos semanas
aquí no cambiarán nada.
—Tres —dijo Jean.
Neil lo miró.
—Solo accedí a dos. Me voy el día de Nochevieja.
Jean cerró los ojos e inclinó la cabeza aún más hacia
atrás bajo el chorro.
—Mocoso ignorante. Esto es el Nido de los Cuervos.
Nuestro tiempo es diferente al vuestro. Vivimos en días de
dieciséis horas. Ya lo verás.
Neil estaba demasiado cansado como para aguantar su
dramatismo, así que se centró en lavarse. Se puso la ropa
más ancha que había traído y siguió a Jean hasta la cocina.
Apenas saboreó nada de lo que se metió en la boca, pero
necesitaba guardar fuerzas. Jean colocó los platos de
ambos en el lavavajillas y llevó a Neil de vuelta al Ala
Negra.
Riko los estaba esperando en su dormitorio. Neil no lo vio
hasta estar dentro de la habitación y entonces ya era
demasiado tarde. Jean echó el pestillo de la puerta y se
recostó contra la hoja. Neil se planteó intentar apartarlo,
pero se le habían acabado las fuerzas y no tenía adónde ir.
Fue hacia su cama como si no le importara estar atrapado
allí con ellos y se sentó en el filo del colchón. Miró los libros
y pensó en la carta de Kayleigh, pensó en Jean y en Kevin
aguantando aquella situación día tras día, año tras año.
Riko se levantó de su cama y Neil lo miró. Estaba
sonriendo y su expresión hizo que se le revolviera el
estómago. Su padre lo había mirado con odio y furia, pero
nunca lo había mirado así, como si derramar la sangre de
Neil fuera la mejor parte de su día. El Carnicero era un
asesino despiadado con un temperamento irritable, pero se
deleitaba en la muerte y el miedo, no en el dolor y la
sumisión.
—No te acerques a mí —dijo Neil.
Riko se sacó una navaja del bolsillo y la abrió.
—Creía que no le tenías miedo a los cuchillos, Nathaniel.
¿O acaso estabas mintiendo para sentirte mejor?
Se sentó de lado en el colchón junto a Neil. Lo miró como
si estuviera imaginando cómo sería desollarlo vivo y
obligarlo a comerse los trozos sanguinolentos. Su expresión
indicaba que estaba disfrutando de la fantasía. Neil
consiguió por los pelos no encogerse cuando Riko le colocó
la punta de la hoja en los labios. Jean se acercó a ellos,
pero Neil no se atrevió a apartar la mirada de Riko para
mirarlo.
—Me va a encantar torturarte —dijo Riko—, igual que me
encantó hacérselo a Kevin.
—Estás fatal de la cabeza, de verdad —dijo Neil.
Riko le metió el cuchillo en la boca y presionó, con la
fuerza suficiente como para cortar la piel en la comisura de
los labios, pero no lo bastante profundo como para
provocar un daño real.
—Cierra el pico y túmbate —dijo Riko—. No tenemos
mucho tiempo y le prometí al amo que te pondría a raya
antes del entrenamiento nocturno.
—Te odio —dijo Neil alrededor de la hoja.
—Túmbate —repitió Riko— y pon las manos en el
cabecero.
Neil se echó bocarriba y levantó los brazos por encima de
la cabeza. Jean le agarró las manos y las guio hasta el lugar
indicado. Neil sintió la madera bajo los dedos y se aferró
con fuerza. Jean lo soltó solo para cerrarle algo de metal
frío alrededor de las muñecas. Neil intentó mirar, pero el
cuchillo que tenía en la boca no lo dejaba moverse. Aun así,
Riko sintió cómo se tensaba y retiró la navaja. Neil alzó la
mirada y se arrepintió de inmediato. Unas esposas de metal
ataban sus muñecas al cabecero. Tiró con los brazos con
todas sus fuerzas, consiguiendo casi arrancarse la piel,
pero el cabecero ni siquiera crujió.
—¿Quién es tu rey, Nathaniel? —preguntó Riko.
Neil le escupió en la cara.
Riko se quedó congelado y alzó una mano para tocar el
escupitajo en su mejilla. Se miró los dedos húmedos un
momento, necesitando verlo para creerlo, y después agarró
el rostro de Neil. Le abrió la boca a la fuerza y escupió
dentro. Una mano le tapó la boca y evitó que lo echara.
Jean se subió a la cama y se le sentó en las piernas antes de
que Neil pudiera darle un rodillazo a Riko en la espalda.
Este le puso el cuchillo contra el cuello y coló el filo bajo su
piel.
—Voy a hacer que esto sea tan horrible para ti como
pueda —le prometió—. Cuando no aguantes más, no te
cortes: grita.
CAPÍTULO DIECISÉIS
«Pasajeros del vuelo 227 con destino Las Vegas, por
favor, acudan a la puerta A19. Comenzaremos el embarque
en unos momentos.»
Neil no recordaba haberse quedado dormido, pero abrió
los ojos, adormilado, y fijó la mirada en las luces
fluorescentes del techo. Sentía vibrar el cristal frío contra
los hombros y el pelo, apoyado contra la ventana. Oyó el
rugido amortiguado del motor de un avión mientras
recorría la pista a toda velocidad. El cristal dejó de vibrar
antes de que el ruido se acallara por completo. Se frotó los
ojos con las manos enguantadas y se arrepintió de ello de
inmediato. Los guantes ocultaban los vendajes, pero no
ayudaban a calmar el dolor. Apretó las manos en puños,
siseando con los dientes apretados por lo mucho que dolía.
Una vez que comprobó que aún tenía todos los dedos, dejó
caer las manos sobre el regazo.
—Pasajeros del vuelo 1522 con destino Atlanta, les
advertimos de que ha habido un cambio de puerta. Este
vuelo embarcará ahora por la puerta A16. Repito: el vuelo
1522 con destino Atlanta, Georgia, realizará el embarque a
través de la puerta A16. Por favor, acudan a la nueva
puerta para evitar retrasos.
El aviso volvió a repetirse unos segundos después, esta
vez en español. Por un instante, Neil se sorprendió de que
no fuera en francés. Había pasado tanto tiempo con Jean
que se le había olvidado que existían otros idiomas. En
teoría, Jean tenía prohibido hablar en francés, ya que Riko
no podía entenderlo, pero lo había usado para susurrarle a
Neil cuando estaban lo bastante lejos de Riko como para
que no pudiera oírlo. Jean se habría burlado de su
confusión, pero no estaba allí. Neil miró hacia el asiento
contiguo y vio solo su bolsa. Jean no estaba por ninguna
parte.
Estaba en un aeropuerto, así que Jean debía de estar al
otro lado del control de seguridad. Neil tendría que volver
para decirle que se había quedado dormido y había perdido
el vuelo. Sin embargo, cuando miró a su alrededor en busca
de una señal que le indicara cómo llegar a la zona de
salidas, reconoció la decoración hortera del aeropuerto
Upstate Regional.
El Upstate estaba en Carolina del Sur, pero Neil no
recordaba haber salido de Virginia Occidental. Ni siquiera
recordaba haber salido del Castillo Evermore. Neil se
aferró a los reposabrazos de su asiento para incorporarse y
miró por la ventana. Fuera estaba oscuro; se había hecho
de noche y él no se había dado ni cuenta. Forcejeó con su
memoria mientras esta se negaba a cooperar y al final se
dio por vencido. Daba igual cómo hubiera llegado hasta allí,
lo importante era que allí estaba.
Llegar hasta allí era solo la primera parte, ahora tenía
que conseguir ponerse en pie. Contuvo el aliento mientras
se levantaba de la silla como podía. Por un momento, pensó
que las piernas iban a fallarle, pero lo sostuvieron. Agarrar
el asa de la bolsa con la mano le dolió, pero se aferró a ella
de todas formas. No era capaz de sentir su peso contra la
cadera. Necesitaba saber que la tenía consigo.
Renqueó hasta la zona de llegadas. Debería haber sido un
camino corto, pero avanzaba con la velocidad y la agilidad
de alguien seis veces más viejo. Se sentía como si cada
centímetro de su cuerpo hubiera pasado por una
trituradora. Consiguió llegar hasta el área de recogida de
equipaje antes de darse cuenta de que no tenía adónde ir ni
ningún modo de llegar hasta allí. Se quedó mirando las
cintas trasportadoras como un imbécil y después fue
cojeando hasta la pared. Caminó junto a ella hasta
encontrar un enchufe. Las manos le ardieron de dolor
mientras rebuscaba en la bolsa, pero al fin encontró el
móvil. Por supuesto, estaba sin batería. Lo más probable
era que llevara dos (¿tres?) semanas apagado. Lo enchufó y
esperó.
Cuando estuvo lo bastante cargado como para
encenderlo, todos los mensajes que se había perdido
durante las vacaciones empezaron a llegar. Neil intentó
buscar en la lista de contactos, pero las notificaciones no
paraban de interrumpirlo. Se rindió y observó mientras los
nombres pasaban uno tras otro. No era ninguna sorpresa
que la mayoría de mensajes fueran de Nicky. Incluso había
alguno de Aaron y Allison. El único nombre que faltaba era
el de Andrew.
Por fin, el teléfono terminó de descargar todas las
novedades del servidor y Neil pudo acceder a sus
contactos. Primero vio el nombre de Andrew, después el de
Kevin y al final pulsó el tercer número que Andrew había
programado en su marcación rápida.
Wymack contestó al cuarto tono.
—¿Tienes un buen motivo para molestarme en
vacaciones?
—No sabía a quién llamar —dijo Neil.
Apenas reconoció su propia voz. La última vez que había
abierto la boca había sido para gritar; al parecer, sus
cuerdas vocales aún no se habían recuperado. Apoyó la
frente contra la pared e intentó respirar. No era capaz de
recordar la última vez que respirar no había sido un
esfuerzo.
—¿Neil?
—La
afectación
huraña
que
Wymack
acostumbraba a fingir desapareció de inmediato de su voz;
el tono afilado que lo sustituyó estaba cargado de alarma—.
¿Estás bien?
Neil sonrió. Fue como si el gesto le desgarrara el rostro.
—No, no estoy bien. Sé que es un poco repentino, pero
¿puedes venir a por mí? Estoy en el aeropuerto.
—No te muevas de ahí —dijo Wymack—. Voy para allá.
Neil asintió, aunque sabía que no podía verlo, y colgó. No
tenía fuerzas para seguir en pie, así que se arrodilló y puso
un temporizador de quince minutos en el teléfono. Cuando
sonó, arrancó el cargador de la pared y salió cargando con
su bolsa. Se sentó en el bordillo de la acera con los pies
sobre el asfalto e ignoró los pitidos enfadados de los
conductores que pasaban. Estaba tan abstraído que no se
dio cuenta de que Wymack había aparcado junto al bordillo
a pocos metros de distancia hasta que notó el peso de una
mano en el brazo.
—Levanta —dijo Wymack—. Salgamos de aquí.
Neil se aferró a la manga de Wymack y dejó que lo
pusiera en pie. El entrenador le abrió la puerta del copiloto
y lo observó mientras se subía al coche. Una vez que estuvo
asentado, cerró la puerta de un portazo y dio la vuelta
hasta el lado del conductor. Neil se preparó para que lo
avasallara a preguntas, pero Wymack no dijo nada. Neil vio
desaparecer el aeropuerto tras ellos, contempló las señales
borrosas a través de la ventana y se permitió cerrar los
ojos.
Cuando volvió a abrirlos, estaba tumbado bocarriba en el
sofá de Wymack. El entrenador había sacado la silla de su
despacho al salón para poder vigilarlo. Había una botella
de whisky casi vacía en la mesita entre los dos. Estaba
cerrada, pero aun así Neil era capaz de oler el alcohol. Se
incorporó con una mueca de dolor y miró a Wymack
imitando la expresión cautelosa del entrenador.
—Lo siento.
—Suenas igual que Neil —dijo Wymack—, pero tu aspecto
es diferente. Quiero una explicación completa y sin
acompañamiento de gilipolleces, si te parece.
Neil se lo quedó mirando sin comprender de qué hablaba.
La respuesta estaba ahí mismo, la tenía al alcance de la
mano, un destello azul lleno de pánico y un cristal astillado.
Se peleó con su memoria con desesperación, pero fue su
cuerpo el que se adelantó. Se llevó una mano al pelo y
entonces lo recordó. El horror fue como ácido corriendo
por sus venas que lo devoraba desde dentro e hizo que se
pusiera en pie de golpe.
—No —dijo, pero ya era demasiado tarde como para
cambiarlo.
Wymack se levantó cuando Neil trastabilló hacia la
puerta, pero no intentó detenerlo. Neil empujó la puerta del
baño para abrirla y encendió la luz. El rostro que lo
esperaba en el espejo era lo bastante horrible como para
hacer que le fallaran las piernas. Se aferró al lavabo
mientras caía de rodillas, pero no tenía fuerzas para
mantenerse en pie.
De vez en cuando se había teñido el pelo de marrón, pero
nunca de aquel tono, jamás de ninguno parecido. Aquel era
su color natural y aquellos eran sus ojos de verdad. Aquel
era el rostro de su padre. Los vendajes y los moratones no
bastaban para esconder al hombre que había visto en el
espejo. Pensó que iba a vomitar, pero ni siquiera tenía
fuerzas para ello.
—Respira —dijo Wymack.
No se dio cuenta de que había dejado de hacerlo hasta
que Wymack le golpeó la espalda con el puño y obligó al
aire a volver a entrar en sus pulmones. Arañó el armario y
se atragantó cuando fue por fin capaz de inspirar por
primera vez. Tuvo que apretar los dientes para contener un
grito que no se atrevía a emitir. Era demasiado tarde,
Wymack no podía fingir no haberlo visto. Él no sabía a
quién estaba viendo, pero eso no importaba.
El chasquido de un mechero consiguió despertarlo antes
de perderse por completo y Neil tomó el cigarrillo que
Wymack le ofrecía. Lo acunó cerca de su rostro e inspiró
tan profundamente como pudo. Respirar le dolía, pero lo
hizo de todas formas. Cada inspiración hacía que le tiraran
los puntos y vendajes que se adherían a su piel. Se apretó
la mano que tenía libre contra el abrigo, intentando sentir
la gasa a través de la lana gruesa. Al final, inspiró con tanta
fuerza que se atragantó. La intensidad de la tos que lo
sobrecogió parecía que iba a romperle algo, pero cuando
dejó de toser se estaba riendo.
El sonido era retorcido y parecía estar fuera de lugar en
aquel espacio sofocante, pero no podía parar. Se mordió la
mano para ahogarlo, sin éxito. Estaba a un parpadeo de
caer en la histeria.
—Neil —dijo Wymack—. Necesito que hables conmigo.
—Creo que se me han saltado los puntos —dijo Neil—. Me
parece que estoy sangrando.
—¿Dónde?
—¿Por todas partes? —supuso Neil e intentó
desabrocharse el abrigo con una sola mano.
Wymack se la apartó. Neil dejó que se peleara con los
botones y la cremallera, pero los dos tuvieron que poner de
su parte para poder quitárselo. Neil agarró la punta de uno
de los dedos de un guante con los dientes y tiró, haciendo
una mueca al sentir un pinchazo en la mejilla como
consecuencia. Wymack se percató del gesto y alargó una
mano hacia su rostro. Neil solo se dio cuenta de que llevaba
vendajes en la cara cuando Wymack empezó a despegar la
gasa y el esparadrapo.
El entrenador se quedó inmóvil tan de repente que Neil
pensó que se había convertido en piedra.
—¿Qué coño tienes en la cara, Neil?
Este se peleó para quitarse el guante y se tocó la piel con
dedos desnudos. No notaba nada, así que se agarró al
lavabo y trató de ponerse en pie. Wymack dejó que lo
intentara solo una vez y después se levantó para tirar de él.
Neil no estaba preparado para volver a ver su reflejo.
Estaba aún menos preparado para ver el «4» que tenía
tatuado en el pómulo izquierdo.
Wymack no había anticipado una reacción violenta.
Aquella fue la única razón por la que Neil consiguió echarlo
del baño. Pasó por su lado a toda velocidad y corrió hasta la
cocina. Para cuando el entrenador lo alcanzó, ya había
sacado un cuchillo del bloque de madera que había en la
encimera. Wymack lo agarró por la muñeca antes de que
pudiera llevárselo a la cara. Neil forcejeó como un animal
enjaulado, pero Wymack le estampó la mano contra la
encimera hasta que consiguió que el cuchillo se le
escapara. Neil intentó recuperarlo, pero Wymack lo
arrastró consigo hasta el suelo. Lo rodeó con ambos brazos
y lo sujetó con fuerza. Neil no podía hacer nada salvo
intentar liberarse hasta quedar agotado.
—Ey —dijo Wymack contra su oído, contundente y
cargado de insistencia—. Ey. Todo va bien.
Las cosas nunca habían ido bien. Estuvieron cerca de ello
en parches fugaces, momentos robados con sus
compañeros de equipo y sus victorias en el último segundo,
pero todo había estado ensombrecido siempre por la
horrible verdad. Con cada parpadeo, recordaba un poco
más de sus vacaciones de Navidad. Con cada movimiento,
sentía las manos de Riko y los cuchillos y el fuego contra su
piel. Había permitido que Riko lo destrozara una y otra vez
porque era la única forma de sobrevivir, porque ceder
debería haber evitado que se rompiera, pero Neil no sabía
si podía volver a reconstruirse una vez más. No era lo
bastante fuerte. Nunca lo había sido. Su madre había sido
su único apoyo, pero ella ya no estaba.
—Neil —dijo Wymack.
«Neil», así lo llamaba su entrenador, incluso cuando tenía
aquel aspecto, incluso con el rostro y los ojos de su padre y
el número de los Moriyama en la cara. «Neil», dijo
Wymack, y él deseaba que fuera cierto con todas sus
fuerzas. Dejó de forcejear; las manos que habían estado
intentando deshacerse de los brazos de Wymack ahora se
aferraban a estos como si le fuera la vida en ello.
—Ayúdame —dijo con los dientes apretados.
—Déjame hacerlo —contestó Wymack, así que Neil cerró
los ojos. Wymack no dijo nada más hasta que Neil consiguió
calmar su respiración—. ¿Qué coño ha pasado? Lo último
que supe fue que ibas a pasar la Navidad con tu tío.
—Mentí —dijo Neil—. Andrew va a volver el martes,
¿vale? Si aún no han llamado a Betsy del Easthaven para
que vaya alguien a recogerlo lo harán pronto.
—Llamaron ayer —dijo Wymack—. ¿Qué tiene que ver
Andrew con esto?
—Solo lo importante —dijo Neil.
—Eso no es una respuesta.
—Lo siento.
—Cierra el pico —dijo Wymack, así que Neil se sosegó.
Pasaron un par de minutos sentados en silencio hasta que
Wymack habló—. ¿Te puedo soltar y confiar en que te
comportes? ¿O vas a intentar cortarte la cara otra vez?
Quiero revisarte los puntos.
—Me portaré bien —dijo Neil.
—Perdóname si no me fío de ti —dijo Wymack, pero lo
soltó.
Los dos se pusieron de pie. Wymack lo decía en serio
cuando dijo que no se fiaba de Neil, porque lo llevó hasta el
salón, lejos de todos los cuchillos. Le pidió con un gesto
que se quitara la camiseta, pero Neil no era capaz de
moverse para hacerlo. Wymack lo miró un momento y
después fue a la cocina a por las tijeras. Las agitó en
dirección a Neil en una pregunta muda y él asintió. Se
quedó inmóvil mientras Wymack le cortaba la camiseta.
El entrenador no hizo ningún comentario sobre las
cicatrices. Tampoco sobre la cantidad de vendajes que le
envolvían el pecho y el abdomen o los moratones que se
entreveían alrededor la gasa. Se limitó a repasarlo con una
mirada clínica y tocar cada línea de puntos en busca de
debilidades. Neil se quedó quieto y en silencio y lo dejó
hacer. Se le habían saltado un par de puntos en el costado,
en la zona de la cintura, pero el corte estaba casi curado de
todas formas. Wymack presionó la piel para ver si
sangraba, pero los dedos quedaron limpios.
Wymack le despegó los vendajes manchados de sangre y
los dejó sobre la mesa. Revisó los daños y se marchó. Neil
oyó el ruido de un cajón abriéndose y cerrándose, y el grifo
correr durante unos segundos. Wymack regresó con un
paño mojado y un pequeño botiquín. Neil intentó quitarle el
paño, pero no podía cerrar la mano lo suficiente como para
agarrarlo. Wymack se la apartó y le limpió la sangre de la
piel. Le hizo daño, pero Neil apretó los dientes y no se
quejó.
Aquello le hizo pensar en las largas noches mientras
huían, en recuperar el aliento en pisos francos por todo el
mundo. Durante un momento, Neil recordó la sensación de
los dedos de su madre contra la piel. Recordó el dolor de la
aguja entrando y saliendo mientras volvía a coser las piezas
de su cuerpo hasta hacer que estuviera entero. Había un
calor nuevo subiéndole por la garganta y provocando que le
escocieran los ojos: pérdida. Parpadeó con todas sus
fuerzas para deshacerse de él.
—Un día hablaremos de todo esto —dijo Wymack en voz
baja.
—Después de los finales —dijo Neil sin mirarlo—. Cuando
hayamos derrotado a los Cuervos. Entonces te contaré todo
lo que quieras saber. Diré la verdad y todo.
—Me lo creeré cuando lo vea.
Wymack se llevó los vendajes sucios y el paño. Neil se
dejó caer en el sofá y contempló la botella de whisky del
entrenador. Había un vaso vacío a un lado. No le costó nada
de esfuerzo llenarlo y aún menos volver a vaciarlo. El calor
le resultaba familiar, igual que el regusto amargo.
—Creía que no bebías —dijo Wymack desde el umbral.
—Y no bebo —dijo Neil—, a no ser que sea necesario.
Solíamos usar el alcohol como anestésico porque no
podíamos arriesgarnos a ir al hospital. —Las palabras le
quemaron los labios más que el whisky. Dejó el vaso y
repasó el borde con los dedos. No lo soltó hasta estar
seguro de que la mano había dejado de temblarle y después
repasó la peor de sus cicatrices con el dedo índice—.
Demasiadas preguntas. Demasiado tiempo malgastado. Lo
más seguro era tratar el dolor con alcohol.
Apretó la mano y la dejó en el regazo.
—¿Es suficiente, entrenador? Es una verdad en préstamo
para que aguantes hasta primavera.
—Sí —dijo Wymack—. Es suficiente por ahora.
Wymack envolvió las heridas de Neil con vendajes limpios
y recuperó su asiento. Los dos se sentaron en silencio,
Wymack observando a Neil y Neil examinando sus propias
manos. Se peleó contra su memoria, que se negaba a
cooperar, intentando recordar su estancia en el Evermore.
Cuando la pieza más importante encajó en su lugar, fue
capaz de respirar al fin.
—No firmé —dijo Neil, levantando la vista de sus manos.
Se llevó los dedos al rostro. No sentía el tatuaje, pero había
pasado el tiempo suficiente mirando el de Kevin como para
saber dónde estaba—. Me dio un contrato, pero me negué a
firmarlo. No pudo obligarme. Todo esto no significa nada.
Sigo siendo un Zorro.
—Por supuesto que sí —dijo Wymack.
Neil asintió y miró el reloj. Quedaban cinco minutos para
la medianoche.
—¿Vamos a ver caer la bola? Quiero pedir un deseo.
—Los deseos se piden a las estrellas fugaces —dijo
Wymack—. La Nochevieja es para decidir nuevos
propósitos.
—Eso también me vale —dijo Neil.
Wymack sacó el mando de debajo de uno de los cojines
del sofá y encendió la televisión. La habitación se llenó de
ruido y música. Las cámaras enfocaron a la multitud
mientras un grupo actuaba en el escenario. Neil buscó los
rostros de sus compañeros entre la gente. Sabía que no los
encontraría, pero necesitaba buscar de todas formas.
Miró el teléfono, vio que la batería estaba parpadeando
muy baja y abrió los mensajes de todas formas. No los leyó.
No tenía tiempo y la batería no aguantaría tanto. Aun así,
tenía justo la suficiente para escribir un mensaje grupal, así
que mandó un sencillo «Feliz Año Nuevo» a los Zorros.
Betsy les había dicho que a Andrew le habían confiscado el
móvil mientras estuviera en Easthaven, pero Neil añadió su
número de todas formas y le dio a ENVIAR.
La respuesta fue casi inmediata. Para cuando la cuenta
atrás hacia medianoche apareció en la pantalla, para
cuando Neil alzó la vista y vio cómo la bola brillante
comenzaba su descenso, ya había tenido noticias de todo el
equipo, la mayoría con todo en mayúsculas y signos de
exclamación extras. Los había ignorado durante todas las
Navidades, pero ahora parecían encantados de tener
noticias suyas. Eran su familia y él era la suya. Por ellos,
cada corte, moratón y grito merecía la pena.
Neil contempló la bola tocar el fondo. Era enero. Un
nuevo año. Quedaban dos días para que dejaran libre a
Andrew, once para el primer partido del campeonato y
cuatro meses para la final.
Enfrentarse a los Zorros sobre la cancha en primavera
sería el último error que Riko cometería jamás.
Connuá...
Aadecimit de la auta
Mi gratitud infinita a KM, Amy, Z, Jamie C y Miika, que
salvaron esta historia y evitaron que fuera un desastre
ininteligible. Gracias por tolerar mi locura, mi dependencia
y por no matarme cuando me puse en contacto con
vosotros en el peor momento posible del año.
Gracias a mi hermana pequeña, que una vez más diseñó
la cubierta original.
Para más información sobre el exy, puedes consultar el
folleto Exy: Normas y reglamento en www.kakaobooks.com
o
visitar
el
blog
de
la
autora
en
courtingmadness.blogspot.com.
Créd
Título original:
The Raven King (All For The Game #2)
© de la edición en español:
A. C. KAKAO BOOKS – Libros por la diversidad, 2023
www.kakaobooks.com – [email protected]
Reservados todos los derechos.
Cualquier forma de reproducción, distribución,
comunicación pública o transformación de esta obra solo
puede ser realizada con la autorización previa de sus
titulares. La infracción de estos derechos es constitutiva de
delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes
del Código Penal). En pocas palabras: compra, presta libros
o usa las bibliotecas, pero no piratees. Nos cuesta mucho
traducir y editar estos libros.
Edición digital:
Mayo de 2023
Ilustración de cubierta:
Xènia Ferrer
Traducción:
Lourdes Ureña Pérez
Correcciones:
Ángel Belmonte Rodes
Maquetación digital:
Diana Gutiérrez
El diseño de colección de KAKAO BOOKS es obra de Diana
Gutiérrez. El logotipo está diseñado por Rodrigo Andújar
Rojo.
ISBN (EPUB): 978-84-124926-5-1
Thema: YF
IBIC: YF
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