La dehesa, evolución histórica. El término dehesa procede del castellano defensa, que hace referencia al terreno acotado al libre pastoreo de los ganados trashumantes mesteños que recorrían el suroeste español (San Miguel, 1994). Parece pues correcto aceptar, según Manuel Gutiérrez (1992), que la costumbre, ya de los romanos, de establecer latifundios en territorios marginales sea el verdadero origen de las dehesas, consideradas como superficies amplias controladas por un único propietario; también hay que tener en cuenta que es más fácil que se tale una dehesa dividida entre los pequeños propietarios que en el caso contrario. Hasta el año 924 no aparece la voz dehesa, según el diccionario de Corominas, aunque con anterioridad nos encontramos en las Leyes visigodas el término referido al acotamiento de fincas, el llamado pratum defensum, seguramente tomado de los romanos. Tiene, por tanto, un origen histórico que se remonta a épocas remotas. Quizás sea con la Reconquista y la concesión de grandes extensiones a las Ordenes Militares1, los Señoríos y los Concejos de Realengo cuando se impongan las grandes propiedades. No obstante, la propiedad de la tierra en esta época no era ejercida de manera plena, sino que se diferenciaba el suelo y el vuelo, cada uno de los cuales también se dividía en dos períodos de seis meses, comenzando en San Miguel hasta finales de marzo, que corresponde con el período más productivo, y el otro se extendía entre la primavera y el verano. La creación de las Cañadas Reales provoca gran número de conflictos entre los trashumantes mesteños y los habitantes de los principales Concejos debido al empleo por aquellos de los mejores pastos para su ganado. Surge entonces el término defendere, con el que se denomina el permiso concedido por parte del rey para acotar y cerrar las fincas ante los impresionantes privilegios de los que disfrutaba el Real Concejo de la Mesta. Esta nueva figura supone: el mantenimiento de la explotación del pastizalencinar principalmente con cabaña porcina, aunque en lo que a Extremadura se refiere, provoca la aparición de los primeros rebaños merinos, así como el sistema de arrendamiento de pastizales a los rebaños trashumantes (Hernández, 1995). Con las desamortizaciones aparecen las grandes propiedades personales, unificando las distintas titularidades que recaían sobre las dehesas. Hernández (1995), afirma que “la desamortización permitió la conservación de las dehesas de encinar-pastizal prácticamente intactas hasta nuestros días, evitando así la desaparición del bosque mediterráneo adehesado”. Una opinión opuesta sostiene Gutiérrez (1992): “la situación local llegó a ser tan extremada que provocó motines y revueltas, siempre ahogadas en sangre, pero que terminaron por obligar a los gobiernos en los siglos XVIII y XIX a tomar medidas como la desamortización de los bienes de la iglesia, que no cubrieron, en absoluto, los objetivos deseables, pues fueron adquiridos por los más ricos. Sin embargo, perjudicaron al bosque, que se taló para poner más suelos en cultivo...Algunas (dehesas) fueron pagadas, total o parcialmente, talando todo o parte del monte y vendiendo el producto como leña, carbón y cisco”. En los años de la postguerra, lo delicado de la situación vino a ponerse de manifiesto de forma muy intensa. Eran tiempos de hambre y miseria para una gran parte de la población campesina. La necesidad de obtener alimento forzó a incrementar drásticamente las zonas de cultivo; fueron muy pocas las dehesas y pastizales que quedaron sin cultivar. Esta presión también afectó al arbolado y quedó reflejada en la destrucción de amplias superficies de bosque adehesado (Gutiérrez, 1992). A partir de mediados de este siglo, la aparición de la peste porcina africana provoca el declive del cerdo ibérico y, por tanto, del aprovechamiento de la bellota, pasando a una fase de abandono de la producción forestal en favor de los cultivos, siendo uno de los factores responsables de la tala y el aclareo abusivo del encinar, con lo que se desencadenan importantes problemas de degradación (Hernández, 1995). Desde el despegue económico en los años sesenta se han roto muchos esquemas tradicionales en la explotación de las dehesas. Manuel Gutiérrez (1992), afirma que el proceso puede resumirse en los siguientes apartados: - La mano de obra es escasa, cada vez menos cualificada para los trabajos específicos de la dehesa y mucho más cara. Es factor determinante para la explotación, que tiende a estar más mecanizada (se consolida el período de dura deforestación y puesta en cultivo de los pastizales, iniciado después de la guerra civil) y menos diversificada. - Tanto los nuevos propietarios como los tradicionales, que ahora son responsables directos del control de sus fincas, han realizado importantes inversiones financieras para dotarlas de unas bases de explotación sólidas. - Como consecuencia de la falta de pastores, vaqueros, porqueros, etc., que fueron abundantes y mal pagados, y en la actualidad son relativamente escasos y caros, la ganadería y explotación de las dehesas se ha simplificado; una dehesa generalmente ya no tiene vacas, ovejas, cerdos, etc., sino una sola especie dominante, preferentemente vacas. - La casi desaparición del cerdo ibérico, (debido a la peste africana y otras, al mayor rendimiento de razas importadas en los sistemas de producción intensivo, al alto costo y escasez de porqueros, etc.), tendencia que ha remitido, principal consumidor de bellota; la sustitución de la madera por cemento y hierro, de leña por gas, petróleo o electricidad; la alta demanda de cereal para el consumo humano o para producción intensiva de carne (régimen de cebadero), etc., han favorecido la eliminación de los árboles; los más corpulentos ya no eran necesarios, y además presentaban serios obstáculos para la maquinaria agrícola. - La crisis energética iniciada en 1973, ha reactivado la demanda de madera como fuente de energía, incentivando así la destrucción del monte, hasta nuestros días. 2. El concepto de dehesa La dehesa es un ecosistema de creación humana a partir del bosque de encinas primitivas1[2]. Surge como consecuencia de la actividad humana empeñada en arrebatar tierras al bosque y poderlas destinar como pastizal2[3] que alimente a la cabaña ganadera3[4] (Penco, 1992), pasando por dos fases, una primera en la que inicialmente se aclara el bosque denso de quercíneas y otra de control de la vegetación leñosa y estabilización del pastizal (San Miguel, 1994). Existen multitud de definiciones de lo que se ha venido entendiendo con el término dehesa. Así, Campos Palacín (1992) define la dehesa como “un sistema agroforestal cuyos componentes leñosos, pascícolas, ganaderos y agrícolas interactúan beneficiosamente4[5] en términos económicos y ecológicos en determinadas circunstancias de gestión”, no obstante, advierte que las “circunstancias actuales” predominantes son las degradantes del suelo y la vegetación, debido a que priman los intereses económicos. Para Martín Galindo (1966), la dehesa “es una creación humana5[6] sobre un suelo pobre y frente a un clima hostil. En ella se trata de armonizar en difícil equilibrio, el aprovechamiento agrícola, ganadero y forestal de un espacio dotado de condiciones físicas poco flexibles”. En la siguiente línea se define Parsons (1966) al escribir que “el monte hueco de encinas representa una formación forestal inestable, sólo mantenida gracias a la continua intervención humana”, a tenor de lo que Martín Lobo (1992), afirma que “la dehesa es estrictamente poco ecológica6[7]”. Al estudiar la vegetación Martín Bolaños (1943) considera que la dehesa aparece “como una forma degenerada del encinar, en una situación peniclimax, mantenida por el trabajo del hombre7[8].” Montoya (1993) destaca la complejidad de este sistema agrario exponiendo que se trata de un sistema ecológico en el que se mantiene el equilibrio agrosilvopastoril. La Ley 1/1982, de 2 de mayo, sobre la Dehesa en Extremadura8[9] define el concepto de dehesa en función simplemente de la superficie de la explotación, sin que se concreten aspectos acerca de la gestión de la tierra, o de la existencia de arbolado. Se considera dehesa cualquier finca rústica de más de 100 ha. susceptible de aprovechamiento ganadero en régimen extensivo9[10]. La dehesa puede definirse desde un punto de vista ecológico-biológico, como un tipo de ecosistema seminatural “a type of pasture with scattered trees of evergreen and decidous oaks...” (Scarascia et al., 2000), o bien, desde la perspectiva de manejo, considerándose un sistema agroforestal “another form of tree vegetation management is the “dehesa”; since cereals are often grown under the tree cover, the “dehesa” can be considered as a specific agroforestry system” (Scarascia et al., 2000) En función de sus producciones se define como el “sistema de uso del suelo orientado a la producción simultánea y combinada de cerdo ibérico, ganado ovino, caza menor, leña, carbón y eventualmente corcho”. (Fernández et al., 1998). Además, “en la dehesa siempre se ha practicado alguna ganadería de vacuno y algo de caza mayor, que ahora ha pasado a ser predominante en algunas áreas” (Fernández et al., 1998). Debido a esta diversidad de usos “el territorio adehesado se puede considerar un mosaico10[11], quedando conformado por distintas teselas con diferentes usos y aprovechamientos: monte, labor y pasto” (Cuevas et al., 1999). No obstante, aunque un tipo de manejo agroforestal “Agroforestry is the joint production of trees with agricultural crops and/or animals”, la existencia de una fauna salvaje hace más conveniente aplicar el término “agrosilvopastoril”, “Agrofoesters group systems based upon their structural components into...agrosilvopastoral (trees+pastoral+livestock) systems” (Harris et al., 1996). Por lo tanto, el término agrosilvopastoral va a hacer referencia a aquel sistema de uso de la tierra en el cual coexisten plantas leñosas perennes (árboles o arbustos), cultivos herbáceos o pastizales, junto a animales en libertad (Cuevas et al., 1999). Se diferencian de los usos agrícolas, forestales o ganaderos y esta función múltiple hace que los beneficios, tanto en producciones directas como indirectas, sean mayores que realizadas independientemente o por separado, revierten en la propia mejora y estabilización del sistema (Fernández et al., 1998). Existe una gran variedad de sistemas agrosilvopastoriles en España11[12], bajo otras especies arbóreas (Fernández, et al., 1998). En función de su fisonomía se incluye dentro del conjunto de ecosistemas llamados “sabaniformes12[13]” o “de parque”, constituyendo “praderas salpicadas de árboles”, (Penco, 1992), debido a la existencia de dos estratos vegetales, el primero dominado por pastos herbáceos sobre el que se asienta el arbolado constituido por especies del género Quercus. El objeto del aclareo13[14] del arbolado es el de incrementar la radiación solar incidente sobre el suelo, que potencia la producción de pastizal (Hernández, 1996). La densidad media es de unos 50-60 pies/ha. (Fernández et al., 1998). No obstante, según Hernández (1996), las densidades actuales, en concreto en el caso de Extremadura, se sitúan en el orden de 10-40 pies de encina por hectárea, cuando lo recomendable desde el punto de vista ecológico y económico sería cerca del doble. Gutiérrez (1992) afirma que la densidad del arbolado es enormemente variable, apuntando como única observación válida que es superior en pastizales que en tierras de labor, y en éstas, superior a la de los prados de vega o canales de drenaje, debido al exceso de humedad. Se sugiere la necesidad de establecer distintas densidades en función de la orientación, la pendiente y la calidad del sustrato. Así, se diferencian zonas según densidad en función del tipo de uso: establecimiento de labor permanente (densidad baja o ausencia), labor alternativa con pastizal (densidad baja), vaqueriles (densidad media y alta) y cumbres y roquedos (densidad alta). Se concluye, pues, que la densidad depende en gran medida de la historia y el tratamiento recibido a lo largo de los años. En cuanto al tema de la riqueza, la diversidad alfa, cabría decir que si bien a gran escala la dehesa parece presentar un índice de diversidad paisajístico bajo o muy bajo, penetrando en una escala intermedia se comprueba una diversidad notable; aunque ni mucho menos próxima a la de las áreas serranas, pero sí más alta de lo esperable, sobre todo como consecuencia de una apreciable codominancia entre diversos elementos paisajísticos equilibrados. Respecto a la diversidad global obtenida por este método, considerando de momento sólo las unidades o elementos distintos, no sus superficies, se enmarca en una posición intermedia respecto a las zonas llanas y las serranas. Desde un punto de vista físico, el área adehesada se desarrolla sobre unos suelos delgados, oligotróficos (Fernández et al., 1998) de rocas silíceas, duras y ácidas, principalmente pizarras y granitos. Los suelos son pobres, ya que las zonas más fértiles han perdido su arbolado debido a las roturaciones. Hay que indicar que el aclareo del bosque mediterráneo genera una mayor complejidad edáfica que el bosque no intervenido (Genn et al., 1987). A pesar de la pobreza de los suelos se da una gran diversidad de ambientes edáficos, tanto por las variaciones en la fisiografía (litosuelos en partes altas frente a los aluviales en las vaguadas), como por la presencia del arbolado (que incrementa los niveles de nitrógeno y de materia orgánica), así como por las labores de pastoreo, considerado como “vector de fertilidad”, debido al reparto de sus deyecciones, a veces en flujo de fertilidad contrario a la gravedad, ya que el ovino tiende a establecer querencias en partes altas del terreno (Fernández et al., 1998). El clima es mediterráneo semiárido con calurosos y secos períodos en verano y relativamente fríos y húmedos inviernos, lo que lo convierte en un clima duro, con lluvias torrenciales e irregulares durante los meses de invierno, que oscilan de 250-800 mm de media (Bermejo, 1994). 3. El arbolado El mantenimiento de una parte del arbolado14[15] se debe a la multiplicidad de funciones que ejerce, tanto por su producción de bellotas o montanera como por su importancia ecológica, desempeñando numerosos efectos reguladores. Por ello, la dehesa puede definirse como la suma “de un capital circulante, el pasto, más otro estabilizador, estructuras leñosas, materia orgánica del suelo” (Cuevas et al., 1999). Cabe destacar la creación de un microclima debido a la intercepción de radiación solar, vapor de agua y precipitaciones, lo que genera una reducción de escorrentía15[16] (Mateos et al., 1995). También influye sobre la infiltración “Soil water repellency greatly reduced infiltration, especially beneath Quercus ilex canopies, where fast pondign and greater runoff rates were observed” (Cerdá et al., 1998). El efecto que tiene sobre el viento es el de reducir su poder desecante. La presencia del arbolado en la dehesa, por lo tanto, constituye una garantía del mantenimiento de la fertilidad a largo plazo, “frente a la alternativa contrapuesta de obtención de producciones herbáceas elevadas, con una rentabilidad alta, por consiguiente, a corto plazo, pero con repercusiones negativas para el futuro”. (Gutiérrez, 1992). La influencia del arbolado provoca que algunos nutrientes doblen sus concentraciones edáficas. No obstante, en lo que parece haber pocas dudas, (Gutiérrez, 1992) es que el enriquecimiento del suelo provocado por los árboles aumenta también las concentraciones de la mayoría de los nutrientes en el pastizal que crece bajo las copas de los árboles; principalmente de los elementos limitantes más importantes en las regiones de dehesa, en particular frente a los elevados requerimientos de los animales que pastan por estos nutrientes, el potasio y el fósforo. En ausencia de la fuerte inmovilización en materia orgánica de los nutrientes edáficos promovida por el estrato arbóreo, estos ecosistemas se empobrecerían gradualmente por la pérdida de los bioelementos que la vegetación herbácea por sí sola no es capaz de incorporar a sus tejidos vivos. La creación de un microclima bajo la copa16[17] debido al efecto de sombra que genera, permite el desarrollo de otras especies vegetales más umbrófilas, aumenta la diversidad beta de la dehesa (Fernández et al., 1998), e influye, este microclima sobre la germinación de las gramíneas, que es más rápida bajo la copa de la encina, efecto en el que es importante la influencia del suelo, del vuelo y la hojarasca del árbol17[18] (Genn et al., 1987). Esto hace extender la oferta de pastos18[19] de buena calidad y amortigua la fluctuación estacional de la producción. Además, la cantidad total de materia seca digestible producida anualmente por el estrato herbáceo bajo las copas de los árboles puede ser al menos similar, si no superior, a la producción en las zonas desarboladas (Gutiérrez, 1992). Incluso, se puede afirmar que en los medios pobres, lo más corriente es que la producción sea claramente superior bajo la influencia de la encina. Así, el efecto del arbolado puede ejercerse por modificación edáfica o por la diferenciación específica que experimenta el pasto, estando ambas causas fuertemente ligadas. Conviene advertir que aunque el arbolado de encinas llegue a tener una gran influencia sobre los elementos mencionados, esta influencia es mínima si se compara con las variaciones cuantitativas que se producen a lo largo del ciclo fenológico de las especies, por lo que el efecto que realiza el arbolado es consecuencia de la prolongación de dichos ciclos bajo la copa. El arbolado da cobijo a la fauna, tanto doméstica como silvestre, evitando la necesidad de construir refugios para el ganado; fertiliza a través de la deposición de materia orgánica en forma de hojarasca (menos cuantiosa si se compara con los bosques convencionales). Éste uso múltiple del árbol se expresa en toda su extensión al convertirse la broza en fertilizante del suelo (Cuevas et al., 1999); extrae nutrientes profundos que no pueden alcanzar arbustos ni herbáceas, hecho que se denomina “enmienda orgánica”. Por otro lado, la sombra ralentiza la combustión de la materia orgánica, sobre todo en épocas de alta insolación. Por todo lo anterior, se puede asegurar que las producciones más valiosas del monte mediterráneo son las denominadas “indirectas” (San Miguel, 1999). Este ecosistema seminatural se compone de un estrato arbóreo, formado por vegetación xerófila esclerófila, en donde predomina la encina, Quercus rotundifolia, sobre el alcornoque, Quercus suber. Quejigos, rebollos y robles aparecen en zonas más húmedas (San Miguel, 1994). La encina es un árbol que puede alcanzar los 25 m de altura, aunque en la dehesa raramente supera los 15 o 20 m.. Su porte es variable, dependiente de la zona donde vegete. El tronco es derecho, cilíndrico, de color cenicienta. Las ramas son abiertas entre erguidas y horizontales, robustas y muy ramificadas; la copa suele ser amplia, densa y redondeada (Fernández et al., 1998). La encina presenta una raíz muy penetrante, axonomorfa, pivotante y de fuerte crecimiento inicial, (Montoya, 1993). Se ramifica pudiendo dar renuevos y alcanzando los 10 metros de profundidad y gran extensión superficial, lo que indica su gran adaptación. Las hojas son simples19[20], alternas, más o menos pelosas y membranosas, con 3 o 4 años de vida. La forma es variable, así, las que se sitúan cerca del suelo son más coriáceas y presentan espinas, mientras que las superiores suelen ser más redondeadas. La foliación se da en primavera y caen en el período de reposo vegetativo (Fernández et al., 1998). Las flores son monoicas. Los amentos masculinos aparecen agrupados y las femeninas en grupo de dos. Debe mencionarse que el desarrollo y fisonomía de la encina van a depender en gran medida de la presión de los herbívoros ramoneadores (Gómez, 1992). Sin presencia de herbívoros, el crecimiento es más regular, el porte erguido, casi recto y cubierto de ramas laterales desde la misma base, lo que permite rebasar los 20 cm de tronco a 1,50 m de altura en menos e 30 años. Cuando un rebrote consigue sobresalir, pasa a constituir un pie dominante que llega a alcanzar un porte destacado, formando unidades más cilíndricas que semiesféricas, salvo en el casquete superior. No forman brazos poderosos como las encinas cuidadas de las dehesas, sino un tupido ocaso de ramas menores. Los árboles cuidados por el hombre presentan un desarrollo en función del tipo de poda (Calvo, 1999). Igualmente, la estructura del árbol denuncia la historia de la utilización de la dehesa en los últimos siglos (Gómez, 1992). Forman de tres a seis brazos debido al desmoche, que se realiza cada 15-20 años y, con el que se consigue que el árbol soporte una copa lo más amplia posible. Este desmoche descarga al árbol de la mayor parte de su fronda, dejando los brazos principales que rehacen la copa semiesférica. Otra modalidad de poda es el olivado, más ligero que el desmoche y más frecuente (cada 5-10 años), consiste en limpiar el árbol de chupones y material activo en el que la respiración supera a la producción. El hábitat del encinar es típicamente mediterráneo, aunque muy amplio al extenderse desde el nivel del mar hasta los 2000 metros de altitud, ya que soporta bien las limitaciones. No es exigente en cuanto al suelo, prefiriendo los suelos sueltos, ligeros y permeables, en los que adquiere el máximo desarrollo (Fernández et al., 1998). Se adapta a suelos pedregosos, tolerando mal los encharcables, salinos y yesosos. La función productiva20[21] del encinar se debe su aprovechamiento como recurso alimenticio para la cabaña ganadera, ya sea en forma de ramón, forraje cuya calidad varía con la fenología, aunque en general es baja, pero con un valor estratégico importante en la dehesa, o bien por su fruto21[22], cuya producción se denomina “montanera”. Sus producciones son variables, al rondar entre los 200-400 kg/ha/año, (Martín, 1986), 740 kg/ha/año en la dehesa salmantina según Gutiérrez (1992), aunque al tratarse de un árbol vecero, las producciones oscilan sensiblemente (Fernández et al., 1998), dependiendo de las condiciones climáticas durante la floración (heladas tardías y primaveras secas) o el posible ataque de plagas. Hasta tal punto es productivo, que ya a principios de siglo Joaquín Costa (1912) afirmaba “...como se ve, la producción del suelo con arbolado es superior a la renta que produce sembrada de cereales”. La bellota de encina22[23] se caracteriza por un elevado valor nutritivo, que supera al del quejigo y el alcornoque (San Miguel, 1994). Tiene un bajo contenido en proteínas y es rica en hidratos de carbono que fácilmente pueden ser transformados en grasa, materia prima ideal para la alimentación del ganado porcino en especial (Fernández et al, 1998). En suma, la importancia del arbolado en el ecosistema es muy superior a la que le corresponde por la superficie que ocupa23[24]. 4. El pastizal y el matorral El estrato herbáceo está formado por un pastizal terofítico (la producción se concentra en primavera y otoño, secándose en verano), por tanto, de carácter efímero, correspondiente a las etapas más degradadas de la serie de vegetación climatófila de los encinares (Fernández et al., 1998). En los pastos se diferencian multitud de especies24[25], de baja producción y fuerte estacionalidad (López, 1990). Igualmente se establecen diferencias en relación a la influencia de la copa, “por ejemplo, suele admitirse con carácter de tendencia general que la diversidad más baja corresponde al enclave situado bajo la copa, y la más alta a la proyección del borde de la misma sobre el suelo, lo que daría razón del carácter ecológico acusado, en el primer caso, y de la existencia de una banda de contacto o mezcla en el segundo” (Gutiérrez, 1992). Desde un punto de vista fitosociológico pertenecen a la clase Tuberarietea, presentando producciones variables25[26] en función del régimen de precipitación, oscilando de 200 a 2500 kgs. (Fernández et al., 1998) de MS26[27] ha/año, Manuel Gutiérrez (1992) da la precisa cifra de 1419 kg/ha/año de MS digerible. Entre las leguminosas con interés pastoral se encuentran el Trifolium glomeratum, T. Arvense, T. Tomenentosum, Medicago spp., Anthyllys lotoides, etc., diferenciándose el pasto bajo copas del general (Genn et al., 1987). Los denominados “majadales”, están constituidos por especies anuales muy densas, de buen valor pastoral y buena talla, con especies como la Agrostis castellana, Poa bulbosa, Trifolium subterraneum, etc. y una producción que puede alcanzar 2000-3000 kg de MS ha/año. No obstante, este tipo de pastizales no ocupa una gran superficie en el conjunto de la dehesa, situándose en las querencias del ganado (abrevaderos, apriscos, etc.), ya que la acción del pastoreo tiene como consecuencia una mejora del pastizal, hasta el punto de que pueden ser considerados como los mejores de la dehesa. Forman los vallicares los pastos situados en las vaguadas con freatismo, lo que hace que se conviertan en una reserva estacional de pastos con un valor estratégico muy importante (Penco, 1992). Se componen de gramíneas altas perennes y escasez de leguminosas, caracterizadas por presentar una fenología muy tardía. Sus producciones rondan los 5000 kgs. de MS ha/año, aunque la palatabilidad es media, destacando las variedades pertenecientes a la clase Molirio-Arrhenathereta, con especies características como los Agrostis spp. (Fernández et al., 1998). Como resumen de las producciones de las distintas zonas de pastizales, se recoge para una dehesa tipo en el área salmantina, según Manuel Gutiérrez (1992): - Pastizales efímeros o terófitos, 1200 Kg/ha. - Pastizales efímeros con suelos aireados, protegidos por matorral o dosel arbóreo 1700-1800 kg/ha. - Pastos pobres eutrofos de media ladera, 2400 Kg/ha, si tienen suelos profundos 3500-3700 Kg/ha. - Majadales, pastoreadas intensamente, más tempranas, 5000 Kg/ha. - Pastos húmedos de media ladera y los de siega, 7000-9000 Kg/ha. El estrato arbustivo, muy rico en especies (jara, lentisco madroño, cantueso, etc,) (Montoya, 1993) ha sido eliminado27[28] en la mayor parte de su área original, con el objeto de incrementar la producción de pastos, puesto que su presencia genera una reducción de la incidencia de radiación solar sobre el suelo28[29]. Debe ser mantenido bajo control29[30] mediante el cultivo, las rozas o desbroces, mediante la roturación del suelo, en zonas donde el riesgo de erosión sea bajo y la profundidad del suelo superior a medio metro, o sin laboreo en los demás casos, o por el ganado, pudiendo considerarse que éste ejerce un rol de protección y aprovechamiento de las especies leñosas, integrado en el sistema de producción (Genn et al., 1987), por todo lo cual se encuentra asociado a la dehesa. Las especies colonizadores tras el laboreo presentan una baja diversidad, destacando las jaras, los tomillos y cantuesos, etc. Es una vegetación muy dinámica que el ganadero debe controlar, con el objeto de mantener “limpia” la dehesa. Tras un cierto período de abandono, desde el punto de vista estructural, se produce una dominancia del matorral, que si bien no constituye formaciones monofíticas puras, sí mantiene la inclinación a que acabe por predominar alguna de las especies. (Gutiérrez, 1992). No obstante, las zonas más abruptas, debido su topografía, mantienen su cubierta de matorral “noble”, de mayor diversidad, entre las que destacan los lentiscos, las cornicabras, los madroños, los labiérnagos, etc. Estas zonas de “mancha” han venido siendo utilizadas para la obtención de leñas finas para elaborar carbón y picón, para el desarrollo de labores apícolas, o como reserva forrajera en períodos de escasez. La degradación de la vegetación original da paso a un estadio en el que aparece un matorral de degradación compuesto principalmente por jara, Cistus ladanifer, aulaga, Genista hirsuta, cantueso, Lavandula sampayana, (Montoya, 1993), que se ha denominado “maquia” o “garriga” (Scarascia et al., 2000). En las áreas cultivadas, tras el abandono, y con el transcurso del tiempo, tienden a instalarse inicialmente las herbáceas, “que aunque no de forma lineal, presentan una evolución hacia el equilibrio en proporción entre especies perennes y anuales. Aquí cabría distinguir lo cualitativo de lo cuantitativo, ya que cuantitativamente (densidad, cobertura, biomasa) acaba por implantarse el dominio de las especies perennes, pero cualitativamente (número de especies) pueden seguir siendo más importantes las anuales, si bien, con pequeña representación de individuos, recubrimiento y producción” (Gutiérrez, 1992). Desde el abandono hasta el asentamiento del pasto maduro y estabilizado, contando con la lógica dinámica intra e interanual, cuando dicho asentamiento es posible en una escala razonable de tiempo, se puede apuntar como probable el transcurso de un intervalo comprendido entre 15 y 25 años.