TÍTULO: CONVENIOS MIGRATORIOS EN ARGENTINA Autor: Halpern, Gerardo1 Mesa: Comunicación Intercultural; Coordinador: José Luis Aguirre Alvis; UCB(Bolivia) Apertura2 La presente ponencia se inscribe en la tensión que se produce entre los procesos de globalización y apertura económica de los estados, y las políticas, cada vez más restrictivas, que signan la cuestión migratoria en el nivel regional. Es esta polaridad la que se ha actualizado en el rechazo al Convenio Migratorio Argentino-Paraguayo producido en 1999 y en su rediscusión durante 2001, episodios que serán objeto central de mi análisis en este trabajo. El caso que aquí analizo, permite matizar ciertas afirmaciones respecto de los modos de adscripción y reconocimiento de los “grupos étnicos”, que se utilizan para dar cuenta de los procesos de construcción de identidades en el marco de los desplazamientos transfronterizos. Frente a los casos que permiten a diversos autores mostrar que las categorías nacionales se vuelven étnicas en el contexto migratorio, la complejidad del caso de los paraguayos en Argentina pone en cuestión algunas implicancias de esa aserción. De hecho, en el proceso de desplazamientos transfronterizos de paraguayos hacia Argentina se plantean modalidades distintivas de ejercicio o práctica de la idea de nación, que están marcadas por la fuerte tensión que los “migrantes” mantienen con el Estado paraguayo y con la estructura jurídica del vecino país. En efecto, si el Estado paraguayo interpela a los “migrantes” que viven en Argentina en tanto “grupo étnico”, algunos sectores de la “comunidad paraguaya en Argentina” construyen su identidad desde la “nacionalidad”. Sostengo que allí se plantea una disputa en torno al mecanismo de etnicización que produce el Estado paraguayo al reconocer a sus “migrantes” como nacionales mas no como ciudadanos. Asimismo, se confrontan luchas históricas que estos grupos mantienen con el Paraguay por sus derechos y la supuesta obligación de ese Estado de protegerlos como ciudadanos3. 1 Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras. Conicet. Agradezco la enorme colaboración de Corina Courtis en la elaboración de esta ponencia, así como los aportes realizados por Gladys Baer y Natalia Fortuny. 3 La historia política y económica del Paraguay encuentra en los desplazamientos transfronterizos un modo de anulación de las oposiciones políticas y un tipo de desarrollo de la acumulación de capital y de explotación de la fuerza de trabajo 2 Tal como afirma Castells “la globalización y la informacionalización, (...) están ampliando nuestra capacidad productiva, nuestra creatividad cultural y nuestro potencial de comunicación. Al mismo tiempo, están privando de sus derechos ciudadanos a las sociedades(...). Así, pues, siguiendo una antigua ley de la evolución social, la resistencia se enfrenta a la dominación, la movilización reacciona contra la impotencia y los proyectos alternativos desafían a la lógica imbuida en el nuevo orden global, que en todo el planeta se percibe cada vez más como un desorden. Sin embargo, estas reacciones y movilizaciones, se presentan en formatos inusuales y avanzan por vías inesperadas” (1997: 91-92). Siguiendo esa línea de análisis, tomo el caso paraguayo para reflexionar sobre la “migración” en la globalización y, particularmente, sobre los límites en las concepciones de circulación de las personas, integración, nacionalidad y derechos, puesto que el surgimiento de demandas hacia y entre los estados de origen y destino de los “migrantes” ponen en cuestión los criterios de los acuerdos regionales o, al menos, pretenden un avance que choca con aquello que los estados han dado en convenir. Historia del Convenio A mediados de 2001, el Estado paraguayo convocó a la realización de un Seminario en el que participaron organizaciones religiosas, sociales, políticas y deportivas de paraguayos residentes en Argentina a fin de discutir la aprobación del nuevo Convenio Migratorio Argentino-Paraguayo. Este nuevo Convenio era una versión modificada de aquel que no se había podido aprobar en 1998 debido a las presiones ejercidas por los paraguayos radicados en Argentina. A pesar de que este Convenio formaba parte de una serie mayor de acuerdos bilaterales que la Argentina había firmado con Bolivia y con Perú, el caso paraguayo tenía la particularidad de haberse “detenido” en la Legislatura paraguaya. La insistencia en el tema por parte de la Argentina manifestaba el interés de este país por concluir los acuerdos bilaterales como parte de su política migratoria en relación con otros países de la región. particular. Desde 1947 hasta 1989, las expulsiones de paraguayos de su territorio han sido una constante. Sea por cuestiones políticas como por presión en el mercado laboral, los desplazamientos transfronterizos hacia la Argentina han funcionado como una válvula de escape a diferentes presiones sociales en el vecino país. También ha sido una constante el enfrentamiento desde gran parte de estos grupos contra las políticas del estado paraguayo, sobre todo durante la dictadura de Stroessner (1954-1989) y durante la transición a la democracia en el vecino país, sobre todo cuando se realizó la Reforma de la Constitución, en 1992. Para comprender algunas características de los Convenios y de las interpretaciones que de éstos hicieron los paraguayos, es necesario inscribir a los mismos (al menos dentro de la “comunidad paraguaya” así se hizo), dentro de un contexto mayor, contexto histórico en el que el Estado argentino ha evidenciado una política de creciente embestida contra los migrantes latinoamericanos, sobre todo de Bolivia, Perú y Paraguay. En ese marco, se puede advertir que el modo con que el Estado argentino intentó emplazar a los bolivianos, peruanos y paraguayos durante los últimos diez años responde a formaciones históricas de diferenciación social que procuran establecer una relación causal entre los “inmigrantes” y las crisis estructurales del país. Así, frente a la crisis del sistema de salud de la Argentina desde 1991 (con los primeros casos de cólera y enfermedades que habían “desaparecido” del país desde hacía años), al crecimiento de los índices de desocupación (desde que los mismos treparon al 18% en 1994), a las explosiones delictivas en Buenos Aires (sobre todo manifestadas durante el verano de 1999) y a las estigmáticamente llamadas “casas tomadas” (lo que supone una mirada desde el discurso oficial respecto de la situación de vivienda de diferentes actores sociales que se definen de maneras diferentes), los migrantes latinoamericanos fueron “visibilizados” como causantes o como culpables de cada una de ellas. El Convenio Argentino-Paraguayo procuraba, desde las versiones oficiales, servir “como vehículos de integración entre ambos países”. Para ello, se consideraban las “situaciones complejas, vinculadas a dificultades en el acceso a los sistemas de salud y de educación, de previsión social y de contralor fiscal y otras consecuencias no deseadas del fenómeno migratorio”. Se reafirmaba “la voluntad de incentivar una política de desarrollo que permita la generación de empleos y mejores condiciones de vida para sus ciudadanos”, a la vez que los gobiernos se manifestaban “persuadidos de la necesidad de otorgar un marco jurídico adecuado a los trabajadores migrantes de ambos países, que contribuyen al desarrollo productivo de sus economías y al enriquecimiento social y cultural de sus sociedades”. Sin embargo, varias organizaciones paraguayas en Argentina hicieron interpretaciones diferentes. Al igual que en 1998-1999, cuando se iniciaron las tratativas por el Convenio y se produjo el primer rechazo por parte del Congreso paraguayo, en 2001 los paraguayos generaron discursos diferenciales frente a distintos interlocutores. El modo con que se de- batió, en 2001, el tema del Convenio, y las apelaciones a construcciones novedosas para explicar la necesidad del rechazo solicitado, manifestaron algunas continuidades y rupturas respecto de la fuerte resistencia de un sector de la “comunidad paraguaya” que, en 1999, había llevado a la detención de los trámites legislativos4. En el análisis que hice en aquella oportunidad, subrayaba la discusión, hacia dentro de la “comunidad”, entre las posturas a favor y en contra de la aprobación del Convenio diseñado en 1998 (Halpern, 2001b). Allí destacaba que las organizaciones paraguayas funcionaron como arena pública en la que se disputaron perspectivas y análisis sobre el tema, y señalaba el modo en que cada uno de los sectores remarcaba diferentes partes del Convenio para legitimar su posición. El rechazo, sostenía, se había generado básicamente en Buenos Aires, a través de múltiples mecanismos de presión anclados en las estrechas relaciones que los paraguayos radicados en Argentina mantienen con esferas políticas del Paraguay. El papel de los medios de comunicación “comunitarios” y paraguayos fue clave en dicha estrategia, siendo que la cobertura y permanencia del tema en las páginas de los principales diarios del Paraguay convirtió el tema del Convenio en parte de la agenda pública, mediática y política durante varios días, a través de columnas de opinión de diversos sectores sociales. El lugar de la iglesia -un actor de enorme peso en la sociedad paraguaya- y del sindicalismo en esas coberturas también operó como agente de presión. Si bien de carácter informal, las discusiones y el modo en que se ejerció dicha presión en 1999 sirvieron para que los paraguayos introdujeran cuestionamientos a las condiciones impuestas al “proceso migratorio”. Esos cuestionamientos focalizaban en las restricciones que imponía el Convenio a una circulación trasnacional fluida, y destacaban las dificultades para la unificación de las familias que estaban a ambos lados de la frontera (Halpern, 2001b). Si, en 1999, la disputa entre dos posiciones divergentes fue el eje central de la resistencia al Convenio, en 2001, por el contrario, la homogeneidad en el rechazo al nuevo Convenio fue una novedad significativa. El presidente paraguayo González Macchi recibió la 4 Dos aclaraciones: la primera es que la intención de frenar la firma de estos convenios también se manifestó en el caso boliviano, aunque esos reclamos tuvieron una suerte diferente. Esto me lleva a la segunda aclaración: en ese caso se produjo la incorporación de un Protocolo Adicional al Convenio, dadas las irregularidades y el fuerte corte “antimigracionista” de dicho tratado. A fines de 2001 se dio aprobación a este Protocolo que puso en evidencia el modo con que se había planteado la firma de los Convenios originales. El Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) especulaba, en su informe anual de 2001 sobre Derechos Humanos en Argentina, que este Protocolo podría modificar el “rotundo fracaso” que se había producido en la puesta en práctica del Convenio Argentino-Boliviano, aunque señalaba que no se habían realizado los cambios sustanciales sugeridos ni la amnistía solicitada (CELS, 2001). solicitud formal del rechazo -como respuesta y resultado de la consulta a la “comunidad”-, y se comprometió a no avanzar en el tema. Sin embargo, al día siguiente ratificó la firma del Poder Ejecutivo del Paraguay en la Casa Rosada, mientras centenares de manifestantes paraguayos repudiaban, en Plaza de Mayo, su presencia en la Argentina. Si bien un amplio conjunto de organizaciones paraguayas había participado del Seminario convocado por el Estado Paraguayo para la discusión del Convenio, la reacción del Ejecutivo paraguayo fue hablar de “un grupo minoritario” que se oponía a la aprobación. La tensión, a partir de ese momento, se desplazó desde las discusiones “dentro” de la “comunidad” hacia la relación entre los de “extramuros” y el Estado. Y esta fue una segunda novedad. A diferencia de 1999, el eje del debate se desplazaba hacia el Estado paraguayo y su responsabilidad respecto de los paraguayos que viven fuera del Paraguay. En este contexto, los paraguayos organizaron una delegación de “representantes” para reclamar por el respeto al trabajo realizado en el Seminario y el rechazo al nuevo Convenio en la Legislatura paraguaya5. Una sistemática serie de debates, consultas y análisis que duró cuatro meses, resultó en una importante cantidad de documentos preparados para llevar al Paraguay a fin de presionar al Poder Legislativo para que revirtiera la posición del Ejecutivo. La formalidad que adquirió la delegación que viajó al Paraguay fue una tercera novedad respecto de la resistencia de 19996 . Más allá del resultado final de esta experiencia de intervención de la delegación, es interesante detenerse en los análisis que realizó este grupo de paraguayos. La presentación del material elaborado en Buenos Aires, junto con las adhesiones logradas en Paraguay, culminaron en una reunión en la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Senadores -instancia clave en la aprobación o rechazo del Convenio-, en la que participaron, además de la delegación, miembros de los organismos de Derechos Humanos, de la Iglesia, de una de las principales centrales sindicales, etc., y que fue cubierta por medios de comunicación que reprodujeron la posición de la delegación. 5 En la delegación tomaron parte (viajaran o no), el Equipo Pastoral Paraguayo en Argentina; el Club Atlético Deportivo Paraguayo; la Federación de Entidades Paraguayas en la República Argentina; el Partido Liberal Radical Auténtico filial Capital Federal y Gran buenos Aires; el partido Encuentro Nacional Buenos Aires; la Comisión por Derechos Humanos de Paraguayos Residentes en Buenos Aires; la Casa Paraguaya; el Centro de Unidad Paraguaya de Quilmes y la Asociación Paraguaya de Hulingham. 6 La última vez que había ocurrido algo similar fue durante los debates de la Reforma Constitucional de 1992, cuando se formaron ENCIPARE y COPADECI, organizaciones que nucleaban a diversas instituciones en torno de la lucha por los derechos políticos de los paraguayos que viven fuera del Paraguay (Halpern, 2001a; Bogado Poisson, 1992). La presión hacia el Estado paraguayo aparece como un dato fundamental en la estrategia que se dieron los paraguayos residentes en Argentina a fin de que, por segunda vez, el Convenio no prosperara. La importancia de esta estrategia radica no sólo en su efectividad, sino en su papel fundamental en la construcción de la “comunidad paraguaya” en Argentina como actor social significativo. Las particularidades del Convenio El Convenio de 2001 mostraba cambios sustanciales respecto del de 1998. Sin embargo, una cláusula resultaba nodal para los paraguayos: en el artículo 3 inciso VII, el Convenio establecía que, para el acceso a la documentación de quienes “pretendan desarrollar actividades formales en relación de dependencia” y de quienes “encontrándose en situación migratoria irregular en el territorio de la otra y pretendiendo regularizar la misma a fin de desarrollar actividades formales en relación de dependencia o autónomas”, se debía presentar “constancia de identificación laboral para el ejercicio de actividades formales en relación de dependencia o la inscripción en los respectivos organismos de recaudación impositiva, en el caso de ejercicio de actividades formales autónomas, la que se otorgará contra la presentación de la documentación prevista en los incisos precedentes. Por la parte argentina se entenderá que dichas constancias son el Código Único de Identificación Laboral (CUIL) y la Clave Única de Identificación Tributaria (CUIT), respectivamente”. El artículo 4 detallaba las exigencias sobre este punto. La residencia temporaria comprometía al peticionante a presentarse ante el servicio de migración cada doce meses durante tres años con, para los trabajadores autónomos, “constancia del cumplimiento de las obligaciones previsionales e impositivas durante el período de residencia otorgada; Para el caso de los trabajadores en relación de dependencia, recibos de salarios de al menos seis de los últimos doce meses, y constancia expedida por el organismo competente de los datos del empleador con el que se encuentre trabajando al momento de presentarse”. Dada la actual situación crítica de la Argentina, en particular del campo laboral y, entre otros, del importante funcionamiento de una economía popular informal (que incluye, desde la venta ambulante, hasta la pequeña producción frutihortícola; desde el cuentapropismo en forma de “changas” hasta los oficios manuales ocasionales y el auge de “clubes del trueque”), estas disposiciones eran consideradas como “extramigratorias” a la vez que restrictivas, puesto que sometían a un importante conjunto de paraguayos a un régimen imposible de cumplir y particular para los “inmigrantes”. Los paraguayos consideraron que, en el caso de los trabajadores en relación de dependencia, el Convenio los llevaba a un “choque” con los sectores patronales, dada la requisitoria de exponer a éstos ante las delegaciones previsionales e impositivas: “Evidentemente -concluían en el documento-, este Convenio (...) no incentivará a los patrones a emplear a extranjeros, sino todo lo contrario”. En el caso de los autónomos, el documento afirmaba que “y si a los 12 meses no se pudo cumplimentar --refiriendo a los aportes impositivos y las obligaciones previsionales-- ¿...qué pasa? No se puede regularizar su situación migratoria, aunque haya cumplido durante 11 meses con los requisitos”. Ambas cuestiones confluían en que el Convenio era percibido como un proyecto de corte antimigracionista y “desconocedor”, según la categoría nativa, de los prácticas de los latinoamericanos en Argentina. Con estos argumentos, los paraguayos sostenían que, lejos de inscribirse en un proceso de integración, la Argentina “no quiere regularizar la situación de miles de inmigrantes (paraguayos, bolivianos, peruanos), tal vez porque ante la hipótesis de agravamiento en el tiempo de su crisis socioeconómica convenga tener un paraguas legal (inmigrantes ilegales) para una acción extrema eventual (expulsión). Y... nuestro querido Paraguay... ¿estará preparado para recibir una repatriación masiva?... Esa es nuestra duda”. De este modo, los paraguayos realizaban dos entradas al análisis del Convenio que son interesantes de ser presentadas. En una, se cuestionaba al Estado argentino; en la otra, se interpelaba al Estado paraguayo. Dos interlocutores La apelación al Estado argentino se construyó en clave de “igualdad/desigualdad”. El discurso de los paraguayos focalizó en la “historia de hermandad de los pueblos argentino y paraguayo” y en la necesidad de una progresiva integración en el marco del Mercosur. El Convenio, en sus dos versiones, se planteó como interrupción de un lazo que, en vez de ser profundizado, aparecía contradicho por el supuesto desconocimiento de las dinámicas “migratorias” históricas entre Paraguay y Argentina. El anclaje en el derecho al reencuentro de las familias y a la historia en común entre “ambos pueblos” funcionó como un eje de pre- sión que debía ser respetado en el Convenio. El tópico “igualdad/desigualdad” colocó el Convenio en el centro de un debate acerca de las tradiciones “integracionistas” de la Argentina. La construcción de la Argentina en este plano llevaba a ver el Convenio como quiebre de una supuesta tradición de incorporación de su migración, en particular de la paraguaya; en otras palabras, se representó una coyuntura rupturista sobre una historia argentina “ideal”. En ese marco, el cuestionamiento al Estado argentino se acercaba a una solicitud de “recuperar su historia” y romper con la política de los últimos diez años en materia migratoria. La “idealización” de esa historia aparece como un recorte estratégico realizado por los paraguayos que, haciendo foco en la “hermandad” y en la importancia de los paraguayos para el desarrollo del país, legitiman su exigencia de igual trato. Por ello, en el diálogo con el Estado argentino, se enfatizan los “aportes” históricos (y actuales) que, tanto paraguayos como hijos de paraguayos, realizan a la Argentina7. En síntesis, la apelación al Estado argentino aparece en un nivel de reclamo de “igualdad en la diversidad” más que de enfrentamiento. Así se puede comprender que, a pesar de la inexistencia de difusión mediática respecto de los Convenios en este país, los paraguayos procuraran (y lograran) el apoyo de diferentes organizaciones sociales, gremiales, políticas y académicas “solidarias” con los intereses de los extranjeros, con las que mantienen relaciones desde hace décadas. Este tipo de relación tiene su propia historia y forma parte de las “tradiciones políticas” de estos sectores de paraguayos que ya he analizado en otros textos. Por su parte, en la interpelación al Estado paraguayo, los “migrantes” subalternizan a su interlocutor respecto de la Argentina. Los paraguayos sostuvieron que el mecanismo de aprobación del Convenio era extorsivo, puesto que Paraguay debía ser el primer tratante del acuerdo. Desde su perspectiva, el Convenio impulsado por el Estado argentino ponía al Estado paraguayo en una encrucijada: de aprobarse, Paraguay debía hacerse responsable tanto del retorno de miles de paraguayos desde la Argentina como de la situación de irregularidad en la que quedarían otros tantos por la imposibilidad de acceder a los documentos requeridos por el Convenio; de rechazarse, sería el Estado argentino el que acusaría al Paraguay de no hacerse cargo de sus nacionales. 7 La valorización de Ana Díaz como parte de los realizadores de la segunda fundación de Buenos Aires, hasta la importancia de Aníbal Ibarra como Jefe de Gobierno de Buenos Aires e hijo de paraguayos, coloca a los paraguayos en un nivel de legitimidad que entra en tensión con las limitaciones que impone el Convenio. Así, invocando una comunidad de intereses con el Estado, los paraguayos que viven en el exterior ubicaban al Estado paraguayo en el lugar de aquel que debería “pagar los costos políticos y sociales” de la aprobación. Desde esta posición, apostaron a una capacidad de presión propia del lugar que ocupan en la sociedad paraguaya 8. La delegación que visitó el Paraguay, autopercibida como representante de los intereses de la “comunidad”, se presentó como la “contenedora” de los miles de paraguayos que se desplazan hacia la Argentina: la aprobación del Convenio traería aparejada la reducción de dicha capacidad, con lo que se truncarían las posibilidades de absorber la migración paraguaya a la Argentina. Además, las condiciones impuestas por el Convenio forzarían el retorno de un gran número de paraguayos obligados a dejar la Argentina en virtud de los artículos 3 y 4 del Convenio. Cuestionar la capacidad económica y política del Estado paraguayo para sostener ese proceso constituía una potente herramienta de presión. De este modo, el grupo de paraguayos se construyó como un actor poderoso frente al Estado: si ese Estado no protegía a este grupo, el problema se agravaría9. La interpretación en términos del “carácter extorsivo” de la metodología de aprobación del Convenio usada por el Estado argentino lograba “nacionalizar” el conflicto y, a la vez, desetnicizarlo. Ya no se trataba del problema de un grupo particular de paraguayos “migrantes” sino de una tensión de índole internacional, donde el Estado paraguayo tenía una responsabilidad mayúscula. Así, la cuestión se desplazó del plano étnico al nacional, de un problema de los “migrantes” hacia un problema del Paraguay, de los paraguayos como nación, del Estado argentino y de sus decisiones políticas. La identidad y la alteridad invocadas en este plano de la discusión se construyeron en la bipolaridad “Argentina”/“Paraguay”, y ya no entre “paraguayos”/“migrantes”. Con este movimiento, en definitiva, los reclamantes disputaban con el Estado paraguayo su estatuto ciudadano. 8 Es necesario considerar aquí que las remesas que llegan desde Argentina (muchas veces sobrevaloradas, pero no por ello menores en su significación para la economía paraguaya), funcionan como una de las entradas de divisas más importantes para el país. Además, la migración ha sido funcional al Paraguay en tanto “descomprime” una presión social fortísima, en relación con los índices de desempleo, el escaso desarrollo industrial y la concentración de tierras. En este sentido, es necesario considerar que en la discusión presentada respecto del Convenio, el Estado paraguayo queda en una tensión nada fácil de resolver. Si por un lado su concepción de “nación” se reduce significativamente fuera de las fronteras nacionales, la necesidad de mantener lazos de “hermandad” con quienes se desplazan fuera de las fronteras es clave para el Paraguay. De ahí la funcionalidad de algunos acuerdos, tanto para los “migrantes” como para el Estado. 9 No obstante, en este plano, las presiones de los demás estados (en este caso del argentino) aparecen como límites en este tipo de lineamiento. La soberanía de la Argentina y sus políticas poblacionales poseen la legalidad que le otorga su carácter de estado nacional. Los acuerdos propuestos por este último plantean un problema para Paraguay que queda encerrado entre el modo de desarrollo de sus fuerzas productivas y los límites estatales y sus relaciones con Argentina. Creo que este es un eje clave para profundizar en este proceso de “integración”, y sobre el que es necesario seguir trabajando. Es sobre esta base que propondré una serie de conclusiones que pretenden entrar en la discusión acerca de los acuerdos regionales, y las relaciones entre los países de origen y de recepción de personas y estos grupos sociales que actúan en la esfera pública. Cierre La resistencia generada en el marco de esta serie de instituciones paraguayas sobre el nuevo Convenio Migratorio Argentino-Paraguayo entra, a mi entender, en el debate sobre la construcción de los “grupos étnicos” y de la “nación” en un momento histórico en el que ambas clasificaciones se encuentran en entredicho de cara a las actuales dinámicas de globalización y a los lugares que ocupa el Estado nación moderno y la idea de ciudadanía en dicha configuración. Puesto que la oposición de los paraguayos al Convenio planteó un esquema interpretativo diferente de los manifestados por los estados parte, considero importante cerrar esta ponencia con una aproximación a los sistemas clasificatorios en juego, que, según Bourdieu (1996), operan como representaciones de formas de organización social. El planteo realizado desplazó la discusión desde “un grupo de migrantes” reclamantes hacia “un sector de paraguayos”, desde el nivel de lo “particular” al de la política social del Estado paraguayo. En definitiva, los “migrantes” paraguayos dejan de ser “migrantes” para convertirse en “paraguayos”. La diferencia es crucial para comprender un modo de incorporación a la nación que combate los mecanismos de etnicización generados por el Estado paraguayo. Allí reside una de las disputas históricas entre los movimientos transfronterizos y ese Estado. La reconstrucción de la idea de nación por parte de los “migrantes” aparece como una forma de legitimación de sus reclamos respecto de un Estado que, por definición, aparece limitado y soberano dentro de un territorio determinado. La tensión, una vez más, retorna sobre dónde está la nación. Los “migrantes” insisten en que la nación se desplaza con ellos en el traspaso de las fronteras del Estado. De tal modo, las remesas, el turismo, los intercambios transfronterizos, la formación de redes sociales paraguayas, etc. adquieren la particularidad de ser prácticas “étnico-nacionales” y resaltan la importancia, para el Paraguay, de la “comunidad paraguaya” en Argentina. La nacionalización de la etnía es un modo de posicionamiento respecto del Estado paraguayo que articula la lucha por los derechos a la igualdad de quienes traspasan las fronte- ras. Si, respecto de la Argentina, el derecho a la igualdad dentro de la diversidad es invocado para defender la particularidad del colectivo migrante, respecto del Paraguay, el derecho a la igualdad es defendido desde la homogeneidad implicada en el imaginario de “nación” y desde la inscripción del conflicto en una clave mayor que la de “un grupo minoritario”. Es más, el posicionamiento frente al Estado paraguayo se realiza entre “compatriotas”: la lealtad exigida muestra un modo de reconstruir la nación que difiere de la del Estado o, al menos, de la que queda expuesta en el Convenio. El desplazamiento señalado es clave en las prácticas llevadas a cabo por estos paraguayos puesto que ilumina un modo de acción característico y peculiar de este sector social. El traslado de grupo étnico a nación está en íntima conexión con la modalidad histórica de relación de estos paraguayos con el Estado del país de origen, modalidad signada por la persistente auto-denominación de exiliados, por la formación de redes de militancia social y política, y por una tradición de intervención política de un sector numeroso de paraguayos en la esfera pública del Paraguay. Dicha tradición no sólo es un antecedente fundamental de la resistencia al Convenio sino uno que ha operado vivamente en la construcción del imaginario de comunidad y de nación propio del caso (cfr. Anderson, 1993)10. Es esta politización del grupo étnico en clave nacional la que hace del caso paraguayo un campo de observación interesante para el estudio de los procesos identitarios en contextos migratorios. Tanto más por cuanto inscribe la relación entre “migrantes” y Estado en una disputa que no implica, necesariamente, un enfrentamiento de intereses, sino que, más bien, otorga un margen de funcionalidad para ambos agentes: en muchos casos, los desplazamientos transfronterizos son concebidos como parte “lógica” del desarrollo social en el Paraguay11. Esta tensión obliga a repensar la categoría social y política “migrantes” (sea “latinoamericanos”, “laborales” o “paraguayos”), que funciona de manera homogeneizadora en un marco donde la complejidad de los procesos de desplazamiento transfronterizo recupera 10 Si bien no puedo extenderme en este punto, es necesario destacar aquí una característica de los desplazamientos transfronterizos de paraguayos a la Argentina, recuperada permanentemente en los discursos dentro del marco de la “comunidad”: el exilio de miles de paraguayos entre, al menos, la Guerra Civil de 1947 y del ascenso del Gral. Alfredo Stroessner, en 1954, hasta la caída de la dictadura stronista en 1989. 11 Hay que destacar, por ejemplo, la importancia que adquirió el debate respecto del voto de los paraguayos que residen fuera del Paraguay en la Reforma Constitucional de 1992. La misma se interrumpió durante unos días puesto que las bancadas no llegaban a un acuerdo y se consideraba que, por la magnitud de los desplazamientos transfronterizos, éstos tendrían demasiada incidencia sobre el resultado de las elecciones. La resistencia del Partido Colorado a esta apertura del derecho cívico terminó con la sanción del polémico Artículo 120 de la Constitución que exige la residencia en el Paraguay como condición para sufragar. dimensiones históricas, identitarias y políticas que los proyectos de “integración” como el Convenio no parecen tener en cuenta12. El análisis aquí expuesto hace evidente que los acuerdos bilaterales orientados hacia la integración regional y el desarrollo de la globalización deben repensarse en función de los intereses de los actores involucrados. La particularidad de los modos de intervención pública de los paraguayos residentes en Argentina, tal como se plasma en la resistencia al Convenio Migratorio Argentino-Paraguayo, aparece como un llamado de atención a las políticas estatales pues muestran que, aun bajo el signo de un avance hacia acuerdos interestatales, la capacidad de acción de los grupos sociales y su margen de maniobra para generar identificaciones estratégicas en función del reclamo de derechos sigue vigente y en permanente reacción. Bibliografía - Anderson, B. (1993): Comunidades Imaginadas, Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México, Fondo de Cultura Económica. - Bogado Poisson, L. (1992): “Retorno de paraguayos desde Argentina”. Buenos Aires: Mimeo. - Bourdieu, P. (1996): Cosas dichas. Barcelona: Gedisa. - Castells, M.(1997): La era de la información. Vol Nº2. Madrid: Alianza Editorial. - Centro de Estudios Legales y Sociales (2001): Informe Anual sobre la Situación de los Derechos Humanos en Argentina. Buenos Aires, Siglo XXI. - Halpern, G. (2001a): “Exiliar a los exiliados: acerca del derecho al voto de los paraguayos en el exterior”, México, Mimeo. - Halpern, G. (2001b): “Convenios migratorios transfronterizos en Argentina: el caso paraguayo”. Ponencia presentada en “IV RAM Reuniao de Antropología do mercosul. Etnografia e Antropología”, Curitiba, Brasil. 12 Además, el caso analizado debe enmarcarse en la discusión respecto de la circulación de capitales que abre el Mercosur, así como de la libre circulación de las personas que reclaman aquellas personas que se desplazan más allá de las fronteras nacionales. Si bien se ha avanzado de manera sustancial en torno de la reducción de los límites aduaneros para las mercancías, no ha ocurrido lo mismo en torno de los trabajadores. Esto último aparece como uno de lo terrenos más complejos en la configuración del mundo actual. En tal sentido, el avance en ciertos acuerdos, básicamente de circulación de capitales, encuentra una tensión en los desplazamientos de las personas que coloca a los estados en los límites de su poder y de sus fronteras normativas.