Subido por diego.simonetto

Carta al Sr. Bush

Anuncio
Es mado Bush:
Como hemos hablado en la reunión que tuvimos aquí, en Birdlip, el sábado 25 de abril,
sobre un tema que es importante, deseo escribirle unas pocas cosas sobre ese par cular. Se
refieren a la manera en que la gente encara este trabajo y cómo y con qué espíritu se realiza el
trabajo sobre sí.
Empezaré conmigo mismo. Fui educado, en lo que concierne a las ideas religiosas, en el
sen do de que sólo la convicción del pecado era importante. Todo era pecado, en pocas
palabras. En consecuencia, la religión era un asunto muy triste, y personalmente la aborrecía.
La moralidad era sólo la moralidad sexual. La virtud era sólo la con nencia, y así
sucesivamente, y por lo general, el pecado y el sen miento de ser un pecador era la principal
idea en la religión. Nunca comprendí otra cosa sobre la religión en mi niñez, y por eso la temía,
o me preocupaba u odiaba cuanto se refería a ella. Empecé a tartamudear en una forma atroz.
Escuchaba las escrituras, casi siempre extraídas del An guo Testamento, que siempre me
parecieron horribles. Dios era una persona violenta, celosa, mala, acusadora, y así
sucesivamente. Y cuando escuché el Nuevo Testamento, me fue imposible comprender qué
significaban las parábolas, y nadie al parecer lo sabía o se preocupaba de su significado. Pero
una vez, en la clase de los domingos que versaba sobre el Nuevo Testamento en griego, dada
por el director, me atreví a preguntar, a despecho de mi tartamudeo, qué significaba una de las
parábolas. La respuesta fue tan desconcertante que en verdad experimenté mi primer
momento de conciencia; es decir, me di cuenta de súbito de que nadie sabía nada. Esta fue una
experiencia definida y mi primera experiencia de recuerdo de sí —siendo la segunda la súbita
comprensión de que nadie sabía qué estaba pensando—y desde ese momento comencé a
pensar por mí mismo, o más bien comprendí que era capaz de hacerlo. Como sabe usted,
todos los momentos de verdadero recuerdo de sí se destacan para siempre en nuestra vida
interior, y nuestra verdadera vida no consiste de eventos exteriores, sino de estados interiores.
Recuerdo con tanta claridad el aula, las altas ventanas construidas de tal modo que no se podía
ver el exterior, los pupitres, el estrado donde se sentaba el director, su rostro de estudioso,
delgado, el nervioso habito de torcer la boca, sus ademanes agitados, y de pronto la revelación
interior de saber que no sabía nada, nada —es decir, nada acerca de lo que era realmente
importante. Esta fue mi primera revelación interior del poder de la vida externa. Desde aquel
momento, supe con certeza—y esto significa que lo logré mediante una autén ca percepción
interior individual que es la única fuente del verdadero conocimiento—que todo mi
aborrecimiento a la religión tal como me era enseñada era acertado. Y aunque siempre se
vuelve a caer en el sueño después de un momento de verdadero recuerdo de sí, y a
menudo por años, empero tales momentos de conciencia permanecen siempre en las
partes más elevadas de los centros y perduran y esperan, por así decirlo, nuevos
momentos de comprender, más conscientemente, qué es en realidad la vida —esto es,
nunca se pierden, y, si bien de algún modo se olvidan, permanecen para siempre en el
trasfondo de uno mismo, y en momentos crí cos aparecen para protegernos.
Ahora deseo hablarle acerca de cómo se debe trabajar sobre sí y con qué espíritu es
preciso encararlo. No se puede trabajar fácilmente con las ideas y modos religiosos ordinarios.
Recuerde el dicho que se refiere a poner el vino nuevo en viejos odres. Este trabajo, este
sistema de enseñanza, estas nuevas ideas qué estamos estudiando son las cosas más hermosas
que es posible imaginar. Sólo lo acusan de estar dormido. No hay convicción de pecado en
ellas. Le piden muy gen lmente que se observe a sí mismo. Es usted quien debe acusarse a sí
mismo. Tomemos una de las ideas de esta enseñanza: la idea acerca de la esencia. Esta
enseñanza nos dice que la esencia de cada uno de nosotros proviene de las estrellas. Recuerde
el Rayo de Creación. La esencia proviene de la nota La (Galaxia Estelar) y pasando a través de la
nota Sol (el Sol) y luego de la nota Fa (la zona planetaria) entra en la erra. No hemos nacido
meramente de nuestros padres; nuestros padres crearon el aparato para la recepción de esta
esencia que proviene de las estrellas. Y todo trabajo, ya sea el trabajo personal, el trabajo con
otros en el trabajo, o el trabajo para el trabajo en sí —y éstas son las tres líneas necesarias de
trabajo para cualquiera que desea permanecer en este trabajo—nos trae de regreso al lugar de
donde hemos venido originalmente. Ahora cada uno de nosotros está aquí, en este sombrío
planeta, tan bajo en el Rayo de Creación, porque el hombre ene en sí algo especial, algún
factor especial, o rasgo principal para ver, para observar, para llegar a tener conciencia y para
empezar a sen rse insa sfecho y de este modo para oponerse a algo. Si un hombre o una
mujer muere sin haber entendido por qué están aquí y cuál es la verdadera razón de su vida,
¿acaso puede dársele otro nombre que el de tragedia? Cada uno de ustedes está aquí, en la
erra, porque desde el punto de vista del trabajo ene que descubrir en sí algo muy especial y
muy importante y debe luchar contra esta cosa con toda su habilidad e ingenio, con toda su
fortaleza de mente y voluntad y alma y corazón y cuerpo. Pero, si ustedes se enorgullecen de
sus virtudes, lo que sucede es que el farisaísmo y la falsa personalidad aumentarán cada día de
su viday de resultas de ello se cristalizarán en tan estrechos puntos de vista y ac tudes que
llegarán a ser gentes muertas. Ya me han oído hablar del significado de los muertos en los
Evangelios, por ejemplo, en la observación de Cristo: "Que los muertos sepulten a sus
muertos." Los muertos son aquellos que están muertos para toda posibilidad de trabajo sobre
sí y de este modo toda posibilidad de cambio. Ahora bien, el trabajo sólo se puede hacer en el
espíritu de su propia belleza y luz, en el espíritu de su verdadero mensaje y significación.
La vida en la erra no es nada más que un terreno para el trabajo sobre si, de modo
que se pueda regresar al lugar de donde se vino. Tomar la vida como un fin en sí es no
comprender el trabajo, y es la causa de una ac tud equivocada que suele ser la fuente de
muchas emociones nega vas y de esfuerzos inú les realizados en estados nega vos. Porque
trabajar de un modo nega vo es inú l. Sólo a través de alguna clase de deleite, de algún
sen miento de alegría o placer o de algún afecto o deseo legí mo una persona puede trabajar
y efectuar cualquier cambio de ser en sí misma. El temor, por ejemplo, no actuará de este
modo. Un hombre puede tener algún conocimiento de la verdad, pero a menos que la
valorice, a menos que sienta algún deleite en ella, no puede afectarlo. No actúa sobre él,
porque un hombre se une a la verdad sólo a través de su amor, y de esta manera su ser es
transformado. Pero si es nega vo, entonces su vida afec va —es decir, su lado emocional—se
halla en estado de confusión y es lo mismo que si estuviera atemorizado y se sin era obligado
a hacer algo contra su voluntad. Hacer una cosa voluntariamente, por el deleite de hacerla,
efectuará un cambio en uno mismo. Y cuando una persona empieza a levantar su propia "cruz"
—es decir, carga con el peso de alguna cosa di cil que ha llegado por úl mo a observar—y lo
hace en tal espíritu, entonces logrará un resultado. Pero si lo hace penosamente, con la
convicción del pecado, nunca obtendrá nada, y en especial si muestra a otros lo que está
tratando de hacer, y gusta parecer miserable o grave o triste. A este respecto es menester
recordar lo que Cristo dijo acerca del ayuno en el sen do de ungirse la cabeza y lavarse el
rostro “para no mostrar a los hombres que ayunas". El trabajo sobre sí que deriva de la
convicción del pecado pone en funcionamiento las partes nega vas de los centros, y trabajar
de un modo nega vo conduce a un peor estado de sí que no trabajar en absoluto. Algunos
enden a trabajar en esta forma penosa. Pero nadie puede medir el deleite que la gente siente
en hacerse desdichada y en gozar de sus estados nega vos. Todos ustedes conocen y me han
oído repe r a menudo que las partes nega vas-de los centros no crean nada. Cuando oí por
primera vez al señor Ouspensky decir que las partes nega vas de los centros no pueden crear
cosa alguna y que cuando la gente intenta trabajar de una manera pesada, triste, nega va sólo
consigue que su estado interior sea peor de lo que es —entonces experimenté otro momento
de conciencia. Comprendí que lo que había sen do acerca de la religión era acertado. De
pronto todo quedó formulado y explicado. Este trabajo, si le prestan atención y lo comprenden,
puede ser una de las cosas más importantes que pueden escuchar. No habla del pecado, sino
de estar dormido, del mismo modo que los Evangelios no hablan en verdad del pecado,
sino sólo de no dar en el blanco; la palabra griega significa esto. ¿Acaso prestamos
atención al trabajo? Tengo un an guo libro, compuesto por un hombre, que trata del trabajo
de su época. Describe a un hombre profundamente dormido, acostado en la erra, y una
escala que se ex ende hasta el cielo, y ángeles que tocan trompetas casi el oído del hombre.
Empero no oye nada. Está dormido en vida, quizá sea millonario o una persona muy
importante, o un amanuense extenuado, o una madre preocupada, y así sucesivamente.
Este trabajo es bello cuando se comprende el porqué de la existencia y su significado.
Se refiere a la liberación. Es tan bello como si, después de estar encerrado muchos años en
una cárcel, se ve entrar a un extraño que le ofrece una llave. Pero también puede ser rechazada
por haber adquirido el hábito de estar en la cárcel y haber olvidado el origen, que proviene de
las estrellas. ¿Cómo, entonces, será capaz de recordarse a sí, embargado como está por
pensamientos e intereses pertenecientes a la cárcel, y entregar su vida íntegra y no deformada
y mancillada por las emociones nega vas y todas las formas de iden ficación? Es muy natural,
pues, rechazar la llave que podría abrir todas las puertas de la cárcel, una tras otra, porque
prefiere quedarse en la prisión —es decir, como está en sí mismo. Aún más, quizá se indigne y
trate de matar al extraño y luche por su vida en la cárcel y hasta sacrifique su vida con tal de
permanecer en la prisión.
Su amigo, MAURICE NICOLL.
Birdlip, 4 de mayo, 1941.
Descargar