Subido por roberth macanaochi

Así también la fe

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Así también la fe, si no tiene obras, está completamente
muerta” (Sant. 2:17).
Algunos han planteado que la Biblia es un libro lleno de
contradicciones. Los que expresan esto intentan demostrar
que no existe armonía doctrinal y temática entre el Antiguo y el
Nuevo Testamento
Uno de los ejemplos más conocidos es conceptuar que existe
una discordancia doctrinal entre Pablo y Santiago.
Sin embargo, esta no es una contradicción, ni refleja algún tipo
de desarmonía bíblica.
Santiago inicia su razonamiento cuestionando la fe de sus
oyentes. De qué sirve, pregunta Santiago, que alguien diga que
tiene fe, y no tiene obras; ¿acaso podrá salvarlo esa clase de
fe? (Sant. 2:14).
La fe no puede vivir sin obras, aunque esta sea una fe sincera
que adora a Dios de todo corazón. Al mismo tiempo, las obras,
por sí mismas, no pueden actuar sin fe, pues lo importante no
es solo servir a otros, sino que debemos realizar ese servicio
en nombre del Dios verdadero que amamos y creemos.
Para Santiago, comprender la importancia de esta unión es
esencial
En otras palabras, no importa cuánto sepamos de la Biblia. Si
no ponemos en práctica aquello que hemos aprendido, nuestra
fe es ciertamente inútil.
Si bien vivimos en un mundo intrínsecamente corrupto, y
centrado en el yo, el evangelio de Cristo nos invita a vivir para
el otro, y a proclamar la fe que hemos creído en actos
concretos y vivos (Mat. 5:16; 25:35-40
Para ejemplificar cuán valioso es reconocer que la fe sin obras
de un creyente está muerta (Sant. 2:20), Santiago citará dos
historias tomadas del Antiguo Testamento. En la primera,
Santiago le recuerda a su audiencia el caso de Abraham, quien
demostró que él creía y confiaba en Dios al ofrecer a su hijo
Isaac sobre el altar (Sant. 2:21).
En opinión de Santiago, como consecuencia de este acto de fe
se cumplió la Escritura, la cual dice: “Abraham creyó a Dios y
le fue contado por justicia” (Sant. 2:23). El accionar de
Abraham es una manifestación de su obediencia a Dios.
Esta es la fe que Santiago tiene en mente al declarar que la fe,
sin obras, está muerta (Sant. 2:17). Esto se explica en el verso
siguiente, el cual señala que es en razón de esto “que el
hombre es justificado por las obras y no solamente por la fe”
(Sant. 2:24).
Esta frase parece estar en oposición con lo que Pablo afirma
en Romanos, por ejemplo, en donde él explícitamente declara
que “el hombre es justificado por la fe sin las obras de la Ley”
(Rom. 3:28; ver también Rom. 1:17; Gál. 2:16; Efe. 2:8.9). Lo que
parece ser una contradicción doctrinal y teológica no lo es.
Pues mientras Pablo se enfoca en el acto mental de creer, y en
nuestra unión espiritual con Cristo, Santiago está preocupado
en subrayar cómo demostramos de manera práctica que
tenemos esa fe que anunciamos. Santiago no tiene la intención
de predicar un evangelio distinto, promoviendo así un tipo de
salvación por las obras. Todo lo contrario. Lo que Santiago
quiere poner en evidencia es que una vida en Cristo es una
vida transformada.
La esperanza, nos dirá Santiago, comprende no solo ser
oidores del mensaje divino, sino igualmente obedecerlo y
ponerlo en práctica (Sant. 1:22). El que oye el evangelio sin
hacer lo que dice es como el que se mira en un espejo, y que
luego se va y olvida lo mal que se veía (Sant.1:23-24).
No existen contradicciones en el texto bíblico, menos existe
desarmonía doctrinal entre el pensamiento de Pablo y
Santiago.
Pablo tiene en mente la fe que opera en beneficio de la
salvación del ser humano, mientras Santiago se refiere a la
demostración de la fe.
Entre tanto la fe es un sentimiento para algunos, o
simplemente una aceptación mental, para el creyente
comprende experimentar una vida de obediencia.
Es por esta fe viva que nuestras acciones predican con una
fuerza mayor y más convincente a un mundo que no solo
espera escuchar teorías teológicas, sino asimismo ver cómo la
fe del evangelio nos ha transformado de una manera práctica.
El Señor nos invita cada día a crecer en fe, y amar, como dice
Juan, no “de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad”
(1 Juan 3:18).
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