Así también la fe, si no tiene obras, está completamente muerta” (Sant. 2:17). Algunos han planteado que la Biblia es un libro lleno de contradicciones. Los que expresan esto intentan demostrar que no existe armonía doctrinal y temática entre el Antiguo y el Nuevo Testamento Uno de los ejemplos más conocidos es conceptuar que existe una discordancia doctrinal entre Pablo y Santiago. Sin embargo, esta no es una contradicción, ni refleja algún tipo de desarmonía bíblica. Santiago inicia su razonamiento cuestionando la fe de sus oyentes. De qué sirve, pregunta Santiago, que alguien diga que tiene fe, y no tiene obras; ¿acaso podrá salvarlo esa clase de fe? (Sant. 2:14). La fe no puede vivir sin obras, aunque esta sea una fe sincera que adora a Dios de todo corazón. Al mismo tiempo, las obras, por sí mismas, no pueden actuar sin fe, pues lo importante no es solo servir a otros, sino que debemos realizar ese servicio en nombre del Dios verdadero que amamos y creemos. Para Santiago, comprender la importancia de esta unión es esencial En otras palabras, no importa cuánto sepamos de la Biblia. Si no ponemos en práctica aquello que hemos aprendido, nuestra fe es ciertamente inútil. Si bien vivimos en un mundo intrínsecamente corrupto, y centrado en el yo, el evangelio de Cristo nos invita a vivir para el otro, y a proclamar la fe que hemos creído en actos concretos y vivos (Mat. 5:16; 25:35-40 Para ejemplificar cuán valioso es reconocer que la fe sin obras de un creyente está muerta (Sant. 2:20), Santiago citará dos historias tomadas del Antiguo Testamento. En la primera, Santiago le recuerda a su audiencia el caso de Abraham, quien demostró que él creía y confiaba en Dios al ofrecer a su hijo Isaac sobre el altar (Sant. 2:21). En opinión de Santiago, como consecuencia de este acto de fe se cumplió la Escritura, la cual dice: “Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia” (Sant. 2:23). El accionar de Abraham es una manifestación de su obediencia a Dios. Esta es la fe que Santiago tiene en mente al declarar que la fe, sin obras, está muerta (Sant. 2:17). Esto se explica en el verso siguiente, el cual señala que es en razón de esto “que el hombre es justificado por las obras y no solamente por la fe” (Sant. 2:24). Esta frase parece estar en oposición con lo que Pablo afirma en Romanos, por ejemplo, en donde él explícitamente declara que “el hombre es justificado por la fe sin las obras de la Ley” (Rom. 3:28; ver también Rom. 1:17; Gál. 2:16; Efe. 2:8.9). Lo que parece ser una contradicción doctrinal y teológica no lo es. Pues mientras Pablo se enfoca en el acto mental de creer, y en nuestra unión espiritual con Cristo, Santiago está preocupado en subrayar cómo demostramos de manera práctica que tenemos esa fe que anunciamos. Santiago no tiene la intención de predicar un evangelio distinto, promoviendo así un tipo de salvación por las obras. Todo lo contrario. Lo que Santiago quiere poner en evidencia es que una vida en Cristo es una vida transformada. La esperanza, nos dirá Santiago, comprende no solo ser oidores del mensaje divino, sino igualmente obedecerlo y ponerlo en práctica (Sant. 1:22). El que oye el evangelio sin hacer lo que dice es como el que se mira en un espejo, y que luego se va y olvida lo mal que se veía (Sant.1:23-24). No existen contradicciones en el texto bíblico, menos existe desarmonía doctrinal entre el pensamiento de Pablo y Santiago. Pablo tiene en mente la fe que opera en beneficio de la salvación del ser humano, mientras Santiago se refiere a la demostración de la fe. Entre tanto la fe es un sentimiento para algunos, o simplemente una aceptación mental, para el creyente comprende experimentar una vida de obediencia. Es por esta fe viva que nuestras acciones predican con una fuerza mayor y más convincente a un mundo que no solo espera escuchar teorías teológicas, sino asimismo ver cómo la fe del evangelio nos ha transformado de una manera práctica. El Señor nos invita cada día a crecer en fe, y amar, como dice Juan, no “de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3:18).