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LIBROPsicologiaClinica

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12ª ed.
Psicología clínica
Desde 1948, este manual de Psicología clínica ha sido
considerado el más exhaustivo en su campo en todo el mundo.
El objetivo principal de la obra es, y siempre ha sido, mostrar
a los estudiantes interesantes hallazgos y la explicación más
completa posible. Para mantener esta filosofía, los autores Jim
Butcher (Universidad de Minnesota) y Susan Mineka
(Universidad de Northwestern) acogieron su equipo a Jill
Hooley de la Universidad de Harvard. Jill Hooley es una
experta investigadora en psicopatología y Directora de
Psicología clínica en Harvard. Su especialidad es la
esquizofrenia.
Esta última edición ha sido revisada y mejorada en varios
aspectos, incluyendo un capítulo dedicado a los desórdenes de
la alimentación; otro centrado en problemas de salud y
comportamiento; un nuevo capítulo sobre la esquizofrenia;
amplia cobertura sobre el retraso mental; nuevos casos de
estudio y cuadros de características; y mucho más.
Butcher
Mineka
Hooley
James N. Butcher
Susan Mineka
Jill M. Hooley
12ª edición
Psicología clínica
www.pearsoneducacion.com
ISBN 13: 978-84-8322-317-8
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Página ii
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Psicología clínica
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Página iii
Psicología
clínica
DUODÉCIMA EDICION
JAMES N. BUTCHER
University of Minnesota
SUSAN MINEKA
Northwestern University
JILL M. HOOLEY
Harvard University
Traducción
Alfonso Escudero Sanz
Universidad de Murcia
Revisión Técnica
José Antonio Carranza
José Antonio Hernández Martínez
Universidad de Murcia
Boston • New York • San Francisco • Mexico City • Montreal • Toronto •
London • Madrid • Munich • Hong Kong • Singapore • Tokio • Cape Town • Sydney
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Datos de catalogación bibliográfica
JAMES N. BUTCHER; SUSAN MINEKA; JILL M. HOOLEY
PSICOLOGÍA CLÍNICA 12.ª EDICIÓN
PEARSON EDUCACIÓN, S.A., Madrid, 2007
ISBN 10: 84-8322-317-1
ISBN 13: 978-84-832-2703-9
Materia: 616.8
Formato: 215 270 mm
Páginas: 728
Todos los derechos reservados.
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución,
comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de la
propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra
la propiedad intelectual (arts. 270 y sgts. Código Penal).
DERECHOS RESERVADOS
© 2007 PEARSON EDUCACIÓN, S.A.
Ribera del Loira, 28
28042 Madrid (España)
James N. Butcher; Susan Mineka; Jill M. Hooley
Psicología clínica. 12.ª edición
Authorized translation from the English language edition, entitled ABNORMAL PSYCHOLOGY, 12th Edition
by BUTCHER, JAMES; MINEKA, SUSAN; HOOLEY, JILL M., published by Pearson Education, Inc,
publishing as Allyn & Bacon, Copyright © 2004.
ISBN 10: 84-8322-317-1
ISBN 13: 978-84-8322-317-8
Depósito Legal: M.
Equipo editorial
Editor: Alberto Cañizal
Técnico editorial: Elena Bazaco
Equipo de producción:
Director: José Antonio Clares
Técnico: José Antonio Hernán
Diseño de cubierta: Equipo de diseño de PEARSON EDUCACIÓN, S.A.
Composición: JOSUR TRATAMIENTOS DE TEXTOS, S.L.
Impreso por:
IMPRESO EN ESPAÑA - PRINTED IN SPAIN
Este libro ha sido impreso con papel y tintas ecológicos
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JAMES N. BUTCHER
Universidad de Minnesota
James N. Butcher nació en Virginia del
oeste. Se alistó en el ejército a los diecisiete
años, donde sirvió en la infantería aéreo
transportado durante tres años, incluyendo un año en Corea durante la guerra.
Al terminar su servicio militar, estudió en
el Guilford College, donde se graduó en
psicología en 1960. Obtuvo el grado de
doctor en psicología clínica en la universidad de Carolina del Norte en 1962. Fue
nombrado doctor honoris causa en la universidad libre de Bruselas en 1990. En la
actualidad es profesor de psicología en la
universidad de Minnesota, donde ha sido
director del programa de psicología clínica durante diecinueve años. También
fue miembro del comité asesor del MMPI
de la universidad de Minnesota, y participó en su revisión de 1989. Anteriormente fue editor de la revista del APA
Psychological Assessment, y colabora como
asesor y revisor de muchas otras revistas
de psicología y psiquiatría. Ha estado activamente involucrado en el desarrollo y
organización de los programas de actuación desastres, dirigidos a afrontar los problemas humanos derivados de un desastre
aéreo. Ha organizado el protocolo de
intervención en un desastre aéreo, para el
aeropuerto St. Paul de Minneapolis, y ha
organizado y supervisado los servicios
psicológicos que se han puesto en práctica
ante estos dos importantes desastres
aéreos: el vuelo 255 en Detroit, Michigan,
y las aerolíneas Aloha de Maui. Es miembro del APA y de la sociedad para la evaluación de la personalidad. Ha publicado
cuarenta libros y más de ciento setenta y
cinco artículos en el ámbito de la psicología clínica, de la psicología intercultural,
de la evaluación de la personalidad.
SUSAN MINEKA
Universidad del Noroeste
JILL M. HOOLEY
Universidad de Hardvard
Nacida y criada en Ithaca, Nueva York, se
graduó en psicología que en la universidad
de Cornell con sobresaliente cum laude.
Obtuvo el título de doctor en psicología
experimental en la universidad de
Pennsylvania, y posteriormente realizó un
curso de psicología clínica entre 1981 y
1984. Ha dado clases en la universidad de
Wisconsin y en la universidad de Texas,
antes de trasladarse a la universidad del
noroeste en 1987. Desde entonces ha sido
catedrática de psicología en esa universidad, y desde 1998 tiene el cargo de directora de enseñanzas técnicas. Ha impartido
un amplio abanico de cursos, que incluyen
introducción a la psicología, y aprendizaje, motivación, psicología clínica, y terapia cognitivo-conductual. Sus actuales
intereses y de investigación se centran en
en las estrategias cognitivas y conductuales que permiten comprender la etiología,
el mantenimiento, y el tratamiento, de los
trastornos de ansiedad y del estado de
ánimo. En la actualidad es miembro del
APA, de la sociedad americana de psicología y de la academia de terapia cognitiva.
Ha sido editora de la revista Journal of
Abnormal Psychology (1990-1994). En la
actualidad es la editora asociada de Emotion, y figura en el cuadro editorial de
numerosas revistas prestigiosas de su
ámbito. También ha sido presidenta de la
sociedad para la ciencia de la psicología
clínica (1994-1995), y presidenta de la
asociación psicológica del medio oeste
(1997). También ha participado en la
comisión del APA para asuntos científicos
(1992-1994), y en la actualidad es miembro de la comisión ejecutiva de la Society
for Research in Psychopathology (19921994, 2000-2003) y de la sociedad americana de psicología (2001-2004). Entre
1997 y 1998 fue miembro del centro de
estudios avanzados en ciencias de la conducta en Stanford.
Jill Hooley es profesora de psicología en la
universidad de Harvard. También es
directora del programa de psicopatología
experimental y de psicología clínica en esa
universidad. La doctora Hooley nació en
Inglaterra y se graduó en psicología en la
universidad de Liverpool. A continuación
empezó a trabajar como investigadora en
la universidad de Cambridge. Después
asistió al Magdalen College en Oxford,
donde obtuvo su doctorado. Se trasladó a
los Estados Unidos y realizó estudios adicionales en psicología clínica, lo que le
permitió ingresar como profesora en la
universidad de Harvard, de la que es
miembro desde 1985.
Su interés en los predictores psicosociales de las recaídas psiquiátricas en
pacientes con esquizofrenia depresión se
remonta muchos años atrás. En la actualidad está realizando estudios de neuroimagen y sobre la moción en la depresión. Es
autora de muchas publicaciones y miembro del comité editorial de diversas revistas de prestigio. En Harvard imparte clases
de introducción a la psicología, psicología
clínica, esquizofrenia, trastornos del
estado de ánimo, diagnóstico psiquiátrico
y tratamiento psicológico. Cuando no está
enseñando, investigando, o tratando pacientes, lo más probable es que la encontramos montando a caballo.
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Contenido
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Resumen de contenidos
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
Psicología clínica: una visión general
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
Factores y perspectivas causales
Evaluación clínica
Estrés y trastornos de adaptación
Pánico, ansiedad y sus trastornos
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
Trastornos disociativos y somatoformes
Trastornos de la conducta alimentaria y obesidad
Problemas de salud y conducta
Trastornos de personalidad
Trastornos relacionados con sustancias
Opciones sexuales, abuso y disfunciones
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
Trastornos cognitivos
Trastornos de la niñez y adolescencia
Terapia
Aspectos legales contemporáneos en psicología clínica
1
25
51
101
135
171
215
267
297
325
353
387
425
461
499
523
563
601
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Contenidos
1
PSICOLOGÍA CLÍNICA: UNA
VISIÓN GENERAL
1
AVANCES en la investigación 1.1
¿Sirven los imanes para aliviar el daño
por estrés crónico
4
¿A QUÉ NOS REFERIMOS
CON LA EXPRESIÓN CONDUCTA
PATOLÓGICA?
4
Tratamiento
12
LA INVESTIGACIÓN EN LA
PSICOLOGÍA CLÍNICA
13
Fuentes de información
13
Establecer hipótesis sobre
la conducta
15
Muestreo y generalización
15
Grupo criterio y grupo de comparación
¿Por qué necesitamos clasificar los
trastornos mentales?
5
Estudiar el mundo tal y como es: diseños
observacionales de investigación
16
EL MUNDO QUE NOS RODEA 1.2
Aspectos que constituyen una patología
6
La definición de DSM-4 de trastorno
mental
6
Aspectos culturales de
la anormalidad
8
El «equipo» de salud mental
9
Estrategias retrospectivas versus
prospectivas
17
¿SON COMUNES LOS TRASTORNOS
MENTALES?
10
EL MUNDO QUE NOS RODEA 1.3
El personal de salud mental
10
Prevalencia e incidencia
11
Estimación de la prevalencia de los
trastornos mentales
12
16
La manipulación de variables: estrategias
experimentales
18
Estudiar la eficacia de la terapia
18
Estudios experimentales
de caso único
19
Investigación con animales
20
LA ORIENTACIÓN DE
ESTE LIBRO
22
TEMAS SIN RESOLVER: ¿Nos estamos
volviendo mentalmente enfermos?
Los amplios horizontes del trastorno
mental
23
Contenido
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x
CONTENIDOS
SUMARIO
23
TÉRMINOS CLAVE
2
Página x
PERSPECTIVAS
CONTEMPORÁNEAS DE LA
CONDUCTA ANORMAL
40
24
PERSPECTIVAS
HISTÓRICAS Y
CONTEMPORÁNEAS
DE LA CONDUCTA
PATOLÓGICA
PERSPECTIVAS HISTÓRICAS DE LA
CONDUCTA ANORMAL
26
Demonios, dioses y magia
26
Primeras concepciones médicas
de Hipócrates
26
Primeras concepciones filosóficas
de la conciencia y el descubrimiento de
la mente
27
AVANCES en el pensamiento 2.1
La histeria y la melancolía a lo largo
del tiempo
28
El pensamiento de la última etapa de Grecia
y Roma
28
La anormalidad durante la Edad
Media
29
AVANCES en el pensamiento 2.2
Primeras teorías sobre los trastornos
mentales en China
30
HACIA APROXIMACIONES
HUMANITARIAS
32
El resurgimiento de la investigación
científica en Europa
32
El establecimiento de los primeros asilos y
manicomios
33
La reforma humanitaria
34
Las concepciones del siglo XIX sobre las
causas y el tratamiento de los trastornos
mentales
36
El cambio de actitud hacia la salud mental a
principios del siglo XX
36
La asistencia en los hospitales mentales
durante el siglo XX
37
EL MUNDO QUE NOS RODEA 2.3
Encadenar a los pacientes mentales
38
AVANCES en la investigación 2.4
En busca de medicinas para curar los trastornos
mentales
39
El establecimiento del vínculo entre el
cerebro y el trastorno mental
40
El comienzo de un sistema
de clasificación
41
25
El establecimiento de las bases psicológicas
de los trastornos mentales
41
La evolución de la investigación
psicológica
43
TEMAS SIN RESOLVER:
La interpretación de los acontecimientos
históricos
47
SUMARIO
48
TÉRMINOS CLAVE
3
50
FACTORES Y
PERSPECTIVAS
CAUSALES
51
CAUSAS Y FACTORES DE RIESGO DE
LA CONDUCTA PATOLÓGICA
52
Causas necesarias, suficientes
y concurrentes
52
Retroalimentación y circularidad
en la conducta patológica
53
Modelos de vulnerabilidad-estrés
54
MODELOS O PERSPECTIVAS PARA
LA COMPRENSIÓN DE LA CONDUCTA
PATOLÓGICA
55
LA PERSPECTIVA BIOLÓGICA
Y LOS FACTORES CAUSALES
BIOLÓGICOS
56
Desequilibrios en los neurotransmisores
y las hormonas
57
AVANCES en la investigación 3.1
Neurotransmisores y conducta anormal
Vulnerabilidad genética
59
AVANCES en el pensamiento 3.2
«Naturaleza, crianza, y psicopatología: una
nueva mirada a un viejo tema»
63
El temperamento y otras disposiciones
constitucionales
64
Disfunción cerebral y plasticidad
neurológica
66
58
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Contenidos
Deprivación o alteración física
66
4
Impacto de la perspectiva
biológica
67
PERSPECTIVAS
PSICOSOCIALES
Las perspectivas psicodinámicas
Relaciones entre evaluación
y diagnóstico
102
68
AVANCES en el pensamiento 3.3
Las perspectivas humanista
y existencial
69
La perspectiva conductual
Recogida de la historia social
74
77
Para qué sirve y para qué no sirve la
adopción de una perspectiva
determinada
79
El examen físico general
82
Estilos paternos inadecuados
84
Desacuerdo matrimonial y divorcio
86
Tests psicológicos
EL MUNDO QUE NOS RODEA 3.4
Síndromes vilculados a la cultura
91
EL MUNDO QUE NOS RODEA 3.5
Cultura y relaciones de apego
92
Influencias sociales patógenas
108
110
AVANCES en la práctica 4.2
La práctica automatizada: la utilización de la
computadora en el examen psicológico
111
AVANCES en la práctica 4.3
El perfil de Esteban en el MMPI-2, y su informe
informatizado
116
Ventajas y limitaciones de los tests objetivos
de personalidad
119
Estudio psicológico de un caso:
Esteban
119
93
Impacto de la perspectiva
sociocultural
95
TEMAS SIN RESOLVER:
Perspectiva teórica y causas de la
conducta patológica
96
LA INTEGRACIÓN DE LOS
DATOS PROCEDENTES
DE LA EVALUACIÓN
122
Aspectos éticos de la evaluación
122
LA CLASIFICACIÓN DE LA CONDUCTA
PATOLÓGICA
123
Fiabilidad y validez
99
108
La observación clínica
de la conducta
109
El descubrimiento de factores
socioculturales mediante estudios
transculturales
90
93
LA EVALUACIÓN
PSICOSOCIAL
Entrevista de evaluación
89
El entorno sociocultural
106
AVANCES en la práctica 4.1
Exámenes neuropsicológicos: la
determinación de las relaciones entre
el cerebro y la conducta
107
Relaciones inadaptadas con los
compañeros
88
93
105
El examen neuropsicológico
Deprivación o trauma precoz
TÉRMINOS CLAVE
105
El examen neurológico
Nuestra concepción del mundo y
de nosotros mismos: esquemas
y auto-esquemas
80
97
Confianza y entendimiento entre el clínico
y el cliente
104
LA EVALUACIÓN DEL ORGANISMO
FÍSICO
105
FACTORES CAUSALES
PSICOSOCIALES
80
FACTORES CAUSALES
SOCIOCULTURALES
103
La influencia de la orientación
profesional
103
La perspectiva cognitivo-conductual
SUMARIO
101
LOS ELEMENTOS BÁSICOS
DE LA EVALUACIÓN
102
68
LA PERSPECTIVA
SOCIOCULTURAL
EVALUACIÓN
CLÍNICA
xi
124
Diferentes modelos de clasificación
124
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xii
CONTENIDOS
Clasificación diagnóstica formal
de los trastornos mentales
125
EL MUNDO QUE NOS RODEA 5.2
El elevado coste emocional de mantener
la paz
156
AVANCES en la investigación 4.4
Esquemas para la valoración clínica en
neuropsiquiatría (SCAN)
131
SUMARIO
Amenazas a la seguridad personal
132
TÉRMINOS CLAVE
5
Efectos a largo plazo del estrés
post-traumático
159
AVANCES en la investigación 5.3
Factores de estrés impredecibles
e incontrolables
162
133
ESTRÉS Y TRASTORNOS
DE ADAPTACIÓN
135
¿QUÉ ES EL ESTRÉS?
136
Categorías de factores estresantes
136
Factores que predisponen a una persona a
sufrir estrés
138
El afrontamiento del estrés
141
Efectos biológicos del estrés
143
Efectos psicológicos del estrés
prolongado
145
Prevención de los trastornos
de estrés
163
Tratamiento de los trastornos
por estrés
163
164
Problemas para el estudio de las víctimas
de una crisis
166
Qué estamos aprendiendo sobre la
intervención de emergencia
166
EL TRASTORNO DE ADAPTACIÓN:
REACCIONES A FACTORES
ESTRESANTES DE LA VIDA
COTIDIANA
146
El duelo
PREVENCIÓN Y TRATAMIENTO
DE LOS TRASTORNOS
POR ESTRÉS
163
AVANCES en la práctica 5.4
Intervención en crisis y desastres aéreos
EFECTOS DEL ESTRÉS
INTENSO
142
El desempleo
159
147
TEMAS SIN RESOLVER:
Medicación psicotrópica para el
tratamiento del TEPT
167
SUMARIO
168
TÉRMINOS CLAVE
169
147
El divorcio y la separación
148
TRASTORNOS DE ESTRÉS
POST-TRAUMÁTICO: REACCIONES
A ACONTECIMIENTOS
CATASTRÓFICOS
148
6
PÁNICO, ANSIEDAD
Y SUS TRASTORNOS
PATRONES DE RESPUESTA
DE MIEDO Y ANSIEDAD
172
Prevalencia del TEPT entre la población
general
149
VISIÓN DE CONJUNTO DE LOS
TRASTORNOS DE ANSIEDAD
Diferencias entre el trastorno
de estrés agudo y el trastorno
de estrés post-traumático
149
FOBIAS ESPECÍFICAS
Fobia a la sangre y a las heridas
EL MUNDO QUE NOS RODEA 5.1
Un trauma de increíbles proporciones
151
Factores causales del estrés
post-traumático
152
El trauma de la violación
El trauma del combate militar
173
174
175
Edad de aparición y diferencias sexuales
en las fobias específicas
175
Factores causales psicosociales
176
Factores causales de carácter genético
y temperamental
178
153
155
171
El tratamiento de las fobias
específicas
178
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FOBIAS SOCIALES
Contenidos
179
Interacción de los factores causales de
carácter psicosocial y biológico
180
Tratamiento de la fobia social
182
AVANCES en la práctica 6.3
La exposición sin posibilidad de respuesta,
tratamiento para el trastorno
obsesivo-compulsivo
209
TRASTORNO DE PÁNICO CON
Y SIN AGORAFOBIA
183
FACTORES CAUSALES
SOCIOCULTURALES DE LOS
TRASTORNOS DE ANSIEDAD
Diferencias entre pánico
y ansiedad
184
Diferencias culturales en la causa
de las preocupaciones
210
Agorafobia
Taijin Kyofusho
184
Prevalencia, sexo y edad de aparición
del trastorno de pánico con y
sin agorafobia
185
SUMARIO
7
187
TRASTORNOS UNIPOLARES DEL
ESTADO DE ÁNIMO
218
AVANCES en la práctica 6.1
Terapia cognitivo-conductual para
el trastorno de pánico
193
Depresiones que no son trastornos del
estado de ánimo
218
TRASTORNO DE ANSIEDAD
GENERALIZADA
194
Trastornos depresivos leves
y moderados
219
194
Prevalencia y edad de aparición
Trastorno depresivo mayor
195
Comorbilidad con otros trastornos
196
196
TRASTORNO
OBSESIVO-COMPULSIVO
200
Prevalencia y edad de aparición
202
202
203
AVANCES en el pensamiento 6.2
Trastornos del espectro
obsesivo-compulsivo
205
Factores causales biológicos
El tratamiento del trastorno
obsesivo-compulsivo
208
224
Factores causales psicosociales
El tratamiento del trastorno de ansiedad
generalizada
200
Factores causales psicosociales
220
FACTORES CAUSALES EN LOS
TRASTORNOS UNIPOLARES
DEL ESTADO DE ÁNIMO
224
Factores causales biológicos
Factores causales de carácter
biológico
198
Características del TOC
TRASTORNOS DEL ESTADO
DE ÁNIMO Y SUICIDIO
215
Prevalencia de los trastornos del estado
de ánimo
217
El tratamiento del trastorno de pánico
y la agorafobia
192
Factores causales psicosociales
213
¿QUÉ SON LOS TRASTORNOS DEL
ESTADO DE ÁNIMO?
216
Factores causales conductuales
y cognitivos
189
Características generales
211
186
El momento del primer ataque
de pánico
186
Factores causales biológicos
210
210
TÉRMINOS CLAVE
Comorbilidad con otros trastornos
xiii
228
AVANCES en la investigación 7.1
Diferencias sexuales en la depresión
unipolar
236
AVANCES en el pensamiento 7.2
Comorbilidad de la ansiedad y los trastornos
del estado de ánimo
238
AVANCES en la investigación 7.3
Depresión y violencia matrimonial
TRASTORNOS BIPOLARES
206
Ciclotimia
241
241
Trastornos bipolares
Trastorno esquizoafectivo
240
242
244
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Página xiv
xiv
CONTENIDOS
FACTORES CAUSALES
DEL TRASTORNO BIPOLAR
EL MUNDO QUE NOS RODEA 8.1
Un trastorno ficticio por poderes (el síndrome
de Munchausen por poderes)
277
Trastorno de dimorfismo corporal
277
245
Factores causales biológicos
245
Factores causales psicosociales
247
TRASTORNOS
DISOCIATIVOS
FACTORES SOCIOCULTURALES
QUE INFLUYEN SOBRE LOS
TRASTORNOS UNIPOLAR
Y BIPOLAR
248
El trastorno de despersonalización
Amnesia y fuga disociativas
281
248
Diferencias interculturales
en la prevalencia
249
EL MUNDO QUE NOS RODEA 8.3
Esquizofrenia, personalidad dividida y TID:
dilucidar la confusión
286
Factores causales socioculturales
de los trastornos disociativos
291
Tratamiento y resultados de los trastornos
disociativos
291
Diferencias demográficas en
los Estados Unidos
249
TRATAMIENTOS
Y RESULTADOS
251
La fármaco-terapia y la terapia
electro-convulsiva
251
Psicoterapia
253
EL SUICIDIO
TEMAS SIN RESOLVER:
TID y la realidad de los «recuerdos
recuperados»
292
255
El cuadro clínico y la pauta causal
255
EL MUNDO QUE NOS RODEA 7.4
Signos de alarma del suicidio estudiantil
Ambivalencia ante el suicidio
SUMARIO
TÉRMINOS CLAVE
8
9
265
TRASTORNOS
DISOCIATIVOS Y
SOMATOFORMES
Hipocondría
268
268
Trastorno de somatización
Trastorno de dolor
271
272
El trastorno de conversión
273
TRASTORNOS DE LA
CONDUCTA ALIMENTARIA,
Y OBESIDAD
297
ASPECTOS CLÍNICOS DE LOS
TRASTORNOS DE LA CONDUCTA
ALIMENTARIA
298
264
TRASTORNOS
SOMATOFORMES
295
260
TEMAS SIN RESOLVER:
¿Hay derecho a morir?
262
TÉRMINOS CLAVE
294
257
Prevención e intervención
en el suicidio
261
SUMARIO
280
AVANCES en el pensamiento 8.2
¿Debe clasificarse el trastorno de conversión
como un trastorno disociativo?
283
El trastorno disociativo de identidad
(TDI)
283
Diferencias interculturales en los síntomas
depresivos
248
Afrontamiento de las pérdidas
279
Edad de aparición y
diferencias sexuales
Anorexia nerviosa
267
298
298
EL MUNDO QUE NOS RODEA, 9.1
Trastornos de la conducta alimentaria
en varones
299
La bulimia nerviosa
302
Complicaciones médicas de la anorexia
nerviosa y de la bulimia nerviosa
304
Otros trastornos de la conducta
alimentaria
305
Diferencias entre diagnósticos
305
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Contenidos
Comorbilidad de los trastornos
de la conducta alimentaria con
otras formas de psicopatología
306
Prevalencia de los trastornos
de la conducta alimentaria
306
Trastornos de la conducta
alimentaria en diversas
culturas
307
Evolución y consecuencias
307
AVANCES en la investigación 10.2
¿El rencor es malo para la salud?
336
Hipertensión
338
338
La enfermedad cardiaca coronaria
339
¿Qué factores psicológicos están implicados
en la enfermedad cardiovascular?
339
314
315
Factores biológicos
318
Factores psicosociales
319
Perspectiva del aprendizaje
319
Factores socioculturales
320
El tratamiento de la obesidad
320
La importancia de la prevención
322
10
Salud, actitudes y recursos
de afrontamiento
335
ENFERMEDAD
CARDIOVASCULAR
318
FACTORES CAUSALES
GENERALES EN LA
ENFERMEDAD FÍSICA
Factores biológicos
342
343
Factores psicosociales
344
EL MUNDO QUE NOS RODEA 10.4
¿Quién pilla un resfriado?
345
Factores socioculturales
TRATAMIENTOS
Y RESULTADOS
346
347
Intervenciones biológicas
347
Intervenciones psicológicas
347
EL MUNDO QUE NOS RODEA 10.5
El síndrome de fatiga crónica
349
322
TÉRMINOS CLAVE
334
EL MUNDO QUE NOS RODEA 10.3
Enfermedad cardiovascular en un atleta
de treinta y tres años
337
EL MUNDO QUE NOS RODEA 9.3
Trastornos de la conducta alimentaria
e Internet
315
Tratamiento de la bulimia nerviosa
316
Tratamiento del trastorno de
atracones
317
SUMARIO
330
El estilo de vida en relación con
la salud y la enfermedad
334
310
Tratamiento de la anorexia nerviosa
OBESIDAD
Estrés y el sistema inmunológico
Psico-neuro-inmunología
AVANCES en la investigación 9.2
Las consecuencias indeseables de
la decisión de seguir una dieta
312
En entorno familiar
313
TRATAMIENTO DE LOS
TRASTORNOS DE LA
CONDUCTA ALIMENTARIA
329
AVANCES en la investigación 10.1
Citoquinas: el vínculo entre el cerebro
y el sistema inmunológico
332
FACTORES CAUSALES Y DE RIESGO
EN LOS TRASTORNOS DE LA
CONDUCTA ALIMENTARIA
308
Factores biológicos
308
Factores socioculturales
309
Factores individuales de riesgo
Aspectos fisiológicos del estrés
Medidas socioculturales
323
PROBLEMAS DE SALUD
Y CONDUCTA
325
TEMAS SIN RESOLVER:
¿Ignora la práctica clínica
la relación entre médico
y paciente?
350
FACTORES PSICOLÓGICOS EN LA
SALUD Y ENFERMEDAD
329
SUMARIO
El estrés y la respuesta al estrés
TÉRMINOS CLAVE
329
350
351
352
xv
Contenido
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xvi
CONTENIDOS
11
Página xvi
El tratamiento del trastorno
límite de personalidad
370
TRASTORNOS DE
PERSONALIDAD
353
CARACTERÍSTICAS CLÍNICAS
DE LOS TRASTORNOS
DE PERSONALIDAD
354
Los cinco criterios del DSM-IV-TR
355
DIFICULTADES PARA LA
INVESTIGACIÓN DE LOS
TRASTORNOS DE
PERSONALIDAD
355
372
El cuadro clínico de la psicopatía
y del trastorno de personalidad
antisocial
373
355
Dificultades para estudiar las causas
de los trastornos de personalidad
356
Factores causales en la psicopatía
y en la personalidad antisocial
375
EL MUNDO QUE NOS RODEA 11.1
Psicópatas «exitosos»
377
Tratamientos y resultados para la
personalidad psicópata antisocial
357
El trastorno de personalidad paranoide
EL TRASTORNO DE
PERSONALIDAD ANTISOCIAL
Y LA PSICOPATÍA
371
Piscopatía y TPAS
Dificultades para el diagnóstico
de los trastornos de personalidad
CLASIFICACIÓN DE
LOS TRASTORNOS
DE PERSONALIDAD
El tratamiento de otros trastornos
de la personalidad
371
357
El trastorno de personalidad
esquizoide
359
380
AVANCES en la práctica 11.2
La prevención de la psicopatía y del trastorno
de personalidad antisocial
381
TEMAS SIN RESOLVER:
El Eje II del DSM-IV-TR
383
El trastorno de personalidad
esquizotípico
359
SUMARIO
El trastorno de personalidad
histriónico
360
384
TÉRMINOS CLAVE
385
El trastorno de personalidad
narcisista
361
TRASTORNOS
El trastorno de personalidad
antisocial
363
12 RELACIONADOS
El trastorno límite de personalidad
363
El trastorno de personalidad
por evitación
365
Prevalencia, comorbilidad y
demografía del abuso y dependencia
del alcohol
389
El trastorno de personalidad
obsesivo-compulsivo
367
Categorías provisionales de otros trastornos
de personalidad en el DSM-IV-TR
368
TRATAMIENTOS
Y RESULTADOS
387
ABUSO Y DEPENDENCIA
DEL ALCOHOL
388
El trastorno de personalidad
dependiente
366
Factores causales socioculturales,
de los trastornos de personalidad
CON SUSTANCIAS
369
369
Adaptación de las técnicas terapéuticas
a los trastornos específicos
de personalidad
370
El cuadro clínico del abuso y dependencia
del alcohol
391
AVANCES en la investigación 12.1
El síndrome de alcohol fetal:
¿cuándo es demasiado?
393
Factores biológicos en el uso y
dependencia del alcohol y de otras
sustancias
394
Factores causales psicosociales en la
dependencia y el abuso del alcohol
397
Contenido
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Página xvii
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Contenidos
EL MUNDO QUE NOS RODEA 12.2
Borracheras en la universidad
399
Factores socioculturales
DESVIACIONES SEXUALES
Y DE IDENTIDAD SEXUAL
401
Las parafilias
Tratamiento de los trastornos
por abuso del alcohol
401
ABUS0 SEXUAL
438
440
Abuso sexual de niños
407
440
AVANCES en la investigación 13.2
La fiabilidad de los informes infantiles sobre
acontecimientos pasados
442
EL MUNDO QUE NOS RODEA 12.3
Cafeína y nicotina
408
Cocaína y anfetaminas
(estimulantes)
412
Paidofilia
Incesto
414
444
445
La violación
EL MUNDO QUE NOS RODEA 12.4
Meta-anfetaminas: ¿son de verdad
tan estupendas?
415
445
El tratamiento de la reincidencia
de los agresores sexuales
448
EL MUNDO QUE NOS RODEA 13.3
La ley Megan
449
LSD y otras drogas similares
(alucinógenos)
416
417
Marihuana
432
Trastornos de la identidad sexual
El opio y sus derivados (narcóticos)
Éxtasis
432
Factores causales y tratamientos
para las parafilias
437
ABUSO Y DEPENDENCIA
DE LAS DROGAS
406
Barbitúricos (sedantes)
DISFUNCIONES SEXUALES
417
451
Disfunciones del deseo sexual
452
EL MUNDO QUE NOS RODEA 12.5
Ludopatías
418
Disfunciones de la excitación sexual
TEMAS SIN RESOLVER:
Intercambio de adicciones:
¿es una estrategia eficaz?
Disfunciones sexuales por dolor
SUMARIO
Trastornos orgásmicos
423
SUMARIO
SEXUALES,
13 OPCIONES
ABUSO Y
425
INFLUENCIAS SOCIOCULTURALES
SOBRE LAS NORMAS Y PRÁCTICAS
SEXUALES
427
456
459
ESQUIZOFRENIA
14 Y OTROS TRASTORNOS
PSICÓTICOS
ESQUIZOFRENIA
461
462
Epidemiología de la
esquizofrenia
462
Caso 1: teoría de la degeneración
y la abstinencia
427
Orígenes del constructo
esquizofrenia
463
Caso 2: rituales homosexuales
en Melanesia
428
Caso 3: homosexualidad
y psiquiatría norteamericana
454
458
TÉRMINOS CLAVE
DISFUNCIONES
452
TEMAS SIN RESOLVER:
¿uáles son los perjuicios del
abuso sexual infantil?
457
420
422
TÉRMINOS CLAVE
xvii
429
AVANCES en el pensamiento 13.1
La homosexualidad como una opción
sexual normal
430
EL CUADRO CLÍNICO
DE LA ESQUIZOFRENIA
Ideas delirantes
Alucinaciones
464
465
Habla desorganizada
466
464
Contenido
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Página xviii
xviii
CONTENIDOS
Conducta desorganizada
y catatónica
467
Síntomas negativos
467
Aspectos diagnósticos
SUBTIPOS
DE ESQUIZOFRENIA
Lesiones difusas y focales
Indicadores clínicos de daño
cerebral
501
468
Tipo paranoide
468
Tipo desorganizado
469
Tipo catatónico
469
Tipo indiferenciado
470
Tipo residual
470
Otros trastornos psicóticos
502
AVANCES en la práctica 15.1
El chequeo de deterioros cognitivos
La interacción entre neuropsicología
y psicopatología
505
470
DELIRIUM
506
Presentación clínica
506
Tratamiento y resultados
471
506
EL MUNDO QUE NOS RODEA 14.1
Las cuatrillizas Genain
474
La influencias prenatales
477
Genes y ambiente en la esquizofrenia:
una síntesis
478
Una perspectiva neuro evolutiva
479
Aspectos biológicos
480
LA DEMENCIA
AVANCES en la investigación 14.2
Esquizofrenia e insensibilidad al dolor
Neurocognición
485
Aspectos psicosociales y culturales
TRASTORNOS AMNÉSICOS
La enfermedad de Alzheimer
507
Demencia por infección
de VIH-1
513
Demencia vascular
482
514
515
TRASTORNOS DERIVADOS
DE TRAUMATISMOS
CRANEALES
515
486
Cuadro clínico
516
EL MUNDO QUE NOS RODEA 15.4
¿Puede que un emocionante paseo provoque
daños cerebrales?
517
TRATAMIENTO Y RESULTADOS
CLÍNICOS
489
Tratamiento y resultados
490
492
518
TEMAS SIN RESOLVER:
¿Pueden mejorar los suplementos
dietéticos el funcionamiento
del cerebro?
519
EL MUNDO QUE NOS RODEA 14.4
Una mente maravillosa
493
TEMAS SIN RESOLVER: ¿Puede
prevenirse la esquizofrenia?
496
SUMARIO
507
EL MUNDO QUE NOS RODEA 15.3
Otras demencias
507
EL MUNDO QUE NOS RODEA 14.3
Una casa de locos
487
La clase social
489
Estrategias farmacológicas
Estrategias psicosociales
502
AVANCES en la investigación 15.2
Deterioros cognitivos en una
sala de manicura
503
¿QUÉ ES LO QUE PROVOCA
LA ESQUIZOFRENIA?
471
Aspectos genéticos
501
SUMARIO
520
TÉRMINOS CLAVE
521
497
TÉRMINOS CLAVE
498
15 TRASTORNOS
COGNITIVOS
LESIONES CEREBRALES
EN LOS ADULTOS
501
DE LA
16 TRASTORNOS
NIÑEZ Y LA
ADOLESCENCIA
499
CONDUCTA INADAPTADA
EN DIFERENTES MOMENTOS
DE LA VIDA
524
523
Contenido
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Página xix
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Contenidos
Diferentes cuadros clínicos
Vulnerabilidad especial
de los niños pequeños
524
Programas de defensa del menor
Clasificación de los trastornos
de la infancia y la adolescencia
525
TRASTORNOS DE LA INFANCIA
526
Trastorno por déficit de atención
con hiperactividad
526
SUMARIO
560
TÉRMINOS CLAVE
561
17 TERAPIA
UNA VISIÓN GENERAL
Trastorno de oposición-desafiante y
trastorno de conducta
528
DEL TRATAMIENTO
Trastornos de ansiedad en la infancia
y la adolescencia
531
¿Por qué se busca
una terapia?
564
534
536
¿Quién proporciona los servicios
psicoterapéuticos?
565
Trastornos evolutivos pertinaces
539
La relación terapéutica
539
Retraso mental
567
¿Se habría producido el cambio de todas
maneras?
567
544
¿Puede resultar perjudicial
la terapia?
568
545
¿QUÉ ESTRATEGIAS TERAPÉUTICAS
DEBEN UTILIZARSE?
568
546
Alteraciones cerebrales
en el retraso mental
547
Tratamientos validados
empíricamente
568
Síndromes orgánicos de
retraso mental
548
¿Medicación o psicoterapia?
569
Tratamientos combinados
Tratamientos, resultados
y prevención
552
PLANIFICACIÓN DE
PROGRAMAS DE AYUDA
A NIÑOS Y ADOLESCENTES
567
Objetivar y cuantificar el cambio
Factores causales de los trastornos
de aprendizaje
544
Tratamientos y resultados
565
MEDIR EL ÉXITO
DE LA PSICOTERAPIA
TRASTORNOS DE APRENDIZAJE
Y RETRASO MENTAL
543
Trastornos de aprendizaje
563
564
Trastorno sintomáticos: enuresis,
encopresis, sonambulismo y tics
Autismo
557
TEMAS SIN RESOLVER:
¿Puede la sociedad resolver
la conducta delictiva?
558
525
La depresión en la infancia
xix
570
ESTRATEGIAS FARMACOLÓGICAS
DE TRATAMIENTO
571
553
Factores específicos en
el tratamiento de niños
y adolescentes
553
AVANCES en la práctica 16.1
La terapia familiar como una forma
de ayuda a los niños
554
AVANCES en la práctica 16.2
Terapia de juego para solucionar problemas
psicológicos de los niños
555
EL MUNDO QUE NOS RODEA 16.3
Impacto del abuso infantil sobre el ajuste
psicológico
556
Fármacos antipsicóticos
571
Fármacos antidepresivos
573
EL MUNDO QUE NOS RODEA 17.1
¿Vivir mejor gracias a la química?
575
Fármacos ansiolíticos
577
Litio y otros fármacos estabilizadores
del estado de ánimo
578
Terapia electro-convulsiva
Neurocirugía
580
582
EL MUNDO QUE NOS RODEA, 17.2
La tragedia de Rosemary Kennedy
583
ESTRATEGIAS PSICOLÓGICAS
DE TRATAMIENTO
583
Contenido
19/9/06
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Página xx
xx
CONTENIDOS
Terapia de conducta
583
Terapia cognitiva y
cognitivo-conductual
587
Terapias humanistas
590
Terapias psicodinámicas
592
Terapia matrimonial y familiar
595
Eclecticismo e integración
597
El proceso de internamiento
EL MUNDO QUE NOS RODEA, 18.3
Decisiones judiciales importantes para los
derechos del paciente
613
La evaluación de la «peligrosidad»
613
La alegación de locura
616
PSICOTERAPIA Y SOCIEDAD
597
Valores sociales y psicoterapia
Psicoterapia y diversidad cultural
597
598
SUMARIO
EL MUNDO QUE NOS RODEA, 18.4
Alegatos controvertidos de no culpabilidad:
¿puede un estado mental alterado o un trastorno
de personalidad atenuar la responsabilidad
de un acusado?
617
599
TÉRMINOS CLAVE
ESFUERZOS ORGANIZADOS
PARA LA SALUD MENTAL
600
LEGALES
18 ASPECTOS
CONTEMPORÁNEOS EN
PSICOLOGÍA CLÍNICA
PERSPECTIVAS SOBRE
LA PREVENCIÓN
602
Intervenciones universales
Intervenciones selectivas
Intervenciones indicadas
602
604
606
AVANCES en la práctica 18.1
Prevención del abuso del alcohol
El hospital mental como
comunidad terapéutica
607
Desinstitucionalización
609
612
601
620
Esfuerzos en Estados Unidos
para la salud mental
620
Esfuerzos internacionales en la salud
mental
621
DESAFÍOS DE FUTURO
622
La necesidad de planificación
La contribución individual
623
623
TEMAS SIN RESOLVER: La OMS
y el cuidado de la salud mental
624
SUMARIO
607
EL MUNDO QUE NOS RODEA, 18.2
Las prisiones de nuevo como hospitales
mentales
611
ASPECTOS LEGALES
CONTROVERTIDOS
612
626
TÉRMINOS CLAVE
627
BIBLIOGRAFÍA
629
AGRADECIMIENTOS
687
ÍNDICE ANALÍTICO
689
Contenido
19/9/06
11:11
Página xxi
Relación de artículos
AVANCES en la investigación
1.1
2.4
3.1
4.4
5.3
7.1
7.3
9.2
10.1
10.2
12.1
13.2
14.2
15.2
¿Sirven los imanes para aliviar el daño por estrés crónico?
(p. 4)
En busca de medicinas para curar los trastornos mentales
(p. 39)
Neurotransmisores y conducta anormal
(p. 58)
Esquemas para la valoración clínica en neuropsiquiatría (SCAN)
(p. 131)
Factores de estrés impredecibles e incontrolables
(p. 162)
Diferencias sexuales en la depresión unipolar
(p. 236)
Depresión y violencia matrimonial
(p. 240)
Las consecuencias indeseables de la decisión de seguir una dieta
(p. 312)
Citoquinas: el vínculo entre el cerebro y el sistema inmunológico
(p. 332)
¿El rencor es malo para la salud?
(p. 336)
El síndrome de alcohol fetal: ¿cuándo es demasiado?
(p. 393)
La fiabilidad de los informes infantiles sobre acontecimientos pasados
(p. 442)
Esquizofrenia e insensibilidad al dolor
(p. 482)
Deterioros cognitivos en una sala de manicura
(p. 503)
AVANCES en el pensamiento
2.1
2.2
3.2
3.3
La histeria y la melancolía a lo largo del tiempo
(p. 28)
Primeras teorías sobre los trastornos mentales en China
(p. 30)
«Naturaleza, crianza y psicopatología: una nueva mirada a un viejo tema»
Las perspectivas humanista y existencial
(p. 69)
(p. 63)
Contenido
19/9/06
11:11
xxii
RELACIÓN DE ARTÍCULOS
6.2
7.2
8.2
13.1
Página xxii
Trastornos del espectro obsesivo-compulsivo
(p. 205)
Comorbilidad de la ansiedad y los trastornos del estado de ánimo
(p. 238)
¿Debe clasificarse el trastorno de conversión como un trastorno disociativo?
(p. 283)
La homosexualidad como una opción sexual normal
(p. 430)
AVANCES en la práctica
4.1
4.2
4.3
5.4
6.1
6.3
11.2
15.1
16.1
16.2
18.1
Exámenes neuropsicológicos: la determinación de las relaciones entre el cerebro y la conducta
(p. 107)
La práctica automatizada: la utilización de la computadora en el examen psicológico
(p. 111)
El perfil de Esteban en el MMPI-2, y su informe informatizado
(p. 116)
Intervención en crisis y desastres aéreos
(p. 164)
Terapia cognitivo-conductual para el trastorno de pánico
(p. 193)
La exposición sin posibilidad de respuesta, tratamiento para el trastorno obsesivo-compulsivo
(p. 209)
La prevención de la psicopatía y del trastorno de personalidad antisocial
(p. 381)
El chequeo de deterioros cognitivos
(p. 502)
La terapia familiar como una forma de ayuda a los niños
(p. 554)
Terapia de juego para solucionar problemas psicológicos de los niños
(p. 555)
Prevención del abuso del alcohol
(p. 607)
EL MUNDO QUE NOS RODEA
1.2
1.3
2.3
3.4
3.5
5.1
5.2
7.4
8.1
8.3
9.1
9.3
10.3
10.4
10.5
11.1
12.2
12.3
12.4
12.5
13.3
Aspectos que constituyen una patología
(p. 6)
El personal de salud mental
(p. 10)
Encadenar a los pacientes mentales
(p. 38)
Síndromes vinculados a la cultura
(p. 91)
Cultura y relaciones de apego
(p. 92)
Un trauma de increíbles proporciones
(p. 151)
El elevado coste emocional de mantener la paz
(p. 156)
Signos de alarma del suicidio estudiantil
(p. 257)
Un trastorno ficticio por poderes (el síndrome de Munchausen por poderes)
(p. 277)
Esquizofrenia, personalidad dividida y TID: dilucidar la confusión
(p. 286)
Trastornos de la conducta alimentaria en varones
(p. 299)
Trastornos de la conducta alimentaria e Internet
(p. 315)
Enfermedad cardiovascular en un atleta de treinta y tres años
(p. 337)
¿Quién pilla un resfriado?
(p. 345)
El síndrome de fatiga crónica
(p. 349)
Psicópatas «exitosos»
(p. 377)
Borracheras en la universidad
(p. 399)
Cafeína y nicotina
(p. 408)
Meta-anfetaminas: ¿son de verdad tan estupendas?
(p. 415)
Ludopatías
(p. 418)
La ley Megan
(p. 449)
Contenido
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Página xxiii
www.ablongman.com/butcher12e
14.1
14.3
14.4
15.3
15.4
16.3
17.1
17.2
18.2
18.3
18.4
Relación de artículos
Las cuatrillizas Genain
(p. 474)
Una casa de locos
(p. 487)
Una mente maravillosa
(p. 493)
Otras demencias
(p. 507)
¿Puede que un emocionante paseo provoque daños cerebrales?
(p. 517)
Impacto del abuso infantil sobre el ajuste psicológico
(p. 556)
¿Vivir mejor gracias a la química?
(p. 575)
La tragedia de Rosemary Kennedy
(p. 583)
Las prisiones de nuevo como hospitales mentales
(p. 611)
Decisiones judiciales importantes para los derechos del paciente
(p. 613)
Alegatos controvertidos de no culpabilidad: ¿puede un estado mental alterado o un trastorno de personalidad
atenuar la responsabilidad de un acusado?
(p. 617)
TEMAS SIN RESOLVER
¿Nos estamos volviendo mentalmente enfermos? Los amplios horizontes del trastorno mental
(Capítulo 1, p. 23)
La interpretación de los acontecimientos históricos
(Capítulo 2, p. 47)
Perspectiva teórica y causas de la conducta patológica
(Capítulo 3, p. 96)
Medicación psicotrópica para el tratamiento del TEPT
(Capítulo 5, p. 167)
¿Hay derecho a morir?
(Capítulo 7, p. 262)
TID y realidad de los «recuerdos recuperados»
(Capítulo 8, p. 292)
¿Ignora la práctica clínica la relación entre médico y paciente?
(Capítulo 10, p. 350)
El Eje II del DSM-IV-TR
(Capítulo 11, p. 383)
Intercambio de adicciones: ¿es una estrategia eficaz?
(Capítulo 12, p. 420)
¿Cuáles son los perjuicios del abuso sexual infantil?
(Capítulo 13, p. 457)
¿Puede prevenirse la esquizofrenia?
(Capítulo 14, p. 496)
¿Pueden mejorar los suplementos dietéticos el funcionamiento del cerebro?
(Capítulo 15, p. 519)
¿Puede la sociedad resolver la conducta delictiva?
(Capítulo 16, p. 558)
La OMS y el cuidado de la salud mental
(Capítulo 18, p. 624)
xxiii
Contenido
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Página xxiv
Contenido
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Página xxv
Prefacio
P
sicología clínica tiene una larga y distinguida tradición como texto de psicología
clínica. Desde 1948, año en que James Coleman escribió la primera edición, este
libro de texto está considerado como uno de los mejores de este campo. Con el
paso de los años se han unido al equipo nuevos autores, que han ofrecido ideas nuevas procedentes de su campo de experiencia, y que han mantenido el constante compromiso de
incluir un amplio elenco de investigaciones empíricas, que es lo que sustenta la fama de
esta obra. En 1980, los famosos psicólogos Bob Carson y Jim Butcher escribieron la sexta
edición de este texto clásico, y en 1996 se unieron a la reputada investigadora Susan
Mineka para redactar la décima edición. Bob Carson se retiró del equipo en 2004, aunque
sus contribuciones son inconmensurables y su trabajo se recordará durante muchos años.
El año 2004 supone un momento especial en la historia de este libro. La abundancia
de investigaciones en nuestro ámbito permitió ampliar nuestra comprensión de la psicopatología, perfeccionando no sólo las teorías sino también los métodos de tratamiento que
teníamos hace tan sólo una década. El objetivo de este libro es, como siempre ha sido, ofrecer a los interesados estos apasionantes descubrimientos, así como la más concienzuda
explicación posible de lo que es la psicopatología. Por esa razón damos la bienvenida a
nuestro equipo de autores a Jill Hooley, de la Universidad de Harvard. Jill Hooley es una
distinguida investigadora en psicopatología y directora del programa de psicología clínica
de Hardvard. Estamos seguros de que su contribución brindará a esta duodécimaa edición, una valiosa perspectiva tanto desde el punto de vista de la investigación como de la
enseñanza clínica, sobre todo en lo que concierne al tema de la esquizofrenia.
El equipo formado por Butcher, Mineka y Hooley es señero. La profundidad y amplitud de sus investigaciones en el ámbito de la psicopatología ofrece a los estudiantes una
experiencia de aprendizaje que les hace reflexionar, aumenta su conocimiento, y les guía
hacia nuevos niveles de comprensión hasta límites que otros libros no pueden ofrecer.
Esta edición incluye más de 1500 referencias bibliográficas nuevas. El trabajo de los autores en el ámbito internacional ofrece un excelente equilibrio de estudios multi-culturales,
que facilitan la obtención de una perspectiva global e integradora de la psicopatología.
Contenido
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xxvi
P R E FA C I O
LO QUE ES NUEVO
Si bien esta duodécima edición mantiene muchos de los elementos básicos de
las ediciones anteriores, también incluye muchos temas nuevos así como una revisión de
las investigaciones más recientes en psicopatología. Al seguir de cerca el vertiginoso desarrollo del conocimiento sobre las influencias biológicas, sobre todo el ámbito de la patología de la conducta, el texto describe pormenorizadamente la importancia de este tipo de
factores.
Desde una perspectiva más amplia, esta edición ofrece otros cambios importantes.
Capítulo 1:
Psicología clínica: una visión general
En la edición anterior, una parte importante de este capítulo estaba centrada en la clasificación, que ahora hemos trasladado al Capítulo 4, dedicado a la evaluación clínica. Así, el
Capítulo 1 se centra ahora de manera más específica en el tema de las investigaciones y sus
métodos, lo que permite ofrecer una fundamentación muy clara y minuciosa, que pueda
servir a los estudiantes como punto de referencia a lo largo de todo este libro.
Capítulo 6:
Pánico, ansiedad y sus trastornos
Este capítulo se ha actualizado para incluir los nuevos datos de investigación y las nuevas
teorías sobre la etiología del trastorno de pánico y del trastorno obsesivo-compulsivo. De
hecho, se ofrece un nuevo enfoque de una serie de trastornos que en la actualidad se consideran estrechamente relacionados con el trastorno obsesivo-compulsivo, y que se conocen como trastornos del espectro obsesivo-compulsivo.
Capítulo 8:
Trastornos disociativos y somatoformes
Este capítulo se ha revisado y reorganizado con gran profundidad, para reflejar los nuevos
avances que se han producido en este ámbito. Una novedad es la discusión de las razones
por las que la histeria de conversión probablemente se debería reconsiderar como un trastorno disociativo, así como las razones por las que los términos trastorno de personalidad
mútiple (ahora denominado trastorno de identidad disociativa) y esquizofrenia suelen
confundirse tan a menudo.
Capítulo 9:
Trastornos de la conducta alimentaria y obesidad
Este capítulo es completamente nuevo, y está dedicado en exclusiva a los trastornos de la
conducta alimentaria y a la obesidad. En la última edición los trastornos de la conducta alimentaria aparecían junto a las amenazas psicológicas para la salud física, mientras que la
obesidad se incluía en el capítulo dedicado a los trastornos relacionados con el abuso de
sustancias. Resulta razonable reunir en un mismo capítulo estos trastornos de la conducta
alimentaria y, en virtud de la enorme cantidad de información de que disponemos en la
actualidad al respecto, dedicarles un capítulo en exclusiva.
Capítulo 14:
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
Este capítulo ha sido completamente reformulado por la especialista en esquizofrenia Jill
Hooley. Su enorme experiencia en este campo convierte a este predilecto de los estudiantes en una exposición todavía más interesante y fértil.
Contenido
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Prefacio
xxvii
Capítulo 16:
Trastornos de la niñez y adolescencia
El índice de contenidos de este capítulo ha crecido para dar cabida al retraso mental y a los
trastornos de aprendizaje. Estos temas, ubicados anteriormente en el capítulo dedicado a
los trastornos cognitivos, parecen estar más adecuadamente emplazados junto a otros
trastornos que suelen aparecer a una edad similar.
Capítulo 17:
Terapia
Teniendo en cuenta la relación cada vez más estrecha entre la terapia biológica y la psicológica, hemos pensado que es más apropiado presentar conjuntamente ambos temas en un
mismo capítulo. En este, es posible apreciar de manera separada cada uno de los métodos,
pero además considerarlos también al unísono, como suele ocurrir habitualmente en el
tratamiento real de los pacientes.
ARTÍCULOS Y ASPECTOS DIDÁCTICOS
La amplia base de investigaciones y la accesible organización de este texto
dependen en gran medida de una serie de artículos de gran interés, así como de una estrategia didáctica muy útil para fomentar y contribuir al aprendizaje de los estudiantes.
Artículos

• RECUADROS DE ARTÍCULOS
Hemos incluido una serie de apartados especiales, denominados Avances en la Investigación, Avances en el pensamiento,
Avances en la práctica, y El mundo que nos rodea, que permiten ampliar ciertos temas de interés especial, centrarse en las
aplicaciones de la investigación para la vida cotidiana, en los
acontecimientos de actualidad y en los últimos descubrimientos, metodología y tecnología de investigación.
CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas
AVA N C E S
en el pensamiento
La histeria y la melancolía a lo largo
del tiempo
Si bien la ciencia moderna de la
salud mental ha realizado
grandes avances para describir,
definir, clasificar,
determinar la causa, y tratar los
trastornos psicológicos, no
podemos ignorar las contribuciones
que se han propuesto
desde la antigüedad. En la actualidad
se reconoce que
algunos de los problemas sobre
salud mental que todavía
reciben una gran cantidad de atención
clínica y de
investigación, ya fueron reconocidos
y descritos hace
milenios. Un estudio reciente de
la correspondencia de
pacientes que fueron hospitalizados
en el asilo de
Edinborough entre los años 1873
y 1906, ha concluido que
los problemas de salud mental característicos
del siglo XIX
eran muy similares a los actuales
(Beveridge, 1997). Dos de
esos trastornos son la histeria y
la depresión.
Histeria
El trastorno inicialmente conocido
como histeria se define
en DSM-4-TR como un trastorno
de conversión y tiene una
larga historia que se remonta a la
antigua Grecia y a la
medicina egipcias (Adair, 1997; Mersky,
1995; Mersky y
Potter, 1989). El término deriva de
la palabra griega
«útero» (hystera), que a su vez
proviene de un antiguo
término sánscrito que significa «ombligo
o estómago»
(Micale, 1995). Platón escribió acerca
del útero de la
El pensamiento de la última etapa
de Grecia y Roma

CAPÍTULO 10
Problemas de salud y conducta
AVA N C E S
en la investigación
¿El rencor es malo para la salud?
Quien más y quien menos nos hemos
sentido maltratados
en algunas ocasiones. Puede que
un amigo que nos iba a
llevar al aeropuerto, no apareciera
a recogernos. Puede que
otro se dedique a cotillear a nuestras
espaldas. Quizá
nuestro jefe o nuestro profesor no
reconozcan nuestro
esfuerzo, y nos valoren negativamente
. Para cualquiera que
viva entre otras personas, este tipo
de desaires son un
hecho cotidiano e irritante, aunque
inevitable.
¿Tiene algún impacto sobre nuestra
salud la forma en
que manejamos estas situaciones?
Para analizar este tema,
Witvliet et al. (2002) estudiaron
las consecuencias
emocionales y fisiológicas de actuar
de manera indulgente
o rencorosa. Se pidió a estudiantes
universitarios que
eligieran ofensas interpersonale
s auténticas, que hubieran
experimentado en el pasado. La
mayoría de esas ofensas
provenía de amigos, novios, hermanos,
o padres, e incluían
asuntos como el rechazo, la mentira,
o el insulto. A
continuación los investigadores
recogieron autoinformes y
datos psicofisiológicos (tasa cardiaca,
presión sanguínea, y
tensión de los músculos de la cara)
de los estudiantes
mientras que éstos se imaginaban
su respuesta a esas
ofensas, ya fuera de manera indulgente,
o rencorosa. En la
condición indulgente, se pedía a
los estudiantes que
pensaran en sentimientos de clemencia
o de empatía con
las personas que les habían ofendido.
En la condición de
rencor, se les pedía que se mantuviesen
en el papel de
víctimas, que no olvidarán el daño,
y que intentaran
mostrarse rencorosos.
¿Es posible que ambas formas
de pensar sobre el
mismo asunto, pudieran modificar
el estado de ánimo y
En conjunto estos resultados indican
que una perspectiva optimista de la vida, así como la ausencia
de emociones
negativas, pueden ejercer consecuencias
muy beneficiosas
sobre la salud. De hecho, en la actualidad
estamos asistiendo
a un interés cada vez mayor por el estudio
de la psicología
positiva (Snyder y López, 2002). Se trata
de centrarse en las
características y los recursos humanos
que tienen implicaciones directas para nuestro bienestar físico
y mental. Los sentimientos positivos (la tendencia a
experimentar estados
emocionales positivos; Watson, 2002),
la compasión (Cassell,
2002), la gratitud (Emmons y Shelton,
2002), el humor (Lefcourt, 2002), y la espiritualidad (Pargament
y Mahoney,
2002) son dones que no tienen precio.
Aunque la investigación sobre estos aspectos de «acentuar
lo positivo» todavía se
encuentra en pañales, ya se dispone
de pruebas sobre sus
posibles beneficios sobre la salud. Por
ejemplo, existen datos
.
los estados fisiológicos de los participantes
en el
estudio? La respuesta es que sí.
Cuando se les pidió que
fueran indulgentes, los participantes
informaban de que
tenían más sentimientos de empatía
y clemencia. Pero
cuando se les pidió que se mostrarán
rencorosos y
resentidos, se informaba de más
sentimientos negativos,
hostiles, tristes, y de pérdida de
control. También se
observaba una mayor tensión en
las cejas, aumentaba el
ritmo cardíaco, la presión sanguínea,
y la conductividad
eléctrica de la piel (lo que indica
una mayor activación del
sistema nervioso autónomo). Pero
todavía más
sorprendente fue el resultado de
que después de
terminar el experimento y que
se les pidiera relajarse, los
sujetos que habían imaginado sentimientos
de rencor
eran incapaces de relajarse. En
otras palabras, el estado
de elevada activación fisiológica
que se había alcanzado
al imaginar ofensas pasadas, resultaba
muy difícil de
eliminar.
¿Qué implicaciones tienen estos
resultados? Si bien
experimentar de manera fugaz
sentimientos de
hostilidad, probablemente no sea
suficiente para dañar
nuestra salud, las personas con
tendencia a rumiar
indefinidamente las ofensas que
les han hecho los demás,
están adoptando una actitud peligrosa.
En la medida en
que el mantenimiento de la ira y
de las reacciones
cardiovasculares elevadas, pueden
tener consecuencias
para la enfermedad cardiaca y el
funcionamiento
inmunológico, fomentar el rencor
puede ser peligroso
para nuestra salud. Aunque no
siempre resulta fácil,
perdonar a los que nos ofenden
puede hacer que
disminuya nuestro estrés y aumente
nuestro bienestar.
que señalan que la risa mejora el sistema
inmunológico
(Berk et al., 1988; Lefcourt, 2002). También
se ha demostrado la existencia de beneficios psicológicos
asociados con la
tendencia a olvidar las afrentas, frente
mantener el rencor
(véase el apartado Avances de la Investigación
10.2)
De manera irónica, algunas de las características
positivas de los humanos también pueden complicar
los intentos
de determinar la eficacia de las nuevas
técnicas de tratamiento, como pueden ser las nuevas
drogas. Un paciente
que cree que un determinado tratamiento
será eficaz, tiene
más probabilidades de mostrar una mejoría
que la persona
que se muestra neutral o pesimista,
incluso cuando en la
práctica dicho tratamiento no ejerza
ningún efecto fisiológico relevante. El efecto placebo explica
en parte la controversia que aparece periódicamente
entre la comunidad
científica y el público en general, respecto
a la eficacia de

CAPÍTULO 5
.
Estrés y trastornos de adaptación
El trabajo de Hipócrates tuvo continuidad
en algunos médicos de Grecia y de Roma. Sobre todo fue
en Alejandría, una
ciudad de Egipto que se convirtió en
el centro de la cultura
griega tras su fundación por Alejandro
Magno en el año 332
antes de Cristo, donde la medicina alcanzó
un elevado nivel,
y se construyeron templos sanatorios
dedicados a Saturno.
Se consideraba que un entorno agradable
tenía un gran
poder terapéutico, y por lo tanto se intentaba
que los pacientes tuvieran actividades constantes, lo
que incluía fiestas,
bailes, paseos por los jardines del templo,
remar por el Nilo,
y conciertos musicales. Los médicos
de la época también
recurrían a una variedad de medidas terapéuticas
tales como
la dieta, el masaje, la hidroterapia, la
gimnasia y la educación, junto a otras prácticas menos
agradables, como las
sangrías, las purgas y la restricción de
movimientos.
EL MUND O QUE NOS RODE A
El elevado coste emocional de mantener
de la conducta patológica
la paz
por la guerra
Las misiones de paz en países devastados
dirigido exclusivamente
suponen un esfuerzo humanitario
a la población civil
a propósitos pacíficos —proteger
los ejércitos en liza, y
colocando fuerzas neutrales entre
civil—. No
proporcionando seguridad a la población
des de los
obstante, las obligaciones y responsabilida
paz pueden llegar a ser
componentes de estas fuerzas de
les coloca ante un
excesivamente ambiguas, lo que
De hecho,
conflicto para el que no están preparados.
llegar a
pueden
algunas misiones militares pacificadoras
experiencia de guerra,
ser tan estresantes como la propia
y llegan a infligir grandes traumas.
de hombres y
Un trágico ejemplo es el de un grupo
misión
en
mujeres jóvenes que fueron enviados
a miles de civiles
humanitaria para suministrar alimentos
rechazaron la
en Somalia. Algunos soldados somalíes
militarmente a los
ayuda exterior y se enfrentaron
El 5 de junio de 1993,
componentes de la misión de paz.
cuando
fallecieron
paquistaníes
24 pacificadores
que los síntomas
Brett, y Gallops, 1985). Encontraron
hiperactividad,
post-traumáticos que sufrían (fantasías,
estaban asociaentumecimiento, y problemas cognitivos),
durante el comdos con la magnitud y violencia observada
violencia estaba
gran
de
actos
en
participación
La
bate.
más graves, como por
fuertemente asociada con patologías
a la conclusión
ejemplo la depresión. Los autores llegaron
co depende que el cuadro clínico del estrés post-traumáti
a los que la
de en gran medida de los factores estresantes
en el compersona ha estado sometida. Pero la implicación
en una zona de
bate no es el único factor de estrés presente
en tareas morguerra. Los soldados que han colaborado
presentan matuorias (p.e. la manipulación de cadáveres),
de irritabilidad,
yores tasas de TEPT, con más síntomas
los soldados que no
ansiedad, y problemas somáticos, que
(McCarroll, Ursahan tenido que realizar ese tipo de tareas
no, y Fullerton, 1995).
clínico general
Pese a las posibles variaciones, el cuadro
entre los soldados
resulta sorprendentemente homogéneo
en guerras diferenque han manifestado estrés de combate
aumento de la irrites. Los primeros síntomas suelen ser un
del sueño, y con
tabilidad y la sensibilidad, trastornos
empírico de los
frecuencia pesadillas recurrentes. Un estudio
veteranos de guerra,
componentes emocionales del TEPT en
clausurar una emisora de
intentaban cumplir la misión de
difundir propaganda
radio que se estaba utilizando para
Poco después, en
contraria a las Naciones Unidas.
fueron
octubre de 1993, 18 soldados americanos
para capturar a uno
asesinados durante una expedición
Las noticias de
de los Señores de la Guerra somalíes.
muy explícitas de
televisión ofrecieron descripciones
terribles de los cuerpos
dicha acción, así como imágenes
mientras se les
de algunos de los soldados americanos
la presencia de las
arrastraba por las calles, desafiando
Naciones Unidas.
esa misión
Muchos de los que participaron en
cantidad de estrés.
humanitaria, experimentaron gran
Litz y sus
por
Algunos estudios recientes realizados
Ehlich et al., 1997;
colaboradores (Litz, Orsillo, Friedman,
analizado la prevalencia
Litz, King, King et al., 1997) han
o entre el
de los síntomas de estrés post-traumátic
en Somalia.
paz
de
misión
en
personal militar desplegado
activo, y encontraron
Entrevistaron a 3.461 personas en
síntomas de TEPT
que el 8% de los soldados mostraban
cinco meses después.
la irritabilidad
encontró que los problemas para controlar
estrés post-traumátisuponen un elemento permanente del
et al., 1994).
co de este grupo de personas (Chemtob
casos de estrés del
Lo que tienen en común los diferentes
de ansiedad. Resulta
combate es el abrumador sentimiento
que han sufrido heriinteresante observar que los soldados
y menos síntomas de
das físicas muestran menos ansiedad
que no han sufriagotamiento de combate que los soldados
que han sufrido heridas físicas, con la excepción de aquellos
e, una herida
do una mutilación permanente. Aparentement
a la situación de comproporciona una escapatoria aceptable
ansiedad. Se ha
de
fuentes
las
elimina
bate, y de esta manera
los soldados israelíes
encontrado un resultado similar entre
semanas de la guerra
hospitalizados durante las cinco o seis
egipcias y sirias
de Yom Kippur de 1973, cuando las fuerzas
De hecho, no reatacaron Israel (Merbaum y Hefez, 1976).
admitan que han resulta extraño que los propios soldados
otra herida, que les
zado para recibir una bala o alguna
pero de manera
permita ser evacuados del campo de batalla,
to comhonorable. Cuando se aproxima su restablecimien
al combapleto, y por lo tanto el momento de reincorporarse
de nuevo síntomas y
te, estos soldados suelen manifestar
síntomas que
otros
y
insomnio,
reacciones de nerviosismo,
hospital.
no mostraban cuando ingresaron en el
.
siguiente manera en su Timoteo:
«cuando se queda
improductivo durante mucho tiempo
después de la
pubertad, se vuelve iracundo, se
mueve por todo el cuerpo,
ocluye las entradas del aire, detiene
la respiración, y coloca
al cuerpo en peligro, ocasionando
diversas enfermedades».
Es posible incluso datar el conocimiento
de los problemas
psicológicos identificados como
histeria incluso antes, en el
1900 antes de Cristo, en el antiguo
Egipto. Okasha y Okasha
(2000) se refieren al papiro Kahun
que, aunque ha quedado
parcialmente destruido a lo largo
del tiempo, muestra una
descripción de una serie de estados
mórbidos que también
se atribuyen al útero. «La mayoría
de estas enfermedades
están definidas con la suficiente
claridad como para poder
ser identificadas como trastornos
histéricos: una mujer
«que adora la cama, y que no se
levanta de ella»; «que está
enferma de la vista, y que tiene dolor
en su boca»;
«dolorida en los dientes y la mandíbula,
no sabe cómo abrir
la boca»; «dolorida en todos sus
miembros y en la cuenca
de sus ojos, no puede escuchar lo
que se le dice»; se creía
que estos y otros trastornos similares
estaban causados
por el «vagabundeo» del útero, por
su desplazamiento
hacia arriba con la consecuente
compresión del resto de los
órganos» (Okasha y Okasha, 2000,
p. 418). Los médicos
mantendrían la teoría de que la histeria
estaba causada por
«un desplazamiento del útero» hasta
bien entrado el
siglo XVII, cuando Willis
(1621-1675) propuso que este
trastorno estaba provocado por
problemas cerebrales.
Uno de los médicos griegos más influyentes
fue Galeno
(130-200 después de Cristo). Su contribución
principal no
fue el tratamiento o la descripción clínica
de los trastornos
mentales, sino una serie de contribucione
s originales relativas a la anatomía del sistema nervioso.
(Sus descubrimientos se basaban en la disección de
animales, ya que la
autopsia de humanos no estaba permitida.)
Adoptó una
perspectiva científica, dividiendo las
causas de los trastornos psicológicos en físicas y mentales.
Entre ellos puede
citarse los golpes en la cabeza, el abuso
del alcohol, accidentes, temores, la adolescencia, cambios
menstruales, reveses
económicos y problemas amorosos.
La medicina romana reflejaba el pragmatismo
característico de sus gentes. Los médicos romanos
deseaban que
sus pacientes estuvieran cómodos y
para ello recurrían a
terapias físicas agradables, como baños
calientes y masajes.
También seguían el principio de
contrariis contrarius
(opuesto por opuesto), por ejemplo
haciendo que sus
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xxviii
P R E FA C I O

Página xxviii
CAPÍTULO 16
Trastornos de la niñez y la adolescencia
una gran canticon alteraciones mentales, todavía persiste
(Beeman
dad de confusión, incoherencia, e incertidumbre
enorme necesidad de
y Edelson, 2000), y todavía hay una
de salud mental
mejorar la disponibilidad de servicios
mantener la
posible
es
Si
2001).
para los niños (Carlson,
y además se les
dirección y el ímpetu de estos esfuerzos,
sería posible
suministra el apoyo financiero necesario,
psicológico de los
mejorar de manera sustancial el entorno
niños.
REVISI ÓN
en
• ¿Qué factores especiales deben tenerse
a los
cuenta para proporcionar tratamiento
niños y los adolescentes?
es un
terapéutica
intervención
la
qué
• ¿Por
realiza con
proceso más complicado cuando se
niños que cuando se hace con adultos?
T E M AS S I N R ES O LV E R
R LA CONDUCTA DELICTIVA?
¿PUEDE LA SOCIEDAD RESOLVE
y extendidos de la
Uno de los problemas más preocupantes
delincuente. Se
infancia y la adolescencia, es la conducta
de la propiedad, la
trata de acciones como la destrucción
conductas contrarias a
violencia contra los demás, y otras
los demás, y que violan
las necesidades y los derechos de
juvenil tiene
las normas sociales. El término delincuencia
ilegales cometidas
un carácter legal; se refiere a acciones
y dieciocho años
por personas que tienen entre ocho
se trate). El DSM-IV-TR no
(dependiendo del Estado de que
incidencia actual de la
lo reconoce como un trastorno. La
de establecer, debido a
delincuencia juvenil resulta difícil
no se denuncian. Sin
que muchas acciones delictivas
datos:
embargo, disponemos de algunos
que tienen que
• De los más de 2 millones de jóvenes
los Estados Unidos,
presentarse a juicio cada año en
hace por actos delicalrededor de un millón y medio lo
escapar de casa, que
tivos, y el resto por faltas como
Alrededor de
no constituye un delito para los adultos.
sido detenido alguna
un adolescente de cada quince ha
de la mitad de los
vez en los Estados Unidos. Y más
tienen antecedentes
jóvenes que se detienen cada año
policiales (FBI, 1998).
delincuentes
• En 1997 había alrededor de 125.000
en los Estados
juveniles ingresados en instituciones
Unidos.
juveniles son cometi• Aunque la mayoría de los delitos
se está poniendo a
dos por varones, la tasa de mujeres
por tenencia de
la par. Las chicas suelen ser detenidas
de casa, si bien
drogas, delitos sexuales, o escapar
grupo los delitos
también están aumentando en este
contra la propiedad.
la conducta
de
• Tanto la incidencia como la gravedad
elevadas
delincuente son desproporcionadamente
(FBI, 1998).
entre los adolescentes de clase baja
Factores causales
grupo de los niños
Como ya se ha dicho, sólo un pequeño
de oposición-desafiante
que han mostrado una conducta
y han terminado
han pasado a un trastorno de conducta,
con una personaliconvirtiéndose en delincuentes adultos
adolescentes que realizan
dad antisocial; la mayoría de los
adultos
delincuentes
como
actos delictivos no terminan
que cometen delitos sue(Moffitt, 1993a). Los adolescentes
Por lo tanto, a medida
len hacerlo por mimetismo social.
hacia al delito, y
que maduran, van perdiendo su motivación
más acepconductas
realizar
por
obteniendo recompensas
variables que desempeñan
tables socialmente. Hay algunas
la delincuencia. Por
un papel esencial en la génesis de
pautas familiares patógeejemplo, la patología personal, las
indeseables.
compañeros
nas, y las relaciones con
• TEMAS SIN RESOLVER
Algunos capítulos incluyen un apartado al final,
que demuestra lo lejos que hemos llegado y lo que
todavía nos queda por recorrer en nuestro conocimiento de los trastornos psicológicos. Los temas
que se tratan ofrecen una perspectiva del futuro de
este campo.
Patología personal
bien la investigación sobre
Determinantes genéticos. Si
la conducta antisocial
los determinantes genéticos de
hay pruebas que
todavía dista mucho de ser concluyente,
hereditarias al delito.
sugieren posibles contribuciones
factores genéticos
Bailey (2000) ha señalado que los
sobre la hiperactividad
podrían actuar mediante “su efecto
y sobre
impulsividad,
y el déficit de atención, sobre la
directamente sobre
las reacciones fisiológicas, y no
la agresión” (p. 1861).
para el aprendizaje.
Lesiones cerebrales y dificultades
(se estima que
En una minoría de los casos de delincuencia
cerebral que produce la
el 1% o menos), hay una patología
tendencia hacia la condisminución de la inhibición, y la
hiperactivos,
ducta violenta. Se trata de adolescentes
e incapaces de conimpulsivos, emocionalmente inestables,
estimulación. El papel
trolarse a sí mismos ante una fuerte
C A P Í T U L O

Didáctica
• ESQUEMA DEL CAPÍTULO
Cada capítulo comienza con un esquema muy
detallado que presenta el contenido y proporciona
una visión general de lo que se trata en él. Junto al
extenso resumen de cada capítulo que aparece al
final del mismo, supone una excelente herramienta para su estudio y revisión.
www.ablongman.com/butcher12e
de las mediciUn efecto secundario muy problemático
la clorpromacina,
nas antipsicóticas convencionales como
14). La disquinees la disquinesia tardía (véase el capítulo
producida por
sia tardía es una anomalía del movimiento
ilustra percaso
siguiente
El
las medicinas antipsicóticas.
efectos secundarios
fectamente el problema. Dado que tales
antipsicóticas
son menos frecuentes con otras medicinas
y la olanzapina (Zyatípicas como la clozapina (Leponex)
el tratamiento clíprexa), son éstas las más utilizadas para
parece ser esnico de la esquizofrenia. La clozapina también
psicóticos con un
pecialmente beneficiosa para pacientes
al, 2003).
elevado riesgo de suicidio (Meltzer et
Una discinesia tardía
Una mujer de 62 años con una esquizofrenia
20
crónica que había estado ingresada durante
maniaños en un hospital mental, empieza a
de la
festar extraños movimientos repetitivos
invoboca, lengua, manos, y pies. Hace muecas
saca
cuando
en
vez
de
y
boca,
la
con
ESTUDIO luntarias
la lengua. Flexiona los dedos de manera repetimoviDE UN
da, y se balancea una y otra vez. Los
ser
mientos de sus manos y sus pies parecen
CASO
pacoreiformes (espasmódicos y fluidos). La
paranoides y de aluciciente tiene un historial de ideas delirantes
años antes. Durante
veinticinco
comenzado
habían
que
naciones,
con fármacos anlos últimos dieciocho años ha estado tratándose
de Janowsky et al, 1987).
tipsicóticos en dosis moderadas (adaptado
de efectos
Además de disminuir el riesgo de aparición
atípicos como
secundarios psicomotrices, los antipsicóticos
(Risperdal), la olanla clozapina (Leponex), la risperidona
la ziprasidona
zapina (Zyprexa), la quetiapina (Seroquel),
o aripiprazol
(Zeldox), y el recientemente comercializad
el tratamiento. De
(Abilify) suponen otras ventajas para
manera eficaz tanto
manera específica, sirven para tratar de
de la esquizofrelos síntomas positivos como los negativos
sólo ejernia, mientras que los neurolépticos tradicionales
Esto implica un
cían su efecto sobre los síntomas positivos.
tienen efectos secunimportante avance, aunque también
aumento de peso y la
darios, entre los que se encuentra el
que un efecrecordarse
Debe
2002).
al,
et
diabetes (Sernyak
es una disminuto secundario muy grave de la clozapina
células blancas, que
ción que puede llegar a ser mortal de las
a una proporción
se denomina agranulocitosis, y que afecta
(Stahl, 2002). Por
de entre el 0,5% y el 2% de los pacientes
sangre semanal
de
análisis
un
hacer
lo tanto, es necesario
y cada dos
durante los primeros seis meses de tratamiento,
medicación. Por esa
semanas durante el tiempo que dure la
cuando otras medirazón, la clozapina sólo suele utilizarse
los antipsicinas han resultado ineficaces. En la actualidad
están
arriba
más
cóticos atípicos que hemos enumerado
Estrategias farmacológicas de tratamiento
Trastornos relacionados
con sustancias
ABUSO Y DEPENDENCIA DEL
ALCOHOL
Prevalencia, comorbilidad, y demografía
de la dependencia y
el abuso del alcohol
El cuadro clínico de dependencia y abuso
del alcohol
Factores biológicos en el abuso y la dependencia
del alcohol, y
de otras sustancias
Factores causales psicosociales en el abuso
y dependencia del
alcohol
Factores socioculturales
Tratamiento de los trastornos por abuso
del alcohol
ABUSO DE DEPENDENCIA DE
LAS DROGAS
Opio y sus derivados (narcóticos)
Cocaína y anfetaminas (estimulantes)
Barbitúricos (sedantes)
Éxtasis
Marihuana
TEMAS SIN RESOLVER:
El intercambio de adicciones: ¿Es
una estrategia
eficaz?

clozapina) como el
considerados (con la excepción de la
mientras que la clotratamiento preferente para la psicosis,
s (como el Halozapina y los antipsicóticos convencionale
segunda línea.
peridol) suelen considerarse terapia de
Fármacos antidepresivos
LA RECAPTACIÓN DE
INHIBIDORES SELECTIVOS DE
ocurre con las medicinas
LA SEROTONINA. Igual que
que se descubrieron
antipsicóticas, los primeros fármacos
como los inhibido(denominadas antidepresivos clásicos,
tricíclires de la monoaminoóxidasa y los antidepresivos
de “segunda gecos), han sido sustituidos por tratamientos
de la recaptación
neración” como los inhibidores selectivos
que se comercializó
de la serotonina (ISRS). El primer ISRS
(Prozac) en 1988. En
en los Estados Unidos fue la fluoxetina
más prescrito en
la actualidad se trata del antidepresivo
Sus primos farmatodo el mundo (Sadock y Sadock, 2003).
y la paroxetina (Serocológicos son la sertralina (Besitran)
de las ISRS son la
xat). Algunos recién llegados a la familia
para el tratamiento
fluvoxamina (Dumirox), que se utiliza
el citalopram (Serodel trastorno obsesivo-compulsivo;
se puede comprar
pram), y el escitalopram (Lexapro), que
enumera algunos
568
página
la
de
17.2
tabla
desde 2002. La
de los antidepresivos más utilizados.
química con los
Las ISRS no tienen ninguna relación
los inhibidores de
antiguos antidepresivos tricíclicos y con
7). Sin embargo, la
la monoaminoóxidasa (véase el capítulo
aumentando la cantimayoría de los antidepresivos actúan
o de ambas. Como su
,
norepinefrina
de
serotonina,
de
dad
de lo que ocupropio nombre indica, los ISRS, al contrario
tanto de la
rre con los tricíclicos (que inhiben la recaptación
), sólo inhiben la reserotonina como de la norepinefrina
se han convertido
captación de la serotonina. Por esa razón
a que se
debido
preferidas,
s
antidepresivo
en los fármacos
son fáciles de utilizar,
las considera relativamente “seguras”:
al contrario de
tienen pocos efectos secundarios, y además
no suele ser
lo que ocurre con los tricíclicos, una sobredosis
efectimás
son
no
fatal. Sin embargo, debe observarse que
sino que simvos que los clásicos antidepresivos tricíclicos,
tolerados por la maplemente son más aceptables y mejor
están empezando a
yoría de los pacientes. En muchos casos
depresión clínica,
ser utilizados por personas que no tienen
farmacológico”
pero que desean conseguir un “empujón
Rodea 17.1 de la pá(véase el apartado El Mundo Que Nos
gina 575).
y perteOtro antidepresivo frecuentemente utilizado
la venlafaxina (Dobuneciente a esta familia de fármacos es
tanto de la norepal). Esta fármaco bloquea la recaptación
a una nueva
pinefrina como de la serotonina, y pertenece
De
Inhibidores
denominan
se
que
categoría de medicinas
Norepinefrina; véaLa Recaptación De La Serotonina Y La
se parecen a los
se Stahl, 2000). Sus efectos secundarios
una sobredosis. Esta
ISRS, y son relativamente seguros ante
• ESTUDIOS DE CASOS
Los estudios de casos de personas que sufren
diversos tipos de trastornos van jalonando todo el
texto. Algunos de estos casos son extractos muy
breves, mientras que otros son análisis muy detallados. Esta sección permite aproximar los trastornos a la realidad, y a la vez recuerdan a los
estudiantes la importancia del factor humano, que
supone una parte tan importante de este texto.
Contenido
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
CAPÍTULO 17
Prefacio
Terapia
trastornos psicóticos breves, muchas
veces desaparecen,
tanto con tratamiento como sin él. En
otros casos ocurre
que la mejoría se produce por razones
inadvertidas.
Pero aunque es posible que muchas personas
con trastornos emocionales puedan mejorar sin
someterse a psicoterapia, sí es cierto que ésta puede acelerar
esa mejoría, o
conseguir cambios en la conducta que
no se producirían de
otra manera (Lambert y Bergin, 1994;
Telch, 1981). La mayoría de los investigadores actuales estarían
de acuerdo en
que la psicoterapia es más eficaz que no
recibir tratamiento,
y de hecho todas las pruebas que hemos
citado a lo largo de
este texto confirman esa idea. La probabilidad
de que un
paciente se beneficie de un tratamiento
psicológico es, de
manera general, impresionante (Lambert
y Bergin, 1994).
De hecho, la mejoría parece estar en función
del número de sesiones terapéuticas que se han
recibido. La investigación sugiere que alrededor del 50%
de los pacientes ponen de manifiesto un cambio clínicamente
significativo
después de recibir 21 sesiones de terapia.
Tras 40 sesiones,
alrededor del 75% de los pacientes ha
mejorado (Lambert
et al, 2001). En un cuestionario a gran
escala realizado por
la Unión de Consumidores (véase Seligman,
1995, 1998), la
duración de la terapia resultó estar asociada
con la mejoría
experimentada por los pacientes. Sin
embargo, el progreso
no siempre se produce de manera suave
y lineal. Tang y sus
colaboradores han demostrado que entre
una y otra sesión
puede producirse a veces una “mejoría
súbita” (Tang y DeRubeis, 1999; Tang et al., 2002). Tales
“saltos clínicos” parecen estar provocados por cambios cognitivos
o descubrimientos psicodinámicos que los pacientes
experimentan en
determinadas sesiones críticas.
¿Puede resultar perjudicial la terapia?
El resultado de la psicoterapia no siempre
es neutro o positivo. Algunos pacientes pueden resultar
perjudicados tras
su encuentro con el psicoterapeuta
(Lambert y Bergin,
1994; Mays y Franks, 1985; Strupp et
al, 1977). Según una
estimación, en el 10% de los casos la
terapia lo único que
haces es empeorar el estado del paciente
(Lambert y Bergin, 1994).
Algunos de esos casos pueden ser explicados
por rupturas de la alianza terapéutica, algo a lo
que Binder y Strupp
(1997) denominan “procesos negativos”,
en los que paciente y terapeuta se embarcan en una espiral
de antagonismo.
Otras veces puede deberse a la presencia
casual de una serie
de factores (por ejemplo la incompatibilid
ad de la personalidad del terapeuta y del paciente). Nuestra
impresión, que
viene apoyada por ciertas evidencias (Lambert,
1989; Lambert y Bergin, 1994), es que algunos
terapeutas, probablemente debido a su propia personalidad,
no se llevan bien
con cierto tipo de pacientes. A la vista
de estos factores intangibles, proponemos como responsabilida
d del terapeuta
(1) supervisar su propio trabajo con
sus pacientes para in-
tentar descubrir este tipo de deficiencias,
y (2) remitir a
otros terapeutas aquellos pacientes con
quienes no se lleven
demasiado bien.
Un caso especial de perjuicio terapéutico
es el problema del sexo entre terapeuta y paciente.
Se trata de una conducta absolutamente contraria a la ética.
Dado que la relación entre paciente y terapeuta suele
ser muy intensa e
íntima, no resulta sorprendente que se
produzca una atracción sexual. Lo doloroso es la frecuencia
con la que esta
atracción se convierte en una conducta
poco profesional
por parte del terapeuta, sobre todo ante
el hecho de que casi
todos los expertos en la materia coinciden
en que estas relaciones casi siempre destruyen a largo
plazo el buen funcionamiento de un paciente (Pope et al,
1993). Por lo tanto,
cuando un paciente busca una terapia,
debe tener la suficiente cautela como para elegir a un
terapeuta de entre la
gran mayoría que siguen normas éticas
profesionales.
• NUEVO: PREGUNTAS DE REPASO
Una novedad de esta edición es proponer una serie
de preguntas que aparecen al final de cada apartado, lo que ofrece la oportunidad de realizar una
autoevaluación y de obtener un refuerzo del
aprendizaje.
REVISI ÓN
• ¿Qué estrategias pueden utilizarse
para
evaluar el éxito de un tratamiento?
¿Cuáles son
las ventajas y las limitaciones de esas
estrategias?
• ¿Las personas que reciben un tratamiento
psicológico muestran siempre beneficios
clínicos?
¿QUÉ ESTRATEGIAS
TERAPÉUTICAS DEBEN
UTILIZARSE?
Tratamientos validados empíricam
ente
Cuando una compañía farmacéutica
desarrolla una nuevo
fármaco, es necesario que ésta obtenga
la aprobación de la
Administración Federal Para Los Alimentos
Y Los Fármacos, antes de que pueda venderse en el
mercado. Esto significa, entre otras cosas, que es necesario
demostrar empíricamente con sujetos humanos que dicho
fármaco es eficaz
—esto es, que hace lo que se supone que
hace—. Tales exámenes, que utilizan como sujetos a pacientes
voluntarios a
quienes se ha informado del objetivo
de la investigación, se
denominan ensayos clínicos aleatorios,
o más sencillamente, ensayos de eficacia. Aunque esos ensayos
pueden llegar a
ser muy complejos, el diseño básico consiste
en una asignación aleatoria (p.e., tirando una moneda
al aire) de la mitad
de los pacientes a ese fármaco supuestament
e “activo”, y de
la otra mitad a un placebo visualmente
idéntico pero fisiológicamente inactivo. Generalmente
, ni el paciente ni la
persona que administra la sustancia saben
cuál de ellas está

CAPÍTULO 13
Opciones sexuales, abuso y disfunciones
SUMA RIO
• NUEVO: RESUMEN DEL CAPÍTULO
Cada capítulo finaliza con un resumen de lo que se
ha tratado en el mismo. Como novedad de esta
edición, la información del resumen se presenta
mediante una lista de puntos, en vez de hacerlo
simplemente con párrafos. Esto hace que la información resulte todavía más fácil de encontrar.
de transexualidad
siempre y cuando el diagnóstico
esté escrupulosamente realizado.
sexual que se solapan:
• Hay tres categorías de abuso
En la
la paidofilia, el incesto, y la violación.
alarmantes tasas
actualidad están alcanzando unas
de incidencia.
a un acalorado
• En la actualidad estamos asistiendo
el abuso
con
debate sobre asuntos relacionados
s del
sexual y la identificación de los perpetradore
la veracidad y
mismo. Este debate se refiere a
así como a la
fiabilidad del testimonio de los niños,
de los
recuperación mediante psicoterapia
recuerdos infantiles.
importantes
• Los abusos sexuales pueden tener
tanto a corto
consecuencias para sus víctimas,
sido capaces
como a largo plazo. Todavía no hemos
que una persona
de explicar las razones que hacen
muchas culturas
abuse sexualmente de otra.
• Hasta muy recientemente, en
se consideraba
sexuales no está
occidentales la homosexualidad
• El tratamiento de los delincuentes
una
estamos
sí
aunque
eficaz,
como una conducta delictiva, o como
siendo demasiado
desde 1974 los
prometedoras
enfermedad mental. Sin embargo,
asistiendo al desarrollo de algunas
ya la
profesionales de la enfermedad mental
líneas de investigación.
consideran una opción sexual normal.
deterioro que puede
• La disfunción sexual supone un
forma de parafilias,
sexual, o la
• Las desviaciones sexuales en
afectar al deseo de gratificación
de
disfunción
recurrentes
y
la
vez
su
A
suponen pautas persistentes
capacidad para lograrlo.
tres etapas
duran al menos
excitación y conducta sexual, que
puede afectar a alguna de las primeras
porque requieren
etapa de deseo, la
seis meses, y que se caracterizan
de la respuesta sexual humana: la
poco usuales,
objetos, rituales, o situaciones muy
etapa de excitación, y el orgasmo.
completa.
pueden experimentar
para alcanzar una satisfacción sexual
• Tanto hombres como mujeres
afectan
de género
un trastorno del deseo sexual hipoactivo,
• Los trastornos de la identidad
en el sexo. En
trastornos de la
caracterizada por un escaso interés
tanto a niños como a adultos. Los
llegar a
caracterizan por
los casos más extremos, se puede
identidad de género en niños se
sexual que
y un
desarrollar un trastorno de aversión
una identificación con el sexo opuesto,
de los niños
la actividad sexual.
supone un fuerte rechazo hacia
malestar con el propio sexo. La mayoría
una
te
excitación, incluyen
con este trastorno desarrollan posteriormen
• Las disfunciones de la etapa de
que unos cuantos
el trastorno de
orientación homosexual, mientras
el trastorno eréctil en el varón y
existen estudios
mujer.
se convierten en transexuales. No
la
en
excitación
prospectivos de niñas con este trastorno.
para los hombres,
• Las disfunciones del orgasmo
muy poco
el trastorno
• La transexualidad es un trastorno
incluyen la eyaculación precoz y
que está
retrasada), y el
frecuente, en el que la persona considera
orgásmico masculino (eyaculación
a un sexo que
las mujeres.
atrapada en un cuerpo perteneciente
trastorno orgásmico femenino, para
que hay
reconoce
se
actualidad
la
En
sexuales con dolor:
no es el suyo.
• Existen también dos trastornos
los
y la
mujeres,
dos tipos distintos de transexuales:
las
a
afecta
el vaginismo, que
transexuales autoque suele afectar
homosexuales transexuales, y los
doloroso),
(coito
dispareunia
sy
pero también
ginéfilos, cada uno de ellos con característica
fundamentalmente a las mujeres,
antecedentes evolutivos distintos.
ocasionalmente a los hombres.
los
para
conoce
se
han realizado
• El único tratamiento efectivo que
• Durante los últimos 35 años se
de cambio
de las
transexuales es una operación quirúrgica
importantes progresos en el tratamiento
deja de ser
de sexo. Aunque su utilización no
disfunciones sexuales.
tasas de éxito,
controvertida, ofrece unas elevadas
normal y lo
• La definición del límite entre lo
la sexualidad
psicopatológico en el ámbito de
influencias
resulta muy compleja, debido a las
una
socioculturales sobre lo que se considere
aberrante.
o
normal
práctica sexual
teoría de la
la
y
• La teoría de la degeneración
que influyeron
abstinencia fueron dos propuestas
de los
poderosamente sobre el pensamiento
y que
estadounidenses durante largo tiempo,
ideas muy
estimularon en la cultura occidental
conservadoras respecto a la sexualidad.
en la tribu
occidental,
cultura
• En contraste con la
la homosexualidad
Sambia de Melanesia, se practica
sexual; estos
como parte de los ritos de iniciación
pasar más
chicos no tienen problemas para
adelante a un comportamiento heterosexual.
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Términos clave

TÉRM INOS CLAVE
Abuso sexual
Auto-ginefilia
Disfunción sexual
Dispareunia
Etapa del deseo
Etapa de excitación
Exhibicionismo
Eyaculación precoz
Fetichismo
Identificación con el sexo opuesto
Incesto
Malestar con el propio sexo
Masoquismo
Orgasmo
Paidofilia
Parafilias
Resolución
Sadismo
Transexualidad
Trastorno de aversión sexual
Trastorno de identidad
sexual
Trastorno del deseo sexual
hipoactivo
Trastorno eréctil del varón
Trastorno femenino de la excitación
sexual
Trastorno orgásmico femenino
Trastorno orgásmico masculino
Travestismo fetichista
Vaginismo
Violación
Voyeurismo
• TÉRMINOS CLAVE
Los términos clave aparecen al final de cada capítulo, con una referencia a las páginas donde se
pueden encontrar en el texto.
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Contenido
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Capítulo-01
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C A P Í T U L O

Psicología clínica:
una visión general
¿A QUÉ NOS REFERIMOS CON LA EXPRESIÓN
CONDUCTA PATOLÓGICA?
¿Por qué necesitamos clasificar los trastornos mentales?
La definición del DSM-4 de trastorno mental
Aspectos culturales de la anormalidad
El «equipo» de salud mental
¿SON COMUNES LOS TRASTORNOS
MENTALES?
Prevalencia e incidencia
Estimación de la prevalencia de los trastornos mentales
Tratamiento
LA INVESTIGACIÓN EN LA PSICOLOGÍA
CLÍNICA
Fuentes de información
Establecer hipótesis sobre a la conducta
Muestreo y generalización
Grupo criterio y grupo de comparación
Estudiar el mundo tal y como es: diseños observacionales
de investigación
Estrategias retrospectivas versus prospectivas
La manipulación de variables: estrategias experimentales
Estudiar la eficacia de la terapia
Estudios experimentales de caso único
Investigación con animales
LA ORIENTACIÓN DE ESTE LIBRO
TEMAS SIN RESOLVER:
¿Nos estamos volviendo mentalmente
enfermos? Los amplios horizontes del trastorno
mental
Capítulo-01
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CAPÍTULO 1
Psicología clínica: una visión general
n nuestra vida cotidiana resulta casi imposible pasar
por alto una serie de problemas que, por otra parte,
constituyen elementos destacados de la psicología clínica. Sólo se necesita mirar un periódico, leer una revista,
ver la televisión, o ir al cine para encontrarnos frente a algunos de los asuntos con los que clínicos e investigadores se
enfrentan a diario. Es frecuente que algún personaje popular sea noticia debido a un problema con el alcohol u otras
drogas, un trastorno alimenticio, o alguna otra dificultad
psicológica. En los estantes de las librerías se amontonan
libros que describen alguna batalla personal con la esquizofrenia, la depresión, las fobias, o los ataques de pánico. Películas como Una mente prodigiosa reflejan conductas
psicopatológicas de diverso grado de gravedad. Tampoco
resulta infrecuente encontrarnos con espeluznantes historias de madres que han asesinado a sus hijos, y en las que
parece hallarse implicado algún tipo de depresión, esquizofrenia, o complicaciones derivadas del parto.
También es posible encontrar problemas de este tipo
en nuestro entorno más cotidiano. Al pasear por cualquier
campus universitario podremos encontrar ofrecimientos
de grupos de apoyo para ayudar a personas con desórdenes
alimenticios, depresión, y otros problemas de diversa
índole. Probablemente también conozca usted a alguien
que haya sufrido algún problema psicológico. Quizá un
primo adicto a la cocaína, una compañera de habitación con bulimia, o un abuelo con Alzheimer. Quizá un
compañero de trabajo de su madre haya sido hospitalizado
por una depresión, tenga algún vecino con auténtico pánico
a salir de su casa, o conozca a alguien en el gimnasio que
trata desesperadamente de perder peso aunque en realidad
está preocupantemente delgado.
En otras palabras, estamos rodeados por el tipo de problemas con los que se enfrenta cotidianamente la psicología
clínica. Se trata de problemas que captan nuestro interés,
atraen nuestra atención, e incluso llegan a preocuparnos.
Además, de manera inevitable, nos impulsan a plantearnos
algunas cuestiones. Para ilustrarlo, veamos algunos casos
clínicos.
E
copas cada noche cuando está en su casa viendo la televisión. Con
frecuencia falta a las primeras clases de la mañana porque se siente
demasiado mal como para salir de la cama, y algunas veces ha llegado a perder la conciencia. Aunque ella niega que tenga cualquier
tipo de problema con el alcohol, admite que sus amigos y familiares
han empezado a mostrarse preocupados al respecto y le han sugerido buscar ayuda. Sin embargo, Mónica suele responder «yo no soy
una alcohólica porque nunca bebo por la mañana». La semana
pasada decidió dejar por completo de fumar marihuana porque
empezó a preocuparle la idea de encontrarse ante un problema de
drogas. Sin embargo, le resulta imposible dejarla y está empezando
de nuevo a fumar porros con regularidad.
Alberto
Alberto es un profesor de 62 años muy popular
en el pequeño instituto en que trabaja, y que
inmediatamente cae bien a cualquiera que lo
conoce. Sus clases están repletas de alumnos;
sus compañeros de trabajo le consultan dudas
y
le piden sugerencias para sus clases; y
ESTUDIO
cuando su estado de ánimo se lo permite, tamDE UN
bién escribe con una visión lúcida y peneCASO
trante. ¿Cómo es posible entonces que en
medio de tantos éxitos y alabanzas terminara
suicidándose, víctima de su propia y profunda desesperación? Siempre había disfrutado de una vida muy organizada y concienzuda,
atento a las preocupaciones de las personas que le rodeaban. Aunque vivía solo, Alberto tenía algunos amigos íntimos, aunque ninguno tenía la menor noticia del tremendo dolor que aparentemente
estaba experimentando. Ni siquiera sus más cercanos colaboradores habían sido capaces de percibir la menor señal de su desesperación. Su suicidio dejó a todo el mundo preguntándose por las
razones que pueden impulsar a una persona aparentemente tan
bien adaptada como Alberto a acabar con su propia vida.
Donald
Mónica
ESTUDIO
DE UN
CASO
Mónica es una estudiante de Derecho de veinticuatro años. Es una chica atractiva, que viste
con buen gusto, y también destaca en sus estudios. Si llegaras a conocerla pensarías que disfruta de una vida sin problemas. Sin embargo
Mónica bebe alcohol desde los catorce años y
fuma marihuana a diario. Aunque se describe a
sí misma como una simple «bebedora social»,
llega a beberse cuatro o cinco vasos de vino
cada vez que sale con sus amigos, y un par de
ESTUDIO
DE UN
CASO
Donald tenía 33 años cuando acudió a la consulta de uno de nosotros. Aunque es una persona bastante inteligente, ningún trabajo le ha
durado más de unos cuantos días, y actualmente está viviendo en una casa de acogida.
Donald atraviesa temporadas breves aunque
frecuentes durante las que tiene que ser hospitalizado, debido a que sufre episodios de gran
agitación durante los cuales escucha voces. Se
trata de voces que le insultan y hacen
Capítulo-01
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comentarios soeces sobre su persona. En muchas situaciones sociales, parece preocupado e inseguro de sí mismo, a la vez que fuera de
lugar.
Durante los años de su pubertad Donald empezó a rehuir a sus
amigos y a su familia. De repente, a los diecisiete años y sin ningún
motivo aparente, comenzó a escuchar voces. Insistía con terquedad
en que esas voces provenían de la casa del vecino, que las transmitía electrónicamente a los altavoces de la televisión. últimamente
ha empezado a plantearse la posibilidad de que el vecino sea capaz
de alguna manera de transmitir las voces dentro de su propia
cabeza. Durante los periodos de mayor deterioro, es posible escuchar a Donald discutiendo vehementemente con las voces. Fuera de
esos momentos parece razonablemente capaz de ignorarlas, si bien
sus voces siempre le han acompañado en mayor o menor medida.
Antes de que apareciera este problema, Donald llevaba una vida
relativamente normal. Era más o menos popular entre sus compañeros, e iba camino de convertirse en un atleta. En el colegio aprobaba sin problemas las asignaturas, si bien sus padres y profesores
habían observado que en ocasiones parecía preocupado y con la
atención pérdida. No se sabe que consumiera drogas.
Los casos que acabamos de plantear ponen de manifiesto la gravedad que puede llegar a ejercer un trastorno
mental sobre la vida de una persona. Aunque evidentemente hemos cambiado el nombre de las personas para
proteger su intimidad, se trata de personas reales y con problemas auténticos. Se hace difícil no experimentar sentimientos de compasión por ellos. Pero además de la
compasión, los psicólogos e investigadores clínicos que
intentan ayudar a personas como Mónica, Alberto y
Donald, necesitan disponer de habilidades adicionales. Si
queremos comprender todo lo que necesitamos llegar
a saber sobre los trastornos mentales, debemos aprender a
realizar el tipo de pregunta que nos permita ayudar a nuestros pacientes y a sus familias. Dichas preguntas constituyen
el núcleo de la investigación sobre psicología clínica.
Probablemente usted mismo se haya hecho algunas
preguntas mientras leía las historias de Mónica, Alberto y
Donald. Por ejemplo, quizá se haya planteado si Mónica no
será realmente «una alcohólica» aunque no beba nada por
la mañana. Lo es. Se trata de una cuestión relativa a los criterios que deben cumplirse para establecer un diagnóstico
determinado. También es posible que se haya planteado si
otras personas del entorno de Mónica también tienen problemas con la bebida. Los tienen. Se trata de una cuestión
denominada sesgo familiar, esto es, el hecho de que un trastorno determinado aparezca con más frecuencia en una
familia. Puede que le haya sorprendido que Alberto, una
persona con éxito y en plena madurez se haya suicidado.
Quizá su sorpresa se deba a su creencia de que el suicidio es
más frecuente entre los jóvenes, y sobre todo entre las chicas. Eso no es así. Se trata de un tema relacionado con la
Psicología clínica: una visión general

prevalencia (esto es, el número de casos) de suicidio en personas de diferente edad. Por último, quizá se haya preguntado qué es lo que funciona mal en la mente de Donald, y la
razón por la que escucha esas voces. Quizá le gustaría saber
si se trata de un problema habitual (en este caso de la esquizofrenia), o también si es normal que la esquizofrenia aparezca repentinamente (se trata de algo bastante común).
En la medida en que por usted se haya planteado algunas de esas preguntas, está empezando a pensar como un
psicólogo. La psicología es un campo fascinante, y (aunque
no somos imparciales al respecto) la psicología clínica es
una de las áreas más interesantes de la misma. Los psicólogos estamos preparados para plantearnos preguntas y para
realizar investigaciones al respecto. En otras palabras somos
científicos que recurrimos a diferentes técnicas y métodos
para estudiar las patologías psicológicas. Si bien no todos
los que han estudiado psicología clínica (a veces denominada psicopatología) hacen investigación, también entonces es necesario disponer de la capacidad de plantearse
cuestiones que permitan reunir la información de una
manera coherente y lógica. Por ejemplo, cuando un psicólogo clínico recibe por primera vez a un nuevo paciente, le
somete a un montón de preguntas para intentar hacerse
una idea de lo que le ocurre a esa persona. Además, para
poder seleccionar el tratamiento más adecuado, el psicólogo necesita recurrir a lo que aporta la investigación sobre
los tratamientos más eficaces para cada problema concreto.
En otras palabras, aunque trate al paciente como un individuo, el psicólogo también necesita recurrir a su conocimiento sobre la investigación más reciente para decidir el
mejor tratamiento posible. «El mejor tratamiento» que se
aplicaba hace 20, 10, o incluso 5 años, no es necesariamente
el mejor tratamiento de hoy en día. El conocimiento va progresando e implica avances, y la investigación constituye la
maquinaria que impulsa ese desarrollo.
Este capítulo muestra las líneas maestras que delimitan
el campo de la psicología clínica, así como el tipo de aprendizaje y las actividades que realizan las personas que trabajan
en éste. Sin embargo, antes de nada vamos a mostrar todo el
sistema de definiciones y clasificación de la psicología clínica,
que permite a los investigadores y a los profesionales de la
salud mental comunicarse entre sí. Probablemente algunos
de estos temas le resulten más complejos y controvertidos de
lo que esperaba. Una vez que hayamos definido qué es «lo
patológico», proporcionaremos alguna información básica
sobre las principales patologías de conducta que podemos
encontrar a nuestro alrededor.
Destaquemos también que un amplio apartado de este
capítulo está dedicado a la investigación. Intentaremos poner
de manifiesto cómo se estudia la conducta patológica. La
investigación constituye el núcleo del progreso en el conocimiento de la psicología clínica. Cuanto mejor comprenda la
manera en que ésta se realiza, estará en mejores condiciones
para interpretar su significado y sus implicaciones. Por
Capítulo-01

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CAPÍTULO 1
Psicología clínica: una visión general
AVA N C E S
en la investigación
¿Sirven los imanes para aliviar el daño
por estrés crónico?
Existe una tendencia cada vez mayor a utilizar terapias
alternativas (Eisenberg et al., 1998). Un tipo de terapia
cada vez más popular es el uso de imanes, como puede
apreciarse tras una búsqueda en Internet, tras la que surgirán multitud de testimonios sobre sus propiedades curativas.
Este mercado suele estar dirigido a personas con dolor
crónico en la mano o la muñeca. Es un problema denominado daño por estrés crónico, y suele tener su origen en la
utilización constante del teclado de la computadora. ¿Realmente alivian los imanes este dolor crónico? Testimonios
aparte, la única manera de saberlo es recurrir a una investigación controlada. Para ello, Pope y McNally (2002) asignaron aleatoriamente a un grupo estudiantes que tenía este
problema a alguno de estos tres grupos: al primero (el
grupo magnético) se le pidió que se colocara en la muñeca
durante 30 minutos diarios una pulsera con imanes. Al
segundo se le proporcionó unas pulseras aparentemente
idénticas, aunque éstas no llevaban imanes (si bien ninguno
de los participantes lo sabía); éste era el grupo placebo. Un
tercer grupo de sujetos no recibió ningún tipo de imán ni
brazalete (grupo sin tratamiento).
Es importante destacar que esta investigación es un
ejemplo de lo que se denomina estudio doble ciego. En
efecto, ni los participantes ni los experimentadores sabían
quiénes llevaban los imanes. La utilización de un grupo
placebo permite a los experimentadores controlar la posibilidad de que la mera creencia en la eficacia del tratamiento por parte del sujeto ejerza un beneficio
terapéutico.
Por último, el grupo sin tratamiento permite a los
investigadores observar lo que ocurre cuando no se propor-
ejemplo, puede que le interese leer el apartado Avances en la
investigación 1.1 antes de salir a comprar un imán para intentar reducir esos molestos dolores en las muñecas, provocados
por muchas horas ante el teclado de la computadora.
¿A QUE NOS REFERIMOS CON
LA EXPRESIÓN CONDUCTA
PATOLÓGICA?
Se trata de una pregunta muy fácil de hacer pero sorprendentemente difícil de responder. ¿Es patológico hablar con
.
ciona ningún tratamiento, ni tampoco hay una expectativa
de mejoría.
Al principio del estudio cada uno de los participantes
realizó un examen de mecanografía de cuatro minutos, para
saber el número de palabras que podían teclear en ese
periodo. Tras una pausa de treinta minutos, todos realizaron un nuevo examen de cuatro minutos. También se pidió a
los miembros del grupo experimental y a los del grupo placebo que valorasen en una escala de ocho puntos el alivio
del dolor que habían sentido.
Como era de esperar, los estudiantes asignados al
grupo sin tratamiento no informaron de alivio alguno de su
dolor de muñeca. No resulta sorprendente, ya que no
habían recibido ningún tipo de tratamiento. En la segunda
prueba de mecanografía (post-test) escribieron una media
de cuatro palabras más que en la primera (pretest).
Sin embargo las personas que llevaban los imanes sí lo
hicieron mejor que el grupo sin tratamiento, y además
informaron de que habían sentido un alivio de su dolor.
También fueron capaces de escribir una media de diecinueve palabras más en la segunda prueba de mecanografía.
Así pues, las dos medidas indicaban una evidente mejoría
respecto al grupo sin tratamiento.
No obstante, antes de que usted salga corriendo a
comprar pulseras magnéticas, echemos un vistazo a los
resultados del grupo placebo. Estos sujetos también dijeron que había disminuido el dolor de su muñeca, pero es
que además, en la prueba de mecanografía, llegaron a
superar incluso al grupo de los imanes con una media de
26 palabras más. Por lo tanto, a partir de los resultados
de este estudio, debemos concluir que la terapia magnética ejerce su efecto debido a un factor placebo, y no por
los imanes en sí mismos. Esta es la razón por la que
resulta tan necesario realizar investigaciones controladas.
un mismo? ¿Y qué decir de una depresión de varias semanas
tras una ruptura sentimental? ¿Y beberse una botella de
vodka con los amigos durante el fin de semana? Establecer
el límite que separa conductas anormales y normales puede
ser bastante difícil. No hay dos personas iguales, y aunque
algunos de nosotros podamos mostrar conductas que
podrían considerarse extrañas, deprimidas, o experimentadoras, puede que esas mismas conductas llevasen a considerar a otras personas como mentalmente enfermas, afligidas,
o adictas.
Puede que le resulte sorprendente que todavía no exista
un acuerdo unánime sobre lo que podemos considerar
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un trastorno o una patología. Y no se trata de que no dispongamos de definiciones. Las tenemos. Sin embargo, cada una
de ellas arrastra determinados problemas. Lo que quizá
resulta más interesante es que aunque carezcamos de un
consenso sobre la definición de trastorno, sí tenemos bastante claro qué conductas son patológicas y cuáles no (Spitzer, 1999). ¿Cómo es posible aclararse entonces? La
respuesta radica en parte en el hecho de que existen algunos
aspectos muy palmarios en una patología (Lilienfeld y
Marino, 1999; Seligman et al., 2001). No hay ningún elemento de anormalidad que sea suficiente por sí mismo para
determinar la presencia de una patología, pero cuanto
mayor sea la congruencia entre la forma de ser de una persona y los elementos patológicos que describimos en el apartado El mundo que nos rodea 1.2, de página 6, más probable
será que esa persona muestre algún tipo de desorden mental. En otras palabras, somos capaces de adoptar un «prototipo» de lo que es una patología, y de valorar la medida en
que una persona determinada se ajusta a ese prototipo.
Sobre este punto volveremos en el Capítulo 4.
Por último, debemos señalar otros problemas que provienen del cambio de valores que caracteriza la evolución
de una sociedad a lo largo del tiempo. La sociedad está en
constante progreso, y cada vez se torna más o menos tolerante ante ciertas conductas, de manera que lo que se consideraba desviado en una época histórica podría verse
como algo normal una o dos décadas después. Por ejemplo,
no hace mucho tiempo se creía que la homosexualidad era
un trastorno mental, algo que no ocurre en la actualidad
(véase el Capítulo 13). Hace tan sólo quince años, llevar
pendientes en la nariz, los labios o las cejas, se consideraba
como una conducta desviada y signo de una posible enfermedad mental. En la actualidad esos adornos son tan
comunes que apenas llaman la atención.
¿Por qué necesitamos clasificar
los trastornos mentales?
Si definir la patología resulta tan complicado, ¿por qué
seguimos intentándolo? Una de las razones es que la mayoría de las ciencias necesitan disponer de una clasificación
(por ejemplo, la tabla periódica de los elementos químicos,
o la clasificación que hace la biología de los seres vivos en
reinos, filos, clases, etc.). Pero quizá el motivo más importante es que un sistema de clasificación nos permite disponer de una nomenclatura (un sistema de nombres) que nos
facilita la estructuración de la información con el fin de
poder utilizarla adecuadamente. Organizar la información
en un sistema clasificatorio también facilita su estudio.
Dicho de otra manera, sólo es posible realizar avances en la
investigación cuando sabemos qué es lo que debemos estudiar. Tampoco hay que olvidar que un sistema de clasificación proporciona información respecto al tratamiento. Por
ejemplo, los pacientes a los que nos hemos referido ante-
¿A qué nos referimos con la expresión conducta patológica?

riormente muestran diferentes trastornos. Mónica tiene
una dependencia del alcohol y otras drogas, Alberto estaba
deprimido, y Donald tiene esquizofrenia. Dado que un tratamiento determinado (por ejemplo un fármaco antipsicótico) podría ser beneficioso para Donald pero incluso
perjudicial para Mónica, resulta evidente la necesidad de
saber qué trastorno padece cada uno.
Podemos mencionar una última consecuencia de disponer de un sistema de clasificación, aunque algo más
mundana. Como han señalado algunos autores, la clasificación de los trastornos mentales tiene también implicaciones sociales y políticas (véase Blashfield y Livesley, 1999;
Kirk y Kutchins, 1992). En efecto, establece el rango de problemas a los que debe enfrentarse un profesional de la salud
mental. Y desde una perspectiva puramente pragmática,
delimita el tipo de enfermedades que tendrá que sufragar la
seguridad social.
Por supuesto que un sistema de clasificación tiene
algunos aspectos negativos. Por su propia naturaleza la clasificación implica una pérdida de información. Por ejemplo,
si alguien nos dice que la mascota de nuestro vecino es un
mamífero, nos está transmitiendo cierta información. Pero
si nos dicen que nuestro vecino tiene un enorme gato persa
blanco que se llama Fluffy, estamos recibiendo muchísima
más información. De manera similar, la lectura del historial
de un paciente nos puede reportar muchos más datos que la
mera etiqueta de «esquizofrenia». Así pues, la clasificación
nos permite simplificar y organizar la información, pero
inevitablemente nos hace perder muchos detalles.
Si bien es verdad que las cosas están cambiando, también es posible encontrar algún estigma asociado a un diagnóstico psiquiátrico. Una persona que te cuenta sin ningún
problema que sufre una enfermedad como la diabetes,
puede mostrarse mucho más reacia a reconocer que sufre
un trastorno mental. En parte esto se debe al temor (real o
imaginado) de que contar ingenuamente los propios problemas psicológicos acarreará consecuencias indeseables de
carácter social o laboral. En 1972 el senador Thomas Eagleton tuvo que dimitir de la candidatura demócrata a vicepresidente cuando se descubrió que había sido sometido a
una terapia electro-convulsiva (véase Capítulo 17) para tratar su depresión. Más de treinta años después, las cosas han
mejorado algo. Sin embargo, muchos pacientes todavía se
muestran recelosos antes de contar sus problemas como la
depresión, el abuso de sustancias, el trastorno obsesivocompulsivo, y otros similares.
Otro inconveniente son los estereotipos. Dado que casi
todos hemos oído que ciertas conductas están asociadas a
trastornos mentales, automáticamente y de manera incorrecta inferimos que tales conductas son características de
cualquier persona con un diagnóstico psiquiátrico. Por
ejemplo, suponemos que la esquizofrenia de Donald le hará
ser una persona impredecible y potencialmente violenta.
Esto es lo mismo que pensar que todos los murcianos
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CAPÍTULO 1
.
Psicología clínica: una visión general
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Aspectos que constituyen una patología
2.
No existe una única conducta que transforme a una persona en alguien anormal. Esto constituye un problema
para decidir la presencia de trastornos mentales. Sin
embargo, existen ciertos elementos que señalan la manifestación de una patología. Cuantos más de esos elementos acumule una persona, más probable es que muestre
algún tipo de desorden mental.
1.
Sufrimiento: si una persona experimenta un sufrimiento psicológico, debemos inclinarnos a considerarlo como un indicador de patología. Las personas
con depresión sufren, como también aquellas que
tienen trastornos de ansiedad. ¿Y qué pasa con un
paciente que tiene una manía? Puede que no esté
sufriendo, y de hecho muchos de estos pacientes no
quieren tomar medicamentos porque no desean perder sus fases maniáticas. También es posible que
usted tenga que examinarse mañana y eso le cause
sufrimiento. Sin embargo, resultaría extraño considerar este sufrimiento como algo anormal. Aunque en
muchas ocasiones el sufrimiento es un elemento
patológico, nunca es una condición suficiente, ni tan
siquiera necesaria para considerar que algo es patológico.
cultivan tomates y que todos los vascos levantan piedras
enormes. Por último, nos encontramos con el problema de
las etiquetas. Una vez que un grupo de síntomas ha recibido
un nombre y ha sido identificado en un diagnóstico, esta
«etiqueta diagnóstica» puede resultar difícil de eliminar,
incluso aunque esa persona se haya recobrado por completo de su enfermedad.
Por lo tanto, resulta importantísimo recordar que los
sistemas de clasificación diagnóstica no clasifican a las personas, sino a los trastornos que éstas padecen. En otras palabras, resulta esencial que no perdamos de vista el hecho de
que siempre hay una persona tras la enfermedad. Aquí el
papel del lenguaje es trascendental. En otros tiempos era
muy frecuente que un profesional de la salud mental describiese a sus pacientes como «esquizofrénicos» o «maníacodepresivos». En la actualidad se reconoce sin lugar a dudas
que resulta mucho más preciso (además de más respetuoso)
utilizar expresiones como «una persona con esquizofrenia»
o «una persona que sufre una depresión maníaca». En pocas
palabras, una persona no es un diagnóstico.
3.
Inadaptación: una conducta inadaptada suele ser un
indicador de patología. Una persona con anorexia
puede llegar a restringir su ingesta de comida hasta
el punto de llegar a necesitar hospitalización. La persona con depresión quizá deje de ver a su familia y a
sus amigos, y puede llegar a ser incapaz de trabajar
durante semanas o meses. La conducta inadaptada
interfiere con nuestro bienestar y con nuestra capacidad para disfrutar de nuestro trabajo y nuestras
relaciones sociales. Pero no todos los trastornos
implican una conducta inadaptada. Por ejemplo, un
estafador o un asesino a sueldo tienen un trastorno
de personalidad antisocial (véase Capítulo 11). El primero quizá sea un experto en conseguir que las personas le proporcionen información sobre sus
finanzas, mientras que el segundo puede ser perfectamente capaz de matar a alguien por dinero. ¿Se
trata de conductas inadaptadas? Desde luego no
para ellos, ya que esa es su forma de vida. Sin
embargo, nosotros las consideramos anormales, ya
que están socialmente inadaptadas.
Desviación: la palabra anormal significa literalmente
«fuera de lo normal». Pero limitarse a considerar que
una conducta estadísticamente poco frecuente es
anormal no nos proporciona ninguna solución al problema de definición. Los genios son estadísticamente
La definición del DSM-4 de trastorno
mental
El principal referente para la definición de los diversos tipos
de trastorno mental es el Diagnostic and Statistical Manual
of Mental Disorders (Manual Estadístico y Diagnóstico de los
Trastornos Mentales), elaborado por la Asociación de Psicología Americana, y que se conoce habitualmente como
DSM. Dado que este manual se encuentra en su cuarta edición, recibe el nombre de DSM-4. Esta última edición se
publicó en 1994 y se revisó superficialmente en el año 2000,
por lo que recibe el nombre de DSM-4-TR, donde las siglas
TR significan text revision (texto revisado). Así es como el
DSM-4-TR (2000) define el trastorno mental:
[un trastorno mental] se concibe como un síndrome psicológico o conductual clínicamente significativo que ocurre en un individuo, y que se asocia con malestar (por
ejemplo, síntomas de dolor) o incapacidad (por ejemplo,
dificultades en una o más áreas importantes del funcionamiento) o con un riesgo importante de sufrir muerte,
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4.
5.
poco frecuentes, pero eso no los convierte necesariamente en trastornados. Por otra parte, el retraso
mental, que también resulta estadísticamente poco
frecuente, sí se considera como una patología. Esto
significa que definir lo que es patológico requiere
hacer un juicio de valor. Si una cosa es estadísticamente rara y además indeseable, tiene más probabilidades de ser considerada como patológica que algo
estadísticamente raro pero muy deseable (como ser
un genio), o que algo indeseable pero estadísticamente frecuente (como la grosería).
Violación de las normas de la sociedad: todas las culturas tienen normas. Algunas de ellas están expresadas en leyes, mientras que otras tienen un carácter
menos explícito. Si bien muchas de las reglas sociales resultan relativamente arbitrarias, tendemos a
considerar que cuando una persona las infringe está
mostrando una conducta anormal. Por supuesto,
todo depende en gran medida de la magnitud de la
infracción, así como de lo habitual que puede resultar socialmente violar esa norma. Por ejemplo, la
mayoría de nosotros hemos aparcado alguna vez en
doble fila. Esta infracción de una norma resulta tan
habitual que no la consideramos como una conducta
anormal. Sin embargo, si una madre ahoga a sus
hijos en la bañera, inmediatamente pensamos que se
trata de una conducta anormal.
Incomodidad social: cuando una persona infringe una
regla social, quienes le rodean pueden experimentar
una sensación de incomodidad. Por ejemplo, imagine
que vuelve a su casa en autobús y que aparte de
usted el único ocupante es el conductor. Pero en una
dolor, incapacidad, o pérdida de libertad. Además este
síndrome no debe ser una mera respuesta cultural y esperable ante un acontecimiento determinado, como puede
ser la muerte de un ser querido. Cualquiera que sea su
causa, debe constituir una manifestación de una disfunción de la persona, ya sea de carácter conductual, psicológico o biológico. No deben considerarse como trastornos
mentales las conductas derivadas de los conflictos con la
sociedad, a menos que éstos sean un síntoma de una disfunción como la que se acaba de describir (American Psychiatric Association, 2000, p. xxi).
Una característica llamativa de esta definición de los
trastornos mentales que hace el DSM-4, es que no alude a
las causas de trastorno mental. En otras palabras, la definición pretende ser «ateórica». También descarta cuidadosamente, entre otras cosas, ciertas conductas más o menos
cuestionables, pero admitidas socialmente, como un apesadumbrado (depresivo) cónyuge tras la muerte de su pareja.
El texto del DSM-4 también es muy cuidadoso a la hora de
afirmar que los trastornos mentales son siempre el pro-
¿A qué nos referimos con la expresión conducta patológica?
6.

parada sube otro pasajero y a pesar de que dispone
de un montón de asientos vacíos, se sienta junto a
usted. ¿Cómo se sentiría? De manera similar, ¿cómo
se sentiría si una persona a la que sólo hace cuatro
minutos que conoce empieza a contarle sus proyectos para suicidarse? A menos que usted sea un psicólogo que trabaja en un centro de intervención de
crisis, probablemente considere que se trata de una
conducta anormal.
Irracionalidad e imprevisibilidad: como ya se ha dicho,
esperamos que las personas se comporten de una
manera determinada. Si bien un toque de inconformismo puede añadir algo de chispa a la vida, llega un
momento en que la conducta excesivamente poco
ortodoxa se considera como algo anormal. Por ejemplo, si la persona que está sentada junto usted de
repente empieza a gritar obscenidades sin dirigirse a
nadie en concreto, usted probablemente considerará
que está realizando una conducta anormal. Se trata de
algo impredecible y sin sentido. El habla desordenada y
la conducta desorganizada de los pacientes con esquizofrenia (véase Capítulo 14) suele ser irracional. Tales
conductas son también el sello característico de la fase
maníaca de un trastorno bipolar. Sin embargo, quizá el
factor más importante sea nuestra impresión de si esa
persona es capaz o no de controlar su conducta. En
efecto, probablemente no nos alarmemos en absoluto
si nuestro compañero de habitación comienza a recitar
fragmentos de Fuente Ovejuna si sabemos que participa en esa obra de teatro. Sin embargo, si lo descubrimos revolcándose en el suelo mientras recita a
Shakespeare, puede que nos planteemos pedir ayuda.
ducto de «disfunciones», que a su vez siempre residen en los
individuos y no en los grupos. No existen grupos mentalmente trastornados (aun cuando este concepto pudiera
aplicarse cuando una parte importante de los miembros de
ese grupo mostraran un trastorno mental).
Aunque goza de una amplia aceptación, la definición
del DSM-4 de lo que es un trastorno mental no está exenta
de críticas. Por ejemplo, dicha definición requiere que la
conducta problemática sea «un síntoma o una disfunción
de la persona» para ser calificada como un caso de trastorno
mental (véase la Tabla 1.1). ¿Pero qué significa realmente
eso? La conducta problemática no puede ser una «disfunción» en sí misma, dado que sería lo mismo que decir que
los trastornos mentales se deben a trastornos mentales.
Tras identificar esta laguna en la definición, Jerome
Wakefield (1992a, 1992b, 1997) ha propuesto la idea de
trastorno mental como una «disfunción perniciosa». En el
seno de este concepto, la noción de «daño» se define a los
valores sociales (por ejemplo el sufrimiento, ser incapaz de
trabajar, etc.), y la «disfunción» se interpreta por referencia
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CAPÍTULO 1
Tabla 1.1.
Psicología clínica: una visión general
Síntomas y síndromes
Síntoma: un síntoma es un indicador aislado de que existe un problema. Puede estar referido al ámbito emocional
(tristeza, ansiedad), a la conducta (problemas para dormir), o la cognición (preocupaciones excesivas, pensamientos
de suicidio).
Síndrome: un síndrome es un grupo de síntomas que se presentan juntos. Por ejemplo, la tristeza, los problemas del
sueño, las dificultades para concentrarse, la pérdida de peso, o los pensamientos de suicidio, son síntomas que en
conjunto caracterizan el síndrome de depresión. Obsérvese que en el caso de la depresión ésta también puede ser un
síntoma (cuando se refiere a un estado de ánimo deprimido). Pero también da nombre al síndrome (cuando se refiere
al conjunto de síntomas).
a algún tipo de mecanismo subyacente que no funciona de
acuerdo con su «objetivo» (supuestamente evolutivo)
(véase Clark, 1999). Más en concreto Wakefield ha sugerido
que
Un trastorno mental es una condición mental que
(a) provoca un malestar o una incapacidad significativa,
(b) no es una mera consecuencia esperable de un acontecimiento determinado, y (c) supone una manifestación de
una disfunción mental (1992a, p. 235).
Si bien esta definición pasa por ser una mejora del
texto original, todavía quedan en ella diversos problemas de
carácter lógico y filosófico (por ejemplo Lilienfeld y
Marino, 1995). De hecho, ha generado una gran cantidad
de debates (Lilienfeld y Marino, 1999, Richters y Hinshaw,
1999; Spitzer, 1999; Wakefield, 1999 a,b). Si bien una discusión pormenorizada de este tema nos llevaría muy lejos del
objetivo de este capítulo, baste decir que la deficiencia más
llamativa de esa definición destaca por su obviedad: para la
mayoría de los trastornos no se ha identificado con precisión un «mecanismo defectuoso». De hecho, imaginar que
algún día seamos capaces de encontrar una disfunción subyacente y presumiblemente biológica para cada uno de los
300 diagnósticos del DSM-4, parece realmente exagerado.
Puede que efectivamente algunos trastornos mentales procedan de una disfunción de carácter biológico, pero en
otros casos los problemas quizá tengan más que ver con
algún tipo de adaptación a circunstancias ambientales
patológicas, tales como el abuso o el maltrato infantil. Una
vez más la expresión trastorno mental desafía una definición
simple y contundente.
Pese a la frustración que conlleva intentar establecer
con claridad nociones como malestar y disfunción, e
intentar alcanzar un consenso respecto a lo que se considera un trastorno mental, resulta evidente que necesitamos avanzar en la investigación clínica y en el tratamiento
de nuestros pacientes. No es posible esperar hasta que los
expertos hayan solventado todos y cada uno de los detalles
que enturbian estos temas, para comenzar a explorar la
naturaleza, el origen y la mejor forma de tratar una gran
cantidad de trastornos. En última instancia, cualquier
definición de anormalidad o de trastorno mental tendrá
algo de arbitraria, y la definición del DSM-4 no constituye
una excepción. Se trata de un manual en constante evolución. Es necesario reflexionar mucho sobre ciertos temas
cuya resolución desembocará en la quinta edición (por
ejemplo, Widiger y Clark, 2000). De la misma manera que
nuestra propia concepción de lo que es un trastorno va
cambiando y evolucionando, así lo hace también el
manual (para más información sobre el mismo, véase el
Capítulo 4).
Aspectos culturales
de la anormalidad
Resulta difícil considerar el concepto de lo normal y lo
anormal sin referirse a la cultura. Dentro de una cultura
determinada existen muchas creencias compartidas y conductas ampliamente aceptadas que forman parte de las costumbres habituales. Por ejemplo, muchas personas de
países cristianos consideran de mala suerte el número 13, y
muchos de nosotros tenemos un cuidado especial durante
ese día. Algunos hoteles y edificios carecen de la planta número 13 y en muchos hospitales no tienen una cama número 13. Sin embargo, los japoneses no tienen ningún
problema con ese número, aunque se cuidan mucho de evitar el número 4. Eso se debe a que en japonés la palabra cuatro suena muy parecido a la palabra muerte (Tseng, 2001,
pp. 105-6).
Existe una considerable variación en las palabras que
se utilizan para describir el malestar psicológico en diferentes culturas. Por ejemplo, en el lenguaje de algunos
nativos americanos o grupos del sudeste asiático no existe
la palabra «deprimido» (Manson, 1995). Por supuesto, eso
no significa que los miembros de esas culturas no experimenten depresión psicológica. Sin embargo, como el
siguiente caso ilustra, la manera en que se presentan algunos de los trastornos psicológicos puede depender mucho
de las formas culturalmente admitidas para describir el
malestar.
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Un anciano nativo americano
G. H. es un miembro de una tribu del suroeste
americano de 71 años de edad, a quien una de
sus nietas ha llevado al Hospital Indio de Salud,
debido a una serie de problemas. La mayoría
de esos problemas consisten en dolores inespecíficos.
Cuando se le pide que indique dónde
ESTUDIO
le duele, el señor G. H. señala su pecho, desDE UN
pués su abdomen, sus rodillas, y finalmente sus
CASO
manos. Apenas en un susurro dice algo en su
lengua natal que se podría traducir como
«enfermo de todo el cuerpo». Su nieta apunta que desde hace poco
«ha dejado de ser el mismo». Concretamente, durante los últimos
tres o cuatro meses, el señor G. H. ha dejado de acudir y de participar en muchos acontecimientos que antes le resultaban muy importantes y en los que desempeña un papel destacado. Se niega
también a comentar con los demás este cambio en su conducta y
cuáles son sus sentimientos. Cuando se le pregunta de manera
explícita, el señor G. H. reconoce que tiene dificultades para dormir,
se despierta durante la noche, y casi siempre está despierto con las
primeras luces del alba. Admite que ya no siente placer ante la
comida, aunque niega que haya perdido peso, si bien se advierte de
inmediato que su ropa le queda excesivamente grande. También
experimenta dificultades para concentrarse y para recordar cosas.
Al preguntarle por su ausencia en ciertos acontecimientos relevantes para el clan y para su familia, el señor G. H. señala que estaba
«demasiado cansado y dolorido» y «con miedo de defraudar a los
demás». Al presionarle un poco más guarda silencio. De repente
dice «sabe usted, mis ovejas no se encuentran bien últimamente. Su
lana está deteriorada y están más delegadas. Se mueven de acá
para allá e incluso las madres no cuidan de las hijas». Tanto el examen físico como los análisis clínicos son normales. El señor G. H.
continúa tomando dos pastillas diarias de acetaminofen para tratar
su artritis. Aunque dice que se está «recuperando del alcoholismo»,
confiesa no haber consumido alcohol durante los últimos veintitrés
años. También niega haber sufrido algún episodio anterior de depresión u otro problema psiquiátrico (extraído de Manson, 1995,
p. 488).
Como resulta evidente en el caso del señor G. H., la
cultura puede modelar el aspecto clínico de trastornos
como la depresión, que sin embargo están presentes en todo
el mundo. En China, por ejemplo, las personas que sufren
depresión suelen quejarse fundamentalmente de los aspectos físicos de la misma (fatiga, vértigo, dolor de cabeza) y no
tanto de los sentimientos de tristeza que la acompañan
(Kleinman, 1986; Parker et al., 2001). En el caso del señor
G. H. resulta interesante observar que se centra también en
sus dolores físicos y no en su malestar emocional. Utilizar a
sus ovejas como una metáfora para expresar su experiencia
emocional (sensación de fracaso, emociones negativas)
¿A qué nos referimos con la expresión conducta patológica?

también constituye una forma culturalmente apropiada de
expresar preocupaciones que, si se mostraran de manera
más explícita, podrían acarrear amenazas a su auto-satisfacción e incluso a su arraigo social (Manson, 1995).
Si bien los factores culturales ciertamente influyen
sobre la apariencia clínica de los trastornos, también es
posible encontrar ciertas formas de psicopatología que
parecen ser muy específicas de ciertas culturas. En efecto,
sólo aparecen en determinadas zonas del mundo y están
muy vinculadas a preocupaciones características de esa cultura. Un ejemplo, podría ser koro. Se trata de un tipo de
trastorno de ansiedad que aparece frecuentemente en varones asiáticos jóvenes. Se caracteriza por un gran temor a
que alguna parte sobresaliente del cuerpo (generalmente el
pene) comience a reducirse y llegue incluso a desaparecer
en el interior del cuerpo, llegando a provocar la muerte
(Levine y Graw, 1995; Tseng, 2001). Otro síndrome cultural
específico es el taijin kyofusho. También se trata de un trastorno de ansiedad (véase el Capítulo 6) muy frecuente en
Japón, que se caracteriza por un gran temor a que el propio
cuerpo, alguna parte del mismo, o de su funcionamiento,
pueda ofender o avergonzar a los demás. Con frecuencia las
personas que padecen este trastorno tienen miedo de mirar
a los demás y ofenderles con su expresión facial o con su
olor corporal (Levine y Graw, 1995).
Como podemos ver en los ejemplos que acabamos de
citar, la conducta anormal es aquella que se desvía de las
normas de la sociedad en las que se encuentra inserta (por
ejemplo véase Gorenstein, 1992; Sarbin, 1997; Scheff, 1984;
Ullmann y Krasner, 1975). Ciertas experiencias como escuchar la voz de un pariente que acaba de morir pueden llegar
a ser normales en una cultura como la de los nativos americanos, pero completamente anormales en otra. Sin
embargo, ciertas acciones y conductas no convencionales
son universalmente consideradas como producto de un
trastorno mental. Por ejemplo, la antropóloga Jane Murphy
(1976) estudió qué se consideraba una conducta anormal
entre los Yoruba de África y entre los esquimales del dialecto Yupi que vivían en una isla del mar de Bering. Ambas
culturas disponen de términos para denominar la «locura».
Además, los tipos de conductas que se consideran anormales en esas culturas también lo son en la nuestra (por ejemplo, oír voces, reírse sin motivo, defecar en público, beber
orina, y creer en cosas en las que nadie más cree).
El «equipo» de salud mental
En muchas consultas clínicas el diagnóstico y la evaluación
requieren de diferentes personas que desempeñan diversos
papeles destinados a recoger datos que permitan una evaluación adecuada de la situación del paciente (o cliente).
Estos profesionales recogen información desde diferentes
perspectivas. Por ejemplo, de miembros de la familia, amigos, profesores (si se trata de un niño o un adolescente), y
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Psicología clínica: una visión general
en general de cualquier profesional de salud mental con
quien la persona haya estado en contacto. A continuación es
necesario reunirse para integrar toda esa información, consensuar un diagnóstico, y planificar las primeras fases del
tratamiento. La sección El mundo que nos rodea 1.3 resume
brevemente la formación profesional que necesitan las personas que integran un equipo de salud mental.
REVISIÓN
• ¿Por qué es tan difícil definir la anormalidad?
¿Qué características nos ayudan a reconocerla?
• Explique las diferencias entre un síntoma y un
síndrome. ¿La depresión es un síntoma o un
síndrome?
• ¿De qué manera modifica la cultura la
expresión clínica de los trastornos mentales?
.
¿SON COMUNES LOS
TRASTORNOS MENTALES?
¿Cuántas personas tienen en la actualidad trastornos psicológicos diagnosticables? Se trata de una cuestión importante por diferentes razones. En primer lugar, este tipo de
información resulta esencial para planificar los servicios de
salud mental. Los planificadores de la salud mental necesitan disponer de una imagen nítida de la naturaleza y la
extensión de los problemas psicológicos característicos de
una zona geográfica determinada, para poder así establecer
qué recursos resultarán más eficaces. Por ejemplo, sería una
locura tener un centro clínico repleto de expertos en el tratamiento de la anorexia (un problema clínico muy grave
pero poco frecuente; véase el Capítulo 9), mientras que se
descuida el tratamiento dirigido a la ansiedad o a la depresión, que constituyen problemas mucho más comunes
(véanse los capítulos 6 y 7).
En segundo lugar, la estimación de la frecuencia de los
trastornos mentales en diferentes grupos de personas
EL MUNDO QUE NOS RODEA
El personal de salud mental
necesarios para mantener un programa adecuado de psicología escolar.
Profesionales
Psiquiatra
Psicólogo clínico
Doctorado en psicología, con especialización clínica e
investigadora. Un año de internado en un hospital psiquiátrico o en un centro de salud mental. O también un
graduado en psicología (supone un nivel profesional con
una especialización más clínica que investigadora) más
un año de internado en un hospital psiquiátrico o en un
centro de salud mental.
Asesor psicológico
Doctorado en psicología además de un internado dedicado al asesoramiento matrimonial o estudiantil; normalmente se dedican a problemas de ajuste que no implican
trastorno mental.
Doctor en medicina con una residencia de tres años en un
hospital psiquiátrico o en un centro de salud mental.
Psicoanalista
Doctor en medicina o en psicología con una formación
específica en la teoría y la práctica del psicoanálisis.
Trabajador social
Doctorado con una formación clínica especializada en
entornos de salud mental.
Enfermera psiquiátrica
Formación especializada en el cuidado y tratamiento de
clientes psiquiátricos.
Psicólogo escolar
Terapeuta ocupacional
Lo ideal sería una persona con formación doctoral en psicología clínica infantil, y con experiencia adicional en problemas académicos y de aprendizaje. De momento la
mayoría de los centros escolares carecen de los recursos
Graduado en terapia ocupacional con formación en el tratamiento de personas con minusvalías físicas o psicológicas, cuya función es ayudarlas a utilizar los recursos de
que disponen.
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¿Son comunes los trastornos mentales?
Asesor sacerdotal
Asesor especializado en abuso de sustancias
Sacerdotes con formación en psicología.
Tiene una formación profesional limitada, pero está especializado en la evaluación y en el manejo de problemas
causados por el abuso de sustancias.
No profesionales
Voluntario de salud mental
Suele ser una persona con una formación profesional
limitada, que trabaja bajo la dirección de un profesional, y
a quien generalmente se le requiere en situaciones de
crisis.
puede proporcionar información inestimable sobre sus
causas. Por ejemplo, las mujeres con depresión superan a
los hombres con depresión en una razón de dos a uno (Culbertson, 1997). Esto sugiere que el sexo es un factor importante a tener en cuenta en cualquier intento de comprender
lo que es la depresión (véase el Capítulo 7). Sin embargo, lo
que también resulta muy interesante es que entre los judíos
la depresión afecta por igual a ambos sexos (Levav et al.,
1997). Esto no ocurre en otros grupos religiosos, lo que
hace pensar que los varones judíos tienen un mayor riesgo
de depresión que los varones que profesan otras religiones
distintas a la judía. ¿A qué puede deberse esto? Aunque
todavía no estamos seguros, existen algunas propuestas
interesantes que discutiremos más adelante en este mismo
capítulo.
Prevalencia e incidencia
Antes de pasar a estudiar la extensión de los trastornos
mentales en una sociedad, es necesario clarificar de qué
manera se contabilizan. La epidemiología consiste en el
estudio de la distribución de las enfermedades, trastornos,
o conductas relacionadas con la salud, en una población
determinada. La epidemiología de salud mental consiste en
el estudio de la distribución de los trastornos mentales. Un
elemento clave de un estudio epidemiológico radica en la
determinación de la frecuencia de los trastornos mentales.
Hay diferentes maneras de hacerlo. El término prevalencia
se refiere al número de casos activos en una población
durante un periodo de tiempo determinado. La prevalencia
suele expresarse como un porcentaje (el porcentaje de la
población que muestra ese trastorno). Pueden hacerse diferentes tipos de estimación de la prevalencia.
La prevalencia puntual (como su propio nombre
indica) se refiere a la proporción estimada de casos activos
del trastorno en una población determinada y en un
momento concreto. Por ejemplo, si realizamos un estudio
para contabilizar el número de personas que estén
sufriendo una depresión mayor (véase el Capítulo 7) el 1 de
enero del próximo año, eso podría proporcionarnos una

En todos los casos las personas de diferentes campos pueden actuar como un equipo interdisciplinar, por
ejemplo, el psiquiatra, el psicólogo clínico, el trabajador
social, la enfermera psiquiátrica y el terapeuta ocupacional podrían trabajar unidos.
estimación de la prevalencia puntual de los casos activos de
depresión. Cualquiera que estuviera sufriendo una depresión durante noviembre y diciembre pero que haya conseguido recuperarse de ella el 1 de enero, no debería incluirse
en nuestra estimación de la prevalencia puntual. Lo mismo
puede decirse de alguien cuya depresión ha comenzado el
día 2 de enero. Por otra parte, si lo que queremos es hacernos una idea de la prevalencia anual, deberíamos contabilizar a todos aquellos que han sufrido depresión en cualquier
momento del año. Como se puede imaginar, este cálculo de
la prevalencia debería ser mayor que la prevalencia puntual,
dado que abarca un periodo de tiempo mayor. También
debería incluir a todas aquellas personas que se han recuperado antes de que se haya valorado la prevalencia puntual, y
a aquellas personas cuyos trastornos no comenzaron hasta
después de que se hiciera la estimación de la prevalencia
puntual. Por último, también podríamos pretender alcanzar una estimación de cuántas personas han sufrido un
trastorno determinado en cualquier momento de su vida
(incluso aunque no se hayan recuperado todavía). Esto nos
proporcionaría una estimación de la prevalencia durante el
ciclo vital. Dado que abarca toda la vida y que incluye tanto
a las personas que actualmente están enfermas como aquellas que ya se han recuperado pero que sufrieron el trastorno, esta estimación tiende a ser la más alta de las tres.
El otro término importante con el que usted debe
familiarizarse es el de incidencia. Se refiere al número
de casos nuevos que se producen durante un periodo de
tiempo determinado (generalmente un año). Las cifras
de incidencia suelen ser menores que las de prevalencia,
debido a que excluyen los casos que ya existían. En otras
palabras, si estamos valorando la incidencia anual de la
esquizofrenia, no deberíamos contabilizar a las personas
cuya esquizofrenia comenzó antes de nuestra fecha de inicio, establecida en el 1 de enero (incluso aunque todavía se
encuentran enfermas), debido a que esos no constituyen
casos nuevos de esquizofrenia. Por otra parte, alguien que
se encontraba bien, pero que durante ese año ha desarrollado la esquizofrenia debe incluirse el nuestra estimación
de la incidencia.
Capítulo-01
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CAPÍTULO 1
Psicología clínica: una visión general
Estimación de la prevalencia de los
trastornos mentales
Ahora que usted ya comprende el significado de algunos términos básicos, veamos cuál es la prevalencia anual de algunos trastornos importantes. Durante los últimos años en los
Estados Unidos se han llevado a cabo dos importantes estudios epidemiológicos de salud mental a nivel nacional. Uno
de ellos, el estudio Epidemiológico de la Cuenca de Captación (ECA), se concentró en una muestra de ciudadanos de
cinco comunidades: Baltimore, New Haven, S. Luis, Durham (NC), y Los Ángeles (Myers et al., 1984; Regier et al.,
1988; Regier et al., 1993). El otro estudio, la Encuesta Nacional de Morbilidad (NCS) fue más extenso. Muestreó toda la
población de los Estados Unidos e incluyó cierto número de
sofisticadas mejoras metodológicas (Kessler et al., 1994).
La Tabla 1.2 proporciona algunas de las estimaciones
más recientes de la prevalencia de diferentes tipos de trastornos mentales. Se trata de prevalencia anual, e intenta
incorporar una medida de significación clínica (véase Kazdin, 1999). Si usted vuelve a la definición de trastorno mental del DSM-4, observará que incluye el término
clínicamente significativo. Eso quiere decir que para que se
considere que una persona sufre un trastorno, es necesario
que se vea impedida de alguna manera a causa del mismo.
Generalmente dicha valoración la realiza un clínico, aunque evidentemente eso no es posible en las encuestas de este
tipo en las que participan miles de personas. Narrow y sus
compañeros (2002) han intentado incorporar indicadores
Tabla 1.2.
Prevalencia anual
de los principales
tipos de trastornos
en adultos
12 meses
%
Población
(millones)
Cualquier trastorno de
estado de ánimo
5,1
10,3
Cualquier trastorno de
ansiedad
11,8
23,9
Cualquier trastorno por
abuso de sustancias
6,0
12,1
Esquizofrenia*
1,0
2,0
Cualquier desorden mental
o por abuso de sustancias
18,5
37,5
* Incluye el desorden esquizofreniforme.
Fuente: Narrow et al., 2002.
de investigación clínica en sus estimaciones de la prevalencia de los trastornos mentales, para poder proporcionar
una apreciación más precisa de la frecuencia de ciertos trastornos. En comparación con cifras previamente publicadas
(por ejemplo, Kessler et al., 1994), la prevalencia de muchos
trastornos ha disminuido. Si bien no todo el mundo admite
el estudio de Narrow y sus compañeros (véase Wakefield y
Spitzer, 2002), ciertamente supone un primer paso para la
creación de estimaciones de la prevalencia más válidas.
Tal y como puede observarse en la Tabla 1.2, en cualquier periodo de doce meses la vida de más de treinta y siete
millones de adultos en los Estados Unidos se encuentra afectada por algún tipo de enfermedad mental. De hecho, se
trata de una estimación por debajo de lo real, puesto que ni
la ECA ni el NCS incluyen medidas de la mayoría de los trastornos de personalidad (véase el Capítulo 11). El tipo de
trastornos psicológicos más frecuente es el trastorno de
ansiedad, con una prevalencia anual del 11,8 por ciento. En
total, más del dieciocho por ciento de la población de los
Estados Unidos sufre al menos un trastorno mental durante
el transcurso de un año. Para algunos, el trastorno puede ser
relativamente breve (por ejemplo, una depresión que dure
unas cuantas semanas tras la ruptura de una relación sentimental). En otros casos, el problema puede llegar a ser crónico (como la esquizofrenia que afecta a Donald, sobre
quien hemos leído anteriormente).
Un último resultado destacable del estudio NCS es la
amplia comorbilidad entre los trastornos diagnosticados.
De manera específica, el cincuenta y seis por ciento de las
personas de la muestra que tienen una historia de al menos
un trastorno, también sufrieron dos o más trastornos adicionales (por ejemplo, una persona que comete excesos
también puede tener depresión o un trastorno de ansiedad). En otras palabras, los trastornos no siempre se presentan de manera aislada. Volveremos sobre este tema de la
comorbilidad en otros capítulos de este libro.
Tratamiento
No todas las personas con un trastorno psicológico reciben
tratamiento. En algunos casos niegan o minimizan la existencia de sus problemas, quizá por miedo a que se les diagnostique algún tipo de problema mental. Otros intentan
enfrentarse a sus problemas y son capaces de recuperarse
sin necesidad de pasar por las manos de un profesional de la
salud mental. Muchas personas con trastornos mentales
también suelen buscar ayuda en su médico de cabecera, por
lo que nunca llegan a acudir a un especialista. Esto es especialmente frecuente respecto a la depresión (Ohayon et al.,
1999). También suele ocurrir que la gran mayoría de los tratamientos de salud mental tienen un carácter externo
(Narrow et al., 1993; O’Donnell et al., 2000). El tratamiento
externo requiere que el paciente acuda al centro de salud
mental, pero no es necesario internarlo en un hospital.
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Por lo que concierne a quienes necesitan un tratamiento más intensivo que el que pueden recibir en las consultas externas, la hospitalización puede ser la mejor
opción. Diversas encuestas indican que el internamiento en
hospitales mentales ha disminuido de manera sustancial
durante los últimos 45 años. El desarrollo de medicinas que
son capaces de controlar los síntomas más graves de algunos trastornos importantes puede ser una de las razones
que justifiquen este cambio. Los recortes presupuestarios
también han obligado a cerrar muchas instituciones mentales. Así pues, este tipo de pacientes suelen ingresar en la
unidad psiquiátrica de un hospital general (Narrow et al.,
1993) o en un hospital psiquiátrico privado especializado
en trastornos mentales (Kiesler y Simpkins, 1993; Lee y
Goodwin, 1987). Dado su elevado coste, la estancia en instituciones privadas tiende a ser mucho más breve de lo que
era en el pasado, de manera que los pacientes salen de ellas
en cuanto se encuentran los suficientemente recuperados
como para recibir tratamiento externo. Esta tendencia a
abandonar la hospitalización tradicional, que suele denominarse desinstitucionalización, será comentada de
manera más amplia en los capítulos 2 y 18.
REVISIÓN
• ¿Que es la epidemiología?
• ¿Cuál es la diferencia entre prevalencia e
incidencia?
• ¿Por qué es importante tener en cuenta la
noción de «significación clínica» cuando
intentamos estimar la prevalencia de
diferentes trastornos mentales? ¿Qué efectos
tiene esto sobre las estimaciones de
prevalencia y por qué?
LA INVESTIGACIÓN EN LA
PSICOLOGÍA CLÍNICA
Como hemos podido comprobar al revisar los estudios epidemiológicos, la vida de un gran número de personas está
afectada por algún tipo de trastorno mental. Para poder
aprender todo lo posible sobre sus problemas, necesitamos
investigar. Mediante la investigación podemos estudiar la
naturaleza de los trastornos, cómo son sus síntomas, si tienen un carácter agudo (de corta duración) o crónico (más
duraderos), qué tipo de deficiencias están asociadas con
ellos, etc. La investigación también nos permite comprender la etiología (las causas) de los trastornos. Por último,
necesitamos obtener información que nos ayude a propor-
La investigación en la psicología clínica

cionar el mejor cuidado a los pacientes que acuden buscando nuestra ayuda. Todos los autores de este libro practican la psicología clínica. Como tales estamos pendientes de
los avances en la investigación para poder proporcionar a
nuestros pacientes el cuidado más avanzado y más eficaz.
¿Pero exactamente para qué necesitamos investigar?
Los estudiantes neófitos en el campo de la psicología clínica
suelen suponer que estudiando cada caso podremos encontrar las respuestas que necesitamos. Sin embargo, cuando
estudiamos casos individuales y realizamos inferencias a
partir de ellos, nos exponemos a cometer algunos errores
importantes. Uno de estos errores es prestar atención únicamente a aquellos datos que confirman nuestra opinión.
Por ejemplo, puede que el Dr. Sabelotodo considere que
beber leche produce esquizofrenia. Si le preguntamos la
razón de su creencia, podría contestarnos que cada uno de
los pacientes con esquizofrenia que ha tratado había bebido
leche en algún momento de su vida. Dado que el Dr. Sabelotodo ha tratado a una gran cantidad de pacientes con
esquizofrenia y tiene una enorme experiencia con ese trastorno, lo lógico es que creamos su opinión. Sin embargo,
entonces aparece el Dr. Notanrápido, y decide realizar un
estudio de investigación. Escoge dos grupos de personas:
uno de ellos tiene esquizofrenia y el otro no. El Dr. Notanrápido hace una encuesta a cada grupo sobre sus hábitos
bebedores de leche. Encuentra que todo el mundo ha
bebido leche en algún momento de su vida, y sin embargo
un grupo ha desarrollado esquizofrenia y otro. Como se
puede ver con este sencillo ejemplo, una de las principales
razones por las que necesitamos investigar es para evitar
errores como el del Dr. Sabelotodo. En definitiva, la investigación protege a los investigadores de sus propios sesgos en
percepción e inferencias (Raulin y Lilienfeld, 1999).
Pero no toda la investigación se realiza en el laboratorio.
También puede desarrollarse en clínicas, hospitales, escuelas, prisiones, e incluso en situaciones muy poco estructuradas, como con los vagabundos que recorren la calle. No es el
entorno lo que determina si puede realizarse una investigación. Como ha señalado acertadamente Kazdin (1998a), «la
metodología no es una mera compilación de prácticas y procedimientos. Es una forma de abordar la solución de problemas, el pensamiento, y la adquisición de conocimiento». En
consecuencia, la metodología de investigación está evolucionando constantemente. A medida que aparecen nuevas
técnicas (por ejemplo las técnicas de imagen cerebral o nuevos procedimientos estadísticos), evoluciona la metodología. En el siguiente apartado vamos a presentar algunos
importantes conceptos de investigación, para que usted
pueda empezar a pensar como un científico clínico.
Fuentes de información
Como humanos que somos solemos prestar mucha atención a las personas que nos rodean. Si a usted le pidiéramos
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Psicología clínica: una visión general
que describa a su mejor amigo, a su padre, o incluso al profesor de psicología clínica, casi seguro que tendría un montón de información al respecto. En prácticamente cualquier
disciplina de la ciencia, la base del conocimiento psicológico se encuentra en la observación. De hecho, la mayor
parte de las primeras nociones sobre un amplio rango de
trastornos psicopatológicos proviene del estudio de casos
de individuos concretos que fueron descritos con gran
detalle. Clínicos tan astutos como el psiquiatra alemán Emil
Kraepelin (1856-1926) y el psiquiatra suizo Eugen Bleuler
(1857-1939) nos han proporcionado descripciones tan
detalladas de sus pacientes que su lectura actual permite
reconocer con facilidad trastornos como la esquizofrenia o
la depresión maníaca. Alois Alzheimer (1864-1915) describió a un paciente con un cuadro clínico muy poco habitual,
que posteriormente se ha conocido como enfermedad de
Alzheimer (véase el Capítulo 15). Sigmun Freud (18561939), el fundador del psicoanálisis, publicó muchos e interesantes casos clínicos donde describía lo que ahora
podemos reconocer sin dificultad como una fobia o un
trastorno obsesivo-compulsivo.
Todavía se puede aprender mucho cuando un clínico
bien preparado utiliza el método de estudio de caso único,
y de hecho los estudios de un caso son una fuente fabulosa
de ideas para la investigación. Sin embargo, la información
que se adquiere sólo suele resultar importante para la persona que ha sido descrita, y además puede tener muchos
errores, especialmente si intentamos aplicarla a otros casos
aparentemente similares. Cuando solamente existe un
observador y un sujeto, y cuando las observaciones se hacen
en un contexto relativamente no controlado, y con una
naturaleza anecdótica, las conclusiones que podemos
extraer son muy limitadas y pueden estar plagadas de errores.
Así pues, ¿qué debemos hacer si deseamos estudiar la
conducta de una forma más rigurosa? Depende en gran
medida de lo que queremos averiguar. Por ejemplo, si estamos estudiando a niños agresivos, probablemente necesitemos observadores entrenados que contabilicen las veces
que los niños agresivos golpean, muerden, empujan, o dan
patadas a sus compañeros. Se trata entonces de una observación directa de la conducta de los niños. Pero también
hay otras conductas que podría resultar interesante estudiar. Por ejemplo, podríamos recoger información sobre
variables psicofisiológicas tales como el ritmo cardíaco.
También podríamos medir el nivel de hormonas indicadoras del estrés, como el cortisol, simplemente recogiendo una
muestra de saliva y enviándola al laboratorio. También se
trata de un tipo de observación.
Además de observar la conducta de manera directa, los
investigadores también pueden recoger datos procedentes
de auto-informes (véase el Capítulo 4). Podríamos, por
ejemplo, pedir a los niños que rellenasen una serie de cuestionarios adecuados a su edad. O también podríamos
entrevistarlos. En otras palabras, podemos pedir a los participantes de nuestra investigación que nos informasen de
sus experiencias subjetivas. Aunque ésta puede parecer una
buena manera de obtener información, tiene importantes
limitaciones. Puede ocurrir que un niño nos diga que tiene
veinte «mejores amigos» y sin embargo, cuando lo observemos, constatemos que siempre juega aislado. Otro niño
podría decirnos que sólo tiene un mejor amigo, y sin
embargo jugar siempre rodeado de montones de niños que
quieren estar con él. Dado que a veces las personas pueden
mentir, malinterpretar la pregunta, o intentar presentar una
imagen favorable (o desfavorable), este tipo de datos aunque importantes y ampliamente utilizados en la investigación de psicología clínica, no siempre pueden considerarse
como fiables y verídicos. Es algo que cualquiera que haya
respondido a un anuncio personal sabe muy bien.
La tecnología también avanza con rapidez, y estamos
desarrollando estrategias para estudiar la conducta, el
estado de ánimo, y la cognición, que hasta hace muy poco se
habían considerado inaccesibles al estudio científico. Por
ejemplo, ya podemos recurrir a técnicas de imagen cerebral
para estudiar cómo funciona un cerebro en activo. Podemos analizar el flujo sanguíneo en diversas zonas del cerebro mientras la persona realiza tareas de memoria.
Podemos observar qué zonas del cerebro se activan cuando
se imagina, por ejemplo, la imagen de una bicicleta o de una
manzana. Mediante técnicas como la estimulación magnética craneal, que genera un campo magnético en la superficie de la cabeza, podemos estimular el tejido cerebral
subyacente (para una revisión, véase Fitzgerald et al., 2002).
Además esto se hace sin producir dolor, mientras la persona
está sentada cómodamente en un sillón. De esta manera es
posible recoger datos de la conducta que habría sido imposible obtener hace tan sólo unos cuantos años.
En esencia, cuando hablamos de observar la conducta,
nos referimos a algo más que limitarse a mirar cómo actúa
la gente. Observar la conducta significa en realidad estudiar
lo que hace y lo que no hace la gente. Podemos estudiar la
conducta social en una muestra de personas deprimidas
recurriendo a observadores entrenados para registrar la frecuencia con la que sonríen o establecen contacto ocular, o
también podemos pedir a los propios pacientes que rellenen cuestionarios que nos permitan valorar sus habilidades
sociales. Lo ideal sería poder hacer ambas cosas. Si pensamos que la sociabilidad de los pacientes con depresión
pudiera estar relacionada con lo más o menos deprimidos
que se encuentran, podríamos pedirles que rellenaran autoinformes diseñados para valorar la gravedad de la depresión, e incluso podríamos medir la presencia de ciertas
sustancias en su sangre, orina, fluido cerebro espinal [el
fluido que baña el cerebro y que puede obtenerse mediante
una punción lumbar (véase Capítulo 14)]. Incluso posiblemente podríamos estudiar directamente del cerebro de
nuestros pacientes deprimidos mediante técnicas de
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imagen cerebral. Todas estas fuentes de información nos
proporcionan datos potencialmente valiosos sobre los cuales se fundamenta la investigación científica.
Establecer hipótesis sobre la conducta
¿Por qué razón Alberto, sobre quien leímos al principio del
capítulo, habría querido matarse? Quizá había sufrido
algún disgusto. Quizá tenía la sensación de que estaba
yendo hacia peor y no hacia mejor. Quizá se encontraba tan
profundamente avergonzado de sus supuestas limitaciones
que prefirió no seguir viviendo. Para poder comprender la
conducta de los demás, cada uno de nosotros, incluyendo a
los investigadores, generamos hipótesis. Las hipótesis suponen un esfuerzo para explicar, predecir, o explorar algo
––en este caso la conducta—. Lo que distingue una hipótesis científica de una especulación es que los científicos intentan poner a prueba sus hipótesis. En otras palabras,
intentan diseñar estudios de investigación que les ayuden a
aproximarse a una comprensión completa de cómo y por
qué han sucedido los acontecimientos.
Las descripciones anecdóticas como los estudios de un
caso pueden resultar muy válidas para ayudarnos a desarrollar hipótesis, si bien no resultan apropiadas para comprobarlas. Otras veces las hipótesis proceden de resultados de
investigación poco usuales o incluso inesperados. Por ejemplo, más arriba hemos dicho que aunque los hombres generalmente tienen un menor porcentaje de depresión que las
mujeres, eso no ocurre con los varones de religión judía.
Esta observación está pidiendo a gritos algún tipo de explicación. ¿Por qué los hombres judíos tienen un mayor riesgo
de depresión que los hombres no judíos? Una hipótesis
podría ser la existencia de una curiosa relación (de carácter
inverso) entre la depresión y el consumo de alcohol (Levav
et al., 1997). Los hombres judíos muestran una menor proporción de abuso y dependencia del alcohol que los hombres no judíos. En relación con esta idea, un estudio
realizado con miembros de sinagogas ortodoxas de Londres
encontró ausencia de alcoholismo y tasas similares de
depresión en mujeres y hombres (una tasa de 1:1 en lugar
de la habitual 2:1) (Lowenthal et al., 1995). Si bien todavía
queda mucho por aprender, la hipótesis de que las altas
tasas de depresión en los hombres judíos puedan tener algo
que ver con sus bajas tasas de abuso del alcohol, tienen
cierto interés para estudios posteriores.
Lo normal es que existan diversas hipótesis que compiten para explicar los complejos patrones que suelen
caracterizar la conducta patológica. De hecho, tales hipótesis tienden a agruparse en función de distintas perspectivas
teóricas. Por ejemplo, podríamos intentar explicar los
temores de una persona refiriéndonos a anomalías biológicas de carácter genético (por ejemplo, una amígdala muy
sensible, que es la zona del cerebro responsable del miedo).
Pero también podemos plantear la hipótesis de que el
La investigación en la psicología clínica

miedo procede de alguna experiencia traumática de la
niñez, o de que nuestros padres nos hayan «enseñado» que
el mundo es un lugar peligroso. Incluso podríamos suponer
que todas esas influencias pueden actuar de manera conjunta para llegar a crear un trastorno de ansiedad. Estas
perspectivas generales se comentarán en el Capítulo 3. Por
ahora, sólo queremos hacer énfasis en que todas las investigaciones psicológicas comienzan por la observación de la
conducta, y en que una gran parte de la materia de la que
trata la psicología clínica tiene que ver con la exploración de
las diferencias entre la conducta normal y la patológica, y
con la comprobación de hipótesis para explicar cómo y por
qué se producen tales diferencias.
También resulta importante señalar que esas diferentes
perspectivas causales, así como las hipótesis derivadas de
ellas tienen una gran importancia, ya que frecuentemente
determinan la aproximación terapéutica que se utilizará
para tratar un problema clínico determinado. Por ejemplo,
supongamos que nos encontramos con alguien que necesita lavarse las manos cien veces al día, lo que por otra parte
le está produciendo graves daños en la piel y en el tejido
subcutáneo (éste es un ejemplo de trastorno obsesivo-compulsivo). Si consideramos que esta conducta está originada
por trastornos sutiles en ciertos circuitos neuronales,
podríamos intentar identificar cuáles son los que están funcionando mal con la esperanza de encontrar una manera de
corregir esa disfunción (probablemente mediante medicinas). Por otra parte, si consideramos esa conducta como
reflejo de una limpieza simbólica de los pecados y los pensamientos inaceptables, quizá nos interesase más descubrir
el origen de esa preocupación excesiva sobre el comportamiento moral. Por último, si consideramos dicha conducta
meramente como resultado de un condicionamiento desafortunado, podríamos organizar las condiciones que permitan extinguir esa conducta. De esta manera, nuestras
hipótesis sobre la causa de los trastornos dirigen el tipo de
aproximación que adoptaremos tanto cuando estudiemos
el trastorno como cuando intentemos solucionarlo.
Muestreo y generalización
Como ya se ha dicho, los estudios de caso único pueden llegar a ser muy válidos debido a que nos hacen reflexionar.
También nos ayudan a generar ideas para establecer hipótesis. Sin embargo, esa estrategia apenas proporciona la suficiente información como para obtener conclusiones
razonablemente seguras. La investigación en la psicología clínica debe estar dirigida a obtener una comprensión cada vez
mayor y, cuando sea posible, el control de la conducta patológica (esto es, la capacidad para alterarla de una manera predecible). Puede que Eduardo acose a las mujeres en el
supermercado e intente lamer sus pies debido a que su madre
siempre le prestaba atención cuando, de niño, se calzaba los
zapatos de ella. Pero quizá Jorge haga lo mismo por una
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Psicología clínica: una visión general
razón completamente diferente. Necesitamos estudiar grupos más grandes de personas que tienen el mismo problema
para poder descubrir cuál de nuestras hipótesis tiene credibilidad científica. Cuantas más personas estudiemos, más seguros podremos estar de la veracidad de nuestros resultados.
¿A quién deberíamos incluir en nuestra investigación?
En general necesitamos estudiar grupos de personas que
muestren conductas similares. Si por ejemplo queremos estudiar a personas con depresión mayor, el primer paso será
identificar quiénes están afectadas por ese trastorno. El DSM4-TR proporciona un conjunto de criterios, entre los cuales se
encuentra una acentuada tristeza, ausencia de placer ante la
realización de experiencias generalmente agradables, fatiga,
disminución del apetito y del sueño. A continuación necesitamos encontrar personas que cumplan esos criterios. Lo ideal
sería estudiar absolutamente a todos los que sufren de depresión, pero por supuesto eso es imposible, por lo que necesitamos encontrar un grupo más pequeño que represente a ese
grupo de personas. Para ello tenemos que recurrir a una técnica denominada muestreo. En otras palabras, intentaremos
seleccionar personas que sean representativas de un grupo
mucho mayor de individuos que se caracteriza por tener trastornos de depresión mayor.
Lo ideal sería conseguir que nuestra pequeña muestra
reflejara lo más fielmente posible la población que queremos estudiar (por ejemplo respecto a la gravedad y
duración del trastorno, así como en otras variables potencialmente importantes como la edad, el sexo, o el estado
civil). Otra cosa importante es escoger nuestra muestra de
manera aleatoria a partir de la población de personas con
depresión, lo que equivale a decir que cada persona de esa
población debe tener exactamente la misma probabilidad
de ser incluida en nuestro estudio. Ese procedimiento evita
de manera automática posibles sesgos derivados de la selección de la muestra. Sin embargo, en la práctica eso no suele
ocurrir, por lo que los investigadores deben conformarse
con hacer todo lo que puedan para asegurarse de que la
muestra sea representativa.
Cuanto más representativa sea la muestra, tanto mejor
podremos generalizar a la población los resultados obtenidos en nuestro estudio. Una muestra compuesta por hombres y mujeres deprimidos de todas las edades, grupos
sociales, y niveles educativos, es más representativa que una
muestra de profesoras de educación infantil solteras y que
tienen entre veintitrés y veinticinco años.
Cuando estudiamos un grupo de personas que tienen
algo importante en común (por ejemplo una depresión),
podemos entonces inferir que quizá otras cosas que también tienen en común, como por ejemplo una historia
familiar de depresión o bajos niveles de ciertos neurotransmisores, podrían estar relacionados con la depresión. Evidentemente, partimos de la base de que la característica
elegida no está presente de manera amplia entre personas
que no tienen depresión.
Grupo criterio y grupo de comparación
Hemos aludido a esos grupos en nuestro ejemplo de la
esquizofrenia y la leche. Según la hipótesis del Dr. Sabelotodo la causa de la esquizofrenia era el consumo de leche.
Sin embargo, cuando un grupo de pacientes con esquizofrenia (el grupo criterio o grupo de interés) se comparó con
un grupo de pacientes que no tenían esquizofrenia (el grupo
de comparación), quedó claro que no había diferencias entre
ambos grupos respecto al consumo de leche.
Para examinar sus hipótesis, los investigadores recurren a un grupo de comparación (que a veces se denomina
grupo de control) compuesto por personas que no muestran el trastorno que se está estudiando pero que en todo lo
demás son similares al grupo de criterio. Cuando utilizamos la expresión «similar» queremos decir que ambos grupos tienen una edad similar, hay el mismo número de
hombres y mujeres en cada grupo, tienen el mismo nivel
educativo, capacidad intelectual, y otras características
demográficas equiparables. Normalmente el grupo de comparación es psicológicamente saludable, para poder compararlo con el otro grupo respecto a las variables que nos
interesan.
Mediante las técnicas de investigación que acabamos
de describir, los investigadores han descubierto muchas
cosas sobre un gran número de trastornos psicológicos.
También es posible comparar grupos de pacientes que tienen trastornos diferentes. Por ejemplo, Cutting y Murphy
(1990) estudiaron el comportamiento de (1) pacientes con
esquizofrenia, (2) pacientes con depresión o manía, y (3) un
grupo de control, respecto a una prueba de conocimiento
social. Los sujetos tenían que responder a preguntas de elección múltiple que planteaban un problema social (por
ejemplo «¿Cómo le dirías a un amigo de manera correcta
que ya va siendo hora de irse a casa?»). Las posibles respuestas eran del tipo «no queda más café» o «vas a tener que
irte. Estoy hasta las narices de que te quedes tanto tiempo
en mi casa». (No se preocupe, ambas posibilidades son
incorrectas; la mejor respuesta para este ejemplo era «perdona. He quedado con un amigo».)
En concordancia con las investigaciones que señalan
que la esquizofrenia está asociada con dificultades sociales,
los pacientes que tenían esta enfermedad lo hicieron peor
que el grupo de control y que los pacientes con depresión
maníaca. Este resultado también permitió a los investigadores desechar la posibilidad de que el mero hecho de ser un
paciente psiquiátrico implica una menor habilidad social.
Estudiar el mundo tal y como es:
diseños observacionales de
investigación
Un objetivo fundamental de los investigadores en psicología clínica es encontrar la causa de los diferentes
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trastornos. Pero por razones éticas y prácticas, no siempre
podemos hacerlo de manera directa. Imaginemos que
queremos saber qué es lo que causa la depresión. Podríamos plantear la hipótesis de que algunos factores como el
estrés o la pérdida de un pariente durante las primeras
etapas de la vida contribuye a desarrollar una depresión.
Sin embargo, está claro que no podemos provocar ese tipo
de situaciones para analizar lo que sucede entonces. Así
pues, los investigadores recurren a lo que se conoce como
un diseño observacional o correlacional. Frente a lo que
suele hacerse en un auténtico diseño experimental (que
describiremos más adelante), el diseño de observación no
requiere la manipulación de variables. Por el contrario lo
que hace el investigador es seleccionar los grupos que le
interesan (personas que acaban de sufrir una gran cantidad de estrés, o personas que perdieron un pariente
cercano cuando eran niños), y comparar ambos grupos
en relación con diversas características (en este caso,
medidas de depresión). Cada vez que estudiamos las diferencias que existen entre personas que tienen un determinado trastorno y personas que no lo tienen, estamos
utilizando este tipo de investigación correlacional u
observacional. En esencia, estamos aprovechando el
hecho de que en el mundo suelen producirse de manera
natural el tipo de situaciones que nos interesa estudiar
(personas con trastornos específicos, personas que han
tenido experiencias traumáticas, personas a quienes le ha
tocado la lotería, etc.). Mediante este tipo diseños de
investigación, podemos identificar aquellos factores que
parecen estar relacionados con la depresión, con problemas con el alcohol, con la comida, etc. (para una descripción más amplia de este tipo de investigación, véase
Kazdin, 1998a.)
Sin embargo, la mera correlación o asociación entre
dos o más variables nunca se puede interpretar como una
relación entre causa y efecto. Es un riesgo importante que
no debemos olvidar. Muchos estudios en psicología clínica
ponen de manifiesto que hay grupos de variables que suelen
aparecer conjuntamente, tales como la pobreza y el retraso
mental, o la depresión y situaciones traumáticas precoces.
Por ejemplo, en una época tan reciente como los años 40 se
pensaba que la masturbación podía provocar problemas de
salud. Como veremos en el Capítulo 13, esta hipótesis
puede tener que ver con el hecho de que históricamente, era
frecuente ver a los pacientes internados en instituciones
mentales masturbándose delante de los demás. Por
supuesto, la dirección de la influencia no es que la masturbación provoque problemas de salud, sino que las personas
con trastornos mentales no tienen el suficiente conocimiento social como para realizar esa conducta en la intimidad.
Las variables que correlacionan entre sí pueden de
hecho estar relacionadas de una manera causal, si bien esa
relación puede adoptar diversas formas. Cuando dos varia-
La investigación en la psicología clínica

bles están fuertemente correlacionadas, existen al menos
tres posibles razones para ello:
1. La variable A causa la variable B (o viceversa).
2. La variable A y la variable B están causadas por la tercera variable C.
3. Las variables A y B son parte de un patrón complejo de
influencia mutua. Por ejemplo, existe una fuerte correlación entre el número de iglesias y el número de bares
que hay en cada pueblo o ciudad. ¿Significa eso que
una de las variables es la causa de la otra? En absoluto.
Lo que ocurre es que ambas están «causadas» por una
tercera variable, que es el tamaño de la población de esa
ciudad.
Por poner otro ejemplo, se ha encontrado una correlación
significativa entre el divorcio de los padres y diversas formas de conducta patológica. Sin embargo, no es posible
llegar a la conclusión de que el divorcio en sí mismo es
fuente de patologías, dado que se han encontrado otras
posibles causas asociadas también con el divorcio, tales
como los problemas económicos, las peleas familiares, el
alcoholismo de alguno de los padres, el traslado a un
nuevo barrio o escuela, las dificultades para adaptarse a las
nuevas relaciones sentimentales del padre que tiene la
custodia, etc. Por desgracia, cuando intentamos comprender las causas por las que aparecen las conductas patológicas, este tipo de complejidad es más la regla que la
excepción.
Pero aunque los estudios correlacionales no sean capaces de establecer relaciones causales, suponen una fuente
muy rica y poderosa para establecer inferencias. De hecho,
suelen ser el punto de partida de otras hipótesis causales, y
en ocasiones proporcionan datos cruciales para confirmar
o refutar dichas hipótesis. Gran parte de lo que sabemos
sobre los trastornos mentales proviene de este tipo de estudios. Y como indica el tamaño de este libro, ya sabemos un
montón de cosas. El hecho de que no podamos manipular
las variables que estudiamos no significa que no podamos
encontrar resultados interesantes.
Estrategias retrospectivas versus
prospectivas
Los diseños de observación se utilizan para estudiar las
características actuales de diferentes grupos de pacientes.
Por ejemplo, si utilizamos técnicas de imagen cerebral
para analizar el tamaño de ciertas estructuras cerebrales
en pacientes con esquizofrenia y en un grupo de control,
estaríamos recurriendo a este tipo de aproximación. Pero
si lo que queremos es saber cómo eran nuestros pacientes
antes de que desarrollaran la esquizofrenia, necesitamos
recurrir a una aproximación de carácter retrospectivo. En
otras palabras, intentaríamos recoger información sobre
Capítulo-01

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CAPÍTULO 1
Psicología clínica: una visión general
características de nuestros pacientes cuando eran más jóvenes, con la esperanza de identificar factores que puedan
haber estado asociados con los problemas que se presentaron posteriormente. En ocasiones, sólo dispondremos de
los propios recuerdos de los pacientes o de los de su familia,
y a veces de diarios o fotografías. Un problema con este tipo
de investigación es que la memoria es imprecisa y selectiva.
Existen ciertas dificultades para reconstruir el pasado de las
personas que tienen algún tipo de trastorno mental, sin
contar con el hecho de que estas personas quizá no sean la
fuente más fiable y objetiva de información, dicha estrategia impulsa a los investigadores a descubrir precisamente lo
que esperan descubrir.
Por ejemplo en la década de los 80 comenzaron a aparecer informes que vinculaban el hecho de haber sufrido
abusos sexuales con diversas formas de psicopatología
(véanse los capítulos 8 y 11). Por ello muchos terapeutas
empezaron a plantear a sus pacientes la posibilidad de que
hubieran sufrido abusos cuando eran niños. Incluso
aquellos demasiado entusiastas, interpretaban el hecho de
que sus pacientes no recordaran haber sufrido abusos,
como una evidencia de que éstos sí se habían producido
pero que la memoria los había reprimido de la conciencia.
En otros casos, el mero hecho de experimentar problemas
tan comunes como dificultades para dormir se tomaba
como un indicador de que se habían sufrido abusos. A lo
largo del tiempo los pacientes llegaban a estar tan convencidos como sus terapeutas de que habían sufrido abusos
cuando eran niños, y que esto era lo que explicaba sus
problemas actuales. Pero en la mayoría de los casos eso no
era cierto. Por supuesto que existe el abuso sexual, y que
éste puede provocar consecuencias psicológicas negativas.
Sin embargo, lo que nos interesa es ilustrar las dificultades
para inferir lo que pudiera haber sucedido en el pasado de
una persona, y reinterpretarlo a la luz de sus problemas
actuales. La adhesión a los principios resulta tan esencial
en el ámbito clínico como en la investigación de laboratorio.
Una manera de recoger datos válidos sobre lo que le
sucedió a una persona en el pasado (además de preguntarle
a ella misma), es recurrir a documentos como el historial
médico o el escolar. Esta estrategia ha demostrado sobradamente su validez. Por ejemplo, a nosotros nos permitió averiguar que la exposición del feto al virus de la gripe puede
suponer un mayor riesgo de sufrir esquizofrenia durante la
vida adulta (véase el Capítulo 14).
Otra posibilidad es recurrir a estrategias prospectivas.
La idea es centrarse en personas que tienen una probabilidad superior a la media de adquirir algún tipo de trastorno
psicológico, si bien estudiándolas antes de que este trastorno aparezca. Evidentemente, cuando nuestra hipótesis
es capaz de predecir correctamente la conducta de un grupo
de personas, podemos estar mucho más seguros de la validez de la relación causal establecida.
La manipulación de variables:
estrategias experimentales
La investigación correlacional toma las cosas como son y
establece la covariación que existe entre los fenómenos
observados. ¿Varían los factores de una manera directa (lo
que se conoce como correlación positiva —véase la
Figura 1.1—), como ocurre en la relación entre el sexo
femenino y el riesgo de depresión? ¿O hay una correlación
negativa, o inversa, como ocurre entre el status socioeconómico y el riesgo de trastorno mental? O quizá las variables
son completamente independientes, no correlacionadas, tal
y como ocurría en nuestro ejemplo anterior a la de la leche
y la esquizofrenia.
Incluso cuando encontramos fuertes asociaciones
positivas entre las variables, la investigación correlacional
no nos permite llegar a conclusiones sobre la dirección de la
influencia (por ejemplo, si la variable A causa la B, o viceversa). No obstante, suele proporcionar información crucial que no puede obtenerse de ninguna otra manera, y
también sugiere la presencia de ciertas influencias causales.
Por ejemplo, consideremos la relación entre la exposición al
virus de la gripe y la esquizofrenia posterior. Sería una
auténtica tontería suponer que ha sido la esquizofrenia la
que ha provocado que la madre sufriera una gripe décadas
antes, cuando todavía estaba embarazada. Por lo tanto
resulta plausible sugerir que ha sido la exposición al virus
de la gripe durante una etapa crucial del desarrollo prenatal
la que de alguna manera ha contribuido a la aparición posterior de la esquizofrenia en el adulto en que se ha convertido aquel niño.
En cualquier caso, la investigación científica es más
rigurosa y sus resultados más válidos y fiables, cuando
emplea todo el poder del método experimental. Es entonces
cuando los científicos pueden controlar todos los factores
excepto uno, que es el que ejerce su efecto sobre la variable
que nos interesa estudiar; a continuación manipulan ese
factor, que se denomina variable independiente. Si la consecuencia de esa manipulación, que se denomina variable
dependiente, cambia a la vez que lo hace la variable independiente, entonces podemos estar razonablemente seguros de que ésta es la causa y la variable dependiente el efecto
(véase la Figura 1.2). Por ejemplo, si se ofrece un tratamiento determinado a un grupo de pacientes, mientras que
otro grupo lo más similar posible no lo recibe, de manera
que el primer grupo experimenta cambios positivos significativos que sin embargo no experimenta el segundo, entonces es posible establecer una inferencia causal respecto a la
eficacia del tratamiento.
Estudiar la eficacia de la terapia
El método experimental resulta indispensable para investigar la eficacia de los tratamientos. Diseñar un estudio con
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La investigación en la psicología clínica
r = +1.00
r = –1.00

r=0
r = débilmente positiva
r = débilmente positiva
r = fuertemente positiva
r = fuertemente negativa
Figura 1.1
Diagramas de datos que ilustran
correlaciones positivas, negativas y
nulas entre variables.
dos grupos similares, en el que un tratamiento determinado
se ofrece a un grupo y no a otro, es una cuestión relativamente sencilla. Si el grupo que ha recibido tratamiento
mejora y el otro no, podemos confiar en la eficacia de ese
tratamiento. Lo que no podemos saber a partir de esos
datos es la razón por la que el tratamiento ha resultado eficaz, si bien los investigadores están consiguiendo un elevado nivel de refinamiento para ajustar sus experimentos
de manera que se pueda determinar el mecanismo responsable del cambio terapéutico (Jacobson et al., 1996; véase
también Hollon, DeRubeis, y Evans, 1987; Kazdin, 1994).
En la investigación sobre la eficacia de los tratamientos
es muy importante que los dos grupos (el que lo recibe y el
que no lo recibe) sean lo más similares posible. Para conseguirlo, es necesario asignar aleatoriamente a los sujetos a
cada uno de los grupos. Una vez que se ha establecido la eficacia del tratamiento, éste puede ponerse a prueba también
con los sujetos del grupo de control, lo que repercute en
beneficios para todos.
Sin embargo en ocasiones, esta estrategia de «lista de
espera» con el grupo de control puede resultar inadmisible
por razones éticas o de otra índole. Por ejemplo, no aplicar
al grupo de control un tratamiento que ya ha demostrado
ser beneficioso, puede privar a estos sujetos de una ayuda
clínica muy importante para ellos. Por esta razón es necesario ser muy estrictos para valorar los aspectos éticos de la
investigación con humanos (Imber et al., 1986). En algunos
casos, un diseño alternativo puede consistir en comparar
dos o más tratamientos en grupos diferentes aunque equiparados. En este tipo de estudios, la eficacia del tratamiento
que se utiliza en el grupo de control ya está establecida de
antemano, por lo que los pacientes asignados a este grupo
no quedan en desventaja. Este tipo de investigación resulta
muy recomendable y se emplea cada vez con más frecuencia (Barlow y Hofman, 1997; VandenBos, 1986).
Estudios experimentales de caso único
La investigación experimental no siempre requiere evaluar
hipótesis mediante la manipulación de variables con más
de un grupo. Hemos señalado la importancia de los estudios de caso único como fuente de ideas y de hipótesis. Pero
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CAPÍTULO 1
Psicología clínica: una visión general
Población
Figura 1.2
Diseños de investigación observacionales y experimentales
(A). En la investigación observacional, los datos se recaban de 2
muestras o grupos diferentes y
entonces se comparan. (B) En la
investigación experimental, los
participantes se asignan aleatoriamente a diferentes grupos (por
ejemplo, a una condición de tratamiento y a otra condición de control). Una vez que ha terminado el
experimento o el tratamiento, se
comparan los datos recogidos de
ambos grupos.
Muestra
Muestra
Regogida
de datos
Evaluación
Recogida
de datos
Evaluación
Comparación
de las
respuestas
de ambos
grupos
Población
(A) Investigación observacional
(Adaptado de Petrie y Sabin, 2000.)
Asignación
aleatoria
Población
Tratamiento
Evaluación de
la respuesta
Línea base
Evaluación de
la respuesta
Control
Muestra
Asignación
aleatoria
Comparación
de las
respuestas
de ambos
grupos
(B) Investigación experimental
además, estos estudios también pueden utilizarse para
desarrollar y evaluar técnicas terapéuticas dentro de un
marco científico. Estas aproximaciones se denominan diseños de investigación de caso único (Kazdin, 1998a, 1998;
Hayes, 1998). Una característica destacada de este tipo de
diseños es que estudian al mismo sujeto a lo largo del
tiempo. De esta manera se compara la conducta en un
momento dado con la que realiza el mismo sujeto en un
momento posterior, después de que se haya presentado una
intervención o un tratamiento determinados.
Uno de los diseños experimentales más básicos en la
investigación de caso único se denomina diseño ABAB. Las
letras representan las diferentes fases de la intervención. La
primera fase A sirve para calcular la línea de base. En este
momento nos limitamos a recopilar datos del sujeto. A continuación, durante la primera fase B, presentamos nuestro
tratamiento. Puede ocurrir que la conducta del sujeto cambie de alguna manera. Pero incluso aunque se produzca tal
cambio, todavía no podemos concluir con seguridad que
haya sido nuestro tratamiento lo que haya producido ese
cambio. Podría haber ocurrido cualquier otra cosa coincidiendo con la presentación del tratamiento, de manera que
el cambio en la conducta podría ser una mera coincidencia.
Para establecer con seguridad que realmente lo que hemos
hecho durante la fase B es efectivo, retiramos el tratamiento
y observamos qué es lo que ocurre. Esta es la razón de proponer una segunda fase A. A continuación, para demostrar
que podemos volver a conseguir un cambio en la conducta,
presentamos de nuevo la fase B en la que volvemos a aplicar
el tratamiento. Como ilustración, veamos el caso de Cristina (véase Rapp et al., 2000).
Investigación con animales
Otra posibilidad de utilizar el método experimental es realizar investigaciones con animales. Si bien también en este
ámbito son importantes las consideraciones éticas, la investigación con animales permite realizar estudios que no sería
posible hacer con humanos. Por supuesto hay que partir de
la base de que los resultados obtenidos con animales
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Fase
A
Línea
base
Figura 1.3
B
A
B
Peso Línea Peso
base
100
Porcentaje de tiempo durante
el que se manipula el pelo
UN DISEÑO EXPERIMENTAL ABAB:
EL TRATAMIENTO DE CRISTINA
Durante la fase A se recogen los
datos de la línea base. En la fase B se
introduce el tratamiento. En la
segunda fase A se retira el tratamiento y se vuelve a reinstaurar en
la segunda fase B. En este ejemplo,
la manipulación compulsiva del
cabello disminuye al colocar pesos
en las muñecas, se recupera hasta el
nivel de la línea de base cuando esos
pesos se retiran, y vuelve a reducirse cuando los pesos vuelven a
introducirse.

La investigación en la psicología clínica
Manipulación del pelo
80
60
40
20
0
(Adaptado de Rapp et al., 2000.)
Cristina
Cristina era una chica de diecinueve años con
un retraso mental importante. Desde los tres
años se arrancaba el pelo de la cabeza. En este
trastorno se denomina tricotilomanía. Cristina
había llegado a crear una zona de calvicie de
ESTUDIO dos centímetros y medio de diámetro en su
cabeza.
DE UN
Los investigadores utilizaron un diseño
CASO
experimental ABAB (véase la Figura 1.3) para
probar un tratamiento dirigido a reducir o eliminar esta conducta. En cada fase, utilizaron una vídeo-cámara para
observar a Cristina mientras se encontraba sola en su habitación
viendo la televisión. Durante la fase de línea de base, los observadores midieron el porcentaje de tiempo que Cristina tocaba o manipulaba su pelo (42,5 por ciento), y durante cuánto tiempo se dedicaba a
arrancarlo (7,6 por ciento). En la fase de tratamiento (B), se colocaron
unos pesos de 2,5 kg en las muñecas de Cristina. Mientras llevó estos
pesos la manipulación del pelo descendió hasta cero. Por supuesto,
este cambio hacía pensar que la conducta de Cristina había cambiado
debido al peso que se había colocado en sus muñecas. Para demostrarlo, se retiró el peso durante la segunda fase A. Inmediatamente
Cristina empezó a tocar y a manipular de nuevo su pelo (55,9 por
ciento). También aumentó su conducta de arrancarlo (cuatro por
ciento). Cuando se le volvieron a colocar los pesos en las muñecas
durante la segunda fase B, su conducta volvió a disminuir. Si bien
parece necesario un tratamiento adicional (véase Rapp et al., 2000),
la conducta problemática de Cristina fue prácticamente eliminada. Y
lo que es más importante para nuestros propósitos, el diseño ABAB
permitió a los investigadores explorar de manera sistemática los posibles tratamientos que pueden beneficiar a los pacientes con tricotilomanía, mediante el empleo de técnicas y métodos experimentales.
10
20
30
40
Sesiones de tratamiento
podrán generalizarse o aplicarse a los humanos. Este tipo de
experimentos suelen conocerse como estudios de analogía,
ya que no estamos estudiando el sujeto de nuestro interés
sino algo que se le parece.
Un modelo para explicar la depresión se denomina
«depresión por desesperación» (véase el Capítulo 7). Este
modelo tiene su origen en las investigaciones con animales
realizadas por Seligman en 1975. Los experimentos de
laboratorio con perros habían demostrado que, cuando se
someten a experiencias repetidas de dolor, que son impredecibles y de las que no pueden escapar, los perros demuestran ser incapaces de aprender conductas que les permitan
escapar o evitar ese tipo de situaciones en el futuro. Se
limitan a sentarse y a soportar el dolor. Esta observación
llevó a Seligman y a sus asociados a pensar que la depresión
humana (que se consideraba análoga a la reacción de
desesperación de los perros), es una reacción ante la experiencia de acontecimientos estresantes pero incontrolables, donde ninguna conducta parece eficaz para
manejarlos. Dicha experiencia conduce a la persona a mostrarse desesperada, pasiva y deprimida. En otras palabras,
los resultados obtenidos de los estudios con animales proporcionaron el impulso para lo que empezó a conocerse
como la Teoría de la Indefensión Aprendida para la depresión (Abramson, Seligman y Teasdale, 1978; Seligman,
1975), y que hoy se denomina Teoría de la Desesperación
Aprendida de la depresión (Abramson et al., 1989). Este
tipo de teorías también tienen sus problemas, aunque es
importante no perder de vista que, si bien la generalización
de los modelos animales a los humanos puede resultar
problemática, la analogía de la indefensión aprendida ha
originado una gran cantidad de investigación, y ha contribuido a precisar y a desarrollar nuestras concepciones de la
depresión.
Capítulo-01

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CAPÍTULO 1
Psicología clínica: una visión general
REVISIÓN
• ¿En qué se diferencia la investigación experimental de la correlacional?
• Explique lo que es un diseño ABAB. ¿Cuáles
son sus ventajas?
• Si dos variables están correlacionadas,
¿significa eso que una es la causa de la otra?
¿Por qué?
LA ORIENTACIÓN DE ESTE
LIBRO
Cuando discutamos los trastornos mentales, trataremos de
centrarnos en tres aspectos principales: (1) el cuadro clínico, donde describiremos qué es lo que pasa con ese trastorno; (2) los posibles factores causales; y (3) los
tratamientos. En cada caso, examinaremos la evidencia de
las influencias biológicas, psicosociales (psicológicas e
interpersonales), y socioculturales (el entorno social y cultural más amplio). En definitiva, pretendemos proporcionarle una visión lo más precisa posible del contexto total en
el que se producen los desórdenes de la conducta.
Si bien nos resultan tremendamente interesantes los
nuevos descubrimientos derivados de los aspectos biológicos de los trastornos mentales, estamos convencidos que los
avances médicos por sí mismos no son suficientes para
resolver todos los problemas que detectamos en nuestros
pacientes. Por ejemplo, no parece posible que una medicina
o una operación quirúrgica del cerebro sea suficiente para
convertir a una persona que carece de habilidades sociales
en alguien capaz de afrontar con éxito las complejidades de
la vida moderna. Es cierto que el desarrollo de nuevas
medicinas y de poderosas técnicas terapéuticas beneficiará
a nuestros pacientes, aunque éstos también necesitan psicólogos competentes que les apoyen y les ayuden a desarrollar
las capacidades psicológicas básicas necesarias para la vida.
Como ya hemos mencionado, todos los autores de este
libro somos a la vez investigadores y psicólogos clínicos con
diferentes entornos de investigación y diversas preferencias
terapéuticas. Uno de nuestros propósitos principales al
escribir este libro es educarles en una aproximación a la psicología clínica que por una parte respete los principios
científicos, pero también a los clientes que sufren algún tipo
de trastorno. De manera más específica, esperamos proporcionarle una visión lo más completa posible de la conducta
psicopatológica y de su presencia en nuestra sociedad contemporánea. Nos centraremos en los principales tipos de
trastornos mentales, e intentaremos proporcionarle una
perspectiva del estado actual del conocimiento científico.
Dado que no queremos perder de vista a la persona, también proporcionaremos abundantes estudios de casos en
cada capítulo. Detrás de cada trastorno, como en cada estudio científico, lo que hay son personas, personas que tienen
mucho en común con cada uno de nosotros.
Partimos de la base de que un estudio completo de la
conducta psicopatológica debería basarse en los siguientes
principios:
1.
UNA APROXIMACIÓN CIENTÍFICA A LA CONDUCTA
Cualquier perspectiva de la conducta
humana debe basarse en conceptos y en descubrimientos
procedentes de diversos campos científicos. De especial
relevancia resulta aquí la genética, la neuroanatomía, la
neuroquímica, la sociología, la antropología, y, por
supuesto, la psicología. Como estamos convencidos de que
para comprender la aproximación científica al conocimiento es necesario conocer las estrategias de investigación,
esperamos que usted desarrolle su capacidad para pensar
como un científico a medida que va leyendo este libro. Estamos convencidos de que los beneficios de haber adquirido
esa capacidad permanecerán más allá del término de su lectura.
PSICOPATOLÓGICA.
2. APERTURA A NUEVAS IDEAS. La ciencia es progresiva y acumulativa. El conocimiento se construye sobre
el conocimiento. Pero la ciencia también es creativa. Y
como científicos, debemos estar abiertos a tener en cuenta
nuevas ideas, incluso aunque contradigan nuestras teorías
favoritas. Esto no significa que tengamos que aceptar algo a
ciegas sólo porque sea nuevo y diferente. Pero consideramos que si algo que es diferente y nuevo está apoyado por
datos científicos válidos y fiables, todos nosotros deberíamos estar dispuestos a plantearnos una nueva perspectiva.
Los científicos que permanecen en el dogmatismo no merecen ser considerados como tales.
3.
RESPETO POR LA DIGNIDAD, LA INTEGRIDAD Y EL
Al
intentar proporcionar una perspectiva amplia de la conducta psicopatológica, nos centraremos no sólo en cómo
perciben los psicólogos clínicos las conductas inadaptadas,
sino también cómo son percibidas por aquellas personas
que las sufren, así como por sus familias y sus amigos. Históricamente, muchos de los trastornos que se describen en
este libro se han concebido en términos extremadamente
pesimistas. Nosotros no compartimos esa actitud. A
POTENCIAL DE DESARROLLO DE LAS PERSONAS.
REVISIÓN
• ¿Por qué necesitamos una aproximación
basada en la investigación para aprender
psicopatología?
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Sumario
medida que crece nuestra comprensión de la psicología clínica, cada vez vamos siendo más capaces de ayudar a
pacientes que estaban considerados como casos perdidos.

En definitiva, somos optimistas respecto al estado actual de
los conocimientos en psicología clínica y sobre el futuro
que nos espera.
T E M AS S I N R ES O LV E R
¿NOS ESTAMOS VOLVIENDO MENTALMENTE ENFERMOS? LOS AMPLIOS
HORIZONTES DEL TRASTORNO MENTAL
Dado que, como hemos visto, el concepto de trastorno
mental resulta muy difícil de acotar entre unos límites
precisos, y debido a que los profesionales de la salud
mental presionan para incluir cada vez más segmentos de
conducta dentro del marco de los trastornos mentales, se
observa una tendencia a incluir en el DSM más y más tipos
de conductas sociales e indeseables. Por ejemplo, una
propuesta reciente era la de incluir en la próxima edición
del manual, «la cólera del conductor» (que se experimenta
contra otros conductores) (Sharkey, 1997). Existe una
abundante evidencia informal de que el Comité de dirección
responsable de la producción del DSM-4 intentó por todos
los medios eludir un gran número de este tipo de
propuestas frívolas, y de hecho parece ser que lo
consiguieron mediante el procedimiento de adoptar
criterios muy estrictos para proceder a la inclusión de
nuevos trastornos. Sin embargo, esta promete ser una
batalla perdida. Los profesionales de la salud mental, igual
que ocurre en otras profesiones, tienden a observar el
mundo mediante unas lentes que destacan la importancia
de los fenómenos relacionados con su propia experiencia. Y
por supuesto, también es verdad que la inclusión de un
nuevo trastorno es un requisito previo para que las
compañías aseguradoras tengan que sufragar
determinados tratamientos.
Por lo tanto conviene ser cautelosos respecto a las
propuestas de ampliación del concepto de lo que es un
trastorno mental. De lo contrario, podríamos terminar
considerando cualquier conducta a excepción de las más
conformistas y convencionales, como una manifestación de
trastorno mental. Si esto sucediera, el concepto de
trastorno mental se habría convertido en algo tan genérico
que habría perdido la mayor parte de su significado
científico.
SUMARIO
• Encontrar casos de conducta psicopatológica es
una experiencia habitual para todos nosotros. No
resulta sorprendente, dada la elevada prevalencia
de muchos tipos de trastorno mental.
• Una definición precisa de lo que es anormal o
patológico todavía resulta difícil de conseguir.
Algunos elementos que pueden contribuir a su
delimitación, pueden ser el sufrimiento, la
inadaptación, la desviación, la violación de las
normas sociales, la incomodidad con los demás, la
racionalidad y la imprevisibilidad.
• El concepto propuesto por Wakefield de
«disfunción dañina» puede ser un paso adelante
para lograr la delimitación, pero todavía no ha sido
capaz de proporcionar una definición
completamente adecuada de lo que es un
trastorno mental. En cualquier caso, sigue siendo
una buena definición para continuar avanzando.
• La cultura influye sobre la presentación y la forma
de algunos trastornos mentales. También se han
encontrado ciertos trastornos que parecen ser
específicos de culturas determinadas.
Capítulo-01
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CAPÍTULO 1
Psicología clínica: una visión general
• El DSM utiliza un sistema de clasificación similar al
que se emplea en medicina. Los trastornos se
consideran como entidades clínicas e
independientes, aunque no todos se adaptan a
este patrón.
• Si bien no está exento de problemas, el DSM
proporciona una serie de criterios que permiten a
los clínicos y a los investigadores identificar y
estudiar problemas específicos e importantes que
afectan a la vida de las personas. Todavía está
lejos de constituir un «producto acabado». Sin
embargo, estar familiarizado con este manual
resulta esencial para poder realizar un trabajo
serio en este ámbito.
• Con el objetivo de evitar los errores todo lo
posible, debemos adoptar una aproximación
científica para el estudio de la conducta
patológica. Esto requiere concentrarse en la
investigación y en sus métodos, lo que incluye ser
capaz de distinguir entre lo que es observable y lo
que no son más que hipótesis e inferencias.
• Para obtener resultados válidos, la investigación
debe realizarse sobre grupos de personas que
representen fielmente a la población a la que
supuestamente pertenecen.
• La investigación en psicología clínica puede ser
de carácter observacional y experimental. La
investigación observacional estudia las cosas tal
y como son. La investigación experimental
implica la manipulación de una variable (la
variable independiente) para observar su
efecto sobre otra variable (la variable
dependiente).
• La mera correlación entre variables no nos
permite concluir que existe una relación causal
entre ellas. Dicho de otra manera, la correlación no
supone causación.
• Si bien la mayoría de los experimentos se realizan
con grupos de personas, los diseños
experimentales de caso único como el diseño
ABAB, también resultan eficaces para realizar
inferencias causales.
• Los estudios de analogía (por ejemplo, la
investigación animal) proporcionan una
aproximación a los trastornos humanos que nos
interesa estudiar. Aunque la posibilidad de
generalización puede resultar problemática, la
investigación con animales ha mostrado ser una
espléndida fuente de información.
TÉRMINOS CLAVE
Agudo (p. 13)
Auto-informes (p. 14)
Comorbilidad (p. 12)
Conducta anormal (p. 19)
Crónico (p. 13)
Correlación negativa (p. 18)
Correlación positiva (p. 18)
Diseño ABAB (p. 20)
Diseño de investigación de caso
único (p. 20)
Diseño observacional (p. 17)
Epidemiología (p. 11)
Estereotipos (p. 5)
Estigma (p. 5)
Estrategia prospectiva (p. 18)
Estrategia retrospectiva (p. 17)
Estudios de analogía (p. 21)
Estudio de casos (p. 14)
Estudio doble ciego (p. 4)
Etiquetas (p. 6)
Grupo de control o de
comparación (p. 16)
Incidencia (p. 11)
Investigación experimental (p. 19)
Muestreo (p. 16)
Nomenclatura (p. 5)
Observación directa (p. 14)
Placebo (p. 4)
Prevalencia (p. 11)
Prevalencia anual (p. 11)
Prevalencia durante el ciclo vital
(p. 11)
Prevalencia puntual (p. 11)
Sesgo familiar (p. 3)
Síndrome (p. 8)
Síntoma (p. 8)
Variable dependiente (p. 18)
Variable independiente (p. 18)
Variables psicofisiológicas (p. 14)
Capítulo-02
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C A P Í T U L O

Perspectivas históricas
y contemporáneas
de la conducta patológica
PERSPECTIVAS HISTÓRICAS DE LA
CONDUCTA ANORMAL
PERSPECTIVAS CONTEMPORÁNEAS DE LA
CONDUCTA ANORMAL
Demonios, dioses y magia
Primeras concepciones médicas de Hipócrates
Primeras concepciones filosóficas de la conciencia y el
descubrimiento de la mente
El pensamiento de la última etapa de Grecia y Roma
La anormalidad durante la Edad Media
El establecimiento del vínculo entre el cerebro y el trastorno
mental
El comienzo de un sistema de clasificación
El establecimiento de las bases psicológicas de los trastornos
mentales
La evolución de la investigación psicológica
HACIA APROXIMACIONES MÁS
HUMANITARIAS
TEMAS SIN RESOLVER:
El resurgimiento de la investigación científica en Europa
El establecimiento de los primeros asilos y manicomios
La reforma humanitaria
Las concepciones del siglo XIX sobre las causas y el
tratamiento de los trastornos mentales
El cambio de actitud hacia la salud mental a principios del
siglo XX
La asistencia en hospitales mentales durante el siglo XX
La interpretación de acontecimientos históricos
Capítulo-02
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CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
xiste una mezcla de comedia y de tragedia en algunos
de los errores que han caracterizado la historia de
nuestros esfuerzos para comprender la conducta
anormal. Pero no es menos cierto que muchos conceptos
científicos modernos tienen su contrapartida en enfoques
que aparecieron hace ya mucho tiempo. En este capítulo
vamos a destacar algunas concepciones de la psicopatología, y algunos de los tratamientos que se han administrado
desde épocas muy remotas hasta el siglo XX. En un sentido
amplio, podremos observar el progreso de las creencias
desde lo que ahora consideramos pura superstición hasta
otras basadas en el conocimiento científico, esto es, desde
un acento sobre las explicaciones sobrenaturales hasta el
conocimiento de las causas naturales. El curso de esta evolución ha estado jalonado frecuentemente por periodos de
avances y de excepcionales contribuciones individuales,
seguidas por los años de improductividad.
E
PERSPECTIVAS HISTÓRICAS
DE LA CONDUCTA ANORMAL
El primer tratamiento de un trastorno mental del que tenemos noticia se practicó en la Edad de Piedra hace medio
millón de años. Los primeros brujos de la tribu trataban
ciertos tipos de trastornos mentales (probablemente fuertes
dolores de cabeza acompañados de ataques convulsivos)
mediante una operación que conocemos como trepanación. Esta operación se realizaba con instrumentos de piedra y consistía en romper una zona circular del cráneo. Esta
abertura, denominada trépano, aparentemente permitía
escapar al espíritu diabólico que se pensaba era el causante
de los problemas del individuo. En algunos casos se han
encontrado cráneos trepanados y vueltos a soldar, lo que
indica que el paciente sobrevivió a la operación y continuó
viviendo al menos durante varios años (Selling, 1943).
Aunque la vida humana parece haber aparecido en la
tierra hace más o menos tres millones de años, sólo disponemos de registros escritos desde hace unos cuantos miles
de años. Por esa razón el conocimiento que tenemos de
nuestros primeros antepasados es muy limitado. Dos papiros egipcios que datan del siglo XVI antes de Cristo nos han
proporcionado algunas pistas sobre los primeros tratamientos de las enfermedades y los trastornos de conducta
(Okasha y Okasha, 2000). El papiro Edwin Smith (denominado así en honor de su descubridor) contiene detalladas
descripciones del tratamiento que se hacía de las heridas así
como otras operaciones quirúrgicas. Encontramos, quizá
por primera vez en la historia, una descripción del cerebro,
que se reconoce como el lugar donde se ubican las funciones mentales. El papiro Ebers ofrece otra perspectiva sobre
el tratamiento de enfermedades. Se refiere a la medicina
interna y al sistema circulatorio, aunque está más orientado
hacia encantamientos y fórmulas mágicas para poder expli-
car y curar ciertas enfermedades producidas por causas
desconocidas. Así pues, aunque se utilizaban técnicas quirúrgicas, probablemente venían acompañadas de oraciones
e invocaciones mágicas, lo que pone de manifiesto la perspectiva predominante sobre el origen de los trastornos de
conducta, que comentaremos en el siguiente apartado.
Demonios, dioses y magia
Las referencias a la conducta anormal que aparecen en los
primeros escritos encontrados ponen de manifiesto que los
chinos, egipcios, hebreos y griegos atribuían esas conductas
a demonios o a dioses que habían tomado posesión de la
persona. El hecho de que la «posesión» se atribuyera a un
dios o a un demonio dependía generalmente de los síntomas del individuo. Si el lenguaje o la conducta de la persona
parecían tener un significado religioso o místico, se pensaba
que había sido poseído por un espíritu bueno o un dios. En
consecuencia esas personas eran tratadas con gran deferencia y respeto, ya que se creía que tenían poderes sobrenaturales.
Sin embargo, la mayoría de las posesiones se consideraba que procedían de un dios irritado o de un espíritu
maligno, sobre todo cuando la persona se mostraba muy
excitada e hiperactiva, y realizaba conductas contrarias a las
normas religiosas. Por ejemplo, entre los antiguos hebreos,
se pensaba que este tipo de posesión representaba un castigo divino. Moisés dice en la Biblia «El señor te golpeará
con la locura». Aparentemente este castigo consistía en la
retirada de la protección divina, con lo que la persona quedaba abandonada a las fuerzas del mal. En estos casos, lo
que se intentaba era liberar a la persona del espíritu diabólico. Jesús curó a un hombre que tenía «un espíritu sucio»
trasladando los demonios de su cuerpo a una manada de
cerdos, que quedaron poseídos y «salieron corriendo hasta
caer al mar desde un acantilado» (Marcos 5:1-13).
El primer tipo de tratamiento específico para la posesión diabólica fue el exorcismo, que incluye diversas técnicas para expulsar al diablo del interior de la persona
poseída. Dichas técnicas varían de manera considerable,
pero generalmente incluyen la magia, las oraciones, encantamientos, sonidos, y la utilización de diferentes brebajes de
horrible sabor, como purgantes elaborados a base de vino y
excrementos de oveja.
Primeras concepciones médicas
de Hipócrates
Los templos griegos dedicados a sanar enfermos aparecen
durante la edad de oro de Grecia bajo el mandato de Pericles (461-429 antes de Cristo). Durante este periodo asistimos a un enorme progreso en la comprensión y el
tratamiento de los trastornos mentales, a pesar del hecho de
que los griegos de la época consideraban sagrado al cuerpo
humano, por lo que apenas tenían ocasión de aprender
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anatomía o fisiología humanas. Durante este periodo vivió
el medico griego Hipócrates (460-377 antes de Cristo), a
quien se considera el padre de la medicina moderna.
Hipócrates no creía que los demonios y las deidades
interviniesen en el desarrollo de la enfermedad, e insistía en
que los trastornos mentales, como cualquier otra enfermedad, tenían causas naturales y eran susceptibles de ser tratados. Consideraba que el cerebro era el órgano principal de
la actividad intelectual y que los trastornos mentales se
debían a una patología del mismo. También destacaba la
importancia de la herencia y de las predisposiciones, y señalaba que los golpes en la cabeza podrían llegar a causar trastornos sensoriales y motores.
Hipócrates clasificó los trastornos mentales en tres
categorías generales —manía, melancolía, y frenitis (fiebre
cerebral)— y ofreció descripciones clínicas muy detalladas
de alguno de los trastornos incluidos en cada categoría.
Confiaba mucho en la observación clínica, y sus descripciones, que estaban basadas en registros clínicos diarios de sus
pacientes, resultan sorprendentemente minuciosas.
Maher y Maher (1994) han señalado que el más conocido de los primeros paradigmas para explicar la personalidad o el temperamento es la doctrina de los cuatro humores,
asociada con el nombre de Hipócrates y posteriormente con
el del médico romano Galeno. Se pensaba que el mundo
estaba compuesto por cuatro elementos materiales que eran
tierra, aire, fuego y agua, y cuyas cualidades eran respectivamente calor, frío, sequedad y humedad. La combinación de
estos elementos dio lugar a los cuatro fluidos esenciales del
cuerpo: sangre (sanguíneo), flema (flemático), bilis (colérico) y bilis negra (melancólico). Estos fluidos podrían combinarse en diferente proporción en diferentes individuos,
con lo que el temperamento de una persona dependía de
cuál de esos humores era el predominante. De aquí procede
una de las primeras y más arraigadas tipologías de la conducta humana: el sanguíneo, el flemático, el colérico y el
melancólico. Cada uno de esos «tipos» viene asociado a un
conjunto de atributos de personalidad. Por ejemplo, la persona con un temperamento sanguíneo es optimista, amistosa y valerosa.
Hipócrates creía que los sueños eran muy importantes
para comprender la personalidad de un paciente. Así pues,
fue un precursor de un concepto básico de la moderna psicoterapia psicoanalítica. Los tratamientos defendidos por
Hipócrates estaban muy lejos de las prácticas exorcistas
propias de la época. Por ejemplo, para tratar la melancolía
(véase Avances en el pensamiento 2.1 en la p. 28), prescribía
una vida tranquila, sobriedad y abstinencia de cualquier
exceso, una dieta rica en vegetales, celibato, ejercicio moderado, y una sangría si se consideraba necesaria. También
reconocía la importancia del entorno, y a menudo separaba
a los pacientes de sus familias.
El énfasis de Hipócrates sobre las causas naturales de la
enfermedad, sobre la observación clínica y sobre la patolo-
Perspectivas históricas de la conducta anormal

gía cerebral, como causas principales de los trastornos
mentales fue auténticamente revolucionario. Sin embargo,
igual que sus contemporáneos, Hipócrates sabía muy poco
de fisiología. Creía que la histeria (la aparición de una
enfermedad física en ausencia de una patología orgánica)
era exclusiva de las mujeres, y estaba provocada por el vagabundeo del útero por diversas partes del cuerpo. Contra
esta «enfermedad», Hipócrates recomendaba el matrimonio como el mejor remedio.
Primeras concepciones filosóficas
de la conciencia y el descubrimiento
de la mente
El filósofo griego Platón (429-347 antes de Cristo) estudió
el problema de cómo tratar a las personas con un trastorno
mental que habían cometido actos criminales. Escribió que
esas personas «obviamente» no eran responsables de sus
actos y no deberían ser castigadas como otras personas normales: «cualquiera puede cometer un acto cuando está loco
o afligido por la enfermedad... [en ese caso,] sólo debería
pagar por el daño que ha cometido, y eximirle de cualquier
otro castigo».
Platón consideraba los fenómenos psicológicos como
respuestas del organismo que reflejaban su estado interno y
sus apetitos naturales. También parece haber anticipado las
propuestas de Freud sobre la función de las fantasías y los
sueños como satisfacciones sustitutivas. En La República,
destacó la importancia de las diferencias individuales en la
inteligencia y en otras capacidades, poniendo de manifiesto
el papel de las influencias socioculturales para modelar el
pensamiento y la conducta. Sus ideas sobre el tratamiento
incluían el cuidado hospitalario para aquellos individuos
que mostraban pensamientos contrarios al orden social
general. Debían someterse periódicamente a conversaciones análogas a la psicoterapia actual, que les ayudaran a
conseguir la salud del alma (Milns, 1986). Sin embargo, a
pesar de estas ideas modernas, Platón compartía la creencia
de su época de que los trastornos mentales estaban causados en gran medida por divinidades.
Aristóteles (384-322 antes de Cristo), un discípulo de
Platón, escribió extensamente sobre los trastornos mentales. Entre sus más conocidas contribuciones a la psicología
podemos encontrar su descripción de la conciencia. También se anticipó a Freud en su idea de que el «pensamiento»
está orientado a lograr la eliminación del dolor y la consecución del placer. También se planteó la cuestión de que los
trastornos mentales pudieran estar provocados por factores psicológicos como la frustración y el conflicto, si bien
terminó rechazando esta posibilidad. En general suscribía
la teoría de Hipócrates de que se derivan de alteraciones en
la bilis. Por ejemplo, pensaba que una bilis demasiado
caliente generaba deseos amorosos, fluidez verbal e impulsos suicidas.
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CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
AVA N C E S
en el pensamiento
La histeria y la melancolía a lo largo del tiempo
Si bien la ciencia moderna de la salud mental ha realizado
grandes avances para describir, definir, clasificar,
determinar la causa, y tratar los trastornos psicológicos, no
podemos ignorar las contribuciones que se han propuesto
desde la antigüedad. En la actualidad se reconoce que
algunos de los problemas sobre salud mental que todavía
reciben una gran cantidad de atención clínica y de
investigación, ya fueron reconocidos y descritos hace
milenios. Un estudio reciente de la correspondencia de
pacientes que fueron hospitalizados en el asilo de
Edinborough entre los años 1873 y 1906, ha concluido que
los problemas de salud mental característicos del siglo XIX
eran muy similares a los actuales (Beveridge, 1997). Dos de
esos trastornos son la histeria y la depresión.
Histeria
El trastorno inicialmente conocido como histeria se define
en DSM-4-TR como un trastorno de conversión y tiene una
larga historia que se remonta a la antigua Grecia y a la
medicina egipcias (Adair, 1997; Mersky, 1995; Mersky y
Potter, 1989). El término deriva de la palabra griega
«útero» (hystera), que a su vez proviene de un antiguo
término sánscrito que significa «ombligo o estómago»
(Micale, 1995). Platón escribió acerca del útero de la
El pensamiento de la última etapa
de Grecia y Roma
El trabajo de Hipócrates tuvo continuidad en algunos médicos de Grecia y de Roma. Sobre todo fue en Alejandría, una
ciudad de Egipto que se convirtió en el centro de la cultura
griega tras su fundación por Alejandro Magno en el año 332
antes de Cristo, donde la medicina alcanzó un elevado nivel,
y se construyeron templos sanatorios dedicados a Saturno.
Se consideraba que un entorno agradable tenía un gran
poder terapéutico, y por lo tanto se intentaba que los pacientes tuvieran actividades constantes, lo que incluía fiestas,
bailes, paseos por los jardines del templo, remar por el Nilo,
y conciertos musicales. Los médicos de la época también
recurrían a una variedad de medidas terapéuticas tales como
la dieta, el masaje, la hidroterapia, la gimnasia y la educación, junto a otras prácticas menos agradables, como las
sangrías, las purgas y la restricción de movimientos.
.
siguiente manera en su Timoteo: «cuando se queda
improductivo durante mucho tiempo después de la
pubertad, se vuelve iracundo, se mueve por todo el cuerpo,
ocluye las entradas del aire, detiene la respiración, y coloca
al cuerpo en peligro, ocasionando diversas enfermedades».
Es posible incluso datar el conocimiento de los problemas
psicológicos identificados como histeria incluso antes, en el
1900 antes de Cristo, en el antiguo Egipto. Okasha y Okasha
(2000) se refieren al papiro Kahun que, aunque ha quedado
parcialmente destruido a lo largo del tiempo, muestra una
descripción de una serie de estados mórbidos que también
se atribuyen al útero. «La mayoría de estas enfermedades
están definidas con la suficiente claridad como para poder
ser identificadas como trastornos histéricos: una mujer
«que adora la cama, y que no se levanta de ella»; «que está
enferma de la vista, y que tiene dolor en su boca»;
«dolorida en los dientes y la mandíbula, no sabe cómo abrir
la boca»; «dolorida en todos sus miembros y en la cuenca
de sus ojos, no puede escuchar lo que se le dice»; se creía
que estos y otros trastornos similares estaban causados
por el «vagabundeo» del útero, por su desplazamiento
hacia arriba con la consecuente compresión del resto de los
órganos» (Okasha y Okasha, 2000, p. 418). Los médicos
mantendrían la teoría de que la histeria estaba causada por
«un desplazamiento del útero» hasta bien entrado el
siglo XVII, cuando Willis (1621-1675) propuso que este
trastorno estaba provocado por problemas cerebrales.
Uno de los médicos griegos más influyentes fue Galeno
(130-200 después de Cristo). Su contribución principal no
fue el tratamiento o la descripción clínica de los trastornos
mentales, sino una serie de contribuciones originales relativas a la anatomía del sistema nervioso. (Sus descubrimientos se basaban en la disección de animales, ya que la
autopsia de humanos no estaba permitida.) Adoptó una
perspectiva científica, dividiendo las causas de los trastornos psicológicos en físicas y mentales. Entre ellos puede
citarse los golpes en la cabeza, el abuso del alcohol, accidentes, temores, la adolescencia, cambios menstruales, reveses
económicos y problemas amorosos.
La medicina romana reflejaba el pragmatismo característico de sus gentes. Los médicos romanos deseaban que
sus pacientes estuvieran cómodos y para ello recurrían a
terapias físicas agradables, como baños calientes y masajes.
También seguían el principio de contrariis contrarius
(opuesto por opuesto), por ejemplo haciendo que sus
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Melancolía
Quizá ningún trastorno mental ha recibido tanta atención
desde tiempos remotos como la depresión, o (como se le
llamaba en el pasado) la melancolía. Médicos, filósofos,
escritores, pintores y líderes religiosos han intentado
comprender la melancolía durante al menos 2000 años. De
hecho, síntomas parecidos a la depresión se encuentran
descritos en papiros del antiguo Egipto (Okasha y Okasha,
2000). Estos trastornos han sido considerados tanto como
problemas médicos, estados religiosos, o debilidades
humanas; sin embargo, los síntomas y conductas descritos
resultan inconfundibles.
Radden (2000) ha publicado un interesante compendio
de escritos sobre melancolía que abarca veinticuatro siglos.
El estudio de la depresión, que comienza con Aristóteles y
Galeno durante la época griega y romana, proporciona
descripciones muy lúcidas de este trastorno. Incluso
durante la Edad Media, época en que la ciencia y el estudio
estaban sometidos a persecución religiosa, había
estudiosos interesados en los estados mentales y en
concreto en la melancolía. Hildegard (1098-1179), una monja
cuya brillantez intelectual ya fue recompensada en su
época por el Papa, realizó contribuciones muy significativas
a la comprensión de este trastorno mental. Escribió un
tratado sobre las causas y la manera de curar la melancolía,
que se basaba en las ideas de los antiguos griegos, y donde
señalaba, entre otras cosas, que esta enfermedad adopta
formas diferentes en los hombres y en las mujeres.
Incluso durante el final de la Edad Media cuando la
Inquisición supuso un enorme freno al estudio intelectual,
algunos escritores también contribuyeron a nuestra
comprensión de la melancolía. Johann Weyer (1515-1588)
proporcionó perspicaces descripciones de la melancolía, y
pacientes bebieran vino helado mientras se bañaban en
agua caliente.
La anormalidad durante
la Edad Media
Durante esta época los conocimientos científicos de la
medicina griega sobrevivieron gracias a los intelectuales
árabes. El primer hospital mental que conocemos se fundó
en Bagdad en el año 792 después de Cristo, y en seguida se
construyeron otros en Damasco y Alepo (Polvan, 1969). En
estos hospitales las personas con trastornos mentales recibían un tratamiento humanitario. La figura más destacada
de la medicina árabe fue Avicena (980-1037), conocido
como el «príncipe de los médicos» (Campbell, 1926) y
autor del Canon de Medicina, probablemente el trabajo
médico más completo que jamás se haya escrito. En sus
escritos Avicena se refiere frecuentemente a la histeria, la
Perspectivas históricas de la conducta anormal

examinó las características de las personas que la padecían,
incluso aunque describía esas observaciones como si fueran
posesiones diabólicas, quizá en un intento de congraciarse
con la Inquisición. De manera similar, Teresa de Ávila (15151582), aunque apoyaba la perspectiva diabólica de la
melancolía, sin embargo promovió la necesidad de aplicar
tratamientos eficaces a quienes la padecían.
Fue Pinel (1745-1826) quien introdujo una visión
premoderna de la melancolía considerada como un
trastorno (sin necesidad de recurrir a la posesión diabólica
o a los humores de los antiguos griegos). Este médico
francés conocido por sus grandes contribuciones al
tratamiento de los trastornos mentales, también trabajó en
la clasificación y el análisis de las causas de este trastorno.
Los primeros estudiosos del tema durante la edad
moderna fueron Griesinger (1817-1868) y Kraepelin (18561926). La perspectiva de Griesinger sobre las bases
biológicas subyacentes de este tipo de trastornos, orientaron
a la psiquiatría hacia la búsqueda de los determinantes
biológicos de esos trastornos. A Kraepelin se le reconoce
haber preparado el camino para una concepción moderna de
la psiquiatría. Su esquema de clasificación todavía continúa
citándose en escritos contemporáneos como el origen de los
sistemas de clasificación diagnóstica actuales. Entre otras
contribuciones a nuestro conocimiento de la melancolía,
identificó la depresión maníaca como una categoría
fundamental de la depresión.
Si bien la mayor parte de nuestro conocimiento de la
depresión y de los métodos para tratarla se ha conseguido
durante las últimas tres décadas, nuestra deuda para con
nuestros antepasados que se enfrentaron con la
descripción y la comprensión de este trastorno exige
nuestro respeto y reconocimiento.
epilepsia, las reacciones maníacas y la melancolía. La historia que aportamos como estudio de un caso es un mero
esbozo, pero muestra la forma en que Avicena enfocó el tratamiento de un joven príncipe que sufría un trastorno
mental:
Desgraciadamente los colegas occidentales contemporáneos de Avicena trataban a sus pacientes de una
manera muy diferente. Los avances de los antiguos filósofos e intelectuales ejercieron muy poca influencia sobre la
manera de tratar la conducta patológica en la Europa
Medieval.
Durante la Edad Media en Europa (500-1500), el estudio científico de la conducta patológica brillaba por su
ausencia, y el tratamiento de las personas psicológicamente
enfermas se caracterizaba más por la superstición que por
los intentos de comprender su conducta. Algo parecido
ocurría en otras zonas del mundo, como podemos ver en el
apartado Avances en el pensamiento 2.2.
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CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
Uno de los primeros tratamientos
Cierto príncipe sufría melancolía y tenía la
creencia de que era una vaca... Regurgitaba
como una vaca, lo que provocaba la desazón
del todo el mundo... y lloraba, «matadme para
que se pueda hacer un buen guiso con mi
carne».
Finalmente... dejó de comer... y AviESTUDIO
cena aceptó tratar el caso... En primer lugar
DE UN
envió un mensaje al paciente pidiéndole que se
CASO
portara bien porque el carnicero llegaba para
la matanza, ante lo cual... el enfermo quedó
encantado. Poco después Avicena, sujetando un cuchillo, entró en
su estancia diciendo «¿Dónde está la vaca que hay que matar?» El
paciente mugió para indicar dónde se encontraba. Siguiendo las
instrucciones de Avicena se acostó en el suelo atado de pies y
manos. Entonces Avicena lo levantó en brazos y dijo «está demasiado delgado, así que no está preparado para el sacrificio; debe
engordar». A continuación le ofreció una apetitosa comida, y gradualmente el príncipe fue cogiendo fuerzas, abandonando su alucinación, hasta que terminó completamente curado (Browne, 1921,
pp. 88-89).
Parece que los trastornos mentales fueron muy frecuentes durante la Edad Media en Europa, sobre todo hacia
el final de ese periodo, cuando las instituciones, las estructuras sociales,y las creencias empezaron a cambiar de
manera drástica. Durante esa época, las explicaciones
sobrenaturales de las causas de la enfermedad mental ganaron gran popularidad. En ese contexto resultaba evidentemente difícil investigar las causas naturales de esas
conductas. Para comprender mejor esta época histórica,
vamos a revisar dos acontecimientos de la época —la locura
colectiva y el exorcismo— para comprobar su relación con
la concepción de la conducta anormal.
Durante la última mitad de la
Edad Media en Europa, surgió una tendencia muy peculiar
de conducta anormal. Nos referimos a la locura colectiva,
una serie de trastornos de conducta que afectaban a todo
un grupo, y aparentemente eran casos de histeria. En estos
episodios participaban grupos completos de personas que
realizaban danzas maníacas, caracterizadas por delirios, saltos y convulsiones.
Uno de estos episodios, que tuvo lugar a principios del
siglo XIII en Italia, se conoce como tarantismo. Estas danzas
LOCURA COLECTIVA.
AVA N C E S
en el pensamiento
Primeras teorías sobre los trastornos mentales
en China
El siguiente fragmento ha sido extraído de un antiguo texto
médico chino, supuestamente escrito por Huang Ti (año
2674 a.C.), el tercer emperador legendario. Actualmente los
historiadores creen que el texto fue escrito en una fecha
posterior, posiblemente durante el siglo diecisiete a.C.:
La persona que padece un trastorno nervioso al principio se siente triste, come y duerme menos; después se
vuelve grandiosa, se siente muy elegante y noble,
habla y se queja día y noche, canta, se comporta de un
modo diferente, ve cosas extrañas, oye voces raras,
cree que puede ver al demonio o a los dioses (Tseng,
1973, pág. 570).
Incluso ya en esta temprana época, la medicina china
se basaba en la idea de que el origen de las enfermedades
dependía más de causas naturales que sobrenaturales. Por
.
ejemplo, según la filosofía del Ying y el Yang, el cuerpo
humano, como el cosmos, está dividido en energías
positivas y negativas que se complementan y oponen entre
sí. Si ambas energías están equilibradas, el resultado es la
salud física y mental; si no lo están, existe una enfermedad
y de ahí los tratamientos enfocados a restablecer el
equilibrio: «Se propuso una dieta controlada como
tratamiento para dicha condición nerviosa, ya que el
alimento se consideraba como una fuente de energía
positiva y se pensaba que el paciente necesitaba una
reducción de esta energía» (pág. 570).
Beng-Yeong Ng (1999) señaló que en el Resumen de la
caja dorada (un antiguo documento chino que resume la
teoría y prácticas médicas), se presentaba el zang-zao, una
enfermedad con unos síntomas similares a los de la
histeria: «Una mujer que padece zang-zao se entristece con
facilidad y llora continuamente, es inestable
emocionalmente como si estuviese poseída por un espíritu
maligno, bosteza y se estira con frecuencia» (pág. 291).
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Perspectivas históricas de la conducta anormal

La medicina china llegó alcanzar un nivel
relativamente sofisticado durante el siglo dos, y Chung
Ching, conocido como el Hipócrates de China, escribió dos
famosas obras de medicina alrededor del año 200 d.C. Al
igual que Hipócrates, basaba sus veredictos sobre los
trastornos físicos y mentales en ensayos clínicos,
añadiendo que las patologías orgánicas eran el principal
origen. Sin embargo, también creía que unas condiciones
psicológicas estresantes podían causar patologías
orgánicas y, como Hipócrates, las trataba tanto con
medicamentos como con actividades apropiadas para la
recuperación del equilibrio emocional.
Al igual que había ocurrido en Occidente, las teorías
chinas sobre los trastornos mentales volvieron a considerar
la idea de que las fuerzas sobrenaturales eran el origen
causante. Desde finales del siglo II hasta comienzos del siglo
IX, los espíritus y demonios estaban relacionados con la
enfermedad «espíritu-maligna», causada presumiblemente
por la posesión por espíritus malignos. Sin embargo, la
«época oscura» no fue en China ni tan intensa (en cuanto a
tratamiento de enfermos mentales), ni tan larga como en
Occidente. En los siglos siguientes se retomaron las teorías
biológicas y somáticas (del cuerpo) prestándose una mayor
atención a los factores psicosociales.
maníacas se extendieron a Alemania y el resto de Europa,
donde se conocieron como el Baile de San Vito. La conducta característica era similar a los antiguos ritos orgiásticos donde la gente adoraba al dios griego Dionisos. Si bien
estos ritos desaparecieron con la llegada del cristianismo,
estaban tan profundamente arraigados en la cultura, que se
mantuvieron en secreto (lo que probablemente provocaba
culpabilidad y conflictos de conciencia). Con el tiempo fue
cambiando el significado de esas danzas, y reaparecieron los
antiguos rituales, aunque ahora se atribuyeron a síntomas
de la picadura de la tarántula. Ahora los participantes ya no
eran pecadores sino víctimas inocentes del espíritu de la
tarántula. Las danzas se convirtieron en «curativas», y son el
origen del baile que conocemos con el nombre de tarantela.
Las áreas rurales aisladas sufrían también el azote de la
licantropía, una situación en que la persona estaba convencida de que había sido poseída por un lobo, e imitaba su conducta. En 1541 se informó de un caso en que un licántropo
contó a sus captores, de manera confidencial, que en realidad
era un lobo pero que tenía una piel suave porque el pelo
había crecido para dentro (Stone, 1937). Para curarlo se le
amputaron las extremidades, a consecuencia de lo cual el
individuo murió, aunque todavía convencido de ser un lobo.
La locura colectiva ha aparecido periódicamente
durante el siglo XVII, pero alcanzó su máxima expresión
durante los siglos XIV y XV, épocas caracterizadas por la
opresión social, hambrunas y epidemias. Europa estaba
asolada por una plaga conocida como la Peste Negra, que
mató a millones de personas (se estima que murió la mitad
de la población europea), y alteró gravemente la organización social. No cabe duda de que muchos de esos episodios
de locura colectiva estaban relacionados con la depresión, el
miedo y el misticismo salvaje provocados por los terribles
acontecimientos de la época. La gente simplemente no
podía creer que catástrofes tan horribles como la Peste
Negra pudieran tener una causa natural.
En la actualidad la histeria colectiva sólo se produce de
manera ocasional; lo más normal es que el trastorno reproduzca algún tipo de problema físico, como los desmayos o
movimientos convulsivos. Uno de los casos más llamativos
de histeria colectiva se produjo entre cientos de chicas
palestinas en abril de 1983. Este episodio amenazó con traer
graves repercusiones políticas, ya que algunos dirigentes
árabes creyeron que se trataba de un caso de envenenamiento. Más adelante los responsables sanitarios llegaron a
la conclusión de todo había sido debido a factores psicológicos (Hefez, 1985).
EXORCISMO Y BRUJERÍA. Durante la Edad Media
europea, eran los sacerdotes quienes se encargaban de las
personas con trastornos mentales. Los monasterios hicieron las veces de refugio y lugar de confinamiento. Durante
la primera parte de la época medieval, las personas con trastornos mentales eran tratadas con una gran amabilidad. El
«tratamiento» consistía en oraciones, agua bendita, óleos
sacrificados, el aliento o la saliva de los sacerdotes, el contacto con reliquias, la visita a lugares sagrados y versiones
moderadas de exorcismo. En algunos monasterios y santuarios el exorcismo se realizaba mediante una delicada
«imposición de manos». Junto a estos métodos se utilizaban también tratamientos médicos que provenían principalmente de las enseñanzas de Galeno, pero que no
llegaban a comprenderse por completo, lo que daba lugar a
prescripciones con tintes mágicos y misteriosos.
Resulta interesante observar el reciente renacimiento
que ha tenido la superstición. Por ejemplo es posible encontrar personas que están convencidas de que los problemas
psicológicos están originados por fuerzas sobrenaturales, y
que la «curación» requiere algún tipo de exorcismo. De
hecho, todavía se practica de manera ocasional. Fries (2001)
informa de un hecho trágico en el que una mujer asesinó a
su hijo de cuatro años en un ritual exorcista que intentaba
expulsar los demonios que ella creía que habían poseído a
su hijo.
Siempre se ha pensado que durante la Edad Media las
personas con trastornos mentales eran acusadas de brujería
y quemadas en una hoguera (por ejemplo, Zilboorg y
Henry, 1941). Sin embargo, algunas investigaciones más
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CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
recientes han cuestionado esta creencia (Maher y Maher,
1985; Phillips, 2002; Schoeneman, 1984). Por ejemplo, en
una revisión de la literatura sobre el tema, Schoeneman
observó que «el típico acusado por brujería no era una persona mentalmente enferma, sino una mujer pobre con una
lengua afilada y un mal temperamento» (p. 301). Según este
autor «de hecho la brujería nunca fue considerada como
algún tipo de posesión, ni siquiera por sus perseguidores,
por el pueblo llano, o por los historiadores modernos»
(p. 306). Decir «nunca» puede constituir una exageración;
ciertamente algunos enfermos mentales debieron ser castigados por brujería. La confusión entre la brujería y la enfermedad mental pudo producirse debido, en parte, a la
ambigüedad de la idea de la posesión diabólica. Incluso
Robert Burton (1576-1640), un perspicaz estudioso, en su
trabajo clásico La anatomía de la melancolía (1621), consideraba que la posesión diabólica podía constituir una causa
de trastorno mental. Había dos tipos de personas poseídas
por el demonio; quienes estaban físicamente poseídos se
consideraba que estaban locos, mientras que los poseídos
espiritualmente eran considerados brujos. A lo largo del
tiempo, la distinción entre ambas categorías puede haberse
difuminado, dando lugar a la idea de que la brujería y la
enfermedad mental estaban más conectadas en el pensamiento medieval, de lo que realmente sucedía.
La perspectiva cambiante de la relación entre la brujería y la enfermedad mental tiene algunas implicaciones más
amplias, como la dificultad de interpretar con fidelidad
algunos acontecimientos históricos. Discutiremos con más
profundidad este asunto en el apartado Temas sin resolver al
final del capítulo.
REVISIÓN
• ¿Qué aspectos de la aproximación alternativa
de Hipócrates y a los trastornos mentales
resultaron auténticamente revolucionarios?
• ¿En qué consiste la histeria colectiva?
Proporcione algunos ejemplos de este
fenómeno.
• Describa el desarrollo histórico de la reforma
humanitaria, y ofrezca algunas de las razones
por las que ésta se produjo.
• ¿Qué papel jugaron las creencias
sobrenaturales en la comprensión de los
trastornos mentales durante la Edad Media?
• ¿De qué diferentes maneras se ha interpretado
el trastorno de la melancolía (lo que hoy se
conoce como depresión) a lo largo de la
historia?
HACIA APROXIMACIONES
HUMANITARIAS
Durante la última parte de la Edad Media y los comienzos
del Renacimiento, reapareció la investigación científica y la
tendencia a destacar la importancia de los aspectos humanos de la vida, un movimiento al que solemos referirnos
como Humanismo. En consecuencia, las creencias supersticiosas que habían lastrado la comprensión y los avances
terapéuticos en el tratamiento de los trastornos mentales
comenzaron a desaparecer.
El resurgimiento de la investigación
científica en Europa
Paracelso, un médico suizo (1490-1541), fue uno de los primeros que criticó la creencia supersticiosa sobre la posesión
diabólica. Insistía en que la manía danzante no era tanto
una posesión sino un tipo de trastorno, y que como tal
debía ser tratado. También propuso que existía un conflicto
entre la naturaleza instintiva y espiritual del ser humano, y
formuló la idea de que la enfermedad mental tenía causas
físicas, para cuyo tratamiento propuso el «magnetismo corporal», que más adelante recibió el nombre de hipnosis
(Mora, 1967). Si bien es cierto que Paracelso rechazó la
demonología, su concepción de la conducta anormal estaba
teñida por su creencia en las influencias astrales (lunático se
deriva de la palabra luna). Estaba convencido de que la
Luna ejercía una influencia sobrenatural sobre el cerebro,
una idea que, por cierto, todavía persiste en la actualidad.
Durante el siglo XVI, Teresa de Ávila (1515-1582), una
monja española que llegó a ser canonizada, dio un salto
conceptual tan extraordinario que todavía es posible percibir su influencia en el pensamiento contemporáneo. Teresa,
que estaba a cargo de un grupo de monjas de clausura que
habían desarrollado síntomas histéricos, y que por lo tanto
podían quedar bajo el punto de mira de la Inquisición,
argumentó de manera muy convincente que sus monjas no
estaban poseídas sino «como enfermas»*. Aparentemente,
eso no quería decir que estuvieran enfermas en su cuerpo;
en la expresión «como» encontramos lo que quizá sea la
primera sugerencia de que la mente también se puede
poner enferma igual que le pasa al cuerpo. Resultó ser una
sugerencia trascendental, que aparentemente comenzó
como una especie de metáfora pero que fue, a lo largo del
tiempo, aceptada como un hecho: la gente empezó a aceptar la idea de la enfermedad mental, abandonando la coletilla «como si» (Sarbin y Juhasz, 1967).
Johann Weyer (1515-1588), un médico y escritor alemán que utilizaba en sus escritos la versión latina de su nombre, Joannus Wierus, quedó tan fuertemente impresionado
por las torturas a que se sometía a los acusados de brujería,
* Nota del traductor: en español en el original.
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que realizó un estudio muy meticuloso del problema. Hacia
1563 publicó un libro, El fraude de los demonios, que contenía
una refutación paso por paso del Malleus Maleficarum, un
manual publicado en 1486 para que los inquisidores pudieran reconocer a las brujas y enfrentarse con ellas. En su libro,
Weyer argumenta que la mayoría de las personas apresadas,
torturadas y quemadas por brujas eran en realidad enfermos
mentales y que, por lo tanto, se estaban cometiendo tremendos errores contra gente inocente. Su trabajo logró la aprobación de unos cuantos eminentes médicos y teólogos de su
tiempo. Sin embargo, en la mayoría de los casos su trabajo
sólo encontró protestas y condenas vehementes.
Weyer fue uno de los primeros médicos especializados
en trastornos mentales, y su amplia experiencia y su perspectiva progresista justifican su reputación como el fundador de la psicopatología moderna. Por desgracia se adelantó
demasiado su tiempo, y fue menospreciado por sus colegas,
quienes le llamaban «Weirus Hereticus» y «Weirus Insanus». La iglesia prohibió la publicación de sus trabajos, que
así continuaron hasta el siglo XX.
Sin embargo, hay que reconocer que los propios clérigos estaban empezando a cuestionarse este tipo de prácticas. Por ejemplo, San Vicente de Paul (1576-1660), aun a
riesgo de su vida, declaró que «la enfermedad mental no
difiere de la enfermedad del cuerpo, y la cristiandad
reclama de los humanos y poderosos la protección y la
capacidad de aliviar la una así como la otra».
Este tipo de alegatos científicos y humanistas continuó
durante los siguientes dos siglos hasta acabar con la demología y la superstición. Progresivamente tales demandas
allanaron el camino para el retorno de la observación y la
razón, lo que culminó con el desarrollo de las modernas
aproximaciones experimentales y clínicas.
El establecimiento de los primeros
asilos y manicomios
A partir del siglo XVI proliferaron una serie de instituciones
especiales denominadas asilos, destinadas exclusivamente
al cuidado de los enfermos mentales. Los primeros asilos se
crearon para poder eliminar de la sociedad a los individuos
problemáticos que no eran capaces de cuidar de sí mismos.
Si bien los avances científicos sobre la conducta anormal
eran cada vez mayores, sin embargo los primeros asilos
conocidos como «manicomios» no eran precisamente placenteras residencias, sino más bien almacenes para enfermos. Los desgraciados que residían en ellos vivían y morían
en condiciones de suciedad y crueldad increíbles.
DIFERENCIAS CULTURALES EN LOS PRIMEROS ASILOS. En 1547 el monasterio de Santa María de Bethlehem
en Londres se convirtió oficialmente en asilo, bajo el
mandato de Enrique VIII. Su nombre se contrajo hasta ser
conocido como Bedlam, así como por sus deplorables con-
Hacia aproximaciones humanitarias

diciones y prácticas. Pagando un penique el público podía
echar un vistazo a los pacientes más violentos, mientras que
los reclusos más inofensivos eran utilizados para mendigar
por las calles de Londres, tal y como describe Shakespeare:
«Mendigos de Bedlam que, con sus dolientes voces... ya
mediante demandas lunáticas, ya mediante oraciones, exigen caridad» (El Rey Lear II, iii). Tuke (1882) narra en El
espía londinense la descripción de Ned Ward de su visita a
Bedlam:
Pasó a través de una puerta de hierro, y encontró sentado
dentro a un fornido Cerbero, sosteniendo una caja con
dinero; nos volvimos en otra dirección, y escuchamos
cadenas arrastradas, puertas que se cerraban con estrépito, estruendo, tumultos, canciones y carreras, de
manera que no pude evitar pensar en la visión de don
Quevedo, en la que las almas perdidas se desatan y convierten el infierno en un tumulto. El primero de estos
miserables lunáticos que vi fue un alegre compañero con
un gorro de paja que hablaba consigo mismo, diciendo
que «tenía un ejército de Águilas a su disposición», y a
continuación empezó a batir palmas sobre su cabeza,
aclamado por todos los demás... seguimos andando hasta
que encontramos otro llamativo personaje digno de
observación, que estaba observando a través de un postigo, mientras comía pan y queso, hablando todo el rato
como si fuera el que servía la cena... y repitiendo constantemente alabanzas al pan y al queso: «el pan está bueno
con el queso, y el queso está bueno con el pan, y el queso
el pan están los dos buenos»; y más cosas por el estilo,
hasta que al final fingió un estornudo y lanzó todo lo que
tenía en la boca contra los que estábamos en pie mirándolo, de manera que consiguió que cada uno de nosotros
recibiera una parte de sus escupitajos, lo que nos hizo
retroceder (pp. 76-77).
Este tipo de asilos para enfermos mentales se extendió
por otros países. El de San Hipólito, fundado en México en
1566 por el filántropo Bernardino Álvarez, fue el primero
que se fundó en América. El primer asilo francés, La Maison
de Charenton, se fundó en 1641 en un suburbio de París.
Moscú tuvo que esperar a 1764, mientras que la conocida
Torre de los Lunáticos de Viena se construyó en 1784. Este
edificio era un lugar muy sobresaliente en la Viena antigua,
con una torre muy decorada alrededor de la cual había
habitaciones cuadradas. Los médicos y los «guardianes»
vivían en estas habitaciones, mientras que los pacientes
estaban confinados en el espacio que quedaba entre la
pared de la habitación y el exterior de la Torre. También en
este caso se exhibía a los pacientes ante el público por una
pequeña cantidad de dinero.
Estos primeros asilos eran en realidad modificaciones
de instituciones penitenciarias, donde se trataba a los reclusos más como bestias que como seres humanos. El siguiente
pasaje describe el tratamiento de un enfermo crónico en La
Bicête, un hospital de París. Este tratamiento era normal en
los asilos de la época hasta bien entrado el siglo XVIII.
Capítulo-02

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CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
Tratamientos de los primeros
hospitales
A los pacientes se les encadenaba con grilletes
a las paredes de sus oscuras e insalubres celdas, mediante collares de hierro que les mantenían pegados a la pared y apenas permitían
movimientos.
Con frecuencia también se les
ESTUDIO
colocaba aros metálicos alrededor de las
DE UN
muñecas, para mantenerlos encadenados de
CASO
manos y pies. Si bien estas cadenas les permitían comer por sí mismos, generalmente ni
siquiera les permitían tumbarse en el suelo para dormir. Por otra
parte, dados los escasísimos conocimientos sobre nutrición, y el
hecho de que se suponía que los pacientes habían perdido su capacidad humana, se prestaba muy poca atención a la calidad de su
comida. El único mobiliario de las celdas consistía en paja tirada en
el suelo, y éstas nunca se limpiaban, por lo que el olor llegaba a ser
insoportable. Nadie visitaba esas celdas excepto para dejar la
comida, tampoco estaban protegidas del calor o del frío, y ni
siquiera se observaban los más elementales gestos de humanidad
(adaptado de Selling, 1943, pp. 54-55).
En los Estados Unidos, el hospital de Pennsylvania en
Filadelfia, bajo la dirección de Benjamín Franklin en 1756,
estableció algunas celdas para pacientes mentales. El hospital público de Williamsburg, en Virginia, construido en
1773, fue el primer hospital de los Estados Unidos dedicado
exclusivamente a pacientes mentales. El tratamiento que
éstos recibían en los Estados Unidos no era mejor que el
que encontraban en las instituciones europeas. La revisión
que ha hecho Zwelling (1985) de los métodos de tratamiento
de los hospitales públicos pone de manifiesto que, inicialmente, la filosofía subyacente se basaba en que los pacientes
tenían que mostrar su preferencia por la razón frente a la
locura. De esta manera las técnicas de tratamiento eran muy
agresivas, dirigidas a restaurar «el equilibrio físico en el
cuerpo y en el cerebro». Dichas técnicas, si bien se basaban
en las concepciones científicas de la época, estaban diseñadas para intimidar a los pacientes. Incluían drogas muy
potentes, tratamientos con agua, sangrías y quemaduras,
descargas eléctricas, e impedimentos físicos. Por ejemplo, se
sumergía a los pacientes violentos en agua helada y a los
pacientes apáticos en agua ardiente; los que tenían delirios
recibían drogas que los dejaban exhaustos; y era una práctica
frecuente sangrarlos para vaciar su organismo de fluidos
«dañinos». Las estimaciones del porcentaje de curaciones en
los hospitales apenas alcanzaban el veinte por ciento.
La reforma humanitaria
Como se puede ver, hacia finales del siglo XVIII la mayoría de
los hospitales mentales europeos y americanos necesitaba
urgentemente una reforma. Esta orientación hacia un tratamiento más humanitario de los pacientes recibió un gran
ímpetu del trabajo del francés Philippe Pinel (1745-1826).
EL EXPERIMENTO DE PINEL. En 1792, poco después
de que comenzara la revolución francesa, Pinel fue nombrado director de La Bicête de París. Entre sus atribuciones
recibió el permiso del Comité Revolucionario para poner a
prueba su idea de que los pacientes mentales deberían ser
tratados con amabilidad y consideración, como a personas
enfermas y no como bestias o criminales. Si su experimento
hubiera fracasado, probablemente Pinel hubiera perdido la
cabeza, pero afortunadamente resultó un rotundo éxito. Se
eliminaron las cadenas, se crearon habitaciones soleadas
para los pacientes, que podían caminar y hacer ejercicio por
los jardines del hospital, y estos pobres seres empezaron a
recibir atenciones en ocasiones por primera vez en más de
treinta años. El resultado fue casi milagroso. Los ruidos, la
suciedad y los abusos, fueron sustituidos por orden y tranquilidad. Como decía Pinel, «la disciplina estaba rodeada
por la rutina y la amabilidad, lo cual tuvo un efecto muy
favorable sobre los locos, convirtiendo incluso a los más
furiosos en personas más tratables» (Selling, 1943, p. 65).
Hay un documento histórico muy interesante que apareció
en los Archivos Franceses, que plantea ciertas dudas sobre el
momento en que estas reformas humanitarias empezaron a
aplicarse en Francia. Este documento, que fue aportado por
Jean Baptiste Pussin (el predecesor de Pinel en el hospital),
indicaba que él había sido el director del hospital en 1784, y
que había sido también él quien había quitado las cadenas a
los pacientes. También señalaba en ese documento que
había dado órdenes a los miembros del hospital prohibiendo golpear a los pacientes (Weiner, 1979).
Más o
menos en la misma época en que Pinel aplicaba su reforma
en La Bicête, un cuáquero inglés llamado William Tuke
(1732-1822) fundó el York Retreta, una agradable casa de
campo donde los pacientes mentales vivían, trabajaban y
descansaban en una atmósfera amablemente religiosa
(Narby, 1982). Este retiro representaba la culminación de
una noble batalla contra la brutalidad, la ignorancia y la
indiferencia, características de la época.
A medida que los asombrosos resultados de Pinel se
conocían en Inglaterra, el incipiente trabajo de Tuke iba
obteniendo el apoyo de médicos ingleses tan eminentes
como John Connolly, Samuel Hitch, y otros. En 1841 Hitch
introdujo enfermeras preparadas específicamente en el
asilo de Gloucester, y colocó supervisores a cargo de ellas.
Estas innovaciones, completamente revolucionarias en la
época, resultaron de gran importancia no sólo para el cuidado de los pacientes mentales, sino también para modificar la actitud del público hacia las personas con trastornos
mentales.
EL TRABAJO DE TUKE EN INGLATERRA.
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El
éxito de los experimentos humanitarios de Pinel y de Tuke
revolucionó el tratamiento de los pacientes mentales en
todo el mundo occidental. En los Estados Unidos, esta revolución se puso de manifiesto en el trabajo de Benjamín
Rush (1745-1813), el fundador de la psiquiatría americana,
que incidentalmente también había sido uno de los firmantes de la Declaración de Independencia. Mientras trabajó en
el hospital de Pennsylvania en 1783, Rush impulsó el tratamiento humanitario de los enfermos mentales; escribió el
primer tratado sistemático de psiquiatría en América, Exámenes y observaciones médicas sobre las enfermedades de la
mente (1812); y fue el primer americano que organizó un
curso de psiquiatría. Pero ni siquiera él fue inmune por
completo a las creencias establecidas en su época. Su teoría
médica estaba teñida de concepciones procedentes de la
astrología, y su tratamiento más habitual era la sangría y las
purgaciones. También inventó un mecanismo denominado
«La silla tranquilizadora», que probablemente a sus pacientes les parecería más torturante que tranquilizante. La silla
pretendía disminuir la presión de la sangre sobre la cabeza
y relajar los músculos. Pese a ello, podemos considerar a
Rush como un personaje que marcó la transición entre dos
formas radicalmente opuestas de tratar la enfermedad
mental.
Durante la primera parte de esta etapa de reforma
humanitaria, se hizo muy popular la utilización de la organización moral, un método de tratamiento que se centraba
en las necesidades sociales, individuales y ocupacionales de
los pacientes. Este enfoque, que procede fundamentalmente del trabajo de Pinel y de Tuke, se inició en Europa a
finales del siglo XVIII, y en América a principios del
siglo XIX.
En realidad el tratamiento moral en los asilos fue parte
de un movimiento más amplio que preconizaba tratar a
todo tipo de pacientes de manera más humanitaria
(Luchins, 1990). Tanto en los hospitales generales como en
los manicomios, se dedicó mucha más atención al desarrollo moral y espiritual de los pacientes, y a la rehabilitación
de su «carácter» que a sus trastornos físicos mentales, probablemente porque no se disponía de tratamientos eficaces
para ello. Lo más normal es que el tratamiento o la rehabilitación de los trastornos físicos o mentales se consiguiera
mediante el trabajo manual y la discusión espiritual, junto
al tratamiento humanitario.
La organización moral consiguió un alto grado de eficacia, y lo más sorprendente es que lo hizo sin necesidad de
utilizar las drogas antipsicóticas que se usan actualmente, y
teniendo en cuenta que probablemente muchos de los
pacientes tuvieran sífilis, una enfermedad del sistema nervioso central por entonces incurable. En los veinte años que
transcurren entre 1833 y 1853, la proporción de pacientes
rehabilitados en el Hospital del Estado de Worcester fue del
setenta y un por ciento (Bockhoven, 1972).
RUSH Y LA DIRECCIÓN MORAL EN AMÉRICA.
Hacia aproximaciones humanitarias

Sin embargo, pese a esta eficacia, la organización
moral del tratamiento quedó prácticamente abandonada a
finales del siglo XIX. Existen muchas y diferentes razones.
Entre las más evidentes se encuentran los prejuicios étnicos contra la población emigrante cada vez más abundante, lo que condujo a tensiones entre los miembros de
los hospitales y sus pacientes; también se puede citar el fracaso de los líderes de este movimiento para transmitir sus
ideas a sus sucesores.
Hay otras dos razones que explican el abandono de la
organización moral, y que vistas retrospectivamente resultan irónicas. Una de ellas es la extensión del movimiento de
higiene mental, que preconizaba un método de tratamiento centrado casi exclusivamente en el bienestar físico
de los pacientes mentales hospitalizados. Si bien esto
redundó en una mejoría de las condiciones de confort de
los pacientes, también supuso que dejaran de recibir tratamiento para sus problemas mentales, lo que les condenaba
sutilmente a la indefensión y la dependencia.
También los avances en la ciencia médica contribuyeron al abandono de la organización moral y al triunfo del
movimiento de la higiene mental. Tales avances extendieron la idea de que todos los trastornos mentales se deben a
causas biológicas, y por lo tanto son susceptibles de tratamientos con base biológica (Luchins, 1990). Así pues, el
entorno psicológico y social de los pacientes terminó por
considerarse completamente irrelevante. Lo mejor que se
podía hacer era intentar que el paciente estuviera lo más
cómodo posible hasta que se descubriera una forma biológica de tratar su trastorno. No hace falta decir que en la
mayoría de los casos estos descubrimientos de base biológica no llegaron a producirse, por lo que la proporción de
curaciones a finales de los años 40 y principios de los 50
disminuyó hasta el treinta por ciento. Sin embargo, pese a
sus efectos negativos sobre la organización moral, el movimiento de higiene mental está en la base de muchos avances humanitarios.
Dorotea Dix (1802-1887) fue una enérgica maestra de Nueva
Inglaterra que se convirtió en la defensora de las personas
pobres y «olvidadas» que permanecían en las prisiones y las
instituciones mentales desde hacía décadas. Dix, que también había sido una niña criada en circunstancias muy difíciles (Viney, 1996), llegó a convertirse posteriormente en
una impulsora del tratamiento humanitario para los
pacientes psiquiátricos. En su juventud trabajó como maestra, pero sus ataques de tuberculosis la obligaron a retirarse
prematuramente de su trabajo. En 1841 empezó a enseñar
en una prisión de mujeres. De esta manera tomó contacto
con las deplorables condiciones que existían en las cárceles,
asilos y manicomios. En una «memoria» que envió al congreso de los Estados Unidos en 1848, afirmaba que había
visto
DIX Y EL MOVIMIENTO DE HIGIENE MENTAL.
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
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CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
más de 9 000 idiotas, epilépticos y locos en los Estados
Unidos, que carecían de los cuidados y la protección adecuadas... sujetos por irritantes cadenas, agobiados bajo el
peso de pesadas bolas de hierro atadas a sus tobillos, lacerados con cuerdas, azotados con látigos, y aterrorizados
bajo una tormenta de crueles golpes; sujetos a burlas,
menosprecio, y torturas; abandonados a las más inauditas
violaciones (Zilboorg y Henry, 1941, pp. 583-584).
Impresionada por lo que había visto, Dix llevó a cabo
una entusiasta campaña entre 1841 y 1881 para animar al
pueblo y a los legisladores a terminar con este inhumano tratamiento. Gracias a sus esfuerzos, se desarrolló en América el
movimiento para la higiene mental: se invirtieron millones
de dólares en construir hospitales apropiados, y veinte Estados respondieron directamente a sus peticiones. No sólo
contribuyó a mejorar las condiciones de los hospitales americanos, sino que también dirigió a la apertura de dos grandes instituciones en Canadá, y reformó por completo el
sistema de asilos mentales en Escocia y en otros países. Se le
atribuye la fundación de treinta y dos hospitales mentales,
un sorprendente récord, dada la ignorancia y la superstición
que todavía predominaba en el ámbito de la salud mental en
la época. Dix puso el broche de oro a su carrera organizando
a las enfermeras del ejército del Norte durante la Guerra
Civil de los Estados Unidos. Una resolución que se presentó
en el congreso de Estados Unidos en 1901 la describía como
«uno de los ejemplos más nobles en toda la historia de la
humanidad» (Karnesh, con Zucker, 1945, p. 18).
Se ha criticado que la fundación de hospitales para
enfermos mentales sólo contribuyó a una saturación de
los mismos, y limitó los tratamientos psiquiátricos a la
simple custodia y cuidados (Blokhoven, 1972; Dain,
1964). También se ha señalado que aislar a los pacientes en
instituciones puede interferir con su integración social (la
terapia moral) y dilatar la búsqueda de tratamientos más
apropiados y eficaces para los trastornos mentales (Blokhoven, 1972). Sin embargo, dichas críticas no tienen en
cuenta el contexto en el que Dix realizó su contribución
(véase el apartado Temas sin resolver al final de este capítulo). Su defensa del tratamiento humanitario y de los
enfermos mentales destaca en fuerte contraste con la
crueldad de los tratamientos habituales de la época (Viney
y Bartsch, 1984).
Las concepciones del siglo XIX sobre
las causas y el tratamiento de los
trastornos mentales
En la primera mitad del siglo XIX, los hospitales mentales
estaban controlados esencialmente por personas legas
debido a la preeminencia de la organización moral para el
tratamiento de los «lunáticos». Los profesionales médicos
—o alienistas, como se denominaba a los psiquiatras de la
época en referencia al tipo de pacientes que trataban, «alie-
nados» o locos— tenían un papel relativamente menor en
la dirección de los manicomios. De hecho, no se disponía
de tratamientos eficaces para los trastornos mentales, y por
lo tanto las únicas medidas terapéuticas disponibles eran
las drogas, las sangrías y los purgantes, cuyos resultados
eran nulos. Sin embargo, durante la segunda mitad del
siglo, los alienistas fueron obteniendo un mayor control en
los manicomios, e incorporaron la terapia de organización
moral a sus propios procedimientos rudimentarios físicomédicos.
A lo largo del tiempo, los alienistas fueron adquiriendo
un mayor status e influencia en la sociedad, como proveedores de la moral, adoptando la moralidad victoriana como
base para una buena salud mental. Nos encontramos todavía en una época en la que no se comprendía el origen de los
trastornos mentales, y donde problemas como la depresión
eran considerados como una consecuencia del agotamiento
nervioso —esto es, los psiquiatras de la época pensaban que
los problemas emocionales estaban producidos por el despilfarro y por el agotamiento de la energía corporal, como
consecuencia de los excesos—. El deterioro mental o «quebrantamiento nervioso» que supuestamente provenían del
despilfarro de estas preciadas fuerzas nerviosas, se denominó neurastenia, una situación que implicaba sentimientos de decaimiento, falta de energía, y otros síntomas físicos
que se consideraban relacionados con las exigencias de la
sociedad. Esta sintomatología tan vaga se consideraba sin
embargo como algo perfectamente definido y susceptible
de tratamiento.
El cambio de actitud hacia la salud
mental a principios del siglo XX
Resulta difícil clasificar las perspectivas modernas sobre la
conducta anormal en categorías independientes y homogéneas, o trazar sus precedentes históricos, sin dar una impresión de arbitrariedad y simplicidad. Sin embargo, una
visión general breve y selectiva puede permitirnos comprender mejor nuestra época contemporánea, y dibujar el
escenario en el que se desarrollará nuestra exposición de los
principales puntos de vista y consideraciones causales que
discutiremos en el Capítulo 3. Hacia el final del siglo XIX, el
manicomio u hospital mental —la mansión de la colina—
con su aspecto de fortaleza, se había convertido en un paisaje familiar en América. Dentro de ella, los pacientes mentales vivían en condiciones relativamente despiadadas, pese
a las incursiones del movimiento de organización moral.
Sin embargo, para el público en general, los manicomios
eran lugares escalofriantes, y sus inquilinos personas extrañas y aterradoras. A su vez los psiquiatras hacían muy poco
por educar al público o por disminuir ese horror ante la
locura. Por supuesto, una razón importante para este silencio era simplemente que estos primeros psiquiatras tenían
realmente poco que decir.
Capítulo-02
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Sin embargo, poco a poco empezaron a producirse
importantes avances, que promovieron la modificación de
las actitudes del público en general hacia los pacientes mentales. En América, el trabajo pionero de Dix tuvo su continuidad en el de Clifford Beers (1876-1943), cuyo libro Una
mente que se encontró a sí misma fue publicado en 1908.
Beers, graduado Yale, describió su propio colapso mental, y
contó los terribles tratamientos que recibió en tres conocidas instituciones de la época. También explicó su recuperación en la casa de un amable asistente. Si bien hace tiempo
que se habían abandonado las cadenas y otros mecanismos
de tortura, la camisa de fuerza todavía se usaba para «tranquilizar» a pacientes demasiado excitados. Beers experimentó en sus propias carnes este tratamiento, y
proporcionó una descripción muy realista de lo que significa esta dolorosa inmovilización de los brazos para un
sobreexcitado paciente mental:
Ningún incidente en toda mi vida ha quedado impreso
de una manera tan indeleble en mi memoria. En el
transcurso de una hora sufrí un dolor tan intenso como
nunca me había ocurrido, y antes de que terminara la
noche ese dolor se había convertido en algo insoportable. Mi mano derecha estaba tan apretada que la uña de
uno de mis dedos hizo un amplio corte en los otros, y
muy pronto dolores que parecían cuchilladas empezaron a golpear todo mi brazo derecho hasta llegar al hombro. Si alguien siente la curiosidad suficiente como para
intentar hacerse una leve idea de mi agonía, puede apretar la punta del dedo hasta que deje de correr la sangre.
Debe continuar esta operación durante dos o tres minutos. Imagine que ese efecto se multiplica por doscienta o
trescientas. En mi caso, tras cuatro o cinco horas, el
exceso de dolor me dejó relativamente insensible. Pero
durante novecientos minutos, quince horas consecutivas, tuve puesta la camisa de fuerza; y sólo durante la
duodécima hora, a la hora del desayuno, llegó un asistente y aflojó las correas (Beers, 1970, pp. 127-128).
Tras su recuperación, Beers se lanzó a una campaña
para que la gente comprendiera que ese tipo de tratamientos nunca podrían remediar la enfermedad. En seguida
consiguió el interés y el apoyo de muchas personas populares, incluido el eminente psicólogo William James y el
«decano de la psiquiatría americana», Adolf Meyer.
La asistencia en los hospitales mentales
durante el siglo XX
El siglo XX comenzó con un crecimiento continuo de los
asilos para enfermos mentales; sin embargo, el destino de
estos pacientes a lo largo del siglo no ha sido homogéneo
ni completamente positivo (véase el apartado El mundo
que nos rodea 2.3: Encadenar a los pacientes mentales). A
principios del siglo XX, bajo la influencia de algunas personas ilustradas como Clifford Beers, creció sustancialmente
Hacia aproximaciones humanitarias

el número de hospitales mentales, fundamentalmente
para alojar a personas con trastornos mentales graves
como la esquizofrenia, la depresión, trastornos mentales
orgánicos como la sífilis terciaria, y el alcoholismo agudo.
En 1940 los hospitales mentales públicos alojaban a unos
400 000 pacientes, lo que suponía el noventa por ciento de
los enfermos mentales (Grob, 1994). Durante esta época,
las estancias hospitalarias solían ser muy prolongadas, y
los pacientes permanecían en el hospital durante muchos
años. Durante la primera mitad del siglo XX, la asistencia
hospitalaria iba acompañada de tratamientos muy poco
eficaces, y a menudo despiadados, punitivos e inhumanos.
Sin embargo, el año 1946 señaló el inicio de un importante período de cambio. Ese año Mary Jane Ward publicó
un libro de gran influencia, El pozo de las serpientes, que
fue popularizado en una película del mismo título. Este
libro llamaba la atención sobre la desesperación de los
pacientes mentales y contribuyó a destacar la preocupación de proporcionar una asistencia más humanizada en
la propia comunidad, en sustitución de los hospitales
mentales masificados. Ese mismo año se creó el Instituto
Nacional de Salud Mental para apoyar activamente la
investigación y la formación de los profesionales mediante
residencias psiquiátricas y programas de formación en
psicología clínica. De hecho, en esta época se aprobó la ley
Hill-Burton, un programa que contribuía a la fundación
de hospitales de salud mental de carácter municipal. Esta
legislación, junto con la Ley de servicios de salud de 1963,
contribuyó a crear programas a largo plazo dirigidos a
desarrollar clínicas psiquiátricas externas, consultas externas en hospitales generales y programas comunitarios de
consulta y rehabilitación.
La necesidad de proceder a la reforma de los hospitales
psiquiátricos fue una preocupación destacada de muchos
profesionales durante la década de los 50 y de los 60. Se
prestó una gran atención técnica a la necesidad de mejorar
las condiciones en los hospitales mentales tras la publicación de otro libro de gran influencia, Manicomios, publicado por el sociólogo Erving Goffman (1960). Este libro
exponía crudamente el tratamiento inhumano que recibían
los pacientes mentales, haciendo una descripción muy
detallada del maltrato y la negligencia de los hospitales
mentales, que eran concebidos simplemente como «almacenes de personas», y no como lugares donde aliviar o eliminar los trastornos psicológicos. El impulso para
modificar esta situación provino de una manera determinante de los avances científicos realizados durante la última
mitad del siglo XX, sobre todo en lo que concierne al desarrollo de medicamentos eficaces para tratar muchos trastornos —por ejemplo, la utilización del litio para tratar los
trastornos maníaco depresivos (Cade, 1949), y la introducción de fenotiacinas para el tratamiento de la esquizofrenia
(véase Avances en la investigación 2.4 en la p. 39, y el Capítulo 17, para profundizar en el tema).
Capítulo-02
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
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CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
.
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Encadenar a los pacientes mentales
Debido a los escasos recursos de algunos países para
abordar la salud mental, no resulta extraño que muchos
enfermos mentales sean encadenados. Westermeyer y
Kroll (1978) realizaron un estudio epidemiológico sobre la
utilización de este tipo de actuaciones con los enfermos
mentales en veintisiete pueblos de Laos. Encontraron que
las personas con trastorno mental que se mostraban
agresivas o a quienes se consideraba peligrosas para sí
mismas, solían ser encadenados a un poste.
Muchos templos incluso disponen de Casas para las
personas con trastornos psicológicos, si bien la asistencia
suele resultar poco adecuada. Por ejemplo, Erwady, un
Durante las últimas décadas del siglo XX, nuestra sociedad parece haber cerrado el círculo respecto a los medios
para proporcionar asistencia humana a los enfermos mentales en los hospitales. Se hicieron importantes esfuerzos
para clausurar los hospitales mentales y reinsertar a las personas con trastornos psiquiátricos en su propia comunidad, con el objetivo de proporcionar un tratamiento más
humano e integral que el aislamiento en hospitales psiquiátricos. Esto supuso una reducción de la población hospitalizada, que descendió desde el medio millón que había en
1950 (Lerman, 1981) a unos 100 000 a principios de los
años 90 (Narrow et al., 1993). Dicha reducción todavía
resulta más impresionante si se tiene en cuenta que la
población de los Estados Unidos aumentó de una manera
sustancial precisamente durante esos años. Este movimiento, que ha recibido el nombre de desinstitucionalización, si bien ha estado motivado por objetivos altruistas, ha
generado grandes dificultades para muchas personas con
trastornos psicológicos y también para muchas regiones
(véase el Capítulo 18).
La idea que ha impulsado la política de desinstitucionalización es que se considera más humano y más eficaz
tratar a los pacientes fuera de los grandes hospitales mentales, ya que esto impide que adquieran adaptaciones negativas ante el confinamiento en el hospital. Muchos
profesionales se muestran preocupados ante la posibilidad
de que los hospitales mentales se conviertan en el refugio
permanente de personas con trastornos, que intentan
«escapar» de las exigencias de la vida cotidiana, y para ello
adopten el papel de enfermos crónicos como excusa perma-
pueblo de la India cerca de Madras, dispone de quince
viviendas muchas de las cuales carecen de electricidad,
agua corriente, aseo y cama. En el año 2000, seis personas
fallecieron en uno de estos asilos, lo que llevó al gobierno a
investigar directamente las condiciones de estas
instituciones mentales. La investigación todavía no ha
finalizado. Recientemente un incendio destrozó un almacén
que alojaba a personas con enfermedad mental de esta
localidad, matando a veinticinco pacientes y hiriendo a
otros cinco, muchos de los cuales estaban encadenados a
columnas o a piedras muy pesadas (AP, 6 de agosto de
2001). En el momento en que se produjo el fuego, el asilo
alojaba a cuarenta y seis personas, de las cuales sólo
pudieron escapar ilesas dieciséis.
nente para que sean los demás quienes cuiden de ellos. Hay
grandes esperanzas de que las nuevas medicinas que se
están desarrollando puedan promover un reajuste saludable en estos pacientes, y les permitan vivir adecuadamente
fuera del hospital. Sin embargo, muchos de ellos no se han
adaptado a vivir fuera del mismo, y en la actualidad muchos
autores empiezan a referirse al «abandono» de estos pacientes crónicos a una existencia cruel y despiadada. No resulta
difícil encontrar evidencias de este fracaso en nuestras ciudades: muchas de las personas que mendigan y vagabundean por las grandes ciudades son en realidad enfermos
mentales sin hogar. Los problemas que ha producido la
desinstitucionalización parecen deberse, en gran medida, al
fracaso de nuestra sociedad para desarrollar alternativas
que permitan llenar el vacío que existe en los servicios de
salud mental comunitarios (Grob, 1994).
De esta manera, las instituciones mentales, que una vez
se consideraron como la forma más humana para tratar los
problemas derivados de enfermedades mentales graves, han
pasado a ser consideradas como algo obsoleto que muchas
veces supone más un problema que una solución a los trastornos mentales. Hacia el final del siglo XX, los hospitales
mentales habían sido sustituidos prácticamente por completo por la asistencia en la propia comunidad y en hospitales de día (King, 1999). Sin embargo, los sentimientos de
muchos profesionales se ponen de manifiesto en este pesimista resumen de Scull (1996):
«Sospecho que pocos de nosotros preferiríamos la reencarnación de la psiquiatría de la época victoriana, y parece
por otra parte que tiene pocas posibilidades de renacer,
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Hacia aproximaciones humanitarias
AVA N C E S
en la investigación
En busca de medicinas para curar los
trastornos mentales
Si bien desde hace mucho tiempo se han utilizado drogas
para tratar los trastornos mentales, la utilización de
medicinas eficaces para ello tiene una historia muy
reciente. Durante siglos los médicos han buscado una cura
medicinal para el trastorno mental. Uno de los tratados más
antiguos que se conoce sobre el uso de drogas para este fin
es el trabajo del médico romano Galeno (130-200). Galeno
acuñó el término apoterapia para referirse a la utilización
de medicamentos dirigidos a tratar los trastornos humanos,
y en sus escritos describe tanto la manera de confeccionar
diversas mediciones, como la utilización clínica de las
mismas en pacientes con trastorno mental. La mayoría de
sus medicinas eran laxantes y purgantes que se utilizaban
para limpiar el cuerpo de materias «no humanas» que se
consideraba que eran las causantes de la enfermedad.
Durante la Edad Media otro importante y controvertido
médico llamado Paracelso (1490-1541) experimentó la
utilidad de diversas sustancias químicas para tratar los
trastornos humanos. Incluso llegó a utilizar una sustancia
conocida como «polvos de momia» (elaborada a partir de
partículas de momias), y aparentemente otras sustancias
más fuertes tales como el mercurio.
Una etapa más reciente en el desarrollo de la medicina
psicotrópica comenzó en los años 50. La raíz de la planta
Rauwolfia serpentina se ha utilizado durante siglos en la
medicina tradicional india, donde se prescribe para una
gran cantidad de problemas tales como la mordedura de
serpientes, la epilepsia, cataratas, o la locura. El nombre
indio para esta raíz, pagla-ka-dawa, significa «hierba de la
locura». A principios de los años 50 Ciba, una compañía
farmacéutica suiza, logró aislar el componente activo de la
Rauwolfia, la reserpina, y en 1953, el psiquiatra R. A. Hakim
escribía un importante artículo en la India sobre la
utilización de esta sustancia para el tratamiento de la
psicosis (citado en Gupta, Deb, y Kahali, 1943). En la
actualidad la reserpina ha dejado de utilizarse para el
tratamiento de las psicosis debido al desarrollo de otras
drogas más eficaces, y debido también a sus efectos
secundarios, tales como una serie de temblores conocidos

.
como síntomas parkinsonianos. En la actualidad la
reserpina se utiliza principalmente para el tratamiento de la
hipertensión.
La segunda droga psicoactiva que apareció en la
década de los 50 como tratamiento para un trastorno
mental grave fue la clorpromacina. Un químico alemán
llamado Bernthesen, mientras estaba buscando
componentes que pudieran servir como colorantes,
elaboró esta droga a finales del siglo XIX. Sintetizó un
componente que denominó fenotiacina. Posteriormente
Paul Erlich, un investigador médico y padre de la
quimioterapia, pensó que quizá este compuesto podría
resultar eficaz para el tratamiento de algunas
enfermedades, mediante el proceso de eliminar células no
humanas pero preservando el tejido humano. Esta droga
empezó utilizarse para el tratamiento de la malaria, y en
los años 30 se empleó como anestésico. En 1951 el cirujano
francés Henri Labroit la empleó para prevenir
contracciones nerviosas en sus pacientes quirúrgicos. No
fue hasta 1952 cuando dos psiquiatras franceses, Jean
Delay y Pierre Deniker, descubrieron que esta droga
reducía síntomas psicóticos y empezaron a utilizarla para
el tratamiento de pacientes psiquiátricos.
El impacto casi mágico de las medicinas antipsicóticas
se dejó sentir de manera inmediata en la comunidad
psiquiátrica norteamericana. En 1956, su impacto sobre la
hospitalización psiquiátrica comenzó a ser considerable. La
proporción de ingresos en hospitales psiquiátricos
disminuyó desde 560 000 a 490 000 en 1964, y hasta
300 000 en 1971.
La eficacia de las drogas para disminuir los síntomas
psicóticos ha permitido también a los investigadores
desarrollar hipótesis más específicas para explicar algunos
trastornos mentales como la esquizofrenia. Los
investigadores se han dado cuenta de que estas drogas
antipsicóticas actúan modificando los niveles de dopamina,
un neurotransmisor asociado con la esquizofrenia. Estas
observaciones han llevado a los teóricos a establecer la
«hipótesis de la dopamina», según la cual el metabolismo
de la dopamina está asociado con el origen de la
esquizofrenia. Este tema se tratará con más profundidad en
el Capítulo 14.
Fuentes: Frankenberg, 1994; Green, 1951; Moriarty, Alagna y Lake, 1984: Pachter, 1951.
aunque sólo sea por su elevado coste. Y sin embargo, no
nos sentimos más confiados que nuestros colegas victorianos en haber encontrado un sistema satisfactorio para
la asistencia humana de esa importante minusvalía que
denominamos psicosis» (p. 15).
El siglo XX se cerró con una nota de incertidumbre respecto a la mejor manera de manejar las necesidades de los
pacientes psiquiátricos con trastornos graves. Está claro que
la clausura de los hospitales mentales y el tratamiento
externo en la comunidad no ha sido la panacea que se
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CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
esperaba hace sólo unos cuantos años. El papel del hospital
psiquiátrico para ayudar a quienes tienen problemas mentales graves, probablemente necesite experimentar una evolución, dado que la sociedad se encuentra incapaz de
enfrentarse de manera eficaz con el problema que los enfermos mentales pueden producir si son ignorados o desatendidos (véase Grob, 1994).
REVISIÓN
• Describa las diferentes concepciones de la
enfermedad mental que han ido evolucionando
a medida que el pensamiento científico fue
ejerciendo una mayor influencia en Europa
durante los siglos XVI y XVII.
• Comente la evolución de los hospitales
psiquiátricos.
• Describa los cambios en las actitudes sociales
que han producido modificaciones en la
manera de tratar a las personas con trastornos
mentales.
PERSPECTIVAS
CONTEMPORÁNEAS DE LA
CONDUCTA ANORMAL
Mientras que el movimiento de higiene mental ganaba
terreno en los Estados Unidos durante los últimos años del
siglo XIX, se estaban produciendo, tanto dentro como fuera
de sus fronteras, enormes descubrimientos tecnológicos.
Tales avances permitieron introducirse en lo que hoy conocemos como la perspectiva científica y experimental de la
conducta patológica, y la aplicación del conocimiento científico al tratamiento de las personas con trastornos. Describiremos cuatro temas fundamentales en la psicología
clínica que abarca el siglo XIX y el siglo XX, y que han ejercido
una influencia muy poderosa sobre nuestra concepción
contemporánea de la conducta patológica: (1) descubrimientos biológicos, (2) desarrollo de un sistema de clasificación de los trastornos mentales, (3) la aparición de
perspectivas de causación psicológica, y (4) el desarrollo de
la investigación psicológica experimental.
El establecimiento del vínculo entre el
cerebro y el trastorno mental
Los avances más inmediatamente observables se produjeron en el estudio de los factores biológicos y anatómicos
que subyacen a los trastornos físicos y mentales. Por ejem-
plo, uno de los más importantes puntos de inflexión proviene del descubrimiento de los factores orgánicos que se
encuentran tras la paresia general o sífilis del cerebro. Una
de las más graves enfermedades mentales de nuestros días
es la paresia general, que produce parálisis y locura, y suele
provocar la muerte en un plazo de dos a cinco años. Sin
embargo, este descubrimiento científico no se produjo de la
noche a la mañana; necesitó el esfuerzo combinado de
muchos científicos durante prácticamente un siglo.
PARESIA GENERAL Y SÍFILIS. El descubrimiento de
un método de curación de la paresia general comenzó en
1825, cuando el médico francés A. L. J. Bayle clasificó la
paresia general como un tipo específico de trastorno mental. Bayle ofreció una descripción muy completa y precisa
del conjunto de síntomas de la paresia, y argumentó convincentemente su idea de que se trata de un trastorno específico. Muchos años después, en 1897, el psiquiatra vienés
Clark Richard von Krafft-Ebing llevó a cabo una serie de
experimentos relacionados con la inoculación de tejido
de sífilis a pacientes con paresia general. Dado que ninguno
de los pacientes desarrolló los síntomas secundarios de la
sífilis, llegó a la conclusión de que ya estaban infectados
previamente. Este experimento resultó crucial para establecer la relación entre la paresia general y la sífilis. Casi una
década después, en 1906, von Wassermann desarrolló un
análisis de sangre que permitía detectar la sífilis. Esto permitió analizar la presencia de las mortales espiroquetas en
el torrente sanguíneo de una persona antes de que aparecieran consecuencias más graves de la infección.
Por último, en 1917, Julius von Wagner-Jauregg, el jefe
de la clínica psiquiátrica de la universidad de Viena, presentó
un tratamiento contra la sífilis y la paresia basada en la fiebre
de la malaria, debido a que las altas fiebres asociadas con la
malaria destruían la espiroqueta. Infectó a nueve pacientes
de paresia con la sangre de un soldado que estaba enfermo
de malaria, y encontró una importante mejoría de los síntomas de la paresia en tres de los pacientes, y una aparente
recuperación en los otros tres. En 1925 algunos hospitales
norteamericanos incorporaron este nuevo tratamiento. Uno
de los primeros estudios controlados de dicho tratamiento
fue el que llevaron a cabo Bahr y Brutsch en Indiana en 1928.
Encontraron que de los cien pacientes estudiados, treinta y
siete experimentaron una mejoría importante, y veinticinco
quedaron rehabilitados, de los cuales veintiuno pudieron
volver a desarrollar sus anteriores trabajos. Cuando publicaron sus resultados, estaban a la espera de que otros doce
pacientes quedaran también curados (King, 2000).
Aunque ciertamente eficaz, este tratamiento fue
pronto superado por la introducción de medicinas muy eficaces. Por supuesto, en la actualidad disponemos de la penicilina como el tratamiento más sencillo y eficaz para la
sífilis, si bien no podemos olvidar que el tratamiento
mediante malaria representó la primera conquista de la
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ciencia médica para acabar con un trastorno mental. El
ámbito de la psicología clínica ha recorrido mucho camino
desde las creencias supersticiosas hasta los conocimientos
científicos de la influencia del daño del cerebro en trastornos concretos. Este gran adelanto ha despertado enormes
esperanzas entre la comunidad médica en que será posible
encontrar la base orgánica de la mayoría de los trastornos
mentales, y quizá incluso de todos ellos.
LA PATOLOGÍA DEL CEREBRO COMO UN FACTOR
CAUSAL. Con la aparición de la moderna ciencia expe-
rimental durante la primera mitad del siglo XIX, los conocimientos sobre anatomía, fisiología, neurología, química
y medicina general, avanzaron rápidamente. Tales avances
condujeron a la progresiva identificación de la patología
biológica u orgánica que subyace a muchas dolencias físicas. Los científicos comenzaron a buscar la causa orgánica
de los trastornos físicos. El siguiente paso lógico se basaba
en la idea de que también el trastorno mental era una
enfermedad derivada de una disfunción orgánica, en este
caso del cerebro. En 1757 Albrecht von Haller (17081777), en su obra Elementos de fisiología, destacó la importancia del cerebro para el funcionamiento psicológico, y
abogó por la necesidad de realizar disecciones postmortem para estudiar el cerebro de las personas con trastornos
mentales. Sin embargo, la primera presentación sistemática de esta perspectiva la realizó el psiquiatra alemán Wilhem Griesinger (1817-1868). En su libro de texto Patología
y terapia de los trastornos psíquicos, publicado en 1845, este
autor insistía en que todos los trastornos mentales podían
explicarse en términos de una patología cerebral. Tras el
éxito para demostrar que la paresia general estaba provocada por una patología del cerebro, fueron apareciendo
otros resultados similares. Alois Alzheimer demostró la
patología del cerebro responsable de la arterioesclerosis
cerebral y de trastornos mentales seniles. Eventualmente,
durante el siglo XX, también se descubrieron las patologías
que se encontraban detrás de trastornos mentales causados por sustancias tóxicas como el plomo, o de ciertos
tipos de retraso mental.
Es importante destacar aquí que si bien el descubrimiento de la base orgánica de los trastornos mentales explicaba el «cómo», en la mayoría de los casos no lograba
explicar el «porqué». Con frecuencia en la actualidad esto
sigue siendo así. Por ejemplo, aunque sabemos qué es lo que
causa ciertos trastornos mentales «preseniles» —una patología del cerebro— todavía no sabemos por qué algunas
personas quedan afectadas por la misma y otras no. En
cualquier caso, lo que sí podemos hacer es predecir con
mucha precisión el curso de seguirán esos trastornos. Lo
cual no sólo se debe a que comprendemos mejor cuáles son
los factores orgánicos implicados, sino también en gran
medida, al trabajo de un discípulo de Griesinger, Emil
Kraepelin.
Perspectivas contemporáneas de la conducta anormal

El comienzo de un sistema
de clasificación
Emil Kraepelin (1856-1926) ha desempeñado un papel
esencial en el desarrollo de la perspectiva biológica. Su libro
de texto Lehrbuch der Psychiatrie, publicado en 1883, no
sólo destaca la importancia de la patología del cerebro en
los trastornos mentales, sino que también realiza algunas
contribuciones que han fortalecido esa perspectiva. La más
importante de ellas fue su sistema de clasificación de los
trastornos mentales, que se convirtió en el predecesor de lo
que hoy conocemos como el DSM-4-TR (que hemos
comentado en el Capítulo 1). Kraepelin observó que ciertos
conjuntos de síntomas se producían con la suficiente
homogeneidad como para que se les considere un tipo
especial de trastorno mental. Por lo tanto, pasó a describir y
a clasificar esos trastornos, desarrollando un esquema de
sistematización que se convirtió en la base de nuestro actual
sistema. La integración de todo el material clínico en el que
se basa su clasificación fue una tarea hercúlea, y representa
una de las principales contribuciones al campo de la psicopatología.
Kraepelin consideraba cada tipo de trastorno mental
como algo distinto de los demás, y pensaba que el curso que
seguía cada uno de ellos estaba predeterminado y era predecible, de la misma forma que lo era el sarampión. Por lo
tanto, el resultado de un determinado tipo de trastorno
podría predecirse, incluso aunque no pudiera ser controlado. Tales ideas condujeron a un enorme interés por hacer
una descripción y una clasificación lo más precisa posible
de los trastornos mentales.
El establecimiento de las bases
psicológicas de los trastornos
mentales
No obstante el énfasis de estos años sobre la investigación
biológica, también se produjeron importantes avances en la
comprensión de los factores psicológicos de los trastornos
mentales. Los primeros pasos en este sentido fueron debidos a Sigmund Freud (1856-1939), que es por cierto el psicólogo teórico más citado de todo el siglo XX (Street, 1994).
Durante cinco décadas de observación, terapias y escritos,
Freud desarrollo una teoría global de la psicopatología que
ponía el acento en la dinámica interna de los motivos
inconscientes (lo que a menudo se denomina psicodinámica) que supone el núcleo de la perspectiva psicoanalítica. Asimismo, los métodos que utilizaba para estudiar y
tratar a sus pacientes se denominaron psicoanálisis. Podemos rastrear las raíces ancestrales del psicoanálisis hasta llegar a algunos lugares inesperados, como el estudio de la
hipnosis, sobre todo en su relación con la histeria. La hipnosis, un estado de relajación inducido en el que la persona
está completamente dispuesta a la sugestión, comenzó a
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CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
utilizarse de manera amplia a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX en Francia.
EL MESMERISMO. Nuestros esfuerzos para comprender la causa psicológica de los trastornos mentales comienzan con Franz Anton Mesmer (1734-1815), un médico
austriaco que desarrolló las ideas de Paracelso referentes a
la influencia de los planetas sobre el cuerpo humano. Mesmer consideraba que los planetas afectaban a un fluido
magnético que tenemos en el cuerpo, cuya distribución
influye a su vez sobre la salud y la enfermedad. Para intentar encontrar curación a los trastornos mentales, Mesmer
llegó la conclusión de que todas las personas poseen fuerzas
magnéticas que pueden influir sobre la distribución del
fluido magnético en los demás, lo que podría facilitar su
curación.
Mesmer intentó poner en práctica sus ideas tanto en
Viena como en otras ciudades, pero fue en París en 1778
donde consiguió muchos adeptos. Allí abrió una clínica
donde trataba todos los tipos de enfermedad mediante
«magnetismo animal». En una habitación a oscuras, los
pacientes se sentaban alrededor de una tina que contenía
diferentes sustancias químicas, y de donde salían una serie
de varillas metálicas que se aplicaban a las zonas afectadas
del cuerpo de los pacientes. Entonces empezaba a sonar
música y aparecía Mesmer vestido con una toga violeta
pasando de un paciente a otro, mientras les tocaba con sus
manos o a su varita. De esta manera, Mesmer llegó a ser
capaz de eliminar anestesias y parálisis histéricas. También
demostró la mayoría de los fenómenos que posteriormente
se sabría que están relacionados con la utilización de la hipnosis.
Considerado por sus colegas médicos como un charlatán, Mesmer tuvo que abandonar París y desapareció rápidamente de la escena. Sin embargo, sus métodos y
resultados generaron una gran controversia durante
muchos años; de hecho, el mesmerismo, como llegó a
conocerse su técnica, constituyó el origen de acaloradas discusiones en los primeros años del siglo XIX igual que ocurrió con el psicoanálisis a principios del siglo XX. Estos
debates condujeron a un renovado interés en la hipnosis
como explicación de las «curaciones» que se producían.
LA ESCUELA DE NANCY. Ambrose August Liébeault
(1823-1904), un médico francés que ejercía en la localidad
de Nancy, utilizaba con éxito la hipnosis como terapia.
Durante esos mismos años ejercía también en esa localidad
como profesor de medicina Hipólito Bernheim (18401919), que se interesó mucho por la relación que pudiera
existir entre la histeria y la hipnosis. Este interés procedía
del éxito de Liébeault para curar mediante la hipnosis a un
paciente a quien Bernheim había estado tratando infructuosamente con métodos convencionales durante cuatro
años (Selling, 1943). Bernheim y Liébeault trabajaron con-
juntamente para desarrollar la hipótesis de que la hipnosis
y la histeria estaban relacionadas y que ambas se debían a la
sugestión (Brown y Menninger, 1940). Sus hipótesis se
basaban en dos líneas de evidencia: (1) los fenómenos
observados en la histeria, como la parálisis de un brazo, la
sordera, o zonas anestesiadas que podían pincharse sin que
la persona sintiese dolor (fenómenos que se producían sin
que existiera ningún problema orgánico aparente), podían
también generarse en sujetos normales mediante hipnosis.
(2) Esos mismos síntomas también podían eliminarse
mediante la hipnosis. Por lo tanto parecía probable que la
histeria fuera un tipo de auto-hipnosis. Todos los que aceptaron esta hipótesis fueron conocidos como la Escuela de
Nancy.
Mientras tanto, Jean Charcot (1825-1893), que dirigía
el hospital Salpêtrière de París y era considerado un neurólogo avanzado, había estado experimentando con algunos
de los fenómenos que habían descrito los mesmeristas.
Como resultado de sus investigaciones, Charcot se mostró
opuesto a los descubrimientos de la Escuela de Nancy e
insistió en que lo que produce la histeria son cambios degenerativos del cerebro lo que, más adelante, se demostró
erróneo. En cualquier caso, la participación de un científico
tan destacado favoreció en gran medida el renacimiento del
interés médico y científico en la histeria.
El debate entre Charcot y la Escuela de Nancy fue uno
de los más importantes de la historia médica, y se oyeron
muchas palabras duras y agrias provenientes de cada lado.
Finalmente triunfaron los partidarios de la Escuela de
Nancy. Este reconocimiento de la base psicológica de un
trastorno mental generó mucha más investigación respecto
a las conductas subyacentes en la histeria y en otros trastornos. Muy pronto se sugirió que este tipo de factores psicológicos estaban también involucrados en los estados de
ansiedad, las fobias y otras psicopatologías. Eventualmente,
el propio Charcot adoptó ese nuevo punto de vista, y trabajó para promover el estudio de los factores psicológicos
en diversos trastornos mentales.
El debate sobre si los trastornos mentales tienen causas
biológicas o psicológicas continúa presente en la actualidad. El debate entre la Escuela de Nancy y Charcot representa, por otra parte, un paso gigantesco para la psicología.
Hacia el final del siglo XIX, estaba claro que los trastornos
mentales podían tener causas biológicas o psicológicas, o
incluso ambas a la vez. Pero seguía sin responderse una pregunta básica: ¿cómo se desarrollan los trastornos mentales
con un origen psicológico?
LOS INICIOS DEL PSICOANÁLISIS. El primer intento
sistemático para responder a esta pregunta procede de Sigmund Freud (1856-1939). Freud era un brillante neurólogo
vienés que obtuvo un contrato como profesor de enfermedades nerviosas en la universidad de Viena. En 1885
comenzó a estudiar con Charcot y posteriormente tuvo
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conocimiento del trabajo de Bernheim y Liébeault en
Nancy. Quedó impresionado por la utilización de la hipnosis con pacientes histéricos, y llegó a la conclusión de que
algunos importantes procesos mentales podían quedar
ocultos a la conciencia.
Al volver a Viena, Freud estuvo colaborando con otro
médico, Josef Breuer (1842-1925), que había incorporado
una interesante innovación al uso de la hipnosis con sus
pacientes. Freud y Breuer, al contrario que otros hipnotistas, inducían a sus pacientes a que hablasen con libertad de
sus problemas mientras se encontraban bajo hipnosis. Estas
personas generalmente mostraban una emoción considerable y, tras despertar de su estado hipnótico, sentían una
liberación emocional importante, que fue denominada
catarsis. Esta innovación tan simple en el uso de la hipnosis
probó ser de gran importancia: no sólo ayudaba a los
pacientes a descargar sus tensiones emocionales, sino que
también revelaba al terapeuta la naturaleza de las dificultades que estaban produciendo síntomas determinados. Al
despertar, los pacientes no encontraban relación alguna
entre sus problemas y los síntomas histéricos.
Estos trabajos condujeron al descubrimiento del
inconsciente —la parte de la mente que contiene experiencias ignoradas por la persona— y que se considera que
puede desempeñar un papel muy importante en la determinación de su conducta. En 1893 Freud y Breuer publicaron
un artículo conjunto, Sobre los mecanismos psicológicos de
los fenómenos histéricos, que constituye uno de los grandes
hitos en el estudio de la dinámica del consciente y el inconsciente. Freud descubrió pronto que incluso era posible
prescindir por completo de la hipnosis. Al pedir a sus
pacientes que contaran cualquier cosa que les viniera a la
mente, sin preocuparse de su lógica o lo adecuado que
pudiera resultar, éstos eran capaces de superar los obstáculos internos que los mantenían ocultos, y discutir con libertad sus problemas.
Hay dos métodos relacionados entre sí que le permitieron comprender los procesos de pensamiento conscientes e
inconscientes de sus pacientes. Uno de estos métodos, la
asociación libre, requiere que los pacientes hablen libremente de sí mismos, proporcionando así información
sobre sus sentimientos, motivos, etc. Un segundo método,
la interpretación de los sueños, requiere que los pacientes
recuerden y describan sus sueños. Dichas técnicas permitían a terapeuta y paciente comprender mejor los problemas emocionales de este último. Freud dedicó el resto de su
larga y enérgica vida a desarrollar y elaborar los principios
del psicoanálisis. Sus ideas se introdujeron formalmente en
los Estados Unidos en 1909, cuando el eminente psicólogo
Stanley Hall le invitó a pronunciar una serie de conferencias
en la Universidad de Clark. Dichas conferencias generaron
una gran controversia y contribuyeron a popularizar los
conceptos psicoanalíticos tanto entre científicos como
entre el público en general.
Perspectivas contemporáneas de la conducta anormal

Discutiremos la perspectiva psicoanalítica más adelante en el Capítulo 3. Las ideas de Freud atrajeron gran
cantidad de seguidores a lo largo de su vida, y de hecho el
interés por sus ideas todavía persiste en la actualidad más de
cien años después de sus primeros escritos. Otros teóricos
clínicos, como Carl Jung, Alfred Adler y Harry Stack Sullivan, propusieron otras teorías derivadas del psicoanálisis.
En el Capítulo 3 profundizaremos en cada una de estas teorías. Pero a continuación vamos a examinar los primeros
pasos de la investigación psicológica y la evolución de la
perspectiva conductual sobre la conducta patológica.
La evolución de la investigación
psicológica
El origen de gran parte del pensamiento científico de la psicología contemporánea se puede encontrar en los primeros
esfuerzos rigurosos para estudiar de manera objetiva los
procesos psicológicos, tal y como hicieron Wilhelm Wundt
(1832-1920) y William James (1842-1910). Si bien los primeros trabajos de estos psicólogos experimentales no estaban directamente destinados a la práctica clínica o a la
comprensión de la conducta patológica, su forma de proceder influyó de una manera evidente unas décadas más tarde
sobre el pensamiento de una serie de psicólogos que incorporaron tales actitudes científicas a la clínica.
LOS PRIMEROS LABORATORIOS DE PSICOLOGÍA.
En 1879 Wilhelm Wundt fundó el primer laboratorio de
psicología experimental en la Universidad de Leizpig.
Mientras estudiaba los factores psicológicos implicados en
la memoria y la sensación, Wundt y sus colegas diseñaron
muchos métodos y estrategias experimentales básicas.
También los primeros autores que contribuyeron al estudio
empírico de la conducta patológica estaban directamente
influidos por Wundt; siguieron su metodología experimental y aplicaron algunas de sus estrategias de investigación al
estudio de los problemas clínicos. Por ejemplo, un alumno
de Wundt, J. McKeen Cattell (1860-1944), importó los
métodos experimentales de Wundt a los Estados Unidos y
los utilizó para estudiar las diferencias individuales en el
procesamiento mental. Tanto él como otros alumnos de
Wundt establecieron laboratorios de investigación por todo
el territorio de los Estados Unidos.
Sin embargo, no fue hasta 1896 que otro de los alumnos de Wundt, Lightner Witmer (1867-1956), combinó la
investigación con la aplicación y fundó la primera clínica
psicológica americana en la universidad de Pennsylvania.
Witmer se centró en los niños con deficiencia mental, tanto
desde un punto de vista clínico como investigador. Considerado el fundador de la psicología clínica (McReynolds,
1996, 1997), su influencia animó a muchos otros para
incorporarse a esa nueva profesión. Muy pronto se fundaron otras clínicas similares. Una que alcanzó una gran
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CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
importancia fue el instituto juvenil psicopático de Chicago
(más tarde denominado Instituto de Investigación Juvenil),
fundado en 1909 por William Healy (1869-1863). Healy fue
el primero en considerar la delincuencia juvenil como un
síntoma de la vida en la ciudad, y no como resultado de
problemas psicológicos internos. De esta manera fue de los
primeros en reconocer la presencia de una nueva fuente de
causalidad: los factores ambientales o socioculturales.
Durante la primera década del siglo XX empezaron a
proliferar clínicas y laboratorios psicológicos, con lo que se
generó una gran cantidad de investigación (Reisman,
1991). Desde luego la rapidez y objetividad para la comunicación de los descubrimientos científicos resultó tan
importante para el desarrollo de la psicología moderna
como la recogida e interpretación de los resultados de la
investigación. Este periodo asistió a la creación de muchas
revistas científicas dedicadas a la difusión de los descubrimientos teóricos y empíricos. Dos publicaciones muy
importantes en el campo de la psicología patológica fueron
Journal of Abnormal Psychology, fundada por Morton
Prince en 1906, y The Psychological Clinic, fundada por
Lightner Witmer en 1907. (Resulta interesante señalar que
Prince fue un psiquiatra que creó una revista sobre psicología patológica que sin embargo no tenía una tendencia biológica.) A medida que pasaban los años, crecía el número de
revistas. La asociación americana de psicología (APA)
publica en la actualidad treinta y ocho revistas científicas,
muchas de las cuales centran su investigación en la conducta patológica y en el funcionamiento de la personalidad.
Si bien el psicoanálisis dominaba el pensamiento psicológico hacia finales
del siglo XIX y principios del XX, durante esta época estaba
naciendo otra escuela, el conductismo, que comenzó a
desafiar su supremacía a medida que las teorías del aprendizaje comenzaron a utilizarse para comprender mejor la
conducta patológica. Los psicólogos conductistas consideraban que el estudio de la experiencia subjetiva —mediante
técnicas como la asociación libre o el análisis de los sueños— no podía proporcionar datos científicos aceptables,
debido a que tales observaciones no eran susceptibles de
verificación por parte de otros investigadores. Desde esta
perspectiva, solamente el estudio de la conducta directamente observable y de los estímulos y condiciones de reforzamiento que la controlan, podría servir como base para la
formulación de principios científicos sobre la conducta
humana.
La perspectiva conductual se organiza alrededor de un
tema central: el papel del aprendizaje sobre la conducta
humana. Si bien esta perspectiva se desarrolló inicialmente
mediante la investigación en el laboratorio y no tanto mediante la práctica clínica con personas con trastornos, sus
implicaciones para la explicación y el tratamiento de la conducta inadaptada muy pronto se hicieron evidentes.
LA PERSPECTIVA CONDUCTUAL.
El condicionamiento clásico. El origen de la perspectiva conductual sobre la conducta patológica y su tratamiento está vinculado al trabajo experimental sobre un
tipo de aprendizaje que se conoce como condicionamiento
clásico. Este trabajo comenzó con el descubrimiento del
reflejo condicionado por el fisiólogo ruso Iván Pavlov
(1849-1936). Con el cambio del siglo, Pavlov demostró que
los perros comenzaban a producir saliva cuando veían estímulos no alimenticios, tales como una campana, una vez
que el estímulo había acompañado de manera habitual a la
comida.
Los descubrimientos de Pavlov con el condicionamiento clásico interesaron a un joven psicólogo americano,
John B. Watson (1878-1958), que buscaba una manera
objetiva de estudiar la conducta humana. Watson pensaba
que si la psicología quería convertirse en una auténtica
ciencia, tenía que abandonar la subjetividad de las sensaciones internas y otros estados «mentales», y limitarse únicamente a lo que podía observarse de manera objetiva. ¿Qué
mejor manera de hacerlo que observar los cambios sistemáticos en la conducta producidos por la simple reorganización de los estímulos? De esta manera Watson orientó el
objetivo de la psicología para centrarlo en el estudio de la
conducta observable, una perspectiva que denominó conductismo.
Watson, una persona con una energía impresionante,
se dio cuenta de las grandes posibilidades del conductismo,
y se apresuró a difundirlo entre sus colegas pero también
entre el público en general. Se jactaba de que mediante el
condicionamiento sería capaz de convertir a cualquier niño
sano en cualquier tipo de adulto que deseara. También
desafío tanto a los psicoanalistas como a otros psicólogos de
orientación más biológica, al sugerir que la conducta patológica no era más que el producto de un condicionamiento
inadvertido y desafortunado, que podía modificarse
mediante el recondicionamiento.
Durante la década de los 30, las propuestas de Watson
habían ejercido un enorme impacto sobre la psicología
norteamericana. Sus aportaciones destacaban el papel del
entorno social para condicionar la personalidad y la conducta, tanto la normal como la patológica. En la actualidad
los psicólogos de orientación conductista continúan aceptando las tesis básicas de la doctrina de Watson, si bien son
más cautelosos en sus afirmaciones.
Mientras que Pavlov y
Watson estudiaban las condiciones estimulares previas y su
relación con las respuestas del organismo, E. L. Thorndike
(1874-1949) y posteriormente B. F. Skinner (1904-1990)
exploraban un tipo de condicionamiento diferente, en el
que son las consecuencias de la conducta las que influyen
sobre la propia conducta. La conducta que opera sobre el
entorno produce determinado tipo de resultados, y tales
resultados, a su vez, determinan la probabilidad de que esa
Condicionamiento operante.
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conducta se repita en ocasiones similares. Por ejemplo,
Thorndike estudió cómo aprendían los gatos una respuesta
determinada, como pulsar una palanca, a condición de que
dicha respuesta fuera seguida por un reforzamiento. Este
tipo de aprendizaje se denominó condicionamiento instrumental y posteriormente condicionamiento operante por
parte de Skinner. En la actualidad todavía se utilizan ambos
términos.
En este capítulo hemos revisado algunas tendencias
importantes en la evolución del campo de la psicología
patológica, y hemos contabilizado las contribuciones de
numerosos personajes históricos que han modelado nuestra forma actual de concebir la psicología. Ni que decir
tiene que la gran cantidad de información disponible
puede provocar confusión y controversia cuando se
intenta obtener una perspectiva integrada de la conducta y
de sus causas. Puede que hayamos dejado atrás la creencia
en causas sobrenaturales, pero estamos internándonos en
algo mucho más complejo cuando se trata de determinar el
papel que desempeñan los factores naturales, ya sean bio-
Tabla 2.1.
Perspectivas contemporáneas de la conducta anormal

lógicos, psicológicos, o socioculturales, en la conducta
patológica. Para una recapitulación de algunas de las contribuciones más importantes al campo de la psicología
patológica como véase la Tabla 2.1 en las páginas 45 y 46.
REVISIÓN
• Compare la perspectiva de la Escuela de Nancy
con la de Charcot. ¿Cómo puede haber influido
en este debate sobre la psicología moderna?
• Evalúe el impacto del trabajo de Freud y de
Watson sobre la psicología actual.
• ¿Cómo contribuyó la primera ciencia
experimental a establecer la patología
cerebral como un factor causal de los
trastornos mentales?
Principales figuras de la historia de la psicología clínica
EL MUNDO ANTIGUO
Hipócrates (460-377 antes de Cristo). Un médico griego que estaba convencido de que la enfermedad mental era el
resultado de causas naturales y patologías cerebrales, y no de demonios o dioses.
Platón (429-347 antes de Cristo). Un filósofo griego que creía que los pacientes mentales deberían ser tratados de
manera humanitaria, y no debían ser considerados responsables de sus actos.
Aristóteles (384-322 antes de Cristo). Un filósofo griego y discípulo de Platón, seguidor de la teoría de Hipócrates de
que las causas de los trastornos mentales eran diversos humores del cuerpo que estaban desequilibrados. Aristóteles
rechazó la idea de que los factores psicológicos pudieran ser la causa de los trastornos mentales.
Galeno (130-200). Médico griego y seguidor de la tradición de Hipócrates, que contribuyó en gran medida a la
comprensión del sistema nervioso. Galeno dividió las causas de los trastornos mentales en dos categorías, una física y
otra mental.
LA EDAD MEDIA
Avicena (980-1037). Médico árabe que adoptó los principios del tratamiento humanitario para quienes sufrían
trastornos mentales, en una época en que el tratamiento que se les daba en occidente tenía un carácter inhumano.
Martín Lutero (1483-1546). Teólogo alemán y líder de la reforma que mantuvo la creencia, habitual en su época, de
que los que tenían un trastorno mental estaban poseídos por el diablo.
Paracelso (1490-1541). Médico suizo que rechazó la posesión diabólica como causa de la conducta anormal. Estaba
convencido de que la enfermedad mental se debía a causas físicas.
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CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
Tabla 2.1.
SIGLOS XVI AL XVIII
Teresa de Ávila (1515-1582). Monja española, más tarde canonizada, que sostuvo que los trastornos mentales eran una
enfermedad de la mente.
Johann Weyer (1515-1588). Médico alemán que argumentó contra la teoría de la posesión diabólica, lo que le costó el
ostracismo por parte de sus compañeros y de la iglesia, debido a sus ideas progresistas.
Reginald Scot (1538-1599). Personaje inglés que rechazó la teoría de que los demonios eran la causa de los trastornos
mentales, y por ello fue castigado por el rey Jaime I.
Robert Burton (1576-1640). Erudito de Oxford que escribió en 1621 un tratado muy influyente sobre la depresión,
titulado La anatomía de la melancolía.
William Tuke (1732-1822). Cuáquero inglés que fundó el Retiro de York, donde los pacientes con enfermedad mental
podían vivir en un entorno humanitario.
Philippe Pinel (1745-1826). Médico inglés que fue pionero en el uso de la organización moral en los hospitales La
Bicête y La Salpêtrière de Francia, donde se trataba a los pacientes con enfermedad mental de una manera
humanitaria.
Benjamín Rush (1745-1813). Médico americano y fundador de la psiquiatría en América, que utilizaba la organización
moral, basada en los métodos humanitarios de Pinel, para tratar a los enfermos mentales.
SIGLO XIX Y PRINCIPIOS DEL XX
Dorotea Dix (1802-1887). Maestra americana que fundó el movimiento de higiene mental en los Estados Unidos,
orientado hacia el bienestar físico de los pacientes mentales hospitalizados.
Clifford Beers (1876-1943). Personaje norteamericano que luchó por modificar la actitud del público hacia los
pacientes mentales, después de su propia experiencia en una institución mental.
Franz Anton Mesmer (1734-1815). Médico austriaco que realizó las primeras investigaciones sobre la hipnosis como
tratamiento médico.
Emil Kraepelin (1856-1926). Médico alemán que elaboró el primer sistema diagnóstico.
Sigmun Freud (1856-1938). Fundador de una escuela de terapia psicológica conocida como psicoanálisis.
Wilhem Wundt (1832-1920). Científico alemán que fundó el primer laboratorio de psicología experimental en 1879, y
ejerció una gran influencia sobre el estudio empírico de la conducta patológica.
J. McKeen Cattell (1860-1944). Psicólogo americano que adoptó el método de Wundt y estudió las diferencias
individuales en el procesamiento mental.
Lightner Witmer (1876-1956). Psicólogo norteamericano que fundó la primera clínica psicológica de los Estados
Unidos, centrada en problemas de los niños con deficiencias. También fundó la revista The Psychological Clinic en
1896.
Iván Pavlov (1849-1936). Fisiólogo ruso que publicó estudios clásicos sobre la psicología del aprendizaje.
William Healy (1869-1963). Psicólogo norteamericano que fundó el instituto de psicopatología juvenil de Chicago, y
avanzó la idea de que la enfermedad mental estaba causada por factores ambientales o socioculturales.
John B. Watson (1878-1958). Realizó las primeras investigaciones sobre los principios del aprendizaje, y ha llegado a
ser conocido como el padre del conductismo.
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Temas sin resolver
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T E M AS S I N R ES O LV E R
LA INTERPRETACIÓN DE LOS ACONTECIMIENTOS HISTÓRICOS
Para poder interpretar los acontecimientos y fenómenos
actuales necesitamos disponer de una comprensión lo más
válida y precisa posible de la evolución histórica que han
seguido los mismos. Muchos psicólogos mantienen la
perspectiva de que las teorías psicológicas se verían
favorecidas por un mejor conocimiento de los datos
históricos (McGuire, 1994). En este capítulo hemos
intentado proporcionar una perspectiva histórica de
algunos de los conceptos que usted encontrará en el resto
de los capítulos. Podría pensarse que rastrear la historia en
busca de acontecimientos que tuvieron lugar hace mucho
tiempo no tiene porqué ser una tarea excesivamente
complicada, simplemente se trataría de revisar algunos
libros de historia y las publicaciones de la época sobre el
tema en cuestión. Sin embargo, quienes intentan
comprender el contexto histórico de ciertas ideas o
fenómenos, suelen enfrentarse a lo que Burton (2001) ha
denominado «la tenacidad de la desinformación histórica».
Este autor ha señalado que hay una tendencia recurrente y
descorazonadora en la historia de la ciencia, a saber, la
amplia aceptación que tienen las explicaciones falsas.
Observa que no resulta infrecuente que ciertos
descubrimientos y teorías psicológicas resulten exagerados
o distorsionados, y que esas exageraciones frecuentemente
llegan más lejos que los auténticos hechos. Por ejemplo, ha
recogido la amplia aceptación, y su inclusión en muchos
libros de texto, de algunas afirmaciones incorrectas del
estudio tan frecuentemente citado de Watson y Rayner con
el pequeño Alberto, que aprendió a temer a los objetos
peludos:
El pequeño Alberto
Alberto fue un niño famoso que, aunque no tenía miedo
de las ratas, llegó a mostrar ese temor cuando Watson
y Rayner (1920/2000) asociaron la presencia de una
rata con un fuerte ruido. Harris (1979), Samelson
(1980) y Gilovich (1991), son algunos de los autores que
opinan que este caso se ha exagerado al poner de
relieve que nunca se intentó resolver el miedo que se
había inducido en Alberto. Watson y Rayner
describieron la asociación que establecía el niño entre
la rata y el ruido, y la generalización de ese miedo a un
conejo, una chaqueta de algodón, el cabello de Watson
y de algunos ayudantes, o la imagen de Papá Noel. Sin
embargo, en realidad Alberto nunca demostró miedo al
cabello de los ayudantes o la chaqueta de algodón;
siempre reaccionó ante la rata, y ante el resto de los
objetos con diversos grados de agitación que se
describían de una manera bastante vaga como
reacciones negativas. De acuerdo con Harris (1979,
p. 153), han sido otras fuentes secundarias quienes han
informado erróneamente de que el niño mostraba
miedo «a la piel peluda... a la barba... a los gatos,... a
un guante de piel blanca... a una chaqueta de piel de
su madre,... e incluso a un asiento de peluche»
(pp. 228-229).
Otro factor que puede influir sobre la calidad de la
información histórica es que nuestra perspectiva de la
historia y nuestra interpretación de los acontecimientos
suele estar abierta a la reinterpretación. Como ha señalado
Schudson (1995), «la memoria colectiva, más que la
individual, al menos en sociedades liberales y plurales, es
provisional. Siempre está abierta a la revisión» (p. 16). Así
pues, cuando intentamos obtener una visión precisa y
válida de las actitudes y la conducta de personas que
vivieron hace cientos de años, es frecuente encontrar
muchos obstáculos. En efecto, esto es lo que ha ocurrido
con nuestra visión de la Edad Media (Kroll y Bachrach,
1984).
El problema más frecuente en el análisis psicológico
retrospectivo es que no podemos confiar en la observación
directa, un punto de referencia básico de la investigación
psicológica. Por el contrario, debemos centrarnos en
documentos escritos o en revisiones históricas de esa
época. Si bien dichas fuentes están generalmente repletas
de información fascinante, es posible que no revelen de
manera directa aquello que estamos buscando; y ello nos
obliga a extrapolar «hechos» a partir de esos fragmentos
de información, lo cual no siempre resulta una tarea
sencilla. Intentar aprender cuáles eran las actitudes y las
percepciones sociales de personas que han vivido hace
cientos de años, mediante el examen de los documentos
que encontramos en las iglesias, o también de algunas
descripciones biográficas, no es precisamente la manera
idónea de conseguirlo. En primer lugar, inevitablemente
estamos estudiando esos documentos fuera del contexto en
que fueron escritos. El segundo lugar, no sabemos si los
autores cambiaron posteriormente de idea, o cuáles eran
los auténticos propósitos de esos documentos. Por ejemplo,
algunos historiadores han concluido erróneamente que
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CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
durante la Edad Media el pecado se consideraba como el
principal factor causal de la enfermedad mental. Este error
quizá se haya debido en parte a algunos autores demasiado
entusiastas que han invocado «El Castigo divino» contra las
víctimas de la enfermedad mental del bando enemigo.
Aparentemente, si las víctimas se encontraban en el mismo
bando, entonces el pecado no solía mencionarse como un
factor causal (Kroll y Bachrach, 1984). Por supuesto se
trata de escritos malintencionados, pero nosotros no
tenemos porqué saber eso. Además, cuantos menos
documentos y fuentes históricas quedan de esa época,
tanto más probable es que cualquier sesgo pase
inadvertido.
En otras ocasiones puede ocurrir que algunos
conceptos importantes para la interpretación histórica
de una época, tengan un significado muy diferente para
nosotros del que tuvieron en el pasado. O también puede
ocurrir que ese significado simplemente sea confuso.
Kroll y Bachrach, (1984) han señalado que el concepto
de «posesión», tan importante para nuestra concepción
de la Edad Media, resulta en realidad un concepto
excesivamente ambiguo y complejo para el que no
disponemos de la ayuda de otros modelos naturales.
Muchas veces nuestro lenguaje encuentra dificultades
para representar la realidad, y debe limitarse a coloridas
analogías y metáforas. De la misma manera que la
expresión crisis nerviosa significa cosas diferentes para
distintas personas, igualmente posesión significa y
significó muchas cosas diferentes, e indudablemente
tiene un rango de significados diferente para las
personas del medioevo y para nosotros (p. 510). Este
tipo de incertidumbre puede convertir en una tarea
difícil, si no imposible, la evaluación de los
acontecimientos que tuvieron lugar durante la Edad
Media (Phillips, 2002).
También es posible encontrar sesgos durante la
interpretación. Nuestras interpretaciones de los
acontecimientos históricos o de las creencias previas
pueden estar teñidas e influidas por nuestra propia visión
de lo que es normal y anormal. De hecho, resulta difícil
realizar un análisis retrospectivo sin adoptar nuestras
perspectivas y valores actuales como punto de partida.
Por ejemplo, nuestras creencias modernas en relación
con la Edad Media han llevado, según Schoeneman
(1984), a un error muy común de pensar que durante los
siglos XV y XVI las personas con enfermedad mental eran
acusadas de brujería. Esta interpretación errónea tiene
sentido para la mayoría de nosotros simplemente porque
no llegamos a comprender la perspectiva medieval sobre
la brujería.
Si bien estos nuevos análisis de la Edad Media han
desacreditado la idea de que los demonios, el pecado y la
brujería, desempeñan un papel importante en la
concepción medieval de la enfermedad mental, está
claro que en algunos casos tales conceptos sí estaban
asociados con la enfermedad mental. ¿Dónde podemos
encontrar la verdad? Parece que todavía no se ha escrito
la última palabra sobre la Edad Media, ni sobre ningún
período de nuestra historia, al menos por lo que
concierne a ese tema. En el mejor de los casos, la
perspectiva histórica —y por ende los estudios
psicológicos retrospectivos— deben considerarse como
hipótesis de trabajo abiertas a modificaciones, a
medida que se apliquen nuevas perspectivas a la historia
según se vayan descubriendo «nuevos» documentos
históricos.
SUMARIO
• La comprensión de la conducta patológica no ha
evolucionado de manera uniforme y homogénea a
lo largo de los siglos; los pasos hacia delante han
estado jalonados por grandes lagunas entre
algunas perspectivas o creencias inusuales e
incluso ridículas que han mantenido algunos
investigadores y teóricos.
• La perspectiva social, económica y religiosa,
dominante en una época ejerce una profunda
influencia sobre la manera en que se concibe la
conducta patológica.
• En el mundo antiguo, las explicaciones
supersticiosas de los trastornos mentales han
estado seguidas de la aparición de conceptos
médicos, como por ejemplo en Egipto y Grecia;
muchos de esos conceptos fueron
desarrollados y matizados por los médicos
romanos.
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• Tras la caída de Roma hacia el final del siglo V, las
perspectivas supersticiosas dominaron la
concepción de los trastornos mentales durante
unos 1 000 años. En los siglos XV y XVI, todavía se
aceptaba ampliamente, incluso por los eruditos,
que algunas personas con trastornos mentales
estaban poseídas por el diablo.
• También se han producido enormes avances en
nuestra comprensión de la conducta patológica.
Por ejemplo, durante la última parte de la Edad
Media y el principio del Renacimiento,
reapareció en Europa un espíritu de análisis
científico, y algunos destacados médicos
lucharon contra los tratamientos inhumanos de
los pacientes mentales. Se produjo un
movimiento general que se alejaba de las
supersticiones y de la magia, y avanzaba hacia
los estudios científicos.
• Con el reconocimiento de la necesidad de un
tratamiento especial para las personas con
trastornos mentales, comenzó la fundación de
diversos «asilos» hacia el final del siglo XVI. Sin
embargo, la institucionalización acarreó también
el aislamiento y el maltrato de los pacientes
mentales. Poco a poco fue reconociéndose esta
situación, y durante el siglo XVIII se hicieron
esfuerzos para proporcionar a estos pacientes
mejores condiciones de vida y tratamientos más
humanitarios, si bien esto era más una excepción
que una regla.
• La reforma de los hospitales mentales continuó
durante el siglo XX, si bien durante las últimas
cuatro décadas de ese siglo se produjo una fuerte
tendencia a la clausura de los mismos. Esta
tendencia sigue siendo controvertida y sujeta a
debate.
• Los siglos XIX y XX asistieron a grandes avances
científicos y humanitarios. El trabajo de Philippe
Pinel en Francia, de William Tuke en Inglaterra y de
Benjamín Rush y Dorotea Dix en los Estados
Unidos, allanaron el camino para algunos avances
importantes en la psicología clínica
contemporánea. Entre esos avances se cuenta la
gradual aceptación de los pacientes mentales
como personas que necesitan una atención
profesional, la aplicación exitosa de tratamientos
farmacológicos, y el avance de la investigación
científica en el ámbito del origen biológico,
psicológico y sociocultural de la conducta
patológica.
Sumario
• Durante el siglo XIX, los grandes avances
científicos y tecnológicos que se produjeron en las
ciencias biológicas fomentaron la comprensión y el
tratamiento de las personas con trastorno mental.
Por ejemplo, uno de los principales logros
biomédicos fue el descubrimiento de los factores
orgánicos que subyacen a la paresia general o
sífilis del cerebro, una de las enfermedades
mentales más graves de nuestros días.
• Durante la primera parte del siglo XVIII, aumentó
con gran rapidez nuestro conocimiento de la
anatomía, fisiología, neurología, química y
medicina general. Tales avances permitieron la
identificación de la patología biológica que se
encuentra tras muchos trastornos físicos.
• El desarrollo de un sistema de clasificación
psiquiátrica desempeñó un papel esencial para la
evolución inicial de la perspectiva biológica. El
trabajo de Kraepelin (un precursor del sistema DSM)
permitió establecer la importancia de la patología
del cerebro para los trastornos mentales.
• Los primeros avances importantes para la
comprensión de los factores psicológicos que
causan trastornos mentales vinieron de la mano
de Sigmund Freud. Durante cinco décadas de
observación, terapias y escritos, desarrolló una
teoría de la psicopatología que se conoce como
psicoanálisis, y que destaca la importancia de la
dinámica interna de los motivos inconscientes.
Durante la última mitad del siglo XX, otros
psicólogos modificaron y revisaron la teoría de
Freud, que de esta manera evolucionó hacia
nuevas perspectivas psicodinámicas.
• La investigación científica de la conducta humana
comenzó a avanzar a grandes pasos durante la
última parte del siglo XIX. El final de ese siglo y el
principio del siglo XX asistieron a una evolución de
la psicología experimental hacia la psicología
clínica, a medida que se creaban clínicas que
permitían estudiar e intervenir sobre la conducta
patológica.
• El conductismo se fue convirtiendo
progresivamente en un importante modelo
explicativo para la psicología clínica. La
perspectiva conductual está organizada alrededor
de un tema central: que el aprendizaje desempeña
un papel esencial en la conducta humana. Si bien
esta perspectiva comenzó restringida a la
investigación en el laboratorio (al contrario del
psicoanálisis, que procede de la práctica clínica),
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CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
ha demostrado tener importantes implicaciones
para la explicación y el tratamiento de la conducta
inadaptada.
• La comprensión de la evolución histórica de las
perspectivas sobre la psicopatología está jalonada
de avances y retrocesos, y nos permite hacernos
una idea de cómo han aparecido nuestras
concepciones actuales sobre la conducta
patológica.
TÉRMINOS CLAVE
Asilos (p. 33)
Asociación libre (p. 43)
Baile de San Vito (p. 31)
Catarsis (p. 43)
Condicionamiento clásico (p. 44)
Condicionamiento operante (p. 45)
Conductismo (p. 44)
Desinstitucionalización (p. 38)
Escuela de Nancy (p. 42)
Exorcismo (p. 31)
Inconsciente (p. 43)
Interpretación de los sueños (p. 43)
Licantropía (p. 31)
Locura (p. 34)
Locura colectiva (p. 30)
Mesmerismo (p. 42)
Movimiento de higiene mental
(p. 35)
Organización moral (p. 35)
Perspectiva conductual (p. 44)
Perspectiva psicoanalítica (p. 41)
Psicoanálisis (p. 41)
Tarantismo (p. 30)
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C A P Í T U L O

Factores y perspectivas
causales
CAUSAS Y FACTORES DE RIESGO DE LA
CONDUCTA PATOLÓGICA
Causas necesarias, suficientes y concurrentes
Retroalimentación y circularidad en la conducta patológica
Modelos de vulnerabilidad-estrés
MODELOS O PERSPECTIVAS PARA LA
COMPRENSIÓN DE LA CONDUCTA
PATOLÓGICA
LA PERSPECTIVA BIOLÓGICA Y LOS
FACTORES CAUSALES BIOLÓGICOS
Desequilibrio en los eurotransmisores y las hormonas
Vulnerabilidad genética
El temperamento y otras disposiciones constitucionales
Disfunción cerebral y plasticidad neurológica
Deprivación o alteración física
Impacto de la perspectiva biológica
PERSPECTIVAS PSICOSOCIALES
Las perspectivas psicodinámicas
La perspectiva conductual
La perspectiva cognitivo-conductual
Para qué sirve y para qué no sirve la adopción de una
perspectiva determinada
FACTORES CAUSALES PSICOSOCIALES
Nuestra concepción del mundo y de nosotros mismos:
esquemas y auto-esquemas
Deprivación o trauma precoz
Estilos paternos inadecuados
Desacuerdo matrimonial y divorcio
Relaciones inadaptadas con los compañeros
LA PERSPECTIVA SOCIOCULTURAL
El descubrimiento de factores socioculturales
mediante estudios transculturales
FACTORES CAUSALES SOCIOCULTURALES
El entorno sociocultural
Influencias sociales patógenas
Impacto de la perspectiva sociocultural
TEMAS SIN RESOLVER:
Perspectivas teóricas y causas de la conducta
patológica
Capítulo-03
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
n el capítulo anterior hemos podido comprobar que
las especulaciones sobre las causas de la conducta patológica pueden rastrearse hasta tiempos muy remotos de la historia humana. Desde muy pronto, la
observación de los trastornos de conducta ha suscitado interrogantes respecto a sus causas. Por ejemplo, Hipócrates
sugirió que la conducta anormal estaba producida por un
desequilibrio de los humores corporales. Para otros la causa radicaba en que la persona estaba poseída por espíritus o
demonios. Más adelante, se sugirió como causa de los trastornos la presencia de disfunciones orgánicas.
Cada intento de identificar una causa viene acompañado por una teoría o modelo de lo que es una conducta
patológica. La teoría de Hipócrates, un modelo de enfermedad, proponía la existencia de cuatro humores corporales,
cada uno de los cuales estaba relacionado con un tipo determinado de conducta. En la actualidad todavía no conocemos con certeza la causa de la conducta patológica, y por
ello siguen surgiendo nuevos modelos. Desde principios del
siglo XX, algunas importantes escuelas de pensamiento han
desarrollado modelos muy elaborados que intentan explicar el origen de la conducta patológica, y sugerir posibles
tratamientos para la misma. En este capítulo vamos a exponer algunas de esas perspectivas teóricas, prestando una
atención especial a los diferentes tipos de factores causales
que propone cada una de ellas.
Comenzaremos considerando la perspectiva biológica.
Las teorías causales que emanan de esta perspectiva acentúan los aspectos genéticos y orgánicos que pueden producir
daños en el cerebro y en el funcionamiento del cuerpo, provocando así algún tipo de psicopatología. A continuación
pasaremos a revisar las perspectivas psicosociales: la perspectiva psicodinámica se centra en los conflictos psicológicos que producen ansiedad, la conductual sobre los fallos de
aprendizaje, y la cognitivo-conductual sobre el procesamiento de la información, que genera un pensamiento
distorsionado. También analizaremos la perspectiva sociocultural, que se centra en las condiciones sociales patológicas, así como en la importancia de los diferentes entornos
culturales que influyen tanto sobre la vulnerabilidad a la
psicopatología, como sobre la forma que ésta puede adoptar. Sin embargo, antes de proceder a ello, necesitamos establecer con claridad la naturaleza del concepto de causación
tal y como se aplica a la conducta patológica.
E
CAUSAS Y FACTORES DE
RIESGO DE LA CONDUCTA
PATOLÓGICA
Una pregunta esencial en relación con la psicología clínica se
refiere a cuáles son las causas por las que las personas actúan
de manera inadaptada. En efecto, si conociéramos las causas
de un trastorno determinado, entonces seríamos capaces de
prevenir y modificar las condiciones que la han provocado,
y quizá incluso invertir aquellas que contribuyen a su mantenimiento. También podríamos clasificar y diagnosticar
mejor los trastornos si comprendiéramos mejor sus causas,
en vez de tener que limitarnos a confiar en conjuntos de síntomas, que es lo que habitualmente tenemos que hacer.
Si bien la comprensión de las causas de la conducta patológica es un objetivo claramente deseable, resulta enormemente difícil de conseguir debido a que la conducta humana
es extremadamente compleja. Incluso la conducta humana
más sencilla, como puede ser hablar o escribir una única palabra, es el resultado de miles de acontecimientos previos,
cuyas interconexiones no siempre conocemos. Intentar
comprender la vida de una persona, incluso cuando se trata
de una vida «bien adaptada», en términos causales, es una
tarea inconmensurable; y desde luego cuando aparecen las
inadaptaciones, todavía resulta más difícil. En consecuencia,
muchos investigadores prefieren hablar de factores de riesgo
(variables correlacionadas con una conducta patológica)
más que de causas. A pesar de ello, la comprensión de las
causas todavía sigue siendo el objetivo fundamental.
Causas necesarias, suficientes
y concurrentes
Sea cual sea la perspectiva teórica que se adopte, es posible utilizar diversos términos para especificar el papel que desempeña un factor determinado en la etiología, o patrón causal, de
la conducta patológica. Una causa necesaria (por ejemplo, la
causa X) es una condición que debe existir para que aparezca
un trastorno (por ejemplo el trastorno Y). Por ejemplo, la paresis general (Y) —un trastorno degenerativo del cerebro—
no puede desarrollarse a menos que la persona haya contraído previamente la sífilis (X). O más en general, si ocurre Y, entonces antes debía haber estado presente X. Sin embargo, una
causa necesaria no siempre es suficiente por sí misma para
producir un trastorno, sino que es necesaria la presencia de
otros factores. Muchos trastornos mentales no parecen tener
causas necesarias, si bien continuamos buscándolas.
Una causa suficiente (por ejemplo, la causa X) de un
trastorno es una condición que garantiza la ocurrencia de
ese trastorno (por ejemplo, el trastorno Y). Por ejemplo,
una teoría actual establece la hipótesis de que la desesperanza (X) es una causa suficiente de depresión (Y) (Abramson, Metalsky, y Alloy, 1989; Abramson, Alloy, y Metalsky,
1995). O, más en general, si ocurre X, entonces también
ocurrirá Y. Según esta teoría, si usted está lo suficientemente desesperanzado respecto a su futuro, entonces probablemente terminará deprimido. Sin embargo, una causa
suficiente no tiene porqué ser una causa necesaria. Siguiendo con el ejemplo de la depresión, Abramson y colaboradores (1989) han reconocido que la desesperanza no es una
causa necesaria de depresión, sino que también existen
otras causas posibles.
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Por último, el tipo de causas que más se estudia en psicopatología son las causas concurrentes. Una causa concurrente (por ejemplo, la causa X) esa aquella que incrementa
la probabilidad de que se desarrolle un trastorno (por ejemplo, el trastorno Y), pero que no es ni necesaria ni suficiente para que éste aparezca. O, de una manera más general, si
ocurre X, entonces se incrementa la probabilidad de Y. Por
ejemplo, el rechazo por parte de los padres puede incrementar la probabilidad de que un niño llegue a tener dificultades para establecer relaciones personales íntimas, o
también puede aumentar la probabilidad de que un rechazo personal durante la edad adulta precipite una depresión.
Decimos aquí que el rechazo por parte de los padres supone una causa concurrente de las dificultades posteriores de
esa persona, pero no es una causa necesaria ni tampoco suficiente (Abramson et al., 1989; Abramson et al., 1995).
Además de distinguir entre causas necesarias, suficientes y concurrentes, es necesario también tener en cuenta el
marco temporal en el que tiene lugar cada una de ellas. Algunos factores causales que han ocurrido en una época relativamente temprana de la vida, puede que no muestren su
efecto hasta pasados muchos años; se trataría de factores
causales distales que pueden contribuir a una predisposición para desarrollar un trastorno. Por ejemplo, perder a un
padre cuando se es niño puede actuar como una causa distal concurrente que predisponga a ese niño a padecer una
depresión cuando ya sea un adulto. Por el contrario, otros
factores causales ejercen su efecto inmediatamente antes de
que aparezcan los síntomas del trastorno; se trataría entonces de factores causales próximos. Un factor causal próximo
puede ser una condición que exige demasiado de una persona, hasta el punto en que se genera un trastorno. Un
ejemplo de este tipo de factor podría ser una desilusión
aplastante en el trabajo o el colegio, o la pérdida de un ser
querido. Algunas veces una causa próxima puede parecer
insignificante en comparación con otras causas más distantes. Se trata de la gota que colma el vaso. Por ejemplo, dejar
tirada la ropa sucia en el suelo del cuarto de baño puede ser
una nimiedad en una familia básicamente bien ajustada,
pero eso mismo puede provocar acaloradas discusiones en
una familia que está atravesando dificultades importantes.
Una causa concurrente reforzante es aquella que favorece el mantenimiento de una conducta inadaptada. Podemos citar como ejemplo la atención y la simpatía que
despierta una persona cuando está enferma; estas experiencias agradables pueden contribuir inconscientemente a retrasar la recuperación. Otro ejemplo puede ser cuando la
conducta de una persona deprimida le distancia de sus amigos y familiares, lo que a su vez le produce una fuerte sensación de rechazo que refuerza su depresión (Joiner, 2002;
Joiner y Metalsky, 1995).
Hay muchos tipos de psicopatología de los que todavía
no sabemos si tienen causas necesarias o suficientes, aunque
se está investigando arduamente para descubrirlo. Sin embar-
Causas y factores de riesgo de la conducta patológica

go, sí conocemos muchas causas concurrentes de la mayoría
de los trastornos de conducta. Algunas de las causas concurrentes distales, que discutiremos más adelante en este mismo
capítulo, generan durante la niñez una cierta vulnerabilidad a
padecer posteriormente determinados trastornos. Otras causas concurrentes más próximas pueden conducir directamente a un trastorno, y aun otras pueden contribuir a su
mantenimiento. Esta imagen causal tan compleja todavía se
complica más debido al hecho de que lo que puede constituir
una causa próxima para un problema en una etapa determinada de la vida, también puede actuar como una causa concurrente distal, que genere una predisposición para sufrir un
trastorno a una edad más avanzada. Por ejemplo, la muerte
de un padre puede constituir una causa próxima para una reacción de tristeza que puede durar unos cuantos meses o un
año; sin embargo, también puede actuar como un factor concurrente distal que incremente la probabilidad de que cuando ese niños se haga mayor, desarrolle una depresión como
respuesta a ciertas situaciones estresantes.
Retroalimentación y circularidad en la
conducta patológica
Lo habitual en la ciencia es que para establecer las relaciones
entre causas y efectos se haya intentado aislar la causa que
produce el efecto. Por ejemplo, cuando el contenido de alcohol en sangre supera cierto nivel, tiene lugar una intoxicación alcohólica. Cuando hay implicados varios factores
causales se habla de un patrón causal. En este caso las condiciones A, B y C, producen el efecto Y. En cualquier caso, este
concepto de causa sigue un modelo lineal simple, donde una
variable o conjunto de variables determinada produce antes
o después un resultado. Sin embargo, en las ciencias de la
conducta no sólo nos enfrentamos a una multitud de causas
en interacción, sino que con frecuencia resulta difícil distinguir entre lo que es una causa y cuál es su efecto. En otras palabras, los efectos de la retroalimentación y la existencia de
influencias mutuas que proceden en dos direcciones es algo
que no se puede pasar por alto. Considérese la sutil mezcla
de causas y efectos en la siguiente situación:
Hostilidad percibida
ESTUDIO
DE UN
CASO
Un chico con un historial de interacciones problemáticas con sus padres, malinterpreta habitualmente las intenciones de sus compañeros.
Por lo tanto, pone en práctica estrategias defensivas para enfrentarse a la supuesta hostilidad de quienes le rodean, y por ello rechaza
cualquier intento de éstos de mostrarse amistosos. Así pues, sus compañeros terminarán
por comportarse también de una manera
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
defensiva y hostil, lo que a su vez confirmará y reforzará las distorsionadas expectativas previas del chico. De esta manera, cada
eventual oportunidad para una nueva experiencia de aprendizaje
termina subvertida y se convierte en una «prueba» más de que el
entorno es hostil y perverso, lo que oportunamente coincide con las
expectativas del chaval.
Este ejemplo ilustra que nuestras concepciones de las
relaciones causales deben tener en cuenta los factores de retroalimentación, los patrones de interacción y la circularidad.
Modelos de vulnerabilidad-estrés
Una característica que comparten la mayoría de los modelos que discutiremos en este capítulo es que pueden
considerarse modelos de vulnerabilidad-estrés. La predisposición a desarrollar un trastorno se denomina una vulnerabilidad. Puede proceder de factores causales de carácter
biológico, psicosocial y/o sociocultural, de manera que las
diversas perspectivas que comentaremos tienden a destacar
la importancia de diferentes tipos de vulnerabilidad. Muchos trastornos mentales se desarrollan como resultado de
algún tipo de factor estresante que actúa sobre una persona
que tiene una vulnerabilidad para ese trastorno. Así pues
discutiremos lo que suele conocerse como modelos vulnerabilidad-estrés de la conducta patológica (por ejemplo,
Meehl, 1962; Metalsky et al., 1982; Rosenthal, 1963). Si queremos traducir estos términos a los tipos de factores causales que hemos descrito anteriormente, habría que decir que
la vulnerabilidad es una causa concurrente o necesaria relativamente distal, pero que no es suficiente para provocar el
trastorno. Por el contrario, es preciso que exista una causa
más próxima (el factor estresante), que también puede ser
concurrente o necesario, pero generalmente no es suficiente por sí mismo para provocar el trastorno.
El estrés, la respuesta de una persona a las demandas
que percibe como excesivas para sus propias fuerzas (Lazarus y Folkman, 1984), recibirá toda nuestra atención en el
Capítulo 5. La presencia de una vulnerabilidad generalmente sólo puede inferirse después de que las circunstancias estresantes hayan generado la conducta inadaptada. Y
para complicarlo más, no debemos olvidar que frecuentemente los factores que contribuyen al desarrollo de una
vulnerabilidad son en sí mismos potencialmente muy estresantes, como ocurre cuando un niño experimenta la muerte de un padre.
Durante los últimos años se ha prestado mucha atención al concepto de factores de protección, que son aquellos que modifican la respuesta de una persona ante las
condiciones estresantes ambientales, haciéndola menos
susceptible a sufrir las consecuencias adversas de los mis-
mos (Masten, 2001; Masten y Coatsworth, 1998; Rolf et al.,
1990; Rutter, 1985). Un importante factor de protección
durante la niñez es vivir en un ambiente familiar en el que
al menos uno de los padres se comporte de manera cálida y
afectuosa, favoreciendo así el desarrollo de una buena relación de apego con el niño (Masten y Coatsworth, 1998). Sin
embargo, hay que señalar que estos factores de protección
no tienen porqué ser necesariamente experiencias de carácter positivo. De hecho, muchas veces la exposición a experiencias estresantes que hayan sido superadas con éxito
puede llegar a promover una sensación de autoconfianza o
autoestima que actúa como factor de protección; de esta
manera, algunas situaciones estresantes promueven paradójicamente la fortaleza de la persona. Este «endurecimiento» o «vacunación» tiende a ocurrir con más probabilidad
cuando los factores estresantes son moderados que cuando
son muy fuertes (Barlow, 2002; Hetherington, 1991, Rutter,
1987a). También puede ocurrir que algunos factores de
protección no tengan nada que ver con una experiencia,
sino que sean simplemente algún tipo de cualidad o atributo de esa persona. Por ejemplo, por razones que todavía no
se conocen bien, las niñas son menos vulnerables que los
niños a muchos acontecimientos estresantes de carácter
psicosocial, tales como las peleas entre los padres o las amenazas físicas (Rutter, 1982). Otros atributos de protección
pueden ser un temperamento fácil, una autoestima elevada,
una alta inteligencia, o el buen rendimiento escolar (Masten, 2001; Masten y Coatsworth, 1998; Rutter, 1987a).
Lo más frecuente, aunque no siempre es el caso, es que
los factores de protección favorezcan la elasticidad, esto es,
la capacidad de adaptarse con éxito a las más duras circunstancias. Un ejemplo lo constituye aquel niño que persevera
en la escuela a pesar de la adicción de sus padres a las drogas y a los abusos físicos que sufre (Masten, 2001; Masten,
Best, y Garmezy, 1990; Masten y Coatsworth, 1998). El término elasticidad se ha utilizado para describir tres fenómenos distintos: «(1) resultados positivos a pesar de una
situación de alto riesgo, (2) mantenimiento de la competencia frente a las amenazas, y (3) recuperación de un trauma» (Masten et al., 1990, p. 426). Una manera más actual de
considerar la elasticidad es como una «superación de las
irregularidades» que se van presentando. Existe una evidencia cada vez mayor de que si los sistemas básicos de adaptación de un niño (tales como la inteligencia y el desarrollo
cognitivo, la capacidad de autorregulación, la motivación
de logro y una paternidad eficaz) actúan de manera normal,
entonces incluso las circunstancias más adversas tendrán
un impacto mínimo sobre él (Masten, 2001). Los problemas suelen aparecer cuando uno o más de esos sistemas de
adaptación tienen un nivel demasiado bajo, o cuando resultan dañados por circunstancias estresantes muy graves (por
ejemplo, la muerte de un padre), o cuando la situación a la
que se enfrenta la persona excede su capacidad de adaptación (la exposición de manera crónica a un trauma como
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Modelos o perspectivas para la comprensión de la conducta patológica
puede ocurrir en una guerra, o al recibir sistemáticamente
maltrato familiar; Masten y Coatsworth, 1995, 1998; Shonk
y Cicchetti, 2001). Sin embargo, también hay que decir que
la elasticidad no consiste en una capacidad de todo o nada,
ya que algunas investigaciones han puesto de manifiesto
que los niños flexibles (esto es quienes muestran una competencia social elevada a pesar de sufrir un elevado estrés)
pueden sin embargo experimentar un considerable estrés
emocional. De hecho, aquellos niños que muestran elasticidad en un dominio pueden mostrar también dificultades
significativas en otros dominios (Luthar, Doernberger, y Zigler, 1993).
En definitiva, podemos distinguir entre aquellas causas
de la conducta patológica que forman parte de la constitución biológica o de la experiencia previa de una persona —
vulnerabilidad o predisposición— y otras causas que
constituyen desafíos actuales en la vida de una persona: circunstancias estresantes. Lo más normal es que ni la vulnerabilidad ni el estrés por sí mismos sean suficientes para
provocar un trastorno, pero que sí puedan hacerlo cuando
actúan de manera combinada. Además, también debemos
analizar los factores de protección, que pueden proceder
bien de determinados tipos de experiencias, o de ciertas cualidades de la persona que facilitarían la flexibilidad suficiente como para enfrentarse a la vulnerabilidad y al estrés.
Como veremos en el siguiente apartado, los diferentes modelos de la conducta patológica identifican diferentes vulnerabilidades y distintas circunstancias estresantes como
causas de patología, y destacan diferentes factores de protección como fundamentos de la elasticidad ante la adversidad.
Lo que estamos diciendo debería dejar muy claro que
los modelos vulnerabilidad-estrés deben considerarse dentro de un marco más amplio de modelos de desarrollo multicausal. En concreto, a lo largo de su desarrollo puede
ocurrir que un niño adquiera diversos factores de riesgo
que interactúan entre sí para determinar el riesgo de una
psicopatología. Sin embargo, tales factores también interactúan con diferentes procesos de protección, y quizá también
con circunstancias estresantes, para determinar si ese niño
se desarrollará de una manera normal y adaptada (Masten,
2001; Rutter, 2001). Sin embargo, también es importante
observar que para comprender lo que es patológico, es imprescindible poseer un conocimiento adecuado de lo que es
el desarrollo humano normal. Esta es la idea en la que se
basa la psicopatología evolutiva, una disciplina que está experimentando un rápido crecimiento, y que se centra en la
determinación de lo que en cada etapa del desarrollo puede
resultar anormal por comparación con los cambios predecibles que tienen lugar a lo largo del mismo (Rutter, 2001).
Por ejemplo, es perfectamente normal que los niños de entre tres y cinco años muestren un intenso temor a la oscuridad (Antony et al., 1997; Barlow, 1988), aunque esta misma
conducta se considera anormal entre adolescentes de bachiller o universitarios.

REVISIÓN
• ¿Qué es una causa necesaria, una causa
suficiente y una causa concurrente?
• ¿En qué consiste el modelo de vulnerabilidadestrés de conducta patológica?
• Defina los términos factores de protección y
elasticidad. Proporcione ejemplos de cada
uno.
• Explique por qué los modelos vulnerabilidadestrés son esencialmente modelos evolutivos
multicausales.
MODELOS O PERSPECTIVAS
PARA LA COMPRENSIÓN DE
LA CONDUCTA PATOLÓGICA
Con frecuencia los estudiantes se quedan perplejos ante el
hecho de que las ciencias de la conducta ofrezcan explicaciones alternativas para el mismo hecho. El general, cuanto
más complejo es el fenómeno que se investiga, mayor es el
número de perspectivas que intentan explicarlo. Inevitablemente, no todos esos puntos de vista resultan igualmente
válidos. Como veremos, la posibilidad de aplicar uno de
ellos suele depender de en qué medida permite comprender
un fenómeno determinado, mientras que su validez depende de que esté apoyado por la investigación empírica.
Las perspectivas que vamos a discutir a continuación
nos permiten comprender los trastornos desde tres frentes:
sus cuadros clínicos (los síntomas de cada trastorno), los
factores causales y los tratamientos. En cada caso, tales modelos permiten a los profesionales organizar sus observaciones, les proporcionan un sistema de pensamiento donde
ubicar los datos, y sugieren puntos de referencia para el tratamiento y la investigación. Sin embargo, es importante recordar que cada uno de esos puntos de vista no es más que
una construcción teórica diseñada para orientar a los psicólogos en el estudio de la conducta patológica. Como tal,
cada uno de ellos intenta mantener la integridad de su propia posición, a menudo excluyendo al resto de las explicaciones. Por desgracia esta característica los «ciega» ante
interpretaciones alternativas, al menos hasta que no aparece un descubrimiento que permita superar los problemas
que ese modelo ha dejado sin resolver. Tales descubrimientos constituyen cambios de paradigma, esto es, una reorganización importante de la concepción de un determinado
campo de la ciencia (Kuhn, 1962). Por ejemplo, siempre se
había pensado que el sol se movía alrededor de la Tierra,
hasta que Copérnico propuso la idea radical de que era la
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
Tierra la que giraba alrededor del Sol, lo que provocó un
cambio paradigmático en la astronomía y en la física.
Como vimos en el Capítulo 2, Sigmund Freud contribuyó a trasladar el interés de la psicología patológica desde
la enfermedad biológica o el fervor moral hasta los procesos
mentales inconscientes propios de cada persona. Durante
los últimos años se han producido dos cambios paradigmáticos paralelos en relación con la conducta patológica. El
primero de ellos consiste en una nueva perspectiva biológica ligeramente diferente, pero que está teniendo un impacto muy significativo; el segundo son los modelos
conductuales y cognitivo-conductuales que constituyen referencias muy importantes entre la mayoría de los psicólogos clínicos de orientación empírica. Sin embargo, a largo
plazo, sabemos que solamente una perspectiva que integre
los modelos biológicos, psicosociales y socioculturales, será
capaz de aproximarse a una comprensión lo más completa
posible del origen de diversas formas de psicopatología y a
un tratamiento eficaz para ellas. Por lo tanto, durante los últimos años, la mayoría de los teóricos están empezando a
reconocer la necesidad de una perspectiva bio-psicosocial
más integradora, que reconozca la necesidad de sumar los
factores biológicos, psicosociales y socioculturales para enfrentarse con éxito a los trastornos mentales.
Dicho lo cual, vamos a pasar a describir cuáles son cada
una de esas perspectivas, sin intentar decantarnos por alguna de ellas. Por el contrario, presentaremos sus ideas principales junto con la información necesaria para evaluar su
validez. También describiremos el tipo de factores causales
que destaca cada modelo. Como usted podrá comprobar,
cada uno de ellos adopta diferentes perspectivas sobre
cómo y por qué participan diferentes factores causales en
un trastorno determinado.
REVISIÓN
• ¿Cuáles son las tres perspectivas tradicionales
que han dominado el estudio de la conducta
patológica durante los últimos años?
• ¿Cuál es la idea principal de la perspectiva
biopsicosocial?
LA PERSPECTIVA BIOLÓGICA
Y LOS FACTORES CAUSALES
BIOLÓGICOS
Como hemos visto al comentar la paresis general y su relación con la sífilis en el Capítulo 2, la perspectiva biológica
clásica considera los trastornos mentales como meras enfermedades, pero cuyos síntomas fundamentales tienen un
carácter cognitivo o conductual, más que fisiológico o anatómico. Así pues, los trastornos mentales se consideran
como trastornos del sistema nervioso central, del sistema
nervioso autónomo y/o del sistema endocrino, que o bien
tienen un carácter genético, o están producidos por ciertos
factores patógenos. En cierto momento, quienes adoptaban
esta perspectiva esperaban encontrar explicaciones biológicas simples; en la actualidad, sin embargo, la mayoría reconocen que dichas explicaciones casi nunca resultan simples.
Por esta razón, si bien continúan buscando procesos biológicos de carácter genético y bioquímico que estén desajustados, la mayoría reconocen ya que también es necesario
otorgar cierta relevancia a los factores psicosociales y socioculturales.
Como dijimos en el Capítulo 2, los primeros trastornos
a los cuales se adjudicó una base biológica fueron aquellos
asociados con la destrucción de grandes áreas de tejido cerebral. Se trataba de enfermedades neurológicas —esto es,
derivadas de una interrupción del funcionamiento cerebral
debido a causas físicas o químicas—, y que generalmente
implicaba aberraciones psicológicas o conductuales. Sin
embargo, los daños neurológicos no provocan necesariamente conductas patológicas, y la mayoría de los trastornos
mentales no están producidos por un daño neurológico en
sí mismo.
De manera similar, los extraños contenidos del pensamiento característicos de las alucinaciones y de otros estados mentales patológicos, probablemente nunca estén
causados de manera directa por un daño cerebral. Ciertamente, muchas dificultades conductuales que experimentaba una persona (como la pérdida de memoria) pueden
estar basadas en un daño estructural del cerebro, si bien no
está tan clara la manera en que ese daño produce los extraños contenidos del pensamiento o de la conducta de esa
persona. Así pues, podemos saber que la pérdida de neuronas en la enfermedad de Alzheimer produce dificultades
para realizar determinadas tareas, pero probablemente el
hecho de que una persona con esquizofrenia afirme ser Napoleón, probablemente no sea resultado de un daño cerebral o de la pérdida de neuronas. El contenido de estas
alucinaciones debe ser el subproducto de algún tipo de integración funcional de estructuras neurológicas diferentes,
algunas de las cuales han quedado «programadas» por la
personalidad y el aprendizaje derivados de experiencias anteriores (por ejemplo, haber estudiado quién fue Napoleón).
En la actualidad sabemos que muchas situaciones (por
ejemplo la inflamación del cerebro o una fiebre muy alta)
pueden trastornar temporalmente las capacidades de
procesamiento de la información del cerebro, sin que ello
suponga infligir un daño permanente a ciertas zonas del
cerebro. En tales casos, es el contexto el que altera el
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La perspectiva biológica y los factores causales biológicos
funcionamiento normal de las neuronas. Quizá uno de los
ejemplos más conocidos sea el que se produce durante una
intoxicación etílica, tras la cual aparecen conductas habitualmente inhibidas. En definitiva, hay muchos procesos
independientes del daño cerebral que pueden llegar a influir sobre la capacidad funcional del cerebro, y de esta manera alterar la conducta.
Nos vamos a centrar a continuación en cinco categorías de factores biológicos que parecen especialmente relevantes para desarrollar una conducta inadaptada:
(1) desequilibrios en los neurotransmisores y en las hormonas, (2) vulnerabilidad genética, (3) temperamento y otros
aspectos constitucionales, (4) disfunción cerebral y plasticidad neuronal, y (5) deprivación física. Cada una de esas categorías abarca ciertas condiciones que influyen sobre la
calidad y el funcionamiento de nuestro cuerpo y nuestra
conducta. No son necesariamente independientes entre sí,
por lo que con frecuencia aparecen de manera combinada.
son escasas o cuando el proceso de reabsorción se produce
con mucha lentitud, pueden producirse desequilibrios en
los neurotransmisores. Por último, también puede haber
problemas con los receptores en la neurona post-sináptica,
ya sea por un exceso o un defecto de sensibilidad. Como veremos, diferentes patrones de desequilibrio en diversas zonas cerebrales pueden dar lugar a diversos tipos de
trastornos (por ejemplo, Thompson, 2000). En consecuencia, es posible que dichos desequilibrios puedan corregirse
mediante diversas drogas. Por ejemplo, un antidepresivo
tan frecuentemente prescrito como el Prozac parece que
hace más lenta la reabsorción de un neurotransmisor denominado serotonina (véanse los capítulos 7 y 17).
Entre todos los neurotransmisores que operan en
nuestro cerebro, se han estudiado de manera más profunda
cuatro de ellos: (1) norepinefrina, (2) dopamina, (3) serotonina, y (4) el ácido gammaaminobutírico, (conocido
como GABA; Thompson, 2000). Los primeros tres pertenecen a un tipo de neurotransmisores conocidos como monoaminas, debido a que cada uno de ellos se sintetiza de un
único aminoácido. La dopamina y la norepinefrina están
estrechamente relacionados entre sí (ambos se denominan
catecolaminas) debido a que se sintetizan del mismo aminoácido. La norepinefrina desempeña un papel muy importante en las reacciones de emergencia que muestra
nuestro cuerpo cuando estamos expuestos a una situación
peligrosa o estresante; lo comentaremos de una manera
más extensa en los capítulos 5 y 6. La dopamina está implicada en la esquizofrenia aunque, como veremos en el Capítulo 14, la hipótesis de que la esquizofrenia está producida
por elevados niveles de dopamina no es completamente correcta. El funcionamiento anormal de la dopamina también
está implicado en otros trastornos. La serotonina se sintetiza a partir de un aminoácido diferente a las catecolaminas,
que se denomina indolamina. Se ha encontrado que ejerce
efectos muy importantes sobre la manera en que procesamos la información que procede de nuestro entorno (Meneses, 1999, 2001) y parece desempeñar un papel
importante en trastornos emocionales tales como la ansiedad o la depresión, así como en el suicidio, como veremos
en los capítulos 6 y 7. Por último, en el Capítulo 6 trataremos sobre el neurotransmisor GABA, fuertemente implicado en la ansiedad.
Desequilibrios en los neurotransmisores
y las hormonas
Para que un cerebro funcione es necesario que las neuronas
puedan comunicarse entre sí. El lugar en que ocurre esa comunicación entre el axón de una neurona y las dendritas o
el cuerpo celular o de otra neurona es la sinapsis, un espacio diminuto que queda entre ellas. Esas transmisiones interneuronales se producen mediante sustancias químicas
denominadas neurotransmisores, que se liberan en el espacio sináptico cada vez que tiene lugar un impulso nervioso
(véase Avances en la investigación 3.1 de la página 58 para
más detalles). Existen muchos tipos diferentes de neurotransmisores; algunos aumentan la probabilidad de que la
neurona postsináptica «se dispare» (produzca un impulso),
mientras que otros lo que hacen es inhibir dicho impulso.
El hecho de que el mensaje neuronal se transmita adecuadamente depende, entre otras cosas, de la concentración de
ciertos neurotransmisores en la sinapsis.
DE NEUROTRANSMISORES. La
convicción de que los desequilibrios de neurotransmisores en
el cerebro pueden provocar conductas patológicas, es una
de las tesis principales de la perspectiva biológica. Algunas
veces el responsable de este desequilibrio puede ser el estrés
psicológico. Estos desequilibrios pueden producirse de diferente forma (véase la figura del apartado Avances en la investigación 3.1). Por ejemplo, puede haber una producción
excesiva de neurotransmisores en la sinapsis, o también disfunciones en el proceso mediante el que los neurotransmisores que se encuentran presentes en la sinapsis, se
desactivan. Generalmente dicha desactivación se produce
de dos maneras: mediante enzimas que se encuentran en la
sinapsis o, lo más común, al ser reabsorbidos por el botón
del axón presináptico. Cuando las enzimas desactivadoras
DESEQUILIBRIO
DESEQUILIBRIOS HORMONALES. También se han
vinculado algunos tipos de psicopatología a desequilibrios
hormonales. Las hormonas son transmisores químicos que
segrega un conjunto de glándulas endocrinas en el interior
de nuestro cuerpo. Cada una de esas glándulas produce y libera su propio tipo de hormonas que viaja por el torrente
sanguíneo e influye sobre diversas partes de nuestro cerebro
y de nuestro cuerpo. Nuestro sistema nervioso central está
vinculado al sistema endocrino mediante el hipotálamo,
que se encuentra encima de la glándula pituitaria (véase la
Capítulo-03
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
AVA N C E S
en la investigación
Neurotransmisores y conducta anormal
Los impulsos nerviosos, que tienen una naturaleza eléctrica
viajan desde el cuerpo de la neurona a través del axón. Si
bien cada neurona sólo tiene un axón, éstos tienen
ramificaciones que se denominan botones terminales. Se
trata de zonas donde se liberan las sustancias
neurotransmisoras en la sinapsis —un espacio diminuto y
lleno de fluido situado entre el final del axón de una
neurona (la neurona presináptica) y la dendrita o el cuerpo
celular de otra neurona (la neurona post-sináptica)—. La
sinapsis es el lugar donde se produce la transmisión
neuronal, esto es, la comunicación entre neuronas. Las
.
sustancias neurotransmisoras están contenidas en
vesículas sinápticas cercanas al botón terminal del axón.
Cuando un impulso nervioso llega al final del axón, las
vesículas sinápticas se desplazan a la membrana
presináptica del axón y liberan las sustancias
neurotransmisoras dentro de las sinapsis. Estas sustancias
se pegan entonces sobre la membrana post-sináptica o la
dendrita de la neurona receptora, que dispone de zonas
receptoras especializadas. Estas áreas inician entonces la
respuesta de las células receptoras. Los neurotransmisores
pueden bien estimular o bien inhibir a la neurona
postsináptica. De esta manera, el mensaje que se transmite
es de tipo químico, y puede tener una naturaleza excitadora
o inhibidora; esto es, puede provocar
que la neurona postsináptica se dispare
o se inhiba. Algunos neurotransmisores
transmiten mensajes de inhibición
mientras que otros transmiten
mensajes de excitación. Ambos tipos de
mensaje son importantes. Una vez que
el neurotransmisor se libera dentro de
la sinapsis, no permanece ahí de
manera indefinida, pues de lo contrario,
la segunda neurona continuaría
disparándose aun en ausencia de un
impulso real. En ocasiones los
neurotransmisores se destruyen debido
a una encima, como la monoamina
oxidasa, y en otras ocasiones retornan a
las vesículas de almacenamiento
mediante un mecanismo de reabsorción.
Dado que muchas formas de
psicopatología se han asociado con
diversos desequilibrios en las
sustancias neurotransmisoras, y con la
sensibilidad alterada por parte de las
zonas receptoras, no resulta
sorprendente que muchas de las
medicinas que se utilizan para el
tratamiento de diversos trastornos
estén dirigidas hacia la sinapsis. Por
ejemplo, ciertas medicinas aumentan o
disminuyen la concentración de
neurotransmisores dentro de la
sinapsis. Lo hacen influyendo sobre las
enzimas que destruyen esos
neurotransmisores, o bloqueando los
procesos de reabsorción, o también
alterando la sensibilidad de las zonas de
recepción.
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La perspectiva biológica y los factores causales biológicos
Figura 3.1), que es la glándula directora del cuerpo, ya que
produce una diversidad de hormonas que regulan o controlan las otras glándulas endocrinas.
En el eje formado por el hipotálamo, la pituitaria, la
glándula adrenal y el cerebro, se establece un conjunto de
interacciones muy importante. La activación de este eje genera mensajes transmitidos por la hormona liberadora de
corticotrofina (CRH) desde el hipotálamo a la pituitaria,
que a su vez libera la hormona adrenocorticotrófica
(ACTH) la cual estimula la parte cortical de la glándula
adrenal (localizada por encima de los riñones) que produce
la epinefrina (adrenalina) y el cortisol, que son las hormonas que movilizan al cuerpo para enfrentarse con el estrés.
A su vez el cortisol proporciona una retroalimentación negativa al hipotálamo y a la pituitaria para que disminuyan la
liberación de CRH y ACTH. Este sistema de retroalimentación negativa actúa de una manera parecida a un termostato. Como veremos más adelante, una disfunción en este
sistema de retroalimentación negativa tiene que ver con diversas formas de psicopatología, tales como la depresión o
el trastorno de estrés post-traumático. Las hormonas sexuales están producidas en las gónadas, y su desequilibrio
también puede contribuir a una conducta inadaptada. De
hecho, las influencias hormonales sobre el desarrollo del
sistema nervioso también parecen estar relacionadas con
algunas de las diferencias en la conducta de hombres y mu-
jeres (por ejemplo, Berenbaum, 1999; Collaer y Hines, 1995;
Money y Ehrhardt, 1972).
Vulnerabilidad genética
Los procesos bioquímicos que acabamos de describir están
afectados por los genes. Si bien ni la conducta ni los trastornos mentales están determinados exclusivamente por
los genes, existen evidencias importantes que muestran
que muchos trastornos mentales tienen una influencia genética. Muchos estudios recientes sugieren por tanto que la
herencia es una predisposición causal importante para
cierto número de trastornos, como la depresión, la esquizofrenia y el alcoholismo, lo cual está muy en consonancia
con la perspectiva biológica (por ejemplo, Plomin, DeFries,
et al., 1997, 2001). Algunas de estas influencias genéticas,
tales como ciertos aspectos del temperamento, pueden observarse ya en los recién nacidos. Por ejemplo, algunos niños se comportan desde el principio con mucha timidez o
ansiedad, mientras que otros son más tranquilos (por
ejemplo, Carey y DiLalla, 1994; Kagan, Snidman, McManis,
y Woodward, 2001). No obstante, algunas fuentes genéticas
de vulnerabilidad no se manifiestan hasta un momento de
la vida bastante posterior.
En el ámbito de la psicología patológica, las influencias
genéticas casi nunca se expresan de una manera simple y directa. Esto es debido a que la conducta, al contrario de algunas características físicas como el color de los ojos, no está
determinada exclusivamente por nuestro acervo genético:
es un producto de la interacción del organismo con el entorno. En otras palabras, los genes sólo pueden afectar de
manera indirecta la conducta. La «expresión» de un gen
normalmente no es un resultado invariable de la información codificada en el ADN sino, más bien, el producto final
de un intrincado proceso que puede estar influido tanto
por el entorno interno (por ejemplo, intrauterino) como
por el externo. De hecho, los genes pueden «activarse» y
«desactivarse» como respuesta a influencias ambientales tales como estrés (por ejemplo, Dent, Smith, y Levine, 2001;
Sánchez, Ladd, y Plotsky, 2001).
Figura 3.1
PRINCIPALES GLÁNDULAS DEL SISTEMA ENDOCRINO
Esta figura representa algunas de las principales glándulas del sistema endocrino, que producen y liberan hormonas dentro del torrente sanguíneo. Las flechas azules
señalan el eje hipotálamo-pituitaria-adrenal-cortical. El
hipotálamo y la pituitaria están estrechamente relacionados, de manera que el hipotálamo envía periódicamente señales a la pituitaria (a la glándula directriz), que
a su vez envía mensajes a la zona cortical de las glándulas adrenales (por encima de los riñones) para liberar
epinefrina y la hormona del estrés que se denomina
cortisol.
Capítulo-03
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
Las características esenciales de la herencia humana
son básicamente las mismas para todas las personas. La herencia comienza con la concepción, cuando el óvulo de la
mujer es fertilizado por un espermatozoide del varón. El
embrión recibe así un código genético que proporciona
ciertas posibilidades de desarrollo y de conducta a lo largo
de la vida. Sin embargo, los aspectos específicos del acervo
genético pueden variar muy ampliamente. Excepto por lo
que concierne a los gemelos idénticos, no existen dos personas con el mismo código genético. De esta manera, la herencia no sólo proporciona un potencial de desarrollo y de
conducta característico de la especie, sino también una importante fuente de diferencias individuales. La herencia no
determina conductas específicas, sino un rango dentro del
cual la conducta característica de esos genes puede quedar
modificada por las influencias ambientales y procedentes
de la experiencia. Por ejemplo, un niño que haya nacido con
una tendencia a la introversión puede llegar a ser más o menos introvertido en función de diversas experiencias que
tenga durante su desarrollo, aunque ciertamente resulta
poco probable que se convierta en una persona completamente extrovertida.
En el interior
del núcleo de la célula se encuentran una serie de estructuras que contienen los genes, y que se denominan cromosomas (véase la Figura 3.2). Los avances en la investigación
nos han permitido detectar anormalidades cromosómicas —
irregularidades en la estructura de los cromosomas— incluso antes de que se produzca el nacimiento, lo que
permite estudiar sus efectos sobre el desarrollo posterior de
ANORMALIDADES CROMOSÓMICAS.
Figura 3.2
LOS CROMOSOMAS
HUMANOS
Un varón humano normal
tiene 22 pares de la autosomas, un cromosoma X, y un
cromosoma Y.
Fuente: From Principles of
Medical Genetics by T. D.
Gelehrter, F. S. Collins, and
D. Ginsburg, copyright 1998.
Reprinted by permission of
Lippincott/Williams &
Wilkins and Dr. Thomas D.
Gelehrter.
la conducta. Las células humanas normales tienen 46 cromosomas, dentro de los cuales se encuentra el material genético. Cuando se produce la fertilización, la célula
resultante consta de veintitrés pares de cromosomas, de
manera que la mitad de cada par proviene del padre y la
otra mitad de la madre. Veintidós de esos pares de cromosomas se denominan autosomas y determinan, mediante
efectos bioquímicos, las características generales anatómicas y fisiológicas que tendrá esa persona. El par restante, los
cromosomas sexuales, son los que determinan el sexo de ese
individuo. Cuando se trata de una mujer los dos cromosomas del par son cromosomas X, mientras que en un hombre el cromosoma heredado de su madre es X, mientras que
el que hereda de su padre es Y.
La investigación en genética evolutiva ha puesto de
manifiesto que las anormalidades en la estructura o en el
número de los cromosomas, están asociadas con un amplio
rango de trastornos. Por ejemplo, el síndrome de Down es
un tipo de retraso mental (asociado también con ciertos
rasgos faciales) caracterizado por una trisomía (la presencia
de tres cromosomas en vez de dos) en el «par» 21 (véase el
Capítulo 15). En este caso dicho cromosoma extra es el
principal causante del trastorno. También podemos encontrar anomalías en los cromosomas sexuales, lo que produce
una diversidad de complicaciones, tales como características sexuales ambiguas, que pueden predisponer a una persona que a desarrollar una conducta patológica.
LA RELACIÓN DEL GENOTIPO CON EL FENOTIPO.
Los genes son en realidad largas moléculas de ADN (ácido desoxirribonucleico) ubicadas en diferentes partes de
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La perspectiva biológica y los factores causales biológicos
un cromosoma. Los genes son como las cuentas de un collar (el cromosoma). Cada gen es básicamente un calco de
una cadena de aminoácidos que se despliega para convertirse en miles de proteínas y de enzimas que afectan al
funcionamiento biológico. Por desgracia algunos genes
pueden contener información que desate un mal funcionamiento corporal, si bien todavía no somos capaces de
predecir con certeza la ocurrencia de este tipo de disfunciones.
La dotación genética de una persona se denomina genotipo. Las características estructurales y funcionales que
proceden de la interacción del genotipo con el entorno se
denominan fenotipo. En algunos casos, la vulnerabilidad
del genotipo no ejerce su efecto sobre el fenotipo hasta una
época avanzada de la vida, pero muchos otros casos el genotipo también puede modelar desde muy pronto las influencias ambientales. Por ejemplo, un niño que está
genéticamente predispuesto a la conducta agresiva puede
ser rechazado por sus compañeros debido, precisamente, a
su conducta agresiva. A su vez, dicho rechazo puede provocar que ese niño se junte con otros niños que también son
agresivos, lo que incrementa notablemente la probabilidad
de que llegue a desarrollar una conducta delincuente durante la adolescencia. Cuando el genotipo configura las experiencias ambientales de esta manera, nos encontramos
ante un fenómeno denominado correlación genotipo-ambiente.
El tipo de
correlaciones entre genotipo y ambiente que acabamos de
comentar ponen de manifiesto que los genes pueden ejercer ciertos efectos sobre el ambiente de los niños. Pero existe una complicación adicional que resulta fascinante, en la
medida en que personas con diferentes genotipos pueden
ser desigualmente sensibles o susceptibles al entorno; es lo
que se conoce como interacción genotipo-ambiente. Un
ejemplo de lo dicho lo representa un trastorno que se conoce como retraso mental inducido por PKU. Los niños
con una vulnerabilidad genética a la PKU reaccionan de
manera especial a las comidas con fenilanalina, debido
a que no son capaces de metabolizar esta sustancia, por lo
que ésta termina por acumularse y dañar el cerebro (Plomin et al., 2001). Otro ejemplo puede ser lo que le ocurre a
personas con un riesgo genético para la depresión, quienes
responden de manera más deprimida ante acontecimientos estresantes (Kendler et al., 1995; Silberg, Rutter, Neale,
y Eaves, 2001).
Los investigadores han encontrado tres maneras en que el genotipo de una persona puede configurar su entorno (Plomin et
al., 2001; Scarr, 1992).
El genotipo puede ejercer lo que se ha denominado un
efecto pasivo sobre el entorno, derivado de la similitud genética entre padres e hijos. Por ejemplo, los padres muy inteligentes pueden proporcionar un entorno muy estimulante a
sus hijos, lo que a su vez interacciona de manera directa con
la propia dotación genética del niño para una inteligencia
elevada.
El genotipo del niño puede evocar tipos especiales de reacciones en su entorno físico y social, lo que se denomina efecto evocativo. Por ejemplo, los bebés activos y felices evocan
más respuestas positivas que los bebés pasivos e inexpresivos (Lytton, 1980). De manera similar, los niños con talento musical probablemente sean elegidos con más frecuencia
en la escuela y se les ofrezca oportunidades especiales para
la música (Plomin et al., 2001).
El genotipo puede jugar un papel más activo en configurar el entorno, lo que se denomina efecto activo. En este caso
el niño busca o construye de manera activa un entorno afín
a sus características genéticas. Por ejemplo, puede ocurrir
que los niños extrovertidos busquen la compañía de los demás, lo que a su vez incrementa su propia tendencia a la sociabilidad (Baumrind, 1991; Plomin et al., 2001).
CORRELACIONES GENOTIPO-AMBIENTE.
INTERACCIONES GENOTIPO-AMBIENTE.
EFECTOS GENÉTICOS SOBRE LOS TRASTORNOS
MENTALES. Parece probable que muchas de las más in-
teresantes influencias genéticas sobre la conducta normal y
anormal ejerzan su influencia de una manera poligénica
––esto es, mediante la actuación de muchos genes, ya sea de
manera aditiva o interactiva (por ejemplo, Plomin, 1990;
Plomin et al., 2001)—. Una persona genéticamente vulnerable ha heredado un gran número de genes que colectivamente representan un defecto heredado. Estos genes
defectuosos a su vez producen anormalidades estructurales
en el sistema nervioso central, y por ende errores en la regulación química y hormonal del cerebro, o excesos o deficiencias en la reacción del sistema nervioso autónomo, que
se encarga de las respuestas emocionales.
MÉTODOS PARA ESTUDIAR LAS INFLUENCIAS GENÉRICAS. Si bien se están produciendo grandes avances
en la identificación de genes defectuosos, todavía no somos
capaces de aislar, dentro de los propios genes, aquellos defectos que producen trastornos mentales. Por lo tanto, la
mayor parte de la información que tenemos sobre el papel
de los factores genéticos en los trastornos mentales no se
basa tanto en el estudio de los propios genes, sino en estudios de personas emparentadas entre sí. La genética de la
conducta, que se dedica al estudio de la heredabilidad de los
trastornos mentales (entre otros aspectos psicológicos), ha
recurrido fundamentalmente a tres métodos para ello:
(1) el estudio del pedigrí o la historia familiar, (2) el estudio
de gemelos, y (3) los estudios sobre adopción. Más recientemente se han desarrollado dos métodos adicionales,
como son los estudios de interrelación y los estudios de asociación.
El estudio del pedigrí o de la historia familiar requiere
que el investigador estudie a parientes del sujeto que padece
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
el trastorno, para analizar si la incidencia se incrementa en
proporción a la relación de parentesco. Además es necesario
compararla con la incidencia de ese mismo rasgo en una
población normal. La principal limitación de este método
es que las personas más estrechamente emparentadas también suelen compartir entornos muy similares, lo que hace
difícil separar los efectos genéticos de los ambientales.
El segundo método utilizado para estudiar la influencia genética sobre la conducta es el estudio de los gemelos.
Los gemelos idénticos o monocigóticos comparten exactamente el mismo código genético, ya que se han desarrollado a partir de un único óvulo fertilizado o zigoto. De esta
manera, si un trastorno determinado fuera completamente
heredable, sería de esperar que el nivel de concordancia
––el porcentaje de gemelos que comparten ese trastorno—
fuera del cien por cien. Esto es, si un gemelo idéntico padece un trastorno determinado, el otro también debería sufrirlo. No existe ninguna forma de psicopatología en el
DSM-4-TR que ofrezca un nivel de concordancia tan elevado, por lo que podemos concluir con cierta seguridad que
ningún trastorno mental es completamente heredable. Sin
embargo, como veremos más adelante, algunos tipos graves
de psicopatología muestran unos niveles de concordancia
para los gemelos relativamente elevados. Tales niveles de
concordancia destacan como especialmente significativos
cuando se comparan con los de los gemelos no idénticos.
Estos gemelos no idénticos o dicigóticos comparten los
mismos genes que si fueran hermanos nacidos de los mismos padres pero en momentos diferentes, ya que se han desarrollado a partir de dos óvulos fertilizados distintos. Por
lo tanto, sería de esperar que los niveles de concordancia
fueran mucho más bajos para los gemelos dicigóticos que
para los monocigóticos, en el caso de que ese trastorno tuviese un fuerte componente genético. Para la mayoría de los
trastornos que trataremos en este libro, los niveles de concordancia para los gemelos dicigóticos son mucho menores
que para los idénticos.
Algunos investigadores han argumentado que esta elevada concordancia que muestran los gemelos monocigóticos no puede interpretarse como una evidencia
concluyente de la contribución genética, debido a que siempre es posible que los gemelos idénticos sean tratados de
una manera más parecida por parte de sus padres que cualquier otro hermano (Bouchard y Propping, 1993; Torgensen, 1993). Sin embargo, algunos estudios muy recientes
han proporcionado evidencias razonablemente poderosas
de que la similitud genérica es un factor más importante
que la similitud en la conducta de los padres (por ejemplo,
Hettema, Neale, y Kender, 1995; Plomin et al., 2001).
Pero el estudio idóneo para examinar con certeza el papel de los factores genéticos sería el que comparase gemelos
idénticos criados en entornos muy diferentes. Evidentemente, encontrar sujetos como esos resulta extremadamente difícil (probablemente sólo haya unos cuantos centenares
en los Estados Unidos), y sólo se han podido llevar a cabo
unos cuantos estudios con muy pocos sujetos. Por ejemplo,
Gottesman (1991) observó que sólo se han estudiado catorce pares de gemelos idénticos criados aparte, donde uno de
ellos hubiera sido diagnosticado de esquizofrenia. Si bien
esta muestra resulta demasiado pequeña como para considerarse representativa, no podemos pasar por alto que el nivel de concordancia para la esquizofrenia en estos gemelos
fue muy similar al de los gemelos idénticos criados juntos,
lo que sugiere que fueron los genes y no tanto el entorno familiar, los responsables de la aparición de ese trastorno.
El tercer método que se ha utilizado para estudiar la influencia genética se basa en los estudios de adopción. Según
una de las variantes de este método, los padres biológicos de
personas que muestran un trastorno determinado (y que
fueron adoptadas muy poco después de nacer), se comparan con los padres biológicos de personas sin ese trastorno
(y que también fueron adoptadas poco después de nacer)
para determinar el nivel que presentan de ese trastorno. Según otra variante, se comparan los niveles de trastornos en
la descendencia de los padres biológicos que tienen un trastorno con la que se observa en la descendencia de padres
biológicos normales. Si existe una influencia genética, entonces deberíamos encontrar niveles del trastorno mucho
más elevados en la descendencia de los padres biológicos
que tienen el trastorno.
Si bien la interpretación de cada uno de estos métodos
no está carente de problemas, no cabe duda de que si los resultados de los estudios que utilizan diferentes estrategias
son convergentes, podríamos llegar a conclusiones razonablemente firmes respecto a la influencia genética de un trastorno (Plomin et al., 2001; Rutter, 1991a). La sección
Avances en el pensamiento 3.2 refleja diversos errores sobre
los estudios de genética y psicopatología.
SEPARAR LAS INFLUENCIAS GENÉTICAS DE LAS
AMBIENTALES. Dado que los tres tipos de estudios so-
bre la heredabilidad intentan diferenciar la herencia del ambiente, también permiten examinar la influencia de los
factores ambientales, e incluso de las influencias ambientales «compartidas» y «no compartidas» (Plomin y Daniels,
1987; Plomin et al., 2001). Las influencias ambientales compartidas son aquellas que afectan de manera similar a todos
los niños de una familia, y les inducen a actuar de manera
parecida, tales como la masificación, la pobreza, o las disputas familiares. Las influencias ambientales no compartidas
son aquellas que son diferentes para cada uno de los niños
de la familia. Por ejemplo, las experiencias en la escuela o estilos de crianza no tienen porqué ser idénticos para todos los
niños. Para ilustrar este último caso podríamos citar la situación en que ambos padres muestran una gran hostilidad
mutua, y algunos de los hijos se implican en el conflicto pero
otros permanecen ajenos al mismo (Plomin et al., 2001;
Rutter et al., 1993). En relación con muchas características
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La perspectiva biológica y los factores causales biológicos
AVA N C E S
en el pensamiento
«Naturaleza, crianza y psicopatología: una
nueva mirada a un viejo tema»
4.
Las personas ponemos de manifiesto abundantes errores y
estereotipos en relación a los estudios sobre la influencia
genética en la conducta. Algunos de los más importantes se
presentan a continuación (Plomin et al., 2001; Rutter, 1991a;
Rutter et al., 1993).
1.
2.
3.
Malentendido: un fuerte efecto genético significa que la
influencia ambiental carece de importancia. Hecho:
incluso aunque se tratara de un trastorno con una
fuerte influencia genética, los factores ambientales
pueden llegar a ejercer un impacto fundamental sobre
ese trastorno. Por ejemplo la estatura, que tiene una
fuerte determinación genética, depende en gran
medida de aspectos nutricionales. Entre 1960 y 1990, la
estatura media de los niños londinenses se incrementó
diez centímetros exclusivamente debido a la mejora de
la dieta (Tizard, 1975).
Malentendido: los genes suponen una limitación a las
posibilidades. Hecho: el potencial de una persona puede
modificarse si cambia su entorno, como ilustra el
ejemplo anterior. Otro ejemplo proviene de aquellos
niños que han nacido de padres socialmente
desaventajados, pero que han sido adoptados y criados
en entornos estimulantes. Tales niños tienen un
cociente intelectual de unos doce puntos por encima de
aquellos que se han criado en entornos desfavorecidos
(Capron y Duyme, 1989; Plomin et al., 2001).
Malentendido: las estrategias genéticas carecen de
valor para el estudio de las influencias ambientales.
Hecho: lo cierto es lo contrario, debido a que las
estrategias de investigación genética proporcionan
pruebas determinantes de la influencia de las
influencias ambientales sobre la personalidad y la
psicopatología. Por ejemplo, debido a que los gemelos
monocigóticos disponen de genes idénticos, los niveles
de concordancia menores del cien por 100 ponen de
relieve la importancia de la influencia ambiental, sobre
todo cuando se trata de entornos no compartidos
(Bouchard y Loehlin, 2001; Plomin et al., 2001).
psicológicas importantes —las influencias no compartidas
parecen ser decisivas—, esto es, las experiencias específicas
de un niño ejercen una mayor influencia sobre su conducta
que las experiencias que comparten todos los niños de la familia (Plomin et al., 2001; Rutter et al., 1993).
5.
6.

.
Malentendido: la naturaleza y la crianza son
elementos diferentes. Hechos: los efectos genéticos
«actúan principalmente mediante su efecto sobre la
susceptibilidad a la influencia ambiental» (Rutter,
1991a, p. 129). Por ejemplo, los bebés que han nacido
con un defecto genético que produce fenilcetonuria
(PKU), un trastorno metabólico, sólo desarrollan la
enfermedad si su dieta contiene fenilanalina.
Además, los genes influyen sobre el tipo de
experiencia que tienen las personas, lo que resulta
evidente si uno reflexiona sobre el efecto que el
sexo, la inteligencia, o el temperamento ejercen
sobre nuestras experiencias vitales (Plomin et
al., 2001).
Malentendido: las influencias genéticas disminuyen
con la edad. Hecho: si bien muchas personas suponen
que los efectos genéticos deberían ser máximos al
nacer, mientras que los de carácter ambiental
aumentarían con la edad, esto no siempre tiene
porqué ser así (Carey, 2003; Plomin, 1986). Respecto
a la estatura, el peso y la inteligencia, los gemelos
dicigóticos son tan parecidos como los monocigóticos
durante su primera infancia, pero a lo largo del tiempo
los gemelos dicigóticos muestran mayores diferencias
que los monocigóticos. Por la razón que sea, muchos
efectos genéticos sobre las características
psicológicas se incrementan con la edad e incluso
otros no aparecen hasta una edad avanzada, como
puede ser el caso de la corea de Huntington, que
describiremos en el Capítulo 15.
Malentendido: los trastornos característicos de una
familia deben ser genéticos, pero los que no tienen un
carácter familiar no lo son. Hecho: hay muchos
ejemplos que contradicen este malentendido. Por
ejemplo, la aparición de la delincuencia juvenil tiende a
ser una característica familiar, y por lo tanto parece
deberse fundamentalmente a influencias ambientales
y no genéticas (Plomin et al., 2001). Por el contrario, el
autismo, que depende fuertemente de los genes,
apenas se produce en el seno de una familia (sólo el
tres por ciento de los hermanos muestran ese
trastorno) (Plomin et al., 2001; Rutter et al., 1993).
ANÁLISIS DE INTERRELACIÓN Y ESTUDIOS DE
ASOCIACIÓN. Algunos de los métodos más recientes
para estudiar las influencias genéticas sobre los trastornos
mentales son los análisis de interrelación y los estudios de
asociación. Mientras que los métodos que acabamos de
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
describir pretenden obtener estimaciones cuantitativas del
grado de influencia genética sobre diferentes trastornos, los
análisis de interrelación y los estudios de asociación están
dirigidos a determinar la localización de los genes responsables de los trastornos mentales. Como se puede imaginar, se
trata de un trabajo que despierta una excitación considerable, ya que la identificación de los genes responsables de un
trastorno abre caminos muy prometedores hacia nuevas
formas de tratamiento e incluso de prevención de ese trastorno.
Los análisis de interrelación de los trastornos mentales
parten del conocimiento disponible sobre la localización de
genes responsables de otras características físicas o procesos
biológicos diferentes al que se pretende estudiar. Por ejemplo, los investigadores pueden realizar un estudio amplio
sobre la historia familiar de la esquizofrenia, buscando todos los parientes conocidos de una persona con esquizofrenia, remontándose varias generaciones atrás. Sin embargo,
de manera simultánea, podrían realizar también un seguimiento de otra característica, como el color de ojos de cada
persona estudiada. Se suele elegir el color de ojos debido a
que se conoce en qué cromosoma está localizado el marcador genético de esa característica. Si los investigadores encuentran que los patrones de esquizofrenia de esa familia
están estrechamente vinculados con el color de los ojos en el
mismo pedigrí, pueden llegar a inferir que un gen que afecta a la esquizofrenia está localizado muy cerca dentro del
mismo cromosoma que contiene el marcador genético para
el color de los ojos. Dicho en otras palabras, sería de esperar
que todos los miembros de una determinada familia con esquizofrenia tuvieran el mismo color de ojos, incluso aunque
todos los miembros de otra familia distinta también con un
pedigrí de esquizofrenia pudieran tener los ojos de otro color. Si bien algunos estudios que han utilizado este tipo de
análisis han encontrado evidencias que apoyan, por ejemplo, la localización de un gen para el trastorno bipolar en el
cromosoma 11 (por ejemplo, Egeland et al., 1987) y de los
genes para la esquizofrenia en una zona determinada de los
cromosomas 6 y 13 (por ejemplo, Straub, MacLean, O’Neill,
Burke, et al., 1995), otros estudios sin embargo, han fracasado al intentar replicar esos resultados. Por lo tanto, de momento, la mayoría de los mismos se consideran
provisionales (véase Carey, 2003; Plomin de et al., 2001).
Parte del problema radica en que esos trastornos están influidos por muchos genes que se extieden a lo largo de múltiples cromosomas; y hasta la fecha, las técnicas sólo han
obtenido éxito en la localización de los genes implicados en
trastornos dependientes de un único gen, como puede ser la
Corea de Huntington (Carey, 2003; Plomin de et al., 2001).
Los estudios de asociación analizan a grandes grupos
de personas que tienen un trastorno determinado, junto a
otras que no lo tienen. A continuación los investigadores
comparan la frecuencia con la que ciertos marcadores genéticos —que se sabe que están localizados en cromoso-
mas determinados—, aparece en ambos grupos de personas. Si uno o más de los marcadores genéticos conocidos
aparece con más frecuencia en las personas con el trastorno que en las personas sin el trastorno, los investigadores
infieren que uno o más genes asociados con el trastorno
deben estar localizados en el mismo cromosoma. Lo ideal
sería que la búsqueda de candidatos genéticos para un
trastorno determinado comenzara con aquellos genes que
se conocen responsables de ciertos procesos biológicos
que han sido alterados por ese trastorno. Por ejemplo,
dado que conocemos las disfunciones que la dopamina
produce respecto a la hiperactividad, los investigadores
han comparado la frecuencia de marcadores genéticos conocidos para ciertos aspectos de la dopamina en niños con
y sin hiperactividad. Cuando se encuentra que esos marcadores genéticos aparecen significativamente con más
frecuencia en los niños con hiperactividad que en los que
no muestran esa característica, se infiere que algunos de
los genes implicados en la hiperactividad también están
localizados cerca de los marcadores genéticos responsables del funcionamiento de la dopamina (Thapar, Holmes, Poulter, y Harrington, 1999; véase Plomin et al.,
2001). Los estudios de asociación están resultando más
prometedores que los estudios de interrelación para la
identificación de aquellos efectos dependientes de un gen
concreto, en la mayoría de los trastornos mentales con influencia poligénica.
De esta manera, aunque este tipo de estudios genéticos
supone una enorme promesa para la identificación de nuevas estrategias para la prevención y el tratamiento, de momento se trata de una promesa no cumplida debido a las
dificultades para replicar los resultados.
El temperamento y otras disposiciones
constitucionales
El término disposición constitucional se utiliza para describir cualquier característica que, o bien es innata, o bien se
ha adquirido tan prematuramente que actúa de manera
funcionalmente similar a un rasgo genético. Las minusvalías físicas y el temperamento se encuentran entre los rasgos
incluidos en esta categoría. Vamos a revisar brevemente el
papel de estos factores constitucionales en la etiología de la
conducta inadaptada.
MINUSVALÍAS FÍSICAS. Las anormalidades biológicas
o las condiciones ambientales que tienen lugar inmediatamente antes o después del nacimiento, pueden originar defectos físicos. La dificultad más comúnmente asociada con
trastornos mentales posteriores (retrasos cognitivos, trastornos de aprendizaje y problemas emocionales y conductuales) es el bajo peso al nacer. Aproximadamente el seis o el
siete por ciento de todos los bebés que nacen en los Estados
Unidos tienen un peso bajo (Barnard, Morisett, y Spieker,
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La perspectiva biológica y los factores causales biológicos
que 1993; Kopp y Kaler, 1989). Afortunadamente, los programas de intervención temprana dirigidos a las madres de
los niños con bajo peso, y también a los propios niños, resultan muy eficaces, al menos a corto plazo, para prevenir algunos de los problemas que suelen estar asociados con el
peso bajo (por ejemplo, Shaffer, 1999). Dichas intervenciones suelen promover y estimular la interacción de la madre
con el niño mientras éste todavía se encuentra en Cuidados
Intensivos. Además, se enseña a los padres a proporcionar, ya
en la casa, el tipo de cuidados sensibles y adecuados que resultan de enorme importancia para estos niños.
Otra dificultad derivada del proceso de nacimiento y
asociada con problemas físicos y conductuales posteriores
es el síndrome de alcohol fetal, que afecta a aquellos bebés
cuyas madres bebieron grandes cantidades de alcohol durante su embarazo. Esa situación puede llegar a causar un
extenso daño neurológico y anormalidades físicas, tales
como irregularidades en el rostro y un crecimiento atrofiado; también se incrementa el riesgo de retraso mental y de
trastorno por déficit de atención (Jacobson y Jacobson,
2000; Mattson y Riley, 1998; véase el Capítulo 12 para más
detalles).
disposición a experimentar afecto negativo—. Las dimensiones infantiles de afecto positivo y posiblemente también
de nivel de actividad parecen estar relacionadas con la dimensión adulta de extraversión, mientras que la dimensión
infantil de duración de la atención parece estar relacionada
con la dimensión adulta de inhibición o control. Al menos
algunos aspectos del temperamento muestran un grado
moderado de estabilidad desde finales del primer año de
vida hasta al menos la niñez intermedia, si bien se ha encontrado que el temperamento también se modifica (por
ejemplo, Lemery, Goldsmith, Klinnert, y Mrazek, 1999;
Rothbart et al., 2000b).
Como hemos visto al comentar las correlaciones genambiente, el temperamento de un bebé o de un niño pequeño ejerce efectos muy profundos sobre diversos
procesos evolutivos y de gran importancia (Rothbart y
Ahadi, 1994; Rothbart et al., 2000b). Por ejemplo, un niño
con un temperamento asustadizo es muy susceptible de sufrir un condicionamiento clásico ante situaciones de temor; más adelante ese niño puede aprender a evitar esas
situaciones potencialmente atemorizantes, y las investigaciones más recientes sugieren que incluso puede tener una
mayor tendencia para aprender a temer las situaciones sociales (Kagan, 1997; Schwartz, Snidman, y Kagan, 1999).
Por su parte, un niño que tenga un umbral muy bajo para
el malestar, puede aprender a regularlo por el procedimiento de mantener muy bajo el nivel de estimulación,
mientras que un niño con una alta necesidad de estimulación puede hacer cosas que contribuyan a incrementar
su excitación (Rothbart y Ahadi, 1994; Rothbart et al.,
2000b).
Vistos los trascendentales efectos que puede tener el
temperamento sobre diversos procesos evolutivos básicos,
no resulta sorprendente que también sea la vía para el desarrollo de diversas formas ulteriores de psicopatología. Por
ejemplo, aquellos niños que suelen mostrar temor en muchas situaciones diversas han sido denominados por Kagan
y sus compañeros como conductualmente inhibidos. Se trata de un rasgo con un componente significativamente heredable (Kagan, 1994), y cuando es estable, se convierte en un
factor de riesgo para desarrollar más adelante trastornos de
ansiedad durante la niñez y probablemente durante la edad
adulta (Biederman et al., 1990; Hirsfeld et al., 1992; Schwartz et al., 1999). De manera opuesta, aquellos niños de
dos años que son muy desinhibidos, y que apenas muestran
miedo ante nada, pueden llegar a tener dificultades para
aprender las normas morales presentes en su sociedad
(Rothbart et al., 2000a), y a la edad de trece años suelen
mostrar más conductas agresivas y delictivas (Schwartz,
Snidman, y Kagan, 1996). Si estos ingredientes de personalidad se combinan con elevados niveles de hostilidad, tenemos el escenario perfecto para el desarrollo de un trastorno
de conducta y de un trastorno de personalidad antisocial
(Harpur, Hart, y Hare, 1993).
El temperamento, que no sólo se
refiere a la reactividad, sino también a formas características de autorregulación, además puede ser una disposición
constitucional. Cuando decimos que los bebés difieren en
su temperamento, nos estamos refiriendo a que se diferencian de manera sistemática en sus respuestas emocionales y
de activación ante ciertos estímulos, así como en su tendencia a aproximarse, esquivar o atender diversas situaciones (Rothbart, Derryberry, y Hershey, 2000b). Por
ejemplo, algunos se sobresaltan tan sólo con el más leve sonido, o lloran cuando le da la luz del sol en la cara; otros
parecen prácticamente insensibles a estos estímulos. Tales
conductas se consideran constitucionales más que genéticas debido a que probablemente dependen de algo más que
los genes en sí mismos; probablemente los factores ambientales prenatales y postnatales jueguen también un papel importante en su desarrollo (Kagan, 1994; Rothbart et
al., 2000b).
Nuestro temperamento inicial se considera como el
sustrato a partir del cual se desarrolla nuestra personalidad.
A partir de los dos o tres meses de edad, es posible identificar aproximadamente cinco dimensiones de temperamento: miedo, irritabilidad y frustración, afecto positivo, nivel
de actividad, y duración de la atención, si bien algunas de
ellas aparecen antes que otras. Estas dimensiones parecen
estar relacionadas con tres importantes dimensiones de la
personalidad adulta: (1) neuroticismo o emocionalidad negativa, (2) extraversión o emocionalidad positiva, y (3) inhibición (Rothbart y Ahadi, 1994; Watson, Clark, y
Harkness, 1994). Las dimensiones de miedo e irritabilidad
corresponden a la dimensión adulta de neuroticismo —la
TEMPERAMENTO.
Capítulo-03
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
Disfunción cerebral y plasticidad
neurológica
Como se ha dicho antes, los daños en el tejido cerebral
pueden generar riesgo de psicopatología, si bien es cierto
que los trastornos psiquiátricos casi nunca se deben de
manera principal a lesiones cerebrales con defectos observables en el tejido cerebral. Sin embargo, en muchos trastornos mentales sí están implicadas deficiencias muy
sutiles en el funcionamiento del cerebro, que iremos comentando a lo largo de este libro. Durante los últimos
quince años nuestra comprensión de cómo los problemas
neurológicos inciden sobre la psicopatología, se ha incrementado a pasos agigantados, sobre todo gracias a las técnicas de neuroimagen que permiten estudiar la estructura
y el funcionamiento de un cerebro vivo (véase el
Capítulo 4 para más detalles). Este tipo de técnicas ha
puesto de manifiesto que los códigos genéticos que dirigen el desarrollo del cerebro no son tan rígidos y deterministas como alguna vez se creyó (por ejemplo, Nelson y
Bloom, 1997; Thompson y Nelson, 2001). Por ejemplo, el
establecimiento de conexiones neuronales nuevas (o sinapsis) después del nacimiento resulta drásticamente
afectado por la experiencia que tiene ese joven organismo
(p.e., Greenouhg y Black, 1992; Rosenzweig et al., 2002).
Ratas criadas en entornos enriquecidos (frente a las criadas en aislamiento) muestran un desarrollo celular muy
superior en ciertas partes de la corteza, así como muchas
más sinapsis por neurona. Cambios similares pueden ocurrir también en animales más viejos cuando comienzan a
vivir en entornos enriquecidos; por lo tanto la plasticidad
neurológica se mantiene en cierta medida a lo largo de
toda la vida. Inicialmente este tipo de resultados se utilizaron para proponer que los bebés debían desarrollarse en
entornos lo más enriquecidos posibles. Sin embargo, trabajos posteriores han demostrado que las condiciones de
crianza normales con padres afectuosos resultan perfectamente adecuadas. Lo que realmente está sugiriendo el trabajo más reciente es que los entornos no estimulantes sí
pueden provocar graves retrasos en el desarrollo (Thompson y Nelson, 2001; Thompson, 2000).
Esta investigación sobre la plasticidad neurológica y
conductual, en combinación con el trabajo sobre las correlaciones entre genotipo y ambiente que hemos descrito más
arriba, deja claro la razón por la que los investigadores en
psicopatología evolutiva están dedicando cada vez más
atención a la teoría evolutiva de sistemas. Esta perspectiva
reconoce que no sólo es la actividad genética la que influye
sobre el desarrollo neurológico, que a su vez influye sobre la
conducta, que a su vez influye sobre el entorno, sino también que tales influencias tienen un carácter bidireccional.
Como se ilustra en la Figura 3.3, diversos aspectos de nuestro entorno (físico, social y cultural) también influyen sobre
la conducta, que a su vez afecta a nuestra actividad neurológica, y que a su vez puede llegar a influir sobre la actividad
genética (Gottlieb, 1992, 2002).
Deprivación o alteración física
Mediante un conjunto muy complejo de procesos, nuestras
funciones digestivas, circulatorias y de otro tipo, funcionan
para mantener el equilibrio fisiológico de nuestro cuerpo.
Un descanso insuficiente, una dieta inadecuada, o un exceso de trabajo, pueden interferir con este equilibrio, y por lo
tanto con la capacidad de la persona para afrontar los problemas, predisponiéndola a sucumbir a ellos. Por ejemplo,
en ocasiones los prisioneros de guerra han sido obligados a
revelar información simplemente al impedirles dormir o
comer durante varios días. Los estudios experimentales con
voluntarios que se han mantenido sin dormir durante periodos de entre setenta y dos a noventa y ocho horas, han
puesto de manifiesto una serie de problemas psicológicos
que van en aumento a medida que pasan las horas sin dormir, entre los que se incluyen la desorientación espaciotemporal, y sentimientos de despersonalización.
Una privación del sueño crónica aunque sea relativamente moderada, puede tener consecuencias emocionales
muy adversas sobre niños y adolescentes. En un estudio con
más de 3000 adolescentes, Wolfson y Carskadon (1998) pusieron de manifiesto que a lo largo de la adolescencia se produce una disminución del tiempo total de sueño. Esta
disminución está asociada con una gran cantidad de somnolencia diurna. A su vez está somnolencia puede aumentar
la vulnerabilidad a sufrir accidentes, impulsar la utilización
Influencias bidireccionales
Entorno (físico, social,
cultural)
Figura 3.3
INFLUENCIAS DIRECCIONALES
Una perspectiva de sistemas del desarrollo psíquico
biológico.
Fuente: Gilbert Gottlieb, tomado de Individual Development and
Evolution: The Genesis of Novel Behavior. New York: Oxford
University Press, 1992. Reproducido con permiso de Lawrence
Erlbaum Associates.
Conducta
Actividad neurológica
Actividad genética
Desarrollo individual
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La perspectiva biológica y los factores causales biológicos
de cafeína y alcohol, e inducir problemas del estado de ánimo y de la conducta.
Una privación prolongada de la comida también afecta
al funcionamiento psicológico. Por ejemplo, una pérdida importante de peso puede tener consecuencias psicológicas a
largo plazo. En un estudio se analizó a un grupo de soldados
de la segunda guerra mundial y de la guerra de Corea que habían perdido más del treinta y cinco por ciento de su peso
corporal mientras se encontraban en cautividad. A pesar de
que habían transcurrido treinta años desde entonces, sus resultados en una serie de pruebas cognitivas estuvieron por
debajo de los de otros soldados que no habían perdido tanto
peso (Stuker et al., 1990, 1995). Además, Polivy y sus asociados (1994) encontraron que los soldados que habían perdido
una gran cantidad de peso en aquella época informaban de
que se atiborraban de comida con más frecuencia de lo que
puede ser normal en personas de características similares.
Pero quizá la muestra más trágica de deprivación sea la
que afecta a los niños pequeños malnutridos. La malnutrición grave deteriora el desarrollo físico y disminuye la resistencia a la enfermedad. También atrofia el desarrollo del
cerebro, lo que provoca una menor inteligencia, y aumenta
el riesgo de sufrir problemas como el trastorno por déficit
de atención (que se caracteriza por problemas de atención,
muchas distracciones, que interfiere con los aprendizajes
escolares; Amcoff, 1980; Galler, 1984; Lozoff, 1989). En algunos países occidentales como Estados Unidos, investigaciones recientes indican que la malnutrición es más
habitual en aquellas familias en las que la madre adopta un
papel pasivo en el cuidado de los niños. Si se enseña a estas
madres a ofrecer suplementos nutritivos a sus niños (suponiendo, claro está, que estén disponibles), desaparecen muchos de los efectos adversos de la malnutrición, a medida
que los bebés cobran energía y se muestran más abiertos a
los procesos de socialización, tan importantes para un desarrollo intelectual normal (Sameroff, 1995; Thompson y
Nelson, 2001).
Los tratamientos biológicos parecen ejercer resultados
más inmediatos que otro tipo de terapia, y abren la esperanza de que puedan conseguir una curación completa
con un esfuerzo aparentemente pequeño.
Sin embargo, y como ha señalado Gorenstein (1992),
existen algunos errores en esta interpretación popular de
los avances biológicos más recientes. Gorenstein resalta la
idea de que resultaba ilusorio suponer —como lo hacen algunos destacados investigadores biológicos— que establecer las diferencias biológicas que puedan existir entre, por
ejemplo, personas con y sin esquizofrenia, sustenta por sí
mismo la idea de que esquizofrenia es una enfermedad orgánica (Andreasen, 1984; Kety, 1974). Todos los rasgos conductuales (introversión y extraversión, por ejemplo) se
caracterizan por aspectos biológicos específicos, si bien no
etiquetamos esas características como enfermedad. De esta
manera, la decisión sobre lo que constituye una enfermedad o un trastorno mental, todavía se basa en una opinión
subjetiva, y relacionada con los efectos funcionales de la
conducta inadaptada. El establecimiento de la base biológica no tiene nada que ver con este tema debido a que toda
conducta —tanto normal como patológica— tiene un sustrato biológico.
El segundo error importante que destaca Gorenstein
(1992) se refiere a la idea de que la mayoría, si no todos, los
trastornos mentales son en realidad trastornos biológicos
con causas biológicas (Andreasen, 1984; Kety, 1974). Dado
que toda nuestra conducta puede reducirse en última instancia a un conjunto de acontecimientos biológicos que
tienen lugar en el cerebro, resulta un error distinguir de
esta manera entre causas biológicas y psicológicas. Como
argumenta Gorenstein, las causas psicológicas sólo pueden distinguirse de las biológicas «antes de que entren en
el sistema nervioso central» (1992, p. 123). Esto se debe a
que una vez que la causa psicológica ha ejercido su efecto
sobre la persona, dicho efecto también resulta mediatizado por la actividad del sistema nervioso central. Así pues,
en la actualidad, si encontramos alguna disfunción del sistema nervioso central, ésta puede proceder tanto de causas psicológicas como biológicas. Por otra parte, los
tratamientos psicosociales suelen ser tan eficaces como las
drogas para producir cambios en la estructura y la función
del cerebro (por ejemplo, Schwartz, Stoessel, Baxter, Martin, y Phelps, 1996).
Desde una perspectiva más general, debemos recordar
de nuevo que sólo unos cuantos, si es que hay alguno, de los
trastornos mentales son independientes de la personalidad
del sujeto o de los problemas a los que éste se enfrenta cuando intenta vivir su vida. En las páginas que siguen vamos a
examinar las perspectivas que ponen el acento en estas consideraciones psicosociales y socioculturales, sin olvidar que
el principal desafío debe ser la integración de estas perspectivas con una visión de la psicopatología que tenga una coherencia biopsicosocial.
Impacto de la perspectiva biológica
Los descubrimientos biológicos han influido profundamente sobre nuestra visión de la conducta humana. Ahora somos capaces de reconocer el importante papel de los
factores bioquímicos y de las características innatas
––muchas de las cuales están determinadas genéticamente—, tanto sobre la conducta normal como sobre la conducta anormal. Además, a partir de la década de los 50
estamos asistiendo al desarrollo de una industria farmacológica cuyos productos son capaces de modificar de una
manera drástica la gravedad y el curso de ciertos trastornos mentales, sobre todo de algunos tan graves como la esquizofrenia. Esto ha atraído una gran cantidad de
atención sobre la perspectiva biológica, y no sólo en el ámbito científico sino también entre el público en general.
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
REVISIÓN
• Describa la secuencia de acontecimientos
implicado en la transmisión de impulsos
nerviosos, y explique cómo los desequilibrios
de los neurotransmisores pueden provocar una
conducta patológica.
• ¿Cuál es la relación entre genotipo y fenotipo,
y cómo puede el fenotipo modelar e
interactuar con el entorno?
• ¿Qué es el temperamento, y por qué resulta
importante para comprender el origen de la
conducta patológica?
• ¿Qué queremos decir cuando nos referimos a
la plasticidad neurológica?
PERSPECTIVAS
PSICOSOCIALES
Existen más interpretaciones psicosociales que biológicas
de la conducta patológica, que ponen de manifiesto un
amplio rango de opiniones sobre la mejor manera de comprender a los humanos, no sólo como organismos biológicos, sino también como personas con motivos, deseos,
percepciones, etc. A continuación vamos a examinar con
cierta profundidad tres perspectivas sobre la naturaleza y la
conducta humanas: la psicodinámica, la conductual y la
cognitivo-conductual. Existen también otras dos perspectivas. Una es la humanista, que se centra en liberar a las personas de aquellas actitudes que les incapacitan, de tal
manera que puedan vivir plenamente su vida. El énfasis se
sitúa por tanto sobre el crecimiento y la autorrealización, y
no tanto sobre el tratamiento de enfermedades o el alivio de
trastornos. La otra perspectiva es la existencial, menos optimista, y que destaca las dificultades inherentes de la autorrealización. La sección Avances en el pensamiento 3.3
presenta algunos de los temas principales de ambas perspectivas. En el Capítulo 17 abordaremos la manera en que
abordan la psicoterapia.
Las tres perspectivas que vamos a describir aquí representan orientaciones distintas y en ocasiones conflictivas,
aunque en muchos aspectos son complementarias. Todas
ellas destacan la importancia de las experiencias iniciales y
reconocen las influencias sociales y los procesos psicológicos
para el desarrollo del individuo —de ahí el término psicosocial—. Tras describir estos diferentes modelos, revisaremos
diversos factores causales de carácter psicosocial que están
asociados con la conducta patológica, y discutiremos cómo
explican algunos de estos modelos tales efectos.
Las perspectivas psicodinámicas
Como se dijo en el Capítulo 2, Sigmund Freud, el fundador
de la escuela psicoanalítica, destacaba el papel de los procesos inconscientes para la determinación de la conducta
normal y anormal. Un concepto fundamental aquí es el inconsciente. De acuerdo con Freud, la parte consciente de la
mente representa en realidad una zona relativamente pequeña, mientras que la parte inconsciente, como ocurre con
la sección sumergida de un iceberg, es mucho más grande.
En las profundidades del inconsciente se encuentran los recuerdos dolorosos, los deseos olvidados, y otras experiencias que han quedado reprimidas, esto es, eliminadas de la
conciencia. Sin embargo, ese material inconsciente continúa intentando expresarse, y emerge en forma de fantasías,
sueños, lapsus linguae, y cosas similares, y también cuando
la persona se encuentra en estado de hipnosis. Hasta que ese
material inconsciente no se lleve a la conciencia y se integre
en ella (véase el Capítulo 17), puede estar generando conductas irracionales e inadaptadas. Para nuestros propósitos
será suficiente una visión general de los principios de la teoría psicoanalítica clásica (véase Alexander, 1948; Arlow,
2000, o cualquier trabajo original de Freud para más información).
LA ESTRUCTURA DE LA PERSONALIDAD: ELLO, YO
Y SUPERYO. Freud propuso que la conducta de una
persona procede de la interacción de tres componentes
esenciales de la personalidad: el ello, el yo y el superyo (por
ejemplo, véase Arlow, 2000). El ello es el origen de los impulsos instintivos y la primera estructura que aparece en la
infancia. Estos impulsos son innatos y de carácter opuesto:
(1) instintos de vida, que son los impulsos constructivos
primarios de naturaleza sexual, y que constituyen la libido,
la energía básica de la vida; y (2) instintos de muerte, que
constituyen impulsos destructivos que tienden hacia la
agresión, la destrucción y la muerte. Freud utilizaba el término sexual de una manera amplia para referirse prácticamente a cualquier experiencia placentera, ya fuera comer o
pintar. El ello opera bajo el principio del placer, orientándose por completo hacia las conductas dirigidas a obtener
placer, preocupado exclusivamente por la gratificación inmediata de las necesidades instintivas, sin atender en absoluto a consideraciones morales o derivadas de la realidad. Si
bien el ello puede generar imágenes mentales y fantasías repletas de deseos, denominadas procesos primarios de pensamiento, no puede adoptar las acciones realistas necesarias
para lograr esos deseos instintivos.
Consecuentemente, Freud propuso que a los pocos
meses de vida los niños desarrollan una segunda parte de su
personalidad, que denominó yo. El yo hace de mediador
entre las demandas del ello y las del mundo real. Por ejemplo, durante el entrenamiento en el control de esfínteres, los
niños aprenden a controlar esa función corporal para
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Perspectivas psicosociales
AVA N C E S
en el pensamiento
Las perspectivas humanista y existencial
La perspectiva humanista
La perspectiva humanista considera la naturaleza humana
como básicamente «buena». Presta menos atención a los
procesos inconscientes y a las causas del pasado, para
concentrarse preferentemente en los procesos conscientes
actuales y abundar sobre la capacidad inherente a las
personas para ser responsables de sus propios actos. Los
psicólogos humanistas consideran que gran parte de la
investigación empírica diseñada para investigar los factores
causales es demasiado simplista como para indagar en las
complejidades de la conducta humana. De esta manera la
perspectiva humanista tiende a ser tanto una afirmación de
valores —cómo debiéramos considerar al ser humano— como
un intento de explicar la conducta humana, al menos entre
aquellas personas asediadas por problemas personales.
Esta perspectiva está orientada hacia aquellos procesos
sobre los que tenemos muy poca información científica: amor,
esperanza, creatividad y valores, significado, desarrollo
personal y autorrealización. Si bien estas abstracciones no
están sujetas de manera inmediata a la investigación empírica,
sí es posible identificar algunos temas y principios
subyacentes a la psicología humanista, incluyendo el Yo como
un tema unificador, y una orientación fundamental sobre los
valores y el desarrollo personal.
Al utilizar el concepto de Yo como tema unificador, los
psicólogos humanistas ponen el énfasis sobre la importancia
de la individualidad. Entre todos ellos, Carl Rogers (1902-1987)
desarrolló la formulación más sistemática del autoconcepto, a
partir de su investigación pionera sobre la naturaleza de los
procesos psicoterapéuticos. Rogers (1951, 1959) formuló sus
ideas en una serie de propuestas que pueden resumirse de la
siguiente manera:
• Cada individuo desarrolla su existencia en un mundo privado
de experiencias de las cuales el yo, mi o yo mismo,
constituyen el centro.
• La ambición más básica de un individuo está dirigida al
mantenimiento, desarrollo y actualización de su yo.
• La percepción de una amenaza para el yo va seguida de
algún tipo de defensa, lo que incluye un mecanismo de
compensación de la percepción y la conducta, así como la
introducción de mecanismos de autodefensa.
• Las tendencias más profundas de una persona están
orientadas hacia la salud y la globalidad; bajo condiciones
normales, una persona actúa de manera racional y
constructiva, y elige estrategias dirigidas hacia el desarrollo
personal y la autorrealización.
Los psicólogos humanistas destacan que los valores y el
proceso de elección son elementos claves de la dirección de
nuestra conducta, para lograr una vida significativa y plena de
significado. Cada uno de nosotros debemos desarrollar valores
y un sentido de identidad propia basados en nuestra propia
experiencia, en vez de aceptar a ciegas los valores de los
demás; de lo contrario, estaremos negando nuestras propias

.
experiencias y perdiendo el valor de nuestros propios
sentimientos. Sólo de esta manera podremos llegar a
autorrealizarnos, lo que significa conseguir el desarrollo
completo de nuestro potencial.
De acuerdo con la perspectiva humanista, la
psicopatología consiste esencialmente en el bloqueo o la
distorsión del desarrollo personal y de la tendencia natural
hacia la salud física y mental. Los psicoterapeutas seguidores
de esta perspectiva intentan liberar a las personas de aquellas
convicciones y actitudes que les incapacitan, de manera que
puedan vivir su vida de una manera completa. Así pues, el
énfasis se sitúa en el desarrollo y la autorrealización, y no
tanto en curar las enfermedades o aliviar los trastornos.
La perspectiva existencialista
La perspectiva existencialista se parece a la humanista en cuanto
a su énfasis sobre la unicidad de cada individuo, La búsqueda de
valores y significado, y la existencia de libertad para autodirigirse y auto-realizarse. Sin embargo, adopta una visión menos
optimista del ser humano, y destaca sus tendencias irracionales
así como las dificultades inherentes para la auto-realización,
sobre todo en el seno de una sociedad moderna, burocrática y
deshumanizada. En definitiva, para los existencialistas vivir es
mucho más que una «confrontación». Los pensadores
existencialistas están especialmente preocupados por las
experiencias internas de una persona, cuando intentan
comprender y enfrentarse con los problemas humanos más
profundos. El existencialismo plantea algunos temas básicos:
• Existencia y esencia. Nuestra existencia nos viene dada,
pero lo que hacemos con ella —nuestra esencia— tenemos
que construirla.
• Elección, libertad y coraje. Nuestra esencia depende de
nuestras elecciones, debido a que éstas reflejan los valores
sobre los que basamos y ordenamos nuestra vida.
• Significado, valor y obligación. El deseo de significado es
una tendencia humana básica para encontrar valores
satisfactorios que nos permitan dirigir nuestra propia vida;
también son muy importantes nuestras obligaciones hacia
los demás.
• La ansiedad existencial y el encuentro con la nada. La nada,
que en su forma final es la muerte, supone el destino
inevitable de todos los seres humanos. La conciencia de
nuestra inevitable muerte y sus implicaciones para nuestra
vida pueden provocar una ansiedad existencial, esto es, una
profunda preocupación respecto a si se ha conseguido vivir
una vida plena y satisfactoria.
Los psicólogos existenciales se centran en la importancia de
establecer valores y de adquirir un nivel de madurez espiritual
digno de la libertad que da la propia humanidad. La evitación
de estos asuntos da lugar a una vida corrupta, insustancial, y
desperdiciada. Por lo tanto, la mayor parte de la conducta
patológica se concibe como producto de un fracaso para
enfrentarse de manera constructiva con la desesperación y la
frustración existencial.
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
cumplir las expectativas de sus padres y de la sociedad, y en
ese proceso el yo asume el papel de mediador entre las necesidades físicas del cuerpo/ello, y la necesidad de encontrar
un momento y un lugar apropiados. El propósito básico del
yo es cumplir las demandas del ello, pero de manera que se
asegure el bienestar y la supervivencia del individuo. Este
objetivo exige la utilización de la razón y de otros recursos
intelectuales para enfrentarse con el mundo exterior, así
como el control de las demandas del ello. Estas medidas
adaptativas del yo se denominan procesos secundarios de
pensamiento, y el principio sobre el que opera el yo se denomina principio de la realidad. Freud consideraba que las
demandas del ello, y sobre todo las de carácter sexual y agresivo, estaban en conflicto permanente con las reglas y
prohibiciones impuestas por la sociedad.
Freud postulaba que a medida que los niños crecen y
van aprendiendo las reglas de los padres y de la sociedad sobre lo que está bien y lo que está mal, va apareciendo
gradualmente una tercera parte de la personalidad que denominó superyo. El superyo es el resultado de la interiorización de los tabús y los valores morales de una sociedad. Es
esencialmente aquello a lo que nos referimos con el término conciencia; está preocupado fundamentalmente por lo
que está bien y lo que está mal. A medida que el superyo se
desarrolla, se convierte en un sistema interno de control en
permanente enfrentamiento con los deseos desinhibidos del ello. Dado que el yo hace de mediador entre los
deseos del ello, las demandas de la realidad, y las restricciones morales del superyo, a menudo recibe el nombre de
rama ejecutiva de la personalidad.
Freud estaba convencido de que la interacción entre el
yo, el ello y el superyo resulta crucial para la determinación
de la conducta. Con frecuencia surgen conflictos mentales
debido a que esos tres sistemas están persiguiendo objetivos
diferentes. Si no son resueltos, esos conflictos intrapsíquicos conducen a los trastornos mentales.
ANSIEDAD, MECANISMOS DE DEFENSA Y EL INCONSCIENTE. El concepto de ansiedad —un senti-
miento generalizado de miedo y aprensión— resulta muy
destacado en la perspectiva psicoanalítica debido a que
constituye un síntoma prácticamente universal de los trastornos neuróticos. De hecho, Freud estaba convencido de
que la ansiedad desempeñaba un papel causal esencial en la
mayoría de las formas de psicopatología que iremos discutiendo a lo largo de este libro. En ocasiones esta ansiedad se
experimenta de una manera abierta, pero otras veces se reprime y se transforma en otros síntomas diferentes.
La ansiedad es una llamada de atención frente a peligros reales o imaginados, además de una experiencia dolorosa, e impulsa al individuo a adoptar algún tipo de acción
para impedirlos. Con frecuencia el yo puede enfrentarse a
los problemas con una ansiedad objetiva y mediante medidas racionales. Sin embargo, la ansiedad neurótica y moral,
dado que es inconsciente, no puede tratarse mediante medidas racionales. En esos casos el yo tiene que recurrir a medidas irracionales de protección que se denominan
mecanismos de defensa, algunos de los cuales se describen
en la Tabla 3.1. Tales mecanismos permiten descargar o disminuir la ansiedad, aunque lo hacen desplazando las ideas
dolorosas fuera de la conciencia y no enfrentándose directamente con el problema. Por ello esos mecanismos pueden
dar lugar a una visión distorsionada de la realidad, si bien
algunos son más adaptativos que otros.
Junto a su concepto de estructura de la personalidad, Freud
también propuso la existencia de cinco etapas psicosexuales del desarrollo, por las que todos hemos de atravesar desde nuestra infancia hasta la pubertad. Cada etapa se
caracteriza por una forma dominante de lograr el placer libidinoso (sexual):
ETAPAS PSICOSEXUALES DEL DESARROLLO.
Etapa oral: durante los primeros dos años de vida, la
boca es la principal zona erógena; la principal fuente de
gratificación de un niño pequeño es la succión, un proceso por otra parte necesario para alimentarse.
Etapa anal: entre los dos y los tres años de edad, el ano
se convierte en la principal fuente de placer, que coincide con el entrenamiento en el control de esfínteres y
con la necesidad de retener y eliminar las heces.
Etapa fálica: entre los tres y los cinco o seis años, la manipulación de los genitales proporciona la principal
fuente de sensaciones placenteras.
Etapa de latencia: entre los seis y los doce años, las motivaciones sexuales pierden importancia, a medida que
los niños se muestran más interesados en desarrollar
sus habilidades y en realizar otras actividades.
Etapa genital: tras la pubertad, los principales sentimientos de placer provienen ya de las relaciones
sexuales.
Freud consideraba que la gratificación apropiada durante cada etapa resulta muy importante para evitar que la
persona se quede atrofiada, o fijada, en esa etapa. Por ejemplo, mantenía que un niño que no recibe una gratificación
oral adecuada durante la vida adulta, mostrará una tendencia excesiva a comer o hacia otras formas de estimulación
oral como morderse las uñas, fumar, o beber en exceso.
EL COMPLEJO DE EDIPO Y EL COMPLEJO DE ELECTRA. En general, cada etapa del desarrollo plantea una
serie de demandas sobre el individuo, y desarrolla conflictos que Freud consideraba que debían resolverse. Uno de
los conflictos más importantes tiene lugar durante la etapa
fálica, cuando la auto estimulación genital y las fantasías
que la acompaña facilitan la aparición del complejo de Edipo. Según la mitología griega, Edipo involuntariamente
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Tabla 3.1.
Perspectivas psicosociales
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Mecanismos de defensa del yo
Mecanismo
Ejemplo
Hiperactividad. Realización de una conducta de manera
excesiva o antisocial, sin preocuparse de las
consecuencias negativas, como una manera de reducir
el estrés emocional.
Un hombre infeliz y frustrado tiene diversas aventuras
amorosas de carácter indiscriminado, sin preocuparse
de los efectos negativos que puede tener sobre su
matrimonio.
Negación de la realidad. Protege al yo de una realidad
desagradable, por el procedimiento de rechazar su
existencia, o de no enfrentarse a ella.
Un fumador está convencido de que las pruebas de que
el tabaco perjudica la salud son científicamente
inexactas y baladíes.
Desplazamiento. Descargar los sentimientos
reprimidos, a menudo de carácter hostil, sobre objetos
menos peligrosos que aquellos que han generado ese
sentimiento.
Una mujer acosada por su jefe en el trabajo inicia una
pelea con su marido.
Fijación. Apegarse de una manera irracional o
exagerada a una persona, o detener el desarrollo
emocional en un nivel infantil o adolescente.
Un hombre soltero de mediana edad que todavía vive
con su madre, y depende de ella para sus necesidades
básicas.
Proyección. Atribuir a los demás los motivos y
características propios que nos resultan inaceptables.
El dictador de un estado totalitario está convencido de
que los países vecinos pretenden invadir el suyo.
Racionalización. Utilizar explicaciones «inventadas»
para ocultar o disfrazar los motivos inconfesables de la
propia conducta.
Un racista fanático recurre a pasajes ambiguos de las
Escrituras para justificar sus acciones hostiles hacia las
minorías.
Reacción de formación. Impide el conocimiento o la
expresión de los deseos inaceptables, mediante una
exagerada adopción de una conducta aparentemente
opuesta.
Un hombre preocupado por sus impulsos homosexuales
inicia una campaña en su comunidad para clausurar los
bares gays.
Regresión. Refugiarse en una etapa evolutiva anterior,
caracterizada por una menor exigencia de madurez y
responsabilidad.
Un hombre cuya autoestima está hecha pedazos, adopta
una conducta infantil, y empieza a exhibir sus genitales a
las chicas jóvenes.
Represión. Impedir que pensamientos dolorosos o
peligrosos accedan a la conciencia.
Los impulsos asesinos ocasionales de la madre de un
niño hiperactivo de dos años no pueden acceder a la
conciencia.
Sublimación. Se canaliza la energía sexual frustrada
hacia otras actividades sustitutivas.
Un artista sexualmente frustrado pinta cuadros de un
erotismo salvaje.
Deshacer. Intentar deshacer de manera mágica deseos o
actos inaceptables.
Un quinceañero que se siente culpable por masturbarse,
toca ritualmente el pomo de la puerta un determinado
número de veces, tras cada episodio.
Fuente: Basado en A. Freud (1946); Reproducido con permiso de DSM-IV. 1994, APA.
mató a su padre y se casó con su madre. Freud pensaba que
cada niño revive la tragedia de Edipo de manera simbólica.
Desea a su madre y considera a su padre como un odioso rival; sin embargo, los niños también temen que su padre les
castigue por estos deseos cortándole el pene. Esta ansiedad
ante la castración impulsa al niño a reprimir su deseo
sexual por su madre y su hostilidad hacia su padre. Eventualmente, si todo va bien, el niño se identifica con su padre
y reserva únicamente un cariño afectuoso hacia su madre,
reorientando sus impulsos sexuales hacia otra mujer.
El complejo de Electra supone la contrapartida femenina del complejo de Edipo, y también está basado en una
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
tragedia griega. Supone que las niñas desean poseer a su padre y sustituir a su madre. Freud también creía que durante
esta etapa, las niñas experimentan una envidia del pene, deseando tener uno como su padre o sus hermanos. Llegan a
superar este complejo cuando se identifican con su madre y
se prometen a sí mismas que algún día tendrán un hombre
que les proporcione un bebé, lo que inconscientemente les
sirve como un sustituto del pene.
La resolución de este conflicto se considera esencial
para que un adulto sea capaz de desarrollar relaciones heterosexuales satisfactorias. La perspectiva psicoanalítica
mantiene que lo mejor que se puede esperar para ello es
un compromiso entre nuestras belicosas inclinaciones, y
obtener tanta gratificación instintiva como sea posible
con la menor cantidad de castigo y de culpabilidad. Así
pues, esta perspectiva representa una visión determinista
de la conducta humana, que minimiza la racionalidad y la
libertad de autodeterminación. Desde una perspectiva colectiva, interpreta la violencia, la guerra y otros fenómenos
relacionados, como los productos inevitables de los instintos agresivos y destructivos inherentes a la naturaleza
humana.
PERSPECTIVAS PSICODINÁMICAS MÁS RECIENTES.
En su intento de comprender a sus pacientes y de desarrollar su teoría, Freud se preocupó principalmente de reflexionar sobre el ello, y sobre su naturaleza como fuente de
energía, y de qué manera esta energía podía reorientarse o
transformarse. También se centró en el superyo, pero prestó muy poca atención al yo. Los teóricos psicoanalistas posteriores desarrollaron las ideas de Freud en tres direcciones
ligeramente diferentes. Una de ellas fue la adoptada por su
hija Ana Freud (1895-1982), que se dedicó fundamentalmente a la función del yo como el «poder ejecutivo» de la
personalidad. Tanto ella como otros influyentes teóricos
psicoanalistas de la segunda generación, refinaron y elaboraron la faceta de las reacciones defensivas del ello, situándola en un papel destacado, dado su importante papel
organizador en el desarrollo de la personalidad por ejemplo, A. Freud, 1946). Esta escuela se conoce como la Psicología del yo. Otros teóricos que se centraron en los aspectos
más precoces de las relaciones entre madre e hijo se embarcaron en una segunda dirección, mientras que un tercer
grupo de teóricos psicoanalistas de segunda generación se
concentraban sobre los determinantes sociales de la conducta, y sobre la importancia de las relaciones interpersonales que mantienen los individuos. Cada una de estas
orientaciones más recientes ha omitido el énfasis tradicional de la teoría psicoanalítica (freudiana) sobre la primacía
de la energía libidinosa y los conflictos intrapsicológicos. El
término psicodinámicas generalmente se refiere a cualquiera de esas teorías de segunda generación que surgieron de la
teoría psicoanalítica original de Freud, pero que terminaron separándose de ella de manera significativa.
La teoría de las relaciones objetales. La perspectiva
de las relaciones objetales tiene su origen en la denominada
escuela de psicoanálisis de Budapest, cuya figura más destacada fue Sandor Ferenczi, compañero y amigo de Freud.
Freud consideraba que los acontecimientos que tenían lugar durante la etapa edípica resultaban claves para el desarrollo de los síntomas neuróticos, pero Ferenczi creía que
las relaciones anteriores eran incluso más importantes para
el desarrollo de la personalidad.
Su perspectiva no se centra en el ello ni en el yo, sino en
los objetos hacia los que los niños dirigen sus impulsos, y
que han introyectado (incorporado) a su propia personalidad. En este contexto, objeto se refiere a la representación
simbólica de otra persona en el entorno de niños, frecuentemente uno de sus padres. Introyección se refiere a un
proceso interno mediante el cual el niño incorpora simbólicamente, mediante imágenes y recuerdos, a personas importantes de su vida. Por ejemplo, los niños podrían
interiorizar la imagen del rostro ceñudo de uno de sus padres. Posteriormente este símbolo, o representación del objeto exterior, puede llegar a influir sobre la manera en que
una persona experimenta determinados acontecimientos y
desarrolla su conducta.
De manera similar, el trabajo de Margaret Mahler
(1897-1985) también destacó la idea de que los niños pequeños no son capaces de distinguir entre sí mismos y los
objetos (Mahler, 1976). Sólo de manera gradual los niños
van desarrollando una representación interna de sí mismos
como algo diferente del resto de los objetos. Esto tiene lugar
mediante un proceso de separación-individualización que
comienza hacia los cuatro o cinco meses de edad pero no se
termina hasta que el niño ha cumplido tres años (Greenberg y Mitchel 1983). Esto significa que los primeros tres
años de vida representan la transición desde una relación
simbiótica con la madre hacia la separación propia de un
individuo independiente. El éxito en la consecución de esta
separación-individualización resulta esencial para lograr
una madurez personal.
Durante la década de los 30 en Inglaterra se avanzó
más en esta propuesta bajo el liderazgo de Melanie Klein
(una estudiante de Ferenczi), W. R. D. Fairburn y D. W.
Winnicott. Todos ellos comparten su interés por las interacciones de la persona con otros individuos reales o imaginados (objetos internos y externos), y sobre las relaciones que
las personas experimentan con esos objetos internos y externos (Greenberg y Mitchel 1983). La idea general es que
los objetos interiorizados pueden mostrar diversas propiedades conflictivas —como ser atractivos versus hostiles y
frustrantes—, y también que esos objetos pueden desprenderse del yo para tener una existencia independiente, provocando así conflictos internos. Por ejemplo, un niño
podría interiorizar imágenes de un padre punitivo; a continuación esa imagen se convierte en una dura autocrítica.
Una persona que experimente dicho desprendimiento
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entre objetos interiorizados se convierte, por decirlo así, en
«el siervo de muchos señores» y por lo tanto será incapaz de
alcanzar una vida integrada y ordenada.
Durante las últimas décadas, otros influyentes analistas
americanos han defendido la perspectiva de las relaciones
objetales. Entre ellos podemos citar a Otto Kernberg, conocido fundamentalmente por sus estudios sobre la personalidad limítrofe y narcisista (Kernberg, 1985; 1996; véase el
Capítulo 11). Su idea principal es que las personas que tienen una personalidad limítrofe, cuya principal característica es la inestabilidad (sobre todo en sus relaciones
personales), son individuos incapaces de conseguir una
identidad personal completa y estable debido a su dificultad
para integrar y reconciliar objetos interiorizados de carácter patológico. Debido a esta limitación para organizar su
mundo interno de manera que las personas a las que conocen (incluidos ellos mismos) aparezca con una mezcolanza
de aspectos positivos y negativos, también ellos llegan a
percibir el mundo que les rodea de una manera maniquea.
Por ejemplo, una persona puede ser «completamente buena» en un instante y «absolutamente malvada» en otro (Koenigsberg, Kernber, et al., 2000).
La perspectiva interpersonal. Somos seres sociales, y
estamos hechos de material que procede de nuestras relaciones con los demás. Por tanto es lógico esperar que una
gran parte de la psicopatología refleje este hecho —que la
psicopatología se arraiga en las desafortunadas tendencias
que hemos desarrollado a lo largo de nuestra relación con
nuestro entorno interpersonal—. Esta es la base de la perspectiva interpersonal, que comenzó con la deserción en
1911 de Alfred Adler (1870-1937) que se distanció de la
postura de su maestro, Freud. Adler destacó la importancia
de los determinantes sociales por encima de los agentes internos de la conducta. Criticó la importancia que Freud
daba a los instintos como fuerzas impulsoras básicas de la
personalidad. Desde su perspectiva, las personas somos seres inherentemente sociales, que estamos básicamente motivados por el deseo de pertenencia y de participación en un
grupo (véase Mosak, 2000 para una revisión reciente).
A lo largo del tiempo, otros teóricos psicodinámicos
también se han enfrentado a la teoría psicoanalítica como
reacción a su olvido de los importantes factores sociales.
Entre los más conocidos se encuentra Erich Fromm (19001980) y Karen Horney (1885-1952). Erich Fromm se centró
sobre las orientaciones o disposiciones que adoptan las personas cuando interaccionan con los demás. Consideraba
que cuando tales orientaciones hacia el entorno social están
inadaptadas, terminan por generar una gran cantidad de
psicopatología. De manera independiente, Horney desarrolló una idea similar y, más en concreto, rechazó fervientemente la humillante concepción psicoanalítica freudiana de
las mujeres (por ejemplo, la idea de que experimentan una
envidia del pene).
Perspectivas psicosociales

Erik Erikson (1902-1994) también amplió los aspectos
interpersonales de la teoría psicoanalítica. Elaboró y extendió las etapas psicosexuales propuestas por Freud, pero con
una orientación de carácter más social, describiendo una
serie de crisis o conflictos a lo largo de ocho etapas, cada
una de las cuales puede llegar a resolverse de una manera
adecuada o inadecuada. Por ejemplo, consideraba que durante la etapa que Freud denominaba etapa oral, cuando un
niño está orientado hacia obtener una gratificación oral, su
desarrollo en realidad se orienta hacia el establecimiento de
una «confianza básica» o «desconfianza básica» sobre el
mundo que le rodea. De esta manera, es necesario aprender
a confiar en el mundo para poder disfrutar de cierta competencia posterior en muchas facetas de la vida. Dentro de
esta misma línea interpersonal, otro teórico muy conocido
fue Harry Stack Sullivan (1892-1949), quien consideraba
que la personalidad se desarrolla a lo largo de diversas
etapas, caracterizadas por diferentes patrones de relaciones
interpersonales, que se centran inicialmente sobre la interacción con los padres, después con los compañeros y, por
fin, en relaciones íntimas con la llegada de la edad adulta.
Sullivan estaba especialmente preocupado por los aspectos
generadores de ansiedad, derivados de las relaciones interpersonales que tienen lugar durante la niñez temprana.
Dado que los niños dependen por completo de los padres,
la carencia de amor y cuidados conduce a la inseguridad y a
una abrumadora sensación de ansiedad (Greenberg y Mitchell, 1983).
La teoría del apego. Por último, la teoría del apego de
Bowlby, que puede considerarse profundamente arraigada
en el seno de la perspectiva de relaciones objetales y de la
perspectiva interpersonal, se ha convertido en una teoría de
enorme influencia en la psicología infantil, así como en la
psicopatología del adulto. Partiendo de la teoría de Freud y
de otros autores, Bowlby (1969, 1973, 1980) destaca la importancia de las experiencias tempranas, especialmente de
las relaciones de apego, para fundamentar la personalidad y
el comportamiento durante el resto de la vida. Acentuó la
importancia de la calidad del cuidado de los padres para el
desarrollo de un apego seguro, si bien también consideraba
que los propios niños desempeñan un papel más activo
para conformar el curso de su propio desarrollo de lo que
habían pensado la mayoría de los teóricos anteriores
(Carlson y Sroufe, que 1995; Sroufe, Carlson , Levy, y Egeland, 1999).
IMPACTO DE LAS PERSPECTIVAS PSICODINÁMICAS. El psicoanálisis de Freud puede ser considerado
como el primer intento sistemático de explicar la manera en
que los procesos psicológicos humanos pueden derivar en
trastornos mentales. De la misma manera que la perspectiva biológica sustituyó la superstición por la patología
orgánica como causa de los trastornos mentales, así la
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
perspectiva psicoanalítica sustituyó la patología cerebral
por conflictos intrapsíquicos y defensas exageradas del yo,
como causa de ciertos trastornos mentales.
Freud contribuyó de una manera indudable a nuestra
comprensión de la conducta normal y patológica. Muchos
de sus conceptos originales se han convertido en fundamentales para nuestra concepción de la conducta y la naturaleza humana. Especialmente destacables son dos de sus
contribuciones:
1.
Desarrolló técnicas terapéuticas, como la asociación libre y la interpretación de los sueños, para poder desentrañar los aspectos conscientes e inconscientes de la
vida mental. Sus resultados le llevaron a destacar: a) el
importante papel de los motivos inconscientes y de los
mecanismos de defensa sobre la conducta, b) la importancia de las primeras experiencias infantiles sobre la
personalidad posterior, y c) el papel de los factores sexuales sobre la conducta humana y los trastornos mentales. Si bien, como ya se ha dicho, Freud utilizó el
término sexual en un sentido mucho más amplio de lo
normal, la idea generó una gran unanimidad, hasta
que por fin el papel de los factores sexuales en la
conducta humana se convirtió en uno de los temas
importantes de la investigación científica (véase el Capítulo 13).
2. Demostró que ciertos fenómenos mentales anormales
tienen lugar cuando las personas intentan enfrentarse
con problemas difíciles, y muchas veces constituyen
meras exageraciones de los mecanismos de autodefensa psicológica normal. Esta convicción de que los mismos principios psicológicos operan tanto sobre la
conducta normal como sobre la conducta patológica
ha contribuido a disipar gran parte del misterio y el temor que rodea a los trastornos mentales.
Sin embargo, la perspectiva psicoanalítica ha sufrido importantes ataques desde muchas direcciones diferentes,
tanto desde perspectivas distintas como desde dentro de su
propio seno. Dos críticas importantes de la teoría psicoanalítica tradicional se centran en su fracaso como teoría científica para explicar la conducta patológica. En primer lugar,
muchos consideran que no ha sido capaz de reconocer los
límites científicos que tienen los informes personales como
instrumento fundamental para la obtención de información. En segundo lugar, hay una gran carencia de evidencias
científicas que permitan apoyar la mayor parte de sus suposiciones, o la eficacia del tratamiento. Además, se ha criticado de manera particular a la teoría freudiana por su
excesivo énfasis en el impulso sexual, por su humillante
concepción de las mujeres, por su pesimismo respecto a la
naturaleza humana, por el papel exagerado de los procesos
inconscientes y por no tomar en consideración la motivación hacia el desarrollo personal y la autorrealización.
EL IMPACTO DE LAS PERSPECTIVAS PSICODINÁMICAS MÁS RECIENTES. La segunda generación de teóri-
cos psicodinámicos ha realizado una gran tarea para mejorar
los esfuerzos que permitan medir conceptos tales como las
relaciones conflictivas inconscientes de una persona (por
ejemplo, Henry et al., 1994; Horowitz et al., 1991). También
se ha avanzado en la comprensión del funcionamiento de la
terapia psicodinámica, y en documentar su eficacia respecto
a determinados problemas (por ejemplo, Crits-Christoph y
Barber, 2000; Henry et al., 1994). Por otra parte, la teoría de
la apego de Bowlby ha generado una enorme cantidad de investigación para apoyar muchas de sus propuestas básicas sobre el desarrollo infantil normal y patológico, y sobre la
psicopatología adulta (por ejemplo, Carlson y Sroufe, 1995).
La perspectiva interpersonal, que considera que las relaciones insatisfactorias del pasado o del presente constituyen las causas fundamentales de muchos tipos de conducta
inadaptada, también se ha esforzado al máximo para establecer su validez científica. En el ámbito del diagnóstico,
muchos de sus seguidores están convencidos de que la fiabilidad y la validez de los diagnósticos psicológicos mejorarán
cuando incorpore un nuevo sistema basado en el funcionamiento interpersonal (por ejemplo, Benjamín, 1982, 1993;
Benjamín y Pugh, 2001). La base de la terapia interpersonal
consiste en aliviar las relaciones que están provocando los
problemas, y en ayudar a las personas a lograr relaciones
más satisfactorias. Durante los últimos años, se han realizado enormes progresos para constatar la eficacia de la psicoterapia interpersonal en el tratamiento de trastornos como
la depresión, la bulimia y los trastornos de personalidad
(Benjamín y Pugh, 2001; Fairburn et al., 1993; Gotlib, y
Schraedley, 2000; Klerman et al., 1994).
La perspectiva conductual
Esta perspectiva surge a principios del siglo XX como una
reacción contra los métodos poco científicos del psicoanálisis. Los psicólogos conductuales consideraban que el estudio de la experiencia subjetiva (por ejemplo, mediante la
asociación libre y la interpretación de los sueños) no podía
proporcionar datos científicos aceptables, debido a que tales observaciones no podían ser verificadas por otros investigadores. Desde su punto de vista, solamente el estudio de
la conducta observable y de las condiciones de estímulos y
refuerzos que la controlan, puede constituir la base para la
comprensión de la conducta humana.
Si bien esta perspectiva comenzó su andadura en el interior de laboratorios y no mediante la práctica clínica, sus
implicaciones para la explicación y el tratamiento de la
conducta inadaptada en seguida se hicieron evidentes.
Como hemos dicho en el Capítulo 2, la perspectiva conductual hunde sus raíces en el estudio de Pavlov sobre el condicionamiento clásico, y en el estudio de Thorndike sobre el
condicionamiento instrumental (posteriormente denomi-
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Perspectivas psicosociales
nado por Skinner condicionamiento operante; en la actualidad se utilizan ambas expresiones). En los Estados Unidos
Watson trabajó arduamente para promover esta aproximación conductual mediante su libro Conductismo (1924).
El aprendizaje —la modificación de la conducta como
consecuencia de la experiencia— constituye el tema principal de esta perspectiva. Debido a que la mayor parte de la
conducta humana es aprendida, los conductistas intentaron averiguar de qué manera se produce este aprendizaje.
Se centraron fundamentalmente sobre los efectos de las
condiciones ambientales (estímulos) sobre la adquisición,
modificación y posible eliminación de diversos tipos de respuestas, tanto adaptadas como desadaptadas.
Un estímulo específico puede llegar a provocar una respuesta concreta mediante un proceso de condicionamiento clásico. Por
ejemplo, dado que la comida produce la salivación de manera natural, si un estímulo siempre aparece inmediatamente antes de la comida también llegará a provocar
salivación. En este ejemplo, la comida se denomina estímulo incondicionado (EI), y la salivación respuesta incondicionada (RI). El estímulo que señala que la comida está
disponible y por lo tanto provoca también salivación, se denomina estímulo condicionado (EC). Podemos decir que se
ha producido un condicionamiento cuando la presentación
del estímulo condicionado por sí mismo provoca la respuesta condicionada (RC). Por ejemplo, en el conocido experimento de Pavlov, primero sonaba un tono (que en seguida
se convertiría en un estímulo condicionado) e inmediatamente se presentaba la comida (el estímulo incondicionado) a los perros (Pavlov, 1927). Tras unos cuantos
emparejamientos entre el tono y la comida, los perros empezaban a producir saliva (respuesta condicionada) al oír el
tono (estímulo condicionado). Los perros habían aprendido que el tono predecía la llegada de la comida, y por tanto
respondían ante éste de una manera similar.
CONDICIONAMIENTO CLÁSICO.
Figura 3.4
CONDICIONAMIENTO CLÁSICO
Antes del condicionamiento, el EC no
tenía capacidad para provocar
miedo, pero tras asociarse repetidamente con un EI doloroso que provoca temor, el EC gradualmente
adquiere la capacidad para provocar
una RC de miedo. Si intercalamos
ensayos en los que el EI no va
seguido por el EC, entonces no se
produce el condicionamiento, debido
a que el EC no ha adquirido un buen
poder predictivo sobre la ocurrencia
del EI.

El elemento crucial del condicionamiento clásico es
que un estímulo previamente neutro (EC) adquiere la capacidad de provocar respuestas biológicamente adaptativas al
asociarse repetidamente con el EI. Sin embargo, ahora sabemos que este proceso de condicionamiento clásico no es tan
ciego o automático como entonces se pensaba. Por el contrario, parece que tanto los animales como las personas adquieren información de manera activa sobre los estímulos
condicionados que les permiten predecir, esperar o prepararse para un acontecimiento biológico significativo (el EI).
De hecho, solamente los EC que proporcionan información
fiable y no redundante sobre la ocurrencia de un EI adquieren la capacidad de provocar RC (Hall, 1994; Rescorla,
1988). Por ejemplo, si un EI aparece frecuentemente sin que
vaya precedido por un EC, no llega a establecerse el condicionamiento, debido a que el estímulo condicionado no
proporciona una información fiable sobre la aparición del
estímulo incondicionado. La Figura 3.4 ilustra el proceso.
Normalmente las respuestas condicionadas se mantienen a lo largo del tiempo; esto es, no se olvidan con facilidad. Sin embargo, si un estímulo condicionado se presenta
repetidamente sin ir seguido del estímulo incondicionado,
entonces la respuesta condicionada empieza a extinguirse
de manera gradual. Este proceso gradual, que se conoce
como extinción, no debe confundirse con la idea de desaprendizaje, ya que sabemos que la respuesta puede volver a
recuperarse en el futuro (un fenómeno que Pavlov denominó recuperación espontánea). Además, es posible que aparezca una respuesta condicionada aunque algo más débil en
contextos diferentes a aquél en que se produjo la extinción
(Bouton, 1994, 1997, 2002). Esto significa que cualquier extinción de un miedo que se haya realizado en una consulta
psicológica no tiene porqué generalizarse de manera automática y absoluta a otros contextos distintos a esa consulta.
Como veremos más adelante, la extinción y la recuperación
espontánea tienen implicaciones muy importantes para
muchas formas de tratamiento conductual.
Condicionamiento clásico
Antes del condicionamiento:
Estímulo condicionado (neutro)
(EC) (Luz)
Estímulo incondicionado (EI)
(Estímulo doloroso)
Respuesta de orientación a la luz
Respuesta incondicionada (RI)
(Dolor y miedo)
Durante el conocimiento:
Estímulo condicionado (Luz) (EC)
+
Estímulo incondicionado (EI)
(Estímulo doloroso)
Respuesta condicionada (Miedo) (RC)
Después del condicionamiento:
Estímulo condicionado (EC) (Aislado)
Respuesta condicionada (Miedo) (RC)
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
La principal importancia del condicionamiento clásico
en la psicología patológica radica en el hecho de que muchas respuestas fisiológicas y emocionales pueden llegar a
ser condicionadas, sobre todo aquellas que están relacionadas con miedos, ansiedad o activación sexual, así como las
provocadas por las drogas. Así, por ejemplo, uno puede
aprender a temer a la oscuridad si los estímulos que producen el miedo (como un sueño aterrador) siempre se producen en la oscuridad. Por otra parte, tanto los miedos como
otras respuestas pueden llegar a condicionarse a sensaciones corporales internas (conocidas como claves interoceptivas) como ocurre, por ejemplo, cuando las palpitaciones
cardíacas que se producen durante un ataque de pánico llegan a ser capaces de provocar el pánico cuando aparecen
debido a otros motivos (Bouton, Mineka y Barlow, 2001).
Durante el
condicionamiento instrumental (u operante) una persona
aprende cómo conseguir un objetivo deseado. Dicho objetivo puede ser la obtención de algo agradable o escapar de
algo desagradable. Aquí lo esencial es el concepto de reforzamiento, que se refiere al descubrimiento de una recompensa o un estímulo agradable, o al escape de un estímulo
desagradable. De esta manera se aprenden respuestas nuevas que persisten si son reforzadas. Si bien originalmente se
pensaba que el condicionamiento instrumental consistía en
un simple fortalecimiento de la conexión entre un estímulo
y una respuesta cada vez que se producía el reforzamiento,
en la actualidad parece demostrado que la persona o el animal aprende en realidad una expectativa en relación con una
respuesta y su resultado (Mackintosh, 1983), esto es, aprende que una respuesta conducirá a un resultado reforzante.
De esta manera, si está suficientemente motivada para lograr ese resultado (por ejemplo, si está hambrienta), la persona producirá la respuesta que ha aprendido que produce
ese resultado (por ejemplo, abrir el frigorífico).
Al principio es necesario una gran cantidad de reforzamiento para conseguir establecer una respuesta instrumental, pero posteriormente es suficiente tan sólo con unos
cuantos reforzamientos para que esa respuesta se mantenga. De hecho, la respuesta instrumental resulta especialmente persistente cuando el reforzamiento se aplica de
manera intermitente, esto es, cuando el estímulo reforzante
no siempre va detrás de la respuesta, como ocurre, por
ejemplo, con las máquinas tragaperras. Sin embargo, cuando el reforzamiento se produce de manera sistemática a lo
largo del tiempo, llega un momento en que la respuesta
condicionada, ya sea clásica o instrumental, comienza a extinguirse progresivamente. En definitiva, el sujeto deja de
producir esa respuesta.
Resulta especialmente difícil extinguir una respuesta
en aquellas situaciones en las que el sujeto ha sido condicionado para anticipar un acontecimiento aversivo y para
intentar evitarlo mediante una respuesta instrumental. Por
CONDICIONAMIENTO INSTRUMENTAL.
ejemplo, un niño que ha estado a punto de caer en una piscina puede llegar a desarrollar miedo al agua y una respuesta condicionada de evitación hacia grandes masas de agua.
Así pues, cada vez que ve un estanque, un lago, o una piscina, siente una gran ansiedad; salir corriendo y evitar el contacto con esos objetos es algo que disminuye esa ansiedad, y
por lo tanto resulta reforzante. En consecuencia, esa respuesta de evitación es extremadamente resistente a la extinción. También impide que tenga alguna experiencia
positiva con el agua que pudiera facilitar la extinción de su
miedo. Más adelante veremos que esas respuestas condicionadas de evitación desempeñan un papel muy importante
en muchas conductas patológicas.
A medida que crecemos, el aprendizaje instrumental se
va convirtiendo en un mecanismo muy importante para
discriminar entre aquello que proporcionará recompensas
y lo que no las proporcionará, y por lo tanto para la adquisición de conductas esenciales para relacionarse con el
mundo. Por desgracia, no existen garantías de que lo que
aprendemos siempre resulte de utilidad. En efecto, puede
que aprendamos a valorar cosas (como los cigarrillos o el
alcohol) que parecen atractivas a corto plazo pero que a largo plazo pueden provocar daños, o también puede que
aprendamos formas de enfrentarnos a la realidad (como la
desesperación, el acoso, y otras conductas irresponsables)
que resultan inadaptadas.
Tanto en el
condicionamiento clásico como en el condicionamiento
instrumental, cuando se condiciona una respuesta a un estímulo o a un conjunto de estímulos, ésta también puede
suscitarse por otros estímulos similares; este proceso se denomina generalización. Por ejemplo, una persona que tiene miedo a las abejas puede llegar a generalizar ese miedo a
cualquier insecto volador. Un proceso complementario a la
generalización es la discriminación, que tiene lugar cuando
una persona aprende a distinguir entre estímulos similares,
y a responder de manera diferente ante ellos, según si van
seguidos por un refuerzo o no. Por ejemplo, dado que las
fresas rojas tienen buen sabor y las verdes no, se producirá
una discriminación condicionada si llegamos a tener experiencias con ambas.
Los conceptos de generalización y discriminación
muestran muchas implicaciones importantes para el desarrollo de la conducta inadaptada. Si bien la generalización
nos permite recurrir a experiencias pasadas para enfrentarnos a situaciones nuevas, también acarrea la posibilidad de
que realicemos generalizaciones inapropiadas, como le
ocurre a un adolescente problemático cuando no es capaz
de discriminar entre las bromas amistosas y las hostiles de
sus compañeros. En algunos casos, la discriminación se encuentra también tras la intolerancia de algunas personas
que valoran a los demás como estereotipos y no como individuos.
GENERALIZACIÓN Y DISCRIMINACIÓN.
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Los primates humanos y no humanos somos capaces también de un aprendizaje observacional, esto es, aprender exclusivamente
mediante la observación, y sin haber experimentado de
manera directa un estímulo incondicionado (en el condicionamiento clásico) o un reforzamiento (en el condicionamiento instrumental). Por ejemplo, como veremos en el
Capítulo 6, es posible que los niños adquieran miedos simplemente observando a su padre o un compañero actuar de
manera atemorizada con algún objeto o situación. En este
caso, el miedo del padre o del compañero se experimenta de
manera vicaria, y se asocia a un objeto previamente neutral
(Mineka y Cook, 1993; Mineka y Ben Hamida, 1998). En la
década de los 60, Bandura realizó una serie de experimentos clásicos que mostraban que los niños aprendían respuestas agresivas tras observar a modelos agresivos que
eran reforzados por producir tales respuestas (cf. Bandura,
1969). Aunque nunca se reforzó a los niños de manera directa por comportarse agresivamente, sin embargo todos
ellos mostraron esas respuestas en cuanto tuvieron la oportunidad de hacerlo. Así pues, la posibilidad de que se produzca un condicionamiento observacional tanto de
carácter clásico como instrumental, amplía de manera impresionante las oportunidades para aprender tanto conductas adaptadas como inadaptadas.
APRENDIZAJE OBSERVACIONAL.
EL IMPACTO DE LA PERSPECTIVA CONDUCTUAL.
Los principios del condicionamiento fueron perfectamente
desarrollados hacia 1950 cuando John Dollard y Neal Miller publicaron un trabajo clásico con el título Personalidad
y psicoterapia, donde interpretaban la teoría psicoanalítica
con la terminología de los principios del aprendizaje. Afirmaban que los impulsos del ello para buscar el placer simplemente eran una faceta del principio de reforzamiento (la
conducta de los organismos suele estar determinada por la
obtención de placer, que se produce cuando el organismo
obtiene un reforzamiento, y por la evitación del dolor, que
tiene lugar cada vez que se consigue escapar de un estímulo
aversivo); que la ansiedad constituía simplemente una respuesta condicionada de miedo; que la represión no era más
que una retención del pensamiento, reforzada por la reducción de la ansiedad, y así sucesivamente. De esta manera establecieron las bases para un asalto conductual a las
doctrinas psicodinámicas que prevalecían en la época (por
ejemplo, Salter, 1949; Wolpe, 1958). Sin embargo, hasta la
década de los 60 y los 70, la terapia de conductual no llegó a
demostrar su poder para el tratamiento de la conducta patológica, debido a la enorme resistencia que opusieron los
bien atrincherados defensores del psicoanálisis.
A partir de unos cuantos conceptos básicos, la perspectiva conductual intenta explicar la adquisición, modificación y extinción de prácticamente cualquier tipo de
conducta. La conducta inadaptada se considera esencialmente como resultado de (1) el fracaso para aprender con-
Perspectivas psicosociales

ductas adaptativas necesarias, por ejemplo cómo establecer
relaciones personales satisfactorias, y/o (2) el aprendizaje
de respuestas ineficaces o inadaptadas. De esta manera, la
conducta inadaptada es el resultado de un aprendizaje que
ha estado fuera de lugar, pero tiene la ventaja de que puede
definirse en términos de respuestas específicas, observables
e indeseables.
Para los terapeutas conductuales, la terapia debe centrarse en la modificación de conductas específicas y de respuestas emocionales, eliminando reacciones indeseables y
aprendiendo otras deseables. Por ejemplo, los miedos y las
fobias pueden tratarse con éxito exponiendo al paciente
ante aquellos objetos o situaciones que le producen temor:
un tipo de procedimiento de extinción derivado de los
principios del condicionamiento clásico. La investigación
derivada del condicionamiento instrumental también ha
demostrado que es posible enseñar a enfermos mentales
crónicos habilidades básicas de autoayuda, tales como vestirse o alimentarse por sí mismos, recurriendo a fichas que
se pueden obtener cada vez que se realizan las conductas
apropiadas, y que pueden canjearse por recompensas deseables (dulces, tiempo para ver la televisión, permisos para
salir de la institución, etc.).
La perspectiva conductual puede felicitarse por su precisión y objetividad, por la riqueza de su investigación, y
por su demostrada eficacia para modificar conductas específicas. Un terapeuta conductual debe especificar en primer
lugar cuál es la conducta que debe modificarse, así como la
manera de hacerlo. Posteriormente, se evaluará objetivamente la eficacia de la terapia, constatando en qué medida
se han alcanzado los objetivos propuestos. Por otra parte,
esta perspectiva también ha recibido críticas debido a su
preocupación casi exclusiva por los síntomas. Sin embargo,
muchos terapeutas consideran injusta esta crítica, dado que
con mucha frecuencia el éxito en el tratamiento de los síntomas redunda también de manera muy positiva sobre
otros aspectos de la vida de la persona (por ejemplo, Borkovec, Abel, y Newman, 1995; Lenz y Demal, 2000, Telch et al.,
1995). Otros críticos han argumentado que la perspectiva
conductual simplifica excesivamente la conducta humana,
y es incapaz de explicar toda su complejidad. Sin embargo,
esta crítica desconoce el desarrollo más actual de la perspectiva conductual; lo comentaremos en el Capítulo 6 (p.e.,
Bouton et al., 2001; Mineka y Zinbarg, 1996). Sean cuales
sean sus limitaciones, la perspectiva conductual ha tenido y
continúa teniendo un tremendo impacto sobre la concepción contemporánea de la naturaleza humana, de su conducta, y de la psicopatología.
La perspectiva cognitivo-conductual
Desde la década de los 50 los psicólogos, incluyendo algunos teóricos del aprendizaje, se han orientado más hacia los
procesos cognitivos y su impacto sobre la conducta. La
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
psicología cognitiva se dirige al estudio de los mecanismos
básicos para el procesamiento de la información, tales
como la atención y la memoria, así como también de los
procesos mentales superiores, como el pensamiento, la planificación y la toma de decisiones. El énfasis actual de la psicología sobre la comprensión de todas esas facetas del
conocimiento humano surgió originalmente como reacción contra la naturaleza mecanicista de la perspectiva tradicional más radical del conductismo, sobre todo por su
negativa a prestar atención a los procesos mentales, tanto
por derecho propio como por su influencia sobre las emociones y la conducta.
Albert Bandura, nacido en 1925, es un teórico del
aprendizaje que desarrolló una perspectiva cognitivo-conductual, en la que otorgaba una gran importancia a los aspectos cognitivos del aprendizaje. Bandura recalcaba que los
seres humanos regulan su propia conducta recurriendo a
procesos simbólicos internos, esto es, al pensamiento. Así
pues, son capaces de aprender mediante un reforzamiento
interno. Por ejemplo, somos capaces de prepararnos para
una tarea difícil imaginando cuáles serán las consecuencias
si no lo hacemos bien. De esta manera cuando se acerca el
invierno revisamos nuestro automóvil porque somos capaces de imaginarnos a nosotros mismos tirados en medio de
la carretera con el coche averiado y en medio de una nevada.
Por lo tanto, no siempre necesitamos un reforzamiento externo para modificar nuestros patrones de conducta, ya que
nuestras capacidades cognitivas nos permiten solucionar internamente muchos problemas. Bandura (1974) ha llegado
a decir que los seres humanos tenemos «la capacidad de
auto-dirigirnos» (p. 861). Más recientemente Bandura ha
desarrollado una teoría de la auto-eficacia, que alude a la
creencia de si es o no posible conseguir los objetivos que uno
se propone (1977a, 1986). Ha sugerido que los tratamientos
cognitivo-conductuales funcionan en gran medida debido a
que aumentan la sensación de auto-eficacia.
Pero otros teóricos cognitivo-conductuales abandonaron el marco teórico del aprendizaje de una manera más extrema que Bandura, y se centraron casi exclusivamente
sobre los procesos cognitivos y su impacto sobre la conducta. En la actualidad la perspectiva cognitiva o cognitivo
conductual de la conducta patológica se centra en los procesos mediante los cuales los pensamientos y el procesamiento de la información pueden llegar a distorsionarse y a
producir emociones y conductas inadaptadas. Frente al
énfasis del conductismo sobre la conducta observable, la
perspectiva cognitiva considera los pensamientos como
«conductas» que pueden estudiarse de manera empírica, y
que se convierten en el centro de atención de la terapia. Por
ejemplo, una mujer que está deprimida y a la que se le pide
que exprese los pensamientos que le pasan por la cabeza,
podría responder «nunca hago las cosas bien» o «nadie me
quiere»; así pues, el tratamiento cognitivo-conductual se
esfuerza por modificar esos pensamientos negativos.
Por otra parte, al estudiar los patrones distorsionados
de procesamiento de la información de las personas con
psicopatologías, los investigadores han sido capaces de poner de manifiesto los mecanismos implicados en el mantenimiento de ciertos trastornos. Por ejemplo, las personas
deprimidas muestran sesgos de memoria que favorecen la
información negativa sobre la información positiva o neutra. Tales sesgos tienden a reforzar o mantener su estado deprimido (por ejemplo, Mineka, Rafaeli, y Yovel, 2003;
Williams, Watts, MacLeod, y Mathews, 1997). En la actualidad esta perspectiva ejerce una gran influencia debido por
una parte a su éxito en el desarrollo de tratamientos eficaces
para muchos trastornos, y en las ideas que ha proporcionado respecto a la importancia de los pensamientos distorsionados para la comprensión de la conducta patológica.
ATRIBUCIONES, ESTILO DE ATRIBUCIÓN Y PSICOPATOLOGÍA. La teoría de la atribución también ha con-
tribuido de una manera importante a la perspectiva
cognitivo-conductual (Anderson, Krull, y Weiner, 1996;
Fiske y Taylor, 1991; Gotlib y Abramson, 1999). Atribución
consiste simplemente en el proceso de asignar causas a las
cosas que ocurren. Podemos atribuir la conducta a causas
externas, como recompensas o castigos («lo hizo por dinero»), o podemos asumir que las causas son internas, esto es,
que derivan de rasgos interiores («lo hizo porque es muy
generoso»). Las atribuciones causales nos permiten explicar
la conducta actual y predecir la conducta futura. Un estudiante que suspende un examen puede atribuir su fracaso a
su baja inteligencia (un rasgo personal), a que las preguntas
eran ambiguas, o a que las instrucciones no estaban claras
(causas ambientales).
Los teóricos de la atribución se han interesado en las
diversas formas de psicopatología que pueden estar asociadas con estilos de atribución específicos e inadaptados. Un
estilo de atribución consiste en una tendencia típica de una
persona para asignar causas a los acontecimientos. Por
ejemplo, las personas deprimidas tienden a atribuir los
acontecimientos negativos a causas internas, estables y globales («suspendí el examen porque soy estúpido»). No importa lo desatinadas que sean nuestras atribuciones,
constituyen una parte importante de nuestra concepción
del mundo, y pueden tener efectos muy significativos sobre
nuestro bienestar emocional. También pueden hacer que
consideremos a los demás y a nosotros mismos como personas que nunca cambiarán, lo que nos termina por hacer
bastante inflexibles en nuestras relaciones con los demás
(Abramson, Seligman, y Teasdale, 1978; Buchanam y Seligman, 1995; Mineka et al., 2003).
LA TERAPIA COGNITIVA. Otro teórico cognitivo pionero, Aaron Beck, nacido en 1921, importó de la psicología
cognitiva el concepto de esquema (por ejemplo, Neisser,
1967, 1982). Un esquema es una representación cognitiva
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subyacente que dirige nuestro procesamiento de la información, y con frecuencia produce distorsiones en la atención, la
memoria y la comprensión. De acuerdo con Beck (1967,
1976; Beck y Weishaar, 2000), algunas formas de psicopatología se caracterizan por diferentes esquemas inadaptados
que se han desarrollado a partir de experiencias de aprendizaje tempranas y adversas, y que producen distorsiones en el
pensamiento muy características de ciertos trastornos como
la ansiedad, la depresión o los trastornos de personalidad.
Una idea fundamental de esta perspectiva es que la manera en que interpretamos los acontecimientos y las experiencias determina nuestras reacciones emocionales a las
mismas. Supongamos, por ejemplo, que usted está sentado
en la sala de estar y escucha un fuerte golpe en la habitación
de al lado. Recuerda entonces que se dejó abierta la ventana
y llega a la conclusión de que un golpe de viento debe haber
tirado al suelo el jarrón nuevo que había encima de la mesa.
¿Cuál sería su reacción emocional? Probablemente se enfadará consigo mismo por haber dejado abierta la ventana
tan cerca del jarrón. Por el contrario, imagine que ha llegado a la conclusión de que un ladrón se ha colado por la ventana. Ahora probablemente su reacción emocional ya no
será de enfado sino más bien de miedo. De esta manera, su
interpretación del ruido determina de manera evidente
cuál será su reacción emocional al mismo.
Considerado como el fundador de la terapia cognitiva,
Beck ha ejercido un inmenso impacto sobre el desarrollo de
los tratamientos cognitivo-conductuales para tratar diversas
formas de psicopatología. Su influencia ha inducido a teóricos y clínicos a modificar su orientación desde la conducta
observable en sí misma, a las condiciones subyacentes que
podrían producir esa conducta. Lo importante ahora es la
modificación de esos pensamientos inadaptados. Por ejemplo, los clínicos de esta orientación intentan conocer las
auto-afirmaciones de sus clientes, esto es lo que se dicen a sí
mismos para interpretar su experiencia. Las personas que
interpretan todo lo que les sucede como un reflejo negativo
de sí mismos tienden a deprimirse; quienes interpretan
cualquier sensación de su corazón como un infarto tienen
una gran probabilidad de sufrir un ataque de pánico. Por lo
tanto, los técnicos cognitivo-conductuales recurren a diversas técnicas diseñadas para modificar los sesgos negativos
que acarrean sus clientes (véase Beck y Weishaar, 2000; Hollon y Beck, 1994, en prensa). Esta perspectiva contrasta con
la práctica psicodinámica, que parte de la base de que los
problemas se deben a una serie de conflictos intrapsíquicos
(como un complejo de Edipo no resuelto), y por lo tanto, no
dirigen su tratamiento de manera directa a solucionar los
problemas y quejas específicos del cliente. En los capítulos 6,
7, 11 y 17, describiremos muy detalladamente las terapias
cognitivo-conductuales más ampliamente utilizadas.
EL IMPACTO DE LA PERSPECTIVA COGNITIVO-CONDUCTUAL. La perspectiva cognitivo-conductual ha te-
Perspectivas psicosociales

nido un poderoso impacto sobre la psicología clínica contemporánea. Muchos clínicos e investigadores han sido capaces de modificar la conducta humana cambiando la
manera en que uno piensa sobre sí mismo y sobre los demás. Sin embargo, muchos conductistas tradicionales se
muestran escépticos al respecto. B. F. Skinner (1990), por
ejemplo, en sus últimas conferencias se mantuvo muy fiel al
conductismo, cuestionando la divergencia de sus principios
básicos. Recordaba a su audiencia que la cognición no es un
fenómeno observable y, como tal, no puede ser considerado
como un dato empírico sólido. Aunque Skinner nos ha dejado, este debate probablemente continuará. De hecho Wolpe (1988, 1993), otro de los fundadores de la terapia
conductual, también se mantuvo muy crítico con la terapia
cognitiva hasta su fallecimiento en 1997.
Para qué sirve y para qué no sirve
la adopción de una perspectiva
determinada
Cada una de las perspectivas sobre la conducta humana que
hemos descrito —la psicodinámica, la conductual y la cognitivo-conductual— contribuyen a nuestra comprensión
de la psicopatología, pero ninguna por sí misma es capaz de
explicar la compleja variedad de conductas humanas
inadaptadas. Cada una de ellas realiza generalizaciones extraídas de un número limitado de observaciones e investigaciones, debido a que los diferentes modelos causales
subyacentes influyen sobre los componentes de la conducta
inadaptada que se eligen para su estudio. Por ejemplo, para
explicar un trastorno complejo como la dependencia del alcohol, las teorías psicodinámicas más tradicionales se centraban en los conflictos intrapsicológicos y en la ansiedad
que se intentaba reducir mediante la ingestión de alcohol;
sin embargo, las variantes psicodinámicas más recientes de
carácter interpersonal ponen el acento en las dificultades
pasadas y presentes que una persona puede experimentar
en sus relaciones personales, y que están contribuyendo a su
consumo de alcohol; por su parte, la perspectiva conductual se centra en el aprendizaje de hábitos indeseables para
reducir el estrés, y en las condiciones ambientales que están
promoviendo o manteniendo el consumo de alcohol; la
perspectiva cognitivo-conductual pone el acento en los
pensamientos inadaptados, deficiencias en la solución de
problemas y en el procesamiento de información, tales
como creencias irracionales sobre la necesidad del alcohol
para reducir el estrés.
De esta manera, la perspectiva que adoptemos tendrá
consecuencias importantes: influye sobre nuestra percepción de la conducta inadaptada, sobre el tipo de evidencia que
intentaremos buscar, y sobre la manera en que probablemente interpretemos los datos. En el siguiente apartado vamos a
describir algunos factores causales psicosociales implicados
en el origen de la conducta inadaptada. También veremos
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Factores y perspectivas causales
que algunos de esos puntos de vista pueden proporcionar
explicaciones diferentes (o a veces complementarias) sobre
cómo ejercen su efecto esos factores causales. En los últimos
capítulos del libro describiremos algunos conceptos relevantes sobre todos estos modelos, en la medida en que se relacionan con diferentes tipos de psicopatología, y con
frecuencia implican formas distintas de explicar y tratar el
mismo trastorno.
REVISIÓN
• Compare las perspectivas psicodinámicas más
recientes (psicología del yo, teoría de las
relaciones objetales y perspectiva
interpersonal) con la teoría de Freud.
• ¿Cuál es el objeto principal de la perspectiva
conductual y cuál ha sido su impacto?
• ¿Cómo contribuyen al origen de la conducta
patológica el condicionamiento clásico e
instrumental, la generalización, la
discriminación y el aprendizaje
observacional?
• ¿Cuál es el objetivo de la perspectiva
cognitivo-conductual y cuál ha sido su
impacto? ¿Qué papel tienen las atribuciones y
los esquemas, según la perspectiva cognitivoconductual?
FACTORES CAUSALES
PSICOSOCIALES
Comenzamos a vivir equipados con unas cuantas reacciones innatas y una gran capacidad para aprender de la experiencia. Lo que seamos capaces de aprender de la
experiencia puede ayudarnos a superar las dificultades y
proporcionarnos flexibilidad para enfrentarnos a futuras
situaciones estresantes. Por desgracia, algunas experiencias
contribuyen muy poco a mejorar nuestra vida, y además
podemos recibir una profunda influencia de algunas que
hayamos experimentado nuestra niñez, sobre las que apenas tenemos control. En este apartado vamos a examinar
los factores psicosociales que nos hacen vulnerables a sufrir
trastornos mentales. Los factores psicosociales son aquellas
influencias evolutivas que pueden menoscabar psicológicamente a una persona, disminuyendo su capacidad para
enfrentarse con los acontecimientos. (Sin embargo, es importante recordar que los factores causales psicosociales
siempre están en última instancia mediados por los cam-
bios que tienen lugar en nuestro sistema nervioso cuando
se activan las emociones, y cuando tiene lugar un nuevo
aprendizaje.)
Tras examinar brevemente el importante papel que desempeña la percepción que tenemos de nosotros mismos y
de nuestro mundo, pasaremos a analizar nuestros esquemas
y a revisar influencias específicas que pueden llegar a distorsionar las estructuras cognitivas de las que depende un
adecuado funcionamiento psicológico. Vamos a concentrarnos en cuatro categorías de factores causales psicosociales: (1) privaciones o traumas tempranos, (2) estilos
paternales inadecuados, (3) discrepancias matrimoniales y
divorcio, y (4) relaciones inadaptadas con los compañeros.
Estos factores no suelen actuar de manera aislada, sino que
interactúan entre sí y con otros factores psicosociales, también con factores genéticos y constitucionales, y con entornos específicos.
Nuestra concepción del mundo
y de nosotros mismos: esquemas
y auto-esquemas
Existen algunas suposiciones básicas que hacemos sobre
nosotros mismos, sobre nuestro mundo, y sobre la relaciones entre ambos, que resultan esenciales para determinar lo que sabemos, lo que queremos y lo que hacemos.
Cada una de las perspectivas que hemos descrito utiliza
una terminología más o menos diferente para representar
esas suposiciones básicas. Sin embargo, por un deseo de
simplicidad y porque constituye la perspectiva dominante
actual, recurriremos a la nomenclatura de la perspectiva
cognitiva para referirnos a esas suposiciones que constituyen nuestros marcos de referencia —nuestros esquemas
sobre los demás y sobre el mundo de nos rodea, y nuestros
auto-esquemas o ideas sobre nuestras propias características—. Debido a que lo que podemos aprender o percibir
directamente por los sentidos sólo proporciona una representación aproximada de la «realidad», necesitamos disponer de marcos cognitivos que nos permitan rellenar los
vacíos y dotar de sentido a lo que observamos y experimentamos.
Nuestros esquemas sobre el mundo que nos rodea, y
sobre nosotros mismos, constituyen una guía que nos permite desenvolvernos por el mundo a medida que lo vamos
comprendiendo. Todos nosotros disponemos de esquemas
sobre los demás (por ejemplo, expectativas de que son perezosos o ambiciosos, de que sólo piensan en su trabajo, o de
que lo más importante es su matrimonio). También tenemos esquemas referidos a papeles sociales (por ejemplo expectativas sobre la conducta apropiada de una viuda), y
sobre acontecimientos (por ejemplo, qué secuencia de
acontecimientos es la que se ajusta a una situación determinada, como por ejemplo perder a un ser querido; Clark,
Beck, y Alford, 1999; Fiske y Taylor, 1991).
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Nuestros auto-esquemas incluyen nuestras propias
nociones sobre quiénes somos, qué podemos llegar a ser y
qué es importante para nosotros. Otros aspectos de nuestros auto-esquemas se refieren a nuestras nociones sobre
los diversos papeles que desempeñamos o que podemos desempeñar en nuestro entorno social, tales como mujer,
hombre, estudiantes, padre, médico, español, y así sucesivamente. Los diferentes aspectos de los auto-esquemas de una
persona se van construyendo junto a su auto-identidad. La
mayoría de las personas disponen de ideas muy claras sobre
al menos algunos de sus propios atributos personales, y de
ideas más confusas sobre otros (Fiske y Taylor, 1991; Kunda, 1999).
Los esquemas sobre el mundo y los auto-esquemas resultan vitales para que podamos desarrollar una conducta
eficaz y organizada, debido a que nos permiten concentrarnos sobre la información más relevante entre el maremágnum que inunda nuestros sentidos. No obstante, los
esquemas también constituyen una fuente de vulnerabilidad psicológica, debido a que pueden estar distorsionados y
ser imprecisos. Además, algunos esquemas, incluso los distorsionados, pueden mantenerse con una gran convicción,
lo que los hace muy resistentes al cambio. Esto se debe en
parte a que no somos completamente conscientes de ellos.
En otras palabras, aunque nuestras decisiones diarias y
nuestra conducta están en gran medida determinadas por
esos marcos de referencia, somos inconscientes de las suposiciones sobre las que se basan, e incluso sobre la posibilidad de que se basen en alguna suposición. Pensamos que
nos limitamos a ver las cosas tal y como son, y no solemos
considerar la posibilidad de que existan otras perspectivas
del mundo, u otras normas que determinen lo que «está
bien».
Las experiencias nuevas tienden a incluirse dentro de
nuestros marcos cognitivos existentes, incluso aunque tengan que reinterpretarse para conseguir ese ajuste, un proceso que se conoce como asimilación. Tendemos a aferrarnos
a las suposiciones disponibles, y a rechazar o distorsionar la
nueva información que las contradice. La acomodación
––el cambio de nuestros esquemas actuales para poder incorporar información discrepante— resulta algo más difícil
y amenazador, sobre todo cuando exige la modificación de
algunas suposiciones importantes para nosotros. Evidentemente, la acomodación supone un objetivo básico de la terapia psicosocial —de manera explícita en el caso de las
perspectivas cognitivas y cognitivo-conductuales, pero profundamente presente en cualquier otra forma de abordar el
tratamiento—. Este proceso hace que las modificaciones terapéuticas se conviertan en una tarea muy difícil.
VARIACIONES EN LOS ESQUEMAS Y DESARROLLO
PERSONAL. El fracaso de una persona para adquirir
principios o reglas adecuados para su organización cognitiva puede hacerle vulnerable ante los problemas psicológi-
Factores causales psicosociales

cos que pueda encontrar a lo largo de su vida. Ya sea por diferencias en su temperamento, capacidades y experiencias,
los niños muestran enormes diferencias en el tipo de competencia que llegar a desarrollar, de qué manera aprenden a
clasificar su experiencia, el tipo de valores y objetivos que
establecen en su vida, y en cómo aprenden a enfrentarse con
sus impulsos y a regular su conducta (por ejemplo, Metcalfe y Mischel, 1999; Mischel, 1990, 1993). Estas variaciones
aprendidas dan lugar a que algunos niños estén mucho mejor preparados que otros para su desarrollo personal y subsecuentes aprendizajes.
Un buen
ejemplo de la manera en que los acontecimientos que configuran la experiencia de los niños pueden llegar a ser absolutamente diferentes, tiene que ver con el hecho de que sean
predecibles y controlables. En un extremo podemos situar a
los niños que crecen en entornos estables y cariñosamente
indulgentes, que amortiguan las experiencias más crudas de
la realidad; en el otro extremo encontramos a niños que están constantemente expuestos a acontecimientos espantosos que además son impredecibles e incontrolables, o a
crueldades inenarrables. Experiencias tan absolutamente
diferentes ejercen su efecto sobre los esquemas relativos al
mundo y a sí mismos: algunos reflejan un mundo apacible,
benigno y no amenazador, lo que por supuesto es ilusorio;
mientras que otros sugieren una imagen del mundo como
una jungla donde la seguridad y quizá incluso la propia vida
se hallan constantemente en juego. Si nos dieran a elegir
probablemente la mayoría de nosotros optaríamos por el
primero de esos entornos. Sin embargo, puede que éste no
sea apropiado para enfrentarse al mundo real, ya que puede
que también resulte útil encontrar cierto nivel de estrés, y
aprender formas para enfrentarse a él, si queremos tener
cierta sensación de control (Barlow, 2002; Seligman, 1975)
y de auto-eficacia (Bandura, 1977a, 1986).
Por otra parte, la exposición a múltiples acontecimientos espantosos, incontrolables e impredecibles, probablemente convierta a esa persona en muy vulnerable a la
ansiedad y a las emociones negativas, uno de los principales
problemas que subyacen a muchos de los trastornos mentales que describiremos en este libro. Por ejemplo, los modelos de Barlow (1988, 2002) y de Mineka (1985a; Mineka y
Zinbarg, 1996) reconocen cierta vulnerabilidad biológica
ante las circunstancias estresantes que producen ansiedad,
pero también destaca la importancia de la experiencia ante
situaciones negativas que se perciben como impredecibles e
incontrolables (véase también Chorpita y Barlow, 1998;
Chorpita, 2001; Mineka y Zinbarg, 1996, remitido para publicación; véanse también los capítulos 5 y 6). Una persona
clínicamente ansiosa es aquella cuyos esquemas incluyen
grandes posibilidades de que puedan ocurrir cosas terribles
sobre las que no tiene control, así como la idea de que el
mundo es un lugar peligroso (Beck y Weishaar, 2000).
PREDICTIVIDAD Y CONTROLABILIDAD.
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
A continuación vamos a revisar cuatro tipos diferentes
de factores causales psicosociales.
Cuando los niños carecen de los recursos necesarios que
suelen proporcionar sus padres, pueden terminar sufriendo
profundas y a veces irreversibles cicatrices psicológicas.
Esas necesidades varían desde la comida y la protección
hasta el amor y la atención. La privación de las mismas puede tener lugar de diversas formas. Por ejemplo, puede ocurrir en familias intactas en las que, por una u otra razón, los
padres no pueden (quizá debido a un trastorno mental), o
no quieren, proporcionar al niño un contacto humano estrecho y frecuente. Pero la manifestación más grave de deprivación suele encontrarse entre niños abandonados que o
bien viven en instituciones, o saltan de una a otra familia
adoptiva sin llegar a quedarse permanentemente con ninguna.
Es posible interpretar las consecuencias de la deprivación familiar desde diferentes puntos de vista psicosociales.
Puede dar lugar a una fijación en la etapa oral del desarrollo psicosexual (Freud); puede interferir con el desarrollo
de la confianza básica (Erik Erikson); puede retrasar la consecución de una serie de capacidades básicas debido a la carencia de reforzamiento (Skinner). O puede dar lugar a que
el niño adquiera esquemas y auto-esquemas distorsionados, en los que las relaciones estén representadas de una
manera inestable, con desconfianza y carente de afecto
(Beck). Cualquiera de esas perspectivas podría ser la mejor
manera de interpretar los problemas que podemos encontrar en un caso concreto, o quizá lo idóneo fuese una combinación de ellas debido, como ya se ha dicho, a que los
procesos causales suelen ser multidimensionales.
(Rutter, 1987b). Sin embargo, algunos de esos niños institucionalizados a una edad temprana muestran cierta elasticidad y fortaleza durante su edad adulta (Rutter, Krepener, y
O’Connor, 2001). En efecto, algunos factores de protección
pueden ser una buena experiencia en la escuela, ya sea mediante relaciones sociales o por el éxito académico o en los
deportes, o tener ya en la vida adulta, una pareja que brinde
apoyo; éxitos de este tipo probablemente contribuyan a
proporcionar una cierta sensación de autoestima o eficacia
(Quinton y Rutter, 1988; Rutter, 1990; Rutter et al., 2001).
Afortunadamente, los resultados de esta línea de investigación han tenido un fuerte impacto sobre los poderes
públicos, que han reconocido la necesidad de ubicar a estos
niños en familias adoptivas en vez de hacerlo en instituciones (véase Johnson, 2000). Sin embargo, en algunos países
de la Europa del este todavía no se han llevado a cabo este
tipo de actuaciones políticas, de modo que las duras condiciones de vida de los niños en los orfanatos todavía resultan
deplorables (por ejemplo, Johnson, 2000). Muchos niños
que pasaron su infancia en estos orfanatos fueron adoptados posteriormente en hogares de los Estados Unidos y del
Reino Unido. Quienes habían pasado periodos más largos
adolecían de deficiencias intelectuales, lingüísticas y de desarrollo físico, y tanto más cuanto más tiempo hubieran pasado ellas (por ejemplo, Gunnar et al., 2001; Rutter et al.,
2001). Cuando se les volvió a examinar después de haber
pasado unos años en buenas familias adoptivas, la mayoría
de esos niños mostraron mejorías importantes en la mayoría de esas áreas, aunque con más deficiencias en comparación con otros niños adoptados que no habían estado
institucionalizados. En general, cuanto más pronto se produjo la adopción, mejor fue el comportamiento de estos niños en las pruebas realizadas (véase Johnson, 2000 para una
revisión; Rutter et al., 1999).
Algunas veces los niños
se crían en una institución donde, en comparación con un
hogar ordinario, tienen menos posibilidades de recibir cariño y contacto físico, menos estimulación intelectual, emocional y social, y no se les impulsa y ayuda para que realicen
aprendizajes positivos. Si bien se trata de una situación mucho menos frecuente en los países occidentales de lo que fue
en otro tiempo, todavía resulta demasiado habitual en algunos países. Las investigaciones ponen de manifiesto que las
perspectivas a largo plazo para la mayoría de estos niños
son muy desfavorables (Quinton y Rutter, 1988; Rutter,
1990; Rutter y Quinton, 1984a; Sigal, Rossignol, y Perry,
1999). Muchos de los niños que han estado institucionalizados durante su infancia muestran graves problemas de
carácter emocional, conductual, y de aprendizaje, y corren
el riesgo de sufrir algún tipo de psicopatología (por ejemplo, Johnson, 2000). Cuando los niños que han tenido buenas experiencias de apego son institucionalizados a una
edad posterior, no se han encontrado efectos tan negativos
DEPRIVACIÓN Y ABUSO EN EL HOGAR. La mayoría
de los niños que padecen deprivación familiar no han sido
separados de sus padres, pero sin embargo son maltratados
en el hogar. Generalmente lo que hacen los padres es ignorar y rechazar a sus hijos. Sólo en los Estados Unidos hay
aproximadamente dos millones de denuncias de abusos
cada año, y más o menos la mitad se confirman como auténticas (Cicchetti y Toth, 1995a). El rechazo de los padres
hacia su hijo puede adoptar diferentes formas —abandono
físico, negación del amor y el afecto, carencia de interés en
sus actividades y logros, no pasar apenas tiempo con el
niño, y falta de respeto por sus derechos y sentimientos—.
En una minoría de los casos, también hay un trato cruel de
carácter emocional, físico y/o abuso sexual. El rechazo por
parte de los padres puede ser parcial o completo, pasivo o
activo, sutil o abiertamente cruel.
Los efectos de esta deprivación y rechazo pueden llegar
a ser muy graves. Por ejemplo, Bullard y sus compañeros
(1967) describieron un síndrome que denominaron
Deprivación o trauma precoz
LA INSTITUCIONALIZACIÓN.
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«imposibilidad de progresar», caracterizado por un importante deterioro del desarrollo normal, acompañado de internamientos frecuentes en un hospital. En su forma más grave
puede tener efectos muy adversos sobre la salud del niño, e
incluso llevarle a la muerte. Se trata de un problema muy común en familias de pocos medios, que se ha estimado en el 6
por ciento de los niños que viven en estos entornos deprimidos (Lozoff, 1989). Estos niños corren el riesgo de manifestar posteriormente problemas de conducta y retrasos en su
desarrollo (Drotar y Robinson, 2000; Sameroff, 1995).
El abuso por parte de los padres (ya sea físico, sexual, o
de ambos tipos) también se ha asociado con otros muchos
efectos negativos sobre el desarrollo de los niños, si bien algunos estudios han encontrado que, al menos para alguno
de ellos, el abandono total puede llegar a ser peor que sufrir
una relación de abuso. Los niños de los que se abusa suelen
mostrar una tendencia a la agresividad (tanto física como
verbal), y algunos llegan a responder con furia y agresión
incluso ante aproximaciones amistosas por parte de sus
compañeros (por ejemplo, Emery y Laumann-Billings,
1998; Shonk y Cichetti, 2001). Los investigadores también
han encontrado que los niños maltratados tienen dificultades para el desarrollo lingüístico e importantes problemas
para su funcionamiento emocional y social, lo que incluye
depresión y ansiedad, y el deterioro de las relaciones con
sus compañeros que, evidentemente, tienden a evitarlos
(Cicchetti y Toth, 1995a, 1995b; Shonk y Cichetti, 2001).
Esto resulta especialmente probable si el maltrato comenzó
antes de los cinco años de edad (Keiley, Howe, Dodge, Bates, y Pettit, 2001).
Los niños maltratados también suelen desarrollar patrones atípicos de apego, fundamentalmente con un estilo
desorientado y desorganizado (Barnett, Ganiban, y Cicchetti, 1999; Crittenden y Ainsworth, 1989), que se caracteriza por una conducta insegura, desorganizada e
incoherente con su cuidador. Por ejemplo, uno de estos niños puede comportarse de una manera aturdida y fría al
reunirse con su cuidador en un momento dado, y en otro
momento buscar a su madre con angustia para inmediatamente rechazarla y evitarla. Una proporción importante de
estos niños continúan mostrando estos patrones «de confusión» cuando se relacionan con sus madres, al menos hasta
los trece años de edad. También muestran agresión hacia
sus compañeros y consecuentemente son rechazados por
ellos (por ejemplo, Shields, Ryan, y Cicchetti, 2001). Una revisión de la investigación sobre este tema llegó a la conclusión de que «los modelos internos de representación que
caracterizan a estos apegos inseguros, pueden llegar a generalizarse a nuevas relaciones personales, lo que conduce a
expectativas negativas sobre cómo se comportarán los demás, y a la inseguridad respecto al éxito en la relación con
ellos» (Cicchetti y Toth, 1995a, p. 549; Shields et al., 2001).
Esas expectativas negativas, derivadas de las representaciones nocivas que el niño hace de sus cuidadores, acarre-
Factores causales psicosociales

an también que los efectos perjudiciales de estos traumas
infantiles a veces nunca lleguen a superarse, en parte debido a que el tipo de experiencias que podrían proporcionar
una reducción de tales efectos negativos se evitan de manera selectiva. En efecto, si un niño ha desarrollado esquemas
mentales dentro de los cuales no cabe la posibilidad de poder confiar en los demás, probablemente no se aventure a
relacionarse con alguien el tiempo suficiente como para
aprender que sí existen personas en el mundo que son dignas de confianza, lo que a su vez favorece su tendencia a la
agresividad y/o el consecuente rechazo por parte de sus
compañeros (Cicchetti y Toth, 1995a; Shields et al., 2001).
Esta idea también ha sido apoyada por el trabajo de Dodge
y sus condiscípulos (1990, 1995), que encontraron que los
niños de los que se ha abusado se mantienen en constante
vigilancia de eventuales claves hostiles procedentes de sus
compañeros (tal y como han aprendido a esperar de sus padres). Esto les lleva a atribuir intenciones hostiles a las interacciones que provienen de sus compañeros, ahí donde los
niños normales tenderían a atribuir intenciones neutras. Si
ellos creen que los demás se están comportando con ellos
de una manera hostil, lo más probable es que actúen también de manera agresiva, y además aprendan que las respuestas agresivas pueden llegar a tener consecuencias
positivas, como por ejemplo reducir su enfado. Y lo que es
más, esa tendencia a atribuir intenciones hostiles parece
que es un elemento importante para el desarrollo de la conducta agresiva.
Las investigaciones sobre las consecuencias a largo plazo del abuso físico apoyan la idea de que estos efectos pueden ser muy duraderos (hasta llegar a la adolescencia y la
edad adulta), e incluyen la violencia familiar y extra-familiar especialmente entre los varones (Cicchetti y Toth,
1995a; Cicchetti y Rogosch, 2001). Por ejemplo, se ha encontrado que el abuso físico está asociado con conductas
suicidas, así como con la ansiedad, la depresión y los trastornos de personalidad.
Una parte importante de los padres que rechazan o
abusan de sus hijos han sido ellos mismos víctimas del rechazo de sus propios padres. Evidentemente su propia historia de rechazos y abusos debe haber tenido efectos
devastadores sobre sus esquemas y auto-esquemas, y probablemente haya dado lugar a la incapacidad de interiorizar modelos paternales adecuados (por ejemplo, Shields et
al., 2001). Kaufman y Zigler (1989) estimaron que la probabilidad de este patrón de transmisión intergeneracional
del abuso se sitúa en torno al treinta por ciento (véase también Cicchetti y Toth, 1995a).
No obstante, los niños maltratados pueden llegar a mejorar en cierta medida cuando su entorno también mejora
(Cicchetti y Toth, 1995a; Emery y Laumann-Billings, 1998).
De hecho, suele presentarse un abanico de efectos, de manera que quienes mostraron menos efectos negativos generalmente dispusieron de algunos factores de protección,
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
tales como una buena relación con algún adulto, una elevada inteligencia, experiencias positivas en la escuela, o atractivo físico.
OTROS TRAUMAS INFANTILES. La mayoría de nosotros hemos sufrido alguna experiencia traumática que haya
destruido temporalmente nuestros sentimientos de seguridad, suficiencia y valía, y que haya influido sobre nuestra
percepción de nosotros mismos y de nuestro entorno. El siguiente caso ilustra uno de estos incidentes:
Un niño adoptado
Me parece que la experiencia más traumática
de mi vida ocurrió cuando tenía once años. Yo
no estaba muy seguro de cómo había llegado a
pertenecer a mi familia, aunque mis padres habían pensado muchas veces decirme que yo
era
un niño adoptado. Una tarde mi hermano
ESTUDIO
adoptivo me explicó el significado de la adopDE UN
ción con una vehemencia que nunca olvidaré.
CASO
Me dejó claro que yo no era un miembro «auténtico» de la familia, que mis padres «en realidad» no me querían, y que yo ni siquiera era querido en el
vecindario. Era por la noche y recuerdo muy vívidamente que me fui
a dormir con lágrimas en los ojos. Esa experiencia sin lugar a dudas
desempeñó un papel importantísimo para generar en mí sentimientos de inseguridad e inferioridad.
Este tipo de traumas dejan heridas psicológicas que
nunca llegan a cicatrizar por completo. Con frecuencia estas heridas se producen mediante un condicionamiento
clásico de respuestas emocionales. Las respuestas emocionales condicionadas son expectativas de que un acontecimiento determinado (a menudo de carácter traumático)
está relacionado con un acontecimiento neutro. Este tipo de
respuestas son muy resistentes a la extinción. Así pues, una
experiencia traumática como caerse a un lago o sufrir un
ataque de pánico mientras se está nadando, puede ser suficiente como para instaurar un temor al agua que puede
persistir durante toda la vida. Además, este tipo de respuestas condicionadas vinculadas a experiencias traumáticas,
pueden generalizarse a otras situaciones. Por ejemplo, el
niño que ha aprendido a temer al agua también pude tener
miedo a pasear en barco o a otras situaciones asociadas con
la más remota posibilidad de ahogarse.
Bowlby (1960, 1973) ha resumido los
efectos traumáticos que, para los niños de entre dos y cinco
años, puede llegar a tener la separación de sus padres durante periodos de hospitalización prolongados. En primer
SEPARACIÓN.
lugar, se producen efectos agudos a corto plazo, tales como
un importante grado de desesperación, así como el desapego a los padres tras reunirse con ellos de nuevo; Bowlby
consideraba que esta era una respuesta normal ante una separación prolongada, incluso en niños con un apego seguro. Pero los niños que sufren con frecuencia este tipo de
separaciones, pueden llegar a desarrollar un apego inseguro. Además, también pueden producirse efectos a más largo
plazo. Por ejemplo, puede crearse una vulnerabilidad ante
factores estresantes durante la edad adulta, favoreciendo la
posibilidad de que esa persona adquiera una depresión
(Bowlby, 1980), o que aparezcan otros síntomas psicopatológicos (Canetti, Bachar, Bonne, y Agid et al., 2000). Igual
que ocurre con otras experiencias traumáticas tempranas,
los efectos a largo plazo de la separación dependerán de si el
niño ha podido recibir posteriormente apoyo por parte de
otras personas importantes para él (Canetti et al., 2000;
Carlson y Sroufe, 1995). Así, por ejemplo, merece la pena
destacar que muchos niños que han sufrido algo tan traumático como la muerte de uno de sus padres, no han llegado a mostrar efectos perceptibles a largo plazo (Brown,
Harris, y Bifulco, 1985; Canetti et al., 2000).
Estilos paternos inadecuados
Incluso cuando no se haya producido una deprivación grave, abandono o traumas, todavía existen muchos tipos de
desviaciones en la paternidad que pueden ejercer efectos
muy profundos sobre la capacidad posterior de los niños
para enfrentarse con los desafíos de la vida, haciéndolos así
vulnerables a diversas formas de psicopatología. Así pues, si
bien sus explicaciones varían de manera considerable, las
perspectivas psicosociales sobre las causas de psicopatología están orientadas todas ellas hacia las tendencias conductuales que adquieren los niños en el transcurso de sus
primeras interacciones sociales con los demás, y principalmente sus padres y cuidadores (por ejemplo, Sroufe, Duggal, Weinfield, y Carlson, 2000).
Es importante recordar que la relación entre padres e
hijos siempre tiene un carácter bidireccional: como ocurre
con cualquier relación de carácter continuo, la conducta de
cada una de las personas afecta a la conducta de la otra. Algunos niños se dejan querer más que otros; algunos padres
son más sensibles que otros a las necesidades de sus hijos;
por ejemplo, aquellos padres que tienen bebés con altos niveles de emocionalidad negativa (esto es, que son proclives
a mostrar estados de ánimo negativos) encuentran difícil y
estresante relacionarse con ellos. De hecho, Rutter y Quinton (1984b) encontraron que los padres tendían a reaccionar con irritabilidad, hostilidad y críticas cuando sus hijos
tenían niveles altos de emocionalidad negativa y baja capacidad de adaptación. A su vez estas características ponen a
los niños en riesgo de sufrir una psicopatología debido a
que se convierten en un «foco de desacuerdo» en la familia
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(Rutter, 1990, p. 191). Este ejemplo pone de relieve que las
características de un niño contribuyen también al establecimiento de relaciones de apego insatisfactorias, como veremos en los siguientes apartados.
PSICOPATOLOGÍA DE LOS PADRES. Se ha encontrado de manera general que aquellos padres que sufren diversos tipos de psicopatología (lo que incluye la esquizofrenia,
la depresión, el trastorno de personalidad antisocial y el
abuso o dependencia del alcohol) suelen tener niños con un
elevado riesgo de sufrir un amplio abanico de dificultades
en su desarrollo. La mayor parte de las investigaciones sobre
el tema se han centrado sobre las madres, si bien existe bastante evidencia de que los padres con trastornos también
contribuyen de manera significativa a la psicopatología de
sus hijos, sobre todo a problemas de depresión, trastornos
de conducta, delincuencia y trastorno por déficit de atención (por ejemplo, Phares y Compas, 1992; Phares, Duhig,
y Watkins, 2002). Si bien alguno de esos efectos debe tener
algún componente de tipo genético, la mayoría de los investigadores están convencidos de que las influencias genéticas
no explican la totalidad de los efectos adversos que la psicopatología de los padres ejerce sobre sus hijos (por ejemplo,
Hammen, 2002).
Por ejemplo, los hijos de alcohólicos tienen una elevada probabilidad de caer en el absentismo escolar y el abuso
de sustancias, y un alto riesgo de abandonar los estudios, así
como también de manifestar un elevado nivel de ansiedad y
depresión y bajas cotas de autoestima (Chassin, Rodosch, y
Barrera, 1991; Eiden et al., 1999), si bien también son muchos los hijos de alcohólicos que no muestran este tipo de
dificultad. Además, los niños de padres gravemente deprimidos también se encuentran en un peligroso riesgo de padecer trastornos (Cicchetti y Toth, 1995b, 1998; Goodman y
Gotlib, 2002; Hammen, 2002), al menos en parte debido a
que la depresión de los padres provoca que no atiendan las
necesidades de sus hijos (Gelfand y Teti, 1990) y que tengan
dificultades para aplicar la disciplina necesaria (Cicchetti y
Toth, 1995b, 1998). No es sorprendente por lo tanto que los
hijos de madres depresivas hayan establecido relaciones de
apego inseguras (Cicchetti y Toth, 1995b) y vivan en entornos con elevados niveles de estrés (Hammen, 2002).
Una vez más, a despecho de los profundos efectos que la
psicopatología de los padres puede ejercer sobre sus hijos,
debe señalarse que muchos niños que han sido criados en este
tipo de familias eluden las dificultades debido a cierto número de factores de protección. Por ejemplo, un niño que vive
con un padre que tiene un trastorno grave, pero que mantiene también una relación cálida y afectuosa con el otro padre
o con otro adulto ajeno a la familia, dispone de un importante factor de protección. Otros factores que promueven la elasticidad son una elevada capacidad intelectual, una buena
competencia social y académica, y el hecho de resultar atractivo para los adultos (Masten y Coatsworth, 1995, 1998).
Factores causales psicosociales

ESTILOS DE LOS PADRES: CARIÑO Y CONTROL.
Existen otras diferencias menos extremadas en los estilos
paternos, pero que también pueden ejercer un impacto significativo sobre el desarrollo de los niños, e incrementar su
vulnerabilidad a la psicopatología. En tiempos pasados la
disciplina se concebía como una manera de castigar la conducta indeseable y de prevenir o eliminar dicha conducta
en el futuro. En la actualidad la disciplina se considera de
una manera más positiva como un modo de proporcionar
una estructura y una orientación a los niños para promover
un desarrollo saludable. Este tipo de orientación proporciona al niño una serie de esquemas similares a los resultados que obtendría en el mundo real derivados de su
conducta. Este tipo de información ofrece una sensación de
control sobre los resultados de sus acciones, y le permite
elegir de manera deliberada. Cuando sea necesario ejercer
el castigo, resulta esencial que el padre deje perfectamente
claro qué conductas se consideran inapropiadas y cuáles
son apropiadas.
Los investigadores se han interesado por la medida en
que los estilos paternos —incluyendo los estilos de disciplina— influyen sobre la conducta de los niños a lo largo de su
desarrollo. Se han identificado cuatro estilos paternos que
parecen influir de diferente manera sobre los niños: (1) democrático, (2) autoritario, (3) permisivo-indulgente, y
(4) negligente/desentendido. Estos estilos varían según el
grado de afecto paternal (la cantidad de apoyo, ánimo y ternura, frente a la vergüenza, rechazo y hostilidad) y en el grado de control (ejercicio de la disciplina frente a dejar al niño
a su albedrío; Emery y Kitzman, 1995; de MacCoby y Martin, 1983; Morris, 2001).
Paternidad democrática. El estilo democrático es aquel
en que los padres son por una parte cariñosos pero a la misma vez establecen cuidadosamente límites y restricciones
muy claras respecto a determinados tipos de conducta,
mientras que permiten un grado considerable de libertad
dentro de esos límites. Este estilo está asociado con un desarrollo social temprano más positivo; los niños tienden a
mostrarse enérgicos y amistosos, y a mostrar el desarrollo
de competencias generales para relacionarse con los demás
y con su entorno (Baumrind, 1975, 1993; Emery y Kitzman,
1995). Cuando llegan a la adolescencia, estos niños mantienen sus características positivas.
Paternidad autoritaria. Los padres con un estilo autoritario muestran un elevado control pero un bajo nivel de
afecto, de manera que sus hijos tienden a ser conflictivos,
irritables y malhumorados (Baumrind, 1975, 1993). Cuando llegan a la adolescencia estos niños todavía aumentan
más sus características negativas, de manera que los varones
son especialmente deficientes respecto a sus capacidades
cognitivas y sociales. Si además los padres autoritarios recurren al castigo físico en vez de utilizar métodos punitivos
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
más adecuados, como la retirada de la aprobación y de privilegios, el resultado suele ser un aumento de la conducta
agresiva por parte de los niños (Emery y Kitzman, 1995;
Eron et al., 1974; Patterson, 1979). Aparentemente, el castigo físico proporciona un modelo de conducta agresiva que
los niños emulan e incorporan en sus propios auto-esquemas (Millon y Davis, 1995).
Los padres permisivos e indulgentes muestran elevados niveles de afecto pero
son parcos para ejercer la disciplina y el control. Este estilo
de paternidad está asociado con una conducta impulsiva y
agresiva en los niños (Baumrind, 1967; Hetherington y Parke, 1993). Los niños de padres indulgentes suelen ser malcriados, egoístas, impacientes, desconsiderados y exigentes
(Baumrind, 1971, 1995). En un estudio clásico, Sears (1961)
encontró que una gran cantidad de permisividad y muy
poca disciplina estaban correlacionadas positivamente con
conductas agresivas y antisociales, sobre todo durante la niñez media y tardía. Al contrario de lo que ocurre con los niños rechazados y emocionalmente deprivados, los hijos de
padres indulgentes tienen grandes habilidades de relación
interpersonal, pero explotan a los demás para lograr sus
propósitos de la misma manera que han aprendido a explotar a sus padres (Millon y Davis, 1995a). En definitiva, han
desarrollado auto-esquemas repletos de «derechos», pero
en los que escasean los deberes. Evidentemente, cuando la
realidad les obligue a reestructurar sus convicciones sobre sí
mismos y el mundo, aparecerán las dificultades de ajuste y
la confusión.
Paternidad permisiva-indulgente.
Por último,
los padres con bajos niveles de afecto y de control ponen de
manifiesto un estilo negligente y desentendido. Dicho estilo
está asociado con problemas de apego durante la niñez
(Egeland y Sroufe, 1981; Morris, 2001), y con el malhumor,
la baja autoestima, y los problemas de conducta durante la
niñez (Baumrind, 1991; Hetherington y Parke, 1993). Estos
niños también suelen tener problemas para relacionarse
con sus compañeros y un bajo rendimiento escolar (Hetherington y Parke, 1993).
Paternidad negligente y desentendida.
Prácticas restrictivas. Las investigaciones que han estudiado únicamente el efecto de las prácticas restrictivas
(ignorando la variable afecto) han puesto de manifiesto que
estas prácticas pueden actuar como un factor de protección
para aquellos niños que se desarrollan en entornos de alto
riesgo, definidos por una combinación de un bajo nivel
educativo y laboral de los padres, un status de minoría étnica y/o la ausencia de un padre (Baldwin, Baldwin, y Cole,
1990). Entre los niños de alto riesgo, aquellos que obtuvieron mejores resultados en el ámbito cognitivo (elevada inteligencia y rendimiento escolar) solían ser aquellos con los
padres más restrictivos y menos democráticos. De hecho,
las prácticas restrictivas estaban asociadas positivamente
con los resultados cognitivos pero sólo entre los niños de
alto riesgo y no entre los de bajo riesgo. De manera similar,
las prácticas restrictivas también resultaron especialmente
apropiadas en aquellas familias que vivían en zonas con un
alto índice de criminalidad.
COMUNICACIÓN INADECUADA, IRRACIONAL Y COLÉRICA. Algunas veces los padres desaniman a los niños
a hacer preguntas, y no son capaces de estimular el intercambio de información necesaria para ayudarlos a desarrollar algunas competencias esenciales. Una comunicación
inadecuada puede adoptar diversas formas. Algunos padres
están demasiado ocupados o preocupados con sus propios
asuntos como para escuchar a sus hijos, o para intentar
comprender los conflictos y presiones a los que se enfrentan. Otros padres han olvidado que el mundo puede parecer diferente a los ojos de un niño o un adolescente, ya que
los rápidos cambios sociales pueden generar vacíos comunicativos entre generaciones. En otros casos, los fallos en la
comunicación pueden adoptar formas más problemáticas,
en las que los mensajes se vuelven confusos debido a que el
oyente distorsiona, o ignora el significado que pretende
transmitir el hablante. Por último, con frecuencia los niños
se encuentran expuestos a elevados niveles de conflicto y
cólera, que pueden provocarles estrés y desajustes emocionales. La cólera puede aparecer en el contexto de desacuerdos matrimoniales, abusos o psicopatología de los padres, y
con frecuencia está asociada con la aparición de problemas
psicológicos en los niños (Emery y Kitzmann, 1995; Schneider-Rosen y Cicchetti 1984). No resulta sorprendente, por
tanto, que los niños de los que se ha abusado lleguen a estar
más asustados por la cólera de sus padres que los niños de
los que no se ha abusado (Hennessy, Rabideau, Cicchetti, y
Cummings, 1994).
Desacuerdo matrimonial y divorcio
Los problemas en la relación entre padres e hijos, como por
ejemplo el rechazo por parte de los padres, no suelen aparecer en su forma más grave, a menos que el contexto familiar
global también esté deteriorado. Por lo tanto, una estructura familiar deteriorada supone un factor de riesgo añadido
que incrementa la vulnerabilidad ante situaciones estresantes. Distinguiremos aquí entre familias intactas pero con un
desacuerdo importante entre los padres, y familias rotas por
el divorcio o la separación.
Cualquiera que sea la razón sobre la que se base la discordia matrimonial, cuando
ésta es muy duradera tiende a resultar frustrante, dolorosa, y
generalmente con efectos nocivos tanto sobre los adultos
como sobre los niños (Amato y Booth, 2001; Emery y Kitzmann, 1995). Los casos más graves de discordia matrimonial
DISCORDIA MATRIMONIAL.
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pueden llegar a exponer a los niños ante algunas de las circunstancias estresantes de las que ya hemos hablado: el rechazo o el abuso infantil, los efectos derivados de vivir con
un padre que tiene un trastorno mental severo, un estilo paterno autoritario o negligente y desentendido, o el abuso
hacia el cónyuge. Resulta interesante que un estudio encontrara que los niños pueden protegerse contra los efectos nocivos del conflicto matrimonial, si uno o ambos padres
tienen las siguientes características: afecto, tendencia a proporcionar alabanzas y aprobación, y capacidad para inhibir
su conducta de rechazo hacia los niños (Katz y Gottman, y
1997). Otro estudio encontró que los niños que estaban
muy apoyados por sus compañeros también estaban protegidos contra los efectos negativos de la discordia entre sus
padres (Wasserstein y La Greca, 1996).
Algunos estudios longitudinales recientes han documentado con claridad que los efectos dañinos de la discordia matrimonial grave continúan afectando a los hijos
cuando éstos se convierten en adultos, ya que sus propios
matrimonios tienden a estar cargados también de discordia. Y lo que es más, parece que parte de esta transmisión
intergeneracional de la discordia matrimonial procede de
que los hijos han aprendido de sus padres esos estilos de interacción negativos (Amato y Booth, 2001).
En muchos casos una familia se queda incompleta debido a la muerte, el divorcio, la
separación, o cualquier otra circunstancia. Debido en parte
a la creciente aceptación cultural del divorcio, actualmente
en los Estados Unidos se producen más de un millón de divorcios anuales (Oficina del Censo de los Estados Unidos,
1999). Se estima que alrededor del veinte por ciento de los
niños menores de dieciocho años están viviendo bajo la
custodia de uno de sus padres. Prácticamente la mitad de
los matrimonios terminan en divorcio, y se ha estimado que
entre el cincuenta y el sesenta por ciento de los niños nacidos en la década de los 90 terminarán viviendo en algún
momento bajo la custodia de uno de sus padres divorciados
(Hetherington, Bridges, e Insabella, 1998).
FAMILIAS DIVORCIADAS.
Efectos del divorcio sobre los padres. Los matrimonios infelices son difíciles de sobrellevar, pero finalizar una
relación de pareja también resulta enormemente estresante
para los adultos, tanto psicológica como físicamente. Algunas veces esos efectos negativos sólo son temporales, pero
en otras ocasiones los individuos nunca llegan a recobrarse
por completo (Amato, 2000).
Las personas divorciadas y separadas suponen una
proporción muy importante de los pacientes de una consulta psicológica o psiquiátrica, si bien la dirección de la relación causal no siempre está clara. En sus revisiones sobre
los efectos del divorcio en los adultos, Amato y Keith
(1991a) llegaron a la conclusión de que esta circunstancia
supone una fuente importante de psicopatología, así como
Factores causales psicosociales

de enfermedad física, muerte, suicidio y homicidio. Sin embargo, es necesario recordar que muchas veces el divorcio
resultaba beneficioso (Amato, 2000). En términos generales, un adecuado ajuste posterior al divorcio suele estar
asociado positivamente con unos buenos ingresos económicos, realizar un nuevo matrimonio, haber mantenido
previamente actitudes favorables hacia el divorcio y ser la
parte que inició el proceso.
El divorcio
también puede tener efectos traumáticos sobre los niños.
Los sentimientos de inseguridad y rechazo pueden resultar agravados por las batallas legales y, en ocasiones, por la
ansiedad que perciben los niños cuando están con uno de
sus padres. Por lo tanto, no resulta sorprendente que algunos niños desarrollen respuestas inadaptadas graves. Los
niños con un temperamento difícil también suelen tener
más dificultades de ajuste que los niños con un temperamento fácil (Hetherington, Stanley-Hagan, y Anderson,
1989). Irónicamente, se ha encontrado que son precisamente los padres de los niños con un temperamento difícil quienes tienen más probabilidad de divorciarse, quizá
precisamente porque el difícil temperamento de sus hijos
tienda a exacerbar los problemas maritales (Block, Block,
y Gjerde, y 1986).
La delincuencia y un amplio abanico de otros problemas psicológicos resultan más frecuentes entre los hijos de
familias divorciadas que entre los hijos de familias intactas,
aunque es probable que el factor causal sea previo al antagonismo entre los padres (Chase-Lansdale, Cherlin, y Kiernan, 1995; Rutter, 1979). Además, algunos estudios han
demostrado que los efectos adversos del divorcio sobre un
funcionamiento psicosocial bien adaptado pueden prolongarse durante la edad adulta. En promedio, y en comparación con los adultos jóvenes procedentes de familias
intactas, los que proceden de familias divorciadas han alcanzado un menor nivel educativo, disponen de menos ingresos, están menos satisfechos con su vida, y tienen más
probabilidades de tener hijos no deseados (Chase-Lansdale,
Cherlin, y Kiernan, 1995; Hetherington et al., 1998). Los niños procedentes de familias divorciadas también tienen
más probabilidad de que sus propios matrimonios terminen en divorcio (Amato y DeBoer, 2001).
No obstante, muchos niños son capaces de adaptarse
perfectamente al divorcio de sus padres. De hecho, una revisión de noventa y dos estudios sobre familias divorciadas, realizado sobre 13 000 niños desde los años 50, llegó a
la conclusión de que los efectos perjudiciales del divorcio
sobre los niños son en realidad bastante pequeños (Amato
y Keith, 1991a; véase también Emery, 1999; Hetherington et
al., 1998), como también lo son los efectos negativos que
persisten durante la edad adulta de esos niños (Amato y
Keith, 1991b). Amato y Keith (1991a, 1991b) también encontraron que los efectos nocivos del divorcio parecían
Efectos del divorcio sobre los niños.
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
disminuir entre los años 50 a los 80 (y particularmente a
partir de 1970), quizá debido a que el estigma asociado al
divorcio ha ido desapareciendo a partir de entonces. Sin
embargo, una reciente revisión de sesenta y siete estudios
publicados durante la década de los 90 ha puesto de manifiesto que dichos efectos perniciosos no han seguido disminuyendo durante esos años (Amato, 2001).
Los efectos del divorcio sobre los niños son, en cualquier caso, más favorables que los efectos de permanecer en
un hogar desgarrado por el conflicto marital (Amato y
Keith, 1991a; Emery y Kitzmann, 1995; Hetherington et al.,
1998). En alguna ocasión se ha pensado que los efectos negativos del divorcio podrían reducirse en el caso de que el
cónyuge con la custodia volviera a casarse, y este nuevo matrimonio proporcionase un entorno adecuado para la
crianza de los niños. Sin embargo, y por desgracia, la revisión de Amato y Keith (1991a) puso de relieve que no había
diferencias significativas entre estos niños y aquellos que vivían bajo la custodia de uno de sus padres. De hecho, algunos estudios han encontrado que el período de adaptación
a un nuevo matrimonio puede llegar a ser incluso mayor
que el necesario para adaptarse a un divorcio (Hetherington et al., 1989). Otros estudios han mostrado que los niños
—especialmente los muy pequeños— que viven con un padrastro tienen un mayor riesgo de sufrir abusos físicos por
parte de éste, que los niños que viven con sus los padres biológicos (Daly y Wilson, 1988, 1996).
Relaciones inadaptadas
con los compañeros
Otro importante conjunto de relaciones externas a la familia tiene lugar durante los años de educación infantil, cuando los niños empiezan a relacionarse con compañeros.
Cuando se aventuran de manera independiente fuera de su
familia, se enfrentan con cierto número de situaciones
complicadas e impredecibles. De ahí que las posibilidades
de encontrarse con problemas y fracasos sean considerables.
Evidentemente, los niños de esta edad todavía no dominan los matices más diplomáticos de las relaciones humanas. La empatía, esto es, la capacidad de ponerse en la
situación de otro para percibir su perspectiva y sentimientos, apenas está desarrollada, como puede comprobarse
cada vez que un niño de esa edad rechaza al compañero con
el que está jugando si en ese momento llega otro compañero más interesante. El objetivo básico de cualquier interacción suele ser la satisfacción inmediata, sin percatarse de
que la cooperación y la colaboración pueden proporcionar
incluso mayores beneficios. Una importante minoría de niños parecen estar mal preparados para enfrentarse con los
rigores y la competitividad de los años escolares, probablemente debido a factores temperamentales y a deficiencias
psicosociales de su familia. Una parte importante de ellos
terminará siendo rechazada por sus compañeros, y vagarán
solitarios por el patio de recreo. Otra parte importante (sobre todo varones) recurrirán a un estilo agresivo e intimidatorio, convirtiéndose en los matones del barrio.
Algunos estudios han encontrado que los matones demuestran niveles elevados de agresión proactiva (iniciada
por ellos mismos) pero también reactiva (en respuesta a los
demás; por ejemplo, Salmivally y Nieminen, 2002). Si bien
es cierto que algunos de estos matones probablemente actúen así debido a sus dificultades en las habilidades sociales,
hay otros (generalmente los cabecillas del grupo de matones) que sin embargo, tienen unas capacidades sociales muy
avanzadas, lo que precisamente les permite manipular a sus
compañeros de tal manera que ellos casi siempre salen indemnes de sus maliciosas correrías (Sutton, Smith, y Swettenham, 1999). En cualquier caso, convertirse en un
solitario o en un matón nunca presagia nada bueno para la
propia salud mental (por ejemplo, Coie et al., 1992; Dodge
et al., 1997).
Por suerte, existe otra cara de esta moneda. Las relaciones con los compañeros tienen sus problemas evolutivos,
pero también pueden suscitar importantísimas experiencias
de aprendizaje, que ayuden a una persona a mantenerse en
pie durante años, e incluso durante el resto de su vida. Para
un chaval con recursos sociales y cognitivos, el toma-y-daca,
ganar y perder, o los éxitos y fracasos de los años escolares suponen un espléndido entrenamiento para llegar a ser capaz
de enfrentarse con el mundo real y con su propio yo en desarrollo —con sus capacidades y limitaciones, y con sus cualidades atractivas y menos atractivas—. La experiencia de
intimidad con un amigo se inicia también durante este periodo de intensas implicaciones sociales. Si todo ha transcurrido adecuadamente durante estos primeros años juveniles,
el niño llega a la adolescencia con un importante repertorio
de conocimientos y habilidades sociales. La experiencia en
esta comunicación íntima con los demás hace posible la
transición desde la atracción, los amoríos y la mera curiosidad sexual, a un amor genuino. Tales aspectos pueden también convertirse en factores de protección fundamentales
contra la frustración, la desmoralización, el despecho y el
trastorno mental (Masten y Coatsworth, 1998).
Durante los últimos veinticinco años, cada vez se ha
acelerado más la investigación sobre los factores de riesgo
asociados con las relaciones entre compañeros. Algunos de
los descubrimientos más importantes de estas investigaciones se reseñan brevemente en el siguiente apartado.
FUENTES DE POPULARIDAD Y DE RECHAZO.
¿Qué es lo que determina que algunos niños sean populares
y otros rechazados? Hasta el momento, el correlato más
fuerte de la popularidad entre los jóvenes es que se les considere amistosos y «enrollados» (por ejemplo, Hartup,
1983). La relación causal que pueda existir entre la popularidad y las pruebas de amistad no está clara, aunque proba-
Capítulo-03
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blemente esté combinado con otras variables como la inteligencia o el atractivo físico.
Pero a lo que más atención se ha dedicado ha sido a intentar descubrir la razón por la que algunos niños suelen ser
rechazados por parte de sus compañeros. Una razón importante es que muchos de ellos adoptan una estrategia demasiado exigente o agresiva cuando se relacionan con los
demás. Los niños agresivos suelen ofenderse muy pronto, y
atribuir intenciones hostiles a las bromas de sus compañeros, lo cual supone una escalada de la confrontación que
puede llevar a cotas muy elevadas. También suelen adoptar
actitudes más punitivas y rencorosas ante ese tipo de situaciones (Coie et al., 1991; Crick y Dodge, 1994). Esto suele ser
especialmente cierto en aquellos niños que han sido maltratados por sus padres, y por lo tanto han desarrollado representaciones mentales inadaptadas, como por ejemplo estar a
la expectativa de recibir maltratos. Tales expectativas pueden
dar lugar a que aborden las situaciones sociales con hiperactividad, ansiedad y cólera, lo que probablemente concuerde
muy bien con sus experiencias en el hogar, pero esté completamente fuera del contexto en su relación actual con los
compañeros (Shield, Ryan, y Cicchetti, 2001). Por otra parte,
ser incapaz de comprender las emociones de los compañeros
durante la etapa de educación infantil predice bastante bien
las conductas agresivas hacia ellos cuando llegan a tercero de
primaria (Dodge, Laird, Lochman, y Zelli, 2002). Pero la
agresión no es lo único que provoca rechazo. Algunos niños
parecen ser rechazados precisamente por su sumisión. Otros
lo son por razones todavía desconocidas (Coie, 1990).
Ser rechazado y comportarse de manera agresiva durante la niñez incrementa considerablemente la probabilidad de
una conducta agresiva y delincuente posterior. Por ejemplo,
un estudio reciente que siguió a quinientos ochenta y cinco
niños desde la escuela infantil hasta segundo de ESO, encontró que quienes tenían esas estructuras del conocimiento
hostiles (esquemas) durante su niñez temprana, también tenían más probabilidad de desarrollar conductas agresivas a lo
largo de todo el periodo estudiado que abarcaba ocho años
(Burks, Laird, Dodge, Petit, y Bates, 1999; véase también
Laird, Jordan, Dodge, Petit, y Bates, 2001). Patterson, Capaldi y Bank (1991; véase también Dishion, 1994) han encontrado una relación causal que podría explicar ese resultado. A
partir de la idea de que la agresión es el mejor predictor del
rechazo por parte de los compañeros (Coie et al., 1990), encontraron que ese rechazo suele llevar a esos niños, al cabo de
unos años, a unirse a otros compañeros que también tienen
problemas de conducta, lo que a su vez está asociado con una
tendencia hacia la delincuencia juvenil.
Otro amplio subconjunto de niños proclives a ser víctimas crónicas del rechazo no son agresivos sino, por el contrario, muy poco asertivos y muy sumisos ante sus
compañeros (Schwartz, Dodge, y Coie, 1993). En tales casos
el rechazo también suele provocar aislamiento social, generalmente auto-impuesto (Dodge, Coie, y Brakke, 1982; Hy-
La perspectiva sociocultural

mel y Rubin, 1985). Coie (1990) ha señalado que este aislamiento puede tener consecuencias muy graves, debido a
que priva al niño de oportunidades para aprender las reglas
que rigen las conductas e intercambios sociales, reglas que
cada vez se van haciendo más sutiles y elaboradas. Por lo
tanto, el resultado habitual suele ser un fracaso social repetido una y otra vez, lo que conlleva de nuevo más efectos dañinos sobre la autoestima, y eventualmente conduce a la
soledad y la depresión (Burks, Dodge, y Price, 1995).
En resumen, tanto la lógica como las investigaciones sugieren la misma conclusión: un niño que no es capaz de establecer relaciones satisfactorias con sus compañeros está
siendo privado de un conjunto esencial de experiencias, lo
que le coloca en un grave riesgo de padecer diversas consecuencias negativas durante la adolescencia y la edad adulta,
tales como la depresión, el abandono de la escuela o la delincuencia (Burks et al., 1995; Kupersmidt et al., 1990). Sin embargo, es necesario recordar que este tipo de problemas
sociales también pueden señalar una serie de trastornos con
un componente genético, pero que no se hacen manifiestos
hasta el final de la adolescencia o la edad adulta. Lo que suele
ocurrir es que los problemas sociales con los compañeros, si
bien reflejan algún tipo de predisposición heredable, también
actúan como factores estresantes que incrementan la vulnerabilidad a padecer algún tipo de trastorno (Parker et al., 1995).
REVISIÓN
• ¿Por qué los auto esquemas y esquemas son
tan importantes para interpretar la conducta
patológica y su tratamiento?
• ¿Cuáles son los efectos más importantes de la
deprivación y el abuso infantil tempranos?
• ¿Qué tipo de efectos ejerce la psicopatología
de los padres sobre sus hijos?
• ¿Qué tipo de influencias tienen los estilos
paternales sobre el desarrollo de los hijos?
(Ponga especial atención en las variables de
afecto y control.)
• ¿Qué tipo de efectos suelen tener el divorcio y
la discordia marital sobre los hijos?
LA PERSPECTIVA
SOCIOCULTURAL
A principios del siglo XX, la sociología y la antropología florecieron como disciplinas científicas independientes, y contribuyeron rápidamente a la comprensión del papel que
desempeñan los factores socioculturales en el desarrollo y la
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
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
conducta humana. Los primeros teóricos socioculturales
fueron autores de la talla de Ruth Benedict, Abram Kardiner,
Margaret Mead y Franz Boas. Sus escritos e investigaciones
pusieron de manifiesto que el desarrollo de la personalidad
de un individuo es un reflejo de la sociedad en que vive, de
sus instituciones, normas, valores e ideas, así como de la familia más cercana y de otros grupos que le rodean. Las investigaciones también han dejado claramente establecido la
relación que existe entre diversas condiciones socioculturales
y una serie de trastornos mentales (por ejemplo, la relación
entre determinados factores estresantes de una sociedad y los
tipos de trastorno mental más característicos de la misma).
Otros estudios han demostrado que los trastornos físicos y
mentales propios de una determinada sociedad pueden cambiar a lo largo del tiempo a medida que se van modificando
las condiciones socioculturales de la misma. Tales descubrimientos han añadido nuevas dimensiones a las perspectivas
actuales de la conducta patológica (Fabrega, 2001; Tsai, Butcher, Muñoz, y Vitousek, 2001; Westermeyer y Janca, 1997).
El descubrimiento de factores
socioculturales mediante estudios
transculturales
La perspectiva sociocultural está orientada a estudiar el impacto de la cultura —y de otros aspectos del entorno social— sobre los trastornos mentales, si bien las relaciones
entre la conducta inadaptada y los factores socioculturales
tales como las actitudes hacia el cuidado de los niños, o entre la conducta inadaptada y las condiciones ambientales
adversas como la pobreza, la discriminación y el analfabetismo, resultan muy complejas. Una cosa es observar que
una persona con un trastorno psicológico proviene de un
entorno deprimido, y otra demostrar empíricamente que
esas circunstancias constituyen las causas de ese trastorno, y
no son meros correlatos del mismo.
No obstante, dado que en el mundo existen diferentes
sociedades cuyos miembros están expuestos a entornos
muy diferentes, disponemos de «laboratorios» naturales
para examinar este tipo de cuestiones. Algunos investigadores han llegado a sugerir que la investigación transcultural
puede mejorar nuestro conocimiento del rango de variación que es posible encontrar en el desarrollo conductual y
emocional humano, así como generar ideas sobre lo que
provoca las conductas normales y patológicas, ideas que
pueden ser evaluadas posteriormente en el laboratorio de
una manera más rigurosa (por ejemplo, Rothbaum, Weisz,
Pott, Miyake, y Morelli, 2000, 2001; Weisz et al., 1997).
TRASTORNOS Y SÍNTOMAS UNIVERSALES Y ESPECÍFICOS DE UNA CULTURA. La investigación apoya la
idea de que muchos trastornos psicológicos —tanto en
adultos como en niños— son universales, ya que aparecen
en la mayoría de las culturas que se han estudiado (Butcher,
1996; Kleinman, 1988; Verhulst y Achenbach, 1995). Por
ejemplo, aunque tanto la prevalencia como los síntomas
pueden variar hasta cierto grado, el patrón básico de pensamientos y conductas distorsionados que denominamos
esquizofrenia (Capítulo 14) puede encontrarse prácticamente en todo el mundo, desde las culturas más primitivas
a las más tecnológicamente avanzadas (Kulhara y Chakrabarti, 2001). Y lo que es más, estudios recientes han demostrado que ciertos síntomas psicológicos, medidos por el
Cuestionario Multifásico de Personalidad de Minnesota
(MMPI-2; véase Capítulo 4), aparecen en la mayoría de los
países (por ejemplo, Butcher, 1996). Por ejemplo, Butcher
(1996) encontró que los pacientes psiquiátricos de Italia,
Suiza, Chile, India, Grecia y los Estados Unidos, que habían
sido diagnosticados de esquizofrenia paranoide, mostraban
patrones de personalidad similares en el MMPI.
Sin embargo, y pese estos patrones universales, con mucha frecuencia los factores socioculturales influyen sobre el
tipo de trastorno que se desarrolla, sobre la forma que adopta y sobre el curso que seguirá. Por ejemplo, algunos trastornos mentales graves pueden mostrar diferencias en su
pronóstico dependiendo del país de que se trate. En efecto, algunos estudios internacionales han encontrado que la esquizofrenia tiene un curso más favorable en países en vías de
desarrollo que en los países industrializados (Kulhara y Chakrabarti, 2001). Kleinman (1986, 1988), por su parte, comparó la forma en que los chinos y los occidentales se enfrentan
con el estrés. Encontró que en las sociedades occidentales la
depresión constituye una reacción muy frecuente el estrés,
mientras que en China observó muy pocos casos de este trastorno (véase también Kirmayer y Groleau, 2001). En este país,
los efectos del estrés suelen manifestarse normalmente como
problemas físicos tales como la fatiga, la debilidad y otros por
el estilo. De hecho, Kleinman y Good (1985) analizaron la experiencia de la depresión en diferentes culturas. Encontraron
que muchos aspectos importantes de la depresión dentro de
las sociedades occidentales, por ejemplo, la fuerte sensación
de culpa que suele experimentarse, no aparecen en muchas
otras culturas. También han señalado que los síntomas de depresión, tales como la tristeza, la desesperanza, la infelicidad
y la falta de placer en las relaciones con el mundo y en las relaciones sociales, tienen significados absolutamente diferentes en distintas sociedades. Para los budistas, por ejemplo, la
búsqueda de placer entre los objetos del mundo y entre las
personas significa la base de todo sufrimiento; por lo tanto el
primer paso para alcanzar la salvación es desentenderse de
todo este tipo de cosas. Para los musulmanes Shi_ite de Irán,
la tristeza es una experiencia religiosa, asociada con el reconocimiento de las trágicas consecuencias que tiene vivir en
un mundo injusto; por lo tanto, ser capaz de experimentar
tristeza significa estar en posesión de una poderosa personalidad y un completo conocimiento del mundo. El apartado El
mundo que nos rodea 3.4 ofrece algunos ejemplos de conductas patológicas que parecen específicas de ciertas culturas.
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La perspectiva sociocultural
.

EL MUNDO QUE NOS RODEA
Síndromes vinculados a la cultura
Nombre del
trastorno
Cultura
Descripción
Amok
Malasia (también
se ha encontrado
en Laos, Filipinas,
Polinesia, Papúa
en Nueva Guinea y
Puerto Rico)
Trastorno caracterizado por un estallido repentino de violenta agresión o conducta
homicida, de manera que la persona que lo padece puede llegar a matar a otras
personas. Suele ser característico de varones que previamente se comportaban de una
manera tranquila, pensativa e inofensiva. Los episodios suelen venir provocados por un
insulto o un desaire. Se ha observado la existencia de diferentes etapas: durante la
primera, la persona permanece retraída; sigue entonces un periodo en el que se
muestra amenazante, con una pérdida de contacto con la realidad. Predominan en esta
etapa las ideas de persecución y de cólera. Por último, se produce una fase de
automatismo o Amok, en la que la persona salta, chilla, coge un cuchillo y acuchilla
cualquier persona u objeto que se encuentre a su alcance. Generalmente a continuación
hay un proceso de depresión, con amnesia de ese periodo de furia.
Latah
Malasia e
Indonesia (también
en Japón, Siberia y
Filipinas)
Hipersensibilidad repentina al miedo, característica de mujeres de mediana edad y
baja inteligencia que suelen ser obsequiosas y serviciales. El trastorno se puede
provocar mediante la palabra serpiente o mediante las cosquillas. Se caracteriza por
la ecolalia (la repetición de las palabras y las frases que acaban de oír en otra
persona) y la ecopraxia (la repetición de las acciones de los demás). Una persona con
este trastorno también puede mostrar una conducta disociativa o en trance.
Koro
Sudeste de Asia y
China (sobre todo
en Malasia)
Reacción de temor o ansiedad en la que un hombre teme que su pene pueda
desaparecer dentro de su propio abdomen, e incluso llegar a morir. Esta reacción
puede aparecer después de masturbaciones muy frecuentes. Este episodio de
ansiedad suele ser muy intenso y de aparición brusca. El «tratamiento» consiste en
que bien el paciente, o algún miembro de su familia o algún amigo, sujete firmemente
su pene. Con frecuencia el pene se inmoviliza a una caja de madera.
Windigo
Cazadores indios
Algonquinos
Una reacción de temor en la que un cazador siente gran ansiedad y agitación,
convencido de que ha sido embrujado. El temor consiste en creer que se ha
transformado en un caníbal con un insaciable apetito de carne humana.
Kitsunetsuki
Japón
Se trata de un trastorno en el que las víctimas creen que han sido poseídas por un
zorro, y de hecho están convencidas de que su rostro ha cambiado para parecerse al
de este animal. En ocasiones afecta a familias enteras, que por ello son expulsadas
de la comunidad. Es característica de zonas rurales de Japón y de personas
supersticiosas y de bajo nivel educativo.
Taijin
kyofusho
(TKS)
Japón
Se trata de un trastorno psiquiátrico relativamente habitual en Japón, en el que un
individuo muestra un enorme temor de ofender o dañar a otras personas debido a su
torpeza en situaciones sociales, o por un problema o defecto físico imaginario. En
realidad el problema principal radica en una preocupación excesiva por su propia
actuación en situaciones sociales.
Zar
Norte y este de
África
La persona está convencida de que está poseída por un espíritu, y puede llegar a
experimentar un episodio disociativo durante el cual grita, ríe, canta, o llora. También
es posible que muestre apatía y retraimiento, y deje de comer o trabajar.
Fuente: basado en Bartholomew (1997), Chowdhury (1996); Hatta (1996); Kiev (1972); Kirmayer (1991); Kirmayer et al., (1995); Lebra (1976); Lewis y
Ednie (1997); Sheung-Tak (1996); Simons y Huges (1985); y American Psychiatric Association (2000).
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
LA CULTURA Y EL EXCESO O EL DEFECTO EN EL
CONTROL DE LA CONDUCTA. Algunos estudios tam-
bién han sacado a colación ciertos temas fascinantes referidos a la prevalencia de diferentes tipos de psicopatología
infantil en diversas culturas. En Tailandia por ejemplo, los
adultos son absolutamente intolerantes con las conductas
incontroladas como la agresión, desobediencia y falta de
respeto por parte de los niños. A éstos se les enseña de manera explícita a ser educados y deferentes, y a inhibir cualquier expresión de cólera. Esto plantea algunas cuestiones
interesantes respecto a si en Tailandia habrá menos problemas de conducta que en los Estados Unidos, donde este tipo
de conductas incontroladas se tolera mucho más. También
plantea la cuestión de la posibilidad de encontrar en Tailandia muchos más problemas derivados del exceso de control,
como pueden ser la timidez, la ansiedad o la depresión.
Hay dos estudios que confirman que los niños tailandeses tienen una mayor prevalencia de problemas derivados del exceso de control sobre la conducta que los niños
norteamericanos (Weisz, Suwanlert, et al., 1987, 1993). Por
otra parte, aunque no se encontraron diferencias respecto a
la proporción de problemas relacionados con el control de
la conducta entre ambos países, sí había diferencias en el
tipo de problemas de conducta más característicos. Por
ejemplo, los adolescentes tailandeses tenían puntuaciones
más elevadas que los adolescentes americanos en formas
sutiles de descontrol, que no se manifestaban tanto en agresiones personales, sino más bien en otros aspectos, tales
como dificultad para concentrarse o crueldad con los ani-
.
males; por otra parte, los adolescentes americanos mostraron puntuaciones más altas en conductas problemáticas directas, como las peleas, bravuconadas o desobediencia
(Weisz et al., 1993). Sin embargo, estos resultados son difíciles de interpretar debido al hecho de que los padres tailandeses difieren muchísimo de los norteamericanos
respecto al tipo de problemas que les inducen a buscar algún tipo de asesoramiento psicológico. Por lo general, los
padres tailandeses parecen menos proclives que los americanos a buscar tratamiento psicológico para sus hijos
(Weisz y Weisz, 1991; Weisz et al., 1997). Esto puede ser debido en parte a sus creencias budistas respecto a que los
problemas son pasajeros, y en su optimismo respecto a la
eventual mejoría de la conducta. A su vez, los padres tailandeses no suelen hablar de los problemas de conducta de sus
hijos, simplemente debido a que resultan tan inaceptables
en su cultura, que les avergüenza hacerlos públicos (Weisz
et al., 1997) (véase Lambert et al., 1992; Lambert, Weisz, y
Knight, 1989, para una descripción de problemas similares
en niños jamaicanos criados en una tradición afro-británica caracterizada por su intolerancia respecto a la conducta
extemporánea, y que promueve la educación y el respeto).
Las diferencias culturales en la psicopatología también
pueden provenir de diferencias en lo que, en cada cultura,
se considera el ideal de las relaciones de apego entre padres
e hijos. El apartado El mundo que nos rodea 3.5 describe algunas investigaciones recientes sobre diferencias culturales
respecto a lo que japoneses y occidentales consideran que es
una relación de apego idónea o problemática.
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Cultura y relaciones de apego
Recientemente se ha puesto de manifiesto que existen
importantes diferencias interculturales respecto a la
naturaleza de las relaciones de apego que se
consideran idóneas entre padres e hijos y, por lo tanto,
respecto a lo que constituye un trastorno en esa
relación, y que podría suponer un riesgo de
psicopatología. Por ejemplo, se ha encontrado que la
concepción que se tiene en las culturas occidentales
sobre la función de una buena relación de apego es
radicalmente diferente de la que se tiene en la cultura
japonesa (Rothbaum et al., 2000, 2001). En las
sociedades occidentales se considera que se ha
establecido una buena relación de apego cuando las
madres responden de manera sensible a las señales de
sus hijos (por ejemplo, ante señales de hambre o
malestar), y se piensa que los niños con un apego
seguro son menos ansiosos y depresivos, más capaces
de enfrentarse con estados emocionales negativos, y
más diestros de establecer relaciones sociales
adecuadas con sus compañeros. Sin embargo, una
revisión reciente de la literatura sobre el tema
(Rothbaum et al., 2000) pone de manifiesto que en
Japón, el objetivo principal de los padres es anticiparse
a cualquier necesidad de sus hijos, y evitarles de esta
manera cualquier posible sensación de estrés, como
hambre o malestar, y de paso promover la dependencia.
Por lo tanto en Japón los niños con un apego seguro
son muy dependientes de su madre, mientras que los
niños independientes son los que manifiestan
problemas de apego. Es más, debido a que los
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japoneses valoran enormemente la armonía social, se
considera que los niños más competentes son aquellos
que se muestran dependientes y emocionalmente
reprimidos, y que sólo expresan de manera indirecta
sus sentimientos; también tienden a ser auto-críticos y
humildes. Esto resulta absolutamente opuesto a lo que
ocurre en las culturas occidentales, en las que los niños
más competentes socialmente son aquellos que
muestran más conductas de exploración y autonomía, y
tienden a expresar de manera abierta sus sentmientos
e incluso su desagrado (Rothbaum et al., 2000).
REVISIÓN
• Ofrezca algunos ejemplos de trastornos
universales y también de trastornos
específicos de una cultura.
• ¿Qué factores culturales contribuyen a explicar
las diferencias en cuanto a los problemas
relacionados con conductas excesivamente o
deficitariamente controladas, en Tailandia y en
Norteamérica?
FACTORES CAUSALES
SOCIOCULTURALES
Factores causales socioculturales

Dadas tales diferencias, no resulta sorprendente que
¡cada cultura requiera diferentes intervenciones clínicas
para los niños con trastornos de conducta! Por ejemplo,
los terapeutas norteamericanos intentan ayudar a sus
clientes a desarrollar su propia identidad y a aceptar la
necesidad de expresar sus sentimientos negativos hacia
los demás. Por el contrario, los terapeutas japoneses
tienden a intentar que sus clientes estén agradecidos a
las personas que les rodean (especialmente a sus padres)
y les muestren devoción (véase Rothbaum et al., 2000,
2001).
sí. Sin embargo, no cabe duda de que incluso en nuestra sociedad existen ciertos valores primordiales que la mayoría
de nosotros aceptamos por igual.
También los subgrupos dentro de un entorno sociocultural más amplio —tales como los grupos familiares, sexuales, de edad, de clase social, de ocupación, étnicos, o
religiosos— propician creencias y normas propias, fundamentalmente a través de los papeles sociales que sus miembros enseñan a los demás. En efecto, un estudiante, un
profesor, un oficial del ejército, un sacerdote, una enfermera, etc., tienen cada uno una serie de conductas adecuadas a
su papel que todos esperamos que cumplan. Debido a que
la mayoría de las personas pertenecen a diferentes subgrupos, están sujetos a diversas exigencias de papeles, que también van modificándose a lo largo del tiempo. Por esa
razón, el hecho de que esos papeles sociales puedan resultar
conflictivos, ambiguos o difíciles de lograr, puede influir
negativamente sobre el desarrollo de una personalidad saludable.
El entorno sociocultural
Cada uno de nosotros recibe una herencia sociocultural
que es el producto final de miles de años de evolución social, de la misma manera que recibimos una herencia genética que constituye el producto final de millones de años de
evolución biológica. Debido a que cada grupo sociocultural
propicia sus propios patrones culturales mediante la enseñanza sistemática de sus niños, todos y cada uno de sus
miembros tienden a parecerse en cierta medida. Los niños
criados entre los «cazadores de cabezas» tienden a convertirse en cazadores de cabezas; los niños criados en sociedades que no permiten la violencia suelen aprender a
solucionar sus problemas de manera no violenta. Cuanto
más uniforme y minuciosa sea la educación de los niños de
un grupo, más parecidos llegarán a ser éstos. De esta manera, en aquellas sociedades caracterizadas por mantener
puntos de vista muy similares, apenas es posible encontrar
las amplias diferencias individuales que caracterizan a las
culturas occidentales, en las que los niños están en contacto
con creencias muy diferentes, y a menudo enfrentadas entre
Influencias sociales patógenas
Existen muchas fuentes de influencia social patógenas,
algunas de las cuales tienen su origen en factores socioeconómicos, mientras que otras derivan de factores socioculturales relativos a las expectativas de papeles o a los
prejuicios y a la discriminación. Vamos a revisar brevemente algunas de las más importantes.
DESEMPLEO Y BAJO STATUS ECONÓMICO. En
nuestra sociedad existe una correlación inversa entre el status socioeconómico (ESE) y la prevalencia de conductas
patológicas; en otras palabras, cuanto más baja es la clase
socioeconómica, mayor es la incidencia de trastornos mentales (por ejemplo, Caracci y Mezzich, 2001; Kessler et al.,
1994). No obstante, la fuerza de la correlación depende del
tipo de trastorno mental. Por ejemplo, un trastorno del personalidad antisocial suele estar fuertemente relacionado
con la clase social, y es tres veces más frecuente en la clase
más baja que en la clase más alta, mientras que los trastor-
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
nos depresivos sólo son 1,5 veces más frecuentes en la clase
más baja (Kessler et al., 1994; véase también Eaton y Muntaner, 1999; Kessler y Zhao, 1999).
Existen muchas razones que explican esta relación inversa. Hay evidencias de que algunas personas con trastornos mentales se van deslizando hasta los peldaños
sociolaborales más bajos, y se quedan ahí, probablemente
debido a que carecen de los recursos económicos y personales que les permitan ascender de nuevo (por ejemplo,
Gottesman, 1991), y en ocasiones también debido a los
prejuicios y al estigma contra la enfermedad mental (por
ejemplo, Caracci y Mezzich, 2001). A la misma vez las personas con más medios tienen más oportunidades de conseguir ayuda y consejo para sus problemas. Por otra parte, es
casi seguro que las personas que viven en la pobreza cada
vez encuentran más y más graves factores estresantes, a la
vez que disponen de menos recursos para enfrentarse con
ellos. Así pues, la tendencia a que ciertas formas de conducta patológica aparezcan con más frecuencia en los grupos socioeconómicos más bajos puede deberse a que
sufren una mayor cantidad de estrés, que además opera sobre personas de alto riesgo (Eaton y Muntaner, 1999; Gottesmann, 1991; Hobfoll et al., 1995).
Los niños procedentes de familias de clase baja también suelen tener más problemas. Son muchos los estudios
que han mostrado fuertes relaciones entre la pobreza de los
padres y una inteligencia más baja en sus hijos, al menos
hasta los cinco años de edad (Dunkan, Brooks-Gunn, y Klevanov, 1994; McLoyd, 1998). Mientras estaban en la escuela
infantil, estos niños también mostraron más conductas
agresivas a lo largo de los siguientes cuatro años (Dodge,
Petit, y Bates, 1994). No obstante, muchos de estos niños,
especialmente quienes tienen una mayor inteligencia y disfrutan de relaciones familiares, escolares y sociales gratificantes, son capaces de soslayar esos efectos negativos
(Felsman y Vaillant, 1987; Long y Vaillant, 1984; Masten y
Coatsworth, 1995).
Otros estudios han examinado el efecto del desempleo,
tanto sobre los adultos como sobre los niños. A partir de los
años 70 el mundo ha sufrido una serie de recesiones económicas importantes, que han ido acompañadas de grandes
tasas de desempleo. Los estudios han encontrado una y otra
vez que esta desafortunada circunstancia —que involucra
dificultades financieras, auto-devaluación y estrés emocional— está asociada con una elevada vulnerabilidad y tasas
altas de psicopatología (por ejemplo, Dooley y Catalano,
1980; Dooley, Prause, y Ham-Rowbottom, 2000).
Específicamente, durante los periodos de desempleo se
incrementan las tasas de depresión, los problemas matrimoniales y los trastornos somáticos, que por otra parte
vuelven a normalizarse cuando la economía se recupera
(Dew et al., 1991; Jones, 1992; Murphy y Athanasou, 1999).
No se trata de que las personas mentalmente inestables
tiendan a perder su empleo. El desempleo se da también en-
tre personas con una buena salud mental. Evidentemente,
los cónyuges también resultan afectados, y muestran elevados niveles de ansiedad, depresión y hostilidad (Dew, Bromet, y Schulberg, 1987). También los niños pueden llegar a
sufrir las consecuencias. En el peor de los casos, los padres
desempleados pueden llegar a abusar de sus hijos (Ciccetti
y Lynch, 1995; Dew et al., 1991).
Por último, las crisis económicas que han tenido lugar
desde los años 90 no sólo han provocado desempleo, sino
también reestructuraciones de las empresas que han supuesto un descenso del nivel social de personas de clase media-alta, muchas de las cuales han pasado a desempeñar
puestos de menor categoría y peor retribuidos. En estos
casos de infra-empleo, al menos un estudio ha encontrado
tasas de depresión similares a las de las personas desempleadas (Dooley et al., 2000).
PREJUICIOS Y DISCRIMINACIÓN POR CUESTIÓN
DE RAZA, SEXO Y ETNIA. Muchísimas personas de
nuestra sociedad están sujetas a estereotipos desmoralizadores y a una discriminación explícita en diferentes facetas
como el empleo, la educación y la vivienda. Ciertamente
desde los años 60, hemos avanzado respecto a las relaciones
entre razas, pero los efectos prolongados de la desconfianza
y el malestar entre diversos grupos étnicos y raciales todavía
puede observarse en muchos lugares. Por ejemplo, en la
mayoría de los campus universitarios, los estudiantes sólo
se relacionan con miembros de su raza, su cultura, a pesar
de los intentos bienintencionados de los dirigentes universitarios para destruir estas barreras. Tales tendencias restringen innecesariamente las experiencias educativas de los
alumnos, y probablemente contribuyen a mantener la desinformación y los prejuicios respecto a los demás. Muchas
veces, los prejuicios contra las minorías explican por sí mismos que en el seno de esos grupos se encuentre una mayor
prevalencia de ciertos trastornos mentales (Cohler et al.,
1995; Kessler et al., 1994).
Ciertamente nuestra sociedad ha evolucionado al reconocer los papeles vejatorios y despectivos que solían
atribuirse históricamente a las mujeres. Sin embargo, queda mucho por hacer. Algunos trastornos emocionales
como la depresión y la ansiedad, afectan más a las mujeres
que a los hombres. Esto puede ser debido en parte a la predisposición que conlleva la pasividad y la dependencia inherente a los papeles tradicionales asignados a las mujeres.
Existen dos tipos principales de discriminación sexual: la
discriminación en el acceso a un puesto de trabajo y la discriminación en el trato, donde las mujeres tienen un menor
salario y menos oportunidades de promoción laboral
(Eagly y Karau, 2002; Helgeson, 2002). El acoso sexual en el
trabajo es otro tipo de estrés que afecta especialmente a la
mujer. Por otra parte, muchos factores estresantes asociados a los nuevos papeles sociales de las mujeres (simultanear el trabajo a tiempo completo como madres, amas de
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Factores causales socioculturales

casa y trabajadoras en una empresa), conlleva también tasas más altas de depresión, ansiedad e insatisfacción matrimonial. Esto es especialmente cierto cuando las mujeres
tienen jornadas de trabajo de alrededor de cuarenta horas
semanales, un salario más alto que su marido y muchos niños en casa. Sin embargo, debe señalarse que al menos bajo
ciertas circunstancias, trabajar fuera de casa también
supone un factor de protección contra la depresión y la insatisfacción matrimonial (por ejemplo, Brown y Harris,
1978; Helgeson, 2002).
ximadamente una tercera parte de los vagabundos sin hogar sufren enfermedades mentales graves, si bien son muchas las personas que sin estar mentalmente enfermos
también se convierten en vagabundos sin hogar a consecuencia de la violencia o la pobreza (por ejemplo, Caracci y
Mezzich, 2001). Ni que decir tiene que las circunstancias estresantes en las que viven las personas sin hogar tienen
grandes probabilidades de provocar trastornos mentales
como la ansiedad, la depresión, la enfermedad física, o el
suicidio, incluso en personas saludables.
El ritmo y la
penetración de los cambios que experimentamos en la actualidad son muy diferentes de los que puedan haber experimentado nuestros antepasados. Y además afectan a todos
los aspectos de nuestra vida: educación, trabajo, familia, actividades de ocio, economía, creencias y valores. Por esa razón, la necesidad de intentar mantener los numerosos
ajustes que exigen tales cambios supone también una importante fuente de estrés. De manera simultánea, hemos de
enfrentarnos con las inevitables crisis derivadas de la disminución de los recursos naturales de la tierra, y con que
nuestro entorno vaya siendo cada vez más nocivo y contaminado. Desde el 11 de septiembre de 2001, fecha de los
ataques terroristas sobre el World Trade Center de Nueva
York y el Pentágono, son cada vez más las personas que viven preocupadas por la posibilidad de nuevos ataques terroristas. Los norteamericanos nunca más podrán confiar
en que el futuro será mejor que el pasado, o que la tecnología pueda solucionar todos sus problemas. Por el contrario,
los intentos de remediar las dificultades actuales parecen
producir nuevos problemas que con frecuencia pueden ser
mucho peores. La desesperación y desmoralización resultantes, así como la sensación de indefensión, son condiciones que predisponen a experimentar reacciones patológicas
ante los acontecimientos estresantes (Dohrenwend et al.,
1980; Seligman, 1990, 1998).
Impacto de la perspectiva
sociocultural
CAMBIO SOCIAL E INCERTIDUMBRE.
FACTORES URBANOS DE ESTRÉS: VIOLENCIA Y VAGABUNDEO. A diario, y a lo largo de todo el mundo,
enormes cantidades de habitantes de las grandes ciudades,
tanto de los países desarrollados como de los que se encuentran en vías de desarrollo, se convierten en víctimas directas o indirectas de la violencia urbana (Caracci y
Mezzich, 2001). Se ha estimado que al menos tres millones
y medio de personas de todo el mundo pierden la vida cada
año debido a la violencia urbana. (OMS, 1999). También
está especialmente extendida la violencia doméstica contra
mujeres y niños. Este tipo de violencia no sólo acarrea problemas médicos y pérdida de productividad, sino también
una mayor ansiedad, trastornos de estrés post-traumático,
depresión y suicidio (Caracci y Mezzich, 2001).
Otro factor importante de estrés en las zonas urbanas
es no tener un lugar en que vivir. Se ha estimado que apro-
A medida que vamos ampliando nuestro conocimiento de
las influencias socioculturales, lo que comenzó como una
preocupación casi exclusiva por los individuos, se ha ampliado para incluir también a la sociedad, la comunidad, la
familia y otros grupos sociales, como factores importantes
en el origen de los trastornos mentales. La investigación sociocultural ha favorecido el desarrollo de programas diseñados para mejorar las condiciones sociales que originan la
conducta inadaptada y los trastornos mentales, así como la
creación de centros comunitarios que faciliten la detección
temprana, el tratamiento, y la prevención de los mismos. En
el Capítulo 18 examinaremos algunos de estos centros y
programas comunitarios.
Disponemos de importantes evidencias que demuestran el papel de las influencias culturales sobre la conducta
patológica, y se trata de un área de investigación que puede
responder a muchas preguntas sobre el origen y el desarrollo de los problemas de conducta (Fabrega, 2001; Cohler et
al., 1995; Sue, y 1999). Sin embargo, a pesar de que cada vez
son más las investigaciones que ponen de manifiesto que
los pacientes mejoran antes y mejor cuando son tratados
por terapeutas de su propio grupo étnico (o al menos por
alguien que está familiarizado con la cultura del paciente),
todavía son muchos los profesionales que no se preocupan
por adoptar una perspectiva cultural apropiada cuando se
enfrentan con la enfermedad mental (por ejemplo, Lam y
Sue, 2001; Sue, 1998; Yeh et al., 1994). En un mundo donde la comunicación es instantánea, resulta crucial adoptar
una perspectiva global. De hecho, Kleinmann y Good consideran tan importantes los factores culturales para alcanzar una comprensión adecuada de los trastornos mentales,
que han hecho un llamamiento a la comunidad psiquiátrica para que incorpore otro eje en el sistema diagnóstico
DSM que refleje el impacto de los factores culturales en la
psicopatología.
Aunque esta propuesta todavía no ha sido aceptada,
ya son muchos los que están presionando para que lo sea
(por ejemplo, Mezzich, Kirmayer, Kleinman, Fabrega, et
al., 1999), de manera de los autores del DSM-4 (APA,
1994) y el DSM-4-TR (APA, 2000) avanzaron dos grandes
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
pasos hacia el reconocimiento de la importancia de los
factores culturales en el diagnóstico de los pacientes. Por
una parte, incluyeron un apéndice en el que sugerían diversas formas de considerar los factores culturales para realizar un diagnóstico psiquiátrico, además de animar a los
clínicos a incluirlas en su evaluación. También recomendaban que se atendiera a la identidad cultural, a posibles
explicaciones culturales y a los factores culturales que
pueden influir sobre la relación del clínico con el paciente.
También proporcionaron un glosario de síndromes vinculados a la cultura que suelen ser característicos de sociedades muy determinadas, y que se describen como
«categorías diagnósticas de carácter cultural» (p. 844). Algunos de esos síndromes se han descrito en el apartado El
mundo que nos rodea 3.4.
REVISIÓN
• ¿Qué efecto ejerce sobre niños y adultos la
pertenencia a una clase social baja y el
desempleo?
• Describa la manera en que los prejuicios y la
discriminación, el cambio social y la
incertidumbre, y el estrés urbano, pueden
ejercer efectos adversos sobre el desarrollo de
la conducta patológica.
• ¿De qué manera han reconocido el DSM 4 y el
DSM-4-TR la importancia de los factores
socioculturales sobre los trastornos mentales?
T E M AS S I N R ES O LV E R
PERSPECTIVA TEÓRICA Y CAUSAS DE LA CONDUCTA PATOLÓGICA
Las perspectivas teóricas que hemos descrito en este
capítulo son construcciones diseñadas para orientar a los
psicólogos cuando estudian la conducta patológica. En la
medida en que se trata de un conjunto de directrices
hipotéticas, cada una de esas perspectivas destaca la
importancia de su propia posición, e intenta excluir otras
explicaciones alternativas. Por ejemplo, la mayoría de los
clínicos de orientación psicodinámica, valoran sobre todo
las propuestas que coinciden con las teorías de Freud,
mientras que minimizan o ignoran otros puntos de vista
opuestos. Generalmente abrazan las prácticas
terapéuticas y diagnósticas derivadas del psicoanálisis, y
nunca recurren a otros métodos que no procedan de ese
ámbito.
Ventajas de disponer de una perspectiva teórica
La interinidad teórica y la adhesión a una perspectiva
determinada supone una ventaja importante: asegura la
coherencia de la práctica clínica y de los esfuerzos de
investigación. Una vez dominada, la metodología supone
una excelente guía a través de la compleja red de
problemas humanos. Pero esa adhesión a una teoría
específica también tiene desventajas. Al excluir otras
posibles explicaciones, los investigadores se ciegan ante
otros errores que pueden resultar igualmente
importantes. Y sin embargo, ninguna de las teorías de las
que disponemos hasta la fecha permite explicar todo el
ámbito psicopatológico.
En consecuencia se han producido dos tendencias
generales. Por una parte, se procede una revisión del
modelo original para ampliar o modificar algunos de sus
elementos. Los abundantes ejemplos de esta tendencia
incluyen las modificaciones realizadas por Adler y
Erickson a la teoría de Freud, o la más reciente
modificación de la perspectiva cognitivo-conductual a la
terapia de conducta. Sin embargo, muchos de los
primeros teóricos freudianos todavía no aceptan estas
modificaciones a las que hemos aludido, de la misma
manera que muchos terapeutas de la conducta tampoco
aceptan las revisiones propuestas por los conductistas
cognitivos. El resultado es la multiplicación de las
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Sumario
perspectivas teóricas sin que llegue a producirse la
asimilación de alguna de ellas dentro de otra.
La aproximación ecléctica
También puede ocurrir que dos o más aproximaciones
distintas se conviertan en otra más global y ecléctica. En
la práctica, son muchos los psicólogos que lo han hecho,
aceptando ideas procedentes de diferentes ámbitos, y
adoptando aquellas que han encontrado útiles. Por
ejemplo, un psicólogo ecléctico podría aceptar
explicaciones causales procedentes de la teoría
psicodinámica, pero a la vez aplicar técnicas de reducción
de la ansiedad características de la terapia conductual.
Otross psicólogos podrían combinar técnicas procedentes
de la perspectiva cognitivo-conductual y de la
interpersonal. Evidentemente los puristas se muestran
escépticos respecto a la utilidad del eclecticismo, y
argumentan que puede producir un mosaico de prácticas
incoherentes que no estén sujetas a ningún marco
racional. Puede que todo esto sea cierto, pero lo cierto es
que son muchos los psicoterapeutas que han preferido
adoptar una perspectiva ecléctica.
Generalmente se trata de clínicos que no intentan
reconstruir sus perspectivas teóricas. En efecto, si bien
puede que funcione en el ámbito práctico, no tiene porqué
hacerlo en un nivel teórico, debido a que quizá los
principios subyacentes sean incompatibles. Por esa razón,
la perspectiva ecléctica fracasa precisamente cuando se
encuentra cercana a su objetivo final, que sería el de
integrar diversas perspectivas para llegar a desarrollar un
punto de vista único y con coherencia interna que refleje
de manera válida lo que sí funciona empíricamente para la
conducta patológica.
La perspectiva unificada biopsicosocial
Hasta el momento, el único intento de adoptar una
perspectiva unificada se ha denominado perspectiva
biopsicosocial. Este nombre refleja la convicción de que la
mayoría de los trastornos, especialmente los que tienen
lugar más allá de la niñez, son el resultado de muchos
factores causales —biológicos, psicosociales, y
socioculturales— que interaccionan entre sí. Es más, para
una persona puede que la combinación de factores
causales tenga un carácter único, o al menos no
necesariamente compartidos por todos aquellos que
tienen el mismo trastorno. Por ejemplo, puede que
algunos niños se conviertan en delincuentes debido a que
tienen una predisposición genética para la conducta
antisocial, mientras que otros pueden hacerlo debido a
influencias ambientales. Por lo tanto, todavía podemos
mantener la esperanza de lograr la comprensión
científica de muchas de las causas de la conducta
patológica, incluso aunque no seamos capaces de
predecir esa conducta con una certeza absoluta, y que
alguna vez nos encontremos todavía con influencias
«inexplicadas».
SUMARIO
• Por regla general se suele considerar la conducta
patológica o inadaptada como un producto de la
vulnerabilidad de una persona hacia un trastorno,
así como de ciertos factores estresantes que
superan su capacidad de enfrentarse con ellos.
• Al considerar las causas de la conducta
patológica, resulta importante distinguir entre
factores causales necesarios, suficientes y
concurrentes, así como entre factores causales
relativamente distantes, y aquellos otros más
próximos.
• El concepto de factores de protección resulta
muy importante para comprender por qué
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algunas personas con vulnerabilidad e inmersas
en factores estresantes, no llegan a desarrollar
un trastorno mental.
• Tanto las causas distantes como las próximas de
un trastorno mental pueden implicar factores
biológicos, psicosociales y socioculturales. Estos
tres tipos de factores pueden interaccionar entre
sí de manera compleja.
• Este capítulo ha descrito las perspectivas
biológica, psicosocial y sociocultural, cada
una de las cuales tiende a destacar la
importancia de un tipo específico de factores
causales.
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CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
• Al examinar la vulnerabilidad de tipo biológico,
debemos tomar en consideración la herencia
genética, los desequilibrios bioquímicos y
hormonales, el temperamento y otras
disposiciones constitucionales, la disfunción
cerebral y la plasticidad neurológica, así como la
deprivación física.
• Los investigadores de este área muestran una
gran confianza en los avances de nuestro
conocimiento respecto a la manera en que mente
y cuerpo interactúan para producir conductas
inadaptadas.
• La perspectiva psicosocial más antigua sobre la
conducta patológica es la teoría psicoanalítica de
Freud. Durante muchos años esta teoría ha
estado orientada a resolver cuestiones sobre la
energía libidinosa y su contenido.
• Más recientemente, las teorías psicodinámicas
han mostrado una orientación hacia lo social o
interpersonal bajo la influencia de la teoría de
relaciones objetales, que destaca la importancia
de la calidad de las relaciones iniciales que se
establecen entre madre e hijo.
• Los creadores de la perspectiva interpersonal
fueron desertores de la tradición psicoanalítica
que no aceptaban el énfasis de Freud sobre los
determinantes internos de la motivación y la
conducta, sino que por el contrario destacaban
los importantes aspectos de la personalidad
humana que tienen un origen social o
interpersonal.
• El psicoanálisis y otras aproximaciones
terapéuticas estrechamente relacionadas suelen
denominarse psicodinámicas como
reconocimiento de su atención hacia los impulsos
internos y generalmente inconscientes.
• La perspectiva conductual se centra en el papel
del aprendizaje, y atribuye la conducta
inadaptada o bien a un fracaso para aprender
conductas apropiadas, o bien al aprendizaje
directo de conductas inadaptadas.
• Los defensores de la perspectiva conductual
intentan modificar la conducta inadaptada por el
procedimiento de extinguirla y/o proporcionar un
entrenamiento para conseguir conductas nuevas
mejor adaptadas.
• La perspectiva cognitivo-conductual intenta
incorporar la complejidad de la cognición
humana, y cómo puede ésta llegar a
distorsionarse, para lograr una comprensión de
las causas de psicopatología.
• Los defensores de la perspectiva cognitivoconductual intentan modificar los pensamientos
inadaptados y mejorar la capacidad de una
persona para solucionar problemas y planificar
su acción.
• Los esquemas y auto-esquemas de una persona
desempeñan un papel fundamental en la manera
en que procesa a la información, y atribuye
causas a los resultados de su conducta, así como
también en sus valores. La eficacia, precisión y
coherencia de los esquemas de una persona
parece suponer una importante protección
contra las crisis.
• Las fuentes de vulnerabilidad psicosocial
incluyen la deprivación social temprana y los
traumas emocionales graves, los estilos paternos
inadecuados, el desacuerdo matrimonial y el
divorcio, y las relaciones inadaptadas con los
compañeros.
• La perspectiva sociocultural está preocupada por
la contribución de variables socioculturales a los
trastornos mentales.
• Si bien muchos trastornos mentales son
prácticamente universales, la forma que adoptan
algunos trastornos así como su prevalencia
puede variar ampliamente entre culturas
diferentes.
• Un status socioeconómico bajo, el desempleo, y
estar sujeto a prejuicios y discriminación, son
factores asociados con un mayor riesgo de
padecer diferentes trastornos.
• Para conseguir una mejor comprensión de los
trastornos mentales, debemos recurrir a diversas
fuentes, lo que incluye la genética, la bioquímica,
la psicología y la sociología.
• La perspectiva biopsicosocial resulta muy
prometedora, aunque en cierto modo no es más
que un reconocimiento descriptivo de la
existencia de ciertas interacciones complejas,
más que una teoría bien articulada sobre la
manera en que se produce dicha interacción. Es
necesario que futuras generaciones de teóricos
diseñen una teoría general de la psicopatología,
si es que eso puede ser posible.
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Términos clave
TÉRMINOS CLAVE
Acomodación (p. 81)
Análisis de interrelación (p. 64)
Ansiedad de castración (p. 71)
Aprendizaje observacional (p. 77)
Asimilación (p. 81)
Atribuciones (p. 78)
Auto-esquema (p. 81)
Causa concurrente (p. 53)
Causa necesaria (p. 52)
Causa suficiente (p. 52)
Complejo de Edipo (p. 70)
Complejo de Electra (p. 70)
Condicionamiento clásico (p. 75)
Condicionamiento instrumental
(operante) (p. 76)
Conflictos intrapsicológicos (p. 70)
Consecuencias a largo plazo del
abuso físico (p. 83)
Correlación genotipo-ambiente
(p. 611)
Discriminación (p. 76)
Elasticidad (p. 54)
Ello (p. 78)
Esquema (p. 78)
Estudios de asociación (p. 64)
Etapas psicosexuales de desarrollo
(p. 70)
Etiología (p. 52)
Extinción (p. 75)
Factores de protección (p. 54)
Fenotipo (p. 61)
Generalización (p. 76)
Genotipo (p. 61)
Hormonas (p. 57)
Interacción genotipo-ambiente
(p. 61)
Introyección (p. 72)
Libido (p. 68)
Mecanismos de defensa del yo
(p. 70)
Método de adopción (p. 62)
Método de gemelos (p. 62)
Método de pedigrí (historia familiar)
(p. 61)
Modelos vulnerabilidad-estrés
(p. 54)
Neurotransmisores (p. 57)
Nivel de concordancia (p. 62)
Perspectiva biopsicosocial (p. 56)
Perspectiva cognitivo-conductual
(p. 78)
Perspectiva interpersonal (p. 73)
Principio de placer (p. 68)
Principio de realidad (p. 70)
Procesos primarios de pensamiento
(p. 68)
Procesos secundarios de
pensamiento (p. 70)
Psicopatología evolutiva (p. 55)
Recuperación espontánea (p. 75)
Reforzamiento (p. 76)
Sinapsis (p. 57
Síndrome de alcohol fetal (p. 65)
Superyo (p. 70)
Temperamento (p. 65)
Teoría del apego (p. 73)
Teoría de las relaciones objetales
(p. 76)
Teoría evolutiva de sistemas (p. 66)
Yo (p. 68)
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C A P Í T U L O
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Evaluación clínica
LOS ELEMENTOS BÁSICOS
DE LA EVALUACIÓN
LA INTEGRACIÓN DE LOS DATOS
PROCEDENTES DE LA EVALUACIÓN
Relaciones entre evaluación y diagnóstico
Recogida de la historia social
La influencia de la orientación profesional
Confianza y entendimiento entre el clínico y el cliente
Aspectos éticos de la evaluación
LA EVALUACIÓN DEL ORGANISMO FÍSICO
El examen físico general
El examen neurológico
El examen neuropsicológico
LA EVALUACIÓN PSICOSOCIAL
Entrevista de evaluación
La observación clínica de la conducta
Tests psicológicos
Ventajas y limitaciones de los tests objetivos de personalidad
Estudio psicológico de un caso: Esteban
LA CLASIFICACIÓN DE LA CONDUCTA
PATOLÓGICA
Fiabilidad y validez
Diferentes modelos de clasificación
Clasificación diagnóstica formal de los trastornos mentales
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CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
a evaluación clínica, aunque no carente de problemas, puede constituir un medio muy válido y fiable
para obtener información muy valiosa para el tratamiento de los pacientes. En una evaluación reciente de la
literatura de investigación psicológica y médica sobre los
tests clínicos, Meyer, Finn, et al.(2000) llegaron a la conclusión de que la evaluación psicológica resulta igual de predictiva que los exámenes médicos. Por ejemplo, los
exámenes neuropsicológicos son tan fiables para la detección de la demencia como las técnicas de resonancia magnética, mientras que el Cuestionario Multifásico de
Personalidad de Minnesota (MMPI-2), el test de personalidad más ampliamente usado, resulta comparable a los
resultados obtenidos por el test de creatinina, muy utilizado
en la práctica médica.
En este capítulo nos vamos a concentrar en la evaluación clínica inicial para la obtención de un diagnóstico clínico, de acuerdo con el DSM-4-TR. La evaluación clínica es
un procedimiento mediante el que los clínicos, utilizando
tests psicológicos, así como la observación y las entrevistas,
elaboran un resumen de los síntomas y problemas de su
cliente. El diagnóstico clínico es el proceso mediante el que
un clínico alcanza una «clasificación sintética» general de
los síntomas del paciente, siguiendo un sistema claramente
definido como puede ser el DSM-4-TR, y o el ICD-10
(International Classification of Diseases, Clasificación
Internacional de las Enfermedades) publicada por la OMS.
La evaluación constituye un proceso continuo, y puede
resultar de gran importancia en otras etapas del tratamiento —por ejemplo, para evaluar la eficacia del mismo—.
Durante la evaluación clínica inicial, se intenta identificar
las principales dimensiones del problema del paciente, y
predecir el curso probable de los acontecimientos bajo
diversas condiciones. Es en esta etapa inicial donde hay que
tomar decisiones cruciales, tales como qué tratamiento se
aplicará, si el problema requerirá hospitalización, si será
necesario incluir en el tratamiento a otros miembros de la
familia, etc. Muchas veces tales decisiones se tienen que
tomar con mucha rapidez, como por ejemplo en situaciones de emergencia, y sin que todavía se disponga de toda la
información necesaria. Como veremos, se suele recurrir a
diversos instrumentos psicológicos para maximizar la eficacia de la evaluación en este tipo de examen, previo al tratamiento (Beutler y Harwood, 2002).
Una función menos obvia pero igualmente importante de esta evaluación previa al tratamiento consiste en
establecer la línea de base de diversas funciones psicológicas, de manera que posteriormente sea posible constatar
los eventuales efectos del tratamiento. A partir de esas
medidas será posible establecer una serie de criterios, que
permitan establecer el momento en que se considera que la
terapia ha logrado su objetivo. Además, y como veremos en
capítulos posteriores, la posibilidad de comparar la evaluación previa al tratamiento con la evaluación posterior al
L
mismo supone una característica esencial de muchos proyectos de investigación, diseñados para evaluar la eficacia
de distintas terapias.
En este capítulo revisaremos algunos de los procedimientos de evaluación más comúnmente utilizados, y mostraremos cómo pueden integrarse los datos obtenidos en
un cuadro clínico coherente, que permita adoptar decisiones para el tratamiento. Esta descripción general incluirá
también la evolución neurológica y neuropsicológica, la
entrevista clínica, la observación conductual y la evaluación
de la personalidad mediante el uso de test psicológicos proyectivos y objetivos. Más adelante en este mismo capítulo,
examinaremos el proceso por el que se alcanza un diagnóstico clínico utilizando el DSM-4-TR.
Pero antes de nada vamos a revisar qué es exactamente
lo que un clínico intenta averiguar durante la evaluación
psicológica de un cliente.
LOS ELEMENTOS BÁSICOS
DE LA EVALUACIÓN
¿Qué es lo que necesita saber un clínico? Por supuesto, lo
primero que necesita es identificar el problema. ¿Se trata de
un problema coyuntural derivado de algún factor estresante de carácter ambiental, como puede ser un divorcio o
el desempleo, una manifestación de un trastorno más permanente, o una combinación de ambos? ¿Existe alguna evidencia de que se haya producido un deterioro reciente en el
funcionamiento cognitivo? ¿Cuánto dura este problema y
cómo se está enfrentando la persona al mismo? ¿Ha solicitado anteriormente algún tipo de ayuda al respecto? ¿Existen indicaciones de que se trata de algún tipo de conducta
de auto-abandono y de deterioro de la personalidad o, por
el contrario, esa persona está haciendo todo lo posible para
enfrentarse con el problema? ¿Cómo está afectando ese
problema a la capacidad de la persona para desempeñar sus
papeles sociales? ¿Se ajusta el conjunto de síntomas a
alguno de los patrones diagnósticos del DSM-4-TR?
Relaciones entre evaluación
y diagnóstico
Resulta importante realizar una clasificación adecuada del
problema por diversas razones. En muchos casos, es necesario elaborar un diagnóstico formal para que una compañía
de seguros se haga cargo del problema. Desde un punto de
vista clínico, conocer el tipo de trastorno que tiene una persona permite planificar y organizar el tratamiento apropiado. Desde un punto de vista administrativo, resulta
esencial conocer todo el abanico de problemas característicos de una población, para poder generar recursos para su
tratamiento. Por ejemplo, si la mayoría de los pacientes de
una clínica están diagnosticados con trastornos de persona-
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lidad, entonces tanto el personal como el entorno físico o
los recursos de esa clínica deberían ajustarse a esa elevada
prevalencia. De esta manera, es necesario conocer lo mejor
posible cuál es la naturaleza de las dificultades con las que
nos enfrentamos, lo que incluye una clasificación diagnóstica si ello resulta posible (véase el apartado «La clasificación de la conducta patológica», al final de este capítulo).
Recogida de la historia social
En la mayoría de los casos, resulta mucho menos importante la asignación a una categoría diagnóstica formal per
se, que disponer de una comprensión clara de la historia
individual, el funcionamiento intelectual, las características
de personalidad, y las presiones y recursos ambientales de
esa persona. Esto es, una evaluación adecuada supone
mucho más que una etiqueta diagnóstica. Por ejemplo,
debería incluir una descripción objetiva de la conducta de
esa persona. ¿Cómo suele comportarse ante los demás? ¿Se
observan excesos en su conducta, como comer o beber
demasiado? ¿Existen deficiencias importantes, por ejemplo,
respecto a sus habilidades sociales? ¿Su conducta es apropiada y responde a las demandas de la situación? Los excesos, las deficiencias y los ajustes a la situación, resultan
dimensiones esenciales que deben observarse para poder
comprender el trastorno que ha llevado a esa persona hasta
nuestra consulta.
FACTORES DE PERSONALIDAD. La evaluación debería incluir una descripción de cualquier característica de
personalidad importante. ¿Responde habitualmente esa
persona de manera desviada ante determinados tipos de
situación, por ejemplo, aquellas que exigen el sometimiento
a una autoridad legítima? ¿Existen rasgos de personalidad o
patrones de conducta que predispongan a esa persona a una
conducta inadaptada? ¿Llega a implicarse con los demás
hasta el punto de perder su identidad, o está tan absorta en
sí misma que no le resulta posible establecer relaciones íntimas? ¿Es capaz de aceptar la ayuda de los demás? ¿Es capaz
de expresar un afecto auténtico, y de aceptar la responsabilidad del bienestar de otras personas? Este tipo de cuestiones constituye el núcleo de muchos de los esfuerzos de la
evaluación.
EL CONTEXTO SOCIAL. También resulta importante
evaluar el contexto social en el que actúa la persona. ¿A qué
tipo de demandas ambientales se enfrenta, y qué tipo de
apoyos y de factores estresantes existen en su vida? Por
ejemplo, para una esposa con la enfermedad de Alzheimer
resulta prácticamente imposible ser el cuidador principal
de unos niños, sobre todo si carece de ayuda.
Por lo tanto, resulta imprescindible integrar los diversos y a menudo incompatibles elementos de información
que vamos obteniendo sobre los rasgos de personalidad, los
Los elementos básicos de la evaluación

patrones de conducta, o las demandas ambientales, que
afectan a esa persona, dentro de un cuadro coherente y significativo. Algunos clínicos se refieren a este cuadro como
una formulación dinámica, debido a que no sólo describe la
situación actual, sino también incluye hipótesis sobre lo
que está provocando que esa persona actúe de esa manera
desajustada. En este punto de la evaluación, el clínico debería disponer ya de una explicación plausible, por ejemplo,
por qué un hombre normalmente pasivo y moderado estalla repentinamente en cólera y empieza a romper muebles.
La formulación también debería permitir al clínico establecer hipótesis sobre la conducta futura de su cliente. ¿Cuál es
la probabilidad de mejoría o de deterioro de esos problemas
si se dejasen sin tratamiento? ¿Sobre qué conductas deberíamos centrarnos de manera inmediata, y mediante qué
tratamientos? ¿Qué cambios podemos esperar de un determinado tipo de tratamiento?
Siempre que sea posible, las decisiones respecto al tratamiento deberían adoptarse con el consentimiento y la
aprobación del cliente. Sin embargo, cuando nos encontramos ante un trastorno grave, puede que sea necesario
hacerlo sin su participación o, en algunos casos extraordinarios, incluso sin consultar a los miembros de la familia.
Como ya se ha dicho, resulta muy importante conocer cuáles son los recursos y los puntos fuertes de nuestros pacientes; en definitiva, qué pueden aportar al tratamiento para
mejorar todavía más su eficacia.
Debido a que el abanico de factores que pueden influir
sobre la causa y el mantenimiento de la conducta inadaptada es tan amplio, la evaluación requiere la coordinación
de procedimientos físicos, psicológicos y ambientales. Sin
embargo, como ya se ha dicho, la naturaleza de la evaluación clínica depende del problema y de los recursos disponibles para el tratamiento. Por ejemplo, la evaluación
telefónica que se realiza in situ en un centro de prevención
de suicidios (Stolberg y Bongar, 2002), necesariamente será
muy diferente de la evaluación que hagamos de una persona que ha llegado a nuestra consulta buscando ayuda.
La influencia de la orientación
profesional
La manera en que los clínicos desarrollan el proceso de
evaluación generalmente depende en gran medida de su
orientación básica respecto al tratamiento. Por ejemplo,
un clínico con una orientación biológica —generalmente
un psiquiatra u otro médico— tenderá a utilizar métodos
de evaluación biológica dirigidos a la búsqueda de cualquier disfunción orgánica subyacente, que pueda constituir la causa de esa conducta inadaptada. Un clínico con
una orientación psicoanalítica o psicodinámica probablemente recurra a técnicas no estructuradas para la evaluación de la personalidad, tales como las manchas de tinta de
Rorschach o el Test de Apercepción Temática (TAT), para
Capitulo-04
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CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
identificar conflictos intrapsíquicos, o puede que simplemente inicie la terapia, con la esperanza de que esos conflictos aparezcan de manera natural como parte del
proceso de tratamiento. Un clínico con una orientación
conductual intentará establecer cuáles son las relaciones
funcionales entre los acontecimientos ambientales o reforzadores y la conducta patológica, por lo que recurrirá a
técnicas como la observación de la conducta y el autoinforme, para identificar patrones inadaptados; para un
conductista de orientación cognitiva, lo más importante
serán los pensamientos ineficaces que supuestamente
están detrás de esos patrones inadaptados. Un clínico de
orientación humanista probablemente recurra a técnicas
de entrevista para descubrir en qué punto se ha bloqueado
o distorsionado el desarrollo personal, mientras que un
clínico de orientación interpersonal quizá recurra a técnicas como la confrontación personal y la observación conductual para señalar las dificultades en las relaciones
interpersonales.
Los ejemplos anteriores sólo representan tendencias
generales, y desde luego no implican que los clínicos de
cada orientación estén restringidos a un método determinado de evaluación, ni tampoco que cada técnica de evaluación sea potestad exclusiva de una orientación teórica
determinada. Por el contrario, dichas tendencias deben
concebirse más bien como una preferencia, que señala el
hecho de que ciertos tipos de evaluación contribuyen más
que otros al descubrimiento de factores causales determinados, o extraer información sobre conductas sintomáticas
esenciales para comprender y tratar el trastorno dentro de
un marco conceptual determinado.
Como usted ha constatado en las páginas anteriores,
tanto los datos físicos como los psicosociales pueden llegar
a ser absolutamente importantes para poder comprender al
paciente. En los siguientes apartados vamos a examinar con
cierto detalle un estudio psicológico actual que llama la
atención sobre una variedad de datos procedentes de la evaluación.
Los clientes necesitan estar seguros de que sus sentimientos, creencias, actitudes e historia personal se utilizarán de manera apropiada, se mantendrán absolutamente
confidenciales y sólo podrán ser accesibles para otros terapeutas que participen en el caso. Un aspecto muy importante de la confidencialidad es que los resultados de los
exámenes sólo pueden transmitirse a una tercera parte si el
cliente firma su consentimiento. En aquellos casos en los
que la persona está siendo examinada por una tercera parte,
como ocurre en el sistema judicial, el cliente se convierte en
la fuente de referencia —es el juez el que ordena la evaluación— y no el individuo que está siendo examinado. En
estos casos, la relación entre el clínico y el cliente probablemente sea muy tensa, y el entendimiento no llegue a producirse. Desde luego, en estos casos la conducta de la persona
que está siendo evaluada probablemente sea muy diferente
de la que mostraría en cualquier otra situación, por lo que la
interpretación de los resultados debería reflejar este hecho.
Los clientes a los que se evalúa en una situación clínica
generalmente están muy motivados para ello y además les
gusta conocer el resultado de las pruebas. Lo normal es que
se muestran ávidos de encontrar alguna definición para sus
molestias. Y de hecho, proporcionar una retroalimentación
sobre el resultado de las pruebas puede llegar a constituir
un elemento muy importante del propio proceso de tratamiento (Beutler y Harwood, 2002). Resulta interesante
constatar que cuando se ofrece a los pacientes una retroalimentación apropiada sobre los resultados de las pruebas,
tienden a experimentar inmediatamente una mejoría, por
el simple hecho de haber obtenido una perspectiva diferente de sus problemas. Así pues, el proceso de retroalimentación en sí mismo también puede constituir una poderosa
herramienta para la intervención clínica (Finn y Tonsager,
1997). Cuando se compara a personas que no habían recibido esta retroalimentación con otras que sí la recibieron,
estas últimas muestran una importante disminución en los
síntomas manifiestos y un aumento de la autoestima, simplemente por el hecho de disponer de una mejor comprensión de sus propios recursos.
Confianza y entendimiento entre
el clínico y el cliente
Para que la evaluación psicológica resulte eficaz y proporcione una comprensión clara de la conducta y de los síntomas, el cliente debe sentirse cómodo con el clínico. En una
situación de evaluación clínica, eso significa que el cliente
debe tener la sensación de que los exámenes que está realizando permitirán una mejor comprensión de sus problemas, y debería saber también cómo se utilizarán esas
pruebas y cómo las incorporará el psicólogo a la evaluación
clínica. Por esa razón el psicólogo debería explicar a su
cliente qué ocurrirá durante la evaluación, y de qué manera
la información obtenida podrá proporcionar una imagen
más clara de los problemas a los que éste se enfrenta.
REVISIÓN
• ¿Cuál es la diferencia entre diagnóstico y
evaluación clínica? ¿Qué componentes deben
formar parte de una formulación dinámica?
• Describa los elementos más importantes
de una historia social.
• ¿Cuál es el impacto de la orientación
profesional sobre la estructura y la forma
de la evaluación psicosocial?
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LA EVALUACIÓN
DEL ORGANISMO FÍSICO
En algunas situaciones y ante ciertos problemas psicológicos, puede ser necesario realizar una evaluación médica
para descartar la posibilidad de que determinadas anomalías físicas sean las causantes del problema. Dicha evaluación incluirá exámenes físicos de carácter general y
específico, dirigidos a valorar la integridad estructural
(anatómica) y funcional (fisiológica) del cerebro en cuanto
sistema orgánico de mayor implicación en la conducta
(Rozensky, Sweet, y Tovian, 1997).
El examen físico general
Un examen físico consiste en un conjunto de procedimientos que la mayoría de nosotros hemos experimentado
cuando nos han realizado un «chequeo médico». Generalmente, se obtiene un historial médico y se examinan los
principales sistemas del cuerpo (Jarvis y Thomas, 2000).
Esta parte de la evaluación resulta esencial para aquellos
trastornos que implican problemas físicos, como pueden
ser los de tipo somático, los derivados de la adicción y los
síndromes cerebrales orgánicos. Además, diversas condiciones orgánicas, incluidas ciertas irregularidades hormonales,
también pueden llegar a producir síntomas conductuales
completamente similares a ciertos trastornos mentales, que
sin embargo habitualmente tienen un origen fundamentalmente psicosocial. Aunque un dolor muy duradero puede
deberse a factores orgánicos, otras veces los dolores dependen exclusivamente de factores emocionales. Un caso muy
destacable es el dolor crónico de espalda, en el que los factores psicosociales desempeñan a veces un papel muy importante. Un error de diagnóstico en este tipo de problemas
puede llegar a desembocar en una intervención quirúrgica
costosa e inútil; y por lo tanto, en esos casos ambiguos, la
mayoría de los clínicos insisten en realizar una nueva evaluación médica antes de proceder a una intervención de
carácter psicosocial.
El examen neurológico
Dado que algunos trastornos mentales tienen su origen en
una patología del cerebro, puede ser interesante administrar un examen neurológico especializado (Thatcher, Lyon,
Rumsey, y Krasnegor, 1996). Se puede hacer un electroencefalograma (EEG) que permita analizar los patrones de
ondas cerebrales durante el sueño y la vigilia. El electroencefalograma es el registro gráfico de la actividad eléctrica
del cerebro. Se obtiene colocando electrodos sobre el cuero
cabelludo y amplificando los minúsculos impulsos de las
ondas cerebrales que proceden de diversas zonas del cerebro; dichos impulsos amplificados se transmiten a unas
agujas cuyo movimiento queda registrado sobre una cinta
La evaluación del organismo físico

de papel que avanza a una velocidad constante. Disponemos de un conocimiento muy abundante sobre los patrones normales de los impulsos cerebrales, tanto durante el
sueño como durante la vigilia, así como también bajo ciertas condiciones de estimulación sensorial. Las discrepancias
que se diferencien de manera significativa de esos patrones
normales pondrían de manifiesto un funcionamiento cerebral anormal, que quizá pudiera estar causado por un
tumor cerebral o por cualquier otra lesión del cerebro.
Cuando el electroencefalograma revela la existencia de una
disritmia en la actividad eléctrica del cerebro, puede ser
necesario recurrir a otras técnicas especializadas para obtener un diagnóstico más preciso del problema.
La
tecnología radiológica, como por ejemplo la Tomografía
Axial Computerizada, conocida como TAC, es una de esas
técnicas especializadas. Mediante la utilización de Rayos X,
un TAC genera imágenes de las zonas del cerebro que
podrían estar dañadas. Se trata de un procedimiento que ha
revolucionado el estudio neurológico durante los últimos
años, ya que proporciona un acceso inmediato al cerebro,
sin necesidad de cirugía, que permite la obtención de una
información muy precisa respecto a la localización y la
extensión de las anormalidades estructurales del cerebro. El
procedimiento se basa en la utilización de un análisis informático aplicado a diversos ángulos de Rayos X que inciden
sobre diversas zonas del cerebro, cuyo resultado son una
serie de imágenes que debe interpretar un neurólogo.
El TAC está siendo cada vez más sustituido por las Imágenes obtenidas mediante Resonancia Magnética (MRI).
Las imágenes obtenidas mediante esta técnica suelen ser
más precisas, ya que permiten distinguir variaciones muy
sutiles en el tejido blando. Por otra parte, la administración
de este procedimiento resulta muchísimo menos complicada, y además no somete a radiación al paciente.
En esencia, la técnica de Imágenes por Resonancia
Magnética consiste en medir la variación de los campos
magnéticos debidos a diferencias en el contenido de agua de
diversos órganos. De esta manera, es posible representar la
estructura anatómica —y de cualquier sección de un
órgano como puede ser el cerebro—, de una manera asombrosamente definida y clara. Esto permite, mediante procedimientos no intrusivos, la visualización de cualquier
anormalidad de la estructura cerebral por pequeña que ésta
sea. Ha sido especialmente útil para poder confirmar procesos degenerativos del cerebro como los que aparecen, por
ejemplo, en la ampliación de los espacios de fluido cerebroespinal del interior del cerebro. Por lo tanto, los estudios
mediante RMI suponen un importantísimo avance para
mostrar la contribución de las anomalías cerebrales sobre
psicosis «no orgánicas», como puede ser la esquizofrenia, y
de hecho ya se están realizando progresos en este campo
(Mathalondolf, Sullivan, Lim, y Pferfferbaum, 2001). El
EXPLORACIONES CEREBRALES ANATÓMICAS.
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CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
principal problema de esta técnica es que algunos pacientes
han experimentado reacciones de claustrofobia al introducirse en el interior del estrecho cilindro de la máquina, algo
que resulta imprescindible para poder generar el campo
magnético y para bloquear las señales de radio externas.
LA EXPLORACIÓN MEDIANTE EL TEP: UN RETRATO
METABÓLICO. Otra técnica de exploración es el TEP, la
Tomografía por Emisión de Positrones. Esta técnica permite saber cómo funciona un órgano determinado (Mazziotta, 1996). Proporciona un retrato metabólico al hacer
un seguimiento de compuestos naturales del cuerpo, como
la glucosa, a medida que van siendo metabolizados por el
cerebro o por otros órganos. Al poner de manifiesto zonas
que tienen una actividad metabólica diferente, este tipo de
análisis permite a un especialista obtener un diagnóstico
muy preciso de la patología del cerebro, por ejemplo, marcando aquellas zonas responsables de un foco epiléptico, el
traumatismo derivado de un golpe en la cabeza, o tumores
cerebrales. De esta manera, el TEP puede revelar la existencia de problemas antes de que éstos se manifiesten en la
conducta. Y lo que es más, su utilización para investigación
sobre la patología cerebral que subyace a la esquizofrenia, la
depresión, o el alcoholismo, puede generar importantes
descubrimientos sobre los procesos orgánicos que se
encuentran tras estos trastornos, y por ende proporcionar
la clave para un tratamiento más eficaz (Zametkin y Liotta,
1997). Por desgracia el TEP tiene todavía un valor muy
limitado debido a que la escasa fiabilidad de los resultados
están mostrando una baja fiabiliad. De momento se trata de
un procedimiento más interesante para la investigación que
para el diagnóstico clínico.
También se está empezando utilizar la técnica conocida como imágenes por resonancia
magnética funcional (fMRI) para estudiar la psicopatología. La MRI está diseñada para poner de relieve la estructura del cerebro, pero no su actividad. Para esto último,
clínicos e investigadores dependían de la tomografía por
emisión de positrones, cuya principal limitación es la necesidad de disponer de una máquina muy cara llamada ciclotrón para producir los átomos radiactivos de vida corta
necesarios para llevar a cabo este procedimiento. Por
decirlo de una manera sencilla, el fMRI mide los cambios
en el flujo sanguíneo de zonas específicas del tejido cerebral, lo que a su vez es un reflejo de la actividad neuronal
que tiene lugar en esas zonas (Morihisa, 2001). De esta
manera, es posible «representar» la actividad psicológica
que se está produciendo en ese momento, tal y como pueden ser las sensaciones, las imágenes o los pensamientos,
descubriendo qué zonas específicas del cerebro se activan
mientras ocurren esos procesos. Dado que este tipo de
mediciones se basa de una manera decisiva en intervalos
temporales, se hace necesario desarrollar mecanismos muy
LA MRI FUNCIONAL.
veloces para recogida de datos, así como para realizar los
análisis informáticos oportunos. Estos adelantos tecnológicos ya están en marcha, y sin duda en un futuro muy
próximo permitirán avances asombrosos en el estudio de
los trastornos mentales.
La investigación más reciente que ha utilizado fMRI ha
explorado el funcionamiento de la corteza cerebral responsable de diversos procesos psicológicos. Uno de los resultados demuestra que la estimación temporal distorsionada,
tan característica de la esquizofrenia, quizá dependa de un
mal funcionamiento de algunas zonas específicas del cerebro, como el tálamo y la corteza prefrontal (Volz, Nenadic,
et al., 2001); también se ha estudiado el funcionamiento de
la corteza durante las alucinaciones auditivas características
de la esquizofrenia (Shergill, Brammer, et al., 2000); los
efectos de la medicación neuroléptica en pacientes esquizofrénicos (Braus, Ende, et al., 1999); y la neuroanatomía de la
depresión (Brody, Saxena, et al., 2001). Dadas las ventajas
inconmensurables de esta técnica, es indudable que los
investigadores serán capaces de encontrar la manera de
resolver algunos problemas menores derivados de su administración a pacientes psiquiátricos, no siempre dispuestos
a colaborar.
El examen neuropsicológico
Las técnicas que acabamos de describir resultan muy precisas para poder identificar anormalidades físicas en el cerebro. Este tipo de anomalías suelen venir acompañadas por
problemas en la conducta y por otras deficiencias psicológicas, si bien estas últimas no pueden predecirse con precisión ni siquiera tras una localización detallada de las
anomalías físicas. Además, el deterioro psicológico y conductual derivado de anomalías cerebrales puede manifestarse antes de que la lesión orgánica del cerebro resulte
detectable mediante algunas de las técnicas descritas. En
tales casos es necesario recurrir a otras técnicas que permitan medir la alteración del funcionamiento conductual o
psicológico derivado de la patología cerebral. Esta necesidad está siendo resuelta por los psicólogos especializados
en la evaluación neuropsicológica, que requiere la utilización de diversos mecanismos diseñados para medir la
actuación cognitiva, perceptiva y motriz de una persona, al
objeto de evaluar la extensión y localización del daño cerebral (Franzen, 2001; Spreen y Strauss, 1998).
Cuando se sabe o se sospecha que puede haber un daño
cerebral, el neuropsicólogo clínico administra al paciente
una batería de tests. La actuación de esa persona en una
serie de tareas estandarizadas, sobre todo de tipo perceptivo-motor, puede proporcionar indicadores muy importantes sobre el deterioro cognitivo e intelectual derivado de
una lesión cerebral (LaRue y Swanda, 1997; Lezak, 1995;
Reitan y Wolfson, 1985). Este tipo de evaluación puede
incluso proporcionar datos sobre la localización probable
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La evaluación del organismo físico
AVA N C E S
en la práctica
Exámenes neuropsicológicos: la determinación
de las relaciones entre el cerebro y la conducta
La batería Halstead-Reitan consiste en un examen
neuropsicológico compuesto de diversos tests a partir
de los cuales se puede obtener un «índice de deterioro»
(Reitan y Wolfson, 1985). También proporciona información
específica sobre el funcionamiento del sujeto en diversas
áreas. Si bien hacen falta entre cuatro y seis horas para
realizarlo, cada vez se usa más en las evaluaciones
neurológicas, debido a que permite obtener gran cantidad
de información muy útil sobre los procesos cognitivos
y motores del sujeto (LaRue y Swanda, 1997; Reitan y
Wolfson, 2000). La batería Halstead-Reitan para adultos
está compuesta de las siguientes tareas:
1.
3.
4.

.
Al sujeto se le vendan los ojos y se le pide que
coloque los bloques en los lugares correctos.
Posteriormente también se le pide que dibuje
los bloques y el tablero recurriendo a su memoria
táctil.
Examen de ritmo: mide la atención y la
concentración sostenida mediante una tarea
de percepción auditiva. Se trata en realidad de una
prueba perteneciente al test musical de Seashore,
y se compone de treinta pares de sonidos rítmicos
que se presentan mediante una grabación.
El sujeto debe decidir cuáles de esos pares son
iguales o diferentes.
Examen de percepción de los sonidos de habla:
permite determinar si una persona es capaz de
identificar palabras habladas. Se presenta una
grabación de palabras sin sentido, y se pide
al sujeto que identifique la palabra que escucha
de entre una lista de cuatro palabras impresas.
Esta tarea permite medir la concentración,
la atención y la comprensión del sujeto.
Tarea de oscilación del dedo: mide la velocidad
con la que una persona puede pulsar una palanca
con el dedo índice. Se permite realizar varios
ensayos con cada mano.
Examen Halstead de categorías: mide la capacidad
del sujeto para aprender y recordar diversos tipos
de materia, y puede proporcionar información
sobre su capacidad de juicio y su impulsividad.
Al sujeto se le presenta en una pantalla un
estímulo que parece un número entre 1 y el 4, y
debe presionar un botón según cuál sea el número
que cree haber visto. Cuando acierta se oye el
sonido de una campana, mientras que cuando falla
se escucha un fuerte zumbido. A partir del patrón
de zumbidos y campanas, el sujeto debe decidir
cuál es la respuesta correcta.
Examen de actuación táctil: mide la velocidad
motriz del sujeto, y su respuesta a elementos
táctiles poco familiares, así como su habilidad para
responder y utilizar claves cinestésicas.
La superficie del examen es un tablero con huecos
para colocar diez bloques de formas diferentes.
Además de esta batería en un laboratorio de
neuropsicología se utilizan otros tests. Por ejemplo, Boll
(1980) recomienda utilizar el examen de Halstead-Wepman
para la detección de la afasia, que proporciona información
sobre la capacidad lingüística del sujeto, y sobre su
capacidad para identificar números y partes del cuerpo,
para seguir instrucciones, para deletrear y para representar
por mímica acciones simples.
de la lesión cerebral, si bien las técnicas descritas en el apartado anterior son mucho más precisas para determinar la
localización exacta.
Muchos neuropsicólogos prefieren administrar un
conjunto muy individualizado de pruebas, en función del
historial del paciente. Otros aplican un conjunto más estandarizado, lo que permite analizar un amplio rango de competencias psicológicas, que se conoce que resultan afectadas
por diversos tipos de daño cerebral. La utilización de estas
pruebas tiene muchas ventajas clínicas y para la investigación, aunque puede comprometer la flexibilidad. En el
apartado Avances en la práctica 4.1 se describe uno de estos
procedimientos estándar, la batería Halstead-Reitain.
Debido a que administrar esta batería requiere seis
horas, puede suponer algún problema en ámbitos clínicos
con limitación de tiempo y de recursos (Heaton, Grant, y
Matthews, 1991). Es lógico por tanto, que el paciente se fatigue, sobre todo si no se encuentra bien. En tales circunstancias, puede ser interesante recurrir a otros instrumentos
neuropsicológicos que evalúan capacidades más específicas, como la memoria (Corporación Psicológica, 1997), o
síntomas como los de la demencia (Storandt y Vanden Bos,
1994). Este tipo de instrumentos proporcionan información pero sin recurrir a procedimientos de evaluación neurológica excesivamente intervencionistas. Pese a ello, la
batería Halstead-Reitan sigue siendo una de las más utiliza-
2.
5.
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CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
das, debido a que proporciona una gran cantidad de información, y de enorme utilidad, sobre los procesos cognitivos
y motores del paciente (LaRue y Swanda, 1997), que además no puede obtenerse de ninguna otra manera.
En definitiva, la ciencia médica y neuropsicológica está
desarrollando nuevos procedimientos que permitan valorar el funcionamiento del cerebro y las manifestaciones
conductuales de un trastorno orgánico (Snyder y Nussbaum, 1998). Los procedimientos médicos diseñados para
valorar la posibilidad de daños orgánicos en el cerebro consisten en el EEG, el TAC, el PET y el MRI. Estas nuevas tecnologías resultan muy prometedoras para lograr la
detección y la evaluación de disfunciones orgánicas del
cerebro, y para mejorar nuestra comprensión de su funcionamiento. El examen neuropsicológico proporciona al clínico importante información sobre cómo el daño cerebral
afecta al funcionamiento conductual de la persona. Sin
embargo, cuando se considera que la dificultad psicológica
no proviene de causas orgánicas, es mejor recurrir a una
evaluación psicosocial.
REVISIÓN
• Compare cinco importantes procedimientos
neurológicos. ¿Qué características resultan
más valiosas de cada uno de ellos?
• Describa la utilización de exámenes
neuropsicológicos para evaluar los efectos
conductuales de los trastornos cerebrales.
• ¿Qué diferencia existe entre un PET y un fMRI?
LA EVALUACIÓN PSICOSOCIAL
La evaluación psicosocial intenta proporcionar
una imagen realista de la interacción de una persona con su
entorno social. Esta imagen incluye información respecto a
la personalidad del individuo y su funcionamiento actual,
así como información sobre los factores de estrés y los
recursos de protección de que dispone. Por ejemplo, al iniciarse el proceso, el clínico debe actuar como si estuviera
resolviendo un puzzle, recogiendo tanta información como
sea posible sobre su cliente —sobre sus sentimientos, actitudes, recuerdos, hechos demográficos— e intentar encajar
las piezas para que adquieran significado. Formulará hipótesis que irá confirmando o descartando a lo largo de la
entrevista. A partir de una técnica general como la entrevista clínica (véase más adelante), el psicólogo podrá seleccionar posteriormente procedimientos de evaluación más
específicos. A continuación describiremos algunos de tales
procedimientos.
Entrevista de evaluación
La entrevista de evaluación, que suele considerarse como el
elemento central del proceso evaluador, consiste en mantener una interacción cara a cara con el cliente, a partir de la
cual el clínico puede obtener información sobre diversos
aspectos de su situación, de su conducta y de su personalidad. Esta entrevista puede consistir tan sólo en unas cuantas preguntas muy sencillas, o también adoptar un formato
más extenso y pormenorizado. Tiene un carácter relativamente abierto, de manera que el entrevistador va adoptando en cada momento decisiones sobre la siguiente
pregunta a partir de las respuestas que va dando el cliente;
aunque también puede seguir un formato más estructurado que garantice que se recogerá la información deseada.
En este último caso, el entrevistador puede elegir entre una
serie de formatos muy estructurados y estandarizados, cuya
fiabilidad está establecida a partir de una serie de investigaciones previas. Tal y como lo utilizamos aquí, el término
fiabilidad simplemente quiere decir que dos o más entrevistadores han evaluado a la misma persona y han llegado a
conclusiones muy similares, algo que, por otra parte, no
siempre está garantizado.
ENTREVISTAS ESTRUCTURADAS Y NO ESTRUCTURADAS. Si bien muchos clínicos prefieren tener libertad
para ir haciendo preguntas siguiendo su propio criterio, la
investigación ha demostrado que las entrevistas estructuradas permiten obtener resultados mucho más fiables. Entre
los clínicos existe un exceso de confianza respecto a la validez de sus propios métodos y juicios (Garb, 1989; Taylor y
Meux, 1997). Sin embargo, en la mayoría de los casos
resulta mucho más sensato recurrir a una entrevista cuidadosamente estructurada en virtud de una serie de objetivos,
que permite explorar la presencia de determinados síntomas, y que establece también el tipo de relación que se debe
mantener con el cliente.
La fiabilidad de la entrevista de evaluación todavía
puede mejorarse recurriendo a escalas de estimación que
permitan cuantificar los datos. Por ejemplo, puede resultar
interesante valorar al cliente en una escala de 3, 5 o 7 puntos respecto a su autoestima, ansiedad y otras características. Este formato tan estructurado resulta especialmente
eficaz para ofrecer una impresión global, un «perfil» del
sujeto y de su situación vital, y poner de manifiesto la existencia de problemas o de crisis específicas —tales como
dificultades matrimoniales, dependencia de drogas, o fantasías de suicidio— que suelen exigir una intervención terapéutica inmediata.
Los entrevistadores pueden cometer errores cada vez
que tienen que elegir preguntas y procesar la información.
De hecho, es frecuente que diferentes clínicos propongan
diagnósticos diferentes a partir de los datos que han obtenido de un mismo paciente. Esta es la razón fundamental
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por la que las últimas versiones del DSM (la III, la III-R, la
IV, y la IV-TR) prefieren proponer una estrategia «operacional» de evaluación, que especifique cuáles serán los
criterios para el diagnóstico, y proporcione directrices específicas para llevarlo a cabo. «El vuelo libre» resulta poco
recomendable en este tipo de evaluación. La estrategia operacional permite un diagnóstico más fiable, aunque sea a
costa de una menor flexibilidad por parte del entrevistador.
La observación clínica de la conducta
Una de las herramientas de evaluación más tradicionales y
más útiles es la observación directa de la conducta de un
paciente (Cone, 1999). El principal objetivo de la observación directa es aprender todo lo posible sobre el funcionamiento psicológico de la persona, mediante la descripción
objetiva de su conducta en diversos contextos. La observación clínica consiste en la descripción objetiva de la conducta de una persona —su higiene personal, respuestas
emocionales, o cualquier depresión, ansiedad, agresión,
alucinación, o delirio que ponga de manifiesto—. Lo ideal
es que la observación clínica tenga lugar en un entorno
natural, como el aula de clase o el hogar, pero lo normal es
que se desarrolle en la clínica o en el hospital (Leichtman,
2002). Por ejemplo, suele hacerse una breve descripción de
la conducta del sujeto cuando éste llega al hospital, que se
pueden unir a ulteriores observaciones más detalladas.
Algunos clínicos e investigadores recurren a un
entorno artificial para llevar a cabo esas observaciones de la
conducta. Este tipo de situaciones incluye tareas como el
juego de papeles, el reajuste de acontecimientos, la asignación de interacciones familiares o el pensamiento en voz
alta (Haynes, 2001).
Este tipo de observaciones realizadas por observadores
entrenados en un entorno controlado pueden llegar a proporcionar datos tremendamente útiles. Paul y sus asociados
(Mariotto, Paul, y Licht, 2002), por ejemplo, han desarrollado un programa de evaluación conductual para llevarlo a
cabo en el hospital. Incluye la evaluación, mediante escalas
de estimación, de la conducta diaria de los pacientes crónicos, y de la de quienes tratan con ellos. Estas puntuaciones
pueden utilizarse entonces para identificar qué conductas
del paciente, pero también de quienes tratan con él, deberían modificarse.
Junto a estas observaciones, muchos clínicos piden a
sus pacientes que realicen una auto-supervisión, esto es,
una auto-observación de su propia conducta, pensamientos y sentimientos. Este método puede suponer una inestimable ayuda para determinar el tipo de situaciones que
pueden estar provocando la conducta inadaptada, y son
numerosos los estudios que han puesto de relieve los beneficios terapéuticos que conlleva el mero hecho de utilizarlo.
También es posible pedir al paciente que rellene un autoinforme más o menos formal, relativo a las reacciones pro-
La evaluación psicosocial

blemáticas que experimenta en diversas situaciones. Son ya
muchos los instrumentos de este tipo que se han publicado.
En conjunto se trata de reconocer que las personas pueden
constituir una excelente fuente de información sobre sí
mismos. Partiendo de la base de que se hacen las preguntas
adecuadas, y de que las personas desean proporcionar la
información, estos resultados pueden llegar a constituir un
elemento esencial para diseñar un tratamiento eficaz.
Los procedimientos que se acaban de describir están
centrados en la conducta observable del sujeto, mientras
que pasan por alto los acontecimientos mentales que
acompañaban a la conducta. Para poder acceder también a
ellos, los psicólogos están experimentando con pequeños
aparatos electrónicos que los sujetos llevan encima, y que
emiten un pitido a intervalos aleatorios. En ese momento,
deben registrar por escrito o de cualquier otra manera lo
que estuvieran pensando. Este tipo de «informes del pensamiento» se utilizan para la evaluación de la personalidad y
para evaluar los progresos de la terapia (Klinger y KrollMensing, 1995).
Igual que ocurre con las
entrevistas, la utilización de escalas de estimación permite
organizar la información e incrementar la fiabilidad y la
objetividad (Aiken, 1996). En efecto, la estructura formal de
una escala permite reducir al mínimo las inferencias subjetivas del observador. Las escalas de estimación más útiles
son aquellas que no sólo señalan la presencia o ausencia de
un determinado rasgo o conducta, sino también el grado
que alcanzan. A continuación ponemos un ejemplo de este
tipo de escala; el observador tendría que seleccionar cuál es
la descripción más adecuada.
ESCALAS DE ESTIMACIÓN.
CONDUCTA SEXUAL
____ 1. Abuso sexual: la persona se aproxima de manera
agresiva con una intención sexual.
____2. Incitación sexual: enseña los genitales con una
intención sexual, realiza proposiciones sexuales
explícitas a otros pacientes o trabajadores, se masturba públicamente.
____ 3. No hay una conducta sexual explícita: no se
observa preocupación por asuntos sexuales.
____4. Evita temas sexuales: se muestra incómodo al discutir sobre el sexo, así como por aproximaciones
de terceros con intención sexual.
____ 5. Puritanismo excesivo en relación con el sexo: considera el sexo como algo sucio, condena la conducta sexual de los demás, y sufre un ataque de
pánico ante una aproximación sexual por parte de
terceros.
Este tipo de escalas no sólo pueden ser parte de una evaluación inicial, sino que también permiten hacer un seguimiento de la eficacia del tratamiento.
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CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
Una de las escalas de estimación más ampliamente utilizadas para registrar observaciones en la práctica clínica y
en la investigación psiquiátrica es la Brief Psychiatric
Rating Scale (BPRS) (Escala de Puntuación Psiquiátrica
Resumida). Se trata de un instrumento que proporciona
una medida estructurada y cuantificable de una serie de
síntomas clínicos, tales como la preocupación somática, la
ansiedad, el retraimiento emocional y los sentimientos de
culpa, la hostilidad, la sospecha y patrones de pensamiento
poco habituales. Contiene dieciocho escalas que se puntúan a partir de la entrevista del clínico con un paciente.
Los distintos patrones de conducta que se ponen de manifiesto mediante esa escala permiten a los clínicos realizar
una comparación estandarizada de los síntomas de sus
pacientes, con respecto a los de otros pacientes psiquiátricos (Overall y Hollister, 1982). Resulta un instrumento
absolutamente eficaz en la investigación clínica (por ejemplo, véase Beauford, McNiel, y Binder, 1997; Lachar, Bailley,
et al., 2001), especialmente cuando lo que se pretende es
asignar pacientes a grupos de tratamiento a partir de la
similitud de sus síntomas. Sin embargo, en la práctica clínica no se suele utilizar para la adopción de decisiones
diagnósticas. Existe una escala más específica, denominada
Hamilton Rating Scale for Depression (HRSD) (Escala para
la Valoración de la Depresión de Hamilton), que se ha convertido en la más utilizada para seleccionar personas con
depresión clínica que participarán en una investigación, así
como para evaluar la respuesta de éstas ante distintos tipos
de tratamiento (véase Santor y Coyne, 2001).
Tests psicológicos
Las entrevistas y la observación de la conducta constituyen
intentos relativamente directos para establecer cuáles son
las creencias, actitudes y problemas de una persona. Los
tests psicológicos suponen una forma más indirecta para
evaluar las características psicológicas. Este tipo de pruebas
científicamente desarrolladas (por oposición a las de carácter lúdico que suelen aparecer en las revistas o en Internet),
son conjuntos estandarizados de tareas o procedimientos
que permiten obtener una muestra de la conducta. La respuesta de un sujeto ante un estímulo estandarizado se compara con las de otras personas de características similares. A
partir de esta comparación, es posible establecer inferencias
sobre la medida en que las características psicológicas de
esa persona difieren de las del grupo de referencia. Este tipo
de pruebas son muy útiles para medir estrategias para
afrontar los problemas, la motivación, características de
personalidad, la conducta adaptada a un papel social, los
valores, los niveles de depresión o densidad, así como el
funcionamiento intelectual. El impresionante avance que
ha experimentado la tecnología para el desarrollo de tests
posibilita la creación de instrumentos de considerable fiabilidad y validez, que permiten medir prácticamente cual-
quier característica psicológica humana. De hecho, ya disponemos de muchos de estos procedimientos en formato
informático, tanto para su administración como para su
interpretación (véase el apartado Avances en la práctica 4.2).
Si bien los test psicológicos son más precisos y más fiables que las entrevistas y algunas técnicas de observación,
todavía están lejos de ser herramientas perfectas. Su valor
suele depender de la habilidad del especialista que tiene que
interpretarlos. En general, constituyen herramientas diagnósticas muy útiles para los psicólogos, de manera análoga
a la contribución de los análisis de sangre, los rayos X o la
resonancia magnética, para los médicos. En todos estos
casos, tales técnicas permiten confirmar la presencia de
algún tipo de patología en personas que aparentemente se
encuentran bien.
Dos grandes categorías de tests psicológicos que se utilizan en la práctica clínica son los tests de inteligencia y los
de personalidad.
Existe una amplia variedad de tests de inteligencia. La Escala de Inteligencia de
Weschler para Niños Revisada (WISC-III) y la edición
actual de la Escala de Inteligencia de Stanford-Binet, constituyen dos instrumentos muy utilizados en el ámbito clínico para medir las capacidades intelectuales de los niños.
Probablemente la prueba más frecuentemente empleada
para medir la inteligencia adulta sea la escala Weschler para
la Inteligencia Adulta Revisada (WAIS-III; Tulsky y Ledbetter, 2000). Incluye la evaluación de la inteligencia verbal
y no verbal, y consta de once sub-escalas. Como ilustración, ofrecemos a continuación una breve descripción de
dos de ellas:
TESTS DE INTELIGENCIA.
• Vocabulario (verbal): esta sub-escala consiste en una
lista de palabras que el sujeto debe definir y que se presentan de una manera oral. Está diseñada para evaluar
el vocabulario, el cual se ha demostrado que está estrechamente relacionado con la inteligencia general.
• Intervalos numéricos (no verbal): en este examen de la
memoria a corto plazo, se administra verbalmente una
secuencia de números. Se pide al individuo que repita
esos números en el mismo orden en que los escucha.
Otra tarea de esta subescala requiere recordar los
números, manteniéndolos en la memoria, y modificar
su secuencia, esto es, decirlos al revés (Psychological
Corporation, 1997).
Los tests de inteligencia que se administran de manera
individual, como los que acabamos de mencionar, suelen
requerir entre dos y tres horas para su administración,
puntuación e interpretación. En muchas situaciones clínicas no se dispone del tiempo ni de los recursos económicos suficientes como para utilizar a este tipo de
pruebas. En aquellos casos en los que se sospecha que el
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La evaluación psicosocial
AVA N C E S
en la práctica
La práctica automatizada: la utilización
de la computadora en el examen psicológico
Probablemente la innovación más importante en la
evaluación clínica de los últimos cuarenta años haya sido la
utilización de la computadora para la evaluación de las
personas. Las computadoras se están utilizando con enorme
eficacia tanto para obtener información directa de un
individuo, como para evaluar la información previamente
recogida en entrevistas, tests y otros procedimientos de
evaluación (Butcher, Perry, y Atlis, 2000). Al comparar esa
información con los datos almacenados en el disco duro, una
computadora puede realizar un amplio abanico de tareas de
evaluación (Garb, 1995). Puede proporcionar un diagnóstico
probable, indicar la probabilidad de que aparezcan
determinados tipos de conducta, sugerir el tratamiento más
adecuado, predecir el resultado, e imprimir un informe sobre
el sujeto. Para muchas de esas funciones, la computadora es
verdaderamente superior a un clínico, debido a que es más
eficaz y preciso para recordar el material que tiene
almacenado (Epstein y Kinkenberg, 2001; Olson, 2001).
Dada su eficacia y fiabilidad, sería de esperar que todo el
mundo estuviera encantado de que las computadoras
hubieran pasado a formar parte de la práctica clínica. Sin
embargo, no siempre sucede esto, y algunos especialistas
incluso se resisten a utilizar cualquier otra tecnología
«moderna» como el correo electrónico, el fax, o el cobro
mediante tarjeta de crédito (McMinn, Buchanan, et al., 1999).
Algunos clínicos son contrarios a la utilización de la
computadora para interpretar los resultados de los tests, a
pesar de su demostrada eficacia y reducido coste. Las razones
de esta forma de pensar suelen ser alguna de las siguientes:
• Los técnicos que se han formado antes de la época
de la informática, probablemente no se sientan
problema principal de un paciente es un déficit intelectual por daño cerebral, el examen de la inteligencia puede
constituir un elemento esencial de la batería de pruebas
que se le administra. De hecho, la información sobre el
funcionamiento cognitivo puede proporcionar una serie
de indicios de inestimable valor respecto a los recursos
intelectuales de que dispone una persona para solucionar
sus problemas (Zertzer y Beutler, 1995). Sin embargo, en
muchos casos no es necesaria una información tan detallada sobre el funcionamiento intelectual de un paciente,
por lo que no se recomienda el uso de este tipo de tests de
inteligencia.

.
cómodos con las computadoras, o incluso no
dispongan de tiempo para familiarizarse con ellos.
• Muchos clínicos se limitan a realizar un tratamiento
psicológico, pero no prestan demasiada atención a
la evaluación previa y al diagnóstico. Otros muchos
probablemente muestren poco interés, o dispongan
de poco tiempo, para realizar una evaluación
sistemática de la eficacia del tratamiento.
• Para algunos clínicos, el aspecto impersonal y
mecánico de las hojas de respuesta, tan
características de la evaluación informática, se
contraponen al estilo afectuoso y cálido que desean
transmitir a sus clientes.
• Algunos clínicos perciben la evaluación
informatizada como una amenaza para su propia
labor, y temen que la computadora llegue a
reemplazar el diagnóstico realizado por humanos
(Matarazzo, 1986). Algunas de estas preocupaciones
no son tan distintas de las que se podían escuchar
en otros ámbitos laborales hace algún tiempo.
¿Están los especialistas en la salud mental en
peligro de ser reemplazados por las computadoras?
En absoluto. Las computadoras tienen limitaciones
intrínsecas que necesariamente les dejan relegados
a un papel secundario en la evaluación psicológica.
Es el clínico quien desempeña el papel principal en
una evaluación psicológica. Un clínico no cualificado
que basa su trabajo exclusivamente en programas
informáticos, mostrará inmediatamente su
incompetencia ante sus clientes. Por otra parte, la
utilización juiciosa de la computadora puede liberar
mucho tiempo para realizar esas otras cosas que
sólo pueden lograrse tras una enorme dedicación
personal y grandes cantidades de habilidad y
sabiduría clínica.
TEST PROYECTIVOS DE PERSONALIDAD. Existe
una gran cantidad de tests diseñados para medir características personales distintas a las intelectuales. Es habitual
dividir este tipo de pruebas en dos categorías, a saber, proyectivas y objetivas. Los tests proyectivos apenas están
estructurados, ya que se basan en diversos tipos de estímulos ambiguos, tales como manchas de tinta, y no tanto en
preguntas verbales explícitas, de tal manera que las respuestas que tiene que dar la persona no están limitadas a la
variedad «verdadero», «falso» o «no sabe». Mediante la
interpretación de este material ambiguo, las personas
ponen de manifiesto sus preocupaciones personales, sus
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
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CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
conflictos, motivos, formas de enfrentarse a la realidad, y
otras características de personalidad. El supuesto básico
que subyace a estas técnicas es que cuando las personas
intentan dar sentido a estímulos ambiguos y poco estructurados, «proyectan» sus propios problemas, motivos y
deseos. Este tipo de respuestas son similares al juego de
descubrir a qué se parece una nube, pero con la importante excepción de que en este caso los estímulos son los
mismos para todos los sujetos. Esto es lo que permite
determinar el rango normativo de respuestas ante ese
material, lo que a su vez facilita la identificación objetiva
de cualquier respuesta anómala. De esta manera, los tests
proyectivos pretenden descubrir de qué manera los aprendizajes pasados y la personalidad de un individuo le
impulsan a organizar y a percibir la información ambigua
de su entorno. Algunas de las pruebas proyectivas más
conocidas son el Test De Manchas De Tinta de Rorschach,
el Test de Apercepción Temática y los tests de completar
oraciones.
NOMBRE DEL SUJETO: ESTEBAN.MMPI; EDAD: 21; SEXO: V.; RAZA: B.; E. C.: S.
INTERPRETACIÓN SEMÁNTICA DEL PROTOCOLO
DE RORSCHACH UTILIZANDO EL SISTEMA GLOBAL
LA SIGUIENTE INTERPRETACIÓN DE CARÁCTER INFORMÁTICO SE DERIVA
**EXCLUSIVAMENTE** DE LOS DATOS DEL REGISTRO Y NO INCLUYE LA SECUENCIA
DE PUNTUACIONES NI EL MATERIAL VERBAL. SUPONE SIMPLEMENTE UNA GUÍA PARA
QUE EL INTÉRPRETE DEL PROTOCOLO PUEDA COMENZAR SU ESTUDIO Y MATIZAR LAS
HIPÓTESIS GENERADAS A PARTIR DE ESOS RESULTADOS.
* * * * *
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
Esta prueba debe su nombre al
psiquiatra suizo Hermann Rorschach, que inició la utilización experimental de las manchas de tinta para la evaluación de la personalidad en 1911. El test utiliza diez imágenes
de manchas de tinta, ante cada una de las cuales el sujeto
debe responder tras haber recibido las instrucciones
siguientes (Exner, 1993):
El Test de Rorschach.
Las personas pueden ver diferentes cosas en estas manchas; por favor dígame lo que ve usted, en qué le hace pensar, o qué significa para usted.
El siguiente extracto está recogido de las respuestas de
un sujeto a una de las manchas que se le muestran:
Parecen dos hombres que están enseñando sus órganos
genitales. Mantienen una terrible pelea, y la sangre ha
manchado la pared. Tienen cuchillos afilados en la mano
y acaban de cortar un cuerpo. Ya han quitado las extremidades y algún otro órgano. El cuerpo esta desmembrado...
lo único que le queda es el tronco... la región pélvica.
Están luchando hasta que uno llegue a desmembrar completamente al otro... como los buitres abalanzándose
sobre su presa...
El contenido extremadamente violento de esta respuesta no suele ser habitual en esta mancha de tinta ni, en
realidad, en cualquier otra de la serie. Si bien ningún evaluador cabal basaría un diagnóstico sobre un único caso,
este tipo de contenidos coincide con otros datos recogidos
de ese sujeto, que había sido diagnosticado como poseedor
de una personalidad antisocial y una gran hostilidad.
La utilización del Rorschach en la evaluación clínica es
muy complicada y exige una preparación considerable
(Exner y Weiner, 1994; Weiner, 1998). Los métodos para
administrar el test pueden variar; algunas estrategias
requieren varias horas, y por lo tanto restan tiempo a otros
EL REGISTRO PARECE SER VÁLIDO Y APROPIADO PARA SU INTERPRETACIÓN.
SE TRATA DE UN TIPO DE PERSONA QUE TIENDE A SIMPLIFICAR LOS ESTÍMULOS
PARA CONSEGUIR QUE EL MUNDO LE RESULTE MENOS AMENAZANTE. ESTA FORMA
DE ACTUAR SE MANTIENE TAMBIÉN EN SITUACIONES NUEVAS Y ESTRESANTES.
CUANDO SE REPITE EN EXCESO, COMO PARECE SER EL CASO, EL SUJETO TIENDE
A EXPERIMENTAR DIFICULTADES SOCIALES DEBIDO A QUE RECHAZA LAS DEMANDAS
Y LAS EXPECTATIVAS QUE PROCEDEN DE SU ENTORNO.
ESTE SUJETO SUELE TENER SUFICIENTES RECURSOS ACCESIBLES COMO PARA
PARTICIPAR EN LA FORMULACIÓN Y EN LA DIRECCIÓN DE RESPUESTAS. LA
TOLERANCIA ANTE EL ESTRÉS ES SIMILAR A LA DE LA MAYORÍA DE LAS
PERSONAS, ESTO ES, SUELE CONTROLARSE EXCEPTO CUANDO EL ESTRÉS APARECE
DE MANERA INESPERADA Y MUY INTENSA O PROLONGADA.
EXISTEN EVIDENCIAS QUE INDICAN LA PRESENCIA DE UNA IMPORTANTE
SENSACIÓN SUBJETIVA DE MALESTAR.
ESTE SUJETO TIENDE A INTERIORIZAR LOS SENTIMIENTOS MÁS DE LO NORMAL,
LO QUE SUELE DAR LUGAR A MOLESTIAS QUE PUEDEN ADOPTAR LA FORMA DE
TENSIÓN Y/O ANSIEDAD.
ES EL TIPO DE PERSONA QUE PREFIERE RETRASAR LA RESPUESTA A UNA
SITUACIÓN DIFÍCIL, HASTA TENER TIEMPO SUFICIENTE COMO PARA CONSIDERAR
TODAS LAS POSIBILIDADES DE RESPUESTA Y SUS POSIBLES CONSECUENCIAS.
ESTE TIPO DE PERSONAS PREFIEREN DEJAR APARTE SUS EMOCIONES EN ESTE
TIPO DE SITUACIONES.
ESTA PERSONA TIENDE A UTILIZAR EL PENSAMIENTO DELIBERADO MÁS CON LA
INTENCIÓN DE CREAR FANTASÍAS QUE LE PERMITAN IGNORAR EL MUNDO, QUE
PARA ENFRENTARSE DE MANERA DIRECTA A LOS PROBLEMAS. ESTO SUPONE UNA
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(C) 1976, 1985 JOHN E. EXNER, JR.
Figura 4.1
Interpretación semántica del protocolo de Rorschach,
utilizando el sistema global.
servicios clínicos esenciales. Por otra parte, los resultados
de este test pueden llegar a ser poco fiables, debido a la
naturaleza subjetiva de la interpretación. Por ejemplo,
puede haber desacuerdos sobre el significado simbólico de
la respuesta «una casa en llamas». Un especialista podría
interpretar esa respuesta como una manifestación de fuertes sentimientos de ansiedad, mientras que otro podría
considerarla como un deseo incendiario. Una de las razones
que explican el escaso uso que en la actualidad se hace de
ese test, radica en el hecho de que, para que sean eficaces, los
tratamientos requieren descripciones conductuales específicas, en vez de descripciones basadas en la dinámica de la
personalidad, como las que suelen derivarse de la interpretación del test de Rorschach.
Sin embargo, en manos de un clínico hábil, el test de
Rorschach permive descubrir ciertos contenidos psicodinámicos, tales como el impacto de los motivos inconscientes
sobre la percepción de los demás. De hecho, se han realizado intentos para poder realizar interpretaciones objetivas
del mismo, especificando con claridad las variables implicadas, y explorando empíricamente su relación con criterios
externos derivados del diagnóstico clínico (Exner, 1995).
Este test, aunque suele considerarse como un instrumento
subjetivo y abierto, también se ha adaptado a la interpretación informática. Exner (1987) ha desarrollado un sistema
de interpretación informático que, una vez que se ha
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NOMBRE DEL SUJETO: ESTEBAN.MMPI; EDAD: 21; SEXO: V.; RAZA: B.; E. C.: S.
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16.
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DIFICULTAD IMPORTANTE, DEBIDO A QUE SU ESTILO ESTÁ MÁS DIRIGIDO A
ELUDIR LOS PROBLEMAS QUE A ADAPTARSE A SU ENTORNO.
ESTE TIPO DE PERSONA NO MUESTRA FLEXIBILIDAD EN SU PENSAMIENTO,
VALORES, O ACTITUDES. EN EFECTO, LAS PERSONAS COMO ÉSTA EXPERIMENTAN
DIFICULTADES PARA MODIFICAR SU PROPIO PUNTO DE VISTA.
SE TRATA DE UNA PERSONA QUE SUELE EVITAR INICIAR UNA CONDUCTA, Y POR
EL CONTRARIO, ADOPTA UN PAPEL PASIVO PARA LA SOLUCIÓN DE PROBLEMAS Y
LAS RELACIONES INTERPERSONALES.
ESTE SUJETO NO ES CAPAZ DE REGULAR SUS EMOCIONES COMO LA MAYORÍA DE
LOS ADULTOS Y, DEBIDO A ELLO, TIENDE A ESTAR MUY INFLUIDO POR SUS
PROPIOS SENTIMIENTOS.
ES UNA PERSONA MUY ATRAÍDA POR CUALQUIER TIPO DE ESTÍMULO EMOCIONAL.
ESTO PUEDE LLEGAR A SUPONER UN PROBLEMA DE ADAPTACIÓN DEBIDO A SUS
PROBLEMAS DE CONTROL. ESTO ES, CUANDO TENGA QUE PROCESAR ESTÍMULOS DE
CARÁCTER EMOCIONAL, EXPERIMENTARÁ UNA MAYOR NECESIDAD DE INTERCAMBIO
EMOCIONAL. SI DICHO INTERCAMBIO NO SE CONTROLA ADECUADAMENTE, PUEDEN
SOBREVENIR LOS PROBLEMAS.
ES UNA PERSONA QUE NO EXPERIMENTA LA NECESIDAD DE CERCANÍA QUE SUELE
SER NORMAL ENTRE LA MAYORÍA DE LAS PERSONAS. EN CONSECUENCIA, NO SE
SIENTE CÓMODO EN SITUACIONES INTERPERSONALES, EXPERIMENTA CIERTAS
DIFICULTADES PARA ESTABLECER Y MANTENER RELACIONES PROFUNDAS, ESTÁ MÁS
PREOCUPADO POR SU ESPACIO PERSONAL, Y PUEDE APARENTAR UN GRAN
DISTANCIAMIENTO DE LOS DEMÁS.
ESTE SUJETO ESTÁ MUY INTERESADO EN LOS DEMÁS, COMO LA MAYORÍA DE LOS
ADULTOS Y NIÑOS. SIN EMBARGO NO PARECE COMPRENDER LA MOTIVACIÓN Y EL
COMPORTAMIENTO DE LOS DEMÁS. POR EL CONTRARIO, SUS CONCEPCIONES
DEPENDEN MÁS DE LA IMAGINACIÓN QUE DE LA EXPERIENCIA REAL.
ESTE SUJETO PARECE TENER UNA PREOCUPACIÓN EXCESIVA POR EL CUERPO.
ESTE SUJETO PARECE TENER UNA SEÑALADA PREOCUPACIÓN SEXUAL.
ESTÉ SUJETO TIENDE A INTERPRETAR LOS ESTÍMULOS DE UNA MANERA MUY
PERSONALIZADA. ESTO LE HACE TENER UNA PERSPECTIVA DEL MUNDO CARGADA DE
SESGOS PERSONALES, Y UN MÍNIMO INTERÉS POR RESULTAR ACEPTABLE A LOS
DEMÁS.
PESE A LA TENENCIA QUE HEMOS MENCIONADO PARA MALINTERPRETAR Y
PERSONALIZAR LOS INDICIOS, EL SUJETO TIENDE A RESPONDER DE MANERA
La evaluación psicosocial

NOMBRE DEL SUJETO: ESTEBAN.MMPI; EDAD: 21; SEXO: V.; RAZA: B.; E. C.: S.
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CONVENCIONAL A AQUELLAS SITUACIONES EN QUE LAS RESPUESTAS
CONVENCIONALES RESULTAN EVIDENTES Y SON FÁCILES DE IDENTIFICAR.
LA MAYOR PARTE DE LA ACTIVIDAD COGNITIVA DE ESTE SUJETO ES MENOS
MADURA DE LO QUE SERÍA DE ESPERAR. ESTO PUEDE SER UNA CONSECUENCIA DE
ALGÚN DÉFICIT EVOLUTIVO, O PUEDE QUE SIMPLEMENTE REFLEJE RECHAZO PARA
INTENTAR DESARROLLAR UNA TAREA.
ESTE SUJETO TIENDE A EXAMINAR LOS ESTÍMULOS DE UNA MANERA ATROPELLADA
Y POCO SISTEMÁTICA. ESO PUEDE LLEVARLE A ADOPTAR DECISIONES DE MANERA
PREMATURA Y ERRÓNEA, POR LA SIMPLE RAZÓN DE NO HABER PROCESADO
ADECUADAMENTE TODA LA INFORMACIÓN DISPONIBLE. ESTO NO DEBE CONFUNDIRSE
CON LA IMPULSIVIDAD, AUNQUE ALGUNAS DE LAS DECISIONES ADOPTADAS PUEDEN
TENER ESTA CARACTERÍSTICA. LO CUAL ES UNA CONSECUENCIA DE NO HABER
EXPLORADO, NI HABER UTILIZADO ESTRATEGIAS, QUIZÁ COMO CONSECUENCIA DE
ALGUNA DEFICIENCIA PERCEPTIVA, DE HÁBITOS PSICOLÓGICOS DESARROLLADOS
EN LA NIÑEZ, O QUIZÁ PUEDE SER RESULTADO DE ALGÚN DÉFICIT COGNITIVO
RELACIONADO CON PROBLEMAS NEUROLÓGICOS. DEBE OBSERVARSE QUE LA
COMBINACIÓN DE UNA EVALUACIÓN PRECIPITADA DEL ENTORNO JUNTO A UN
CONTROL EMOCIONAL LIMITADO, SUPONE UNA FUERTE PREDISPOSICIÓN HACIA LA
CONDUCTA IMPULSIVA.
ESTA PERSONA TIENDE A ENFRENTAR LOS PROBLEMAS RECURRIENDO A SOLUCIONES
ECONÓMICAS, DEBIDO A QUE SUPONE UNA FORMA MUY SENCILLA DE MANEJAR UNA
SITUACIÓN. HAY MUCHAS PERSONAS QUE TAMBIÉN HACEN ESO. SIN EMBARGO,
PUEDE CONVERTIRSE EN UNA DIFICULTAD EN OTRAS SITUACIONES MÁS
COMPLEJAS, QUE QUIZÁ REQUIERAN UN MAYOR ESFUERZO PARA SOLUCIONAR EL
PROBLEMA.
SE TRATA DE UNA PERSONA RELATIVAMENTE CONSERVADORA A LA HORA DE
ESTABLECER OBJETIVOS. GENERALMENTE ESTE TIPO DE PERSONAS SÓLO BUSCAN
METAS QUE OFRECEN UNA ELEVADA PROBABILIDAD DE ÉXITO.
ESTA PERSONA TIENDE A UTILIZAR LA RACIONALIZACIÓN COMO TÁCTICA PARA
ENFRENTARSE CON LAS AMENAZAS EMOCIONALES Y CON EL ESTRÉS. ESTE TIPO DE
PERSONAS SUELE MOSTRAR MUCHA RESISTENCIA DURANTE LAS PRIMERAS ETAPAS
DE INTERVENCIÓN.
* * * FIN DEL INFORME * * *
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(C) 1976, 1985 JOHN E. EXNER, JR.
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(C) 1976, 1985 JOHN E. EXNER, JR.
alimentado con las respuestas del test, proporciona un resumen y una lista de descripciones probables de la personalidad, y referencias sobre el ajuste de esa persona (véase la
Figura 4.1). El Sistema Global del Rorschach de Exner
(Exner Comprehensive Rorschach System) puede, en cierta
medida, solventar la crítica de que la interpretación del test
es poco fiable, ya que utiliza normas estándar (esto es, una
distribución de las puntuaciones que se basa en una muestra de personas normales), lo que genera una puntuación
más fiable y estable.
No obstante, algunas investigaciones recientes han
planteado dudas respecto a las normas sobre las que se basa
el sistema de Exner (Wood, Nezworski, Garb, y Lilienfels,
2001; Shaffer, Erdberg, y Haroian, 1999). En efecto, la versión informática del test parece encontrar trastornos psicopatológicos incluso entre personas «normales» elegidas
aleatoriamente de la población. Así pues, no se ha demostrado que este test permita obtener información válida que
no puedan proporcionar otros instrumentos más económicos. Recientemente, el test de Rorschach ha sido criticado
debido a su escasísima validez (Garb, Florio, y Grove, 1998;
Hunsley y Bailey, 1999), por lo que su utilización clínica ha
disminuido considerablemente (Piotrowski, Belter, y Keller,
1998), debido en parte a que las compañías de seguros no
financian la enorme cantidad de tiempo que requiere su
administración, puntuación e interpretación.
El Test de Apercepción Temática. El Test de Apercepción Temática (TAT) fue desarrollado en 1935 por C. D.
Morgan y Henry Murray, de la clínica psicológica de Harvard. Todavía en la actualidad se utiliza frecuentemente
en la práctica clínica (Rosini y Moretti, 1997). El TAT utiliza un conjunto de imágenes sencillas, algunas completamente figurativas y otras algo más abstractas, sobre las
cuales el sujeto debe elaborar una narración. El contenido de las imágenes, que suelen mostrar a personas en
diversos contextos, es extremadamente ambiguo respecto
a sus acciones y motivaciones, de tal manera que los sujetos tienden a proyectar sus propios conflictos y preocupaciones.
Se han desarrollado diferentes sistemas de puntuación
e interpretación centrados en diversos aspectos de la narración, tales como la expresión de necesidades (Atkinson,
1992), la percepción de la realidad (Arnold, 1962), o las fantasías que se expresan (Klinger, 1979). Sin embargo, la aplicación de tales sistemas requiere mucho tiempo, y existen
pocas evidencias de que su aportación sea significativa. Por
lo tanto, lo más frecuente es que el clínico se limite a realizar una interpretación cualitativa y subjetiva de las características, motivos y preocupaciones del sujeto a partir de su
narración. Este tipo de interpretaciones depende excesivamente del «ojo clínico», y por lo tanto dejan demasiado
espacio para los errores.
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CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
En el caso que se expone a continuación se presenta un
ejemplo de la manera en que los problemas de un sujeto se
ponen de manifiesto en las narraciones del TAT; en este
caso la narración se basa en la Tarjeta número 1 (una imagen de un chico que mira fijamente un violín que hay en
una mesa delante de él). El cliente se llama David y es un
chico de quince años cuyos padres lo han llevado a la clínica preocupados por su retraimiento y por su bajo rendimiento escolar.
La respuesta de David al TAT
David se ha mostrado cooperativo durante el
examen, aunque también apático e inexpresivo. Cuando se le dio la tarjeta 1 del TAT,
estuvo quieto durante un minuto escrutando
cuidadosamente la imagen.
«Me parece que esto es a...uh... arma de
ESTUDIO
fuego... sí, es un arma de fuego. El tipo la está
DE UN
mirando fijamente. Puede que se la hayan
CASO
regalado por su cumpleaños, o que la haya
robado, o algo así». (Pausa. El examinador le
recuerda que tiene que contar una historia sobre esa imagen.)
«De acuerdo. Este chico, lo llamaré Carlos, encontró el arma de
fuego... un rifle automático Browning... en su garaje. Lo guardó en
su habitación como medida de protección. Un día decidió llevárselo
a la escuela para acallar las bromas que recibía de todo el mundo.
Entró en el vestuario, se dirigió despreocupadamente hacia Amos,
el mejor deportista, y le disparó. Nadie le molestó porque todo el
mundo sabía que llevaba el rifle en la mano».
A partir de esta historia se llegó a la conclusión de que David
estaba experimentando a una gran cantidad de frustración e irritabilidad. Su cólera se puso de manifiesto en el hecho de que percibió
el violín como un arma de fuego. El clínico llegó a la conclusión de
que David se sentía amenazado no sólo por las personas que había
en la escuela, sino también en su propia casa, ya que necesitaba
«protección».
Este ejemplo pone de manifiesto cómo las narraciones
derivadas de las tarjetas del TAT pueden proporcionar
información sobre los conflictos y preocupaciones del
cliente, así como indicios sobre la manera en que éste se
enfrenta a los problemas.
En los últimos años el TAT ha sido criticado desde
diversos frentes. Por una parte, los estímulos se han quedado «desfasados»: las imágenes, elaboradas en los años 30,
resultan extrañas a nuestros ojos, y a veces resulta incluso
difícil identificarse con los personajes que aparecen en ellas.
Frecuentemente los sujetos comienzan su historia diciendo
algo así como «ésta es de una película que vi en ¡Qué grande
es el cine!». Por otra parte, el TAT requiere una gran cantidad de tiempo para su administración e interpretación.
Además, la interpretación de las respuestas suele ser muy
subjetiva con una fiabilidad y validez muy limitadas.
Una revisión reciente (Rossini y Moretti, 1997) ha
puesto de manifiesto una interesante paradoja: aunque se
trata de un test que sigue siendo popular entre los clínicos,
sin embargo apenas aparece en el currículo universitario, y
además existen actualmente muy pocas opciones (como
libros o manuales) para aprender a utilizarlo. Una vez más,
es necesario destacar que algunos clínicos, sobre todo los
que tienen una larga experiencia con la utilización de este
instrumento, son capaces de realizar interpretaciones sorprendentemente precisas a partir de las historias que narran
sus clientes. Sin embargo, lo normal es que tengan dificultades para enseñar a otras personas tal habilidad. Por otra
parte, esto no resulta sorprendente, ya que pone de manifiesto la importancia de lo que se conoce como «ojo clínico»
para trabajar con este tipo de instrumentos.
Otro procedimiento
proyectivo que resulta útil para la evaluación de la personalidad es el Test De Rellenado De Oraciones. Se han diseñado cierto número de tales instrumentos dirigidos a
niños, adolescentes y adultos (por ejemplo, véase Novy, Blumentritt, et al., 1997). Este tipo de tests consiste en pedir a
una persona que complete una oración a partir de una o
dos palabras iniciales, tal y como se muestra en los siguientes ejemplos:
Test de Rellenado de Oraciones.
1. Me gustaría __________________________________
2. Mi madre ___________________________________
3. El sexo______________________________________
4. Odio _______________________________________
5. La gente ____________________________________
Tales pruebas, muy relacionadas con el método de asociación libre, están algo más estructuradas que el test de Rorschach y otros test proyectivos. Permiten a los psicólogos
identificar algunos indicios importantes relacionados con
los problemas, actitudes y síntomas de una persona, a partir
del contenido de sus respuestas. Sin embargo, la interpretación de las mismas resulta generalmente muy subjetiva y
poco fiable. A pesar de que los estímulos del test son estándar, la interpretación suele realizarse ad hoc y sin recurrir a
comparaciones normativas.
En definitiva, los tests proyectivos ocupan un importante lugar en el ámbito clínico, sobre todo en la medida en
que se pretenda obtener una imagen global del funcionamiento psicodinámico de una persona, y se disponga de
personal suficientemente formado en estas técnicas. La
mayor fuerza de las técnicas proyectivas —su naturaleza no
estructurada y la importancia que atribuyen a los aspectos
idiosincrásicos de la personalidad— constituyen a la misma
vez su mayor debilidad, debido a que la interpretación debe
ser subjetiva, y por lo tanto poco fiable y muy difícil de
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www.ablongman.com/butcher12e
validar. De hecho, las técnicas proyectivas suelen exigir gran
cantidad de tiempo y una enorme habilidad para poder ser
administradas e interpretadas —ambas exigencias siempre
exiguas en el ámbito clínico.
Los tests
objetivos están estructurados —esto es, suelen recurrir a
cuestionarios, auto-informes, o escalas, donde las preguntas
están cuidadosamente preparadas, mientras que las respuestas suelen ser de elección múltiple—. Por lo tanto, tienen un
formato mucho más controlado que los mecanismos proyectivos, y por ende más susceptible de una cuantificación
objetiva. Una de las virtudes de la cuantificación es su precisión, lo que por otra parte incrementa la fiabilidad del texto.
TESTS OBJETIVOS DE PERSONALIDAD.
El MMPI. Uno de los principales cuestionarios estructurados para la evaluación de la personalidad es el Cuestionario
de Personalidad Multifásico de Minnesota (MMPI), actualmente denominado MMPI-2 tras la revisión que sufrió en
1989. Nos centraremos en este test debido a que puede ser
considerado como un prototipo de este tipo de instrumentos.
Tras varios años de elaboración, el MMPI fue publicado en 1943 por Starke Hathaway y J. C. McKinley; en la
actualidad es el test de personalidad más ampliamente utilizado, tanto para la evaluación clínica como para investigación en psicopatología (Lees-Haley, Smith, et al., 1996;
Piotrowski y Keller, 1992). También es el instrumento de
evaluación que aparece con más frecuencia en el currículum universitario de psicología clínica (Piotrowski y
Zalewski, 1993). Desde la primera publicación del test, han
aparecido alrededor de 14 000 libros y artículos dedicados a
este instrumento (Butcher, Atlis, y Hahn, en prensa). De
hecho, se utiliza ampliamente en un ámbito internacional
(el MMPI original ha sido traducido a más de quince idiomas y se utiliza en unos cuarenta y seis países; Butcher,
1984). La utilización internacional del cuestionario revisado aumenta también a pasos agigantados; desde su publicación en 1989 se han realizado más de veinticinco
traducciones (Butcher, 1996).
El MMPI original, un cuestionario de auto informe,
constaba de quinientos cincuenta items sobre temas que
abarcaban desde la forma física y el estado psicológico,
hasta las actitudes morales y sociales. Normalmente se
pedía a los sujetos que contestasen verdadero o falso a cada
uno de los items, del estilo de los siguientes:
A veces insisto en una cosa hasta que los demás pierden la
paciencia V F
A veces me vienen a la cabeza palabras malas, incluso
terribles, y no puedo deshacerme de ellas V F
Con frecuencia siento que las cosas no son reales V F
(Hathaway y McKinley, 1951, p. 28)
Las escalas clínicas del MMPI. El conjunto de items
del MMPI se administró originalmente a un amplio grupo
La evaluación psicosocial

de personas normales (denominadas afectuosamente «los
normales de Minnesota») y a ciertos grupos más o menos
homogéneos de pacientes con diversos diagnósticos psiquiátricos. Entonces se analizaron las respuestas a cada uno
de los items para indagar cuáles permitían diferenciar entre
cada uno de los grupos. A partir de esos resultados, se construyeron diez escalas clínicas, cada una de las cuales constaba de los items en los que uno de los grupos con trastorno
psiquiátrico había puntuado en dirección opuesta al tipo de
respuesta predominante en el grupo normal. Este ingenioso
método de seleccionar elementos para el test, conocido
como selección empírica, es la base del MMPI y sin lugar a
dudas explica una parte importante de su potencia. Obsérvese que no se recurre a ningún prejuicio subjetivo sobre el
«significado» de una respuesta verdadera o falsa; el significado reside por completo en el hecho de que la respuesta sea
la misma que la que han dado pacientes con diversos trastornos psiquiátricos. Si el patrón de respuestas de un sujeto
se aproxima lo suficiente al de un grupo con determinada
patología, resulta razonable inferir que también está compartiendo otras características psiquiátricas significativas, y
de hecho podría pertenecer «psicológicamente» a ese grupo
(véase el perfil de Esteban en el MMPI-2, en la sección
Avances de la práctica 4.3, de la página 116).
Cada una de esas diez escalas «clínicas» mide por tanto
la tendencia a responder de una manera psicológicamente
desviada. La puntuación en esa escala se compara con la
correspondiente a la población normal, quienes en su
mayoría han respondido a muy pocos items en esa dirección crítica, y los resultados se plasman de forma gráfica en
un formulario estándar del MMPI. Al trazar una línea que
conecta la puntuación obtenida en cada una de las escalas,
el clínico puede llegar a construir un perfil que expresa la
diferencia de ese paciente con una persona normal en cada
una de las escalas. Por ejemplo, la escala para la esquizofrenia está construida a partir de los items que los pacientes
esquizofrénicos responden de una manera diferente a la de
los individuos normales. Aquellas personas que responden
muy alto en esta escala (en relación a la norma), si bien no
tienen porqué ser necesariamente personas esquizofrénicas, con frecuencia ponen de manifiesto alguna inclinación
característica de la población esquizofrénica. Por ejemplo,
las personas que puntúan alto en esta escala probablemente
sean muy poco hábiles socialmente, retraídos, y tengan
ciertos procesos de pensamiento peculiares; quizá también
muy poco contacto con la realidad y, en algunos casos severos, espejismos y alucinaciones.
El MMPI también incluye algunas escalas de validación que permiten detectar si un sujeto está respondiendo
de manera honesta a las preguntas. Por ejemplo, hay una
escala que permite detectar la mentira para quedar bien, y
otras detectan la falsedad y el fingimiento. Cuando una persona puntúa muy alto en los elementos de alguna de estas
escalas, puede llegar a invalidar el test, mientras que una
Capitulo-04
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CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
AVA N C E S
en la práctica
El perfil de Esteban en el MMPI-2,
y su informe informatizado
.
Este perfil debería interpretarse con precaución. Existe
la posibilidad de que el informe clínico sea una imagen
exagerada de la situación de Esteban. El sujeto ha mostrado
un número poco habitual de problemas y síntomas
psicológicos. Su actitud ante el test debería evaluarse
también para determinar si su patrón de respuestas se puede
tomar como válido. También es posible que sus respuestas
procedan de dificultades para la lectura, confusión,
desorientación, estrés, o de la necesidad de buscar ayuda
para sus problemas. Los pacientes con este perfil suelen
mostrar confusión y mucha distracción, así como problemas
de memoria. Puede que también encontremos evidencias
de alucinaciones y trastornos del pensamiento.
emoción inapropiada. También es posible encontrar ciertas
evidencias de procesos psicóticos. Puede haber tenido
ilusiones y preocupaciones ocultas y quizá sentimientos
de que todo el mundo va contra él debido a sus creencias.
Probablemente se muestre vago y ambiguo en la entrevista,
y quizá también preocupado por ideas abstractas.
Tiene problemas de concentración, se siente agitado,
y funciona con un nivel muy bajo de eficacia psicológica.
Se siente apático e indiferente, y adopta una actitud pasiva
ante la vida. También siente que el mero hecho
de sobrevivir le deja poca energía para dedicarla a los
placeres de la vida. Quizá muestre señales de alguna
psicopatología importante, como alucinaciones, problemas
de pensamiento y emociones inapropiadas.
Muchas personas con este perfil se plantean el
suicidio, y puede que en la actualidad Esteban esté
haciendo planes para ello.
Experimenta conflictos relativos a su papel sexual,
y muestra una orientación pasiva y afeminada. Aparenta
también cierta inseguridad respecto al papel masculino,
y quizá se sienta incómodo en su relación con las mujeres.
El contenido de sus respuestas indica que se siente
culpable e indigno, y tiene la sensación de que será
castigado por los errores que ha cometido. Se siente
arrepentido e infeliz con su vida, no siente alegría de vivir,
y está lleno de ansiedad y preocupaciones respecto a su
futuro. A partir del contenido de sus respuestas, existe una
elevada probabilidad de que se esté planteando el suicidio.
Se sugiere realizar una evaluación cuidadosa de esta
posibilidad. Considera que su salud no es buena y muestra
muchas quejas somáticas. Tiene la sensación de que la vida
no merece la pena y de que está perdiendo el control de su
pensamiento. Dice de sí mismo que siente las cosas con
más intensidad que el resto de las personas.
Patrón de síntomas
Relaciones interpersonales
El perfil de Esteban en el MMPI-2 pone de manifiesto
una gran cantidad de problemas psicológicos. Parece estar
tenso, apático y retraído, así como experimentar cierto
deterioro en su personalidad. Parece mostrar cierta
confusión y desorganización, y probablemente no deje
de pensar en secreto sobre algunas creencias y sospechas
poco habituales. Algunos rasgos característicos de las
personas con este perfil son una conducta autista y una
Las personas con este perfil suelen experimentar
dificultades en sus relaciones interpersonales. Esteban se
siente vulnerable ante los demás, carece de autenticidad,
y puede que nunca sea capaz de establecer vínculos
interpersonales íntimos y satisfactorios. Se siente muy
inseguro en cuanto a sus relaciones, y está preocupado por
la culpa y el derrotismo. Muchos individuos con este perfil
también se encuentran preocupados respecto a su papel
baja puntuación en las mismas permite realizar una interpretación muy fidedigna. Junto a las escalas de validación y
las escalas clínicas, también se han diseñado algunas escalas
para «problemas especiales», por ejemplo, para detectar el
abuso de sustancias, los problemas matrimoniales, y el trastorno de estrés post-traumático.
Desde el punto de vista clínico, el MMPI se utiliza para
evaluar las características de personalidad de los pacientes,
Esteban fue la primera persona que fue evaluada con
el MMPI original. J. N. Butcher (1993) convirtió en esas
puntuaciones al formato MMPI-2, a partir del cual se
elaboró un informe informatizado del sujeto. La columna
izquierda de la figura muestra las escalas de validación.
Las escalas clínicas se encuentran a la derecha. Las escalas
especiales no han sido incluidas en esta versión del perfil
(la Tabla 4.1 de la página 118 describe esas escalas). Sobre la
base de las puntuaciones obtenidas originalmente y que se
pueden ver en el gráfico, una computadora elaboró la
descripción que ofrecemos aquí. En las páginas 112 y 113
hemos ofrecido también hipótesis elaboradas por un
programa informático respecto al funcionamiento
psicológico de Esteban, y derivadas del test Rorschach.
Informe elaborado por computadora: el perfil de validación
del MMPI-2
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sexual, por lo que nunca llegan a desarrollar relaciones
heterosexuales placenteras. Algunos nunca llegan a
casarse.
La evaluación psicosocial

Dado que este patrón de conducta también puede
estar asociado con un síndrome orgánico cerebral o con
un trastorno mental orgánico debido al uso de sustancias,
es necesario tener en consideración esas posibilidades.
Estabilidad conductual
Las personas con este perfil suelen llevar vidas
atormentadas y caóticas.
Consideraciones diagnósticas
El diagnóstico más probable para este perfil es esquizofrenia,
posiblemente del tipo paranoide, o también un trastorno
paranoide. Este tipo de pacientes suele tener también rasgos
de trastorno afectivo. Además parece observarse un patrón
muy duradero de desajuste, característico de personas con
trastornos severos de personalidad.
así como también sus problemas clínicos. Quizá la utilización más habitual de esta herramienta sea la del diagnóstico.
Como hemos dicho, el perfil individual de una persona se
compara con los perfiles de grupos con problemas psiquiátricos. Si ese perfil individual coincide con el de un grupo, las
características del mismo pueden sugerir algunas descripciones generales que se pueden ajustar a nuestro paciente.
Críticas al MMPI. A pesar de ser la medida de personalidad más ampliamente utilizada, el MMPI original tam-
Consideraciones para el tratamiento
Las personas con este perfil pueden experimentar un
considerable deterioro de la personalidad, hasta el punto
de necesitar hospitalización si llegan a ser considerados como
un peligro para sí mismos o para los demás. Puede que una
medicación psicotrópica pueda reducir los trastornos del
pensamiento y del estado de ánimo. Un tratamiento externo
en su domicilio puede resultar muy difícil, ya que eso le haría
volver a realizar conductas desorganizadas. Las situaciones
vitales problemáticas y las dificultades para establecer
relaciones interpersonales
provocan que estos
pacientes no puedan
beneficiarse de la
psicoterapia de grupo. Los
programas de tratamiento
diario u otros similares
pueden resultar útiles en
la medida en que
proporcionen un entorno
estable para el tratamiento.
El ajuste a largo plazo sí
puede suponer un
problema. Por lo tanto
puede ser necesario que
mantenga contactos
terapéuticos frecuentes
y breves que le permitan
estructurar sus actividades.
Por el contrario, la terapia
de grupo probablemente no
sirva para nada e incluso
pueda exacerbar los
síntomas. Probablemente
Esteban tenga dificultades
para establecer una
auténtica relación de
trabajo con un terapeuta.
bién tiene sus críticas. Algunos psicólogos de orientación
psicodinámica consideran que este test (igual que cualquier
otro de carácter objetivo y estructurado) es algo superficial
y no refleja adecuadamente la complejidad del individuo.
Otros críticos con una orientación conductual consideran
que el MMPI (y de hecho cualquier tipo de test de personalidad) tiene una desmesurada tendencia hacia la medición
de rasgos «mentalistas» e inobservables.
También hay una crítica muy específica relativa a la
edad del test, que se creó a principios de los 40. Para
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CAPÍTULO 4
Tabla 4.1.
Evaluación clínica
Las escalas del MMPI-2
Escalas de validez
Puntuación no responde
Mide el número total de cuestiones sin responder
Escala de falsedad
Mide la tendencia a arrogarse virtudes excesivas, o a intentar presentar
una imagen global favorable
Escala de poca frecuencia (F)
Mide la tendencia a exagerar problemas psicológicos en la primera parte
del cuestionario; de manera alternativa, también permite detectar
respuestas aleatorias
Escala de poca frecuencia (FB)
Mide la tendencia a exagerar problemas psicológicos en la última parte
del cuestionario
Escala de defensa (K)
Mide la tendencia a verse a sí mismo de manera positiva pero poco
realista
Escala de Incoherencia de Respuesta
(VRIN)
Mide la tendencia a responder a las cuestiones de manera
incoherente o aleatoria
Escala de Incoherencia de Respuesta
(TRIN)
Mide la tendencia a responder verdadero o falso a las cuestiones,
pero de manera incoherente o aleatoria
Escalas clínicas
Escala 1
Hipocondría (H)
Mide el exceso de preocupación por problemas somáticos y físicos
Escala 2 Depresión (D)
Mide síntomas depresivos
Escala 3 Histeria (Hi)
Mide características histéricas de personalidad, como tener una visión
del mundo «de color rosa», o desarrollar problemas físicos en situaciones
de estrés
Escala 4 Psicopatía (P)
Mide tendencias antisociales
Escala 5 Masculinidad-feminidad (Mf) Mide la inversión del papel sexual
Escala 6 Paranoia (Pa)
Mide la presencia de ideas suspicaces y paranoides
Escala 7 Psicastenia (Pt)
Mide la presencia de conductas ansiosas, obsesivas y preocupantes
Escala 8 Esquizofrenia (Sc)
Mide la presencia de peculiaridades en el pensamiento, los sentimientos
y la conducta social
Escala 9 Hipomanía (Ma)
Mide la presencia de un estado eufórico no justificado, así como la
tendencia a ceder a los impulsos
Escala 10 Introversión social (Is)
Mide la ansiedad social, el retraimiento y el exceso de control
Escalas especiales
Escala ETA
Escala de Tendencia
a la Adicción
Evalúa la medida en que la persona muestra rasgos de personalidad
similares a los de otros sujetos que siguen un tratamiento por abuso de
sustancias
Escala ERA
Escala de
Reconocimiento
de una Adicción
Evalúa la medida en que la persona reconoce tener problemas de abuso
de sustancias
Escala MAC-R
Escala de Adicción
de McAndrew
Se trata de una escala empírica que mide la tendencia a ser adicto a
diversas sustancias
EMM
Escala de Malestar
Matrimonial
Evalúa la presencia de problemas en la relación de pareja
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responder a esta crítica, los editores del test patrocinaron
una revisión del mismo. En la Tabla 4.1 de la página 118 se
describen las escalas del perfil del MMPI-2. Esta versión
revisada construida para los adultos estuvo disponible para
los profesionales a mediados de 1989 (Butcher et al., 2001) y
el MMPI-A, dirigido a adolescentes se publicó en 1992 (Butcher et al., 1992). Sin embargo, en la actualidad el MMPI-2
ha sustituido al instrumento original, que ya ha dejado de
publicarse. Las versiones revisadas del MMPI han sido validadas mediante diversos estudios clínicos (Butcher, Rouse, y
Perry, 2000; Graham, Ben-Porath, y McNulty, 2000).
Hasta la fecha, la experiencia con estas versiones revisadas indica que los clínicos pueden, tras pequeñas modificaciones en su estrategia interpretativa, utilizarlas de la
misma manera que lo hacían con el instrumento original.
La investigación más reciente (Brems y Lloyd, 1995; Clark,
1996) proporciona un fuerte apoyo a estas versiones revisadas. Las escalas clínicas, tras pequeñas revisiones, mantienen su forma original y parecen medir las mismas
características de personalidad de siempre. Las escalas de
validación también muestran una estabilidad similar, y
además se han reforzado con tres escalas adicionales que
permiten detectar tendencias a responder de manera engañosa en algunos items.
Ventajas y limitaciones de los tests
objetivos de personalidad
Los cuestionarios de auto-informe, como el MMPI, tienen
ciertas ventajas sobre otros tipos de tests de personalidad.
No son costosos, tienen una elevada fiabilidad y son objetivos. También pueden puntuarse, interpretarse (e incluso
administrarse), mediante una computadora. Sin embargo,
se han planteado algunas críticas generales contra este tipo
de instrumentos. Como hemos visto, algunos clínicos los
consideran demasiado mecanicistas como para reflejar la
complejidad del ser humano y sus problemas de manera
adecuada. Además, como es necesario que el sujeto sepa
leer, comprender y responder a material verbal, no es posible administrarlos a personas analfabetas o con cierta confusión mental. De hecho, resulta esencial la cooperación del
sujeto, pues de lo contrario podría intentar distorsionar sus
respuestas para producir una impresión determinada. Las
escalas de validación están diseñadas precisamente para
solucionar ese problema.
El formato de puntuación y el énfasis en la validación
hacen que este tipo de cuestionarios sean especialmente
susceptibles de una interpretación informatizada. De
hecho, la primera aplicación de la tecnología informática a
la puntuación e interpretación de un test se hizo con el
MMPI. Hace ya cuarenta años, los psicólogos de la clínica
mayo programaron una computadora para puntuar e interpretar perfiles clínicos. A partir de entonces se han desarrollado otros sistemas de interpretación muy elaborados,
La evaluación psicosocial

tanto del MMPI como de MMPI-2 (Butcher, en prensa;
Fowler, 1987). Los sistemas de interpretación informatizada
del MMPI suelen recurrir a poderosos procedimientos
actuariales (Grove y Meehl, 1996). Lo que se hace con este
tipo de sistemas es almacenar en la computadora descripciones de la conducta de gran cantidad de sujetos que tienen
determinados patrones de puntuación. Cada vez que el perfil de una persona se aproxima a alguno de esos patrones, el
programa informático elabora la descripción adecuada, que
previamente ha sido redactada para adecuarse a ese patrón.
Sin embargo, la acumulación de datos actuariales precisos para un instrumento como el MMPI-2 resulta difícil,
requiere mucho tiempo y es muy costosa. Esto se debe en
cierta medida a la complejidad del propio instrumento, lo
que ocasiona que el número potencial de diferentes perfiles
resulte ingente. Por lo tanto, muchos perfiles no encuentran
en la base de datos de la computadora, un patrón al que ajustarse. Los problemas de este tipo de estrategia también
provienen del otro extremo: esto es, de las conductas o problemas que deben ser detectados y predichos por el instrumento. Muchas condiciones de vital importancia clínica son
relativamente infrecuentes (por ejemplo, el suicidio), o psicológicamente complejas (por ejemplo, posibles componentes psicosomáticos de la enfermedad física de un paciente).
Por lo tanto, resulta difícil acumular suficientes casos como
para permitir la construcción de una base de datos adecuada.
En tales situaciones la persona que escribe la interpretación
debe tener una erudición clínica muy amplia para poder ser
capaz de formular descripciones apropiadas a todos los tipos
de perfil que se pueden obtener.
En el apartado Avances de la práctica 4.3 se ofrecen
algunos ejemplos de este tipo de descripciones generadas
por computadora. En ocasiones algunos de los párrafos
muestran ciertas incoherencias, derivadas de que diferentes
partes de test realizado por el sujeto generan descripciones
distintas. La computadora se limita a recuperar ciegamente
aquellas descripciones que responden a las puntuaciones
obtenidas en las diversas escalas clínicas. Sin embargo, no es
capaz de integrar de manera coherente tales descripciones.
Es ahora cuando debe intervenir el factor humano: resulta
esencial que sea un profesional bien preparado quien interprete y controle los datos de la evaluación (Asociación
Americana de Psicología, 1986).
La evaluación de la personalidad mediante la computadora no es tanto una novedad sino un interesante anexo
de la evaluación clínica. Estas evaluaciones psicológicas
informatizadas suponen un medio rápido y eficaz de proporcionar al clínico la información que necesita en las fases
iniciales del proceso de adopción de decisiones.
Estudio psicológico de un caso: Esteban
En este apartado vamos a ilustrar el proceso de evaluación
psicológica, mediante el estudio diagnóstico del caso de un
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CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
joven que presentaba un historial clínico muy complicado,
pero que se pudo clarificar sustancialmente mediante la
evaluación psicológica y neuropsicológica. Se trata de un
caso poco habitual, debido a varios aspectos: los problemas
del paciente eran muy graves y abarcaban tanto aspectos
orgánicos como psicológicos; también era necesario tener
en cuenta consideraciones interculturales, ya que el sujeto
era sudamericano y la evaluación tuvo que hacerse en inglés
y español; por otra parte, en este estudio participaron diversos especialistas en psicología: un neuropsicólogo, un psicólogo clínico de orientación conductual, un psicólogo
clínico sudamericano y un psiquiatra.
Esteban, un estudiante colombiano de 21 años, se había matriculado en un programa de
aprendizaje de inglés en una pequeña Universidad de los
Estados Unidos. En seguida se había mostrado problemático, con una conducta ruidosa, molesta y pendenciera con
sus compañeros (quienes le acusaban de que les robaba
dinero). Pasado un tiempo en el que su conducta no mejoraba, fue expulsado del curso. El director sugirió que quizá
necesitara ayuda psicológica, no sólo para sus problemas de
conducta, sino también ante sus continuas quejas de dolor
de cabeza y pensamiento confuso. El director añadía que
consideraría su readmisión únicamente si manifestaba una
mejoría significativa de su conducta.
Al enterarse de su expulsión, los padres de Esteban,
unos acaudalados banqueros internacionales, se presentaron en la Universidad y sometieron a su hijo a un exhaustivo examen médico, en una conocida clínica de Nueva
York. Allí diagnosticaron que Esteban mostraba un daño
cerebral «difuso», pero no encontraron ningún otro indicio
de enfermedad. Sus padres solicitaron entonces un examen
neurológico más completo. En esta ocasión el neurólogo
recomendó otro examen psicológico y neuropsicológico, ya
que sospechaba que ese «difuso daño cerebral» no justificaba los graves síntomas psicológicos y conductuales que
había mostrado Esteban. Recomendó a la familia que acudiera a un psicólogo, para que realizase la evaluación y el
tratamiento de su hijo. Mientras tanto éste estaba sufriendo
una fuerte presión, por diversas circunstancias —sus problemas de conducta no habían desaparecido, estaba ansioso
de matricularse en otro curso de inglés y, como veremos,
cada vez se le ponía más difícil su aspiración de convertirse
en médico—. Por lo tanto, el psicólogo decidió comenzar
inmediatamente con la terapia, paralelamente a nuevas evaluaciones.
LA HISTORIA SOCIAL.
ENTREVISTAS Y OBSERVACIONES CONDUCTUALES. Durante la primera entrevista con Esteban estuvie-
ron presentes sus padres. Esta entrevista se desarrolló en
inglés, y el propio Esteban traducía al español aquellas
expresiones que sus padres no terminaban de comprender.
Durante la sesión, Esteban se mostró desorganizado y poco
atento. Mostraba dificultades para concentrarse en el tema
de conversación, e interrumpía de vez en cuando su propia
exposición para enseñar al entrevistador una serie de artículos, libros, panfletos y cosas similares que sacaba de su
mochila. No paraba de hablar, y muchas veces lo hacía a gritos. No mostraba una actitud defensiva ante sus problemas,
y hablaba de ellos con libertad. Su conducta recordaba la de
un niño hiperactivo, ya que se mostraba excitable, impulsivo e inmaduro. No parecía comportarse como un psicótico; no dijo tener alucinaciones, y se mostraba ajustado a la
realidad. Se relacionaba bien con el entrevistador, parecía
disfrutar de la sesión, y expresó su interés por tener más
entrevistas con él.
Durante las siguientes entrevistas, Esteban se quejaba
frecuentemente de molestias físicas, como dolor de cabeza,
tensión y dificultades para dormir. Decía que le costaba
mucho concentrarse en el estudio. No podía estudiar porque siempre encontraba otras cosas que hacer, sobre todo
hablar de religión. Parecía relajado y sociable, aunque tenía
dificultad para iniciar conversaciones con otras personas, y
tendía a decir cosas socialmente inapropiadas y a perder
los estribos con facilidad. Por ejemplo, durante una entrevista con su familia, se enfureció y llegó a golpear a su
madre.
El padre de Esteban era un banquero colombiano de poco más de sesenta años. Se presentó bien vestido y se mostraba algo pasivo, aunque muy
afectuoso hacia su hijo. Últimamente había atravesado ciertas dificultades y problemas financieros graves que, junto a
dos ataques cardíacos, le habían llevado a un episodio
depresivo que le había alejado de su trabajo. Su esposa y su
hermano, un abogado de Madrid, habían tenido que intervenir para poner en orden sus problemas financieros. Su
esposa decía que su marido había sufrido ciertos episodios
depresivos unos años antes, y que el estado de ánimo de su
hijo le recordaba al de su marido durante esa época.
La madre de Esteban era una mujer tensa, preocupada,
y relativamente hipocondríaca, que parecía ser bastante
dominante. Antes de la primera y segunda entrevistas, hizo
llegar al terapeuta, en secreto, «explicaciones» escritas sobre
los problemas de su hijo. Su propia historia puso de manifiesto que su matrimonio era infeliz, y que sólo vivía dedicada a sus hijos, a quienes mimaba en exceso.
Juan, el hermano de Esteban, era un estudiante de
ingeniería sin problemas aparentes, tanto en sus estudios
como en sus relaciones sociales. Era un año mayor que Esteban.
La infancia de Esteban había estado jalonada de problemas. Su madre decía que aunque de pequeño había sido
un niño encantador y feliz, había cambiado después de los
dos años y medio. Durante esa época, se había caído de
cabeza y había quedado inconsciente; no había llegado a ser
hospitalizado. Al comenzar los años preescolares presentó
HISTORIA FAMILIAR.
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algunos problemas de conducta, como rabietas, negativismo y dificultad para relacionarse con sus compañeros,
problemas que continuaron en la primaria. No quería ir a la
escuela, tenía periodos de conducta agresiva, y parecía un
niño «hiperactivo». Daba la sensación de que se trataba de
un caso de sobreprotección por parte de la madre.
Esteban se mostraba muy unido a su hermano Juan,
con quien confesó haber mantenido prolongadas relaciones
homosexuales durante su infancia. «El peor día» de la vida
de Esteban, según sus propias palabras, fue cuando Juan
rompió su relación homosexual a la edad de dieciséis años,
y le dijo que se fuese «a buscar hombres». Aunque mantuvo
posteriormente una relación platónica con una mujer en
Colombia, nunca llegó a nada serio. Esteban mostraba fuertes deseos homosexuales de los cuales era absolutamente
consciente, y que intentaba controlar mediante una creciente preocupación religiosa.
Esteban había acudido a diversas sesiones de psicoterapia desde los once años. Tras graduarse en el instituto, se
matriculó en Derecho durante un cuatrimestre, pero lo
abandonó porque «prefería estudiar Medicina». Pero según
sus padres, abandonó la escuela porque tenía dificultades
adaptación. Durante una temporada trabajó en la empresa
familiar, pero ante sus dificultades con otros empleados, sus
padres le pidieron que intentara encontrar otro trabajo.
Tras varios intentos fallidos para encontrarlo, lo enviaron a
los Estados Unidos a estudiar inglés, pensando que quizá
este país constituiría un entorno más apropiado para él que
Colombia.
Esteban realizó algunos tests psicológicos para evaluar la eventual existencia de
dificultades neurológicas, y determinar si disponía de las
capacidades intelectuales necesarias para realizar una
carrera académica. Su puntuación en el WAIS-R (versión
inglesa) y en el WAIS (versión española) estuvieron en el
«límite de lo normal». Se mostró especialmente deficiente
en aquellas tareas que requerían juicios prácticos, sentido
común, concentración, coordinación viso-motora y formación de conceptos. Por lo demás, en las pruebas de
memoria mostró a una capacidad por debajo de la media,
por ejemplo, dificultades para recordar las ideas principales
de un párrafo que acababa de leer en voz alta (tanto en
español como en inglés). Bajo estas circunstancias la mayoría de las personas con déficits similares son capaces de vivir
una vida confortable, realizando trabajos que sólo requieran un nivel intelectual moderado. Los exámenes pusieron
de manifiesto que las aspiraciones laborales de Esteban,
aparentemente alimentadas por sus padres, excedían su
capacidad, y probablemente contribuyeran a su gran frustración.
PRUEBAS DE INTELIGENCIA.
EXÁMENES DE PERSONALIDAD. Se aplicó a Esteban
el test Rorschach y el MMPI. Las respuestas de Esteban al
La evaluación psicosocial

test de Rorschach revelaban tensión, ansiedad y preocupación por temas morbosos. Estaba muy preocupado por
su salud, proclive a la depresión, indeciso, aunque otras
veces impulsivo y descuidado. Con frecuencia ofrecía respuestas inmaduras, y mostraba una fuerte y persistente
ambivalencia hacia las mujeres. Ante algunos estímulos
del test de Rorschach, veía mujeres con actitudes muy
agresivas, de manera que con frecuencia mezclaba imágenes sexuales y agresivas. En general se mostraba retraído e
incapaz de relacionarse adecuadamente con otras personas. Si bien sus respuestas al test sugerían que era capaz
de adoptar una perspectiva convencional ante la realidad
y que probablemente no era una persona psicótica, algunas veces mostraba dificultad para controlar sus impulsos. El protocolo del test se analizó informáticamente
mediante el sistema global de Exner que aparece en la
Figura 4.1.
Esteban respondió a la versión original del MMPI
tanto en inglés como en español. Su perfil fue prácticamente idéntico en ambos idiomas. Se convirtió al formato
MMPI-2, y se ha reproducido en el apartado Avances en la
práctica 4.3, junto con la interpretación informatizada de su
perfil.
RESUMEN DE LA EVALUACIÓN PSICOLÓGICA DE
ESTEBAN. El sujeto mostró deficiencias neurológicas
moderadas en la evaluación neuropsicológica y una capacidad intelectual limítrofe con lo normal. Evidentemente
no tenía la capacidad académica para superar los estudios
de Medicina. Esto le generaba gran cantidad de estrés y
mucha frustración. Por otra parte, su escasa memoria contribuía a dificultar más si cabe el aprendizaje de materias
complicadas.
La interpretación del MMPI-2 puso de manifiesto que
la conducta desorganizada y los patrones sintomáticos
reflejaban un trastorno psicológico grave. Aunque en realidad no era una persona psicótica, tanto su conducta
anterior como su actuación en el test sugerían la posibilidad de un deterioro de la personalidad en determinadas
situaciones.
Los problemas psicológicos más relevantes de Esteban tenían que ver con su tendencia a la frustración y la
consecuente pérdida inmediata del control de los impulsos. Se encolerizaba con mucha facilidad. También parecía
que el aislamiento relativo de Esteban durante su infancia
(debido en parte a su sobreprotectora madre) no lo preparó para funcionar adecuadamente en situaciones sociales. Otra área problemática para Esteban era su ajuste
psicosexual. Tanto los tests psicológicos como su historia
personal indicaban con claridad una confusión de su
papel sexual.
Desde la perspectiva del DSM-4. Esteban habría sido
clasificado en el eje I con un diagnóstico de síndrome orgánico de personalidad, y en el eje II con un diagnóstico de
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CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
trastorno limítrofe de personalidad. Por esa razón, se le
recomendó que recibiera entrenamiento en habilidades
sociales y que —en vez de estudiar medicina— se le animara a estudiar una profesión manual más en consonancia
con su capacidad. Para solucionar sus problemas de control
emocional se le prescribió medicación psicotrópica (litio y
Mellaril).
EPÍLOGO. Esteban continuó acudiendo a terapias psicológicas dos veces a la semana y mantuvo su medicación.
También acudió a un programa de entrenamiento en habilidades sociales de diez sesiones. Ha sido admitido en un
curso de inglés menos exigente, y que parece más adecuado
a su capacidad.
Durante los primeros seis meses de tratamiento, Esteban realizó progresos considerables, sobre todo después de
que su conducta se estabilizase, aparentemente debido a la
medicación. Su conducta se hizo menos impulsiva, y fue
capaz de controlar su cólera. Terminó con éxito el curso
de inglés, y durante ese periodo vivió con su madre, que se
había trasladado a vivir temporalmente cerca de la universidad. Pasado un tiempo, y ante esas perspectivas tan halagüeñas, la madre volvió a Colombia y Esteban se trasladó a
un apartamento con un compañero con quien, sin
embargo, encontraba cada vez más dificultades.
Algunas semanas después de que su madre hubiera
vuelto a Colombia, Esteban dejó de acudir a la terapia y de
tomar su mediación. Empezó a frecuentar bares de homosexuales, al principio por curiosidad pero después en
busca de amantes masculinos. Mientras tanto aumentaban sus preocupaciones religiosas, y se trasladó a vivir a
una casa cercana al Campus, dirigida por un culto religioso fundamentalista. Sus padres, preocupados por su
conducta homosexual (que su hijo les describió telefónicamente con todo detalle, sugiriéndoles además que le
acompañasen al local), volvieron a los Estados Unidos. Al
reconocer que no podían permanecer supervisando constantemente a su hijo, han buscado un programa de tratamiento residencial que le proporcionará un entorno vital
más estructurado.
REVISIÓN
• ¿Qué suposiciones se encuentran tras los tests
proyectivos? ¿En qué se diferencian de los
tests objetivos?
• ¿Qué ventajas ofrecen los tests objetivos de
personalidad sobre los tests menos
estructurados?
• ¿Qué es el MMPI-2? Describa sus escalas.
LA INTEGRACIÓN
DE LOS DATOS PROCEDENTES
DE LA EVALUACIÓN
Una vez recogidos los datos de la evaluación es necesario
interpretar su significado para poder integrarlos en un
modelo coherente, imprescindible para planificar o modificar el tratamiento. Los clínicos privados normalmente asumen ellos solos esta ardua tarea. Pero en un hospital estos
datos normalmente se evalúan en reuniones de trabajo a las
que acude un equipo interdisciplinar (probablemente un
psicólogo clínico, un psiquiatra, un trabajador social y otro
personal especializado en salud mental). Al poner en
común toda la información que han recogido, pueden analizar si sus resultados se complementan entre sí hasta llegar
a dibujar una imagen definitiva, o si por el contrario quedan lagunas o discrepancias que requieran una mayor
investigación.
La integración de todos estos datos puede llevar a un
acuerdo sobre el diagnóstico del paciente. En cualquier caso
los resultados obtenidos por cada miembro del equipo, así
como las recomendaciones para el tratamiento, se anotan
en un registro, lo que permite comprobar en cualquier
momento la razón por la que se adoptó la decisión respecto
a una determinada terapia, la precisión de la evaluación clínica y la validez del tratamiento propuesto.
La recogida de nuevos datos durante el proceso de terapia proporciona retroalimentación sobre su eficacia, y permite adoptar las modificaciones que puedan resultar
pertinentes. Como ya se ha dicho, los datos de la evaluación
clínica también suelen utilizarse para evaluar la eficacia de
la terapia y para comparar la efectividad de diferentes estrategias terapéuticas y preventivas.
Aspectos éticos de la evaluación
Las decisiones que se adoptan a partir de los datos de la evaluación pueden tener implicaciones de largo alcance. La
decisión del equipo puede determinar si una persona con
una depresión grave será hospitalizada o podrá permanecer
con su familia, o si una persona acusada de un delito será
declarada competente para comparecer en un juicio. Así
pues, una decisión derivada de una evaluación adecuada es
algo más que una elaboración teórica. Debido al impacto
que esa evaluación puede tener sobre la vida de los demás,
resulta de vital importancia no olvidar ciertos factores a la
hora de evaluar los resultados de un examen:
1. POSIBLES SESGOS CULTURALES DEL INSTRUMENTO O
Existe la posibilidad de que algunos tests
psicológicos no sean adecuados para evaluar a personas
procedentes de una minoría social (Gray-Little, 2002).
También un clínico que se desenvuelve en un contexto cultural determinado puede experimentar dificultades para
DEL CLÍNICO.
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evaluar de manera objetiva la conducta de alguien perteneciente a otra cultura distinta, como por ejemplo un refugiado del sudeste asiático. Así pues, resulta muy importante
asegurarse, como han demostrado Hall, Bansal, y López
(1999) con el MMPI-2, qué instrumentos de evaluación
pueden aplicarse a personas procedentes de grupos minoritarios.
2. ORIENTACIÓN TEÓRICA DEL CLÍNICO. La evaluación
está inevitablemente influida por las suposiciones, percepciones, y la orientación teórica del clínico. Por ejemplo, probablemente un psicoanalista y un conductista valoren de
una manera muy diferente la misma conducta. El profesional con una orientación psicoanalítica tiende a considerar
la conducta como reflejo de motivos subyacentes, mientras
que un clínico conductista tiende a considerarla en el contexto de la situación estimular inmediata. Probablemente el
resultado sea diferentes recomendaciones de tratamiento.
3. INFRAVALORAR LA SITUACIÓN EXTERNA. Muchos
clínicos sobrevaloran la influencia de los rasgos de personalidad como causa de los problemas de sus pacientes, sin
prestar la suficiente atención al papel de los factores estresantes y de otras circunstancias presentes en la vida de éstos.
Esta tendencia sesgada puede pasar por alto la importancia
de algunos factores ambientales que pueden jugar un papel
crucial.
4. VALIDACIÓN INSUFICIENTE. Algunos procedimientos de evaluación psicológica todavía no han sido suficientemente validados mediante técnicas psicométricas.
5. DATOS IMPRECISOS O EVALUACIÓN PREMATURA.
Siempre existe la posibilidad de que algunos datos sean
imprecisos. Siempre existe cierto riesgo al hacer predicciones para una persona sobre la base de promedios obtenidos
de una muestra. Los datos imprecisos o las conclusiones
prematuras no sólo pueden producir errores respecto a los
problemas del paciente, sino también cercenar la posibilidad de buscar más información, lo que puede tener graves
consecuencias para el paciente.
REVISIÓN
• ¿Cuáles son algunos de los aspectos éticos
que los clínicos deben tener en cuenta cuando
evalúan los resultados del examen de sus
pacientes?
• ¿Cómo se incorporan las interpretaciones
psicológicas informatizadas a la interpretación
de un test?
• ¿En qué consiste la validez de un test?
La clasificación de la conducta patológica

LA CLASIFICACIÓN
DE LA CONDUCTA PATOLÓGICA
La clasificación resulta esencial en cualquier ciencia, ya se
trate de estudiar elementos químicos, plantas, planetas o
personas. Al disponer de un sistema de clasificación convencional, podemos estar seguros de que al menos se produce una buena comunicación. Si alguien te dice «vi un
perro corriendo por la calle», no resulta difícil producir una
imagen mental muy similar a la de ese perro, y no porque
proceda de ese perro en concreto, sino que proviene de
nuestro conocimiento de cómo se clasifican los animales.
Por supuesto que hay muchas razas de perros y que además
éstos pueden variar muchísimo en cuanto a su tamaño,
color, longitud del pelo, etc.; sin embargo, tenemos muy
pocas dificultades para reconocer cuáles son las características esenciales de la «perrez». La «perrez» es un ejemplo de
lo que los psicólogos quieren decir cuando se refieren a un
prototipo cognitivo.
En la psicología clínica, la clasificación supone un
intento para delimitar variedades propias de la conducta
inadaptada. Junto a la definición de lo que es una conducta
patológica, también resulta esencial algún tipo de clasificación para poder organizar nuestra discusión sobre la naturaleza, las causas y el tratamiento más adecuado de dicha
conducta. La clasificación permite comunicar información
sobre la conducta patológica de una manera convencional
y relativamente precisa. Por ejemplo, es imposible realizar
una investigación sobre las causas de los trastornos alimenticios a menos que dispongamos de una definición más o
menos clara de la conducta en cuestión; de lo contrario,
seremos incapaces de seleccionar a las personas que expresan ese tipo de trastorno. Por otra parte existen razones
adicionales que exigen disponer de una clasificación, como
por ejemplo tener estadísticas sobre la frecuencia de los
trastornos.
Recuérdese que, igual que el propio proceso de definición de la patología en sí mismo, cualquier clasificación es
un producto de la invención humana —esto es, en esencia,
se trata de realizar generalizaciones a partir de lo que se ha
observado—. Incluso cuando las observaciones se hacen de
una manera aquilatada y cuidadosa, las generalizaciones a
las que podemos llegar trascienden esas observaciones, y
nos permiten hacer inferencias sobre las similitudes y las
diferencias subyacentes. Por ejemplo, resulta relativamente
frecuente que una persona experimente episodios de
pánico relativos a su temor a la muerte. Una vez que se delimita cuidadosamente lo que es el «pánico», encontramos
que éste no se asocia realmente con el riesgo de muerte sino,
por el contrario, que las personas que experimentan tales
episodios suelen compartir otras características, como por
ejemplo haber estado recientemente expuestos a acontecimientos muy estresantes.
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Evaluación clínica
Por otra parte resulta habitual que un sistema de clasificación nunca esté absolutamente cerrado, sino que se vaya
modificando a medida que nuevas evidencias ponen de
manifiesto que las generalizaciones previas eran incompletas o erróneas. Además, resulta importante recordar que
sólo es posible lograr una clasificación formal recurriendo a
técnicas muy precisas de evaluación psicológica, que progresivamente se van refinando a lo largo del tiempo.
Fiabilidad y validez
Para que un sistema de clasificación resulte eficaz es necesario que tenga fiabilidad y validez. La fiabilidad significa que
un instrumento de medida produce siempre el mismo
resultado cada vez que se utiliza para medir la misma cosa.
Si su báscula muestra un peso muy diferente cada vez que se
sube a ella, probablemente deba considerarla como una
medida muy poco fiable de su masa corporal. En el contexto de la clasificación, la fiabilidad es un indicador del
grado en que diferentes observadores coinciden en que la
conducta de una persona se ajusta a un diagnóstico determinado. Si este acuerdo no llega a producirse, quiere decir
que el criterio de clasificación no es lo suficientemente preciso como para establecer la presencia de ese trastorno.
Un sistema de clasificación también debe ser válido. La
validez consiste en que un instrumento de medida mida lo
que se supone que debe medir. En el contexto de la clasificación, la validez consiste en que el diagnóstico transmita
información importante sobre la persona cuya conducta
encaja con esa categoría, de manera que nos permita predecir el curso que seguirá ese trastorno. Si, por ejemplo, a una
persona se le diagnostica un trastorno de esquizofrenia,
deberíamos ser capaces de inferir la presencia de algunas
características muy específicas que diferencian a esa persona de otros individuos considerados normales, y también
de aquellos que sufren trastornos mentales diferentes. Por
ejemplo, el diagnóstico de esquizofrenia supone un trastorno muy persistente, con episodios muy recurrentes.
Por regla general la validez presupone fiabilidad. Si los
clínicos son incapaces de llegar a un acuerdo sobre la categoría a la que pertenece el trastorno de conducta de una
persona, entonces la cuestión de la validez que pueda tener
esa clasificación se torna irrelevante. En otras palabras, si no
somos capaces de establecer un diagnóstico, entonces
carece de importancia cualquier información que pueda
proporcionar ese diagnóstico. Por otra parte, una buena fiabilidad no garantiza la validez. Por ejemplo, la dominancia
manual (zurda, diestra o ambidextra) se puede valorar con
una enorme fiabilidad, sin embargo la dominancia manual
no predice en absoluto la salud mental ni prácticamente
ninguna otra conducta; esto es, no supone un indicador
válido de esas cualidades. De manera similar, la asignación
fiable de la conducta de una persona a una determinada
categoría de trastorno mental sólo probará su utilidad en la
medida en que la investigación haya podido establecer la
validez de esa categoría.
Diferentes modelos de clasificación
En la actualidad disponemos de tres propuestas para clasificar la conducta patológica: la categórica, la dimensional y
la prototípica (Widiger y Frances, 1985). La estrategia categórica, análoga al sistema médico para el diagnóstico de la
enfermedad, supone que (1) toda conducta humana puede
dividirse en categorías de saludable o patológica, y que
(2) dentro de la última categoría existen otras subcategorías
que no se solapan entre sí, con un elevado grado de homogeneidad interna, tanto respecto a los «síntomas» como a la
organización subyacente del trastorno.
ESTRATEGIA DIMENSIONAL. Las estrategias
dimensional y prototípica se diferencian fundamentalmente respecto a las suposiciones de partida, y sobre todo
respecto al requisito de que las categorías de conducta sean
independientes y homogéneas. En la estrategia dimensional, se supone que la conducta típica de una persona es el
resultado de vectores de diferente intensidad que se organizan a lo largo de diversas dimensiones, tales como el estado
de ánimo, la estabilidad emocional, la agresividad, la identidad sexual, la ansiedad, la fidelidad interpersonal, la claridad de pensamiento y comunicación, la introversión, etc.
Una vez que se ha establecido cuáles son las dimensiones
más relevantes, éstas se aplican por igual a todo el mundo.
Se supone que las personas difieren entre sí respecto a la
configuración o el perfil que adoptan tales rasgos (cada uno
de los cuales puede oscilar desde muy bajo a muy alto), pero
no en términos de conductas específicas que correspondan
a una entidad «desajustada» que supuestamente subyace y
origina dicha conducta (Widiger, 2001). Lo normal se diferencia de lo anormal según una serie de criterios estadísticos muy precisos, derivados de su intensidad dimensional,
de manera que se supone que la mayor parte de las personas
están cercanas al promedio. Por ejemplo, podríamos decir
que cualquier puntuación superior al percentil 97 de agresividad, y cualquier puntuación por debajo del percentil 3
de sociabilidad debe considerarse como algo «anormal».
El diagnóstico realizado sobre una base dimensional
tiene la ventaja de que apunta directamente a las opciones
de tratamiento. Dado que el perfil psicológico del paciente
consiste en desviaciones de la norma por arriba o por abajo,
las terapias pueden diseñarse para moderar las conductas
excesivas (por ejemplo, la ansiedad), o para avivar las que se
realizan con demasiada parquedad (por ejemplo, una baja
asertividad).
Por supuesto, al adoptar esta estrategia puede ocurrir
que descubramos que tales perfiles tienden a agruparse en
tipos —e incluso que alguno de esos tipos correlacionan,
aunque de manera imperfecta, con disfunciones conductua-
LA
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les, como los trastornos de ansiedad o la depresión—. Sin
embargo, resulta muy improbable que el perfil de una persona se ajuste exactamente a un tipo definido con mucha precisión, o también que los tipos identificados no tengan rasgos
solapados. Esto nos lleva a comentar la estrategia prototípica.
Un prototipo es una
entidad imaginaria que describe una combinación idealizada de características que aparecen unidas de una manera
más o menos regular. Recuérdese nuestro anterior ejemplo
de «perrez». Los prototipos forman parte de nuestra experiencia cotidiana. Cualquiera de nosotros puede generar la
imagen mental de un perro, aunque sabemos que nunca
hemos visto ni veremos dos perros idénticos. Así pues, ningún miembro de un grupo definido mediante un prototipo
tendrá todas las características del mismo, incluso aunque
ocupen una posición muy céntrica. Por otra parte, puede
que algunas características estén compartidas con otros
prototipos —por ejemplo, hay muchos otros animales además de los perros que también tienen rabo.
Como veremos, la estrategia ortodoxa de diagnóstico
pretende definir todos los posibles tipos de trastorno mental, aunque si bien a lo que aspira explícitamente es a crear
entidades categóricas, sin embargo, lo habitual es que dé
lugar a entidades prototípicas. Las características más
substanciales de diversos trastornos suelen ser relativamente ambiguas, igual que lo son las fronteras que aspiran
a separar un trastorno de otro. Son abundantes las evidencias que demuestran que una estrategia estrictamente categórica, que pretenda identificar diferencias entre diferentes
arquetipos de conductas humanas, ya sean normales o
patológicas, probablemente constituya un objetivo inalcanzable. Tener esto en mente puede permitirnos evitar
muchas confusiones. Por ejemplo, es habitual encontrar
que los individuos con un mismo trastorno psicológico
muestran también otros trastornos —lo que se conoce
como comorbilidad—. ¿Significa eso que esa persona
manifiesta dos o más trastornos absolutamente distintos?
Lo más frecuente es no.
LA ESTRATEGIA PROTOTÍPICA.
Clasificación diagnóstica formal
de los trastornos mentales
En la actualidad existen dos grandes sistemas de clasificación psiquiátrica: el International Classification of Disease
System (ICD-10) (Sistema de Clasificación Internacional de
las Enfermedades), publicado por la OMS, y el Diagnostic
and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM) (Manual
Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales),
publicado por la Asociación Americana de Psiquiatría. El
sistema ICD-10 se usa fundamentalmente en Europa y en
otros muchos países, mientras que el sistema DSM es la
guía estándar en los Estados Unidos. Ambos sistemas se
parecen mucho, ya que los dos recurren a los síntomas
La clasificación de la conducta patológica

como elemento central para la clasificación, y también definen los problemas desde diferentes facetas (el sistema multiaxial que describiremos más adelante).
Existen ciertas diferencias en la manera en que los síntomas se agrupan en cada uno de los sistemas, lo que puede
dar lugar a una clasificación diferente en cada uno de ellos.
Para describir lo que puede considerarse como un trastorno
mental, nos centraremos en el sistema DSM. Este manual
especifica cuáles son las categorías de trastornos mentales
que actualmente se reconocen de manera oficial, y proporciona para cada uno de ellos un conjunto de criterios para
definirlos. Como ya se ha dicho, el sistema pretende ser
categórico, y establecer límites precisos entre diversos trastornos, aunque de hecho se trata más bien de un sistema
prototípico con gran confusión entre las fronteras de los
trastornos, y un solapamiento considerable entre las diversas «categorías».
Los criterios que permiten definir las categorías de
trastornos consisten en su mayor parte en síntomas e indicadores. El término síntoma suele referirse a la descripción
subjetiva del paciente, y a sus quejas sobre lo que no marcha bien. Por otra parte, los indicadores son observaciones
objetivas que hace de manera directa la persona que realiza
el diagnóstico (por ejemplo, la incapacidad del paciente
para mirar a los ojos de la otra persona), o también de
forma indirecta (por ejemplo, el resultado de los tests
administrados por otros psicólogos). Para realizar un diagnóstico, el psicólogo debe observar la presencia de determinados criterios —los síntomas e indicadores que el DSM-4
señala que deben cumplirse.
LA EVOLUCIÓN DEL DSM. El DSM se encuentra
actualmente en su cuarta edición (DSM-4), y ha recibido
algunas modificaciones recientes, lo que ha dado lugar al
DSM-4-TR, publicado en el año 2000. Este sistema es el
resultado de cinco décadas de estudio que han supuesto un
refinamiento y una precisión cada vez mayores para la identificación y la descripción de los trastornos mentales. La
primera edición del manual apareció en 1952 como resultado de los intentos de estandarizar los diagnósticos realizados por el personal militar durante la Segunda Guerra
Mundial. La segunda edición del DSM en 1968 reflejaba los
resultados obtenidos a partir de la investigación realizada
en la posguerra. A lo largo del tiempo, psicólogos y psiquiatras reconocieron un importante defecto en ambos manuales: los diversos trastornos se describían mediante una jerga
narrativa, demasiado ambigua para que los profesionales de
la salud mental pudieran ponerse de acuerdo respecto a su
significado. El resultado era una importante limitación de
la fiabilidad diagnóstica: esto es, dos profesionales que examinaban al mismo paciente podían perfectamente llegar a
conclusiones completamente diferentes.
Para solucionar este impasse clínico y científico, la tercera edición del DSM publicada en 1980 presentó una
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Evaluación clínica
estrategia absolutamente diferente, que pretendía eliminar, en la medida de lo posible, el carácter subjetivo del
proceso diagnóstico. Para ello se adoptó un método «operativo» para definir los trastornos oficialmente reconocidos. La innovación significó que el sistema DSM debía
especificar las observaciones exactas que tenían que
hacerse para conseguir un diagnóstico determinado. Por
ejemplo, era necesario que estuvieran presentes determinado número de indicadores o síntomas de una lista, para
poder realizar un diagnóstico. Esta nueva estrategia, que se
mantuvo en la revisión que se realizó en 1987 (DSM-III-R)
y en el DSM-IV, publicado en 1994, aumentó considerablemente la fiabilidad diagnóstica. La Tabla 4.2 reproduce
los criterios diagnósticos del DSM-4 para el trastorno distímico como ejemplo de la estrategia operativa para el
diagnóstico.
Entre la primera y la cuarta edición del manual se ha
incrementado de manera impresionante el número de trastornos mentales reconocidos de manera oficial, tanto por la
adición de nuevos diagnósticos, como por la subdivisión y
la elaboración de trastornos ya establecidos. Dado que
resulta improbable que la psicología de los norteamericanos haya cambiado demasiado durante ese periodo, lo más
razonable es suponer que son los profesionales de la salud
mental los que perciben su campo de trabajo desde una
perspectiva diferente.
LAS LIMITACIONES DE LA CLASIFICACIÓN DSM.
Como ya se ha dicho, existen ciertos límites sobre la medida
en que un sistema conceptual estrictamente categórico
puede llegar a representar de manera adecuada las patologías conductuales a las que estamos sujetos los humanos.
Los problemas reales de los pacientes reales con frecuencia
no encajan impecablemente en las precisas listas de síntomas e indicadores del DSM actual. Por ejemplo, ¿cómo tratar a un paciente que cumple tres de los criterios de un
diagnóstico determinado, cuando el mínimo necesario es
que cumpla cuatro? Una realidad clínica es que los trastornos que sufren las personas no suelen estar tan precisamente diferenciados como la parrilla que ofrece el DSM.
Por otra parte, las clasificaciones cada vez más aquilatadas
también van engendrando más y más tipos de trastornos.
En nuestra opinión, con demasiada frecuencia la consecuencia es sacrificar la validez en aras de la fiabilidad. Lo
cual, por otra parte, no tiene sentido. Por ejemplo, una
mezcla de ansiedad y depresión es absolutamente frecuente
en la población clínica, y también las investigaciones
demuestran que ambas dimensiones correlacionan considerablemente. Sin embargo, el DSM las considera como dos
tipos de trastorno absolutamente distintos, y en consecuencia, una persona que a la vez es ansiosa y deprimida debe
recibir dos diagnósticos distintos.
Como ya se ha dicho, la ocurrencia habitual de dos o
más trastornos supuestamente diferentes en la misma per-
sona se conoce como comorbilidad. La comorbilidad ocurre muy frecuentemente en el sistema diagnóstico DSM
(véase Kessler et al., 1924). Sin embargo, lo normal es pensar que cuando dos o más trastornos suelen presentarse
juntos de manera habitual, lo más probable es que estén
relacionados de una manera u otra. La comprensión de esas
relaciones podría aumentar nuestra comprensión de la
naturaleza y el desarrollo de esos síndromes combinados.
El DSM-4-TR
evalúa al individuo en función de cuatro ejes. Los primeros
tres evalúan el estatus clínico actual:
LOS CUATRO EJES DEL DSM-4-TR.
Los síndromes clínicos específicos que pueden ser
objeto de atención clínica. Incluiría la esquizofrenia, el trastorno de ansiedad generalizado, la depresión mayor y la
dependencia de sustancias. Las condiciones del Eje I son
análogas a las enfermedades que reconoce la medicina
general.
Eje I.
Eje II. Trastornos de personalidad. Un grupo muy
amplio de trastornos, que discutiremos en el Capítulo 10, y
que abarcan diferentes formas alteradas de relación con el
mundo como, por ejemplo, el trastorno de personalidad
histriónico, el trastorno de personalidad paranoide, o el
trastorno de personalidad antisocial. El último de ellos, por
ejemplo, se refiere a un patrón persistente y de desarrollo
precoz, que se caracteriza por la no aceptación de las normas de conducta, incluyendo las de tipo legal. El Eje II proporciona una manera de codificar rasgos de personalidad
inadaptados y muy duraderos, que pueden o no estar implicados en el desarrollo y en la expresión de los trastornos del
Eje I. El retraso mental también se diagnostica dentro de
este eje.
Eje III. Condiciones generales médicas. Aquí aparece
cualquier situación médica general potencialmente relevante para la comprensión del caso. Este eje puede utilizarse
junto con el eje I, mediante la frase «debido a (una condición general médica específica)» —por ejemplo, donde un
trastorno de depresión mayor se considera provocado por
un dolor persistente asociado con una enfermedad crónica.
En cualquiera de estos tres ejes, cuando se cumplen los
criterios pertinentes, se permite establecer más de un diagnóstico, y de hecho se anima a ello. Esto es, una persona
puede ser diagnosticada de múltiples síndromes psiquiátricos, como el trastorno de pánico, o el trastorno de depresión mayor; un trastorno de personalidad, de tipo
dependiente o evitador; o problemas médicos potencialmente importantes, como la cirrosis (un trastorno del
hígado producido generalmente por un consumo excesivo
de alcohol) y sobredosis de cocaína. Los dos últimos ejes del
DSM-4-TR se utilizan para valorar aspectos más amplios
de la situación del individuo.
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Tabla 4.2.
La clasificación de la conducta patológica

Criterios diagnósticos para el trastorno distímico 300.4
A) Estado de ánimo deprimido durante la mayor parte del día, durante la mayoría de los días, indicado por el propio
paciente o por la observación de quienes le rodean, durante al menos dos años. Nota: en niños y adolescentes, el
estado de ánimo puede ser irritable y con una duración de al menos un año.
B) Presencia, mientras está deprimido, de dos o más de los siguientes síntomas:
a) Escaso apetito, o comer compulsivamente.
b) Insomnio o hipersomnolencia.
c) Escasa energía y fatiga.
d) Escasa auto-estima.
e) Dificultades de concentración y para adoptar decisiones.
f) Sentimientos de desesperación.
C)
Durante un período de dos años (un año para niños y adolescentes) de padecer el trastorno, la persona nunca ha
estado libre de síntomas de los criterios A y B, durante más de dos meses seguidos.
D)
Durante los primeros dos años del trastorno, no se ha producido ningún Episodio Depresivo Mayor (un año para
niños y adolescentes); por ejemplo, el trastorno no queda mejor explicado por un Trastorno Depresivo Mayor
crónico o en remisión.
Nota: puede haberse producido un Episodio Depresivo Mayor previo en completa remisión (sin síntomas durante
dos meses), antes de que se desarrolle un trastorno Distímico. Además, después de los primeros dos años (1 año en
niños y adolescentes) del trastorno Distímico, podría haber episodios del Trastorno Depresivo Mayor, en cuyo caso
deben diagnosticarse ambos trastornos si se cumplen los criterios de Trastorno Depresivo Mayor.
E)
Nunca se ha producido un Episodio Maníaco, un Episodio Mezclado, o un Episodio Hipomaníaco, y nunca se han
cumplido los criterios del Trastorno Ciclotímico.
F)
El trastorno no ha ocurrido exclusivamente durante el curso de un Trastorno Psicótico crónico, como una
esquizofrenia o un Trastorno delirante.
G) Los síntomas no son debidos a los efectos fisiológicos directos de una sustancia (droga ilegal o medicina), o a una
enfermedad médica general (por ejemplo hipotiroidismo).
H) Los síntomas provocan un malestar clínico significativo, o deterioro del funcionamiento social, laboral, o de otras
facetas importantes.
Especifíquese sí:
Aparición temprana: antes de los veintiún años de edad.
Aparición tardía: después de los veintiún años de edad.
Especifíquese (para los últimos dos años del Trastorno distímico):
Con características atípicas (este apartado se incluye para que el clínico especifique si los síntomas o la conducta
del paciente son inusuales o tienen alguna característica distintiva).
Fuente: Reproducido con permiso del DSM-IV-TR. Copyright 1994, APA.
Eje IV. Problemas psicosociales y ambientales. Este
grupo se refiere a circunstancias estresantes que pueden
haber contribuido a que se produzca el trastorno, sobre
todo si han estado presentes durante el último año. Se invita
al psicólogo a utilizar una lista para revisar diversas categorías de problemas —familiares, económicos, laborales,
legales, etc.—. Por ejemplo, puede incluirse la frase «problemas con el grupo primario de apoyo», cuando se consi-
dera que ciertos problemas familiares pueden haber contribuido al trastorno.
Evaluación global del funcionamiento. En este eje,
los clínicos deben indicar si el individuo está funcionando
actualmente de manera adecuada. Se proporciona al examinador una escala global para la valoración del funcionamiento que consta de cien puntos, y a partir de la cual el
Eje V.
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CAPÍTULO 4
Tabla 4.3.
Evaluación clínica
Escala para valoración global del funcionamiento
Se considera el funcionamiento psicológico, social y laboral, sobre un continuo hipotético de salud/enfermedad mental.
No incluye aquellos problemas debidos a limitaciones físicas o ambientales. (Nota: utilizar los códigos intermedios
cuando resulte apropiado, por ejemplo, 45, 68, y 72).
Código
91-100
Excelente funcionamiento en un amplio rango de actividades, los problemas nunca parecen escaparse de las
manos, todo el mundo lo busca debido a sus muchas cualidades positivas. Sin síntomas.
81-90
Síntomas mínimos o ausentes (por ejemplo, ansiedad moderada ante un examen), buen funcionamiento en
todas las áreas, interesado e involucrado en un amplio rango de actividades, sociable, generalmente
satisfecho con la vida, con los problemas y preocupaciones cotidianas habituales (por ejemplo, alguna
discusión ocasional con la familia).
71-80
En caso de que exista algún síntoma, se trata de reacciones transitorias esperables ante factores psicosociales
estresantes (por ejemplo, dificultades de concentración tras una disputa familiar); problemas muy leves en el
funcionamiento social, laboral o escolar (por ejemplo, algún fallo ocasional de las tareas escolares).
61-70
Algún síntoma moderado (por ejemplo, un ataque de pánico ocasional). O dificultades moderadas en el
funcionamiento social, laboral, o escolar (por ejemplo, novillos ocasionales o algún pequeño robo
domésticos), pero en general se observa un buen funcionamiento y mantiene algunas relaciones
interpersonales significativas.
51-60
Algún síntoma moderado (por ejemplo, un ataque de pánico ocasional). O dificultades moderadas en el
funcionamiento social, laboral o escolar (por ejemplo, escasas amistades, conflictos con los compañeros o
colaboradores).
41-50
Síntomas graves (por ejemplo, ideas suicidas, rituales obsesivos graves, frecuentes robos en tiendas). O
deterioro importante del funcionamiento social, laboral, o escolar (por ejemplo, sin amigos, incapaz de
mantener su trabajo).
31-40
Cierto deterioro en la percepción de la realidad y o en la comunicación (por ejemplo, habla ilógica, oscura o
irrelevante). O grandes deterioros en ciertas áreas, como en el trabajo o la escuela, las relaciones familiares,
el razonamiento y el pensamiento, o el estado de ánimo (por ejemplo, los hombres deprimidos evitan a los
amigos, rechazan a la familia y son incapaces de trabajar; los niños con frecuencia golpean a los más
pequeños, se muestran desafiantes en casa y muestran fracaso escolar).
21-30
La conducta está considerablemente influida por ilusiones o alucinaciones. O un grave deterioro de la
comunicación o el razonamiento (por ejemplo, en ocasiones incoherente, groserías, de preocupaciones
suicidas). O incapacidad para funcionar en casi todas las áreas (por ejemplo, se queda en cama todo el día;
no tiene trabajo, casa, o amigos).
11-20
Existe el riesgo de que dañe a otros o a sí mismo (por ejemplo, intentos suicidas sin una clara expectativa de
morir; frecuentemente violento; excitación maníaca), o fracasos ocasionales para mantener una higiene
personal mínima (por ejemplo, manchas de excrementos), o grave deterioro de la comunicación (por
ejemplo, incoherente o inexistente).
1-10
Peligro constante para dañar a otros o a sí mismo (por ejemplo, constante violencia). O incapacidad
permanente para mantener una mínima higiene personal o acciones suicidas con expectativa de muerte.
0
Información inadecuada
Fuente: reproducido con permiso de DSM-IV. Copyright 1994. American Psychiatric Association.
psicólogo debe asignar un número que resume la capacidad
general del paciente para funcionar de manera ajustada. Esa
escala se reproduce en la Tabla 4.3 de la página 128.
Los ejes IV y V, que se introdujeron por primera vez en el
DSM-III, son complementos muy importantes. Saber las
frustraciones y demandas con las que se enfrenta una per-
sona resulta trascendental para comprender el contexto en
que se ha desarrollado la conducta problemática. Y por otra
parte, el nivel general de funcionamiento transmite una
información crucial que no siempre es posible encontrar en
otros ejes, y que señala si el individuo se está enfrentando
adecuadamente a sus problemas. Sin embargo, algunos
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Tabla 4.4.
Diagnóstico, según el
DSM-IV, de Alberto G.
• Eje I
Trastorno depresivo mayor
• Eje II
Trastorno de personalidad obsesivo-compulsivo
• Eje III
Ninguno
• Eje IV
No recibe apoyo social
Problema de entorno social: vive solo
• Eje V
Funcionamiento global 20 (correr peligro de dañarse
a sí mismo)
clínicos consideran que la información derivada de estas
dimensiones puede traspasar el derecho a la intimidad de
sus pacientes, al poner de manifiesto, por ejemplo, un
divorcio reciente (eje IV) o un intento de suicidio (eje V).
Debido a tales preocupaciones, ambos ejes se consideran
opcionales para el diagnóstico, y de hecho apenas se utilizan
en la mayoría de los ámbitos clínicos.
Como ejemplo de un diagnóstico basado en el DSM4-TR, vamos a proponer el caso de Alberto G., el profesor
universitario que describíamos al principio del Capítulo 1.
Inmediatamente antes de su suicidio, su diagnóstico
podría haber sido algo parecido al que se muestra en la
Tabla 4.4.
PRINCIPALES CATEGORÍAS DE LOS TRASTORNOS
DEL EJE I Y EL EJE II. Los diferentes trastornos que
se incluyen en los ejes I y II aparecen en la lista de los trastornos mentales del DSM-4. El material clínico de este libro
está organizado también en función de esos ejes. Tales diagnósticos deben considerarse en el ámbito de ciertos agrupamientos etiológicos amplios, cada uno de los cuales
contiene diversos subgrupos:
• Trastornos derivados de una amplia destrucción o mal
funcionamiento del tejido cerebral, como ocurre por
ejemplo en la demencia de Alzheimer y en un amplio
rango de otras situaciones derivadas de una patología
cerebral orgánica, ya sea de carácter permanente o reversible. Estos trastornos se describen en el Capítulo 15.
• Trastornos por el uso de sustancias, que incluyen problemas como el uso habitual de drogas o el abuso del
alcohol. Se discuten en el Capítulo 12.
La clasificación de la conducta patológica

• Trastornos con un origen psicológico o sociocultural,
sin que se conozca la existencia de una patología cerebral que pueda ser el principal factor causal del trastorno. Se trata de un grupo muy amplio que incluye la
mayoría de los trastornos mentales que se discuten en
este libro, entre los que podemos citar los trastornos de
ansiedad (Capítulo 6), los trastornos somatoformes y
disociativos (Capítulo 8), trastornos psicosexuales
(Capítulo 13) y los trastornos de personalidad del eje II
(Capítulo 11). Tradicionalmente, este grupo también
incluye ciertos trastornos mentales para los cuales todavía no se ha demostrado una patología cerebral orgánica
específica —como ocurre con los trastornos del estado
de ánimo (Capítulo 7) y la esquizofrenia (Capítulo 14),
ya que parece cada vez más probable que este tipo de
trastornos estén causados, al menos en parte, por ciertos
tipos de funcionamiento cerebral inadecuado.
• Trastornos que generalmente aparecen durante la
infancia o la adolescencia, lo que incluye un amplio
grupo de trastornos caracterizados por un deterioro
cognitivo, como el retraso mental y dificultades de
aprendizaje (Capítulo 15), y una amplia variedad de
problemas de conducta, como el trastorno por déficit
de atención con hiperactividad, que constituyen desviaciones del proceso de desarrollo normal (Capítulo 16).
Cuando nos referimos a los trastornos mentales, solemos
utilizar diversos términos calificativos. Agudo se utiliza para
describir trastornos de una duración relativamente breve,
generalmente menor de seis meses, como por ejemplo los
trastornos transitorios de adaptación (Capítulo 5). En algunos contextos también señala que los síntomas conductuales
muestran una intensidad muy alta. Crónico se refiere a trastornos de larga duración y generalmente permanentes,
como puede ser la demencia de Alzheimer y algunos tipos de
esquizofrenia. Este término también puede aplicarse a trastornos de baja intensidad, debido a que las dificultades de
larga duración suelen ser también de intensidad moderada.
Leve, moderado y grave son términos que reflejan diferentes
puntos en una dimensión de gravedad. Episódico y recurrente se utilizan para describir patrones inestables que tienden a aparecer desaparecer como ocurre con algunas
situaciones del estado de ánimo y la esquizofrenia.
EL PROBLEMA DE LAS ETIQUETAS. Los diagnósticos
psiquiátricos tipificados por el sistema DSM-4 no se respetan de manera uniforme entre todos los profesionales de la
salud mental (por ejemplo, Sarbin, 1997). Ni siquiera los
psiquiatras (por ejemplo, véase Guze, 1995; Tucker, 1998)
están satisfechos con ellos. Una crítica importante radica en
que un diagnóstico psiquiátrico no es más que una etiqueta
que se aplica para definir una categoría de conducta socialmente rechazada, o que supone un problema por cualquiera
otra razón.
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
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CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
La etiqueta diagnóstica no describe a una persona, ni
tampoco una condición patológica subyacente («disfunción»), sino más bien una pauta de conducta asociada con el
funcionamiento de esa persona. Sin embargo, una vez colocada la etiqueta, se cierra la puerta a cualquier indagación
ulterior. Resulta demasiado fácil —incluso para los profesionales— aceptar una de esas etiquetas como si se tratase de
descripción precisa y completa de un individuo, y no sólo de
su conducta actual. Cuando una persona recibe la etiqueta
de «depresivo» o «esquizofrénico», los demás tenemos tendencia a realizar ciertas suposiciones sobre esa persona, que
pueden o no resultar adecuadas. De hecho, la imposición de
una etiqueta diagnóstica puede hacer que sea muy difícil volver a observar de manera objetiva la conducta de esa persona, prescindiendo de concepciones previas y prejuicios.
Tales expectativas pueden influir incluso sobre importantes
interacciones clínicas, y sobre decisiones de gran trascendencia clínica. Por ejemplo, el diagnóstico de trastorno depresivo mayor puede bloquear cualquier otra indagación sobre
la situación vital de esa persona, y llevar al clínico a limitarse
a prescribir una medicación antidepresiva (Tucker, 1998).
Una vez que la persona ha recibido su etiqueta, lo más
probable es que termine por aceptar resignadamente su
nueva identidad, y desempeñar las expectativas que implica
su nuevo papel («soy una persona que abusa de las drogas.
Y de hecho es algo que escapa a mi control, por lo que
resulta inútil que me implique activamente en mi propio
tratamiento»). Esta adquisición de una nueva identidad
social puede resultar peligrosa por varias razones. Las
implicaciones peyorativas y estigmatizantes de muchas etiquetas psiquiátricas pueden señalar a una persona como un
ciudadano de segunda clase con graves limitaciones, que
suele suponerse que serán permanentes (Link, 2001; Slovenko, 2001). También pueden ejercer efectos devastadores
sobre la moral, la autoestima y las relaciones personales de
ese individuo. Puede que el paciente incluso llegue a decidir
que él «es» ese diagnóstico, y por tanto lo adopte como una
forma de actuar.
Resulta evidente que los profesionales de la salud
mental deben mostrarse circunspectos en el proceso diagnóstico, en su utilización de las etiquetas y en la confidencialidad respecto a ambos, por el bien de sus pacientes. Hay
otro cambio que se ha producido en los últimos años:
durante mucho tiempo el término tradicional que se aplicaba a una persona que acudía a un profesional de la salud
mental era el de paciente, una palabra estrechamente asociada con el sufrimiento médico, la actitud pasiva y la
espera (paciente) de alcanzar la curación. En la actualidad
muchos profesionales, sobre todo quienes se han formado
en ámbitos no médicos, prefieren utilizar la expresión
cliente porque implica una mayor participación por parte
de la persona, y una mayor responsabilidad para lograr su
propia recuperación. En este texto usaremos ambos términos de manera indistinta.
No debe olvidarse que el mero diagnóstico DSM, por sí
mismo, tiene una utilidad muy limitada. El DSM-IV reconoce
este hecho en su introducción: «realizar un diagnóstico DSMIV sólo supone el primer paso de una evaluación más global.
Para formular un plan de tratamiento adecuado, el clínico
necesitará en todo momento una considerable información
adicional sobre la persona que está siendo evaluada, más allá
de los requisitos mínimos para un diagnóstico DSM-IV-TR»
(American Psychiatric Association, 2000, pp. xxxiv-xxxv). No
obstante, es necesario lograr un diagnóstico, al menos bajo la
forma de una «impresión diagnóstica», para poder iniciar el
proceso de tratamiento clínico. La información adicional
necesaria para poder realizar una evaluación clínica adecuada
puede llegar a ser muy extensa y extremadamente difícil de
conseguir. En su mayor parte, en línea con la tradición psiquiátrica, ese proceso se basa en las entrevistas. Esto es, el clínico desarrolla una conversación con el paciente (o quizá con
algún familiar) para conseguir la información necesaria que le
permita ubicarlo en alguna categorías diagnóstica del DSM.
El entrevistador realiza diversas preguntas, que son cada vez
más específicas a medida que va desarrollando sus hipótesis y
relacionándolas con los criterios del DSM.
ENTREVISTAS NO ESTRUCTURADAS. De manera
similar a las entrevistas de evaluación, las entrevistas diagnósticas también se pueden clasificar en dos tipos generales, en
función de lo estructuradas que estén. En una entrevista no
estructurada, el examinador no tiene un plan previo respecto
al contenido y la secuencia de su indagación. Va haciendo las
preguntas según se le van ocurriendo, y a partir de las respuestas que obtiene a las preguntas previas. Por ejemplo, si su
cliente menciona a un padre que viajaba mucho cuando él era
niño, el clínico podría preguntar «¿echaba en falta a su
padre?» o (con una táctica diferente), «¿Como se lo tomaba
su madre?». Son muchos los clínicos que prefieren esta estrategia, ya que les permite seguir un ritmo propio. En el ejemplo anterior, el clínico podría haber preguntado a su cliente
sobre la reacción de su madre, si hubiera sospechado que
quizá ella tuviese una depresión durante la niñez de su hijo.
Sin embargo, el estilo libre tiene un grave problema: la información que se consigue está limitada al contenido de esa
entrevista. Probablemente, si otro clínico diferente realizase
otra entrevista no estructurada con el mismo cliente, seguramente llegaría a conclusiones distintas.
ENTREVISTAS ESTRUCTURADAS. La entrevista
estructurada va desarrollando las cuestiones de manera
muy controlada. El clínico que utiliza este tipo de estrategia
intenta descubrir (a veces incluso con una guía de las palabras exactas que debe decir), si los indicadores y síntomas
de su cliente se «ajustan» a un criterio diagnóstico determinado. La utilización de criterios muy precisos y de entrevistas muy estructuradas ha incrementado sustancialmente
la fiabilidad del diagnóstico, y más específicamente, la
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
La clasificación de la conducta patológica
AVA N C E S
en la investigación
Esquemas para la valoración clínica en
neuropsiquiatría (SCAN)
1
0
El SCAN es un sistema formal de entrevista desarrollado para la
evaluación y clasificación de la psicopatología (1994). Supone la
última versión de un proyecto a largo plazo desarrollado por la
OMS, que pretende proporcionar un esquema diagnóstico
sistemático para la clasificación de los problemas de salud
mental. El SCAN se utiliza ampliamente en todo el mundo y ha
sido traducido a más de treinta y cinco idiomas.
El SCAN es una entrevista diagnóstica estructurada, en
la que el clínico registra las respuestas de su cliente en una
computadora, y valora la gravedad de las conductas
problemáticas durante una entrevista. Aunque el SCAN fue
desarrollado para que lo utilizase personal clínicamente
formado, algunas investigaciones sugieren que personas
legas pero con experiencia pueden aprender rápidamente a
administrar esta entrevista con resultados muy eficaces
(Brugha et al., 1999). El clínico sigue una serie de preguntas
muy claramente definidas, que abarcan un amplio rango de
información, desde datos demográficos hasta síntomas
físicos y mentales. Las preguntas se refieren tanto al estado
actual del paciente como cualquier otro periodo de su vida.
Por ejemplo, el entrevistador podría preguntar:
Este es otro ejemplo:
• «Algunas personas tienen fobias. Se sienten ansiosas
o asustadas, como cuando tienen miedo a las alturas,
los espacios abiertos, a ciertos animales e insectos, a
las arañas, o a determinadas situaciones sociales.
Intentan evitarlas, e incluso pensar en ellas. ¿Le pasa
a usted algo parecido?»
A continuación el entrevistador registra la puntuación
apropiada:
precisión de la investigación clínica, que incluye la investigación epidemiológica que comentaremos más adelante, se
ha beneficiado de manera enorme.
Existen diversas entrevistas diagnósticas estructuradas
que pueden utilizarse en diferentes contextos. En situaciones
clínicas y de investigación, un instrumento muy popular es la
Entrevista Clínica Estructurada para el Diagnóstico DSM
(SCID), la cual extrae, de manera casi automática, un diagnóstico cuidadosamente ajustado a los criterios del DSM.
Otro instrumento diagnóstico estructurado, los Esquemas
para la Evaluación Clínica en Neuropsiquiatría (SCAN),
publicados por la OMS (1994), permiten elaborar un diagnóstico ICD-10 o DSM-4 (véase Avances en la Práctica 4.4).
.
ausencia de fobias
puede haber fobias
• «Usted ha mencionado que durante el último mes ha
tenido dificultades para dormir. En general, ¿cómo ha
interferido este problema con sus actividades
cotidianas?»
Nivel de interferencia debido a problemas con el sueño:
0
1
2
3
No presenta síntomas en un grado significativo
Hay síntomas pero de muy poco impedimento
Síntomas moderados o intermitentes
Síntomas graves que provocan incapacidad
Tras completar la entrevista, el clínico puede obtener
inmediatamente un diagnóstico clínico mediante un programa
informático. Es posible seleccionar la opción DSM-4 o ICD-10,
o incluso ambas. Además, es posible seleccionar si el
diagnóstico sólo se debe referir a los síntomas actuales (por
ejemplo, los últimos veintiocho días), o también a los
síntomas que han tenido lugar a lo largo de la vida de esa
persona. Sólo se proporciona al diagnóstico sobre el Eje I.
El procedimiento SCAN ha sido sometido a una serie de
estudios comparativos —por ejemplo, en Taiwan (Cheng et al.,
2001), en España (Roca-Benasar et al., 2001), Holanda
(Rijnders et al., 2000), y en los Estados Unidos (Hesselbrock
et al., 1999)—. Los investigadores han encontrado una
concordancia satisfactoria entre el SCAN y el diagnóstico
clínico. La versión informatizada del SCAN proporciona
incluso diagnósticos más fiables que las entrevistas
diagnósticas desarrolladas por clínicos que no disponen de
esa ayuda informática.
REVISIÓN
• ¿Por qué se necesita un sistema de
clasificación en la psicología clínica?
• ¿Qué significan los términos fiabilidad y
validez en el contexto de un sistema de
clasificación?
• ¿Cuáles son las tres estrategias
básicas para clasificar la conducta
patológica?
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CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
SUMARIO
• La evaluación clínica supone una de las
responsabilidades más importantes y
complicadas de los profesionales de la salud
mental. La medida en que los problemas de una
persona pueden llegar a tratarse de manera
apropiada depende fundamentalmente de la
adecuación con que se haya realizado la
evaluación psicológica.
• Los objetivos de la evaluación psicológica incluyen
la identificación y descripción de los síntomas de
una persona; determinar la gravedad y duración
del problema; evaluar los factores causales
potenciales; y explorar los recursos personales del
sujeto que podrían facilitar el programa de
tratamiento.
• Dado que muchos problemas psicológicos tienen
componentes físicos, ya sea como factores
causales subyacentes o como pautas de síntomas,
suele ser muy importante incluir un examen
médico dentro del proceso de valoración
psicológica.
• En aquellos casos en los que se sospecha la
existencia de daño cerebral, resulta importante
llevar a cabo exámenes neurológicos —como un
EEG, un TAC, PET, o RM— para determinar la
localización y extensión del trastorno cerebral.
• A menudo resulta esencial para alguien de quien
se sospecha que sufre un daño cerebral orgánico,
administrarle una batería de tests
neuropsicológicos, para determinar de qué manera
puede estar afectando el daño cerebral a su
capacidad mental y conductual.
• Los métodos de evaluación psicosocial son
técnicas que permiten extraer información
psicológica relevante, para que los clínicos puedan
adoptar decisiones sobre el tratamiento de sus
pacientes.
• Los métodos de evaluación psicosocial más
flexibles y más ampliamente utilizados son la
entrevista clínica y la observación de la conducta.
Dichos métodos proporcionan abundante
información.
• Los tests psicológicos incluyen estímulos
estandarizados que permiten recoger muestras de
conducta, que se comparan con la de otros
individuos que constituyen la población de
referencia.
• Dos estrategias diferentes para examinar la
personalidad son (1) los tests proyectivos, como el
Rorschach, en el que se presentan estímulos no
estructurados ante los que el sujeto debe
«proyectar» algún significado o estructura, y que
por lo tanto ponen de manifiesto motivos y
sentimientos «ocultos»; y (2) tests objetivos, o
cuestionarios de personalidad, en los que un
sujeto debe leer y responder a una serie de
afirmaciones o preguntas estándar.
• Los tests objetivos de personalidad, como el
MMPI-2 y el MMPI-A, son medios baratos y
eficaces para recoger rápidamente una gran
cantidad de información sobre la personalidad.
• Probablemente la innovación más importante
en la evaluación clínica sea la utilización de las
computadoras para administrar, puntuar e
interpretar los tests psicológicos. Ahora resulta
posible obtener una interpretación inmediata de
los resultados de un test mediante un programa
informático.
• La definición formal de trastorno mental, tal y
como aparece en la cuarta edición del DSM-4-TR,
adolece de ciertos problemas que limitan su
claridad (por ejemplo, ¿qué es exactamente una
«disfunción»?).
• También existen algunos problemas relacionados
con el tipo de categorías que adopta el DSM-4-TR.
Fundamentalmente se trata de que las categorías
no siempre tienen la homogeneidad interna, o la
discriminación entre ellas que sería deseable. Eso
puede provocar elevados niveles de comorbilidad.
Algunas soluciones a este problema podrían ser
considerar los trastornos mentales como
fenómenos que se ubican a lo largo de una o varias
dimensiones, y adoptar una estrategia basada en
los prototipos.
• Sin embargo, pese a todos estos problemas,
conocer el DSM-4-TR resulta fundamental para
poder estudiar adecuadamente la conducta
patológica.
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Términos clave
TÉRMINOS CLAVE
Agudo (p. 129)
Auto-supervisión (p. 109)
Comorbilidad (p. 125)
Crónico (p. 129)
Cuestionario Multifásico de
personalidad de Minnesota
(MMPI) (p. 115)
Disritmia (p. 105)
Electroencefalograma (p. 105)
Episódico (p. 129)
Escalas de estimación (p. 109)
Evaluación neuropsicológica (p. 106)
Fiabilidad (p. 124)
Grave (p. 129)
Imagen por resonancia magnética
(RMI) (p. 105)
Indicadores (p. 125)
Juego de papeles (p. 109)
Leve (p. 129)
Moderado (p. 129)
Procedimientos actuariales
(p. 119)
Recurrente (p. 129)
Resonancia magnética funcional
(fRMI) (p. 106)
Síntomas (p. 125)
Test de Apercepción temática
(TAT) (p. 113)
Test de rellenado de oraciones
(p. 114)
Test de Rorschach (p. 112)
Tests objetivos (p. 115)
Tests proyectivos (p. 111)
Tomografía axial computerizada
(TAC) (p. 105)
Tomografía por emisión de
positrones (PET) (p. 106)
Validez (p. 124)

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Capítulo-05
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C A P Í T U L O

Estrés y trastornos
de adaptación
¿QUÉ ES EL ESTRÉS?
Categorías de factores estresantes
Factores que predisponen a una persona a sufrir estrés
El afrontamiento del estrés
Factores causales del estrés post-traumático
El trauma de la violación
El trauma del combate militar
Efectos a largo plazo del estrés post-traumático
Amenazas a la seguridad personal
EFECTOS DEL ESTRÉS INTENSO
Efectos biológicos del estrés
Efectos psicológicos del estrés prolongado
PREVENCIÓN Y TRATAMIENTO DE LOS
TRASTORNOS POR ESTRÉS
EL TRASTORNO DE ADAPTACIÓN:
REACCIONES A LOS FACTORES
ESTRESANTES DE LA VIDA COTIDIANA
Prevención de los trastornos de estrés
Tratamiento de los trastornos por estrés
Problemas para el estuido de las víctimas de una crisis
¿Qué estamos aprendiendo sobre la intervención de
emergencia?
El desempleo
El duelo
El divorcio y la separación
TRASTORNO DE ESTRÉS POST-TRAUMÁTICO:
REACCIONES A ACONTECIMIENTOS
CATASTRÓFICOS
Prevalencia del TEPT entre la población general
Diferencias entre el trastorno de estrés agudo y el trastorno
de estrés post-traumático
TEMAS SIN RESOLVER
Medicación psicotrópica para el tratamiento del
TEPT
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CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
eguramente es innecesario decir que la vida puede resultar estresante. Todo el mundo se enfrenta a diferentes exigencias y necesidades de adaptación, y
cualquiera de nosotros puede llegar a desmoronarse si las
cosas se ponen lo suficientemente mal. Ante un estrés aplastante, incluso una persona que siempre ha tenido una personalidad estable, puede llegar a desarrollar problemas
psicológicos transitorios, y a perder la capacidad de disfrutar de la vida (Berenbaum y Connelly, 1993). Este desmoronamiento puede producirse repentinamente, como cuando
una persona sufre un accidente grave, pero también puede
aparecer gradualmente, como cuando, en el seno de un matrimonio fracasado, cada cónyuge sufre periodos muy prolongados de tensión y de desafíos a su autoestima. La
mayoría de esas personas es capaz de recuperarse una vez
que ha desaparecido la situación estresante, si bien en algunos casos se pueden producir daños a largo plazo en su
auto-concepto, y una mayor vulnerabilidad ante ciertos tipos de factores estresantes (Resick, 2001). El estrés de hoy
puede convertirse en la vulnerabilidad de mañana. Y en el
caso de una persona que ya de por sí sea muy vulnerable,
una situación estresante puede conducirle una psicopatología mucho más grave.
S
¿QUÉ ES EL ESTRÉS?
La vida sería muy sencilla si todas nuestras necesidades fueran automáticamente satisfechas. Sin embargo,
en el mundo real son muchos los obstáculos, tanto personales como ambientales, que se oponen a esta situación ideal. Ya sea porque no somos lo suficientemente altos para
jugar al baloncesto profesional, o porque no tenemos tanto
dinero como necesitaríamos, esos obstáculos nos exigen
ajustes constantes para enfrentarnos con el estrés. El término estrés suele utilizarse para referirse tanto a las exigencias
de adaptación que se ejercen sobre un organismo, como a
las respuestas psicológicas y biológicas que ese organismo
ofrece a dichas exigencias. Para evitar la confusión, nos referiremos a las exigencias de adaptación como factores estresantes, a los efectos que producen en el organismo como
estrés, y a los esfuerzos para enfrentarse con el estrés como
estrategias de afrontamiento. Como ha señalado Neufeld
(1990) separar tales constructos resulta relativamente arbitrario: el estrés es un subproducto de unas estrategias de
afrontamiento escasas o inadecuadas. Sin embargo, en aras
de una mejor comprensión, puede resultar beneficioso distinguir entre estrés y factores estresantes. Lo que no hay que
olvidar es que los dos conceptos —estrés y afrontamiento— están relacionados y dependen uno del otro.
Cualquier situación positiva y negativa que requiera algún tipo de adaptación puede resultar estresante. Así pues,
según el psicólogo canadiense Hans Selye (1956, 1976a), la
noción de estrés puede descomponerse en otras dos que él
denomina eustress (estrés positivo) y distress (estrés negativo). Por ejemplo, en la mayoría de los casos, el estrés que
se sufre cuando uno contrae matrimonio sería del primer
tipo, mientras que el que se experimenta durante un funeral, sería del segundo tipo. Ambos tipos de estrés pasan
cuentas sobre los recursos y las capacidades de afrontamiento que tiene una persona, si bien el distress o angustia
tiende a ser más dañino. En los siguientes apartados vamos
a revisar (1) las categorías de factores estresantes, (2) los
factores que predisponen a una persona a padecer estrés, y
(3) los patrones de factores estresantes de carácter personal
y cambiante, que caracterizan la vida de cada persona.
Las investigaciones y las observaciones clínicas respecto a la relación entre estrés y psicopatología son tan rotundas, que en la actualidad el papel de los factores estresantes
sobre los síntomas psicopatológicos suele destacarse en
cualquier formulación diagnóstica. Por ejemplo, en el
DSM-4-TR (Asociación de Psiquiatría Americana, 2000), es
posible especificar en el Eje IV los factores psicosociales de
estrés a los que se enfrenta esa persona. La escala del Eje IV
resulta especialmente útil respecto a tres categorías del Eje I:
trastorno de adaptación, trastorno por estrés agudo y
trastorno por estrés post-traumático (agudo, crónico o diferido). Tales trastornos ponen de manifiesto patrones conductuales y psicológicos que aparecen como respuesta a
una serie de factores estresantes identificables. Las diferencias básicas entre ellos no sólo radican en la gravedad de la
perturbación, sino también en la naturaleza de los factores
y en el marco temporal durante el que éstos aparecen. En
este tipo de trastornos, los factores de estrés pueden identificarse como factores causales, y se especifican el Eje IV.
En este capítulo, vamos a comenzar describiendo qué es
estrés, qué factores influyen sobre él, y cómo reaccionamos
cuando se presenta. Nos centraremos además en algunas situaciones específicas que pueden generar un estrés grave, y
en sus efectos sobre la adaptación y la salud física. Más adelante revisaremos algunas situaciones catastróficas que precipitan la aparición de trastornos por estrés post-traumático.
En la última parte del capítulo, revisaremos los intentos que
se han realizado para intervenir en procesos de estrés, tanto
desde una perspectiva preventiva, como para limitar la intensidad y duración del mismo una vez que ha aparecido.
Categorías de factores estresantes
Las exigencias de adaptación, o factores estresantes, proceden de distintos aspectos que se pueden clasificar en alguna
de estas tres categorías básicas: (1) frustraciones, (2) conflictos, y (3) presiones. Aunque vamos a estudiarlas por
separado, en la práctica se encuentran estrechamente relacionadas.
Es posible identificar una gran cantidad de obstáculos, tanto externos como internos, que
FRUSTRACIONES.
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conducen a la frustración. Los prejuicios y la discriminación, la insatisfacción en el trabajo, o la muerte de un ser
querido, son frustraciones muy habituales que dependen de
nuestro entorno; las limitaciones físicas para realizar determinadas tareas, la soledad, la culpa, o el autocontrol inadecuado, son fuentes de frustración que dependen de
limitaciones personales. Una persona puede encontrar especialmente difícil afrontar sus frustraciones, debido a que
éstas suelen generar auto-devaluaciones, lo que le hace sentir incompetente y fracasado.
En muchos casos el estrés procede de la
ocurrencia simultánea de dos o más necesidades o motivos
incompatibles. Atender a uno de ellos impide la satisfacción
de los demás. Por ejemplo, si se le ofrece un ascenso a una
mujer, pero eso obliga a su familia a trasladarse a un lugar
desconocido, probablemente tenga dificultades para tomar
esa decisión. El tipo de conflictos con el que tenemos que
enfrentarnos cada uno de nosotros puede clasificarse como
de aproximación-evitación, de doble aproximación, y de
doble evitación (véase la Tabla 5.1). Esta clasificación resulta relativamente arbitraria, y probablemente lo más normal
sea que se presenten en diferentes combinaciones. En efecto, un conflicto de doble aproximación entre decisiones
profesionales alternativas, también puede suponer aspectos
de aproximación-evitación debido a las responsabilidades
CONFLICTOS.
Tabla 5.1.
¿Qué es el estrés?

que impone cada una de ellas. Pero sea cual sea la forma en
que los clasifiquemos, los conflictos suponen una de las
principales fuentes de estrés, que con frecuencia pueden llegar a ser abrumadoramente intensas.
PRESIONES. El estrés no sólo procede de las frustraciones y de los conflictos, sino también de las presiones para
conseguir objetivos determinados, o para comportarse de
una manera específica. Las presiones nos obligan a ir más
rápidos, a redoblar nuestros esfuerzos, o a cambiar la dirección de nuestra conducta, lo cual puede terminar pasando
factura a nuestra capacidad de afrontamiento, o incluso
puede generar algún tipo de conducta desadaptada.
Las presiones pueden provenir tanto de fuentes externas como internas. Por ejemplo, un alumno puede sentir
una fuerte presión para sacar buenas notas debido por una
parte a las exigencias de sus padres (presión externa), pero
también porque quiera matricularse en la universidad (presión interna). Las largas horas de estudio, la tensión de los
exámenes, y el mantenimiento durante los años de ese esfuerzo, supone un estrés considerable para muchos estudiantes. Muchos alumnos que se preparan para ciertos
exámenes que serán determinantes en su carrera, como
puede ser la Selectividad o una prueba específica para ser
admitidos en una facultad, experimentan una enorme ansiedad a medida que se aproxima la fecha del examen. Las
Clasificación de las situaciones conflictivas
1. Los conflictos de aproximación-evitación suponen una fuerte tendencia para aproximarse y para evitar el mismo
objetivo. A María le han ofrecido un nuevo puesto muy atractivo en otro departamento de la empresa en la que
trabaja. Se trata de un cargo sobre el que tiene los ojos puestos desde hace varios años, y que además supone una
importante subida salarial y otros substanciales beneficios. Por desgracia su ex marido, con quien está teniendo
bastantes dificultades, también trabaja en ese departamento. El problema es que ella se altera mucho cuando tiene
que relacionarse con él, y le preocupa que la atmósfera laboral llegue a ser insoportable.
2. Los conflictos de doble aproximación suponen la elección entre dos o más objetivos deseables. Aunque puede ser
más una experiencia de estrés positivo que de estrés negativo, éste no deja de estar presente y la elección sigue
siendo difícil. Cualquiera que sea el caso, la persona perderá algo. Carlos G. se enfrenta con una decisión que
muchos envidiarían, pero que a él le está suponiendo muchas noches sin dormir. Le han admitido en dos
licenciaturas igualmente atractivas. Una de ellas en una universidad de enorme prestigio, mientras que la otra no
tiene tanto prestigio (aunque sí el suficiente), pero imparte exactamente el tipo de especialización que estaba
buscando, y además es posible cursarla a distancia. Por supuesto, elegir una implica rechazar la otra. Ha estado
dudando entre ambas posibilidades, cambiando su decisión a veces cada cinco minutos.
3. Los conflictos de doble evitación son aquellos en los que hay que elegir entre alternativas indeseables. Ninguna de
ellas será satisfactoria, por lo que en realidad de lo que se trata es de decidir cuál será menos desagradable. La
madre de Carmen le ha enviado un billete de avión para que pueda acudir a una «importante» reunión familiar
que Carmen siempre ha aborrecido. Está planteándose mentir a su madre diciéndole que está tan ocupada que le
resulta imposible acudir, lo que por una parte le resulta una excusa despreciable. También sabe que su madre se
pondrá furiosa si no acude a la cita, pero para ella esas reuniones familiares pueden llegar a ser absolutamente
estresantes.
Capítulo-05
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CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
personas que tienden a enfrentarse con estrés mediante el
empleo excesivo de mecanismos de defensa, como las fantasías o auto-reprimendas, tienden a mostrar conducta inadaptada y enorme ansiedad ante un estrés elevado. Sin
embargo, el comportamiento durante el examen no parece
estar relacionado con el tipo de estrategia de afrontamiento
que se utiliza para enfrentarse al estrés; esto es, los estudiantes que han recurrido a estrategias inadaptadas no parecen hacerlo peor en el examen.
Las demandas laborales también pueden ser decididamente estresantes, y muchos empleos plantean enormes
exigencias de responsabilidad, tiempo y resultados (Roberts
y Levenson, 2001; Tennant, 2001). Si bien nosotros hemos
separado arbitrariamente el estrés en tres categorías, cualquier situación puede implicar elementos de cada una de
ellas. El siguiente caso ilustra lo que acabamos de decir:
Un estudiante deprimido
Un estudiante cuya ambición de toda la vida ha
sido estudiar medicina, ha sido rechazado en
todas las Facultades de Medicina en las que ha
intentado matricularse. Este golpe imprevisto
le ha dejado deprimido y vacío. Siente una
enorme
frustración por su fracaso, y un fuerte
ESTUDIO
conflicto sobre lo que debe hacer a continuaDE UN
ción. Su familia y sus amigos le presionan para
CASO
que vuelva a intentarlo, pero él se siente abrumado por una sensación de fracaso. Se siente
tan amargado que está planteándose abandonarlo todo y convertirse en un vagabundo o en un crupier de Las Vegas. La monumental
pérdida de autoestima que acaba de experimentar le ha dejado
incapaz de hacer planes realistas, y con muy poco interés en plantearse opciones alternativas.
Si bien es cierto que en determinada situación puede
predominar un factor específico de estrés, lo normal es que
tengamos que enfrentarnos con más de una exigencia a la
vez, y que además se pueden plantear exigencias contradictorias.
Factores que predisponen a una persona
a sufrir estrés
La gravedad del estrés depende del grado en que éste impida un funcionamiento adecuado. El grado de alteración que
se produzca dependerá en parte de las características del
factor estresante, pero también de los recursos de la persona, tanto de carácter personal como ambiental, para poder
resolver las exigencias que se le plantean, pero además de la
relación entre ambos. Cada persona ha de enfrentarse a un
patrón único de exigencias de adaptación. Esto es así
debido a que las personas percibimos e interpretamos de
manera diferente las situaciones, y también porque, objetivamente, no hay dos personas que se enfrenten exactamente al mismo patrón de factores estresantes. En los siguientes
apartados vamos a revisar los factores que predisponen a
reaccionar de manera inadecuada ante las exigencias externas. A continuación exploraremos de qué manera es posible
afrontar las situaciones estresantes.
LA NATURALEZA DE LOS FACTORES ESTRESANTES. Si bien la mayoría de los factores menores de estrés,
como por ejemplo perder las llaves del coche, pueden
afrontarse sin mayor problema, aquellos otros que afectan a
aspectos importantes de nuestra vida —como la muerte de
un ser querido, un divorcio, perder trabajo, o una enfermedad grave— suelen ser absolutamente estresantes para la
mayoría de las personas. De hecho, cuanto mayor es su duración, más graves son sus efectos. Por ejemplo, el agotamiento mantenido durante largos periodos de tiempo
supone un estrés más intenso que una fatiga intensa pero
temporal. Por otra parte, los factores de estrés parecen ejercer un efecto acumulativo. Así, una pareja casada puede
mantener relaciones amistosas en medio de una serie prolongada de frustraciones e irritaciones menores, pero sin
embargo terminar su relación ante una pequeñez que ha
supuesto «la gota que ha colmado el vaso». En ocasiones, algunos factores estresantes trascendentales actúan sobre una
situación vital difícil y prolongada (Tein, Sandler, y Zautra,
2000). Este tipo de factores se consideran crónicos o de larga duración. Puede ocurrir que una persona se encuentre
frustrada por trabajar en un empleo aburrido e ingrato, del
que aparentemente no puede salir, que lleve mucho tiempo
sintiéndose infeliz en su matrimonio, o que tenga alguna limitación física o un problema de salud crónico que le suponga una grave frustración.
También hay que contar con la posibilidad de que aparezcan simultáneamente diferentes factores de estrés. Si un
hombre sufre un ataque al corazón, pierde su trabajo, y además le comunican que acaban de detener a su hijo por tráfico de drogas, su estrés seguro que será más grave que si
cada uno de esos factores hubiera aparecido por separado.
Por último, los síntomas de estrés son más intensos
cuanto más estrechamente implicada haya estado la persona en la situación traumática. Pynoos y sus colaboradores
(1987) realizaron una investigación sobre los síntomas y la
conducta de un grupo de niños, un mes después de que hubieran sufrido un tiroteo en el patio de recreo (uno de los
niños murió, y otros resultaron heridos cuando un francotirador empezó a disparar aleatoriamente). Se entrevistó a
un total de ciento cincuenta y nueve niños de esa escuela. La
cantidad de estrés que experimentaban los niños dependía
del lugar en que se encontraran en el momento del tiroteo,
ya fuera en el patio de recreo, dentro de la escuela, en los al-
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rededores, camino a casa, ausentes de la escuela, o incluso
fuera del barrio. Quienes mostraban los síntomas más graves eran quienes habían estado en el patio de recreo durante el tiroteo, mientras que los niños que no habían acudido
ese día a la escuela no experimentaban síntoma alguno.
LA EXPERIENCIA DE LA CRISIS. De vez en cuando,
la mayoría de nosotros experimentamos momentos de estrés especialmente agudos, repentinos y muy intensos. El
término crisis se utiliza para referirse a esas ocasiones en
que una situación estresante supera la capacidad adaptativa
de una persona o de un grupo. Las crisis resultan especialmente estresantes debido a que los factores de estrés suelen
ser tan poderosos, que nuestras técnicas para afrontarlos
simplemente no funcionan. Esto es lo que permite distinguir una crisis del estrés: una crisis o situación traumática
sobrepasa la capacidad para enfrentarse con ella, mientras
que el estrés no tiene porqué resultar necesariamente abrumador.
Una crisis o trauma puede producirse como consecuencia de un divorcio plagado de resentimiento, de un desastre natural como puede ser una inundación (Waelde,
Koopman, et al., 2001), o tras algún tipo de accidente o enfermedad, que exige una difícil readaptación del auto-concepto de esa persona y de su estilo de vida. Se ha estimado
que este tipo de crisis se producen en la vida de una persona media con una frecuencia que oscila entre una cada diez
años o una cada dos años. Una encuesta realizada por Elliot
(1997) encontró que el setenta y dos por ciento de una amplia muestra aleatoria de adultos en los Estados Unidos, habían sufrido algún tipo de trauma a lo largo de su vida.
El resultado de estas crisis ejerce una profunda influencia sobre la adaptación ulterior de la persona. Si una crisis
exige el desarrollo de un nuevo método de afrontamiento
más eficaz —quizá la incorporación a un grupo de apoyo, o
aceptar la ayuda de los amigos— puede que incluso esa persona supere esa crisis con una mejor capacidad de adaptación de lo que tenía antes. Pero si por el contrario, la crisis
destruye su capacidad para enfrentarse con factores similares de estrés que puedan aparecer en el futuro, debido a las
expectativas de fracaso que pueda haber generado, entonces
se resentirá su capacidad general de adaptación. Por esa razón, la intervención durante las crisis, proporcionando
ayuda psicológica en momentos muy intensos de estrés, se
ha convertido en un aspecto esencial de las estrategias actuales de prevención y tratamiento.
Es importante recordar que los
cambios vitales, incluso aquellos de carácter positivo como
haber logrado un ascenso muy deseado en el trabajo, o
contraer matrimonio, acarrean nuevas exigencias y por lo
tanto pueden resultar estresantes. Nuestro entorno psicosocial (lo que incluye elementos como nuestra red de amistades, nuestro trabajo y nuestros recursos sociales),
CAMBIOS VITALES.
¿Qué es el estrés?

desempeña un papel muy importante para suscitar la aparición de trastornos o para precipitar su manifestación, incluso en el caso de trastornos de carácter tan biológico
como el trastorno bipolar (véase el Capítulo 7; Johnson y
Miller, 1997). Por otra parte, el estrés es mayor cuanto más
rápidos se produzcan los cambios. Las primeras investigaciones sobre el tema intentaron desarrollar escalas para
medir la relación entre el estrés y eventuales trastornos físicos y mentales. Uno de los primeros intentos fue el de
Holmes y Rahe (1967) que desarrollaron la Escala De Estimación De La Readaptación Social, para medir la acumulación de estrés a que una persona hubiera estado expuesta
durante determinado período de tiempo (véase también
Hobson y Delunas, 2001; Scully, Tosi, y Banning, 2000).
Esta escala mide el estrés de la vida en términos de «unidades de cambio vital» (UCV): cuanto más estresante sea un
acontecimiento, más UCV se le asignan. En el extremo superior de la escala, la «muerte de la esposa» puntúa con
cien UCV, mientras que el «divorcio» puntúa con setenta y
tres unidades. En el extremo inferior de la escala, las «vacaciones» suponen trece unidades, mientras que «infracciones menores de la ley» se valoran con once unidades.
Holmes y sus colaboradores encontraron que las personas
que durante los últimos meses tenían una puntuación
UCV superior a trescientas, estaban en un grave riesgo de
padecer alguna enfermedad durante los siguientes dos
años. Por su parte, Horowitz y sus colaboradores (Horowitz , Vilner, y Álvarez, 1979) desarrollaron la Escala De
Impacto De Acontecimientos (véase también Shevlin,
Hunt, y Robbins, 2001). Esta esala mide la reacción de una
persona ante una situación estresante, identificando el factor estresante y planteando a continuación una serie de
preguntas para saber cómo lo está afrontando.
Este tipo de escalas han recibido numerosas críticas
debido a una serie de problemas metodológicos. Por ejemplo, algunas críticas se dirigen hacia los elementos que se
han seleccionado en la escala, hacia la subjetividad de la
puntuación, a no haber tenido en cuenta la relevancia de
esos elementos en función de la población estudiada, y al
hecho de que la escala se base en los recuerdos que tienen
los sujetos (Monroy y Simons, y 1991). Otras limitaciones
es que tienden a medir más los problemas crónicos que las
reacciones a acontecimientos ambientales específicos (Depue y Monroy, 1986; Monroe, Roberts, Kupfer, y Frank,
1996) y, según el humor que tenga la persona en ese momento, es posible que se modifique su percepción de lo
estresante que pueda haber sido un acontecimiento. Probablemente el aspecto más problemático de estas escalas
sea que sólo sirven como un indicador general de estrés, y
no proporcionan información útil sobre tipos específicos
de trastornos. Sin embargo, pese a tales limitaciones lo que
sí es cierto es que muchos de los cambios que experimentamos en nuestra vida resultan estresantes (Maddi, Bartone, y Puccetti, 1987).
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CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
Otra estrategia para valorar los acontecimientos más
significativos de la vida ha sido el Inventario De Acontecimientos Y Dificultades De La Vida desarrollado por Brown
y Harris (1989) y por Brown y Moran (1997). Esta estrategia consiste en una entrevista semi-estructurada que coloca
los acontecimientos de la vida en un contexto definido con
gran claridad, que pretende incrementar la fiabilidad entre
observadores. Ello permite evaluar de una manera más directa el significado que ese acontecimiento ha tenido para el
individuo. Si bien se trata de una estrategia más laboriosa y
costosa, los resultados son más fiables que los obtenidos
con otras escalas vitales.
LA PERCEPCIÓN DE LA PERSONA DEL ACONTECIMIENTO ESTRESANTE. La mayoría de nosotros sabe-
mos perfectamente que algunas veces lo que para una
persona es una circunstancia estresante, para otra supone
una emoción apasionante. Algunos no paran de buscar la
ocasión de aparecer en escena, mientras que otros la rehuyen con espanto. Estas diferentes reacciones ante los acontecimientos ambientales se deben en parte a la manera en
que se percibe la situación. Un estudio realizado por Clark,
Salkovskis, Öst, et al. (1997) encontró que las personas proclives a sufrir ataques de pánico tendían a interpretar las
sensaciones corporales de manera más catastrófica que
quienes no experimentaban ese tipo de ataques. Una persona que se siente abrumada y preocupada por si será capaz
de afrontar un problema determinado tiene mayor probabilidad de experimentar el pánico que otra persona que se
siente capaz de manejar ese problema. Por ejemplo, una
madre apesadumbrada por la idea de no es capaz de manejar a sus tres revoltosos niños, probablemente experimentará consecuencias más negativas que otra madre en
circunstancias similares, pero que se enfrenta positivamente al problema.
Con mucha frecuencia, también aparecen exigencias
de ajuste que no habíamos previsto (y para las que no disponemos de estrategias de afrontamiento), que sitúan a la
persona ante un estrés considerable. Ninguno de nosotros
hemos aprendido a afrontar las consecuencias de que nuestro hogar quede arrasado por un incendio. Precisamente
por eso el hecho de recibir previamente información realista al respecto facilita la recuperación del estrés procedente
de una intervención quirúrgica grave: saber lo que le espera
permite predecir lo que ocurrirá, lo que a su vez reduce la
ansiedad y el estrés (Leventhal, Patrick-Muller, y Leventhal,
1998; McDonald y Kuiper, 1983). Estar en condiciones de
comprender la naturaleza de la situación estresante, prepararse para ella, y saber cuánto durará, son elementos que
disminuyen la gravedad del estrés una vez que aparece.
Por otra parte, ser capaz de percibir ciertos beneficios
en medio del desastre, como por ejemplo la intensificación
de las relaciones afectivas familiares, también puede moderar el efecto de un trauma y facilitar la adaptación a las nue-
vas circunstancias. No cabe duda de que es más difícil adaptarse a algunos factores de estrés que a otros. Un estudio de
McMillan, Smith, y Fisher (1997) encontró que la facilidad
que tuviera un individuo para percibir algún tipo de beneficio derivado de la necesidad de adaptarse a las consecuencias del desastre dependía en parte de la naturaleza de ese
desastre. Por ejemplo, era más difícil percibir el «mal que
por bien no venga» de un trágico accidente de aviación con
gran cantidad de muertos, que adaptarse a los daños
producidos por un tornado. En el caso del accidente de
aviación resulta imposible encontrar algún «beneficio»,
mientras que el tornado todavía dejaba abierta alguna posibilidad: «podría haber sido peor, y haber destrozado la escuela» o «gracias a Dios que en todo el mundo estaba
trabajando fuera de la zona».
Las personas que no
son capaces de manejar adecuadamente las circunstancias
estresantes son especialmente vulnerables ante la menor
frustración o presión. Quienes no están seguros de su capacidad y valía tienen mayor tendencia a percibir amenazas
que aquellos que suelen sentirse tranquilos y seguros. El término tolerancia al estrés se refiere a la capacidad de una
persona para resistir estrés sin experimentar daños importantes. Las personas muestran una enorme variabilidad
respecto a su vulnerabilidad ante los factores de estrés.
Blanchard, Hickling, Taylor, y Loos (1995) encontraron que
quienes habían sufrido una depresión mayor tenían un mayor riesgo de desarrollar síntomas psicológicos graves relacionados con estrés, después de sufrir un accidente
automovilístico (véase Capítulo 7). Algunos individuos parecen ser constitucionalmente más «frágiles» que otros, y
tienden a experimentar más dificultades para manejar incluso cambios relativamente pequeños. No tienen la suficiente vitalidad y en seguida caen enfermos ante situaciones
estresantes. Por otra parte, diferentes personas responden
de diferente manera a factores estresantes distintos. Puede
que no hayan conseguido aprender estrategias adaptativas
eficaces para afrontar ciertos factores. En este sentido, la
historia personal de aprendizajes desempeña un papel
esencial en esta capacidad general para enfrentarse con el
estrés. Algunas experiencias traumáticas tempranas pueden
hacer que una persona sea especialmente vulnerable a —o
especialmente bien equipada para manejar— ciertos factores estresantes (véase el Capítulo 3 sobre los modelos predisposición-estrés). Si tenemos una mala experiencia en el
afrontamiento de circunstancias difíciles, probablemente
eso nos haga más vulnerables ante nuevos desafíos. Por
ejemplo, una persona que ha estado sujeta a factores estresantes incontrolables (como que hayan abusado sexualmente de ella durante su niñez) tiende a ser más vulnerable
o más sensible a otros abusos que pueda sufir posteriormente. Por estas y otras razones, ciertos factores que a una
persona le resbalan a otras pueden llegar a incapacitarla.
LA TOLERANCIA AL ESTRÉS.
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CARENCIA DE RECURSOS EXTERNOS Y DE APOYO
SOCIAL. Existe considerable evidencia de que las rela-
ciones familiares y sociales positivas pueden atenuar los
efectos del estrés, e incluso reducir la enfermedad derivada
del mismo (Monroy y Steiner, 1986). Y al revés, la carencia
de esos apoyos externos, ya sean personales o materiales,
puede hacer que un factor estresante determinado aumente su potencia y afecte con más dureza a la capacidad del individuo para afrontarlo. Una encuesta nacional que se
realizó en China sobre acontecimientos vitales estresantes
encontró que los factores estresantes de la vida cotidiana
que se mencionaron con más frecuencia fueron las relaciones interpersonales (Zheng y Lin, 1924). Un divorcio o la
muerte de un ser querido provoca más estrés si la persona se
siente sola que si está rodeada por personas que la quieren y
que intentan ayudarla. Por ejemplo, Siegel y Kuikendall
(1990) encontraron que los viudos que acudían a la iglesia
experimentaban menos depresión que quienes no lo hacían. También encontraron que los viudos solían deprimirse
más que las viudas. No está claro el motivo de este último
resultado, si bien suele repetirse en un estudio tras otro (or
ejemplo, Stroebe y Stroebe, 1983). Quizá se deba a que las
mujeres tienen un círculo mayor de amigos, y que por ello
experimenten una menor vulnerabilidad a la depresión
(Kershner, Cohen, y Coyne, 1998).
También cabe la posibilidad de que algún miembro de
la familia influya negativamente sobre otra persona. En
efecto, cuando un miembro de la familia experimenta una
dificultad grave, como una enfermedad mortal o un trastorno psiquiátrico, se eleva el nivel de tensión del resto de la
familia (Yager, Grant, y Bolus, 1984).
Muchas veces la cultura ofrece rituales específicos que
sirven de apoyo a una persona mientras ésta intenta afrontar determinados tipos de estrés. Por ejemplo, la mayoría de
las religiones tienen ritos que ayudan a soportar el luto, y algunos credos disponen de la confesión, que permite afrontar el estrés derivado de la culpa y la auto-recriminación.
En definitiva, la interacción entre los factores estresantes y los recursos de la persona para enfrentarse con ellos
determina en gran medida la gravedad del estrés. Cualquiera que sea la magnitud del problema, el estrés derivado del
mismo será menor si la persona se siente capaz de manejarlo. Tras haber revisado algunos de los factores que influyen
sobre la manera en que reaccionamos al estrés, vamos a examinar algunas estrategias para afrontar los acontecimientos
estresantes.
El afrontamiento del estrés
En general, los niveles de estrés muy elevados suponen una
amenaza para el bienestar, y generan conductas dirigidas a
aliviar la tensión. En definitiva, el estrés impulsa a la persona a hacer algo. Qué es lo que se haga dependerá de diversos
factores. Algunas veces se tratará de factores internos —ta-
¿Qué es el estrés?

les como el marco de referencia del individuo, sus motivos,
competencias, o tolerancia al estrés—, los que desempeñen
un papel esencial en sus estrategias de afrontamiento. Por
ejemplo, una persona que ha sido capaz de superar con éxito alguna adversidad pasada, probablemente se encontrará
mejor equipada para enfrentarse con problemas similares
en el futuro (Major, Richards, Cooper, Cozzarelli, y Zubek,
1997; Masten y Coatsworth, 1998) (véase la discusión sobre
la flexibilidad en el Capítulo 3). En otras ocasiones las condiciones ambientales, como las presiones sociales extremas,
serán las que ejerzan el papel fundamental. Por supuesto,
cualquier reacción ante el estrés refleja la interacción de estrategias internas y de condiciones externas —algunas más
influyentes que otras, pero todas unidas para provocar determinada reacción en una persona—. Resulta por otra
parte, que algunas personas se dedican a generar estrés y no
a afrontarlo. Estudios recientes han puesto de manifiesto
que las situaciones estresantes podrían estar relacionadas
con aspectos cognitivos. Por ejemplo, si usted se siente deprimido o ansioso, probablemente perciba el hecho de que
un amigo cancele una cita para comer juntos como una señal de que le molesta su compañía, en vez de considerar que
ha surgido un problema que le ha impedido gozar de su
compañía (Simons et al., 1993).
A continuación vamos a revisar algunos principios generales de la adaptación y la capacidad de afrontamiento. A
continuación examinaremos algunas etapas que suelen
aparecer cuando el funcionamiento adaptativo de una persona se encuentra amenazado.
Con el fin de revisar cuáles son los principios generales
que permiten enfrentarse con el estrés, resulta útil suponer
la existencia de tres niveles de interacción: (1) un nivel biológico, que implica defensas inmunológicas y mecanismos
de auto-reparación; (2) un nivel psicológico e interpersonal, que supone estrategias de afrontamiento aprendidas, y
el apoyo por parte de la familia y de los amigos; y (3) un nivel sociocultural, compuesto por recursos de todo el grupo,
como sindicatos, organizaciones religiosas y agencias de
protección del consumidor.
El fracaso en alguno de esos niveles puede aumentar de
una manera importante la vulnerabilidad en el resto de los
niveles. Por ejemplo, la disminución de las defensas inmunológicas no sólo puede perjudicar el funcionamiento corporal, sino también el psicológico; a su vez, si los patrones
psicológicos de afrontamiento son muy escasos y limitados,
pueden terminar por generar enfermedades físicas. En el
Capítulo 10 comentaremos con más detenimiento el impacto del estrés sobre el funcionamiento del cuerpo y los
trastornos físicos.
Para poder afrontar con éxito el estrés, es necesario superar dos desafíos: (1) enfrentarse a las exigencias de los
factores estresantes, y (2) protegerse de los perjuicios psicológicos que puedan aparecer. Cuando una persona se siente
capaz de manipular una situación estresante, suele poner en
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Estrés y trastornos de adaptación
práctica una respuesta dirigida a resolver el problema, esto
es, dirigida fundamentalmente a enfrentarse con las circunstancias causantes del estrés. Esto significa que es capaz
de valorar objetivamente la situación, buscar soluciones alternativas, decidir cuál es la estrategia más apropiadas,
adoptar un plan de acción y evaluar los resultados.
Una
respuesta orientada al problema puede suponer realizar
cambios en uno mismo, en el entorno, o en ambos, en función de cuál sea la situación. Puede que se trate de una acción abierta, como mostrar más afecto hacia la esposa, o
quizá más encubierta, como disminuir el propio nivel de aspiración. Puede que se intente evitar el problema, abordarlo directamente, o encontrar un compromiso razonable.
Cada una de esas estrategias puede resultar apropiada dependiendo de la circunstancia. Por ejemplo, si uno se encuentra en una situación de peligro físico indudable como
puede ser un incendio forestal, la respuesta orientada al
problema más lógica es salir corriendo.
Normalmente este tipo de mecanismos de defensa se
utilizan de manera combinada y no aisladamente, y frecuentemente van unidos a una conducta dirigida a la solución del
problema. Este tipo de mecanismos de defensa sólo deben
considerarse desajustados cuando constituyan la estrategia
de afrontamiento predominante y se apliquen de manera
excesiva (Erickson, Feldman, Shirley, y Steiner, 1996).
AFRONTAMIENTO ORIENTADO AL PROBLEMA.
AFRONTAMIENTO DIRIGIDO A LA DEFENSA. Cuando los sentimientos de autoestima de una persona se encuentran gravemente amenazados por algún factor de
estrés, suelen aparecer respuestas orientadas a la defensa
—esto es, conductas dirigidas fundamentalmente a la protección del yo frente al dolor y la desorganización, y no
tanto a la resolución de la situación—. Normalmente la
persona que recurre a respuestas defensa ha recurrido previamente a otras conductas más productivas y orientadas al
problema, con la finalidad fundamental de mantener la integridad de su yo, no importa lo imprudente y legítimo que
pueda ser ese esfuerzo.
Existen dos tipos de respuesta defensiva muy comunes. El primero consiste en conductas como el llanto, el habla repetitiva, o los lamentos de luto, que parecen
funcionar como mecanismos de reparación del daño psicológico. El segundo tipo consiste en mecanismos de autodefensa como los que se expusieron en el Capítulo 3. Este
tipo de mecanismos, que incluyen conductas como la negación y la represión, permiten aliviar la tensión y la ansiedad, y proteger al yo del daño y la desvalorización. Por
ejemplo, la persona que teme que sus dificultades para expresar afecto puedan acabar con una relación afectiva, podría afrontar ese problema a la defensiva, proyectando la
culpa sobre la otra persona. Los mecanismos de defensa del
yo pretenden proteger a la persona de amenazas externas,
como fracasos en el trabajo o en las relaciones íntimas,
pero también de amenazas internas, como la culpabilidad
derivada de ciertos deseos o acciones. Se trata de mecanismos que actúan de la siguiente manera: (1) negando, distorsionando, o restringiendo la experiencia de la persona;
(2) reduciendo la implicación emocional; y/o (3) contrarrestando la amenaza o el daño.
REVISIÓN
• ¿En qué se diferencian los factores
estresantes, el estrés y las estrategias
de afrontamiento?
• ¿En qué medida algunos elementos como
la naturaleza de los factores estresantes,
la percepción de los mismos, la tolerancia
al estrés y los recursos y apoyos externos,
pueden modificar los efectos del estrés?
• ¿Qué diferencias hay entre las respuestas al
estrés que están orientadas al problema y las
que están orientadas a la defensa?
EFECTOS DEL ESTRÉS
INTENSO
Como ya se ha dicho, los factores estresantes ponen en marcha recursos de adaptación que, en definitiva, implican reacciones orientadas al problema u orientadas a la defensa.
La mayoría de las veces, este tipo de reacciones son suficientes para resolver la amenaza. Pero cuando los factores estresantes se mantienen durante mucho tiempo o son muy
intensos —por ejemplo, cuando un niño sufre abusos constantes— puede que la persona no sea capaz de adaptarse, y
disminuya su capacidad para enfrentarse con éxito a futuros acontecimientos estresantes. Solemos referirnos a esta
disminución del funcionamiento adaptativo como una descompensación psicológica o de la personalidad.
Nuestras reacciones ante el estrés nos permiten afrontarlo. Sin embargo, si las exigencias son excesivas (o nosotros
creemos que lo son), el estrés puede resultar muy dañino. Es
posible que tengamos que pagar un precio muy elevado por
un estrés muy intenso, ya sea una disminución de nuestra
eficiencia, de nuestros recursos adaptativos, el desgaste de
nuestro sistema biológico o, en algunos casos extremos, el
deterioro físico y psicológico, e incluso la muerte.
Por lo que concierne al ámbito fisiológico, un estrés
muy intenso puede provocar alteraciones que impidan a
nuestro cuerpo luchar contra virus y bacterias. En el ámbito
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Efectos del estrés intenso
psicológico, la percepción de amenazas puede provocar un
campo perceptivo cada vez más restringido y procesos
cognitivos muy rígidos. Por ejemplo, las personas que han
sufrido el trauma de la guerra durante un periodo prolongado de tiempo suelen tener problemas para hacer planes
de futuro.
Cuando un organismo se enfrenta con factores estresantes intensos, puede ocurrir que experimente una disminución de la tolerancia respecto a otros factores estresantes.
Selye (1976b) demostró que una sucesión de estímulos nocivos puede ejercer efectos letales sobre los animales. Para
poder explicar cómo influye el estrés sobre el organismo,
Selye introdujo el concepto de homeostasis, un estado
«equilibrado» donde el organismo siente que sus necesidades biológicas están satisfechas. Pero cuando aparece el estrés, se altera el equilibrio homeostático. Otro de los
fenómenos relacionados con los efectos del estrés es la alostasis, esto es, un proceso de adaptación o de búsqueda de la
estabilidad en medio del cambio. Por ejemplo, para poder
enfrentarse a los factores estresantes, el organismo pone en
marcha sus propios recursos mediante la activación de la
adrenalina. Bajo un estrés prolongado, estos sistemas están
activados continuamente, por lo que ya no pueden desactivarse cuando dejan de ser necesarios. La movilización constante de tales sistemas recibe el nombre de «carga
alostática» (McEwen y Stellar, 1993a), y provoca un desgaste del cuerpo. Por otra parte, si los recursos del organismo
ya están funcionando para poder afrontar el estrés, no estarán disponibles para enfrentarse con otros problemas que
eventualmente puedan aparecer. Esto explica que un estrés
psicológico mantenido durante mucho tiempo termina por
disminuir la resistencia biológica ante las enfermedades
(véase el Capítulo 10). Resulta interesante constatar que un
estrés muy prolongado puede generar incluso una hiper-
Contra
shock
sensibilidad ante otros factores estresantes, como por ejemplo una insensibilidad patológica a ellos, o apatía y desesperación. En general, cuando el estrés es muy intenso y
prolongado, provoca una importante disminución de la capacidad adaptativa general del organismo.
Efectos biológicos del estrés
Un estrés muy persistente e intenso (trauma) puede alterar
de manera importante la salud física de una persona, como
veremos de una manera más detallada en el Capítulo 10.
Resulta difícil especificar con exactitud los procesos biológicos que subyacen a las respuestas de una persona a las situaciones traumáticas. Fullerton y Ursano (1997) han
señalado la existencia de importantes lagunas en las explicaciones psiquiátricas de la respuesta ante los traumas. Sin
embargo, un modelo que permite explicar el curso que sigue la descompensación biológica derivada de un estrés intenso, es el síndrome de adaptación general, definido por
Selye (1956, 1926b), que ha recibido un importante apoyo
empírico (Mazure y Druss, 1995). Selye encontró que la reacción del cuerpo ante un estrés prolongado e intenso suele atravesar tres etapas principales: (1) una reacción de
alarma, en la que los mecanismos defensivos del cuerpo «se
ponen en alerta» mediante la activación del sistema nervioso autónomo; (2) una etapa de resistencia, en la que la
adaptación biológica alcanza su máximo nivel, en términos
de los recursos corporales que se ponen en marcha; y
(3) agotamiento, en la que se consumen por completo los
recursos orgánicos, por lo que el organismo pierde la capacidad de resistencia —en este momento, continuar la exposición al estrés puede provocar enfermedades e incluso la
muerte—. La Figura 5.1 muestra un diagrama del síndrome
de adaptación general propuesto por Seyle.
Nivel normal de resistencia
al estrés
Resistencia al estrés
Shock
Etapa 1
Reacción de alarma
Etapa 2
Resistencia

Etapa 3
Agotamiento
Figura 5.1
SÍNDROME DE ADAPTACIÓN DE SEYLE
Seyle encontró que la respuesta
general ante el estrés suele
producirse en tres etapas. Durante la
primera etapa (reacción de alarma),
la persona muestra una resistencia
inicial ante el estrés. Si éste persiste,
el individuo muestra una reacción
defensiva (etapa de resistencia),
donde intenta adaptarse al estrés.
Pero si todavía persiste esa intensa
exposición al estrés, puede que la
energía necesaria para la adaptación
llegue a agotarse, lo que culminaría
en una última etapa del síndrome
que sería el colapso (fase de
agotamiento).
Capítulo-05
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CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
EL ESTRÉS Y EL SISTEMA NERVIOSO SIMPÁTICO.
prácticamente. Dado que a lo largo de nuestra vida nos encontramos constantemente en periodos de estrés y descanso, se va acumulando cada minuto de déficit
adaptativo —que se añade a lo que denominamos envejecimiento (1976a, p. 429).
Desde que Cannon (1915) desarrollara su trabajo pionero
en este campo, es sabido el importante papel que desempeña el sistema nervioso simpático (SNS) en las respuestas
ante situaciones estresantes o peligrosas. Cada vez que el organismo se enfrenta con un peligro, el Sistema Nervioso
Simpático descarga adrenalina que lo prepara para «huir o
luchar» de la siguiente manera: (1) aumento del ritmo cardíaco y del flujo sanguíneo, que permite al organismo reaccionar ante las amenazas físicas. (2) dilatación de la pupila,
lo que permite que entre más luz en el ojo. (3) la piel se contrae para evitar pérdida de sangre en el caso de que se produzcan heridas. (4) aumenta el azúcar en la sangre para
proporcionar más energía. Gracias a este tipo de reacciones
biológicas, el organismo se prepara para realizar un esfuerzo físico «de emergencia», si bien en la actualidad la mayoría de las personas casi nunca se encuentran en una
situación que necesite tal nivel de activación como el que
hemos heredado de nuestros antecesores de las cavernas.
Sin embargo, esas reacciones que hemos heredado y que desempeñaron un importante papel adaptativo ante los retos
de la edad de piedra, acarrean problemas importantes para
nuestra adaptación a las circunstancias actuales (Carruthers, 1980). Quizá nuestra biología esté todavía mejor diseñada para enfrentarnos a problemas como escapar de un
animal salvaje, que a las dificultades de la vida moderna. De
hecho, una vez que la respuesta de estrés ha sido activada
durante largos periodos y de manera muy intensa, resulta
cada vez más difícil conseguir la homeostasis —esto es, desactivar la respuesta natural del organismo ante el estrés.
En su interesante libro sobre las consecuencias biológicas estrés, ¿Por qué las cebras no tienen úlcera? (1994), Robert Sapolsky ha señalado que «podría parecer... que los
factores estresantes crónicos o reiterados son los que hacen
enfermar. Pero en realidad lo que ocurre es que los factores
estresantes crónicos o repetidos pueden hacer que usted enferme o incrementar el riesgo de enfermedad» (p. 17).
Una vez que nuestro sistema nervioso simpático se ha
activado, y nos encontramos biológicamente dispuestos
para el combate físico, ¿qué ocurre cuando desaparece la
amenaza física? La mayoría de nosotros probablemente
pensemos que incluso después de una experiencia muy estresante podemos retornar por completo a nuestro estado
anterior. Sin embargo, la realidad es que en el momento que
aparece la respuesta de estrés se produce cierto grado de
agotamiento en el sistema. En sus estudios pioneros sobre
estrés, Selye encontró que:
Se ha realizado una gran cantidad de esfuerzo para explorar el impacto de la hiperactivación del sistema nervioso
simpático sobre una población traumatizada (Shalev,
2000). Son muchos los estudios que han examinado los
neurotransmisores que se ponen en marcha con la activación del sistema nervioso simpático: norepinefrina, epinefrina y dopamina. Por ejemplo, algunos estudios han
comparado los niveles que alcanzan esas sustancias, tanto
en personas que sufren un estrés intenso, como en un grupo de control (Yehuda et al., 1992). Algunos estudios han
puesto de relieve que se produce un aumento significativo
de diversos parámetros fisiológicos, tales como el ritmo cardíaco y la presión sanguínea. Davidson y Baum (1986) estudiaron los efectos del estrés durante un periodo de cinco
años a partir del accidente nuclear que tuvo lugar en marzo
de 1979 en la isla de las Tres Millas. Encontraron que incluso después de tanto tiempo, las personas que lo habían sufrido tenían una presión sanguínea más elevada, así como
más noradrenalina en la orina (lo que suele estar asociado
con un estado de activación constante). Esas personas también decían experimentar síntomas fisiológicos más intensos de estrés que los miembros de un grupo de control.
Otra forma de evaluar el efecto del estrés sobre el sistema biológico es recurrir a estudios de «desafío». En este
tipo de estudios lo que se hace es volver a exponer a la víctima a estímulos externos parecidos a los originales —como
puede ser una grabación de audio similar a la situación
traumática— mientras el investigador registra sus respuestas biológicas. Uno de estos estudios encontró en combatientes veteranos con trastorno de estrés post-traumático
un aumento del malestar subjetivo, de la presión sanguínea,
del ritmo cardiaco y de los niveles de epinefrina, cuando se
les hacía escuchar grabaciones de sonidos de la guerra (McFall, Murburg, Ko, et al., 1990).
La investigación sobre el papel del sistema nervioso
simpático en situaciones de estrés ha demostrado que la
respuesta de estrés puede ejercer un impacto muy significativo sobre el sistema cardiovascular del individuo. El estrés
intenso y traumático puede llegar a aumentar la presión
sanguínea hasta producir una arterioesclerosis, con el subsecuente riesgo de hipertensión y ataques cardíacos (véase
el Capítulo 10).
Los experimentos con animales han mostrado con claridad que cada exposición al estrés deja una cicatriz indeleble, que disminuye nuestras reservas de adaptabilidad, las
cuales no pueden reemplazarse. Es cierto que tras una experiencia amenazante el descanso nos permite prácticamente volver a nuestro nivel inicial, al eliminar la fatiga
aguda. Pero es necesario hacer énfasis sobre la palabra
EL ESTRÉS Y EL SISTEMA INMUNITARIO. El estrés
también puede actuar contra las glándulas del hipotálamo,
la pituitaria y adrenal, llegando a producir un desequilibrio
endocrino lo suficientemente importante como para pasar
factura al sistema inmunitario del individuo (véase la Figura 5.2). El hipotálamo libera hormonas que estimulan la
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Efectos del estrés intenso

Figura 5.2
Esta imagen muestra una
sección transversal de las
estructuras del cerebro que
están implicadas en las respuestas humanas al estrés.
pituitaria, que a su vez libera otras hormonas que regulan
muchas funciones corporales, como por ejemplo el desarrollo de los huesos y los tejidos, o la reproducción. Cuando
el estrés afecta al funcionamiento de esas glándulas, puede
provocar la desaparición del sistema inmunitario (Shigenobu, 2001; Yehuda, 2001), haciéndolo vulnerable a enfermedades ante las cuales normalmente sería inmune (Maier,
2001). Si bien nadie sabe realmente por qué el sistema inmunitario deja de actuar durante los periodos de estrés,
este proceso de emergencia quizá tuviera una función de
protección en algún momento de la evolución de nuestra
especie. Por ejemplo, puede que impidiese la adquisición de
enfermedades autoinmunes, al desarrollar la resistencia a
las mismas (Sapolsky, 1994). Sin embargo, lo que sí es cierto es que la supresión del sistema inmunitario ante un estrés crónico puede tener terribles consecuencias para la
salud. Por esa razón ha surgido un nuevo campo denominado psiconeuroinmunología, que estudia el efecto de los
factores estresantes sobre el sistema inmunitario. Tener un
sistema inmunitario mermado puede significar que esa
persona sea más vulnerable a las enfermedades transmisibles, así como a algunos problemas mentales como la depresión (O’Shea, 2001).
Numerosos estudios han demostrado que existe un
vínculo entre el estrés y la experiencia de sufrir emociones
intensas, tales como la pena (Irwin et al., 1987), la separación y el divorcio (Kiecolt-Glaser et al., 1988), la recuperación tras una operación quirúrgica (Kiecolt-Glaser et al.,
1998), y el estrés ante un examen (Workman y La Via,
1987). Al evaluar cómo los cambios en el sistema inmunológico pueden afectar a la salud, Zakowski, Hall, y Baum
(1992) destacaron la enorme importancia del sistema inmunológico en su respuesta ante el estrés. Los órganos y las
células asociados al sistema inmunológico suponen la principal defensa del cuerpo contra los organismos extraños y
otros peligros potenciales. La piel impide la intromisión de
una gran cantidad de microbios y de moléculas presentes
en el aire y en el agua; y el resto del sistema inmunológico
proporciona una eficaz defensa contra enfermedades como
el cáncer y el Virus De Inmunodeficiencia Humana (VIH).
Estos autores llegaron a la conclusión de que el sistema inmunológico nos protege contra trastornos auto-inmunes, y
mantiene un equilibrio celular que optimiza nuestras posibilidades de supervivencia.
Efectos psicológicos del estrés
prolongado
La descompensación de la personalidad que se produce
ante un trauma también resulta más o menos fácil de explicar. Parece seguir un curso similar a la descompensación
biológica, y de hecho puede suponer respuestas biológicas
muy específicas:
1. ALARMA Y MOVILIZACIÓN. En primer lugar, se movilizan los recursos disponibles para afrontar el trauma. Se produce una activación emocional, un aumento de la tensión,
mayor sensibilidad, mayor alerta (vigilancia) y esfuerzos de
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CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
autocontrol. A la misma vez, en sus intentos de controlar la
emergencia, el individuo adopta diversas medidas de afrontamiento que pueden estar dirigidas al problema o también
a la autodefensa, o quizá ser una combinación de ambas. Durante esta etapa pueden aparecer síntomas de inadaptación,
tales como tensión y ansiedad continuas, malestar gastrointestinal u otras enfermedades, y una disminución de la eficacia, señales todas ellas de que la puesta en marcha de los
recursos adaptativos no está siendo la más adecuada.
2. RESISTENCIA. Si el trauma continúa, frecuentemente la persona es capaz de encontrar algún medio de enfrentarse con él, para mantener así un ajuste mínimo a sus
condiciones de vida. La resistencia al trauma puede lograrse de manera temporal mediante medidas dirigidas a afrontar el problema, aunque también pueden intensificarse
durante esta etapa los mecanismos de defensa del yo. Sin
embargo, también pueden aparecer indicios que denotan la
presión que se está sufriendo. Por ejemplo, pueden observarse síntomas psicofisiológicas como malestar del estómago, y también leves distorsiones de la realidad como por
ejemplo una hipersensibilidad hacia los sonidos. Además,
puede que el individuo se comporte de manera rígida, y se
aferre a mecanismos de defensa anteriores, en vez de intentar reevaluar la situación para generar conductas de afrontamiento más adaptativas.
3. AGOTAMIENTO. En caso de que ese intenso trauma
persista durante más tiempo, es posible que los recursos
adaptativos se vayan reduciendo, y empiecen a fallar las estrategias de afrontamiento que se habían puesto en práctica
durante la etapa de resistencia. Cuando comienza la etapa
de agotamiento, la capacidad del individuo para enfrentarse con el estrés disminuye de manera sustancial, y puede
que llegue a utilizar los mecanismos de defensa de manera
exagerada e inapropiada. Tales reacciones pueden ir acompañadas de desorganización psicológica y ruptura con la realidad, lo que incluye delirios y alucinaciones. Los delirios
parecen reflejar pensamientos y percepciones cada vez más
desorganizados, junto con esfuerzos desesperados para
conservar la integridad psicológica, intentando así reestructurar la realidad exterior. En tales conductas de delirios
y alucinaciones también están presentes ciertos cambios
metabólicos que impiden el funcionamiento normal del cerebro. Eventualmente, si el estrés intenso continúa durante
el tiempo suficiente, este proceso de descompensación da
paso a otra etapa de desorganización psicológica grave, que
supone una violencia incontrolada y constante, apatía, estupor y quizá incluso la muerte. Siegel (1984) encontró un
patrón de este tipo entre treintaiún rehenes cuyos casos
analizó detenidamente. Aquellos a quienes se había mantenido en aislamiento, privación visual, restricciones físicas,
abusos físicos y amenaza de muerte, solían experimentar
alucinaciones.
REVISIÓN
• Describa las tres etapas del síndrome general
de adaptación de Selye. Compárelas con las
tres etapas de la descompensación de
personalidad.
• ¿Qué efecto tiene estrés sobre el sistema
nervioso simpático?
• ¿Qué efecto tiene el estrés sobre el sistema
inmunológico?
EL TRASTORNO DE
ADAPTACIÓN: REACCIONES
A FACTORES ESTRESANTES
DE LA VIDA COTIDIANA
Cuando una persona responde de manera inadaptada a un
factor estresante más o menos normal, como una boda,
un divorcio, el nacimiento de un hijo, o la pérdida de un
trabajo, y esa reacción se produce dentro de los tres meses
siguientes a la aparición de ese factor, puede decirse que está
dando muestras de un trastorno de adaptación. Se considera que la reacción está inadaptada cuando la persona es incapaz de funcionar de la manera habitual, o cuando su
reacción resulta excesiva. En el trastorno de adaptación, el
desajuste disminuye o se desvanece cuando (1) desaparece
el factor estresante o (2) el individuo aprende a adaptarse a
él. En el caso de que los síntomas permanezcan más de seis
meses, el DSM-4-TR recomienda modificar el diagnóstico,
y sustituirlo por algún otro trastorno mental. Como podremos comprobar en los siguientes apartados, la realidad de
los trastornos de adaptación no siempre permite adoptar
criterios temporales tan estrictos.
Llegados a este punto, parece razonable plantearse qué
debemos considerar como una conducta normal ante un
factor estresante. La respuesta parece eludir en cierta medida los criterios del DSM. En efecto, en el DSM-4-TR no
existe ninguna categoría específica para los trastornos por
estrés; por el contrario, tanto el trastorno por estrés agudo
como el trastorno por estrés post-traumático están clasificados dentro del apartado de los trastornos de ansiedad.
Parece evidente que no todas las reacciones ante los
factores estresantes son trastornos de adaptación. La clave
para calificar una reacción normal dentro de esta categoría
de trastorno por estrés post-traumático parece ser la incapacidad para funcionar de manera habitual, y por lo tanto
este criterio también se aplica a muchos otros trastornos,
como por ejemplo el trastorno de ansiedad. Da la sensación
de que esta incertidumbre no se resolverá de manera
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El trastorno de adaptación: reacciones a factores estresantes de la vida cotidiana
inmediata; lo que quizá sí resulte más importante es reconocer que el trastorno de adaptación probablemente constituye el diagnóstico más leve que un terapeuta puede
asignar a un cliente.
Vamos a describir a continuación algunos de los factores estresantes que suelen provocar trastornos de adaptación: desempleo, muerte de un ser querido y el divorcio o la
separación.
El desempleo
Los problemas laborales pueden generar en los trabajadores una gran cantidad de estrés (Williams, Barefoot, et al.,
1997). Una situación muy estresante que se produce con
demasiada frecuencia en la actualidad es la pérdida de un
empleo bien remunerado. Ser capaz de controlar el estrés
asociado con el desempleo requiere una gran capacidad de
afrontamiento, especialmente para las personas que habían alcanzado un nivel de vida acomodado. La desgracia de
perder el empleo y la dificultad de encontrar otro de características similares se ha convertido en una experiencia demasiado habitual en los Estados Unidos a partir de la Gran
Depresión de los años 30. Las frecuentes reestructuraciones empresariales provocan el despido de muchas personas, lo que transforma de la noche a la mañana una zona
próspera en un área deprimida. Prácticamente en cualquier zona geográfica es posible encontrar trabajadores
que han perdido el trabajo que habían tenido durante toda
su vida, y que se enfrentan al término del subsidio de
desempleo.
El desempleo supone un problema especialmente agudo entre algunos grupos sociales. Por ejemplo, muchos jóvenes pertenecientes a minorías se ven obligados a vivir en
una depresión económica permanente (Departamento De
Trabajo, 1999). De hecho, para estas minorías el nivel de desempleo puede ser el doble de lo habitual. Las consecuencias psicológicas a largo plazo pueden ser devastadoras.
Algunas personas son capaces de enfrentarse con el revés
que supone la repentina pérdida del trabajo, y adaptarse sin
mayores dificultades una vez que ha desaparecido la situación estresante. Sin embargo, para otros, el desempleo puede llegar a tener importantes efectos a largo plazo. El
impacto del desempleo crónico sobre el auto-concepto y la
autoestima pueden quedar hechos añicos, sobre todo en el
seno de una sociedad opulenta como la nuestra.
El duelo
La muerte súbita e inesperada de un ser querido explica un
tercio de los casos de trastorno por estrés post-traumático
(Breslau, Kessler, Chilcoat, et al., 1998). Cuando muere alguien cercano a nosotros, nos quedamos psicológicamente
aturdidos. Con frecuencia nuestra primera reacción es la
incredulidad. Después, a medida que vamos comprendiendo el significado de la muerte, nos abruman sentimientos

de pesar, tristeza y desesperación (e incluso, quizá, contra la
persona desaparecida).
El desconsuelo por la pérdida de un ser amado es un
proceso natural que permite al superviviente lamentar su
pérdida, para poder continuar viviendo después sin la persona desaparecida. Hay quien no atraviesa ese proceso
de desconsuelo, quizá debido a su personalidad (estilo de
afrontamiento defensivo), o a consecuencia de su situación
particular. Por ejemplo, puede que se espere de una persona
que se comporte de manera estoica, o también que tenga
que hacerse cargo de los asuntos familiares. También puede
ocurrir que otra persona desarrolle una depresión muy exagerada o prolongada más allá de la duración normal del
luto. Un proceso de luto normal suele durar más a menos
un año, y ejerce ciertos efectos negativos sobre la salud,
como una presión sanguínea elevada, cambios en los hábitos alimenticios, e incluso ideas de suicidio (Pringerson,
Bierhals, Kasl, Reynolds, et al., 1997).
Los duelos complicados o prolongados son frecuentes
en las aquellas situaciones en que la muerte se ha producido de manera inesperada (Kim y Jacobs, 1995). Las relaciones patológicas ante la muerte tienen más probabilidad de
aparecer en personas con una historia de problemas emocionales, o que abrigaban un fuerte resentimiento y hostilidad hacia la persona fallecida, lo que les provoca una
intensa culpabilidad. Suelen mostrarse profundamente deprimidas y en algunos casos, llegan a sufrir una depresión
mayor (véase el Capítulo 7). El siguiente caso ilustra una
reacción patológica de duelo excesiva (y, en este caso, con
resultados positivos), tras una trágica muerte.
El duelo de Nadine
Nadine es una profesora de instituto de sesenta
y seis años de edad, que había convivido durante cuarenta años con su marido Carlos, de sesenta y siete años, y que también era un
profesor retirado. La pareja había sido prácticamente
inseparable desde que se conocieron, y
ESTUDIO
de hecho habían llegado a dar clase en el mismo
DE UN
instituto durante la mayor parte de su vida. ViCASO
vían en un pueblo rural donde trabajaban y habían criado a sus tres hijos, cada uno de los
cuales se había casado y trasladado a una gran ciudad a más de
150 km de distancia. Durante muchos años habían estado planeando
su jubilación, y pensaban viajar por todo el país visitando a sus amigos. Una semana antes de su cuaremta aniversario, Carlos sufrió un
ataque al corazón y, tras cinco días en la Unidad de Cuidados Intensivos, sufrió un segundo ataque y falleció.
Nadine se tomó muy mal la muerte de su marido. Aunque tenía
gran apoyo emocional por parte de sus amigos y de sus hijos,
(continúa)
Capítulo-05
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CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
(continuación)
experimentó grandes dificultades de adaptación. Elena, una de sus
hijas, pasó unos cuantos días con ella y le pidió que fuera a vivir con
ella a la ciudad durante algún tiempo. Pero su madre rechazó una y
otra vez la invitación, aunque no tenía nada que hacer en casa. Los
amigos la llamaban con frecuencia, pero ella parecía incluso rechazar su presencia. En los meses que siguieron al funeral, Nadine perseveró en su reclusión voluntaria. Algunos vecinos y amigos
contaron a su hija Elena que su madre ni siquiera abandonaba la
casa para ir a comprar. Decían que se sentaba sola en la casa a oscuras, sin contestar al teléfono y sin abrir la puerta. También había
perdido el interés en todas las actividades que alguna vez la habían
hecho disfrutar.
Muy preocupada por el bienestar de su madre, Elena organizó
una campaña para conseguir que fuera a vivir con ella. Cada uno de
sus hijos, acompañado por toda su familia, hizo turnos para visitarla hasta que por fin empezó a mostrar de nuevo interés por la vida.
Llegó un momento en que aceptó las visitas, lo que supuso un paso
terapéutico —siempre le habían encantado los niños y disfrutaba de
cada minuto que pasaba con sus ocho nietos— y en la actualidad visita a sus hijos y se queda más tiempo de lo que inicialmente tenía
planeado.
El divorcio y la separación
El deterioro o la finalización de una relación íntima suponen un poderoso factor de estrés, que frecuentemente se
cita como la razón principal que induce a una persona a
buscar tratamiento psicológico. El divorcio, aunque ya más
aceptado socialmente, todavía supone el resultado trágico y
generalmente estresante, de lo que una vez fue una relación
íntima y agradable. Como se ha mencionado en el Capítulo 3, la ruptura matrimonial es una de las principales causas
de vulnerabilidad psicopatológica: las personas que se han
divorciado o separado recientemente forman uno de los
grupos más numerosos con problemas psicológicos.
Existen muchos factores que hacen que el divorcio sea
desagradable y estresante para cualquiera: el reconocimiento del fracaso de una relación; la necesidad de explicar ese
fracaso a la familia y a los amigos; la pérdida de amistades
que suele acompañar a la ruptura; las incertidumbres económicas que suelen experimentar ambos cónyuges y, cuando hay niños implicados, el problema de la custodia.
Además, después del divorcio suelen aparecer nuevos
problemas. La experiencia de adaptarse a vivir solo, probablemente tras haber pasado muchos años con la pareja,
puede constituir una experiencia difícil de aceptar. Dado
que muchas veces no sólo hay que dividir la cuenta corriente sino también los amigos, se hace necesario hacer nuevas
amistades. Por otra parte el establecimiento de una nueva
relación romántica puede que requiera enormes cambios
personales. Incluso cuando la separación se haya producido
de manera relativamente amistosa, es necesario sacar fuerzas de flaqueza para adaptarse y afrontar la nueva situación.
Por lo tanto no resulta sorprendente que el divorcio constituya el motivo principal por el que se busca asesoramiento
psicológico.
A continuación vamos a revisar algunas características
de los acontecimientos catastróficos, así como las reacciones diferentes que podemos mostrar ante ellos. Después
nos centraremos en algunos sucesos estresantes más específicos que pueden provocar un trastorno de estrés post-traumático.
REVISIÓN
• Según el DSM-4-TR, ¿en qué consiste un
trastorno de adaptación?
• ¿Qué «grado de estrés» se requiere para
diagnosticar un trastorno de adaptación?
TRASTORNOS DE ESTRÉS
POST-TRAUMÁTICO:
REACCIONES A
ACONTECIMIENTOS
CATASTRÓFICOS
Las crisis ambientales repentinas e inesperadas pueden provocar síntomas físicos y psicológicos de carácter muy grave.
Dichos síntomas, que suelen denominarse trastorno de estrés post-traumático (TEPT), pueden incluir algunos de
los siguientes:
• El acontecimiento traumático vuelve a experimentarse
imaginariamente una y otra vez, mediante pesadillas o
pensamientos recurrentes.
• Se evitan los estímulos asociados con el trauma (por
ejemplo los coches, si se trata de un accidente automovilístico).
• Tensión o irritabilidad crónica, generalmente acompañadas de insomnio e incapacidad para tolerar los ruidos.
• Dificultades de concentración y memoria.
• Pueden aparecer sentimientos de depresión, de manera
que el individuo evita situaciones sociales donde podría estar expuesto a alboroto y estímulos ruidosos.
Evidentemente, el TEPT incluye elementos de ansiedad
––generalmente sentimientos de miedo y aprensión— pero
dado que mantiene una relación tan estrecha con una expe-
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Trastornos de estrés post-traumático: reacciones a acontecimientos catastróficos
riencia de fuerte estrés, lo trataremos en esta sección,
aunque también en el Capítulo 6, en el apartado de los trastornos de ansiedad.
En nuestra sociedad existen muchas fuentes potenciales
de crisis o trauma, por lo que los síntomas del TEPT no son
infrecuentes entre la población general. Un ejemplo de
acontecimientos traumáticos que pueden dar lugar a dificultades de adaptación son los derivados de catástrofes naturales, como los incendios, las tormentas, o los terremotos.
Un estudio realizado con estudiantes universitarios que sufrieron el terremoto de Loma Prieta 1989 en el área de San
Francisco, confirma la idea general de que los acontecimientos traumáticos influyen sobre las pesadillas. Wood y sus colaboradores (1992) encontraron que los estudiantes que
habían sufrido el terremoto mostraban más pesadillas, sobre
todo relacionadas con terremotos, que aquellos que no lo
habían sufrido. De manera similar, otros acontecimientos
traumáticos más comunes, como accidentes y agresiones,
pueden dar lugar a problemas de adaptación muy duraderos
(Norris y Kaniaskty, 1994; Falsetti et al., 1995).
Prevalencia del TEPT entre la población
general
Hasta hace muy poco no existían estimaciones de la prevalencia de este trastorno. De hecho hasta 1980 no se definió de
manera formal su diagnóstico, y los casos que se conocían se
limitaban exclusivamente a los veteranos de guerra y a las
víctimas de desastres (Breslau, 2001). Existe cierta variación
en cuanto a la estimación de la prevalencia del TEPT entre la
población general, pero parece que afecta a uno de cada doce
adultos en algún momento de su vida (Breslau, 2001). El estudio de Comorbilidad Nacional de Los Estados Unidos
(Kessler et al., 1995) estimó una tasa de alrededor del 7,8 por
ciento de la población (cinco por ciento de hombres y 10,4
por ciento de mujeres). Evidentemente dichas tasas son menores entre las poblaciones que sufren menos desastres naturales y menos criminalidad. Por ejemplo en Munich,
Alemania, la muestra estudiada mostró que sólo el 25,5 por
ciento de los hombres y el 17,7 por ciento de las mujeres habían experimentado alguna vez en su vida un acontecimiento traumático, y que sólo el uno por ciento de los hombres y
el 2,2 por ciento de las mujeres cumplía los criterios para el
diagnóstico de un TEPT (Perkonigg, Kessler, et al., 2000). En
una revisión de las publicaciones sobre la prevalencia del
TEPT, Resick (2001) ha estimado que entre el cinco y el 6 por
ciento de los hombres, y el diez o el doce por ciento de las
mujeres norteamericanas han experimentado TEPT en algún momento de su vida. Lee y Young (2001) han llegado a
la conclusión de que aunque el noventa y tres por ciento de
la población dice haber sufrido algún acontecimiento traumático alguna vez en su vida, sólo entre el cinco y el doce por
ciento han desarrollado un TEPT. Breslau (2001) llegó a la
conclusión de que el TEPT duplica su prevalencia entre las

mujeres en relación con los hombres, debido fundamentalmente a la violencia de carácter sexual y doméstico.
Por supuesto, el TEPT puede aparecer junto a otros trastornos. Brown, Stout, y Muller (1999) encontraron que el
cincuenta y cuatro por ciento de las personas que abusan de
sustancias también podían ser diagnosticadas de TEPT. Kessler et al. (1995) sugieren que aproximadamente el dieciséis
por ciento de las personas con TEPT sufren algún otro trastorno, y que el cincuenta y cuatro por ciento de las personas
con TEPT pueden tener tres o más diagnóstico psiquiátricos.
Vivimos en un mundo violento y peligroso. La mayoría
de las personas que están expuestas a accidentes aéreos,
automovilísticos, explosiones, incendios, terremotos, tornados, violaciones, u otras experiencias terroríficas, demuestran reacciones psicológicas traumáticas, como la confusión
y la desorganización. Los síntomas pueden ser muy variados,
según sea la naturaleza y la gravedad de la experiencia, del
grado de sorpresa, y de la personalidad del individuo. Considérese si no los siguientes ejemplos: alrededor de la mitad de
los supervivientes del incendio del club Coconut Grove, que
arrasó la vida de cuatrocientas noventa y dos personas en
Boston en 1942, requirieron tratamiento para paliar un trauma psicológico grave (Adler, 1943). Las evaluaciones psicológicas de ocho de los sesenta y cuatro supervivientes de la
colisión entre dos aviones en Santa Cruz de Tenerife en 1977,
donde murieron quinientas ochenta personas, indicaron
que los ocho sufrieron problemas emocionales muy graves
relacionados de manera directa con el accidente (Perlberg,
1979). Seis ayudantes de vuelo que sobrevivieron a un accidente de aviación en el que murieron cuarenta y siete pasajeros, fueron evaluados ocho meses después del accidente, y
todos ellos cumplían los criterios para el diagnóstico de
TEPT. Dieciocho meses después del accidente ya no mostraban depresión, pero continuaban experimentando un elevado nivel de estrés (Marks, Yule, y De Silva, 1999).
Diferencias entre el trastorno
de estrés agudo y el trastorno
de estrés post-traumático
El DSM-4-TR diferencia dos categorías principales para el
trastorno de estrés post-traumático: el trastorno de estrés
agudo y el trastorno de estrés post-traumático. Para ambos
trastornos, el factor estresante debe ser especialmente grave,
como por ejemplo la destrucción del hogar, asistir al asesinato o la mutilación de otra persona, o ser víctima de violencia física. La diferencia entre ambos trastornos tiene que
ver con el momento y con la duración de los síntomas. El
trastorno de estrés agudo tiene lugar dentro de las cuatro
semanas posteriores al acontecimiento traumático, y dura
un mínimo de dos días y un máximo de cuatro semanas. Si
los síntomas se prolongan durante más tiempo, el diagnóstico más adecuado es entonces trastorno de estrés post-traumático. Este último diagnóstico, que sólo se realiza cuando
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CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
los síntomas se prolongan al menos durante un mes, puede
especificarse todavía más en función del comienzo de los
síntomas. Si éstos comienzan dentro de los seis meses posteriores al acontecimiento, entonces se considera como una
reacción aguda. Pero si los síntomas comienzan más de seis
meses después de la situación traumática, entonces se considera que la reacción se ha diferido. La versión diferida del
TEPT está peor definida, y resulta más difícil de diagnosticar
que los trastornos que aparecen inmediatamente después
del incidente. Algunos autores han llegado a cuestionar si
esta reacción diferida debería recibir el diagnóstico de
TEPT; por el contrario, hay quienes lo clasificarían como algún otro trastorno de ansiedad. Es importante recordar que
los criterios para el diagnóstico de un trastorno de estrés
post-traumático especifican que las reacciones deben durar
como mínimo un mes.
El síndrome del desastre alude a las reacciones de las
víctimas de grandes catástrofes, donde se ocasionan grandes pérdidas y sufrimiento (véase El mundo que nos rodea
5.1 de la página 151). Este síndrome podría describirse en
virtud de las reacciones que se producen durante la experiencia traumática, las reacciones iniciales (estrés posttraumático agudo) y las complicaciones posteriores (estrés
post-traumático crónico o diferido).
Las respuestas iniciales de la víctima de un desastre de
gran magnitud suelen atravesar tres etapas: (1) la etapa de la
conmoción, durante la cual la víctima se muestra aturdida,
sorprendida y apática; (2) la etapa sugestionable, durante la
cual la víctima tiende a mostrarse pasiva, sugestionable y
deseosa de seguir las instrucciones del personal de rescate o
de cualquier otro; y (3) la etapa de recuperación, durante la
cual la víctima puede mostrarse tensa y aprensiva, y manifestar una ansiedad generalizada aunque progresivamente
retorne al equilibrio psicológico, con frecuencia mostrando
la necesidad de relatar una y otra vez el acontecimiento catastrófico. Es en esta tercera etapa cuando puede desarrollarse el trastorno de estrés post-traumático. Las pesadillas
recurrentes y la necesidad de relatar una y otra vez la misma
historia sobre el desastre parecen ser mecanismos necesarios para reducir la ansiedad e insensibilizar al yo frente a la
experiencia traumática. La tensión, la aprensión, y la hipersensibilidad, son efectos residuales de la conmoción emocional, y ponen de manifiesto que la persona se está dando
cuenta de que el mundo puede ser abrumadoramente peligroso y amenazante.
En algunas ocasiones, el cuadro clínico puede complicarse por un duelo y una depresión intensos. Si una persona cree que puede haber tenido algo que ver con la pérdida
de un ser querido en un desastre, podría tener fuertes sentimientos de culpa, con lo que el TEPT podría prolongarse
durante varios meses. Esta situación aparece muy bien ilustrada en el siguiente caso de un marido que no fue capaz de
salvar a su mujer en el accidente aéreo que tuvo lugar en Tenerife en 1977.
La culpabilidad del superviviente
La historia de Martín es realmente trágica.
Perdió a su amada esposa de treinta y siete
años y se culpa a sí mismo por su muerte, debido a que él se había quedado aturdido e inmóvil durante unos veinticinco segundos después
del
accidente. Pese a que en el pasillo central
ESTUDIO
no se veía nada más que fuego y humo, fue caDE UN
paz de levantarse y salir con su esposa por un
CASO
hueco que había tras su asiento. Martín saltó al
ala del avión y tendió la mano a su esposa, pero
una explosión la arrancó literalmente de sus manos, y a él lo arrojó
de espaldas encima del ala. Aunque intentó volver a por ella, el
avión estalló unos segundos después.
(Cinco meses después) Martín estaba deprimido y hastiado, tenía sueños descabellados y malhumor, y se mostraba confuso e irritable. Decía «lo que vi allí me perseguirá durante toda mi vida».
Contaba (al psicólogo que lo entrevistó) que evitaba ver la televisión y las películas, porque no podía saber cuándo aparecería una
escena espantosa (Perlberg, 1979, pp. 49-50).
Algunas veces la culpabilidad de los supervivientes se
centra en la idea de que no merecen haber sobrevivido a los
que han muerto. Como explicaba un ayudante de vuelo tras
el accidente de Florida Everglades que causó gran cantidad
de muertos, «no dejo de pensar, estoy vivo. Gracias a Dios.
Pero me pregunto por qué me quedé atrás. Lo siento, eso no
es decente» (Time, 15 de enero de 1973, p. 53).
Los síntomas post-traumáticos intensos son frecuentes
tras un accidente grave. Blanchard, Hickling, Barton, y Taylor
(1996) hicieron un seguimiento de las víctimas de accidentes
automovilísticos que habían necesitado atención médica.
Encontraron que un tercio de los que habían cumplido los
criterios del TEPT todavía no habían experimentado una
disminución de los síntomas doce meses después. En otro incidente, un mes después de la masacre que provocó un francotirador en Texas, los psicólogos entrevistaron a ciento
treinta y seis aterrorizados supervivientes, y diagnosticaron
que el veinte por ciento de los hombres y el treinta y seis por
ciento de las mujeres mostraban un TEPT. Tras una revisión
y comparación de todas las investigaciones publicadas sobre
desastres, donde se había realizado a una estimación de la
psicopatología subsiguiente, se encontró que aproximadamente el diecisiete por ciento de las víctimas manifestaron
problemas posteriores de ajuste psicológico (Rubonis y Bickman, 1991). Resultados similares obtuvieron La Greca, Silverman, Vernberg, y Prinstein (1996), quienes encontraron
que el dieciocho por ciento de los niños que habían sufrido el
huracán Andrew mostraban síntomas de TEPT.
La reacción traumática de una persona ante un desastre todavía puede complicarse más cuando sobreviene una
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Trastornos de estrés post-traumático: reacciones a acontecimientos catastróficos
.
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Un trauma de increíbles proporciones
Las tragedias pueden ocurrir de manera repentina,
inesperada y a escala inimaginable, lo que deja a los
supervivientes en un estado de conmoción. El 11 de
septiembre de 2001 un grupo de terroristas destruyeron
el World Trade Center de Nueva York causando un efecto
devastador. Estrellaron dos aviones de pasajeros en las
Torres Gemelas, mientras que un tercer avión se precipitó
contra el edificio del Pentágono en Washington DC, y un
cuarto avión fue a lanzarse en medio del campo en
Pennsylvania. Desde entonces los terroristas han dejado
al mundo en un estado de atónita incredulidad. Estas
acciones terroristas asesinaron a unas 3 000 personas
pertenecientes a ochenta naciones, lo que incluye a
centenares de miembros de las fuerzas de socorro que
intentaban rescatar a las víctimas de los edificios
incendiados, dejando a decenas de miles de personas
enfrentadas a la increíble pérdida de un ser querido.
Los acontecimientos del 11 de septiembre dejaron un
intenso desconsuelo, no sólo entre las familias y amigos de
las víctimas, si no entre toda la nación y el mundo entero.
Durante los días posteriores al ataque fueron apareciendo
miles de historias trágicas: el joven que comenzaba a
trabajar ese día y ya nunca abandonó el edificio, dejando a
sus padres sin su único hijo; el bombero que ayudó a su
compañero pero después murió junto a otros tantos que
intentaban salvar a las personas encerradas en el edificio.
Dejó una joven viuda y un niño de cinco años que, unas
semanas después, todavía se negaba a aceptar la muerte
de su padre, e insistía en organizar una fiesta para
celebrar su inminente regreso a casa.
Aquellos que consiguieron salir con vida del edificio
también quedaron marcados por la experiencia. Por
ejemplo, Dwyer (2001) narraba las experiencias de un
limpia-ventanas que estaba encaramado junto a otras
personas en la planta número 69 de una de las Torres. De
repente sintió un «golpe sordo». El ascensor de al lado
osciló como un péndulo y empezó a caer hasta que
alguien pulsó el botón de emergencia. El ascensor pudo
detenerse y sus ocupantes quedaron atrapados entre dos
pisos. Poco después oyeron decir que se había producido
una explosión. El ascensor empezó a llenarse de humo.
Después de unos instantes, forzaron la puerta del
ascensor y consiguieron abrirla:
Se encontraron ante una pared que tenía escrito el
número «50». Ese ascensor no daba servicio al piso
50, por lo que no había necesidad de que tuviera
puerta. Para poder escapar de ahí necesitaban abrir
un agujero. Tantearon la pared. Láminas de corcho.

Como había trabajado en la construcción el Sr. D.
sabía que ese material se podía cortar con cierta
facilidad. Pero nadie llevaba navaja. Entonces el Sr. D.
desarmó el rodillo que utilizaba para limpiar las
ventanas y comenzó a raspar con él la pared una y
otra vez. El resto de los ocupantes lo ayudó en esa
tarea. Para protegerse del humo respiraban a través
de un pañuelo humedecido en un paquete de leche
que el señor P. acababa de comprar.
Las láminas del corcho vienen en paneles de
1,5 centímetros de ancho, recordó el Sr. D. Fue
cortando un centímetro tras otro con las manos
doloridas. Mientras cortaba el tercer panel, sus
manos tropezaron con algo y su herramienta cayó
por la caja del ascensor.
Le quedaba todavía una herramienta: un pequeño
rodillo metálico. Trabajaron con él hasta que
consiguieron cortar un rectángulo irregular de unos
cuarenta y cinco por treinta centímetros. Por fin
encontraron ante ellos una pared de azulejos blancos.
Un cuarto de baño. Rompieron los azulejos. Uno tras
otro los ocupantes del ascensor pasaron por el hueco
abierto en la pared...
Por entonces, hacia las nueve y media, el piso 50
estaba desierto excepto por unos cuantos bomberos,
que quedaron atónitos al ver aparecer a los seis
hombres... Durante el peligrosísimo descenso en fila
india a través del humo, alguien se quejó de que el Sr.
D. cargara todavía con su caja de herramientas, ante lo
que éste replicó «mi empresa no me proporcionará
otra si la pierdo». En el piso quince Mr. L. dijo
«escuchamos un rugido metálico y atronador.
Pensábamos que nuestra vida acababa ahí». La torre
sur se estaba derrumbando. Eran las 9:59. El señor D.
tiró su caja de herramientas. Los bomberos le gritaban
que se dieran prisa. Veintitrés minutos después de las
diez salían a la calle, buscaban un teléfono, y
respiraban oxígeno, y cinco minutos después veían
cómo se derrumbaba la torre norte. Habían escapado
por sólo cinco minutos. «Hemos necesitado un minuto
y medio para bajar cada piso», dijo el señor M., un
ingeniero de la Autoridad Portuaria. «Si el ascensor se
hubiera detenido en el piso 60 en vez de en el 50,
habríamos llegado cinco minutos demasiado tarde».
«El hombre que tenía el rodillo fue nuestro ángel
guardián».
A partir de ese día, el Sr. D. permanece en su
casa con su mujer y sus hijos. Ha unido los rostros de
los desaparecidos con los hombres y mujeres que
conoció durante su trabajo: el guardia de seguridad
Capítulo-05
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CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
del banco japonés de la planta 93 que le dejaba pasar
a las seis y media; las personas de la planta 92; el
jefe de la Autoridad Portuaria. Sus rostros lo
mantienen despierto durante la noche.
Sus manos, la que manipuló la herramienta de
hierro y la que llevaba la caja de herramientas,
tiemblan (Dwyer, 2001).
pérdida personal. Por ejemplo, un individuo que quedó
paralítico debido a un accidente de automóvil en el que su
esposa perdió la vida, no solamente tiene que enfrentarse
con la dolorosa pérdida de su pareja, sino que debe hacerlo durante un largo periodo de rehabilitación que supondrá una importante alteración de su vida. Los efectos
psicológicos de dicha alteración también pueden llegar a
complicar la recuperación psicológica tras el desastre. Y todavía los pleitos que se establezcan por daños personales
suelen prolongar aún más los síntomas post-traumáticos
(Egendorf, 1986).
Factores causales del estrés
post-traumático
La mayoría de las personas actúa relativamente bien en las
catástrofes, y muchas de ellas incluso llegan a comportarse
con heroísmo (Rachman, 1990). El hecho de que alguien
desarrolle un trastorno de estrés post-traumático depende
de una serie de factores. La investigación sugiere que la personalidad desempeña un papel importante para reducir la
vulnerabilidad ante el estrés, en aquellos casos en que los
factores de estrés son muy intensos (Clark, Watson, y Mineka y, 1994). Sin embargo, cuando el trauma ha sido muy virulento, entonces es la propia naturaleza de los factores
estresantes la que permite explicar la mayor parte de las diferencias de las respuestas ante el estrés (or ejemplo, Ursano,
Boydstun, y Wheatley, 1981). Lo que sí parece cierto es que
las mujeres tienen más probabilidad que los hombres de padecer este trastorno (Breslau, Davis, et al., 1997). En otras
palabras, todo el mundo tenemos un punto a partir del cual,
comenzaremos a experimentar dificultades psicológicas
(que pueden ser transitorias o duraderas) en respuesta a un
acontecimiento traumático de intensidad y duración suficientes. Epstein, Fullerton y Ursano (1998) encontraron que
las personas que prestaban ayuda a las familias de las víctimas de un desastre tenían ellos mismos un mayor riesgo de
sufrir enfermedades, síntomas psiquiátricos y malestar psicológico, durante unos dieciocho meses después del desastre. También encontraron que los individuos que tenían
menor nivel educativo, quienes habían estado expuestos a
incendios, y los que habían mostrado una fuerte sensación
Después de la tragedia, miles de familiares y
supervivientes buscaron ayuda psicológica para poder
afrontar esas increíbles pérdidas. Muchas instituciones e
individuos se unieron en el esfuerzo de ayudar a los
supervivientes a enfrentarse con el devastador trauma,
proporcionándoles apoyo emocional y asesoramiento
psicológico.
de aletargamiento tras el desastre, tenían mayor tendencia a
experimentar síntomas psicológicos tras un desastre.
Incluso un curtido oficial de policía puede experimentar un nivel de estrés que interfiera con su funcionamiento
habitual, tal y como se muestra en el siguiente caso.
Un oficial de policía
Don ha sido un oficial de policía modélico durante sus catorce años en el cuerpo. Ha obtenido inmejorables informes por parte de sus
superiores, ha estudiado un máster en trabajo
social y ha alcanzado el rango de sargento.
Mientras
se encontraba patrullando en el coESTUDIO
che oficial, se produjo un accidente aéreo e inDE UN
mediatamente se dirigió al lugar de la tragedia
CASO
para prestar ayuda a los supervivientes. Al llegar sólo fue capaz de vagar aturdido por la
zona, buscando a quién ayudar, pero sólo encontró destrucción.
Posteriormente recordaba que los días siguientes fueron para él
como un mal sueño.
Los días después de la tragedia se mostró deprimido, perdió el
apetito, no podía dormir, y se sentía impotente. En cualquier lugar
veía imágenes del accidente. Dijo tener un sueño recurrente en el
que veía que tenía lugar un accidente aéreo mientras conducía un
coche o pilotaba un avión. En su sueño, llegaba raudo hasta la zona
del desastre y ayudaba a algunos pasajeros a ponerse a salvo.
Don se dio cuenta de que necesitaba ayuda y buscó asistencia
psicológica. Debido al deterioro de su estado de ánimo y a su situación física, obtuvo una baja médica. Ocho meses después del accidente todavía continuaba recibiendo terapia y aún no ha vuelto al
trabajo. Durante la terapia se puso de manifiesto que Don había estado sufriendo una enorme insatisfacción personal anterior a la catástrofe. Su prolongado trastorno psicológico no era por tanto
únicamente el resultado de su angustia respecto al accidente aéreo,
sino también una manera de expresar otros problemas previos (basado en Davidson, 1979a 1979b; O’Brian, 1979). Véase Davis y Stewart (1999) para una exposición de las consecuencias de este
accidente veinte años después.
Capítulo-05
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Trastornos de estrés post-traumático: reacciones a acontecimientos catastróficos
En todos los casos de estrés post-traumático, el factor
causal determinante parece ser un miedo condicionado,
que se asocia con la experiencia traumática. Por lo tanto
resulta esencial que las víctimas de una experiencia traumática sigan algún tipo de psicoterapia que impida el establecimiento de ese miedo condicionado.
A continuación vamos a describir algunos ejemplos de
trastorno de estrés post-traumático, examinando tanto los
efectos inmediatos como otros a más largo plazo de algunas
situaciones especialmente impactantes, como la violación,
el combate militar, la reclusión como prisioneros de guerra
o en campos de concentración y las amenazas a la propia seguridad.
El trauma de la violación
La violación es el acto por el que se fuerza a alguien a establecer una relación sexual por la fuerza, una situación que
puede infringir un fuerte impacto traumático sobre la víctima. En nuestra sociedad las violaciones se producen con
alarmante frecuencia. Una amplia encuesta entre estudiantes universitarios reveló que el veinte por ciento de las chicas reconocían haber sido forzadas a tener relaciones
sexuales (Brener, McMahaon, et al., 1999). En la mayoría de
los casos de violación, la víctima es una mujer. De hecho la
violación es la causa más frecuente de TEPT entre las mujeres (Creamer, Burgess, y McFarlane, 2001). En el Capítulo 13 analizaremos la patología de los violadores; pero en
este capítulo nos vamos a centrar en la respuesta de la víctima de una violación. Cuando el violador es un desconocido, la víctima experimenta un intenso temor a sufrir daños
físicos e incluso la muerte. Pero cuando la violación proviene de una persona conocida, la reacción de la víctima suele
ser ligeramente diferente (Ellison, 1977; Frazier y Burnett,
1994). En esta situación la víctima no sólo siente temor,
sino que también se siente traicionada por alguien en quien
confiaba. Puede incluso sentirse responsable de lo sucedido,
y experimentar grandes sentimientos de culpabilidad. Eso
puede llevarle incluso a no buscar ayuda o no informar de
la violación, ante el temor de ser considerada parcialmente
responsable de la misma.
También la edad y las circunstancias vitales de la víctima influyen sobre su reacción (Ullman y Filipas, 2001).
Para un niño pequeño que no sabe nada sobre la conducta
sexual, una violación puede dejarle confundido y con secuelas psicológicas, sobre todo si se le obliga a olvidar la experiencia, sin permitirle desahogarse hablando sobre ella
(Browne y Finkelhor, y 1986). Para una mujer joven, la violación puede aumentar los conflictos relacionados con la
independencia y la separación de la familia, que son habituales en este grupo de edad. Al intentar ayudarla, puede
que los padres de la víctima susciten diversas formas de regresión, como por ejemplo que vuelva a vivir en el domicilio familiar, lo que sin embargo supone una interferencia

con la etapa evolutiva en la que se encuentra la joven. Cuando una mujer violada está casada y tiene hijos, se enfrenta al
problema de tener que explicarles esa experiencia. Algunas
veces, la sensación de vulnerabilidad derivada de una violación hace que las mujeres lleguen a ser transitoriamente incapaces de cuidar de sus hijos.
Por su parte, los maridos y los novios, si no son capaces
de solidarizarse con la situación de una mujer que ha sido
violada, pueden influir negativamente sobre su capacidad
de adaptación. Tanto el rechazo, como la culpabilidad, la
cólera incontrolada contra el agresor, o la insistencia en volver a mantener relaciones sexuales, pueden incrementar los
sentimientos negativos de la víctima.
McCann et al. (1988) encontraron que la experiencia de
la violación afecta a las mujeres en cinco áreas de funcionamiento vital. En primer lugar, experimentan alteraciones físicas, como por ejemplo hiperactivación y ansiedad
(síntomas característicos del TEPT). Un estudio reciente ha
encontrado que las mujeres que han sido violadas tienden a
verse a sí mismas como menos saludables (Golding, Cooper,
y George, 1997). En segundo lugar, suelen experimentar
problemas emocionales, tales como ansiedad, estado de ánimo deprimido y baja autoestima. Fierman y sus asociados
(1993) encontraron que los pacientes con problemas de ansiedad tenían una elevada probabilidad de haber sufrido
traumas previos de este tipo, sobre todo abuso sexual, abuso
físico o violación. Falsetti y sus colaboradores (1995)
informaron que el noventa y cuatro por ciento de su muestra de mujeres con trastornos de pánico habían sido víctimas en algún momento de su vida de este tipo de abuso. En
tercer lugar, después de la violación, las mujeres tienden a
mostrar disfunciones cognitivas, sobre todo problemas de
concentración y pensamientos intrusivos (Valentiner, Foa,
Riggs, y Gershuny, 1996), y algunas incluso informaron de
haber experimentado opiniones negativas respecto a los demás, y preocupaciones por su propia seguridad incluso un
año después (Frazier, Conlon, y Glaser, 2001). En cuarto lugar, muchas mujeres que han sido violadas dicen haber comenzado a realizar conductas atípicas, como agresión,
acciones antisociales y abuso de sustancias. Por último, muchas mujeres que han sido violadas suelen mostrar problemas en sus relaciones sociales, lo que incluye dificultades
sexuales, y para mantener relaciones afectivas íntimas. Todos estos síntomas son parte de los que caracterizan el TEPT.
Las investigaciones que se han realizado con las víctimas de una violación inmediatamente después del trauma han permitido
comprender la confusión emocional y los procesos psicológicos que se ponen de manifiesto al intentar afrontar esa experiencia (Frazier y Schauben, 1994; Frazier y Burnett,
1994). En realidad, este proceso de afrontamiento comienza inmediatamente antes de que se consume la violación, y
finaliza muchos meses después del ataque. Las siguientes
AFRONTAMIENTO DE LA VIOLACIÓN.
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CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
categorías resumen sus resultados, e intentan recoger los
sentimientos y los problemas que experimentan las mujeres
en diferentes momentos del trauma:
• Fase de anticipación: sucede inmediatamente antes
de la violación, cuando el agresor acecha a la víctima,
y ésta empieza a percatarse de que existe una situación de peligro. Durante los primeros instantes de
esta etapa, la víctima suele recurrir a mecanismos de
defensa como la negación, para mantener la ilusión
de invulnerabilidad. Es frecuente que piense cosas
como «esto no me está pasando a mí» o «seguramente no quiere hacerme nada».
• Fase de impacto: esta etapa comienza cuando la víctima se da cuenta de que va a ser violada, y finaliza cuando se ha consumado la violación. La primera reacción
de la víctima suele ser de un intenso temor a morir, temor que supera su miedo al propio acto sexual. Symonds (1976) ha descrito el efecto paralizante que un
miedo intenso puede tener sobre la víctima de un crimen, y ha demostrado que este miedo suele provocar
diversos grados de desintegración del funcionamiento
de la víctima, y posiblemente una absoluta incapacidad de acción. Barlow (2002) aporta pruebas de que
las personas que experimentan una intensa ansiedad
entran en un estado de absoluta inmovilidad. Roth y
Lebowitz (1988) encontraron que un trauma sexual
«enfrenta al individuo» con emociones e imágenes difíciles de manejar, y que pueden tener consecuencias
adaptativas muy duraderas. Cuando la víctima recuerda a posteriori su conducta durante el asalto, puede
sentirse culpable por no haber reaccionado de manera
más eficaz, y probablemente necesite que se le asegure
que su actuación fue perfectamente normal.
• Etapa de rechazo post-traumático: esta etapa comienza inmediatamente después de la violación.
Burgess y Holmstrom (1974, 1976) observaron dos
estilos emocionales entre las víctimas de violación, a
quienes habían entrevistado en la sala de urgencias
de un hospital: (1) un estilo expresivo, en el que se
ponían de manifiesto los sentimientos de temor y ansiedad mediante el llanto, los sollozos y la agitación
nerviosa, y (2) un estilo controlado, en el que tales
sentimientos aparecían enmascarados tras una fachada de tranquilidad y control. En cualquier caso,
todas las víctimas se sentían culpables por la manera
en que habían reaccionado ante el agresor, y decían
que les hubiera gustado rebelarse con más rapidez o
pelear con más ahínco (un exceso de culpabilidad ha
sido asociado con una peor adaptación a largo plazo;
Meyer y Taylor, 1986). Aumentan los sentimientos de
dependencia, y las víctimas necesitan que se les ayude y se les anime a llamar a sus amigos y familiares
para recuperar su vida normal.
• Etapa de reconstitución: esta etapa comienza cuando
la víctima empieza a hacer planes para abandonar la
sala de urgencias. Suele finalizar muchos meses después, cuando ha sido capaz de asimilar el estrés derivado de la violación, de compartir la experiencia con
otras personas cercanas y de reconstruir su auto-concepto. Durante esta etapa es habitual encontrar ciertas conductas y síntomas como los siguientes:
• 1.
Actividades de autoprotección, tales como cambiar el número de teléfono e incluso su residencia. De hecho, se trata de un temor justificado,
porque incluso en el caso de que el agresor haya
sido detenido, probablemente estará fuera de la
cárcel en un plazo muy breve.
• 2. Pesadillas en las que se revive la violación. A medida que la víctima va siendo capaz de asimilar
esa experiencia, el contenido de las pesadillas
puede ir modificándose progresivamente, hasta
que en alguna de ellas, es capaz de defenderse
con éxito de la agresión.
• 3. Después de la violación suelen aparecer una serie de fobias, entre las que figura el miedo a los
espacios abiertos o cerrados (dependiendo de
donde se haya producido la violación), el miedo
a quedarse sola, a las multitudes, a ser perseguida, y en general temores de carácter sexual.
EFECTOS A LARGO PLAZO. El hecho de que la víctima de una violación experimente problemas psicológicos
graves, depende en gran medida de sus capacidades de
afrontamiento y de su nivel de funcionamiento psicológico.
Si bien una mujer con una buena adaptación previa puede
ser capaz de recuperar su equilibrio anterior, la violación sí
puede provocar graves patologías en otra mujer que previamente tuviera alguna dificultad psicológica (Meyer y
Taylor, 1986). También influye sobre el proceso de recuperación, la percepción que tiene la víctima sobre su propia
capacidad de controlar su futuro. Las mujeres que tienden a
culparse de la violación, o que no son capaces de dejar de
pensar en ella, se recuperan con más lentitud que las que están convencidas de que no tienen mayor probabilidad que
cualquier otra mujer de volver a ser violadas (Frazier y
Schauben, 1994). Si los problemas continúan, o se manifiestan en un trastorno de estrés post-traumático diferido,
éstos tienden a aparecer en forma de ansiedad, depresión,
decaimiento, y dificultades para mantener relaciones heterosexuales (Gold, 1986; Koss, 1983).
AYUDA PSICOLÓGICA A LAS VÍCTIMAS DE UNA VIOLACIÓN. Aunque muchas mujeres violadas posponen la
búsqueda de ayuda psicológica hasta que no han logrado
cierta recuperación emocional (Symes, 2000), la investigación sugiere que las que reciben terapia evolucionan de
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Trastornos de estrés post-traumático: reacciones a acontecimientos catastróficos
manera más positiva (Ullman y Filipas, 2001). El movimiento feminista ha desempeñado un papel decisivo, para
el establecimiento de servicios de ayuda psicológica especializados en violaciones, y atendidos por profesionales entrenados al efecto. También los programas específicos de
intervención han demostrado su eficacia con las víctimas de
violaciones (Resnick, Acierno, et al., 1999). En muchos de
estos centros existen servicios jurídicos en los que un abogado voluntario acompaña a la mujer al hospital o la policía, la ayuda a cumplimentar la denuncia y la ayuda a lo
largo de todo el proceso.
El trauma del combate militar
Muchas personas que han estado involucradas de una u
otra manera en la confusión de una guerra experimentan
devastadores problemas psicológicos durante meses e incluso años después de la conclusión de la misma (Barrett,
Resnick, et al., 1926). Durante la Primera Guerra Mundial,
las reacciones traumáticas ante el combate se denominaban
neurosis de guerra, un término acuñado por el coronel Frederick Mott (1919), un patólogo británico que interpretó
esas reacciones como producto de pequeñas hemorragias
cerebrales. Sin embargo, progresivamente fue haciéndose
patente que sólo un pequeño porcentaje de esos casos había
sufrido daños físicos. El sufrimiento de la mayoría de las
víctimas tenía más que ver con la situación general de combate, caracterizada por la fatiga física, la amenaza omnipresente de muerte o mutilación y traumas psicológicos
intensos. Durante la Segunda Guerra Mundial, las reacciones traumáticas ante el combate recibieron el nombre de
fatiga operacional, aunque por fin terminaron denominándose fatiga de combate o agotamiento de combate en las
guerras de Corea y de Vietnam. Incluso estos últimos términos tampoco están perfectamente elegidos, debido a que
implican que el agotamiento físico desempeña un papel
más importante de lo que en realidad ocurre. Sin embargo,
permiten distinguir esos trastornos de otros distintos,
como por ejemplo el consumo de drogas, que también son
frecuentes durante una guerra, pero sin embargo pueden
ocurrir también en la vida civil.
Se ha estimado que durante la Segunda Guerra Mundial, el diez por ciento de los americanos que participaron
en ella mostró agotamiento de combate. Sin embargo, no
conocemos la incidencia actual de ese trastorno, debido a
que muchos soldados reciben terapia de apoyo en su propio
batallón, y vuelven al combate pocas horas después. De hecho, el agotamiento de combate es el factor aislado que provoca una mayor pérdida de combatientes durante una
guerra (Bloch, 1969). Durante la guerra de Corea la incidencia del agotamiento de combate disminuyó desde el seis por
ciento inicial a un 3,7 por ciento; el veintisiete por ciento de
las bajas médicas de los soldados fueron debidas a motivos
psiquiátricos (Bell, 1958). Durante la guerra de Vietnam

esos porcentajes disminuyeron hasta un 1,5 por ciento, con
un inapreciable número de bajas debidas a trastornos psiquiátricos (Allerton, 1970; Bourne, 1970).
Sin embargo, las investigaciones han puesto de manifiesto la existencia de una elevada prevalencia del trastorno
de estrés post-traumático entre los veteranos de la guerra de
Vietnam. Si bien el agotamiento de combate (o el trastorno
de estrés agudo, como se le conoce actualmente) no supuso
un factor tan sobresaliente como en guerras anteriores, el estrés del combate aparentemente se manifestó con posterioridad, y estaba directamente relacionado con las experiencias
de la guerra, y no con la fatiga (Goldbert et al., 1990).
Se realizó un análisis que pretendía valorar la relación
que pudiera existir entre la exposición a situaciones de combate y el desarrollo posterior del trastorno de estrés posttraumático. Los investigadores encontraron que los
soldados que habían permanecido muchas horas en combate mostraban una mayor prevalencia de síntomas de estrés
post-traumático (Bremner, Southwick, y Charney, 1995).
Los
síntomas específicos del estrés de combate pueden variar
considerablemente, según cuál sea la misión, la dificultad y
naturaleza de la experiencia traumática, y la personalidad
del individuo. El mero hecho de estar presente en una zona
de guerra, donde existe la posibilidad permanente de que
explosione alguna granada sembrando muerte y destrucción, ya supone de por sí una experiencia atroz (Zeidner,
1993) (véase El mundo que nos rodea 5.2 para una discusión
del estrés que conllevan algunas misiones fuera de la zona
de combate). De hecho, los civiles que viven en zona de
guerra también tienen un elevado riesgo de padecer TEPT.
Un estudio realizado con cuatrocientos noventa y dos niños israelíes de escuela primaria, que habían estado expuestos a los ataques con misiles SCUD durante la guerra
de Irak, encontró que las respuestas de estrés más elevadas
se producían en aquellas zonas donde habían impactado
los misiles (Schwarzwald et al., 1993). Otro estudio demostró que los niveles de ansiedad de los civiles expuestos a la
amenaza de un ataque son significativamente más elevados
durante la guerra que después de ella (Weizman et al.,
1994). De hecho, la ansiedad era más elevada durante el
atardecer (cuando solían producirse los ataques con
SCUD) que durante el resto del día.
Son muchos los estudios que han documentado la importancia de los factores de estrés presentes en una zona en
guerra, en relación con el desarrollo de síntomas TEPT
(King, King, et al., y 1999; Ford, 1999; Wilkeson, Lambert,
y Petty, 2000). Un estudio analizó una serie de auto-informes de doscientos cincuentaiún veteranos de la guerra de
Vietnam, agrupándolos en tres categorías según el estrés
que hubieran experimentado: (1) exposición al combate;
(2) exposición a una gran violencia durante el combate; y
(3) participación en una gran violencia durante el combate
CUADRO CLÍNICO DEL ESTRÉS DE COMBATE.
Capítulo-05
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CAPÍTULO 5
.
Estrés y trastornos de adaptación
EL MUNDO QUE NOS RODEA
El elevado coste emocional de mantener la paz
Las misiones de paz en países devastados por la guerra
suponen un esfuerzo humanitario dirigido exclusivamente
a propósitos pacíficos —proteger a la población civil
colocando fuerzas neutrales entre los ejércitos en liza y
proporcionando seguridad a la población civil—. No
obstante, las obligaciones y responsabilidades de los
componentes de estas fuerzas de paz pueden llegar a ser
excesivamente ambiguas, lo que les coloca ante un
conflicto para el que no están preparados. De hecho,
algunas misiones militares pacificadoras pueden llegar a
ser tan estresantes como la propia experiencia de guerra,
y llegan a infligir grandes traumas.
Un trágico ejemplo es el de un grupo de hombres y
mujeres jóvenes que fueron enviados en misión
humanitaria para suministrar alimentos a miles de civiles
en Somalia. Algunos soldados somalíes rechazaron la
ayuda exterior y se enfrentaron militarmente a los
componentes de la misión de paz. El 5 de junio de 1993,
veinticuatro pacificadores paquistaníes fallecieron
cuando intentaban cumplir la misión de clausurar una
emisora de radio que se estaba utilizando para difundir
propaganda contraria a las Naciones Unidas. Poco
después, en octubre de 1993, dieciocho soldados
americanos fueron asesinados durante una expedición
para capturar a uno de los Señores de la Guerra somalíes.
Las noticias de televisión ofrecieron descripciones muy
explícitas de dicha acción, así como imágenes terribles de
los cuerpos de algunos de los soldados americanos
mientras se les arrastraba por las calles, desafiando la
presencia de las Naciones Unidas.
Muchos de los que participaron en esa misión
humanitaria experimentaron gran cantidad de estrés.
Algunos estudios recientes realizados por Litz y sus
colaboradores (Litz, Orsillo, Friedman, Ehlich et al., 1997;
Litz, King, King et al., 1997) han analizado la prevalencia
de los síntomas de estrés post-traumático entre el
personal militar desplegado en misión de paz en Somalia.
Entrevistaron a 3 461 personas en activo, y encontraron
que el ocho por ciento de los soldados mostraban
síntomas de TEPT cinco meses después.
(Laufer, Brett, y Gallops, 1985). Encontraron que los síntomas post-traumáticos que sufrían (fantasías, hiperactividad, entumecimiento y problemas cognitivos), estaban
asociados con la magnitud y violencia observada durante
el combate. La participación en actos de gran violencia estaba fuertemente asociada con patologías más graves,
como por ejemplo la depresión. Los autores llegaron a la
conclusión de que el cuadro clínico del estrés post-traumático depende en gran medida de los factores estresantes a
los que la persona ha estado sometida. Pero la implicación
en el combate no es el único factor de estrés presente en
una zona de guerra. Los soldados que han colaborado en
tareas mortuorias (por ejemplo, la manipulación de cadáveres), presentan mayores tasas de TEPT, con más síntomas de irritabilidad, ansiedad y problemas somáticos, que
los soldados que no han tenido que realizar ese tipo de tareas (McCarroll, Ursano, y Fullerton, 1995).
Pese a las posibles variaciones, el cuadro clínico general
resulta sorprendentemente homogéneo entre los soldados
que han manifestado estrés de combate en guerras diferentes. Los primeros síntomas suelen ser un aumento de la irritabilidad y la sensibilidad, trastornos del sueño, y con
frecuencia pesadillas recurrentes. Un estudio empírico de los
componentes emocionales del TEPT en veteranos de guerra
encontró que los problemas para controlar la irritabilidad
suponen un elemento permanente del estrés post-traumático de este grupo de personas (Chemtob et al., 1994).
Lo que tienen en común los diferentes casos de estrés del
combate es el abrumador sentimiento de ansiedad. Resulta
interesante observar que los soldados que han sufrido heridas físicas muestran menos ansiedad y menos síntomas de
agotamiento de combate que los soldados que no han sufrido heridas físicas, con la excepción de aquellos que han sufrido una mutilación permanente. Aparentemente, una herida
proporciona una escapatoria aceptable a la situación de combate, y de esta manera elimina las fuentes de ansiedad. Se ha
encontrado un resultado similar entre los soldados israelíes
hospitalizados durante las cinco o seis semanas de la guerra
de Yom Kippur de 1973, cuando las fuerzas egipcias y sirias
atacaron Israel (Merbaum y Hefez, 1976). De hecho, no resulta extraño que los propios soldados admitan que han
rezado para recibir una bala o alguna otra herida, que les permita ser evacuados del campo de batalla, pero de manera
honorable. Cuando se aproxima su restablecimiento completo, y por lo tanto el momento de reincorporarse al combate, estos soldados suelen manifestar de nuevo síntomas y
reacciones de nerviosismo, insomnio y otros síntomas que
no mostraban cuando ingresaron en el hospital.
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Trastornos de estrés post-traumático: reacciones a acontecimientos catastróficos
PRISIONEROS DE GUERRA Y SUPERVIVIENTES DE
UN HOLOCAUSTO. Una de las experiencias de la guerra
más estresantes es la de ser prisionero de guerra (Beal, 1995;
Page Engdahl et al., 1997). Si bien algunas personas han
sido capaces de adaptarse a ese estrés, la factura que tienen
que pagar la mayoría de los prisioneros es enorme. Alrededor del cuarenta por ciento de los prisioneros americanos
en campos japoneses durante la Segunda Guerra Mundial
falleció durante su reclusión; e incluso una proporción todavía mayor de prisioneros en los campos de concentración
nazi encontró la muerte. Muchos de los supervivientes de
estos campos de concentración conservan todavía heridas
orgánicas y psicológicas, además de una menor tolerancia a
cualquier tipo de estrés. Los síntomas suelen ser muy amplios, y generalmente incluyen ansiedad, insomnio, dolores
de cabeza, irritabilidad, depresión, pesadillas, disminución
de la capacidad sexual y diarrea funcional. Estos síntomas
no sólo hay que atribuirlos a los factores de estrés psicológico, sino también a factores de estrés biológico, como daños
cerebrales, desnutrición prolongada y enfermedades infecciosas graves (Sigal et al., 1973; Warnes, 1973).
Entre aquellos que han tenido la suerte de poder volver
de un campo de prisioneros de guerra, los traumas psicológicos suelen estar enmascarados por el sentimiento de júbilo que proporciona haber sido liberados. Sin embargo,
incluso en aquellos casos en los que apenas existen evidencias de patología física, los supervivientes de estos campos
de prisioneros suelen mostrar una menor resistencia a la
enfermedad física, menor tolerancia a la frustración, frecuente dependencia del alcohol y otras drogas, irritabilidad,
y otros indicadores de inestabilidad emocional (Chambers,
1952; Goldsmith y Cretekos, 1969; Hunter, 1978; Strange y
Brown, 1970; Wilbur, 1973). Muchos veteranos experimentan, en ocasiones, una irritación desproporcionada respecto a pequeños acontecimientos. Este tipo de conductas
inadaptadas puede llegar a necesitar de la intervención psicológica, incluso varios años después de que haya desaparecido el estrés derivado del combate (Chemtob, Novaco,
Hamad, y Gross, 1997). También se han encontrado evidencias de que la exposición al combate puede provocar
graves problemas de adaptación, lo que incluye la conducta
antisocial (Barrett, Resnick, Foy, y Dansky, 1996).
En un estudio retrospectivo de los síntomas de desajuste psicológico que pueden aparecer tras la repatriación,
Engdahl y sus colaboradores (1993) entrevistaron a una
amplia muestra de ex prisioneros de guerra, y encontraron
que la mitad de ellos mostraban síntomas que cumplían los
criterios de TEPT, incluso un año después de haber sido liberados de su cautividad; y lo que es más, casi un tercio de
ellos todavía cumplían los criterios de TEPT cuarenta o cincuenta años después de su terrible experiencia.
Otra prueba de las secuelas del estrés prolongado que
se sufre en un campo de prisioneros es la elevada tasa de fallecimientos que se produce una vez que se ha retornado a

la vida civil. Wolff (1960) encontró que, entre los ex prisioneros de guerra de la Segunda Guerra Mundial que habían
luchado en el Pacífico, la tasa de muerte por tuberculosis
era nueve veces mayor de la que afectaba a la población
civil; el trastorno gastrointestinal era cuatro veces mayor; el
cáncer, las enfermedades cardíacas y los suicidios, eran
el doble; y sufrieron el triple de accidentes de circulación.
Así pues, es posible encontrar muchos problemas de adaptación y síntomas post-traumáticos entre los prisioneros de
guerra, incluso muchos años después de su liberación (Sutker y Allain, 1995). Bullman y Kang (1997) encontraron
que los veteranos de la guerra de Vietnam que sufrían
TEPT, tenían un mayor riesgo de morir por causas no naturales, como por ejemplo por sobredosis o por accidente de
circulación.
Algunos de los problemas permanentes que experimentan los ex prisioneros de guerra pueden ser un resultado directo del maltrato recibido durante su cautividad.
Sutker y sus colaboradores (1992) llevaron a cabo un estudio sobre la memoria y la actividad cognitiva de los supervivientes de campos de prisioneros, y encontraron que
quienes habían sufrido mayores traumas mostraban también una substancial pérdida de peso, definida como más
del treinta y cinco por ciento del peso que tenían antes de su
cautividad, y además sus resultados en las tareas de memoria eran peores que los de un grupo de control.
FACTORES CAUSALES EN LOS PROBLEMAS DEL ESTRÉS DEL COMBATE. En una situación de combate, y
ante la continua amenaza de sufrir heridas o incluso la
muerte, las estrategias habituales de afrontamiento suelen
ser relativamente ineficaces. La sensación de amparo que se
ha conocido en el mundo relativamente seguro y confortable de la vida civil queda completamente menoscabada. En
un estudio psiquiátrico de las víctimas de la guerra de los
bóer que tuvo lugar a principios del siglo XX, Jones y Wessely (2002) mostraron que existe una estrecha relación entre el número total de bajas por muerte y heridas, y las
debidas a problemas psiquiátricos. A la misma vez, no debemos olvidar el hecho de que la mayoría de los soldados
que han entrado en combate no han recibido una baja psiquiátrica, si bien la mayoría de ellos pueden haber manifestado intensas reacciones de temor y otros síntomas de
desorganización de la personalidad, que quizá no fueran lo
suficientemente graves como para justificarla. Por otra parte, muchos soldados son capaces de soportar increíbles niveles de estrés antes de desmoronarse, mientras que otros
causan baja sin haber llegado siquiera a combatir, y bajo
condiciones de estrés relativamente leves, por ejemplo durante la instrucción.
Si queremos llegar a comprender las reacciones traumáticas ante el combate, necesitamos prestar atención a
factores como la predisposición constitucional, la madurez
personal, la lealtad a la propia unidad y la confianza en los
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
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CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
oficiales, además del nivel real de estrés que se experimenta
en una situación determinada.
¿En qué medida las diferencias constitucionales en sensibilidad, vigor y temperamento, influyen
sobre la resistencia al estrés del combate? En la actualidad
apenas disponemos de evidencias al respecto. Sí tenemos
más información sobre cuáles son las condiciones de combate que menoscaban la energía física y emocional de los
soldados. Añadamos al propio esfuerzo emocional que supone la guerra por sí misma, otros factores que suelen ir
asociados (como condiciones climáticas extremas, malnutrición y enfermedades), y obtendremos como resultado
una disminución general de la resistencia física y psicológica a cualquier circunstancia estresante.
Temperamento.
Factores psicosociales. Hay cierto número de factores
psicológicos e interpersonales que también pueden contribuir al estrés de los soldados, y predisponerlos a sufrir un colapso durante el combate. Por ejemplo, las limitaciones de su
libertad personal, frustraciones de todo tipo, así como la separación del hogar y de sus seres queridos. Por supuesto, lo más
importante son los múltiples factores de estrés derivados del
combate, como el temor constante, la vida en circunstancias
impredecibles e incontrolables, la necesidad y la obligación de
matar y las condiciones prolongadas de malestar. La personalidad (conformada por las diferencias temperamentales que
comienzan ya en la infancia), constituye un importante determinante de la adaptación a la experiencia militar. Las características de personalidad que disminuyen la resistencia ante el
estrés pueden resultar esenciales para determinar la reacción
de un soldado en el combate. La inmadurez personal, que a
veces procede de la sobreprotección por parte de los padres,
suele citarse como una de las circunstancias que aumenta la
vulnerabilidad del soldado ante el estrés de combate.
Worthington (1978) encontró que los soldados americanos que habían manifestado problemas de ajuste tras volver a casa después de la guerra de Vietnam también habían
tenido más dificultades tanto durante su servicio militar
como antes del mismo, que aquellos soldados que conseguían adaptarse con más rapidez. En su estudio de las características de personalidad de los soldados israelíes que se
habían desmoronado durante la guerra de Yom Kippur,
Merbaum y Hefez (1976) encontraron que alrededor del
veinticinco por ciento decían haber estado en tratamiento
psicológico antes de la guerra. Otro doce por ciento había
experimentado dificultades previas durante la Guerra de
los Seis Días que enfrentó a Israel contra Arabia en 1967. Así
pues, alrededor del treinta y siete por ciento de esos soldados acarreaban una historia de inestabilidad en su personalidad, que bien pudiera haberlos predispuesto a sufrir un
colapso ante una situación del combate. Por otra parte,
también es cierto que el sesenta por ciento de esos soldados
no había tenido dificultades anteriores de ningún tipo.
Un historial de desajustes personales no siempre implica riesgo de padecer estrés de combate. Algunas personas
están tan habituadas a la ansiedad que son capaces de
afrontarla de manera más o menos automática, mientras
que otros soldados que se enfrentan a una gran ansiedad
por primera vez pueden quedar paralizados, perder su confianza y experimentar auténtico pánico.
Factores socioculturales. Algunos factores socioculturales pueden desempeñar un importante papel en la adaptación al combate. Esos factores incluyen la claridad y
aceptabilidad de los objetivos de la guerra, la identificación
con la unidad de combate, el espíritu de equipo y las cualidades del líder.
Una idea que merece la pena destacar es la importancia
de la aceptabilidad que tenga la guerra para esa persona. Si
sus objetivos se acomodan a su escala de valores, la adaptación psicológica del soldado será más fácil. Otro factor importante es su identificación con la unidad de combate. De
hecho, cuanto mayor sea la identificación con el grupo, menos probable es que el soldado se desmorone durante el
combate. El espíritu de equipo también influye sobre la moral y la adaptación a circunstancias extremas. Por último,
cuando un soldado respeta a sus superiores, confía en su
juicio y capacidades, y llega a aceptarlos como figuras paternales, su moral y resistencia ante el estrés serán superiores. Por otra parte, la falta de confianza y el rechazo hacia los
superiores redunda en una disminución de la moral y de la
tolerancia ante el estrés de combate.
Por otra parte, el retorno a un entorno social que no
acepta al soldado también puede aumentar su vulnerabilidad para sufrir un trastorno de estrés post-traumático.
Por ejemplo, durante el seguimiento de un año realizado
sobre un grupo de soldados israelíes que habían causado
baja por motivos psiquiátricos en la guerra de Yom Kippur, Merbaum (1927) encontró que no sólo continuaban
mostrando una gran ansiedad, depresión y malestar físico,
sino que también se habían vuelto cada vez más ansiosos y
desasosegados. Merbaum supuso que su deterioro psicológico probablemente se debía a las actitudes de rechazo
que encontraban en su comunidad; en un país que depende tanto de su fuerza militar para sobrevivir, se rechaza a
las personas que sufren un desmoronamiento psicológico
durante el combate. Por esa razón, muchos soldados no
sólo se encontraban aislados en el seno de su comunidad,
sino que también se sentían culpables por lo que percibían como un fracaso personal. Tales sentimientos exacerbaban las ya estresantes situaciones en las que vivían. En
un estudio longitudinal reciente de los veteranos de la
guerra de Yom Kippur, Solomon y Kleinhauz (1996) encontraron que dieciocho años después de finalizada la
guerra, todavía podían encontrarse síntomas residuales de
TEPT en estas personas, comparadas con un grupo de
control.
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Trastornos de estrés post-traumático: reacciones a acontecimientos catastróficos
Efectos a largo plazo del estrés
post-traumático
En ocasiones los soldados que han experimentado agotamiento de combate pueden mostrar síntomas de estrés
post-traumático durante largos periodos de tiempo. También se han descrito situaciones de estrés post-traumático
diferido, en las que soldados que se habían mantenido perfectamente bien bajo un combate muy intenso comienzan a
experimentar estrés post-traumático una vez que regresan a
casa, generalmente como respuesta a factores de estrés relativamente pequeños, que anteriormente hubieran manejado con mucha facilidad. Evidentemente, estos soldados han
sufrido un daño a largo plazo en sus capacidades de adaptación, lo que en algunos casos se ha complicado además con
recuerdos de la muerte de los soldados enemigos o de civiles, y así como con sentimientos de culpabilidad y ansiedad
(Haley, 1978; Horowitz y Solomon, 1978).
Sin embargo, la naturaleza del estrés post-traumático
diferido resulta relativamente controvertida (Burstein,
1985). Por ejemplo, muchos casos de síndrome de estrés diferido entre veteranos de combate en la guerra de Vietnam
resultan difíciles de relacionar de manera explícita con el
estrés de combate, ya que no sabemos si esas personas podrían haber tenido otros problemas de adaptación importantes. Podría suceder que estas personas con dificultades
de adaptación atribuyan de manera errónea sus problemas
actuales a incidentes específicos de su pasado, como sus experiencias en combate. La enorme publicidad que se ha
dado al trastorno de estrés post-traumático diferido puede
hacer que el especialista extraiga una conclusión precipitada al conocer los antecedentes de su paciente. De hecho, la
gran frecuencia con la que recientemente se está diagnosticando este trastorno en ciertos contextos, podría deberse en
gran medida a la influencia de su popularidad.
Amenazas a la seguridad personal
Algunas de las circunstancias más traumáticas que una persona puede experimentar, son las que le enfrentan a situaciones que amenazan su seguridad personal. Ni siquiera el
hecho de vivir en un mundo moderno y civilizado garantiza que podamos vivir tranquilamente persiguiendo nuestros sueños y ambiciones. Con demasiada frecuencia oímos
hablar de trágicas circunstancias sociopolíticas que llevan a
enormes poblaciones a tener que abandonar su hogar y a
vivir en campamentos de refugiados en lugares desconocidos, donde están sujetos a un trato inhumano.
En este apartado vamos a describir brevemente algunas
situaciones extremas que suponen algunas de las circunstancias más estresantes con las que se puede enfrentar una
persona, y que con frecuencia terminan generando problemas duraderos de adaptación psicológica. Vamos a revisar
tres de esas circunstancias traumáticas: la emigración forzosa a una tierra extraña, ser capturado como rehén, y la

tortura. Si bien se trata de circunstancias extraordinarias a
las que probablemente nunca tengamos que enfrentarnos,
sin embargo son demasiado frecuentes en el turbulento
mundo en que nos ha tocado vivir.
EL TRAUMA DEL EXILIO. En 1999 más de catorce millones de refugiados tuvieron que abandonar su país, y
otros veintiuno tuvieron que buscar otro lugar para vivir
dentro de su propio país (Comité de Estados Unidos para
Los Refugiados, 2001). La mayoría de los refugiados proceden de países del tercer mundo. Por ejemplo, más de un millón y medio de refugiados kurdos procedentes de Irak han
tenido que trasladarse a Irán, o están acampados cerca de la
frontera entre Irak y Turquía, por no mencionar el incontable número de refugiados de Ruanda que viven en Zaire.
Recientemente están llegando a los Estados Unidos refugiados que provienen de multitud de países, como Etiopía, la antigua Unión Soviética, Irán, Cuba, Haití, Laos,
Vietnam, Camboya y Somalia. Las personas procedentes
del sudeste asiático que empezaron a llegar a Norteamérica
después de 1975, probablemente sean los que hayan experimentado las mayores dificultades de adaptación. Aunque
muchos de ellos funcionaban adecuadamente en su tierra,
y con el tiempo se han convertido en ciudadanos americanos felices e integrados, otros muchos están experimentando grandes dificultades de adaptación (Carlson y
Rosser-Hogan, 1993; Clarke, Sack, y Goff, 1993; Westermeyer, Williams, y Nguyen, 1991). No es extraño que los refugiados que tienen una menor autoestima tiendan a
experimentar mayores dificultades de adaptación a una
nueva cultura (Nesdale, Rooney, y Smith, 1997). Un estudio longitudinal de diez años de duración sobre un grupo
de refugiados procedentes de Laos encontró que muchos
de ellos habían realizado un progreso importante para su
integración en la nueva cultura (Westermeyer, Neider, y
Callies, 1989). Muchos habían medrado económicamente
—alrededor del cincuenta y cinco por ciento tenían empleo, con sueldos similares a los de la población en general—. El porcentaje de los que dependían de la asistencia
social había descendido desde el cincuenta y tres por ciento inicial al veintinueve por ciento diez años después. También había mejorado su ajuste psicológico, con cambios
muy positivos respecto a los síntomas de fobia, somatización, y baja autoestima. Sin embargo, todavía existían algunos problemas importantes. Muchos refugiados todavía no
habían aprendido la nueva lengua, algunos parecían permanentemente asentados en su dependencia de la asistencia social, y algunos otros todavía mostraban síntomas
psicológicos, como ansiedad, hostilidad y paranoia, que
apenas se habían modificado a lo largo del periodo estudiado. Si bien muchos refugiados habían sido capaces de
adaptarse a su nueva cultura, muchos todavía experimentaban considerables problemas de adaptación incluso depués de diez años viviendo en los Estados Unidos (Hinton,
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Estrés y trastornos de adaptación
Tiet, et al., 1997; Westermeyer, 1989) o en otros países
como Noruega (Hauff y Vaglum, 1994).
Muchos adultos que tienen que emigrar experimentan
un alto nivel de estrés y problemas para lograr una adaptación psicológica. Pero también sus hijos pueden llegar a experimentar niveles de estrés incluso más altos (Rousseau,
Drapeau, y Corin, 1996). En un estudio realizado con chinos que habían emigrado a Canadá, Short y Johnston
(1997) encontraron que el nivel de estrés en los niños quedaba amortiguado por la adaptación que habían alcanzado
sus padres. Este estudio destacaba la importancia de conocer el nivel de estrés de los adultos, con el fin de implantar
estrategias para aliviar sus «preocupaciones sobre el futuro», y disminuir así también el nivel de estrés de sus hijos.
EL TRAUMA DE SER CAPTURADO COMO REHÉN. La
captura de rehenes parece aumentar cada año. Y no sólo por
razones políticas, sino también por motivos económicos o de
otro tipo. Ciertamente se trata de situaciones que pueden
producir en las víctimas síntomas psicológicos de incapacidad (Allodi, 1994). El siguiente caso (adaptado de Sonnenberg, 1988) describe a un hombre que experimentó una
terrible experiencia, que le dejó con intensos síntomas de ansiedad y estrés durante varios meses después del accidente.
jo. Se sentía aislado e indispuesto contra los demás, y creía que moriría en poco tiempo. También mostraba síntomas cada vez mayores
de activación psicofisiológica: dormía mal, tenía dificultades para
concentrarse, y sobresaltos exagerados. La primera vez que hablamos pormenorizadamente de su abducción, volvió a ensuciarse encima mientras narraba su experiencia traumática.
Este hombre estuvo en tratamiento con otros psiquiatras durante los siguientes dos años, recibiendo sesiones de psicoterapia
individual dos veces a la semana, además de un antidepresivo. La
psicoterapia consistía en discusiones centradas sobre la sensación
de vergüenza y culpa que el paciente había sentido respecto su conducta durante el rapto. Le hubiera gustado haberse mostrado más
estoico y no haber suplicado clemencia por su vida. Gracias a la
comprensiva ayuda de sus psicoterapeutas, fue capaz de darse
cuenta de que su conducta había sido absolutamente comprensible,
igual que su rabia asesina respecto a sus captores, y su deseo de
venganza.
Poco a poco fue capaz de poder comentar su experiencia con
su esposa y sus amigos, y al final del segundo año parecía haber
superado la mayoría de sus síntomas, si bien nunca dejó de mostrarse más o menos ansioso cada vez que veía grupos de jóvenes
de extraño aspecto. Y lo que es más importante, fue capaz de volver a mostrar interés por su esposa y sus hijos, así como por su
trabajo (p. 585).
Abducción
El señor A. era un contable casado, padre de
dos hijos, de treinta y tantos años. Una noche
fue atacado por un grupo de jóvenes que le
metieron en su coche y le llevaron a un camino
desierto.
Le empujaron fuera del coche y comenzaESTUDIO
ron a golpearle. Le quitaron la cartera, y empeDE UN
zaron a burlarse de su contenido (además de
CASO
conocer así su nombre, su ocupación, y los
nombres de su mujer y de sus hijos), y le amenazaron con ir a su casa y pegar a su familia. Al final, después de cebarse con él durante varias horas, lo ataron a un árbol, y apuntaron
una pistola a su cabeza hasta que, tras dejar que llorara y suplicara
clemencia, apretaron el gatillo. El arma estaba descargada, pero en
el momento en que notó que apretaban el gatillo, la víctima no pudo
contenerse y ensució sus pantalones con heces y orina. A continuación lo desataron y lo dejaron tirado en medio del camino.
Penosamente consiguió llegar a una gasolinera que había visto
durante el trayecto, y llamó a la policía. Se pidió a [uno de los autores] que lo examinase, cosa que hizo periódicamente durante los siguientes dos años. El diagnóstico fue TEPT. El sujeto había sufrido
algo que excede la experiencia humana normal, y volvía a experimentarlo una y otra vez, de diversas formas: recuerdos, pesadillas,
y un temor incontrolable cada vez que veía un grupo de jóvenes de
aspecto desabrido. Al principio se quedó absolutamente aturdido:
dejó de relacionarse con su familia y perdió el interés por su traba-
TRAUMAS PSICOLÓGICOS ENTRE LAS VÍCTIMAS DE
TORTURAS. Una de las experiencias más estresantes que
pueden existir es la tortura recibida de otro ser humano.
Desde los albores de la humanidad hasta el presente, algunas
personas han sometido a otras al dolor, la humillación y la
degradación, por inexplicables y siempre injustificables motivos políticos o personales (Jaranson y Popkin, y 1998). La
historia y la literatura están repletas de narraciones personales que describen el intenso sufrimiento y el indescriptible
horror derivado del maltrato recibido por torturadores despiadados. Por otra parte, diversos estudios empíricos han revelado datos de la prevalencia de la tortura en el mundo
actual: Allden y sus colaboradores (1996) informaron que el
treinta y ocho por ciento de los disidentes políticos birmanos
que escaparon de Tailandia habían sido torturados antes de
su huida. Shrestha, Sharma, y sus colaboradores (1998) compararon a supervivientes Butaneses de un campo de refugiados nepalí con un grupo de control, y encontraron que los
supervivientes mostraban más TEPT, ansiedad y síntomas
depresivos que el grupo de control. Van Ommeren, de Jong,
et al. (2001) compararon a refugiados Butaneses que habían
sido torturados, con otros que no lo habían sido, y encontraron que los primeros mostraban más TEPT, más problemas
somáticos, y más trastornos disociativos, así como más trastornos afectivos y de ansiedad. Silove, McGorry, et al. (2002)
también encontraron más TEPT en una muestra de víctimas
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Trastornos de estrés post-traumático: reacciones a acontecimientos catastróficos
de la tortura que vivían en Australia, cuando se les comparó
con refugiados que no habían sido torturados.
Es cierto que estos estudios tienen ciertas limitaciones
en cuanto a su posibilidad de generalización, ya que suelen
estar basadas en muestras muy pequeñas y no representativas de supervivientes de las torturas. Afortunadamente, un
reciente estudio realizado con una amplia muestra representativo de refugiados africanos procedentes de Somalia y
Etiopía ha proporcionado una estimación fiable de las tasas
de prevalencia de la tortura entre una muestra de 1 134 refugiados. La muestra estaba compuesta de unos seiscientos
refugiados para cada nacionalidad, con un número igual de
hombres y mujeres. De entre todos los participantes en el
estudio, sólo aproximadamente el cincuenta y seis por ciento no habían sido torturados. Este porcentaje es sustancialmente más elevado que el que aparece en otros estudios,
generalmente alrededor del cuarenta y cuatro por ciento
(Jaranson, Butcher, et al., en prensa).
Los síntomas psicológicos que se experimentan tras la
tortura están muy bien documentados y abarcan problemas
físicos (dolor, nerviosismo, insomnio, temblores, debilidad,
desvanecimientos, fiebres y diarrea); síntomas psicológicos
(terrores nocturnos y pesadillas, depresión, suspicacia y
desconfianza, aislamiento social y alienación, irritabilidad
y agresividad); dificultades cognitivas (problemas para
concentrarse, desorientación, confusión y trastornos de
memoria); y conductas inaceptables (agresividad, impulsividad e intentos de suicidio; véase Baçoglu y Mineka, 1992;
Burnett y Peel, 2001).
El siguiente caso resulta muy ilustrativo de una experiencia de tortura:
Mohamed B.
Mohamed B., un refugiado etíope de veintiún
años, vive con su madre, su padre, dos hermanos pequeños, y dos hermanas pequeñas en un
pequeño edificio de apartamentos del centro
de la ciudad. Trabaja a tiempo parcial en un
aparcamiento,
y asiste a clases nocturnas. Vive
ESTUDIO
en los Estados Unidos desde que cinco años
DE UN
atrás se viera obligado a salir de su patria por
CASO
una serie de problemas. Cuando tenía quince
años fue interrogado junto a otros jóvenes de
su pueblo, en una prisión gubernativa durante varios meses. Recibió
severos maltratos, entre los que se pueden contar la inanición y frecuentes castigos físicos. Durante los siete meses en los que estuvo
encarcelado, fue interrogado, generalmente después de haber sido
brutalmente golpeado o de ver cómo torturaban a otros prisioneros,
con el objetivo de obtener información sobre guerrilleros contrarios
al gobierno. En una ocasión fue interrogado mientras uno de los
guardias mantenía el cañón de su arma dentro de su boca, mientras

que en otra ocasión se le sometió a una ejecución ficticia para hacerle hablar. Una vez que sus carceleros quedaron convencidos de
que no disponía de información relevante, fue liberado. Poco después su familia pudo escapar del país.
Desde su liberación, Mohamed ha experimentado intensos síntomas de TEPT, lo que incluye terrores nocturnos, trastornos del
sueño, fuertes ataques de ansiedad y depresión. Dice que sufre dolores de cabeza prácticamente constantes, así como un intenso
dolor en una mano que le rompieron sus carceleros.
Aunque Mohamed ha podido terminar el bachiller, su funcionamiento cotidiano está plagado de pensamientos intrusos, de ansiedad, pesadillas y depresión.
La mayor parte de lo que sabemos sobre las consecuencias psicológicas de la tortura proviene de los informes y
narraciones de las víctimas. Sus experiencias también se
han evaluado empíricamente en estudios bien controlados.
En uno de ellos, realizado con víctimas somalíes y etíopes
(Jaranson et al., en prensa) los supervivientes informan de
que sufren muchos más problemas físicos y psicológicos,
además de puntuar más alto en los criterios para el TEPT,
que otros refugiados que no han sido torturados.
En otro estudio, Metin Baçoglu y sus colaboradores
(1994) analizaron las consecuencias a largo plazo de la
tortura, así como posibles estrategias de rehabilitación.
Analizaron un estudio realizado con cincuenta y cinco prisioneros turcos condenados por activismo político, y lo
compararon con los resultados obtenidos de otros cincuenta y cinco activistas políticos que no habían sido torturados.
Los investigadores fueron capaces de emparejar a los sujetos
del grupo de víctimas y del grupo de control en un amplio
conjunto de variables, tales como la edad, el sexo, el nivel
educativo, su status étnico y su ocupación laboral. Con el
fin de obtener una imagen lo más objetiva posible de la
adaptación de cada persona, y de sus síntomas psicológicos,
recurrieron a diversas técnicas de evaluación: una entrevista psiquiátrica, diversos tests psicológicos, como por ejemplo el MMPI, la Escala De Depresión de Beck, o el
Cuestionario De Ansiedad Estado-Rasgo.
Si bien es cierto que entre las víctimas de la tortura no
se encontró un exceso de trastornos en comparación con el
grupo de control, sí se detectaron síntomas importantes del
trastorno de estrés post-traumático entre los prisioneros
que habían sido torturados, en comparación con los desarraigados y refugiados políticos que no lo habían sido. De
hecho, Baçoglu y sus colaboradores encontraron evidencias
de que la tortura produce efectos psicológicos independientes de otros factores de estrés (Baçoglu et al., 1994). Resulta interesante observar que los autores encontraron que
la experiencia traumática derivada de la tortura tenía un
impacto diferente según de qué manera se hubiera aplicado
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CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
AVA N C E S
en la investigación
Factores de estrés impredecibles
e incontrolables
.
Durante los últimos treinta años de investigación con
animales, sus resultados han puesto de manifiesto que
dos de los factores más importantes para explicar la
respuesta ante el estrés tienen que ver con el hecho de
que sean más o menos predecibles y controlables. Un
factor impredecible de estrés aparece sin previo aviso y
de manera súbita. Por su parte, un factor de estrés es
incontrolable cuando no sabemos cómo disminuir su
impacto, ya sea escapando de él o evitándolo. En general,
tanto humanos como animales están más estresados
cuando los factores son impredecibles e incontrolables,
que esos mismos factores sean predecibles o
controlables, o ambas cosas a la vez (por ejemplo, Maier y
Watkins, 1998; Mineka y Zinbarg, 1996).
Existe un fuerte paralelismo entre los síntomas de
TEPT y las consecuencias fisiológicas y conductuales de los
factores estresantes impredecibles e incontrolables (por
ejemplo, Baçoglu y Mineka, 1992; Foa, Zinbarg, y OlasovRothbaum, 1992; Friedman y Yehuda, 1995). Por ejemplo, se
sabe que los factores de estrés incontrolables estimulan
algunos sistemas del cerebro, e incrementan los niveles de
norepinefrina central y periférica (Friedman y Yehuda, 1995;
Southwick, Yehuda, y Morgan, 1995). Este hecho llevó a los
investigadores a suponer que la administración de una
droga denominada yoimbina, a las personas que padecen
TEPT, podía aumentar sus síntomas debido a que esta droga
(que se encuentra en la naturaleza) activa las neuronas
noradrenérgicas. En consonancia con esta hipótesis,
Southwick y sus colaboradores (1995) encontraron que el
cuarenta por ciento de un grupo de veinte veteranos de
Vietnam con TEPT a los que se les había suministrado
yoimbina, experimentaban recuerdos retrospectivos. Por
otra parte, también mostraban un aumento de otros
síntomas, como por ejemplo pensamientos traumáticos,
aturdimiento emocional y aflicción.
También se sabe que los factores estresantes
incontrolables producen en los animales una analgesia
inducida por el estrés. Cuando un estímulo neutro se asocia
con factores de estrés no controlables, puede llegar a
provocar también esa analgesia. Este efecto se produce
merced a la liberación de una serie de sustancias opiáceas
en el cerebro (Southwick y colaboradores, 1995; van der
Kolk y Saporta, 1993). Los investigadores están
convencidos de que muchos de los síntomas de
aturdimiento emocional que se observan en las personas
que sufren TEPT son producto de ese proceso analgésico, y
no tanto una reacción psicológica de defensa contra el
recuerdo del trauma.
Si es cierto que los factores de estrés impredecibles e
incontrolables tienen más probabilidad de producir TEPT,
¿por qué sólo algunas de las personas sometidas a esos
factores tienen mayor tendencia a desarrollar TEPT? Una
vez más, los investigadores han puesto sus ojos en la
literatura sobre la investigación animal para encontrar
respuestas (por ejemplo, Mineka y Zinbarg, 1996). Por
ejemplo, se sabe desde hace tiempo que las experiencias
previas con factores de estrés incontrolables pueden
sensibilizar al organismo —esto es, hacerlo más susceptible
hacia las consecuencias negativas de otras experiencias
posteriores—. Algunos estudios han confirmado que esto es
lo que sucede; por ejemplo, los adultos que de niños fueron
víctimas de abusos son más susceptibles que los demás a
sufrir TEPT tras una violación. (véase Foa et al., 1992;
Mineka y Zinbarg, 1996). De manera similar, los soldados de
quienes se abusó cuando eran niños, mostraron una mayor
tendencia a desarrollar TEPT durante la guerra de Vietnam
(Post, Weiss, y Smith, 1995). Por otra parte, existe cierta
evidencia de que algunas características individuales como
el neuroticismo podrían ser más importantes que la propia
incontrolabilidad de los factores de estrés, a la hora de
comprender las reacciones subjetivas ante los estímulos
aversivos (Vogeltanz y Hecker, 1999).
En la actualidad existe un amplio consenso respecto a
que la percepción de incontrolabilidad e impredecibilidad
desempeña un importante papel en el desarrollo y
mantenimiento de los síntomas TEPT (Anisman y Merali,
1999), si bien la asociación entre tales percepciones y
los síntomas suele ser muy compleja (Zakowski, Hall,
et al., 2001).
—esto es, de si la tortura había sido percibida por la víctima
como algo incontrolable e impredecible (Baçoglu y Mineka, 1992)—. Las víctimas que habían podido ejercer cierto
control cognitivo sobre las circunstancias (por ejemplo,
quienes habían podido predecir el dolor que estaban a punto de experimentar y prepararse para él), tendían a mos-
trarse menos afectadas a largo plazo (véase Avances en la Investigación 5.3). Los investigadores llegaron a la conclusión
de que el conocimiento previo y la preparación para la tortura, suponía cierta inmunidad contra el estrés traumático,
mientras que un fuerte apoyo social también actúa como
protección contra el TEPT derivado de la tortura (p. 76).
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En un ulterior estudio de seguimiento sobre las víctimas de la tortura, Baçoglu, Mineka y sus colaboradores
(1997) encontraron más apoyo empírico a la hipótesis de
que la preparación psicológica ante el trauma supone un
valioso factor de protección para suavizar los efectos psicológicos de la tortura.
REVISIÓN
• ¿Cuáles son las principales diferencias entre el
trastorno de estrés agudo y el trastorno de
estrés post-traumático?
• ¿Cuáles son las tres etapas del síndrome de
desastre? ¿En qué etapa se desarrolla el TEPT?
• ¿Qué es lo más controvertido respecto a la
frecuencia de diagnóstico de TEPT diferido?
PREVENCIÓN Y TRATAMIENTO
DE LOS TRASTORNOS POR
ESTRÉS
Prevención y tratamiento de los trastornos por estrés

nudo se denomina entrenamiento de inoculación del estrés, prepara al individuo para tolerar una amenaza previsible, mediante el procedimiento de modificar el tipo de
cosas que éste se dice a sí mismo, antes de que llegue la crisis. Suele recurrirse a una estrategia basada en tres etapas.
Durante la primera etapa, se proporciona información sobre la situación estresante y sobre la manera en que es posible enfrentarse con ese problema. Durante la segunda
etapa, se estrena a la persona para utilizar auto-afirmaciones que promuevan una adaptación eficaz como, por ejemplo, «no te preocupes, este ligero dolor es parte del
tratamiento». Durante la tercera etapa, el individuo practica la utilización de esas auto-afirmaciones mientras se encuentra ante diversos factores estresantes, como por
ejemplo descargas eléctricas impredecibles, películas generadoras de estrés, o un frío súbito. Esta última etapa permite a la persona aplicar las nuevas técnicas que acaba de
aprender. En el Capítulo 17 estudiaremos con más detalle el
entrenamiento en inoculación de estrés, y la utilización de
las auto afirmaciones. Lamentablemente, no es posible estar
psicológicamente preparado para la mayoría de los desastres o de las situaciones traumáticas que, por su propia
naturaleza, suelen tener un carácter impredecible e incontrolable. A continuación vamos a examinar algunas estrategias para el tratamiento de los síntomas post-traumáticos
en personas que están en riesgo de sufrir TEPT.
Prevención de los trastornos de estrés
Tratamiento de los trastornos
por estrés
Sabemos que el estrés muy intenso o prolongado puede producir reacciones psicológicas desajustadas que además siguen un curso predecible, ¿no sería posible prevenir esas
respuestas preparando a la persona para enfrentarse con el
estrés? Cuando sepamos que está a punto de producirse una
situación estresante, ¿no sería posible «vacunar» a esas personas proporcionándoles información sobre los posibles factores de estrés antes de que éstos aparezcan, y sugiriéndole
formas de manejarlos? Si la preparación para la batalla puede ayudar a los soldados a evitar el desfallecimiento psicológico, ¿por qué no preparar también a todo el mundo para
enfrentarse de manera competente con los factores de estrés?
Esta forma de abordar el control del estrés ha demostrado ser muy eficaz en los casos en que la persona se enfrenta a un acontecimiento traumático conocido, como por
ejemplo una intervención quirúrgica importante, o a la
ruptura de una relación sentimental. En tales casos es posible prepararla para enfrentarse mejor con ese acontecimiento estresante, desarrollando actitudes realistas y
adaptativas ante ese problema. La utilización de técnicas
cognitivo-conductuales para ayudar a las personas a manejar situaciones potencialmente estresantes o acontecimientos difíciles se ha estudiado con gran profundidad (Falsetti
y Resnick, 2000). Dicha estrategia de prevención, que a me-
Si bien una parte importante de quienes se encuentran en
situación de estrés no suelen buscar ayuda para aliviar sus
síntomas (Weisaeth, 2001), muchos otros que se encuentran ante una crisis están en un estado de agitación y se
sienten abrumados e incapaces de enfrentarse por sí mismos al estrés. Por una parte no pueden esperar hasta tener
una cita con el terapeuta, y generalmente tampoco pueden
permitirse continuar la terapia durante un largo periodo de
tiempo. Necesitan asistencia inmediata. La intervención
durante la crisis ha surgido para intentar responder a esa
necesidad de ayuda inmediata que tienen las personas y las
familias que se enfrentan a situaciones especialmente estresantes, ya se trate de desastres o de situaciones familiares
que se han vuelto intolerables (Butcher y Dunn capital,
1989; Everly, 2000; Greenfield, Hechtman, y Tremblay,
1995; Morgan, 1995). Existen diferentes estrategias para
tratar los síntomas de TEPT: (1) terapia de crisis a corto
plazo, que se basa en una entrevista cara a cara, (2) interrogatorio posterior al desastre, (3) terapia de exposición directa, para las personas con síntomas TEPT persistentes,
(4) líneas telefónicas, y (5) medicinas psicotrópicas. A continuación vamos a discutir cada una de estas estrategias, y
continuación dedicaremos un espacio a la evaluación de la
terapia de intervención en crisis.
Capítulo-05
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CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
AVA N C E S
en la práctica
Intervención en crisis y desastres aéreos
Existen múltiples situaciones en las que se hace necesario
una intervención de emergencia, pero hay una crisis en
particular que requiere un esfuerzo especial de asistencia
psicológica —los accidentes de aviación. Las consecuencias
inmediatas de un accidente aéreo son devastadoras. Los
supervivientes suelen mostrar respuestas traumáticas ante
el accidente, que impiden su funcionamiento inmediato, y
exigen grandes demandas a su capacidad de adaptación
psicológica varias semanas después del mismo. Las
familias de las víctimas suelen experimentar también un
enorme trauma psicológico; y puede que necesiten realizar
cambios muy importantes durante la larga recuperación del
ser querido, o a veces, lamentablemente, para poder asumir
su muerte. Incluso el personal de rescate puede llegar a
sufrir trastornos de estrés post-traumático (Davis y
Stewart, 1999).
Igual que ocurre con los desastres naturales, los
accidentes de aviación también ocurren de manera
repentina e inesperada, y también suelen ser caóticos.
Sin embargo, no suelen evocar los sentimientos colectivos
que caracterizan la respuesta de la gente ante la mayoría
de los desastres naturales. De hecho, los accidentes de
aviación suelen acarrear una enorme cólera hacia las
compañías aéreas, lo que puede intensificar las reacciones
emocionales de los supervivientes, incluso muchos meses
después del desastre.
Por esa razón se exige que los aeropuertos dispongan
de un plan de desastres, que incluya procedimientos de
rescate y evacuación ante un hipotético accidente de
aviación. Algunos de estos planes también han incorporado
programas psicológicos de apoyo, que proporcionan
servicios de emergencia y de salud mental a los
supervivientes, a los miembros de la familia y al personal
que trabaja en labores de rescate (Butcher y Dunn, 1989;
Carlier, Lambert, y Gersons, 1997).
.
inmediato (Butcher y Hatcher, 1988). La asistencia
psicológica ofrece apoyo emocional e intenta
proporcionar una perspectiva a más largo plazo, que
permita a las víctimas convencerse de que todavía es
posible la supervivencia psicológica. Los desastres
siempre van seguidos de periodos de confusión y
desinformación. Uno de los más importantes cometidos
de los profesionales de la salud mental durante un
desastre es obtener, descifrar y comunicar a las víctimas,
una imagen precisa de la situación que se vive en ese
momento. Por último, la asistencia psicológica de
emergencia también proporciona sugerencias prácticas
dirigidas a favorecer la adaptación. Durante una crisis
grave, las personas suelen perder perspectiva y «olvidar»
que habitualmente son capaces de enfrentarse con los
problemas de la vida.
Desastres aéreos y asistencia psicológica telefónica
Tras un desastre aéreo es habitual que se produzca una
enorme agitación psicológica entre los pasajeros y el
público en general. Dicho estado de tensión puede provocar
desmoralización y conductas negativas, como por ejemplo
el absentismo del trabajo, el consumo excesivo de alcohol y
problemas de tipo moral. Una manera eficaz de enfrentarse
con esta incertidumbre psicológica y de reducir la
atmósfera negativa que se crea tras un accidente aéreo,
consiste en proporcionar servicios de asistencia psicológica
telefónica para todos aquellos que sientan la necesidad de
comentar sus preocupaciones, ya se trate de empleados de
la línea aérea, o de familiares de los pasajeros.
Sesiones de debate
La intervención de emergencia inmediatamente posterior
a un desastre puede disminuir el estrés emocional y
favorecer un mejor ajuste psicológico en un futuro
Las sesiones de debate suelen realizarse en grupos
después de que haya pasado la crisis, y permiten a los
participantes (como por ejemplo el personal de ayuda y
rescate) expresar públicamente sus sentimientos y
emociones, y aprender de la experiencia de otras personas
que han atravesado situaciones similares. Este tipo de
sesiones resulta muy eficaz para reducir el impacto
negativo de las reacciones emocionales ante los
acontecimientos traumáticos.
TERAPIA DE CRISIS A CORTO PLAZO. La terapia de
crisis a corto plazo tiene una duración breve, y se centra en
el problema inmediato que está generando la dificultad. Si
bien los problemas médicos también pueden requerir un
tratamiento de emergencia, nos vamos a centrar en los problemas de carácter personal o familiar, y en los de naturaleza emocional. En este tipo de situaciones de crisis, es
necesario que el terapeuta actúe con gran dinamismo,
La asistencia psicológica tras un accidente aéreo
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contribuyendo a clarificar el problema, sugiriendo planes
de actuación, aportando seguridad y proporcionando la información y el apoyo necesarios.
Si el problema radica en un trastorno psicológico de un
miembro de la familia, la actuación suele orientarse al apoyo del resto de los miembros. Con frecuencia esto permite
al paciente evitar la hospitalización y por ende la ruptura
con la vida familiar. La intervención de crisis también puede requerir la participación de otro personal médico o de
salud mental. La mayoría de las personas y de las familias
que reciben una terapia de crisis a corto plazo no suelen
continuar el tratamiento durante más de seis sesiones.
Un supuesto básico de la terapia orientada a la crisis es
que el individuo funcionaba psicológicamente bien antes
del trauma. Por lo tanto la terapias únicamente pretende
ayudarlo a superar esa crisis, y no tanto el análisis y la
reorientación de su personalidad. La estrategia principal
consiste en proporcionar apoyo emocional a las víctimas y
animarlas a narrar sus experiencias durante la crisis (Cigrang, Pace, y Yasuhara, 1995).
SESIONES DE DEBATE POSTERIORES AL DESASTRE.
Muchas personas que se comportan de manera muy adecuada durante un desastre, pueden experimentar dificultades
una vez que éste ha pasado, y han retornado a su familia y a
sus ocupaciones habituales. Incluso expertos con mucha experiencia en desastres, que han recibido un entrenamiento
amplio y de calidad, pueden resultar afectados por las presiones y los problemas sufridos durante el desastre. Una estrategia para ayudar a este tipo de personas es organizar sesiones
de discusión que les permitan comentar sus experiencias con
los demás. En efecto, la necesidad de «relajarse» en un entorno psicológicamente seguro, y de compartir las experiencias
vividas en el desastre, resulta esencial para quienes se han visto involucrados en una situación traumática.
Durante los últimos veinte años se ha producido un
amplio movimiento dirigido a proporcionar (incluso de
manera obligatoria), sesiones de debate para quienes se han
visto implicados en algún tipo de desastre (Zeev, Iancu, y
Bodner, 2001). Estas sesiones no siempre tienen que estar
dirigidas por profesionales de la salud mental. De hecho, se
está desarrollando una pequeña industria cuya finalidad es
proporcionar servicios de debate, y cuyos proveedores proliferan cada vez más por la escena de una catástrofe —algunos bien preparados, si bien muchos de ellos apenas tienen
un adiestramiento mínimo en aspectos de salud mental—.
Para terminar de confundir el caos subsiguiente a una catástrofe, también suelen aparecer otros «intrusos», como
abogados en busca de potenciales clientes para entablar
pleitos contra algún responsable. Por ejemplo, tras el accidente que se produjo en el aeropuerto de Detroit en 1987,
apareció una persona vestida de sacerdote que proporcionaba asistencia psicológica a los familiares de las víctimas y
al personal de aviación, durante los días siguientes al acci-
Prevención y tratamiento de los trastornos por estrés

dente. Sin embargo, los empleados empezaron a sospechar
cuando dijo que llevaba varios días en el aeropuerto y que
tenía que abandonarlo durante algún tiempo para ver a su
esposa. Se descubrió entonces que no era un sacerdote, sino
el testaferro de una firma de abogados, y que había estado
distribuyendo tarjetas de visita a todos aquellos a quienes
prestaba ayuda.
Esta estrategia
de tratamiento, de orientación conductual, ha demostrado
una gran eficacia para tratar a víctimas de TEPT, sobre todo
a quienes lo sufren de manera crónica o con una aparición
tardía (Barlow, 2002). Consiste en volver a exponer al cliente ante los estímulos que han quedado asociados con el
acontecimiento traumático (McIvor y Turner, 1995). Este
procedimiento requiere una exposición repetida, ya sea de
manera real o imaginada, ante los estímulos que producen
temor (pero que evidentemente no son nocivos), con el objetivo de disminuir la ansiedad (Barlow, 2002). Dicha estrategia también se puede utilizar como complemento de otras
técnicas conductuales dirigidas a reducir los síntomas del
TEPT. Por ejemplo, la utilización de métodos terapéuticos
conductistas tan tradicionales como el entrenamiento en
relajación y en asertividad puede resultar muy eficaz para
ayudar a una persona a enfrentarse con la ansiedad derivada de un acontecimiento traumático.
TERAPIA DE EXPOSICIÓN DIRECTA.
En la actualidad la mayoría de
las grandes ciudades de Estados Unidos dispone de algún tipo
de línea telefónica diseñada para ayudar a los ciudadanos a
soportar situaciones de estrés agudo. Además también existen otras líneas telefónicas, específicamente dirigidas a las víctimas de violaciones y a otras personas que necesiten ayuda.
Igual que ocurre con otras estrategias de intervención
de emergencia, la persona que se encuentra al otro lado del
hilo telefónico debe ser capaz de evaluar con mucha rapidez
cuál es el problema y cuánta su gravedad. Incluso cuando es
posible realizar una evaluación adecuada, el especialista
hace todo lo posible para ayudar a su interlocutor, una persona perturbada puede colgar el teléfono sin haber dejado
su nombre, su número de teléfono, o su dirección. Esto
puede ser una experiencia muy desagradable para el asesor
psicológico, debido a que puede que éste nunca sepa si su
interlocutor ha sido capaz de resolver su problema. Sin embargo, en otros casos sí es posible persuadirlo para que acuda a un centro sanitario en busca de asistencia psicológica,
en cuyo caso ya se puede establecer contacto personal.
LÍNEAS TELEFÓNICAS.
MEDICACIÓN PSICOTRÓPICA. Como hemos visto, las
personas que experimentan situaciones traumáticas suelen
quejarse de ansiedad o depresión, de estupor, de pensamientos intrusivos y de trastornos del sueño. Ante estos problemas es posible recurrir a diversas medicinas para aliviar los
síntomas del TEPT (véase el apartado Temas sin resolver de
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Estrés y trastornos de adaptación
este capítulo). Por ejemplo, los antidepresivos pueden ser
eficaces para aliviar los síntomas de TEPT de depresión, intrusión, y evitación (Marshall y Klein, 1995; Shaley, Bonne,
y Eth, 1996). Sin embargo, dado que los síntomas pueden
fluctuar durante breves periodos de tiempo, es necesario
controlar cuidadosamente la medicación y la dosis necesaria. La utilización de medicinas tiende a utilizarse para el tratamiento de síntomas específicos —por ejemplo, pesadillas,
imágenes de acontecimientos horribles, reacciones de sobresalto, y otras similares (véase el Capítulo 17).
Problemas para el estudio de las
víctimas de una crisis
Para que sea válida y eficaz, la investigación psicológica realizada en condiciones naturales debe planificarse y organizarse muy cuidadosamente. La investigación de las víctimas
de una catástrofe resulta extremadamente difícil por varias
razones. Por una parte, resulta virtualmente imposible diseñar un experimento ideal, perfectamente controlado y bien
fundamentado para «prevenir una catástrofe». No es posible predecir desastres naturales, como puede ser un tornado repentino o un incendio, por lo que resulta muy difícil
disponer de un equipo cualificado y dispuesto a dirigir inmediatamente la investigación. La investigación psicológica
exige una cuidadosa definición de las variables, y un control
meticuloso de todos los detalles, para poder tener la certeza
de que se están adoptando las medidas más apropiadas y
eficaces. Por otra parte, las variables que nos interesan estudiar, como por ejemplo las conductas de duelo de las víctimas, suelen ser muy difíciles de evaluar, mientras que por
otra parte, las variables extrañas resultan prácticamente imposibles de controlar. Con mucha frecuencia es necesario
desarrollar la terapia en lugares ruidosos, como salas de espera, vestíbulos de estación, etc.
Qué estamos aprendiendo sobre la
intervención de emergencia
La investigación sobre la eficacia de la intervención de emergencia suele desarrollarse después de que se haya producido
el hecho. En ocasiones se pone en marcha meses después de
que el desastre haya tenido lugar, y es necesario reconstruirlo a posteriori. Incluso en esas condiciones es posible obtener información muy valiosa. Por ejemplo, Brom, Kleber, y
Defares (1989) realizaron un estudio controlado sobre la eficacia de la terapia breve con personas que experimentaban
el TEPT, y encontraron que aplicar un tratamiento inmediatamente después del acontecimiento traumático reducía de
manera significativa los síntomas TEPT. El sesenta por ciento de las personas que recibieron tratamiento mostraron
mejoría, lo que sólo se puede decir del veintiseis por ciento
del grupo sin tratamiento. Sin embargo, el tratamiento no
benefició a todo el mundo, y algunos todavía seguían mostrando síntomas TEPT después de terminar la terapia.
La estrategia de respuesta ante catástrofes que más
atención ha recibido durante los últimos años, si bien en la
actualidad se encuentra en medio de la controversia, es la de
los grupos de debate. Algunos consideran que la asistencia
psicológica (que frecuentemente realizan personas que no
son profesionales de la salud mental), debería ser obligatoria para todas las víctimas de una catástrofe, para que pueda producirse «una rápida recuperación» (Conlon y Fahy,
2001). Sin embargo, las sesiones de discusión en grupos aislados no han demostrado que sean capaces de reducir el
malestar psicológico, ni que impidan el desarrollo de trastornos relacionados con el estrés. De hecho, existen pruebas
de que las víctimas de un desastre que acuden a grupos de
debate pueden salir peor paradas que un grupo de control
(Mayou et al., 2000).
Por otra parte, algunos investigadores han encontrado
que las sesiones de debate posteriores a una catástrofe sí
pueden resultar muy eficaces. Chemtob y sus colaboradores (1997), por ejemplo, exploraron la utilización de estas
sesiones de debate y encontraron que resultaban muy eficaces para disminuir las reacciones emocionales ante los
acontecimientos traumáticos. En otro estudio, un grupo de
bomberos australianos que participaron en este tipo
de debates después de una catástrofe señalaron que este
tipo de terapia había sido beneficiosa para reducir su estrés
(Regehr y Hill, 2000). Everly y Boyle (1999), tras una revisión minuciosa de la literatura sobre el tema, y de realizar
un meta análisis de diez investigaciones publicadas, concluyeron que las sesiones de debate resultan eficaces para
aliviar los efectos del estrés.
En una interesante revisión del tema, Deahl (2000) ha
llegado a la conclusión de que demostrar la eficacia de los
grupos de debate supone uno de los más importantes desafíos para los investigadores, y que probablemente esa controversia no tiene visos de llegar a una pronta resolución.
REVISIÓN
• ¿Qué estrategias son útiles para prevenir o
reducir las respuestas inadaptadas ante el
estrés?
• Describa la terapia de intervención de
emergencia. ¿En qué medida esta estrategia
de tratamiento difiere de la psicoterapia que
se aplica a otros problemas de salud mental?
• ¿Cómo se utilizan las medicinas para tratar a
las personas que han padecido una situación
de crisis?
• Describa la controversia que subyace a la
utilización de debates de grupo.
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Temas sin resolver
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T E M AS S I N R ES O LV E R
MEDICACIÓN PSICOTRÓPICA PARA EL TRATAMIENTO DEL TEPT
La mayoría de los estudiosos del tema aceptan la idea de
que el TEPT supone una respuesta humana ante
acontecimientos traumáticos intensos —si bien los criterios
para su diagnóstico difieren algo entre los dos principales
sistemas, como el DSM-4 y el ICD-10 (Shalev, 2001)—. Sin
embargo, ambos exigen la exposición a un factor estresante
intenso, como uno de los criterios necesarios para el
diagnóstico. El tratamiento del TEPT suele requerir una
intervención social o conductual —esto es, dirigida a alterar
la situación estresante, o la respuesta del sujeto, ante los
factores de estrés, y a promover su adaptación en el futuro—.
Durante los últimos años, la medicación psicotrópica se
utiliza cada vez más para aliviar los síntomas del TEPT.
Cualquiera que sea su causa, los síntomas del TEPT
pueden expresar una total inhabilidad, y hacer que la
persona sea incapaz de enfrentarse eficazmente con las
exigencias cotidianas. En algunos casos, los síntomas
pueden llegar a ser tan intensos e incapacitantes, que es
necesario prescribir medicación para que el paciente pueda
afrontar la situación. En la actualidad se están utilizando
diferentes medicinas para aliviar los síntomas TEPT. Por
ejemplo, suelen prescribirse antidepresivos para reducir los
síntomas de depresión, intrusión y evitación (Pearlstein,
2000; Shaley, Bonne, y Eth, 1996).
Berlant (2001) ha informado recientemente de un
nuevo uso que puede tener la Topiramatina, una medicina
habitualmente utilizada contra la epilepsia, para reducir los
recuerdos intrusivos y las pesadillas de los pacientes,
permitiéndoles afrontar con más eficacia los
acontecimientos problemáticos:
La señora A., una mujer de 35 años presentaba
«sueños post-traumáticos» ocasionales relacionados
con la reciente muerte de su hijo de quince años,
además de irritabilidad, un estado de ánimo deprimido,
impulsividad y abuso de la marihuana. La Fluoxetina
(un antidepresivo) que había resultado eficaz durante
cinco años, había dejado de surtir efecto. La señora A.
era incapaz de abandonar el cannabis que llevaba
consumiendo durante quince años, ya que decía que le
ayudaba a arrinconar sus pesadillas. Antes de la
muerte de su hijo, la señora A. había crecido en un
hogar del que recordaba sus sentimientos de terror y
angustia cuando veía a sus padres discutir y
amenazarse con matarse mutuamente. Cuando tenía
doce años, el marido de su tía intentó abusar de ella.
Cuando lo contó a su tía, ésta no le creyó. A los trece
años su padre murió, dejándola al cuidado de su
«odiosa madre», quien la abandonó a ella y su
hermana, dejándolas primero en la calle y
posteriormente con unos parientes. A medida que
pasaban los años, encontró cierta felicidad en el
alcohol, el sexo y la marihuana.
A los veintinueve años la señora A. se quedó
embarazada, pero perdió al niño debido a un herpes
neonatal, cuando éste tenía tan sólo una semana de
vida. Ella describe de manera muy vívida la experiencia
de observar las erupciones en la piel de su bebé, y a
continuación el ataque cardiaco que sufrió mientras lo
atendían en la sala de urgencias. Se empeñó en
permanecer en Cuidados Intensivos mientras intentaban
reanimar al bebé, asistiendo a todas las intervenciones,
incluida la fútil inserción de una «aguja de 12,5
centímetros en el corazón del bebé». A tenor de eso la
acosaban constantes pesadillas relativas a la muerte, y
durante quince años recurrió al alcohol y la marihuana
para eliminar esos síntomas, aunque al final decidió que
necesitaba dejar las drogas y terminar con sus
problemas.
Diez días después de que hubiera dejado las
drogas y el alcohol, y a pesar de estar tomando
Sertraline, volvieron a aparecer las pesadillas.
Especialmente problemáticos resultaban los sueños en
los que veía el cadáver de su hijo descomponiéndose
en la tierra, mientras la llamaba. Junto a estos
síntomas se observaban respuestas de sobresalto,
evitación social y un funcionamiento social muy
reducido (pp. 60-61).
Berlant (2001) observó que tras prescribir la
topiramatina, la señora A. decía que las pesadillas habían
disminuido su intensidad y que ya no recordaba los sueños,
que además ya no eran tan «sangrientos» como antes.
También tenía la sensación de que había disminuido su
reacción emocional ante esos sueños. Tampoco
experimentaba intrusiones durante el día, ni reacciones de
sobresalto. Estuvo tomando esa medicación treinta días,
tras los cuales se disminuyó la dosis. A partir de entonces
volvieron a aparecer las pesadillas, por lo que se restauró
una dosis más alta de la medicina.
También se han utilizado otras medicinas
antidepresivas para tratar los síntomas de TEPT; por
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ejemplo trazodone (Warner, Dorn y Peabody, 2001),
nefazodone (Davis et al., 2000); fluoxetina (Hurst y Lamb, y
2000) y sertralina (Comer y Figgitt, 2000). Estas drogas
permiten reducir síntomas muy específicos, como el
malestar provocado por las pesadillas, las imágenes de
acontecimientos terribles, las reacciones de sobresalto, etc.
Vargas y Davidson (1993) llegaron a la conclusión de que la
combinación de psicoterapia y medicinas resultaba más
eficaz que las medicinas por sí mismas. En general, la
mayoría de los estudiosos coinciden en que las medicinas
no son capaces de proporcionar una rápida recuperación de
los pacientes traumatizados.
La idea de que un trastorno producido de manera
ambiental o social pueda tratarse de manera biológica,
modificando el estado mental de la persona mediante
medicinas, puede parecer incongruente. Además, la
utilización de medicinas puede acarrear algunas
consecuencias indeseables. Por ejemplo, puede suprimir los
signos naturales de alarma (los síntomas de ansiedad que
acompañan al malestar), y aletargar a la persona, dándole
una falsa sensación de haber escapado a los efectos de la
experiencia traumática. Esta falsa impresión puede a su vez
reducir su capacidad de adaptación. De hecho, merece la
pena señalar que las medicinas pueden en realidad reforzar
uno de los principales síntomas del TEPT —la evitación—, ya
que le ofrecen un respiro de sus síntomas. Como ha
señalado Ehlers (2001), «la evitación es uno de los
principales síntomas del TEPT, y puede que una persona
necesite varios años para decidirse a buscar ayuda. Resulta
esencial que los clínicos no olviden que incluso quienes
buscan ayuda pueden tener dificultades para hablar sobre
la experiencia traumática, y que muestren signos de
evitación, como acudir de manera irregular, o no ser
capaces de hablar sobre los peores momentos del
trauma...» (p. 768).
Por último, la utilización de medicinas
tranquilizantes puede promover un exceso de
confianza en el paciente.
Así pues, no es suficiente limitarse a prescribir
medicinas y a controlar su efecto a lo largo de una serie de
breves visitas. Por el contrario, en el caso de síntomas
graves de TEPT, es necesario integrar cuidadosamente
cualquier medicación en el seno del tratamiento psicológico
y ambiental. Con frecuencia la recuperación de un TEPT
grave requiere una drástica reorganización de la vida. De lo
contrario, las víctimas repletas de drogas que les dan una
falsa sensación de tranquilidad pueden sentirse menos
ansiosas, pero quizá precisamente por ello no sean capaces
de reconocer la necesidad y la urgencia de establecer
nuevas circunstancias vitales.
En definitiva, cada vez se están empleando más
medicinas psicotrópicas para el tratamiento de pacientes
traumatizados. Es esencial recordar que todavía no
sabemos en qué medida esas medicinas resultan eficaces
para el tratamiento de los síntomas TEPT (Ehlers, 2001;
Jaranson, Kinzie, et al., 2001).
SUMARIO
• Son múltiples los factores que pueden influir sobre
la respuesta de una persona ante situaciones
estresantes. El impacto del estrés no sólo depende
de su gravedad, sino también de la vulnerabilidad
previa de la persona.
• El DSM-IV-TR clasifica los problemas derivados de
las reacciones a situaciones estresantes, bajo dos
categorías generales: trastornos de adaptación y
trastorno de estrés post-traumático (que está
incluido en los trastornos de ansiedad).
• La respuesta de una persona ante situaciones de
conflicto puede interpretarse de manera diferente,
dependiendo de si tales conflictos son del tipo
aproximación-evitación, doble aproximación, o
doble evitación.
• Algunos factores de estrés relativamente comunes
(desempleo prolongado, muerte de un ser amado y
la separación o el divorcio), pueden producir una
gran cantidad de estrés y desajuste psicológico, lo
que provoca un trastorno de adaptación.
• Existe una amplia variedad de factores
estresantes psicosociales, a los que las personas
pueden responder de diversa forma; por ejemplo,
una persona puede reaccionar con conductas
orientadas al problema o también con respuestas
defensivas.
• Los trastornos psicológicos más intensos, que se
producen como respuesta a traumas o situaciones
excesivamente estresantes (como la violación, el
combate militar, la prisión, ser capturado como
rehén, el exilio, o la tortura), pueden clasificarse
como trastornos de estrés post-traumático.
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Términos clave
• El TEPT involucra diversos síntomas, que incluyen
pensamientos intrusivos y pesadillas repetitivas
sobre el acontecimiento estresante, una intensa
ansiedad, la evitación de los estímulos asociados
con el trauma y una creciente activación que se
manifiesta en forma de tensión crónica,
irritabilidad, insomnio, dificultades de
concentración y memoria y depresión.
• Si los síntomas comienzan seis meses o más
después del acontecimiento traumático, el
diagnóstico entonces es de trastorno por estrés
post-traumático diferido.
• Muchos son los factores que contribuyen al
desmoronamiento tras un estrés excesivo, entre
los que se cuentan la intensidad o la propia
amenaza implícita en la situación, la duración del
acontecimiento traumático, la vulnerabilidad
biológica del individuo, su adaptación previa y la
forma en que es capaz de manejar los problemas
una vez que ha desaparecido la situación
estresante.
• En muchos casos los síntomas van desapareciendo
a medida que disminuye el estrés, especialmente si
se proporciona psicoterapia de apoyo. Sin embargo,
en casos extremos pueden quedar problemas
residuales, o también puede ocurrir que el
trastorno no aparezca hasta algún tiempo después.
• En la actualidad disponemos de diversas
estrategias para el tratamiento de los síntomas del
TEPT: terapia de emergencia, sesiones de
discusión, terapia por exposición directa, atención
telefónica y medicación psicotrópica.
TÉRMINOS CLAVE
Crisis (p. 139)
Descompensación psicológica o de
la personalidad (p. 142)
Distress (p. 136)
Entrenamiento de inoculación del
estrés (p. 163)
Estrategias de afrontamiento
(p. 136)
Estrés (p. 136)
Eustress (p. 136)
Factores de estrés (p. 136)
Intervención durante las crisis
(p. 139)
Psiconeuroinmunología (p. 145)
Respuestas orientadas a la
defensa (p. 142)
Respuesta orientada al
problema (p. 142)
Sesiones de discusión (p. 165)
Síndrome del desastre (p. 150)
Síndrome de adaptación
general (p. 143)
Tolerancia al estrés (p. 140)
Trastorno de estrés agudo (p. 149)
Trastorno de adaptación (p. 146)
Trastorno de estrés posttraumático (TEPT) (p. 148)
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C A P Í T U L O
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Pánico, ansiedad
y sus trastornos
PATRONES DE RESPUESTA DE MIEDO Y
ANSIEDAD
VISIÓN DE CONJUNTO DE LOS TRASTORNOS
DE ANSIEDAD
FOBIAS ESPECÍFICAS
El momento del primer ataque de pánico
Factores causales biológicos
Factores causales conductuales y cognitivos
El tratamiento del trastorno de pánico y la agorafobia
TRASTORNO DE ANSIEDAD GENERALIZADA
Fobia a la sangre y a las heridas
Edad de aparición y diferencias sexuales en las fobias
específicas
Factores causales psicosociales
Factores causales de carácter genético y temperamental
El tratamiento de las fobias específicas
Características generales
Prevalencia y edad de aparición
Comorbilidad con otros trastornos
Factores causales psicosociales
Factores causales de carácter biológico
El tratamiento del trastorno de ansiedad generalizada
FOBIAS SOCIALES
TRASTORNO OBSESIVO-COMPULSIVO
Interacción de los factores causales de carácter psicosocial y
biológico
Tratamiento de la fobia social
Prevalencia y edad de aparición
Características del TOC
Factores causales psicosociales
Factores causales biológicos
El tratamiento del trastorno obsesivo-compulsivo
TRASTORNO DE PÁNICO CON Y SIN
AGORAFOBIA
Diferencias entre pánico y ansiedad
Agorafobia
Prevalencia, sexo y edad de aparición del trastorno de pánico
con y sin agorafobia
Comorbilidad con otros trastornos
FACTORES CAUSALES SOCIOCULTURALES
DE LOS TRASTORNOS DE ANSIEDAD
Diferencias culturales en la causa de las preocupaciones
Taijin Kyofusho
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CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
omo hemos visto en el Capítulo 5, incluso las personas estables y bien adaptadas pueden desmoronarse
cuando se ven obligadas a enfrentarse con el estrés
de combate, la tortura, o catástrofes naturales devastadoras.
Pero para algunas personas, incluso la realización de sus
actividades cotidianas puede resultar estresante. Al enfrentarse con exigencias cotidianas de la vida, como relacionarse con sus amigos, esperar en la cola del autobús, viajar
en avión, o tocar el tirador de la puerta, experimentan una
intensa sensación de temor o ansiedad. En los casos más
graves, las personas con problemas de ansiedad incluso
pueden llegar a ser incapaces de salir de su casa por temor a
experimentar un ataque de pánico, o puede que pasen gran
cantidad de tiempo realizando conductas inadaptadas,
como por ejemplo, lavarse las manos constantemente.
Freud interpretó la ansiedad —un sentimiento general
de aprensión respecto a algún peligro potencial—, como un
indicador de la existencia de un conflicto interno entre
algún deseo primitivo (procedente del ello), y las normas
que prohíben su expresión (procedentes del yo y del
superyo). Para Freud la ansiedad se plasmaba de manera
manifiesta a través del nerviosismo y la aprensión. En la
actualidad el DSM ha identificado un grupo de trastornos
que comparten una serie de síntomas y características evidentes de aprensión y de ansiedad. Tales trastornos de ansiedad serán el objetivo fundamental de este capítulo.
A lo largo de la historia, los trastornos de ansiedad se
han considerado como ejemplos clásicos de conducta neurótica, que consiste en la utilización exagerada de conductas de evitación (como por ejemplo no salir de casa) o de
mecanismos de defensa (como por ejemplo racionalizar
que es «preferible» hacer el viaje en coche que enfrentarse al
miedo de viajar en un avión). Si bien la conducta neurótica
es inadaptada, la persona neurótica no se encuentra desconectada de la realidad, ni actúa de manera incoherente o
peligrosa. El concepto de neurosis tiene una larga historia y
todavía se utiliza en los círculos profesionales psicodinámicos, así como en cualquier conversación cotidiana. Para
Freud, las neurosis eran trastornos psicológicos derivados
de algún conflicto intrapsicológico. Algunas veces, la ansiedad procedente de esos conflictos se expresa de manera
explícita (como ocurre en los trastornos que hoy conocemos como trastornos de ansiedad). Sin embargo, para complicar la cuestión, Freud también creía que en otros
trastornos neuróticos la ansiedad implícita podría no ser
tan evidente, tanto para la persona que la sufre como para
quienes le rodean, ya que cabe la posibilidad de que utilice
mecanismos de defensa que le permitieran enmascararla.
Así pues, desde su punto de vista, la ansiedad todavía seguía
provocando una conducta neurótica.
En 1980 el DSM III abandonó el término neurosis y
volvió a clasificar la mayoría de los trastornos que Freud
había considerado como neurosis, pero sin manifestaciones
evidentes de ansiedad, bien como trastornos disociativos
C
bien como trastornos somatomorfos (véase el Capítulo 8).
Este cambio obedecía a la necesidad de agrupar pequeños
conjuntos de trastornos que compartían síntomas y características indiscutiblemente similares. Desde entonces se ha
incrementado de manera notable la fiabilidad del diagnóstico de este tipo de problemas, de manera que los investigadores pueden ya estudiar grupos más homogéneos de
personas. Esto, a su vez, ha producido un enorme avance de
la investigación en este ámbito.
Vamos a comenzar examinando la naturaleza del
temor y la ansiedad como estados emocionales, cada uno de
los cuales tiene un valor adaptativo absolutamente esencial,
pero que muchas veces puede dejar inermes a los seres
humanos. A continuación describiremos y comentaremos
los trastornos de ansiedad.
PATRONES DE RESPUESTA
DE MIEDO Y ANSIEDAD
No resulta fácil definir miedo y ansiedad, y de hecho nunca
ha existido un acuerdo absoluto sobre si se trata realmente
de dos emociones distintas. A lo largo de la historia, la
manera más habitual de diferenciarlas ha sido la presencia
de algún peligro evidente, que la mayoría de la gente pudiera
considerar como algo real. Cuando el peligro es evidente, la
emoción que se experimenta se denominaba temor. Sin
embargo, por lo que respecta a la ansiedad, lo normal es que
no podamos identificar con claridad cuál es el peligro. Instintivamente, la ansiedad se experimenta como un estado
interno desagradable, que tiene que ver con una expectativa
de que pueda ocurrir algún acontecimiento espantoso, pero
que no es posible predecir con certeza (por ejemplo, Barlow,
2002; Barlow, Chorpita, y Turovsky, y 1996).
Durante los últimos años, muchos prominentes investigadores han propuesto establecer una diferencia básica
entre el miedo o pánico, y la ansiedad (por ejemplo, Barlow,
1988, 2002; Gray y McNaughton, 1996). Según estos teóricos, el miedo o el pánico es una emoción básica (que compartimos con muchos animales), que supone la activación
de una respuesta de «luchar-o-huir» por parte del sistema
nervioso simpático, y que nos permite responder con gran
rapidez ante amenazas tangibles, tales como un depredador
peligroso o alguien que nos apunta con un arma. Cuando la
respuesta de miedo/pánico se activa en ausencia de algún
peligro exterior evidente, decimos que esa persona está
sufriendo un ataque de pánico espontáneo, que a menudo
va acompañado de una sensación subjetiva de intenso
temor y de activación general del sistema autónomo, así
como de la tendencia de acción luchar/huir. Así pues, el
miedo y el pánico tienen tres componentes: (1) cognitivos/subjetivos («estoy aterrorizado»), (2) fisiológicos
(como por ejemplo el aumento del ritmo cardíaco y de la
frecuencia respiratoria), y (3) conductuales (un fuerte
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impulso para huir; Lang, 1968, 1971). Estos componentes
sólo están «tenuemente asociados» (Lang, 1985), lo que
quiere decir que una persona puede mostrar, por ejemplo,
indicadores fisiológicos y conductuales de miedo, pero no
mostrar los indicadores subjetivos, o viceversa. Dado que el
miedo constituye un sistema de alarma ante el peligro, debe
poder activarse a gran velocidad para poder cumplir su
objetivo de adaptación, y permitirnos escapar o evitar el
peligro. De hecho, pasamos de un estado normal a un
estado de intenso miedo, prácticamente de manera instantánea.
La ansiedad, al contrario del miedo, es mejor concebirla como una compleja mezcla de emociones y cogniciones, más orientadas hacia el futuro, y más imprecisas que el
miedo (Barlow, 1988; 2002). Desde una perspectiva cognitiva y subjetiva, la ansiedad supone un estado de ánimo
negativo, una preocupación respecto a peligros o amenazas
futuras, una preocupación por sí mismo, y una sensación
de que se es incapaz de predecir futuras amenazas, o de controlarlas en el caso de que realmente se produzcan. En lugar
de poner en marcha una activación dirigida a generar una
respuesta de luchar-o-huir, como ocurre con el miedo, la
ansiedad prepara al individuo para emitir esa respuesta en
el momento en que sea necesaria («puede que ocurra algo
horrible y lo mejor es estar preparados para cuando llegue
el momento»). Igual que ocurría con el miedo, la ansiedad
no sólo involucra componentes cognitivos y subjetivos,
sino también otros de carácter fisiológico y conductual. En
el ámbito fisiológico, supone un estado crónico de sobreactivación, que refleja la preparación para enfrentarse con
el peligro en el momento en que aparezca (la preparación
de la respuesta luchar-o-huir). Desde una perspectiva conductual, la ansiedad implica una fuerte tendencia a evitar
situaciones potencialmente peligrosas, aunque al contrario
de lo que ocurre con el miedo, no existe en este caso una
urgencia inmediata para huir (Barlow, 1988, 2002). El valor
adaptativo de la ansiedad proviene del hecho de que nos
ayuda a planificar la mejor manera de enfrentarnos con una
posible amenaza, de manera que cuando se presenta de
manera moderada y suave, de hecho mejora nuestra capacidad de aprendizaje y el resultado de nuestra conducta. Pero
si bien un nivel moderado de ansiedad suele tener un carácter adaptativo, cuando está se mantiene de manera crónica
e intensa y degenera en una situación inadaptada.
Si bien existen muchas situaciones amenazantes que
provocan miedo o ansiedad de manera incondicionada, la
mayoría de las fuentes de ansiedad y de miedo son aprendidas. La experimentación que se viene desarrollando
durante muchas décadas, tanto con humanos como con
otros animales, ha establecido sin lugar a dudas que la respuesta básica de miedo y ansiedad es una de las más fáciles
de condicionar. En efecto, cuando estímulos previamente
neutrales se emparejan repetidamente con acontecimientos
aversivos, tales como diversos tipos de trauma físico o psi-
Visión de conjunto de los trastornos de ansiedad

cológico, pueden llegar a adquirir la capacidad de provocar
por sí mismos miedo o ansiedad. Por ejemplo, una chica
que contempla a su padre abusando físicamente de su
madre, puede experimentar ansiedad en el momento en
que oiga llegar el coche de su padre a la casa. En tales situaciones, son infinitos los estímulos inicialmente neutros que
accidentalmente pueden llegar a convertirse en indicadores
de que está a punto de ocurrir algo amenazante y desagradable, y por ende de provocar miedo o ansiedad por sí mismos. También nuestros pensamientos e imágenes mentales
pueden actuar como estímulos condicionados, capaces de
provocar respuestas de miedo o ansiedad. Por ejemplo, la
chica a la que nos acabamos de referir puede llegar a experimentar una intensa ansiedad sólo por el hecho de pensar
en su padre.
REVISIÓN
• Compare el miedo o el pánico con la ansiedad,
asegurándose de señalar que ambas
emociones suponen tres sistemas de
respuesta.
• Explique el significado de que tanto el miedo
como la ansiedad puedan condicionarse a la
manera clásica.
VISIÓN DE CONJUNTO
DE LOS TRASTORNOS
DE ANSIEDAD
Un trastorno de ansiedad, como su propio nombre indica,
se caracteriza fundamentalmente por un miedo y ansiedad
irracionales, intensos y poco realistas. El DSM-4-TR reconoce siete tipos básicos de trastorno de ansiedad: trastornos fóbicos de tipo «específico» o de tipo «social»,
trastorno de pánico con o sin agorafobia, trastorno de
ansiedad generalizada, trastorno obsesivo-compulsivo, y
trastorno de estrés post-traumático (que hemos descrito en
el capítulo anterior).
Los trastornos de ansiedad son muy comunes, y afectan a más de veintitrés millones de norteamericanos cada
año, lo que supuso en 1990 un coste por vía directa e indirecta para los Estados Unidos de 42,3 billones de dólares
(Greenberg et al., 1999; Instituto Nacional de Salud Mental,
1998). Las personas que tienen trastornos de ansiedad suelen dirigirse inicialmente a su centro de salud, donde se les
prescriben una serie de medicinas y de análisis médicos
innecesarios, para intentar determinar la causa de los diversos síntomas de pánico y ansiedad.
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CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
En la Encuesta Nacional de Comorbilidad, el estudio
epidemiológico más reciente, se encontró que los trastornos de ansiedad suponen la perturbación más común en las
mujeres, ya que la padece aproximadamente el treinta por
ciento de la población femenina en algún momento de su
vida, pero también es el segundo problema más habitual
para los hombres, ya que afecta aproximadamente al diecinueve por ciento de la población masculina en algún
momento de su vida (Kessler et al., 1924). Las tasas de prevalencia anuales para las mujeres son del veintitrés por
ciento, mientras que para los hombres son del doce por
ciento. También es frecuente que una persona diagnosticada con un trastorno de ansiedad muestre otros trastornos
de ansiedad adicionales, así como trastornos del estado de
ánimo (que explicaremos en el Capítulo 7; véase la sección
Avances en el pensamiento 7.2 de la página 238).
De entre los siete tipos fundamentales de trastornos de
ansiedad, el más común es el trastorno fóbico. Una fobia es un
temor persistente y desproporcionado hacia algún objeto o
situación específicos, que en realidad apenas suponen peligro
alguno. Cuando una persona con una fobia se encuentra ante
el objeto que teme, suele sentir la respuesta de luchar-o-huir
que hemos descrito anteriormente, y que se activa para facilitar la conducta de escape. No resulta sorprendente que estas
personas sean capaces de hacer cualquier cosa para evitar estos
objetos o situaciones, y que a veces incluso intenten evitar imágenes inocuas, como puede ser una fotografía de esos objetos.
El DSM-4-TR propone tres categorías principales de
fobias: (1) fobia específica, (2) fobias sociales, y (3) agorafobia. Las fobias específicas (previamente conocidas como
fobias simples) consisten en miedo hacia otras especies (las
más comunes son las fobias hacia las serpientes y las arañas), o hacia diversos aspectos del entorno, como puede ser
el agua, las alturas, los túneles, o los puentes. Las fobias
sociales se definen como el miedo a las situaciones sociales
en que la persona queda expuesta al escrutinio de los demás,
y teme actuar de manera humillante o embarazosa. Siembre
se ha pensado que la agorafobia implicaba, de manera algo
paradójica, el temor tanto a los espacios abiertos como
cerrados. Sin embargo en la actualidad se considera que la
agorafobia procede de la ansiedad relacionada con el temor
de sufrir un ataque de pánico en una situación de la que sea
difícil o embarazoso escapar, ya se trate de espacios abiertos
o cerrados. Dado que ya no se considera una fobia específica, discutiremos la agorafobia en el contexto del trastorno
de pánico, tal y como lo hace el DSM-4-TR.
REVISIÓN
• ¿Cuál es la característica principal de los
trastornos de ansiedad? Esto es ¿qué tienen en
común?
FOBIAS ESPECÍFICAS
Se dice que una persona tiene una fobia específica cuando muestra un intenso miedo ante la presencia (o
ante la anticipación de un encuentro con) un objeto o
situación específicos. Es necesario que el miedo que se
experimente sea excesivo e irracional, en relación con el
peligro real que presenta ese objeto o situación. Cuando las
personas con fobias específicas se encuentran ante un estímulo fóbico, casi siempre muestran una respuesta inmediata de miedo, que con frecuencia se parece a un ataque de
pánico, excepto porque en este caso sí está presente un
desencadenante externo (DSM-4-TR). También es necesario que la evitación de la situación temida, o el malestar que
se experimenta a consecuencia de la misma, interfieran de
manera significativa con el funcionamiento normal, o que
genere un malestar significativo. La Tabla 6.1 enumera algunas fobias específicas habituales. El DSM-4-TR especifica
cinco subtipos de fobias específicas: (1) subtipo animal
(por ejemplo, serpientes o arañas), (2) subtipo del entorno
natural (por ejemplo, alturas o agua), (3) subtipo del miedo
a la sangre (véase más adelante), (4) subtipo situacional
(por ejemplo, aviones o ascensores), y (5) subtipo atípico
(por ejemplo, asfixiarse o vomitar).
La mayoría de nosotros tenemos al menos unos cuantos
temores irracionales, pero en los trastornos fóbicos esos
temores son muy intensos, y con frecuencia interfieren de
manera significativa con las actividades cotidianas. Por ejemplo, las personas con claustrofobia son capaces de subir
andando un montón de pisos con tal de no entrar en un
ascensor, e incluso pueden llegar a rechazar un empleo interesante para no tener que hacerlo. Esta evitación es la principal
característica de las fobias; se produce tanto porque la propia
respuesta fóbica resulta muy desagradable, como también
debido al temor irracional de que se produzca algo terrible.
El siguiente caso representa muy bien lo que ocurre en
una fobia específica:
Los temores de la esposa
de un piloto
María, casada y madre de tres niños, tenía cuarenta y siete años la primera vez que acudió en
busca de tratamiento para su acrofobia y
claustrofobia. Decía que desde su adolescencia
había
sentido un intenso temor a los espacios
ESTUDIO
cerrados y a las alturas. Recordaba que cuando
DE UN
era niña sus hermanos mayores la habían enceCASO
rrado en el armario, y que la tapaban con una
manta para asustarla, y cuando la dejaban salir
le enseñaban imágenes de arañas. María era capaz de establecer
el origen de su claustrofobia, derivada de esos incidentes
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traumáticos, pero no tenía la menor idea de dónde procedía su
miedo a las alturas. Cuando sus hijos eran pequeños, había sido un
ama de casa perfectamente capaz de desarrollar su vida normal a
pesar de sus dos fobias específicas. Sin embargo, ahora que sus hijos
se habían hecho mayores, quería encontrar trabajo fuera de casa. No
obstante, le estaba resultando muy difícil, ya que no quería tener
que subir en un ascensor, pero tampoco trabajar por encima de la
primera planta de un edificio. De hecho, su marido trabajaba en una
compañía aérea, que le bonificaba con billetes de avión gratuitos.
Dado que María no podía volar (debido a sus fobias) ese problema se
había convertido en un asunto espinoso de su matrimonio, ya que les
hubiera gustado disfrutar de esos billetes gratuitos para viajar a
lugares lejanos y exóticos. Así pues, aunque María arrastraba sus
fobias con resignación desde hacía muchos años, sólo durante los
últimos años habían empezado a causarle problemas, a medida que
habían ido cambiando las circunstancias de su vida, con lo que ya no
podía evitar con facilidad acudir a lugares elevados o cerrados.
Aunque las personas que sufren fobias saben que sus
miedos son irracionales, sin embargo, dicen que no pueden
hacer nada para remediarlo. Cuando intentan aproximarse
a la situación fóbica, quedan abrumados por el miedo o la
ansiedad, que puede oscilar desde moderados sentimientos
de aprensión y malestar (generalmente mientras todavía se
encuentran a cierta distancia) hasta una gran activación del
tipo luchar-o-huir. Sea cual sea la forma en que comienza,
la conducta fóbica tiende a reforzarse mediante la disminución de la ansiedad que se produce al evitar la situación
Tabla 6.1.
Fobias específicas
habituales
Acrofobia
alturas
Algofobia
dolor
Astrofobia
tormentas y relámpagos
Claustrofobia
espacios cerrados
Hidrofobia
agua
Monofobia
estar solo
Misofobia
contaminación o gérmenes
Nictofobia
oscuridad
Ochlofobia
multitudes
Patofobia
enfermedad
Pirofobia
fuego
Zoofobia
animales en general o algún animal
concreto
Fobias específicas

temida. Además, muchas veces las fobias también se mantienen de manera inadvertida gracias a la obtención de
beneficios secundarios (derivados de la propia enfermedad), como por ejemplo recibir más atención, simpatía y
poder ejercer cierto control sobre la conducta de los demás.
Fobia a la sangre y a las heridas
Hay una categoría de fobias específicas que probablemente
afecte al tres o cuatro por ciento de la población, y que tiene
una serie de características únicas e interesantes (Öst y
Hellström, 1997; Page, y 1994). Por ejemplo, la persona que
sufre de fobia a la sangre o heridas, suele experimentar al
menos tanto disgusto como temor (Woody y Teachman,
2000). Además, las personas que tienen esta fobia muestran
una respuesta fisiológica única cuando ven sangre o heridas. En lugar de que aumente su ritmo cardíaco y la presión
sanguínea, que es lo que ocurre a la mayoría de las personas
con fobia, muestran una aceleración inicial seguida de un
fuerte descenso, tanto del ritmo cardíaco como de la presión sanguínea. Esta disminución suele ir acompañada por
náuseas, vértigos y desvanecimientos. De hecho, se ha estimado que alrededor del setenta y cinco por ciento de las
personas con fobia a la sangre y a las heridas suelen desmayarse en este tipo de situaciones (Öst y Hellström, 1997).
Resulta interesante constatar que las personas con este
tipo de fobia sólo muestran esta respuesta fisiológica ante la
presencia de la sangre y de las heridas, mientras que ante
otros objetos temidos manifiestan la respuesta fisiológica
típica de luchar-o-huir (véase Öst y Hugdahl, 1985). Este tipo
de fobia también tiene un fuerte componente familiar, ya que
dos tercios de las personas que lo sufren tienen al menos un
familiar directo que también padece fobia a la sangre (Page y
Martin, 1998). Desde un punto de vista evolutivo y funcional, esta respuesta fisiológica específica quizá haya evolucionado para cumplir un propósito determinado: al
desmayarse, la persona que está siendo atacada puede evitar
seguir sufriendo ataques, y si a pesar de ello éstos se produjesen, entonces la disminución de la presión sanguínea reduciría la pérdida de sangre (Craske, 1999; Marks y Nesse, 1991).
Edad de aparición y diferencias sexuales
en las fobias específicas
Las fobias específicas son muy comunes, sobre todo en las
mujeres. Los resultados de la Encuesta Nacional de Comorbilidad pusieron de manifiesto una tasa de prevalencia de
alrededor del dieciséis por ciento para las mujeres y casi del
siete por ciento para los hombres (Kessler et al., 1994;
Magee et al., 1996). Entre las personas que tienen una fobia
específica, alrededor del setenta y cinco por ciento tienen al
menos otro temor específico que también se manifiesta de
una manera excesiva (Curtis, Magee, Eaton, Wittchen, y
Kessler, 1998). Las tasas para cada sexo pueden variar de
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Pánico, ansiedad y sus trastornos
manera considerable en función del tipo de fobia, si bien
siempre son más frecuentes en mujeres que en hombres.
Por ejemplo, entre el noventa y el noventa y cinco por
ciento de las personas que tienen fobia a algún animal son
mujeres, pero sin embargo la tasa sexual en el caso de la
fobia a la sangre es sólo de dos a uno. La edad media de aparición de los diferentes tipos de fobias específicas también
varía ampliamente. Las fobias a los animales suelen comenzar durante la niñez, igual que la fobia a la sangre y las heridas, las fobias dentales, y a los fenómenos ambientales. Sin
embargo, otras fobias como la claustrofobia y la agorafobia
tienden a comenzar durante la adolescencia y el principio
de la edad adulta (Craske, 1999; Öst, 1987).
Factores causales psicosociales
Existen múltiples factores causales psicosociales involucrados en el origen de las fobias específicas que pueden variar
desde conflictos psicodinámicos muy profundos, hasta
miedos condicionados relativamente simples.
LA PERSPECTIVA PSICODINÁMICA. De acuerdo con
esta perspectiva, las fobias representan un mecanismo de
defensa contra la ansiedad procedente de los impulsos
reprimidos que hay en el ello. Dado que resulta demasiado
peligroso «conocer» esos impulsos del ello reprimidos, la
ansiedad se desplaza a otros objetos externos que pueden
tener alguna relación simbólica con el auténtico objeto que
produce la ansiedad. Por ejemplo, en su estudio clásico del
pequeño Hans, Freud (1909) propuso que ese niño de cinco
años había desarrollado su fobia a los caballos debido a la
fuerte ansiedad procedente de la represión de su conflicto
de Edipo. Más concretamente, Freud estaba convencido de
que el niño deseaba de manera inconsciente a su madre. De
hecho, Hans estaba tan irritado contra su padre (cuyo pene
era más grande) que incluso quería matarlo para poder
tener a su madre para él solo. Eso le produjo un miedo
inconsciente a que su padre también quisiera «matarlo» o
castrarlo. De acuerdo con Freud, los fuertes conflictos internos derivados de todos esos sentimientos inconscientes no
podían ser aceptados por la mente consciente de Hans, por
lo que su ansiedad se desplazó hacia los caballos, que
supuestamente tendrían algún tipo de relación simbólica
con su padre.
Está explicación psicodinámica tan prototípica de
cómo se adquiere una fobia, ha sido muy criticada por lo
especulativa (por ejemplo, Wolpe y Rachman, 1960). Una
explicación alternativa y mucho más simple de esa fobia a
los caballos procede de la Teoría del Aprendizaje. Cuando
el niño tenía cuatro años había visto un aparatoso accidente en el que un caballo había sufrido importantes lesiones; el niño había quedado muy alterado por este
incidente, y más adelante comenzó a evitar salir de casa
con tal de no encontrarse con algún caballo por la calle. De
esta manera, de acuerdo con Wolpe y Rachman, la fobia de
Hans tenía su origen en un condicionamiento clásico de
carácter traumático.
LAS FOBIAS COMO CONDUCTAS APRENDIDAS. En
muchos casos los principios del condicionamiento clásico
explican muy bien cómo se produce la adquisición de miedos irracionales y fobias. Como se ha dicho anteriormente,
la respuesta de miedo puede ser condicionada a un estímulo previamente neutro, a condición de que ambas se
asocien con situaciones traumáticas y dolorosas. También
es de esperar que, una vez que se adquieren, los temores
fóbicos se generalicen a otros objetos o situaciones similares. Recuérdese, por ejemplo, que la claustrofobia generalizada de María probablemente hubiera sido provocada por
multitud de incidentes en los que sus hermanos la encerraban en el armario y la tapaban con mantas para asustarla.
El poderoso papel del condicionamiento clásico en el desarrollo de las fobias quedó patente en una investigación de
Öst y Hugdahl (1981), que administraron cuestionarios a
ciento seis adultos fóbicos, referidos, entre otras cosas, a la
identificación del origen de sus temores. El cincuenta y
ocho por ciento se refirió a experiencias traumáticas condicionadas. El condicionamiento traumático directo puede
ser especialmente común en la aparición de la fobia al dentista (Kent, 1997), en la claustrofobia (Rachman, 1997), y
en la fobia a los accidentes (Kuch, 1997).
El
condicionamiento directo traumático no es la única forma
en que se puede aprender un miedo irracional. Es suficiente
observar a una persona con fobia actuar de manera atemorizada, para experimentar malestar, e incluso aprender su
propio temor a partir de un condicionamiento clásico de
carácter vicario u observacional. Por ejemplo, un hombre
narraba que cuando era un niño había visto a su abuelo
vomitar mientras moría. Poco después de este acontecimiento traumático, el niño había desarrollado una fobia al
vómito muy fuerte y persistente. De hecho, cuando ya era
adulto ese hombre se había planteado la posibilidad de suicidarse en una ocasión en la que había sentido náuseas y
había comenzado a vomitar.
La convicción de que ese tipo de condicionamiento
vicario no sólo es posible, sino frecuente, proviene de la
investigación con monos rhesus. En este tipo de experimentos, Mineka, Cook, y sus colaboradores (por ejemplo,
1984, 1991, 1993) mostraron que monos criados en laboratorio que nunca habían tenido miedo a las serpientes,
desarrollaban con gran rapidez un miedo fóbico a estos animales, por el simple hecho de observar a otro mono criado
en libertad que mostraba su temor a las serpientes. Este tipo
de miedo generado por observación, se adquiría tan sólo
tras una única exposición de entre cuatro y ocho minutos, y
además, tres meses después no había indicios que apuntaCondicionamiento vicario de los temores fóbicos.
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ran a que hubiera disminuido el miedo. De hecho, los
monos también pueden aprender el miedo simplemente
por ver un vídeo donde un mono criado en libertad se
muestra asustado de las serpientes —lo que sugiere que los
medios de comunicación de masas pueden desempeñar un
papel más importante de lo que se cree en el condicionamiento vicario de miedos y fobias (Cook y Mineka, 1990;
Mineka y Ben Hamida, 1998).
Origen de las diferencias individuales en el aprendizaje
de las fobias. Los modelos de condicionamiento relati-
vos a la adquisición de fobias han sido criticados con frecuencia, debido a que a primera vista no parece que
expliquen la razón por la que muchas personas que han
sufrido experiencias traumáticas sin embargo no desarrollan miedos o fobias intensas o persistentes. En otras palabras, no queda claro por qué no hay más personas que
desarrollen fobias, dado que quien más o quien menos
hemos sufrido algún tipo de trauma en nuestra vida
(Mineka y Zinbarg, 1996, remitido para publicación; Rachman, 1990). La respuesta parece ser que las diferentes experiencias vitales de las personas influyen de manera
determinante sobre las consecuencias de los condicionamientos específicos que les puedan afectar, ya sean directos
o vicarios. Por ejemplo, niños que han tenido una abundante experiencia positiva con perros amistosos y cariñosos, probablemente no desarrollen una fobia a los perros
aunque alguno les muerda alguna vez. Así pues, resulta muy
importante entender el papel de las experiencias vitales de
una persona, para poder explicar la diversidad de respuestas
que se pueden dar ante el mismo acontecimiento traumático. Algunas de esas experiencias pueden actuar como factores de vulnerabilidad, mientras que otras pueden
funcionar como factores de protección (Mineka, 1985a,
1985b; Mineka y Zimbarg, 1996, remitido para publicación).
El hecho de que haber tenido experiencias positivas
con perros pueda llegar a inmunizar a una persona contra
una fobia hacia estos animales, pone de relieve la importancia de la familiaridad con un objeto situación, para determinar si tras una experiencia de miedo condicionado,
llegará a desarrollarse una fobia. De hecho, hay diversos
estudios que ponen de manifiesto que los niños que han
tenido relaciones previas de carácter no traumático con el
dentista, tienen menor probabilidad de que un incidente
traumático les lleve a desarrollar ansiedad ante el dentista,
que aquellos otros que han tenido menos encuentros previos de carácter no traumático (de Jongh et al., 1995; Kent,
1997). Y lo que es más, Mineka y Cook (1986) demostraron
que un grupo de monos que habían observado a otros
monos actuar de manera no temerosa con las serpientes,
parecían quedar inmunizados cuando posteriormente
pudieron observar a monos que sí mostraban miedo de las
serpientes. De manera análoga, si un niño suele ver a su
Fobias específicas

padre (o madre) actuar sin temor ante el objeto de la fobia
(por ejemplo, las arañas o las alturas), de su madre (o
padre), puede inmunizarse contra la adquisición vicaria de
ese miedo.
También los acontecimientos que se producen durante
la experiencia de condicionamiento, y no sólo los acontecimientos previos, son importantes para establecer el grado
de miedo condicionado. Por ejemplo, la experiencia de un
suceso incontrolable y del que no se puede escapar, como
por ejemplo ser atacado por un perro y que no suelte la
presa, debería provocar un miedo condicionado más
intenso que cuando se experimenta un trauma de la misma
intensidad, pero del que sí se puede escapar, o que se puede
controlar con cierta facilidad (por ejemplo, si se puede huir
del perro; Mineka, 1985a; Mineka y Zinbarg, 1996). Por
otra parte, las experiencias que tenga la persona después de
la experiencia de condicionamiento también pueden influir
sobre el mantenimiento o el fortalecimiento del mismo.
Una persona que tras su primer trauma vuelve a enfrentarse
con otra experiencia traumática incluso más intensa (aunque no tenga relación ni asociación con el estímulo condicionado), probablemente se muestre todavía más temerosa
ante el estímulo condicionado (Rescorla, 1974; White y
Davey, 1989). Este efecto denominado de inflación sugiere
que si una persona adquirió, por ejemplo, un moderado
temor a los automóviles tras haber sufrido un accidente de
tráfico, podría llegar a desarrollar una fobia de gran intensidad si posteriormente padece algún ataque físico de un
asaltante, aunque durante el mismo no esté presente automóvil alguno (Davey, 1997; Mineka, 1985a, 1985b; Mineka
y Zinbarg, 1996, remitido para su publicación). Incluso se
ha demostrado que ciertas informaciones posteriores pueden llegar a modificar la interpretación que ha hecho la persona del peligro implícito en un acontecimiento traumático
previo: por ejemplo, si se le dice «tiene suerte de seguir vivo,
ya que el ladrón que la utilizó como rehén en el banco la
semana pasada es un conocido asesino», puede ser suficiente para aumentar la intensidad del temor (Davey,
1997). Este tipo de ejemplos pone de manifiesto que los factores implicados en el orien y mantenimiento de los temores y de las fobias son mucho más complejos de lo que
sugiere la perspectiva tradicional y simplista del condicionamiento, aunque sin embargo son coherentes con las
explicaciones contemporáneas del mismo.
Más recientemente se ha sugerido que las variables cognitivas también podrían contribuir al mantenimiento de las
fobias, una vez que éstas se han adquirido. Es bien sabido
que nuestras ideas y pensamientos pueden ejercer una
poderosa influencia sobre nuestro estado emocional, y también lo contrario. Por ejemplo, las personas que tienen
fobias están constantemente en estado de alerta buscando
objetos fóbicos. Las personas que no tienen fobias suelen
dirigir su atención lejos de los estímulos amenazantes
(véase Mineka, Rafaeli, y Yovel, 2003). Además, las personas
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CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
fóbicas suelen sobreestimar la probabilidad de que tras la
aparición de los objetos temidos, se presenten también
otros estímulos aversivos. Este sesgo cognitivo puede contribuir a su vez a mantener o fortalecer los temores fóbicos,
a medida que pasa el tiempo (Öhman y Mineka, 2001;
Tomarken, Mineka, y Cook, 1989).
Estado de preparación y distribución no aleatoria de los
miedos y las fobias. Nuestra historia evolutiva está jalo-
nada por una serie de estímulos ante los cuales mostramos
una elevada probabilidad de temor. Por ejemplo, es más probable tener fobia a las serpientes, al agua, a las alturas y a los
espacios cerrados, que a las motocicletas y a las armas de
fuego, incluso aunque estos últimos objetos estén en realidad mucho más asociados con el miedo y el dolor. Así pues,
probablemente los humanos y otros primates hayamos evolucionado para asociar con rapidez ciertos tipos de objetos
—como serpientes, arañas, agua y espacios cerrados— con
acontecimientos aversivos (por ejemplo, Öhman, 1996;
Öhman y Mineka, 2001; Seligman, 1961). Esta predisposición podría deberse a que, durante el curso de nuestra evolución, aquellos primates que adquirieron con más rapidez
el temor ante ciertos objetos o situaciones que suponían
amenazas reales, pudieron disfrutar de una ventaja selectiva.
Esto significa que los temores «preadaptados» no son algo
congénito o innato sino, más bien, que se adquieren con más
facilidad, o que son más resistentes a la extinción.
En la actualidad son numerosas las evidencias que apoyan la teoría de la predisposición a las fobias. En una serie de
experimentos con sujetos humanos, Öhman y sus colaboradores (véase Öhman, 1996; Öhman y Mineka, 2001 para una
revisión), encontraron que el miedo se condiciona con más
rapidez y facilidad ante estímulos atemorizantes (imágenes
de serpientes y de arañas) que ante estímulos no atemorizantes (imágenes de flores y setas). Estos investigadores también
encontraron que una vez que los sujetos habían adquirido la
respuesta condicionada, ésta se podía provocar incluso
mediante una presentación subliminal del estímulo atemorizante (esto es, de manera tan breve que no se percibe conscientemente), si bien esto no ocurría con los estímulos no
atemorizantes. Esta activación subliminal de las respuestas a
los estímulos fóbicos puede explicar ciertos aspectos de la
irracionalidad de las fobias. Esto es, las personas fóbicas no
son capaces de controlar su miedo, debido a que quizá éste
proceda de estructuras cognitivas que escapan al control
consciente (Öhman y Soares, 1993; Öhman y Mineka, 2001).
De hecho, los monos criados en el laboratorio, también
pueden adquirir con más facilidad miedos ante estímulos
atemorizantes como serpientes o cocodrilos de juguete, que
ante estímulos no atemorizantes, como flores o conejos de
juguete (Cook y Mineka, 1989, 1990). Así pues, tanto los
monos como los humanos, estamos predispuestos a asociar
de manera selectiva ciertos estímulos atemorizantes con
daños y amenazas. De hecho, ninguno de estos monos cria-
dos en el laboratorio había visto antes esos estímulos (serpientes o flores), antes de participar en los experimentos.
Así pues, esos resultados apoyan claramente la hipótesis de
que existe una predisposición evolutiva. En efecto, cabría la
posibilidad de que los sujetos humanos hubieran mostrado
un condicionamiento mayor ante las serpientes o arañas,
debido precisamente a la existencia previa de asociaciones
negativas con esos animales, y no tanto debido a eventuales
factores evolutivos y de carácter filogenético (Öhman y
Mineka, 2001).
Factores causales de carácter genético
y temperamental
Las variables de personalidad genéticas y temperamentales
también influyen sobre la velocidad y la fuerza del condicionamiento del miedo (por ejemplo, Gray, 1987; Zinbarg y
Mohlman, 1998). Esto es, las personas tienden en mayor o
menor medida a adquirir fobias, según cuál sea su temperamento o personalidad. De hecho, Kagan y sus colaboradores han encontrado que los niños clasificados como
conductualmente inhibidos (excesivamente tímidos, retraídos, etc.) a los veinte meses de edad, tienen un mayor riesgo
de desarrollar fobias específicas a los siete u ocho años de
edad, que los niños desinhibidos (treinta y dos por ciento
versus cinco por ciento). La cantidad media de temores que
aparecieron en el grupo inhibido fue de tres o cuatro por
niño (Biederman et al., 1990).
Por otra parte, diversos estudios sugieren la existencia
de una moderada contribución genética al desarrollo de las
fobias específicas. Por ejemplo, un amplio estudio realizado
con gemelos encontró mayores tasas de concordancia para
las fobias específicas en gemelos monocigóticos, que en
gemelos dicigóticos, por lo que se refiere a las fobias a los
animales, a la sangre y las heridas, y a las de carácter situacional (como a la altura o al agua; Kendler et al., 1992b;
Kendler, Karkowski, y Prescott, 1999). Sin embargo, ese
mismo estudio también encontró evidencias de que los factores ambientales no compartidos (esto es, experiencias
específicas de carácter idiosincrásico de cada gemelo), también desempeñaban un papel muy importante en el origen
de las fobias específicas, un resultado que apoya la idea de
que las fobias son conductas aprendidas.
El tratamiento de las fobias específicas
La terapia de exposición —el tratamiento más frecuentemente utilizado para tratar las fobias específicas— se basa
en una exposición controlada al estímulo o la situación que
provoca el miedo fóbico. Los clientes se van aproximando
progresivamente —ya sea de manera simbólica o condiciones reales— a las situaciones que les resultan atemorizantes. La forma de tratamiento más eficaz (y que requiere un
menor tiempo de terapia) se basa en una exposición
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progresiva ante el estímulo que produce el temor. A los
clientes se les anima a exponerse por sí mismos (ya sea ellos
solos o con ayuda de un terapeuta o de un amigo) ante la
situación que les atemoriza, durante un periodo de tiempo
suficiente como para que su temor comience a remitir. Una
variante de este procedimiento es la que se conoce como
modelado participativo, que resulta incluso mucho más eficaz que la mera exposición. Consiste en que el terapeuta
modele diversas formas de interacción con el estímulo
fóbico con una actitud tranquila y despreocupada (Bandura, 1969, 1977a, y 1977b). Estas técnicas permiten a los
clientes aprender que la situación en cuestión no es tan atemorizante como habían pensado y que su ansiedad, aunque
sea desagradable, no es dañina y poco a poco irá desapareciendo (Craske y Rowe, 1997; Mineka y Thomas, 1999). Los
tratamientos basados en la exposición están considerados
como los más eficaces para el tratamiento de las fobias específicas (Antony y Barlow, 2002; Craske, 1999). Incluso para
cierto tipo de fobia, como el miedo a volar, a pequeños animales, o a la sangre y las heridas, suelen obtener su máxima
eficacia cuando se administran durante una única sesión de
larga duración (de hasta tres horas; Öst, 1997). De hecho,
eso puede constituir una ventaja adicional, debido a que
algunas personas tienen más probabilidad de acudir al tratamiento si sólo tienen que ir una única vez a la consulta.
Un ejemplo de la utilización de esta terapia ha quedado
ilustrado en el tratamiento de María, el ama de casa cuya
acrofobia y claustrofobia hemos descrito anteriormente.
Fobias sociales

Recientemente, algunos terapeutas han empezado a utilizar
entornos de realidad virtual para simular ciertos tipos de
situaciones fóbicas como las alturas o los aviones. Si se
demuestra que dichas técnicas son eficaces, ya no será necesario recurrir a situaciones reales (como aviones de verdad)
para realizar este tipo de tratamientos. Una desventaja
radica en el elevado coste de este tipo de entornos, lo cual
puede limitar el acceso de muchos posibles clientes al tratamiento. Unos cuantos estudios controlados han ofrecido
resultados muy prometedores, aunque todavía es pronto
para extraer conclusiones de peso respecto a la eficacia de la
realidad virtual (Antony y Barlow, 2002; Rothbaum , Hodges, Smith, Lee, y Price, 2000).
Durante los últimos años, algunos investigadores están
intentando averiguar si la combinación de las técnicas cognitivas con las técnicas de exposición puede arrojar beneficios adicionales. En general, los estudios que utilizan
exclusivamente técnicas cognitivas no han obtenido resultados tan buenos como los que utilizan las técnicas de exposición, por lo que hasta el momento la adición de las técnicas
cognitivas no ha supuesto un beneficio apreciable (Antony
y Barlow, 2002; Craske y Rowe, 1997). No conocemos medicinas eficaces para el tratamiento de las fobias específicas.
De hecho existen evidencias de que la medicación ansiolítica puede llegar a interferir con los efectos beneficiosos de
la terapia de exposición (Antony y Barlow, 2002).
REVISIÓN
El tratamiento de María
El tratamiento consistió en trece sesiones de
ejercicios de exposición progresiva, durante
las cuales el terapeuta comenzó acompañando
a María en situaciones atemorizante leves,
avanzando progresivamente hacia situaciones
cada
vez más dramáticas. También dio instrucESTUDIO
ciones a María para que realizara en casa esos
DE UN
ejercicios. Las sesiones de exposición prolonCASO
gada en vivo se mantuvieron hasta que se
observó que la ansiedad empezaba a remitir.
Las sesiones iniciales se centraron en la claustrofobia y en conseguir que María fuera capaz de subir unos cuantos pisos en ascensor,
al principio acompañada del terapeuta y después ella sola. Posteriormente fue realizando ascensos cada vez más altos. La exposición a la acrofobia consistió en caminar por la azotea de un edificio
alto y posteriormente por el mirador de una elevada montaña. El
último escalón de la jerarquía de la claustrofobia consistió en realizar una visita a una caverna. Después de trece sesiones, María
acompañó en avión a su marido a un viaje a Europa, donde subió a
varias de las atracciones de los parques de atracciones no aptas
para personas con vértigo.
• ¿Cuáles son los cinco subtipos de las fobias
específicas descritas en el DSM-4-TR?
• Describa la explicación del condicionamiento
clásico para el origen de las fobias específicas,
e identifique las principales críticas que se
pueden hacer a esa hipótesis.
• Explique cómo las últimas explicaciones
conductuales y evolutivas han permitido
mejorar y ampliar la hipótesis básica del
condicionamiento sobre la adquisición de las
fobias.
• Describa el método de tratamiento más eficaz
para las fobias específicas.
FOBIAS SOCIALES
Las fobias sociales, tal y como se describe en el
DSM-4-TR, consisten en temores muy intensos, relativos a
una o más situaciones sociales específicas (como hablar en
público, orinar en aseos públicos, o comer o escribir en
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Pánico, ansiedad y sus trastornos
público), en las que la persona teme quedar expuesta al
escrutinio y la eventual evaluación negativa por parte de los
demás, y actuar de manera humillante y embarazosa.
Dichos temores dan lugar a que las personas que sufren
fobias sociales, o bien eviten tales situaciones, o bien las
afronten con un gran malestar; evidentemente, no es la mejor predisposición para salir airoso de ellas. Quizá la fobia
social más común sea el miedo a hablar en público. Se trata
de auténticas fobias sociales, ya que quienes las padecen no
tienen absolutamente ninguna dificultad para realizar las
mismas acciones (hablar, orinar, o comer) cuando están
solos. El DSM-4-TR también ha identificado un subtipo de
fobia social conocido como fobia social generalizada. Las
personas que padecen este tipo de fobia sienten un gran
temor hacia la mayoría de las situaciones sociales (y no sólo
alguna), y generalmente se les diagnostica también un trastorno de personalidad de evitación (véase el Capítulo 11;
por ejemplo, Hoffman y Barlow, 2002; Skodol et al., 1995).
Quizá debido a la extensión de los temores que sufren las
personas con esta fobia, algunos investigadores y clínicos
prefieren utilizar el término trastorno de ansiedad social en
lugar de fobia social, que parece implicar temores más específicos (Liebowitz, Heimberg, Fresco, Travers, y Stein, 2000).
El diagnóstico de fobia social es muy frecuente, y afecta
incluso a personajes tan populares como Barbara Streisand
y Carly Simon. La Encuesta Nacional de Comorbilidad
estimó que alrededor del once por ciento de los hombres y
el quince por ciento de las mujeres podrían haber recibido
un diagnóstico de fobia social en algún momento de su vida
(Kessler et al., 1994). Al contrario de lo que ocurre con las
fobias específicas, la mayoría de las cuales se originan
durante la infancia, las fobias sociales suelen comenzar más
adelante, durante la adolescencia o al principio de la edad
adulta (Hope y Heimberg, 1993; Wells y Clark, 1997). Más o
menos la mitad de las personas con fobia social sufren también algún otro trastorno de ansiedad en algún momento
ría su tensión en la cara. Es interesante destacar que en situaciones
profesionales no tenía problemas para hablar con gente. Por ejemplo, se mostraba muy tranquilo mientras hablaba con sus pacientes,
tanto antes como después de una operación quirúrgica. Durante la
misma, mientras su rostro estaba cubierto por la máscara de cirujano, tampoco tenía problemas para desarrollar su tarea o para relacionarse con otros cirujanos y enfermeras que pudiera haber en el
quirófano. Los problemas empezaban cuando abandonaba la sala y
tenía que reunirse cara a cara con sus otros colegas y enfermeras o
con la familia de los pacientes. En tales situaciones, solía experimentar ataques de pánico. Entonces sufría palpitaciones, miedo de
«volverse loco», y la sensación de que su mente se «cerraba».
Como los ataques de pánico sólo aparecían en situaciones sociales,
se le diagnosticó una fobia social y no un trastorno de pánico.
La fobia social y el pánico de Pablo habían comenzado unos
trece años antes, mientras se encontraba en una situación muy
estresante. La empresa familiar había quebrado, sus padres se
habían divorciado, y su madre había sufrido un ataque cardíaco. En
este contexto de múltiples factores de estrés, un incidente traumático de carácter personal probablemente encendió la mecha de su
fobia social. Un día llegó a casa y encontró a su prometida en la
cama con su mejor amigo. Más a menos un mes más tarde tuvo su
primer ataque de pánico y empezó a evitar situaciones sociales.
de su vida, y alrededor del cuarenta por ciento también ha
padecido un trastorno depresivo en algún momento
(Magee et al., 1996). De hecho, aproximadamente un tercio
abusa del alcohol para reducir su ansiedad y poder enfrentarse a las situaciones que les atemorizan (por ejemplo,
beber antes de asistir a una fiesta; Magee et al., 1996).
El caso de Pablo es característico de la fobia social
(excepto en que no todos los que padecen fobia social tienen también ataques de pánico, como le ocurre a Pablo).
Interacción de los factores causales
de carácter psicosocial y biológico
La fobia social de un cirujano
Pablo era un hombre soltero blanco, de treinta
y tantos años, cuando llegó a la consulta en
busca de tratamiento. Era un cirujano que llevaba a cuestas una historia de trece años de
fobia social. Tenía muy poca vida social, debido
a
su permanente preocupación de que los
ESTUDIO
demás se percataran de lo nervioso que se
DE UN
ponía en situaciones sociales, y hacía muchos
CASO
años que no había tenido una cita con nadie.
Convencido de que todo el mundo lo tomaría
por loco, estaba especialmente preocupado de que alguien pudiera
notar que tensaba la mandíbula cuando estaba con alguien. En esas
situaciones solía masticar chicle, convencido de que así no se nota-
Las fobias sociales suelen deberse a conductas aprendidas que
han sido modeladas por factores evolutivos. Este tipo de
aprendizaje suele ocurrir con más probabilidad a las personas
que tienen una predisposición genética o temperamental.
LA FOBIA SOCIAL COMO CONDUCTA APRENDIDA.
Igual que otras fobias específicas, las fobias sociales a
menudo parecen originarse a partir de casos muy concretos
de condicionamiento clásico, vicario o directo, como por
ejemplo sufrir en primera persona, o ser testigo de una
humillación pública, o también sufrir u observar la ira o las
críticas de alguien. En dos estudios se encontró que entre el
cincuenta y seis y el cincuenta y ocho por ciento de las personas que tenían fobia social recordaban experiencias traumáticas de condicionamiento, implicadas directamente en
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el origen de su fobia social (Öst y Hugdahl, y 1981; Townsley
et al., 1995). Öst y Hugdahl también han informado que otro
trece por ciento de los sujetos de su estudio recordaban
diversos tipos de experiencias de condicionamiento vicario.
En otro estudio muy reciente sobre el aprendizaje de la fobia
social, se entrevistó a grupos de personas con este problema,
respecto al tipo de imagen que evocaban cuando se imaginaban a sí mismos el situaciones sociales (Hackmann, Clark, y
McManus, 2000). El noventa y siete por ciento de las personas con fobia social recordaba alguna experiencia social
traumática, vinculada a la imagen actual que tenían de sí
mismos en situaciones sociales fóbicas. Estos recuerdos se
podían agrupar en diferentes temas, como por ejemplo, ser
«criticado por hacer alguna cosa mal» (por ejemplo, «una
crítica despiadada sobre lo aburrido que eres»), «ser criticado por manifestar algún síntoma de ansiedad» (por ejemplo, sonrojarse), o «sentirse incómodo en público a
consecuencia de críticas anteriores» (p.e, «sentirse pequeño e
inseguro... ante personas que previamente te han acusado y
te han llamado “don nadie”»; Hackman et al., 2000, p. 606).
Las personas que padecen fobia social generalizada
también suelen tener padres que han vivido socialmente
aislados y que a su vez devaluaban la sociabilidad y los amigos, lo que podría haber facilitado a sus hijos el aprendizaje
vicario de sus miedos sociales (Bruch, 1989; Morris, 2001;
Rosenbaum et al., 1994). De manera más general, los padres
con trastornos de ansiedad tienen más probabilidad que los
padres sin este trastorno, de hablar a sus hijos sobre los
posibles peligros implícitos en situaciones desconocidas,
como puede ser el patio de recreo (Morris, 2001).
TEMORES Y FOBIAS SOCIALES EN UN CONTEXTO
EVOLUTIVO. Por definición, los temores y las fobias
sociales implican un miedo hacia otros miembros de la propia especie, lo que contrasta, por ejemplo, con los temores y
fobias hacia los animales, generalmente referidos a posibles
depredadores de otra especie. El miedo a los animales probablemente evolucionó para activar una respuesta de lucha
o huida ante posibles depredadores, y probablemente sea
uno de los primeros en aparecer, debido a que los miembros
más jóvenes son también los más vulnerables. Öhman y sus
colaboradores han propuesto que los temores y fobias sociales, por el contrario, evolucionaron como subproducto de la
jerarquía de dominación habitual entre animales sociales
como los primates (Dimberg y Öhman, 1996; Öhman et al.,
1985). Esta jerarquía se establece mediante enfrentamientos
agresivos entre los machos de un mismo grupo, de manera
que el vencido tiene que demostrar conductas sumisas y
asustadizas, aunque muy pocas veces intenta escapar por
completo de la situación. Así pues, según estos investigadores no resulta sorprendente que las personas con fobia social
soporten la situación temida, en vez de salir corriendo y
escapar de ella, tal y como suelen hacer las personas con
fobia a los animales. De hecho, las fobias sociales probable-
Fobias sociales

mente se originen casi siempre durante la adolescencia y los
primeros años de la vida adulta, cuando son más habituales
los conflictos de dominación.
Puede que los
humanos también hayamos desarrollado predisposiciones
evolutivas, para adquirir temores ante los estímulos sociales
que indican dominación y agresión por parte de otros humanos. Tales estímulos sociales incluyen expresiones faciales de
cólera y desprecio. En una serie de experimentos paralelos a
los que se han descrito para las fobias específicas, Öhman,
Dimberg y sus colaboradores demostraron que los sujetos
desarrollaban respuestas condicionadas más fuertes cuando
asociaban caras de enfado con pequeñas descargas eléctricas,
que cuando esas descargas se asociaban con rostros neutros o
felices (Dimberg y Öhman, 1996). De hecho, incluso son
suficientes presentaciones subliminales de los rostros enfadados para activar la respuesta condicionada (por ejemplo,
Para, Esteves, Flykt, y Öhman, 1997). Este tipo de resultados
puede explicar la calidad aparentemente irracional de la
fobia social, ya que dicha reacción emocional puede activarse
sin que la persona perciba ningún tipo de amenaza.
PREDISPOSICIÓN Y FOBIA SOCIAL.
FACTORES
GENÉTICOS
Y
TEMPERAMENTALES.
Igual que ocurre con las fobias sociales, no todas las personas que han sufrido o han asistido a una humillación traumática en público desarrollan fobias sociales. Los resultados
de un amplio estudio con gemelos sugieren que existe una
modesta contribución genética a la fobia social; se estima
que la proporción de varianza debida a los factores genéticos
se sitúa alrededor del treinta por ciento (Kendler et al.,
1992b). Tales resultados son coherentes con los obtenidos en
estudios familiares (Fyer et al., 1993, 1995). Sin embargo,
son necesarias más investigaciones que nos permitan comprender cómo una vulnerabilidad con base parcialmente
genética puede aumentar el riesgo de sufrir una fobia social
(Mathew, Coplan, y Gorman, 2001).
La variable temperamental de mayor trascendencia es
la inhibición conductual. Los niños que se alteran con facilidad cuando se encuentran ante estímulos desconocidos
tienen un mayor riesgo de mostrarse timoratos durante su
niñez, y durante la adolescencia, muestran un mayor riesgo
de desarrollar fobia social (Hayward et al., 1998; Kagan,
1997). Por ejemplo, los niños clasificados como inhibidos
entre los veintiuno y los treintaiún meses de edad, tienen
tasas más elevadas de ansiedad social a los trece años, que
los niños que habían sido clasificados como menos inhibidos (Schwartz et al., 1999). Otro estudio longitudinal
encontró que los niños con una elevada inhibición (definida por su cautela ante los extraños) entre los ocho y los
doce años de edad, tenían mayor tendencia a tener una vida
social menos positiva y menos activa durante su edad
adulta y que, además, los hombres también tenían mayor
tendencia al estrés emocional (Gest, 1997).
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CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
PERCEPCIÓN DE LOS ACONTECIMIENTOS COMO
INCONTROLABLES E IMPREDECIBLES. La exposi-
ción a acontecimientos estresantes de carácter incontrolable e impredecible (como cuando Pablo encontró a su
prometida en la cama con su mejor amigo), puede desempeñar un papel muy importante en el desarrollo de la fobia
social (Barlow, 2002; Mathew et al., 2001; Mineka y Zinbarg, 1995). La sensación de incontrolabilidad e impredecibilidad puede dar lugar a una conducta sumisa y no
asertiva, como la que caracteriza a las personas con ansiedad o fobia social. Esto puede ser especialmente seguro
cuando la percepción de incontrolabilidad procede de un
descalabro social, como ocurre con los animales que son
derrotados cuando se enfrentan al líder de la manada
(Mineka y Zinbarg, 1995). En efecto, se ha encontrado que
las personas con fobia social tienen una sensación de inferioridad respecto a su capacidad de controlar las circunstancias de su vida; tienden a creer que los acontecimientos
están controlados por «los poderosos» (Leung y Heimberg,
1996). Esta reducida sensación de control personal puede
haberse desarrollado, al menos en parte, debido a que se
hayan criado en una familia excesivamente sobreprotectora
(y a veces que los haya rechazado) (Lieb et al., 2000).
Durante los últimos años se
ha prestado cada vez más atención al papel que pueden
desempeñar los factores cognitivos en la aparición y el mantenimiento de la fobia social. Beck y sus colaboradores
(1985) han sugerido que las personas con fobia social tienden a esperar un rechazo por parte de los demás, lo que favorece una sensación de vulnerabilidad en presencia de esas
personas. Clark y Wells (1995; Wells y Clark, 1997) añaden
también que esos peligrosos esquemas característicos de la
ansiedad social incluyen también expectativas de que actuarán de manera inaceptable, lo que a su vez aumentará el
rechazo por parte de los demás. Dichas expectativas producen asimismo una gran preocupación respecto a sus respuestas corporales en situaciones sociales, lo que aumenta
más si cabe la convicción de que todo el mundo se percatará
de su ansiedad. Esta enorme preocupación interfiere con su
capacidad para interactuar de manera adecuada con la
gente. Así pues, se crea un círculo vicioso: la conducta relativamente torpe de las personas con fobia social puede inducir a los demás a reaccionar ante ellos de manera menos
amistosa, lo que a su vez confirma las expectativas negativas
que, en primera instancia, produjeron esa torpeza (Clark,
1997; Clark y McManus, 2002). Este modelo cognitivo de la
fobia social ha recibido cierto apoyo empírico. Por ejemplo,
las personas con gran ansiedad social orientan su atención
fundamentalmente hacia cualquier indicio interno de amenaza, como puede ser el propio ritmo cardíaco (Pineless y
Mineka, remitido para publicación). De hecho, las personas
con fobia social interpretan los acontecimientos sociales
ambiguos (por ejemplo, «estás charlando con un compaVARIABLES COGNITIVAS.
ñero que echa una rápida mirada por la ventana») de
manera negativa, a la vez que interpretan también acontecimientos sociales moderadamente negativos (por ejemplo,
«estás hablando con alguien... y está claro que no tiene el
menor interés en lo que estás contándole») como algo realmente catastrófico (Pineless, 2002; Stopa y Clark, 2000)
Tratamiento de la fobia social
Afortunadamente disponemos de estrategias muy eficaces
para el tratamiento de la fobia social, derivadas de la terapia
conductual y cognitivo-conductual. El tratamiento conductual fue el primero que se desarrolló, y suele basarse en una
exposición prolongada, generalmente de una manera progresiva, a la situación social que provoca el miedo. Más recientemente, y a medida que las investigaciones han puesto de
manifiesto los pensamientos distorsionados subyacentes
característicos de la fobia social, se han ido incorporando técnicas cognitivas, dando lugar así a la terapia cognitivo-conductual. El terapeuta intenta ayudar a su cliente a identificar
sus pensamientos negativos subyacentes y generalmente
inconscientes («no tengo nada interesante que decir» o «nadie
se interesa por mí»), que generalmente tienen un carácter
irracional, y que incluyen predicciones específicas sobre lo
que puede llegar a ocurrir en diversas situaciones sociales.
Tras de ayudarles a comprender que esos pensamientos
inconscientes son una distorsión de la realidad, se intenta ayudar al cliente a modificarlos mediante un reanálisis lógico.
Este proceso requiere hacerse preguntas sobre ese tipo de pensamientos: «¿Cómo puedo saber que no tengo nada que
decir?» «¿De verdad que ponerse nervioso me hace parecer
estúpido?». Este tipo de técnicas están dando buenos resultados para el tratamiento de la fobia social (Clark, 1997; Heimberg, 2002). Los investigadores todavía debaten si la adición
del componente cognitivo a los tratamientos conductuales
para la fobia social puede mejorar la eficacia del tratamiento
(por ejemplo, Hoffman y Barlow, 2002; Gould et al., 1997).
El tratamiento de Pablo
Desde la aparición de su fobia social trece años
atrás, Pablo ha estado tomando antidepresivos
tricíclicos. Esta droga le ha ayudado a detener
sus ataques de pánico, aunque continúa
temiéndolos con pavor, y por eso evita cualquier
situación social. Así pues, la medicación
ESTUDIO
ha disminuido los síntomas, pero apenas ha
DE UN
contribuido a mejorar su fobia social. También
CASO
ha recibido psicoterapia de apoyo, lo que le ha
ayudado con su depresión, pero no con su fobia
social. Cuando llegó a nuestra clínica intentando solucionar su problema de ansiedad, ya no tomaba ningún tipo de medicación ni
seguía ningún otro tratamiento. Le recomendamos catorce semanas
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Trastorno de pánico con y sin agorafobia

de terapia cognitivo-conductual. Al final de la misma, Pablo ya no
sufría absolutamente ningún ataque de pánico, y se sentía bastante
cómodo en la mayoría de las situaciones sociales que previamente
había evitado. También estaba recuperando a los viejos amigos que
llevaba años intentado evitar, y de hecho ¡llegó a pedir a su psicóloga que saliera con él a tomar una copa después de la última
sesión! Aunque esta petición no era apropiada desde el punto de
vista clínico, sí pone de manifiesto los enormes progresos que había
realizado nuestro cliente.
• Identifique los factores causales psicosociales
y biológicos de la fobia social, y explique de
qué manera interactúan.
El caso de Pablo, el cirujano que describimos anteriormente, constituye un ejemplo de los buenos resultados
obtenidos por la combinación del tratamiento conductual y
cognitivo.
Al contrario de lo que ocurre con las fobias específicas, a
veces las fobias sociales pueden tratarse con medicación. Para
algunas fobias sociales como por ejemplo el miedo escénico,
característico de actores y músicos, los beta-bloqueantes (utilizados para el tratamiento de la hipertensión) pueden resultar muy útiles si se emplean de manera esporádica (Blanco,
Antia, y Liebowitz, 2002; Hoffman y Barlow, 2002). Este tipo
de medicación permite controlar los síntomas derivados de
la activación del sistema periférico autónomo, como el temblor de manos y voz, aunque en realidad no constituyen un
tratamiento satisfactorio de la fobia social, que va más allá de
la mera activación del sistema nervioso autónomo. Las medicinas más efectivas y utilizadas en el tratamiento de la fobia
social son algunos tipos de antidepresivos (tales como los
inhibidores de la monoamina oxidasa y los inhibidores selectivos de la reabsorción de la serotonina, que describiremos en
los capítulos 7 y 17), aunque también algunos ansiolíticos
pueden resultar eficaces (Blanco et al., 2002; Roy-Byrne y
Cowley, 2002). Sin embargo, dado que la fobia social tiende a
tener un carácter crónico, no resulta sorprendente encontrar
elevadas tasas de recaída tras abandonar la medicación (entre
el treinta y el sesenta por ciento; Blanco et al., 2002; Hayward
y Wardle, 1997). Así pues, si se toma medicación, es necesario
hacerlo de manera continuada y durante mucho tiempo para
evitar recaídas. Por lo tanto, una ventaja notable de la terapia
conductual-cognitiva sobre las medicinas, es que produce
una mejoría mucho más duradera y con tasas de recaída muy
bajas; de hecho, los clientes suelen continuar mejorando
incluso después de finalizado el tratamiento.
Desde el punto de vista diagnóstico, el trastorno de pánico se
define y se caracteriza por la ocurrencia de ataques de pánico
«inesperados» que aparecen «como caídos del cielo». Según la
definición que ofrece el DSM-4-TR, la persona debe haber
experimentado ataques de pánico inesperados y repetidos, y
debe mostrarse muy preocupada por la posibilidad de tener
otro ataque o por sus consecuencias (por ejemplo, por «perder el control» o «volverse loco») durante al menos un mes.
Para calificar esa situación como un ataque de pánico, deben
aparecer de manera repentina al menos cuatro de los trece
síntomas siguientes: respiración entrecortada, palpitaciones,
vértigo, sudoración, despersonalización (la sensación de
separarse del propio cuerpo) y o desrealización (la sensación
de que el mundo externo es algo extraño o irreal), miedo de
morir, «de volverse loco», y o de «perder el control». Este tipo
de ataques suele aparecer de manera «inesperada», en el sentido de que no parecen estar provocados por acontecimientos
identificables de la situación inmediata. De hecho a veces
ocurren cuando menos se espera, como durante una sesión
de relajación o durante el sueño (lo que se conoce como
pánico nocturno). Sin embargo, en otros casos, los ataques de
pánico aparecen en situaciones determinadas, como por
ejemplo mientras la persona conduce su coche o se encuentra
en medio de una multitud. La fase más aguda del ataque de
pánico generalmente disminuye tras unos cuantos minutos.
Como la mayoría de los trece síntomas de un ataque de
pánico tienen un carácter somático, no resulta sorprendente
que la mayoría de las personas que los experimentan no los
identifiquen como ataques de pánico sino como, por ejemplo,
un ataque cardíaco. El noventa por ciento de esas personas
suelen acudir repetidamente a la sala de urgencias del hospital, convencidas de que tienen algún problema orgánico,
generalmente de tipo cardíaco, respiratorio o neurológico
(Hirsfeld, 1996). Lamentablemente pueden pasar muchos
años hasta que no se hace un diagnóstico adecuado, lo que
por una parte prolonga innecesariamente el sufrimiento del
paciente, y por otra parte acarrea un elevado coste sanitario.
Este desperdicio de salud tiempo, y dinero, podría evitarse si
el médico estuviera familiarizado con el problema, para poder
reconocerlo y enviar al paciente a un profesional de la salud
mental (Hirsfeld, 1996; Katon, 1994). Un diagnóstico rápido y
eficiente también tiene la ventaja de que evita los deterioros
REVISIÓN
• ¿Cuáles son los principales criterios
diagnósticos para la fobia social, y para el
subtipo de fobia social generalizada?
• Describa las principales estrategias para el
tratamiento de la fobia social.
TRASTORNO DE PÁNICO
CON Y SIN AGORAFOBIA
Capitulo-06
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CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
sociales y laborales derivados del trastorno de pánico, que son
muy similares a los que causa la depresión mayor (Hirsfeld,
1996), y también porque el trastorno de pánico contribuye al
desarrollo o al empeoramiento de diversos problemas orgánicos (White y Barlow, 2002). Por último, las investigaciones
más recientes sugieren que entre el treinta y el cincuenta por
ciento de las personas que experimentan un síndrome de
dolor en el pecho, pero que no tienen ninguna enfermedad
cardiaca, lo que en realidad están padeciendo es un trastorno
de pánico no diagnosticado, pero sin los síntomas de miedo
(Barlow, 2002). Así pues, las personas que se quejan de dolor
en el pecho, pero que no muestran síntomas de enfermedad
cardiaca, deberían ser examinadas para descartar la presencia
de un trastorno de pánico (Roy-Byrne y Katon, 2000).
Diferencias entre pánico y ansiedad
Las características de los ataques de pánico que permiten diferenciarlos de otros tipos de ansiedad son su brevedad y su
intensidad. Durante un ataque de pánico, los síntomas se desarrollan de manera repentina, y generalmente alcanzan su
máxima intensidad en un periodo de diez minutos; los ataques
generalmente remiten en veinte o treinta minutos, y muy raramente se prolongan durante más de una hora. Por el contrario,
los periodos de ansiedad no aparecen de manera repentina,
pero son más duraderos; además los síntomas no son tan
intensos. Algunos prestigiosos investigadores contemporáneos
consideran que el ataque de pánico implica la activación de la
respuesta luchar-o-huir del sistema nervioso simpático (por
ejemplo, Gray y Mcnaugton, 1996), que algunos teóricos han
identificado con la emoción de miedo (por ejemplo, Barlow,
1988, 2002; Barlow et al., 1996). Así pues, para Barlow, la principal característica que permite diferenciar los ataques de
pánico propios del trastorno de pánico, de las respuestas fóbicas de temor, radica simplemente en la presencia o ausencia de
una circunstancia externa e identificable que provoque el
miedo. La propuesta de que los ataques de pánico son algo diferente de la ansiedad encuentra apoyo por una parte en compli-
Ataques de pánico
de una directora artística
Mindy Markowitz es una atractiva... directora
artística de una revista, de veinticinco años de
edad, que llegó a nuestra clínica... en busca de
tratamiento para sus «ataques de pánico» que
venían
ocurriéndole cada vez con más frecuenESTUDIO
cia desde el pasado año, a veces incluso dos o
DE UN
tres al día. Los ataques comenzaban con una
CASO
oleada intensa y repentina de un «horrible
miedo» que parecía venir de ningún sitio, a
veces durante el día, y a veces despertándola por la noche. Comenzaba a temblar, sentía náuseas, sudaba profusamente, y tenía miedo
de perder el control y cometer alguna locura, como salir corriendo
a la calle dando alaridos.
Mindy recuerda haber tenido sus primeros ataques de este tipo
cuando estaba en el instituto. Salía con un chico que sus padres
desaprobaban, y tenía que comportarse furtivamente para evitar
confrontaciones..., además de sufrir una gran presión como principal diseñadora del Anuario del instituto. Recuerda que su primer
ataque de pánico le ocurrió inmediatamente después de enviar a la
imprenta el Anuario, y de que fuera aceptada como alumna en Harvard, Yale y Brown. Los ataques sólo duraban unos cuantos minutos,
y lo único que hacía ella era «sentarse y esperar a que pasaran». Su
preocupación le llevó contárselo a su madre, pero... ésta no le dio
importancia y no buscó tratamiento.
A partir de su primer ataque, Mindy ha sufrido ataques de pánico
intermitentes durante los últimos ocho años. Algunas veces desaparecen en seguida pero otras, como ahora, le ocurren varias veces al día
durante varios meses. La intensidad de los ataques es muy variable, de
manera que algunos son tan intensos que no puede ir a trabajar.
Mindy siempre ha funcionado absolutamente bien en el colegio,
en el trabajo, y en su vida social, sin contar sus ataques de pánico....
Es una persona jovial y amistosa, muy respetada por sus amigos y
compañeros.... Nunca ha permitido que los ataques de pánico
supongan una limitación para su actividad, ni siquiera durante la
época en que los ha sufrido de manera más intensa y frecuente,
aunque a veces haya tenido que quedarse en casa, exhausta por los
múltiples ataques que ha sufrido. Nunca ha asociado los ataques
con lugares específicos. Dice... que es tan probable que tenga un
ataque en su casa y en su propia cama como en el metro, por lo que
no tiene sentido evitar subir al metro. En caso de que sufra un ataque en el metro, en el supermercado, o en su propia casa, se limita
a decir «va a ser un día difícil» (Spitzer et al., 2002, pp. 201-202).
cados análisis estadísticos de informes subjetivos de personas
que han sufrido pánico y ansiedad, y por otra de una gran cantidad de evidencias neurobiológicas (por ejemplo, Bouton,
Mineka, y Barlow, 2001).
El caso de Mindy Markowitz es típico de alguien que
tiene un trastorno de pánico sin agorafobia.
Agorafobia
Siempre se había pensado que la agorafobia suponía el
temor al «ágora» —un término griego para designar lugares
públicos de reunión—. De hecho, las situaciones que más
suelen temerse y evitarse son las calles y los lugares concurridos, como centros comerciales, cines y teatros y estadios
deportivos. Hacer cola puede resultar especialmente difícil.
Las personas con agorafobia también suelen temer a los
transportes, y generalmente evitan los coches, autobuses,
aviones y trenes. ¿Cuál es el factor común que subyace a este
conjunto de miedos aparentemente tan diversos? En la
actualidad se considera que la agorafobia se desarrolla
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como una complicación añadida a los ataques de pánico. La
preocupación de tener un ataque de pánico provoca ansiedad, cuando el paciente se encuentra en lugares o situaciones de las que puede resultar físicamente difícil escapar, o
que pueden ser psicológicamente embarazosas, o también
en las que puede resultar difícil conseguir ayuda si algo va
mal (DSM-4-TR, 2000). Además de evitar las situaciones
externas asociados con los ataques de pánico, las personas
con agorafobia también manifiestan una gran cantidad de
evitación interoceptiva. Como tienen miedo de sus propias
sensaciones corporales, evitan aquellas actividades que provocarían activación, como puede ser el ejercicio, ver películas de terror, beber cafeína, e incluso la actividad sexual.
Durante las primeras etapas del desarrollo de la agorafobia, se suelen evitar las situaciones en que previamente hayan
ocurrido los ataques, pero poco a poco esta evitación se
extiende también a otras situaciones en las que el sujeto considera que también podría sufrir ataques. En los casos más
graves, se puede llegar incluso a no ser capaz de aventurarse
fuera de la casa, a menos que se vaya acompañado por
alguien, y aun así soportando una gran ansiedad. En los casos
más graves la agorafobia es un trastorno que incapacita hasta
tal punto, que la persona no es capaz de traspasar la puerta de
su domicilio, y a veces incluso determinadas partes de su casa.
El caso de Juan es típico de un trastorno de pánico con
agorafobia.
Juan
Juan es un hombre casado de cuarenta y cinco
años y con tres hijos. Durante los últimos quince
años ha estado sufriendo ataques de pánico.
Cuenta a su psicólogo que ha padecido entre dos
y cinco ataques al mes. La semana pasada tuvo
uno
de ellos mientras se dirigía en coche con su
ESTUDIO
familia a una tienda de informática. Recuerda
DE UN
que antes del ataque de pánico se había puesto
CASO
«nervioso» debido al escándalo que hacían sus
hijos en el asiento de atrás; el ataque había
comenzado inmediatamente después de que se hubiese girado para
decirles que «se estuvieran quietos». En cuanto volvió a poner la
mirada en la carretera, sintió vértigos. Al instante experimentó de
manera repentina otras sensaciones, como sudoración, aceleración
del ritmo cardíaco, sofocos y temblores. Con miedo de tener un accidente, aparcó en el arcén. Bajó del coche y se sentó en el asiento del
copiloto. Allí se quedó en cuclillas intentando controlar su respiración.
Aunque sólo sufría unos cuantos ataques de pánico al mes,
experimentaba a diario una gran ansiedad por la posibilidad de
tener en cualquier momento otro ataque de pánico. De hecho, ha
desarrollado una gran aprensión respecto a conducir un coche, viajar en avión, subir en ascensores, permanecer en espacios abiertos,
dar paseos solitarios, entrar en cines, Iglesias, o salir del pueblo.
Trastorno de pánico con y sin agorafobia

Recuerda que su primer ataque de pánico se produjo hace quince
años. Se había quedado dormido en el sofá de la salita hacia la una de
la mañana, al volver de tomar unas copas con sus amigos. Despertó
a las cuatro y media con dolor de estómago y palpitaciones en la
parte posterior del cuello. Su corazón también latía aceleradamente.
Saltó inmediatamente del sofá, y en ese momento sintió vértigos y
pensó que su cabeza «iba a estallar». Aunque no sabía qué le estaba
pasando, estaba seguro de que estaba a punto de morir.
También recuerda haber tenido un segundo ataque de pánico
más o menos un mes después. A partir de entonces estos ataques
empezaron a ocurrir de una manera regular. Por lo tanto, Juan
empezó a evitar aquellas situaciones en las que había sufrido
alguno de esos ataques, pero también aquellas otras en las que
quizá pudieran ocurrir alguna vez. Tras cada ataque de pánico Juan
se presentaba en la sala de urgencias del hospital, porque estaba
seguro de que se trataba de los síntomas de un ataque cardíaco
(adaptado de Brown y Barlow, 2001, pp. 19-22).
AGORAFOBIA SIN PÁNICO. Si bien la agorafobia es
una complicación habitual del trastorno de pánico, también puede aparecer en ausencia del mismo. Lo habitual es
que se vaya produciendo una extensión progresiva del
temor, de manera que cada vez van siendo más los elementos del entorno que van adquiriendo propiedades amenazantes. Los casos de agorafobia sin pánico son muy raros en
el ámbito clínico, y la mitad de las veces que los encontramos hay una historia de lo que se denomina ataques con
pocos síntomas (menos de cuatro), o de alguna otra enfermedad somática impredecible como puede ser una epilepsia o una colitis, que pueden despertar el temor a sufrir una
incapacidad física repentina (McNally, 1994; White y Barlow, 2002). Sin embargo, los casos de agorafobia sin pánico
son mucho más frecuentes en los estudios epidemiológicos
(por ejemplo, Kessler et al., 1994). Hasta la fecha desconocemos la razón. Hay quien cree que en muchos de estos
casos, si el diagnóstico se hubiera realizado de manera más
cuidadosa, habría aparecido algún tipo de fobia específica
(McNally, 1994; White y Barlow, 2002).
Prevalencia, sexo y edad
de aparición del trastorno
de pánico con y sin agorafobia
Se trata de un trastorno que afecta a muchas personas. Por
ejemplo, la Encuesta Nacional De Comorbilidad mostró que
aproximadamente el 3,5 por ciento de la población adulta
había tenido un trastorno de pánico con o sin agorafobia en
algún momento de su vida. Aproximadamente otro 5 por
ciento había sufrido agorafobia sin pánico (Kessler et al.,
1994). Ese mismo estudio encontró que la prevalencia del
trastorno de pánico (y de la fobia social) parece estar aumentando entre las nuevas generaciones (Magee et al., 1996).
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CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
La edad de aparición del trastorno de pánico con o sin
agorafobia suele situarse entre los quince y los veinticuatro
años, especialmente para los hombres, pero también puede
comenzar, sobre todo entre las mujeres, cuando tienen
treinta y tantos o cuarenta y tantos años (Eaton et al., 1994;
Hirshfeld, 1996); así pues la edad media de aparición puede
estimarse en veinticuatro años. A partir del momento en
que aparece, tiende a seguir un curso crónico e incapacitador, si bien la intensidad de los síntomas aumenta y disminuye a lo largo del tiempo (Keller et al., 1994; White y
Barlow, 2002). Los datos epidemiológicos ponen de manifiesto que el trastorno de pánico es el doble de frecuente
entre las mujeres que entre los hombres (Eaton et al., 1994;
White y Barlow, 2002). También la agorafobia aparece con
más frecuencia en las mujeres que en los hombres, y además
el porcentaje de mujeres aumenta a medida que lo hace la
evitación agorafóbica. Entre aquellos pacientes con una
agorafobia grave, aproximadamente el ochenta o el noventa
por ciento son mujeres (Bekker, 1996; White y Barlow, y
2002). La Tabla 6.2 recoge las diferencias sexuales en la prevalencia de los trastornos de ansiedad.
La explicación más habitual para esas diferencias
sexuales tan pronunciadas es de tipo sociocultural. En nuestra cultura, como en tantas otras, resulta más aceptable que
sean las mujeres las que experimenten pánico para evitar las
situaciones temidas, y que desarrollen una conducta pasiva
y dependiente, como puede ser la necesidad de ir acompañadas a una situación que les da miedo. Cuando es el hombre el que experimenta el pánico, probablemente tenga
tendencia a «hacerse el duro» debido a las expectativas
sociales, pero también a su enfoque vital más asertivo (Bekker, 1996). A partir de esta idea Chambless y Mason (1986)
administraron una escala para medir el papel sexual de
hombres y mujeres con agorafobia, y encontraron que
Tabla 6.2.
cuanto más baja era la puntuación en «masculinidad», tanto
para hombres como para mujeres, tanto mayor era el grado
de agorafobia. Además, algunas investigaciones señalan que
cuando los hombres sufren un trastorno de pánico tienen
tendencia a intentar resolverlo mediante el consumo de
nicotina o de alcohol, que les ayude a soportarlo, en vez de
desarrollar evitación agorafóbica (White y Barlow, 2002).
Comorbilidad con otros trastornos
Alrededor del cincuenta por ciento de las personas con trastorno de pánico con o sin agorafobia manifiestan también
otros trastornos, como la ansiedad generalizada, la fobia
social, la fobia simple, depresión, y abuso de alcohol (Magee
et al., 1996; White y Barlow, 2002). Se estima que entre el
treinta y el cincuenta por ciento de las personas con trastorno de pánico experimentarán una depresión grave en
algún momento de su vida (Gorman y Coplan, 1996).
Puede que también cumplan los criterios de un trastorno
de personalidad dependiente o de evitación (White y Barlow, 2002). El tema de los posibles riesgos de suicidio entre
las personas con trastorno de pánico resulta controvertido.
Sin embargo, algunos investigadores han llegado a la conclusión de que no existen evidencias de que el trastorno de
pánico, por sí mismo, pueda incrementar el riesgo de suicidio, si bien puede hacerlo de manera indirecta, al aumentar
la probabilidad de depresión y de abuso de sustancias,
ambos factores de riesgo para el suicidio (Horning y
McNally, 1995; White y Barlow, 2002).
El momento del primer ataque de pánico
Si bien los ataques de pánico parecen «caer del cielo», su primera aparición suele ocurrir tras un fuerte estrés (Lelliot et al.,
1989), como la pérdida de un ser amado, el término de una
Diferencias sexuales en los trastornos de ansiedad: estimación
de la prevalencia a lo largo de la vida
Prevalencia
en hombres (%)
prevalencia
en mujeres (%)
Tasa
Fobias específicas
6,7
15,7
2,34
Fobia social
11,1
15,5
1,4
Trastorno de pánico
2,0
5,0
2,5
Trastorno generalizado de ansiedad
3,6
6,6
1,8
Trastorno obsesivo-compulsivo
2,0
2,9
1,45
Trastorno de estrés post traumático
5,0
10,4
2,08
Trastorno
Fuentes: Barlow, 2002; Eaton et al., 1994; Karno et al., 1988; Kessler et al., 1994, 1995; Magee et al., 1996.
Nota: dado que estos datos proceden de estudios diferentes y puede que no sean estrictamente comparables, deben considerarse como aproximaciones a
las diferencias sexuales.
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relación importante, la pérdida de un trabajo, o un asalto criminal (véase Falsetti et al., 1995; Barlow, 2002, para una revisión). De hecho, aproximadamente el ochenta o noventa por
ciento de los clientes señalan que su primer ataque de pánico
ocurrió después de algún acontecimiento negativo de su vida.
Sin embargo, no todas las personas que sufren un ataque de pánico después de un acontecimiento estresante,
desarrollan un trastorno de pánico. De hecho, muchas personas tienen ataques de pánico ocasionales, sin llegar a
desarrollar el trastorno de pánico o la agorafobia. En efecto,
se estima que entre el siete y el treinta por ciento de los
adultos han experimentado al menos un ataque de pánico
en su vida, pero que la mayoría no han llegado a desarrollar
un trastorno de pánico. También es habitual que sufran ataques de pánico las personas que padecen trastornos de
ansiedad y/o depresión mayor (Barlow, 2002; Brown,
1996). Dado que los ataques de pánico ocurren con mucha
más frecuencia que los trastornos de pánico esto plantea
una cuestión importante: ¿qué es lo que hace que sólo una
parte de las personas que sufren ataques de pánico, desarrollen un trastorno de pánico completo? Se trata de una pregunta que han querido resolver las principales teorías que
intentan explicar las causas del trastorno de pánico.
Factores causales biológicos
FACTORES GENÉTICOS. Los estudios familiares y de
gemelos han puesto de manifiesto que el trastorno de
pánico tiene un moderado componente hereditario (por
ejemplo, Mackinnon y Foley, 1996; Kendler et al., 1992b,
1993a, 2001). Kendler y sus colaboradores (2001), en un
amplio estudio con gemelos, estimaron que entre el treinta
y tres y el cuarenta y tres por ciento de la varianza responsable del trastorno de pánico, se debía a factores genéticos.
Algunos estudios han sugerido que esta heredabilidad sólo
es específica del trastorno de pánico (y no de todos los trastornos de ansiedad; por ejemplo, véase Barlow, 2002, para
una revisión), si bien otro estudio con gemelos sugiere la
existencia de cierto solapamiento entre los factores genéticos de vulnerabilidad para el trastorno de pánico y las
fobias (Kendler et al., 1995).
ANOMALÍAS BIOQUÍMICAS. Hace algunas décadas,
Klein (1981) y otros autores (Sheedan, y 1982, 1983) propusieron que los ataques de pánico constituyen reacciones de
alarma producidas por una disfunción bioquímica. Esta
hipótesis parecía estar apoyada por numerosos estudios realizados a lo largo de treinta años, que mostraban que las personas con pánico tienen más tendencia a experimentar los
ataques cuando se exponen a ciertos procesos biológicos
nocivos, de lo que lo están las personas normales, o aquellas
que tienen otros trastornos psiquiátricos. Estos procesos biológicos nocivos (que abarcan desde el consumo de drogas
hasta respirar en una atmósfera saturada de dióxido de car-
Trastorno de pánico con y sin agorafobia

bono), suponen una tensión añadida para ciertos sistemas
neurobiológicos, lo que a su vez genera intensos síntomas
físicos (aumento del ritmo cardíaco, de la respiración y de la
presión sanguínea) que, para las personas que tienen un trastorno de pánico, suelen culminar en un ataque de pánico. Por
ejemplo, las infusiones de lactosa de sodio, una sustancia
similar a la lactosa producida por nuestro cuerpo durante el
ejercicio físico (por ejemplo, Gorman et al., 1989), o la ingestión de cafeína (por ejemplo, Uhde, 1990) producen con más
frecuencia ataques de pánico en personas con trastorno de
pánico, que en sujetos normales (véase Barlow, 2002, para
una revisión). Sin embargo, existe un amplio abanico de lo
que se denomina agentes provocadores de pánico, alguno de
los cuales están asociados con procesos neurobiológicos muy
diferentes e incluso mutuamente excluyentes. Así pues, posiblemente estén implicados diversos mecanismos neurobiológicos (Barlow, 2002). Esta observación llevó a los teóricos
de orientación biológica a especular que quizá existiesen
múltiples y heterogéneas causas biológicas para el pánico
(Krystal, Deutsch, y Charney, 1996). Por su parte, otros consideran que deben existir explicaciones biológicas y psicológicas más sencillas para este tipo de resultados.
Hasta el momento se han identificado dos sistemas de
neurotransmisores implicados en los ataques de pánico
––el sistema noradrenérgico y el sistema serotoninérgico—. La actividad noradrenérgica en ciertas zonas del
cerebro puede estimular síntomas cardiovasculares asociados con el pánico (Gorman et al., 2000). El aumento de la
actividad serotoninérgica también disminuye la actividad
noradrenérgico. Esto encaja con una serie de resultados
que demuestran que las medicinas más utilizadas en la
actualidad para tratar el trastorno de pánico (los inhibidores selectivos de la reabsorción de la serotonina), incrementan la actividad serotonérgica del cerebro a la vez que
disminuyen la actividad noradrenérgica. Al disminuir la
actividad noradrenérgica, estas drogas alivian muchos de
los síntomas cardiovasculares asociados al pánico, que suelen estar estimulados por la actividad noradrenérgica
(Gorman et al., 2000).
EL PÁNICO Y EL CEREBRO. Una de las primeras y más
importantes teorías relativas a la neurobiología de los ataques de pánico los relaciona con el locus coeruleus del tronco
del encéfalo (véase la Figura 6.1) y con un neurotransmisor
específico —la norepinefrina— principal responsable de la
actividad cerebral de esta zona. Por ejemplo, Redmond
(1985) demostró que la estimulación eléctrica del locus coeruleus de los monos producía una serie de respuestas que se
parecían por completo a un ataque de pánico; y lo que es
más, la destrucción de esta zona hacía que los monos fueran
incapaces de experimentar miedo, incluso ante un peligro
real. Estas investigaciones llevaron a pensar que quizá la
principal responsable de los ataques de pánico fuera una
actividad anormal de la norepinefrina en el locus coeruleus
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CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
Figura 6.1
UNA TEORÍA BIOLÓGICA DEL PÁNICO, LA ANSIEDAD Y LA AGORAFOBIA
Se ha propuesto una teoría según la cual los ataques de pánico proceden de una actividad anómala de la amígdala,
un conjunto de núcleos situados delante del hipocampo en el sistema límbico. La ansiedad que manifiestan las personas
ante el temor de sufrir otro ataque de pánico podría proceder de la actividad del hipocampo, una estructura del sistema
límbico implicada en el aprendizaje de las respuestas emocionales. La evitación fóbica, también una respuesta aprendida,
podría así depender de la actividad del hipocampo (Gorman et al., 2000).
(por ejemplo, Goddard et al., 1996). Sin embargo, no todos
los ataques de pánico se caracterizan por la activación autonómica y neuroendocrina que sería de esperar si el locus
coeruleus desempeñase un papel tan importante en todos
los ataques de pánico. Otras teorías más recientes proponen
que la activación de esta zona del cerebro podría constituir
un efecto indirecto del aumento de la actividad de la amígdala, que en la actualidad se sabe que juega un papel fundamental en los ataques de pánico. La amígdala es un conjunto
de núcleos que están delante del hipocampo, en el sistema
límbico, que es el principal responsable de la emoción de
miedo. La estimulación del núcleo central de la amígdala
estimula a su vez el locus coeruleus, así como otras respuestas autonómicas, neuroendocrinas y conductuales que se
producen durante los ataques de pánico (por ejemplo,
LeDoux, y 1996; Gorman et al., 2000).
Recientemente, algunas investigaciones han sugerido
que la amígdala es la principal zona responsable de lo que se
ha denominado una «red del miedo», conectada no sólo
con las zonas inferiores del cerebro como el locus coeruleus,
sino también con zonas superiores, como la corteza prefrontal (Gorman et al., 2000). Según esta perspectiva,
cuando la corteza prefrontal procesa alguna información de
carácter amenazador (ya sea real o imaginada), envía mensajes a la amígdala, que a su vez activa la red del miedo y
todas las respuestas autonómicas, conductuales y neuroendocrinas asociadas, que son las que están moderadas por las
zonas inferiores del cerebro, como puede ser el locus coeruleus. De esta manera, los ataques de pánico se producen
cuando se activa la red del miedo, ya sea debido a estímulos
procedentes de la corteza, o de las zonas inferiores del cerebro. Desde este punto de vista, el trastorno de pánico probablemente se desarrolle en aquellas personas con una red
del miedo especialmente sensible, que se activa con demasiada rapidez como para resultar adaptativa. Estas redes
especialmente sensibles podrían ser también parcialmente
hereditarias, aunque probablemente dependan mucho más
de experiencias vitales repetidas de carácter estresante,
sobre todo cuando ocurren en etapas iniciales del desarrollo (por ejemplo, Gorman et al., 2000; Ladd et al., 2000).
Algunas medicinas, como los inhibidores selectivos de la
reabsorción de la serotonina, que aumentan la actividad
serotonérgica del cerebro, podrían inhibir tanto la actividad
noradrenérgica implicada en el pánico, como los estímulos
excitadores procedentes de la corteza.
Pero los ataques de pánico sólo son uno de los componentes del trastorno de pánico. Las personas que tienen un
trastorno de pánico experimentan una gran ansiedad ante
la previsión de otro posible ataque, y quienes tienen agorafobia también ponen de manifiesto conductas fóbicas de
evitación (por ejemplo, Gorman et al., 1989, 2000). Probablemente estos aspectos del trastorno de pánico impliquen
diferentes zonas del cerebro. Como se ha dicho, los ataques
de pánico en sí mismos proceden de la actividad de la amíg-
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dala, ya sea activada por impulsos procedentes de la corteza
(por ejemplo, al considerar un estímulo como muy amenazante), ya por la actividad que proviene de zonas inferiores
del cerebro como el locus coeruleus. Las personas que han
sufrido más de un ataque de pánico, y que en consecuencia
comienzan a desarrollar una ansiedad condicionada respecto a la posibilidad de sufrir otros, estarían bajo la activación del hipocampo, una parte del sistema límbico bajo la
corteza cerebral, que está implicado en el aprendizaje de las
respuestas emocionales (por ejemplo, Charney, Grillon, y
Bremner, y 1998; Gray y McNaughton, 1996), y responsable
de la ansiedad condicionada y probablemente también de
la evitación aprendida típica de la agorafobia (Gorman et
al., 2000). Por último, los síntomas cognitivos que acompañan a los ataques de pánico (miedo a morir o a perder el
control), y las reacciones excesivas ante el imaginario peligro derivado de las sensaciones corporales, probablemente
estén regulados por centros superiores del cerebro (véase
Gorman et al., 2000).
Factores causales conductuales
y cognitivos
Una primera
hipótesis sobre el origen de la agorafobia fue la del «miedo
al miedo», según la cual a través de un proceso de condicionamiento interoceptivo, las sensaciones corporales internas
de ansiedad o de activación se convierten en estímulos condicionados (EC), que se asocian con niveles elevados de
ansiedad o activación (Goldstein y Chambless, y 1978). Por
ejemplo, las palpitaciones cardíacas que aparecen al principio del ataque de pánico pueden convertirse en indicadores
o predictores del ataque de pánico completo, lo que a su vez
hace que por sí mismas puedan llegar a provocarlo más
adelante.
EL MODELO DE MIEDO AL MIEDO.
TEORÍA GLOBAL DEL APRENDIZAJE DEL TRASTORNO DE PÁNICO. Desde 1978 se han realizado gran-
des avances en la comprensión de la relación entre la
agorafobia y el trastorno de pánico, así como de las diferencias que existen entre la ansiedad y el pánico, como estados
emocionales diferentes. A partir de esos avances, y del estudio del condicionamiento clásico, los investigadores han
propuesto muy recientemente una nueva teoría global del
aprendizaje del pánico (Bouton, Mineka, y Barlow, 2001).
Según esta teoría, los primeros ataques de pánico se asocian
con indicadores internos y externos inicialmente neutrales,
mediante un proceso de condicionamiento. El principal
efecto de este condicionamiento es que la ansiedad se asocia
con esos estímulos condicionados, pero hay también otro
efecto, y es que el propio ataque de pánico tiende a asociarse
con determinados indicios internos. Este condicionamiento de la ansiedad y el pánico con indicadores internos
o externos pone en escena todos los componentes necesa-
Trastorno de pánico con y sin agorafobia

rios para el desarrollo del trastorno de pánico: ataques de
pánico, ansiedad de anticipación y temores agorafóbicos.
Más específicamente, cuando las personas experimentan
sus primeros ataques de pánico (que hay que recordar que
son experiencias emocionales terribles, repletas de fuertes
estimulaciones internas), puede establecerse un condicionamiento con una multitud de diferentes indicios, que
abarcan desde las palpitaciones del corazón hasta los vértigos en un centro comercial. Como la ansiedad queda condicionada ante esos estímulos, probablemente se desarrolle
una aprehensión ansiosa respecto a la posibilidad de sufrir
otro ataque, sobre todo en determinados contextos, lo que
explica la evitación agorafóbica de dichas situaciones.
Sin embargo, otro efecto es que los propios ataques de
pánico también tienden a condicionarse con determinados
indicios internos, lo que explica que determinadas sensaciones corporales internas, que se experimentan de manera
inconsciente, puedan producir ataques súbitos de pánico.
Por ejemplo, un hombre joven con un trastorno de pánico y
que tiene un especial temor a que su corazón se desboque,
puede experimentar un inesperado ataque de pánico al
enterarse de que su candidato favorito para presidente ha
ganado las elecciones. De esta manera, el ataque de pánico se
produce en una situación de felicidad y excitación. Sin
embargo, desde la perspectiva de esta teoría, en realidad el
ataque no se produjo por sorpresa. Dado que el hombre
estaba excitado, su corazón latía rápidamente, lo que probablemente actuó como un estímulo condicionado interno,
que fue el que puso en marcha el ataque de pánico. Esta teoría también subraya la razón de que no todo el mundo que
experimenta un ataque de pánico ocasional llegue a desarrollar el trastorno de pánico. Por el contrario, serán aquellas
personas con una vulnerabilidad genética, temperamental, o
cognitiva, las que muestren un condicionamiento más
fuerte de la ansiedad y el pánico (Bouton et al., 2001). Esa
vulnerabilidad cognitiva puede incluir el aprendizaje de
experiencias previas al primer ataque, como por ejemplo la
observación de las conductas enfermizas de pánico de los
padres (por ejemplo, Ehlers, 1993).
Beck y Emery
(1985) y Clark (1986, 1988, 1997) también han propuesto
un modelo cognitivo del pánico, según el cual estos pacientes son hipersensibles ante sus sensaciones corporales, y
además tienden a darles la peor interpretación posible.
Clark se refiere a esto como una tendencia a extraer un significado catastrófico de las sensaciones corporales. Por
ejemplo, un paciente con pánico podría observar que su
corazón late muy veloz, y llega a la conclusión de que está
sufriendo un ataque cardiaco. Este pensamiento tan aterrador provoca a su vez síntomas físicos de ansiedad, que por
su parte alimentan también los pensamientos catastróficos,
originando un círculo vicioso que termina en un ataque de
pánico. O, si alguien siente vértigo y lo interpreta temiendo
LA TEORÍA COGNITIVA DEL PÁNICO.
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CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
desmayarse, o como indicio de que tiene un tumor cerebral,
esto le provocaría también un ataque de pánico a través del
mismo círculo vicioso (véase la Figura 6.2). Por otra parte
no es necesario que la persona sea consciente de que está
haciendo esas interpretaciones catastróficas; por el contrario, tales pensamientos suelen situarse precisamente fuera
de la conciencia (Rapee, 1996). Los «pensamientos automáticos», como los denomina Beck, son auténticos disparadores del pánico. Aunque todavía no está claro cómo se
desarrolla esa tendencia a imaginar catástrofes, el modelo
cognitivo propone que solamente quienes tengan esa tendencia desarrollarán el trastorno de pánico (Clark, 1997).
Diversas líneas de evidencia coinciden con este
modelo. Por ejemplo, las personas con este trastorno tienen
mayor tendencia a interpretar sus sensaciones corporales de
manera catastrófica (por ejemplo, Hibbert, 1984; véase
Clark, 1997, para una revisión). El modelo también predice
que modificar los pensamientos del cliente respecto a sus
síntomas corporales debería reducir o impedir los ataques
de pánico. El propio hecho de que la terapia cognitiva funcione parece confirmar esta predicción (D. M. Clark et al.,
1994, 1999; y véase más adelante). Además, se ha encontrado que una breve explicación de lo que ocurrirá en un
experimento donde se provocará el pánico puede llegar a
impedir su aparición (Clark, 1997). Algunos clientes con
trastorno de pánico recibían una explicación breve pero
detallada de los síntomas físicos que experimentarían tras
El círculo de pánico
Estímulo desencadenante
(interno o externo)
Amezada
percibida
tomar una infusión de lactosa sódica, y de las razones por
las que no debían preocuparse por esos síntomas, mientras
que otros sólo recibían un comentario de pasada sobre la
cuestión. Aquellos que habían recibido una explicación
detallada informaron de menos síntomas de ataque de
pánico en respuesta a la lactosa (treinta por ciento), que el
grupo de control (noventa por ciento).
EXPLICACIONES PSICOLÓGICAS DE LOS RESULTADOS PROCEDENTES DE LOS ESTUDIOS DE INDUCCIÓN DEL PÁNICO. Más arriba hemos señalado la
existencia de una explicación psicológica más sencilla, que
permite comprender la variedad de factores que provocan
pánico. Dado que dichos factores producen activación, imitan los indicadores fisiológicos que normalmente preceden a
un ataque de pánico, o que pueden tomarse como señal de
alguna otra catástrofe inminente (Barlow, 2002; Bouton et al.,
2001; Margraf, Ehlers, y Roth, 1986a, 1986b). Las personas
con trastorno de pánico parten de un mayor nivel de activación que las demás, y además están familiarizadas con esas
señales iniciales de alarma. Así pues, de acuerdo con la teoría
cognitiva, frecuentemente malinterpretan sus síntomas como
si éstos señalaran el inicio de un ataque de pánico o de un ataque cardíaco, lo que a su vez induce el círculo vicioso del
pánico que hemos descrito anteriormente; esto no ocurre en
los sujetos del control que no manifiesta esa misma tendencia
a hacer interpretaciones catastróficas. Por otra parte, según la
teoría del aprendizaje del pánico, sólo quienes tienen un trastorno de pánico deberían interpretar los estímulos condicionados internos como señales desencadenantes de ansiedad y
de pánico, debido a su asociación previa con el pánico.
La diferencia esencial entre el modelo cognitivo y el
modelo de la teoría del aprendizaje respecto a la explicación
de estos resultados radica en la gran importancia que
otorga el modelo cognitivo al significado que asignan las
personas a sus sensaciones corporales; éstas experimentan
Figura 6.2
Interpretación
de sensaciones
de manera
catastrofista
Aprensión o preocupación
(p.e., sentirse a punto de
tener un ataque de pánico
o ante una situación
de tensión extrema
Sensaciones
corporales
Estímulo desencadenante
(interno o externo)
(p.e., ejercicio físico, excitación, irritación,
actividad sexual. Cafeína, drogas psicoactivas)
EL CÍRCULO DEL PÁNICO
Cualquier tipo de amenaza que se perciba puede provocar
aprensión o preocupación, lo que su vez se acompaña de
diversas sensaciones corporales. Según el modelo cognitivo
del pánico, si una persona interpreta esas sensaciones de una
manera catastrofista, sólo conseguirá aumentar su
percepción de la amenaza y por ende su aprensión y
preocupación, así como los síntomas físicos, que a su vez son
los que alimentan los pensamientos catastrofistas. Este
círculo vicioso puede llegar a culminar en un ataque de
pánico. Las sensaciones físicas iniciales no tienen por qué
proceder de la percepción de una amenaza (como se muestra
en la parte superior del círculo), sino que pueden provenir
también de otras fuentes (ejercicio físico, irritación, drogas
psicoactivas, etc., como se muestra en la parte inferior del
círculo) (adaptado de Clark, 1986, 1997).
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el pánico únicamente cuando realizan interpretaciones
catastrofistas de ciertas sensaciones corporales. Esos pensamientos catastrofistas no son necesarios para el modelo del
condicionamiento interoceptivo, debido a que la ansiedad y
los ataques de pánico pueden desencadenarse mediante
indicadores inconscientes (ya sean internos o externos)
(Bouton et al., 2001). De esta manera, el modelo de la teoría del aprendizaje es más apropiado para explicar los ataques de pánico que se producen sin que exista ningún
pensamiento automático negativo (catastrofista), y también para explicar la aparición de los ataques nocturnos de
pánico que ocurren durante el sueño; ambos tipos de ataque resultan difíciles de explicar para el modelo cognitivo.
PERCEPCIÓN DE CONTROL Y SENSIBILIDAD ANTE LA
ANSIEDAD. Otras explicaciones cognitivas y conductua-
les del pánico y de la agorafobia se han centrado en diversos
factores que generalmente pueden también ser explicados
por la perspectiva cognitiva o por la del condicionamiento.
Por ejemplo, algunos estudios han mostrado que el mero
hecho de tener una sensación de control sobre la cantidad de
dióxido de carbono que se inhala (un procedimiento experimental para inducir el pánico) reduce la ansiedad, e incluso
detiene el episodio de pánico (por ejemplo, Sanderson,
Rapee, y Barlow, 1989; Zvolensky et al., 1998, 1999). Además,
el hecho de que la persona que está a punto de sufrir un ataque provocado de pánico en el laboratorio tenga al lado a una
persona de confianza, reduce el malestar y disminuye la activación fisiológica, así como la probabilidad de sufrir pánico,
en comparación con las personas que llegaron al laboratorio
solas (sin esa persona de confianza; Carter et al., 1995).
Además, algunos investigadores han mostrado que las
personas que tienen elevados niveles de sensibilidad a la
ansiedad (una fuerte convicción de que ciertos síntomas
corporales pueden tener consecuencias dañinas), tienen
más tendencia a desarrollar ataques de pánico y quizás
incluso un trastorno de pánico (Cox, 1996; McNally, 2002;
Reiss y MacNally, 1985). Alguien que tenga una elevada
sensibilidad a la ansiedad quizá se plantee afirmaciones
como las siguientes: «cuando noto que mi corazón late
muy deprisa, me preocupa que pueda estar teniendo un
ataque cardíaco». Ciertos estudios prospectivos han
demostrado que las personas con una elevada sensibilidad
de ansiedad son incluso más proclives a desarrollar ataques de pánico e incluso un trastorno de pánico. Por ejemplo, Schmidt, Lerew, y Jackson (1997) hicieron un
seguimiento de 1 400 adultos que estaban recibiendo instrucción militar básica durante cinco semanas. El diseño
del estudio era excelente para poder examinar el modelo
predisposición-estrés en relación con la aparición de ataques de pánico, debido a que fue posible hacer un seguimiento de personas que tenían diferentes niveles de
predisposición, durante un periodo de tiempo durante el
que iban a experimentar elevados niveles de estrés de tipo
Trastorno de pánico con y sin agorafobia

impredecible e incontrolable, que es precisamente la situación en que suelen aparecer los ataques de pánico (por
ejemplo, Barlow, 2002). Schmidt y sus colaboradores
encontraron que los niveles más altos de sensibilidad
ansiosa predecían el desarrollo de ataques de pánico
espontáneos durante este periodo de fuerte estrés. Por
ejemplo, para aquellos que puntuaron en el diez por ciento
superior de una escala que medía la sensibilidad ansiosa, el
veinte por ciento experimentó al menos un ataque de
pánico durante las cinco semanas de instrucción; sólo el
seis por ciento del resto de los participantes en el estudio
tuvieron un ataque de pánico durante esas cinco semanas.
Otros estudios sobre el mismo tema han obtenido resultados muy similares, lo que destaca la fiabilidad de esa variable como predictora de los taques de pánico (por ejemplo,
Hayward et al., 2000; Schmidt et al., 1999).
CONDUCTAS DE SEGURIDAD Y LA PERSISTENCIA
DEL PÁNICO. ¿Cómo es posible que los ataques de
pánico puedan ser tan persistentes, a pesar del hecho de que
las predicciones negativas prácticamente nunca se confirman? Por ejemplo, es posible que algunos pacientes con
pánico puedan haber tenido tres o cuatro ataques por
semana durante veinte años; y en cada una de esas ocasiones creyeron que están sufriendo un ataque cardíaco que al
final no se produjo. Después de sufrir algunos cientos e
incluso miles de ataques de pánico, sin que sobrevenga el
fatal desenlace, lo lógico sería pensar, desde una perspectiva
cognitiva, por ejemplo, que los pensamientos catastrofistas
deberían haberse desechado de una vez por todas. Sin
embargo, investigaciones recientes sugieren que esto no
sucede debido a que los pacientes suelen realizar «conductas de seguridad» (como por ejemplo respirar lentamente)
durante el ataque de pánico; por lo tanto, tienden a atribuir
a esa conducta el haberse librado por esa vez del ataque al
corazón. De manera similar, las personas que piensan que
se van a desmayar, lo evitan apoyándose en algún objeto
(Clark, 1997; Salkovskis et al., 1996). La investigación
sugiere pues la importancia de identificar ese tipo de conductas, de tal manera que los clientes puedan manipularlas
para comprobar que aunque no las realicen, tampoco
entonces se produce la temida catástrofe.
SESGOS COGNITIVOS Y MANTENIMIENTO DEL
PÁNICO. Por último, son muchos los estudios que han
destacado el hecho de que las personas que tienen un trastorno de pánico muestran sesgos respecto a la manera en
que procesan la información amenazante. Estas personas
no sólo interpretan las sensaciones corporales ambiguas
como algo amenazante (Clark, 1997), sino que también
interpretan otras situaciones ambiguas de manera más
amenazadora de lo que lo hace un grupo de control. Las
personas con trastorno de pánico también parecen tener
puesta su atención de manera automática en toda
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CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
información de carácter amenazador que encuentran a su
alrededor, como pueden ser palabras relativas a sus temores, tales como palpitaciones, desmayos o entumecimiento
(para una revisión véase Mineka et al., 2003). Todavía no
está claro si esos sesgos en el procesamiento de la información ya estaban presentes antes de la aparición del trastorno, y podrían haber jugado entonces algún papel
importante en su desarrollo; lo que sí es evidente es que
dichas tendencias contribuyen a mantener el trastorno una
vez que éste se ha presentado. En efecto, estar siempre
atento de manera automática a cualquier indicio amenazante del entorno, probablemente sólo sirve para favorecer
la aparición de más ataques de pánico.
El resumen, durante los veinticinco años transcurridos
desde que se identificó como un trastorno específico, las
investigaciones realizadas sobre los factores biológicos
y psicológicos implicados en el trastorno de pánico han
proporcionado importantes pistas sobre el mismo. Parece
poco probable que una única perspectiva teórica pueda llegar a proporcionar una explicación completa del trastorno,
por lo que esperamos con avidez otras tentativas de integrar
resultados procedentes de diversas perspectivas.
El tratamiento del trastorno de pánico
y la agorafobia
MEDICINAS. Muchos clientes con trastorno de pánico
(con o sin agorafobia) son tratados con drogas pertenecientes a la categoría de las benzodiazepinas, como por ejemplo
el alprozolam (Xanat) o el clonazepam. Este tipo de tranquilizantes suaves (ansiolíticos) suele reducir sus síntomas,
y les permiten funcionar de manera más eficaz. Una de las
principales ventajas de estas drogas es que actúan con
mucha rapidez (en un intervalo que oscila entre media hora
y una hora), y por lo tanto resultan muy útiles en situaciones agudas de pánico o ansiedad intensos. Sin embargo, las
drogas ansiolíticas también pueden tener efectos colaterales
indeseables, como por ejemplo el adormecimiento y las
sedación, que a su vez provocan un deterioro de la conducta
cognitiva y motriz. Y lo que es más, son potencialmente
muy adictivas, de manera que su uso prolongado provoca
una dependencia fisiológica, que se manifiesta en síntomas
de decaimiento cuando se suspende la medicación (por
ejemplo, nerviosismo, alteraciones del sueño y vértigos).
Estos problemas colaterales suelen provocar una recaída en
un elevado porcentaje de casos (Ballenger, 1996).
Otro tipo de medicación que resulta muy útil en el tratamiento del trastorno de pánico y de la agorafobia, son los
antidepresivos (sobre todo los tricíclicos y los inhibidores
selectivos de la reabsorción de la serotonina). Este tipo de
drogas tiene ventajas y desventajas en comparación con los
ansiolíticos. Una de las principales ventajas es que no son
adictivas. Sin embargo, sus efectos benéficos no aparecen
hasta pasadas varias semanas, por lo que no resultan
tan útiles como los ansiolíticos en situaciones de emergencia. Por otra parte, algunos efectos secundarios problemáticos (como la sequedad de la boca, el estreñimiento y la
visión borrosa con los tricíclicos y la disminución de la actividad sexual con los inhibidores de la serotonina) explican
que muchos de los pacientes no quieran continuar
tomando esas medicinas (White y Barlow, 2002; Wolfe y
Maser, 1994). De hecho, la tasa de recaída tras la eliminación de la droga es muy elevada (aunque no tanto como con
las benzodiacepinas).
En la actualidad, los inhibidores de la absorción de los
serotonina se prescriben más que los tricíclicos debido a
que se toleran mejor. Sin embargo, algunos estudios que
han comparado los tres tipos de droga, han encontrado
que todas ellas tienen una eficacia similar. Por lo tanto, la
decisión sobre cuál prescribir debería basarse en lo bien que
se tolere, y que tenga menos consecuencias indeseables para
una persona en particular.
TRATAMIENTOS CONDUCTUALES Y COGNITIVOSCONDUCTUALES. El tratamiento original conductual
para la agorafobia, que empezó a aplicarse a principios de
los años 70, se basaba en la exposición prolongada a las
situaciones temidas, generalmente con la ayuda del terapeuta o de algún familiar. Igual que ocurre en el tratamiento de las fobias, la idea básica es conseguir que los
clientes se enfrenten progresivamente con la situación atemorizante, y aprendan que no hay nada que temer. Este
tipo de tratamientos han demostrado una gran eficacia, eliminando de manera significativa los síntomas de agorafobia en el setenta por ciento de los clientes, mejoría que se
mantiene al menos tras cuatro años de seguimiento. Sin
embargo, esto significa también que el treinta por ciento de
los pacientes no experimentan una mejoría significativa
(McNally, 1994; White y Barlow, 2002).
Una de las limitaciones de este tratamiento es que no
está orientado de manera específica a los ataques de pánico.
Por ello, a mediados de los 80 se desarrollaron dos técnicas
dirigidas al tratamiento específico de los ataques de pánico
y de agorafobia. Una de esas técnicas es una variante del tratamiento de exposición, que se conoce como exposición
interoceptiva. Como ya se ha señalado, las personas con
trastorno de pánico tienen un enorme temor procedente de
sus sensaciones corporales, de manera que sus ataques de
pánico son probablemente respuestas condicionadas a estímulos condicionados interoceptivos. La idea básica es que
ese temor relativo a las sensaciones internas debería tratarse
de la misma manera como que se aborda el miedo a las
situaciones agorafóbicas externas —esto es, mediante una
exposición prolongada a las sensaciones internas, que permita extinguir el miedo—. Así pues, se pide a los pacientes
con trastorno de pánico que realicen diversos ejercicios
(como hiperventilación, correr sin moverse del sitio, mantener la respiración, ingerir cafeína, etc.) que les producirán
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Trastorno de pánico con y sin agorafobia
AVA N C E S
en la práctica
Terapia cognitivo-conductual para
el trastorno de pánico

.
Los modelos cognitivos y del aprendizaje para el trastorno
de pánico han contribuido a la formulación de nuevos
tratamientos, que han demostrado ser muy efectivos en
docenas de estudios realizados en diversos países (véase
Ruhmland y Margraf, 2001; White y Barlow, 2002). Pese
a la existencia de pequeñas variaciones, cada uno de esos
tratamientos es un tipo de terapia conductual o cognitivoconductual. Una versión ampliamente utilizada del
«tratamiento para el control del pánico» desarrollada por
Barlow y sus colaboradores, combinó diferentes técnicas
cognitivas y conductuales, en un programa que suele durar
entre doce y quince sesiones (Barlow y Craske, 2000;
Craske, Barlow y Meadow, 2000).
El tratamiento para el control del pánico tiene tres
aspectos principales. En primer lugar, se instruye a los
clientes sobre la naturaleza de la ansiedad y el pánico, y el
carácter adaptativo de ambos. Este aprendizaje sobre la
respuesta luchar-o-huir que tiene lugar durante el pánico
permite a los clientes comprender que las sensaciones que
está
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