Subido por Jaime Ramirez

Contrarreforma

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Contrarreforma: contrastes y daños

PEDRO JOAQUÍN COLDWELL

JAN, 2022
La propuesta de reforma constitucional a los artículos 25, 27 y 28 enviada por el
presidente López Obrador recientemente al Congreso y las diversas disposiciones
administrativas emitidas en los últimos tres años representan una contrarreforma a
los avances de 2013, además de que cancela de facto un futuro energético y
financiero más sostenible y democrático para México.
Bajo premisas equivocadas, la contrarreforma asume que el Estado, a través de la
Comisión Federal de Electricidad (CFE), tiene plena capacidad para ser el único
inversionista, generador, comprador y suministrador del sector eléctrico. Al hacerlo,
elimina el mercado, cambia las reglas y desalienta inversiones en el sector.
La diferencia angular con la reforma de 2013 radica en que restringe la posibilidad
de otros actores no estatales de participar en la industria eléctrica. Esto incluye
empresas que obtuvieron permisos de autoabasto en la década de 1990; empresas
ganadoras de las subastas de largo plazo de 2015 y 2016; hogares mexicanos que
buscaron la eficiencia energética, bajar sus tarifas y favorecer el medio ambiente
instalando paneles solares en sus azoteas, y hasta comunidades rurales que
obtenían ganancias por la renta de sus tierras para la instalación de plantas eólicas.
La realidad es que el monto de las inversiones que México requiere en el sector
eléctrico es de tal magnitud que ni la CFE ni una sola empresa tiene posibilidades
de financiarlas por si misma. Bajo esta lógica, la reforma de 2013 planteó un modelo
participativo que sumaba recursos de empresas públicas, privadas, mexicanas y
extranjeras, y miles de hogares, a través de la creación de un mercado eléctrico con
reglas claras, pesos y contrapesos.
Sin comprometer las finanzas públicas, se garantizaba el suministro eléctrico a la
par del incremento en la demanda, se puso en marcha un plan para expandir las
redes de transmisión y dar mantenimiento a las de distribución y, lo más importante,
se promovía la instalación de plantas de energías renovables y generación eléctrica
limpia.
Al tratar de eliminar este modelo participativo, la iniciativa de contrarreforma
propuesta por el Ejecutivo federal está creando daños colaterales que ponen en
riesgo la estabilidad económica del país y no resuelve los problemas de raíz, a
saber: ¿cómo garantizar la creciente demanda eléctrica sin crear un boquete
financiero ni deteriorar el medio ambiente?
En este texto, contrasto las diferencias entre la reforma de 2013 y la contrarreforma
actual y advierto los riesgos de su posible aprobación.
Los costos implicarían un retroceso no al pasado del General Lázaro Cárdenas –
quien de hecho permitió las concesiones eléctricas a empresas privadas–, sino a la
década de 1960 en la que México tenía una economía cerrada al mundo y cuando
aún no éramos conscientes de los daños que causa la industria energética al medio
ambiente. Sostengo que nuestro país requiere ver hacia adelante, que nuestro
gobierno debe invertir en el futuro y no anclarse al pasado, y que los mexicanos
debemos ser parte de la transición mundial hacia las energías limpias y el combate
al cambio climático.
Lo que está en riesgo es, ni más ni menos, el futuro económico y ambiental de
México.
Reforma 2013 y contrarreforma 2021: los contrastes
Advierto, al menos, tres visiones contrastantes entre la reforma de 2013 y la
contrarreforma del presidente López Obrador referentes a la fuente de
financiamiento del sector, el alcance del Estado como regulador y los mecanismos
para la transición a las energías limpias:
1.
¿De dónde obtener recursos para invertir en el sector eléctrico?
De acuerdo con cálculos de la Secretaría de Energía en 2018, las inversiones
estimadas para generación, transmisión y distribución en los próximos quince años
ascendían a dos billones de pesos.1 Esta suma equivale a 28% del gasto neto total
previsto en el Presupuesto de Egresos de la Federación 20222 o a 8.6 veces las
pérdidas que tuvo la filial de refinación de Pemex en 2020.3
Para 2022, el presupuesto de CFE será de 449 997 millones de pesos y aun cuando es
mayor en 16% al que tuvo en 2018,4 no alcanza para la construcción de nuevas
plantas renovables, la renovación de plantas obsoletas, la construcción de una red de
transmisión para interconectar el sistema aislado de Baja California o para dar el
mantenimiento a las redes de distribución en el Valle de México, por mencionar
algunas
necesidades.
La propuesta de tener una CFE que se encargue de toda la cadena de producción
eléctrica falla al no considerar que la (aún) empresa productiva del Estado tiene los
costos de generación más altos. Producir un MWh de energía le cuesta a la CFE entre
$1,396 pesos mediante ciclo combinado y $3,036 pesos con combustión interna,
mientras que a los generadores que ganaron las subastas de largo plazo en 2015, 2016
y 2017 les cuesta $375 pesos con plantas solares y $358 pesos con eólicas, es decir,
entre una cuarta parte y el 10% que a CFE.5 El que los costos de CFE sean mayores
se
explica
por
dos
razones:
Porque varias de sus plantas son obsoletas y los combustibles fósiles son más caros
que las energías renovables. En 2018 se consideraron 115 plantas para su retiro
gradual en 20326 –de las cuales, veintiséis usan combustóleo y treinta y uno diésel–,
mismas que la administración actual insistió en mantener operando con altas
emisiones
contaminantes
y
a
costos
más
altos;
2. Porque el pasivo laboral de CFE asciende a 488 mil millones de pesos.7 El año
pasado, el director general de la CFE revirtió el acuerdo de jubilación conseguido en
2016 con el sindicato de CFE, que significaba un importante saneamiento financiero
y que contribuyó a que la CFE estuviera en números negros e incluso obtuviera
ganancias de 2016 a 2019. Ahora, de un plumazo, la actual administración vuelve a
incrementar el pasivo laboral de la empresa con 127 000 millones de pesos y
compromete a futuro los impuestos de los mexicanos para pagar más en jubilaciones.
3. ¿Cómo
regular
la
participación
de
actores
no
estatales?
El segundo punto en el que advierto una clara diferencia entre ambas visiones es en
cómo
regular
la
participación
de
actores
no
estatales.
En el caso de la reforma de 2013, se creó un mercado eléctrico mayorista en el que,
bajo reglas claras y transparentes, participaban tanto generadores públicos como
privados, suministradores, usuarios calificados y el Centro Nacional de Control de
Energía (CENACE) como un organismo independiente encargado del despacho
eléctrico. El funcionamiento de este sistema era vigilado por la Comisión Reguladora
de Energía, que como órgano regulador autónomo establecía con lineamientos y
metodologías técnicas y transparentes las tarifas eléctricas, dando certidumbre
jurídica
a
todos
los
participantes.
El gobierno federal ha pasado por diferentes fases para debilitar a la CRE: desde
recortarle el presupuesto, presionar a los comisionados designados en
administraciones anteriores para que renuncien, hasta proponer su extinción y pasar
sus funciones a la SENER. En cuanto al CENACE, propone que la CFE absorba sus
funciones y facultades de despacho eléctrico. Con ello, la CFE tendría todos los
incentivos para priorizar el suministro de sus propias plantas, creando condiciones
inequitativas para sus competidores y pudiendo hasta obstaculizar su acceso a la red
eléctrica.
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