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[1library.co] el principe que ha de venir

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EL PRINCIPE
QUE HA DE VENIR
LA MARAVILLOSA PROFECIA
DE LAS SETENTA SEMANAS
DE DANIEL, CON RESPECTO
AL ANTICRISTO.
Por
Sir Robert Anderson
Prologo
Evis L. Carballosa
PUBLICACIONES PORTAVOZ EVANGÉLICO
Índice
Prólogo — Evis L. Carballosa ...............................................
2
Prefacio a la décima edición inglesa .....................................
4
Prefacio a la quinta edición inglesa .......................................
8
1. INTRODUCCIÓN...............................................................
23
2. DANIEL Y SU ÉPOCA ....................................................
30
Prólogo
3. EL SUEÑO DEL REY Y LAS VISIONES DEL PROFETA
.......................................................................
33
4. LA VISION JUNTO AL RIO ULAY ...............................
38
5. EL MENSAJE DEL ÁNGEL ...........................................
41
6. EL AÑO PROFETICO .....................................................
47
7. EL TIEMPO MÍSTICO DE LAS SEMANAS ..................
50
8. «EL MESÍAS PRINCIPE» ...............................................
54
9. LA CENA PASCUAL ......................................................
60
10. EL CUMPLIMIENTO DE LA PROFECÍA ……………
64
11. PRINCIPIOS DE INTERPRETACIÓN ............................
68
12. LA PLENITUD DE LOS GENTILES .............................
75
13. EL SEGUNDO SERMÓN DEL MONTE
......................
79
14. LAS VISIONES DE PATMOS........................................
84
15. EL PRINCIPE QUE HA DE VENIR ………………....
90
«CUANDO SE PUBLICA un libro nuevo, lee uno viejo.» Ese
pensamiento de la pluma de un literato que vivió hace más de un
siglo es, en cierto sentido, apropiado para la obra El Príncipe que ha
de Venir. Dicha obra es vieja porque vio la luz por primera vez en el
idioma inglés en el año 1882, pero es nueva porque su contenido es
tan pertinente en nuestros días como lo fue hace un siglo.
Sir Robert Anderson, autor de El Príncipe que ha de Venir, fue, sin
duda, un hombre extraordinario. Nacido en Inglaterra en el año
1841, Anderson procede de un trasfondo presbiteriano. Su
instrucción no fue en el campo de la teología, sino más bien en
asuntos legales. Trabajó como abogado en Dublín y en Londres.
Entre los años 1868-1888 fue consejero de la oficina británica de
Asuntos Internos en el área de crímenes políticos. También trabajó
como comisionado asistente de la policía metropolitana de Londres y
como jefe del departamento de investigación criminal de Scotland
Yard de 1888 a 1901.
Aunque Sir Robert Anderson no podría clasificarse como un teólogo
profesional, no cabe duda que fue un estudiante ferio de la Palabra
de Dios. En medio de sus ocupaciones fue un conferenciante muy
solicitado y un escritor de pluma ágil.
Sus trabajos trataron principalmente temas de apologética y profecía
bíblica, aunque dio atención también a otros temas. Las obras más
conocidas de Anderson fueron El Evangelio y sus ministerios (1876),
2
El Príncipe que ha de Venir (1882), El Silencio de Dios (1897), La
Biblia y la Crítica Moderna (1902) y Racionalismo Cristianizado y la
Alta Crítica,* escrito poco antes de su muerte, en 1918.
El lector de habla castellana, no importa su persuasión teológica,
debe sentirse complacido con la publicación de El Príncipe que ha de
Venir. Esta obra consiste de un estudio esmerado y sobrio de la
profecía de Daniel 9:24-27, con particular énfasis en lo relacionado
a la septuagésima semana y más concretamente las enseñanzas
tocantes a la persona del Anticristo.
Varios son los méritos del trabajo de Sir Robert Anderson.
Primeramente, el hecho de que vivió y escribió en una época en que
el mundo teológico estaba embriagado con el vino que llenaba el
cáliz de la alta crítica y que era ávidamente ingerido por los
racionalistas europeos. Es muy notable que Anderson no cayera
víctima del desatino teológico de su tiempo sino que defendió con
valentía la integridad las Sagradas Escrituras.
En segundo lugar, el autor de El Príncipe que ha de Venir aboga por
un sistema congruente de interpretación 'bíblica. Un método que sea
aplicable de manera consecuente a la totalidad de la Palabra de
Dios sin exceptuar la profecía. O como él mismo afirma: «No hay
una sola profecía cuyo cumplimiento se registre en las Escrituras,
que no se haya cumplido con absoluta exactitud, y en cada detalle; y
es totalmente injustificable asumir que un nuevo sistema de
cumplimiento haya sido inaugurado después de haberse cerrado el
canon sagrado» (p. 147).
Además, Sir Robert Anderson estaba interesado en exponer el Texto
Sagrado. De modo que su trabajo es eminentemente exegético. Es
evidente que Anderson estaba interesado en descubrir qué enseña la
Palabra de Dios. Su mente analítica e investigadora lo llevó también
a trazar una cronología de las setenta semanas de Daniel, trabajo
éste que ha servido de base para muchos estudiosos de temas
proféticos
Puede observarse, además, que Sir Robert Anderson estaba
compenetrado tanto con la historia bíblica como con la historia
secular. Prueba de esto es el uso constante de fuentes bibliográficas
apropiadas y los apéndices cronológicos al final de la obra. Sin
embargo, su obra está saturada de un tinte pastoral y a veces hasta
devocional.
Finalmente, debe recordarse que la obra El Príncipe que ha de Venir
fue escrita originalmente en el año 1882. Es decir, hace casi un
siglo. Su autor murió en 1918, o sea hace más de seis décadas.
Muchas cosas han pasado desde entonces. Algunas como el
establecimiento del estado moderno de Israel, la situación en él
Oriente Medio y la formación de cuatro esferas de influencia
mundial han fortalecido lo que Sir Robert Anderson escribió hace
más de medio siglo. Seguramente si viviese, Anderson hubiese
revisado y aclarado algunos de los detalles de su obra. Pero generalmente hablando hubiese podido decir lo mismo que escribió hace un
siglo.
Recomendamos, pues, a todos los estudiosos de la Biblia en él mundo
de habla castellana la obra El Príncipe que ha de Venir. No importa
la persuasión teológica del lector, debe prestar atención cuidadosa a
este trabajo. Nuestra felicitación sincera a Publicaciones Portavoz
Evangélico por él esfuerzo realizado. Quiera Dios usar esta obra
para estimular a muchos a un estudio más profundo del Texto
Sagrado.
Evis L. CARBALLOSA
Guatemala, C A., 14 de julio de 1980
* Estos libros han sido editados en inglés por Kregel Publications,
Grand Rapids, Michigan, EE.UU.
3
Prefacio a la décima edición inglesa
EL PRÍNCIPE QUE HA DE VENIR ha estado agotado por más de un año;
no parecía adecuado reimprimirlo durante la guerra 1. Pero la guerra
parece haber creado un mayor interés hacia las profecías de Daniel; y
como este libro está en demanda, se ha decidido publicar una nueva
edición sin más tardanza. No es debido a que estas páginas contengan
ninguna teoría sensacional respecto a «Armagedón». Porque «el
lugar que en hebreo se llama Armagedón» no está situado
Ni en Francia ni en Flandes, sino en Palestina; y el futuro de la tierra
y del pueblo del pacto será el asunto principal en la gran batalla que
todavía debe librarse en aquella histórica llanura.
Los estudiosos de la profecía son susceptibles de adherirse a una u
otra de las escuelas rivales de interpretación.
La enseñanza de los «futuristas» sugiere que esta dispensación
cristiana es un blanco completo en el esquema divino de la profecía.
Y los «historicistas» desacreditan las Escrituras frivolizando con el
significado de palabras llanas a fin de hallar el cumplimiento de las
mismas en la historio. Evitando los errores de ambas escuelas, este
volumen ha sido escrito siguiendo el aforismo de Lord Bacon, de que
«las profecías divinas tienen cumplimiento inicial y germinal a lo
largo de muchas épocas, aunque su cumbre o plenitud pueda
pertenecer a una época determinada».
1. Se refiere a la Primera Guerra Mundial. (N. del T.)
4
Y esta guerra mundial pertenece, indudablemente, al esquema
profético, aunque no constituya el cumplimiento de ningún pasaje
especial de las Escrituras.
Hace ya muchos años que mi atención fue atraída hacia un volumen
de sermones de un devoto rabí judío de la sinagoga de Londres, en el
cual él intentaba desacreditar la interpretación cristiana de ciertas
profecías mesiánicas. Y al tratar de Daniel 9, acusaba a los
expositores cristianos de entremeterse no ya tan sólo con la
cronología, sino con las mismas Escrituras, en sus esfuerzos de
aplicar la profecía de las Setenta Semanas al Nazareno. Mi
indignación ante tan grave acusación dio paso al dolor cuando el
proceso de estudio al que me abocó me proveyó de pruebas de que no
se trataba en absoluto de un libelo infundado. Mi fe en el libro de
Daniel, ya perturbada por la incrédula cruzada alemana de la «Alta
Crítica», fue así más socavada. Y decidí asumir el estudio de este
asunto con la fija determinación de aceptar sin reserva alguna no
solamente el lenguaje de las Escrituras, sino también las fechas
normativas de la historia tal como han sido establecidas por nuestros
mejores cronólogos.2
Lo que sigue a continuación es un breve resumen de los resultados de
mi indagación por lo que respecta a la gran profecía de las «Setenta
Semanas». Empecé con la asunción, basada en la lectura de muchas
obras clásicas, de que la era en cuestión se refería a los setenta años
de la cautividad de Judá, y que tenía que finalizar con la Venida del
Mesías. Pero pronto hice el sorprendente descubrimiento de que esto
era totalmente erróneo.
Porque la Cautividad duró tan sólo sesenta y dos años; y las setenta
semanas estaban relacionadas con el juicio totalmente distinto de las
Desolaciones3 en Jerusalén. Y además de ello, el período «hasta el
Mesías Príncipe», como Daniel 9:25 afirma de una manera tan llana,
no era de setenta semanas, sino de 7 + 62 semanas.
El fallo de no distinguir entre los diversos juicios de la Servidumbre,
de la Cautividad y de las Desolaciones, constituye una fructífera
fuente de error en el estudio de Daniel y de los libros históricos de las
Escrituras. Y es extraño que esta distinción sea ignorada, no tan sólo
por parte de los críticos, sino también por parte de los cristianos.
Debido a su pecado nacional, Judá fue sometido a servidumbre bajo
Babilonia durante setenta años; esto sucedió en el tercer año del rey
Joacim (606 a.C). Pero el pueblo continuó endurecido, y en el año
598 a.C. cayó sobre ellos el juicio mucho más severo de la
Cautividad. En la primera conquista de Jerusalén, Nabucodonosor
dejó intocada la ciudad y sus habitantes, siendo sus únicos
prisioneros Daniel y otros jóvenes de familias principales. Pero en
esta segunda ocasión deportó a la masa de los habitantes a Caldea.
No obstante, los judíos permanecían impenitentes a pesar de las
amonestaciones divinas por boca de Jeremías en Jerusalén y por
medio de Ezequiel entre los cautivos; y después de un lapso de otros
nueve años, Dios trajo sobre ellos el terrible juicio de «las
Desolaciones», que fueron decretadas para una duración de setenta
años. Así, para el año 589 a.C. los ejércitos babilónicos invadieron
Judea de nuevo, y la ciudad fue devastada e incendiada.
Ahora bien, tanto la «Servidumbre» como la «Cautividad»
finalizaron con el decreto de Ciro en 536 a.C, que permitía el retorno
de los expatriados. Pero como bien claramente lo indica el lenguaje
de Daniel 9:2, fueron los setenta años de «las Desolaciones» que
sirvieron de base a la profecía de las setenta semanas.
2. No obstante, por lo que se refiere a los años de reinado de los reyes judíos, las
fechas de los meses de Fynes Clinton quedan aquí modificadas siguiendo la
Mishná hebrea, que era un libro cerrado, para los lectores ingleses cuando el Fasti
Hellenici fue escrito. Por lo que respecta a una fecha de importancia fundamental
estoy especialmente en deuda con el difunto canónigo Rawlinson y con el difunto
Sir George Airey.
3. A lo largo de este libro, y siempre que aparezca, se utilizará «el juicio de las
Desolaciones» como un término técnico. Este término no aparece en la versión
Reina-Valera en Jeremías 25:11-12, pero sí en la Versión Moderna, y naturalmente
en la versión inglesa Revised Versión de la que se sirvió el autor. (N. del T.)
5
Y la época de los setenta años se inició en el día en que Jerusalén fue
sitiado —el décimo de Tabeth en el noveno año de Sedequías— día
éste que se observa desde entonces como día de ayuno por los judíos
en todos los países en que están (2° Reyes 25:1). Daniel y el
Apocalipsis indican definitivamente que el año profético es un año de
360 días. Así, además, era el año sagrado del calendario judío; y,
como es bien sabido, así era el año antiguamente en las naciones del
Oriente. (Ver el capítulo 6: El año profético). Pero setenta años de
360 días consisten exactamente de 25.200 días; y como el Año
Nuevo judío dependía de la luna equinoccial, podemos asignar el 13
de diciembre como la «fecha Juliana» del décimo de Tabeth del 589
a.C. Y 25.200 días contados a partir de esta fecha finalizaron el 17 de
diciembre del 520 a.C, que fue el día veinticuatro del mes noveno del
segundo año del rey Darío de Persia —el mismo día en que se
echaron los cimientos del segundo Templo (Hag. 2:18-19. Ver pp. 94
y ss.).
Aquí hay algo que debería hacer pensar tanto a críticos como a
cristianos. Un decreto de un rey persa era tenido como divino, y
cualquier intento de obstaculizarlo era objeto generalmente de un
castigo rápido y drástico; y, no obstante, el decreto que ordenaba la
reconstrucción del Templo, emitido por el rey Ciro en el cénit de su
poder, fue frustrado durante diecisiete años por insignificantes
gobernadores locales. ¿Cómo piulo ser esto? La explicación es que
hasta que no hubiera expirado el último día de «las Desolaciones»,
Dios no iba a permitir que se pusiera piedra sobre piedra en el monte
Moriah.
Así, pues, apartando de nuestras mentes todas las meras teorías
respecto a este asunto, llegamos a los siguientes hechos
definitivamente averiguados:
1. La época de las Setenta Semanas arranca de la emisión de un
decreto para restaurar y edificar a Jerusalén. (Dn. 9:25.)
2. Nunca ha habido más de un decreto para la reconstrucción de
Jerusalén. (Ver p. 94.)
3. El dicho decreto fue emitido por Artajerjes, rey de Persia, en el
mes de Nisán en el año 20 de su remado, o sea, en el 445 a.C. (Ver
pp. 95-97.)
4. La ciudad fue realmente construida en obediencia a la orden
dada.
5. La fecha juliana del 1° de Nisán del 445 fue el 14 de marzo. (Ver
p. 140.)
6. Sesenta y nueve semanas de años —o sea, 173.880 días—
contados a partir del 14 de marzo del 445 a.C. finalizaron el 6 de
abril del 32 d.C. (Ver p. 143.)
7. Aquel día, en el que tuvieron su fin las sesenta y nueve semanas,
fue el día fatal en que el Señor Jesús cabalgó a Jerusalén en
cumplimiento de la profecía de Zacarías 9:9; cuando por primera y
única vez en toda su peregrinación terrena lúe aclamado como
«Mesías, Príncipe, el Rey, el Hijo de David». (Ver p. 142.)
Y aquí, de nuevo, debemos limitarnos a las Escrituras. Aunque Dios
no ha registrado en ningún sitio la fecha del nacimiento de Cristo en
Belén, ninguna fecha en la historia, sea ésta sagrada o profana, está
fijada con mayor precisión que la del año en el que el Señor empezó
Su ministerio público. Me refiero, naturalmente, a Lucas 3:1-2. (Ver
pp. 117-118.) Afirmo esto enfáticamente, debido a que expositores
cristianos han intentado de manera persistente establecer una fecha
lie Licia para el reino de Tiberio. Por lo tanto, la primera Pascua del
ministerio del Señor cayó en Nisán del 29 d.C; y podemos fijar la
fecha de la Pasión como Nisán del 32 d.C. con certeza total. Que
escritores incrédulos o judíos se dedicaran a confundir y corromper la
cronología de estos períodos no sería de sorprender. Pero es a
expositores cristianos a quien debemos esta mala obra. Felizmente,
empero, podemos apelar a las labores de historiadores y cronólogos
seculares para la demostración de la divina exactitud de las Sagradas
Escrituras.
El ataque general contra el libro de Daniel, brevemente considerado
en el «Prefacio a la quinta edición», es tratado con más detalle en la
reimpresión de 1902 de Daniel in the Critic's Den (Daniel en el foso
de los críticos). El lector hallará allí una respuesta a los ataques de la
Alta Crítica a Daniel, basada en la filología y la historia; y hallará
también que los críticos quedan refutados por sus propias admisiones
con respecto al Carón del Antiguo Testamento.
6
La mayor parte de los «errores históricos» de Daniel, que el profesor
Samuel R. Driver copió de la obra de Bertholdt del siglo pasado4 han
sido mostrados no ser tales errores gracias a la erudición e
investigación de nuestros propios días. Pero, al escribir sobre este
asunto, me di cuenta de que la identidad de Darío el Meda era todavía
una dificultad. Pero desde entonces he hallado una solución de esta
dificultad en un versículo en Esdras, utilizado hasta ahora por
Voltaire y otros para desacreditar las Escrituras.
Esdras 5 nos dice que en el reino de Darío Histaspes los judíos
solicitaron al trono, apelando al decreto por el cual Ciro había
autorizado la reconstrucción del Templo. La fraseología de la
petición indica claramente que, por lo que los líderes judíos sabían, el
decreto había sido archivado en la casa de los archivos en Babilonia.
Pero la búsqueda que se hizo allí no dio frutos, y al final se encontró
en Ecbatana (o Acmeta: Esdras 6:2). ¿Cómo fue posible que un
documento de estado fuera transferido a la capital de Media?
La única explicación razonable de este extraordinario hecho completa
el conjunto de pruebas de que el rey vasallo a quien Daniel denomina
Darío de Media fue Gobryas (o Gubaru), que llevó al ejército de Ciro
a Babilonia. Como varios autores han señalado, el testimonio de las
inscripciones señala hacia esta conclusión. Por ejemplo, la tablilla de
los Anales de Ciro registra que, después de tomar la ciudad, fue
Gobryas quien designó a los gobernadores o sátrapas; designaciones
que Daniel afirma haber sido hechas por Darío. El hecho de que era
un príncipe de la casa real de Media, y presumiblemente bien
conocido por Ciro, que había residido en la corte de Media,
explicaría el que se le tuviera en tan alta consideración. Fue el que
gobernó Media como Virrey cuando aquel país fue reducido a la
posición de provincia; y para cualquier persona acostumbrada a tratar
con evidencias, parecería natural inferir que, por una u otra razón, fue
enviado de nuevo a su trono provincial y que, al volver a Ecbatana,
se llevó consigo los archivos de su breve reinado en Babilonia.
4. O sea, el siglo XVIII, pues la obra está escrita a fines del siglo XIX. (N del T.)
En el intervalo entre la ascensión de Ciro y la de Darío Histaspes, el
decreto referente al Templo pudo haber quedado olvidado por todos
menos para los mismos judíos. Y a pesar de que era algo muy grave
impedir la ejecución de una orden dada por el rey de Persia (Esdras
6:11), no obstante n esta ocasión, como ya se ha señalado, un decreto
divino se sobre impuso al decreto de Ciro, y vetó su toma de acción
referente a él.
La elucidación de la visión de las Setenta Semanas, tal como se
desarrolla en las siguientes páginas, es mi personal contribución a la
controversia sobre Daniel. Y ya que la investigación crítica a la que
ha sido sujeto ha sido incapaz de detectar en él un solo error o
defecto5 se puede aceptar en la actualidad sin dudas ni reservas.
5. Un punto puede ser digno de una nota de pie de página. La traducción de la R.
V. de Hechos 13:20 parece eliminar mi solución del perturbador problema de los
480 años de 1." Reyes 6:1 (ver pp. 111-112). Pero aquí, siguiendo (los revisores de
la versión inglesa) sus prácticas acostumbradas, y negligiendo los principios por los
cuales los expertos se guían en caso de evidencias en conflicto, los Revisores han
seguido servilmente a ciertos de los MSS (manuscritos) más antiguos. Y el efecto
■obre este pasaje es desastroso. Porque lo cierto es que ni el apóstol dijo, ni el
evangelista escribió, que el disfrute de la tierra por parte de Israel estuviera
limitado a 450 años, ni que transcurrieran 450 años antes de la época de los Jueces.
El texto adoptado por los Revisores es, por ello, claramente erróneo.
(Desafortunadamente, esta lectura errónea se halla también en nuestra excelente
Versión Moderna y en la encomiable Versión 1977 de Reina-Valera, que siguen
este punto la misma línea que los Revisores de la versión inglesa. (N. del T.) Dean
Alford lo considera como «un intento de corregir la difícil cronología del versículo»; y, añade, «si se toman las palabras tal como son, no se puede dar otro
sentido que el que el tiempo de los Jueces duró 450 años». Esta es, como sigue
explicando, la era dentro de la cual tuvo lugar el gobierno de los Jueces. No
significa que los Jueces gobernaran durante 450 años —en cuyo caso se utilizaría el
acusativo, como en el versículo 18— sino, como implica la utilización del dativo,
que el período hasta Saúl, caracterizado por el gobierno de los Jueces, duró 450
años.
Apenas necesito señalar la objeción de que en la página dejo de tener en cuenta la
servidumbre mencionada en Jueces 10:7-8. Esta servidumbre afectó solamente a las
tribus más allá del Jordán.
7
El único comentario despreciativo que el profesor Driver ha podido
ofrecer acerca de el en su Book of Daniel es que es «un
reavivamiento en una forma ligeramente modificada» del esquema de
Julio Africano, y que deja la septuagésima semana sin explicar. Pero
lo cierto es que el hecho de que mi esquema esté en la misma línea
que la del «padre de los cronólogos cristianos» crea una muy fuerte
presunción en su favor. Y bien en contra de dejar la Septuagésima
semana sin explicación, la he tratado según la creencia de los padres
primitivos. Porque ellos contemplaban la semana ésta como futura,
siendo así que esperaban al Anticristo de las Escrituras —«una
persona individual, la en carnación y concentración del pecado».6
R. ANDERSON
6. Alford's Greek Testament, prólogo a 2 Tesalonicenses, n.° 5
Prefacio a la quinta edición inglesa
Una defensa del libro de Daniel
contra la «Alta Crítica»
ESTE LIBRO ha sido menospreciado en algunos círculos debido a que,
según se afirma, ignora la crítica destructiva que supuestamente ha
conducido a «todas las personas con discernimiento» a abandonar la
creencia en las visiones de Daniel.
La acusación no es completamente justa. No tan solamente se da
respuesta a algunas de las principales objeciones de los críticos desde
estas páginas, sino que al demostrar la genuinidad de la gran profecía
central de este libro, se establece la autenticidad del todo. Y puede
explicarse la ausencia de un capítulo especial sobre este asunto. La
práctica, demasiado Común en controversia religiosa, de dar una
representación ex parte de los puntos de vista de los oponentes, en
lugar de Aceptar la propia afirmación de ellos, nunca es satisfactoria,
y pocas veces honesta. Y no había ningún tratado disponible de parte
de los críticos que fuera lo suficientemente conciso como para
permitir una consideración detallada, aunque breve, y lo
suficientemente plena y autorizada como para permitir su aceptación
como adecuada.
No obstante, esta falta ha sido suplida desde entonces por la
Introduction to the Literatura of the Old Testament,1 del profesor
Driver, obra ésta que incorpora los resultados de la denominada
«Alta Crítica» tal como son aceptados por el sobrio juicio del autor.
Evitando siempre la maliciosa extravagancia de los racionalistas
alemanes y de sus imitadores ingleses, no omite nada que la
erudición pueda presentar como honestidad en contra de la
8
autenticidad del Libro de Daniel. Y si se puede demostrar que los
argumentos hostiles que el aduce son erróneos y no convincentes, el
lector puede aceptar el resultado, sin ningún tipo de temores, como
un «punto final a la controversia» sobre este asunto.2
Aquí tenemos la tesis que el autor intenta establecer:
En vista de los hechos presentados por el libro de Da niel, la
opinión de que éste sea obra del mismo Daniel m puede sustentarse.
La evidencia interna muestra, con una fuerza irresistible, que no
puede haber sido escrito antes dj c. 300 a.C., y eso en Palestina y es
como mínimo probable que fuera compuesto bajo la persecución de
Antíoco Epífanes, el 168 ó 167 a.C.
El profesor Dríver ordena sus pruebas bajo tres títulos:
1) hechos de naturaleza histórica; 2) la evidencia lingüística de
Daniel; y 3) la teología del Libro.
1.
An Introduction to the Lilerature of the Old Testament, por S. R. Driver, D.
D., Profesor Regius de Hebreo, y Canónigo de Christ Church, Oxford. 3a edición
(T. & T. Clark, 1892). Deseo, desde aquí re conocer la cortesía del profesor Driver
al darme respuesta a varias preguntas que rne aventuré a dirigirle.
2. De acuerdo con el plan de la obra, el capítulo 11 empieza con un examen del
contenido de Daniel, juntamente con unas nota* exegéticas. Estas notas no son de
mi incumbencia, aunque parecen pensadas para preparar al lector para la secuela.
Las dejaré de lado con solamente un par de comentarios. Primero, en su crítica de
Dn. 9:24-271 él ignora el esquema de interpretación que yo he seguido, aunque es
adoptado por algunos escritores de mayor eminencia que algunos de, los que él
cita; y los cuatro puntos que enumera en contra de la interpretación mesiánica
«comúnmente comprendida» son ampliamente, considerados en estas páginas. Y en
segundo lugar, su comentario acerca del cap. 9, de que «difícilmente puede ser
legítimo, en una descripción continua, sin cambio aparente de sujeto, referir una
parte al tipo y otra parte al antitipo»; deja de lado con una extraordinaria superficialidad ¡un canon de interpretación profética aceptado casi universalmente desde los
días de los Padres post-Apostólicos hasta nuestros días!
Bajo (1) él enumera los siguientes puntos:
(a) «La posición del Libro en el canon judío, no entre los profetas
sino en la colección miscelánea de escritos llamados Hagiografa, y
entre los últimos de éstos, cerca de Ester. Aunque es poca cosa
definida lo que se sabe con respecto a la formación del canon, la
división conocida como de «los Profetas» fue indudablemente
formada antes que la de la Hagiografa; y si el libro de Daniel hubiera
existido en aquel tiempo, es razonable suponer que hubiera tenido el
rango de la obra de un profeta, y que hubiera sido incluido en la
dicha clasificación.»
(b) «Jesús, el hijo de Sirac (escribiendo alrededor del 200 a.C), en
su enumeración de dignidades israelitas, capítulos 44-50, en la que
menciona a Isaías, Jeremías, Ezequiel y (colectivamente) a los doce
profetas menores, no obstante, guarda silencio con respecto a
Daniel.»
(c) «Que Nabucodonosor cercara Jerusalén y se llevara parte de
los utensilios sagrados en "el año tercero del reinado de Joacim" (Dn.
1:1 ss) es —aunque no pueda, hablando estrictamente, demostrarse
falso— altamente improbable: no solamente guarda silencio sobre
ello el libro de los Reyes, sino que Jeremías, al año siguiente (cap.
25, etc.), habla de los caldeos en una manera que parece implicar de
una manera clara que sus armas no habían sido todavía vistas por
Judá.»
(d) «Los "caldeos" son sinónimos en Daniel con la casta de
magos. Este sentido "es desconocido en el lenguaje asirio-babilónico,
y, allí donde aparece, ha surgido después del fin del imperio
babilónico, y es por ello una indicación de la redacción post-exílica
del Libro" (Schrader).»
(e) «Se presenta a Belsasar como rey de Babilonia; y se menciona
a Nabucodonosor por el capítulo 5 como su padre (vv. 2, 11, 13, 18,
22).»
(f) «Darío, hijo de Asuero, un Medo, es —después de la muerte
de Balsasar— "hecho rey sobre el reino de los caldeos". No parece
haber sitio para este gobernante. Según todas las otras autoridades,
Ciro es el inmediato sucesor de Nabunahid, y gobernante de todo el
imperio persa.»
9
(g) «En 9:2 se afirma que Daniel "miró atentamente en los libros"
el número de años que, según Jeremías, Jerusalén debía estar
arruinada. La expresión utilizada implica que las profecías de
Jeremías formaban parte de una colección de libros sagrados que, no
obstante, se puede afirmar con seguridad que no se formó con
anterioridad a; 536 a.C.»
(h) «Otras indicaciones aducidas para mostrar que el libro no es
obra de un contemporáneo son como las que siguen»: los puntos son
la improbabilidad, primero, de que un judío estricto hubiera entrado
en la clase de los «magos», o de que él hubiera sido admitido por los
mismos magos; segundo, la locura de Nabucodonosor y su edicto;
tercero, los términos absolutos en los que él y Darío reconocen a
Dios, todo y manteniéndose en su idolatría.
Desecho (f) y (h) dé inmediato, pues el mismo autor con su
acostumbrada honestidad, renuncia a imponerlas. «Deberían —
admite— ser utilizadas con reserva.» La mención de Darío el Medo
es quizá la mayor dificultad a que se enfrenta el estudiante de Daniel,
y el problema que ella implica espera todavía su solución.3
El rechazo incondicional de la narración por parte de muchos autores
eminentes demuestra tan sólo la incapacidad, incluso por parte de
resultados eruditos de suspender el juicio ante cuestiones de este tipo.
La historia de aquella época es demasiado incierta y confusa para
justificar dogmatismos, y, como muy justamente remarca el profesor
Driver, «una crítica cauta no edificará demasiado sobre el silencio de
las inscripciones, campo éste en la que ciertamente muchas esperan
aún ver la luz» (p. 469). En la reciente obra del señor Sayce4 se
descuida esta precaución. Aún más, el señor Sayce acepta, con una fe
indebidamente simple, todo lo que Ciro dijo acerca de sí mismo.
Evidentemente, le interesaba a Ciro representar la adquisición de
Babilonia como una revolución pacífica, y no como una conquista
militar.
3. Esta solución ya ha llegado. Ver Prefacio a la décima edición en esta misma
obra, y el amplio estudio de J. C. Whitcomb: Darius the Mede (Reformed and
Presbyterian Pub. Co., Nutley, N. J., 1977). (N. del T.)
4. The Higher Criticism and the Verdict of the Monuments, A. H. Sayce.
Pero es que el libro de Daniel no entra en conflicto con ninguna de
estas hipótesis. Aquí el señor Sayce «introduce sus preconcepciones
en la lectura», como tan constantemente se hace, leyendo ahí lo que
de ninguna manera se afirma, ni tan siquiera se implica. No se dice ni
una palabra con respecto a un cerco ni una captura. Belsasar «fue
muerto», y Darío «tomó el reino»; pero la forma en que estos eventos
toman lugar tenemos que aprenderlas de otras fuentes. El profesor
Driver admite aquí de una manera expresa «que Darío el Medo"
puede mostrarse, después de todo, como personaje histórico»5 y esto
es ya suficiente para nuestro propósito presente.
Y paso a considerar los puntos que quedan, por orden:
(a) Este punto está correctamente colocado en primer lugar, al ser
el más importante. Pero su aparente importancia disminuye más y
más cuando se examina más de cerca. Nuestra Biblia inglesa (y la
castellana), siguiendo a la Vulgata, divide al Antiguo Testamento en
treinta y nueve libros. El canon judío reconocía solamente
veinticuatro. Estos estaban clasificados bajo tres encabezamientos —
la Torah, los Neveeim, v los Kethuvim (La Ley, los Profetas y los
Otros Escritos). El primero contenía el Pentateuco.
5. Página 479, nota. Pero la apelación del autor bajo (f) a «todas las otras
autoridades» es difícilmente honesta, ya que Daniel es el único historiador
contemporáneo, y ya que la exploración de las ruinas de Babilonia ha de efectuarse
aún.
Por lo que respecta a (h), es poco lo que precisa decirse. El profesor Driver admite
cándidamente que «existen buenas razones para suponer que la licantropía descansa
sobre una base de hecho». Ningún estudiante de la naturaleza humana hallará nada
extraño en la acción registrada de estos reyes paganos cuando se enfrentaban con
pruebas de la presencia y del poder de Dios. Vemos la contrapartida actual, cada
día, en la conducta de los hombres impíos cuando les acontecen sucesos que ellos
consideran como juicios divinos. Y nadie que esté acostumbrado a tratar con
evidencias entretendrá la sugerencia de que la historia de Daniel viniendo a ser un
«Caldeo» sería inventada por un judío educado bajo el estricto ritual de los días del
post-exilio. Y la sugerencia de que habría rehusado la admisión en el círculo a
Daniel frente a la orden del gran rey de que se le admitiese no merece ninguna
respuesta.
10
El segundo contenía ocho libros, que de nuevo se clasificaban en dos
grupos. Los primeros cuatro —esto es, Josué, Jueces, Samuel y
Reyes— recibían el nombre de los «Profetas Primeros»; y los otros
cuatro —esto es, Isaías, Jeremías, Ezequiel y «los Doce» (o sea los
profetas menores, que se contaban como un solo libro) — recibían el
nombre de los «Profetas Postreros». La tercera división contenía once
libros —esto es, Salmos, Proverbios, Job, el Cantar de los Cantares,
Rut, Lamentaciones, Eclesiastés, Ester, Daniel, Esdras y Nehemías
(que se contaban como uno solo), y Crónicas. Ahora bien, el examen
de la lista hace que sea imposible dejar de aceptar una de las
siguientes dos posiciones. O el canon fue confeccionado bajo
dirección divina, o la clasificación de los libros entre la segunda y la
tercera división fue arbitraria. Si alguien adopta la primera
alternativa, la inclusión de Daniel en el canon decide la cuestión. Si,
por otra parte, se asume que el arreglo fue humano y arbitrario, el
hecho de que Daniel esté en el tercer grupo demuestra —no que el
libro fuera mirado como de dudosa reputación, pues en tal caso
habría quedado excluido del canon, sino— que el gran expatriado de
la Cautividad no era considerado un «profeta».
A personas superficiales esto podrá parecerles un completo abandono
del caso. Pero si se utiliza la palabra «profeta» en su sentido aceptado
ordinario, Daniel no pretende en absoluto a este título, y si no fuera
por Mateo 24:15 es probable que nunca se le hubiera aplicado. Sus
visiones tienen su contra partida en el Nuevo Testamento, pero a
pesar de ello nadie habla del «profeta Juan». Según 2.a de Pedro 1:21
loa profetas «hablaron siendo inspirados (griego: movidos) por el
Espíritu Santo». Esto caracterizó las declaraciones de Isaías,
Jeremías, Ezequiel y «los Doce». Fueron las palabras de Jehová por
boca de los hombres que las proclamaron. Los profetas se mantenían
aparte del pueblo como testigos da parte de Dios; pero la posición y
el ministerio de Daniel eran totalmente diferentes. «No hemos
obedecido a tus siervos loa profetas, que en Tu Nombre hablaron»:
tal era su humilde actitud. La alta crítica puede desdeñar la distinción
en qua aquí insistimos; pero la cuestión es, cómo era él considerado
por los hombres que establecieron el canon; y en el juicio de ellos era
de inmensa importancia. Daniel contiene el registro, no de palabras
inspiradas por Dios proclamadas por el vidente, sino de palabras
dichas a él, y de sueños y visiones que le fueron concedidos. Y las
visiones de la última mitad del libro le fueron concedidas después de
más de sesenta años empleados en asuntos de estado-años que
hubieran registrado en la mente popular su fama como estadista y gobernante.
El lector reconocerá así que la posición de Daniel en el canon es
precisamente la que sería de esperar. El crítico habla de su posición
«en la colección miscelánea de escritos llamada la Hagiografa, y
entre los últimos de éstos, cerca de Ester». Pero, al adoptar este punto
de otros autores anteriores el autor citado es culpable de lo que se
podría denominar como deshonestidad inintencionada. Daniel está
situado antes que Esdras, Nehemías, y Crónicas, en un grupo de
libros que incluye a los Salmos —aquellos Salmos que los judíos
apreciaban más que ninguna otra parte de su canon— aquellos
Salmos, muchos de los cuales, muy correctamente, consideraban
como proféticos en el sentido más elevado y estricto.6
Pero Daniel, se nos dice, fue colocado «próximo a Ester». ¿Qué
quiere decir el crítico con esto? No puede querer sugerir con esto que
Ester esté teñido en baja reputación por los judíos, pues él mismo
declara que llegó a ser «considerado por ellos como superior tanto a
los escritos de los profetas como a las otras partes de la Hagiografa»
(p. 452). Por lo que respecta al libro de Ester estando situado antes
que el de Daniel, no puede habérsele pasado por alto que está
incluido en el canon con los cuatro libros que le preceden —el
Megilloth. No puede significar la implicación de que los libros de los
Kethuvim estén dispuestos de manera cronológica; y ciertamente no
puede querer crear un ignorante prejuicio. Por lo tanto su afirmación
constituye un enigma, y la consideración bajo este título puede
cerrarse con la siguiente consideración general de que (a) implica que
los judíos estimaban los libros en la tercera división de su canon
como menos sagrada que «los profetas».
6.
Como los Salmos eran el primer libro en los Kethuvim, dieron su nombre a
toda la sección; como, por ejemplo, cuando nuestro Señor hablaba de «la ley de
Moisés, los Profetas, y los Salmos» (Lc. 24:44), se refería a todas, las escrituras.
11
Pero esto no tiene base alguna. Juntamente con el resto, se aceptaban,
como nos dice Josefo, «justamente creídos ser divinos, por lo que,
antes que hablar en contra de ellos, estaban prontos a sufrir tortura, o
incluso la muerte».7
(b) Poco es lo que tiene que decirse con respecto a esto. El canónigo
Driver admite que este argumento es tal «que, si estuviera solo, sería
arriesgado adelantarlo», y esto es precisamente lo que sucede si la
posición (a) queda refutada. Si el asunto consistiera en la omisión de
Daniel de una lista formal de los profetas, todo lo que se ha dicho
antes se podría aplicar aquí con la misma fuerza; pero el lector no
debe suponer que el hijo de Sirac da ninguna lista de este tipo. Los
hechos son los siguientes: El libro apócrifo del Eclesiástico que es el
que aquí se cita, finaliza con una rapsodia en alabanza a «varones
gloriosos». Este panegírico, esto es cierto omite el nombre de Daniel.
Pero, ¿en relación a qué se incluiría aquí su nombre? Daniel era un
expatriado en Babilonia desde su temprana juventud, y nunca pasó un
solo día de su larga vida entre su pueblo, nunca se asoció
abiertamente en sus luchas ni en sus tristezas. Además, el crítico deja
de mencionar que el hijo de Sirac deja también de mencionar no sólo
a dignidades como Abel, y Melquisedec, y Job, y Gedeón y Sansón,
sino también a Esdras, que, a diferencia de Daniel, jugó un papel de
capital importancia en la vida nacional, y que también dio su nombre
a uno de los libros del canon.
Que el mismo lector decida después de leer por sí mismo el pasaje en
que deberían aparecer los nombres de Daniel y de Esdras.8 Si alguien
está constituido mentalmente de tal manera que la omisión le guía a
decidirse en contra la autenticidad de estos dos libros, ninguna
palabra mía será capaz de influenciarle.
(c) Se declara improbable la afirmación histórica con que se inicia
el libro de Daniel, sobre dos bases: primero, a causa de que «el libro
de los Reyes guarda silencio» sobre ello; y segundo, porque Jeremías
25 parece inconsistente con ella.
7. Contra Apión, i. 8.
8. Esta sección de Eclesiástico empieza con el capítulo 44, pero el pasaje en
cuestión es 49:6-16.
El primer punto parece que está señalado de manera equivocada,
puesto que 2° Reyes 24:1 afirma, de manera explícita, en los días de
Joacím, Nabucodonosor vino contra Jerusalén, y que el rey judío
pasó a ser vasallo suyo.9
Y el segundo punto está exagerado. Jeremías 25 guarda silencio
sobre el asunto, y esto es todo lo que se puede decir. Ahora bien, el
peso que se le dé al silencio de un testigo o documento dado con
respecto a cualquier asunto es un problema familiar al tratar con
evidencias. Depende totalmente de circunstancias el que cuente
mucho, o poco, o nada. Siendo el libro de los Reyes un registro
histórico, su silencio aquí significaría algo. Pero ¿por qué una
admonición y una profecía como el capítulo 25 de Jeremías, debería
contener el relato de un suceso anterior en unos meses, suceso que
nadie en Jerusalén podría nunca olvidar?10
Pero es innecesario discutir más en esta línea, pues la exactitud de la
afirmación de Daniel puede establecerse sobre bases que el crítico
ignora completamente. Me refiero a la cronología de las épocas de la
«servidumbre» y de las «desolaciones». Ambas son comúnmente
confundidas con «la cautividad», que solamente en parte se solapaba
con ellas. Estas varias épocas representaron tres juicios sucesivos de
Judá (ver p. 92). La cronología de éstas queda completamente
explicada en la secuela, y el examen de la detallada consideración de
las pp. 216-224, o incluso un solo vistazo a las tablas que siguen (pp.
225-230),
9. Posiblemente el crítico quiere poner en duda el que Jerusalén hubiera sido
realmente tomada, esto es, asaltada, en esta ocasión. Yo, lo admito, lo he asumido
en estas páginas. Pero las Escrituras no lo dicen en ningún lugar. Reuniendo todos
los relatos, podemos solamente afirmar que Nabucodonosor vino contra Jerusalén,
y que la sitió, que, de alguna manera, Joacim cayó en sus manos y fue encadenado
para llevarlo a Babilonia, y que Nabucodonosor cambió su propósito y lo dejó
como rey vasallo en Judea. Puede ser que saliese a encontrarse con el rey caldeo,
como su hijo y sucesor hizo más tarde (2° R. 24:12); y es muy probable que la
acción de Joaquín a este respecto hubiera sido sugerida por la leniencia mostrada
hacia su padre.
10. las palabras «como hasta hoy», en el versículo 18, parecen ser una alusión a
la subyugación acabada de Judea. Según el versículo 19, Egipto era el siguiente a
caer bajo Nabucodonosor; y el capítulo 46:2 registra la victoria sobre el ejército
egipcio en aquel mismo año.
12
suministrará prueba absoluta y completa de que la servidumbre
empezó en el año tercero de Joacím, precisamente como lo certifica
el libro de Daniel.
(d) Me referiré a este tema de la cuestión filológica aquí involucrada
en el segundo capítulo del cuerpo de la obra. No es en ningún
sentido, una dificultad histórica.
(e) El lector hallará este punto tratado a partir de la página 211 y ss.
El canónigo Driver remarca: «Se puede admitir como probable que
Bel-sar-usur mantuviera el mando de su padre en Babilonia;... pero es
difícil pensar que esto podría darle derecho a ser mencionado como
rey por un contemporáneo», Si Belsasar era regente, como indica la
narración, es difícil que un cortesano hablara de él de otra manera
que como rey. Si hubiera dejado de darle el título ¡ello hubiera
podido costarle la cabeza! Daniel 5:7, 16, 29 lo corrobora de una
manera más notable de lo que pueda parecer debido a que no está
preparado intencionadamente. Nabucodonosor había hecho a Daniel
el segundo hombre en el reino: ¿por qué Belsasar le hace el tercero?
Presumiblemente, porque el mismo sólo poseía el segundo lugar.
Para evitar esto, los críticos, manejando una posible traducción
alternativa del arameo (como la que se da en el margen de la Revised
Versión), conjeturan un «Buró de tres». Pero asumiendo que las
palabras puedan significar un triunvirato en el sentido del capítulo
6:2, la cuestión de si éste es su verdadero significado debe ser
apelando a la historia. Y la historia no da una sola indicación de que
un tal sistema de gobierno prevaleciera en el Imperio Babilónico.
Una verdadera exégesis, por tanto, debe decidirse en favor de la
alternativa más natural, de que Daniel debía gobernar como tercero,
siendo el primero el rey ausente, y el rey regente el segundo.
Pero Belsasar es llamado el hijo de Nabucodonosor. El lector hallará
esta objeción plenamente contestada por el Dr. Pusey (Daniel, pp.
406-4Ü8). El remarca con mucha justicia que «el enlace matrimonial
con la familia de un monarca conquistado, o con una línea lateral, es
evidentemente una manera de fortalecer el trono recientemente
adquirido y es probable a priori que Nabunahit reforzara así su pre
tensión», y el profesor Driver mismo admite (p. 468) que
posiblemente el rey se hubiera casado con una hija de
Nabucodonosor, «en cuyo caso este último podría ser mencionado
como padre de Belsasar (= abuelo, por costumbre hebrea)». Añadiré
tan sólo dos observaciones: primera, los críticos olvidan que incluso
desde el propio punto de vista de Daniel la existencia de una
tradición es prueba prima facie de su verdad; y la segunda, si el
usurpador hubiera elegido ser llamado hijo de Nabucodonosor, aun
sin ninguna base para el título, nadie en Babilonia hubiera osado
impedírselo.
(g) Aquí están las palabras de Daniel 9:2: «Yo Daniel llegué a
entender por medio de los libros, la cuenta de los años de que había
revelado Jehová al profeta Jeremías, que hubiesen de cumplirse
setenta años de las desolaciones de Jerusalén». Reconocidamente, la
profecía que aquí se menciona es Jeremías 25:11-12. Ahora bien, la
palabra sepher, traducida «libros» en Daniel 9:2, significa
simplemente un rollo. Puede denotar un libro, como es tan a menudo
el caso en las Escrituras, o meramente una carta. Ver, a guisa de
ejemplo, en Jeremías 29:1 (la carta que Jeremías escribió a los
expatriados en Babilonia), o Isaías 37:14 (la carta de Senaquerib al
rey Ezequías). De nuevo, Jeremías 36:1-2 registra que en el cuarto
año del rey Joacím, el mismo año en que se proclamó la profecía de
Jeremías 25, se registraron todas las profecías dadas hasta aquel
tiempo en «un libro». Y en Jeremías 51:60-61 hallamos que unos
diez años más tarde se escribió otro libro, y fue enviado a Babilonia.
¿Dónde, pues, se halla la dificultad? Además, el profesor Driver
mismo da una completa respuesta a su propia crítica al adoptar «la
suposición de que en algunos casos los escritos de Jeremías
estuvieron en circulación durante un tiempo como profecías aisladas,
o como pequeños grupos de profecías» (p. 254). Estos pueden haber
sido los rollos o «libros» de Daniel 9. Pero supongamos, por amor
del argumento, que admitamos que «los libros» tiene que significar
los escritos sagrados hasta aquel período, ¿qué justificación existe
para poder afirmar que no existía una «colección» tal en el año 536
a.C.? Nunca se ha hecho una afirmación más arbitraria, ni dentro del
campo de la controversia. ¿No es absolutamente increíble que los
rollos de la Ley no se guardaran juntos? Y considerando la intensa
piedad de Daniel, y los extraordinarios medios y recursos que tenía a
13
su disposición bajo Nabucodonosor, ¿no se puede «afirmar con
seguridad» que no había hombre sobre la tierra con más posibilidades
que el de tener copias de todos los escritos sagrados?11
Paso ahora al segundo argumento del crítico, que está basado en el
lenguaje del libro de Daniel. El apela, primero, al número de palabras
persas que contiene; segundo, a la presencia de palabras griegas;
tercero, al carácter del árame en que está escrito parte del libro; y,
por último, al carácter del hebreo.
Sosteniendo el argumento basado en la presencia de palabras
extranjeras está en realidad la asunción implícita de que los judíos
eran una tribu inculta que había vivido hasta entonces en rústico
aislamiento. Y ello, no obstante, cuatro siglos antes de Daniel se
hablaba de la sabiduría y de las riquezas de Salomón por todo el
mundo entonces conocido Era un naturalista, botánico, filósofo y
poeta. ¿Y por qué no también un lingüista? ¿O es que todas sus
comunicaciones con sus esposas extranjeras fueron efectuadas por
medio de intérpretes? Comerció con naciones cercanas y distantes, y
cada uno de nosotros sabe cómo el lenguaje es influenciado por el
comercio. ¿Y podemos dudar que la fama de Nabucodonosor atrajera
extranjeros a Babilonia? Lo que sus relaciones con las cortes
extranjeras fueran, no lo sabemos. ¿Por qué no pudo Daniel haber
sido un erudito persa? La posición que se le asignó bajo el gobierno
persa muestra que ello es extremadamente probable. Según el
profesor Driver, el número de palabras persas en el libro es de
«probablemente de quince por lo menos»; y aquí tenemos su
comentario acerca de ellas:
Que tales palabras se tengan que hallar en libros escritos
después de la organización del Imperio Persa, y cuando la influencia
Persa prevalecía, no es más de lo que sería de esperar (p. 470).
Pero fue precisamente en estas circunstancias que se escribió el libro
de Daniel. La visión del capítulo 10 fue dada cinco años después del
establecimiento de la dominación Persa, y estas visiones fueron la
base del libro. Indudablemente, el autor tenía registros y notas de las
porciones anteriores e históricas; pero constituye una razonable
asunción que el todo fuera redactado después que le fueran
concedidas las visiones.
Por lo que respecta al arameo y al hebreo de Daniel, naturalmente no
puedo expresar ninguna opinión mía propia. Pero mi posición no
quedará en absoluto prejuzgada por mi incompetencia a este respecto.
En primer lugar, no tenemos aquí nada nuevo. El crítico nos sirve
simplemente de una manera condensada lo que los alemanes han
instado ya; todo este terreno ha sido ya cubierto por el Dr. Pusey y
otros que, habiéndolo examinado con igual erudición y cuidado han
llegado a conclusiones totalmente diferentes. Pero, en segundo lugar,
es innecesario; porque la notable honestidad con que el profesor
Driver afirma los resultados de su argumento me posibilita aceptar
todo lo que él dice a este respecto, y dejar la discusión de ello a la
secuela. Aquí están sus palabras:
Así, el veredicto del lenguaje de Daniel es claro. Las palabras
persas presuponen un período después del establecimiento del
Imperio Persa de una manera firme; las palabras griegas demandan,
el hebreo apoya, y el arameo permite, una fecha posterior a la
conquista de Palestina por Alejandro el Grande (332 a.C). Con
nuestro conocimiento actual esto es todo lo que el lenguaje nos
autoriza a afirmar de manera definitiva (p. 476).
¿Puedo afirmarlo en otras palabras? Los términos persas suscitan una
presunción de que Daniel estaba escribiendo después de una cierta
época. El hebreo fortalece esta presunción, el arameo es consistente
con ella, y se utilizan las palabras griegas para establecerla con
certeza. Precisamente problemas similares a éste exigen decisión
cada día en nuestros tribunales.12
11.
La sugerencia del profesor Bevan en este punto es, en mi opinión, Insostenible. Pero
me refiero a ella para mostrar cómo un avanzado exponente de la Alta Crítica puede
desechar (g). Commentary on Daniel, p. 146, No tengo ninguna duda de que si Daniel tuvo
ante sí el libro de Levítico, como, bien pudiera haber sido, era la ley de los años sabáticos lo
que tenía en mente, y no 26:18, etc.
12. Será interesante hacer notar en este punto que el autor, Sir Robert Anderson,
caballero comandante de la Orden del Baño (K. C. B.) era doctor en Leyes, y fue
durante muchos años director de Scotland Yard, (N. del T.)
14
Toda la fuerza del caso depende del último punto afirmado.
Cualquier número de presunciones argumentables pueden ser
rechazadas; pero aquí se alega que tenemos una prueba irrefutable:
Las palabras griegas demandan una fecha que destruye la
autenticidad de Daniel.
¿Podrá el lector creer que la única base sobre la que descansa esta
superestructura es la afirmación de que se hallan dos palabras griegas
en la lista de instrumentos musicales que se halla en el tercer
capítulo? En un bazar que se celebró hace un cierto tiempo en una de
nuestras ciudades diocesanas, bajo el patrocinio del obispo de la
diócesis, se dio la alarma de que un ladrón estaba operando entre los
presentes, y que dos damas presentes habían perdido sus bolsos. En
la confusión consiguiente se hallaron los bolsos robados, vaciados de
sus contenidos, ¡en el bolsillo del obispo! ¡La «Alta Crítica» le habría
entregado a la policía! Quizá debería pedir perdón por esta
divagación; pero, con sobria seriedad, lo cierto es que es oportuno
investigar si es que estos críticos comprenden las mismas bases del
arte de ponderar evidencias. La presencia de los dos bolsos robados
no «demandaban» la culpabilidad del obispo. Ni tampoco la
presencia de dos palabras griegas debería decidir la suerte de
Daniel.13 La cuestión todavía permanecería: ¿Cómo llegaron a estar
allí? Según el profesor Sayce, quien era una autoridad hostil, la
evidencia proveniente de monumentos ha refutado enteramente este
argumento de los críticos.14
13. Hablo solamente de dos palabras griegas, porque kitharos está prácticamente
abandonada. El doctor Pusey niega que estas palabras sean de origen griego.
(Daniel, pp. 27-30.) El doctor Driver argumenta que en el siglo V a.C. «las artes y
los inventos de la vida civilizada fluyeron así hacia Grecia desde Oriente, y no
desde Grecia hacia Oriente) Pero lo cierto es que la figura que él utiliza aquí
distorsiona su juicio. Las influencias de la civilización no «fluyen» en el sentido en
que el agua «fluye». Hay, y siempre debe haber, un intercambio; y las arte y los
inventos que pasan de un país a otro llevan consigo sus nombres Estoy obligado a
repasar de manera rápida estas cuestiones filológicas pero el lector las hallará
plenamente discutidas por Pusey y otros. E doctor Pusey señala: «Tanto las
palabras arameas como las asirías son apropiadas a su verdadera edad», y, «su
hebreo es, precisamente, el que sería de esperar en la época en la que él vivió» (p.
578).
Ahora parece ser que había colonias griegas en Palestina en tiempos
tan tempranos como los de Ezequías, y que había relaciones entre
Grecia y Canaán en períodos aún más tempranos.
Pero admitamos, por amor del argumento, que las palabras son
realmente griegas, y que no se conociesen tales palabras en Babilonia
en los días del exilio. ¿Es legítima la inferencia hecha basada en su
presencia en el libro? Mientras que algunos apologistas de Daniel han
insistido indebidamente en la hipótesis de una revisión, tal hipótesis
provee una explicación muy razonable de las dificultades de este tipo
particular. ¿Por qué deberíamos dudar de la veracidad de la tradición
judía de que «los hombres de la gran sinagoga escribieron» (esto es:
editaron) el libro de Daniel? Y si ello es cierto, estas palabras griegas
pueden ser fácilmente explicadas. Si en la lista de instrumentos
musicales, y en el título de «magos», los editores hallaron términos
que les eran extraños, cuan natural les sería sustituirlos por palabras
que les fueran familiares a los judíos de Palestina.15 Cuan natural,
también, escribir los nombres de Nabucodosor y de Abed-nego de la
manera que ha venido a ser normal. Este es precisamente el tipo de
cambio que ellos adoptarían; cambios de ninguna importancia vital,
pero adecuados para hacer que el libro fuera más apropiado para
aquellos para quienes estaban revisando el libro.
La última base de ataque del crítico es la teología del libro de Daniel.
Esta, señala el Dr. Driver, «apunta a una época más tardía que la del
exilio». No se sugiere ninguna acusación de error, pues el profesor
Driver tiene cuidado desde el principio de repudiar lo que él
denomina las «exageraciones» de los racionalistas alemanes y de sus
imitadores ingleses. Pero su alianza con hombres así, distorsiona su
juicio y le obliga a adoptar afirmaciones engendradas de su mescla de
ignorancia y malicia. Un solo ejemplo será suficiente «Es asimismo
notable —dice él—, que Daniel —tan distinto de la generalidad de
los profetas— no exhiba ningún interés en el bienestar o esperanzas
de sus contemporáneos».
14. Higher Criticism and the Monuments, pp. 424 y 494.
15. Sobre este asunto, ver el artículo del Obispo de Durham en el Smith Bible
Dictionary.
15
Ahora la cuestión aquí es, no si la doctrina del libro es verdadera,
porque esto no está bajo discusión, sino si una verdad de un carácter
tan avanzado y definido podría haber sido revelada en un período tan
temprano en el esquema de la revelación. No es fácil fijar los
principios sobre los que deba ser considerada esta cuestión. Y la
discusión puede ser evitada suscitando otra, la respuesta de la cual
decidirá todo el asunto en discusión. Conocemos la «posición
ortodoxa» del libro de Daniel. ¿Cuál es la alternativa que propone el
crítico a nuestra aceptación? Aquí él hablará por sí mismo, y las dos
citas siguientes serán suficientes:
Daniel, esto es indudable, fue una persona histórica, uno de los
judíos expatriados a Babilonia que, juntamente con sus tres
compañeros, sobresalió de su fiel adhesión a los principios de su
religión, que consiguió una posición de influencia en la corte de
Babilonia, que interpretó los sueños de Nabucodonosor, y que
predijo como vidente algo de la suerte futura de los imperios
caldeo y persa (p; 479).
Por otra parte, si el autor hubiera sido un profeta viviendo en la
época misma de los infortunios, se pueden explicar de manera
consistente todas las características de libro. Él vive en la época por
la que manifiesta su interés y que necesita los consuelos que tiene
que proveerle. No escribe después del final de las persecuciones (en
cuyo caso las profecías no tendrían objeto), sino al principio, cuando
su mensaje de aliento tendría valor para los judíos piadosos en el
tiempo de su aflicción. Así, él proclama: predicciones genuinas; y la
llegada de la era mesiánica sigue de cerca al final de Antíoco, así
como en Isaías o Miqueas sigue de cerca a la caída del Asirio: en
ambos casos el futuro es abreviado (p. 478).
La primera de estas citas se refiere a Daniel mismo, el doble del
supuesto autor del libro que lleva su nombre. En esta primera cita
pasamos por un momento afuera de la niebla de meras teorías y
argumentos a la clara y transparente luz del hecho. «Esto es
indudable», o, en otras palabras, es absolutamente cierto, que no tan
sólo Daniel fue «una persona histórica» sino además «un vidente» —
esto es, un profeta—. Pero volviendo de nuevo a las oscuridades,
vamos a conjeturar la existencia de otro profeta en los días de
Antíoco —un profeta real—, porque «proclama predicciones
genuinas» para alentar a «los judíos piadosos en el tiempo de su
aflicción».
Ahora, la posición del escéptico es, en cierto sentido, inacatable. Es
como el individuo del jurado que arrima su espalda contra la pared y
rehúsa aceptar la evidencia. Pero obsérvese lo que este compromiso
aquí sugerido involucra. Como ya se ha señalado, Daniel no tenía
pretensiones al manto del profeta en el sentido en que Jeremías y
Ezequiel lo llevaron. El mismo no hizo ninguna pretensión de serlo
(ver Dn. 9:10). Además, su vida transcurrió en el espléndido
aislamiento de la corte de Babilonia, mientras que ellos eran figuras
centrales entre su pueblo —uno de ellos en medio de aflicciones de
Jerusalén, el otro entre los expatriados. No sería extraño, por ello, si
el nombre y la fama de Daniel no tenían el mismo lugar que el de
ellos en la memoria popular. Pero aquí se nos pide que creamos que
otro profeta, surgido en tiempos históricos, cuyo «mensaje de
aliento» puede haber estado en boca de todos a través de la noble
lucha macabea, quedó limpiamente olvidado de la memoria de la
nación. El historiador de esta lucha no puede haber vivido más que
una generación después, y a pesar de ello ignora su existencia,
aunque se refiere en los términos más concretos al Daniel de la
Cautividad.16 La voz del profeta había estado callada durante siglos.
¡Con qué desenfrenado y apasionado entusiasmo la nación no habría
saludado el surgimiento de un nuevo vidente en un momento tal! Y
cuando el resultado de aquella fiera lucha colocó el sello de la verdad
sobre sus palabras, su fama hubiera eclipsado la de los viejos profetas
de la antigüedad. Pero el hecho es que no sobrevivió ni un vestigio de
su fama ni de su nombre. Ningún escritor, sagrado o secular, parece
haber oído hablar de él. No quedó ninguna tradición referente a él.
¿Se ha visto una invención más insostenible que ésta?
No es posible un compromiso tal entre fe e incredulidad. No hay
escape posible a aceptar una de las dos alternativas.
16. 1° Mac. 2:60; ver también 1:51. El primer libro de los Macabeos es una
historia de la mejor reputación, y su exactitud es universalmente admitida.
16
O el libro de Daniel es lo que proclama ser, o es totalmente inválido.
«Tiene que ser o todo verdad o todo impostura.»
Es en vano hablar de él como constituyendo la obra de algún profeta
de una época posterior. Data de Babilonia en los días de la
Deportación, o es un fraude literario, forjado después de la época de
Antíoco Epífanes. Pero entonces, ¿Cómo llegó a ser citado en el
libro de los Macabeos —y ello no de una manera incidental, sino en
uno de los pasajes más solemnes y notables de todo el libro— las
últimas palabras del viejo Matatías antes de su muerte? ¿Y cómo
llegó a quedar incluido en el canon? Los críticos hablan mucho de su
posición en el canon: ¿cómo explican ante todo el que tenga su lugar
allí?
Es razonablemente cierto que las primeras dos divisiones del canon
fueron establecidas por la Gran Sinagoga mucho antes de los
macabeos, y que su finalización fue la obra del Gran Sanedrín, no
más tarde que el segundo siglo antes de Cristo. Y se nos pide que
supongamos que esta gran institución, compuesta de los más eruditos
varones de la nación habría aceptado un fraude literario de reciente
factura, o que podría haber sido engañada por él. Esta es una de las
hipótesis más desenfrenada y arbitrarias que se pueda imaginar. Y
tampoco queda este argumento debilitado si los críticos insistieran
que el canon podría haber quedado abierto todavía durante unos
cien años después de la muerte Antíoco.17 Si hubiera quedado así
abierto, el hecho hubiese constituido otra prenda y prueba de que
hubieran estado ejerciendo el cuidado más vigilante y celoso de
manera incesante. La presencia del libro de Daniel en el canon es un
hecho de más peso que todas las críticas de los críticos. Son miles
los que se adhieren al libro de Daniel, y que a pesar de ello sienten
espanto de tener que enfrentarse a esta crítica destructiva, por temor
de que la fe sucumbiera ante su influencia. Y a pesar de ello, esto es
todo lo que los críticos pueden exponer, tal y como lo formula
uno de sus mejores portavoces. De todos estos argumentos no hay ni
siquiera uno que no pueda quedar refutado en cualquier momento por
el descubrimiento de más inscripciones. En presencia de algún
cilindro que pueda descubrirse pronto de las aún inexploradas ruinas
de Babilonia18 todas estas teorizaciones acerca de improbabilidades y
frivolidades acerca de palabras pudieran ser acalladas en un solo día.
Y siendo así, es evidente, en cualquiera que no le falte la facultad de
juzgar, que los críticos exageran la importancia de su crítica. Incluso
si todo lo que ellos alegan fuera verdadero y tuviera entidad, sólo
debería guiarnos a suspender el veredicto. Pero los críticos son
especialistas, y es cosa proverbial que los especialistas son malos
jueces. Y aquí es posible que alguien que no pueda alardear de ser
teólogo o erudito pueda enfrentarse con ellos sobre mejores bases que
la de la igualdad. Para ellos es suficiente con que la evidencia de un
cierto tipo señale en una dirección. Pero en aquellos en quienes se ha
desarrollado la facultad judicial se detendrán y pedirán, «y ¿qué es lo
que se puede decir desde el otro lado?» y « ¿la decisión propuesta
armoniza con todos los hechos?» No obstante, las cuestiones de este
tipo no existen para los críticos. Y si jamás se han presentado en la
mente del profesor Driver, es de lamentar que dejara de tenerlas en
cuenta al afirmar los resultados generales de sus investigaciones. Y si
fueron ignoradas por un autor tan dispuesto a llegar a la verdad, es
inútil tratar de verlas mencionadas en los escritos de los escépticos y
de los apóstatas.
Hasta aquí he estado tratando con presunciones, inferencias y
argumentos. Negar que tengan entidad sería a la vez deshonesto e
inútil. Se podría conceder que si el libro de Daniel hubiera salido a
luz dentro de la era cristiana, podrían ser suficientes para impedir su
admisión al canon. Pero para el cristiano el libro de Daniel está
acreditado por el mismo Señor Jesús; y ante este hecho toda la fuerza
de estas críticas se desvanece como la niebla ante el sol.
17. El Sanedrín, aunque dispersado durante la revuelta macabea fue reconstituido
18. Las ruinas de Borsippa están prácticamente inexploradas; y considerando el
a su finalización. Ver los artículos del doctor Ginsburg «Sanedrín» y «Sinagoga»
en la Cyclopedia de Kitto.
carácter de las inscripciones halladas en otras localidades caldeas, podemos esperar
hallar en el futuro registros estatales muy completos de la capital.
17
La misma predicción ante la cual los racionalistas presentan tantos
reparos, la adopta El en aquel discurso que es la clave a toda la
profecía pendiente de cumplimiento;19 y si se puede demostrar que
Daniel es un fraude, Aquel a quien reconocemos Señor queda
también desacreditado por lo mismo.
Los racionalistas de la escuela alemana desprecian este tipo de
razonamiento. Y para ellos no cuenta para nada el lecho de que
Daniel esté mencionado en el libro de Ezequiel, aunque según sus
propios cánones debería contrapesar en mucho la evidencia negativa
que ellos aducen. Daniel no es mencionado por otros profetas; por lo
tanto, argumentan, Daniel es un mito. En tres ocasiones hablan de él
las profecías de Ezequiel; por lo tanto, se está tratando de algún otro
Daniel. Su argumento está basado en el silencio de los libros
sagrados, y otros, de los judíos. Un hombre tan eminente como el
Daniel del exilio no habría sido ignorado de esta manera, adelantan
ellos. Y a pesar de ello ¡conjeturan la carrera de otro Daniel de igual,
o mayor, eminencia, cuya mismísima existencia ha quedado
olvidada! No es fácil tratar con casuistas como ellos. Pero hay un
argumento, por lo menos que no nos pueden arrebatar.
Ellos se han librado del segundo capítulo y del séptimo y de la visión
que cierra el libro, pero la gran profecía de las Setenta Semanas
permanece; y ésta da prueba de la autoridad divina de Daniel, que no
puede ser destruida. Que fijen la fecha del libro cuando quieran, no
pueden dar cuenta de ella, no pueden explicarla. Porque a partir de un
suceso histórico definitivamente registrado —el edicto de reconstruir
Jerusalén, hasta otro suceso histórico definitivamente registrado— la
manifestación pública del Mesías, hay un intervalo de tiempo que fue
predicho de antemano; y es con total exactitud y día por día se
cumplió la predicción. Este volumen se ha escrito con el fin de
dilucidar esta profecía, y como el resultado constituye mi
contribución personal a la controversia, se me podrá perdonar que
explique los pasos por medio de los cuales he llegado a él. La visión
se refiere a 70 hebdómadas de años, pero trataré aquí solamente de
las 69 «semanas» del versículo veinticinco. Aquí están las palabras:
19.
Mateo 24.
Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para
restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete
semanas, y sesenta y dos semanas; se volverá a edificar la plaza y el
muro, pero esto en tiempo angustiosos.
Ahora bien, es un hecho indiscutido que Jerusalén fue reconstruida
por Nehemías, bajo un edicto emitido por Artajerjes (Longimano), en
el año vigésimo de su reinado. Por lo tanto, a pesar de las dudas que
la controversia arroja sobre todo, la conclusión es obvia e irresistible
que ésta era la época del período profético. Pero el mes era el de
Nisán y el año sagrado de los judíos empezaba con la fase de la luna
pascual. Solicité entonces al Astrónomo Real, el difunto George
Airy, que me calculase la posición de la luna en marzo del año en
cuestión, y conseguí así la fecha que precisaba, 14 de marzo del 445
a.C.
Teniendo esto establecido, tan sólo quedaba una cuestión pendiente:
¿de qué tipo de años consiste la era? Y la respuesta a ello es
definitiva y clara. Es el antiguo año de 360 dias,20 lo que puede
quedar llanamente probado de dos maneras. Primero, porque según
Daniel y el Apocalipsis, 3 años y medio proféticos equivalen a 1.260
días; y segundo, porque se puede demostrar que los 70 años de las
«Desolaciones» tienen este carácter; y la conexión entre el período de
las «Desolaciones» y la era de las «semanas» es uno de los pocos
hechos universalmente admitidos en esta controversia.
Las «Desolaciones» tuvieron su comienzo en 10 de Tebeth de 589
a.C. (un día que ha sido conmemorado por los judíos durante
veinticuatro siglos con ayunos), y finalizaron el 24 de Quisleu de 520
a.C.21
Habiendo así establecido el terminas a quo de las «semanas», y el
tipo de año de que están compuestas, tan sólo queda calcular la
duración de la era. Así, se puede calcular con certeza su terminus ad
quem. Ahora bien, 483 años de 360 días contienen 173.880 días.
20. Ver p. 102. .
21. Ver pp. 91, 103-104, 222.
18
Y un período de 173.880 días, principiando el 14 de marzo del 445
a.C, finalizan en aquel domingo de la semana de la crucifixión
cuando, por primera y última vez a lo largo de Su ministerio, el Señor
Jesucristo, en cumplimiento de la profecía de Zacarías, hizo una
entrada pública en Jerusalén, e hizo que su mesiazgo fuera
proclamado abiertamente por «toda la multitud de los discipulos».22
No es necesario discutir más este asunto de momento.
En los siguientes capítulos se considera cada cuestión que
Incide en este asunto, y se da respuesta a cada objeción.23
Es suficiente repetir que en presencia de los hechos y de las cifras así
detalladas no es posible la mera negación de creer. Estos tienen que
explicarse de alguna manera. «Existe un punto más allá del cual la
incredulidad es imposible, y la mente al rehusar la verdad, tiene que
buscar refugio en un tipo de incredulidad que constituye una mera
credulidad.»
No fue hasta después de tener las páginas anteriores en prensa que
llegó a mis manos el libro Daniel del arcediano Farrar. Quizá se
deben pedir excusas al profesor Driver por poner juntamente con el
suyo una obra tal, pero The Expositor's Bible será leído por muchos
para los que The Introduction (libro escrito por el doctor Driver) es
un libro desconocido. Ambos autores concuerdan en impugnar la autenticidad del libro de Daniel; pero sus posiciones relativas son
ampliamente diferentes, y no lo son menos sus argumentos y sus
métodos. El erudito cristiano escribe para eruditos, deseoso tan sólo
de determinar la verdad. El teólogo popular escribe detalladamente
las extravagancias del escepticismo alemán para la ilustración de un
público fácilmente engañado. Al pasar de un libro al otro, nos viene a
la mente la diferencia entre un proceso criminal cuando está a cargo
de un fiscal responsable de la Corona, y cuando lo promueve un
acusador privado vengativo.
En el primer ejemplo el único propósito del abogado es el de asistir al
tribunal a llegar a un veredicto justo. En el segundo ejemplo podemos
prepararnos a oír argumentos temerarios, o incluso desaprensivos.
22. Lucas 19. ,
23. Ver capítulos 5-10, especialmente, pp. 138-143.
Y aquí es donde debemos trazar la distinción entre la Alta Crítica
cuando es utilizada legítimamente por eruditos cristianos en interés
de la verdad, y el movimiento racionalista que se atribuye este
nombre. Si este movimiento lleva a la incredulidad, es obedeciendo a
la ley de que «de tal palo tal astilla». Es en sí mismo hijo del
escepticismo. Su reconocido fundador lo inició con el deliberado
designio de eliminar a Dios de la Biblia. Desde el punto de vista del
escéptico las teorías de Eichorn eran inadecuadas, y De Wette y otros
las han mejorado. Pero su intención y objetivo son los mismos. Se
tiene que dar cuenta de la Biblia, y se tiene que explicar la existencia
del cristianismo, en base a principios naturales. Los milagros, por
ello, tenían que ser eliminados, y la profecía es el mayor de los
milagros. En el caso de la mayor parte de las Escrituras Mesiánicas el
escepticismo que se había depositado como una niebla nocturna
sobre Alemania hizo que la tarea fuera cosa fácil; pero Daniel
constituía una dificultad. Pasajes tales como los del capítulo
cincuenta y tres de Isaías se podían eliminar a la ligera, pero el
incrédulo no podía hacer nada con las visiones de Daniel. El libro
permanece como testigo de Dios, y tiene que ser silenciado no
importa por qué medios, limpios o sucios. Y hay tan sólo un método
para conseguirlo. Los conspiradores se impusieron la tarea de
demostrar que fue escrito después de los sucesos que predice. La
evidencia que han reunido es de un tipo que no sería suficiente para
demostrar la culpabilidad de un reconocido ladrón de un pequeño
latrocinio —y desde luego, muchas de estas «evidencias» han sido ya
descartadas—; pero cualquier tipo de evidencias serán suficientes
para un tribunal prejuiciado, y desde el primer momento el libro de
Daniel estaba ya sentenciado.
El libro del doctor Farrar reproduce cada fragmento de estas
evidencias en su forma más desnuda y cruda. Su contribución
original a la controversia se limita a la retórica que cubre la debilidad
de argumentos falaces, y el dogmatismo con que a veces deja de lado
resultados acreditados por el juicio de autoridades de la mayor
eminencia. Dos ejemplos típicos de ello serán suficientes. El primero
se relaciona con una cuestión de pura erudición. Refiriéndose al
quinto capítulo de Daniel, escribe así:
19
Agarrándose a un clavo ardiendo, aquellos que intentan vindicar
la exactitud del autor ... creen que mejoran el caso al adelantar que
Daniel fue hecho «el tercer gobernante del reino» —¡siendo
Nabunaid el primero, y Belsasar el segundo! Desdichadamente para
su muy precaria hipótesis, la traducción «tercer gobernante» se
presenta sin fundamento alguno. El significado es «uno de un
triunvirato».
«¡Sin fundamento alguno!» En vista de la decisión de la compañía
de Revisiones del Antiguo Testamento, la afirmación denota un
extraordinario descuido o una arrogancia intolerable. Y estoy
completamente autorizado a afirmar que los revisores dieron a esta
cuestión una exhaustiva consideración, y que fue tan sólo en la última
revisión que se admitió en el margen la versión alternativa, «gobernar
dentro de un triunvirato». En ningún momento se consideró la
posibilidad de aceptar esta versión en el texto.24
La correcta traducción de 5:29 es, admitidamente, «el tercer
gobernante» en el reino; pero las autoridades difieren con respecto a
los versículos 7 y 16. El profesor Driver me dice que, en su opinión,
la traducción absolutamente literal allí es «gobernar como una tercera
parte en el reino», o parafraseando ligeramente las palabras
«gobernar dentro de un triunvirato» (como en el margen de la
Versión Revisada). El profesor Kirkpatrick, de Cambridge, ha sido lo
bastante amable como para referirme al Die Heilige schrift des alten
Testaments, de Kautzsch, como representante de la mejor y más
reciente erudición alemana, y su traducción del versículo 7 es «el
tercer gobernante en el reino», con la nota, «esto es, ya como uno
entre tres sobre todo el reino (cp. 6:3), o como tercero al lado del rey
y de la reina madre». Y el Gran Rabino (cuya cortesía hacia mí
quiero aquí reconocer) escribe:
No puedo encontrar ninguna falta en absoluto con----por traducir las palabras «la tercera parte del reino», ya que sigue
con ello a dos de nuestros comentaristas hebreos de gran reputación,
Rashi y Ibn Ezra.
24. Al haber asumido este asunto como uno de ensayo crucial, lo he investigado
Por otra parte, otros de los comentaristas, como Saadia, Jachja, etc.,
traducen el pasaje como «él será el tercer gobernante en el reino».
Esta traducción parece estar más estrictamente de acuerdo con el
significado literal de las palabras, como lo muestra el doctor Winer
en su Grammatik des Cháldaismus. También recibe confirmación
gracias al notable descubrimiento de Sir Henry Rawlinson, por la
cual Belsasar era el hijo mayor del rey Nabónido, y que estaba
asociado con él en el gobierno, por lo que la persona que le siguiera
en honor sería la tercera
Queda así perfectamente claro que la afirmación del doctor Farrar es
totalmente injustificable. ¿Se tiene que atribuir a falta de erudición o
a falta de integridad? De nuevo, y refiriéndose a la tercera visión del
profeta el arcediano Farrar escribe:
El intento de relacionar la profecía de las setenta semanas
primaria o directamente a la venida y muerte de Cristo... se puede
apoyar solamente por medio de inmensas manipulaciones, y por
hipótesis tan crudamente imposibles que hubieran conducido a una
profecía prácticamente sin significado tanto para Daniel como para
el lector posterior (p. 287).
No es fácil tratar con esta afirmación siquiera con un respecto
convencional. Ninguna persona honesta negará que, ya sea que el
noveno capítulo de Daniel sea profecía o fraude, las bendiciones
especificadas en el versículo 24 son mesiánicas. En este punto
coinciden todos los expositores cristianos. Y a pesar de que los
puntos de vista de algunos de ellos están marcados por chocantes
excentricidades incluso el más desatinado de ellos contrastará
favorablemente frente a la exégesis de Kuenen que, en toda su cruda
extravagancia, adopta el arcediano Farrar.25
25. Su capítulo acerca de Las Setenta Semanas provoca la exclamación ¡Esto es a
dónde ha venido a parar la teología inglesa! No aludo a los vulgares fallos de
llamar a Gabriel «el Arcángel» (p. 275), ni a su confusión de la era de la
Servidumbre con la de las Desolaciones (p. 289), «sino al estilo y al espíritu de
estudio como un todo. Ningún tratado reciente inglés se puede comparar con éste
con respecto a «inmensas manipulaciones» y a «hipótesis crudamente imposibles».
con sumo cuidado.
20
Las opiniones del profesor Driver son de la mayor autoridad dentro
de la esfera en la que él posee una tal erudición.26 Pero aquí he
aventurado la sugerencia de que su eminencia como erudito da un
peso indebido a sus declaraciones sobre las generalidades
involucradas, y que él sufre de la proverbial incapacidad de los
expertos al tratar con una masa de evidencia aparentemente en
conflicto. El tono y manera en que su investigación ha sido efectuada
muestran una prontitud a reconsiderar su posición a la luz de
cualquier tipo de descubrimientos posteriores. En contraste a ello no
hay reserva alguna en las denuncias de Farrar. Para él es imposible la
retirada, sin importar lo que el futuro pueda descubrir. Pero no es mi
propósito analizar su libro. Ya se ha pasado revista a lo único que
cuenta seriamente en la acusación contra Daniel. No obstante, su
tratado suscita una cuestión general de importancia trascendente, y a
ella me quiero referir para concluir.
Para él el libro de Daniel es una mera ficción, difiriendo de otras
ficciones del mismo tipo sólo en razón de la multiplicidad de sus
inexactitudes y errores. Su historia es una vana leyenda. Sus milagros
son tan sólo fábulas sin fundamento. Es, en cada sección, una obra de
la imaginación. «Ficción reconocida» (p. 43), la llama, porque es tan
evidentemente un romance que la acusación de fraude es debida tan
sólo a la estupidez de la Iglesia Cristiana al no reconocer el propósito
del «santo y dotado judío» (p. 119) que lo escribió.
Tal es el resultado de su crítica. ¿Qué acción debemos tomar en vista
de ello? ¿No deberíamos, tristemente, pero con firme propósito,
arrancar el libro de Daniel del sagrado canon? No, en absoluto.
26. Aludo a su intento de fijar la fecha del libro por el carácter de su hebreo y
arameo. Este es, además, un punto en el que los eruditos disienten. Ya he citado la
afirmación del doctor Pusey. El profesor Cheyne afirma: «No se puede hacer
ninguna inferencia importante a partir del hebreo del libro de Daniel con respecto a
su edad con alguna certeza» (Encyc Brit., «Daniel», p. 804); y una de las más
eminentes autoridades en Inglaterra, que ha sido citado en favor de la asignación de
una fecha tardía para el libro de Daniel, escribe, en respuesta a una pregunta que le
dirigí: «Soy ahora de la opinión de que es muy difícil establecer la edad de
cualquier porción de este libro por medio de su lenguaje. No creo, por lo tanto, que
debiera citar más mi nombre en esta discusión.»
Estos resultados —afirma el doctor Farrar— no son en absoluto
detractores de la preciosidad de este Apocalipsis del Antiguo
Testamento. Ninguna palabra mía puede describir el alto valor que
asigno a esta porción de nuestras Escrituras Canónicas... Su derecho
a un puesto en el canon es indiscutible e indiscutido, y apenas hay un
solo libro del Antiguo Testamento que pueda hacerse más ricamente
aprovechable para enseñar, para redargüir, para corregir, para
instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios se enteramente
apto, bien pertrechado para toda buena obra (p. 4).
Esta no es una afirmación aislada que la caridad pudiera atribuir a un
desliz del pensamiento. Parecidas palabras son utilizadas una y otra
vez en alabanza de este libro.27 ¡Daniel no es nada más que una
novela religiosa, y con todo y esto «apenas hay un solo libro del
Antiguo Testamento» que sea de más valía!
La cuestión aquí no es la de la autenticidad de Daniel, sino del
carácter y valor de las Sagradas Escrituras. Los eruditos cristianos
cuyos estudios les guíen a rechazar alguna porción del canon tienen
que actúan confesando que, al hacer esto, aumentan la autoridad, y
subrayan la valía del resto.
Pero el arcediano de Westminster, al impugnar el libro de Daniel,
aprovecha la ocasión para degradar y menospreciar la Biblia como un
todo.
El obispo Westcott afirma que ningún escrito del Antiguo
Testamento tuvo una parte tan importante en el desarrollo del
cristianismo como Daniel.28 O, citando a un testigo hostil, el
profesor Bevan escribe: «En el Antiguo Testamento se menciona a
Daniel en una sola ocasión, pero la Influencia de su libro es evidente
casi en todas partes.»29 «Son pocos los libros --dice Hengstenberg-cuya autoridad divina queda tan plenamente establecida por el
testimonio del Nuevo Testamento, y en particular por nuestro mismo
Señor, como la del libro de Daniel.»
27. Ver ex. gr., pp. 36-37, 90, 118, 125.
28. Smith, Bible Dictionary, «Daniel».
29. Commentary on Daniel, p. 15.
21
Así como la niebla y la tormenta pueden esconder la roca sólida de la
vista, así esta verdad puede quedar oscurecida por el casuismo y la
retórica; pero cuando éstos se han agotado aquélla se mantiene llana
y clara. En toda esta controversia se pasa comúnmente por alto, o se
esconde muy estudiadamente, uno de los resultados del rechazo del
libro de Daniel. Si «el Apocalipsis del Antiguo Testamento» es
excluido del canon, el Apocalipsis del Nuevo debe participar en esta
exclusión. Las visiones de san Juan están tan inseparablemente
entrelazadas con las visiones del gran profeta expatriado que se
mantienen o caen juntas. El crítico tiene el derecho de ignorar este
resultado, pero el predicador no puede ignorarlo en absoluto. Y ello
da importancia al hecho, tan a menudo olvidado, de que la Alta
Crítica pretende una posición que no se le puede acordar en absoluto.
Su verdadero puesto no está en el sitial del juez, sino en el estrado de
los testigos. El teólogo cristiano tiene que tomar en cuenta muchas
cosas que la crítica no puede sin abandonar enteramente su esfera y
función legítimas.
Nadie se apropia de esta posición con más libertades que el arcediano
Farrar. El evade el testimonio del capítulo 24 de san Mateo al rehusar
creer que nuestro Señor pronunciara las palabras que se le atribuyen a
Él. Pero esto socava el cristianismo; porque, repito, el cristianismo
reposa sobre la Encarnación, y si los Evangelios no son inspirados, la
Encarnación es un mito. ¿Cuál es su respuesta a esto? Cito sus
palabras:
Pero nuestra fe en la Encarnación, y en los milagros de Cristo,
descansa sobre una evidencia que, después de repetidos exámenes,
es para nosotros abrumadora. Aparte de todas las cuestiones de
verificación personal, o del Testimonio Interno del Espíritu, podemos
mostrar que esta evidencia está apoyada, no solamente por los
registros existentes, sino, además, por miríadas de testimonios
externos e independientes.
Esto merece una atención más cuidadosa, no solamente a causa de su
relevancia con respecto a lo que se está considerando en este
momento, sino como una buena muestra del razonamiento de este
autor en esta extraordinaria contribución a nuestra literatura
teológica. Aquí tenemos el argumento cristiano: «El Nazareno era
reconocidamente el hijo de María. Los judíos declararon que Él era
hijo de José; el cristiano le adora como el Hijo de Dios. El fundador
de Roma fue declarado ser el hijo divinamente engendrado de una
virgen vestal. Y en los antiguos misterios babilónicos se adscribía
una paternidad similar al hijo martirizado de Semíramis, proclamada
Reina del Cielo. ¿Qué base tenemos entonces para distinguir entre el
milagroso nacimiento en Belén de estas y otras leyendas parecidas
del mundo antiguo? Señalar la resurrección es una petición de
principio transparente. Apelar al testimonio humano sería una total
necedad. En este punto nos encontramos cara a cara con aquello que
ningún mero testimonio humano podría proveernos siquiera con una
probabilidad a priori.»30
¿Sobre qué, entonces, basamos nuestra fe en el gran hecho central del
sistema cristiano? Aquí el dilema es inexorable: el desprecio de los
Evangelios, como el que este autor evidencia, implica la admisión de
que el fundamento de nuestra fe es simplemente una leyenda galilea.
En absoluto, nos dice el doctor Farrar, tenemos solamente la
«verificación personal, y el Testimonio Interno del Espíritu, sino que
además tenemos miríadas de testigos externos e independientes».
Ningún cristiano ignorará el Testimonio del Espíritu. Pero
recordemos que la cuestión aquí es una de hechos. Todo el sistema
cristiano depende de la veracidad del último versículo del primer
capítulo de san Mateo —no lo voy a citar. ¿De qué otra manera
puede el Espíritu Santo impartirme el conocimiento del hecho allí
afirmado, si no es por la Palabra escrita? Acepto este hecho porque
acepto el registro como la escritura inspirada de Dios, una revelación
autorizada y verdadera que procede del cielo. Pero hablar de
verificación personal, o apelar a algún instinto trascendental, o de
decenas de millares de testigos externos, es divorciar las palabras de
los conceptos, y salir de la esfera de la afirmación inteligente y del
sentido común.31
R. ANDERSON
30. A Doubter's Doubts, p. 76.
31. El profesor Driver me ha llamado la atención, desde entonces, a una nota en
la «Addenda» a la tercera edición de su Introduction, en la que condiciona sus
22
admisiones con respecto a Belsasar. Me ha informado también que el profesor
Sayce es la «eminente autoridad en Asiriología» a que allí se refiere. Esto nos
permite descontar su retractación. Cuando estaba escribiendo mis comentarios
acerca de (e) en este Prefacio, tenía ante mí las páginas 524-529 del Higher
Criticism and the monuments, y me impresionó la fuerza de los argumentos que se
adelantaban allí en contra de la historia de Belsasar en Daniel. Fue grande la
reacción de mis sentimientos cuando descubrí que los argumentos del profesor
Sayce dependían de su mala lectura de la tablilla Ánnalística de Ciro, Es cosa
reconocida que la tablilla se refiere continuamente a Belsasar como «el hijo del
rey», pero cuando registra su muerte en la toma de Babilonia, el profesor Sayce lee
«esposa del rey» en lugar de «hijo del rey», y de aquí pasa a argumentar que, como
Belsasar no está mencionado en este pasaje, ¡no puede haber estado en Babilonia
en aquella ocasión! Que las tablillas de contratos estén fechadas con referencia al
reinado del rey, y no del regente, es precisamente lo que sería de esperar.
He tratado exhaustivamente la cuestión de Belsasar en mi libro Daniel in the
Critics' Den, al que quisiera referir para una réplica más completa al libro del Deán
Farrar. Si se considera el testimonio de la tablilla Annalística, se puede considerar
el caso como cerrado. Y si, al escribir esta obra, hubiera tenido ante mí lo que el
Rev. J. Urquart saca a luz en su Inspiration and Accuracy of Holy Scripture,
debería haber considerado que ésta, la única dificultad que permanecía en pie en la
controversia acerca de Daniel, ya no lo era más de una manera seria
.
1
Introducción
PARA LOS HOMBRES VIVIENTES ningún momento puede ser tan
solemne como «el presente vivo» sean cuales sean sus características;
y esta solemnidad queda inmensamente ahondada en una época de
progreso sin paralelo en la historia del mundo. Pero surge la cuestión
de si estos días en que vivimos ¿son sin comparación, por causa de
ser, en el sentido más estricto, los últimos? ¿Está a punto de cerrarse
la historia del mundo? ¿Está casi agotada la arena de su reloj, y está a
mano el choque final de todas las cosas?
Los pensadores profundos no permitirán que las disparatadas
afirmaciones de los alarmistas, ni las extravagancias de los traficantes
de profecías, les separen de una investigación que es a la vez tan
solemne y tan razonable. Es solamente el incrédulo que duda que
haya un límite predeterminado a este «presente siglo malo». Que
Dios impondrá un día Su poder para asegurar el triunfo del bien es,
en cierto sentido, digo evidente. El misterio de la revelación es, no
que Él lo hará, sino que espera hacerlo. Si juzgáramos por los hechos
que vemos a nuestro alrededor, Él es un espectador indiferente de la
desigual lucha entre el bien y el mal sobre la tierra. «Me volví y vi
todas las violencias que se hacen debajo del sol; y he aquí las
lágrimas de los oprimidos, sin tener quien los consuele; y la fuerza
estaba en la mano de sus opresores, y para ellos no había
consolador.»1¿Y cómo pueden ser estas cosas así, si realmente el
Dios que rige sobre todo es todopoderoso y totalmente bueno?
1. Ec. 4:1.
23
El vicio, la impiedad, la violencia y la injusticia crecen lozanos por
todas partes, y a pesar de ello los cielos arriba guardan silencio.
El incrédulo apela a ello como prueba de que el Dios de los cristianos
es tan sólo un mito.2 El cristiano halla en ello prueba adicional de
que el Dios a quien adora es paciente y lento para la ira —«paciente
porque Él es eterno»— y lento para la ira porque Él es todopoderoso,
y porque la ira es un último recurso del poder.
Pero se está acercando el día cuando «vendrá nuestra Dios, y no
callará»?3 Esta no es una opinión, sino un asunto de fe. El que lo
ponga en tela de juicio no puede tener pretensión alguna al nombre
de cristiano, pues es una verdad tan esencial del cristianismo como lo
es el registro de la vida y de la muerte del Hijo de Dios. Las viejas
escrituras rebosan de ello, y de todos los escritores del Nuevo
Testamento no hay ni siquiera uno que no hable explícitamente de
ello. Fue el asunto de que trató la primera proclamación profética que
las Sagradas Escrituras registran;4 y el libro que cierra el sagrado
canon, desde el primer capítulo hasta el último, confirma y amplifica
el testimonio.
Así, la única investigación que nos concierne se refiere a la
naturaleza de la crisis y a la época de su cumplimiento.
2. Según Mill, el curso del mundo da prueba de que tanto el poder como la
bondad de Dios están limitadas. Sus Essays on Religión muestran de una manera
evidente que el escepticismo es una actitud mental prácticamente imposible de
mantener. Incluso con un razonador tan claro y capaz como Mill, degenera
inevitablemente a una forma degradante de fe. «La actitud racional de una mente
pensante hacia lo sobrenatural» (dice Mili) «es la de escepticismo, distinguiéndose
éste de la creencia, por una parte, y del ateísmo por otra»; y a pesar de ello procede
a continuación a formular un credo: no es que no haya un Dios, pues ello es tan
sólo probable, pero si hubiera un Dios Él no es todopoderoso, y su bondad hacia el
hombre es limitada (Essays. etc., pp. 242-243). El no da una demostración a este
credo, naturalmente. Su verdad es evidente a «una mente pensante». Es también
evidente que el sol se mueve alrededor de la tierra. Un hombre sólo necesita
ignorar tanto de astronomía como el incrédulo del cristianismo, ¡y hallará la más
indiscutible prueba de este hecho cada vez que examine los cielos!
3. Sal. 50:3.
Así, la única investigación que nos concierne se refiere a la
naturaleza de la crisis y a la época de su cumplimiento. Y la clave de
esta investigación es la visión de las Setenta Semanas del profeta
Daniel. No es que una correcta comprensión de la profecía nos
capacitará a profetizar. Este no el propósito para el cual fue dada.5
Pero demostrará ser una suficiente salvaguardia durante el estudio.
Lo notable es que nos librará de los desatinos a que inevitablemente
conducen los falsos sistemas de cronología profética a aquellos que
los siguen. No es solamente en nuestra época que se ha predicho el
fin del mundo. Se esperaba su consumación con mucha más certeza a
principio del siglo vi. Toda Europa vibraba de ello durante los días
del papa Gregorio el Grande. Y al final del siglo x la aprensión llegó
a desembocar en un verdadero pánico general «Fue entonces
predicho a menudo, y escuchado por multitudes sin aliento; el asunto
en que todos meditaban, y de que todos conversaban» «Bajo esta
impresión, innumerables multitudes —dice Mosheim—, habiendo
donado sus propiedades a monasterios o Iglesias, viajaron a
Palestina, donde esperaban que Cristo descendiera en juicio. Otros se
ataron a sí mismos con solemnes juramentos a ser siervos de las
iglesias o de los sacerdotes, con la esperanza de una sentencia más
suave al ser siervos de los siervos de Cristo. En muchos lugares se
dejaron edificios a perder, como cosas que en el futuro ya no serían
necesarias. Y en las ocasiones de eclipses de sol y de luna, la gente
huía a esconderse a las cavernas y a las rocas.»6
Y así en años recientes, fecha tras fecha ha sido emitido de manera
confiada como la de la crisis suprema; pero el mundo continúa. El
año 581 d.C. fue una de las primeras fechas determinadas para este
evento,7 y 1881 entre las últimas.
4. Jud. 14.
5. «La profecía no nos es dada para profetizar, sino como testigo de Dios cuando
venga el tiempo.» Pusey, Daniel, p. 80.
6.
7.
Elliot, Horae Apoc. (3.a ed.), I, 446; ver también cap. iii, pp. 362-376.
Elliot, op. cit., p. 373. Hipólito predijo el año 500 d.C.
24
Estas páginas no llevan el designio de perpetuar los dislates de este
tipo de predicciones, sino de intentar de una manera humilde la
elucidación del significado de una profecía que debería librarnos de
todos estos errores y rescatar esta área de estudio del descrédito que
le ha sido impuesto.
No sería necesario tener que decir nada para reforzar la importancia
de este asunto, y a pesar de todo el descuido de las Escrituras
proféticas, incluso por parte de aquellos que profesan creer que toda
la Escritura está inspirada, es cosa proverbial. Poniendo el argumento
en su nivel más elemental, se podría mencionar que si es necesario un
conocimiento del pasado, un conocimiento del futuro tiene que ser
aún de mayor valor, al ampliar los horizontes de la mente y al
remontarla por encima de la estrechez producida por una
contemplación limitada y sin luz del presente. Si Dios ha concedido
una revelación a los hombres, su estudio debería ciertamente producir
un interés entusiasta, y atraer el ejercicio de todos nuestros talentos
que puedan ser útiles en su aprovechamiento.
Y esto sugiere otro terreno sobre el cual, en nuestros días especialmente, el estudio profético proclama especial prominencia; esto es, el
testimonio que provee al carácter divino y al origen de las Escrituras.
A pesar de que la infidelidad fue muy grande en tiempos pretéritos,
entonces tenía sus propias banderas en su propio terreno, y chocaba
contra la masa de la humanidad que, aunque ignorante del poder
espiritual de la religión, no obstante, se aferraba con gran tenacidad a
sus dogmas. Pero la especial característica de nuestra época, —y muy
apropiada para provocar ansiedad y alarma a todos los hombres que
piensen— es el surgir de lo que podría ser denominado escepticismo
religioso, un cristianismo que niega la revelación --una forma de
piedad que niega aquello que es el poder de la piedad.8
La fe no es la actitud normal de la mente humana hacia las cosas de
Dios; por lo tanto, el que duda honestamente merece respeto y
simpatía. Pero, ¿de qué calificación serán dignos aquellos que se
deleitan en proclamarse personas que dudan, afirmando a la vez ser
ministros de una religión en la que la FE es la característica esencial?
No son pocos en la actualidad aquellos cuya fe en la biblia es aún
más profunda y firme precisamente porque han tomado parte en la
revuelta general en contra del clericalismo y de la superstición; y
para éstos no hay discusión real de tomar ningún lado en la lucha
entre la libertad de pensamiento y la servidumbre de los credos y de
los clérigos. Pero en el conflicto entre fe y escepticismo dentro de la
cristiandad, sus simpatías no están tan divididas. Por un lado puede
haber mojigatería, pero, por lo menos, hay honestidad; y en un caso
así ciertamente se ha de considerar el elemento moral procediendo a
las pretensiones de vigor mental e independencia. Además, cualquier
pretensión de este tipo precisa de investigación. La persona que
afirma su libertad de recibir y de enseñar lo que él considera la
verdad, sea la que ésta sea, no debe ser acusado a la ligera de vanidad
ni de ser voluntarioso. Sus motivos pueden ser rectos y veraces, y
dignos de alabanza. Pero si él se ha suscrito a un credo, debería ser
muy cuidadoso al afirmar un terreno tal. No es precisamente en el
terreno de las vaguedades que nuestros credos británicos tienen sus
fallos, y los hombres que se vanaglorian de ser librepensadores
merecerían más respeto si mostraran su independencia rehusando
suscribirse a ellos, en lugar de socavar las doctrinas a las que se han
comprometido defender, y por lo cual reciben un sueldo para
enseñarlas. Pero lo que aquí nos concierne es el indiscutible hecho
de que el racionalismo, en su forma más sutil, está leudando la
sociedad. Las universidades son sus principales seminarios. Los
pulpitos le sirven de plataforma. Algunos de los líderes religiosos
más populares están entre sus discípulos. Ninguna clase está libre de
su influencia. E incluso si se pudiera fijar el presente, estaría bien así;
pero hemos entrado en una pendiente, y tienen que ser ciegos los que
no ven a donde ella lleva. Si no se socava la autoridad de las
Escrituras se pueden perder verdades vitales por una generación, y la
siguiente recobrarlas; pero si se toca ésta, se socava el fundamento de
toda verdad, y se pierde todo el poder de recuperación. El escéptico
cristianizado de hoy dará lugar al incrédulo cristianizado, cuyos
discípulos y sucesores serán incrédulos a su vez, pero sin ningún
barniz de cristianismo sobre ellos. Algunos, indudablemente,
8. 2.' Ti. 3:5.
25
escaparán; pero para la mayoría Roma será el único refugio para
escapar de la meta a la que esta sociedad se está apresurando.
Así, se están formando las fuerzas para la gran lucha profetizada del
futuro entre la apostasía de una falsa religión y la apostasía de la
incredulidad abierta.9
¿Es la Biblia una revelación de Dios? Esta se ha convertido ahora
en la cuestión más importante y urgente. Podemos rechazar de una
vez el sofisma de que se reconoce que las Escrituras contienen una
revelación. ¿Es que el sagrado volumen no es mejor cosa que un
tambor de lotería del que se sacan premios y perdidas al azar, sin
poder distinguir entre ellos hasta el día que el descubrimiento habrá
llegado demasiado tarde?
9. No puedo dejar de dar el siguiente extracto de un artículo del profesor Goldwin
Smith, en Macmillan's Magazine de febrero de 1878: «La negación de la existencia
de Dios y de un estado futuro, en una palabra, constituye el destronamiento de la
conciencia; y la sociedad pasará, por decir poco, a través de un peligroso intervalo
antes de que la ciencia social pueda ocupar el trono vacante... Pero en el ínterin, la
humanidad, o algunas porciones de ella, pueden estar en peligro de una anarquía de
intereses propios, reducida, por el propósito de orden político, por un despotismo
brutal. »Que la ciencia y la crítica, actuando --gracias a la libertad de opinión
ganada por el esfuerzo político-- con una libertad nunca antes conocida, nos han
librado de una masa de supersticiones oscuras y degradante, lo reconocemos con
una gratitud cordial a los liberadores, y en la firme convicción de que la
eliminación de las falsas creencias, y de las autoridades e instituciones fundadas
sobre ellas, no va a resultar al final que en otra cosa que en una bendición para la
humanidad. Pero al mismo tiempo han sido sacudidas, inevitablemente, las bases
de la moralidad general, y se ha suscitado una crisis cuya gravedad nadie puede
dejar de ver, y que nadie, excepto un fanático del materialismo, puede ver sin
sentir los más serios recelos. »No ha habido nada en la historia del hombre como
la situación actual. La decadencia de las antiguas mitología está muy lejos de darnos un paralelo... La Reforma fue un tremendo terremoto: sacudió la fábrica de la
religión medieval, y como consecuencia de la perturbación de la esfera religiosa,
llenó al mundo de revoluciones y de guerras. Pero dejó inamovible la autoridad de
la Biblia, y los hombres podían sentir que el proceso destructivo tenía un límite, y
que tenían una base de diamante bajo sus pies. Pero un mundo intelectual y
agudamente despierto al significado de estas cuestiones, y que lee todo lo que se
escribe acerca de ellas con avidez casi apasionada, se ve abocado a una crisis de
cuyo carácter cada uno puede darse cuenta si se presenta a sí mismo de una manera
clara la idea de una existencia sin un Dios.»
Y en la fase actual de la cuestión no es menos sofisma aducir que hay
pasajes, e incluso libros, que pueden haber sido introducidos erróneamente en el canon. Rehusamos someter las Sagradas Escrituras a los
tiernos cuidados de aquellos que la manejan con la ignorancia de los
paganos y con el ánimo de apóstatas. Pero para el propósito de la
presente controversia podríamos consentir en dejar de lado aquello
sobre lo cual la ilustrada crítica haya arrojado la sombra de una duda.
Pero esto solamente serviría para allanar el camino a la verdadera
cuestión que se debate, y que no es la de la autenticidad de una
porción o de otra, sino del carácter y valor de lo que admitida mente
es auténtico. Ahora estamos mucho más allá de la discusión de las
teorías rivales acerca de la inspiración; lo que nos importa es considerar si las Sagradas Escrituras son lo que ellas proclaman ser, «los
oráculos de Dios».10
En medio del error y de la confusión e incertidumbre que van en
aumento por todos los lados, ¿pueden las almas devotas y honestas
volverse a una Biblia abierta, y hallar allí «palabras de vida eterna»?
«La actitud racional de una mente pensante hacia lo sobrenatural es
la de escepticismo»11 La razón puede inclinarse ante los shilobets y
trucos del clericalismo —«la voz de la Iglesia», como es llamada—;
pero esto es pura credulidad. Pero si DIOS habla, entonces el escepticismo da paso a la fe. Y esto no es meramente una petición de
principio.
10.
(Ro. 3:2). Las viejas Escrituras hebreas estaban así consideradas por aquellos hombres
que eran los custodios divinamente señalados para ello (ib.). No solamente era por los
devotos entre los judíos sino, como Josefo testifica, por todos, que «eran tenidas con justicia
como Divinas», de tal manera que los hombres estaban dispuestos a sufrir torturas de todo
tipo antes que hablar en contra de ellas, incluso «a morir decididamente por ellas» (Josefo,
Contra Apión,, I, 8). Este hecho es de inmensa importancia en relación con la propia
enseñanza del Señor sobre este asunto. En su trato con una nación que creía en la santidad y
el valor de cada palabra de las Escrituras, nunca perdió ni una oportunidad para confirmarles
en esta creencia. El Nuevo Testamento nos ofrece pruebas abundantes de cómo dio esta
enseñanza sin ningún tipo de reservas a Sus discípulos. (Por lo que respecta a los límites y
fecha de cierre del canon de la Escritura, ver Pusey Daniel, p. 294, etc.)
11.
Mill, Essays on Religión.
26
La prueba de que la voz es
realmente divina tiene que ser absoluta y
concluyente. En tales circunstancias, el escepticismo revela una
degradación mental o moral, y la fe no es la negación de la razón,
sino el más elevado acto de la razón. Mantener que una prueba tal es
imposible es equivalente a afirmar que el Dios que nos ha hecho no
nos puede hablar de manera que la voz lleve con ella la convicción de
que es de Él; y esto no es en absoluto escepticismo, sino incredulidad
y ateísmo. «Dios ...tuvo a bien revelar a su Hijo en mí», fue el relato
de San Pablo de su conversión. Las bases de su fe eran subjetivas, y
no podían sacarse a luz. En demostración a otros de su realidad podía
apelar tan sólo a los hechos de su vida; aunque éstos eran eternamente el resultado, y en ningún sentido ni en ningún grado la base, de
su convicción. Tampoco su caso fue excepcional, San Pedro fue uno
de los tres que fue testigo de cada milagro, incluyendo el de la transfiguración, y a pesar de ello su fe no fue el resultado de ellos, sino
que surgió de una revelación dada a él. En respuesta a su confesión,
«Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente», el Señor afirmó: «No
te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.»12
Tampoco fue esta gracia exclusiva de los apóstoles. «A lo que habéis
alcanzado... una fe igualmente preciosa que la nuestra»,13 fue el
saludo de san Pedro a los fieles en general. Les describe cómo
«habiendo renacido de nuevo... por medio de la Palabra de Dios».
Así, también san Juan habla de los tales como los que «no han sido
engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de
varón, sino de Dios».14 «El, por designio de Su voluntad, nos hizo
nacer por la palabra de verdad» es la parecida afirmación de
Santiago.15
Sea cual fuere el significado de estas palabras, de cierto que significan algo más que la simple llegada a una correcta conclusión a
partir de las suficientes premisas, o que la aceptación de los hechos a
partir de la suficiente evidencia. Ni tampoco valdrá para nada aducir
12.
13.
14.
15.
Mt. 16:16-17.
2.a P. 1:1.
Jn. 1:13.
Stg. 1:18.
que este nacimiento lo constituye simple simplemente el cambio
moral o mental provocado naturalmente por la verdad a la que se
haya así llegado por medios naturales. El lenguaje de las Escrituras es
inequívoco de que el poder del testimonio para producir este cambio
depende de la presencia y de la operación de Dios.
Se podrían rellenar páginas con citas para demostrar este extremo,
pero con dos será suficiente. San Pedro declara que ellos predicaban
el Evangelio «por el Espíritu Santo enviado del cielo»;16 y las
palabras de san Pablo son todavía más definitivas: «Nuestro
Evangelio no llegó a vosotros solamente en palabras, sino también en
poder, en el Espíritu Santio,»17
Y si el nuevo nacimiento y la fe del cristianismo fueron así producidas en el caso de personas que recibieron el evangelio directamente
de los apóstoles, no será menos lo que nos será suficiente a nosotros,
que vivimos dieciocho siglos después de los testigos y de su testimonio. Dios está aún con su pueblo. Y El habla a los corazones de
los hombres, ahora, con tanta realidad como lo hacía en los tiempos
antiguos; desde luego no por medio de apóstoles inspirados, y aún
menos por sueños y visiones, sino por medio de los Sañudos Escritos
que El mismo inspiró;18 y como resultado de ello los creyentes son
«nacidos de Dios», y obtienen el conocimiento del perdón de los
pecados y de la vida eterna.
Este fenómeno no es natural, como resultado del estudio de las
evidencias; es totalmente sobrenatural.
16. 1.a P. 1:12.
17. (1.a Ts. 1:5). Pero también en poder, sí, en el Espíritu Santo.» No hay aquí
ningún contraste entre Dios por una parte y poder por otra, ni tampoco entre
diferentes tipos de poder. Objetar que esto se refiere a los milagros que
acompañaban la predicación es evidenciar ignorancia de las Escrituras. Hechos 17
representa el tipo de predicación al que aludía el apóstol, Que el poder milagroso
existía en las iglesias de los gentiles queda evidente en 1.a Corintios 12; pero la
cuestión es: El evangelio que produjo estas iglesias ¿apeló a los milagros para
confirmarlo? ¿Puede alguien leer los primeros cuatro capítulos de 1.a Corintios y
retener alguna duda con respecto a la respuesta?
18. Dios es omnipresente; pero existe un sentido real en el cual el Padre y el Hijo
no están en la tierra, sino en el cielo, y en aquel mismo sentido el Espíritu Santo no
está en el cielo, sino en la tierra.
27
«Las mentes pensantes», considerándolo objetivamente, pueden, si
así lo quieren, mantener hacia ello lo que ellas denominan «una
actitud racional»; pero por lo menos que reconozcan que existen
miles de personas creíbles que pueden testificar de la realidad de la
experiencia de que aquí se habla, y además que reconozcan que está
totalmente en consecuencia con las enseñanzas del Nuevo
Testamento.
Y estas personas poseen una prueba trascendental de la verdad del
cristianismo. Su fe descansa, no sobre el fenómeno de la propia
experiencia que han tenido, sino sobre las grandes verdades objetivas
de la revelación. Pero su convicción primaria de que son verdades
divinas no depende de las «evidencias» que el escepticismo se
complace en criticar, sino de algo que el escepticismo no tiene en
cuenta.19
No se puede escribir ningún libro en defensa de la Biblia como
la misma Biblia. Las defensas humanas son la palabra del hombre;
pueden servir de ayuda para vencer los ataques, pueden exponer
alguna parte de su significado. La Biblia es la Palabra de Dios, y
por medio de ella Dios el Espíritu Santo, que la ha hablado, habla al
alma que no se cierra frente a ella.20
Pero aún más, el creyente bien instruido hallará dentro de ella
pruebas inagotables de que es de Dios. La Biblia es mucho más que
un texto de teología y de moral, e incluso más que una guía al cielo.
Es el registro de la progresiva revelación que Dios ha concedido al
hombre, y la historia divinamente dada de nuestra raza en relación a
Su revelación. La ignorancia puede fallar en no ver en ella más que la
literatura religiosa de la raza hebrea, y de la iglesia de los tiempos
apostólicos; pero el estudiante inteligente que pueda leer entre líneas
hallará allí diagramado, algunas veces de manera patente, otras veces
19. Tal fe está inseparablemente conectada con la salvación, y la salvación es el
don de Dios (Ef. 2:8). De ahí las solemnes palabras de Cristo: «Te alabo, Padre,
Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y a los
entendidos, y las revelaste a los niños.» (Mt. 11:25.)
20. Pusey, Daniel, pref., p. xxv.
oscuramente, pero siempre discernible al investigador devoto y
paciente, el gran esquema de los consejos y actos de Dios en y para
este mundo nuestro de eternidad a eternidad. Y el estudio de la
profecía rectamente entendido tiene un campo no menos extenso que
éste. Su valor principal no es el de darnos un conocimiento de «los
eventos del porvenir», contemplados como sucesos aislados, a pesar
de la importancia que ello tiene; sino el de capacitarnos a conectar el
futuro con el pasado como parte del gran propósito y plan de Dios
revelado en las Sagradas Escrituras. Los hechos de la vida y de la
muerte de Cristo fueron una abrumadora prueba de la inspiración del
Antiguo Testamento. Cuando, después de Su resurrección, El
buscaba confirmar la fe de Sus discípulos, «comenzando desde
Moisés, y siguiendo por todos los profetas», se puso a explicarles en
todas las Escrituras lo referente a él.21 Pero se habían dado muchas
promesas, y se habían registrado muchas profecías, que parecían
haberse perdido en la oscuridad de la extinción nacional de Israel y
de la apostasía de Judá. El cumplimiento de ellas dependía del
Mesías; pero ahora el Mesías había sido rechazado, y Su pueblo
estaba a punto de ser entregado, y los gentiles podían ser admitidos
en la bendición. ¿Tenemos que llegar a la conclusión de que el
pasado ha sido borrado para siempre, y que los grandes propósitos de
Dios para la tierra han quedado frustrados debido al pecado del hombre? De la manera como los hombres juzgan la revelación en la
actualidad, el cristianismo se encoge hasta llegar a ser un mero «plan
de salvación» para individuos, y si se les deja con el evangelio de san
Juan y unas pocas de las epístolas se quedan satisfechos. ¡Cuán
diferente fue la actitud de la mente y el corazón mostrada por san
Pablo! Desde el punto de mira del apóstol, la crisis, que parecía una
catástrofe para todo lo que los profetas antiguos habían predicho
acerca de los propósitos divinos para la tierra, abría un propósito aún
más amplio y más glorioso, que incluiría el cumplimiento de todos
ellos; y extasiado en su contemplación, exclamó: «¡Oh profundidad
de las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán
inescrutables son sus juicios, e insondables sus caminos!»22
21. Le. 24:27.
22. Ro. 11:33
28
El verdadero estudio profético es una investigación de estos
inescrutables consejos, estas profundas riquezas de sabiduría y
conocimientos divinos. Bajo la luz que éste da, la Escritura ya no es
más una heterogénea compilación de libros religiosos, sino un todo
armonioso, del que no se podría omitir ninguna parte sin destruir la
plenitud de la revelación. Y aun así se desprecia su estudio en las
iglesias como careciendo de importancia práctica. Si las iglesias están
leudadas con escepticismo en este momento, su negligencia en el
estudio profético, en éste su aspecto más verdadero y amplio, ha
hecho más que todo el racionalismo alemán para promover el mal.
Los escépticos pueden vanagloriarse de poseer eruditos profesores y
doctores entre sus filas, pero podemos desafiarles a que nos nombren
a uno solo de ellos que haya dado pruebas de que conoce algo dé
estos más profundos misterios de la revelación.
El intento de detener la inundación en crecida del escepticismo es
vano. Lo cierto es que este movimiento es tan sólo una de las muchas
fases de intensa actividad mental que marcan esta edad. El reinado de
los credos ha pasado. Han pasado los días, para siempre, en los que
los hombres creían, sin suscitar dudas, lo que sus padres creían.
Roma, en alguna de las fases de su desarrollo, muestra un extraño
atractivo para las mentes de una cierta casta, y el racionalismo es
fascinante para no pocos; pero la ortodoxia en el sentido antiguo ha
muerto, y si algunos han de ser librados de estas tendencias, ello será
tan sólo por medio de una comprensión más profunda y más
completa de las Escrituras.
Estas páginas son tan solamente esfuerzo en este sentido; pero si son
útiles en alguna medida para promover el estudio de las Sagradas
Escrituras su principal propósito se habrá cumplido. El lector puede
así esperar hallar vindicada la exactitud de la Biblia en puntos que
parecen de valor insignificante. Cuando David llegó al trono de Israel
y fue a elegir a sus generales, nombró como jefes supremos a los
hombres que se habían distinguido por sus actos de valor. Entre los
tres más importantes había uno de ellos de quien el registro afirma
que defendió un pequeño terreno lleno de lentejas, y que rechazó y
derrotó a una tropa de filisteos.23
Para otros esto hubiera podido parecer poco más que un campo de
malas hierbas, e indigno de ser defendido, pero era muy precioso
para el israelita, como porción que era de la herencia dada por Dios,
y, además, el enemigo lo hubiera podido utilizar como base de
futuras incursiones desde la cual conquistar fortalezas. Así es con la
Biblia. Toda ella es de valor intrínseco si ciertamente es de Dios; y,
además, la afirmación objeto de ataque, y que puede parecer que
carece de importancia, puede mostrarse como un eslabón en la
cadena de verdad de la que dependemos para la vida eterna.
23. 2.° S. 23:11-12.
29
2
Daniel y su época
« DANIEL el profeta.» Nadie tiene un derecho más elevado
A este título, pues así es como el Mesías lo denominó. Y aún así es
indudable que el gran príncipe de la Cautividad no lo hubiera
pretendido. Isaías, Jeremías, Ezequiel, y el resto «hablaron siendo
inspirados por el Espíritu Santo»;1 pero Daniel no proclamó tales
«palabras inspiradas por Dios».2
Como el «discípulo amado» de los tiempos mesiánicos, él contempló
visiones, y registró lo que vio. La gran predicción de las Setenta
Semanas fue un mensaje que le fue entregado por un ángel, que habló
con él como un hombre habla con otro hombre. Un extraño a la
mesa3 y al vestido de un profeta, vivió en medio de todos los lujos y
de 1a pompa de una corte oriental. Después del rey, fue el hombre
más destacado del mayor imperio de la antigüedad; no fue hasta el
1. 2.a P. 1:21.
2. Mi creencia en el carácter divino del libro de Daniel aparecerá, espero yo, de manera
llana en estas páginas. La distinción que deseo subrayar aquí es entre profecías de hombres
que fueron inspirados a pronunciar y profecías como las de Daniel y S. Juan, que fueron
simplemente receptores de la revelación. Con ellos, la inspiración empezó al registrar por
escrito lo que habían recibido.
3. Citar Dn. 1:12 en oposición a esto involucra un evidente anacronismo. La
palabra «legumbre», además, se refiere generalmente a alimentos vegetales, e
incluiría platos tan sabrosos como aquel a causa de cual Esaú vendió su
primogenitura (cp. Gn. 25:34). Comer alimento y animales procedentes de la mesa
de los gentiles hubiera significado una violación de la ley; por ello Daniel y sus
compañeros se volvieron «vegetarianos».
final de una larga vida dedicada al servicio del Estado que recibió las
visiones registradas en los últimos capítulos de su libro.
Para comprender correctamente estas profecías, es esencial no perder
de vista los eventos principales de la historia política de aquellos
tiempos.
El verano de la gloria nacional de Israel demostró ser tan breve
como brillante. El pueblo nunca se inclinó de corazón al decreto
divino que, en la distribución de dignidades tribales, entregó el cetro
a la casa de Judá, mientras que pasó el derecho de primogenitura a la
casa de José;4 sus celos mutuos y sus feudos, aunque mantenidos a
raya por la influencia personal de David, y por el inmenso esplendor
del reino de Salomón, produjeron una disgregación de la nación
cuando la ascensión de Roboam. Al rebelarse contra Judá, los
israelitas también cometieron apostasía contra Dios; y al abandonar
la adoración a Jehová, cayeron en una idolatría abierta y flagrante.
Después de dos siglos y medio de una historia sin un rayo de luz en
toda su historia, pasaron a cautividad a Asiría;5 y cuando Daniel
nació ya había transcurrido un siglo desde la fecha de su extinción
nacional. Judá todavía retenía una independencia nominal, aunque,
de hecho, la nación había caído en un estado de vasallaje total. La
posición geográfica de su territorio la señalaba particularmente para
esta suerte. Extendiéndose a medio camino entre el Nilo y el
Éufrates, la soberanía sobre Judea iba a ser de manera inevitable la
prueba de la supremacía entre el viejo enemigo al sur de la frontera y
el imperio que el genio de Nabopolasar estaba suscitando en el norte.
El nacimiento del profeta cayó sobre la mitad del mismo año que
abrió la época del segundo Imperio Babilónico.6 Era todavía un
muchacho en la época de la fracasada invasión de Caldea por parte
del faraón Necao. En aquella lucha el buen rey Josías se puso del
4. «Judá llegó a ser el mayor sobre sus hermanos, y príncipe sobra ellos; mas el
derecho de primogenitura fue de José.» (1.° Cr. 5:2.)
5. La separación tuvo lugar en 975 a.C, la cautividad a Asiria e 721 a.C.
6. 625 a.C.
30
lado del rey de Babilonia, y no solamente perdió su vida sino que
comprometió aún más la suerte de su casa y la libertad de su país.7
Apenas había finalizado el luto público por Josías cuando el faraón,
en su retorno a su patria, apareció ante Jerusalén para reafirmar su
soberanía exigiendo un fuerte tributo sobre la tierra y decidiendo la
sucesión al trono. Joacaz, un hijo joven de Josías, había recibido la
corona a la muerte su padre, pero fue depuesto por el faraón en favor
de Eliaquim, que, indudablemente, cayó en favor del rey de Egipto
por las mismas cualidades que probablemente indujeran a su padre a
desheredarle. El faraón cambió su nombre por el de Joacim, y lo
estableció en el reino como vasallo de Egipto.8
El tercer año después de estos sucesos, Nabucodonosor, príncipe
Real de Babilonia,9 se puso en expedición de conquista, al mando de
los ejércitos de su padre; y entrando en Judea demandó la sumisión
del rey de Judá. Después de un sitio del que la historia no nos ofrece
ningún detalle, capturó la ciudad y se llevó al rey como prisionero de
guerra. Pero Joacim volvió a conseguir su libertad y su trono comprometiéndose con Babilonia en una alianza; y Nabucodonosor se fue
sin más despojos que una parte de los utensilios del Templo, que se
llevó a la casa de su dios, y no se llevó más cautivos que unos pocos
jóvenes de la simiente real de Judá, grupo al que Daniel pertenecía, y
que fueron seleccionados para adornar su corte como príncipes
vasallos.10
Tres años más tarde Joacim se rebeló; pero aunque su territorio fue
escenario de múltiples incursiones de «tropas de caldeos», cinco años
más tuvieron que transcurrir antes de que los ejércitos de Babilonia
asegurasen la conquista de Judea.11
7. 2.° R. 23:29; 2." Cr. 35:20.
8. 2.° R. 23:33-35; 2.° Cr. 36:3,4.
9. Beroso afirma que la expedición fue en tiempo de Nabopolasar (Josefo Contra
Apión, i, 19), y la cronología lo demuestra. Ver Apéndice I por lo que respecta a las
fechas de estos sucesos y su cronología.
10. 2.° R. 24:1; 2.° Cr. 36:6,7; Dn. 1:1,2.
11. 2.° R. 24:1, 2. Según Josefo (Antigüedades, x, 6,3). Nabucodonosor halló a
Joacim todavía en el trono durante su segunda invasión, y fue él el que lo hizo
ejecutar y puso a su hijo en el trono. Continúa diciendo que pronto el rey de
Joaquín, un joven de dieciocho años, que acababa de subir al trono,
se rindió en el acto con su familia y su corte,12 y de nuevo quedaba
Jerusalén a discreción de Nabucodonosor. En su primera invasión
mostró ser magnánimo y clemente, pero ahora no tenía solamente
que afirmar su supremacía, sino además castigar la rebelión. Así,
saqueó la ciudad despojándola de todo lo que hubiera de valor, y
«llevó en cautiverio a toda Jerusalén», no dejando tras si nada más
que «los pobres del pueblo de la tierra».13 Sedequías, tío de Joaquín,
fue dejado como rey o gobernador de la despoblada y despojada
ciudad, habiendo jurado por Jehová ser leal a su soberano. Esta fue
«la deportación del rey Joaquín», correspondiente con la era del profeta Ezequiel, quien estuvo entre los cautivos.14
La servidumbre a Babilonia había sido predicha con tanta antelación
como la época del rey Ezequías;15 y después del cumplimiento de la
profecía de Isaías a este respecto, se le encomendó a Jeremías un
mensaje divino de esperanza a los deportados, de que cuando se
cumplieran setenta años serían vueltos a su tierra.16
Pero mientras que los deportados recibían este aliento con
promesas de bien, el rey Sedequías y el «resto de Jerusalén que
quedó en esta tierra» fueron advertidos de que la resistencia al
decreto divino que les sujetaba al yugo de Babilonia les conllevaría
unos juicios mucho más terribles que los que habían conocido.
Nabucodonosor volvería «para exterminarlos», y hacer de toda la
tierra «horror y calamidad».17 No obstante, surgieron falsos profetas
Babilonia empezó a sospechar de la fidelidad de Joaquín, y volvió de nuevo a
destronarle, y puso a Sedequías en el trono. Estas afirmaciones, aunque no son
inconsistentes con 2° Reyes 24 de una manera total, se ven bastante improbables al
comparar ambos registros. Esta posición es la adoptada por el Canónigo Rawlinson
en Five Great Monarchies (vol. iii, p. 491), pero el doctor Pusey se adhiere a la
narración de las Escrituras {Daniel, p. 403).
12. 2° R. 24:12.
13. 2° R. 24:14.
14. Ez. 1:2.
15. 2° R. 20:17.
16. Jer. 29:10
17. Jer. 24:8-10; 25:3-8.
31
para alimentar la vanidad nacional prediciendo una pronto
recuperación de su independencia,18 y a pesar de las advertencias
solemnes y repetidas y las recomendaciones de Jeremías, el débil y
malvado rey fue engañado por el testimonio de ellos, y habiendo
recibido una promesa de apoyo militar de Egipto,19 se rebeló
abiertamente.
A causa de ello, los ejércitos caldeos volvieron a sitiar Jerusalén.
Los sucesos parecieron al principio justificar la conducta de
Sedequías, porque las fuerzas egipcias se apresuraron a asistirle, y los
babilonios se vieron obligados a levantar el sitio y a retirarse de
Judea.20 Pero este triunfo momentáneo de los judíos sirvió solamente
para exasperar al rey de Babilonia, y para hacer la suerte de ellos aún
más terrible cuando al final cayeron en sus manos. Nabucodonosor
determinó infringir un escarmiento señalado a la ciudad y a la gente
rebelde; y poniéndose al frente de todas las fuerzas de su imperio,21
invadió Judea una vez más y puso sitio a la Santa Ciudad.
Los judíos resistieron con fanatismo ciego como el que solo las falsas
esperanzas inspiran; y es una prueba clara de la inexpugnabilidad de
la antigua Jerusalén el que mantuvieron al enemigo a raya durante
dieciocho meses,22 y que al final sucumbieron al hambre, y no a la
fuerza. La ciudad fue así entregada al fuego y a la espada.
Nabucodonosor «mató a espada a sus jóvenes en la casa de su
santuario, sin perdonar joven ni doncella, anciano ni decrépito; todos
los entregó en sus manos. Asimismo todos los utensilios de las casas
de Dios, grandes y chicos, los tesoros de la casa de Jehová, y los
tesoros de la casa del rey y de sus príncipes, todo lo llevo a
Babilonia. Y quemaron la casa de Dios, y rompieron el muro de
Jerusalén y consumieron a fuego todos sus palacios, y destruyeron
todos sus objetos deseables.
18.
19.
20.
21.
22.
Jer. 28:1-4.
Ez. 17:15.
Jer. 37:1,5, 11.
2° R. 25:1; cp., Jera. 34:1.
2° R. 25:1-3.
Los que escaparon de la espada fueron llevados cautivos a Babilonia,
donde fueron esclavos de él y de sus hijos, hasta que vino el reino de
los persas; para que se cumpliese la palabra de Jehová por boca de
Jeremías.»23
Así como Él había sobrellevado a sus padres durante cuarenta años
en el desierto, así durante cuarenta años aplazó su juicio definitivo,
«porque Él tenía misericordia de su pueblo y del lugar de su
morada».24 Durante cuarenta años no había callado la voz del profeta
en Jerusalén; «mas ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y
menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que
subió la ira de Jehová contra Su pueblo, y no hubo ya remedio».25
Tal es la descripción del cronista sagrado de la primera destrucción
de Jerusalén, rivalizada en tiempos posteriores por los horrores de
aquel evento bajo cuyos efectos aún yace postrada, 26 y destinado a
ser todavía sobrepasado en magnitud en días todavía futuros, cuando
se cumplirán las predicciones de la suprema catástrofe de Judá.27
23. 2° Cr. 36:17-21.
24. 2° Cr. 36:15.
25. 2° Cr. 36:16. Este período es, indudablemente, el de los cuarenta años del
pecado de Judá, especificado en Ezequiel 4:6. Jeremías profetizó desde el año
decimotercero de Josías (627 a.C.) hasta la caída de Jerusalén en el año undécimo
de Sedequías (587 a.C). Ver Jer. 1:3 w 25:3.
Los 390 años del pecado de Israel, según Ezequiel 4:5, parecen haber sido contados
desde la fecha del pacto de bendición a las diez tribus, hechos por el profeta Ahítas
con Jeroboam, por lo que parece el segundo año antes de la división (esto es, 977
a.C, 1° R. 11:29-39).
26. Recordemos que el autor estaba escribiendo por el año 1882.
27. Los horrores del sitio y de la captura de Jerusalén por Tito sobrepasan todo lo
que la historia recuerda de eventos similares. Josefo, que fue él mismo testigo de
ellos, los narra en todo su terrible detalle. Su estimación del número de judíos que
perecieron en Jerusalén es de 1.100.000. «La sangre se enfría, y el corazón se
enferma, ante estos horrores sin ejemplo; y nos refugiamos en la esperanza de que
hayan sido exagerados por el historiador.» «Podría parecer que Jerusalén es un
lugar sobre el que cae una maldición peculiar; probablemente haya sido testigo de
más miserias humanas que cualquier otro lugar sobre la tierra.» Milman, History of
the Jews.
32
3
El sueño del rey y las visiones del profeta
No obstante, el segundo capítulo es de gran importancia, al dar la
base de las últimas visiones.2
En un sueño, el rey Nabucodonosor vio una gran estatua, cuya
cabeza era de oro, su pecho y sus brazos de plata, su vientre y caderas
de bronce, sus piernas de hierro, y sus pies en parte de hierro y en
parte de barro cocido. Después, una piedra, sin intervención de mano,
golpeó a la estatua en sus pies, y cayó y quedó hecha polvo, y la
piedra fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra.3
La interpretación se da en estas palabras:
Tú, oh rey, eres rey de reyes; porque el Dios del cielo te ha dado
reino, poder, fuerza y majestad. Y dondequiera que habitan hijos de
hombres, bestias del campo y aves del cielo, él los ha entregado en tu
mano, y te ha dado el dominio sobre todo, tú eres aquella cabeza de
oro. Y después de ti se levantará otro reino inferior al tuyo; y luego
un tercer reino de bronce, el cual dominará sobre toda la tierra.
Habrá un cuarto reino fuerte como hierro, semejante al hierro que
2. El siguiente análisis del Libro de Daniel puede ser de ayuda para su estudio:
LA DISTINCIÓN entre las porciones hebreas y caldeas de los escritos
de Daniel1 permite una división natural, la importancia de la cual
aparecerá evidente ante una cuidadosa consideración del todo. Pero
por lo que respecta al propósito de la presente investigación, el libro
queda dividido, de manera más conveniente, entre los seis primeros
capítulos y los últimos, constituyendo la primera sección una porción
principalmente histórica y didáctica, y recogiendo la última el
registro de las cuatro grandes visiones concedidas al profeta en sus
años finales. Aquí nos ocupamos de manera especial de esas visiones.
La narración de los capítulos, tercero, cuatro, quinto y sexto queda
fuera del propósito de estas páginas, al no tener relación directa con
la profecía.
1. «La sección caldea de Daniel comienza en el cuarto versículo del segundo
capítulo, y continúa hasta el final del séptimo capítulo» Tregelles, Daniel, p. 8.
Capítulo 1. La captura de Jerusalén. La cautividad de Daniel y de sus tres
compañeros, y la suerte de ellos en Babilonia (año 606 a.C.).
Capítulo 2. El sueño de Nabucodonosor de UNA GRAN ESTATUA años 603602 a.C).
Capítulo 3. La estatua de oro erigida por Nabucodonosor para ser objeto de
adoración por parte de todos sus súbditos. Los tres compañeros de Daniel son
arrojados al horno de fuego.
Capítulo 4. El sueño de Nabucodonosor acerca de su propia locura, y su
interpretación por parte de Daniel. Su cumplimiento.
Capítulo 5. La fiesta de Belsasar. Babilonia tomada por Darío el Medo (538 a.C).
Capítulo 6. Daniel es promovido por Darío; rehúsa adorarle, y es arrojado a un
foso de leones. Su liberación y consiguiente prosperidad (¿? 537 a.C).
Capítulo 7. La visión de Daniel de LAS CUATRO BESTIAS (¿? 541 a.C).
Capítulo 8. La visión de Daniel de EL CARNERO Y EL MACHO CABRIO
(¿?539 a.C).
Capítulo 9. La oración de Daniel: La profecía de LAS SETENTA SEMANAS
(538 a.C).
Capítulos 10-12. ULTIMA VISION de Daniel (534 a.C).
Capítulos 10-12. ULTIMA VISION de Daniel (534 a.C)
3. La dificultad relacionada con la fecha de esta visión (el segundo año de
Nabucodonosor) se considera en el Apéndice I.
33
rompe y desmenuza todas las cosas; como el hierro que todo lo hace
pedazos, así él lo quebrantará todo. Y lo que viste a los pies y los
dedos, en parte de barro cocido de alfarero y en parte de hierro, será
un reino dividido; mas habrá en él algo de la fuerza de hierro, así
como viste hierro mezclado con barro cocido. Y por ser los dedos de
los pies en parte de hierro y en parte de barro cocido, el reino será
en parte fuerte, y en parte frágil. Así como viste el hierro mezclado
con barro, se mezclarán por medio de alianzas humanas; pero no se
unirán el uno al otro, como el hierro no se mezcla con el barro. Y en
los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no
será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo;
desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá
para siempre, de la manera que viste que del monte fue cortada una
piedra, sin intervención de manos humanas, la cual desmenuzó el
hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro. El gran Dios ha
mostrado al rey lo que ha de acontecer en lo por venir; el sueño es
verdadero, y fiel su interpretación.4
La profetizada soberanía de Judá pasaba mucho más allá de una mera
supremacía entre las tribus de Israel. Era un Cetro imperial que
estaba confiado al Hijo de David. «Yo también le nombraré mi
primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra.»5 «Todos los
reyes se postrarán delante de él; todas las naciones le servirán.»6
Tales eran las promesas que heredó Salomón; y la breve gloria de su
reinado dio prueba cabal de la plenitud con que se hubieran
realizado,7 si no hubiera ido tras de necedades, y no hubiera
cambiado por placeres sensuales presentes las perspectivas más
espléndidas que jamás se abrieron ante el hombre mortal. El sueño de
Nabucodonosor de la gran estatua, y la visión de Daniel dando la
interpretación de esta imagen, constituían una revelación divina de
que el cetro había sido arrebatado a la casa de David, y que había
4. Dn. 2:37-45
5. Sal. 89:27
6. Sal. 72:11
7. 2° Cr. 9:22-28
pasado a manos de gentiles, para permanecer en ellas hasta el día en
que «el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás
destruido»8
Es innecesario discutir aquí detalladamente las secciones más tempranas de esta profecía. De hecho, no hay controversia alguna con
respecto a su carácter y extensión generales; y si se mantiene en la
mente la distinción entre las cosas que son dudadas y las cosas que
son dudosas, no es preciso que exista ninguna controversia con
respecto a la identificación de los reinos allí descritos con Babilonia,
Persia, Grecia y Roma. Que el primero fuera el reino de Nabucodonosor queda definitivamente afirmado,9 y una visión posterior
nombra con la misma claridad al imperio medo-persa y al imperio de
Alejandro como imperios distintos dentro del campo de la profecía.10
Por tanto, el cuarto imperio tiene que ser necesariamente Roma. Pero
es suficiente enfatizar aquí el hecho, revelado en los términos más
claros a Daniel en su exilio, y a Jeremías en medio de las aflicciones
de Jerusalén, que así la soberanía de la tierra, a cuyo título había
perdido Judá todo derecho, había sido solemnemente encomendada a
los gentiles.11
8. Dn. 2:44
9. Dn. 2:37- 38.
10. Dn. 8:20- 21.
11. Cp. Dn. 2:38, y Jer. 27:6, 7. La afirmación de Gn. 49:10 puede parecer chocar con
esto a primera vista: «No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus
pies, hasta que venga Siloh.» Pero, como lo demuestran los sucesos, esto no puede
significar que se tuviese que ejercer el poder real por la casa de Judá hasta la venida de
Cristo. Hengstenberg lo ha interpretado de una manera correcta (Christology, traducción
de Arnold, n.° 78): «Judá no dejará de existir como tribu, ni perderá su superioridad,
hasta que sea exaltada a un honor más elevado y mayor gloria por el gran Redentor,
que surgirá de ella, y a quien no solamente los judíos, sino además, todas las naciones
obedecerán.» Como él señala, «no es infrecuente que hasta signifique hasta entonces y
después». (Ver. ex. gr. Gn. 28:15.) Por lo tanto, el significado de la profecía no es
que Judá tuviera que ejercer poder real hasta Cristo, y entonces perderlo, que es la
coja e insatisfactoria glosa frecuentemente adoptada; sino que la preeminencia de Judá
ha de ser irrevocablemente establecida en Cristo —no espiritualmente, sino de hecho,
en el reino acerca del cual Daniel profetiza.
34
Las únicas cuestiones que se suscitan se refieren, primero al carácter
de la catástrofe final simbolizada por la caída y la destrucción de la
imagen, y segundo al tiempo de su cumplimiento; y todas las dificultades que aquí se han suscitado no se refieren al lenguaje de la
profecía, sino que tan solamente dependen de las preconcepciones de
los intérpretes. Ningún cristiano duda que «la piedra cortada sin
intervención de manos humanas» es un tipo ya de Cristo mismo o de
Su reino. Es igualmente claro que la catástrofe debía ocurrir cuando
el imperio quedase dividido, y fuera «en parte fuerte, y en parte
frágil». Por lo tanto, su cumplimiento no podía tener lugar en el
tiempo de la primera venida. No es menos claro que su cumplimiento
tenía que ser por medio de una crisis repentina, que sería seguida por
el establecimiento de «un reino que no será jamás destruido». Por
ello, se trata de eventos aún por venir. Aquí estamos tratando, no de
teorías proféticas, sino del significado de las palabras; y lo que la
profecía nos predice no es el surgimiento y expansión de un «reino
espiritual» en medio de los reinos terrenos, sino el establecimiento de
un reino que «desmenuzará y consumirá a todos estos reinos».12
La interpretación del sueño real elevó de golpe al exiliadlo cautivo
al puesto de Gran Visir de Babilonia,13 posición de confianza y de
honor que probablemente poseyó hasta que fuera destituido o él
mismo se retirara del cargo bajo uno u otro de los dos últimos reyes
que sucedieron a Nabucodonosor en el trono. La escena de la noche
fatal de la fiesta de Belsasar sugiere que había estado retirado durante
tanto tiempo, que el joven rey-regente no sabía nada de su fama.14
Pero a pesar de ello, su fama era tan grande entre los hombres de más
edad, que a pesar de su edad avanzada, fue de nuevo llamado a
ocupar el cargo más elevado por Darío, cuando el rey medo se hizo el
dueño de la ciudad amurallada.15
Pero fuera que él estuviera en prosperidad o en retiro, Era fiel al
Dios de sus padres. Los años en que transcurrió su niñez en Jerusalén, aunque políticamente oscuros y angustiosos, constituyeron el
período del mayor avivamiento espiritual que su nación hubiera
nunca disfrutado, y él había llevado consigo a la corte de Nabucodonosor una fe y una piedad que se mantuvo frente a todas las influencias adversas que abundan en tal escena.16
El Daniel del segundo capítulo era un hombre joven que recién
entraba en el ejercicio de un cargo de extraordinaria dignidad y
poder, tal como pocas personas lo hayan conocido. El Daniel del
capítulo séptimo era un santo envejecido, que, habiendo pasado
incólume por la prueba, poseía todavía un corazón tan devoto hacia
Dios y hacia Su pueblo como cuando, unos sesenta años antes, había
entrado por las puertas de las anchas murallas de la ciudad, cautivo,
extranjero y sin amigos. La fecha de la primera visión fue alrededor
del tiempo de la revuelta de Joacim, cuando su ingobernable orgullo
de raza y de credo impulsaba aún a los judíos a soñar con la independencia. Hacia el tiempo de la última visión habían transcurrido más
de cuarenta años desde que Jerusalén había sido asolada, y que el
último rey de la casa de David hubiera entrado por las puertas de
bronce de Babilonia cargado de cadenas. Aquí de nuevo aparecen
con claridad los principales trazos de la profecía. Así como los cuatro
imperios que fueron destinados a ejercer sucesivamente poder soberano durante «los tiempos de los gentiles» están representados en el
15. Dn. 6:1, 2. Daniel no puede haber tenido menos de ochenta años por esta
12. Creer que tal profecía puede llegar a realizarse puede denotar lunatismo y necedad,
pero, por lo menos, aceptemos el lenguaje de las Escrituras, y no caigamos en la
absurda ceguera de esperar el cumplimento de teorías basadas en lo que los
hombres conjeturan que los que los profetas hubieran debido predecir.
13. Dn. 2:48.
14. Ello se deduce de la manera de hablar de la reina madre, Dn. 'i: 10-12. Pero el
capítulo 8:27 muestra que incluso entonces Daniel mantenía algún cargo en la
corte.
época. Ver tabla cronológica, Apéndice I.
16. Es improbable que Daniel tuviera menos de veintiún años de edad cuando fue
puesto a la cabeza del imperio al segundo año de Nabucodonosor. La edad hasta la
que vivió hace también improbable que fuera de más edad. Así, la fecha de su
nacimiento caería, como se ha sugerido antes, alrededor del 625 a.C, durante el
tiempo de Nabopolasar, teniendo lugar unos tres años después la pascua de Josías,
que fue como ninguna otra había tenido lugar desde los tiempos de Samuel en todo
Israel (2.° Cr. 35:18-19).
35
sueño de Nabucodonosor por las cuatro secciones de la gran estatua,
quedan en esta visión tipificados por cuatro animales salvajes.
A continuación citamos la visión relatada en Daniel 7: 2-14:
Daniel comenzó su relato diciendo:
Miraba yo en mi visión de noche, y he aquí que los cuatro vientos
del cielo irrumpieron en el gran mar. Y cuatro bestias grandes,
diferentes la una de la otra, salieron del mar. La primera era como
un león, y tenía alas de águila. Mientras yo la miraba le fueron
arrancadas las alas, fue levantada del suelo y se puso erguida sobre
sus patas a manera de hombre, y le fue dado un corazón de hombre.
A continuación, otra segunda bestia, semejante a un oso, la cual se
alzaba de un costado más que del otro, y tenía en su boca tres
costillas entre los dientes; y le fue dicho así: levántate, devora mucha
carne.
Después de esto, yo seguía mirando y vi otra, semejante a un
leopardo, con cuatro alas de ave en sus espaldas; esta bestia tenía
cuatro cabezas; y le fue dado poder. Después de esto seguí mirando
en las visiones de la noche, y he aquí una cuarta bestia, espantosa y
terrible y en gran manera fuerte, la cual tenía unos dientes grandes
de hierro; devoraba y desmenuzaba, y lo sobrante lo pisoteaba con
sus patas, y era muy diferente de todas las bestias que vi antes de
ella, y tenía diez cuernos. Mientras yo contemplaba los cuernos, he
aquí que otro cuerno pequeño salió de entre ellos, y delante de él
fueron arrancados tres cuernos de los primeros; y he aquí que este
cuerno tenía ojos como de hombre, y una boca que hablaba con gran
arrogancia. Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se
sentó un Anciano de muchos días, cuyo vestido era blanco como la
nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono, llama de
fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. Un río de fuego
procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y
miríadas de miríadas asistían delante de él; el Juez se sentó, y los
libros fueron abiertos. Yo entonces miré atraído por el sonido de las
grandes palabras que hablaba el cuerno; estuve mirando hasta que
mataron a la bestia, y su cuerpo fue destrozado y arrojado al fuego
para que se quemase. Habían también quitado a las otras bestias su
dominio, pero les había sido prolongada la vida hasta cierto tiempo.
Seguía yo mirando en la visión de la noche, y he aquí con las nubes
del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el
Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado
dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y
lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca
pasará, y su reino, un reino que no será destruido jamás.
Los diez dedos de los pies de la imagen en el segundo capítulo tienen
correlación con los diez cuernos de la cuarta bestia del séptimo
capítulo. El carácter y la carrera del cuatro imperio son el asunto
prominente en esta otra versión, pero ambas profecías son igualmente
explícitas acerca de que aquel imperio, en su última y definitiva fase,
terminará de una manera repentina y señalada por una manifestación
de poder divino sobre la tierra.
Los detalles de la visión, aunque son interesantes e importantes,
pueden aquí ser pasados por alto, porque la interpretación que
reciben es tan sencilla y tan definitiva que las palabras no pueden
dejar lugar a ninguna duda para una mente sin prejuicios. «Estas
cuatro grandes bestias son cuatro reyes (reinos; cp. con el v. 23), que
se levantarán en la tierra. Después recibirán el reino los santos del
Altísimo, y poseerán el reino eternamente, por eternidad de
eternidades.» I7
El profeta procede a continuación a recapitular la visión, y su manera
de hablar ofrece una respuesta explícita a la única cuestión que pueda
suscitarse de una manera razonable acerca de las palabras que se
acaban de citar; o sea, si el «reino de los santos» seguirá de manera
inmediata a la finalización del cuarto imperio gentil.18
17. Vv. 17, 18.
18. Ciertos autores abogan por una interpretación de estas visiones que distribuye
los «cuatro reinos» entre Babilonia, Media, Persia, y Grecia. Este punto de vista,
con el que se identifica el profesor Westcott, reclama atención aunque sólo sea para
distinguirlo de otro con el que ha sido confundido, incluso en una obra de tantas
pretensiones como la del The Speaker's Commentary(vol. VI, p. 333, Excursus on
the Four Kingdoms). El erudito autor de Ordo Saeculorum (n.° 616, etc.), citando a
Maitland, que a su vez sigue a Lacunza (Ben Ezra), argumenta que la ascensión de
Darío el Medo al trono de Babilonia no implicó un cambio de imperio. (sigue pie)
36
Luego, tuve deseo de saber la verdad acerca de la cuarta bestia,
que era tan diferente de todas las otras, espantosa en gran manera,
que tenía dientes de hierro y uñas de bronce, que devoraba y
desmenuzaba, y pisoteaba con sus patas lo sobrante; asimismo
acerca de los diez cuernos que tenía en su cabeza, y del otro que le
había salido, delante del cual habían caído tres; el mismo cuerno
que tenía ojos, y boca que hablaba con gran arrogancia, y cuya
apariencia era mayor que la de los otros. Y veía yo también que este
cuerno hacía guerra contra los santos, y los vencía, hasta que vino el
Anciano de muchos días, y se dio el juicio a los santos del Altísimo; y
llegó el tiempo en que los santos recibieron en posesión el reino (Dn.
7:19-22).
Tal era el interrogante del profeta. Y aquí tenemos la Interpretación
que se le dio como respuesta:
La cuarta bestia será un cuarto reino en la tierra, el cual será
diferente de todos los otros reinos; devorará toda la tierra, la
pisoteará y la triturará. Y los diez cuernos significan que de aquel
reino se levantarán diez reyes; y tras ellos se levantará otro, el cual
será diferente de los primeros, y derribará a tres reyes. Y hablará
palabras contra el Altísimo, y tratará duramente a los santos del Altísimo, y pretenderá cambiar los tiempos y la ley; y serán entregados
en su mano hasta un tiempo, y tiempos, y medio tiempo. Pero se
sentarán los jueces, y le será quitado su dominio para que sea
destruido y arruinado totalmente, y que el reino, y el dominio y la
majestad de los reinos debajo de todos los cielos sean dados al
pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es un reino eterno, y
todos los imperios le servirán y obedecerán (Dt. 7:23-27).19
…Viene 18.
Estos autores argumentan, además, que la descripción del tercer reino se parece
más a Roma que a Grecia. Según este punto de vista, por ello, los reinos son, el 1.°
Babilonia, incluyendo Persia, el 2.° Grecia, el 3.° Roma, el 4.° un reino futuro que
ha de surgir en los últimos tiempos. Pero como ya se ha señalado (p. 74), el libro de
Daniel distingue claramente a Babilonia, Media-Persia, y Grecia como «reinos»
dentro del campo profético.
19. Acerca de esta visión, ver Pusey, Daniel, pp. 78, 79.
El que la historia registre algún evento que pueda quedar dentro del
campo de esta profecía es asunto de opiniones. Que no ha sido aún
cumplida es un hecho evidente.20 La tierra romana quedará un día
distribuida entre diez reinos separados, y de uno de éstos surgirá el
terrible enemigo de Dios y de Su pueblo, cuya destrucción será uno
de los eventos de la segunda venida de Cristo.
20. Se ha apelado al estado de Europa durante o después de la división del
Imperio Romano como su cumplimiento, ignorando el hecho de que el territorio
que Augusto gobernó incluía una considerable sección de África y de Asia. Y esto
no es todo. No existen presunciones en contra de hallar en el pasado un
cumplimiento parcial de tal profecía, pero el hecho de que se han preparado
veintiocho diferentes listas, incluyendo sesenta y cinco «reinos», en esta
controversia, constituye una prueba de cuan poco valor posee la evidencia de que
haya habido aún un cumplimiento. La verdad es que la escuela histórica de
interpretación ha hecho caer el descrédito sobre todo su sistema, a pesar de
contener tantas cosas que reclaman atención (ver Apéndice II, nota C).
37
4
La visión junto al rio Ulay
«Los TIEMPOS de los gentiles»; así es como Cristo mismo describió
la era de la supremacía gentil. Los hombres han llegado a considerar
la tierra como el propio dominio de ello, y se ofenden con el pensamiento de que Dios intervenga en sus asuntos. Pero a pesar de que
parezca que los monarcas deben sus tronos a derechos dinásticos, a la
espada, o a la urna electoral —y en su capacidad individual sus
derechos sólo pueden descansar sobre éstos— el poder que esgrimen
es delegado divinamente, porque «el Altísimo tiene el dominio sobre
la realeza de los hombres, y ….la da a quien él quiere».1 En el
ejercicio de esta elevada prerrogativa Dios volvió a tomar el cetro
que había confiado a la casa de David, y lo puso en manos gentiles; y
la historia de este cetro durante todo este período, desde aquella
época hasta la finalización de los tiempos de los gentiles, es el sujeto
de las primeras visiones del profeta.
La visión del capítulo 8 de Daniel tiene un campo más restringido.
Trata solamente de los dos reinos que estaban representados en la
sección central, o sea brazos y tronco, de la imagen del segundo
capítulo. El Imperio Medo-Persa, y la relativa superioridad de la
1. Dn. 4:25.
nación más joven, quedan representados en la visión del carnero de
dos cuernos, uno de los cuales era más alto, aunque el último en
crecer. Y el surgimiento del Imperio Griego bajo Alejandro, seguido
por su división entre sus cuatro sucesores, queda tipificado por un
macho cabrío con un solo cuerno entre sus ojos, cuerno este que se
quebró, dando lugar a cuatro cuernos que surgieron en su lugar. De
uno de estos cuernos surgió un cuerno pequeño, representando a un
rey que se haría infame como blasfemo de Dios y perseguidor de Su
pueblo.
Que el curso de Antíoco Epífanes estuvo de una manera especial
dentro del campo y del significado de esta profecía es algo indiscutido. Que su cumplimiento definitivo pertenezca a un tiempo futuro
es cosa que, aunque no está generalmente admitida, está lo suficientemente clara. La prueba es doble. Primero, no puede por menos que
reconocerse que sus detalles más notables permanecen completamente sin cumplir.2 Y, segundo, se afirma expresamente aquí que los
sucesos han de tener lugar «al fin de la ira»,3 que es «la gran tribulación» de los ú l t i m os días,4 «tiempo de angustia» que debe
preceder inmediatamente a la completa liberación de Judá.5
Es necesario recargar más el especial asunto de estas páginas con
más consideraciones de este tipo. Por ahora, la investigación que nos
concierne, la visión del carnero y del macho cabrío es importante
principalmente como explicación de las visiones que la preceden. Lo
que sigue es la visión del capítulo 8:
Miré durante la visión y me vi yo en Susa, que es la plaza fuerte de la
provincia de Elam; vi, pues, en visión que me hallaba junto al río
Ulay. Alcé los ojos y miré, y vi un carnero que estaba delante del
2. Me refiero a los 2.300 días del versículo 14, y a la afirmación del versículo 25,
«y se levantará contra el Príncipe de los príncipes, pero será quebrantado, aunque
no por mano humana».
3. Dn. 8:19.
4. Mt. 24:21.
5. «Y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta
entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo» (esto es, los judíos, Dn.
12:1, RV. 1960).
38
río; tenía dos cuernos, y aunque ambos cuernos eran altos, uno era
más alto que el otro, aunque el más alto había empezado a crecer
después del otro. Vi que el carnero acometía con los cuernos contra
el poniente, el norte y el sur, y que ninguna bestia podía resistirle, ni
había quien escapase de su poder, y hacía conforme a su voluntad, y
se engrandecía. Mientras yo consideraba esto, he aquí que un macho
cabrío venía del lado del poniente sobre la superficie de toda la
tierra, pero sin tocar el suelo; y aquel macho cabrío tenía un cuerno
bien visible entre sus ojos, y vino hasta el carnero de dos cuernos,
que yo había visto de pie delante del río, y corrió contra él con la
furia de su fuerza. Y lo vi que alcanzaba al carnero, y se levantó
contra él y le acometió, quebrándole sus dos cuernos, y el carnero no
tenía fuerza para resistirle; lo derribó, por tanto, en tierra, y lo pisoteó, y no hubo quien librase al carnero de su poder. Y el macho
cabrío se engrandeció en gran manera; pero estando en su mayor
fuerza, aquel gran cuerno fue quebrado, y en su lugar le salieron
otros cuatro cuernos bien visibles hacia los cuatro vientos del cielo.
Y de uno de ellos salió un cuerno pequeño, que creció mucho hacia
el sur y el oriente, y hacia la tierra gloriosa. Y se engrandeció hasta
el ejército del cielo; y parte del ejército y de las estrellas echó por
tierra, y las pisoteó. Aun contra el príncipe de los ejércitos se irguió
y por él le fue quitado el continuo sacrificio, y el lugar de su santuario fue echado por tierra. Y a causa de la iniquidad le fue entregado junto con el continuo sacrificio; y echó por tierra la verdad, e
hizo cuanto quiso, y le acompañó el éxito. Entonces oí a un santo que
hablaba; y otro de los santos preguntó a aquel que hablaba: ¿Hasta
cuándo durará la visión del continuo sacrificio abolido, y la iniquidad asoladora puesta allí, y del santuario y el ejército pisoteados? Y
él dijo: Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado. Y aconteció que mientras yo, Daniel, contemplaba la visión y procuraba comprenderla, he aquí que se puso delante de mí uno con apariencia de hombre. Y oí una voz de hombre
entre las riberas del río Ulay, que gritó y dijo: Gabriel, explícale a
éste la visión. Vino luego cerca de donde yo estaba; al acercarse, me
sobrecogí y me postré sobre mi rostro. Pero él me dijo: Presta atención, hijo de hombre, porque la visión es para el tiempo del fin.
Mientras hablaba conmigo, perdí el conocimiento y caí en tierra
sobre mi rostro. El me tocó, y me hizo estar en pie. Y dijo: He aquí,
voy a enseñarte lo que ha de venir al fin de la ira; porque el fin está
fijado. En cuanto al carnero que viste, que tenía dos cuernos, éstos
son los reyes de Media y de Persia. El macho cabrío es el rey de
Grecia, y el cuerno grande que tenía entre sus ojos es el primer rey.
Y en cuanto al cuerno que fue quebrado, y sucedieron cuatro en su
lugar, significa que se levantarán de esa nación cuatro reinos,
aunque no con la fuerza de él. Y al fin del reinado de éstos, cuando
las transgresiones lleguen a su colmo, se levantará un rey altivo de
rostro y experto en intrigas. Y su poder se fortalecerá, mas no con
fuerza propia; y causará grandes ruinas, y se alcanzará éxitos en sus
empresas, y destruirá a los fuertes y al pueblo de los santos. Con su
sagacidad hará prosperar la intriga en su mano; y se ensoberbecerá
en su corazón, y destruirá a muchos por sorpresa, y se levantará
contra el Príncipe de los príncipes, pero será quebrantado, aunque
no por mano humana. La visión de las tardes y mañanas que se ha
referido es verdadera; y tú guarda la visión, porque es para días
lejanos (Dn. 8:2-26).
Un punto de contraste con la profecía del cuarto reino gentil demanda
un reconocimiento muy enfático. La visión del reino de Alejandro,
seguido por la división de su imperio en cuatro, sugiere una rápida
secuencia de eventos, y la historia de los treinta y tres años que transcurrieron entre las batallas de Issos y de Ipsos6 comprenden el total
cumplimiento de la profecía, pero el surgimiento de diez cuernos
sobre la cuarta bestia en la visión del séptimo capítulo parece tener
6. Fue la batalla de Issos el año 333 a.C, no la victoria de Granico el año anterior,
lo que hizo de Alejandro el dueño de Palestina. La batalla definitiva, que marcó el
fin del imperio Persa, fue la de Arbela el año 331 a.C. Alejandro murió el 323 a.C,
y la distribución definitiva de sus territorios fue entre sus cuatro generales principales, seguida de la batalla de Ipsos el 301 a.C. En esta partición, la parte de
Seleuco incluyó a Siria («el rey del norte»), y Ptolomeo retuvo la Tierra Santa con
Egipto («el rey del sur»); pero más tarde Palestina fue conquistada y mantenida por
los seléucidas. Casandro obtuvo Macedonia y Grecia, y Lisímaco se quedó con
Tracia, partes de Bitinia, y los territorios entre ésta y los de Menandro.
39
lugar en un período tan breve como el del surgimiento de los cuatro
cuernos sobre el macho cabrío en el capítulo octavo; mientras que es
evidente en las páginas de la Historia que esta división del imperio
romano no ha tenido todavía lugar. Se pueden dar fechas definidas al
surgimiento de los tres primeros reinos de la profecía; y si se asigna
la fecha de la batalla de Accio como la del principio de la época del
monstruo híbrido que llenaba las escenas finales de la visión del
profeta —y no se le puede asignar ninguna fecha más tardía— se
sigue de ello que, al interpretar la profecía, podemos eliminar la
historia del mundo desde la época de Augusto hasta la actualidad, sin
perder la secuencia de la visión.7 O, en otras palabras, la percepción
del profeta hacia el futuro pasó completamente por alto estos
diecinueve siglos de nuestra Era. Así como los picos de montañas se
ven juntos en el horizonte, pareciendo casi tocarse, aunque un gran
valle de ríos, campos y colinas puede extenderse entre ellas, así se
presentaron ante la visión del profeta estos eventos de épocas ya en el
pasado remoto, y de tiempos todavía futuros.
Y con el Nuevo Testamento en nuestras manos, traicionaría la
realidad de una extraña y voluntaria ignorancia si pusiéramos en duda
el deliberado designio que ha dejado este largo intervalo de nuestra
era cristiana como un espacio en blanco en las profecías de Daniel.
La revelación más lícita del capítulo 9 cuenta los años antes de la
primera venida del Mesías. Pero si estos diecinueve siglos hubieran
sido añadidos a la cronología del período. ¿Cómo hubiera podido el
haber tomado el testimonio del próximo cumplimiento de estas
mismas profecías, y haber proclamado que el reino se había
acercado?8 Aquel que conoce todos los corazones, conocía bien este
asunto; pero es impío pensar que la proclamación no era genuina en
el sentido más estricto y verdadero; y hubiera sido engañosa e
incierta si la profecía hubiera predicho un largo intervalo de rechazo
7. La misma observación se aplica a la visión del segundo capítulo, el surgimiento
del imperio Romano, su futura división, y su condenación final, que se presentan
como una sola figura.
8. Esto es, el reino tal como Daniel lo había profetizado. Acerca de esto, ver
Pusey, Daniel, p. 84.
de Israel antes de que pudiera llevarse a cabo lo prometido.
Es por ello que las dos venidas de Cristo parecen estar tan juntas
en las Escrituras. Las corrientes superficiales de la responsabilidad y
culpabilidad humanas no quedan afectadas por la presciencia y
soberanía inmutables y subyacentes de Dios. La responsabilidad de
ellos era real, y su culpabilidad era inexcusable, al haber rechazado a
su largamente prometido Rey y Salvador. Ellos no eran víctimas de
un hado inexorable que les arrastrase a su condenación, sino los
agentes libres que habían utilizado de su libertad para crucificar al
Señor de la gloria. «Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros
hijos», fue el terrible e impío clamor ante el sitial de Pilato, y durante
dieciocho siglos les ha caído encima este juicio, que llegará a su
aterradora culminación en aquel «tiempo de angustia, cual nunca lo
hubo hasta entonces, desde que existen las naciones».9
Estas visiones estaban impregnadas de misterio para Daniel, y
llenaron la mente del viejo profeta de angustiosos pensamientos.10
Una larga Lista de sucesos parecían así interponerse antes de la
consecución de las bendiciones prometidas a su nación, y aun así
estas mismas revelaciones hacían que estas bendiciones fueran más
seguras. No pasó mucho tiempo sin ser testigo de la caída del
Imperio Babilónico, y ver a un extranjero entronizado dentro de la
amurallada ciudad. Pero el cambio no trajo esperanzas para Judá.
Daniel fue desde luego restaurado al puesto de poder y de dignidad
que había ejercido durante tanto tiempo bajo Nabucodonosor,11
9. Dn. 12:1; Mt. 24:21. Discutir lo que hubiera sido el curso de los eventos si los
judíos hubieran aceptado a Cristo es una mera ligereza. Pero es legítimo inquirir
cómo el judío creyente, inteligente en las profecías, hubiera esperado el reino,
sabiendo que tenía que tener lugar primero la división del Imperio Romano en diez
partes y el surgimiento, del «cuerno pequeño». La dificultad desaparecerá si vemos
cuan repentinamente se desmembró el imperio de Alejandro a su muerte. De la
misma manera, la muerte de Tiberio hubiera podido llevar a la inmediata fragmentación del Imperio Romano, y al surgimiento del perseguidor predicho. En una
palabra, todo lo que permanecía sin cumplir de la profecía de Daniel podría haberse
cumplido en los años que tenían que pasar aún para cumplir las setenta semanas.
10. Dn. 7:28; 8:27.
11. Dn. 2:48; 6:2.
40
pero
no por ello dejó de ser un exilado; su pueblo estaba en cautividad, su ciudad permanecía asolada, en ruinas, y su tierra era un
desierto. Y el misterio sólo quedó acrecentado cuando consideró la
profecía de Jeremías, que fijaba en setenta años el tiempo dispuesto
para «las desolaciones de Jerusalén».12 Así, «en oración y ruego, en
ayuno, cilicio y cenizas», se presentó ante Dios; como príncipe de su
pueblo, confesando su apostasía nacional, y orando por su restauración y perdón. Y ¿quién puede leer aquella plegaria sin conmoverse?
Oh Señor, conforme a todos tus actos de justicia, apártese ahora tu
ira y tu furor de sobre tu ciudad Jerusalén, tu santo monte; porque a
causa de nuestros pecados, y por la maldad de nuestros padres,
Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de todos los que nos rodean.
Ahora pues, Dios nuestro, escucha la oración de tu siervo, y sus ruegos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado, por
amor de ti mismo, oh Señor. Inclina, oh Dios mío, tu oído, y escucha;
abre tus ojos, y mira nuestras ruinas, y la ciudad sobre la cual es
invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti
confiados en nuestras justicias, sino en tus grandes misericordias.
¡Señor, escucha! ¡Señor, perdona! ¡Señor, presta atención y actúa!
¡No tardes más, por amor de ti mismo, Dios mío! Porque tu nombre
es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo (Dn. 9:16-19).
Mientras que Daniel estaba así «hablando y orando» Gabriel —aquel
mismo mensajero angélico que llevó el anuncio del nacimiento del
Salvador en Belén—, se le apareció una vez más,13 y, en respuesta a
sus súplicas, dio al profeta la gran predicción de las setenta semanas.
5
El mensaje del ángel
Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu
santa ciudad, para acabar con las prevaricaciones y poner fin al
pecado, y sellar la visión y la profecía, y ungir al santo de los
santos.1 Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden2
para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá
siete semanas, y sesenta y dos semanas, se volverá a edificar la plaza
y el muro, pero esto en tiempos angustiosos. Y después de las sesenta
y dos semanas se quitará la vida al Mesías, y no por él mismo; y el
pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el
santuario; y su fin será en una inundación, y hasta el fin de la guerra
durarán las devastaciones. Y hará que se concierte un pacto3 con
muchos por una semana; y a la mitad de la semana hará cesar el
1. «La expresión no se aplica en un solo caso a ninguna persona.» Tregelles,
12. Dn. 9:2.
13. Dn. 9:21. Ver 8:16.
Daniel, p. 98.
«Estas palabras son aplicadas al Nazareno, a pesar de que esta expresión nunca
se aplica a ninguna persona a través de toda la Biblia, sino que invariablemente
denota una parte del templo, el lugar santísi m o ». Doctor Hermán Adler, Sermons,
p. 109 (Trübner, 1869).
2. «A partir de la promulgación de la orden.» Tregelles, Daniel, pg. 96.
41
sacrificio y la ofrenda; y en el ala del templo estará la abominación
horrible, hasta que la ruina decretada se derrame sobre el desolador
(Dn. 9:24-27).
TAL FUE EL MENSAJE confiado al ángel en respuesta a la oración del
profeta por misericordia sobre Judá y Jerusalén.
¿A quién deberemos apelar para tener una interpretación de este
anuncio? Desde luego, no al judío, pues aunque él mismo es el objeto
de esta profecía, y de todos los hombres el más interesado en su
significado, está obligado, al rechazar el cristianismo, a falsificar no
solamente su propia historia, sino, además, sus propias Escrituras.
Tampoco el teólogo que tiene teorías proféticas que defender, y que
al descubrir, quizás, alguna era de siete veces setenta en la historia de
Israel, llega a la conclusión de que ha resuelto el problema, ignorando el hecho de que la extraña historia de este maravilloso pueblo está
marcada a lo largo de todo su curso por ciclos cronológicos de
setentas y de múltiplos de setentas. Pero cualquier hombre sin
prejuicios que lea las palabras sin otro comentario aparte del que dan
las mismas Escrituras y la historia de aquellos tiempos, admitirá prestamente que en ciertos puntos clave su significado es inequívoco y
claro.
I. Se reveló así que toda la provisión de bendiciones prometida a
los judíos sería suspendida hasta el final de un período de tiempo
descrito como «setenta sietes», después de los cuales la ciudad y el
pueblo de Daniel4 han de ser establecidos en una bendición de la
máxima plenitud.
II. Otro período compuesto de siete semanas y de sesenta y dos
semanas se especifica con la misma certeza.
3. No el pacto (RV. 1960), sino un pacto (RV. 1977). Esta palabra se traduce
pacto cuando se trata de cosas divinas, y liga cuando se trata, como aquí, de un
tratado ordinario (Cp. ex. gr., Jos. 9:6, 7, 11, 15, 16, donde se usa la palabra
alianza).
4. Sí las palabras del versículo 24 y del 25 no llevan por sí mismas la convicción
de que son Judá y Jerusalén los sujetos de la profecía, el lector sólo tiene que
compararlos con los versículos precedentes, especialmente el 2, 7, 12, 16, 18 y 19.
III. Esta segunda era data desde la emisión de un edicto para
reconstruir Jerusalén —no el templo, sino la ciudad—, porque para
impedir cualquier tipo de dudas, «la plaza y el muro» 5 son mencionados de una manera expresamente enfática; y un evento definido,
descrito como quitarle lo vida al Mesías, marca su final.
IV. El comienzo de la semana precisa (que se ha de añadir a las
sesenta y nueve) para completar las setenta, debe quedar señalada por
el establecimiento de un pacto o tratado por una persona descrita
como «el Príncipe que ha de Venir», pacto que él violará a la mitad
de la semana con la supresión de la religión de los judíos.6
V. Y de esta manera el tiempo completo de las setenta semanas, y
el período más corto de las sesenta y nueve semanas, datan a partir de
la misma época.7
Por lo tanto, la primera cuestión que se suscita es si existen
registros históricos que marquen el principio de dicho tiempo.
Ciertos autores, tanto cristianos como judíos, han asumido que las
setenta semanas empezaron el primer año de Darío, la fecha en que
se emitió la profecía; y así, al caer en un craso error en el mismo
principio de su investigación, todas sus conclusiones son necesariamente erróneas. Las palabras del ángel son inequívocas: «Desde la
salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías
Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas».
5. Literalmente, «el foso o escarpa». Tregelles, Daniel, p. 90.
6. La persona mencionada en el versículo 27 no es el Mesías, sino el segundo
príncipe nombrado en el versículo 26. La teoría, que ha ganado seguidores en la
actualidad, de que el Señor hizo un pacto durante siete años con los judíos al
principio de Su ministerio, merecería un importante lugar en una enciclopedia de
extravagancias del pensamiento religioso. Conocemos el antiguo Pacto, que ha sido
abrogado, y el nuevo Pacto, que es eterno, pero la extraordinaria idea de un pacto
de siete años entre Dios y los hombres no tiene ni una sombra de base sobre la letra
de las Escrituras, y está totalmente opuesta a su espíritu.
7. El período entero de setenta semanas queda dividido en tres periodos sucesivos:
siete, sesenta y dos, una. Y la última semana se divide en dos partes. Es evidente
por sí mismo que ya que estas partes, siete, sesenta y dos, y una, son iguales al
total, o sea, setenta, es que así estaba dispuesto que fuera.» Pusey, Daniel, p. 170.
42
Que Jerusalén fue, de hecho, reconstruida como ciudad fortificada es
cosa totalmente cierta e indudable; y el único punto que aquí nos
concierne es si la historia nos registra el edicto de su restauración.
Cuando nos volvemos al libro de Esdras, hay tres decretos de
varios reyes persas que reclaman nuestra atención. Los versículos
iniciales nos hablan del extraño edicto por el que Ciro autorizó la
reconstrucción del templo. Pero la «casa a Jehová Dios de Israel»
queda especificada con una claridad tan excluyente que no puede, en
manera alguna, satisfacer las palabras de Daniel. Verdaderamente, la
fecha de aquel decreto da prueba concluyente de que no constituía el
principio de las setenta semanas. Setenta años era la duración determinada de la servidumbre en Babilonia.8 Pero se decretó otro juicio
de setenta años, de desolaciones durante el reinado de Sedequías,9
debido a la continua desobediencia y rebelión. Así como transcurrió
un intervalo de diecisiete años entre la fecha de la servidumbre y la
época de las «desolaciones», así el segundo período finalizó diecisiete años después del primero. La servidumbre finalizó con el
decreto de Ciro. Las desolaciones continuaron hasta el segundo año
de Darío Histaspes.10 Y era el tiempo de las desolaciones, y no de la
servidumbre lo que Daniel tenía ante sí.11
8. Jer. 27:6-17; 28:14; 29:10.
9. Fue profetizado en el cuarto año de Joacim, esto es, el año después que tuviera
lugar el principio de la servidumbre (Jer. 25:1, 11).
10. Las Escrituras distinguen así tres distintos tiempos, que se solapan entre ellas,
y que han llegado a recibir el nombre de «la cautividad». Primero, la servidumbre;
después, la cautividad de Joacim; y tercero, las desolaciones. «La servidumbre»
tuvo su comienzo en el tercer año de Joacim, esto es, el 606 a.C, o antes del 1° de
Nisán (Abril) del año 605 a.C, y llegó a su término con el decreto de Ciro setenta
años más tarde. «La cautividad» empezó en el octavo año de Nabucodonosor,
según el tiempo escritural de su reinado, o sea, el año 598 a.C; y las desolaciones
empezaron en su decimoséptimo año, el 589 a.C, y finalizaron el segundo año de
Darío Histaspes —de nuevo otro período de setenta años. Ver Apéndice I acerca de
las cuestiones cronológicas aquí involucradas.
11. Dn. 9:2 es explícito a este respecto: «Yo, Daniel, miré atentamente en los
libros sagrados el número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que
habían de cumplirse sobre los ruinas de Jerusalén: setenta años [ruinas: desolaciones en otras versiones. Son sinónimos].»
El decreto de Ciro era el cumplimiento divino de la promesa dada a
los de la cautividad en el capítulo 29 de Jeremías, y de acuerdo con la
promesa se garantizó la máxima libertad a los deportados para su
retorno a Palestina. Pero hasta que no hubiera finalizado el tiempo de
las desolaciones no se iba a poder poner piedra sobre piedra sobre el
Monte Moriah. Y esto explica el hecho aparentemente inexplicable
de que el firman para construir el templo, concedido a agentes deseosos de cumplirlo por Ciro en lo más exaltado de su poder, permaneció inefectivo hasta su muerte; porque les fue permitido a un puñado
de samaritanos reluctantes que impidiesen la ejecución del edicto
más solemne jamás emitido por un déspota oriental, un edicto
además que parecía estar confirmado por una sanción divina apoyando la voluntad inalterable de un rey Medo-Persa.12
Cuando expiraron los años de las desolaciones, se promulgo un
mandato divino para la construcción del santuario, y en obediencia a
este mandato y sin esperar permisos de la capital, los judíos retornaron a la obra que tan a menudo les había sido impedida.13 La oleada
de excitación política que llevó a Darío al trono de Persia, fue engrosada con un fervor religioso en contra de la idolatría mágica.14 Así,
aquellos momentos eran oportunos para los Israelitas, cuya adoración
a Jehová atraía las simpatías de la fe zoroástrica; y cuando las noticias llegaron a palacio acerca de su aparente sedición en Jerusalén,
12. «La ley de Media y de Persia, la cual no puede ser abrogada» (Orí. 6:12). El
canónigo Rawlinson asume que el templo estuvo quince o dieciséis años construyéndose, antes de que la obra cesase por el decreto de Artajerjes mencionado en
Esdras 4. (Five Great Mon., vol. iv. Pag 398.) Pero ello es enteramente opuesto a
las Escrituras. Los cimientos del templo se echaron en el segundo año de Ciro (Esd.
3:8-11), pero no se hizo ningún progreso hasta el segundo año de Darío, cuando se
volvieron a echar los cimientos, pues, todavía no se había levantado ni una sola
piedra de la casa (Hag. 2:10, 15, 18). El edificio, una vez empezado, fue finalizado
en cinco años (Esd. :15).Se debe tener en mente que el altar fue establecido, y el
sacrificio fue renovado inmediatamente a la vuelta de los deportados (Esd. 3:3-6).
13. Esd. 5:1, 2, 5.
14. Five Great Mon., vol. 4, p. 405. Pero el canónigo Rawlinson está totalmente
equivocado al deducir que fue el sabido celo religioso de Darío el motivo que puso
en marcha a los judíos. Ver Esd. 5.
43
Darío hizo una investigación en archivos babilónicos de Ciro, y
hallando el decreto de su predecesor, emitió a su vez un firman
propio para darle efecto.15
Y este es el segundo suceso que permite un posible comienzo de
las setenta semanas.16 Pero, aunque se puedan presentar argumentos
plausibles con el fin de demostrar, ya sea considerándolo como un
edicto independiente, o como dando efecto práctico al decreto de
Ciro, que el acto de Darío dio comienzo al período profético, hay una
respuesta clara y contundente a ello, en que deja de satisfacer las
palabras del ángel. Sea como se quiera dar cuenta de los hechos, lo
cierto es que, a pesar de que se habían cumplido las «desolaciones»,
aun así el alcance del edicto real, y la acción de los judíos en el
cumplimiento de este edicto, no fueron más allá de construir el
Templo Santo, mientras que la profecía predecía un decreto para la
construcción de la ciudad; no tan sólo de la calle, sino de las fortificaciones de Jerusalén.
Cinco años fueron suficientes para la construcción del edificio que
sirvió de santuario a Judá durante los cinco siglos que siguieron.17
Pero, en notable contraste con el templo que habían erigido en los
días cuando la magnificencia de Salomón hizo que en Jerusalén el
oro fuera tan barato como el bronce, ningún ornamento costoso
adornaba la segunda casa, hasta que en el séptimo año de Artajerjes
Longimano los judíos obtuvieron un firmán «para honrar [hermosear]
la casa de Jehová que está en Jerusalén».18 Esta carta autorizaba,
además, a Esdras a volver a Jerusalén con todos los judíos que
deseasen volver con él, y allí restaurar de una manera total la adoración del templo y las ordenanzas de su religión. Pero este tercer
decreto no hace referencia alguna a la construcción, y podría haber
sido pasado por alto si no fuera porque muchos autores lo han
señalado como el comienzo de la época de la profecía.
El templo había sido reconstruido hacía muchos años ya, y la ciudad
permanecía desolada después de trece años. Es en vano investigar en
el libro de Esdras por un decreto de restaurar y construir Jerusalén.
Pero tan sólo tenemos que ir al libro que le sigue en el canon de la
Escritura para hallar el registro que buscamos.
El libro de Nehemías abre sus páginas relatándonos que estando él en
Susa,19 donde él era el copero del gran rey, «un honor nada pequeño
en Persia»,20 ciertos de sus hermanos llegaron de Judea, y él preguntó
«por los judíos que habían escapado, que habían quedado de la
cautividad, y por Jerusalén». Los emigrantes declararon que todos
estaban «en gran mal y afrenta», «el muro de Jerusalén derribado, y
sus puertas quemadas a fuego».21 El primer capítulo concluye con el
dato de las súplicas de Nehemías al «Dios de los cielos». El segundo
capítulo narra cómo «en el mes de Nisán, en el año veinte del rey
Artajerjes», él estaba cumpliendo los deberes de su oficio, y que
mientras él estaba ante el rey, su cara traicionó su pesar, y Artajerjes
le dijo que le explicara su angustia. «Para siempre viva el rey»,
respondió Nehemías. «¿Cómo no estará triste mi rostro, cuando la
ciudad, casa de los sepulcros de mis padres, está desierta, .y sus
puertas consumidas por el fuego?» «¿Qué es lo que deseas?» le
preguntó el rey. Con lo que Nehemías le respondió así: «Si le place al
rey, y tu siervo ha hallado gracias delante de ti, envíame a Judá, a LA
CIUDAD de los sepulcros de mis padres, y LA REEDIFICARE».22
Artajerjes concedió la petición, y emitió las órdenes necesarias para
su ejecución. Cuatro meses más tarde, manos bien dispuestas estaban
ocupadas en las arruinadas murallas de Jerusalén, y antes de la Fiesta
de los Tabernáculos la ciudad estaba de nuevo rodeada de muros con
puertas y baluartes.23
19. Para una descripción de las ruinas del gran palacio de Susa, ver W. Kennett
15. Esd. 6.
16. Esta es la época asignada por el señor Bosanquet en su Mesiah the Prince.
17. El Templo fue empezado en el segundo año de Darío, y finalizado en el séptimo (Esd.
4:24; 6:15).
18. Esd. 7. Ver vv. 19 y 27.
Loftus, Travels and Researches in Chaldea and Susiana, cap. 28.
20. Herodoto, iii, 34.
21. Neh. 1:2.
22. Neh. 2:5.
23. Neh. 6:15.
44
Pero se ha alegado que «el decreto del año vigésimo del rey
Artajerjes es tan sólo una extensión y una renovación del primer
decreto, así como el decreto de Darío confirmaba el de Ciro».24 Si
esta afirmación no estuviera apoyada por un gran nombre, no
merecería ni tan siquiera dar cuenta de ella de pasada. Si se
mantuviera que el decreto del séptimo año de Artajerjes era «tan
solamente una ampliación y renovación» de los edictos de su
predecesor, la afirmación sería estrictamente exacta. El decreto
autorizaba a los judíos principalmente «a honrar [hermosear] la casa
de Jehová que está en Jerusalén»,25 extendiendo los decretos de Ciro
y de Darío por los que se permitió su construcción. El resultado fue
el de tener un maravilloso santuario en medio de una ciudad en
ruinas. El movimiento que tuvo lugar en el año séptimo de Artajerjes
fue simplemente un avivamiento religioso,26 aprobado y financiado
con el favor real; pero el suceso que tuvo lugar en el año vigésimo de
24. Pusey, Daniel, p. 171. El doctor Pusey añade: «La pequeña colonia que
Esdras llevó consigo de 1.683 varones (y si añadimos mujeres y niños la cantidad
se aumenta a unas 8.400 almas) era en sí misma una adición considerable a
aquellos que ya habían retornado antes, e implicó una reconstrucción de
Jerusalén. Esta reconstrucción de la ciudad y reorganización de la política,
principiada por Esdras, y continuada y perfeccionada por Nehemías, se corresponde
con las palabras de Daniel, "desde la salida de la orden para edificar y restaurar
Jerusalén"» (p. 172). Este argumento es el más débil que se pueda imaginar, y
ciertamente esta referencia al decreto del año séptimo de Artajerjes es una mancha
en el libro del doctor Pusey. SI Una emigración de 8.400 almas involucró la
reconstrucción de la ciudad, y por ello marcó el principio de las setenta semanas,
¿qué deberemos decir de la emigración de 49.697 almas setenta y ocho años antes?
(Esd. 2:64, 65.) ¿No implicó ello una reconstrucción? Pero el doctor Pusey
continúa afirmando: «El término también se corresponde», esto es, los 483 años, al
tiempo de Cristo. Aquí tenemos evidentemente la base, el motivo real, de que él
haya fijado la fecha en el 457 a.C, o, más apropiadamente, 458 a.C., según
Prideaux, a quien desafortunada-mente Pusey ha seguido en este punto. Con mucha
simpleza el autor de la Connection argumenta que los años no concordarán si se los
asigna otra fecha, y, por ello, ¡el decreto del año séptimo de Artajerjes tiene que ser
el referenciado! (Prid ., Con., I, 5, 458 a.C.) Este tipo de sistemas de interpretación
han hecho mucho para provocar el descrédito total del estudio profético.
25. Esd. 7:27.
26. Esd. 7:10.
Artajerjes fue nada menos que la restauración de la autonomía de
Judá. La ejecución de la obra que Ciro autorizó fue detenida bajo la
falsa acusación que los enemigos de los judíos llevaron al palacio, de
que su objeto no era meramente el de construir el Templo, sino la
cuidad. «La ciudad rebelde» como se había mostrado hacia cada
soberano sucesivo, «por lo que esta ciudad fue destruida», declararon
ellos correctamente. «Hacemos saber al rey que si esta ciudad es
reedificada», añadieron ellos, «y son levantados sus muros, la región
de más allá del río no será tuya».27 Permitir la construcción del
templo significaba simplemente permitir a una raza conquistada el
derecho de adorar siguiendo la ley de su Dios, pues la religión de los
judíos no conoce ninguna adoración aparte del monte Sión. Fue un
evento muy diferente en carácter cuando se les permitió erigir de
nuevo las muy famosas fortificaciones de su ciudad, y, atrincherados
tras aquellas murallas, restaurar bajo Nehemías la antigua política de
los Jueces.28 Este fue el avivamiento de la existencia nacional de
Judá, y por ello se escoge apropiadamente como el comienzo de la
época de las setenta semanas.
27. Esto es, el Éufrates, Esd. 4:16.
28. «Este último es el único decreto que hallamos registrado en las escrituras que
se relaciona con la restauración y la reconstrucción de la ciudad. Se tiene que tener
presente que la misma existencia del lugar como ciudad dependía de la existencia
de tal decreto; pues antes de ello cualquiera que volviera de la tierra del cautiverio
salía tan solo en la condición de transeúntes; fue el decreto lo que les dio una
existencia política reconocida y distinta.» Tregelles, Daniel, p. 98.
«No obstante, de repente, en el vigésimo año de Artajerjes, Nehemías, un
hombre de linaje judío, copero del rey, recibió el mandato de reconstruir la ciudad
con toda la urgencia posible. La causa de este cambio en la política persa debe
buscarse, no tanto en la influencia personal del copero, como en la historia exterior
de aquellos tiempos. El poder de Persia había recibido un golpe fatal en la victoria
obtenida en Cnido por Conon, el almirante ateniense. El gran rey se vio obligado a
someterse a una paz humillante, entre cuyos artículos se hallaba el abandono de las
ciudades marítimas, y la condición de que el ejército persa no debería aproximarse
más que a tres jornadas del mar. Jerusalén, estando a esta distancia, aproximadamente, de la costa, y estando tan cerca de la línea de comunicaciones con Egipto,
llegó a ser un puesto de suma importancia.» Milman, History of the Jews (3.a ed.),
i., 435.
45
La duda que se ha suscitado acerca de este punto puede servir como
ilustración del extraordinario prejuicio que parece gobernar la
interpretación de las Escrituras, en consecuencia del cual se deja de
lado el significado llano de las palabras en favor de lo remoto e
improbable. Y a la misma causa se debe atribuir la duda que algunos
han sugerido con respecto a la identidad del rey que aquí se menciona
co m o Artajerjes Longimano.29
La cuestión permanece en pie, de si la fecha de este edicto puede
ser determinada de una manera exacta. Y aquí un hecho muy notable
nos llama la atención. En la narración sagrada la fecha del suceso que
marcó el principio de las setenta semanas se da solamente con
referencia el tiempo del reinado de un rey de Persia. Así, tenemos
que dirigirnos a la historia secular a fin de conseguir determinar la
época, y la Historia data de este mismo período. Herodoto, «el padre
de la historia», fue contemporáneo de Artajerjes, y visitó la corte
persa.30 Tucídides, «el príncipe de los historiadores», fue también su
contemporáneo. En las grandes batallas de Maratón y de Salamis, la
historia de Persia quedó entrelazada con los sucesos de Grecia, por
los que se puede conocer su cronología y se puede comprobar su
certeza; y las principales eras cronológicas de la antigüedad estaban
ya funcionando en aquellos tiempos.31 No nos falta entonces
ningún elemento para facilitamos la exactitud y la certeza para poder
fijar la fecha del edicto de Nehemías.
Es cierto que en historia ordinaria la mención del «año vigésimo
de Artajerjes» nos dejaría en la duda de si se refería a su ascensión
real, o a la muerte de su padre;32 pero la narrativa de Nehemías evita
toda ambigüedad a este respecto. El asesinato de Jerjes y el comienzo
del reino del usurpador Artaban (o (Gautama), de siete meses de
duración, fue en julio del 465 a.C; la ascensión de Artajerjes tuvo
lugar en febrero del 464 a.C.33 Una u otra de estas fechas, por tanto,
tiene que ser la del comienzo del reinado de Artajerjes. Pero como
Nehemías menciona el mes de Quisleu (Noviembre) de un año, y el
siguiente Nisán (Marzo) como perteneciendo al mismo año del reino
de su señor, es evidente que, como hubiera sido de esperar de un
miembro de la corte, él cuenta a partir de la fecha de la ascensión de
derecho, esto es, desde julio del 465 a.C. Así, el año vigésimo del
reinado de Artajerjes empezó en julio del 446 a.C, y el mandato de
reconstruir Jerusalén fue dado el siguiente Nisán. La época del ciclo
profético queda así definitivamente fijada en su comienzo en el mes
judío de Nisán del año 445a.C34.
29. «Artajerjes I, reinó cuarenta años, desde el 465 hasta el 425 a.C. es
mencionado en una ocasión por Herodoto (vi. 98), y por Tucídides con frecuencia.
Ambos escritores fueron sus contemporáneos. Todas las razones nos indican que él
fue el rey que envió a Esdras y a Nehemías a Jerusalén, y que dio su aprobación a
la restauración de las fortificaciones.» Rawlinson, Herodotus, vol. iv., p. 217.
30. El año en que se dice que recitó sus escritos en los juegos olímpicos fue el
mismo año en que le fue encomendada a Nehemías su misión.
31. La era de las Olimpiadas empezó el 776 a.C. La era de Roma (A. U. C.) el
753 a.C; y la era de Nabonasar, 747 a.C.
32. «Los siete meses de Artaban fueron añadidos por algunos al último año de
Jerjes, y otros lo incluyeron en el reino de Artajerjes.» Clinton, Fasti Hellenici, vol.
i, p. 42.
33. Ya se ha mostrado que la ascensión de Jerjes queda determinada al comienzo
del 485 a.C. Su año vigésimo fue completado al principio del 465 a.C, y su muerte
hubiera tenido lugar al principio del arcontado de Lisiteo. Los siete meses de
Artabán, completando los veintiún años, rebajarían la ascensión de Artajerjes
(después de la eliminación de Artabán) al principio del 464, en el año 284 de
Nabonasar, donde está situado por el canon. «Podemos colocar la muerte de Jerjes
en el primer mes de aquel arcon (esto es, del de Lisiteo), julio del 465 a.C, y la
sucesión de Artajerjes en el mes octavo, febrero del 464 a.C.» Clinton, Fasti
Hellenici, vol. ii, p. 380.
34. Ver Apéndice II, nota A, acerca de la cronología del reinado de Artajerjes
Longimano.
46
6
El año profético
PUEDE QUE SUENE a pedante en oídos castellanos el que se hable de
«semanas» en otro sentido que no sea el generalmente aceptado. Pero
para el judío era muy distinto. El efecto de sus leyes era que «se
pudiera traducir la palabra semana de manera que pudiera significar
siete años de una manera tan natural como siete días. Y, desde luego,
la generalidad de la palabra tendría de cualquier manera este efecto.
De ahí que su utilización en profecía no sea un mero simbolismo
arbitrario, sino que constituye el empleo de una manera de hablar
familiar y fácil de comprender.»1
La oración de Daniel se refería a setenta años cumplidos: la
profecía que vino como respuesta a aquella oración predijo un
período de setenta veces siete todavía por venir.
Pero aquí se suscita la cuestión que nunca ha recibido la suficiente
atención en la consideración de este asunto.
Nadie dudará que el período de que se trata sea un período de años;
pero, ¿qué tipo de años? Que el año judío era lunisolar parece ser
razonablemente cierto. Si se puede confiar en la tradición, Abraham
conservó con su familia el año de 360 días, que él había conocido en
su hogar caldeo.2 Las fechas mensuales del diluvio (se especifican
150 días como el intervalo transcurrido entre el día decimoséptimo
del segundo mes, y el mismo día del mes séptimo) parece indicar quo
esta forma de año es la más antigua conocida en nuestra raza. Sir
Isaac Newton afirma que «todas las naciones, antes de que fuera
conocida la verdadera duración del año solar, contaban los meses por
el curso de la luna, y los años por el retorno del invierno y verano,
primavera y otoño; y al hacer calendarios para sus fiestas, contaron
treinta días para el mes lunar, y doce meses lunares por año,
aceptando los números redondos más próximos, de donde proviene
la división de la eclíptica en 360º grados». Y al adoptar esta
afirmación, sir G. C. Lewis afirma que «todo el testimonio creíble y
toda la probabilidad antecedente nos lleva al resultado de que el año
solar, conteniendo doce meses lunares, y determinado dentro de
ciertos límites de error, fue generalmente reconocido por las naciones
de alrededor del Mediterráneo, desde la antigüedad más remota.3
Pero las consideraciones de este tipo no van más allá de demostrar la
importancia de la cuestión aquí planteada. Continúa pendiente el que
exista alguna base para rechazar la presunción que existe en favor de
que sea el año civil normal. Ahora bien, el tiempo profético es
claramente siete veces los setenta años de las «desolaciones» que
estaban ante la mente de Daniel cuando se dio la profecía. ¿Es, pues,
posible, aclarar el carácter de los años de este último tiempo?
Una de las ordenanzas características de la ley judía era que cada
séptimo año la tierra tenía que quedar sin cultivar, y es en relación a
esta negligencia con respecto a esta ordenanza que fue decretada la
era de las desolaciones.
2. Enciclopedia Británica (6.a ed.). Título «Chronology». Ver también Smith,
1. Smith, Bible Dictionary, III, 1726, «Week». «Los filósofos griegos y latinos
conocieron también las "semanas de años."» Pusey, Daniel, pg. 167.
Bible Dictionary, título «Chronology», p. 314.
3. Astronomy of the Ancients, cap. I, n.° 7. ¿Y no se ve que los ciento ochenta
días de la gran fiesta de Jerjes implican la equivalencia a seis meses? (Est. 1:4.)
47
Tenía que durar hasta que la tierra haya disfrutado de sus Sábados
«todo el tiempo de su asolamiento reposó, hasta que los setenta años
fueron cumplidos».4 El elemento esencial en este juicio fue, no una
ciudad arruinada, sino una tierra yaciendo asolada por la terrible
plaga de una invasión hostil, 5 cuyos efectos fueron perpetuados por
el hambre y la pestilencia, las pruebas continuadoras del enojo
divino. Es así evidente que el verdadero tiempo de este juicio no
tiene, Como se ha asumido generalmente, su comienzo en la captura
de Jerusalén, sino en la invasión de Judea. A partir del tiempo en que
los ejércitos babilónicos entraron en la tierra, se suspendieron todas
las actividades agrícolas, y por ello se pueden contar las desolaciones
a partir del día en que Jerusalén fue sitiada, o sea, el día décimo del
décimo mes del año noveno de Sedequías. Esta fue la fecha que le
fue revelada al profeta Ezequiel en su exilio en las riberas del
Eufrates,6 y durante veinticuatro siglos este día ha sido observado
por los judíos con ayunos en todos los países.
El final del tiempo queda indicado en las Escrituras con igual
claridad, como «desde el día veinticuatro del noveno mes» en el
segundo año de Darío.7 «Considerad, pues decía la palabra del
profeta] desde este día en adelante, desde el día veinticuatro del
noveno mes, desde el día que se echó el cimiento del templo de
Jehová; considerad ...desde este día os bendeciré». Ahora, desde el
día décimo de Tebeth de 589 a.C.8 hasta el día vigesimocuarto del
Quisleu de 520 a.C.9 transcurrieron 25.202 días; y setenta años de
360 días contienen exactamente 25.200 días. Podemos así concluir en
que el tiempo de las «desolaciones» fue un periodo de setenta años de
360 días, empezando el día después de que el ejército Babilónico
4.
5.
6.
7.
2.° Cr. 36:21. Cp. Lv. 26:34, 35.
Cp. con Jer. 27:13; y Hag. 2:17.
Ez. 24:1, 2.
Hag. 2:10, 15-19. Los libros de Hageo y Zacarías registran in toto las
proclamaciones proféticas que la narración de Esdras menciona (4:24; 5:1-5) como
la autorización y el incentivo bajo el cual los |judíos volvieron a la obra de erigir su
templo.
8. El año noveno de Sedequías. Ver Apéndice I.
9. El segundo año de Darío Histaspes.
sitio Jerusalén y finalizando el día antes de que se echaran los
cimientos del segundo templo.10
Pero es posible llevar esta búsqueda aún más lejos. Ya que el
tiempo de las «desolaciones» fue fijado en setenta años, debido a
haber dejado de celebrar los años sábaticos,11 podríamos esperar
hallar que un período de setenta veces siete años, contados a partir
del final de los setenta años de «ira contra Judá», y contados hacia
atrás, nos llevaría al tiempo en que Israel entró al disfrute de sus
privilegios nacionales de manera plena, y así incurrió en una plena
responsabilidad. E investigándolo se demuestra que este es el caso.
Desde el año que siguió a la dedicación del Templo de Salomón
hasta el año anterior al que se echaran los cimientos del segundo
templo, transcurrió un período de 490 años de 360 días.12
No obstante, se debe admitir que ningún argumento basado en
cálculos de este tipo es definitivo.13 Los únicos datos que nos
autorizarían a decidirnos sin reservas de ningún tipo de que el año
profético consta de 360 días, sería si hallásemos alguna porción del
tiempo subdividido en los días de lo que está compuesto. No hay otra
prueba que pueda ser totalmente satisfactoria, pero si ésta apareciese
sería absoluta y concluyente. Y esto es precisamente lo que el libro
del Apocalipsis nos provee.
Como ya hemos señalado, el tiempo profético queda dividido en
dos períodos, el primero de 7 + 62 hebdómadas, el otro de una sola
10. La fecha de la luna nueva pascual, por la que se regula el año Judío, fue por la
tarde del 14 de marzo de 589 a.C, y alrededor del mediodía del 1º de abril de 520
a.C. Según la fase de la Luna, el l° de Nisán correspondió probablemente al 15 o 16
de marzo en el primer caso, y al 1° o 2° de abril en el segundo.
11. 2ª Cr. 36:21; Lv.-26:34, 35.
12. El templo fue dedicado en el año undécimo de Salomón, y el segundo templo
fue fundado en 520 a.C. El período intermedio fue de 483 años = 490 años lunisolares de 360 días. Es cosa digna de señalarse que el intervalo entre la dedicación del
templo de Salomón y la dedicación del segundo templo (515 a.C), fue de 490 años.
Un período igual había transcurrido entre la entrada de los israelitas en Canaán y el
establecimiento de la monarquía bajo Saúl. Estos ciclos de 70, y de múltiples de 70,
en la historia hebrea son notables e interesantes. Ver Apéndice I.
13. Aunque queda confirmado de una manera señalada por el hecho indudado de
que el año judío sabático era coincidente con el año eclesiástico, no con el solar.
48
hebdómada.14 Relacionados con estas dos eras hallamos a dos
«príncipes» mencionados muy especialmente; primero, al Mesías, y
segundo, a un príncipe de aquel pueblo por el cual Jerusalén sería
destruida —un personaje de tal preeminencia que, a su venida, su
identidad será tan cierta como la de Cristo mismo. El primer período
se cierra con el arrebatamiento de la vida al Mesías, el principio del
segundo período data a partir de la firma de un «pacto», o tratado,
por este segundo «príncipe», con, o quizás en favor, de «los
muchos»,15 esto es, la nación judía como distinguida probablemente
de un sector de personas piadosas entre ellos que se mantendrá al
margen. A la mitad de la hebdómada habrá de ser violado el tratado
con la supresión de la religión de los judíos, y seguirá un tiempo de
persecución.
La visión de Daniel de las cuatro bestias nos da un notable
comentario acerca de ello. La identificación de la cuarta bestia con el
Imperio Romano no es dudosa, y leemos que un «rey» se levantará,
relacionado territorialmente con aquel Imperio, pero perteneciendo
históricamente a un tiempo posterior; será un perseguidor de «los
santos del Altísimo», y su caída deberá ser seguida inmediatamente
por el cumplimiento de las bendiciones divinas sobre el pueblo
favorecido —el evento preciso que marca el final de las «setenta
semanas»—. La duración de aquella persecución, además, se afirma
que es de «tiempo, tiempos, y medio tiempo», expresión mística,
cuyo significado podría ser dudoso, si no fuera que se utiliza de
nuevo en las Escrituras como sinónimo de tres años y medio, o media
semana profética.16 Tampoco puede haber dudas razonables de la
identidad del rey de Daniel 7:25 con la primera «bestia» del capítulo
13 de Apocalipsis.
En Apocalipsis se le asemeja a un leopardo, un oso y un león —las
14. La división de las 69 semanas en 7 + 62 tiene su explicación en el hecho de
que los primeros 49 años, durante los que se completó la restauración de Jerusalén,
finalizaron con una gran crisis en la historia judía, el cierre del testimonio
profético. El transcurso de cuarenta y nueve años a partir de 445 a.C, nos lleva a la
fecha de la profecía de Malaquías.
15. «La multitud.» Tregelles, Daniel, p. 97.
16. Ap. 12:6, 14.
figuras utilizadas para las tres primeras bestias de Daniel. En Daniel
hay diez reinos, representados por diez cuernos. Así es también en
Apocalipsis. Según Daniel, «hablará palabras contra el Altísimo, y
tratará duramente a los santos del Altísimo». Según Apocalipsis,
«abrió su boca en blasfemias contra Dios», «y se le permitió hacer
guerra contra los santos, y vencerlos». Según Daniel, «serán entregados en su mano hasta un tiempo, y tiempos, y medio tiempo», o tres
años y medio: según Apocalipsis, «se les dio autoridad para actuar
durante cuarenta y dos meses».
Naturalmente, es posible que la profecía pudiera predecir la carrera
de dos hombres distintos, respondiendo a la misma descripción, que
seguirán un curso similar en circunstancias similares por un período
similar de tres años y medio; pero la suposición más evidente y
natural es que los dos son el mismo. Debido a la misma naturaleza
del asunto, su identidad no se puede demostrar por lógica, pero
descansa precisamente sobre el mismo tipo de prueba por la que los
jurados exponen la convicción de crímenes a sus autores, y por la que
se castiga a los convictos. Ahora bien, admitidamente esta semana
septuagésima es un período de siete años, y la mitad de este período
es descrito en tres ocasiones como «un tiempo, tiempos, y medio
tiempo», o «la división de un tiempo».17 En dos ocasiones como
cuarenta y dos meses;18 y en dos ocasiones como 1,260 días.19 Pero
1,260 días son exactamente equivalentes a cuarenta y dos meses de
t r e i n t a días, o a tres años y medio de 1,360 días, mientras que tres
años y medio julianos contienen 1.278 días. De ello se sigue que el
año profético no es el año juliano, sino el antiguo año de 360 días.20
17. Dn. 7:25; 12:7; Ap. 12:14.
18. Ap. 11:2; 13:5.
19. Ap. 11:3; 12:6.
20. Es cosa digna de señalarse que la profecía fue dada en Babilonia, y que el
año babilónico consistía de doce meses de treinta días. Que el año profético no es el
ordinario no es ningún descubrimiento nuevo. Ya fue señalado hace dieciséis siglos
por Julio Africano en su Cronografía, en la que él replica las setenta semanas como
semanas de años judíos (lunares), empezando con el año vigésimo de Artajerjes, el
cuarto año de la 83° Olimpíada, y terminando en el segundo año de la 202°
Olimpíada; 475 años julianos equivalen a 490 años lunares.
49
7
El tiempo místico
de las semanas
LAS CONCLUSIONES a las que se ha llegado en el capítulo interior
sugieren un notable paralelo entre las primeras visiones de Daniel y
la profecía de las setenta semanas. La historia no posee ningún relato
que pueda satisfacer el curso preanunciado de la septuagésima
semana. El libro de Apocalipsis no estaba ni tan siquiera escrito
cuando aquel período hubiera debido cerrarse cronológicamente, y
aunque dieciocho siglos han transcurrido desde entonces, la restauración de los judíos parece todavía la quimera de unos fanáticos
optimistas.1 Pero recuérdese que el propósito de la profecía no es el
de satisfacer el interés de los curiosos ni el de divertir o entretener. Es
preciso que las proclamaciones proféticas estén caracterizadas por un
cierto misticismo, pues de otra manera hubieran podido ser
«cumplidas bajo petición» por hombres calculadores; pero una vez
que tenemos la profecía al lado de los sucesos de los que habla,
dejaría de cumplir uno de sus principales propósitos si la relación que
tiene con ellos fuera dudosa. Si alguien quiere aprender la relación de
la profecía con su cumplimiento, que lea el capítulo cincuenta y tres
de Isaías, y que lo compare con la historia de la pasión: tan desdibujado y figurativo que nadie hubiera podido haber fabricado el drama
que predecía; pero a pesar de ello tan definido y claro que, una vez
cumplido, un niño puede comprender su propósito y significado. Así,
si el suceso que constituye el principio del tiempo de las setenta
semanas tiene que ser tan pronunciado y cierto como la comisión
encargada a Nehemías y como la muerte del Mesías, es necesariamente aún futuro.
Y esto es precisamente lo que el estudio del séptimo capítulo de
Daniel nos hubiera debido de hacer esperar. Todos los intérpretes
cristianos están de acuerdo en que entre el surgimiento de la cuarta
bestia y el crecimiento de los diez cuernos hay una discontinuidad o
paréntesis en la visión; y, como ya se ha señalado, esta discontinuidad incluye todo el período entre el tiempo de Cristo y la división de
la tierra romana en diez reinos, de entre los cuales deberá surgir el
gran perseguidor del futuro. Además, se admite que este período no
queda señalado con las otras visiones del libro. Había así una gran
probabilidad, a priori, de que no fuera incluido en la visión del
capítulo noveno.
Pero aún más, no sólo existen las mismas razones para este acortamiento místico en la visión de las setenta semanas, como en las otras
visiones,2 sino que, además, estas razones se aplican aquí con una
fuerza especial. Las setenta semanas fueron interpuestas como el
período durante el cual se posponían las bendiciones de Judá. En
común con toda la profecía, el significado de esta profecía será
inequívoco cuando tenga lugar su cumplimiento definitivo, pero fue
emitida necesariamente en forma mística, a fin de encerrar a los
judíos en la responsabilidad de aceptar a su Mesías. La inspirada
proclamación de san Pedro a la nación en Jerusalén, relatada en el
tercer capítulo de los Hechos, estaba de acuerdo con esto. Los judíos
esperaban meramente un retorno a su supremacía nacional, pero el
principal propósito de Dios era la redención por medio de la muerte
1. Esto fue escrito a finales del siglo xix. Pero el estado de Israel fue proclamado
por Ben Gurión en mayo de 1948. (N. del T.)
2. Ver pp. 84-85.
50
del gran Sustituto por el pecado. Ahora, el sacrificio había sido
cumplido y san Pedro señaló al Calvario como el cumplimiento de
aquello que Dios «había antes anunciado por boca de tollos los
profetas, que su Cristo había de padecer»; y a conminación añadió
este testimonio, «así que, arrepentíos y convertíos, para que sean
borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor
tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, designado de antemano
para vosotros».3 La realización de estas bendiciones hubiera constituido el cumplimiento de la profecía de Daniel, y la semana septuagesima hubiera corrido su curso sin interrupción. Pero Judá se mostró
impenitente y endurecida, y las promesas de bendición quedaron de
nuevo pospuestas hasta la finalización de esta extraña era de la dispensación gentil. Pero se puede preguntar: ¿No fue la Cruz de Cristo
el cumplimiento de estas bendiciones? Un cuidadoso estudio de las
palabras del ángel4 nos mostrará que ni tan sólo una de ellas ha sido
todavía cumplida. La semana sexagésimo novena tenía que finalizar
con la muerte del Mesías; el final de la semana septuagésima tenía
que traer sobre Judá el total disfrute de las bendiciones que
resultaban de aquella muerte. La transgresión de Judá tiene que ser
aún acabada, y sus pecados no han sido aún suprimidos. Todavía es
futuro el día en que se abrirá un manantial para la iniquidad del
pueblo de Daniel,5 y cuando la justica les será introducida. ¿En qué
sentido les ha sido sellada la visión y la profecía a la muerte de
Cristo, considerando que la mayor de todas las profecías tenía aún
que ser proclamada,6 y que todavía tenían que llegar los días en que
se tenían que cumplir las palabras de los profetas?7 Y, sea el que
fuere el significado que se le aplique a «ungir al Santo de los santos»,
está claro que el Calvario no fue su cumplimiento.8
3.
4.
5.
6.
Hch. 3:18-20.
Dn. 9:24.
Zac. 13:1.
El Apocalipsis.
7. Le. 21:22.
8. Ver la p. 89. Todas estas palabras señalan los beneficios prácticos a ser
concedidos, de una manera práctica sobre el pueblo, a la segunda venida de Cristo.
Isaías 1:26 es un comentario acerca de «traer la justicia». Tomar esto como sinó-
Pero ¿es consecuente con una correcta argumentación o con el sentido común argüir que un tiempo así definido cronológicamente
debiera quedar interrumpido indefinidamente en su curso? La rápida
respuesta que se podría dar es, que si el sentido común y la correcta
argumentación --si el juicio humano--, deben decidir la cuestión, la
única duda debe ser si el último período del ciclo, y las bendiciones
prometidas a su finalización, no deben quedar para siempre abrogado
nimo de declarar la justicia de Dios (Ro. 3:25) es doctrinalmente un error y un
anacronismo. Para cualquiera cuyos puntos de vista acerca de la «reconciliación»
no estén basados en la utilización de dicha palabra en las Escrituras, «expiar [hacer
reconciliación] la iniquidad» podrá parecer una excepción. La palabra hebrea
caphar (verbo que significa hacer expiación, o reconciliación) significa literalmente «cubrir» el pecado (ver su utilización en Gn. 6:14), anular la acusación en
contra de una persona mediante el derramamiento de sangre, o en otras maneras (p.
ej., por intercesión, Ex. 32:30), a fin de asegurar su aceptación al favor divino. A
continuación sigue una lista de pasajes donde se utiliza esta palabra en los primeros
tres libros de la Biblia: Génesis. 6:14 (brea); 32:20 (apaciguar); Éxodo. 29:33,
36, 37; 30:10, 15, 16; 32:30; Levítico. 1:4; 4:20, 26, 31, 35; 5:6, 10, 13, 16, 18; 6:7,
30; 7:7; 8:15, 34; 9:7; 10:17; 12:7, 8; 14:18, 19, 20, 21, 29, 31, 53; 15:15, 30;
16:6, 10, 16, 17, 18, 20, 24, 27, 32, 33, 34; 17:11; 19:22; 23:28. Se verá que nunca
se utiliza caphar de la expiación o del derramamiento de sangre considerado objetivamente, sino de los resultados que de ella se deriva para el pecador, algunas
veces inmediatamente después de la muerte de la víctima, otras veces condicionado
a la acción del sacerdote que estaba encargado de la función de aplicar la sangre. El
sacrificio no constituía por sí mismo la expiación, sino el medio por el que se lograba la expiación. Por ello, «la preposición que marca la sustitución no se utiliza
nunca en relación con la palabra caphar». (Synonyms, de Girdlestone, p. 214.)
Hacer reconciliación, o expiación, por lo tanto, si ha de ser en el sentido escritural
de la palabra, implica la eliminación del alejamiento de hecho entre el pecador y
Dios, la obtención del perdón de los pecados; y las palabras en Daniel 9:24 señalan
al tiempo en que este beneficio será aplicado a Judá. «En aquel tiempo habrá un
manantial abierto... para los habitantes de Jerusalén, para la purificación del pecado
y de la inmundicia» (Zac. 13:11); esto es, las bendiciones del Calvario serán suyas,
la reconciliación habrá sido cumplida para el pueblo. De acuerdo con ello, la prevaricación será acabada (ver la utilización de la misma palabra en Gn. 8:2; Ex. 36:6);
en otras palabras, dejarán de transgredir; los pecados serán puestos a su fin,
sellados en el original, la palabra ordinaria para cerrar una carta (1.° R. 21:8), o una
bolsa de tesorería (Job 14:17); o sea, los pecados se habrán acabado y habrán sido
alejados en un sentido real; y la visión y la profecía serán asimismo cerradas, o sea,
sus funciones tendrán su fin, pues todo habrá sido cumplido.
51
y perdidos a causa de la abrumadora culpabilidad de aquel pueblo
que «mato al autor de la vida».9 De cierto, que no existe ninguna
presunción en contra de suponer que el flujo del tiempo profético
queda detenido durante todo este intervalo de la apostasía de Judá.
Permanece la cuestión de si puede hallarse algún precedente a esto en
la cronología mística de la historia de Israel.
Según el libro de los Reyes, Salomón empezó a construir el
templo en el año 480 después de que los hijos de Israel hubieran
salido de Egipto.10 Esta afirmación, que por lo que parece no podría
ser más exacta, ha perturbado amargamente a los cronólogos. Por
algunos de ellos ha sido condenada como una falsificación, por otros
ha sido rechazada como un error; pero todos están de acuerdo en
rechazarla. Además, la misma Escritura parece chocar con ella. En su
sermón en Antioquía de Pisidia,11 Pablo compendia así la cronología
de este período de la historia de la nación: cuarenta años en el
desierto; 450 años bajo los jueces, y cuarenta años del reinado de
Saúl; hacen un total de 530 años. A ellos se les tiene que añadir los
cuarenta años del reinado de David y los tres primeros años de
Salomón, con lo que se llega a 573 años para el mismo período que
se describe en Reyes como de 480 años. ¿Se pueden compaginar
estas conclusiones, aparentemente tan inconsistentes?12
Si seguimos la historia de Israel tal y como queda detallada en el
libro de Jueces, hallaremos que por cinco períodos su existencia nacional como pueblo de Jehová estuvo en suspenso. En castigo por su
idolatría, Dios los entregó una y otra vez, y «los vendió en manos de
sus enemigos». Fueron a ser esclavos del rey de Mesopotamia durante ocho años, del rey de Moab durante dieciocho años, del rey de
Canaán por veinte años, de los madianitas por siete años, y finalmente de los filisteos durante cuarenta años.13 Pero la suma de 8 + 18 +
20 + 7 + 40 son 93 años, y si a 573 años se le restan 93, el resultado
es 480 años. Es evidente entonces que los 480 años del libro de
Reyes desde el éxodo hasta el Templo es el tiempo místico formado
eliminando cada período durante el cual el pueblo había sido rechazado por Dios.14 Así, si este principio fuera inteligible para el judío
por lo que respecta a la historia, sería a la vez natural y legítimo
introducir éste en relación con un tiempo esencialmente místico
como el de las setenta semanas.
Pero esta conclusión no depende de argumentos, por fuertes que
éstos sean, ni de deducciones, por muy justas que resulten. Queda
indiscutiblemente establecido por el mismo Cristo. «¿Cuál será la
señal de tu venida, y del final de esta época?» le preguntaron los
discípulos cuando se reunieron con el Señor en uno de los últimos
9.
10.
11.
12.
revisa los argumentos de Clinton, en Ordo Saec, n.° 6, etc. Las conclusiones de
Browne tienen mucho de recomendables. Pero si otros están en lo cierto al insertar
períodos conjeturales, mi argumento permanece igual, pues .si tales períodos
existieron, fueron evidentemente excluidos de los 480 años bajo el mismo principio
en que lo fueron los tiempos de las servidumbres. (Este .asunto se considera con
más extensión en el Apéndice I.)
13. Jue. 3:8, 14; 4:2, 3; 6:1; 13:1. La servidumbre de Jueces 10:7, 9 afectó tan
sólo a las tribus más allá del Jordán, y no suspendió la posición nacional de Israel.
14. Los israelitas eran, nacionalmente, el pueblo de Dios de una manera en que
ninguna otra nación puede serlo; por ello recibieron un trato en algunos conceptos
sobre principios similares a aquellos que se utilizan en el caso de individuos. Una
vida sin Dios es muerte. La justicia tiene que mantener un registro estricto y juzgar
con severidad; o la gracia puede perdonar. Y si Dios perdona, El además olvida el
pecado (He. 10:17); lo que indudablemente significa que el registro queda borrado,
y el período de que se trata es considerado como un espacio en blanco. Asimismo,
los días de nuestra servidumbre a la maldad son ignorados en la cronología divina.
Hch. 3:15.
1.° R. 6:1.
Hch. 13:18-21.
Según Browne (Ordo Saec, n.° 254 y 268), el éxodo tuvo lugar el viernes, 10
de abril del año 1586 a.C; el paso del Jordán fue el 14 de abril del 1546 a.C. La
ascensión de Salomón fue en 1016 a.C., y los cimientos del Templo fueron echados
el 20 de abril de 1013 a.C. Así, él acepta las afirmaciones de Pablo sin reservas de
ningún tipo. Clinton conjetura que hubo un intervalo de unos veintisiete años antes
del tiempo de los jueces, y otro de doce años antes de la elección de Saúl, fijando
así el año 1625 a.C. como la fecha del éxodo, extendiendo todo el periodo a 612
años. La cuenta de Josefo es de 621 años, y esto lo adopta Hules, que dice que la
afirmación de Reyes es «una falsificación». Otros cronólogos asignan períodos que
varían desde 741 años para Julio Africano hasta los 480 años para Ussher, cuya
fecha para el éxodo ha sido adoptada en nuestra Biblia --1491 a.C.-- aunque es
claramente errónea, por lo menos, por noventa y tres años. El asunto es totalmente
considerado por Clinton en Fasti Hell., vol. i, pp. 312-313, y por Browne, que
52
días de su ministerio sobre la tierra.15 Como contestación les habló de
la tribulación predicha por Daniel, y les amonestó que la señal de
aquella temible persecución iba a ser precisamente el evento que
marca la mitad de la septuagésima semana, o sea, la contaminación
del lugar santo por la «abominación de la desolación» probablemente
una imagen que el falso príncipe erigirá de sí mismo en el templo,
violando su tratado y sus obligaciones de respetar y defender la
religión de los Judios.16 Que esta profecía no fue cumplida por Tito
es una cosa tan cierta que la historia puede certificarlo;17 pero,
además, las Escrituras mismas no dejan ningún margen de duda
acerca de este punto.
Parece, por los pasajes ya citados, que la predicha tribulación
tiene que durar tres años y medio, y que tendrá su principio en la
violación del tratado a la mitad de la septuagésima semana. Lo que
tiene que seguir queda así descrito por el mismo Señor en palabras de
una solemnidad peculiar:
E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el
sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas
caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán sacudidas.
Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y
entonces harán duelo todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del
Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran
gloria.18
Se asume aquí que esta profecía se relaciona con las últimas escenas
de la dispersación.19 Y como que estas escenas tienen que seguir
15. Mt. 24:3.
16. Mt. 24:15. Cp. con 1º Macabeos 1:54, este pasaje en Mateo nos da prueba
irrefutable de que todos los sistemas de interpretación que hacen que las setenta
semanas finalicen con la venida o muerte de Cristo, y por ello antes de la destrucción de Jerusalén por Tito, son completamente erróneos. Y que aquel suceso no
fue de hecho, el término del tiempo, queda evidente de Mt. 24: 21-29, y Dn. 9:24.
17. Teniendo en cuenta la despreciable contemporización de Josefo y su admiración por Tito, su testimonio acerca de este extremo es demasiado pleno y explícito
como para admitir alguna duda (Guerra de los judíos, vi, 2, 4).
18. Mt. 24:29.
inmediatamente después de una persecución, que queda dentro de la
septuagésima semana, la irrefutable deducción es que los eventos de
aquella semana pertenecen a una época aún futura.20
Podemos así concluir en que, cuando manos malvadas erigieron la
cruz en el Calvario, y Dios pronunció su temido «Lo-ammi»21 sobre
Su pueblo, el curso de la era profética dejó de fluir. Y no volverá a
fluir de nuevo hasta que se restaure la autonomía de Judá; y, con una
evidente propiedad, esto sucederá a partir de que su readmisión en la
familia de las naciones sea reconocida por un tratado.22 Así, sea pues
decidido aquí que la primera porción del tiempo profético ha corrido
su curso, pero que los sucesos de los últimos siete años tienen todavía
que ser cumplidos. Por lo tanto, el último punto necesario para
completar la cadena es averiguar la fecha de «el Mesías Príncipe».
19. Estoy al corriente de los sistemas de interpretación que disuelven el significado de todas estas Escrituras, pero no se cumpliría ningún propósito tratándolos
de refutar en detalle (ver cap. 11, y el Apéndice, nota C).
20. Tal era la creencia de la iglesia primitiva; pero se ha discutido profundamente
debido a nuestra deferencia a autores modernos que han abogado por una interpretación diferente de Dn. 9:27. Hipólito, obispo y mártir, que escribió a principios del
siglo III, es bien definitivo a este respecto. Citando el versículo, él dice: «Por una
semana él significaba la última semana, que tiene que ser al final de todo el
mundo; de esta semana los profetas Enoc y Elías tomarán la mitad; porque ellos
predicarán durante 1.260 días, vestidos de saco» (Hipólito en Christ and
Antichrist). Según Browne (Ordo Saec., p. 386, nota), esta era también la posición
del padre de los cronólogos cristianos, Julio Africano. Que la mitad de la semana
ha sido cumplida, pero que los siguientes tres años y medio son aún futuros es cosa
que mantiene el mismo Browne (n.° 339), que nota lo que tantos autores modernos
han pasado por alto, que los sucesos que pertenecen a este período están conectados
con el tiempo del Anticristo.
21. Ro. 9:25, 26; cp. Os. 1:9, 10.
22. O sea, el pacto mencionado en Dn. 9:27
53
8
El Mesías Príncipe
ASI COMO VEMOS que en ciertos círculos personas de piadosa repu-
tación corren el riesgo de ser tenidos por sospechosos, así parece que
cualquier escrito que proclame la autoridad o aprobación divinas
inevitablemente suscita desconfianza. Pero si los evangelistas
pudieran ganar la misma atención justa que los historiadores profanos
reciben; en sus afirmaciones fueran contrastadas por los mismos
sobre los que se juzgan los registros del pasado por parte de los
eruditos, y como se juzga la evidencia en nuestros tribunales de
justicia, se aceptaría como un hecho bien establecido por la historia
que nuestro Salvador nació en Belén, en la época en que Cirenio era
gobernador de Siria, y Herodes era rey en Jerusalén. La narración de
los dos primeros capítulos de san Lucas no es como la página ordinaria de la historia que no lleva consigo otra garantía de exactitud
excepto la que pueda suministrar el crédito general del autor. El
evangelista está tratando de hechos de los que él ha «investigado todo
con esmero desde su origen»;1 en los cuales, además, su propio
interés personal era bien intenso, y con respecto a lo cual un solo
error evidente hubiera provocado prejuicios no sólo acerca del valor
de su libro, sino contra el triunfo de aquella causa a la cual su vida
estaba dedicada, y con la cual se identificaban sus esperanzas de
felicidad eterna.
El asunto ha sido tratado como si su referencia a Cirenio fuera
simplemente una alusión incidental, con respecto a lo cual un error
1. Lc. 1:3.
no tendría ninguna importancia; mientras que, de hecho, sería absolutamente vital. Que el verdadero Mesías debe nacer en Belén era
cosa afirmada por el judío y concedida por el cristiano: que el
Nazareno nació en Belén el judío lo negaba persistentemente. Si
incluso en la actualidad él pudiera demostrar que este hecho fuera
falso, justificaría su incredulidad; porque si el Cristo que nosotros
adoramos no fuera heredero por derecho de nacimiento al trono de
David, Él no es el Cristo de la profecía. Muy pronto olvidaron esto
los cristianos cuando ya no tenían que mantener su fe frente a una
línea judía monolítica, sino que sólo tenían que proclamarlo al mundo pagano. Pero no fue olvidado por los inmediatos sucesores de los
apóstoles, Así fue como al escribir a los judíos, Justino Mártir afirmó
con tanto énfasis que Cristo nació durante el censo de Cirenio, apelando a las listas de aquel censo como documentos entonces existentes y disponibles para referencia, para demostrar que, aunque José y
María vivían en Nazaret, fueron a Belén a ser censados, y que así fue
cómo sucedió que el Niño nació en la ciudad real, y no en el
despreciado pueblo galileo.2
Y estos hechos del linaje y del nacimiento del Nazareno ofrecían
prácticamente el único terreno sobre el que se podría debatir el
asunto, donde un lado mantenía, y el otro lado negaba, que Su
carácter y misión divinos quedaban establecidos por pruebas
trascendentes. Nadie podría poner en tela de juicio que Sus actos eran
más que humanos, pero la ceguera y el odio podían adjudicarlos al
poder satáni co; y las sublimes proclamaciones que en cada época
sucesiva han atraído la admiración de millones, incluso por parte de
aquellos que le han rehusado el homenaje más profundo de su fe, no
podía tener ningún atractivo para hombres con prejuicios tan fuertes.
2. «Belén, en la que Jesús nació, como puedes también aprender de las listas del
censo que fue hecho en el tiempo de Cirenio, el primer gobernador vuestro en
Judea.» Apol., i, n.° 34.
«Afirmamos que Cristo nació hace ciento cincuenta años, bajo Cirenio.» Ibid., n.°
46.
«Pero cuando hubo un censo en Judea, que se hizo primeramente entonces bajo
Cirenio, El subió de Nazaret, donde vivía, a Belén, el lugar de donde era, para ser
censado», etc. Dial. Trifo, n.° 78.
54
Pero estas afirmaciones acerca del censo que llevó a la Madre Virgen
a Belén no preciaban de una adecuación moral para que pudieran ser
apreciadas. Que en un asunto tal un escritor como Lucas pudiera
haber caído en error es totalmente improbable, pero que el error
hubiera permanecido sin recusación es absolutamente increíble; y
hallamos a Justino Mártir escribiendo cerca de cien años después del
evangelista, apelando al hecho como irrefutable. Así, se puede
aceptar como uno de los hechos mejor establecidos de la historia que
el primer censo de Cirenio se hizo antes de la muerte de Herodes, y
que mientras que éste estaba en marcha Cristo nació en Belén.
No hace muchos años esta afirmación hubiera sido recibida con
ridículo o con indignación. La mención por parte del evangelista de
Cirenio parecía ser un anacronismo imposible de reconciliar; y, según
la indiscutida historia, el período de su gobierno y la fecha de su
«censo» tuvieron lugar nueve o diez años después de la natividad.
Denigrado y ridiculizado por Strauss y otros de su misma laya, y
rechazado por innumerables autores ya como un enigma o como un
error, el pasaje ha sido vindicado y explicado en años recientes con
los trabajos del doctor Augustus Zumpt de Berlín.
Por una extraña razón, hay una discontinuidad en la historia de
este período, por siete u ocho años empezando con el 4 a.C.3 Por
ello, la lista de gobernantes de Siria nos falla, y durante el mismo
intervalo P. Sulpicio Quirino, el Cirenio de los griegos, desaparece de
la historia. Pero gracias a una serie de investigaciones y argumentos
separados, todos ellos independientes de las Escrituras, el doctor
Zumpt ha establecido que Quirino fue gobernador de la provincia en
dos ocasiones, y que su primer término en el cargo tuvo su principio
a últimos del año 4 a.C, cuando sucedió a Quintilio Varo. La unanimidad con que se ha aceptado esta conclusión hace innecesario
discutir aquí este asunto.
Pero no estará fuera de lugar una observación al respecto. Las bases
de las conclusiones del doctor Zumpt pueden ser adecuadamente
3. Josefo deja aquí un hueco en su narración; y por medio de la pérdida del
manuscrito, la historia de Dión Cassio, la única otra autoridad para este período, no
es asequible para suplir la omisión.
descritas como una cadena de evidencias circunstanciales, y sus
críticos están de acuerdo en que el resultado es razonablemente
cierto.4 Para hacer que ello fuera absolutamente cierto, nada falta
excepto el testimonio positivo de algún historiador de reputación. Si,
por ejemplo, uno de los fragmentos perdidos de la historia de Dión
Cassio saliera a la luz, conteniendo la mención de Quirino como
gobernador de la provincia durante los últimos meses del reinado de
Herodes, se tendría por cierto el hecho, tanto como que Augusto era
el emperador de Roma. Un escritor cristiano puede ser perdonado si
le otorga el mismo peso al testimonio de Lucas. Por ello, se acepta
como absolutamente cierto que el nacimiento de Cristo tuvo lugar en
alguna fecha no anterior al otoño del año 4 a.C.5
La sentencia de nuestro más eminente cronólogo, no habiendo nadie
4. Los trabajos del doctor Zumpt sobre este asunto fueron hechos públicos por
primera vez en un tratado en Latín que apareció en 1854. Más recientemente los ha
publicado en Das Geburtsjahr Christi (Leipzig, 1869). El lector inglés hallará un
resumen de sus argumentos en el Greek Testament del Deán Alford (nota sobre
Lucas 2:1), y en su artículo sobre Cyrenius en el Smith's Bible Dictionary los
describe como «muy notables y satisfactorios». El doctor Farrar señala: «Zumpt,
con una diligencia y una investigación increíble, ha llegado casi a establecer a este
respecto la exactitud, de Lucas, al demostrar la extrema probabilidad de que
Quirino fuera gobernador de Siria en dos ocasiones» (Life of Christ, vol., i, p. 7,
nota). Ver también un artículo en el Quaríerly Review de abril de 1871, que
describe las conclusiones de Zumpt como «muy posiblemente ciertas», «casi
ciertas». La cuestión es también discutida en la Chron. Syn, de Wieseler
(traducción al inglés de Venable). En su historia de Roma, el señor Merivale adopta
estos resultados sin ninguna reserva. Dice él (vol. 4, p. 457): «Una luz notable ha
sido arrojada acerca de este punto por la demostración, por lo que parece ser, de
Augustus Zumpt en su segundo volumen de Commentationes Epigra-phicae, de
que Quirino (El Cirenio de Lucas 2) fue primeramente gobernador de Siria a partir
del final del año 750 A.U. (4 a.C), hasta el año 753 A.U. (1 a.C.).»
5. El nacimiento de nuestro Señor es asignado al 1 a.C. por Pearson y Hug; 2 a.C.
por Scaliger; 3 a.C. por Baronius, Calvisius, Süskind, y Paulus; 4 a.C. por Lamy,
Bengel, Anger, Wieseler, y Greswell; 5 a.C. Ussber y Petavius; 7 a.C. por Ideler y
Slanclementi (Smith, Bible Wclionary, «Jesús Christ», p. 1.075). Se debería añadir
que la fecha de Zumpt para la Natividad queda ligada sobre una base independiente
en el 7 a.C. Siguiendo a Ideler, él concluye en que la conjunción de los planetas
Júpiter y Saturno, que tuvo lugar en aquel año, fue la «estrella» que guió a los
magos a Palestina.
55
más digno de confianza que él en estas materias, es una suficiente
garantía de que esta conclusión es consecuente con todo lo que la
erudición pueda aportar en relación a este asunto. Fynes Clinton
resume esta conclusión de la siguiente manera: «La natividad tuvo
lugar no más de dieciocho meses antes de la muerte de Herodes, y no
menos de cinco o seis. La muerte de Herodes tuvo lugar en la
primavera del año 4, o del 3 a.C. Así, la fecha más temprana posible
para la natividad es el otoño del año 6 a.C. (748 A.U.), dieciocho
meses antes de la muerte de Herodes el 4 a.C. La más tardía sería
el otoño del 4 a.C. (750 A.U.), unos seis meses antes de su muerte,
asumiendo que ésta hubiera ocurrido en la primavera del año 3 a.C.»6
Esta opinión es de peso, no sólo debido a la eminencia del autor
como cronólogo, sino también debido a que su propia posición acerca
del nacimiento de Cristo le hubiera guiado a ajustar aún más los
límites dentro de los cuales tuvo que ocurrir, si su sentido de justicia
se lo hubiera permitido. Además, Clinton escribió sin saber nada de
lo que Zumpt ha sacado desde entonces a la luz con respecto al censo
de Quirino. La introducción de este nuevo elemento en la
consideración de este asunto nos permite asignar con total confianza,
utilizando la sentencia de Clinton, la fecha de la muerte de Herodes
al mes de Adar del año 3 a.C, y la Natividad al otoño del año 4 a.C.
El hecho de que la más mínima incertidumbre hubiera de existir
con respecto a la fecha de un suceso de un interés tan trascendente
para la humanidad constituye un hecho de extraño significado. Pero
sea la que fuere la duda acerca de la fecha del nacimiento del Hijo de
Dios, no se debe a ninguna omisión si se sienten algunas dudas
acerca de la época de su ministerio sobre la tierra. No existe en todas
las Escrituras una afirmación cronológica más definida que la que
está contenida en los versículos introductorios del tercer capítulo de
Lucas.
En el año decimoquinto del reinado de Tiberio César, siendo
Poncio Pilato gobernador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, su
hermano Felipe tetrarca de la región do Iturea y de Traconítide, y
Lisanias tetrarca de Abilene, durante el sumo sacerdocio de Anas y
de Caifás, vino palabra de Dios sobre Juan el hijo de Zacarías, en el
desierto.
Ahora bien, la fecha del reinado de Tiberio César se conoce con total
exactitud; y su año decimoquinto, contado a partir de su ascensión,
empezó el 19 de agosto del año 28 d.C. Y además, se sabe también
que durante aquel año, así contado, cada uno de los personajes
mencionados en el pasaje ejercían los cargos allí asignados a ellos.
Así, se podría suponer que ninguna dificultad ni dudas se le presentan
a nadie. Pero el evangelista continúa hablando del principio del
ministerio del Señor mismo, y menciona que «al comenzar, tenía
unos treinta años».7 Esta afirmación tomada en relación con la fecha
comúnmente asignada a la Natividad, había hecho suponer que «el
año decimoquinto de Tiberio» tenía que referirse, no a la época de su
reinado, sino a una fecha más temprana, cuando la historia testifica
que Augusto le confirió ciertos poderes durante sus dos últimos años.
Pero todas estas hipótesis «están sujetas a una objeción abrumadora,
cual es la de que el reinado de Tiberio, empezando el 19 de agosto
del año 14 d.C, era una fecha tan bien conocida en los tiempos de
Lucas como el reinado de la reina Victoria lo es en nuestros propios
días; y no se ha hallado ni tan sólo un caso en que se trate los años de
Tiberio de cualquier otra manera».8
6. Fasti Romani, 29 d.C.
7. Lucas 3:23. Tal es la correcta traducción del versículo, que se podría poner de
otra manera: «Y Jesús mismo, cuando empezó a enseñar, tenía alrededor de treinta
años.»
8. Lewin, Fasti Sacri, p. líii Diss., cap. vi. La teoría de la coprincipalidad del reinado de Tiberio, argüida de manera muy elaborada por Greswell, es esencial para
autores como él, que asignan la fecha de la crucifixión a 29 ó 30 d.C. San Clementi
mismo, al hallar que «ni en historias, ni en monumentos, ni en monedas, hay un
solo vestigio que nos diga la manera de contar sus años de emperador», se libra de
esta dificultad tomando la fecha en Lucas 3:1 como refiriéndose, no al ministerio
de Juan el Bautista, sino a la muerte de Cristo. Browne adopta esta hipótesis en una
forma modificada, reconociendo que la hipótesis referida «cae bajo fatales
objeciones». Señala él que «es improbable en grado sumo» que Lucas, que escribía
especialmente para un funcionario romano, y en general para los gentiles, se
hubiera expresado de manera como para que le malinterpretasen. Por ello, aunque
la afirmación del evangelista choca con sus conclusiones referentes a la fecha de la
Pasión, reconoce su obligación de aceptarla. Ver Ordo Saec, n.° 71 y 95.
56
Tampoco existe ninguna incoherencia entre estas afirmaciones de
Lucas y la fecha de la Natividad (tal como la fija el mismo evangelista), bajo Cirenio, en el otoño del año 1 a.C.; porque el ministerio
del Señor, datando del otoño del año 28 d.C, puede de hecho haber
empezado antes de que expirara su año trigésimo, y no puede haber
ido más que unos meses más allá de este año. La expresión «unos
treinta años» implica un margen así. Ya que por ello es completamente innecesario, llega a ser totalmente injustificable asignar un
significado especial a las palabras del evangelista; y al mencionar el
año decimoquinto de Tiberio César tiene que haber querido decir lo
que todo el mundo estaría asumiendo que quería decir, o sea, que se
trataba del año que empezó el 19 de agosto del año 28 d.C. Así,
saliendo del campo de la discusión y de la controversia, llegamos a
una fecha bien precisada, de importancia vital en esta investigación.
La primera Pascua del ministerio público del Señor en la tierra
queda así definitivamente fijada por la misma narración evangélica,
en Nisán del año 29 d.C. Y podemos así filar el año 32 d.C. como la
fecha de la crucifixión.9
Esto se opone, indudablemente, a las tradiciones incorporadas de la
espúrea Acta Pilati que tan a menudo se cita en esta controversia, y
9. «A mí me parece absolutamente cierto que el ministerio del Señor duró por un
período alrededor de tres años» (Pusey, Daniel, p. 176, y ver nota 7 en p. 177).
Esta opinión se mantiene ahora con tanta universalidad, que ya no es necesario
presentar con detalle las bases sobre las que descansa; de cierto, autores recientes
asumen por lo general, sin prueba alguna, que el ministerio incluyó cuatro Pascuas.
La discusión más satisfactoria de esta cuestión que yo conozca es la de
Hengstenberg en su Christology (traducida al inglés por Arnold, n.° 755-765). Juan
menciona expresamente tres Pascuas a las que el Señor estuvo presente; y sí la
fiesta de Juan 5:1 fue una Pascua, la cuestión queda cerrada. En la actualidad se
admite por lo general que la fiesta era o Purim o la Pascua, y las pruebas de
Hengstenberg a favor de la última son abrumadoras. La fiesta de Purim no tenía
sanción divina. Fue instituida por un decreto de Ester, reina de Persia, en el año
13.° de Jerjes (437 a.C), y era más bien una fiesta social y política que religiosa, en
la que el servicio en la sinagoga era más bien secundario frente a los excesos en
comer y en beber que caracterizaban el día. Es dudoso que el Señor hubiera
observado esta fiesta; pero que, saliendo de la práctica normal, hubiera subido a
Jerusalén especialmente a celebrarla, es cosa totalmente increíble.
en los escritos de algunos de los padres, para quienes el año decimoquinto de Tiberio era precisamente la fecha de la muerte de Cristo;
«por algunos, porque confundieron la fecha del bautismo con la fecha
de la Pasión; por otros, porque transcribieron de sus predecesores sin
examinarlo».10
Se puede citar un impresionante cúmulo de nombres en apoyo de
cualquiera de los años entre 29 d.C. y 33 d.C; pero tal testimonio
tiene fuerza solamente si no se encuentra otro mejor. Así como una
cadena aparentemente perfecta en evidencias circunstanciales cae
ante el testimonio de un solo testigo de veracidad y valor reconocidos, y la voz unida de medio país no apoyará un derecho prescriptivo, si se opone una sola hoja de pergamino, así las tradiciones acumuladas de la Iglesia, incluso si fueran definidas y claras, cuando de
hecho son contradictorias y vagas, no podrían contrapesar las pruebas
a las que se ha apelado aquí.
No obstante, otro punto reclama nuestra atención. Numerosos escritores, algunos de ellos eminentes, han discutido el asunto como si
no se necesitara nada más para establecer la fecha de la Pasión que la
de hallar un año, dentro de ciertos límites, en el cual la luna pascual
estuviera llena en un viernes. Pero ello traiciona un extraño olvido de
la complicación del problema. Cierto es que si el sistema por el cual
se establece el año judío en la actualidad hubiera estado vigente hace
dieciocho siglos, toda la controversia giraría en torno a la fecha semanal de la Pascua en un año determinado; pero a causa de nuestra
ignorancia del tema embolismal utilizado entonces, no se le puede
dar ningún peso.11
10. Clinton, Fasti Rom., 29 d.C.
11. «El mes empezaba con la fase de la luna...y ello sucede cuando, según
Newton, la luna tiene dieciocho horas. Así, el decimocuarto día de Nisán pudiera
empezar cuando la luna era de 13 días y 18 horas, y le faltaban 1 día, 0 horas y 22
minutos para llegar a llena. [La edad de la luna cuando está llena será de 14 días,
18 horas, 22 minutos.] Pero en algunas ocasiones la fase era retrasada hasta que la
luna tenía 1 día y 17 horas; y así, si el primero de Nisán se posponía hasta la fase,
el decimocuarto empezaría sólo a 1 día y 22 minutos después de la luna llena. No
obstante, esta precisión para ajustar el mes con la luna no existía en la práctica. Los
judíos, como otras naciones que adoptaron el año lunar, y que suplían el defecto
57
Mientras que el año judío era el antiguo año lunisolar de 360 días, no
es improbable que los ajustaran, como durante siglos lo habían hecho
con probabilidad en Egipto, añadiendo anualmente los «días de
costumbre» de los que habla Herodoto.12 Pero no debe de suponerse
que cuando adoptaron la forma presente de año que continuaron
corrigiéndolo de la misma manera. Su utilización del ciclo metónico
para estos propósitos es comparativa-mente moderno.13 Y es probable que con el año lunar obtuvieran también bujo los Seléucidas el
antiguo ciclo de ocho años para su ajuste. El hecho de que este ciclo
estaba en uno entre los cristianos primitivos para sus cálculos de la
Pascua.14 suscita la presunción de que estaba tomado de los judíos;
pero no tenemos un conocimiento cierto acerca de ello.
Realmente, la única cosa razonablemente cierta acerca de este
asunto es que la Pascua no cayó dentro de los días que son asignados
por autores cuyos cálculos acerca de ello se hacen con una exactitud
astronómica estricta,15 porque la Mishná nos da la prueba clara de
que el principio del mes no quedaba determinado por la verdadera
luna nueva, sino por la primera aparición de su disco; y a pesar de
que en un clima como el de Palestina esto quedaría en raras ocasiones
…Viene 11.
con los meses intercalados, no obtenían una exactitud total. No sabemos cuál era su
método de cálculo cuando empezó la era cristiana.» (Fasti Rom., vol. ii, p. 240); 30
d.C. es el único año entre el año 29 y 33 en el que la fase de la luna llena cayó en
viernes. En el año 29 d.C. la luna llena cayó en sábado, y la fase en lunes. (Ver la
Tabla de Wurms, en la Chron. Syn., de Wieseler, traducción al inglés de Venable,
p. 407).
12. Herodoto, ii, 4.
13. Fue alrededor del año 360 d.C. cuando los judíos adoptaron el ciclo metónico
de diecinueve años para el ajuste de su calendario. Antes de esta época utilizaban
un ciclo de ochenta y cuatro años, que era, evidentemente, el período calípico de
setenta y seis años con un octaeterio griego añadido. Algunos autores afirman que
estaba en uso en tiempos de nuestro Señor, pero la afirmación es muy dudosa.
Parece descansar en el testimonio de los últimos rabinos. Julio Africano afirma, por
su parte, en su Cronografía, que «los judíos insertan tres meses intercalados cada
ocho años». Para una descripción del calendario judío moderno, Ver la Encyclopedia Británica (9.a ediciones, vol. v, p. 714).
14. Browne, Ordo Saec, n.° 424.
retardado por causas que operarían en latitudes más lóbregas, es
indudable que en algunas ocasiones no aparecían «ni sol ni estrellas
por muchos días».16 Estas consideraciones justifican la afirmación de
que en cualquier año el 15 de Nisán hubiera podido caer en un
viernes.17
Por ejemplo, el año 32 d.C, la fecha de la luna nueva verdadera,
por la cual se regulaba la Pascua, cayó en la noche (10 h 57 m) del 29
de marzo. La fecha ostensible del 1° de Nisán, entonces, según la
fase, fue el 31 de marzo.18 Puede que hubiera sido retardado, a pesar
de todo, hasta el 1° de abril; y en este caso el 15° de Nisán hubiera
15. Por ejemplo, ver Browne, Ordo Saec, n.° 64. El afirma que «si en un año dado
la luna pascual estuvo llena en cualquier instante entre la puesta de sol de un jueves
y la puesta del sol de un viernes, el día incluido entre las dos puestas de sol era el
15 de Nisán»; y sobre este terreno él afirma que el año 29 d.C. es el único posible
de la crucifixión. Pero como su propia tabla muestra, ninguno de los años posibles
(esto es, ningún año entre el 28 y 33) satisface esta condición; porque la luna
pascual de 29 d.C. fue el sábado, 16 de abril, y no el viernes 18 de marzo. Esta
posición también la mantienen Ferguson y otros. Se puede explicar quizá por el
hecho de que no ha sido hasta hace poco que la Mishná no ha sido traducida al
inglés.
16. Hch. 27:20. El tratado Rosh Hashanah de la Mishná trata del modo en que,
en los días del «segundo templo», se regulaba la fiesta de la luna nueva. La
evidencia de dos testigos competentes era demandada por el Sanhedrín teniendo
que declarar que habían visto la luna, y las numerosas, reglas para el viaje y
examen de estos testigos demuestran que con no poca frecuencia venían de una
buena distancia. Verdaderamente, se tiene en cuenta el hecho de poder estar «todo
un día y una noche en camino» (cap. i, n.° 9). Así, la proclamación por parte del
Sanhedrín puede haber quedado retrasada, en ocasiones, por un día e incluso dos
después de la fase, y en algunas ocasiones la fase se retrasaba hasta que la luna
tenía 1 día y 17 horas de edad [Clinton, Fasli Rom., vol. ii, p. 20]; con lo que el 1.°
de Nisán puede haber caído más tarde, por algunos días, que la verdadera luna
nueva. Además, es posible que hubiera estado más retrasado por la operación de
normas tales como las del moderno calendario judío a fin de impedir que ciertas
fiestas caigan en días incompatibles. Por lo que se ve de la Mishná (Pesachim),
estas normas no estaban aún en vigor; pero podrían haber existido reglas similares
en vigor.
17. Ver Fasti Rom., vol ii, p. 240, acerca de la imposibilidad de determinar en
qué años cayó la Pascua en viernes.
18. Ver p. 122 (nota 12).
58
caído por lo que parece en el martes 15 de abril. Pero, además, el
calendario hubiera podido quedar perturbado por intercalaciones.
Según el sistema del ciclo de ocho años, el mes embolico se intercalaba en los años tercero, sexto y octavo, y un examen de los calendarios desde 22 d.C. hasta 45 d.C. mostrará que 32 d.C. era el tercero
de un ciclo así. Ya que la diferencia entre el año solar y el lunar es de
11 1/4 días, llegaría en tres años a ser de 33 3/4 días, y la intercalación de un decimotercer mes (Ve-adar) de treinta días dejaría todavía
un sobrante de 3 3/4 días; y la «luna eclesiástica» caería antes que la
luna real, con lo que el día de la fiesta hubiera caído el viernes (11 de
abril), exactamente como lo demanda la narración de los evangelios.19
Esto, además, explicaría lo que, a pesar de toda la poesía utilizada
acerca de las arboledas y grutas del Getsemaní, continúa constituyendo una dificultad. Judas no necesitó ninguna antorcha ni linterna a fin de poder localizar a su Maestro en medio de las más
oscuras sombras y recovecos del huerto, ni tampoco se acercó allí
la multitud, por lo que parece, a prender a su víctima hasta que él
cumplió su rastrera y malvada misión. Y el Sanedrín no hubiera
necesitado sobornar a un traidor para que les entregase a medianoche
al objeto de su ira, si no fuera que no se atrevía a prenderlo excepto
furtivamente.20 Cada antorcha y linterna les hubiera hecho correr el
riesgo de despertar a los millones de durmientes alrededor de ellos,
porque en aquella noche todo Judá estaba reunido en la capital para
guardar la fiesta de la Pascua.21 Entonces, si la luna llena estaba alta
sobre Jerusalén, no se necesitaba de ninguna otra luz para guiarlos en
su culpable comisión; pero si, por otra parte, la luna pascual hubiera
tenido solamente diez u once días en aquella noche de jueves, hubiera
estado muy baja en el horizonte, si es que ya no se hubiera puesto,
antes de que ellos salieran. Estas sugerencias no se presentan con el
ánimo de confirmar la prueba ya ofrecida de la fecha del año de la
muerte de Cristo, sino meramente para mostrar lo fácil que es responder a objeciones que parecen fatales a primera vista
19. Lo que sigue es el esquema del octaeterio: El año solar tiene una duración de
365 1/4 días; 12 meses lunares hacen 354 días. La diferencia, que recibe el nombre
epacta o epagomené, es de 11 1/4 días. Esta es la epacta del primer año. De ahí que
la epacta del segundo año sea = 22 1/2 días; del tercero 33 3/4. Estos 33 3/4 días
hacen un mes lunar de 30 días, que se añaden al tercer año lunar como mes intercalar o decimotercer mes, y un resto, o epacta de 3 3/4 días. De ahí la epacta del
cuarto año = 11 1/4 + 3 3/4 = 15 días; el del quinto año = 26 1/4; del sexto, 37 1/2,
que da el segundo embolismo de 30 días con una epacta de 7 1/2. La epacta, por
tanto, del año séptimo. 18 3/4, y la del octavo =18 3/4+11 1/4 = 30 exacto, con lo
que el tercer embolismo queda sin ninguna epacta.» Browne, Ordo Saec, n.° 424.
Los días de la luna llena pascual en los años 22-37 d.C. fueron como sigue; se
marcan los años embolísmicos, según el octaeterio, con una E:
d.C.
d.C.
22......
5 de abril
30...... 6 de abril
23...... 25 de marzo
31...... 27 de marzo
24...... 12 de abril
32 E... 14 de abril
25......
1 de abril
33...... 3 de abril
26...... 21 de marzo
34...... 23 de marzo
27 E… 9 de abril
35 E.... 11 de abril
28...... 29 de marzo
36…. 30 de marzo
29 E… 17 de abril
37 E... 18 de abril
20. Lucas 22:2-6.
21. Josefo testifica que «multitud innumerable» se congregaba a la fiesta
(Antigüedades, xvii, 9, n.° 3); y él computa que en la Pascua anterior al asedio de
Jerusalén hasta unas 2.700.200 personas realmente participaron de la cena pascual,
además de los extranjeros presentes en la ciudad (Guerra, vi, 9, n.° 3).
59
9
La Cena Pascual
LA CONFIABILIDAD de
los testigos es comprobada, no por la cantidad
de verdad que su evidencia contiene, sino por la ausencia de errores.
Un solo error craso puede servir para desacreditar un testimonio que
parecía de la mayor credibilidad. Este principio tiene aplicación para
estimar la credibilidad de las narraciones de los Evangelios, y le
asigna una importancia que difícilmente puede ser exagerada a la
cuestión que se suscita en esta controversia, ¿tuvo lugar la traición en
la noche de la Cena Pascual? Si, como se mantiene tan comúnmente,
uno o todos los evangelistas cayeron en error en un asunto real tan
definido y llano, es en vano pretender que sus escritos sean inspirados por Dios.1
1. 2ª Ti. 3:16. Ver Ordo Saec, de Browne, n.° 65-70, para una discusión exhaustiva de esta cuestión, para demostrar que «los tres primeros evangelios muestran su
diferencia con el cuarto en este punto». Este asunto está tratado en libros sin
cuenta. Me ocupo aquí solamente de los puntos más importantes de esta
controversia. Siendo inconsecuentes los argumentos basados en el cumplimiento
sabático del 15 de Nisán con los sucesos de la mañana de la crucifixión, no tienen
valor. «Colar el mosquito y tragar el camello» era característico de los hombres que
fueron los actores de estas escenas. Si alguien duda de ello, que lea la Mishná. Y
puntos tales como que los judíos tenían prohibido dejar sus casas en la noche de la
Cena dependen de la confusión de los mandatos dados para la noche del éxodo con
la ley referente a su celebración anual. Igual se podría aducir que el Señor tuvo
parte y aprobó la violación de la ley a causa de que se reclinó a cenar, en lugar de
sentarse ceñido y calzado tal como está ordenado en Ex. 12!
El testimonio de los primeros tres evangelios es unánime, en cuanto a
que la Ultima Cena fue celebrada en la Pascua judía. El intento de
demostrar que fue una celebración anticipada, sin el sacrificio
pascual, aunque hecho con el mejor de los motivos, es totalmente
fútil. «El primer día de la fiesta de los panes sin levadura» (afirma
Mateo),2 «se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron: ¿Dónde
quieres que te hagamos los preparativos para comer la pascua?» Fue
propuesta, no del Señor, sino de los discípulos, que, con el conocimiento del día y de los ritos que le eran propios, se dirigieron al
Maestro en busca de instrucciones. Con una claridad aún más grande,
Marcos narra que esto tuvo lugar «en el primer día de la fiesta de los
panes sin levadura, cuando estaban sacrificando el cordero
pascual».3 Y el lenguaje de Lucas es quizá todavía más inequívoco:
«Llegó el día de los panes sin levadura, en el cuál se debía sacrificar
el cordero de la pascua.»4
Pero afirman confiadamente que el testimonio de Juan es claro y
sin ambigüedades que la crucifixión tuvo lugar precisamente aquel
mismo día, y se insiste en ocasiones que en la misma hora que el
sacrificio pascual. Muchos autores eminentes se podrían citar en
apoyo de esta posición, y la controversia desarrollada en su defensa
no tiene fin. Pero no se puede tolerar ninguna apelación a grandes
nombres por un solo momento cuando lo que está en juego es la
integridad de las Sagradas Escrituras; y a pesar de la erudición que se
ha invertido para demostrar que en este punto los Evangelios están en
desesperada contradicción, nadie que haya aprendido a valorarlos
como revelación divina se sorprenderá de que la mayor dificultad se
apoya en la prevaleciente ignorancia acerca de las ordenanzas judías
y de la ley de Moisés
2. Mt. 26:17. En la Versión Autorizada (el autor se refiere a la versión inglesa del
Rey Jaime I). (N. del T.), nuestros traductores han pervertido el versículo. No era el
primer día de la fiesta, sino el día en que se sacaba la levadura de sus casas, el 14
da Nisán, por la noche en el que se comía la Pascua.
3. Mr. 14:12.
4. Le. 22:7.
60
Todos estos escritores confunden la Cena Pascual con la fiesta que
le seguía, y a la que le daba su nombre. La cena era un memorial de
la redención de los primogénitos de Israel en la noche anterior al
éxodo; la fiesta era el aniversario de su verdadera liberación de la
casa de esclavitud. La cena no era una parte de la fiesta; era moralmente la base sobre la que la fiesta se sostenía, así como la Fiesta de
los Tabernáculos estaba basada en la gran ofrenda por el pecado del
día de la expiación que la precedía. Pero de la misma manera que la
Fiesta de las Semanas vino a ser comúnmente designada Pentecostés,
la Fiesta de los Panes sin Levadura vino a ser llamada popularmente
la Pascua.5 Aquel título era común a la cena y a la fiesta, y las incluía
a ambas; pero el judío inteligente nunca confundiría las dos; y si él
hablaba enfáticamente de la Fiesta de la Pascua, con ello estaría
hablando de la fiesta con exclusión de la cena.6
No hay palabras que puedan expresar con más claridad esta distinción que aquéllas que nos da el Pentateuco en la promulgación final
de la Ley: «Pero en el mes primero, a los catorce días del mes, será la
Pascua de Jehová. Y a los quince días de este mes, la fiesta solemne;
por siete días se comerán panes sin levadura.»7
Abriendo el capítulo decimotercero de Juan a la luz de esta sencilla
explicación, toda dificultad desaparece. La escena es la de la Cena
Pascual, en la víspera de la fiesta, «antes de la fiesta de la pascua»;8 y
después de la narración del lavamiento de pies, el evangelista conti-
núa explicando la apresurada salida de Judas, explicando que, para
algunos, lo que el Señor le quería decir era, «compra lo que necesitamos para la fiesta».9 El día de la fiesta era un sábado, en el que era
ilícito comerciar, y puede parecer que los suministros necesarios para
la festividad podían aún ser comprados la noche precedente; porque
otro de los errores en los que esta controversia abunda es la asunción
de que el día judío era invariablemente contado, empezando por el
anochecer.10
Tal, indudablemente, era la norma acostumbrada, y notablemente
en cuanto a la ley de limpieza ceremonial. Ciertamente, este mismo
hecho nos capacita para concluir sin dudas de ningún tipo que la
Pascua, a causa de la cual los judíos rehusaron entrar en el pretorio, a
fin de no contaminarse, no era la Cena Pascual, porque aquella cena
no se comía hasta después de la hora en que hubiera cesado la contaminación. En el lenguaje de la Ley, «cuando el sol so ponga, será
limpio; y después podrá comer las cosas sagradas, porque su
alimento es».11 Pero éste no era el caso con las ofrendas santas del
día de la fiesta, que de necesidad tenían que comer antes de la hora
en que hubiera cesado su contaminación.12 La única cuestión pendiente, por lo tanto, es el que la participación de los sacrificios de
paces de la fiesta pudiera o no designarse con el término de «comer
la Pascua». La misma ley de Moisés nos da la respuesta:
«Sacrificaras la Pascua a Jehová tu Dios, de las ovejas y de las vacas
5. Ver Lucas 22:1, y comparar con Josefo, Antigüedades, xiv, 2,1, y xvii, 9, 3:
9. Jn. 13:29.
10. De esta manera era, por ejemplo, el día de la expiación (Lv» 23:32) y también
«La fiesta de los panes sin levadura, que nosotros llamamos la Pascua.»
6. O, si el énfasis descansaba sobre la palabra «fiesta», la distinción seria entre la
Pascua y Pentecostés o Tabernáculos.
7. Nm. 28:16, 17. Comparar con Ex. 12:14-17, y Lv. 23:5-6, y ver que en la
enumeración de fiestas en Éxodo 23 se omite la Pascua (o sea, la cena Pascual)
totalmente.
8. Jn. 13:1. El lector debe distinguir cuidadosamente entre versículos tales como
éste y aquellos versículos donde en nuestra versión inglesa la palabra «fiesta» está
en cursiva, denotando que no está en el original. (Lamentablemente, en la mayor
parte de las versiones castellanas no se sigue esta recomendable práctica, ni en la
Reina Valera revisión 1960 ni siquiera en la revisión 1977. Sí lo hacen la Reina
Valera 1909 y la Versión Moderna de Pratt. (N. del T.)
el sábado semanal. Pero, aunque la Pascua se comía entre las seis de la tarde y la
medianoche, este período quedaba destinado por la ley, no como el principio del 15
de Nisán, sino como la tarde o noche del 14 (cp. con Ex. 12:6-8, y Lv. 23:5). El 15,
o día de la fiesta, se contaba, indudablemente, desde las seis de la mañana siguiente
porque, según la Mishná (tratado Berachoth), el día empezaba a las seis de la
mañana. Estos autores nos quisieran hacer creer que los discípulos suponían que
estaban allí comiendo, la Pascua, y que a pesar de ello ¡supusieron que Judas fue
enviado a comprar lo que se necesitaba para la Pascua!
11. Lv. 22:7.
12. Debido a que el día acababa a las seis. Además, sabemos por escritores judíos
que estas ofrendas (llamadas Chagigah en el Talmud) se comían entre las tres y las
seis, y que la impureza ceremonial permanecía hasta las seis de la tarde.
61
... No comerás con ella pan con levadura; siete días comerás con ella
pan sin levadura.»13
Así, si las palabras de Juan son inteligibles tan sólo cuando se
interpretan de esta manera, y si cuando se interpretan de esta manera
son consistentes con el testimonio de los otros tres evangelistas, no
nos queda ningún elemento de duda, llegando a la absoluta certeza de
que los sucesos del capítulo decimoctavo tuvieron lugar en el día de
la fiesta. O, si aún se necesitase confirmación, los versículos finales
de este mismo capítulo la dan, pues, según la costumbre citada, era
en la fiesta que el gobernador le soltase un preso al pueblo.14 Temiendo, a causa del populacho, prender al Señor durante el día de la
fiesta,15 los fariseos estaban ansiosos de buscar su entrega por la noche de la Cena Pascual. Y así vino a suceder que la presentación ante
Pilato tuvo lugar en el día de la fiesta, como todos los evangelistas
declaran. Pero ¿no afirma Juan de una manera expresa qué era «la
prepa-ración de la Pascua», y no tiene que significar ello necesariamente el catorce de Nisán? La llana respuesta es que no se ha hallado
ni tan sólo un pasaje, ni de escritos sagrados ni profanos, en los que
se describa así este día; mientras que entre los judíos «la preparación» era el nombre usual para el día antes del sábado, y así lo utilizan todos los evangelistas. Y, teniendo esto en mente, compare el
lector el versículo 14 del capítulo 19 de Juan con los versículos 31 y
42 del mismo capítulo, y no hallará ninguna dificultad en traducir las
palabras de que estamos tratando así: «Era el viernes de la Pascua.»16
13.
14.
15.
16.
Dt. 16:2, 3, y cp. 2° Cr. 35:7, 8.
Jn. 18:39. Cp. Mt. 27:15; Mr. 15:6; y Le. 23:17.
Mt. 26:5; Mr. 14:1, 2.
Cp. Los versículos 31 y 42, y también Mt. 27:62; Mr. 15:42; Le. 23:54.
Josefo (Antigüedades, xvi, 6,2) cita un edicto imperial eximiendo a los judíos de
comparecer ante tribunales tanto en sábado como a partir de la novena hora del día
de la preparación. Es injustificable decir que la ausencia del artículo en Juan 19: 14
impide que le podamos dar este significado a la palabra napacxeu en este pasaje.
En tres de los otros cinco versículos citados esta palabra carece de artículo, pues de
hecho había llegado a ser el nombre usual del día, y la expresión «viernes de
Pascua» era tan natural para el judío como para nosotros «lunes de pascua». (Ver la
nota de Alford en Mr. 15:42. Todavía más valiosa es su explicación de Mt. 27:62.)
Pero aún se cita otra afirmación de Juan en esta controversia.
«Aquel sábado era de gran solemnidad», declara, y, por ello, se
insiste, tiene que haber sido el 15 de Nisán. La fuerza de este «.por
ello» depende en parte de pasar por alto el hecho de que los grandes
sacrificios a los cuales el 15 de Nisán debía mayormente su
solemnidad distintiva, se repetían diariamente a lo largo de toda la
fiesta.17 Tan sólo por este motivo aquel sábado era «de gran solemnidad». Pero, aparte de ello, era un día especialmente señalado al ser
el día en el que se ofrecían las primicias en el Templo; porque, por lo
que respecta a esta ordenanza, como en la mayoría de puntos de
divergencia entre los judíos caraítas, que mantenían las Escrituras
como su sola guía, y los judíos rabínicos, que seguían las tradiciones
de los ancianos, estos últimos siempre estaban en error.
La ley ordenaba que se debería mecer la gavilla de las primicias
delante del Señor «el día siguiente del día de reposo la mecerá»,18 y a
partir de aquel día se tenían que contar las siete semanas que
culminaban en la fiesta de Pentecostés. Pero como el libro de Deuteronomio ordena expresamente que las semanas se deberían contar
desde el primer día de la cosecha,19 es evidente que el día siguiente
al sábado no debería ser él mismo un sábado, sino un día laborable.
Así, el verdadero día para la ordenanza era el día de la resurrección,
«el primer día de la semana» después de la Pascua,20 cuando, según
17.
18.
19.
20.
Nm. 28:19-24. Cp. Josefo, Antigüedades, iii, 10, 5.
Lv. 23:10-11.
Dt. 16:9, y cp. Lv. 23:15, 16.
El calendario judío actual está ajustado de tal manera que el 14 de Nisán
nunca coincidirá con su «Sabbath» (ver Encyclopedia Británica, 9a ed., artículo
Hebrew Calendar); y esto, indudablemente, so hizo de intento, porque los deberes
del día eran inconsistentes con la debida observación del cuarto mandamiento. Por
ello, «el día siguiente del día de reposo» sería, invariablemente, un día laborable,
con lo que la ley es perfectamente consistente en procurar que la gavilla fuera
mecida el primer día de la cosecha. Es tan sólo en un ciclo de años, por esto, que la
ofrenda de las primicias cae realmente en el tercer día a partir de la Pascua; pero en
el año de la crucifixión, el gran anti tipo, la resurrección de Cristo de entre los
muertos (1.a Co. 15:20, 23), tuvo lugar en el mismo día que Dios había señalado
para el rito. De ello se sigue que el verdadero Pentecostés debe siempre caer en el
primer día de la semana (ver Lv. 23:15, 16), y por ello en aquel mismo año el
62
el propósito de la ley, se debería empezar la cosecha de la cebada, y
cuando debería llevarse la primera gavilla recogida al santuario, y
mecerse solemnemente ante Jehová.
Pero con los judíos todo esto se había perdido en el vacío rito de
ofrecer en el templo una medida de alimento preparado de maíz que,
además, violando la ley, había sido recogido hacía días. Este rito se
celebraba invariablemente en el 16 de Nisán; así, sincronizando con
las solemnidades tanto de la fiesta de la Pascua como del sábado,
aquel día no podía dejar de ser «de gran solemnidad».21 El
argumento que intenta demostrar que la muerte de Cristo tuvo lugar
en el mismo día en que se sacrificaba el
Cordero pascual ha conseguido un interés y valor ficticio a partir de
la aparente oportunidad del sincronismo involucrado. Pero una investígación más ajustada del asunto, combinada con una visión más
amplia de los tipos mosaicos, dispara la fuerza de esta conclusión.
La enseñanza distintiva del calvinismo está basada en darle un lugar
exclusivo a la gran ofrenda por el pecado de Levítico, en la que la
sustitución, en su sentido más claro y definido, es esencial. Por el
otro lado, la Pascua ha sido siempre el más popular de los tipos. Pero,
aunque se han ignorado casi completamente los otros sacrificios
típicos en nuestras escuelas más importantes de pensamiento
teológico, se les da no poca importancia en las Escrituras. Las
ofrendas que se presentan en primer lugar en el libro de Levítico
tienen una amplia representación en la teología de la epístolas a los
Hebreos —el ―Levítico‖ del Nuevo Testamento—, mientras que la
Pascua no es siquiera mencionada.22 Ahora bien, estas ofrendas
….Viene 20.
verdadero Pentecostés fue, no el día de sábado en el cual los judíos observaban la
fiesta, sino el día que le seguía, un hecho que confirma la presunción de que la
palabra a propósito ambigua que se utiliza en lechos 2:1 significa «cumplido» (ver
RV 1977, margen) en el sentido de pasado, y que fue cuando estaban reunidos «en
el primer día de la semana» que la Iglesia recibió el don del Espíritu Santo.
21. La verdad es que no hubiera podido dejar de ser el mayor sábado del año, y es
vano pretender que no es suficiente de explicar por la mención que se hace de él.
22. La mención histórica de la Pascua en Hebreos 11:28 no es ninguna excepción. No tiene un lugar en la doctrina de la epístola.
levíticas23 señalan al día de la fiesta23 en la cual, según los evangelios, «se quitó la vida al Mesías».
Y no faltan otros sincronismos, aún más notables y significativos.
Durante todo Su ministerio en la tierra, aunque transcurrió en
humillación y vituperio, no se le echó mano al Bendito, excepto en
súplica insistente o en servicio devoto. Pero en ocasiones en que Sus
enemigos bien hubieran deseado apresarle, se hablaba de una misteriosa hora a venir, en la cual se desataría sin obstáculos el odio de
ellos. «Esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas», exclamó
El, mientras que Judas y los impíos compañeros de maldad le rodeaban en el huerto.25 Su hora, él la llamaba, cuando Él pensaba en Su
misión en esta tierra: la hora de ellos, cuando en el cumplimiento de
su misión se encontró a su alcance.
Las agonías infligidas sobre El por los hombres han capturado las
mentes de la cristiandad; pero más allá y por encima de todo ello el
misterio de la Pasión es que Él fue abandonado y maldecido de
Dos.26 Ciertamente, en cierto sentido Sus sufrimientos por parte de
los hombres eran sólo una consecuencia de ello; de ahí viene Su
respuesta a Pilato: «No tendrías ninguna autoridad contra mí, si no te
fuere dado de arriba.» Si los hombres le habían apresado y lo
mataron, fue porque Dios le entregó en sus manos. Cuando aquella
hora señalada llegó, la poderosa mano dejó de mantener lo que hasta
entonces le había escudado de ultraje. Su muerte no fue el principio,
sino el final de Sus sufrimientos; la verdad es que fue la hora de Su
triunfo.
La agonía en la media noche en Getsemaní fue así el gran antitipo
de aquella escena de la medianoche en Egipto cuando el ángel destructor recorrió la tierra.
23. El holocausto, con su ofrenda, el sacrificio de paz (la Chagigah del Talmud), y
la ofrenda por el pecado (Lv. 1-4).
24. Nm. 28:17-24.
25. Le. 22:53.
26. Ninguna mente reverente intentará analizar el significado de tales palabras,
excepto hasta allí donde testifican del gran hecho de que Sus sufrimientos y muerte
fueron en expiación por nuestros pecados. Pero el creyente no tolerará una sola
duda con respecto a la realidad y profundidad de su significado.
63
Y así como Su muerte era el cumplimiento de la liberación de Su
pueblo, así tuvo lugar en el aniversario de «aquel mismo día (que)
sacó Jehová a los hijos de Israel de la tierra de Egipto en orden de
campaña».27
10
El Cumplimiento de la Profecía
27. Ex. 12:51. La Pascua anual era tan sólo una celebración en memoria de la
Pascua en Egipto, la cual era el verdadero tipo. Además, se sacrificaba no a la hora
en que el Señor murió, sino después de aquella hora, entre la hora novena y la
undécima (Josefo, Guerra, vi, 9, 3). «La elucidación de la doctrina de los tipos,
ahora totalmente descuidada, es un importante problema para los teólogos futuros.»
Esta sentencia de Hengstenberg [Christology (edición de Arnold) n.° 765] puede
todavía citarse como un merecido reproche a la teología, y mucho de lo que se ha
escrito en esta controversia podría citarse para demostrar su veracidad.
El día de la crucifixión fue el aniversario no solamente del éxodo, sino de la
promesa a Abraham (cp. Ex. 12:41).
El día de la resurrección fue el aniversario del paso del mar Rojo, y de nuevo el
del asentamiento del Arca sobre Ararat (Gn. 8:4). Nisán, que había sido el mes
séptimo, pasó a ser el mes primero al tiempo del Éxodo. (Ver Ex. 12:2; cp. Ordo
Saec, n.° 299.) En el 17 de Nisán la tierra renovada emergió de las aguas del
diluvio; el pueblo redimido emergió de las aguas del mar; y el Señor Jesús resucitó
de entre los huertos.
«LAS COSAS SECRETAS pertenecen a Jehová nuestro Dios, más las
reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre.»1 Y
entre las cosas «reveladas» la profecía cumplida tiene un lugar
prominente. A la vista de los eventos en los que ha sido cumplida, su
significado sale a la superficie. Admitamos los hechos de la Pasión, y
su relación con el Salmo 22 es indiscutible. Hay profundidades de
significado espiritual en las palabras del salmista, debido a la naturaleza de los hechos que las han cumplido; pero el testimonio que la
profecía da se dirige a todos, y el que se apresure puede leerlo. ¿Es
posible, preguntará alguien, que esta profecía de las Setenta Semanas
exija tanta investigación y discusión?
Tal objeción es perfectamente legítima; pero la respuesta que se le dé
dependerá de la distinción que se haga entre las dificultades que
surgen de la profecía misma, y aquellas que dependen completamente
de la controversia a la que ha dado origen. Los escritos de Daniel han
sido más el objeto de la crítica hostil que cualquier otra parte de las
1. Dt. 29:29.
64
Escrituras, y los versículos finales del capítulo 9 han sido siempre un
punto principal de ataque. Y ello por necesidad, porque si este solo
pasaje se puede comprobar como profecía genuina, éste establece el
carácter del libro como revelación divina. Reconocidamente, las
visiones de Daniel describen eventos históricos desde los días de
Antíoco Epífanes; por ello el escepticismo asume que el autor vivió
en los días de los macabeos. Pero esta asunción, que se arguye sin tan
siquiera una pretensión decente de pruebas, queda totalmente refutada al señalar una porción de la profecía cumplida en una fecha más
posterior; y por ello es de necesidad vital al escéptico poder desacreditar la predicción de las Setenta Semanas.
La profecía no ha sufrido nada de los ataques de sus enemigos, pero
mucho a manos de sus amigos. No se precisaría de ningún argumento
elaborado para dilucidar su significado, si no fuera por las dificultades suscitadas por los expositores cristianos. Si todo lo que los
autores cristianos han escrito acerca de este tema pudiera ser borrado
y olvidado, el cumplimiento de la visión, hasta allí donde ha sido
cumplido, quedaría claro sobre la página abierta de la Historia. Por
respeto a estos autores, y también con la esperanza de eliminar
prejuicios que son fatales a la recta comprensión del asunto, se han
considerado aquí estas dificultades. Ahora solamente queda recapitular las conclusiones que se han registrado en las anteriores
páginas.
El cetro del poder terreno que había sido confiado a la casa de
David fue traspasado a los gentiles en la persona de Nabucodonosor,
para permanecer en manos gentiles «hasta que se cumplan los
tiempos de los gentiles».
Las bendiciones prometidas a Judá y a Jerusalén fueron pospuestas hasta después del período descrito como «setenta semanas»; y al
final de las sesenta y nueve semanas «se le quitaría la vida al
Mesías». Estas setenta semanas representan setenta veces siete años
profé-ticos de 360 días, a ser contados a partir de la promulgación del
decreto mandando la reconstrucción de Jerusalén —«la plaza y el
muro» de Jerusalén. El edicto de referencia fue el decreto promulgado por Artajerjes Longimano en el año vigésimo de su reinado,
autorizando a Nehemías a reconstruir las fortificaciones de Jerusalén.
La fecha del reinado de Artajerjes puede determinarse de una
manera cierta, no por medio de elaboradas disquisiciones de comentaristas bíblicos, sino por la voz unida de los historiadores y cronólogos seculares. La afirmación de Lucas es explícita e inequívoca,
que el ministerio público de nuestro Señor empezó en el año decimoquinto del reinado de Tiberio César. Es igualmente claro que
empezó poco antes de la Pascua. Así, se puede fijar su fecha entre
agosto de 28 d.C. y abril de 29 d.C. La Pascua de la crucifixión fue
entonces el año 32 dic., cuando Cristo fue traicionado en la noche de
la Cena Pascual, y llevado a la muerte el día de la Fiesta Pascual.
Así, si las anteriores conclusiones estuviesen bien fundadas,
deberíamos esperar que el período intercalado entre el edicto de
Artajerjes y la Pasión fuera de 483 años proféticos. Y una exactitud
tan absoluta como la que lo permite la naturaleza misma del caso es
todo lo que se está aquí permitido esperar. No puede existir ninguna
cuenta inexacta en la cronología divina; y si Dios se ha dignado
señalar en calendarios humanos el cumplimiento de Sus propósitos,
tal como éstos están predichos en la profecía, el escrutinio más
cuidadoso no detectará fallos ni equivocaciones en los cálculos.
El edicto persa que restauró la autonomía a Judá fue promulgado
en el mes judío de Nisán. De hecho, bien pudo haber sido fechado
desde el 1° de Nisán, pero no mencionándose otro día, el período
profético tiene que contarse, según la práctica común entre los judíos,
a partir del día de Año Nuevo judío.2 Así, las setenta semanas se
tienen que contar a partir del primero de Nisán del año 445 a.C.3
2. «El primero de Nisán es un año nuevo para el cálculo del reinado de los reyes,
y para las fiestas.» Mishná, tratado «Rosh Hash». (Ver p. 124, nota.)
3. «Fue terminado, pues, el muro el veinticinco del mes de Elul, en cincuenta y
dos días» (Neh. 6:15). Cincuenta y dos días, contados a partir del día veinticinco
del mes de Elul, nos llevan hacia atrás al 3 de abril. Por ello, Nehemías no pudo
haber llegado más tarde que el 1° de abril, por lo que parece llegó varios días antes
(Neh. 2:11). Compárese esto con el viaje de Esdras trece años antes. «Pues había
fijado para el día primero del primer mes su salida de Babilonia, y al primer día del
mes quinto [el mes de abril], llegó a Jerusalén, estando con él la buena mano de
Dios» (Esd. 7:9). De ello deduzco que Nehemías también partió tempranamente en
el primer mes.
65
Ahora bien, la gran característica del año sagrado judío ha permanecido sin cambios desde aquella memorable noche cuando la luna
llena lanzaba sus rayos sobre las chabolas de Israel en Egipto, ensangrentadas por el sacrificio pascual; y ahí no hay dudas ni dificultades
en fijar dentro de límites muy estrechos la fecha juliana del 1° de
Nisán en cualquier año. En el año 445 a.C. la luna nueva por la que la
Pascua se regulaba tuvo lugar el 13 de marzo a las 7 h. 9 m. de la
mañana.4 Y por ello el 1° de Nisán se puede asignar al 14 de marzo.
Pero el modo de hablar de la profecía es claro: «Desde la salida de la
orden para edificar y restaurar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe,
habrá siete semanas y sesenta y dos semanas». Por lo tanto, una era
de sesenta y nueve «semanas», o 483 años proféticos contados a
partir del 14 de marzo de 445 a.C, deberían consumarse con algún
suceso que satisfaciese las palabras, «hasta el Mesías Príncipe».
…Viene 3
Los paralelismos cronológicos entre los viajes respectivos de Esdras y Nehemías
han sugerido la ingeniosa teoría de que ambos subieron a Jerusalén juntos, siendo
Esdras 7 y Nehemías 2 dos relatos del mismo acontecimiento. Ello se basa sobre la
suposición de que los años del reinado de Artajerjes, según el cálculo persa, eran
contados a partir de su nacimiento, suposición ésta, no obstante, que es caprichosa
y arbitraria, aunque su autor la describa como «en absoluto improbable» (Trans.
Soc. Bib. Arch., ii, 110: Rev. D. H. Haigh, 4 de febrero, 1873)
4. Para estos cálculos, tengo pendiente una deuda de gratitud al Astrónomo Real,
cuya respuesta a mi pregunta sobre este asunto adjunto a continuación:
ROYAL OBSERVATORY, GREENWICH.
26 junio, 1877
Señor. He hecho calcular las posiciones de la luna de las Tablas de Largetau,
Adición a la Connaisance des Temps, 1846, por uno de mis ayudantes, y no tengo
ninguna duda de su exactitud. Habiéndose calculado la posición para el año -444,
12 de marzo a las 20 h, por la norma francesa, o 12 de marzo a las 8 de la tarde, se
ve que en este momento le faltaba para ser Luna Nueva unas 8 horas 47 minutos, y
por ello la Luna Nueva tuvo lugar a las 4 h 47 m de la mañana el 13 de marzo, hora
de París.
Quedo suyo, etc.
«(Firmado), G. B. Airy.»
Por lo tanto, la Luna Nueva tuvo lugar en Jerusalén el 13 de marzo de 445 a.C.
(444 astronómico) a las 7 h 9 m de la mañana.
La fecha de la Natividad no hubiera podido ser la culminación de
este período, porque entonces la finalización de las sesenta y nueve
semanas hubieran tenido que terminar treinta y tres años antes de la
muerte del Mesías.
Si el principio del ministerio público de Cristo es el que se toma
como punto de partida, se presentan dificultades de otro tipo. Cuando
el Señor empezó a predicar, no se presentaba al reino como un hecho
ya cumplido en Su venida, sino que era una esperanza, el cumplimiento de la cual, aunque a las puertas, tenía todavía que cumplirse.
Él tomó sobre sí el testimonio del Bautista: «el reino de los cielos se
ha acercado». Su ministerio fue de una preparación para el reino,
guiando hacia el tiempo cuando en cumplimiento de las Escrituras
proféticas Él se proclamaría a Sí mismo el Hijo de David, el Rey de
Israel, y reclamaría el homenaje de la nación. Fue la culpa de la
nación que la Cruz y no el trono fuera la culminación de Su vida en
la tierra.
Ningún estudioso de la narración del evangelio puede dejar de ver
que la última visita del Señor a Jerusalén fue no sólo de hecho, sino
en su mismo propósito, la crisis de Su ministerio, la meta hacia la
cual aquella había estado preparada. Después de que habían aparecido las primeras indicaciones de que la nación rechazaría Su proclamación mesiánica, El rehuyó cualquier reconocimiento público de tal
cosa. Pero ahora Él había dado el doble testimonio de Sus palabras y
de Sus obras de una manera plena, y Su entrada en la Ciudad Santa
era para proclamar Su mesianismo y para recibir Su sentencia. Una y
otra vez les había mandado a Sus apóstoles que no le dieran a conocer. Pero ahora El aceptaba las aclamaciones de «toda la multitud de
los discípulos», y silenció el reproche de los fariseos con la indignada
respuesta: «Os digo que si éstos callan, las piedras clamarán».5
El pleno significado de las palabras que siguen en el Evangelio de
san Lucas queda escondido por una ligera interpolación en el texto.
Mientras que los discípulos prorrumpían en gritos:
«¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del
Señor! ¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor!»
5. Lc. 19:30-40.
66
El miró hacia la Ciudad Santa y exclamó:
«¡Si también tú conocieses, y de cierto en este tu día, lo que es para
tu paz! Mas ahora está oculto a tus ojos».6
El tiempo de la visitación de Jerusalén había venido, y ella no lo
conoció. Mucho antes la nación ya le había rechazado, pero éste era
el día predestinado cuando la elección de ellos se haría irrevocable
aquel día tan claramente señalado en las Escrituras como el cumplimiento de la profecía de Zacarías:
«Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén;
he aquí que tu rey viene a ti, justo y victorioso, humilde y cabalgando
sobre un asno, sobre un pollino, hijo de asna».7
De todos los días del ministerio de Cristo sobre la tierra, ningún
otro satisfará tan bien las palabras del ángel, «hasta el Mesías
Príncipe». Y la fecha de aquel día se puede determinar. De acuerdo
con las costumbres judías, el Señor fue a Jerusalén alrededor del 8 de
Nisán, «seis días antes de la Pascua».8 Pero como el 14, en el que se
comía la Cena Pascual, caía aquel día en jueves, el 8 era el viernes
anterior. Tiene que haber pasado el sábado en Betania, y en la noche
del 9, después de que el sábado hubiera finalizado, tuvo lugar la cena
en casa de Marta. El día siguiente, el 10 de Nisán, El entró en
Jerusalén tal como está registrado en los Evangelios.9
La fecha juliana de aquel 10 de Nisán era el domingo 6 de abril
del año 32 d.C. ¿Cuál fue entonces el período entre la salida del
decreto para reconstruir Jerusalén y el advenimiento público del
«Mesías Príncipe» —entre el 14 de marzo de 445 a.C, y el 6 de abril
de 32 d.C?
6. Lucas 19:42, «Tú también, como éstos mis discípulos.» «incluso» (Alford, Gr.
Test, in loco). La Versión Revisada (inglesa) dice: «Si tú hubieras sabido en este
día», etc.
7. Zac. 9:9.
8. «Cuando la multitud vino en gran número a la fiesta de los panes sin levadura
en el octavo día del mes Xantico», o sea, Nisán (Josefo, Guerra, vi, 5, 3).
«Y estaba cerca la Pascua de los judíos; y muchos subieron de aquella región a
Jerusalén antes de la Pascua para purificarse... Seis días antes de la Pascua, vino
Jesús a Betania» (J. 11:55; 12:1).
9. Lewin, Fasti Sacri, p. 230.
EL INTERVALO CONTENÍA EXACTAMENTE, Y DÍA POR DÍA
173.880 DÍAS; O SEA, SESENTA Y NUEVE VECES SIETE
AÑOS PROFETICOS DE 360 DÍAS, las primeras sesenta y nueve
semanas de la profecía de Gabriel.10
10. El 1° de Nisán en el año vigésimo de Artajerjes (el edicto para reconstruir
Jerusalén) fue el 14 de marzo de 445 a.C. [En base de un trabajo posterior de
Harold W. Hoehner, se reveló una discrepancia de 10 días en la Cronología con
respecto al comienzo de las hebdómadas. Ver esquema en Carballosa, E. L., Daniel
y el Reino Mesiánico, Barcelona: Publicaciones Portavoz Evangélico, 1979, p. 284.
(N. del T.)] El 10 de Nisán de la Semana de Pasión (la entrada de Cristo en
Jerusalén) fue el 6 de abril de 32 d.C.
El período entre estas dos fechas fue de 476 años y 24 días (contándose los días de
una manera inclusiva, tal como lo requiere la forma de hablar de la profecía, y
conforme a la práctica judía).
Ahora bien: 476 X 365 =
173.740 días
Añádanse del 14 de marzo al 6 de abril (ambos inclusive)
24 días
Añádanse por años bisiestos
116 días
173.880 días
Y 69 semanas de años proféticos de 360 días (69 X 7 x 360) = 173.880 días.
Será aquí conveniente ofrecer las siguientes aclaraciones.
Primera: al contar los años desde a.C. hasta d.C, siempre se tiene que omitir un
año; porque es evidente, por ejemplo, que del año 1 a.C. al año 1 d.C. no hubo dos
años, sino tan solo uno.
1 a.C. debería ser denominado con propiedad como 0 a.C, y así es denotado por los
astrónomos, que denotarían la fecha histórica 445 a.C. como 444 (ver nota en p.
141).
Y, segunda, el año Juliano tiene 11 minutos 10,46 segundos más que el año solar
medio. Por ello, el año Juliano contiene tres años bisiestos de más cada cuatro
siglos, un error que se acumuló a once días en 1752 d.C, cuando se corrigió
nuestro calendario al declarar al 13 de septiembre como 1 de septiembre, y al
introducir la reforma Gregoriana que tres años seculares de cada cuatro como años
normales; por ej.: 1700, 1800 y 1900 son años comunes, y el 2000 es un año
bisiesto. «El antiguo día de Navidad» está aún señalado en nuestros calendarios, y
se observa en algunas localidades, en el 6 de enero; y hasta nuestros días el
calendario continúa sin corregir en Rusia. (El autor está hablando de Inglaterra con
respecto a la tardía reforma del calendario, y desde que él escribió esta obra se
corrigió el calendario en lo que ahora es la Unión Soviética. (N. del T.)
67
Hay muchas cosas en las Sagradas Escrituras que la incredulidad
puede tener en valor y reverenciar, aun sin aceptarlas en absoluto
como divinas; pero la profecía no admite media fe. La predicción de
las «setenta semanas» era ya una burda e impía impostura, ya en el
sentido más pleno y estricto inspirada por Dios.11 Bien podría ser
que en años todavía por venir, cuando la gran llegada de Judá a su
hogar restaurará a Jerusalén a los verdaderos dueños de su suelo,12
los judíos mismos escarbarán de debajo de las ruinas los registros del
decreto del gran rey y del rechazamiento del Nazareno, y aquellos
para quien se escribió la profecía se quedarán enfrentados con las
pruebas de su cumplimiento. Entretanto, ¿qué decisión deberían
tomar ante esto las personas reflexivas y rectas? Creer que los hechos
y cifras aquí barajados no constituyen más que afortunadas coincidencias envuelve el ejercicio de una fe mucho mayor que la del
cristiano que acepta el libro de Daniel como divino. Se llega a un
punto en el que la incredulidad es imposible, y en el que la mente, al
rehusar la verdad, tiene que buscar refugio en una forma de falsa
creencia que es tan sólo una desnuda credulidad.
11. 2.a Ti. 3:16.
12. Reiteramos que desde que este autor escribió esta obra (1882) ha tenido lugar
la restauración de Judá en Palestina, con el advenimiento del Estado de Israel en
mayo de 1948. (N. del T.)
11
Principios de Interpretación
«ESTA ES UNA OBRA que hallo deficiente; pero se tiene que hacer con
sabiduría, sobriedad, y reverencia, o no debe hacerse en absoluto.»
Así escribía Lord Bacon al tratar de lo que él denominaba como
«historia de la profecía».
«La naturaleza de una obra así», continúa explicando, «debería ser
que cada profecía de las Escrituras se seleccionase con el suceso que
la cumpliese, a través de las edades del mundo, a la vez para la mejor
confirmación de la fe y para la mejor iluminación de la Iglesia en lo
que toca a aquellas partes que no están aún cumplidas: permitiendo,
no obstante, aquella amplitud que corresponde a las profecías
bíblicas; siendo ellas de la naturaleza de su Autor, para quien mil
años son como un día, y por lo cual no se cumplen al momento, sino
que tienen cumplimientos embrionarios y germinales a lo largo de
muchas edades, aunque la culminación o plenitud de ellas pueda
referirse a alguna edad concreta».
Si los muchos autores que han contribuido desde entonces a cubrir
la necesidad que Lord Bacon señaló hubieran prestado la debida
atención a estas sabias y pertinentes palabras, posiblemente el estudio
profético hubiera podido escapar al vituperio que ahora le alcanza
debido a la división de sus seguidores en campos hostiles. Para el
cristiano el cumplimiento de la profecía no pertenece al campo de lo
68
opinable, ni tampoco meramente al de los hechos; es un asunto de fe.
Por ello tenemos derecho a esperar que sea definido y claro.
Pero aunque los principios y máximas de interpretación conseguidos
por medio del estudio de aquella parte de la profecía que se ha
cumplido dentro de la era de las Sagradas Escrituras no debe en
absoluto de echarse a un lado cuando pasamos a nuestros tiempos
post-apostólicos, ciertamente que no puede esgrimirse ninguna
presunción en contra de hallar escondidos en estos dieciocho siglos
un cumplimiento parcial y primario de profecías, incluso de aquellas
que sin duda alguna tendrán su cumplimiento pleno y definitivo en
días aún por venir.
Tan sólo no olvidemos la «sabiduría, sobriedad y reverencia» que
una investigación de esta clase demanda. En nuestros días, los estudiosos de las profecías se han tornado profetas, y con mezcla de
necedad y atrevimiento han tratado de fijar la fecha del mismísimo
año del retorno de Cristo a la tierra, predicciones éstas que posiblemente los hijos de nuestros hijos tendrán que recordar cuando otro
siglo se haya añadido a la historia de la cristiandad. Si tales divagaciones tan sólo atrajeran descrédito sobre sus autores, ello estaría
bien. Pero a pesar de que ello está en directa oposición a las
Escrituras, han atraído reproche sobre las mismas Escrituras, y han
dado estímulo al activo escepticismo de nuestros días. Pudiéramos
haber esperado que, aunque se hubieran podido olvidar otras cosas,
las últimas palabras que nuestro Señor Jesús pronunció estando aún
en esta tierra no hubieran sido echadas a un lado de esta manera:
«No os toca a vosotros conocer los tiempos o las sazones que el
Padre puso en Su sola potestad».1
Pero lo que se negó a los inspirados apóstoles en los días de fe y
poder prístinos, los fabricantes de profecías de estos últimos tiempos
se atreven a pretenderlo; y el resultado ha sido que la solemne y
bendita esperanza del retorno del Señor ha sido denigrada al nivel de
las predicciones de los astrólogos, para confusión y dolor de
corazones fieles, y para diversión del mundo.
1. Hch. 1:7.
Cualquier persona que, evitando extravagancias o posturas imaginativas, tanto acerca de la Historia como de las Escrituras, señala a
eventos del presente o del pasado como los correlativos de una
profecía, merece una consideración calmada y sin prejuicios por parte
de las personas reflexivas. Pero que no se olvide que, aunque las
Escrituras a las que él apela puedan así recibir un «cumplimiento
germinal», «la culminación o plenitud de ellas pueda referirse» a una
edad aún futura. Lo que es verdadero de las Escrituras es particularmente cierto de la profecía. Es asunto nuestro asignarle un significado; pero el que realmente crea que la profecía es divina titubeará
antes de limitar su significado a la medida de su propia comprensión
de ella.
Las profecías del Anticristo nos ofrecen una ilustración muy apta
y señalada a este respecto. Si no fuera por el prejuicio creado por
afirmaciones extremas, los estudiosos de las profecías probablemente
coincidirían en que la gran apostasía de la Cristiandad desarrolla en
sus líneas generales muchas de las características del Hombre de
Pecado. Existe desde luego, en nuestros días, un falso liberalismo que
nos enseñaría a abandonar la acusación que la historia presenta contra
la Iglesia Romana; pero mientras que ninguna mente generosa
rehusará reconocer la dignidad moral de aquellos que, por lo menos
en Inglaterra, conducen ahora los asuntos de esta Iglesia, la verdadera
cuestión de que se trata es con respecto al carácter, no de individuos,
sino de un sistema.
Es la parte que le toca, entonces, no a la mojigatería intolerante, sino
a la sabiduría verdadera, la de investigar los registros del pasado,
terribles registros, como medios para juzgar aquel sistema. La investigación que nos ocupa no trata de si se hallan hombres buenos bajo
el palio de Roma —¡como si toda la excelencia de la tierra pudiera
cubrir los anales de la abominable culpa que ella tiene sobre sí! Nuestra verdadera investigación es acerca de si ella ha sufrido un
verdadero cambio en estos días de ilustración. ¿Está reformada la
Iglesia de Roma? ¡Con qué vehemencia se gritaría la respuesta desde
cada altar bajo su mando! Y si no se acepta como cierto, dejemos que
vengan de nuevo tiempos oscuros, y algunas de las escenas más viles
y negros crímenes en la historia de la cristiandad podrían repetirse en
69
Europa. «La verdadera prueba de una persona no consiste en lo que
hace, sino en, dados los principios que sustenta, lo que haría»; y si
ello es cierto de individuos, es aún más intensamente cierto de comunidades. Hacen, pues, un buen servicio, los que mantienen ante la
mente del público el verdadero carácter de Roma como el desarrollo
de la apostasía en nuestro día presente.
Pero, cuando estos autores continúan hasta llegar a afirmar que las
predicciones respecto al Anticristo tienen su realización plena y final
en el Papado, su posición viene a ser de peligro positivo para la
verdad. Se mantiene al precio de rechazar algunas de las profecías
más definidas, y de imponer una interpretación laxa o imaginativa
sobre estas mismas Escrituras a las que apelan.
Ciertamente, el peor mal práctico de este sistema de interpretación
es que crea e impulsa un hábito de leer las Escrituras de una manera
laxa y superficial. Se toman impresiones generales, derivadas de una
lectura de corrido y superficial de las profecías, y se sistematizan, y
sobre este fundamento se construye un sistema lleno de pretensiones.
Como ya hemos señalado, la Iglesia de Roma exhibe las principales
características del Hombre de Pecado. Y por ello constituye un
axioma para esta escuela de interpretación que la Bestia de diez
cuernos es el Papado. Pero de la Bestia se escribe que «se le dio
autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y la adorarán
todos los moradores de la tierra cuyos nombres no están escritos
desde la fundación del mundo en el libro de la vida».2 ¿Están
conscientes estos comentaristas de que la mitad de la Cristiandad está
afuera del campo de Roma y que es antagónica a las pretensiones del
Papado? ¿0 suponen ellos que todos los que pertenecen a las iglesias
griegas o protestantes están escritos en el libro de la vida? En
absoluto. Pero ellos nos dirían que este versículo no significa
exactamente lo que dice?3
2. Ap. 13:7, 8.
3. Según estos intérpretes, tal afirmación debe tomarse cum grano salis, como se
dice vulgarmente; y la misma observación se aplica a su posición acerca de cada
versículo de Apocalipsis 13.
De nuevo, la Bestia de diez cuernos es el Papado; la segunda
Bestia, el falso profeta, es la clerecía Papal; Babilonia es la Roma
Papal. Y a pesar de ello, cuando contemplamos la visión del juicio de
Babilonia, vemos que ¡éste se cumple mediante la instrumentalidad
de la Bestia!
Y los diez cuernos que viste, y la bestia, éstos aborrecerán a la
ramera [Babilonia], y la dejarán desolada y desnuda; y comerán sus
carnes, y la quemarán con fuego; porque Dios ha puesto en sus
corazones el ejecutar lo que él se propuso: ponerse de acuerdo, y dar
su reino a la bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios.
Estos tienen un mismo propósito, y entregarán su poder y autoridad
a la bestia.4
Así, ¡los gobiernos de la cristiandad van a entregar su poder al
Pontífice Romano y al sacerdocio a fin de poder destruir la Roma
Papal!5 ¿Pueden haber contrasentidos más transparentes y
completos?
La cuestión de que aquí se trata no debe ser prejuzgada por falsas
representaciones, ni echada a un lado pasando a puntos colaterales de
importancia secundaria. No se trata de si las grandes crisis en la historia de la cristiandad, tales como la caída del paganismo, el surgimiento del Papado y del poder del Islam, y la Reforma protestante
del siglo xvi quedan dentro del campo de las visiones de Juan. Esto
puede concederse sin problemas. Tampoco se trata del hecho de que
la cronología de algunos de estos eventos está marcada por ciclos de
años compuestos de los múltiplos precisos de setenta especificados
en el libro de Daniel y en el Apocalipsis, lo que constituiría una
4. Ap. 17:16, 17, 13. En el versículo 16 la mejor versión, como la que se da en la
Versión Revisada, es «y la bestia», en lugar de «en la Bestia». (Cp. las versiones
RV 1960 y RV 1977 que también presentan esta diferencia, con la correcta versión
en RV 1977. N. del T.)
5. La novela del señor Elliot acerca de este asunto queda eliminado por los
sucesos de los últimos años, que han hecho de Roma la capital pacífica de Italia.
De la bestia y del falso profeta se escribe: «Estos dos fueron lanzados vivos dentro
de un lago de fuego que arde con azufre» (Ap. 19:20). Puede ser placentero para el
celo protestante suponer que la jerarquía y el sacerdocio romano tienen «reservada»
esta suerte.
70
prueba de que todo forma parte de un gran plan. Cada nuevo
descubrimiento de este tipo debería ser bienvenido por todos los
amantes de la verdad. En lugar de debilitar la confianza en la
exactitud y claridad de las profecías, debería reforzar la fe que espera
su cumplimiento absoluto y literal. La cuestión no es de si la historia
de la cristiandad estaba o no dentro de la visión del Divino Autor de
las profecías, sino de si estas profecías han sido cumplidas; no de si
estas Escrituras tienen o no el alcance y significado que los intérpretes históricos les asignan, sino si su alcance y significado han sido
cumplidos y satisfechos por los eventos a los cuales ellos apelan
como el cumplimiento de ellos. Así, es innecesario entrar en consideración detallada del sistema histórico de interpretación, porque sí
fracasa al ensayarlo en algún punto crucial, fracasa totalmente.
Entonces, ¿pertenece el Apocalipsis a la esfera de la profecía
cumplida? O, para reducir esta controversia a un asunto aún más
limitado, ¿se han cumplido las profecías de los sellos, trompetas y
copas? Nadie discutirá la rectitud de este modo de presentar la
cuestión, y la manera más recta de tratar el tema será exponer una de
las visiones principales, y a continuación citar plena y fielmente lo
que los intérpretes históricos exponen como su significado.
La apertura del sexto sello es relatado por Juan de la siguiente
manera:
Miré cuando abrió el sexto sello, y se produjo un gran terremoto;
y el sol se puso negro como un saco hecho de crin, y la luna se volvió
toda como sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra,
como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un
fuerte viento. Y el cielo desapareció como un pergamino que se
enrolla; y todo monte y toda isla fueron removidos de su lugar. Y los
reyes de la tierra, los magnates, los ricos, los tribunos, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre
las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed
sobre nosotros, y escondednos del rostro del que está sentado sobre
el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha
llegado: ¿y quién podrá sostenerse en pie?6
6. Ap. 6:12-17.
Lo que sigue es el comentario del señor Elliot acerca de visión:
Cuando consideramos --declara él-- los terrores de estos reyes
blasfemos anticristianos de la tierra romana, así derrotados junto
con sus partidarios frente al ejército cristiano, y huyendo y pereciendo miserablemente, de cierto que había aquello en este suceso
que, de acuerdo a la construcción general de estas figuras escritúrales bien merecería corresponderse a los símbolos de la visión
prefigurativa que tenemos ante nosotros: en cuya visión reyes y
generales, libres y siervos, aparecen en huida, buscando las cuevas
de las peñas para esconderse: para esconderse del rostro de Aquel
que se sienta en el trono del poder, de la ira del Cordero.
Así, bajo los primeros choques de este gran terremoto, se agitó la
tierra romana, y los enemigos de los cristianos fueron destruidos o
puestos en huida y confusión. Así, en los cielos políticos se había
oscurecido el sol de la supremacía pagana, la luna se había ensangrentado, y no pocas estrellas habían sido arrojadas violentamente a
la tierra. Pero la profecía no había recibido aún su pleno cumplimiento. Las estrellas del cielo pagano no habían caído todas, ni el
cielo mismo había sido completamente enrollado como un pergamino
y desaparecido. En el primer triunfo de Constantino, y después de los
primeros terrores por parte de los emperadores opuestos al cristianismo y por parte de sus ejércitos, aunque su edicto imperial dio al
cristianismo todos sus derechos y libertad, permitía aún a los paganos una libre tolerancia en su adoración. Pero muy pronto siguieron
medidas de marcada preferencia hacia los cristianos y su fe. Y al
final, conforme Constantino iba avanzando en la vida, a pesar de la
indignación y de los resentimientos de los paganos, promulgó edictos
para la supresión de sus sacrificios, la destrucción de sus templos, y
la intolerancia de toda forma de adoración pública excepto la cristiana. Sus sucesores en el trono siguieron el mismo objetivo, imponiendo graves penas a la profesión pública del paganismo. Y el resultado fue que, antes que hubiera finalizado aquel siglo, sus estrellas habían caído al suelo, su mismo cielo, o sistema político religioso, había desaparecido, y en la tierra las antiguas instituciones
paganas, leyes, ritos, y adoración, habían sido completamente
aniquiladas.7
7. Horae Apoc, vol. i, pp. 219-220.
71
«No se puede imaginar ningún ejemplo más notable de interpretación
inadecuada.»8 ¿Cómo nos vamos a asombrar si hay personas que se
burlan de las terribles advertencia» de la ira que ha de venir, cuando
se les dice que EL GRAN DÍA DE SU IRA ya ha pasado, y que no
consistió en nada más que en la derrota de los ejércitos paganos ante
los ejércitos de Constantino —suceso éste que ha tenido su paralelo
en miles de ocasiones en la historia del mundo?9 Pero dejemos que
el asunto en juego permanezca bien enfocado. Si el reinado de
Constantino, o alguna otra era en la historia de la cristiandad, fuera
presentada como constituyendo un cumplimiento intermedio de la
visión, podría pasar como una exposición débil, pero inocua; pero
estos expositores aseveran atrevidamente que la profecía no tiene
otro alcance ni otro significado.10 Con ello se comprometen a probar
que la visión del sexto sello ha tenido su cumplimiento; o resulta
evidente que todo lo que sigue espera aún su cumplimiento también.
8. «Otro punto distintivo se halla, creo yo, en la interpretación del sexto sello: si es
que no estuviese ya expuesto en lo que acabo de decir. Todos sabemos lo que este
simbolismo significa en el resto de las Escrituras. Cualquier sistema que exija que
ello pertenezca a cualquier otro período que la aproximación inminente del gran día
del Señor, queda por ello mismo sentenciado. Puedo ilustrarlo con referencia al
sistema histórico-continuo del señor Elliot, que demanda que tenga que significar
la caída del paganismo bajo Constantino. No se puede imaginar ningún ejemplo
más notable de interpretación inadecuada. «Relacionado de cerca con este último
hay otro punto fijo de interpretación. Como los siete sellos, así las siete trompetas y
las siete copas transcurren hasta el tiempo que toca al fin. Al fin de cada serie se da
la nota inequívoca que tal es el caso. De los sellos ya hemos hablado. Por lo que
respecta a las trompetas, pueden ser suficiente remitirnos a Apocalipsis 10:7;
11:18; y en cuanto a las copas, a su misma designación del capítulo 16:17.
Cualquier sistema que no reconozca este común final de los tres, me parece a mí
que queda por ello convicto de error.» Alford, Greek Testament, IV, parte II,] cap.
viii, núms. 5, 21, 22.
9. Si tales afirmaciones se hicieran en rebeldía, en lugar de en ignorancia,
sugerirían la referencia a las solemnes palabras: «Si alguno quita de las palabras
del libro de esta profecía» (Ap. 22:19).
10. Cuando los intérpretes históricos tratan de la Segunda Venida, pierden la
valentía de sus opiniones, e intensamente luchan en favor de la literalidad, aunque
si su esquema fuera genuino, el predicho retorno de Cristo pudiera de seguro tener
su cumplimiento en el reavivamiento actual de la religión y en la consiguiente
Si, por ello, su sistema falla en este solo punto, su fallo será
absoluto y completo; pero en realidad el ejemplo citado es tan sólo un
recto ejemplo de la manera en que se libran del significado de las
palabras que profesan explicar.
Estamos ahora, nos dicen ellos, en la era de las copas. En este
mismo momento la ira de Dios está siendo derramada sobre la
tierra.11 Bien cierto que podrán muchos exclamar —comparando el
presente con el pasado, y juzgando que esta época es mucho más
favorecida, más deseable para vivir que cualquier otra edad que la
haya precedido—. ¡Esto es todo lo que la ira de Dios es! Las copas
son las siete últimas plagas, «porque en ellas se consumaba el furor
de Dios», y se nos dice que la sexta está teniendo lugar en este
momento, ¡siendo cumplida en la destrucción del Imperio Turco!
¡Cómo puede nadie estar tan perdido en el país de los sueños de sus
propias elucubraciones como para poderse imaginar que el colapso
del Imperio Turco es un juicio divino sobre un mundo no arrepentido! 12 Tal cosa puede ser cierta a la camarilla de Pachas que, como
vampiros, se engordan con la miseria que hay a su alrededor; pero
millones de personas lo saludarían como una bendición para la humanidad sufriente, y se preguntarían con asombro: si esto es la
prueba cumbre de la ira de Dios, ¡cómo van a poder distinguir las
almas sencillas entre las pruebas de Su favor y las de Su ira más
amarga!
expansión del cristianismo.
11. «Y vi en el cielo otra señal, grande y admirable: siete ángeles que tenían siete
plagas, vestidos de lino limpio y resplandeciente, y ceñidos alrededor del pecho
con ceñidores de oro. Y uno de los cuatro seres vivientes dio a los ángeles siete
copas de oro, llenas del furor de Dios, que vive por los siglos de los siglos... Oí una
gran voz que decía desde el santuario a los siete ángeles: Id y derramad sobre la
tierra las siete copas del furor de Dios» (Ap. 15:1, 6, 7; 16:1).
12. El diario Pester Lloyd de Austria del 21 de noviembre de 1879, al comentar
sobre la política británica en relación con los asuntos turcos, acusó a Lord
Beaconsfield de confundir al islamismo con los turcos, habiendo sido estos últimos
considerados como la hez del islamismo por todas las naciones islámicas que estaban conscientes de su propia fuerza. Los estudiosos de la profecía parecen estar
totalmente poseídos por este error.
72
Si esta profecía fuera citada como un cumplimiento primario, dentro
de este día de gracia, de una profecía que pertenece estrictamente al
día de la ira que ha de venir merecería una consideración respetuosa;
pero apelar al desmembramiento de Turquía como el cumplimiento
de esta visión de una manera plena, es entrometerse de la manera más
banal con el lenguaje solemne de las Escrituras, y constituya además
un ultraje al sentido común.
Pero existen unos principios involucrados en este sistema de
interpretación mucho más profundos y de mayor importancia que lo
que parece a simple vista. Y ello en directo antagonismo con la gran
verdad fundamental del cristianismo.
Lucas narra13 como, después de la tentación, el Señor «regresó a
Galilea en el poder del Espíritu», y entrando en la sinagoga de
Nazaret en día de sábado como era su costumbre, se levantó a leer.
Le entregaron el libro del profeta Isaías, mientras que todos los ojos
de la sinagoga estaban fijos en él, y lo abrió y leyó estas palabras:
El Espíritu del Señor está sobre mí, por lo cual me ungió para
predicar el evangelio a los pobres. Me ha enviado a sanar a los
quebrantados de corazón; a proclama la liberación a los cautivos, y
recuperación de la vista a los ciegos; a poner en libertad a los
oprimidos, a proclamar un año favorable del Señor.
«Y el día de la venganza de nuestro Dios» eran las palabras que
seguían, sin interrupción alguna, en la página abierta ante El. Pero
añade el relato: «Luego, enrollando el volumen, lo devolvió al
asistente, y se sentó». En una era futura, cuando la profecía tenga su
cumplimiento definitivo, se mezclará el día de venganza con la
bendición a Su pueblo.14 Pero la carga de Su ministerio en la tierra
fue solamente paz.l5 Y esta es aún la carga del evangelio. La actitud
de Dios hacia los hombres es de gracia. «LA GRACIA REINA».
13. Lc. 4:19, 20.
14. Cp. con Is. 63:4: «Porque el día de la venganza que estaba en mi corazón, y el
año de mis redimidos ha llegado.»
15. «Y vino y anunció las buenas nuevas de paz» (Ef. 2:17).
No se trata tan sólo de que hay gracia para el arrepentido o para el
elegido, sino que la gracia es el principio sobre el que Cristo ahora se
sienta sobre el trono de Dios. «Sobre Su cabeza hay muchas coronas,
pero Su mano horadada sostiene ahora el cetro único», porque el
Padre le ha dado el Reino; toda potestad le ha sido dada en los cielos
y en la tierra. «Ni aun el Padre juzga a nadie, sino que ha dado todo
juicio al Hijo»,16 pero Su misión en la tierra no fue la de juzgar, sino
tan solo la de salvar. Y aquel que es así el único Juez es ahora exaltado como Salvador, y el trono sobre el que se sienta es el trono de
gracia. La gracia está reinando, por la justicia, para vida eterna.17 «La
luz de este glorioso evangelio brilla ahora sin trabas sobre la tierra.
Ojos ciegos pueden dejarla afuera, pero ni pueden apagarla ni
rebajarla. Los corazones Impenitentes pueden amontonar para sí ira
para el día de la ira, pero no pueden oscurecer este día de misericordia, ni oscurecer la gloria del reino de la gracia.» 18
Será en el «día de la ira» que «las siete plagas últimas», en las
«que se consumaba el furor de Dios», correrán su curso; y es
frivolizar con solemnes y terribles verdades el hablar de que ya se
han cumplido. Sea el que fuere el cumplimiento intermedio que esté
teniendo ahora la visión, el cumplimiento pleno y final de ella
pertenece a un tiempo todavía futuro.
Y estas páginas no tienen el designio de tratar con el cumplimiento primario histórico de las profecías, o, como lo expresa Lord
Bacon, sus «cumplimientos embrionarios y germinales a lo largo de
muchas edades». El asunto de que trato es exclusivamente el
cumplimiento absoluto y final de las visiones en aquella «edad
concreta» a la cual pertenece «la culminación o plenitud de ellas».
16. Jn. 5:22. Cp. 3:17 y 12:47.
17. Ro. 5:21.
18. Anderson, R. The Cospel and his Ministry, p. 136. Es cierto que los grandes
principios del gobierno moral de Dios sobre el mundo permanecen inmutables, y
que el pecado siempre va en busca de su castigo. Pero no se debería confundir esto
con la acción inmediata de Dios en juicio. «Sabe el Señor... reservar a los injustos
para ser castigados en el día del juicio (RV 1960)» (2.a P. 2:9). O, según Romanos
2:5: «Pero por tu dureza y corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para
el día de la ira.»
73
Las Escrituras mismas ofrecen algunos ejemplos notables de tales
cumplimientos intermedios o primarios; y en estos tienen su cumplimiento las principales líneas de la profecía, pero no los detalles. La
predicción de la venida de Elías es un ejemplo.19 El Señor declaró de
la manera más expresa que el ministerio del Bautista quedaba dentro
del alcance de aquella profecía. En términos igualmente expresos El
anunció que sería cumplida en días todavía por venir, mediante la
reaparición sobre la tierra del mayor de los profetas.20 Las palabras
de Pedro en Pentecostés nos aportan otra ilustración. La profecía de
Joel será aún cumplida al pie de la letra, pero no obstante, el bautismo del Espíritu Santo fue relacionado con ella por el apóstol
inspirado.21
Hablar del cumplimiento de estas profecías como si ellas fueran
asunto del pasado es utilizar el lenguaje de una manera falsa a la vez
que antibíblica. Todavía menos premisible es la aseveración de la
consumación, que se hace tan confiadamente, de las profecías que se
relacionan con la apostasía. No existe una sola profecía cuyo
cumplimiento se registre en las Escrituras, que no se halla llevado a
cabo con absoluta exactitud, y con todo detalle; y es completamente
injustificable asumir que se inauguró un nuevo sistema de cumplimiento después de que se cerrara el sagrado canon.
Hace unos dos mil años, ¿quién se hubiera atrevido a creer que las
profecías acerca del Mesías iban a tener un cumplimiento literal? «He
aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo.»22 «He aquí que tu
rey viene a ti, justo y victorioso, humilde y cabalgando sobre un
asno, sobro un pollino, hijo de asna.»23 «Y pesaron por mi salario
treinta piezas de plata.» «Y tomé las treinta piezas de plata, y las eché
al tesoro en la casa de Jehová.»24
«Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi túnica echaron
suertes.»25 «Horadaron mis manos y mis pies.»26 «En mi sed me
dieron a beber vinagre.»27 «Cortado fue de la tierra de los vivientes, y
por la rebelión de mi pueblo fue herido.»28
Incluso para los mismos profetas, el significado de tales palabras
constituía un misterio.29 E, indudablemente, que la mayoría de las
personas las consideraban tan sólo como poesía o leyenda. Y aun así
estas profecías del advenimiento y de la muerte de Cristo tuvieron su
cumplimiento de una manera literal, hasta la jota y la tilde. Por ello,
se puede aceptar la literalidad del cumplimiento como un axioma
para guiarnos en el estudio de la profecía.
19. «He aquí que yo os enviaré el profeta Elías, ante que venga el día grande y
terrible de Jehová» (Mal. 4:5).
20. Mt. 11:14, y 17:11, 12.
21. Joel 2:28-32; Hch. 2:16-21.
22. Is. 7:14.
23. Zac. 9:9.
24. Zac. 11:12, 13. Cp. con Mt. 27:5, 7.
25.
26.
27.
28.
29.
Sal. 22:18. Cp, con Jn. 19:23, 24.
Sal. 22:16.
Sal. 69:21.
Is. 53:8.
1.a P. 1:10-12.
74
12
La plenitud de los gentiles
LA PRINCIPAL CORRIENTE de profecía se desliza por el canal de la
historia hebrea. Ello es ciertamente verdadero en toda la revelación.
Once capítulos de la Biblia bastan para cubrir los dos mil años
anteriores a la llamada de Abraham, y el resto del Antiguo Testamento se relaciona con la raza abrahámica. Si por un corto espacio de
tiempo la luz de la revelación descansó sobre Babilonia o Susa, ello
fue debido a que Jerusalén estaba desolada, y a que Judá estaba en el
exilio. Por un tiempo los gentiles han obtenido el principal puesto en
la bendición sobre la tierra; pero ello es enteramente anómalo, y el
orden normal en los tratos de Dios con el hombre va a ser restaurado.
«Que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya
entrado la plenitud de los gentiles; y así todo Israel será salvo, como
está escrito.»1
1. Ro. 11:25, 26. No se debe de confundir la llegada de la plenitud de los gentiles
con el cumplimiento de los tiempos de los gentiles (Le. 21:24). Lo primero se refiere
a bendición espiritual, lo segundo al poder terrenal. Jerusalén no debe ser la capital de
una nación libre, independiente del poder gentil, hasta que el Hijo de David venga a
reclamar el cetro. Ver nota n.° 25 de p. 174.
Las Escrituras están llenas de promesas y profecías en favor de
esta nación, ni una de ellas ha tenido todavía su cumplimiento. Y
mientras que se hace de la apasionada poesía, en que muchas de las
antiguas profecías están moldeadas, un pretexto para tratarlas como
descripciones hiperbólicas de las bendiciones del Evangelio, no se
puede apelar a la misma excusa en el caso de la Epístola a los
Romanos. Escribiendo a los gentiles, el apóstol de los gentiles razona
allí este asunto en presencia de los hechos de la dispensación gentil.
Las ramas naturales de la raza de Israel han sido rotas del olivo de los
privilegios y bendiciones terrenas, y, «contra naturaleza», se han
puesto en su lugar las ramas de olivo silvestre de sangre gentil. Pero a
pesar de la amonestación del apóstol, nosotros, los gentiles, hemos
llegado a ser «sabios en nuestra propia soberbia», olvidando que el
olivo «de cuya raíz y rica savia» participamos, es esencialmente
hebreo, porque «los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables».
Las mentes de la mayor parte de las personas están esclavizadas a
los hechos normales de su experiencia diaria. Las profecías de un
Israel restaurado les parecen a muchos tan increíbles como las
predicciones de los presentes triunfos de la electricidad y del vapor
hubieran podido parecer a nuestros antepasados hace un siglo.2
Mientras que se aparenta independencia al juzgar de esta manera, la
mente da solamente prueba de su propia impotencia e ignorancia.
Además, la posición que los judíos han mantenido durante dieciocho
siglos es un fenómeno que por sí mismo desmonta cualquier aparente
presunción en contra del cumplimiento de las profecías.
No se trata aquí de cómo una falsa religión como la de Mahoma
puede mantener un frente sin fisuras en presencia de una fe verdadera; el problema es muy distinto. No solamente en la edad pasada,
sino también al principio de la presente dispensación, los judíos
gozaron de una preferencia en la bendición, que, en la práctica,
llegaba a significar casi un monopolio del favor de Dios. En su
infancia la Iglesia cristiana era esencialmente judía.
2. Reiteramos aquí que esta obra fue escrita en 1882, cuando el imperio turco era
señor y dueño de la Tierra Prometida. (Ñ. del T.)
75
Los judíos bajo su techo se contaban por miles, los gentiles por
decenas. Y a pesar de ello, este mismo pueblo llegó a ser, y por
dieciocho siglos lo ha continuado siendo, más muerto a la influencia
del Evangelio que cualquier otra clase de personas en el mundo.
¿Cómo puede darse razón de «este misterio», como lo denomina el
apóstol, excepto de la manera en que las Escrituras lo dan, o sea, que
la era de la gracia especial a Israel se cerró con el período histórico
de los Hechos de los Apóstoles, y que desde aquel período de su
historia «ha acontecido a Israel endurecimiento en parte?»
Pero esta misma palabra, la verdad de la cual queda tan claramente probada por los hechos públicos, continúa declarando que este
endurecimiento judicial ha de continuar solamente «hasta que haya
entrado la plenitud de los gentiles»; y el inspirado apóstol añade: «Y
así todo Israel será salvo; como está escrito: Vendrá de Sión el
Libertador, que apartará de Jacob la impiedad. Y éste será mi pacto
con ellos.»3
Pero puede preguntarse, con toda la razón: ¿no implica ello
meramente que Israel será introducido a las bendiciones del
Evangelio, y no que los judíos serán bendecidos bajo un principio
que es totalmente inconsistente con el Evangelio? El cristianismo,
como sistema, asume el hecho de que en una edad anterior los judíos
poseían un puesto peculiar de bendición: «Cristo Jesús se puso al
servicio de los de la circuncisión para mostrar la verdad de Dios,
para confirmar las promesas hechas a los padres, y para que los
gentiles glorifiquen a Dios por Su misericordia.»4 Pero los judíos han
perdido su peculiar terreno debido al pecado, y ahora se hallan sobre
el terreno común de una humanidad arruinada. La cruz ha derruido
«la pared intermedia de separación» que les separaba de los gentiles.
Ha nivelado todas las diferencias. Con respecto a la culpabilidad «no
hay diferencia, por cuanto todos pecaron»; y en cuanto a misericordia
«no hay diferencia entre judío y griego, pues uno mismo es el Señor
de todos, que es rico para con todos los que le invocan».
3. Ro. 11:25, 26. No cada israelita, sino Israel como nación (Alford, Greek
Testament, in loco).
4. Ro. 15:8, 9.
Entonces, si no hay diferencia, ¿cómo puede Dios dar bendición
bajo un principio que implica que hay una diferencia? En una
palabra, el cumplimiento de las promesas a Judá sería totalmente
inconsistente con las verdades distintivas de la dispensación actual.
La cuestión que aquí tratamos es una de inmensa importancia, y
reclama nuestra consideración más dedicada. Tampoco es suficiente
aseverar que el undécimo capítulo de Romanos supone que en esta
época el gentil posee una ventaja, aunque ésta no constituya una
prioridad, y que, por lo tanto, Israel puede disfrutar del mismo
privilegio después de ello. Constituye parte de la misma revelación
que, aunque la gracia desciende al gentil allí donde él se halla, no le
confirma en su posición como gentil, sino que le eleva de este
terreno, y le desnacionaliza; porque en la Iglesia de esta dispensación
«no hay judío ni griego».5 Por el contrario, las promesas hechas a
Judá implican que la bendición llega al judío como judío, no tan sólo
reconociendo su posición nacional, sino confirmándolo en ella.
Por ello, la conclusión es inevitable, que antes de que Dios pueda
actuar así, debe haber cesado la especial proclamación de la gracia en
la presente dispensación, y se debe haber inaugurado un nuevo principio en los tratos de Dios con la humanidad.
Pero aquí sólo parece que las dificultades se multipliquen y se
hagan mayores. Pues, podría preguntarse: ¿nuestra dispensación no
sigue su curso hasta el retorno de Cristo a la tierra? ¿Cómo pueden
ser hallados los judíos a Su venida sobre un terreno de bendición
nacional, del mismo tipo del que mantenían en una era pasada?
Todos deberán admitir que las Escrituras parecen enseñar que éste
será el caso.6 La cuestión aún es planteada de si éste es el significado
que realmente tiene. ¿Hablan las Escrituras de alguna crisis en relación a la tierra, que tenga que tener lugar antes «del día en que el
Hijo del hombre se manifieste»?
5. Gá. 3:28. Comparar esto con las palabras del Señor en Juan 4:22 «la salvación
viene de los judíos».
6. En prueba de ello se puede apelar a estas mismas profecías de Daniel; y otras profecías testifican de ello de una manera más llana aún, particularmente el libro de
Zacarías.
76
Nadie que busque diligentemente la respuesta a esta cuestión puede
dejar de quedarse impresionado por el hecho de que a primera vista
parece haber una cierta confusión en las afirmaciones de las Escrituras a este respecto. Ciertos pasajes afirman que Cristo volverá a la
tierra, y que estará de pie en el mismo monte de los Olivos donde sus
pies lo tocaron por última vez antes de que ascendiera a Su Padre;7 y
otros nos dicen de la manera más llana que El vendrá, no a la tierra,
sino al aire por encima de nosotros, y llamará a Su pueblo a encontrarse allí con El, y para estar con Él.8 De nuevo, estas Escrituras nos
demuestran de la manera más clara que es Su pueblo creyente que
será «arrebatado hacia arriba»,9 dejando que el mundo siga su curso
hasta su juicio; mientras que otras Escrituras nos afirman de manera
igualmente inequívoca que no es Su pueblo, sino los malvados los
que serán entresacados, dejando a los justos que «resplandecerán
como el sol en el reino de Su Padre».10 Y parece que la confusión
aumenta cuando notamos que las Sagradas Escrituras parecen señalar
a los justos que van a ser así bendecidos en ocasiones como judíos, y
en ocasiones romo cristianos de esta dispensación en la cual el judío
es rechazado por Dios. Esas dificultades admiten tan sólo una
solución, una solución tan satisfactoria como sencilla; la de que lo
que llamamos la segunda venida de Cristo no es un solo evento, sino
que incluye varias y distintas manifestaciones. En la primera de ellas,
El llamará a Sí mismo a todos los justos muertos, juntamente con Su
pueblo propio que esté entonces viviendo sobre la tierra. Con este
evento cesará el día especial «de la gracia», y Dios volverá otra vez a
«los pactos» y las «promesas», y aquel pueblo a quien le pertenecen
los pactos y las promesas11 volverá a ser de nuevo el centro de la
acción divina hacia la humanidad. Todo lo que Dios ha prometido
queda dentro del campo de las esperanzas del creyente;12 pero éste es
su horizonte próximo.
7. Zac. 14:4; Hch. 1:11, 12.
9. Ibid., 1.a Co. 15:51, 52..
11. Ro. 9:4.
8. 1a Ts. 4:16, 17.
10. Mt. 13:40-43.
12. «Pero esperamos, según su promesa, cielos
nuevos y tierra nueva» (2.a P. 3:13). Largas épocas de tiempo e innumerables sucesos deben tener lugar antes de la consecución de esta esperanza.
Todas las cosas esperan este cumplimiento. Antes del retorno de
Cristo a la tierra son muchas las páginas de las Escrituras que han de
cumplirse, pero ni tan sólo una línea de las Escrituras se interpone
ante la realización de esta esperanza especial de la Iglesia, de Su
venida para tomar a Su pueblo consigo mismo. Aquí tenemos, pues,
la gran crisis que pondrá fin al reino de la gracia, y que introducirá
los predeterminados ayes del más fiero juicio sobre la tierra —«días
de venganza, para que se cumplan las cosas que están escritas».13
La objeción de que una verdad de esta magnitud hubiera sido
afirmada con una claridad más dogmática es olvidar la distinción
entre enseñanza doctrinal y proclamación profética. La verdad de la
segunda venida pertenece a la profecía, y las afirmaciones de las
Escrituras respecto a ella están marcadas por las mismas características que marcaron las profecías del Antiguo Testamento acerca
del Mesías.14
«Los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían detrás de
ellos» fueron predichos de tal manera que un lector superficial de las
antiguas Escrituras no hubiera advertido que iban a haber dos venidas
del Mesías. E incluso el estudiante cuidadoso, si no hubiera estado
versado en el esquema general de la profecía, hubiera podido suponer
que las dos venidas, aunque moralmente distintas, debían estar íntimamente conectadas en el tiempo. Así es con respecto a la venida
futura. Algunos contemplan la segunda venida como un solo evento;
otros reconocen su verdadero carácter, pero dejan de ver el intervalo
que tiene que separar su primera etapa de la última. Una aprehensión
inteligente de la verdad con respecto a esto es esencial para la recta
comprensión de la profecía aún sin cumplir.
Pero, habiendo ya fijado así claramente estos límites básicos para
que nos guíen en nuestro estudio, no podemos dejar de reprochar
intensamente los intentos de llenar el intervalo con mayor precisión
que lo que exigen las Escrituras.
13. Lc. 21:22.
14. Para un tratado admirable acerca de estas características de la profecía, ver
Christology de Hengstenberg (Grand Rapids: Kregel Publications), p. 222.
77
Existen eventos definidos que han de tener su cumplimiento, pero
nadie puede dogmatizar con respecto al instante o manera de su
cumplimiento. Ningún cristiano que estime rectamente el asombroso
peso de sufrimiento y pecado que cada día que pasa añade a la
culpabilidad y al sufrimiento de este mundo, puede dejar de ver que
ciertamente el fin puede estar cerca; pero que no se olvide del gran
principio de que «la longanimidad de nuestro Señor es para
salvación»,15 ni del lenguaje de los Salmos, «porque mil años delante
de tus ojos son como el día de ayer que pasó, y como una de las
vigilias de la noche».16 Hay mucho en las Escrituras que parece
justificar la esperanza de que la consumación no se retardará pero,
por otra parte, no es poco lo que sugiere el pensamiento de que antes
de que se cumplan estas escenas finales, la civilización habrá retornado a su antiguo hogar en Oriente y, quizás, que una Babilonia
restaurada habrá llegado a ser el centro de progreso humano y de
religión apóstata.17
Mantener que todavía tienen que transcurrir largas edades sería tan
injustificado como lo son las predicciones hechas tan confiadamente
de que todo se cumplirá dentro de nuestro siglo. Es tan sólo en cuanto
a la profecía que queda dentro del campo de las setenta semanas de
Daniel que entra en el reino de la cronología, y la visión de Daniel se
relaciona principalmente con Judá y Jerusalén.18
15. 2a P. 3:15.
16. Sal. 90:4.
17. Isaías 53 parece conectar la caída final de Babilonia con el gran día que se
aproxima (cp. los versículos 1, 9, 10, 19); y en Jeremías 1, el mismo suceso queda
relacionado con la futura restauración y unión de las dos casas de Israel (v. 20). Pero
presento la sugerencia solamente como un caveat en contra de la idea de que ya
hemos llegado a los últimos días de la dispensación. Si la historia de la cristiandad
tuviera que llenar otros mil años, esta espera no desacreditaría en absoluto la verdad
de una sola afirmación de las Sagradas Escrituras.
18. Desde luego, ninguna de las visiones de Daniel presenta una extensión mayor.
Isaías, Jeremías, y Ezequiel tratan de Israel (o las diez tribus); pero Daniel trata
solamente de Judá.
78
13
El segundo Sermón del Monte
EL LAZO QUE CONECTA el
pasado con el futuro, entre lo cumplido y lo
que queda por cumplir, se hallará en el Evangelio de Mateo.
Las principales promesas mesiánicas quedan agrupadas en dos
grandes clases, conectadas respectivamente con los nombres de
David y Abraham, y el Nuevo Testamento abre sus páginas con el
relato del nacimiento y del ministerio del Mesías como el «Hijo de
David, Hijo de Abraham»,1 porque en un aspecto de Su obra El «se
puso al servicio de los de la circuncisión para mostrar la verdad de
Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres».2 La pregunta
de los Magos, «¿dónde está el que ha nacido rey de los judíos?»,
suscitó una esperanza que constituía una parte de la política nacional
de Judá; e incluso el indigno Idumeo que entonces usurpaba el trono
era sensible a su significado: «Herodes se turbó, y toda Jerusalén con
él».3
1. Mt. 1:1.
2. Ro. 15:8.
3. No debe imaginarse que al rey le moviera ninguna emoción do tipo religioso.
El anuncio de los Magos fue para él lo que el nacimiento de un heredero es para un
presunto heredero. Los Magos le preguntaron: «¿Dónde está el que ha nacido Rey
de los Judíos"?» Por ello, la pregunta de Herodes al Sanedrín fue: «¿Dónde había
de nacer el Cristo?» Y, al serle mencionada la profecía que indicaba Belén de una
manera tan clara, decidió destruir a todos los niños de corta edad en aquella ciudad
y distrito. Herodes y el Sanedrín no habían aprendido a espiritualizar las profecías.
Y cuando la proclamación se hizo después, primero por parte de
Juan al Bautista, y al final por el mismo Señor y por Sus apóstoles,
«el reino de los cielos se ha acercado», los judíos conocían bien su
importancia. No se trataba del «Evangelio» tal y como lo entendemos en la actualidad, sino el anuncio del inminente cumplimiento de
la profecía de Daniel.4 Y este testimonio tuvo un doble acompañamiento. «El Sermón del Monte» es registrado como incorporando las
grandes verdades y principios asociados con el Evangelio del Reino;
y los milagros que le seguían daban prueba de que todo ello era
divino. Y en las primeras etapas del ministerio de Cristo, Sus milagros no estaban reservados a aquellos cuya fe respondía a Sus palabras; la única cualificación que se demandaba era que el receptor
tenía que pertenecer a la raza favorecida.
No vayáis por camino de gentiles, ni entréis en ciudad de samaritanos, sino id más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Y
al ir, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado.
Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera
demonios; de regalo recibisteis, dad de regalo.5
Tal fue la comisión que los doce se dedicaron a cumplir a través
de aquel pequeño país, a cada rincón en los que la fama de su
Maestro ya les había precedido.6
Pero el veredicto de la nación, por medio de sus líderes acreditados y
responsables, fue el de rechazar Sus afirmaciones mesiánicas.7
4. Cp. Pusey, Daniel, p. 84.
5. Mt. 10:5-8. El capítulo es profético, siguiendo el carácter de este libro, y llega
en su testimonio hasta los últimos tiempos (ver p. ej. v. 23).
6. Mt. 4:24-25.
7. En nuestra propia época los judíos han tenido la temeridad de publicar una
traducción de la Mishná, y el lector que lea sus tratados puede juzgar con qué desprecio y repulsión el Señor tuvo que haber contemplado la religión de aquellos
hombres miserables. El tratado Sabbath permitirá un invalorable comentario sobre
el capítulo 12 de Mateo. La Mishná es una compilación de las tradiciones orales de
los rabinos, ejecutada en el siglo II d.C, para impedir que quedasen perdidos a
causa de la diáspora; las mismas tradiciones, muchas de ellas, que prevalecían
cuando el Señor estaba en la tierra, y que condenó con tan pocas contemplaciones
79
Los hechos y palabras de Cristo recogidas en el capítulo doce de
Mateo constituyeron una condena abierta y deliberada y un desafío a
los fariseos, y la respuesta de ellos fue la de reunirse en consejo
solemne y decretar Su muerte.8
A partir de aquel momento Su ministerio entró en una nueva fase.
Los milagros continuaron, porque Él no podía hallarse en presencia
del sufrimiento y rehusar remediarlo; pero aquellos a los que de esta
manera El bendecía eran ordenados «que no le descubriesen».9 El
Evangelio del Reino cesó; Sus enseñanzas vinieron a ser camufladas
en parábolas,10 y los discípulos tuvieron prohibido enseñar que Él era
el Mesías.11
El capítulo 13 de Mateo es profético del estado de cosas que ha de
dominar entre la época de Su rechazamiento y Su retorno en gloria
para reclamar el puesto que en Su humillación se le negó. En lugar de
la proclamación del reino, les enseñaba «los misterios del reino»12 Su
misión cambió de carácter, y en lugar de un rey venido a reinar, se
describió a Sí mismo como un Sembrador sembrando semilla. De las
parábolas que siguen, las tres primeras, pronunciadas a la multitud,
describen el carácter y los resultados exteriores del testimonio en el
…Viene 7
como minando las Escrituras, pues entonces como ahora los judíos las aceptaban
como poseyendo aprobación divina (Cp. Jewish Cal., Introduc. de Lindo; History
of the Jews de Milman, libro XVIII).
8. Mt. 12:1-4.
9. Mt. 12:16.
10. Mt. 13:3, 13. «Por la expresión en Marcos, comparada con la pregunta de los
discípulos en el versículo 10 --y con el versículo 34-- parece ser que éste fue el
preciso momento en que el Señor empezó a enseñar en parábolas por vez primera,
expresamente dadas como tales, y propiamente así llamadas. Y la secuencia natural
de las cosas concuerda aquí y confirma la disposición del relato de Mateo en contra
de aquellos que los situarían (como Ebrard) entero antes del Sermón del Monte.
Allí El habló sin parábolas, o principalmente sin ellas; y así continuó hasta que el
rechazo que sufrió y la mala comprensión de Sus enseñanzas le llevaron a adoptar
este rumbo judicialmente, tal como aquí se indica, Alford, Greek Testament, Mt.
13:3.
11. Mt. 16:20.
mundo; las tres últimas, dirigidas a los discípulos,13 hablan de las
realidades escondidas reveladas a mentes espirituales.
Pero estas mismas parábolas, mientras que enseñaban a los
discípulos, de la manera más clara, que todo quedaba pospuesto de lo
que los profetas les habían enseñado a esperar en relación con el
Reino, les enseñó de una manera no menos clara que el día vendría
con toda seguridad cuando todo se cumpliría; cuando la maldad sería
desarraigada, y el Reino establecido en justicia y paz.14 Así, ellos
aprendieron que iba a existir una «edad» de la cual la profecía no
había registrado su existencia, y otro «Advenimiento» a su final; y
«el Segundo Sermón del Monte» fue la respuesta del Señor a la
pregunta: «¿Cuál será la señal de Tu venida, y del fin de esta
época?»15
El capítulo 24 de Mateo ha sido bien descrito como «la clave de la
interpretación apocalíptica», y «la piedra de toque de los sistemas
apocalípticos».16
El versículo 15 especifica un evento que marca una época, por la
cual podemos conectar las palabras del Señor con las visiones de
Juan, y ambas con las profecías de Daniel.
El pasaje entero es, evidentemente, profético, y su cumplimiento
pertenece claramente a los tiempos del fin. La aplicación más plena y
definida de las palabras tiene que ser así para aquellos que van a ser
testigos de su cumplimiento.
13. Como también lo fueron las interpretaciones de las parábolas del Sembrador y de la
Cizaña.
14. Mt. 13:41-43.
15. Mt. 24:3. «Y estando él sentado en el monte de los Olivos, los discípulos se le
acercaron aparte.» Cp. con Mt. 5:1: «Subió al monte; y sentándose, se acercaron a
Él sus discípulos.»
El Sermón del Monte desarrolló los principios sobre los cuales se establecería el
Reino. Habiendo sido rechazado el Rey por la nación, el segundo Sermón del
Monte expone los sucesos que tienen que preceder a Su retorno.
16. Alford, Greek Testament, vol. iv, part. II. Proleg. Rev.
12. Mt. 13:11.
80
Es a ellos que se dirige especialmente la advertencia de que no
sean engañados por una falsa esperanza del retorno inmediato de
Cristo.17
Una serie de terribles sucesos ha de tener lugar todavía; pero
«todo esto será el principio de dolores»; «pero aún no es el fin». La
duración de estos «dolores» no se revela. El primer signo seguro de
que el fin está cerca será el advenimiento de la prueba más terrible
que hayan conocido jamás los redimidos sobre la tierra. El cumplimiento de la visión de Daniel de la contaminación del Santuario ha
de ser la señal para la huida inmediata; «porque habrá entonces gran
tribulación»,18 que no habrá tenido paralelo ni siquiera en la historia
del judaísmo. Pero como ya se ha señalado, esta última gran persecución pertenece a la segunda mitad de la semana septuagésima de
Daniel,19 y por ello permite un punto de referencia por el que podemos determinar el carácter y fijar el orden de los principales sucesos
que marcan las escenas finales predichas en la profecía.
Con la clave así obtenida del Evangelio de Mateo, podemos dirigirnos confiadamente al estudio de las visiones apocalípticas de Juan.
Pero primero se debe reconocer claramente que en el capítulo 24,
como en el libro de Daniel, Jerusalén es el centro de la escena con la
que se relaciona la profecía; y esto, necesariamente, implica que los
judíos habrán sido restaurados a Palestina antes del tiempo de su
cumplimiento.20
Las objeciones basadas en la supuesta improbabilidad de tal suceso
quedan suficientemente contestadas señalando la relación entre pro-
profecía y milagro.21 La historia de la raza abrahámica, con la que la
profecía se relaciona tan estrechamente, es poco más que el registro
de interposiciones milagrosas.
Su salida de Egipto fue milagrosa. La entrada de ellos a la tierra
prometida fue milagrosa. Sus tiempos de prosperidad y de adversidad en aquella tierra, sus servidumbres y sus liberaciones, sus
conquistas y sus cautividades, fueron todas milagrosas. Toda la
historia desde el llamamiento de Abraham hasta la construcción del
Templo constituyó una serie de milagros. Este período constituye
tanto el principal objeto de los historiadores sagrados que poca cosa
más queda registrada... No hay historiadores en el sagrado volumen
del período en que se retiró la intervención milagrosa. Después de la
declaración por medio de Malaquías de que un mensajero sería
enviado para preparar el camino, el siguiente suceso registrado por
un escritor inspirado es el nacimiento de aquel mensajero. Pero del
intervalo de 400 años entre la promesa y su cumplimiento no se da
ningún relato.22
Los setenta años desde el nacimiento del Mesías hasta la dispersión
de la nación fueron fructíferos en milagros y en cumplimiento de
profecías. Pero la existencia nacional de Israel es como si fuera el
escenario único donde el drama de la profecía puede representarse en
su plenitud; y desde la era apostólica hasta nuestra era presente no se
puede apelar a ni un solo evento público que dé una prueba indisputable de intervención inmediata de parte de Dios en esta tierra.23
Un cielo silencioso es una de las características principales de la
dispensación en la que nuestra suerte ha sida echada. Pero la historia
17. Mt. 24:4-6. Esto es, la etapa final de Su advenimiento no Su venida tal cual
está profetizada en la 1a Ts. 4 y en otros lugares, la cual no tiene ningún signo que
la preceda. Ver la p. 163. Referir el v. 5 a los tiempos de Bar Cochba constituye un
anacronismo evidentísimo. La referencia primaria en los vv. 15-20 y, por ello, a la
porción más anterior de esta profecía, era el período que finalizaba con la destrucción de Jerusalén.
18. V. 15-21. Cp. con Dn. 12-1. Ver p. 113.
19. Ver p. 113.
20. La cuestión de la restauración de ellos a la posición de bendición ya se ha
considerado en páginas precedentes. Ver pp. 159-161.
21. Es algo asombroso considerar que desde que este libro fue escrito (fue
publicado en 1882), Israel ha sido ya restaurado, y que Dios se valió de las
atrocidades cometidas por el régimen de Hitler para acelerar la emigración de los
judíos a Palestina, donde en 1948 proclamaron el Estado de Israel. Sal. 76:10.
(N. del T.)
22. Clinton, Fasti H., vol. i, p. 243.
23. Existe, sin duda alguna, lo que puede llamarse el milagro privado de la
conversión individual, y el creyente tiene prueba trascendente no sólo de la
existencia de Dios, sino además de Su presencia y poder con los hombres (ver pp.
57-60).
81
de Israel tiene que ser aun completada; y cuando aquella nación salga
de nuevo a escena, el elemento de interposición milagrosa volverá de
nuevo a marcar el curso de los eventos en la tierra. Por otra parte, la
analogía del pasado nos guiará a esperar un solapamiento en el paso
de una dispensación a la otra, más bien que una transición brusca; y
la cuestión es de particular interés, en líneas generales, de si los
sucesos actuales no están llevando a esta consumación misma, la
restauración de los judíos en Palestina.
La decadencia del poder musulmán es uno de los hechos públicos
más patentes; y si el desmembramiento del Imperio Turco se retrasa
aún, ello es debido enteramente a los celos mutuos entre las naciones
de Europa, cuyos intereses rivales parecen hacer imposible una distribución amistosa de sus territorios. Pero la crisis no puede retrasarse
indefinidamente; y cuando ésta llegue, la cuestión de la máxima
importancia, siguiente en importancia a la de Constantinopla, será: ¿y
qué ha de ser de Palestina? Es improbable en alto grado una anexión
por parte de cualquier estado Europeo. El interés de varias de las
potencias principales lo impide. Así, el camino quedará abierto a los
judíos, cuando sus inclinaciones o su destino les devuelvan de nuevo
a la tierra de sus padres. No solamente dejaría de impedirles su
retorno cualquier influencia hostil, sino que las probabilidades del
caso (y en esto estamos tratan-do de probabilidades)24 están en favor
de la colonización de Palestina por aquel pueblo a quien históricamente le pertenece. Hay razones para creer que ya ha empezado un
movimiento de este tipo; y si, ya sea debido a que el Cercano Oriente
llegue a ser lugar de paso a la India, o por alguna otra causa, surgiera
la prosperidad en cierto grado a aquellas costas que fueron en su
tiempo el centro comercial del mundo, los judíos emigrarían hacia
allí por miles desde todos los países.
24. Es digno de notar cómo Sir Anderson distingue entre meras probabilidades y
la brillante exposición de las Escrituras mismas. Es curioso ver que, al final, la
emigración judía a Palestina se efectuó contra viento y marea, y frente a la oposición del mismísimo país de Sir Anderson, Inglaterra, que no quería malquistarse a
los árabes y su posible influencia en la región. Ciertamente, los judíos fueron
conducidos a Israel no por circunstancias favorables, sino a pesar de todas las
imposibilidades. (N. del T.)
Es cierto que colonizar un país es una cosa, mientras que crear una
nación es algo muy distinto. Pero el testimonio de las Escrituras es
explícito de que la independencia25 nacional de Judá no ha de ser
conseguida mediante la diplomacia ni la espada. Jerusalén ha de
permanecer bajo supremacía gentil hasta aquel día en que se cumplan
las visiones de Daniel. En el lenguaje de las Escrituras, «Jerusalén
será pisoteada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles
se cumplan».26 Pero mucho antes de ello la Cruz tiene que suplantar a
la Media Luna en Judea, pues si no es increíble que la Mezquita de
Omar deje su puesto al Templo Judío en el Monte Sión.27
Si la operación de causas como las anteriormente indicadas,
juntamente con la decadencia del poder musulmán, guiara a la
formación de un protectorado en un estado judío en Palestina,
posiblemente mediante la ocupación militar de Jerusalén por o para
alguna de las potencias Europeas, no se precisaría de nada más que
suponer un avivamiento religioso entre los judíos, para preparar el
camino al cumplimiento de las profecías.28
25. Aquí, desdichadamente, se confunde independencia nacional con la soberanía
sobre Jerusalén. En 1948 los judíos consiguieron lo primero, pero no la soberanía
sobre la Jerusalén propia, la Ciudad de David, en la que entraron en 1967. En
efecto, desde el punto de vista de Dios, Jerusalén «el lugar que Jehová tu Dios
escogiere para poner allí Su nombre» es el monte de Sión, y en particular la era de
Arauna Jebuseo, el lugar del Templo, que tiene en su centro la Mezquita de Omar,
lugar santo del Islam, y en otros rincones la Mezquita de El Aqsa y la Casa del
Tesoro, o Qubbet es Silsile. Estos lugares, precisamente en el área del Templo,
están aún bajo soberanía y protección del Islam, y, desde el punto de vista objetivo,
Jerusalén continúa estando pisoteada por los gentiles. Así, aunque los judíos están
ya de vuelta a Israel, y poseen la ciudad de Jerusalén, el elemento definitorio de la
ciudad y que realmente define al judaísmo como tal, la adoración judía en el
Templo, está aún fuera del alcance de ellos, y está esperando al tiempo que Dios ha
marcado. (N. del T.)
26. Lc. 21:24. Esto es, hasta después del período durante el cual la soberanía
terrena, confiada a Nabucodonosor hace veinticinco siglos, tiene que permanecer
entre los gentiles (ver p. 73).
27. Ver nota 25.
28. El siguiente extracto de la Jewish Chronicle del 9 de noviembre de 1849 es
citada en Ten Kingdoms del señor Newton (2.a ed., p. 401): «Los potencias
europeas no tendrán que preocuparse por restaurar a los judíos individual o
82
«Dios no ha desechado a Su pueblo»; y cuando la actual dispensación cierre sus páginas, y el gran propósito para lo que fue introducida haya quedado satisfecho, los cabos sueltos de la profecía y de
la promesa volverán a ser anudados, y la dispensación históricamente
interrumpida en los Hechos de los Apóstoles, cuando Jerusalén era el
centro designado por Dios para Su pueblo sobre la tierra,29 volverá a
seguir su curso. Judá volverá a ser una nación, Jerusalén será
restaurada, y se volverá a construir aquel templo en el que ha de
erigirse «la abominación de la desolación».30
…Viene 28.
colectivamente. Désele a Palestina una constitución como la de los Estados
Unidos... y los judíos se restaurarán a sí mismos. Ellos volverían alegre y
confiadamente, y allí esperarían piadosamente hasta que un Mesías inspirado
celestialmente venga, quien tiene que restaurar la luz mosaica a su esplendor
original.
29. Los gentiles eran entonces admitidos dentro del círculo, no como iguales, sino
en cierto sentido como prosélitos que habían sido aceptados en el seno de la nación.
La Iglesia era esencialmente judía. El templo era el lugar en que se encontraban
(Hch. 2:46; 3:1; 5:42). El testimonio de ellos estaba en consonancia con las
antiguas profecías de la nación (Hch. 3:19-26, ver p. 108), e incluso cuando fueron
dispersados por la persecución, los apóstoles permanecieron en la metrópolis, y
aquellos que habían sido dispersados predicaban tan sólo a los judíos (Hch. 8:1, 4,
y 11:19). Pedro rehusó ir entre gentiles hasta que le fue dada una revelación
especial (Hch., cap. 10), y tuvo que defenderse ante la iglesia por haber ido (Hch.
11:2-18. Cp. con el cap. 15).
30. Esparcido entre el pueblo habrá un «resto» quienes «guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo» (Ap. 12:17); judíos, y a pesar
de ello cristianos; judíos, pero creyentes en el Mesías, a quien la nación continuará
rechazando hasta el momento de Su aparición. Tiene que ser evidente a las mentes
reflexivas que profecías tales como la 24 de Mateo implican que existirá un pueblo
creyente que tendrá que ser consolado y guiado por ellas en aquel tiempo y en
medio de aquellas escenas de su cumplimiento.
83
14
Las visiones de Patmos
LA ESTRECHEZ de interpretación es la ruina del estudio apocalíptico.
«Las palabras de esta profecía», «cosas que deben suceder en
seguida»: tal es la descripción divina del libro de Apocalipsis y de su
contenido. Nadie, pues, está justificado para negar que ninguna parte
de él tenga una aplicación futura. Todo el libro es profético. Incluso
las siete cartas, aunque fueron escritas, indudablemente, a iglesias
entonces existentes, y aunque su inmediata referencia a la historia de
la cristiandad es también evidente, bien pueden dar una palabra
especial en días por venir para aquellos que entrarán en las terribles
pruebas que precederán al final.1
1. La Biblia no está solamente destinada para la presente dispensación, sino para
el pueblo de Dios en toda edad; y es increíble que aquellos que van a ser tan
duramente probados no encuentren en ella palabras especialmente adecuadas y
destinadas a aconsejarles, y a consolarles en vista de lo que tendrán que soportar.
«Esta profecía» es la descripción divina del Apocalipsis como un todo (Ap. 1:3).
Comparar el «deben suceder en seguida» del Ap. 1:1 con el «deben suceder
pronto» del 22:6 (RV 77). El saludo (1:4,5) parece fijar el puesto dispensacional
del libro como futuro. No es el Padre, sino Jehová no el Señor Jesucristo, sino
«Jesucristo el testigo fiel, el soberano de los reyes de la tierra»; y el libro habla de
un tiempo cuando el Espíritu Santo, como persona, volverá de nuevo a estar en el
cielo, para unirse al saludo, cosa que El nunca hace en las epístolas del Nuevo
Testamento.
Apocalipsis 1:19 es citado con frecuencia para demostrar que el libro está dividido,
y que tan sólo la última parte es profética. Para refutar esta posición, me remito al
más cándido de los comentaristas apocalípticos. el deán Alford, que así traduce el
versículo: «Escribe, por tanto, las cosas que viste, y las cosas que significan, y las
En el cuarto capítulo el trono es establecido en el cielo El juicio está
ahora esperando en la gracia; pero cuando haya pasado el día de la
gracia, tiene que intervenir el juicio antes de que las promesas y
pactos, con toda su rica reserva de bendiciones, puedan ser cumplidos. Pero ¿quién puede abrir aquel rollo que está en la mano de
Aquel que se sienta sobre el trono?2 Ninguna criatura del universo3
puede atreverse a mirarlo, y Dios mismo no va a romper uno solo de
sus sellos, porque el Padre ha cedido la prerrogativa de juicio. El
ministerio de gracia puede ser compartido por todos aquellos que han
sido bendecidos por la gracia, pero el Hijo del hombre es el único Ser
en el universo que puede tomar la iniciativa de juicio;4 y en medio de
los himnos de los seres celestes alrededor del torno, y el retumbante
coro de miríadas y miríadas de ángeles, que tenía su eco en toda la
creación de Dios, el Crucificado del Calvario, «un Cordero, como
inmolado», toma el libro y se prepara a romper los sellos.5
Es en el sello quinto que la visión se entrecruza con las líneas de
la cronología de la profecía.6
cosas que están para acontecer después de éstas.» Él explica que «las cosas que
viste» son «la visión que acaba de serle dada», y las palabras finales como «las
cosas que están para acontecer después de éstas, o sea, una visión futura» (Greek
Testament, in loco). En Apocalipsis 4:1 Alford se inclina a dar el significado
general de «más adelante». Pero la presunción es que estas palabras se utilizan al
final del versículo en el mismo sentido que cuando al principio, es decir, «después
de estas cosas». Las palabras implican que el cumplimiento de las subsiguientes
visiones sería cosa del futuro, en relación con el cumplimiento de la visión
precedente, y no simplemente relativas al tiempo en que se dio la visión, lo cual era
algo propio de sí.
2. Ap. 5:2.
3. Ap. 5:3. No es, como en la versión de King James, «ningún hombre». La
Versión Revisada traduce de manera adecuada «ninguno».
4. Jn. 5:22-27.
5. Ap. 5:5-14.
6. Debido a que el quinto sello se relaciona con la gran persecución del futuro
que, como ya se ha señalado, queda dentro de la septuagésima semana. Los cuatro
primeros sellos se relacionan con los eventos que preceden en el tiempo al
cumplimiento del versículo 15 del capítulo 24 de Mateo. Cp. los versículos 6 y 7 de
aquel capítulo con Ap. 6:1-8.
84
De los primeros sellos, por tanto, es innecesario hablar en detalle.
Son evidentemente descriptivos de los sucesos referidos en Mateo 24,
en el que el Señor los conecta como precedentes a la gran persecución final: guerras y amenazas incesantes de guerra, reinos en arma
destruyéndose unos a otros; y después hambre, para ser de nuevo
seguida por pestilencia, hambre y la espada reclamando aún sus
víctimas, mientras que otras son arrebatadas por extrañas muertes
innombradas en los horrores en aumento de estos ayes acumulativos.7
Según el capítulo 24 de Mateo, la tribulación debe ser inmediatamente seguida por los signos y portentos que los antiguos profetas
habían declarado que introducirían «el día grande y terrible de
Jehová». Así en el Apocalipsis los mártires de la tribulación son
vistos en el quinto,8 y en el sexto sello, se proclama el advenimiento
del gran día de la ira, siendo nombrados los precisos sucesos que el
Señor había mencionado en el Monte de los Olivos, y que Joel e
Isaías habían precedido hacía ya muchos siglos.9
De manera parecida a la calma chicha y bochornosa que precede a
las tormentas más fieras, se hace un silencio en el cielo cuando se
rompe el último sello,10 porque el día de la venganza ha amanecido.
7. Ap. 6:2-8.
8. Ap. 6:9.
9. «Viene el día de Jehová... el sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre,
antes que venga el día grande y espantoso de Jehová» (Jl. 2:1, 31). «El día de
Jehová viene... el sol se oscurecerá al nacer, y la luna no dará su resplandor»
(Is. 13:9, 10). «Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se
oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo»
(Mt. 24:29). «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas» (Le. 21:25).
«El sol se puso negro como un saco hecho de crin, y la luna se volvió toda como
sangre» (cp. con Jl. 2:31), «y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra» (Ap.
6:12, 13).
Estoy completamente de acuerdo con la siguiente nota del deán Alford (Greek
Testament, Mt. 24:29): «Tales profecías se han de entender literalmente y, desde
luego, sin entenderlas así, perderían su verdad y significado. Las señales físicas
ocurrirán como acompañamiento e intensificación del terrible estado de cosas que
la descripción tipificada.» No es, naturalmente, que la luna se volverá realmente de
sangre, como tampoco las estrellas caerán. Las palabras describen fenómenos que
las personas verán, y que les aterrorizarán.
10. Ap. 8:1.
Los eventos de los sellos anteriores eran juicios divinos, cierto, pero
de un carácter providencial, y del tipo que los hombres pueden
atribuir a causas secundarias. Pero por fin Dios se ha declarado a Sí
mismo, y tal como había sido en el pasado, así ahora la ocasión la da
un ultraje cometido contra Su pueblo. El clamor de los mártires ha
venido a la presencia de Dios,11 y constituye la señal para los toques
de trompeta que introducen el derramamiento de la ira largo tiempo
contenida.12
Sería imposible escribir un comentario sobre el libro de Apocalipsis dentro de los límites de este capítulo, y el intento involucraría
una desviación del propósito y asunto especiales de estas páginas.
Pero es esencial tener en cuenta y mantener a la vista el carácter y el
método de las visiones apocalípticas. Recordemos que al vidente no
se le permitió leer una sola de las líneas de lo que estaba escrito «por
dentro y por fuera» del libro enrollado y sellado del capítulo 5; pero
según se iban rompiendo los sellos, se le comunicaba alguna
característica sobresaliente de una parte de su contenido en una
visión. Por lo tanto, la principal serie de las visiones representan
eventos en secuencia cronológica. Pero su transcurrir queda
ocasionalmente interrumpido por visiones parentéticas o episódicas;
en algunas ocasiones, como la que se halla entre el sexto y el séptimo
sello, llegando hasta el tiempo del fin, y, con más frecuencia, como la
que se halla entre la sexta y séptima trompetas, que representa
detalles que están cronológicamente dentro de las visiones anteriores.
Por ello, el primer paso y más importante para una recta comprensión
del Apocalipsis es distinguir entre las visiones en serie y las
parentéticas de este libro, y se ofrece el siguiente análisis a fin de
promover y ayudar a la investigación de esta materia:13
11. Ap. 8:3.
12. Ap. 8:6.
13. Los pasajes que contienen las visiones parentéticas quedan dentro de
corchetes.
85
Cap. 6. Las visiones de los seis primeros sellos; representa
eventos en su orden cronológico.
[Cap. 7. Parentético; la primera visión se relaciona ya con el resto
fiel del quinto sello, o a una elección en vista de los juicios del
séptimo sello; la segunda llega hasta la liberación final.]
Caps. 8-9. La apertura del séptimo sello. Las visiones de las
primeras seis trompetas; juicios consecutivos, en su orden
cronológico.
[Caps. 10-11:13. Parentético, conteniendo el misterio escondido
de los siete truenos (10:3, 4) y el testimonio de los testigos (quedando
esta última probablemente dentro de la era del quinto sello.)]
Cap. 11:15-19. La séptima trompeta; el tercero y último |y (cp.
8:13; 9:12; 11:14), prediciendo el establecimiento del reino (cp. 10:7;
11:15),
[Caps. 12-18. Parentéticos.]
Cap. 13. El surgimiento y la historia de los dos grandes blasfemos
y perseguidores de los últimos días.
Cap. 14. El remanente, del capítulo 7, visto en bendición. El
Evangelio eterno (vv. 6, 7). La caída de Babilonia (v. 8). La
condenación de los adoradores de la Bestia (vv. 9-11).
La revelación de Cristo, y juicios finales (vv. 14-20). .
Cap. 15. Una visión de eventos cronológicamente dentro del
capítulo 8, la apertura del séptimo sello. (Esto se ve en el hecho de
que los fieles del quinto sello se ven aquí como alabando a Dios en
vista de los juicios inminentes —ver vv 2-4—; juicios estos que caen
dentro del séptimo sello.)
Cap. 16. Las siete copas; una segunda serie de visiones de los
eventos de las siete trompetas. Esto es así debido a que:
Primero, debido a que la séptima trompeta y la séptima copa se
relacionan con la catástrofe final. Bajo la séptima trompeta, el
misterio de Dios se habrá consumado (10:7), y el templo de Dios es
abierto, y hay relámpagos, voces, truenos, y un terremoto (11:19).
Bajo la séptima copa, «¡Hecho está!» se oye desde el templo, y hay
voces, truenos, relámpagos, y un terremoto (16:17, 18).
Segundo, debido a que la esfera de los juicios es la misma en las
visiones correlativas de ambas series: 1, la tierra; 2, el mar; 3, los
ríos; 4, el sol; 5, el abismo, el asiento de la bestia; 6, el Éufrates; 7, el
cielo, el aire.
[Caps. 17, 18. Visiones detalladas del desarrollo y caída de
Babilonia, «la ramera», cuya caída queda dentro de la séptima trompeta y de la séptima copa; la última serie de juicios del séptimo sello
(11:18; 16:19).]
Cap. 19. Habiéndose cumplido la condenación de la ramera (v. 2)
sigue a continuación la gloria de la esposa (v. 7); la gloriosa revelación de Cristo, y la consiguiente destrucción de la Bestia y del falso
profeta (v. 20).
Cap. 20. Satanás es atado. El reino milenial de los santos (vv. 1-4).
Después del reino milenial, Satanás es soltado, y de nuevo engaña a
las naciones. Satanás es echado al lago de fuego. El juicio del Gran
Trono Blanco.
Caps. 21, 22:1-5. El cielo nuevo y la tierra nueva.
Cap. 22:6-21. Conclusión.14
14. Paso por alto a propósito el cap. 12, debido a las excepcionales dificultades
que se involucran en su interpretación. «Cualquier cosa dentro de una consideración razonable de las analogías y el simbolismo del texto parece mejor que la
interpretación histórica en la actualidad demasiado bien recibida, con sus
desenfrenadas imaginaciones y asignaciones arbitrarias de palabras y figuras»
(Alford, Greek Testament, Ap 12:15, 16). La única interpretación razonable que he
visto es la que contempla al «hijo varón, que va a pastorear con vara de hierro a
todas las naciones», y que fue «arrebatado hacia Dios y hacia Su trono», como
siendo el Señor Jesucristo, y la mujer representando al pueblo «de los cuales, según
la carne, procede Cristo» (Ro. 9:5). Pero las objeciones a esto son considerables.
Primero, se introducen hechos del pasado histórico en una visión que se relaciona
con el futuro. No estoy consciente de ningún otro ejemplo de ello en las Escrituras.
Segundo, las principales características de la visión después del v. 5 no están
justificadas por los hechos.
Las siguientes observaciones son ofrecidas meramente para ayudar a la
investigación y en absoluto expresando una opinión ya formada acerca de este
asunto. Los 1.260 días durante los que esta mujer es perseguida son precisamente el
período de «la gran tribulación». El 7 declara que durante la huida de la mujer, el
Arcángel Miguel luchó en su favor, Dn. 12:1, que se refiere al tiempo del poder del
Anticristo, afirma que «en aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que
86
Al abrazar los últimos juicios del día de la venganza, que
necesariamente preceden al adviento del glorioso reino, la última
trompeta y la última copa incluyen necesariamente la condenación de
los dos grandes poderes anticristianos de los últimos días, el imperial,
representado por la bestia de diez cuernos, y el eclesiástico, representado por la mujer vestida de escarlata. Las visiones de los capítulos 13 y 17 están entonces interpuestas, siendo descriptivas del surgimiento y desarrollo de estos poderes. Ellos nos dan, por lo tanto, los
detalles que se relacionan con los eventos dentro de los anteriores
sellos, porque los mártires del quinto sello son las víctimas del gran
perseguidor del capítulo 13.
Si el esquema anterior es correcto en sus líneas generales, las eras
que se incluyen en el Apocalipsis pueden dividirse de la siguiente
manera:
1. Las siete iglesias: el período de transición que sigue al cierre de
la dispensación cristiana.15
2. Los siete sellos: el período durante el cual todo lo que la profecía
ha predicho que sucedería antes del establecimiento del reino será
cumplido.
3. El reino: para ser sucedido, después de un intervalo final de
apostasía, por:
4. El estado eterno; el cielo nuevo y la tierra nueva.
Es cosa manifiesta que es dentro del período de los sellos que las
profecías de Daniel tienen su cumplimiento, y la siguiente investígación debería dirigirse a determinar los puntos de contacto entre las
visiones de Juan y las profecías anteriores.
Como ya se ha señalado, es tan sólo hasta donde la profecía cae
dentro de las setenta semanas que queda dentro de la cronología
humana. Y, además, la semana septuagésima será un período
definido, cuya mitad y final quedan definitivamente señalados.
La época de la primera semana, esto es, del período profético
como tal, tuvo su principio no en el retorno de los judíos de
Babilonia, ni tampoco en la reconstrucción del templo, sino en la
firma del decreto persa que restauraba la posición nacional de ellos.
Así también, el principio de la última semana datará, no de su
restauración a Judea, ni tampoco de la futura reconstrucción de su
santuario, sino de la firma del tratado por parte «del Príncipe que ha
de venir», que, probablemente, les reconocerá de nuevo como
nación.16
Pero es evidente que este personaje tiene que haber conseguido el
poder antes de la fecha de este suceso; y se afirma de manera
expresa17 que su surgimiento será después del de los diez reinos que
entonces deberán formar la tierra romana. De ello se sigue que el
desarrollo de estos reinos, y el surgimiento de un gran Kaiser que ha
de blandir el cetro imperial en los últimos días, tiene que ser anterior
al principio de la septuagésima semana.18
Y dentro de ciertos límites, podemos también fijar el orden de los
eventos subsiguientes. La violación del tratado por la contaminación
del Santuario tiene que tener lugar «a la mitad de la semana».19
De nuevo, este suceso marcará el inicio de la época de gran persecución por parte del Anticristo,20 y que tiene que durar precisamente
...Viene 14
está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia», etc.,
describiendo la gran tribulación que tiene que durar 1.260 días.
De nuevo, el Antiguo Testamento nos señala claramente el curso de un futuro
David, un libertador de los judíos, que devendrá en su líder terreno en aquel
tiempo, y que reinará sobre ellos en Jerusalén después. Ver, p. ej., Ez. 37:22-25,
sobre el Príncipe David, que ciertamente no es Cristo, sabiendo que ha de tener un
palacio en Jerusalén y que, además, ha de ofrecer holocaustos, etc. (Ez. 45:17).
Supongo que este será el gran conquistador militar de Is. 63:1-3. ¿Acaso no puede
ser que Ap. 12 se refiera a esta persona, que ha de ser el virrey de Cristo sobre la
tierra y que, de hecho, gobernara sobre todas las naciones?
15. Esto es, asumiendo que esta porción del libro tenga un aspecto profético.
16. Ver p. 114.
17. Dn. 7:4.
18. No afirmo de una manera expresa que él habrá llegado al cénit de su poder
antes de esta fecha. Al contrario, parece extremadamente probable que el tratado
con los judíos constituirá uno de los peldaños de su ascensión al lugar que tiene
destinado a ejercer, y que tan pronto como haya conseguido sus fines, se sacará la
careta y se declarará perseguidor. Así lo enseña Ireneo, y él, posiblemente, expone
lo que era la tradición de la edad apostólica.
19. Dn. 9:27.
20. Mt. 24:15-21.
87
tres años y medio; porque su poder para perseguir a los judíos va a
ser limitado a este período definido.21 «Inmediatamente después de la
tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su
resplandor.»22 Tal es la afirmación del capítulo 24 de Mateo; y el
capítulo 6 de Apocalipsis coincide exactamente con él, porque la
visión del quinto sello abraza el período de «la tribulación»; y cuando
se abrió el sexto sello, «el sol se puso negro como un saco hecho de
crin, y la luna se volvió toda como sangre», y se gritó la voz «el gran
día de Su ira ha llegado».23 De nuevo, concuerda con esto la profecía
de Joel: «El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes
que venga el día grande y espantoso de Jehová.»24 Los sucesos de
aquel día de venganza constituyen la carga de la visión del séptimo
sello, incluyendo el juicio de Babilonia, la mujer de escarlata —o
religión apóstata— por medio del poder imperial25 —la bestia, cuyo
horrible final lleva el terrible drama a su final.
Así, estamos sobre buenas bases para asignar el siguiente orden a
los sucesos de los últimos días:
1. El desarrollo de los diez reinos.
2. La aparición dentro de los límites territoriales de estos reinos de
un undécimo «rey», que someterá a tres de ellos, y que a la postre
será aceptado como soberano por todos.
3. La firma de un tratado por este rey con, o a favor de, los judíos.
Empieza la época de la septuagésima semana.
4. Violación del tratado por parte de este rey después de tres años y
medio.
5. «La gran tribulación» de las Escrituras, la terrible persecución de
los últimos días, que continuará por tres años y medio.
6. La liberación de los judíos de su gran enemigo, para ser seguida
del final establecimiento de ellos en bendición. Fin de la septuagésima semana.
7. «El día grande y terrible de Jehová», el período del séptimo
sello, empezando con una revelación de Cristo a Su pueblo en
21. Dn. 7:25; Ap. 13:5.
23. Ap. 6:12, 17.
25. Ap. 17:16, 17.
22.
Mt. 24:29.
24. Jl. 2:31.
Jerusalén, acompañada de asombrosas manifestaciones de poder
divino y finalizando con Su última y gloriosa venida.
Que la septuagésima semana serán los siete últimos años de la
dispensación, y el término del reinado del Anticristo, o una creencia
tan antigua como los escritos de los Padres Ante-Nicenos. Pero una
cuidadosa revisión de las afirmaciones de las Escrituras nos llevará a
algunas modificaciones de este punto de vista. El cumplimiento a
Judá de las bendiciones especificadas en Daniel 9:24 es todo lo que la
Escritura afirma que marcará el final de la septuagésima semana. El
Anticristo será entonces barrido de Judea; pero no hay razón alguna
para suponer que perderá entonces su poder. Como ya se ha
mostrado, la septuagésima semana finaliza con el período del quinto
sello, mientras que la caída de Babilonia queda dentro de la era del
séptimo sello. Nadie puede asegurar que esta época sea de gran
duración, y será probable mente breve; pero la única indicación de su
duración es que quedará dentro de una vida humana, pues a su final
el Anticristo tiene que ser apresado vivo, y lanzado a su horrible
condenación.26
La analogía del pasado nos podría guiar a esperar que los sucesos
predichos al final de la septuagésima semana debieran ocurrir
inmediatamente a su final. Pero el libro de Daniel nos enseña de
manera expresa que habrá un intervalo. Sea la que fuere la postura
que se tome con respecto a la primera porción del capítulo undécimo
de Daniel, es evidente que «el rey» de los versículos treinta y seis y
siguientes es el gran enemigo de los últimos días. Sus guerras y conquistas son predecidas,27 y el capítulo 12 se abre con la mención del
predicho tiempo de angustia, «la gran tribulación» de Mateo y de
Apocalipsis. El versículo 7 especifica la duración de este «tiempo de
angustia» como «tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo», que,
como ya hemos mostrado, es la media semana, o 1.260 días.
26. Ap. 19:20.
27. Él no es ni el rey del norte ni el del sur, porque ambos reyes invadirán su
territorio (v. 40), esto es, los poderes que dominarán entonces en Siria y en Egipto.
88
Pero el versículo 11 declara que desde la fecha del evento que tiene
que dividir la semana y que, según Mateo 24, constituye la señal de
la persecución, habrá 1.290 días; y el versículo 12 pospone la bendición hasta 1.335 días, o sea, setenta y cinco días más allá del final de
las semanas proféticas.
Por lo tanto, si «el día de Jehová» sigue inmediatamente al final de la
septuagésima semana, parece que la completa liberación de Judá no
tiene lugar hasta después que empieza aquel período final. Y ello es
expresamente confirmado por el capítulo 14 de Zacarías. Es una
profecía como las hay pocas de definidas, y las dificultades que se
hallan en la interpretación de ellas no se hallan en modo alguno
resueltas mediante el rechazo de leerlo literalmente. Parece enseñar
que en aquel tiempo Jerusalén va a ser tomada por las armas aliadas
de las naciones, y que, en el momento en que un grupo de prisioneros
estén siendo conducidos afuera de ella, Dios intervendrá de alguna
manera milagrosa, tal como destruyó el ejército de Faraón en el
Éxodo.29
29. «El día de la batalla» (Zac. 14:3). El profeta añade: «Y se posarán sus pies en
aquel día sobre el monte de los Olivos.» No puedo concebir cómo alguien puede
suponer que éste sea el gran y último advenimiento en gloria tal como se describe
en Mt. 24:30 y en otras Escrituras. «La profecía (Zac. 14) parece literal. Si el
Anticristo es el líder de las naciones, parece ser inconsistente con la afirmación de
que estará en aquel tiempo sentado en el templo como Dios en Jerusalén; así, el
Anticristo de afuera estaría haciendo sitiar al Anticristo de dentro de la ciudad. Pero
las dificultades no echan a la revelación a un lado; el evento mismo clarificará las
dificultades aparentes» (Fausset, Commentary, in locó). No tiene mucho sentido
especular acerca de este asunto, pero yo supongo que la ciudad estará en revuelta
contra el gran enemigo durante su ausencia al frente de los ejércitos del imperio, y
que entonces se volverá para reconquistarla. La historia se repite. Además, no hay
razón por la que tenga que residir en Jerusalén, aun cuando seguramente tendrá allí
un palacio, y como parte de una exhibición pagana se siente entronizado en el
templo. Que Jerusalén sea conquistada por un ejército hostil en aquel tiempo
parecerá menos extraño si se recuerda, primero, que el verdadero pueblo de Dios
habrá sido advertido de dejar la ciudad al principio de estas angustias (Mt. 24:15,
16), y segundo, que la liberación de la capital va a ser el último acto de liberación
de Judá (ver Zac. 12:7)
La comparación con la profecía del capítulo 24 de Mateo es la
comprobación más estricta y segura que se puede aplicar a estas
conclusiones. Después de fijar la fecha y de describir el carácter de la
gran persecución de los últimos días, el Señor enumera los eventos
que han de seguir a su final:30 primero, es predicha la aparición de
grandes fenómenos en la naturaleza; a continuación, la aparición del
signo del Hijo del Hombre en el cielo; después, el duelo de las tribus
de la tierra; y, finalmente, la gloriosa venida.
El hecho de que no habrá ningún intervalo entre la persecución y
las «grandes señales en el cielo» que tienen que seguirla se expresa
de manera clara; tienen que ocurrir «inmediatamente» después de la
tribulación de aquellos días». Que un intervalo separará los otros
eventos de las series es igualmente claro. Desde la contaminación del
Santuario hasta el día que termine la tribulación, y que «las grandes
señales» y «prodigios» del cielo aterrorizarán los corazones de los
hombres, habrá un período definido de 1.260 días;32 pero cuando Él
va a hablar de Su advenimiento, el Señor declara que aquel día
solamente es conocido del Padre: La porción de Su pueblo deberá ser
la de esperar y vigilar. Él ya les había advertido en contra de ser
engañados a esperar Su advenimiento antes del cumplimiento de
aquello que tiene que suceder.33
30. «E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se
oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las
potencias de los cielos serán sacudidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del
Hombre en el cielo; y entonces harán duelo todas las tribus de la tierra, y verán al
Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloría.» (Mt.
24:29, 30.)
32. Por ello, si el adviento quedara sincronizado con estos sucesos, cualquiera
que entonces viviera podría fijar su fecha, una vez que se conociera la fecha de la
tribulación; mientras que el capítulo enseña claramente que seguirá un Intervalo
después que ésta haya cumplido, lo suficiente largo como para eliminar a meros
profesantes que, cansados de esperar, apostatarán (Mt. 24:48), y como para llevar
incluso a verdaderos discípulos al sueño del que la venida del Señor les despertará
(Mt. 25:5).
33. Mt. 24:4-28.
89
Ahora les advierte contra la apostasía después del cumplimiento de
todas las cosas, debido al intervalo que aún entonces marcará Su
venida.34
Las palabras de Cristo son inequívocamente verdaderas, y El
nunca enseña a Su pueblo a vivir en la expectación de Su venida
excepto en aquel tiempo en que nada se halla entre la esperanza y su
cumplimiento. El fatalismo es tan popular entre los cristianos como
entre los seguidores de Mahoma; y nos olvidamos que a pesar de que
la dispensación ha corrido un curso de dieciocho siglos, podría haber
sido cerrada en cualquier momento. De ahí que al cristiano se le
exhorta a vivir, «aguardando la esperanza bienaventurada».35 Será
distinto en días por venir, cuando la presente dispensación haya sido
cerrada con la primera etapa del Adviento. Entonces la admonición
no será «Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro
Señor»36 —esto pertenecerá al tiempo cuando todo habrá sido
cumplido—, sino, «Mirad que nadie os engañe... aún no es el fin».37
34. Mt. 24:42-51, y 25:1-13: «ENTONCES el reino de los cielos será semejante a
diez vírgenes.» Aunque es aplicable a cada época en que haya un pueblo en espera
sobre la tierra, la parábola tendrá su aplicación plena y especial en los días
postreros para aquellos que estarán mirando hacia atrás, a la página profética
completa y ya cumplida. Todo el pasaje desde el 24:31 hasta el 25:30 es
parentético, refiriéndose expresamente a aquel tiempo.
35. Tito 2:12, 13.
36. Mt. 24:42.
37. Mt. 24:4, 6.
15
El Príncipe que ha de Venir
«¿QUÉ ES LO QUE TODA EUROPA está buscando?» —las palabras se
citan en un editorial del diario Times, acerca del reciente hallazgo de
la tumba de Agamenón.1 «¿Qué es lo que toda Europa está buscando?
Es al REY DE LOS HOMBRES, a la gran cabeza de la raza helénica,
el hombre a quien mil galeras y cien mil hombres se sometieron al
simple reconocimiento de sus cualidades personales, y a quien
obedecieron durante diez largos años... El hombre que pueda atreverse a hacerse suyo el escudo de Agamenón, que está ahora vacante, es
el verdadero emperador de Oriente, y la salida más fácil a las
presentes dificultades.»
La realización de este sueño será el cumplimento de la profecía.
Cierto es que los movimientos populares caracterizan nuestra edad,
más que el poder de las mentes individuales. Es la época del populacho. La democracia, no el despotismo, es la meta a la que tiende la
civilización. Pero la democracia en su pleno desarrollo es uno de los
caminos más seguros para llegar al despotismo. Primero, la revolúción; después, el plebiscito; a continuación, el déspota. El César a
menudo le debe su cetro al populacho. Además, un hombre de
grandeza trascendente nunca deja de imprimir su marca sobre el
tiempo en que vive.
Y el verdadero Rey de los hombres tiene que poseer una
extraordinaria combinación de grandes cualidades. Tiene que ser «un
erudito, un estadista, un hombre de valentía inflexible y de empresa
1. The Times, lunes, 18 de diciembre, 1876.
90
irresistible, lleno de recursos, y listo a mirar a los ojos a un rival o a
un enemigo».2 La oportunidad tiene, además, que sincronizar con su
advenimiento. Pero la voz de la profecía es clara de que la HORA
está llegando, y el HOMBRE.
En relación con este sueño o leyenda de la reaparición de
Agamenón, es notable el hecho de que el lenguaje de la segunda
visión de Daniel ha guiado a algunos a Grecia como el lugar preciso
del que surgirá el Hombre de la profecía;3 y no hay duda de ningún
tipo de que aparecerá dentro do los límites territoriales del antiguo
Imperio Griego.
Habiendo predicho la formación de los cuatro reinos en que las
conquistas de Alejandro quedaron divididas a su muerte, el ángel
Gabriel —el intérprete divinamente señalado de la visión— procedió
así a explicar los sucesos que han de tener lugar en los días por venir.
Y al fin del reinado de éstos, cuando las transgresiones lleguen a
su colmo, se levantará un rey altivo de rostro y experto en intrigas. Y
su poder se fortalecerá, mas no con fuerza propia; y causará grandes
2. ídem.
3. Que el Anticristo ha de surgir de la parte oriental del Imperio Romano, y,
además de aquella parte que quedó bajo el gobierno de los sucesores de Alejandro,
es cosa que queda más allá de toda duda en este capítulo. Pero, viendo que en el
capítulo 11 se le menciona como luchando contra el rey del norte (esto es, el rey de
Siria), y también contra el rey del sur (esto es, el rey de Egipto), es evidente que no
surge ni de Egipto ni de Siria. Tiene que surgir entonces o de Grecia o de los distritos inmediatamente contiguos a Constantinopla. Es cierto que si surgiera de estos
últimos, o de cualquiera de los otros, sería considerado como de origen griego, ya
que las cuatro zonas fueron parte del Imperio Griego; pero parece mucho más
probable que sea Grecia misma el lugar de su surgimiento. Se le describe como
creciendo mucho «hacia el sur y hacia el oriente, y hacia la tierra gloriosa»; esto es,
hacia Egipto, Siria, y Palestina; descripción ésta que se ajustaría a la posición geográfica de alguien que estuviera en Grecia.
«Además, un "cuerno pequeño" (símbolo no de lo que él es como individuo, sino
de lo que es como monarca), es algo que es muy apropiado para alguien que surja
de algún pequeño principado de los que abundaban por Grecia, y que aún tienen su
memoria en el trono de los soberanos de Montenegro.» Newton, Ten Kingdoms, p.
193.
ruinas, y alcanzará éxitos en sus empresas, y destruirá a los fuertes y
al pueblo de los santos. Con su sagacidad hará prosperar la intriga
en su mano; y se ensoberbecerá en su corazón, y destruirá a muchos
por sorpresa, y se levantará contra el Príncipe de los príncipes, pero
será quebrantado, aunque no por mano humana.4
En la visión del capítulo 7, el último gran monarca de los gentiles
fue representado tan sólo como un blasfemo y un perseguidor: «Y
hablará palabras contra el Altísimo, y tratará duramente a los santos
del Altísimo»; pero aquí, además, se le describe también como general y como diplomático. Habiendo así obtenido un puesto reconocido
en la profecía, se alude a él en la siguiente visión como «el Príncipe
que ha de venir»,5 un personaje bien conocido, cuya venida ya había
sido predicha antes; y la mención de él a Daniel en la cuarta y última
visión es tan explícita, que teniendo en cuenta la importancia vital de
establecer la personalidad de este «rey» exponemos aquí el pasaje en
toda su longitud:
Y el rey hará lo que quiera, y se ensoberbecerá, y se engreirá por
encima de todos los dioses; y proferirá cosas inauditas contra el
Dios de los dioses, y prosperará, hasta que sea colmada la ira;
porque lo determinado se cumplirá. No respetará ni aun al Dios de
sus padres, ni al deseo de las mujeres; no respetará a dios alguno,
porque sobre todos se exaltará a sí mismo. Mas honrará en su lugar
al dios de las fortalezas, dios que sus padres no conocieron; lo
honrará con oro y plata, con piedras preciosas y con cosas, de gran
precio. Con ese Dios extraño combatirá las fortalezas más
inexpugnables, y colmará de honores a los que le reconozcan, y les
repartirá la tierra como recompensa. Pero al tiempo del fin, el rey
del sur contenderá con él; y el rey del norte se levantará contra él
como una tempestad, con carros y gente de a caballo, y muchas
naves; y entrará por las tierras, las invadirá como un torrente y las
pasará. Entrará en la tierra gloriosa, y muchas caerán; mas estas
escaparán de su mano1. Edom y Moab y la mayoría de los hijos de
4. Dn. 8:23-25.
5. Dn. 9:26.
91
Amón. Extenderá su mano contra las tierras, y no escapará el país
de Egipto. Y se apoderará de los tesoros de oro y plata, y de todas
las cosas preciosas de Egipto; y los de Libia y de Etiopía le seguirán.
Pero noticias del oriente y del norte lo atemorizarán, y saldrá con
gran ira para destruir y matar a muchos. Y plantará las tiendas de
su palacio entre los mares y el monte glorioso y santo; mas llegará a
su fin, y no tendrá quien le ayude. En aquel tiempo se levantará
Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo, y
será tiempo de angustia, cual nunca lo hubo hasta entonces, desde
que existen las naciones; pero en aquel tiempo serán salvados todos
los que de tu pueblo se hallen inscritos en el libro.6
6. Dn. 11:36-45; 12:1. Me siento inclinado a creer que todo el pasaje desde el
versículo 5 de Daniel 11 recibirá un cumplimiento futuro, y no tengo ningún tipo
de dudas por lo que respecta al pasaje que empieza con el versículo 21. Ver
especialmente el versículo 31. Pero la futura aplicación del texto citado aquí no
puede ponerse en duda. Aunque el capítulo se refiere en parte a Antíoco Epífanes,
«hay características que no tienen ninguna correspondencia en Antíoco, pero que
reaparecen en el relato que nos da Pablo acerca del Anticristo que ha de venir».
Cito del doctor Pusey. Añade él (Daniel, p. 93): «La imagen del Anticristo del
Antiguo Testamento se funde en el perfil del Anticristo mismo... Tan sólo una
característica antirreligiosa del Anticristo fue cierta de Antíoco "y proferirá cosas
inauditas contra el Dios de los dioses". La blasfemia en contra de Dios es una
característica esencial de cualquier poder o individuo opuesto a Dios. Pertenece
tanto a Voltaire como a Antíoco, todas las demás características no le pertenecen...
Las características del rey Infiel son: 1) exaltación propia por encima de todos los
dioses; "se engreirá por encima de todos los dioses"; 2) desprecio por toda religión;
3) blasfemia contra el verdadero Dios; 4) apostasía del Dios de sus padres; 5)
despreciar el deseo de las mujeres; 6) rendir honor a un dios que sus padres no
conocieron. De todas estas, tan sólo una, en todo, concuerda con Antíoco.» Este
pasaje entero es valioso, y los argumentos son concluyentes. Una observación en la
página 90 sugiere que el doctor Pusey identifica a este rey con la segunda «Bestia»
de Ap. 13, y este punto de vista es mantenido por otros con el argumento de que en
la profecía una «Bestia» significa poder real. Esto es generalmente verdad, pero la
segunda Bestia de Ap. 13 es llamada expresamente «el falso profeta» (Ap. 19:20);
y el pasaje demuestra que él está inmediatamente relacionado con la primera
Bestia, y que no reclama ninguna posición independiente de él. Las dificultades que
afronta la posición de que él es un rey aparte son insuperables.
El tema de las profecías de Daniel es Judá y Jerusalén, pero las
visiones apocalípticas del discípulo amado poseen un campo de
visión más amplio. En algunas ocasiones se presentan las mismas
escenas, pero se desarrollan en una escala más amplia. Aparecen los
mismos actores, pero en relación con mayores intereses y con
eventos de mayor magnitud. En Daniel, el Mesías se menciona tan
sólo en relación al pueblo terreno, y es en la misma relación también
que el falso Mesías aparece en el escenario. En el Apocalipsis el
Cordero aparece como Salvador de una innumerable multitud «de
todas naciones, tribus, pueblos y lenguas»,7 y se ve a la Bestia como
el perseguidor de todos los que invocan el nombre de Cristo en la
tierra. Además, las visiones de Juan incluyen un cielo abierto,
mientras que los vislumbres que se le concedieron a Daniel de
«eventos del porvenir» están limitados a la tierra.
El intento de determinar el significado de cada detalle de la visión
constituye ignorancia de las lecciones que se deberían derivar de las
profecías mesiánicas cumplidas en la primera venida.8 Las Escrituras
antiguas enseñaban al judío piadoso a esperar a un Cristo personal,
no un sistema ni una dinastía, sino una persona. Ellas le capacitaban,
además, a anticipar los hechos principales de Su aparición. Por ejemplo, la pregunta de Herodes «¿dónde había de nacer el Cristo?»
recibió la pronta y segura respuesta: «En Belén de Judea».9 Pero
poder asignar su puesto y significado a cada pasaje de la mezclada
visión de sufrimiento y de gloria estaba más allá del poder de incluso
los profetas inspirados.10 Así pues, sucede lo mismo con las profecías
acerca del Anticristo. Ciertamente que el caso resulta más claro,
porque mientras que aquellos «que aguardaban la redención» en Israel tenían que recoger las profecías mesiánicas de Escrituras que
parecían al lector descuidado que se referían a los sufrimientos de los
7. Ap. 7:9.
8. Una observación similar se aplica al rechazo de reconocer las principales
características del carácter y de la historia del Anticristo. La profecía cumplida es
nuestra sola guía segura en el estudio de la que no se ha cumplido.
9. Mt. 2:4. Cp. Miq. 5:2.
10. 1.a P. 1:10-12.
92
antiguos profetas hebreos o a las glorias de sus reyes, las predicciones del Anticristo son tan delineadas y definidas como si las afirmaciones fueran históricas en lugar de profeticas.11
Y, a pesar de ello, la tarea del expositor está fraguada de dificultades. Si el libro de Daniel pudiera ser leído por el mismo, no surgiría
ninguna cuestión acerca de ello, «El Príncipe que ha de venir» es allí
presentado como el caudillo del Imperio Romano restaurado del
futuro, y como perseguidor de los santos. No hay una sola afirmación
con respecto a él que suscite la más mínima dificultad. Pero algunas
de las afirmaciones de Juan parecen inconsistentes con las profecías
anteriores. Según las visiones de Daniel la soberanía del Anticristo
parece estar confinada a los diez reinos, y su curso parece estar
limitado a la duración de la semana septuagésima. ¿Cómo, pues, se
puede reconciliar esto con la afirmación de Juan de que se le dio
autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y le adorarán
todos los moradores de la tierra.12 Además, ¿es increíble que un hombre dotado de vastos poderes sobrenaturales así, y ocupando un
puesto así maravilloso en la profecía, quede restringido a los
estrechos límites de la tierra romana?
Si se presentan otros puntos como objeciones a la verdad de las
Escrituras es suficiente con señalar que las profecías acerca de Cristo
estaban fraguadas de dificultades similares. Tales profecías son como
las piezas desordenadas de un elaborado e intrincado mosaico.
Colocar cada pieza donde le corresponde desafiaría nuestro ingenio
más desarrollado. Descubrir los trazos principales es todo a lo que
podemos aspirar; o, si se nos pide más, es suficiente con mostrar que
ninguna de sus partes es inconsistente con el resto.
11. El escéptico religioso puede rehusar aceptar su significado literal, y el
escéptico profano, al rechazar las imaginativas interpretaciones del piadoso, puede
despachar las profecías mismas como increíbles; pero ello es tan sólo una prueba
más de que su claridad es demasiado pronunciada para admitir la fe a medias
depositada sobre otras Escrituras.
12. Ap. 13:7, 8. En la mejor variante del versículo 7, aparecen las mismas cuatro
palabras que en 7:9: «naciones, tribus, pueblos y lenguas».
Y estos resultados recompensarán al estudioso de las visiones apocalípticas de Daniel y de Juan, si tan sólo las enfoca sin el estorbo de
los distorsionados puntos de vista que prevalecen con respecto a la
carrera del Anticristo.
Estas visiones no son una historia, sino un drama. En el capítulo 12
del Apocalipsis vemos a la mujer en sus dolores. En el capítulo 21 es
manifestada en su gloria final. Los capítulos intermedios permiten
breves vislumbres de eventos que llenan el intervalo. Es con los
capítulos 13 y 17 que tenemos que tratar especialmente en relación
con el tema que nos ocupa, y es evidente que la última visión desarrolla eventos que cronológicamente vienen los primeros. La falsa
iglesia y la verdadera son tipificadas bajo emblemas relacionados.
Jerusalén, la Esposa, tiene su contrapartida en Babilonia, la Ramera.
En el mismo sentido en que la Nueva Jerusalén es la Iglesia judía, así
Babilonia es la apostasía de Roma. La ciudad celestial es la madre de
los redimidos desde hace siglos:13 la ciudad terrena es la madre de las
rameras y de las abominaciones de la tierra.14 Las víctimas que han
perecido en las persecuciones de la anticristiana Roma Papal están
estimadas en cincuenta millones de seres humanos; pero incluso este
abrumador registro no será la medida de su condenación. La sangre
de los «santos, apóstoles y profetas» —los mártires muertos mucho
antes de que surgiera el papado, e incluso de los tiempos premesiánicos, será demandada de ella cuando llegue el día de la venganza.15
13. Gá. 4:26.
14. Ap. 17:6.
15. Ap. 18:20. Así también en 17:6, los santos (los degollados de la época del
Antiguo Testamento) se distinguen de los mártires de Jesús. Lucas 11:50,51 expone
los principios de los juicios de Dios.
16. En las Escrituras la Iglesia de esta dispensación queda simbolizada como el
Cuerpo de Cristo, nunca como la Esposa. Desde la clausura del ministerio de Juan
el Bautista no se menciona nunca a la Esposa hasta que aparece en el Apocalipsis
(Jn. 3:29; Ap. 21:2-9). En Efesios 5:33 el sentido del «por lo demás» es «sin
embargo» o «empero», y depende del hecho de que la Iglesia es el Cuerpo, no la
Esposa. La relación terrena se reajusta con una norma celeste. El hombre y la mujer
no son un cuerpo, pero Cristo y Su Iglesia son un cuerpo, por lo que el hombre
debe amar a su esposa «como a sí mismo.»
93
Ya que es tan sólo en sus aspectos judíos que la Iglesia es simbolizada como la Esposa,16 así es que en este tiempo cuando se ha vuelto
a reanudar esta relación normal por parte del pueblo del pacto, que la
iglesia apóstata de la cristiandad, en el desarrollo total de su iniquidad viene a aparecer como la Ramera.17
La visión indica, además, de una manera clara, un avivamiento
marcado de su influencia. Se la ve entronizada sobre la Bestia de diez
cuernos, y ella misma vestida con ropas reales y adornadas con oro y
costosas piedras. La infame grandeza de la Roma papal en tiempos ya
pasados habrá de ser sobrepasada por el esplendor de su gloria en
negros días aún por venir cuando, habiendo atraído a su seno, puede
que a todo lo que usurpa el nombre de Cristo sobre la tierra,18
reclamará como a sumiso vasallo al gran último monarca del mundo
gentil.
Por lo que respecta a la duración de este período de los triunfos
finales de Roma, las Escrituras guardan silencio; pero la crisis que la
lleva a su final queda señalada de una manera definida: «y los diez
cuernos que viste, y la bestia, éstos aborrecerán a la ramera, y la
dejarán desolada y desnuda; y comerán sus carnes, y la quemarán
con fuego».19
Uno de los puntos de la descripción angélica de la Bestia en
relación a la Ramera demanda una atención particular. Las siete
cabezas tienen un doble simbolismo. Cuando se contemplan en
relación con la Ramera, son «siete montes, sobre los cuales se sienta
la mujer»; pero en su especial relación con la Bestia tienen un
significado distinto.
El ángel añade «y son siete reyes»; esto es, «reinos», siendo la
palabra utilizada «conforme a su significado profético estricta, y a la
analogía de aquella porción de la profecía que está aquí
especialmente a la vista».20
En el séptimo capítulo de Daniel, la Bestia se identifica con el
Imperio Romano. En Apocalipsis 13 es también identificado con el
león, el oso y el leopardo, los tres primeros «reinos» de la visión de
Daniel. Pero aquí se ve cómo el heredero y representante, no solamente de éstos, sino de todos los grandes poderes mundiales que se
han puesto en oposición a Dios y a Su pueblo. Las siete cabezas tipifican a estos poderes. «Cinco han caído, y uno es.» Egipto, Nínive,
Babilonia, Persia y Grecia habían caído; y Roma sujetaba entonces el
cetro de la soberanía terrena, el sexto en la sucesión de los imperios
ya nombrados.21 «Y el otro aún no ha venido, y cuando venga, es
necesario que permanezca por un poco tiempo». Aquí la profecía
queda marcada por el mismo extraño «acortamiento profético» que
ya se ha señalado en cada una de las visiones de Daniel. Mientras que
Roma era el sexto reino, el séptimo es la confederación de los últimos días, culminando en «el Príncipe que ha de venir». El mismo
Príncipe Futuro, en el pleno y final desarrollo de su poder, recibe la
denominación de octavo, aunque perteneciendo al séptimo.
La importancia de esta conclusión aparecerá en secuela. El tema
del capítulo 12 es el dragón, la mujer en sus dolores de parto, el nacimiento del hijo varón y su arrebatamiento al cielo; el conflicto en el
cielo entre el arcángel y el dragon;23 el precipitamiento del dragón a
20. Alford, Greek Testament in loco, cp. Dn. 5:17-23.
21. Justo como la mención de los diez cuernos sobre la Bestia ha inducido a
17. Esto, según yo creo, es el elemento de verdad que existe en la posición de
Auberlen y otros, que la mujer del capítulo 17 es la misma que la del capítulo 12:
«¡Cómo se ha convertido en ramera la ciudad fiel!» (Is. 1:21).
18. «Mé inclino a pensar que el juicio (18:2) y la fornicación espiritual (18:3)
aunque hallando su culminación en Roma, no se queda restringida a ella, sino que
comprende a toda la iglesia apóstata, griega, romana, e incluso protestante, en tanto
que ha sido seducida de mi primer amor hacia Cristo, y ha dado sus afectos a la
pompa mundana y a los ídolos.» A. R. Fausset, Commentary.
19. Ap. 17:16, ver p. 149 (nota).
muchos a tratar de descubrir en el pasado una división de la tierra romana en diez
partes, así estas siete cabezas han sugerido la idea de siete formas de gobierno
sucesivas en el Imperio Romano.
No se hubiera oído nunca de ninguna de estas concepciones si no hubiera sido por
la profecía de la que se suponía eran el cumplimiento. La segunda, aunque no tan
visionaria como la primera, está sujeta a la objeción especial de que la palabra se
ajusta a una caída violenta, tal como la catástrofe de la antigua Babilonia, o de la
Babilonia del Apocalipsis (Cp. Ap. 18:2). Es totalmente inapropiado expresar tales
cambios como marcados por los gobiernos de Roma,
94
la tierra; su persecución de la mujer, y la huida de ella al desierto,
dónde es mantenida «por un tiempo, y tiempos, y la mitad de un
tiempo», o 1.260 días24 (la segunda mitad de la septuagésima semana
de Daniel). El capítulo finaliza con la afirmación de que, burlado en
su intento de destruir a la mujer, el dragón «se fue a hacer guerra
contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los
mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo». El
capítulo 13, que se entrecruza con las líneas de las visiones de
Daniel, representa el cumplimiento de los propósitos del dragón por
medio de la agencia del hombre de la profecía, a quien él da energía
para este fin. Sea el que fuere el significado asignado al nacimiento y
al arrebatamiento del hijo de la mujer, no puede haber ninguna duda
razonable de que el obediente y fiel «resto de la descendencia de
ella» es la Iglesia judía de los últimos días, los perseguidos «santos
del Altísimo» de la profecía de Daniel.
La serpiente, la mujer y el hombre aparecen juntos en las primeras
páginas de las Escrituras, y vuelven a aparecer en las últimas, pero
qué cambio más terrible y significativo.
…Viene
22. Ap. 17:10 afirma tan expresamente que la duración del séptimo será breve. El
comentario del deán Alford acerca de esto no va marcado de un candor habitual.
Las palabras en el versículo 11 no pueden significar solamente que la Bestia es «el
sucesor y el resultado de los» (Alford), porque el versículo 10 limita la sucesión
entera a siete. Aunque a causa de su abrumadora preeminencia se le describe como
el octavo, es, no obstante, la cabeza suprema del séptimo.
23. Ap. 12:7; | |>. Dn. 12:1.
24. Vv. (). 14, VM I'- IK2 <nota).
25. Ap. 12:3. «Quizá sea debido a las razones combinadas de las consumidoras
propiedades del fuego, y de lo rojo de la sangre» A Huid, (Grcek Testament, in
locó). Cp. con el v. 9: «Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua,
que se llama diablo y Satanás.» El dragón, tanto en las Escrituras como en la
mitología pagana, es una serpiente, y ambas se refieren a Satanás. Es descrito por
Homero como de gigantesco tamaño, enrollado como una serpiente, de color rojo
sangre u oscuro, y con muchas cabezas. «Parece utilizar indistintamente la palabra
serpiente» (Liddell y Scott).
Ya no más el sutil tentador, Satanás, es mostrado en toda su
horripilante naturaleza como el fiero gran dragón,2s que busca
destruir a la simiente prometida de la mujer. Y en lugar del humilde
hombre arrepentido de Edén, el hombre aparece romo una bestia
salvaje,26 un monstruo, tanto en poder como en maldad. La víctima
de la serpiente ha llegado a ser su dedicado esclavo y aliado.
Dios ha hallado a un hombre para cumplir toda Su voluntad, y a
Él le ha dado Su trono, y le ha dado toda potestad en el cielo y «en la
tierra». Esto será después imitado por Satanás, y al hombre del futuro
«el dragón le dio su poder y su trono, y gran autoridad».27 Tanto el
Dragón como la Bestia aparecen coronadas con diademas reales.28 Es
tan sólo en otra ocasión que se menciona la diadema en las Escrituras, y es cuando la lleva Aquel cuyo nombre es «Rey de reyes, y
Señor de señores».29 Tiene que ser como pretendientes a Su poder
que la Bestia y el Dragón las reclaman.
La personalidad de Satanás y sus intereses y la cercana relación
con nuestra raza a lo largo de su historia es una de las cosas más
ciertas aunque más misteriosas de la revelación. La clasificación
popular de ángeles, hombres y diablos, como inclusiva de la creación
animada de inteligencia, es engañosa. Los ángeles30 que cayeron
están guardados «bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio
del Gran Día».31 A los demonios se les menciona frecuentemente en
la narración de los Evangelios, y tienen también un puesto en la
enseñanza de las Epístolas.
26. La bestia salvaje de Ap. 13, etc., no debe ser confundida con el ser viviente
del capítulo 4, que muy desafortunada mente se traduce (bestia) en la versión
autorizada inglesa y animales en la versión Reina Valera de 1909.
27. Ap. 13:2.
28. Ap. 12:3; 13:1.
29. Ap. 19:12-16.
30. Esto es, los seres que antes de su caída eran ángeles de Dios. La palabra ángel
en su sentido secundario no significa más que mensajero o asistente, y Satanás
tiene sus ángeles (Ap. 12:7). La palabra es utilizada por los discípulos de Juan el
Bautista en Lucas 7:24.
31. Judas 6.
95
Pero el DIABLO es un ser que, como el Arcángel, parece no tener
rival en su propio dominio.32
Otro hecho que reclama nuestra atención aquí es la atracción que
la adoración de la serpiente ha ejercido sobre la humanidad. Entre las
naciones del mundo antiguo a duras penas hallaríamos una sola en la
que no tuviera un lugar en su sistema religioso. En la mitología pagana apenas hallamos un héroe o un dios cuya historia no esté relacionada de una u otra manera con la serpiente sagrada. «En donde el
diablo reinara se tenía a la serpiente como objeto de peculiar veneración».33
El verdadero significado de ello depende de la justa aplicación de la
naturaleza de la adoración idolátrica. Se puede poner en tela de juicio
el que la idolatría, tal como popularmente se entiende, nunca haya
prevalecido excepto entre la razas más degradadas e ignorantes. No
es el emblema que es adorado, sino un poder o ser que el emblema
representa. Cuando el apóstol advirtió a la iglesia en Corinto en contra de participar de algo ofrecido a un ídolo, tuvo el cuidado de explicar que el ídolo, en sí mismo, no era nada. «Pero (dice él)) bien digo
que lo que los gentiles sacrifican, lo sacrifican a los demonios, y no a
Dios; y no quiero que vosotros tengáis comunión con los
demonios.»34
32. Los traductores (de la versión inglesa) han utilizado la palabra devil (diablo)
como genérica de los seres caídos que no sean hombres, pero la palabra de la que
se deriva no tiene este uso en griego. Es un acusador calumniador, y así se utiliza la
palabra en 1.a Ti. 3:11; 2.a Ti. 3:3; Tit. 2:3. Pero Satanás, a quien sólo se le aplica a
él el título en todo el Nuevo Testamento, excepto solamente en Jn. 6:70, donde se
aplica a Judas Iscariote. La palabra aparece en cincuenta y dos ocasiones en los
Evangelios, y en siete ocasiones en el resto del Nuevo Testamento, es traducida
invariablemente devil (diablo), excepto en Hch. 17:18 (dioses). En griego clásico
significa generalmente la Deidad, especialmente un dios inferior; y en el Nuevo
Testamento, un espíritu maligno, un demonio. (La versión de Reina-Valera, así
como muchas otras en lengua castellana, no padecen este defecto. N. del T.)
La referencia definitiva de Ez. 28 parece ser Satanás, y en el pasaje que empieza:
«En Edén, en el huerto de Dios estuviste», él es llamado «querubín protector» (v.
14). Los querubines parecen tener alguna especial relación con nuestra raza y
mundo, y de ahí su relación con el tabernáculo. ¿Podría ser que nuestra tierra fuera
durante un tiempo su dominio, que Satanás estuviera entre ellos, y que él recono-
Esto nos permitirá vislumbrar algo del carácter de la profetizada
adoración de la serpiente en los últimos días.35 La mentira maestra de
Satanás será una falsificación de la encarnación: él energizará a un
hombre que reclamará la adoración universal como manifestación de
la Deidad en forma humana. Y no habrá solamente un falso Mesías,
sino otro ser, su igual en poder milagroso, pero que tendrá por única
misión la de obtener para el primero la adoración de la humanidad.
Así será parodiado el misterio de la Deidad por el misterio de la
iniquidad, y el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo tendrán la contrapartida en el Dragón, la Bestia, y el Falso Profeta.36
Un cielo silencioso es la señal de esta era de gracia. El huracán, el
terremoto y el fuego pueden maravillar pero, como en los días del
antiguo profeta hebreo,37 Dios no está en ellos, sino en «la voz
apacible y delicada» que habla de misericordia y que busca ganar a
hombres perdidos del poder de las tinieblas a Sí mismo. Pero el
mismo silencio que da la prueba de que el trono de Dios es ahora un
trono de gracia es presentado como la prueba principal de que Dios
es tan sólo un mito; y el truco favorito del vulgar blasfemo es el de
desafiar al Todopoderoso a declararse a Sí mismo por medio de algún
acto señalado de juicio.
ciera en Adán a una criatura señalada para sustituirle en la misma escena de su
gloria y caída?
33. El obispo Stillingfleet; citado en Encyclopedia Metro, artículo sobre «Serpent
Worship» (Adoración de la Serpiente), q. v. En la Ancient Mythology de Rryant se
hallará un capítulo sobre Ophiolatry (Ofidolatría, vol. ii, p. 197, 3." ed., y ver
también p. 458) que apoya completamente las afirmaciones generales del texto.
34. 1.a Co. 10:20. Ver p. 201».
35. «Se maravilló toda la tierra en pos de la bestia, y adoraron al dragón que
había dado autoridad a la bestia; y adoraron a la bestia.» (Ap. 13:3-4.)
36. La Bestia, parecida a un cordero, de Ap. 13:11, recibe el nombre de falso
profeta en Ap. 19:20. El lenguaje de 13:3, 12, sugiere que habrá una impía
imitación de la resurrección de nuestro Señor.
37. «Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los
montes, y quebraba las peñas delante de Jehová, pero Jehová no estaba en el viento.
Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el
terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo
apacible y delicado» (1.° R. 19:11, 12.)
96
En días por venir, Satanás aceptará el desafío y la muerte llegará a los
hombres que rehúsen arrodillarse ante la imagen de la Bestia.38
El Anticristo será algo más que un perseguidor profano y brutal
como Antíoco Epífanes y algunos de los emperadores de la Roma
pagana; más que un vulgar impostor como lo fue Bar Cochbá.39 Tan
sólo los milagros pueden silenciar el escepticismo de los apóstatas, y
en el ejercicio de todo el poder delegado del Dragón, la Bestia
demandará y conseguirá la adoración de un mundo que ha rechazado
la gracia. «Todos los moradores de la tierra cuyos nombres no están
escritos en el libro de la vida» le adorarán.40 Si ello fuera posible, los
mismos elegidos serían engañados por estos poderosos «prodigios y
grandes señales»;41 pero la fe dada por Dios, es una salvaguarda
segura, la única, en contra de la credulidad y de la superstición.
Pero esto es lo que él llegará a ser en el cénit de su poder, en su
origen él es descrito como un «cuerno pequeño»,42 como Alejandro
el Macedonio, el rey de un pequeño reino. Posiblemente, será el
caudillo de algún nuevo principado que tenga que surgir de la final
fragmentación di Turquía; puede que sea en las riberas del Éufrates, o
quizá sobre la orilla Egcti de Asia. El nombre de Babilonia está
extrañamente relacionado con los eventos del porvenir, y Pérgamo,
(durante tanto tiempo la patria de la adoración de la serpiente en su
forma más vil, es el único lugar de la tierra que la Escritura ha
38. En las persecuciones bajo la Roma pagana, la muerte era a menudo la pena
infringida por rehusar adorar la imagen del emperador; pero en Ap. 13:15 se señala
de una manera clara que una misteriosa muerte caerá en la presencia misma de la
imagen del futuro César. El mismo poder que posibilitará al falso profeta a dar vida
a la imagen, destruirá la vida del que rehúse adorarla.
39. En una de las horas más oscuras de su historia, cuando la continua persecución en contra de los judíos amenazaba a la raza con una completa extinción, Bar
Cochbá se proclamó a sí mismo el Mesías, y les acaudilló en una revuelta en contra
de los romanos, que terminó en una carnicería del malhadado pueblo, más horrible
que ninguna que le hubiera precedido (130-132 d.C). Aquel hombre parece haber
sido un impostor despreciable que engañó al pueblo con trucos de malabarista, tales
como echar fuego por la boca; y a pesar de ello consiguió una eminencia tan
grande, y atrajo desastres tan terribles, que algunos han tratado de hallar en su
curso el cumplimiento de las profecías del Anticristo.
40. Ap. 13:8.
41. Mt. 24:24.
42. Dn. 7:8.
identificado con el trono de Satanas.43
De los grandes cambios políticos que tienen que preceder a su
venida, los más significativos y más notorios son la restauración de
los judíos a Palestina, y la división en diez países de la tierra romana
predicha en la profecía. El primero de estos eventos ya ha sido considerado en capítulo anterior y, por lo que respecta al último, no hay
mucho que decir. El intento de enumerar los diez reinos del futuro sería una investigación sin provecho alguno.44 La historia se repite a sí
misma; y si hay algún tipo de periodicidad en las enfermedades políticas con que son afligidas las naciones, Europa pasará inevitablemente por otra crisis como aquélla que oscureció la última década del
siglo XVIII. Y si otra revolución produjera otro Napoleón, es imposible determinar en qué magnitud puedan consolidarse los reinos, o en
qué manera se puedan cambiar las fronteras.
Además, en la determinación del cumplimiento de estas profecías
estamos tratando con eventos que, mientras que pudieran suceder
dentro de la vida de esta generación, pudieran bien posponerse aún
por siglos. Nuestra obligación no es profetizar, sino sólo interpretar;
y podemos quedar bien satisfechos con la certeza de que cuando las
visiones apocalípticas se cumplan, su cumplimiento será evidente, no
tan sólo para aquellos educados en el misticismo, sino para aquellos
que son capaces de observar hechos públicos.
Por medio del desarrollo gradual de influencias que están operando ahora, podría ser; o con mucha más probabilidad como resultado
de alguna gran crisis europea del futuro, esta confederación de naciones45 será desarrollada, y así se preparará el escenario en el que
aparecerá aquel terrible Ser, el gran líder de los hombres en los días
repletos de acontecimientos que han de cerrar la era de la supremacía
gentil.
43. Ap. 2:13.
44. Ver Apéndice II, nota D.
45. Digo naciones, y no reinos, de una manera avisada, porque aunque al final las
naciones serán reinos, esto es, bajo régimen monárquico, no obstante, antes del
advenimiento del Kaiser puede ser que ello no sea así. El hecho de que su aparición
será posterior a la división está afirmado de una manera expresa; pero que esto
vaya a tener lugar un año, una década, o un siglo antes, es algo que no sabemos.
97
Si hemos de comprender correctamente el curso predicho del
Anticristo, se tienen que mantener a la vista ciertos puntos
relacionados con él. El primero es que, hasta cierta época él será, a
pesar de su preeminencia, solamente un ser humano. Y aquí tenemos
que juzgar el futuro por el pasado. A los veintidós años Alejandro
cruzó el Helesponto, siendo el príncipe de un pequeño estado griego.
Cuatro años más tarde él había fundado un imperio y había cambiado
de dirección la historia del mundo.
En la carrera de Napoleón Bonaparte, la historia moderna nos provee
un paralelo todavía más notable y completo. Cuando, justo ahora
hace cien años, entró en la escuela militar francesa de Brienne, era un
chico desconocido, sin ni siquiera la ventaja que puedan dar el rango
o las riquezas, Tan absolutamente oscura era su posición que, no
solamente debió su admisión en la escuela a la influencia del gobernador de Córcega, sino que la calumnia ha hallado posible utilizar
aquel pequeño acto de amistosa protección para arrojar desprecio
sobre el nombre de su madre. Así, si un hombre tal, debido a la
fuerza gigantesca de sus cualidades personales, combinadas con el
accidente de circunstancias favorables, pudo acceder al puesto que la
historia le ha asignado, el hecho provee la respuesta más plena a
cualquier tipo de objeción que se pueda presentar en contra de la
credibilidad del curso del hombre de la profecía.
Tampoco vale argüir que los últimos cincuenta años han desarrollado
de tal manera la actividad mental de las razas civilizadas, y que han
producido un espíritu tal de independencia que la sugerencia de que
una carrera así como la de Napoleón pueda repetirse en días por
venir involucra un anacronismo,
En la proporción en que aumenta el nivel general de desarrollo
mental, y en que el hombre es hecho igual al hombre, el poder
ordinario del genio es disminuido, pero su poder extraordinario se
aumenta, su alcance se profundiza, y su sujeción se hace más fuerte.
Según los hombres se familiarizan con las consecuencias y con el
ejercicio del tálenlo, aprenden a menospreciar y a ignorar sus ejemplos diarios, y a hacerse más independientes de los meros hombres
capaces; pero ello tan sólo les hace caer más bajo el poder de
hombres de intelectualidad gigantesca, y hacerlos esclavos del
talento preeminente e inalcanzable.46
Con el simple poder de un genio trascendente el hombre de la
profecía conseguirá un puesto de preeminencia indiscutida en el
mundo; pero si los hechos de su posterior carrera han de ser comprendidos, se tienen que tomar en consideración elementos de un tipo
muy distinto. Al principio un protector de la religión, un verdadero
«hijo predilecto de la Iglesia», llega a ser un desenfrenado y profano
perseguidor. Al principio un mero rey de los hombres, poseyendo la
obediencia de la tierra romana, demanda después la adoración de la
cristiandad, proclamando ser divino.
Y hemos visto cómo este cambio extraordinario tiene lugar en su
curso en la época del futuro, el principio de los 1.260 días de la última mitad de la septuagésima semana de Daniel. Es entonces que
este misterioso suceso tiene lugar, descrito como «una gran batalla
en el cielo» entre el Arcángel y el Dragón. Como resultado de esta
asombrosa lucha, Satanás y sus ángeles son lanzados, «arrojados a la
tierra», y el Vidente se lamenta por la humanidad porque el Diablo
ha descendido en medio de ellos, «con gran furor sabiendo que tiene
poco tiempo».47
La siguiente característica de la visión es el surgimiento de la Bestia
de diez cuernos.48 Este no es el evento descrito en el capítulo 7 de
Daniel. Sin duda alguna, la Bestia es la misma, tanto en Daniel como
en Apocalipsis, representando al último gran imperio sobre la tierra;
pero en el Apocalipsis aparece en una etapa más avanzada de su
desarrollo. Hay tres períodos de su historia señalados en Daniel. En
el primero tiene diez cuernos. En el segundo tiene once cuernos,
porque el cuerno pequeño sube entre los diez. En el tercero tiene tan
sólo ocho, porque el undécimo ha incrementado su poder, y tres de
los diez han sido desgajados por él.
Hasta aquí, la visión de Daniel representa tan sólo a la Bestia como
«un cuarto reino en la tierra», el Imperio Romano revivido en tiempos futuros, y aquí la visión se aparta de la Bestia para describir al
47. Ap. 12:7, 12.
48. Ap. 13:1.
98
pequeño cuerno como blasfemo y perseguidor.49
Es en esta época que el capítulo 13 de Apocalipsis empieza. Las tres
primeras etapas del desarrollo del imperio han pasado ya, y ha surgido la cuarta. Ya no es más una confederación de naciones aliadas
por medio de un tratado, con un Napoleón a su frente surgiendo en
medio de ellas y luchando por conseguir la supremacía, sino una
confederación de reyes que son los lugartenientes de un gran Kaiser,
un hombre cuya grandeza trascendente le ha asegurado una preeminencia indiscutida. Y éste es el hombre a quien señalará el Dragón
para administrar su terrible poder en la tierra en días por venir.
Y a partir del momento en que se vende a Satanás estará tan
energizado por él que «TODO poder y señales y prodigios
mentirosos» le caracterizarán en su último trayecto.50
Existe el peligro de que al dedicarnos a estas visiones como si
contuvieran enigmas a resolver podamos olvidar lo asombroso que
son los hechos de los que hablan, y cuan tremendas son las fuerzas
que estarán en marcha en el tiempo de su cumplimiento. Durante esta
edad de gracia el poder de Satanás sobre la tierra está tan restringido
que los hombres casi se olvidan de su existencia misma. Esto, ciertamente, será el secreto de sus triunfos futuros. Y no obstante, ¡cuán
terrible más allá de toda descripción tiene que ser el poder del
Dragón, como testifica la tentación del Señor! Está escrito:
El diablo le condujo a un alto monte y le mostró en un momento
todos los reinos de la tierra habitada; y le dijo el diablo: te daré todo
este poderío y la gloria de estos reinos, pues a mí me ha sido
entregados, y se lo doy a quien quiero. Por tanto, si tú te postras
delante de mí, todo será tuyo.51
49. Este pasaje (Dn. 7:2-14) se cita completo en las pp. 77-78. Las distinciones
que se señalan arriba son suficientes para clarificar cualquier aparente inconsistencia entre las visiones de Daniel y el Apocalipsis, a las que se aluden en la p. 196.
50. (2.a Ts. 2:8, 9).
51. Le. 4:5-7.
52. Ap. 13:2.
Es este mismo terrible Ser que le dará a la Bestia su trono, su poder,
y gran autoridad52 —todo lo que Cristo rechazó en el día de Su
humillación. La mente que haya aceptado la realidad de este
maravilloso hecho no encontrará difícil de aceptar lo siguiente:
Se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y le
adorarán todos los moradores de la tierra cuyos nombres no están
escritos desde la fundación del mundo en el libro de la vida del
Cordero que fue inmolado.53
De los eventos que tienen que suceder a continuación sobre la tierra,
nos corresponde hablar de ellos con profunda solemnidad y estudiada
reserva. El fenómeno de la oscuridad repentina y absoluta es inconcebiblemente terrible, incluso cuando se espera ansiosamente con completo entendimiento de las causas que lo producen.54 ¡Cuan más allá
de toda descripción será entonces su terror, si es inesperada, sin
explicación, prolongada, y puede ser por varios días seguidos. Y éste
será el signo que las Sagradas Escrituras declaran que va a constituir
la señal de la llegada a la tierra del último gran ay.55 Las señales y
prodigios del poder satánico atraerán aún la adoración de la humanidad, mientras que los truenos de un cielo ya no más silencioso
caerán sobre la raza apóstata. Llegará entonces la época de «las siete
últimas plagas», en las que se consuma «el furor de Dios» —la época
cuando «las copas del furor de Dios» serán derramadas sobre la
tierra.56 Y si en este día de gracia las alturas y profundidades de la
paciente misericordia de Dios trascienden todos los pensamientos
humanos, Su IRA no será menos divina.
53. Ap. 13:7, 8.
54. El Astrónomo Real (Sir G. B. Airy) utilizó estas palabras en una conferencia
pronunciada ante la Royal Institution el 4 de julio de 1853, acerca de los eclipses
solares de 1842 y 1851: «Este fenómenos es, de hecho, uno de los más terribles que
el hombre pueda jamás observar, y ningún tipo de eclipse parcial da ninguna idea
de su horror.»
55. «El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día
grande y espantoso de Jehová.» (Jl. 2:31.) Ver p. 179.
56. Ap. 15:1; 16:1. Ver pp. 153-155.
99
«El día de la venganza de nuestro Dios», «el día grande y espantoso
de Jehová», tales son los nombres que recibe aquel tiempo de
horrores sin paralelo.
Pero incluso en la medianoche oscura de la última apostasía, la
paciencia divina servirá tan sólo para cegar y endurecer, y la misericordia misma dará la bienvenida al terrible comienzo del día de la
venganza, porque la bendición espera más allá de él. Otro día tiene
que amanecer aún. La historia del mundo, tal como se desarrolla en
las Escrituras, se proyecta hasta una edad sabática de bendición y de
verdad; una edad en la que el cielo gobernará sobre la tierra, cuando
«se alegrará Jehová en sus obras»,57 y se mostrará como el Dios de
cada criatura que Él ha hecho.58
Más aún, el velo es levantado, y se nos permite un breve vislumbre
de una gloriosa eternidad más allá, cuando cada traza de pecado
habrá sido borrada para siempre, cuando el cielo se unirá a la tierra, y
«el tabernáculo de Dios» ―el lugar de habitación del Todopoderoso‖
estará «con los hombres», «y El morará con ellos; y ellos serán Su
pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios».59
Fue una calamidad para la Iglesia de Dios cuando la luz de la
profecía quedó apagada por una controversia estéril, y el estudio de
estas visiones, concedidas por Dios para advertir, y guiar, y animar a
Sus santos en los días malos, fue despachado como totalmente sin
provecho. Ellas abundan en promesas que Dios dispuso para alimentar las esperanzas de Su pueblo, y para hacer arder el celo de ellos, y
una bendición especial descansa sobre aquellos que las leen, que las
escuchan, y que las guardan.60 Una de las características más
esperanzadoras de la actualidad es el interés creciente con que se las
recibe en todas partes; y si estas páginas sirvieran para profundizar o
dirigir el entusiasmo incluso de unos pocos en el estudio de un tema
que es interminable, la labor que ha costado habrá quedado abundantemente recompensada.
57.
58.
59.
60.
Sal. 104:31.
Sal. 145:9-16.
Ap. 21:3. El orden de estos eventos se indica en las pp. 181-181.
AP. 1:3.
APÉNDICE I
Tratado cronológico y tablas
EL PUNTO DE CONTACTO entre la cronología sagrada y la profana, y,
por lo tanto, la primera fecha cierta en la historia bíblica, es la
ascensión de Nabucodonosor al trono de Babilonia (cp. Dn. 1:1 y Jer.
25:1). A partir de esta fecha contamos hacia adelante hasta Cristo y
hacia atrás hasta Adán. El acuerdo de los cronólogos destacados es
una suficiente garantía para afirmar que David empezó a reinar en
1056-5 D.C., y que, por ello, todas las fechas posteriores a aquel
evento pueden fijarse con certeza. Pero más allá de esta época la
certeza se desvanece. Las fechas marginales que hallamos en
nuestras Biblias inglesas representan principalmente a la cronología
del arzobispo Ussher,1 y a pesar de su eminencia como cronólogo,
algunas de estas fechas son dudosas, y otras totalmente erróneas.
1. El obispo Lloyd, a quien le fue confiada la tarea de editar la Versión
Autorizada, hizo a este respecto unas pocas alteraciones, como, por ejemplo, en el
libro de Nehemías rechazó la cronología de Ussher, e insertó la verdadera fecha
histórica del reinado de Artajerjes Longimano.
100
De las fechas dudosas en el esquema de Ussher los reinados de
Belsasar y de Asuero pueden servir de ejemplo. El caso de Belsasar
es especialmente interesante. Las Escrituras afirman de manera clara
que él era el rey de Babilonia cuando fue conquistada por los medopersas, y que él fue muerto la noche en que Darío entró en la ciudad.
Por otra parte, no solamente ningún historiador antiguo menciona a
Belsasar, sino que todos concuerdan en que el último rey de
Babilonia era Nabónido, que estaba ausente de la ciudad cuando los
persas la capturaron, y que más tarde se sometió a los conquistadores
en Borsippa. Así, la contradicción entre los historiadores y la Biblia
parece ser absoluta. Los escépticos apelaron a la historia para desacreditar el libro de Daniel; y los comentaristas resolvieron o evitaron
la cuestión rechazando la historia. No obstante, las inscripciones
cuneiformes han resuelto ahora la controversia de una manera tan
satisfactoria como inesperada. En cilindros de arcilla descubiertos
por Sir H. Rawlinson en Mughier y otras localidades caldeas,
Belsasar es nombrado por Nabónido como su hijo primogénito. La
deducción se hace evidente de que durante los últimos años del
reinado de su padre, Belsasar era Rey-Regente en Babilonia. Según el
canon de Ptolomeo, Nabónido reinó diecisiete años (desde el 555
a.C. hasta el 538 a.C.) y Ussher da estos años a Belsasar.
En común con muchos otros autores, Ussher ha asumido que el rey
del libro de Ester era Darío Histaspes, pero se reconoce en la
actualidad de manera general que es el hijo y sucesor de Darío el que
allí se menciona como Asuero —«un nombre que se corresponde con
el nombre griego Jerjes».2
El gran durbar (banquete) del primer capítulo de Ester, que tuvo
lugar en el año tercero (v. 3), fue, presumiblemente, celebrado con
vistas a su expedición contra Grecia (483 a.C.); y el casamiento de
Ester tuvo lugar en su séptimo año (2: 16), habiendo sido retrasado
hasta entonces debido a su ausencia al estar en campaña. Por ello, las
fechas marginales en el libro de Ester en nuestras Biblias inglesas
deberían empezar con el 486 a.C. en lugar del 521 a.C, que es la que
se da en ellas.
Pero estos son punto comparativamente triviales, mientras que el
error principal de la cronología de Ussher es de importancia real.
Según 1a Reyes 6:1, Salomón empezó a construir el Templo «en el
año 480 de la salida de los hijos de Israel de Egipto». El carácter
místico de este período de 480 años ya ha sido mencionado en un
capítulo anterior.3 Ussher asumió que representaba un período estrictamente cronológico, y contando hacia atrás a partir del tercer año de
Salomón, fijó la fecha del éxodo en el año 1491 a.C --error éste que
vicia todo su sistema.
En Hechos 13:18-21 Pablo, al mencionar el intervalo entre el éxodo
y el final del reinado de Saúl, especifica tres períodos; son: 40 años,
alrededor de 450 años, y 40 años = 530 años. Desde la ascensión de
David hasta el tercer año de Salomón, cuando fue fundado el
Templo, hubo cuarenta y tres años. Según esta enumeración, entonces, el período entre el éxodo y el Templo fue de 530 + 43 = 573
años. No obstante, Clinton, cuya cronología ha sido generalmente
aceptada, conjetura que hubo un intervalo de veintisiete años entre la
muerte de Moisés y la primera servidumbre, y un intervalo de doce
años entre «Samuel el profeta» (1a S. 7) y la elección de Saúl. Por
ello él estima el período entre el éxodo y el Templo como 573 +27 +
12 años = 612 años.4
Por ello, las principales fechas de Clinton son como siguen:
4138 a.C Adán
2482 a.C El diluvio
2055 a.C. La llamada de Abraham
1625 a.C. El éxodo
1096 a.C. La elección de Saúl
1056 a.C. David
2. Herodotus de Rawlinson, iv, p. 212. «Jerjes (antiguo nombre persa,
612 años entre el éxodo y el Templo, pero en Antigüedades, víii, 3, 1 fija el mismo
período en 592 años. Se supone que en el período más largo se incluye los veinte
años durante los que se estuvo construyendo el Templo y el palacio.
Khshayarshá) es derivado por sir H. Rawlinson de Khshayá, "un Rey".» (Ibid. III,
446, ap. libro VI, nota A.)
3. Pp. 111-113.
4. Josefo parece confirmar esto en Antigüedades, xx, 10, 1, donde él especifica
101
1016 a.C. Salomón
976 a.C. Roboam
606 a.C. La Cautividad (o sea, la Servidumbre en Babilonia).
Browne propone tres correcciones a esta cronología (Ordo Saec,
núms. 10, 13); a saber, él rechaza los dos términos conjeturales de
veintisiete y doce años anteriormente mencionados; y añade dos años
al período entre el Diluvio y el éxodo. Si se adoptara esta última
corrección (y es perfectamente legítima, considerando que una
exactitud aproximada es todo lo que el cronólogo más capaz puede
afirmar haber obtenido para este período), si añadimos tres años al
período entre el Diluvio y el pacto con Abraham, este último suceso
viene a ocupar exactamente, como de todas maneras lo ocupa
aproximadamente, la época central entre la Creación y la Crucifixión.
La fecha del Diluvio llega así al 2485 a.C, y por ello la Creación
queda en el 4141 a.C.
De la siguiente manera aparecen en la cronología las siguientes
notables características:
Desde Adán hasta el Pacto con
Abraham (4141 a.C. a 2055 a.C.) hay....……………...... 2.086 años
Desde Abraham hasta la Crucifixión
de Cristo (2055 a.C. a 32 d.C.) hay……...…………........2.086 años
Desde Adán hasta el Diluvio
(4141 a.C. hasta el año 2485 a.C.) hay…………….......1.656 años
Desde el Diluvio hasta el Pacto
(2485 a.C. a 2055 a.C.) hay…………................................430 años
Desde el Pacto al Éxodo
(2055 a.C. hasta el año 1625 a.C.) hay……………...........430 años
Desde el Éxodo hasta la Crucifixión
(1625 a.C. hasta el año 32 d.C.) hay………………........1.656 años5
El Pacto aquí mencionado es el que se registra en Génesis 12 en
relación con la llamada de Abraham.
Las afirmaciones de las Escrituras en relación a esta parte de la cronología pueden parecer precisar explicación en dos casos.
Esteban declara en Hechos 7:4 que la salida de Abraham de Harán
(o Charrán) tuvo lugar después de la muerte de su padre. Pero
Abraham tenía solamente setenta y cinco años cuando entró en
Canaán; mientras que si asumimos a partir de Génesis 11:26 que
Abraham nació cuando Tare tenía casi setenta, tiene que haber tenido
ciento treinta años cuando su hijo fue llamado, porque Taré murió
con doscientos cinco años.6 No obstante, es evidente a partir de estas
afirmaciones que, aunque mencionado el primero entre los hijos de
Taré, Abraham no era el primogénito, sino el más joven: Taré era de
setenta años cuando nació su primogénito, y tuvo estos tres hijos:
Harán, Nahor y Abraham. Para determinar su edad al tiempo del
nacimiento de Abraham precisamos dirigirnos a la historia, y allí nos
enteramos que tenía 130 años.7 Y eso también da cuenta de la
deferencia con que Abraham trataba a Lot que, aunque su sobrino
era, no obstante, su igual en años, o posiblemente mayor que él; y,
además, como hijo del hermano mayor de Abraham, nominalmente el
cabeza de familia.8 Otra vez. Según Éxodo 12:40 «el tiempo que los
hijos de Israel habitaron en Egipto fue cuatrocientos treinta años».
Si se tiene que tomar esta afirmación como significado (como también parece decir esto la afirmación de Génesis 15:13, citada por
Esteban en Hechos 7:6) que los israelitas estuvieron cuatro siglos en
Egipto, se tendrá que cambiar toda la cronología. Pero como Pablo
explica en Gálatas 3:17, estos 430 años han de ser calculados desde
el llamamiento de Abraham, y no desde la bajada de Israel a Egipto.
La afirmación de Génesis 15:13 queda explicada y cualificada por las
palabras que siguen en el versículo 16. El período entero de las peregrinaciones de Israel tenía que ser de cuatro siglos, pero cuando el
5. Cp. Browne, Ordo Saec, n.° 13. No obstante, su sistema le obliga a especificar
(Greek Testament, Hechos, vii, 4), podrían ser fácilmente rebatidos si la ocasión
fuera oportuna para la discusión que ello involucraría. Ciertamente, una referencia
de paso a Gn. 25: I. 2 hubiera modificado sus afirmaciones.
8. Gn. 13:8, 9.
la destrucción de Jerusalén (70 d.C.) como el punto final de la economía mosaica,
lo que es ciertamente incorrecto. La crucifixión fue la gran crisis en la historia de
Judá y del mundo.
6. Cp. Gn. 11:26, 31, 32; 12:4.
7. Clinton, F. H., vol. i., p. 299. Los comentarios arrogantes de Alford sobre esto
102
pasaje habla explícitamente de su estancia en Egipto, dice: «en la
cuarta generación volverán a salir» --palabra ésta que fue cumplida
con exactitud, pues Moisés era el cuarto en la descendencia desde
Jacob.9
No fue hasta 470 años después del pacto con Abraham que sus
descendientes tomaron su lugar como una entre las naciones de la
tierra. Fueron esclavos en Egipto, y peregrinos en el desierto; pero
bajo Josué entraron en la tierra prometida y vinieron a ser una nación.
Y con este último suceso empieza una serie de ciclos de «setenta
semanas» de años. A partir de la entrada en Canaán (1586-5) hasta el
establecimiento del reino bajo Saúl (1096 a.C.) pasaron 490 años.
Desde el reino (1096 a.C.) hasta la servidumbre en Babilonia (606
a.C.) hubo 490 años.
Desde la época de la servidumbre (606 a.C.) hasta el edicto real
del año vigésimo de Artajerjes la independencia nacional de Judá
estuvo suspendida, y con esta última fecha empezó la era mística de
490 años, que forman las «setenta semanas» de la profecía de Daniel.
De nuevo, el período entre la dedicación del primer templo en el
año undécimo de Salomón (1006-5 a.C.) y la dedicación del segundo
templo en el año sexto de Darío Histaspes de Persia (515 a.C), hubo
490 años.10
¿Habremos acaso de concluir en que estos resultados son puramente
accidentales? Ninguna persona reflexiva dudará en aceptar la alternativa más razonable de que la cronología del mundo es parte de un
plan divino o «economía de los tiempos y de las sazones». La investigación cronológica sugerida por los datos que nos ofrecen los libros
de 2a Reyes, 2a Crónicas, Jeremías, Ezequiel y Daniel, es de capital
importancia, no tan sólo para establecer la total exactitud de las
Escrituras, sino también a causa de que arroja luz sobre la principal
cuestión de los varios períodos de la cautividad, que de nuevo están
estrechamente relacionados con el tiempo de las setenta semanas.
9. Su madre era una hija de Leví (Ex. 2:1).
10. Constituye una notable coincidencia el que la era del segundo templo fue
igual a aproximadamente 490 años, del 515 a.C. hasta el 18 a.C, cuando Herodes lo
reconstruyó.
El estudiante del libro de Daniel encuentra que cada paso está cuajado de dificultades, suscitadas ya por enemigos declarados, o por
quasi expositores, de las Sagradas Escrituras. Incluso la afirmación
que abre sus páginas ha sido asaltada desde todos los ángulos. Que
Daniel hubiera sido llevado cautivo en el tercer año de Joacim «es
simplemente una invención en los días cristianos posteriores»,
declara el autor de Messiah the Prince (p. 42), manteniéndose en el
estilo en que este autor desecha la historia sagrada y profana, a fin de
apoyar sus propias teorías.
En la History of the Jews del deán Milman, la página en que trata
de esta época está llena de inexactitudes. Al principio confunde los
setenta años de las desolaciones, predicho en Jeremías 25, con los
setenta años de la servidumbre, que ya habían empezado. Entonces,
como la profecía de Jeremías 25 había sido dada en el cuarto año de
Joacim, él fija la primera captura de Jerusalén en aquel año, a pesar
de que las Escrituras afirman de manera expresa que ello tuvo lugar
en el tercer año de Joacim (Dn. 1:1). Continúa especificando el año
601 a.C. como el de la invasión de Nabucodonosor; y aquí la confusión es ya indescriptible, al mencionar dos períodos de tres años entre
aquella fecha y la muerte del rey que, no obstante, asigna correctamente al año 598 a.C.
Otra vez, el doctor F. W. Newman es autor de un artículo acerca de
las cautividades (Captivities) en la Cyclopaedia de Kitto, que bien
merece ser señalado como un espécimen del tipo de crítica que se
halla en libros normativos que aparentemente están destinados a
ayudar al estudiante de las Escrituras.
La afirmación con que el libro de Daniel abre sus páginas —él
asevera— está en abierta contradicción con los libros de Reyes y de
Crónicas, que asignan a Joacim un reinado de once años, y también
con Jeremías 25:1. Descansa parcialmente en 2a Crónicas 36:6 que,
a su vez concuerda perfectamente con 2a Reyes 24. En la historia
anterior la guerra se desató durante el reinado de Joacim, que murió
antes de su final; y cuando su hijo y sucesor Joaquín había reinado
por tres meses, la ciudad y su rey fueron capturados. Pero en las
Crónicas se hace que el mismo evento ocurra en dos ocasiones en un
intervalo de tiempo de tres meses y diez días (2.° Cr. 36:6 y 9); y a
103
pesar de ello no obtenemos concordancia con la interpretación
recibida de Dn. 1:1-3.
Las conclusiones de este autor son adoptadas por el deán Stanley
en su Jewish Church (vol. ii., p. 459), donde él enumera entre los
cautivos tomados con Joaquín en el año octavo de Nabucodonosor ¡al
profeta Daniel, que había obtenido una posición en la corte de
Babilonia seis años antes de que Joaquín ascendiera al trono!11
Una referencia al Five Great Monarchies (vol. iii., pp. 488-494), y
al Fasti Hellenici, mostrará con qué consistencia le parece la historia
sagrada de este período al cronólogo o historiador; y, además, cuan
completamente se armoniza con los fragmentos existentes de la
historia de Beroso.
Joacim, desde luego, reinó durante once años. En su año tercero vino
a ser el vasallo del rey de Babilonia. Durante tres años pagó tributo, y
en el sexto se rebeló. No hay ni la sombra de una razón en la aceptación de que el primer versículo de Daniel sea falso; y aparte de
cualquier afirmación de la aprobación divina del libro, la idea de que
un escritor tal —un hombre de rango principesco y de cultura
superior,12 y exaltado a la posición de más altura entre los sabios y
nobles de Babilonia— ignorase la fecha y circunstancias de su propia
deportación, es simplemente absurda. Pero según el doctor Newman,
él tenía que remitirse al libro de las Crónicas, ¡y fue engañado por
ello! Una comparación de las afirmaciones de Reyes, Crónicas y
Daniel establece claramente que las narraciones son independientes,
cada una de ellas dando detalles omitidos en los otros libros. El segundo versículo de Daniel aparece inconsistente tan sólo a una mente
capaz de suponer que el rey vivo de Judá fue colocado como adorno
en el templo de Belus entre los utensilios del templo; pues así parece
que el doctor Newman se lo ha leído. Y la aparente inconsistencia en
2a Crónicas 36:6 desaparece cuando se lee con el contexto, porque el
versículo 8 muestra el conocimiento del escritor de que Joacim
finalizó su reinado en Jerusalén. Además, la exactitud de la historia
entera queda establecida de manera señalada al fijar la cronología de
los sucesos, una prueba, ésta, crucial.
Jerusalén fue tomada primero por los caldeos en el tercer año de
Joacim (Dn. 1:1). Su cuarto año coincidió con el primero de Nabucodonosor (Jer. 25:1). Esto concuerda con la afirmación de Beroso que
Nabucodonosor fue a Jerusalén en su primera expedición antes de su
ascensión al trono (Josefo, Apión, i.19). Según el canon de Ptolomeo
la exactitud del cual ha sido plenamente establecida, el reinado de
Nabucodonosor data del año 604 a.C, es decir, su ascensión tuvo
lugar en el año que empezaba con el primero de Thoth (que caía en
enero) de 604 a.C, y la historia no deja lugar a dudas de que fue a
principios del año. Pero la cautividad, según el tiempo de Ezequiel,
empezó en el octavo año de Nabucodonosor (cp. Ez. 1:2 y 2° R.
24:12); y en el año trigésimo séptimo de la cautividad, el sucesor de
Nabucodonosor se hallaba en el trono (2° R. 25:27). Ello le daría a
Nabucodonosor un reinado de, por lo menos, cuarenta y cuatro años,
mientras que, según el canon (y Beroso lo confirma) él reinó sólo por
cuarenta y tres, sucediéndole Evil-Merodac (el Iluoradam del canon),
el año 561 a.C. De ello se sigue que las Escrituras antedatan los años
de Nabucodonosor desde el 605 a.C.13 Esto sería suficientemente
explicado por el hecho de que, a partir de la conquista de Jerusalén
por parte de Nabucodonosor el tercer año de Joacim, los judíos
reconocieron a Nabucodonosor como el soberano de ellos. No
obstante, se ha pasado por alto el principio ordinario sobre el que
ellos contaban los años reales, contándolos desde Nisán a Nisán.14 En
604 a.C. el primero de Nisán cayó sobre el 1° de abril,15 y según el
cómputo judío, el según-do año del rey comenzaría en aquel día, sin
importar lo recientemente que hubiera ascendido al trono. Por ello,
«el cuarto año de Joacim, el cual era el año primero de
Nabucodonosor» (Jer. 25:1), fue el año que empezó en Nisán de 605
a.C; y el tercer año de Joacim, en el que Jerusalén fue tomada y
empezó la servidumbre, fue el año que empezó en Nisán de 606 a.C.
11. Cp. 2° R. 24:12, con Dn. 2:1.
12. Dn. 1:3, 4.
13. Clinton, F. H., vol. i, p. 367.
14. Ver p. 224.
15. La luna nueva pascual, el 604 a.C, tuvo lugar el 31 de marzo.
104
Este resultado es notablemente confirmado por Clinton, que fija
en el verano del año 606 a.C. la fecha de la primera expedición de
Nabucodonosor.16
Queda, además, confirmada de nuevo por, y proporciona una
explicación a una afirmación de Daniel que ha sido utilizada de
manera triunfante para depreciar el valor de este libro. Si, se arguye,
el rey de Babilonia mantuvo a Daniel durante tres años educándolo,
¿cómo hubiera podido el profeta haber interpretado el sueño del rey
en su segundo año? (Dn. 1:5, 18; 2:1). Daniel, ciudadano de
Babilonia, y, además un cortesano allí, contaba de manera natural el
reinado de su soberano conforme al tiempo común a su alrededor
(como después que él lo hizo Nehemías en parecidas circunstancias).17 Pero como el profeta fue deportado en 606 a.C, su prueba de
tres años terminó al final de 603 a.C, mientras que el segundo año de
Nabucodonosor, contados a partir de su verdadera ascensión, se
extendía a alguna fecha en los primeros meses de 602 a.C.
Otra vez. La época de la cautividad de Joaquín tuvo lugar en el año
octavo de Nabucodonosor (2° R. 24:12), es decir, su año octavo
contado a partir de Nisán. Pero el año noveno de la cautividad estaba
todavía en curso en el décimo de Tebeth en el año noveno de
Sedequías y séptimo de Nabucodonosor (cp. Ez. 24:1, 2, con 2.° R.
25:1-8). Y el año decimonoveno de Nabucodonosor y undécimo de
Sedequías, en el que Jerusalén fue destruida, fue en parte coincidente
con el año duodécimo de la cautividad (cp. 2° R. 25:2-8 con Ez.
33:21). De ello sigue que Joaquín (Jeconías) tiene que haber sido
apresado al final del año judío («a la vuelta del año», RV 1960, 2°
Cr. 36:10), esto es, el año precediendo al 1° de Nisán de 597 a.C; y
Sedequías fue hecho rey (después de un breve interregno) temprano
en el año que empezó en aquel año.18
16. Clinton, F. H., vol. i, p. 328.
17. Ver p. 237,
18. Esto queda confirmado en Ez. 40:1, comparando con 2.° R. 25:8, porque el
año vigésimo quinto de la cautividad era el año decimocuarto después de la
destrucción de Jerusalén (es decir, el decimonoveno de Nabucodonosor),
contándolo inclusivamente según la práctica ordinaria de los judíos.
Y de ello también se sigue que, sea que se calcule según el tiempo de
Nabucodonosor, o de Sedequías, o de la cautividad, el año 587 a.C
fue el año en que «fue azotada la ciudad».19
El primer eslabón en esta cadena de fechas es el tercer año de Joacim,
y cada nuevo eslabón confirma la prueba de la exactitud e importancia de aquella fecha. Ha sido denominada con toda justicia el punto
de contacto entre la historia sagrada y la profana; y su importancia en
la cronología sagrada es inmensa a causa de que es el principio de la
época de la servidumbre de Judá al rey de Babilonia.
La servidumbre no debe ser confundida con la cautividad, como lo
es con tanta frecuencia. Fue la rebelión contra el decreto divino que
confió el cetro imperial a Nabucodonosor, que atrajo sobre los judíos
el juicio adicional de la deportación nacional, y el castigo aún más
terrible de las «desolaciones». El modo de hablar de Jeremías es el
más definido a este respecto. «Y ahora yo he puesto todas estas
tierras en mano de Nabucodonosor, rey de Babilonia, mi siervo». «Y
a la nación y al reino que no sirva a Nabucodonosor, rey de
Babilonia ... visitaré a tal nación con espada y con hambre y con
pestilencia, dice Jehová, hasta que la haya consumido yo por su
mano.» «Mas a la nación que someta su cuello al yugo del rey de
Babilonia y le sirva, la dejaré en su tierra, dice Jehová, y la labrará
y morará en ella» (Jer. 27:6, 8, 11; y cp. 38:17-21).
La duración señalada de esta época de servidumbre era de setenta
años, y el capítulo 29 de Jeremías era un mensaje de esperanza a los
deportados, de que a la expiración de aquel período volverían a
Jerusalén (v. 10). Por otra parte, el capítulo 25 fue una predicción
para los judíos rebeldes que permanecían en Jerusalén después de que
había comenzado la servidumbre, advirtiéndoles de que su terca
desobediencia les atraería una destrucción total, y que por setenta
años toda la tierra quedaría en ruinas, o «desolaciones».
Para recapitular. El año trigésimo de la cautividad estaba en curso
cuando Evil-Merodac subió al trono (2° R. 25:27), y el principio del
reinado de aquel rey fue el año 561 a.C. Por lo tanto, la cautividad
19. Estos resultados aparecerán de un solo vistazo al examinar la tabla adjunta al
final.
105
databa desde el año que empezó el Nisán de 598 y que acabó el Adar
de 597. Pero éste era el octavo año de Nabucodonosor según el cómputo de las Escrituras. Por ello su primer año fue desde Nisán de 605
hasta Nisán de 604. La primera toma de Jerusalén y el principio de la
servidumbre tuvo tugar el año anterior, 606-605. La destrucción final
de la ciudad tuvo lugar en el año decimonoveno de Nabucodonosor,
es decir, 587, y el sitio empezó el 10 de Tebeth (o alrededor del 25 de
diciembre) de 589, que marcó el principio de las Desolaciones. El
incendio de Jerusalén no puede haber tenido lugar el año 588 a.C.
dado por Ussher, Prideaux, etc., pues en tal caso20 la cautividad
hubiera empezado en 599 a.C, y el año trigésimo séptimo hubiera
expirado antes de la ascensión de Evil-Merodac. Y tampoco hubiera
podido ser 586 a.C. dado por Jackson, Hales, etcétera, pues entonces
el año trigésimo séptimo no hubiera empezado en el año primero de
Evil-Merodac.21
Este esquema es prácticamente el mismo que el de Clinton,22 y se
puede reclamar la garantía de su nombre para él, pues en lo único en
que se difiere de él es en que él fecha el reinado de Joacim desde
agosto de 609 a.C. y el de Sedequías desde junio de 598 a.C, no
habiéndose fijado él en la práctica judía de calcular los reinados a
partir de Nisán; mientras que yo he asignado Nisán de 608 a.C como
el inicio del reinado de Joacim, y Nisán de 597 como inicio del de
Sedequías. No que fuera Nisán el verdadero mes de ascensión al
trono, naturalmente, sino que, según la norma de la Mishná y de la
práctica de la nación, así es como se debía calcular el reinado. La
fecha de Joacim no podía ser Nisán de 609 a.C, debido a que su
cuarto año era también el primero de Nabucodonosor, y el trigésimo
séptimo año, contado a partir del octavo de Nabucodonosor, fue el
primero de Evil-Merodac, es decir, el año 561 a.C, fecha ésta que fija
definitivamente toda la cronología, como el mismo Clinton argumen-
ta de manera concluyente.23 De esto se sigue también que la fecha de
Sedequías tiene que ser la de 597 a.C y no 598.
La cronología adoptada por el doctor Pusey24 es esencialmente la
misma que la de Clinton. El esquema aquí propuesto difiere del suyo
solamente en la magnitud y sobre las bases indicadas anteriormente.
Su sugerencia de que el ayuno proclamado en el año quinto de
Joacim25 se relacionaba con la toma de Jerusalén en su año tercero no
es improbable, y señala al mes de Quisleu (noviembre) del año 606
a.C. como la fecha de este evento. Por las razones afirmadas anteriormente, no hubiera podido ser el año 607 a.C, como supone el doctor
Pusey, y el mismo argumento demuestra que la fecha del Canónigo
Rawlinson para la fecha de la expedición de Nabucodonosor (605
a.C.) es un año demasiado tarde.26
Se admitirá, espero yo, la exactitud de este esquema por lo que
respecta a los puntos principales de discrepancia entre él y la
cronología de Clinton, es decir, que los reinados de los reyes judíos
se cuentan desde Nisán. Sólo queda señalar los puntos de diferencia
entre los resultados aquí ofrecidos y la hipótesis de Browne (Ordo
Saec, núms. 162-169). Asume él de manera arbitraria que la cautividad de Joaquín y el reinado de Sedequías empezaron el mismo día.
Ello le lleva a asumir, además:
(1) que tenían que contarse a partir del mismo día, es decir, el 1° de
Nisán, y
(2) que los años reales de Nabucodonosor databan de alguna fecha
entre el 1° de Nisán y el 10° de Ab de 606 (núm. 166). Ambas
posiciones son insostenibles.
(1) Cierto que los judíos contaban los reinados de sus reyes desde el
1° de Nisán, pero no hay pruebas de que contasen de esta manera los
años de períodos o eras ordinarias, como la cautividad.
(2) Hay una fuerte presunción, que queda confirmada por todos los
20. Ya que este evento tuvo lugar en el año decimonoveno de Nabucodonosor (2°
23.
24.
25.
26.
Reyes 25:8), y que la cautividad empezó en su año octavo (2° Reyes 24:12).
21. Clinton, F. H., vol. i,- p. 319.
22. Ibid., pp. 328-329.
Fasti H., vol. i, p. 319.
Daniel, p. 401.
Jer. 36:9.
Five Creat Monarchies, iv, 488.
106
sincronismos de la cronología, de que calculaban la era real de
Nabucodonosor ya según el mismo sistema caldeo, como en Daniel,
ya según su propio sistema, como en los otros libros.
La siguiente tabla mostrará de un vistazo las varias eras de la
servidumbre en Babilonia, la cautividad del rey Joaquín y las
desolaciones de Jerusalén.
Al utilizar esta tabla es esencial mantener a la vista dos puntos ya
señalados:
1.- El año que se da en la primera columna es el año judío
empezando el 1° de Nisán (marzo-abril). Por ejemplo 604 a.C. es el
año principiando el 1° de abril de 604; y 589 a.C. es el año
empezando el 15 de marzo de 589.
Según la Mishná:27
«El primero de Nisán es un nuevo año para el cómputo del reinado
de los reyes, y de las festividades». A lo cual los editores de la
traducción inglesa le añaden esta nota: «El reinado de los reyes
judíos, fuera la que fuera la fecha de su ascensión al trono, se
computaba siempre a partir del 1o de Nisán que le precedía; así que,
por ejemplo, si un rey judío empezaba a reinar en Adar, el siguiente
mes (Nisán) sería considerado como el comienzo del segundo año de
su reinado. Esta norma era observada en todos los contratos legales,
en el cual el reinado de los reyes se mencionaba siempre.»
2.- Los años de las diferentes eras coinciden sólo en parte Por
ejemplo, el primer año de las desolaciones data del día 10o de Tebeth
(25 de diciembre) de 589 a.C, y el año décimo de la cautividad
empieza incluso más tarde, mientras que el año noveno de
Nabucodonosor data del 1o de Nisán (15 de marzo) de 589 a.C.
Si se mantienen estos puntos a la vista se hallará que la cronología de
la tabla armoniza con cada afirmación relacionada con el período
abarcado en ella, que se contenga en los libros de Reyes, Crónicas,
Jeremías, Ezequiel y Daniel.
27. Tratado Rosh Hashanah, I, 1.
28. Ver la p. 220.
107
108
109
110
CIERTAS FECHAS PRINCIPALES EN LA HISTORIA,
SAGRADA Y PROFANA»
a.C.
2055 El Pacto con Abraham
1625 El éxodo. La promulgación de la Ley
1585 La entrada en Canaán bajo Josué
1096 Saúl. Establecimiento de la Monarquía
1056 David
1016 Salomón
1014 Los cimientos del Templo
1006 Dedicación del Templo
976 Roboam. Israel se rebela contra Judá, y pasa a ser un reino
separado bajo Jeroboam
776 Empieza la era de las Olimpiadas
753 Empieza la era de Roma (A.U.C.)
747 Empieza la era de Nabonasar
726 Ezequías rey de Judá (reinó por 29 años)
721 Israel (las diez tribus) son deportadas a Asiría
697 Manases (55 años)
642 Amón (2 años)
640 Josías (31 años)
627 Jeremías empezó a profetizar
608 Joacim (11 años)
606 BABILONIA. Jerusalén tomada por Nabucodonosor.
Empieza la Servidumbre
598 Jerusalén es tomada de nuevo por los babilonios. Cautividad
del rey Joaquín
589 Jerusalén sitiada por tercera vez por los babilonios. Las
desolaciones
587 Jerusalén tomada y destruida
1. Estas fechas son de Clinton, y están sujetas a las observaciones expuestas en el
Ap. I, p. 101B. Se seleccionan principalmente para arrojar luz sobre las visiones de
Daniel. Se introducen los nombres de los historiadores, etc., en el siglo V a.C. a fin
de indicar el carácter histórico de la época en que empezó el tiempo profético de las
setenta semanas.
561
559
538
536
521
520
515
490
485
484
480
471
468
466
465
458
449
445
429
424
405
397
359
336
333
323
312
301
Muerte de Nabucodonosor y ascensión de Evil-Merodac
Ciro empieza a reinar en Persia
PERSIA. Babilonia tomada por los medos y los persas
Ciro sucede a Darío en el imperio. Decreta la construcción
del templo
Darío Histaspes de Persia
Los cimientos del Segundo Templo. Hageo y Zacarías
profetizaron
Dedicación del Segundo Templo
Batalla de Maratón
Jerjes sucede a Darío; el Asuero de la historia de Ester
Herodoto, el historiador, nace
Batallas de las Termopilas y de Salamis
Temístocles es desterrado y ostracizado. Nace Tucídides
El historiador
Nace Sócrates (murió en 399)
Huida de Temístocles a Persia
Artajerjes Longimano de Persia
Decreto de Artajerjes de hermosear el Templo (Esd. 7)
Los persas son derrotados por los atenienses en Salamis
en Chipre
Empieza el tiempo de las 70 semanas. Año vigésimo de
Artajerjes: Jerusalén restaurada. Herodoto, alrededor de 39
años, dedicado a su historia
Nace Platón (murió en 347)
Darío Notus de Persia (Neh. 12:22)
Artajerjes Mnemón de Persia
Malaquías. Se cierra la dispensación de «los profetas». Fin
de la primera semana de las 70 semanas de Daniel
Ochus de Persia
Darío Codomano de Persia
GRECIA Batalla de Issos. (Batalla de Granico, 334; y de
Arbela el 331)
Muerte de Alejandro el Magno
Empieza la era seléucida
Batalla de Ipsos.
111
170 Jerusalén tomada por Antíoco Epífanes
168 El templo contaminado por Antíoco
165 Jerusalén es reconquistada por Judas Macabeo. El Templo es
purificado, y se señala la Fiesta de la Dedicación (1a Mac.
4:52-59; Jn. 10:22)
63 ROMA. Pompeyo toma Jerusalén
40 Herodes el grande es designado rey de Judea por los romanos.
37 Herodes toma Jerusalén, y es reconocido como rey por los
judíos
31 Batalla de Accio
12 Augusto Emperador de Roma
4 La Natividad
3 Muerte de Herodes. Arquelao es tetrarca de Judea, y Herodes
Antipas es puesto sobre Galilea
d.C.
14 Tiberio Emperador de Roma (desde el 19 de agosto)
28 15.° año de Tiberio, desde el 19 de agosto de 28 d.C, hasta
el 19 de agosto de 29. El ministerio del Señor empezó en
este año (Lc. 3)
32 La crucifixión (en la cuarta Pascua del ministerio del Señor)
LOS MESES JUDÍOS 2
Nisán, o Abib
Zif, o lyar
Siván
Tammuz
Ab
Elul
Tisri, o Etanim
Bul, o Marchesvan
Quísleu
Tebeth
Sebat
Adar
Ve-Adar
marzo-abril
abril-mayo
mayo-junio
junio-julio
julio-agosto
agosto-septiembre
septiembre-octubre
octubre-noviembre
noviembre-diciembre
diciembre-enero
enero-febrero
febrero-marzo
(mes intercalar)
2. Se hallará plena información sobre el tema del Calendario Hebreo actual en
el artículo titulado «Hebrew Calendar» de la Encyclopaedia Britannica (9.a ed.),
y también en el Jewish Calendar de Lindo y en Habla el Antiguo Testamento,
S. J. Schultz (Barcelona: Publicaciones Portavoz Evangélico), p. 56. La Mishná
es el trabajo más antiguo acerca de ello.
112
APÉNDICE II
NOTA A
Artajerjes Longimano
y la cronología de su reinado
TAN ABSOLUTA es la unanimidad con que en la actualidad se
admite que el Artajerjes de Nehemías es el Longimano, que ya no es
preciso aportar ninguna prueba de ello. Es cierto que Josefo atribuye
estos sucesos a Jerjes, pero su historia de los reinados de Jerjes y
Artajerjes está sumida en una confusión tal que es totalmente carente
de valor. De hecho, llega a trasponer los sucesos de estos respectivos
reinados (ver Antigüedades XI, caps, v y vii). El señor de Nehemías
reinó no menos de treinta y dos años (Neh. 13:6), y su reinado
sucedió al de Darío Histaspes (cp. Es. 6:1 y 7:1), y anterior, por lo
tanto, al de Darío Notus (Neh. 12:22). Por lo tanto, tiene que haber
sido el Longimano o Mnemón, porque ningún otro rey después de
Darío Histaspes reinó treinta y dos años, y es cierto que la misión de
Nehemías no tuvo lugar en un tiempo tan posterior como el año
vigésimo de Artajerjes Mnemón, es decir, el año 385 a.C.
Ello se ve, primero, en la naturaleza general de la historia; segundo,
debido a que esta fecha es posterior a la de Malaquías, cuya profecía
tuvo que haber sido considerablemente posterior al tiempo de Nehemías; y tercero, porque Eliasib, que era el sumo sacerdote cuando
Nehemías llegó a Jerusalén, era nieto de Josué, que había sido sumo
sacerdote en el primer año de Ciro (Neh. 3:1; 12:10; Esd. 2:2, 3:2); y
del primer año de Ciro (536 a.C.) hasta el año vigésimo de Artajerjes
Longimano (445 a.C), había noventa y un años, dejando precisamente el espacio para tres generaciones.1
Además, el capítulo 11 de Daniel, si se lee rectamente, provee de
una manera concluyente de que la era profética databa de la época de
Longimano. El segundo versículo se interpreta generalmente como si
fuera un fragmento desconectado de historia, dejando una discontinuidad de 130 años entre éste y el versículo tercero, mientras que el
capítulo es una predicción consecutiva de eventos dentro del período
de las setenta semanas. Tenía que haber todavía (es decir, después de
la promulgación de la orden de construir Jerusalén) «tres reyes en
Persia». Estos fueron Darío Notus (mencionado en Neh. 12:22),
Artajerjes Mnemón y Ochus; se pasan por alto los breves reinados de
Jerjes II, Sogdiano y Arogo, ya que fueron, como así fue en realidad,
totalmente irrelevantes, y ciertamente dos de ellos se omiten en el
Canon de Ptolomeo. «El cuarto» (y último) rey fue Darío Codomano,
cuya fabulosa riqueza -el botín acumulado durante dos siglos-; atrajo
la codicia de los griegos. Las cantidades de dinero que Alejandro
encontrara en Susa son desconocidas, pero los lingotes de plata y la
púrpura de Hermiona que consiguió de botín después de la batalla de
Arbela tenían un valor superior a £ 20.000.000.2 Así, el versículo 2
llega al cierre del Imperio Persa; el versículo 3 predice el surgimiento
de Alejandro el Magno; y el versículo 4 se refiere a la división de su
reino entre sus cuatro generales.
Según Clinton (F. H., vol. ii, p. 380) la muerte de Jerjes sucedió
en julio de 465 a.C, y la ascensión de Artajerjes tuvo lugar en febrero
de 464 a.C. Naturalmente, Artajerjes ignoró el reinado del usurpador,
que estaba intercalado, y contó su propio reinado a partir de la muerte
de su padre. Otra vez lo mismo, siendo Nehemías un funcionario de
la corte, siguió el mismo cómputo. Si hubiera contado el reinado de
su señor a partir de febrero del año 464, Quisleu y Nisán no hubieran
podido caer en el mismo año de su reinado (Neh. 1:1; 2:1).
1. Encyclopedia Británica, 9.a ed., título: «Artajerjes».
2. W. K. Loftus, «Chaldea and Susiana», p. 341. (Nótese que se refiere a £ —libras
esterlinas— del año 1895 o antes.) (N. del T.)
113
Ni tampoco podría ser esto así si hubiera seguido la práctica judía, y
lo hubiera contado desde Nisán.
El doctor Pusey señala3 aquí:
La ascensión de Artajerjes después de siete meses del asesino
Artabano caería a la mitad de 464. Porque es claro de la
secuencia de los meses en Nehemías 1, 2, y en Esdras 7:7-9,
que Quisleu caía antes en el año de su reinado que Nisán, y
Nisán que Ab. Entonces, el reinado de Artajerjes tuvo que
haber empezado entre Ab y Quisleu de 464 a.C.
Ello constituye un error cabal. Como ya se ha mencionado,
Quisleu y Nisán caían en el mismo año de reinado; y también
sucedía lo mismo con Nisán y el primer día de Ab (Esd. 7:8, 9). Pero
el 1.° de Ab de 459 a.C. (el séptimo año de Artajerjes) caía en, o
alrededor, del 16 de julio, y por ello los pasajes citados son
perfectamente consistentes con la cronología recibida, y nos sirven
simplemente para fijar la cronología con más precisión aún, y para
decidir que la muerte de Jerjes y el principio del reinado de
Artajerjes deberían ser asignados a la última parte de julio del año
465 a.C.
Aquellos que no están familiarizados en lo que los escritores acerca
de la profecía han escrito sobre este asunto, se quedarán sorprendidos
al saber que esta fecha es atacada como siendo nueve años demasiado
tardía. Todos los cronólogos concuerdan en que Jerjes empezó a
reinar en 485 a.C, y que la muerte de Artajerjes tuvo lugar en 423
a.C; y en cuanto a lo que yo conozco, ningún autor de reputación, y
sin prejuicios en el estudio de la profecía, le asigna otra fecha al
principio del reinado de Artajerjes que la de 465 a.C4 (o 464). Esta
fue la fecha según el Canon de Ptolomeo, que ha sido aceptada por
todos los historiadores, y queda con firmada por el testimonio independiente de Julio Africano que, en su Cronografía,5 describe el año
vigésimo como a] 115.° año del Imperio Persa (contado desde Ciro,
en 559 a.C.) y el cuarto año de la octogésimo tercera Olimpiada.
3. Daniel, p. 160.
4. Acerca de este punto he consultado al autor de The Five Great Monarchies, un
libro al que se hacen frecuentes referencias en estas páginas, y tengo una deuda de
gratitud por la cortesía y amabilidad del canónigo Rawlinson en la siguiente contestación: «Yo creo que se puede decir con certeza que los cronólogos concuerdan en la
actualidad en que Jerjes murió en el año 465 a.C. El Canon de Ptolomeo, Tucídides,
Diodoro y Maneto concuerdan; la única autoridad es Ctesias, que no es digno de
confianza.»
Ello nos fija el año 464 como el del año primero del rey, que fue, de
hecho, el año de su verdadera ascensión.
Fue el arzobispo Ussher el que primero suscitó una duda acerca
de este punto. Dando conferencias acerca de «Los Setentas de
Daniel»6 en el Trinity College, Dublin, en el año 1613, las dificultades asociadas con este asunto sugirieron una investigación que le
llevó, al fin, a retrasar el reinado da Longimano hasta el año 474 a.C,
que es la fecha que se da en sus Anuales Vet. Test. Esta misma fecha
fue más tarde adoptada por Vitringa, y un siglo más tarde por Krüger.
Pero Hengstenberg es considerado como el campeón de esta posición, y el tratado acerca de ello en su Christology7 no omite nada que
pudiera argüirse en su favor.
Las objeciones suscitadas frente a la cronología recibida dependen
principalmente de la afirmación de Tucídides, de que Artajerjes
estaba en el trono cuando Temístocles llegó a la corte persa; porque
se argumenta que la huida de Temístocles no hubiera podido tener
lugar en una época tan tardía como el año 464 a.C.8 Pero como señala
el doctor Pusey,9 «no han impresionado demasiado a nuestros autores
ingleses que se han dedicado a la historia griega».10 En común con
los autores alemanes, el doctor Pusey ignora completamente a Ussher
en la controversia, a pesar de que el doctor Tregelles11 le asigna
correctamente el principal puesto de erudición entre aquellos que han
abogado por la fecha más temprana. La dificultad aparente en hacer
coincidir la profecía y la cronología ha llevado al doctor Pusey,
siguiendo a Prideaux, en oposición a las Escrituras, a fijar el año
séptimo de Artajerjes como el principio de las setenta semanas,
mientras que indujo al doctor Tregelles,12 refugiándose detrás del
nombre de Ussher, a adoptar el año 455 a.C. como el año vigésimo
5.
6.
7.
8.
9.
Ante-Nicene Christian Library, vol. ix, segunda parte, p. 184
Works, vol. xv, p. 108.
Traducido por Arnold, pp. 443454.
Los argumentos de Krüger son examinados por Clinton en F. H., p. 217.
Daniel, p. 171 * nota.
10. Ver, p. ej., Mitford, ii, 226; Thirwall, ii, 428; Grote, v. 379; y de los alemanes
ver Niebuhr, Lect. Anc. Hist. (Schmitz ed.) ii, 180-181.
11. Daniel, p. 266.
12. Ibid., p. 99, nota
114
del reinado de aquel rey. El obispo Lloyd revertió a la cronología
recibida al fijar las fechas de Ussher en nuestra Biblia inglesa, al
tratar con el libro de Nehemías.
Es innecesario entrar ahora a discutir esta cuestión. Nada menos
que una reproducción de la discusión entera en favor de la nueva
cronología satisfaría a los que abogan en su favor; y para mis
propósitos actuales constituye una suficiente respuesta el que, a pesar
de que se ha traído a colación todo lo que el ingenio y la erudición
podían aportar en su apoyo, ha sido rechazada por todos los autores
seculares. La profecía incumplida es tan sólo para el creyente, pero la
profecía cumplida tiene una palabra para todos. Por ello, es
afortunado que la prueba del cumplimiento de esta profecía de las
setenta semanas no dependa de una disquisición elaborada, como la
de Hengstenberg, para alterar las cronologías recibidas.
Sólo señalaré un punto. Se presenta en favor de limitar el reinado
de Jerjes a once años, ya que no se menciona ningún evento en
relación con su reinado a partir de su año undécimo. La respuesta es
evidente: primero, que es a los historiadores griegos, escribiendo
después de su tiempo, que les debemos principalmente nuestro
conocimiento de la historia persa; y segundo, que las batallas de las
Termopilas y de Salamis bien pudieran haberle inducido, en un rey
del temperamento y carácter de Jerjes a que se entregara a una vida
de indolencia y de placeres sensuales.
Pero, además, el año duodécimo de Jerjes se menciona expresamente en el libro de Ester (3:7), y la narración demuestra que el reinado continuó hasta el mes duodécimo (judío) de su año decimotercero.13
Hengstenberg responde a ello afirmando que era costumbre de los
autores hebreos incluir en una era de un reinado los años de coregencia, allí donde ellos hubieran existido, y apela al caso de Nabucodonosor como prueba de tal costumbre.14 Si el reinado de Nabucodonosor fue de hecho contado así, este ejemplo solitario no demostraría el establecimiento de tal costumbre, pues no demostraría nada
más que el que los judíos de Jerusalén, no conociendo nada de la
política y costumbres de Babilonia, computaron en este caso el
reinado de Nabucodonosor mediante un sistema propio de ellos. Pero
creo que esta teoría acerca de Nabucodonosor es un error craso. Si
recibe el nombre de rey de Babilonia, en relación con su invasión de
Judea, ello es debido a que los escritores eran contemporáneos de él.
«Lord Beaconsfield fue Canciller del Exchequer durante la administración de Lord Derby» es una afirmación que sería correctamente
condenada como anacronismo si la efectuara un historiador futuro,
pero es precisamente el lenguaje que habría sido utilizado por un
autor contemporáneo a ellos, y familiarizado con el estadista aún
vivo. Ya he señalado en páginas anteriores (Ap. I) que los judíos
contaban el reinado de Nabucodonosor según la propia costumbre de
ellos, como datando del Nisán anterior a su ascensión. Por ello, a no
ser que se pudiera presentar un alegato totalmente nuevo en apoyo de
la teoría de la corregencia en el reinado de Jerjes, permanece el que el
libro de Ester está totalmente en contra de la fecha de Ussher y en
favor de la cronología recibida.
13. La fiesta de Purim deriva su nombre del hecho de que cuando Aman planeó
la destrucción del pueblo de Mardoqueo, echó suertes día a día a fin de hallar un
«día propicio» para la ejecución de sus maquinaciones. Se consumió así un año
entero —el año duodécimo de Jerjes (Est. 3:7), y el decreto de la matanza de los
judíos se promulgó el 13 de Nisán del año siguiente (Est. 3:12). El decreto en favor
de ellos fue promulgado dos meses después (Est. 8:9), y al rey se le menciona en
relación con la ejecución de aquel decreto en el décimo mes de aquel año (Est. 9:1,
13-17). Por ello el reinado de Jerjes continuó con toda certeza hasta el último mes
de su año decimotercero. El último capítulo de Ester, además, muestra que su
reinado no terminó con los eventos relatados en el libro, sino que su nombramiento
de Mardoqueo fue el principio de una nueva era en su carrera.
14. Chrisíology (traducción de Arnold), n.° 737.
115
NOTA B
La fecha de la Natividad
AL TRATAR de la fecha del nacimiento de nuestro Señor, se conocen
muy bien los argumentos en favor de una fecha más anterior que la
aquí propuesta para dejarlos de lado sin más. El doctor Farrar trata de
esta cuestión en su Life of Christ (Excursus I):
Uno de nuestros datos más seguros se obtiene del hecho de que
Cristo nació antes de la muerte de Herodes el Grande. La fecha de
este evento es conocida con total certeza por cuanto 1) Josefo nos
relata que él murió treinta y siete años después de haber sido
declarado rey por los romanos. Ahora bien, se sabe que fue
declarado rey por los romanos en 714 A.U.C., y por tanto, como
Josefo siempre cuenta los años desde Nisán hasta Nisán, y cuenta las
fracciones iniciales y finales de Nisán como años completos, Herodes
debe haber muerto entre Nisán de 750 A.U.C. y 751 A.U.C., es decir,
entre el año 4 a.C. y el 3 a.C. de nuestra era. 2) Josefo dice que en la
noche en que Herodes ordenó que Judas, Matías y sus cómplices
fueran quemados, había un eclipse de luna. Pero este eclipse tuvo
lugar el 12 de marzo del año 4 a.C, y Herodes murió por lo menos
siete días antes de la Pascua, la cual, si aceptamos el cómputo judío,
caía aquel año en el 12 de abril. Pero según la clara indicación de
los Evangelios, Jesús tiene que haber nacido por lo menos cuarenta
días antes de la muerte de Herodes. Es claro, por ello, que bajo ninguna circunstancia pudo la Natividad haber tenido lugar antes de
febrero del año 4 a.C
Este pasaje es una ilustración típica del valor relativo asignado a
las afirmaciones de historiadores sagrados y profanos. Basta que en
las historias de Josefo aparezca la mención incidental de un eclipse o
de la duración de un reinado para dar «certeza absoluta», ante lo que
las afirmaciones más claras y definidas de las Sagradas Escrituras
tienen que ceder terreno, a pesar de que se relacionan con asuntos de
un interés tan trascendente para los autores que, incluso si se rebajara
a los evangelistas a la categoría de meros historiadores, no habría
error posible.
Lo que sigue es una afirmación más prudente acerca de la cuestión,
por el arzobispo de York, en un artículo (Jesús Christ) aportado al
Smith's Bible Dictionary:
Herodes el Grande murió, según Josefo, en el año trigésimo séptimo de haber sido proclamado rey. Su ascensión coincide con el
consulado de Cn Domicio Calvino y de C. Asinio Pollio, y ello determina la fecha de 714 A.U.C. Hay razones para pensar que en tal
cálculo Josefo cuenta los años desde Nisán hasta el mismo mes, y
también que la muerte de Herodes tuvo lugar al principio del año
trigésimo séptimo, o justo antes de la Pascua; así, si se añaden
treinta y seis años completos a partir de su ascensión, se llega a la
muerte de Herodes en el año 750 A.U.C.
Según esto, la postura generalmente aceptada, la muerte de Herodes
tuvo lugar dentro de los primeros seis días de un año judío, y estos
días se computan como un año completo en su era de reinado. Ahora
bien, se admite que, al calcular el tiempo, los judíos incluían generalmente ambas unidades terminales de un período dado. Un ejemplo
señalado y bien conocido de ello lo proveen las mismas palabras de
nuestro Señor, cuando El declaró que yacería en la tumba muerto
durante tres días y tres noches. ¿Qué significado sacaban los judíos
de estas palabras? Veinticuatro horas después de que El fuera
enterrado fueron ellos a Pilato y le dijeron:
1. El libro del doctor Farrar ha hecho mucho para popularizar la controversia que,
hasta ahora, había interesado tan sólo a unos pocos. Así, será bueno señalar que su
rotunda afirmación con respecto a la fecha de la muerte de Herodes es dudosa (ver
Clinton, Fasti Rom., 29 d.C), y que Josefo no siempre cuenta los reinados de la
manera indicada.
116
«Nos acordamos que aquel engañador dijo, viviendo aún: Después de
tres días resucitaré. Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el
tercer día2». Si el domingo hubiera pasado sin la rotura del sello
sobre la tumba, los fariseos hubieran proclamado abiertamente su
triunfo; mientras que, según nuestra manera de calcular la
resurrección, hubiera tenido que acontecer no antes de la noche del
lunes, o el martes por la mañana.3
Así, puede asumirse que la ascensión de Herodes databa, de hecho,
del año 40 a.C, y que, por lo tanto, el 4 a.C. fue su año trigésimo
séptimo y último de su reinado. Además, es probable que muriera
poco antes de una Pascua. Lo que permanece sin resolver es el que su
muerte ocurriera al principio, o hacia el final del año judío.
Josefo relata que cuando tuvo lugar el suceso, Arquelao permaneció encerrado durante siete días, y después se presentó públicamente ante el pueblo. La primera recepción no fue desfavorable,
aunque tuvo que acceder a muchas demandas populares que se le
presentaron entonces; y después de la ceremonia él «fue y ofreció
sacrificio a Dios, y a continuación se dedicó a festejar juntamente con
sus amigos».
No obstante, pronto empezó a extenderse el descontento la insatisfacción, y nuevas exigencias empezaron a llover sobre el rey. De
nuevo accedió a éstas, aunque con menos gusto, instruyendo a su
general que reprendiera al pueblo, y a que les persuadiera a que
2. Mt. 27:63-64; cp. con 2° Cr. 10:5-12. «Volved a mí de aquí a tres días... Vino,
pues, Jeroboam con todo el pueblo a Roboam al tercer día.»
3. El que este sistema de cómputo parezca extraño o natural depende del hábito
mental de la persona. Un profesor de teología pudiera tener problemas defendiéndola en su clase, ¡pero un capellán de prisiones no tendría ninguna dificultad en
explicárselo a su congregación! Nuestro propio día civil es empezando a la
medianoche, y la ley no toma nota de una parte de día. Por ello, en una sentencia
de prisión de tres días, el término prescrito es igual a setenta y dos horas; pero
aunque el preso casi nunca llega al calabozo hasta la noche, la ley le considera
haber cumplido un día entero de prisión en el momento en que toca la medianoche,
y el carcelero le puede soltar legalmente en el momento en que se abre la prisión la
segunda mañana. De hecho, un preso encerrado por tres días casi nunca está más de
cuarenta horas en el calabozo. Este modo de computar y de hablar le era tan
familiar al judío como lo es a los habituales de nuestros tribunales.
difirieran sus peticiones hasta su retorno de Roma. Estas apelaciones
sólo incrementaron la insatisfacción prevaleciente, y tuvo lugar un
motín. El rey continuó parlamentando con los sediciosos, pero, «al
acercarse la fiesta de los panes sin levadura», cuando la capital del
estado rebosaba de judíos del país, el estado de cosas se hizo tan
alarmante que Arquelao se decidió a suprimir a los amotinados por la
fuerza de las armas. Esto fue «al acercarse la fiesta», y los judíos
consideraban que la fiesta estaba «a las puertas» sobre el octavo de
Nisán, cuando se dirigían a Jerusalén para la fiesta.4
La Pascua empezó el 14 de Nisán. Este último motín tuvo lugar
durante la semana precedente. El motín anterior tuvo lugar otra vez
antes, es decir, antes de la fecha de la llegada de judíos a la
festividad, el 8 de Nisán. Ello fue a su vez precedido por un cierto
intervalo, medido desde el día que siguió al luto de la corte por
Herodes, que había tenido una duración de siete das. Por ello, la
historia establece concluyentemente que la muerte de Herodes tuvo
lugar más de catorce días antes de la Pascua, y por ello al final y no
al principio de un año judío.
Pero ¿qué año? Su muerte tiene que haber tenido lugar después
del eclipse del 13 de marzo de 4 a.C.5 Pero el eclipse tuvo lugar solo
4. «Cuando el pueblo venía en grandes multitudes a la fiesta de los panes sin
levadura en el día octavo del mes Xanticus» (es decir, Nisán) (Josefo, Guerras, vi,
5, 3. Cp. J. 11:55; 12:1). «Y estaba cerca la pascua de los judíos; y muchos subieron de aquella región a Jerusalén antes de la pascua para purificarse... Seis días
antes de la pascua vino Jesús a Betania...»
5. No hubo ningún eclipse lunar visible desde Jerusalén entre el 13 de marzo de 4
a.C. y el del 9 de enero de 1 a.C. Muchos autores toman este último como siendo el
correspondiente al de Herodes, y asignan su muerte a este año. El del año 1 a.C. fue
un buen eclipse total, llegando la totalidad a los quince minutos de haber pasado la
medianoche, mientras que el de 4 a.C. fue tan sólo un eclipse parcial, y su mayor
magnitud no llegó sino hasta las 2 h 34 m de la madrugada. Pero aunque todas las
consideraciones de este tipo señalan que el año 1 a.C. fue la fecha de la muerte de
Herodes, el peso de la evidencia cae general-mente en favor del año 4 a.C. De
autores recientes, el año 1 a.C. es adoptado por el doctor Geikie (Life of Christ, 6.a ed.,
p. 150), y de manera notable por el difunto Bosanquet, que discurre sobre esta
cuestión en su Messiah the Prince, y de manera más concisa en un artículo leído ante la
Society of Biblical Archaeology el 6 de junio de 1871.
117
un mes antes de la Pascua de aquel año, y su muerte tuvo lugar por lo
menos catorce días antes de la Pascua; ¿podría ser que los sucesos
narrados por Josefo como habiendo ocurrido dentro del intervalo
entre el eclipse y la muerte del rey podían haber ocurrido en dos
semanas? Que el lector consulte Antigüedades y juzgue si ello es
posible. La inferencia natural de la historia es que su muerte no fue
semanas, sino meses después del eclipse y, por lo tanto, de nuevo al
final del año.
En su Guerras (ii, 7,3), Josefo asigna el destierro de Arquelao al
año noveno de su reinado; en su obra más tardía (Antigüedades, xvii,
13,3), afirma que fue en su año décimo. Y estas fechas se dan con
una decisión que impiden la idea de un error. Van relacionadas con la
narración de un sueño en el que Arquelao vio una cantidad de mazorcas de maíz (nueve en Guerras, diez en Antigüedades), devoradas por
bueyes —presagiando que los años de su reinado iban a tener un final
brusco. Ahora bien, sea que el gobernante sea cristiano, judío, o
turco, su año noveno es el año que empieza con el octavo aniversario
de su gobierno, y su año décimo empezará con su noveno aniversario; y es mera casuística pretender que haya ningún misterio o dificultad en este asunto. Es evidente que la diferencia entre ambas
afirmaciones es intencionada por parte del historiador, y que en sus
dos historias él calculó el gobierno del Etnarca a partir de dos
tiempos diferentes. Pero si Herodes murió en la primera semana del
año judío, ello sería imposible, porque la verdadera ascensión de
Arquelao sincronizaría con su ascensión según el cómputo judío.
Mientras que si su gobierno databa de finales de un año judío, el 6
d.C.6 sería de hecho su año décimo según la norma de la Mishná del
cómputo de los reinados a partir de Nisán.
En numerosos tratados acerca de este tema se hallara un argumento
basado en Juan 2:20, «En cuarenta y seis años fue edificado este
Templo». Según Josefo (se argumenta), «la reconstrucción del
Templo por parte de Herodes empezó en el año decimoctavo de su
reinado», y cuarenta y seis años a partir de aquella fecha nos llevaría
6. Este es el año citado por Dión Cassio para la expulsión del Etnarca Clinton,
Fasti H. Hellenici, 6 d.C.
a 26 d.C. como el año en que fueron pronunciadas estas palabras, y
por ello como el primer año del ministerio de nuestro Señor. Que
autores de reputación hayan escrito esto tiene que considerarse un
fenómeno literario. No solamente Josefo no dice esto que se le
atribuye sino que su narración lo desmiente. La base de la afirmación
anterior es que en su año decimoctavo o decimonoveno. Herodes
pronunció un discurso proponiendo la reconstrucción del Templo.
Pero añade el historiador que sus intenciones y promesas no lograban
la confianza del pueblo:
El rey les animó, y les dijo que no derruiría su templo hasta que todo
no estuviera listo para reconstruirlo de nuevo. Y tal como les había
prometido de antemano, así lo cumplió, preparando mil carros que
tenían que traer piedras para el edificio, y eligió diez mil de los
obreros más hábiles, y compró mil vestiduras sacerdotales para los
sacerdotes, y a algunos de ellos les enseñó el arte de tallar la piedra,
y a otros de carpintería, y entonces empezó a construir; pero ello no
fue sino hasta que todo estuvo preparado para la obra.7
El tiempo que todos estos preparativos tomaran es evidentemente
imposible de decidir, pero si, como Lewin supone, la obra empezó
durante la Pascua de 18 a.C, entonces cuarenta y seis años a partir de
entonces nos llevarían exactamente a 29 d.C. —la primera Pascua del
ministerio del Señor.
7. Josefo, Antigüedades, xv, 11, 27.
118
NOTA C
El sistema histórico continúo
de interpretación profética
Los INTÉRPRETES HISTÓRICOS de la profecía han reconocido un
principio cuya importancia es probada de manera abundante por los
notables paralelismos entre las visiones de Apocalipsis y los sucesos
de la historia de la cristiandad. Pero no contentos con ello, por un
lado han acarreado descrédito al estudio profético gracias a sus
desenfrenadas predicciones acerca del fin del mundo y, por el otro,
han reducido su principio de interpretación a un sistema, y después lo
han degradado a un hobby. Esto constituye un resultado afortunado,
de que el mal no puede dejar de curarse a sí mismo, y de que no
puede estar muy distante el tiempo en que la «interpretación continuo
histórico», en la forma y manera que sus campeones la han propuesto, será considerada como una extravagancia del pasado. Los sucesos
de la primera mitad del siglo xix produjeron tal impresión en las
mentes de los cristianos a su favor, que logró ganar una aceptación
general. Pero la gran obra del difunto Elliot ha expuesto de una
manera cabal sus debilidades. La lectura de los primeros cinco
capítulos de Horae Apocalypticce no puede dejar de impresionar al
lector con un sentido de genuinidad y de importancia del esquema del
autor, ni dejará éste de apreciar la erudición que allí se expone y la
sobriedad con que se utiliza. Pero cuando el lector pasa del comen-
tario acerca de los primeros cinco sellos al relato del sexto sello, se
tiene que sentir una fuerte reacción negativa cuya intensidad irá en
proporción directa a su comprensión de la veracidad y solemnidad de
las Sagradas Escrituras. El que lea los últimos versículos del capítulo
6 de Apocalipsis, un pasaje cuya terrible solemnidad tiene a duras
penas un paralelo en todas las Escrituras, ¡con qué sentimientos no se
sentirá al consultar el libro de Mr. Elliot, para hallar que estas palabras no son nada más que una predicción de la caída del paganismo
en el siglo iv! (ver p. 150).
Las palabras de la visión apocalíptica en relación con el gran día
de la ira divina (Ap. 6:17), constituyen el lenguaje de Isaías (13:9-10)
con respecto al «día del Señor», y, de nuevo, el de la profecía de Joel
(Jl. 2:1, 30, 31), citados por Pedro en el día de Pentecostés (Hch.
2:16-20). Y tampoco esto es todo. El capítulo 24 de Mateo constituye
un comentario divino acerca de las visiones del capítulo 6 de Apocalipsis, y cada uno de los sellos tiene su contrapartida en las predicciones del Señor de eventos que preceden a Su segunda venida,
finalizando con la mención de estas mismas terribles convulsiones de
la naturaleza aquí descritas. Por lo tanto, incluso si la mente está
«educada» hasta el punto de aceptar una interpretación así del sexto
sello, estas otras Escrituras permanecen sin explicación.
Muchos otros puntos del esquema de Elliott podrían considerarse
como igualmente erróneos. Tomemos, por ejemplo, el elaborado
ensayo sobre el tema de los dos testigos, culminando en el asombroso
anticlímax de que su ascensión al cielo (Ap. 11:12) fue cumplido
cuando los protestantes obtuvieron «un avance a la dignidad política
y al poder» (Horae Apocalíptico, ii, 410). Aún más desenfrenada y
absurda es su exposición de Apocalipsis 12:5:
Parece claro —afirma él— que fuera la que fuera la esperanza de la
mujer en sus dolores, la consumación menor fue la que queda prefigurada por el nacimiento y la asunción del hijo varón, es decir, la
elevación de los cristianos, primero a su reconocimiento como
cuerpo político, y después muy rápidamente a la supremacía del
trono en el Imperio Romano (vol. III, 12).
119
La referencia a Wilberforce en relación con Apocalipsis 15 es casi
grotesca (vol. iii, 430). Y al final, a la deriva, se estrella contra la
roca contra la que cualquiera que siga este falso sistema tiene siempre que naufragar —la cronología de la profecía: demostrando por
evidencia acumulada que el año 1865 introduciría el milenio, y si no
1865, entonces el 1877, o el 1882 (vol. iii, 256-266).
«Un comentario apocalíptico que lo explica todo se condena a sí
mismo como erróneo». Esta sentencia del deán Alford (Greek
Testament: Ap. 11:2) se puede aplicar en toda su fuerza al libro de
Elliot. Manteniendo, como lo hace él, que estas visiones han recibido
su cumplimiento final y absoluto, está comprometido «a explicarlo
todo»; y como resultado estas elucubraciones estropean una obra que,
si fuera reescrita por algún estudioso inteligente en profecía, sería de
la mayor utilidad. En días como éste, cuando hemos de luchar por las
mismísimas palabras de las Escrituras, no nos podemos permitir el
tratarlas como si fueran una puerilidad inofensiva. Ello ha dado un
ímpetu al escepticismo de este siglo, y ha animado a personas cristianas a tratar las advertencias más solemnes de la ira que ha de venir
como si fueran meros truenos de escenario.
El manto de Elliot parece ahora haber descendido sobre el autor
del Approaching End of the Age. El tratado de Grattan Guinness
acerca de ciclos lunisolares y epactas será considerado por muchos
como la parte más interesante y valiosa de su libro. El estudio de este
libro me confirmó aún más la impresión que he tenido durante mucho
tiempo, de que en cierta manera mística de interpretar los períodos
proféticos de Daniel, se halla escondida la cronología de la supremacía gentil y de la dispensación cristiana. No obstante, el profesor
Birks señala de una manera muy acertada que es «muy dudoso que la
especialidad en la que Guinness funda esta parte de su teoría no sea
debida a una selección parcial hecha inconscientemente de algunos
números epactas entresacados entre muchos, y que las especiales
relaciones de las epactas a los números 6, 7, 8, 13, probablemente
desaparecerían bajo un examen que abarcase todos los números
epactas» (Thoughts on Sacred Prophecy, p. 64).
Se podría también observar que con la amplitud obtenida al
calcular en ocasiones con años lunares, algunas veces en años
lunisolares, y otras veces en años ordinarios julianos, la lista de coincidencias cronológicas aparentes y de paralelismos podría también
aumentar. El período desde el Concilio de Nicea (325 d.C.) hasta la
muerte de Gregorio XIII (1585) fue de 1.260 años. Desde el edicto de
Justiniano (533) hasta la revolución francesa hubo 1.260 años; y otra
vez, desde 606 d.C, cuando el Emperador Focas le confirió el título
de Papa a Bonifacio III, hasta el hundimiento del poder temporal del
papado (1866-1870) hubo también 1.260 años. Si estos hechos
prueban algo, prueban, no que los períodos mencionados sean el
cumplimiento de las visiones de Daniel, porque las visiones de
Daniel se relacionan con la historia de Judá, sino que las cronologías
de estos eventos van marcadas por ciclos compuestos de múltiplos de
setenta. Por lo tanto, refuerzan mucho la presunción a priori de que
hay una característica general de «los tiempos y las sazones», tal
como están planeadas divinamente, y que las visiones se cumplirán
literalmente, a su debido tiempo. En una palabra, estas pruebas
demuestran demasiado para la causa que se pretende que ellas
demuestran.
Ya he señalado la transparente falacia de suponer que la Bestia de
diez cuernos y la Babilonia de Apocalipsis pueden ser tipo a la vez de
Roma (p. 148). En el Approaching End of the Age se acepta esta
falacia por lo que parece sin la más mínima sospecha o malestar,
porque el autor ni adopta ni mejora el placentero romance por medio
del cual Elliot intenta esconder lo insostenible de tal posición.
Ya que la Ramera va a su condenación mediante la agencia de la
Bestia, es absolutamente cierto que no son idénticas; y cada prueba
que estos autores presentan para establecer que la Iglesia de Roma es
Babilonia, sirve también para probar que el papado no es la Bestia, el
Hombre de Pecado. Todo este sistema es como un castillo de naipes
que cae derrumbado en el momento de la prueba. Ya que este tipo de
libros es leído por muchas personas que no están versadas en historia,
será adecuado repetir de nuevo que la división de la tierra romana en
diez reinos aún no ha tenido nunca su cumplimiento.
Que ha sido dividida es un asunto claro de historia y de hecho: que
haya sido dividida en diez es una mera pretensión de los autores de
120
esta escuela.1 Acerca de Daniel 9:24-27 escribe Guinness: «Desde la
orden, que ya se estaba aproximando, de restaurar y construir Jerusalén de nuevo, hasta la venida de Mesías Príncipe, tenía que haber
setenta semanas» p. 417). Este es un ejemplo típico de la dejadez con
que la escuela histórica trata las Escrituras. Las palabras de la
profecía son «desde la salida de la orden para restaurar y edificar a
Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y
dos semanas»2 Y como este error corre subyacente a toda su exposición de la profecía que forma el objeto especial de estas páginas, es
innecesario discutirlo. El sigue a Prideaux en su cómputo de las
semanas desde el año séptimo de Artajerjes (ver p. 96).
De nuevo, y en común con casi todos los comentaristas él confunde los setenta años de la servidumbre de Judá con los setenta años de
las desolaciones de Jerusalén. La profecía que él cita de Jeremías (p.
414) fue dada en el cuarto año de Joacim, mientras que la servidumbre empezó en el año tercero; y predecía un juicio que se cumplió
diecisiete años más tarde (ver p. 223). Podría parecer una falta de
benignidad señalar inexactitudes menores, como la de confundir a
Belsasar con Nabónido, el último rey de Babilonia (ver p. 212).
Un libro así es útil en tanto que trata positivamente con el cumplimiento histórico como un cumplimiento primario y parcial de las
profecías; y como una acusación plena y sin temor de la Iglesia de
Roma es extremadamente valiosa.
Pero por su negación dogmática de un cumplimiento literal, y por su
ciega y determinada obstinación en establecer, sin importar con qué
perjuicio para las Escrituras, que Apocalipsis ha sido «CUMPLIDO
con los eventos de la era cristiana», tal obra no puede dejar de ser
dañina y peligrosa.
Lo que realmente está aquí en juego es el carácter y el valor de la
Biblia. Si la posición de estos autores fuera correcta, el lenguaje de
las Sagradas Escrituras en pasajes tales como el capítulo 6 de
Apocalipsis sería de una ampulosidad extrema.
Y si una imaginación desenfrenada fuera la característica de una
porción de las Escrituras, ¿qué confianza podríamos poner en las
otras partes? Si el gran día de la ira divina, descrita en términos de
una solemnidad nunca sobrepasada, no fueran otra cosa que una
breve crisis en la historia de una campaña de ya tiempo ha, las
palabras que nos hablan del gozo de los bienaventurados y de la
condenación de los no arrepentidos podrían ser a fin de cuentas una
mera hipérbola, y la fe cristiana una mera credulidad.
1. Ver la página 79. La lista de Elliot de los diez reinos es la siguiente: Los
anglosajones, francos, alemanes, borgoñones, visigodos, suevos, vándalos,
ostrogodos, bávaros y lombardos. Si alguien lee el capítulo 7 de Daniel y el 13 de
Apocalipsis y puede aceptar esta interpretación, no hay en realidad ningún terreno
común sobre el que discutir el asunto.
2. Niego la idea de que mi objeto sea el de examinar este o aquel otro libro. Si tal
fuera mi intención podría señalar muchos errores similares. Como ejemplo, en Pt.
III, cap. 1, el autor enumera cinco puntos de identidad entre la ramera y la iglesia
de Roma, y de estos cinco los dos últimos son errores crasos: «El ministro de la
ramera hace bajar fuego del cielo», y «la ramera hace que todos reciban su marca»
(cp. Ap. 13:13, 16).
121
NOTA D
Los diez reinos
«LA PROFECÍA no nos es dada para hacernos profetizar», y nadie que
haya efectuado este estudio de una manera digna dejará de sentir
inquietud al aventurarse por el tentador terreno de predecir «eventos
del porvenir». Por medio de una paciente contemplación podemos
discernir de una manera clara las líneas maestras del terreno del
futuro; pero «hasta que el día amanezca», nuestra visión de las
distancias y de los detalles puede ser inadecuada, si no totalmente
falsa. Los grandes hechos acerca del futuro, tan llanamente revelados
en las Escrituras, han sido tocados en las páginas precedentes. Para lo
que sigue aquí no se pide ninguna deferencia excepto la que se pueda
acordar a una «opinión piadosa» basada en una búsqueda intensa y
cuidadosa.
Después de la restauración de los judíos, la característica más
prominente del futuro, según las Escrituras, la constituye la división
en diez partes de la tierra romana. El énfasis y la llaneza con que se
mencionan los diez reinos, no sólo en Daniel, sino también en
Apocalipsis, prohíbe que interpretemos tales palabras como simplemente describiendo una división de poderes tal como la que ha
existido siempre desde la fragmentación del Imperio Romano,
aunque ésta es indudablemente una característica de la profecía.
Babilonia, Persia, Grecia y Roma buscaron, cada una en su tiempo,
conseguir el dominio universal. Que fuera a existir una confederación
de naciones viviendo en buena vecindad era una concepción que nada
en la historia del mundo la hubiera sugerido.
La principal clave que las Escrituras nos proveen acerca de este
tema es la relación entre estos reinos y el Imperio Romano.1 Pero
probablemente se debe conceder una cierta amplitud por lo que respecta a fronteras, pues si no deberíamos tener que elegir entre dos
alternativas igualmente improbables, las cuales son o que nuestra
propia nación habrá caído al nivel de provincia, sin ni siquiera
Irlanda bajo su dominio,2 o que Inglaterra, que tiene que estar entre
los diez reinos, incluirá el vasto imperio del que esta isla es el corazón y centro. ¿No podemos acaso acariciar la esperanza de que Inglaterra, por mucho que caiga de la elevada posición que, con todos sus
fallos, ha mantenido como la campeona de la libertad y la verdad, sea
salvada de la degradación de participar en la vil confederación de los
últimos días?
Estas consideraciones, por lo que respecta a fronteras, se aplican
también a Alemania, aunque en menor grado; y Rusia queda desde
luego fuera de esta cuenta. La importancia e interés especiales de
estas conclusiones dependen del hecho de que el Anticristo debe ser
al principio un protector y patrón de la apostasía religiosa de la
cristiandad (ver página 94), y que Inglaterra, Alemania y Rusia son
precisamente las tres potencias principales que se hallan fuera del
campo de Roma.
Pero no hay duda alguna de que Egipto, Turquía y Grecia estarán
entre las diez naciones;3 y ¿es probable que estas naciones acepten
alguna vez el liderazgo de un hombre que va a aparecer como campeón y patrón de la Iglesia latina? Una solución notable a esta dificultad se hallará probablemente en la definida predicción de que
mientras que los diez reinos reconocerán al final su soberanía, tres de
ellos serán sometidos por la fuerza de las armas (Dn. 7:24.
1. «Los diez cuernos de su reino» (cp. Dn. 7:24).
2. Irlanda estaba completamente fuera de los límites del Imperio Romano, y Escocia
lo estaba en parte.
3. En Dn. 11:40, Egipto y Turquía (o la potencia que posea entonces el Asia Menor)
quedan mencionados expresamente por sus títulos proféticos como reinos separados en
este mismo tiempo.
122
Volviendo de nuevo a Occidente, los nombres de Francia, Austria,
Italia y España vienen solos; y así tenemos diez países ya señalados.
¿Se podrá completar la lista? Quedan Bélgica, Suiza y Portugal, y
éstos también demandarían un puesto si estuviéramos tratando de la
Europa de hoy; pero como estamos tratando del futuro, parece fútil
tratar de llevar el asunto más lejos. Se ha argüido confiadamente, por
parte de algunos, que así como los diez reinos estaban simbolizados
por los diez dedos de los pies de la estatua de Nabucodonosor —
cinco en cada pie—, cinco de estos reinos tienen que surgir en el
Este, y cinco en el Oeste. Este argumento es plausible, y posiblemente cierto; pero su fuerza principal depende de olvidar que desde el
punto de vista del profeta el Levante, y no el Adriático, Jerusalén y
no Roma, es el centro del mundo.
Al esquema aquí indicado se puede suscitar de una manera natural
la objeción siguiente: ¿Es posible que las naciones más poderosas del
mundo, Inglaterra, Alemania y Rusia, no vayan a tener parte en el
drama de los últimos días? Pero se debe recordar, primero, que la
importancia relativa de las grandes potencias puede ser diferente en
el tiempo que esto tenga que ser cumplido, y segundo, que las dificultades de este tipo pueden depender enteramente del silencio de las
Escrituras o, en otras palabras, de nuestra ignorancia. Pero me siento
obligado a señalar que las dudas que se han suscitado en mi mente
acerca de la rectitud de las interpretaciones recibidas del capítulo 7
de Daniel señalan a una solución más satisfactoria de las dificultades
en cuestión.
Al especificar la visión del segundo capítulo los cuatro imperios
que habían de gobernar sucesivamente el mundo, y como el capítulo
7 enumera también cuatro «reinos», e identifica de una manera
expresa al cuarto de ellos con el cuarto reino de la visión anterior,
parece legítima la inferencia de que el alcance de ambas visiones es
el mismo en todo su curso. Y esta conclusión es por lo que parece
confirmada por algunos de los detalles dados de los reinos tipificados
por el león, el oso y el leopardo. Ciertamente, tan fuerte es el alegato,
a primera vista, en apoyo de esta postura, que no me he sentido con la
libertad de apartarme de ella en las páginas anteriores. Igualmente,
me siento obligado a reconocer que el caso tampoco es tan firme
como parece serlo, y que surgen graves dificultades en relación con
él; y las siguientes observaciones se presentan de una manera
provisional a fin de promover la investigación del asunto:
1.- Daniel 2 y 7 están en la porción caldea del libro, y, por lo
tanto, van unidos entre sí y separados de lo que sigue. Ello fortalece
la presunción, que se presentaría en todo caso, de que la postrera
visión no es una repetición de la primera. La repetición es muy rara
en las Escrituras. .
2.- La fecha de la visión del capítulo 7 es del primer año de
Belsasar, y por ello solamente unos dos o tres años antes de la caída
del Imperio Babilónico.4 ¿Cómo, entonces, se podría tomar el
surgimiento del Imperio Babilónico como asunto de profecía? El
versículo 17 muestra llanamente que el surgimiento de todos estos
reinos era todavía futuro.
3.- En la historia de Babilonia no hay nada que se corresponda con
el curso predicho de la primera Bestia, porque difícilmente sería
legítimo suponer que esta visión era una profecía del curso de
Nabucodonosor, cuya muerte había tenido lugar unos veinte años
antes de que se diera la visión. Además, la transición del león con
alas de águila a la condición humana, aunque pueda corresponderse
con un declive de poderío, tipifica llanamente una señalada
elevación, tanto moral como intelectualmente.
4.- Tampoco hay nada en la historia de Persia que responda a la
Bestia parecida a un oso con la precisión y la plenitud que demanda
la profecía. El lenguaje de la versión inglesa sugiere una referencia a
Persia y a Media (y la castellana también —N. del T.—) pero la
verdadera traducción parece ser: «Se hizo para ella un dominio»,5 en
lugar de «se alzaba de un costado más que de otro».
4. Ver tabla cronológica, apéndice I, pp. 225-230.
5. Tregelles, Daniel, p. 34.
123
5.- Mientras que el simbolismo del versículo 6 parece a primera
vista señalar definidamente al Imperio Griego, se verá, al examinarlo
de cerca, que es a su llegada que el leopardo tiene cuatro alas y
cuatro cabezas. Esta era su condición primaria y normal, y fue en esta
condición que «le fue dado poder». Ciertamente, esto es bien
diferente de lo que hallamos en lo que se describe en Daniel 8:8, y lo
que realizó el curso del Imperio de Alejandro, es decir, el surgimiento de un solo poder, que en su decadencia continuó existiendo en un
estado dividido.
6.- Cada uno de los tres diferentes imperios del capítulo 2
(Babilonia, Persia y Grecia) fue a su vez destruido y asimilado por su
sucesor; pero los reinos del capítulo 7 continuaron todos juntos hasta
el final (Dn. 7:12). El versículo 3 parece implicar que las cuatro
Bestias surgieron juntas, y en todo caso no hay nada aquí que sugiera
una serie de imperios, cada uno destruyendo a su predecesor, aunque
el simbolismo de la visión estaba (en contraste con el del capítulo 2)
admirablemente adaptado para haber representado esto. Comparar el
lenguaje de la siguiente visión (Dn. 8:3-6).
7.- Mientras que la cuarta Bestia es indiscutiblemente Roma, el
lenguaje de los versículos 7 y 23 no nos deja ninguna duda de que es
el Imperio Romano en su fase futura reavivada. Sin endosar la postura de Maitland, Brawne, etc., se tiene que reconocer que no había
nada en la historia de la Roma antigua que se correspondiera con la
principal característica de esta Bestia, a no ser que se interprete el
simbolismo utilizado de una manera muy laxa. «Devorar toda la
tierra», «pisotearla y triturarla», sería una descripción justa de otros
imperios, pero la Antigua Roma era precisamente el poder que
añadió el gobierno a la conquista, y que en lugar de pisotear y de
triturar a las naciones que subyugaba, buscó más bien el amoldarlas a
su propia civilización y política.
Todo esto —y más se podría añadir—6 sugiere que toda la visión
del capítulo 7 pueda tener referencia al futuro.
Hemos visto ya que el poder soberano tiene que ser detentado por
una confederación de naciones que al final tomarán como caudillo a
un gran Káiser, y que varios de los que ahora son grandes potencias
van a estar fuera de esta confederación: Por ello, es improbable en
grado sumo que se obtenga una supremacía tal, excepto después de
una tremenda lucha. En este momento la política internacional se
centra en la Cuestión Oriental, que es, a pesar de todo, meramente
una cuestión del equilibrio de poderes en el Mediterráneo («el Gran
Mar») como la escena del conflicto entre las cuatro Bestias. ¿No será
que la porción inicial de esta visión se refiera a una gigantesca lucha
que algún día habrá de venir por la supremacía en el Mediterráneo,
que indudablemente conllevará la supremacía mundial? El león
podría quizás tipificar a Inglaterra, cuyo inmenso poderío naval
podría quedar tipificado por las alas de águila. El desprendimiento de
sus alas podría representar la pérdida de su posición como señora de
los mares. Y si tal fuera el resultado de la inminente lucha, estaríamos ansiosos por creer que su curso posterior quedará marcado por
una preeminencia moral y mental: la Bestia, leemos, «fue levantada
del suelo, y se puso erguida sobre sus patas a manera de hombre, y
le fue dado un corazón de hombre».
Si el león británico tuviera un puesto en la visión, no podría omitirse
el oso moscovita; y se puede afirmar con certeza que el oso profético
puede representar a la Rusia de hoy tan bien como a la Persia de Ciro
y de Darío. La claridad del simbolismo utilizado con respecto al
leopardo (o pantera) de la visión hace más difícil referir esta parte de
la profecía a Alemania o a cualquier otra nación en particular. Sería
fácil montarse un alegato ad captandum en apoyo de cada postura
así, pero será suficiente observar que, si la profecía está aún sin
cumplir, su significado será irrebatible cuando llegue su tiempo.
6. Las Bestias de Dn: 7 son las que se nombran en Ap. 13:2, para representar al
Anticristo. Aunque esto admite la explicación dada en la p. 199, se podría utilizar
también como un fuerte argumento en favor de la posición arriba expuesta.
124
125
APÉNDICE III
Una mirada retrospectiva
y una réplica
«MIRAD QUE NADIE OS engañe.» Tales fueron las primeras palabras
de la contestación de nuestro Señor a la pregunta: «¿Cuál será la
señal de tu venida y del final de esta época?» Y la admonición es
necesaria todavía hoy. «No os toca a vosotros conocer los tiempos o
las sazones que el Padre puso en Su sola potestad»,1 fue casi su
última declaración sobre la tierra, antes de que fuera tomado arriba.
Y si este conocimiento fue negado a Sus santos apóstoles y profetas,
podemos estar seguros de que no nos ha sido revelado en la
actualidad. Tampoco puede un secreto, que como el Señor declaró,
«el Padre puso en Su sola potestad», descubrirse mediante
investigación astronómica o los vuelos de las altas matemáticas.
Pero por otra parte, ningún cristiano reflexivo puede ignorar los
portentos y señales que marcan los días en que vivimos. Poco pensaba yo, al escribir el capítulo introductorio de este libro, que el
adelanto de la incredulidad tomaría unos pasos tan agigantados. En
los pocos años que han transcurrido desde entonces, el crecimiento
del escepticismo dentro de las iglesias ha excedido incluso a la
predicción más pesimista. Y codo a codo con esto, también, el crecimiento del espiritismo y de la adoración de demonios ha sido asombrosa. Sus partidarios se cuentan por decenas de miles; y en América
ha llegado ya a ser sistematizada como una religión, con un credo y
culto reconocidos.
1. Hch. 1:7.
Pero estas oscuras características de nuestros tiempos, notables y
solemnes como son, no son las más significativas. Mientras que la
apostasía de los últimos días, de la que hemos sido advertidos, parece
así acercarse, nos alegramos por los señalados triunfos de la Cruz. No
es tan sólo en nuestra patria y en el extranjero que se está predicando
el Evangelio por tales multitudes y con una libertad nunca conocida
antes, sino que, de una manera sin precedentes desde los días de los
apóstoles, los judíos están viniendo a la fe de Cristo. Se conoce poco
el hecho de que durante los últimos años más de un cuarto de millón
de ejemplares del Nuevo Testamento en hebreo han sido distribuidas
entre los judíos en Europa Oriental, y el resultado ha sido la conversión al cristianismo, no por uno y dos, como en el pasado, sino en
grandes y crecientes números. Comunidades enteras en algunos lugares han aceptado, mediante la lectura de la Palabra de Dios, al despreciado Nazareno como al verdadero Mesías. Esto es algo sin paralelo
desde los tiempos de Pentecostés.
Nuevamente, el retorno de los judíos a Palestina es uno de los
hechos más extraños de nuestros días. A duras penas hay un solo país
en el mundo que no pueda ofrecer más ventajas al emigrante, sea
agricultor o comerciante; y a pesar de ello, desde que se escribió El
Príncipe que ha de Venir, más judíos han emigrado a la tierra de sus
padres que los que retornaron con Esdras cuando el decreto de Ciro
concluyó con la servidumbre. Pero ayer la profecía de que Jerusalén
sería habitada «sin muros» parecía pertenecer a un futuro bien remoto. Las casas fuera de las puertas eran pocas en número, y nadie se
atrevía a ir afuera después de caer la noche. Ahora, la existencia de
una ciudad judía grande y creciente afuera de las murallas es un
hecho de conocimiento de cualquier turista, y año tras año la emigración y la construcción continúan.
Si me atrevo a tocar la política internacional de Europa, será de
manera breve, y en relación con la gran profecía del capítulo 7 de
Daniel. He dado de una manera detallada mis razones para sugerir
que la interpretación «histórica» de aquella visión no agota su
significado, y reconozco una convicción más profunda cada día de
que cada parte de ella espera su cumplimiento. Allí, como en otras
partes de las Escrituras, «el Mar Grande» tiene que significar el
126
Mediterráneo; y parece que una terrible lucha por la supremacía en
Levante es el tema de la parte primera de esta visión. La cercanía de
esta lucha se está discutiendo ahora ansiosamente en cada capital de
Europa, y en ningún sitio con más ansiedad que en nuestra patria (se
refiere, claro, a Inglaterra -N. del T-). Ciertamente, que nunca, desde
los tiempos de Pitt, ha habido tanta causa de ansiedad racional; y la
cuestión del equilibrio de poderes en el Mediterráneo ha conseguido
recientemente una importancia y un interés mayor y más agudo que
el que nunca se le había asignado.
No voy a tratar de tópicos de un carácter más dudoso, sino que me
mantendré en estos; tampoco intentaré, con adornos de palabras,
exagerar su significado. Pero aquí estamos, cara a cara, con grandes
hechos públicos, Por una parte, hay la gran expansión de incredulidad
y de adoración de demonios, que está preparando el camino a la gran
apostasía incrédula de inspiración satánica de los últimos días; y, por
otra parte, hay estos movimientos espirituales y nacionales entre los
judíos, completamente sin precedentes durante todos los dieciocho
siglos que han transcurrido desde su dispersión. Y, finalmente, los
gobiernos de Europa están vigilando atentamente el principio de una
lucha como la que la profecía nos advierte que introducirá el surgimiento del último gran monarca de la cristiandad. ¿Se ha de ignorar
todo esto? ¿No hay aquí la suficiente base sobre la cual basar, no diré
yo la creencia, pero sí la intensa esperanza, de que el final puede
estar ya aproximándose? Si su cercanía se puede presentar como una
esperanza, me animo y gozo en ello; si se presenta como un dogma, o
como un artículo de fe, lo repudio y condeno totalmente.
Al considerar estas cosas será oportuno dar una palabra de advertencia. Esos eventos no son, en sí mismos, el cumplimiento de las
profecías, sino meramente indicaciones sobre las que basar la esperanza de que el tiempo de su cumplimiento se está acercando.
Cualquiera que hubiera escudriñado en sus Biblias entre los extraños,
inquietantes, y solemnes eventos de hace un siglo tiene que haber
concluido que la crisis estaba ya a las puertas; y bien podría ser que
la marea que ahora parece avanzar tan rápida pueda de nuevo
retroceder, y que generaciones de cristianos aún no nacidas puedan
tomar su turno en la espera y la vigilancia sobre la tierra. ¿Quién se
atreverá a imponer un límite a la paciencia de Dios? Y esta es Su
propia explicación de su «tardanza» aparente.3
Además, necesitamos ser advertidos en contra del error en el que
cayeron los cristianos Tesalonicenses. Su conversión fue descrita
como un volverse de los ídolos al Dios verdadero, y «esperar de los
cielos a Su Hijo». Y la venida del Señor les fue presentada a ellos
como una esperanza práctica y presente, para consolarles y alegrarles
en tanto que hacían duelo por sus muertos.4 Pero cuando el apóstol
pasó a hablar de «los tiempos y sazones» y del «día de Jehová»,5 no
comprendieron bien la enseñanza; y suponiendo que la venida del
Señor estaba directamente relacionada con el día de Jehová, llegaron
a la conclusión de que aquel día estaba empezando. En ambos puntos
estaban totalmente equivocados. En la segunda epístola el Apóstol les
escribió:
Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y
nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis
mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os alarméis, ni por
espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra (refiriéndose naturalmente a su Primera Epístola), en el sentido de que el día
del Señor ha llegado.6
«Los tiempos y las sazones» están relacionadas con la esperanza de
Israel y los eventos que precederán a su cumplimiento.7 La esperanza
de la Iglesia es totalmente independiente de ellos. Y si a los cristianos
de los primeros días se les enseñó a vivir «aguardando la esperanza
bienaventurada», ¡cuánto más nosotros! Ni una sola línea de profecía
tiene que cumplirse; ni un solo suceso necesariamente ha de interponerse. Y cualquier sistema de interpretación que choca con esto, y así
3. 2.a P. 3:9.
4. 1." Ts. 1:9, 1.0; 4:13-18.
5. 1.a Ts. 5:1-3.
6. 2.a Ts. 2:1, 2.
7. Hch. 1:6, 7.
127
falsea el testimonio de los Apóstoles de nuestro Señor queda por ello
mismo condenado.8
Así, tengamos la precaución de no caer en el error común de exagerar la importancia de los movimientos y eventos contemporáneos,
por grandes y solemnes que ellos sean; y que el cristiano tenga precaución, no sea que la contemplación de estas cosas le lleve a olvidar
su ciudadanía celestial y su esperanza celestial. El cumplimiento de
su esperanza dará vía libre al desarrollo del gran drama de la historia
de la tierra tal como lo ha predicho la profecía.
Si se puede perdonar la digresión, será importante ampliar esto, y
explicar lo que quiero decir de una manera más amplia. El hecho de
que Israel será restaurado al puesto de privilegio y de bendición sobre
la tierra no es asunto de opiniones, sino de fe; y nadie que acepte las
Escrituras como de parte de Dios puede poner esto en tela de juicio.
En este punto el lenguaje de los profetas hebreos es desacostumbradamente explícito. Aún más enfático, debido a la ocasión en que fue
dado, es el testimonio de la Epístola a los Romanos. La misma posición de esta Epístola en el sagrado Canon subraya el hecho de que los
judíos habían sido dejados de lado. El Nuevo Testamento abre sus
páginas registrando el nacimiento de Aquel que era Hijo de Abraham
e Hijo de David,9 la simiente a quien fueron hechas las promesas y el
legítimo Heredero del cetro una vez confiado a Judá; y los Evangelios registran Su muerte en manos del pueblo favorecido.
Siguiendo a los Evangelios viene la renovada oferta de misericordia
a aquel pueblo, y su rechazo de ella. «Al judío primeramente» está
grabado en cada página de los Hechos de los Apóstoles; y ello caracterizó la dispensación pentecostal de transición de la que trata este
libro. La Iglesia Pentecostal era esencialmente judía. No solamente
estaban los gentiles en minoría, sino que la posición de ellos era de
un tutelado relativo, como da prueba de ello el relato del Concilio de
8. Ver 1a Co. 1.1:26. «Porque todas las veces que comáis este pan, y bebáis de
esta copa, la muerte del Señor estáis proclamando hasta que El venga.» Ningún
pasado excepto la Cruz; ningún futuro excepto la Venida. Separar al creyente de la
venida es un ultraje tan grande sobre el cristianismo como separarlo de la Cruz.
9. Mt. 1:1.
Jerusalén.10 Incluso el Apóstol de los gentiles, en todo el curso de su
ministerio, llevó el Evangelio primero a los judíos. «Era necesario
que la palabra de Dios os fuera anunciada primero a vosotros», les
dijo a ellos en Antíoquía.11 «Sabed, pues, que a los gentiles ha sido
enviada esta salvación de Dios; y ellos oirán», fue su testimonio
final a ellos en Roma cuando rechazaron su testimonio y «se
fueron».12
Y el siguiente libro en el Canon es dirigido a creyentes gentiles.
Pero en esta misma epístola se advierte a los gentiles que «Dios no
ha rechazado a Su pueblo». Por su incredulidad las ramas fueron
desgajadas, pero la raíz permanece, y «Dios es poderoso para
volverlos a injertar». «Y así todo Israel será salvo, como está
escrito: Vendrá de Sión el Libertador, que apartará de Jacob la
impiedad».13 En aquel día el juicio se mezclará con la misericordia,
porque Aquel que «Su bieldo estará en Su mano» limpiará entonces
con esmero su era, y recogerá el trigo en su granero, pero quemará la
paja con fuego inextinguible. El verdadero remanente del pueblo del
pacto vendrá a ser el «todo Israel» de los días de bendición futura.
Aquel remanente estaba tipificado por los «hombres de Galilea»
que estaban alrededor de El en el monte de los Olivos mientras que
«fue alzado, y le tomó sobre sí una nube que le ocultó de sus ojos». Y
mientras que forzaban la vista hacia el cielo contemplándole, dos
ángeles mensajeros se les aparecieron para renovar la promesa que
Dios les había dado hacía siglos por medio de Zacarías el profeta:
«Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, vendrá
así, tal como le habéis visto ir al cielo»; 14
10.
11.
12.
13.
Hch. 15. Ver también 11:19.
Hch. 13:46; cp. 17:2, 18:4.
Hch. 18:29.
Ro. 11; ver vv. 1, 2, 11, 12, 15-26. Nótese que «todo Israel» no significa todo
israelita, porque en griego no hay la ambigüedad que hay en inglés (o en castellano); y las aparentes contradicciones en este capítulo quedan explicadas por el hecho
de que el «desechar» de los vv. 1, 2, es una palabra completamente distinta de la
«exclusión» en el v. 15 (en inglés se utiliza una misma palabra, «cast away»). (N.
del T.) Así como la «caída» del v. 11 es otra palabra distinta de la caída en el v. 12.
14. Hch. 1:1-19.
128
«y se posarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que
está enfrente de Jerusalén al oriente».15
Un vistazo a la profecía mostrará como el evento del que se habla
aquí es totalmente distinto del advenimiento mencionado en la
Primera Epístola a los Tesalonicenses. Ciertamente, es el mismo
Señor Jesús el que vuelve a por Su Iglesia de esta dispensación, y que
vendrá a por Su pueblo terreno reunido en Jerusalén en una dispensación futura; pero por otra parte estas «venidas» no tienen nada más en
común. La manifestación última -Su retorno al monte de los Olivoses un evento tan definidamente localizado como lo fue su ascensión
desde aquel mismo monte de los Olivos; y su propósito declarado es
traer liberación a Su pueblo en la tierra en la hora de su peligro supremo. La venida anterior no tendrá relación con ninguna localidad. A
todo lo largo y ancho del mundo, en cualquier parte en que Sus
muertos hayan sido puestos a dormir, la «trompeta de Dios» les
volverá a llamar a la vida, en «cuerpos espirituales» como el Suyo
propio; y allí donde se hallen «santos» vivientes, ellos serán
«transformados, en un instante, en un abrir y cerrar de ojos», y
todos seremos arrebatados juntos a encontrarnos con El en el aire.
Mientras que el escéptico profano ridiculiza todo esto, y el escéptico
religioso lo ignora, el creyente recuerda que es así como su Señor fue
arrebatado al cielo; y mientras que considera la promesa, su maravilla
le lleva a la adoración, no a la incredulidad.
Y este evento, que es la esperanza propia de la Iglesia, es tan
independiente de la cronología, como lo es de la geografía, de esta
tierra. Es con respecto al cumplimiento de las promesas a Israel que
tienen que ver los «tiempos y las sazones», y las señales y portentos
que le pertenecen. La manifestación pública del Señor al mundo es
otro evento distinto de los dos. Nuestro Jehová Dios vendrá con todos
Sus santos;16 el Señor Jesús será revelado en llama de fuego, para
dar el pago.17
15. Zac. 14:4.
16. Zac. 14:5.
17. 2.a Ts. 1:7, 8. «Los ángeles de Su poder» de la profecía son, creo yo, «los
santos» de Zac. 14:5.
El intervalo de tiempo que vaya a separar las etapas sucesivas de «la
Segunda Venida» no podemos saberlo. Es un secreto que no nos ha
sido revelado. Todo lo que a nosotros nos toca es, «trazando
rectamente la palabra de verdad», señalar que ellas son distintas en
todos los aspectos.18
La expresión «Segunda Venida» la utilizo aquí meramente como
una concesión a la teología popular, porque no tiene apoyo en las
Escrituras. Sería mucho mejor descartarla, porque es la causa de
mucha confusión de pensamiento y no poco de error positivo. Es un
término puramente teológico, y pertenece propiamente a la gran y
definitiva venida para juzgar al mundo. Pero mientras que muchos
rehúsan creer que habrá alguna revelación de Cristo a Su pueblo
sobre la tierra hasta la época de la gran crisis, el estudiante más
cuidadoso de las Escrituras encuentra en ellas la prueba más clara de
8. Entre la primera y segunda etapas habrá sin duda un intervalo de tiempo, por lo
menos, tan largo como el que intervino entre Su venida a Belén y Su manifestación a Israel en Su primera venida, y probablemente un período más prolongado.
Que el intervalo entre la segunda y la tercera se mida en días o años, me siento
completamente incapacitado para determinarlo. La única indicación clara de su
duración es que el Anticrísto, cuyo poder será destruido en la segunda, será
verdaderamente destruido en la tercera.
Aquí, yo asumo que los eventos que han de cumplirse todavía lo serán en un
período comparativamente breve. Pero deseo guardarme de la idea de que lo
afirmo. Rechazo la idea, tan común en la actualidad, de que los estudiosos de la
astronomía y de las matemáticas han resuelto el misterio que Dios ha puesto de
forma manifiesta en Su propia potestad. ¿Podría haber soñado cualquier estudioso
del Antiguo Testamento que casi dos mil años quedarían intercalados entre los
sufrimientos del Señor y Su retorno en gloría? ¿Hubieran tolerado los cristianos
antiguos una sugerencia tal? Y si otros mil años tuvieran que interponerse antes de
que la Iglesia sea arrebatada, o si mil años intervinieran entre este evento y la
venida al Monte de los Olivos, ni una sola de las palabras de la Escritura sería rota.
Como ya he dicho en la p. 184. «Es tan sólo en tanto que la profecía cae dentro de
las setenta semanas que queda dentro del campo de la cronología humana.» (Ver
también las pp. 162-165.) Se hace mucho de supuestas eras de 1260 y 2520 años.
Pero incluso si se pudiera fijar la época de cualquier era de éstas, la cuestión
permanecería si no pudieran ser períodos místicos, como los 480 años de 1a R. 6:1.
(Ver p. 52)
129
que habrá una «venida» antes de la era popularmente denominada «el
milenio». De nuevo, los hay que, a pesar de que reconocen una
«venida premilenial», han dejado de advertir la diferencia, tan
claramente marcada en las Escrituras, entre la venida a por la Iglesia
de la presente dispensación, la venida al pueblo terreno en Jerusalén,
y la venida para destruir al impío, y para establecer el reino.
Pero, se podrá argüir: ¿no queda esta expresión justificada por el
último versículo del capítulo 9 de Hebreos? La contestación es que
sólo el lector superficial del pasaje lo puede utilizar así. «Y aparecerá
por segunda vez... a los que le esperan ansiosamente», es como lo
traduce nuestra versión Autorizada (inglesa, La Versión Reina Valera
también lo traduce así -N. del T-). Y se toman estas palabras como si
fueran equivalentes a «Su segunda aparición», siendo «la Aparición»
un sinónimo reconocido de «la venida». Pero esto es un mero manejo
del lenguaje de nuestra versión inglesa.
La palabra que realmente se emplea es totalmente diferente. Es una
palabra general, y es la misma palabra utilizada frecuentemente para
Su manifestación a Sus discípulos después de la Resurrección.19 Y,
además, se tiene que omitir el artículo definido: «Y de la misma
manera que está reservado a los hombres el morir una sola vez, y
después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez
para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin
relación con el pecado, a los que le esperan ansiosamente para salvación.» 20 Esta afirmación no es profética, sino doctrinal; y la doctrina
de que se trata no es la de la venida, sino el sacerdocio. No es la
predicción de un evento que haya de ser experimentado por aquellos
que estarán vivos y en la tierra en aquel tiempo del fin, sino que es la
declaración de una verdad y de un hecho para ser disfrutado por cada
creyente, sin importar en qué dispensación pueda caer su peregrinación sobre la tierra.
Por lo tanto, el pasaje no puede ser apelado en apoyo del dogma
de que nunca más sino que en otra ocasión única Cristo se aparecerá
a Su pueblo sobre la tierra. Y como la expresión «segunda venida»
19. Ocurre 4 veces en 1.a Co. 15:5-8.
20. He. 9:27, 28.
está conectada tan íntimamente con este dogma, sería cosa buena que
todos los estudiantes inteligentes de las Escrituras se unieran en
descartarlo. La venida de Cristo es la esperanza de Su pueblo en
todas las edades.
*
*
*
La única crítica adversa que he visto a El Príncipe que ha de Venir
ha aparecido en las últimas ediciones de The Approaching End of the
Age. Mis sentimientos de amistad y de estima hacia el autor influenciaron mis comentarios acerca de su libro, pero ninguna consideración de este tipo ha frenado su pluma al replicar a ellos; y el hecho de
que un escritor tan capaz y tan abiertamente hostil no se haya aventurado a dar respuesta a un solo punto de las principales conclusiones
aquí establecidas es señalada prueba de que son irrefutables.
El doctor Grattan Guinness se queja de que no he efectuado ningún
intento de «replicar» a su libro. Mi única referencia a él ha sido incidental en una nota en el apéndice; y en tanto que trate de «el cumplimiento parcial y primario de las profecías» me he tomado la libertad
de alabarlo. ¿Por qué, pues, debería «replicar» a un libro con respecto
de lo cual lo valoro y lo adopto? Estas páginas dan prueba de cómo
realmente yo acepto una interpretación histórica de la profecía; 21 y si
alguien pregunta por qué entonces no le he dado mayor importancia,
traeré a la memoria las palabras de Santiago cuando se acusó a los
apóstoles de descuidar en su enseñanza los escritos de Moisés.
«Moisés –dijo- tiene en cada ciudad quien le predique.» Lo que se
precisaba, entonces, si es que se fuera a establecer el equilibrio doctrinal, es que ellos tenían que enseñar la gracia. Sobre una base
similar a la obra a la que aquí me he dedicado ha sido la de tratar con
el cumplimiento de las profecías. Pero no tengo controversia alguna
con aquellos que utilizan todos sus talentos en desarrollar su interpretación «histórica». Mi lucha es tan sólo con aquellos que en la práctica niegan la paternidad divina de la palabra sagrada, al afirmar que
su comprensión de la misma constituye el límite de su extensión, y
21. Ver, p. ej., capítulo 9 y Apéndice I, nota C.
130
que agota su significado. Y El Príncipe que ha de Venir es una aplastante réplica al sistema que se atreve a escribir cumplida a través de
la página profética. «Lo que realmente está aquí en juego -repito de
nuevo-, es el carácter y el valor de la Biblia». El doctor Guinness
afirma que las visiones apocalípticas han sido cumplidas en los
sucesos de la era cristiana. Le tomo en este punto y los ensayo por
una referencia a la visión del capítulo 6. ¿Ha sido ésta cumplida,
como de hecho él insiste en que así ha sido? La cuestión es vital,
porque si esta visión espera aún su cumplimiento, ello será también
cierto de las profecías que la siguen. Que el lector lo decida por sí
mismo, después de haber estudiado los versículos finales del
capítulo, que finalizan con las palabras, «PORQUE EL GRAN DÍA
DE SU IRA HA LLEGADO: ¿y quién podrá sostenerse en pie?»
Los antiguos profetas hebreos fueron inspirados por Dios para
describir los terrores del «gran día de Su ira» y el Espíritu Santo ha
reproducido aquí sus propias palabras.22 La Biblia no contiene
palabras más terribles en su solemnidad y llaneza. Pero así como el
abogado escribe «agotado» sobre un estatuto cuyo propósito ha sido
satisfecho, así estos hombres quisieran enseñarnos a escribir
«cumplido» sobre la sagrada página. Ciertamente, nos dicen ellos, la
visión no significa ¡nada más que la predicción de la derrota
infringida sobre las hordas paganas por Constantino!23 Hablar de esta
manera es acercarse peligrosamente al pecado del que «quita de las
palabras del libro de esta profecía». Pero cuando nuestros pensamientos se vuelven a estos maestros mismos, nos refrenamos al recordar
su piedad y celo, porque «su alabanza está en todas las iglesias».
Olvidémonos, pues, de todos los pensamientos acerca de los
hombres, y examinemos el sistema que ellos abogan y apoyan. No se
debería hacer caso de ninguna apelación a nombres honorables.
Nombres igual de honorables, y cientos de veces más numerosos,
podrían ser citados en defensa de algunos de los errores más crasos
que corrompen la fe de la cristiandad. ¿Cuál pues –pregunto- deberá
ser nuestro juicio de un sistema de interpretación que así blasfema al
22. Cp. Is. 13:9, 10 y Jl. 2:31; 3:15; ver también Sof. 1:14, 15.
23. Ver pp. 71-72, y especialmente la cita del deán Alford.
Dios de verdad al exponer las más terribles advertencias de las
Escrituras como desenfrenadas exageraciones de un tipo que no iría
lejos de la falsedad?
Si se arguye que los sucesos de hace quince siglos, o de alguna
otra época de la dispensación cristiana, estaban dentro del campo de
la profecía, podemos considerar la sugerencia sobre sus méritos; pero
cuando se nos dice que la profecía fue así cumplida, no podemos
parlamentar en absoluto con una enseñanza tal. Es una pura
frivolización de las Escrituras. Y más que esto, choca con la gran
verdad fundamental del cristianismo. Si el día de la ira ya ha venido,
entonces el día de la gracia ha pasado ya, y el Evangelio de la gracia
ya no es más un mensaje divino a la humanidad. Suponer que el día
de la ira puede ser un episodio en la dispensación de la gracia es
mostrar ignorancia de la gracia y provocar desprecio de la ira de
Dios. La gracia de Dios en este día de gracia sobrepasa al pensamiento humano; su ira en el día de la ira no será menos divina. La
apertura del sexto sello introduce el amanecer de aquel terrible día;
las visiones del séptimo sello desarrollan su terror más allá de toda
descripción. Pero se nos dice que el derramamiento de las copas, las
«siete plagas, las últimas, porque en ellas se consumaba el furor de
Dios»,24 se está efectuando ahora. Por lo tanto, ¡el pecador puede
consolarse con el conocimiento de que la ira divina es tan sólo un
trueno de teatro que, en un mundo ocupado y práctico, puede ser
ignorado con tranquilidad!.25
En el texto llamé la atención a la afirmación del doctor Guinness de
que «desde la orden, que ya se estaba aproximando, de restaurar y
construir Jerusalén de nuevo, hasta la venida del Mesías Príncipe,
tenía que haber setenta semanas»; y yo, añadía, «este es un ejemplo
típico de la dejadez con que la escuela histórica trata las Escrituras».
De este, y de otros errores que había señalado, la única defensa que él
ofrece es que «expresiones no estrictamente correctas, y, no obstante
legítimas, debido a que son evidentemente elípticas, se emplean por
24. Ap. 15:1.
25. Es sólo debido a su casi inconcebible tontez que esta enseñanza puede
escapar de la acusación de profanidad.
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motivo de brevedad». No puedo concebir cómo se puede conseguir
ninguna brevedad con el uso de la palabra «setenta» en lugar de
«sesenta y nueve». Aquella afirmación es una llana perversión de las
Escrituras, hechas inconscientemente, sin duda alguna, para concordar con las exigencias de un sistema falso de interpretación. La profecía declara de una manera clara que el período «hasta el Mesías
Príncipe» había de ser de sesenta y nueve semanas, dejando a la septuagésima semana para después de la época especificada; pero el
sistema del doctor Guinness no puede dar ninguna explicación razonable de la septuagésima semana y, así, inconsciente, repito, él evita
la dificultad leyendo mal el pasaje. Insístase en su lectura correcta y
en que se expliquen los últimos siete años del período profético, y su
interpretación de la visión queda denunciada y refutada en el acto.
Cuando el lenguaje de las Escrituras se trata de una manera tan
laxa por parte de este autor, nadie debería sorprenderse si mis
palabras sufrieran en sus manos. El autor citado es totalmente
incapaz de distorsionar deliberadamente, y a pesar de ello su arraigado hábito de hablar de manera inexacta le ha llevado a leer al revés
El Príncipe que ha de Venir en casi cada punto en que lo cita.26
26. Por ejemplo, actúa de manera vehemente al denunciar mi afirmación de que
«todos los intérpretes cristianos concuerdan» en reconocer un paréntesis en la
visión profética de Daniel de las Bestias. Indudablemente, él leyó el pasaje como si
yo hubiera hablado en él de la caída del Imperio Romano, y no de su
«surgimiento»; porque esta afirmación es indiscutiblemente cierta, y él mismo está
dentro del número de los «intérpretes cristianos» que concuerdan en ello.
Aquí tenemos otro espécimen. Con referencia a la cuestión de los diez reinos, él
dice que, «el doctor Anderson y otros autores futuristas... enseñan:
1) que los diez cuernos no han surgido todavía;
2) que cuando surjan cinco de ellos lo harán en territorio griego, y cinco tan sólo en
el romano; y que cuando al final se desarrollen,
3) al cabo de una discontinuidad de 1400 años de los que la profecía no tiene
ninguna noticia, y
4) durarán por tres años y medio» (p. 737).
He numerado estas frases para poder recordar brevemente al lector inteligente que,
excepto la número (1), todo lo que se me atribuye está en llana oposición a algunas
de las afirmaciones más llanas de mi libro. De la misma manera me atribuye a mí la
invención de que el Anticristo se verá limitado a un curso de tres años y medio. ¡En
El hecho es que él solamente conoce dos escuelas de interpretación
profética, la futurista y la suya propia; y por ello parece incapaz incluso de comprender un libro que constituye una protesta en contra
de la estrechez de unos, y la mezcla de estrechez y de desenfreno de
los otros. Pero las referencias personales son indignas del autor y del
asunto. Paso a tratar de los únicos puntos de su crítica que son de
interés o de importancia general; me refiero a la predicha división de
la tierra romana, y a las relaciones entre el Anticristo y la Iglesia
apóstata.
Mi afirmación era: «La división de la tierra romana en diez reinos no
ha tenido nunca lugar todavía. Que ha sido fragmentada es un claro
asunto de la historia y de hecho; que nunca haya sido dividida en diez
es una mera invención de los escritores de esta escuela».
«Una afirmación asombrosamente descuidada» es la calificación
que recibe del doctor Guinness, y a pesar de ello, no tenemos sino
algunas ocasiones me he llegado a preguntar si es que él se ha leído en absoluto El
Príncipe que ha de Venir.
Una palabra con respecto a sus observaciones referentes a mi título. Naturalmente,
estoy consciente de que en el hebreo de Dn. 9:26 no está el artículo, pero no me
extravío por la inferencia que él deduce de su omisión. Si se hubiera utilizado el
artículo, el príncipe mencionado hubiera sido claramente «el Mesías Príncipe» del
versículo 25. En inglés el artículo no tiene esta función, y, por lo tanto, ha sido
correctamente interpuesto, como tanto los traductores como los revisores lo han
reconocido. Aquí señala el doctor Tregelles: «Esta destrucción es llevada a cabo
por un cierto pueblo, no por el príncipe que ha de venir, sino por su pueblo: esto
nos lleva, creo yo, a los romanos como últimos detentadores del poder gentil
indiviso; ellos efectuaron la destrucción hace largo tiempo. El príncipe que vendrá
es la última cabeza del poder romano, la persona acerca de la cual Daniel recibió
tanta información.» Tal es la preeminencia de este gran líder que es incluido
juntamente con el Señor mismo en esta profecía, y el pueblo del Imperio Romano
es descrito como siendo su pueblo. Y, a pesar de esto, ¡Mr. Guinness cree que es
Tito el aquí mencionado! Realmente, ya han pasado los días en que se discutían
sugerencias así.
Me resta señalar aquí que la traducción de Dn. 9:27 en la versión revisada en inglés
se libra de la falsedad de que fuera el Mesías el que hiciera un pacto de siete años
con los judíos. El hacer cesar el sacrificio no constituye un incidente a la mitad de
la «semana», sino una violación del tratado «durante la media semana».
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que girar la página para hallar de su propia pluma la admisión más
llana de su verdad. Se tiene que tener presente -dice él- que los diez
reinos deben buscarse «solamente en el territorio al oeste de
Grecia». Y, si estamos listos para aceptar su teoría, encontraremos
que, después de hacerle grandes concesiones con respecto a las
fronteras, que en esta porción, que es proféticamente la mitad menos
importante de la tierra romana, «la cantidad de reinos de la
comunidad europea ha sido, generalmente, de un promedio de diez».
El doctor Guinness da unas doce listas —y nos dice que tiene unas
cien más en reserva— para demostrar que, con una inestabilidad y
vaguedad digna de un caleidoscopio, o, para citar sus propias
palabras, «entre crecientes, y casi innumerables, fluctuaciones, los
reinos de la Europa moderna han sido desde su nacimiento hasta
nuestros días, siempre unos diez como promedio». «Unos diez como
promedio», notémoslo, aunque la profecía específica diez con una
llaneza que viene a ser absoluta por su mención de un undécimo rey
surgiendo y sometiendo a tres de ellos. Y ¡la «Europa moderna»,
también! El celo por la causa protestante parece cegar a estos
hombres ante las afirmaciones más claras de las Escrituras. Jerusalén,
y no Roma, es el centro de las profecías divinas y de los tratos de
Dios con Su pueblo; y el intento de explicar las visiones de Daniel
por medio de un sistema que ignora completamente la ciudad y el
pueblo de Daniel hace violencia a los rudimentos mismos de la enseñanza profética. Este jactancioso sistema de interpretación, que lee
«Europa moderna» en lugar de la tierra profética es, repito, una
«mera invención de los escritores de esta escuela». Primero, ellos
minimizan y violentan el lenguaje de la profecía, y a continuación
exageran y distorsionan los hechos de la historia a fin de armonizarlo
con su desordenada lectura. «¿Pueden ellos —nos demanda el doctor
Guinness—, alterar o añadir a esta lista de diez grandes reinos que
ocupan ahora la esfera de la antigua Roma? —Italia, Austria, Suiza,
Francia, Alemania, Inglaterra, Holanda, Bélgica, España y Portugal.
¡Diez, y no más! ¡Diez, y no menos!» Mi respuesta es: Sí, podemos
tanto alterarla como añadirle. La lista incluye territorios que nunca
estuvieron dentro de «la esfera de la antigua Roma» en absoluto, y
omite, además, cerca de la mitad del territorio.
Esto ya es de por sí bastante malo, pero no es todo. Porque si
aceptamos sus afirmaciones, e intentamos interpretar el capítulo 13
de Apocalipsis mediante ellas, en el acto cambia su terreno y protesta
en contra de nuestra enumeración de «naciones protestantes» entre
los diez cuernos. Nos dice que «cronológicamente están fuera de esta
cuestión». Aquí está el lenguaje de esta visión con respecto al
Anticristo: «También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo,
lengua y nación. Y la adorarán todos los moradores de la tierra cuyos nombres no están escritos... es el libro de la vida».27 ¿Qué
significan estas palabras tan superlativamente definidas y solemnes?
Nada más, nos dice él, que «a lo largo de la Edad Oscura», y «antes
del surgimiento del Protestantismo», el Catolicismo Romano debería
prevalecer en la mitad occidental del Imperio Romano. Esto, él nos
declara, es «el cumplimiento de la predicción». A esto él le llama
«explicar» las Escrituras. ¡La mayor parte de la gente diría que esto
es echarlas a un lado¡
Ahora llegamos al último punto. «Nuestros críticos mantienen –escribe el doctor Guinness-, que Babilonia sigue su curso, y que es destruida por los diez cuernos, que a continuación hacen un acuerdo y
dan su poder al Anticristo, o a la Bestia. Esto es, ellos mantienen que
el reinado de Cristo sigue a la destrucción de Babilonia por los diez
cuernos.»
El fundamento de esta afirmación deberá encontrarse en las propias
elucubraciones del autor, porque nada que se parezca a ello se hallará
en las páginas que él critica; y una mención similar se aplica a sus
referencias a El Príncipe que ha de Venir en los párrafos que siguen.
No aludiré a ellos en detalle, pero en unas pocas líneas rebatiré la
posición que él trata de defender.
Hemos llegado ahora al capítulo 17 de Apocalipsis. Su argumento es
éste: la octava cabeza de la Bestia tiene que ser una dinastía; la Bestia
lleva a la Mujer; la Mujer es la Iglesia de Roma. Por lo tanto, la
dinastía simbolizada por la octava cabeza tiene que haber durado
tanto como la Iglesia de Roma; y así la interpretación protestante
27. Ap. 13:7, 8.
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queda fundamentada «sobre unos fundamentos que no pueden ser
sacudidos».
No vale realmente la pena hacer una pausa aquí para mostrar lo
gratuitas que son algunas de las asunciones que aquí se implican.
Aceptémoslas todas, por amor del argumento, y ¿qué pasa con todo
esto? En primer lugar, que el doctor Guinness se queda enredado en
la clara falacia contra la que le advertí en la página 121 de este
volumen. La Mujer es destruida por la Bestia. ¿Cómo va él a separar
al Papa de la Iglesia apóstata de la cual él es la cabeza y que, según la
«interpretación protestante» dejaría de ser la Iglesia apóstata si él dejara de ser reconocido como la cabeza?
El historicista tiene que hacer en este punto su elección entre la
Mujer y la Bestia. Son distintos a lo largo de toda la visión, y están
en directo antagonismo al final. Si la Ramera representa a la Iglesia
de Roma, su sistema no da ninguna explicación a lo que sea la Bestia:
ignora por completo la figura principal en la profecía, y la cacareada
«base» de la pretendida «interpretación protestante» se desvanece en
el aire. O, si él toma refugio en la otra alternativa, y mantiene que la
Bestia simboliza a la Iglesia apóstata, se queda sin explicar a la
Ramera. Y se olvida, además, que la Bestia aparece en la visión de
Daniel en relación con Jerusalén y Judá. Supóngase que admitiésemos todo lo que dice, ¿en dónde quedaría? Simplemente, una
insistencia en que «los cumplimientos embrionarios y germinales» de
estas profecías «a lo largo de muchas edades» (cito aquí de nuevo las
palabras de Lord Bacon) son más plenos y claros que lo que sus
críticos quisieran admitir, o que lo que los hechos de la historia permitirán. La verdad continúa siendo llanamente que «la culminación o
plenitud de ellas» pertenece a una edad por venir, cuando Judá habrá
sido recogido de nuevo en la Tierra Prometida, y cuando la luz de la
profecía que ahora descansa débil sobre Roma volverá a enfocarse
sobre Jerusalén. Es indudable que la popularidad del sistema histórico es debida a la llamada que hace al «espíritu protestante». Pero es
bien cierto que nos podemos permitir el ser «sensatos y justos en
nuestras denuncias de la Iglesia de Roma. ¿Quién puede dejar de
percibir el crecimiento del movimiento anticristiano que pronto
puede hacer que saludemos en el devoto católico a un aliado? Para
los tales, la Biblia, aunque descuidada, es todavía aceptada como
sagrada, como palabra inspirada de Dios; y nuestro divino Señor es
reverenciado y adorado, a pesar de que la verdad de Su divinidad
queda oscurecida por el error y la superstición. Apelo aquí a la carta
Encíclica del Papa del 18 de noviembre de 1893, acerca del estudio
de las Sagradas Escrituras. Lo que sigue es un extracto de ella:
Deseamos fervientemente que un mayor número de personas de los
fieles se dedicase a la defensa de los escritos santos, y que se
dediquen a ello con constancia; y, sobre todo, deseamos que aquellos
que han recibido Órdenes Sagradas por la gracia de Dios se
dedicasen diariamente, más estrictamente y con más claro celo a
leer, meditar, y explicar las Escrituras. Nada hay que sea más
apropiado a su estado. Además de la excelencia de tal conocimiento
y la obediencia debida a la palabra de Dios, otro motivo nos impulsa
a creer que se debería aconsejar el estudio de las Escrituras. Este es
el de la ventaja abundante que fluye de ello, y de lo cual tenemos la
garantía en las palabras de la Santa Escritura: «Toda Escritura es
inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para
corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
eternamente apto, bien pertrechado para toda buena obra.»28 Es con
este propósito que Dios dio las Escrituras al hombre; los ejemplos de
nuestro Señor Jesucristo y de Sus apóstoles lo muestran. Jesús
mismo acostumbraba a apelar a los santos escritos en testimonio de
Su misión divina.
Ciertamente, aquí tenemos, por lo menos, en un cierto sentido, el
terreno para una fe común, por lo que respecta a cristianos individuales, que podría ser reconocida como un lazo de hermandad; pero un
abismo infranqueable nos divide del ejército en constante incremento
de pretendidos protestantes que niegan la Deidad de Cristo y la inspiración de las Escrituras. Estos tienen su verdadero lugar en el gran
ejército de la incredulidad que al final se unirá bajo la bandera del
Anticristo.
28.
2a Ti. 3:16-17.
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Hago esta afirmación, no en defensa del papado, sino de la Biblia.
Si alguien puede señalar un solo pasaje de las Escrituras que se
relacione con el Anticristo, sea en el Antiguo o en el Nuevo
Testamento, y que pueda, sin retorcerlo, y sin echar a un lado el
significado de las palabras, hallar su cumplimiento en el papado, me
retractaré públicamente, y confesaré mi error. Tómese 2a de
Tesalonicenses 2:4 como un ejemplo del resto. El «hombre de
pecado» «se opone y se exalta sobre todo lo que se llama Dios o es
objeto de culto; tanto que se sienta en el santuario de Dios como
Dios, haciéndose pasar por Dios». Esto significa, meramente, que en
ciertas ocasiones el asiento del Papa es levantado por encima del
nivel del altar ¡donde se guarda «la hostia sagrada»! Tales
afirmaciones -no me importa qué nombres puedan ser citados en su
favor- son un insulto a nuestra inteligencia y un ultraje sobre la
Palabra de Dios.29
29. La referencia al Templo se explica por Dn. 9:27, 12:11, y Mt. 24:15. Estos
maestros nos piden que creamos que, mientras que la iglesia romana es la Bestia y
la Ramera y cualquier cosa que es corrompida e infame en la cristiandad apóstata, a
pesar de ello, San Pedro, el gran lugar santo central de la apostasía, es reconocido
por Dios como siendo el Templo de Dios. Al sacrificio de la misma lo denuncian
como idolátrico y blasfemo, y a pesar de ello, ¡hemos de suponer que la Sagrada
Escritura se refiere a él como representando todo lo que hay divino sobre la tierra!
Las palabras sagradas admiten tan sólo un significado, cual es que el Anticristo,
reclamando que él mismo es divino, suprimirá toda adoración rendida ante
cualquier otro dios.
Tales son las desenfrenadas extravagancias y puerilidades de interpretación y de
predicción que estropean los escritos de estos escritores, que se ha llegado a
considerar a estas visiones, que deberían inspirar reverencia y maravilla, como
«principales objetos de ridículo» —la especialidad de místicos y de chiflados.
¡Cuán grande es la, necesidad de un esfuerzo unido y sostenido para poder rescatar
este estudio del desprecio en el que ha caído!
Cada una de las escuelas reconocidas de interpretación tiene verdades que las
escuelas rivales niegan. Una nueva era amanecería si los cristianos se volvieran de
todas estas escuelas —Preterista, Historicista y Futurista— y aprendiesen a leer las
profecías como leen las otras Escrituras: como constituyendo la palabra de Aquél
que es, que era, y que ha de venir, nuestro Jehová Dios, para quien el presente, el
pasado y el futuro son tan sólo un «eterno ahora».
Tenemos de nuevo, en el versículo 9, la venida del «Inicuo», de la
que se dice que «su advenimiento es por la actuación de Satanás, con
todo poder, y señales, y prodigios mentirosos». Estas palabras son
explicadas por la visión de la Bestia en el capítulo 13 del Apocalipsis, que declara que «el dragón le dio su poder y su trono, y gran
autoridad». Y tenemos de los mismos labios de nuestro Señor la
advertencia de que «las grandes señales y prodigios», que así serán
efectuadas por el poder satánico serán de tal naturaleza como para
«engañar, si fuera posible, aun a los escogidos»30 En una palabra, el
terrible y misterioso poder de Satanás será atraído sobre la cristiandad con un efecto tan terrible que el intelecto humano será completamente confundido. El agnosticismo y la incredulidad capitularán en
presencia de la abrumadora prueba de que hay agencias sobrenaturales a la obra. Y si la fe misma, dada divinamente, se mantendrá
firme ante la prueba, es tan sólo porque es imposible que Dios
permita que Sus elegidos perezcan.
Cuando demandamos el significado de esto, se nos da como
respuesta: «el papado». Pero preguntamos nosotros: «¿Dónde están
las grandes señales y los prodigios del sistema papal? Y como
respuesta se nos señala su ritualismo, su ceremonialismo, y los bien
conocidos trucos clericales, que constituyen su principal artículo de
muestra. ¡Como si hubiera algo en todo eso para engañar a los
elegidos de Dios! Ya tan sólo tomando la baja base del mero protestantismo, es cosa notoria que aquí en Inglaterra nadie ha sido atrapado en las trampas de Roma excepto aquellos que ya se habían
quedado enervados en el sacerdotalismo y en la superstición dentro
de la comunión que abandonan. Y no es cosa menos notoria que, en
los países católico-romanos, la mayor parte de los hombres mantienen hacia ella una actitud de indiferencia, ya benevolente o despreciativa. Además, recordando que los seguidores de la Bestia son
condenados a una destrucción sin esperanza y sin fin, deseamos
inquirir si ello es la suerte cierta de cada católico-romano.
30.
Mt. 24:24.
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En absoluto, se nos asegura; porque a pesar de las maldades y
errores de la Iglesia Romana, algunos dentro de su círculo quedan
contados dentro del número de los «elegidos de Dios».
Entonces, ¿a qué conclusión hemos de llegar? ¿Tenemos que
aceptar como un canon de interpretación el que la Escritura nunca
significa lo que dice? ¿Tenemos que mantener que su lenguaje es tan
laxo y poco confiable como para llegar a ser prácticamente falso?
Repudiamos esta profana sugerencia; y, adoptando la única
alternativa posible, afirmamos confiadamente que todas estas
palabras solemnes aguardan aún su cumplimiento. En una palabra,
quedamos encerrados en la conclusión de QUE EL ANTICRISTO
TODAVÍA TIENE QUE VENIR.
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