RAFAEL R. TRANCHE DEL PAPEL AL PLANO EL PROCESO DE LA CREACIÓN CINEMATOGRÁFICA Alianza editorial El espacio sonoro y la espacialización del sonido El diseño y concepción de la banda sonora de una película es una parte decisiva de la puesta en escena. Dicho así, parece una declaración de intenciones protocolaria, pero como ya se indicó en el capítulo II, el sentido del concepto es ofrecer «so92. David Mamet, Dirigir cine, op. cit., pág. 129. 158 DEL PAPEL AL PLANO Iliciones audiovisuales para plasmar los conflictos dramáticos». Si en este apartado deslindamos la componente sonora no es porque creamos que su determinación es separable de lo vi­ sual, sino porque, con frecuencia, es excluida o infravalorada como parte de dicho concepto. Dentro del proceso de producción de una película, esta ac­ tuación puede plantearse en dos momentos: con la primera formulación del guión técnico y durante el montaje sonoro y su posterior mezcla en sala. En esa primera fase se trata, en buena medida, de idear también elementos sonoros para hacer la traslación, ya descrita, de lo literario a lo audiovisual. El problema es combatir la hegemonía de la imagen sobre el sonido establecida en el cine comercial. Es un lugar común, pero piénsese que el propio proceso de producción clasifica el sonido y sus competencias en diálogos (actores), efectos sono­ ros (técnico y editor de sonido) y música (compositor). Confiar y delegar en estas categorías solo puede llevar a trasladar su au­ toría fuera de la puesta en escena. Ya en 1928, Eisenstein, Pu­ dovkin y Alexandrov alertaban, en una suerte de manifiesto, sobre el peligro de reducir el cine sonoro a un mero cine habla­ do hecho de simple sincronismo: «...cada adhesión del sonido a una pieza visual del montaje aumenta su inercia como pieza de montaje y aumenta la dependencia de su significado». A cam­ bio, proponían «...la creación de un contrapunto orquestal de imágenes auditivas y visuales»93. Pese a la difícil traslación del término musical (relacionar dos o más líneas, voces melódicas) a lo que se pretende formular, la idea central era proponer una interrelación productiva entre sonido e imagen. Es ahí donde puede desarrollarse el sugestivo término de imagen sonora. Abbas Kiarostami ha entendido perfectamente las poten­ cialidades de este concepto. La pieza que realizó para la pelícu­ la colectiva Lumiére y compañía {Lumiére et compagnie, 1995) se compone de un plano detalle de una sartén sobre la que se depositan dos huevos para freídos94. Una vez cocinados, la sartén se retira del fuego y aparece la placa de la cocina. Esta 93. S. Eisenstein, V. Pudovkin y G. Alexandrov, «Zaiavka», Zhizn Iskusstva n° 32, 5 agosto 1928, Recogido en S. M. Eisentein, Teoría y técnica cinematográficas, op. cit., págs. 280-281. 94. En esta película participaron cuarenta directores con la condición de rodar con una cámara Lumiére y los 17 metros de película que cabían en su interior. IV. LA ARTICULACIÓN DE LA PUESTA EN ESCENA 159 acción rutinaria tiene un agente del que solo veremos sus ma­ nos masculinas. En paralelo, la banda sonora incorpora un ingrediente decisivo: lo que en ese momento escucha el perso­ naje. Inicialmente, suena el pitido de un contestador de teléfo­ no fijo; a continuación, comienza a hablar una voz femenina. Más que dejar un mensaje, lo que hace es preguntar “¿estás ahí?”, dando a entender que supone la presencia al otro lado de su interlocutor. Después de algunas frases dubitativas, la voz femenina se despide diciendo que estará en casa. Como puede deducirse, ambas bandas expresan significados distin­ tos. Por tanto, es inevitable vincular, como hemos hecho al describirlo, esa voz al espacio y a la acción que contemplamos. Es más, constatamos que el mensaje telefónico se produce por­ que él no atiende la llamada. Pero falta un dato determinante para entender el modo en que imagen y sonido se engarzan: en la sartén hay dos huevos, pero uno está roto. Puesto que la imagen en la que hemos sido confinados solo contiene ese elemento significante, no hay más remedio que atribuirle la capacidad metafórica de representar la crisis de la relación. Y pese a la imantación espacial de ese sonido (en palabras de Michel Chion), lo relevante aquí no es deducir dos fueras de campo activos, el lugar donde él cocina y el espacio de ella, sino el modo en que el sonido nos permite descifrar la imagen. Salvando algunos casos ejemplares como éste, y pese al pre­ dicamento que el texto de los cineastas soviéticos tuvo y sigue teniendo, no parece que haya surtido efecto. Cierto es que, como afirma Michel Chion, «...el cine en su dinámica particular y por la naturaleza de sus elementos, tiende a excluir la posibili­ dad de ese funcionamiento horizontal y contrapuntístico»95. Sin embargo, rescatemos del manifiesto lo que tenía de revelador: poner a trabajar el sonido como otro tipo de imagen y proponer la interdependencia significante entre ambos elementos. Es más, la imagen sonora puede producir una percepción más intensa de lo representado. Como dice Robert Bresson: «Cuando un soni­ do puede reemplazar una imagen, suprimir esa imagen o cam­ biarla. El oído va más hacia el interior, el ojo hacia el exterior»96. En esa aplicación parece directa su conexión con el espacio. Por 95. Michel Chion, La audiovisión, Barcelona, Paidós, pág. 42. 96. Robert Bresson, Notas sobre el cinematógrafo, op. cit., pág. 50. 160 DEL PAPEL AL PLANO ejemplo, un sonido puede llevar la atención del espectador hacia un punto de la imagen o señalizar un elemento. Para ello, una posibilidad es recurrir a la modificación de la amplitud o inten­ sidad. En Cena a las ocho {Dinner at Eight. G. Cukor, 1933) se construye un efecto dramático gracias a la relación entre inten­ sidad y focalización de un sonido. Es la escena en la que Larry Renault, el actor fracasado, se suicida en la habitación de su hotel. El personaje abre la espita del gas y se oye el siseo del gas saliendo. Toda la atención queda concentrada en ese elemen­ to sonoro. De repente, la cámara avanza hacia la fuente sonora al tiempo que se incrementa su volumen. Pero ¿la cámara nos acerca para escuchar mejor lo que ya vemos de sobra? No, lo que produce es una «dramatización» del procedimiento: su aumen­ to de volumen indica que la intoxicación va haciendo, poco a poco, más efecto hasta conducir a la muerte. En una breve escena de Vivir (Ikiru. A. Kurosawa, 1952), el protagonista acaba de recibir la noticia de que padece cáncer. Le vemos caminar cabizbajo por la calle en medio de la agi­ tación de la ciudad. Sin embargo, sorprendentemente, no hay sonido ambiente (solo un leve zumbido de fondo). De repente, cuando se dispone a cruzar la calle, irrumpe con violencia el sonido y la imagen de un camión que pasa junto a él, desper­ tándole de su ensimismamiento. A continuación, el ruido del tráfico crece, mientras un movimiento de travelín se aleja del personaje para dejar en primer término la aglomeración de los coches. Es decir, la intensificación sonora se acompaña de una ampliación del campo visual. Todo ello produce un choque sensorial entre el silencio del inicio -que ahora interpretamos como una (no)escucha subjetiva del personaje sumergido en sus pensamientos- y el pandemónium del final de la escena. El plano sonoro (interior/exterior, cercano/distante) traduce el estado anímico del personaje. En una escena de El cielo gira (M. Alvarez, 2004) un habi­ tante de Aldealseñor, el pueblo donde trascurre el documental, juega a una especie de bolos con una chapa metálica en la plaza que está junto a la iglesia. El sonido de la misma al caer produce una reverberación prolongada. De repente, el plano encadena lentamente, acoplándose a sus formas, con una fo­ tografía del mismo lugar años atrás. A continuación, ocurre lo IV. LA ARTICULACIÓN DE LA PUESTA EN ESCENA 161 mismo con otra fotografía y así sucesivamente, hasta que una imagen de la fuente del pueblo encadena con su aspecto actual. Cada una de estas imágenes es rítmicamente acompañada con el sonido de la chapa y su remanencia acústica, de modo que la expansión espacial del sonido vertebra y encuentra su correlato en una cadena temporal. Al igual que el sonido produce la sensación de alejarse de su fuente, la imagen parece alejarse en el tiempo. Así, sin ninguna notificación narrativa, la película hace una inmersión temporal en el pasado de ese lugar. En 48 (S. de Sousa, 2010) se recogen los testimonios actuales de presos políticos durante la dictadura de Salazar en Portugal. En vez de mostrarles mientras hablan, lo que aparece en panta­ lla son las fotografías antropométricas pertenecientes a su ficha policial de entonces. Esta confrontación entre el pasado históri­ co, la reconstrucción memorística y el retrato fidedigno tiene un ingrediente esencial añadido: la textura de la voz. La directora grabó los testimonios con dos micrófonos, uno de corbata (di­ rectional) y otro de ambiente (omnidireccional). El resultado es la formulación de una cámara espacial donde podemos ima­ ginar la presencia del entrevistado y especular con sus rasgos actuales. Además, la voz quebrada, la respiración o los silencios manifiestan intensamente su dolor, más allá de la ventana opaca que constituye su fotografía. Es decir, en ausencia de la imagen que corresponde a esa voz, el espectador se ve forzado a dispo­ ner todos los ingredientes sonoros en un marco sensorial, cuyo ingrediente principal es la voz proyectada en el espacio. Los ejemplos anteriores nos permiten perfilar distintas interac­ ciones del sonido en relación con el espacio: señalizar elementos de la imagen, invocar el tiempo a través de la expansión sonora vía reverberación, formular un espacio imaginario, desplazarse desde el interior (subjetivo) de un personaje al exterior e incluso especular con las relaciones entre el sonido y el fuera de campo por él sugerido. Para ahondar en esta última función, remitimos al estudio de las películas de Bresson (capítulo V) y Angelopoulos (capítulo VI). Podríamos hablar, por tanto, de un «espacio sono­ ro» en el que se presenta el sonido en relación con la imagen. Pero más que una cuestión topográfica, dónde se manifiesta el espacio o cómo se plasma, se trata de acudir al sonido para que «represen­ te» aquello que la imagen no puede mostrar por sí sola. 162 DEL PAPEL AL PLANO A este respecto, el sonido cinematográfico encontró nuevas posibilidades para desarrollar estas relaciones con la aparición del estéreo. Aunque la primera película producida con este sis­ tema fue Fantasía (N. Ferguson, 1940)97, el procedimiento no se generalizó hasta la década siguiente en asociación con los for­ matos panorámicos de imagen. Pese a sus limitaciones iniciales, la posibilidad de transformar, por primera vez, la fuente única monofónica en un panorama que reproduce los sonidos de un lado a otro de la pantalla, sentó las bases de un nuevo modo de entender el sonido para el cine. En este misma línea, recordemos otro dato decisivo: Apocalypse Now (F. Ford Copola, 1979) fue la primera película que incorporó el término sound design para englobar el trabajo de sonido desarrollado en su producción. Desde este momento, gracias a Walter Murch, el tratamiento del sonido en postproducción tiene una nueva consideración, con procesos de montaje diferenciados para imagen y sonido. Pero el gran avance tecnológico en este campo, antes de la digitalización, fue la creación de los sistemas de espacialización del sonido. Es lo que se conoce como «sonido envolven­ te» o Surround, término acuñado por los laboratorios Dolby en 1982. La evolución desde entonces ha sido vertiginosa. Sin ánimo de ser exhaustivos, repasemos los principales sistemas aparecidos: Dolby SR (1986), DTS (Digital Theatre System) (1990), SDDS (Sony Dinamic Digital Sound) (1993), Dolby digital 5.1 (1992), Dolby Surround EX (1999), Dolby 7.1. (2010). El denominador común de todos ellos es la separación de la banda sonora en varios canales para su reproducción en sala. Además, un canal independiente, subwoofer, reproduce los sonidos más graves, entre 20 y 80 Hz, para potenciar los efectos sonoros. Por ejemplo, el Dolby 7.1 permite distribuir el sonido en seis canales: pantalla, izquierdo, derecho, dos latera­ les y dos traseros, más el subwoofer. Frente al muro sonoro del 97. En 1939, por encargo de la Walt Disney Productions, tres ingenieros, J. N. A. Hawkins, W.E. Garity y H.M. Tremaine, diseñan el sistema de grabación multicanal denominado «Fantasound». El sonido original de la película se grabó en ocho registradores ópticos sincronizados, utilizando seis canales para el sonido estéreo, un canal para el sonido ambiente y un canal de control. Las copias finales contaban con tres pistas de sonido estereofónico y señales de control para enviar el sonido a seis canales, tres detrás de la pantalla, dos en las paredes laterales y uno en el techo. En el estreno, el 13 de noviembre de 1940, se utilizaron dos proyectores sincronizados, uno con la película de imagen y el otro con la película de sonido. IV. LA ARTICULACIÓN DE LA PUESTA EN ESCENA 163 estéreo, que recorre longitudinalmente la pantalla de extremo a extremo, los sistemas envolventes incorporan altavoces late­ rales y traseros que prolongan el espacio dándole una «nueva naturaleza» al off. Ahora ya no solo es sugerido o imaginario, sino que se construye de modo verosímil a través del sistema de altavoces. Con ello es posible percibir cómo se manifiestan los sonidos, tanto dentro como fuera de la pantalla, «expan­ diendo» el campo narrativo a la sala. El inicio de Salvando al soldado Ryan (Saving Private Ryan. S. Spielberg, 1998), con la espectacular recreación del Desembarco de Normandía, acaecido el 6 de junio de 1944, es un perfecto ejemplo de las posibilidades expresivas de estos sistemas. Gracias a la com­ binación de un abanico de sonidos y efectos, se produce una sensación inmersiva, como si estuviéramos dentro de la bata­ lla. De hecho, al disponer numerosos planos visuales en para­ lelo al avance de las tropas en la playa, los altavoces laterales recrean el efecto del fuego cruzado entre las posiciones aliadas y las de los soldados nazis. La sugestión es que las ráfagas y las detonaciones recorren el patio de butacas. La complejidad y sofisticación del proceso técnico ha obliga­ do a disociar en dos fases el tratamiento del sonido: el montaje y, por otro lado, la mezcla y codificación de la banda sonora. Sin adentrarnos en los pormenores técnicos, es importante señalar sus posibilidades expresivas. Durante el proceso de montaje, el director puede definir con el montador el entorno sonoro que tendrá cada escena. En este campo hay todo un universo por explorar a través de los efectos sonoros. La posibilidad de combi­ narlos sin límite para crear atmósferas y ambientes únicos otor­ ga una nueva dimensión a las relaciones con la imagen. Pense­ mos en el modo en que David Lynch y Angelo Badalamenti consiguen musicalizar el ruido y crear un «tejido sonoro» en sus películas. En Mulholland Drive (2001) hay un uso sistemático de este principio: los ambientes sonoros pasan de ser descriptivos del lugar a representar la agitación mental de los personajes. En la secuencia de la cafetería donde un personaje le cuenta a otro un sueño, escuchamos al principio, como fondo de los diálogos, un sonido de tráfico lejano correspondiente al exterior. La pri­ mera anomalía es que la cafetería está en silencio, nada suena, a pesar de haber otros clientes. Cuando el personaje comienza 164 DEL PAPEL AL PLANO a contar su sueño, que transcurre en ese mismo lugar, poco a poco el sonido de fondo se combina con un ruido grave, pesado. Este último acaba dominando el ambiente hasta destacar por un efecto de puntuación: resalta el gesto inquieto, en primer plano, del personaje narrador antes de salir de la cafetería. Lo que ocurre a continuación en el exterior es la materialización de ese sueño. Pero antes, este sonido informe ha preparado el terreno enrareciendo la situación. Durante el montaje sonoro, además de definir este tipo de sonidos, se les asigna su distribución en el espacio, la duración y su volumen en relación con los demás. Si destacamos esta dimensión es porque tanto los diálogos como los bloques mu­ sicales vendrán previamente definidos. En suma, montador y director pueden establecer aquí qué papel juegan los efectos sonoros en el conjunto. El siguiente paso es mezclar todos esos sonidos con varios objetivos: determinar a qué canal se envía cada sonido, ubicar­ lo espacialmente en la sala, establecer su posible trayectoria, si se va a desplazar, y ajustar su nivel definitivo en relación con el resto de sonidos. Todas estas decisiones pasan por un protoco­ lo técnico, pero lo importante es que terminan de configurar las relaciones imagen/sonido a partir de su representación en el espacio. Son, claro está, decisiones de la puesta en escena. Ese «mapa» se compone del espacio formulado en pantalla,más el que activan selectivamente los diferentes altavoces de la sala. Es importante reiterar que, frente al sonido monofónico, ahora los sonidos, la fuente sonora, sí tienen un lugar en el que ma­ nifestarse. La reproducción del sonido en sala a través de estos sistemas supone una experiencia sensorial sorprendente: junto a la magnificación de los sonidos está su selección y aislamien­ to, lo que determina una nueva percepción: somos conscientes de su presencia, su fisicidad e incluso de su plasticidad (por ejemplo, el sonido amplificado de unos pasos en la nieve). Al tiempo, podemos trabajar con las texturas y la corporeidad del sonido directo y los efectos sala (foley), aunque están destina­ dos a colaborar y fundirse. La denominada «mezcla en sala» es el proceso final que rubrica todas estas operaciones. Hemos omitido deliberadamente de la enumeración an­ terior el último sistema aparecido hasta el momento: Dolby IV. LA ARTICULACIÓN DE LA PUESTA EN ESCENA 165 Atmos (2012), un procedimiento que añade a los canales an­ teriores otros que se distribuyen por la sala, reforzando los la­ terales y traseros e incluso el techo. Pero lo más novedoso es la posibilidad de definir, mediante un procesador digital, «obje­ tos de audio dinámicos» para ubicarlos en cualquier punto del auditorio. Esto supone un avance decisivo en la vieja aspira­ ción de crear un entorno sonoro virtual en 3D, de modo que el director puede plantearse un verdadero mapa tridimensional. La aplicación de estos sistemas para usos espectaculares (potenciar explosiones, persecuciones de coches, tiroteos en películas de acción), incluidos los videojuegos, no puede ha­ cernos olvidar otras posibilidades. En 2004 Antonioni dirigió la que sería su última película, el cortometraje Lo sguardo di Michelangelo. En ella se plasma un ejercicio de contemplación estética. El propio Antonini observa con detenimiento la es­ cultura de Moisés, realizada por Miguel Ángel como figura central del mausoleo dedicado al papa Julio II. El conjunto escultórico es diseccionado detalle a detalle, bajo la atenta mi­ rada del director de Ferrara. En este dispositivo, el sonido des­ empeña una misión discreta, pero esencial. Primero, recrea la cámara espacial del lugar, la basílica de San Pietro in Vincoli (Roma), con su reverberación única. Después, nos permite «es­ cuchar» el silencio de la contemplación, que incluye el tacto de sus manos acariciando el mármol, y sumirnos en ella. Durante la misma, solo algunos leves sonidos distraen nuestra atención; se trata de ruidos lejanos que realzan la dimensión volumétrica de la escultura y prolongan el espacio de la basílica. Por últi­ mo, incorpora un elemento musical que cierra el sentido de la obra. Con los últimos planos del encuentro, comienza a escu­ charse el Magnificat IV Toni de Palestrina. Pero no se trata de una música «extradiegética», sino que la escuchamos allí, con la reverberación de ese lugar. Antonioni repara en ella y sale de su estado meditativo; lentamente, atraviesa la nave central y se dirige hacia la puerta. La música inunda levemente el espacio, observado en plano general. Un haz de luz ¿celestial?, proce­ dente del exterior, se proyecta sobre el suelo. Antonioni, sin detener su paso, se aleja hasta desaparecer por la puerta. Con el fundido a negro comprendemos la belleza de su testamento fílmico. 166 DEL PAPEL AL PLANO