DOMINGO XXX T.O. CICLO C

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DOMINGO XXX T.O. CICLO C
2013
DOMINGO XXX T.O. CICLO C 2013
La palabra de Dios de hoy y en concreto el evangelio es de esos que yo calificaría como de molestos
y bien molestos. Nos gustaría pasar de largo de la parábola de hoy. Porque pone en peligro la
seguridad de la nave en la que no pocos cristianos están instalados. A no pocos les gustaría pasar de
largo; lo malo es que S. Lucas la envía como si fuera una carta certificada con acuse de recibo y con
dirección bien clara en el sobre para que cada uno sea la lea y se examine.
“Para algunos que se tienen por justos y desprecian a
los demás”… ¿Acudirán no pocos a los estomatólogos
para asegurarse de que la misiva no se refiere a ellos,
sino a los fariseos y que por eso hay que colgársela a
ellos? ¿Quien puede estar seguro de no poseer una
gota de sangre farisea en sus venas? Abramos sin
miedo el sobre de esta carta y tomemos conciencia
del mensaje personal que se nos envía.
“Dos
hombres
subieron
al
templo
a
orar”.Aparentemente son dos los protagonistas de la
parábola. Pero en realidad hay un tercer personaje que observa la escena aunque escondido detrás
de una columna del templo. Por tanto dos hombres cogidos en el momento de orar. Y el Señor que
observa las actitudes del fariseo y el publicano.
El carné de identidad del fariseo: un hombre que pertenece al partido de los “justos”, es un experto
y decidido lector de la Torah y un escrupuloso observador de la ley, de las mas mínimas
prescripciones legales, muy bien vestidito, hoy diríamos con su sotana y fajin incluido, vaya, todo un
figurín. Multiplica las prácticas de devoción, las oraciones, los ayunos, las limosnas. Yo, que me
considero- aunque sacerdote- un cristiano normal y corriente- lo definiría como un autentico
“besapilas”. La verdad es que se fija más en la fachada que en el interior, en el aparentar que en el
ser. Está atacado hasta la medula de sus huesos por el bacilo de la hipocresía.
El publicano, en cambio, tiene el oficio poco simpático de recaudador de tributos al servicio de los
romanos o de Herodes. Religiosamente distaba bastante de ser ejemplar. No se preocupaba mucho
de las reglas de piedad de los fariseos. Siempre estaba “impuro” según las leyes religiosas.
Realmente no se preocupaba mucho de lavarse como rito de purificación, ni de lavar las legumbres
compradas en el mercado porque lo decía un ley. No, el publicano no era necesariamente
incrédulo, aunque no cumpliera toda una maraña de normas impuestas por los que solo viven del
cargo y de aprovecharse de los demás. Fijémonos ahora cuando están en el templo, en oración. El
fariseo avanzaba con paso decidido, estaba de pie, bien plantado y empieza su oración que es una
autentica invitación dirigida a Dios para que tome en consideración sus buenas acciones.
Más que rezar, se reza a sí mismo. O si queremos se cuenta su propia historia: “ayuno dos veces por
semana, doy el diezmo de todas mis ganancias…”Como si quisiera dar a entender al Señor la
importancia de todas estas cosas y subrayar su comportamiento, pone delante de toda una lista
detallada de las faltas ajenas:”Oh Dios te doy gracias porque no soy como los demás hombres:
rapaces, injustos, adúlteros”.
Y mientras reza este sagrado pavo, cuyas palabras suenan como una blasfemia, todavía tiene humor
para dar una ojeada a su alrededor y ve aun publicano que se mantiene a distancia, probablemente
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ni siquiera se atrevió a pasar el dintel del patio exterior y lo llama como testigo:”no soy como los
demás hombres ni tampoco como ese publicano”
¿Pero qué puesto ocupa Dios en la religiosidad de ese saco de vanidad y de suficiencia que es el
fariseo? El fariseo tiene necesidad de que Dios exista, de lo contrario, ¿ante quién podría cacarear
su propia mercancía?El fariseo no tiene ni idea de lo que significa orar. Está lleno de si mismo como
un huevo. Y Dios mismo no sabría como encontrar un hueco para entrar en aquel saco de
presunción para darle su gracia.
Por el contrario el publicano, el pecador, encuentra inmediatamente la postura
correcta:”manteniéndose a distancia no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba
en el pecho diciendo: Oh Dios ten compasión de mí que soy un pecador”
El publicano se sumerge en su propia indignidad, al contrario que el fariseo que se subía al pedestal
de sus supuestas virtudes. El publicano ni siquiera tiene necesidad de confesar detalladamente sus
propias culpas. La confesión ya se la ha hecho el fariseo. El fariseo se ha encargado de ahorrarle la
preocupación de desgranar el rosario de sus pecados. Él solo dice:”ten compasión de mi que soy un
pecador”.El fariseo ha puesto la enumeración de las culpas del publicano, el publicano pondrá el
arrepentimiento.
Y entonces es cuando entra en escena el personaje principal, Cristo. Ha estado examinando todos
los movimientos y captado todas las palabras. Ahora dicta la sentencia solemne:”os digo que el
publicano bajó a su casa justificado y el fariseo no”.Y añade la motivación:”porque todo el que se
ensalce será humillado y el que se humille será ensalzado”
Para el publicano es la salvación, para el fariseo, el Señor no pronuncia ni siquiera una condenación
explicita. ¡Que mayor condena quiere aquel fariseo que ser un pavo religioso insoportable, no
merecía ni siquiera una respuesta irónica del Señor! Amigos, son las sorpresas de la oración.
Aunque el fariseo nos sea decididamente antipático, casi sin darse cuenta hay no pocos que le
imitan en su vida cristiana con una postura de suficiencia, de apariencia y de presunción, y entre
ellos, lo más lamentable, no pocos eclesiásticos y jerarquía.
Son los que de palabra siguen a Cristo cumpliendo todas las horas litúrgicas y oraciones, pero
después viven a costa de la religión, sin austeridad, ni autodisciplina, ni coherencia. Son los
solterones religiosos-que dice el Papa- que tanto daño hacen a Cristo y a su mensaje. ¡Que pena!
Juegan a ricos con el Señor: exponen sus buenas obras y le invitan a que los admire por lo buenos
que son. Esta clase de gente va a la Iglesia no para escuchar a Dios, porque con sus largas retahílas
de supuestas virtudes, no deja que Dios les hable. Sino para lucir sus maniquíes y sus modelitos.¡
Una autentica pena, lo repito!
El fariseo finge ignorar que los dos polos de la oración son la grandeza de Dios y nuestra nada. Y lo
sustituye por otros dos polos: sus propias virtudes y el desprecio a los demás, aunque delante del
prójimo pongan una cara de buenos. Se creen grandes y lo que hacen es empequeñecer a Dios. Se
creen virtuosos pero con su comportamiento desprecian a los demás, aunque pongan cara de muy
solidarios, pero lo que hacen es sacar provecho de la religión y de los demás.
El pecado típico del fariseo es el de sentirse “un separado, un privilegiado”: oh Dios te doy gracias
porque no soy como los demás. Es decir, son muy cumplidores, distintos de los demás. Si el mundo
va mal, si hay tanta injusticia, tanto egoísmo, tanta suciedad y mentira, la culpa es siempre de los
demás, no de ellos. Ni siquiera se les ocurre sospechar que no son justos, generosos y limpios.
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Y por eso mismo los fariseos de entonces y los de ahora (sean laicos o personas religiosas y
jerarquía) no se consideran también responsables de que la sociedad y la Iglesia vaya mal y la gente
se aleje de ella. Todos los hipócritas -y mira que hay- se consideran los buenos. Ellos no son como
los demás. ¡Hay tantos bribones en el mundo! Cuando los auténticos bribones son ellos.
Otro pecado, otra ceguera colosal de todo fariseo consiste en medir sus relaciones con Dios de una
manera cuantitativa. Dios es para ellos como un amo al que se deben ciertas prestaciones: prácticas
de devoción, misas, comuniones, primeros viernes, procesiones, con eso pagan el tributo. Pero a la
hora de ponerse el mono del compromiso por los demás, eso si, se ponen a dirigir, pero no se
manchas las manos.
¿Cuando se dará cuenta el cristianismo y no pocos de los que predican de que Dios no quiere ni ver
esa mentalidad de toma y daca, y de la pasarela de modelitos eclesiásticos porque eso es
antievangelico? Es preciso que cada uno se examine-clero incluido- y deje de lado al fariseo que
pueda llevar dentro y se coloque al lado del publicano.
El publicano sabe que las credenciales que son válidas para presentarse delante de Dios no es un
certificado de “buena conducta”, sino la condición de pecador que cada uno somos. El publicano se
siente pequeño, por eso sale del templo engrandecido. Se reconoce pobre, por eso sale
enriquecido.
¿Se tiene en la Iglesia la humildad suficiente para aceptar la lección del
publicano?¿Queda claro que no se puede jugar a ricos con Dios?¿Se
da cuenta la Iglesia que la minuciosidad de reglas y normas y la
escrupulosidad de su cumplimiento son un pedestal en el que muchos
se alzan para presentarse como muy piadosos ante Dios?, pero que lo
que hacen es alejar a la gente de Dios, porque los primeros que no dan
ejemplo con su vida son no pocos de los que las predican?
¿El cristiano se da cuenta de que solo cuando se está sinceramente
convencido de que no tiene nada presentable, podrá entonces presentarse delante de Dios?
¿Es que no queda claro que hay que dejar de sacudir al aire las oraciones de vanagloria, para
empezar a golpearse el pecho? No queda otra alternativa: o golpear el aire o golpear el pecho
propio y no el del vecino
¿Se convencerá el cristianismo y los que predican, de que el mundo ira mejor cuando el cristiano no
se sienta mejor que los demás, sino igual de pecador que los demás?.Y por eso mismo no se puede
despreciar a nadie y considerarse uno mas puro?
La parábola exige una respuesta. He dicho al principio que es como una carta con acuse de recibo y
dirigida a cada uno. Y la respuesta pasa por hacer una opción. Reconocerse justo o pecador.¿Pero
delante de Dios hay alguien que sea justo? El cristianismo necesita coherencia y purificación a
toneladas y eso solo se consigue volviendo a la esencia del evangelio, comenzando por los que
predican y la jerarquía, si es que de verdad queremos que la Iglesia sea creíble.
¿No es eso lo que nos esta pidiendo y haciendo el Papa Francisco? Siga santidad, aunque hayan
salido ya a la contra bastantes lobos con piel de cordero que naturalmente no quieren perder su
status, ni sus prebendas, a vivir a costa de la religión, y solo se dedican a pasear sus modelitos y a
fabricarse adeptos a los que infantilizan, aborregan y meten miedo. Pero ya darán cuentas a Dios.
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Lo malo es que dejan tirados en el camino de la vida a no poca gente, no sin antes aprovecharse de
ellos y escandalizarlos con su comportamiento, en vez de escuharlos y acompañarlos.
Los descendientes del fariseo son innumerables, pero por fortuna son innumerables también los del
publicano, aunque a veces no vayan a misa. Gracias también a estos últimos, la Iglesia de los
pecadores va haciendo todos los días la Iglesia de los santos.
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