Heráclito Parece que los primeros pensadores con origen en la ciudad de Mileto tomaron partido por un fundamento material: el agua, el aire, lo material indiscriminado. Otros propusieron respuestas más abstractas, como Pitágoras que se inclinó por los números. Pero Heráclito propuso, según Aristóteles, el fuego como principio, aunque no en tanto fuego sino, según es posible interpretar, como metáfora del cambio. Es movimiento puro, la mejor expresión de un devenir incesante que el fuego muy bien estaría representando. Por ejemplo: el fragmento 30 dice: “Este mundo, el mismo para todos, no fue hecho por ninguno de los dioses ni por ninguno de los hombres; sino que fue, es y será fuego siempre vivo que se enciende y se apaga de acuerdo al logos” Aquí se ve la posible metáfora del fuego como cambio . Historia detrás de la famosa frase y de Heráclito Heráclito “dice en alguna parte”, dice Platón en el Crátilo, que todo fluye y que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Y comprendemos lo que Platón dice a través de la copia de aproximadamente trece escribas que en diferentes momentos de la historia, durante casi 1500 años, fueron copiando manuscritos que parecen remitir al primer original de Platón. 13 copias desde Platón hasta el último manuscrito que finalmente llegó a la imprenta cuando esta fue creada para ser impreso y difundido. Leemos una traducción al español de un texto de Platón, en el mejor de los casos en su idioma original griego, cuando si no en inglés o en francés, que remite a alguna edición erudita que a su vez remite a algún original emparentado con ese primer texto de Platón socializado por las primeras imprentas en el siglo XV o XVI, que a su vez supone el trabajo manuscrito de reproducción de otros originales manuscritos que datan en su conjunto y secuencia de por lo menos 1500 años, hasta llegar a un supuesto primer original platónico que cita sin ninguna referencia más que el «en algún lugar Heráclito dijo», lo que todo el mundo a lo largo de la historia oficial de la filosofía repite como la frase que expresa la naturaleza del pensamiento de Heráclito. Y todo eso sin contar las múltiples tergiversaciones intencionales y no intencionales de cada escriba, traductor, editor y hasta diagramador. ¿Entonces no hay forma de saber si los textos de los presocráticos son reales? Nada es efectivamente comprobable en un ciento por ciento. Y menos textos tan antiguos. Siempre llegan a nosotros por medio de intermediarios. Y siempre podes dudar de cuánto el intermediario manipula la transmisión de esa información. 1 Por ejemplo: Aristóteles realiza en su libro Metafísica una breve historia de la filosofía como un antecedente a su propio pensamiento. La cuestión es que es muy evidente que esa historia está escrita ya desde las ideas propias que Aristóteles quería presentar como su propia culminación. Hayan dicho lo que hayan dicho los presocráticos, cuando Aristóteles los transcribe, les hace decir justo lo necesario para que encajen como eslabones previos a su propia filosofía. El riesgo histórico allí es muy fuerte. A lo sumo podemos inferir por contexto ciertas ideas. Por ejemplo, con Heráclito pasa algo inesperado No bien vas analizando la totalidad de sus fragmentos, te vas alejando de lo que todos querían que Heráclito dijese. Basta con tomar sus fragmentos y encontrar semejanzas conceptuales, ideas que se repiten, para comprender que mucho de lo que se cree que Heráclito dijo puede ser de otra manera… Los textos de los presocráticos nos han llegado a partir de una recopilación de sus citas en los libros antiguos más cercanos a su contexto de producción. Las obras de Platón y Aristóteles son las primeras que citan a los presocráticos, y que han llegado hasta nosotros. Pero al mismo tiempo muchos historiadores, literatos e incluso otros filósofos posteriores continúan esta tarea de citado que ha permitido una clasificación y sistematización del pensamiento griego arcaico. Se calcula este período de seiscientos años entre el siglo III a.C. y el siglo III d.C. como el tiempo en el que se rastrillan todas las citas que todos los grandes exponentes de la cultura griega y romana han hecho de los pensadores presocráticos. Se sabe que desde Anaximandro muchos de ellos escribieron libros que se perdieron; de ahí el problema de reconstruir sus voces a través de la intermediación distorsiva de sus discípulos históricos. Por suerte en el siglo XIX y principios del XX dos filólogos alemanes, Hermann Diels y luego Walther Kranz, sistematizaron los fragmentos de los presocráticos constituyendo algo así como un canon del que toda la crítica parte tomándolos como base. Heráclito pertenece a la filosofía presocrática (antes de Socrates). Los presocráticos buscan el principio ordenatorio de todo lo que hay. Es una época en la que la pregunta cosmológica fundamental era: ¿Cuál es el principio de todas las cosas? Y Heráclito, parece* que dijo “el cambio” Toda la filosofía presocrática puede definirse a partir de este esquema Es cosmocéntrica, esto es, intenta encontrar un fundamento (centro) para el cosmos, palabra que en griego significa universo pero en tanto orden: el orden universal. Por eso se trata siempre de encontrar el contenido de ese fundamento. Es decir, hay un principio, hay una razón última que explica en su ultimidad desde por qué el subte viene con demora hasta el sentido de la vida (y de la muerte), pero lo que falta definir es 2 su contenido. ¿Ese fundamento último es aire, palabra, número, espíritu, dioses, trabajo, poder, ser? ¿O es, como sostiene Heráclito, el cambio? Heráclito “pensamiento” *Parece porque con los presocráticos nunca se sabe, ya que sus textos llegan a nosotros por intermedio de otros que los citan, como en el caso de Platón en el Crátilo. De Heráclito solo sobreviven unos pocos fragmentos condicionados sobre todo por el lugar en el cual cierta filosofía oficial ha puesto a Heráclito como el filósofo del cambio permanente “Filósofo del cambio” con un claro propósito de degradar ese punto de vista, en comparación con la estabilidad y el orden que proveen los sistemas de pensamiento que encuentran un principio ordenador inmutable. Hay más de 100 fragmentos de Heráclito, todos ellos escritos con cierta poética que los coloca más del lado de los enigmas y los misterios que de las explicaciones pedagógicas. A Heráclito lo llamaban “el oscuro”: se piensa que Heráclito escribía así, con el objetivo de generar con sus frases, dichos, ideas la posibilidad de una interpretación que escape a lo lineal. Este carácter hermenéutico de su obra también ayudó a pensarlo como un relativista, pero a la inversa, si uno se va adentrando en los fragmentos, se encuentra con otro tipo de afirmaciones: “…Pero aun siendo el logos general a todos, los más viven como si tuvieran una inteligencia particular”. En este fragmento parecería que Heráclito está sosteniendo que hay un logos común a todos, aunque después cada uno lo interprete a su manera o conciba su propia interpretación como si fuera la verdadera. Lo mismo en este otro: “…No escuchando a mí, sino al logos, sabio es que reconozcas que todas las cosas son uno”. “Lo que se opone es concorde, y de los discordantes (se forma) la más bella armonía…”. “La guerra es el padre de todas las cosas y el rey de todas, y a unos los revela dioses, a los otros hombres, a unos los hace hombres libres, a los otros esclavos”. Todo cambia, pero detrás de ese todo y ese cambio hay una lógica subyacente que hace que todo tenga sentido. Incluso un sentido que nosotros no podemos terminar de comprender, arrojados a la facticidad de la experiencia. ¿Pero qué hay detrás? ¿Qué se esconde detrás de esta guerra? “No comprenden cómo lo divergente converge consigo mismo: armonía de tensiones opuestas, como (las) del arco y de la lira”. 3 Paz y violencia. Movimiento y quietud. Ruido y silencio. El bien y el mal. El todo y la nada. Lo que es y lo que no es. Distinguir para comprender. La guerra, la discordia, la diferencia hace posible en su diferencia la comprensión. La comprensión y la ignorancia. Y así. “A la naturaleza le place ocultarse”. Parece entonces que, según Heráclito, el río es el mismo y no es el mismo al mismo tiempo, deconstruyendo de ese modo el principio de tercero excluido que sostiene que las cosas o son o no son, y que no hay lugar para una tercera posibilidad. Decir que el río es y no es el mismo, aunque incomprensible por contradictorio, nos ayuda a desmarcarnos de un pensamiento binario que exige una polaridad. Deconstruir las polaridades nunca es salirse de ellas, ya que cualquier salida nos coloca en un nuevo polo. Deconstruir es un primer asomo para comprender que, aunque nuestra conciencia solo admite polos, hay un entre, esto es, la oscilación constante entre ambos polos que tal vez sea lo único que haya, siendo los polos meros momentos de un péndulo infinito. Pero no se puede pensar el cambio porque no se puede decir el cambio, sino que el cambio es ese movimiento que hace que un concepto refiera a otro, una palabra a otra, y así se produzca la comprensión. Sin silencios no hay lenguaje. Sin silencios no hay diferencia, y el lenguaje es diferencia aunque se nos presente como un absoluto. Heráclito puro: el instante y el movimiento, la tranquilidad y la angustia, los opuestos convergiendo para que la cosa tenga sentido, aunque ese sentido no sea más que la sustanciación de una ilusión. La ilusión y lo real. ¿Se puede romper la dicotomía o es la dicotomía y su lucha la clave para comprender el vínculo entre la ilusión y lo real? Entre. El río que es y no es el mismo río. El río, un entre. El todo, un entre. Y sin embargo, Heráclito: “El Dios es día-noche, invierno-verano, guerra-paz, hartura-hambre, todos los opuestos; esta inteligencia toma formas mudables…” ¿Cómo se relacionan los opuestos? ¿Es un cambio azaroso o el cambio sigue alguna lógica? Hay logos en Heráclito. Hay una búsqueda de lógica en el cambio. Distinguimos los opuestos para que esa totalidad, para que cada pequeña totalidad que se muestra como tal evidencie su dependencia con su contrario. Es que el logos para Heráclito tiene que ver con los opuestos que coinciden. No hay cambio azaroso, si no la ilusión no se sustancia y no se produce mundo. Huir del caos sin asumir acríticamente el cosmos que se presenta a nuestros sentidos. Pero huir del caos. Buscar que la ilusión anestesie. 4 ¿Hay algún otro propósito para el conocimiento? El logos, la lógica oculta y la constancia de que la cosa no se va. Y si se va, entender por qué, comprender sus razones, creer que comprendemos razones. Hay un logos en Heráclito que conecta los opuestos para que las aguas sosieguen. El cambio no es anárquico. Ejemplo: El joven muerto y desangrado no revivirá. Los vidrios rotos no mutarán en un café con leche. Hay una ley, tiene que haber una ley, cierta proforma, una racionalidad oculta, una serie de posibilidades. Lo imposible no solo es la imposibilidad de las posibilidades. Lo imposible es que lo posible solo pueda ser lo posible, y que la vaca no se vuelva vaso. Lo imposible determina en Heráclito que el cambio sea previsible, imprevisiblemente previsible, pero previsible al fin: el niño crecerá y no será árbol, sino adulto y algún día morirá. Más conciso Heráclito de Efeso, nacido hacia el 540 a.C, llamado el Oscuro, tuvo la aguda percepción de la variabilidad y fugacidad de cuanto existe, de su diversidad y perpetua mudanza. Todo cambia es la conclusión en que expresa lo que la realidad ofrece. Nada de cuanto existe es, al momento siguiente, igual a sí mismo. Ni en el mundo ni en nosotros mismos hay nada que pueda considerarse permanente, sino solo un continuo fluir. “La existencia (dice) es la corriente de un río, en la cual no podemos bañarnos dos veces en las mismas aguas” Se dice de Heráclito que vio en el fuego el principio de todas las cosas, pero esto es en él solo un símbolo: el fuego no es propiamente una entidad, sino que representa la naturaleza cambiante de las cosas, de su tránsito irreparable, hacia la nada. ¿En que para la universalidad de nuestros conceptos? En nada, absolutamente, es un intento imposible, contradictorio. Podemos ver el correr tumultuoso de las aguas de un rio que de continuo se penetran y funden entre sí. Pero para coger, para captar esa corriente no podríamos sino helar las aguas y tomar los bloques sólidos. Aprehender la realidad en conceptos fijos, inmóviles, es como helar la corriente del rio, matar la realidad en lo que tiene de más puramente real. En el Crátilo, Platón sostiene en boca de Sócrates que en algún sitio, dice Heráclito (que) “todo se mueve y nada permanece” y comparando los seres con la corriente de un río añade “no podrías sumergirte dos veces en el mismo río”. El Crátilo es un diálogo platónico donde se debate sobre el origen de las palabras, en especial, se polemiza a partir de una instancia bipolar: o hay un origen realista del lenguaje, o 5 bien se trata de un origen convencional; dicho de otro modo, o el lenguaje expresa la esencia de las cosas, o el lenguaje es una construcción cultural producto de las costumbres. El Sócrates platónico desacredita ambas posiciones al cuestionar en especial el lugar de mediación de la palabra: nunca el lenguaje podría ayudarnos a acceder a la verdadera naturaleza de la realidad, ya que de alguna u otra manera lo estaría distorsionando. A lo real en sí mismo hay que acceder en sí mismo. A lo absoluto solo se lo puede conocer de modo absoluto: la palabra siempre es imperfecta. Tal vez esta mención sea la más aproximada y difundida a la frase «nadie puede bañarse dos veces en el mismo río». La primera parte de la cita, también es una de las más difundidas: todo se mueve, o todo pasa, o todo fluye, y nada está quieto, nada permanece Conformándose así una primera lectura del pensamiento de Heráclito directamente asociado a la idea de cambio infinito. De hecho, en los fragmentos heraclíteos más fiables, la idea es bastante similar aunque con alguna que otra diferencia que hace un poco más ambigua la contundencia con la que se esparció el adjetivo “heraclíteo” como sinónimo de naturaleza efímera (pasajera). El «todo fluye» en conjunto con la imagen del río hizo de Heráclito (a través de las menciones de Platón y de Aristóteles, y desde allí hacia adelante) el filósofo del cambio, de lo transitorio, de lo efímero, de la contingencia, del devenir. Pero sobre todo, de la imposibilidad de un verdadero conocimiento. Es que si todo cambia no hay manera de justificar un saber verdadero, ya que el conocimiento, para ser cierto, según Platón, no puede como objeto algo que esté todo el tiempo mutando. Un verdadero conocimiento solo puede referirse a una realidad absoluta. El problema es que en este mundo, nuestro mundo, según se desprendería de Heráclito, todo parece estar dado en el más infinito devenir. ¿Hay algo en este mundo que no cambie? La respuesta de Platón es contundente: no, y por eso este nuestro mundo no es real. Dicho de otro modo Platón postula la existencia de un verdadero mundo que no puede tener ninguno de los rasgos del nuestro, ya que, de ser así, estaría condenado al cambio. Un mundo sin cambio es el único mundo que puede ser real: existe, pero no es el nuestro… De este modo, Heráclito comienza a ser cada vez más asociado con la idea del devenir absoluto como si la realidad no encontrase nunca algún tipo de principio estable, un origen y un final, algo inmutable. Un devenir absoluto que abriera el universo a la más absoluta contingencia: un mundo que en estado de cambio incesante imposibilitaría todo sosiego, algo de paz. 6 Una idea tradicional que asocia la tranquilidad espiritual a la certeza de estabilidad, de orden, de totalidad, como si un universo cerrado nos brindara la posibilidad de alcanzar su verdad, y por eso, de poseer el saber necesario para morigerar toda angustia. Y otra idea tradicional que asocia esta angustia con la incertidumbre, con el estado de posibilidad que nunca se termina de realizar de modo absoluto, dejando siempre algo abierto. Claramente, lo abierto angustia, pero lo cerrado también angustia. En la contradicción radical que movió a los hombres a filosofar, Heráclito resolvió a favor del mundo de los sentidos, negando la razón y Parménides a favor de la razón, negando la experiencia sensible. Ambos abocan a dos actitudes ante la vida que son esencialmente opuestas al espíritu heleno y occidental: El escepticismo (actitud de duda hacia el conocimiento) en Heráclito. El quietismo contemplativo en Parménides. Es famoso cómo se ha ido construyendo una polémica históricamente incomprobable entre Heráclito y Parménides, como representantes de dos puntos de vista opuestos: o el ser en el fondo cambia, o el ser es permanente. El punto de vista heraclíteo fue instalándose como aquel que en un gesto casi de renunciamiento y de anarquía, hacía explotar toda base sólida justificando un tipo de saber fundado en lo cambiante, que por eso no podía resultar un verdadero conocimiento. Un tema recurrente en la historia de la filosofía: ¿Son los conocimientos imperfectos verdaderos conocimientos? Por eso en los diálogos de Platón y en los escritos aristotélicos, la mención a Heráclito es muchas veces utilizada para adjetivar aquellas posiciones que sostienen la mutabilidad de todas las cosas y la ausencia de un fundamento último. O peor; se configura un camino que desde Heráclito lleva directamente al más radical escepticismo, ya que, si todo cambia, entonces ningún conocimiento tiene sentido. La imposibilidad de asociar un verdadero saber con una realidad en permanente cambio ha sido a lo largo de la filosofía una justificación para consagrar el saber verdadero y sacarlo de este mundo, en ese sentido de la consagración según la cual lo sagrado les es sustraído a los seres humanos para brindárselo a los dioses. Por eso, hay algo de profano en el sostenimiento de un pensamiento heraclíteo que desde el devenir busca sin embargo construir un saber. ¿Pero de qué saber se trata? Es evidente que, para el discurso del orden, el pensamiento heraclíteo anarquiza (an-arché) en el sentido etimológico de un término que significa «privación o negación de orden», pero que puede ser principio, causa, origen, fundamento. 7