FAHRENHEIT 451 (Escrito en 1953) Ray Bradbury PARTE 1 Cuando volvía del cuartel de bomberos cada noche, al llegar a la esquina de su casa, Guy Montag sentía que alguien estaba cerca, pero no descubría quién. Esa noche descubrió que era una chica de rostro delgado y muy blanco que parecía avanzar empujada por el viento. La chica se quedó mirando la salamandra y el fénix bordados en la manga y el pecho del uniforme de Montag. Era una nueva vecina, Clarisse McClellan, que se presentó por su nombre, su edad (17 años) y se definió como loca, porque le gustaba quedarse toda la noche despierta para ver y oler las cosas hasta la salida del sol. Clarisse le preguntó cuánto tiempo hacía que era bombero, y Mantag le dijo que hacía 10 años, desde que tenía 20 (o sea, ahora tenía 30). Clarisse sigue preguntando y contando cosas que nos hacen ver que la historia transcurre en el futuro: preguntó si era verdad que antes los bomberos apagaban incendios de casas que se quemaban por accidente, en vez de provocarlos. Contó que la gente no puede caminar. Sólo puede andar en auto a altas velocidades para no ser multada. Por la velocidad de éstos, los carteles publicitarios tienen que medir 6 m de largo para que la gente que pasa tan rápido alcance a verlos. Al pasar por la casa de Clarisse, a Montag le sorprendió ver todas las luces prendidas y a los padres y el tío conversando. En ese entonces, todas las casas estaban totalmente oscuras, y la gente no se comunicaba. Clarisse le preguntó a Montag si era feliz, y el se sorprendió. Nadie en el futuro se lo planteaba! Llegó a su casa y para abrir metió la mano en un agujero en forma de guante que reconocía su mano para que la puerta se abriera. Su mujer, Mildred, se había tomado un frasco de pastillas para dormir. Llamó al hospital. Vinieron, le hicieron lavaje de estómago y le cambiaron toda la sangre. Montag deseó que le cambiaran también el cerebro y la memoria (para no recordar cosas malas). Mildred era una de las tantas personas de la ciudad que intentaban suicidarse cada noche. Había pasado sólo una hora desde que se encontró con Clarisse, y sin embargo, para él el mundo se había derrumbado y vuelto a construirse. Montag se acercó a la casa de los vecinos, toda iluminada, y dese{o unirse a su charla, pero no se animó. ¿Cómo podía encariñarse con ellos si no conocía ni sus nombres? Regresó a su casa, y se acostó. A las 9 de la mañana la cama de Mildred estaba vacía. Montag corrió a la cocina, y la encontró haciendo tostadas, como si no hubiera tomado el frasco de pastillas para dormir. Mildred no recordaba nada de lo que había pasado la noche anterior. Seguía pidiéndole a Montag que pusiera una pared televisor en la única pared de la sala de estar que no tenía. Llovía cuando Montag salió de su casa. Clarisse caminaba por la vereda con la cabeza levantada para que la lluvia cayera en su cara. Le sonrió a Montag. Levaba en la mano una flor de “diente de león”. Clarisse se frotó la flor en la pera y le preguntó si se había manchado. Como la pera sí se había puesto amarilla, le explicó que eso sólo pasaba cuando la persona estaba enamorada. Le pasó la flor a él por el mentón, pero no quedó ninguna mancha. O sea, Montag no estaba enamorado. Él dijo que sí. Que la flor no lo había manchado porque había dejado todo el color en la barbilla de la chica. Estaba enojado. Clarisse le pidió que lo perdonara. Montag le dijo que, a pesar de ser rara e irritante, era fácil de perdonar. Era raro que con 17 años, a veces pareciera mucho más adulta que Midred, que tenía 30. Para Clarisse era raro que él, que la miraba mientras ella hablaba y era amigable, fuera bombero. La chica se fue a su cita con el psiquiatra. Montag levantó la cara y abrió la boca para sentir el sabor de la lluvia, como había hecho ella. Cuando llegó al cuartel de bomberos el sabueso mecánico empezó a gruñirle. Le comentó a su jefe, Beatty, que quizá al perro lo habían programado para intimidarlo. Beatty dijo que no podía ser, porque no había motivos para que alguien del cuartel lo considerara su enemigo. Sin decir nada, Montag pensó si era posible que alguien del cuartel se hubiera enterado de lo de la rejilla del ventilador de su casa. Cada vez que salía de su casa Clarisse estaba por ahí. Lo acompañaba hasta la esquina. Él le decía que le parecía conocerla desde hacía muchos años, y ella le decía que porque ella lo apreciaba y se conocían mutuamente. La chica le preguntó por qué no tenía hijos si le gustaban tanto los chicos, y él contestó que porque su esposa nunca había querido. Montag le preguntó por qué no iba a la escuela. Ella explicó que porque los tenían horas escuchando sin poder hacer ni una pregunta, y que terminaban todos cansados y agresivos (el entretenimiento después del colegio era ir al rompedor de ventanas o al aplastacoches), o matarse entre ellos. Por eso no tenía amigos. A ella le gustaba observar y escuchar, pero la gente no hablaba de nada. Luego de ese día Clarisse no volvió a aparecer. Montag estaba intranquilo. Llegó al cuartel de bombreos y preguntó qué había sido del hombre cuya casa habían quemado. Le contestaron que lo habían llevado al manicomio (pero Montag creía que no estaba loco). Miró la lista de libros prohibidos en la pared del cuartel. Un viento fresco que venía de la rejilla de ventilación de su casa le hizo hacer la pregunta que antes le había hecho a él Clarisse: ¿no se dedicaban antes los bomberos a apagar incendios en vez de provocarlos como ahora? Dos compañeros le leyeron el “libro guía”. En eso sonó la alarma por una denuncia recibida. Fueron a la casa de una mujer, y empezaron a mojarla con petróleo. Destrozaron la puerta principal para entrar. Una catarata de libros cayó sobre Montag. Uno cayó sobre su mano, y éta parecía no obedecer las órdenes del cerebro de Montag. Su mano ocultó el libro bajo la axila. La mujer no quería salir. Montag quería hacerla abandonar la casa, pero ella prefería morir quemada junto con sus libros. Vieron que ella tenía un fósforo en su mano. Cuando la vieron prenderlo, los bomberos se fueron. Montag llega a su casa atormentado por lo que “su mano” había hecho. Lo esconde debajo de su almohada. Su mujer, como siempre, estaba enfrascada en su radio auricular. Montag le preguntó si recordaba cómo se habían conocido, pero la mujer no se acordaba. Eran casi desconocidos. Lo entristeció la idea de que si ella moría, él seguramente no iba a llorar. Recordó el “diente de león”. No estaba enamorado. Montag le habla a su señora de Clarisse, y que es extraño que lleva días sin verla. Mildred le cuenta que la familia se ha trasladado a otro lado, y que cree que Clarisse está muerta, porque fue atropellada por un auto. Al día siguiente Montag amanece con fiebre. Está atormentado por la mujer quemada con sus libros y también por la supuesta muerte de Clarisse. Le pide a Mildred que le traiga una aspirina y que llame a su jefe, Beatty, para avisarle que está enfermo, y que no irá a trabajar, pero Mildred no lo hace. En eso llega un vehículo de los bomberos. La puerta de entrada les avisa que hay alguien. Es Beatty que supone que Montag está enfermo porque no llegó al trabajo. Montag esconde bien el libro bajo la almohada antes de que Beatty entre a la habitación. El jefe supone que Guy está mal porque, tarde o temprano todo bombeo quiere conocer cómo se inició su misión de censura (quemando libros). Entonces, le explica que antes la gente leía mucho. Pero cuando aparecieron la radio, la televisión, el cine, la vida empezó a acelerarse. Los libros se resumían para leerlos en 2 páginas y las noticias empezaron a ser sólo titulares, para eliminar todo lo innecesario del cerebro de los hombres. ¿Para qué tener carreras universitarias largas, si lo único necesario es aprender a conectar aparatos, apretar botones y enchufar computadoras? Mientras, Mildred insiste en arreglar las sábanas y la almohada. Montag la Rechaza decidido. Pero en el intento, Mildred toca la forma de un libro debajo de la almohada. -¿Qué es esto? – pregunta. Pero Montag le grita que se siente. Beatty sigue explicando que la gente es más feliz si todos son iguales, y no piensan. Los libros son peligrosos para eso, porque hace a la gente plantearse cosas, y por eso hay que eliminarlos. A la gente hay que darle datos: letras de canciones, capitales de países, pero no textos que los hagan pensar. De ahí surgió la “nueva función” de los bomberos (quemar libros como “guardianes de la felicidad”. Montag le habla de una vecina que era distinta. Beatty sabe perfectamente que le habla de Clarisse McClellan. La han estado vigilando a ella y a su familia, pero nunca les encontraron un libro. Montag le pregunta qué ocurriría si un bombero accidentalmente lleva un libro a su casa. El jefe le contesta que esperan 24 horas, y si él no lo quema, llega el resto de los bomberos y lo incineran. Beatty se despide, pidiéndole que vuelva a trabajar cuanto antes. Montag no quiere volver nunca más. Se siente infeliz y furioso. Entonces decide mostrarle a Mildred su secreto: saca la rejilla del aire acondicionado, mete la mano, y empieza a sacar libros (como 20). Mildred se pone histérica por el peligro que están corriendo. Montag le dice que quiere examinarlos por lo menos una vez, y que después los quemarán juntos. Pensó que le gustaba más ser como la mujer de la casa que no había querido irse, o como Clarisse, que como todos los bomberos, incluido él. El altavoz de la puerta dijo que había alguien en la calle. Estaban asustados y decidieron no abrir. Tomaron los libros y empezaron a leer. PARTE 2: Juntos leyeron toda la tarde. Montag leyó en voz alta: “No podemos determinar el momento concreto en que nace la amistad. Como al llenar un recipiente gota a gota, hay una gota final que lo hace desbordarse, del mismo modo, una serie de gentilezas hace que dos personas terminen siendo amigas”. Montag descubrió que eso le había pasado con Clarisse. En la puerta de la calle se oyó un leve arañar y un olfateo debajo de la puerta. Mildred dijo que era sólo un perro. Mildred vuelve a su TV y Montag se pregunta si deben devolver los libros y olvidarlos. Cierra los ojos y piensa en el verde parque de un año atrás, cuando se encontró con un viejo vestido de negro que ocultaba algo con rapidez en su chaqueta. Luego de un momento el viejo le contó que había sido profesor de Literatura en la facultad de Arte antes de que ésta cerrara por quedarse sin estudiantes. Se llamaba Faber, y le había dado su dirección y su teléfono. Montag lo buscó y le llamó para preguntarle si quedaba en algún lugar una Biblia sin quemar. – Ninguna- contestó Faber. Montag le contó a Mildred que tenía una Biblia y ella se puso histérica. Él decidió ir a la casa de Faber para mostrársela. Faber se mostró desconfiado, hasta que vió el libro. Montag le pidió ayuda para empezar a leer y entender los textos. Quería recuperar la sonrisa. El viejo le contestó que para eso necesitaba 3 cosas: 1. Calidad de información 2. Ocio (tiempo para dedicarle a la lectura, para entenderla) 3. El derecho a hacer cosas basándose en lo aprendido en los libros. Para eso, deciden quemar todos los cuarteles. ¿Cómo? Imprimiendo libros, esconderlos en los cuarteles de bomberos, dar la alarma e incendiarlos. Montag tiene la lista de todos los cuarteles de bomberos y Faber conoce a antiguos profesores, escritores, actores furiosos que ayudarían a hacerlo (con la ventaja que nadie sospecharía de esos viejos). Pero Faber hablaba en chiste. Al despedirse, Montag le pregunta a Faber si le gustaría tener la Biblia. El viejo dice que daría un brazo por eso. Entonces Montag empieza a arrancar las páginas. El viejo se desespera, y le dice que deje de romperla, que van a llevar a cabo su plan. Faber conoce a un hombre que imprimía los diarios en la Universidad en la que trabajaba, y que ahora está son hacer nada. Le pide a Montag que traiga los 400/500 dólares que tiene ahorrados, para empezar a imprimir algunos libros. Montag tiene miedo de que su jefe lo descubra, o, peor, que lo convenza de seguir quemando libros. El viejo, nervioso, lo hace pasar a su dormitorio, y le muestra el pequeño auricular. Si los dos usan uno, pueden estar comunicados, y Faber ir diciéndole a Montag qué tiene que decir en cada momento. Dos amigas de Mildred habían ido a visitarla. Montag intentó charlar con ellas, pero eran muy huecas. Entonces fue a buscar un libro de poesías. Faber le dice por el auricular que la única manera de zafar es que diga que es una broma, y que tire el libro al incinerador. Mildred explica nerviosa que cada bombero está autorizado a llevarse un libro por año a su casa para demostrarle a su familia que leer no sirve para nada. Que lean algo para comprobarlo. Una de las amigas de Mildred se emociona con la poesía que leyó Montag. La otra se enfurece, diciendo que los libros sólo provocan lágrimas y dolor. Cuando se van, Montag recupera los libros que Mildred había escondido de apuro atrás de la heladera, y los esconde entre los arbustos del patio trasero. Nota que Mildred ya ha quemado varios. Montag vuelve a trabajar al cuartel de bomberos. Tiene miedo de arruinar todo, pero esta vez no está solo. Faber lo acompaña desde el auricular. Beatty lo recibe, diciendo que qué bueno que la crisis haya pasado. Empieza ha hablarle citando libros. Desde el auricular, Faber hace que Montag se controle, y no responda. Y cuando está a punto de contestar, suena la alarma en el cuartel, y todos salen. Montag siente que no podrá quemar ni un libro. Desconcertado, ve que el camión se detiene frente a su propia casa. PARTE 3: FUEGO VIVO Las casas de toda la calle se abrieron para ver el espectáculo. Beatty preguntó a Montag si no se había dado cuenta que había mandado al sabueso a merodear. Mildred salió corriendo de la casa con una valija y se fue velozmente en un taxi, sin contestarle a Montag si había sido ella la que había dado la alarma. Del otro lado del auricular Faber le pregunta qué pasa. Le dice que huya. Que corra. Beatty dice que el fuego es bello porque destruye los problemas, y que Montag es el problema y lo manda a que él solo queme su casa con un lanzallamas. Cuando lo haya hecho, quedará detenido. Montag quemó todo con pasión. No quería que quedara nada que le recordara que había sido infeliz ahí, con una mujer desconocida. Al terminar, le pregunta al jefe si fue su mujer la que lo denunció. Beatty le confirma que ella y sus amigas. Desde el auricular, Fabel le gritó que se fuera de ahí. Beatty lo golpeó en la cabeza, y el auricular saltó al piso. Beatty descubrió que eso lo conectaba a otra persona, y dijo que descubrirían a quién. Entonces, Montag encendió el lanzallamas, y quemó a Beatty. Apareció el sabueso mecánico y le clavó una aguja con anestesia, justo antes de que Montag lo quemara. Sin sentir la pierna, Montag buscó los 4 libros que todavía estaban escondidos entre los arbustos. No hubiera querido matar al jefe, que en algún momento había sido su amigo. Pero se dio cuenta de que Beatty lo provocando citando textos de libros porque quería morir. Empezó a recuperar la movilidad en la pierna. En el bolsillo tenía un auricular radio. Un locutor anunciaba que la policía buscaba a un bombero, Guy Montag, que había cometido un asesinato y otros delitos contra el gobierno. Escuhó también que la guerra había comenzado. Un auto a toda velocidad se le vino encima, y si no hubiera sido porque Montag se tiró al piso, lo hubiera atropellado. Se dio cuenta de que no era la policía como él creía, sino un grupo de adolescentes de ente 12 y 16 años. Recogió los libros desparramados en la calle y siguió camino. Pasó por la casa de otro bombero, Mr. Black, y como su señora estaba durmiendo, escondió los libros en su cocina, y llamó desde un teléfono público para hacer la denuncia. Las salamandras (camiones de bomberos) empezaron a llegar para quemar la casa. Era una compensación por todas las casas que había quemado. Por fin llegó a lo de Faber y le contó todo lo que había pasado después de que Beatty le descubriera el auricular por el que se comunicaban. Montag le dejó plata a Faber para que imprimiera algunos libros en St. Louis (donde estaba su amigo el que imprimía) para seguir con su plan, y siguió huyendo. Vieron en el pequeño televisor de Faber que habían reconstituído al sabueso y su inteligencia artificial, que podía reconocer 10.000 olores de 10.000 hombres distintos, y que lo bajaban en la casa de Montag. Millones de personas estaban viendo por televisión la cacería del bombero. El sabueso iría desde su casa a la de los Black, y de allí a lo de Faber. Montag se despidió, pidiéndole que quemara la silla donde él había sentado, limpiara con alcohol el picaporte, prendiera el aire acondicionado y el riego al máximo para que el perro no sintiera el olor del bombero. El viejo trajo una valija llena con su ropa (y su olor), la rociaron con whisky, y Montag corrió con ella hacia el río. En el camino, pudo ver por una ventana que el sabueso olisqueaba ya en la casa de Faber, perro luego de un momento se volvía. La policía pedía a toda la población que por un momento abrieran las puertas y ventanas de sus casas y se quedaran mirando: el fugitivo sería el único corriendo por la calle, y lo atraparían. Para ese momento, Montag ya había llegado al río. Se metió al agua, se desnudó y dejó que la corriente arrastrara su ropa. Se vistió con la ropa de Faber, y con la valija en la mano, se dejó llevar por el río en la oscuridad. Estaba a unos 300 metros cuando el sabueso apareció, y las luces de los helicópteros alumbraron el río. Montag se zambulló, y al momento, el sabueso y los helicópteros se habían ido. Montag siguió flotando boca arriba. Nunca más volvería a quemar algo. Para eso estaba el sol, que día a día quemaba el tiempo. Él llegaría a algún lugar para empezar una vida nueva. Más tarde sus pies tocaron la arena de la orilla. Sintió, encantado, el olor del campo. Empezó a caminar, y se tropezó con las vías del tren (que ya no se usaban porque todos viajaban en avión. Decidió seguirlas para llegar a algún lado. Vio un fuego, que esta vez significaba otra cosa: no estaba quemando, sino calentando el frío de la noche. Un grupo de 5 hombres charlaban alegremente. De pronto, uno de ellos le gritó a Montag que se acercara. El jefe del grupo, Granger, le ofreció café y un líquido blanco que le hizo tomar para que cambiara la composición química de su transpiración y el sabueso no pudiera encontrarlo. Lo habían reconocido porque, como todo el mundo estaban viendo la persecución de la policía por televisión. Le mostraron que la “cacería” seguía, pero que iban en la dirección contraria. Le explicaron que, como él los había despistado, y los policías no podía quedar como inútiles, habían empezado a seguir a un hombre que sabían que paseaba por las calles sin propósito, para hacerlo pasar por Montag, y que los millones de personas que miraban por la tele la persecución quedaran satisfechas con el trabajo de la policía. En la tele mostraron al hombre doblando la esquina, y una voz desde el helicóptero anunció que era Montag. El sabueso saltó sobre el hombre, y lo inmovilizó. La voz en la TV anunció que Montag estaba muerto, y la persecución había terminado. No habían enfocado la cara del hombre. Granger presentó a los otros hombres, que habían sido todos profesores universitarios, e invitó a Montag a unirse al grupo. Cada uno de ellos recordaba un libro, o una parte. Habían quemado sus libros, pero seguían estando en su cabeza. Eran miles de personas dispersas por el mundo guardando textos en su memoria. Cuando la guerra terminara, tal vez los hombres se replantearían que la vida que habían tenido, siempre corriendo, violenta y vacía de verdaderas relaciones no tenía sentido. Entonces ellos imprimirían los libros que tenían en la cabeza para que la humanidad los disfrutara, y aprendiera de ellos. Si esto no ocurría, se los transmitirían a los hijos oralmente para que ellos esperaran el momento oportuno para hacerlo. El grupo se estremeció cuando en ese momento estalló la bomba. La ciudad voló, y cayó destrozada. Había desaparecido. Granger miró la hoguera, y contó: “Hubo un pájaro llamado Fénix que cada tanto encendía una hoguera y se quemaba en ella. Pero siempre conseguía renacer de sus propias cenizas. Los hombres hacemos lo mismo una y otra vez con las guerras. Destruimos ciudades y gent, y al tiempo todo vuelve a empezar de nuevo. La diferencia es que el pájaro no sabe lo que hace (no tiene inteligencia), y nosotros, aún sabiendo que es una estupidez, lo hacemos igual. Algún día enterraremos la guerra en un gran pozo para siempre. Por el momento, fabricaremos espejos para que cada uno se mire, se conozca a sí mismo, y reconozca su estupidez para no repetirla.”