La forja de un Estadista

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La forja de un Estadista.
Víctor Ferrigno F.
Uno de los estadistas más preclaros de nuestra patria, Juan José Arévalo Bermejo, nació
hace un siglo en el municipio ganadero de Taxisco, Santa Rosa, en una Guatemala
sojuzgada por la tiranía de Manuel Estrada Cabrera.
No es posible explicarse el genio de este político y educador sin considerar el
contexto social y político dentro del cual se formó. La forja del estadista se da en un crisol
de convulsos acontecimientos, marcado por cuatro grandes fenómenos: la tiranía de Estrada
Cabrera, la Revolución Unionista de 1920, la dictadura de Jorge Ubico y la Segunda Guerra
Mundial.
De la madre mentora hereda Arévalo la pasión por el conocimiento y la enseñanza;
estos dos elementos marcan a fuego vivo su vida, la que transita escalonadamente por la
pedagogía, el humanismo, la filosofía y la política. Es su concepción de la educación como
medio para la humanización y la libertad lo que lo lleva a preocuparse de la formulación de
políticas públicas en la materia. Buena parte de sus primeros escritos versan sobre lo que
debiera ser la educación pública, humanista y laica.
La sevicia vivida durante la dictadura de Estrada Cabrera y la barbarie de la
Segunda Guerra Mundial lo mueven hacia el humanismo, para superar “nuestra
animalidad”. El joven Arévalo Bermejo se forma como filósofo en Argentina; en tanto
pensador de la totalidad, interpreta a la sociedad como un fenómeno integrado que debe
articularse y moverse en torno a principios espirituales prístinos. Tales concepciones lo
hacen interesarse por el papel rector del Estado y, al ser electo presidente, lo llevarían a
“imponer los valores espirituales como norma de Gobierno”.
Juan José Arévalo se gradúa de maestro de instrucción primaria un año después de
que un movimiento cívico, encabezado por obreros y artesanos, diera al traste con la tiranía
de Manuel Estrada Cabrera. Es en esta apertura democrática que su talento como educador
puede explayarse; con apenas 20 años es nombrado, en 1924, director departamental de los
centros educativos de Escuintla, primero, y de Jalapa después.
A los pocos meses, en un meteórico ascenso en la administración pública, es
designado jefe de la sección técnica de la Dirección General de Escuelas Primarias. En
1925 recibe el nombramiento de inspector general del Instituto Centroamericano para
Varones de Jalapa, escaso tiempo antes de graduarse de bachiller en ciencias y letras,
evidenciándose su precoz talento.
En 1926 redactó el Método Nacional para aprender simultáneamente Dibujo,
Escritura y Lectura, inspirado en la obra del pedagogo alemán Ernest Neumann. La obra
fue aceptada por el Ministerio de Educación y encargó su impresión a una editorial
francesa. Juan José Arévalo se trasladó a París para cuidar la edición, iniciando su práctica
de viajar para aprender.
Las condiciones de libertad y progreso creadas por la Revolución Unionista le
permiten al joven mentor concursar por una beca para cursar estudios superiores en la
república Argentina, la cual gana merecidamente. Este hito afianzaría el rumbo de su vida,
permitiendo que el genio natural se enriqueciera con una sólida formación académica,
imposible de obtener en un país que apenas salía del oscurantismo.
Arévalo Bermejo estudia y trabaja en Argentina entre 1928 y 1944, con breves
estadías en Guatemala, logrando formarse como pedagogo y filósofo. Además, se fragua
una sólida experiencia como mentor y administrador público en materia educativa,
trabajando en escuelas y universidades. En 1932 obtiene el diploma de Profesor de
Enseñanza Secundaria en Filosofía y Ciencias de la Educación; dos años más tarde
obtendría el Doctorado en ambas materias.
En 1934, ya consolidada la dictadura ubiquista, Arévalo retorna a Guatemala,
fracasando en su intento de fundar una Facultad de Filosofía y Letras. El gobierno,
haciendo gala de cinismo, lo nombra Inspector General de Escuelas, cargo que resultó
infuncional pues fue el único inspector en todo el territorio nacional.
Posteriormente, fue designado Oficial Mayor del Ministerio de Educación. Ocupa
su tiempo entre la labor pública y la académica. Publicó diversos ensayos de orientación
filosófica y pedagógica, así como los Libros Segundo y Tercero de Lectura –de los cuales
fue coautor- y su Geografía Elemental de Guatemala.
Asfixiado por la intolerancia política y la pobreza cultural del régimen, regresa a
Buenos Aires, en 1936, para trabajar como docente. En su viaje hacia el Cono Sur escribe
el ensayo Las Cuatro Raíces del Servilismo, un análisis comparativo de la dictadura
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ubiquista con el nacional-socialismo de Adolfo Hitler, su primera obra de corte claramente
político, ocupándose de una de sus principales pasiones: la libertad del hombre.
Durante esa época, Arévalo no desarrolla militancia política ni forja experiencia
partidaria alguna, pero fragua una visión integral y libertaria de la sociedad, y se fija una
meta de ámbito estatal: la educación y la formación de su pueblo.
En el plano filosófico-pedagógico se convierte en un subversor de la inercia
conceptual existente, constituyéndose en un sólido y permanente inquisidor del statu quo.
Tal concepción se expresa en su discurso de inauguración del Instituto Pedagógico de San
Luis, Argentina, en 1942, al sostener que surge como un “centro de agitación espiritual” y
de investigación de las ideas, recordando que las universidades surgieron en Grecia para
“enfrentar el modo gregario y rudimentario de vivir”.
Siendo Presidente, al fundar la Facultad de Humanidades, define a los humanistas
como “caudillos de la inconformidad”, evidenciando su concepción filosófica de que el
humanista es un hombre de acción, un político de principios.
Armado de valores e ideas, Juan José Arévalo regresa en 1944 a Guatemala para
asumir la candidatura presidencial que le ofrece el Partido Renovación Nacional. Gana las
elecciones con un amplio margen y la Presidencia le permite poner en práctica una serie de
políticas públicas de beneficio social, que lo convierten en uno de nuestros más connotados
estadistas.
Desde la Primera Magistratura, Arévalo impulsa lo que el denominó el socialismo
espiritual, una formulación filosófico-política que surge del liberalismo con un sentido
socializante: la plenitud del individuo en un marco de bienestar social. Considera que
defender y enaltecer la dignidad del ser humano no es incompatible con una justa
regulación de la economía social de mercado.
Fue hasta 1963, al aceptar participar en las frustradas elecciones para suceder a
Miguel Ydígoras Fuentes, que Arévalo sistematiza su teoría del socialismo espiritual en su
Carta Política al Pueblo de Guatemala, legándonos un ideario que la clase política de hoy,
tan ayuna de principios programáticos, haría bien en estudiar.
Aclamado por el Pueblo y aplaudido por la comunidad de Naciones, Juan José
Arévalo Bermejo entregó el mando presidencial al candidato democráticamente electo, el
teniente Coronel Jacobo Arbenz Guzmán. En su memorable discurso de despedida, el
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estadista se refiere largamente al nazismo, pues le toco gobernar en el contexto de la
Segunda Guerra Mundial.
En su alocución hace un análisis del peligro de dar por consumada la paz, solamente
porque ya no hay conflicto armado, advirtiendo que también hay que ocuparse de la derrota
filosófica, política y cultural de las ideologías totalitarias pues, disfrazadas, son asumidas
por aquellos que dicen defender la democracia.
Aquel discurso es de gran actualidad: “[…] Y es que el hitlerismo –como la
contrainsurgencia, digo yo- fue tratado por sus adversarios únicamente como un peligro
militar. De este error táctico nace el hecho de que el hitlerismo fuera vencido
exclusivamente en los campos de batalla, y conformes con ello, nada hicieron los
vencedores para combatirlo o negarlo en los otros planos de su poderosa estructura. […]
en el hitlerismo había una filosofía. Filosofía reaccionaria, retrospectiva, aristocratizante,
idealista u oportunista: pero filosofía. Había en el hitlerismo pasión de dominio: pero eran
motivos religiosos y raciales motorizados por una filosofía…”
“[…] La democracia contemporánea, fabricadora de guerras como el hitlerismo,
tiene a la vez superiores consignas comerciales que parecen ser la real y exclusiva
preocupación de los estadistas –como los tratados comerciales, replico yo- mas no para
una mejor distribución de los bienes entre las masas humildes, sino para la multiplicación
de los millones que ahora pertenecen a unas cuantas familias metropolitanas.”
La actualidad de estos juicios hace evidente la visión estratégica de aquel estadista
que supo empinarse sobre la mediocridad provinciana y partidista, para convertirse en un
prohombre. Ayunos de líderes de esa talla, debemos aprender de su obra y, replicando el
clamor de 1944 contra la opresión, gritar ¡Viva Arévalo, carajo!
1 de Septiembre de 2004.
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