RENÉ DESCARTES [CARTESIUS] (1596-1650) 1. Contexto histórico, cultural y filosófico. El siglo XVII, en el que vive nuestro autor, está marcado por una creciente inestabilidad en Europa. Factor clave son las conflictivas relaciones, entre los católicos y los protestantes del viejo continente. Por ello, para comprender el siglo XVII es necesario hacer referencia a las reformas que Lutero, Calvino y Zwinglio introducen con respecto al catolicismo en el siglo XVI. El protestantismo es contestado desde Roma con el Concilio de Trento (1545-1563). En el surgimiento de la reforma protestante tuvo un papel destacado la invención de la imprenta (hacia la mitad del siglo XV), ya que permitió una expansión generalizada de los textos clásicos y de la Biblia, sacando el conocimiento y el estudio de las escuelas monacales y catedralicias, haciéndolo accesible a los laicos, con la consiguiente pérdida de control de los RENÉ DESCARTES mismos por parte de la Iglesia. Las disputas religiosas en el seno del Imperio Alemán, la intención de Suecia por controlar el Báltico y la antigua disputa entre Francia y España por la hegemonía en Europa, desembocan el la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) en la que se ven involucradas las grandes potencias del momento y en la que participó Descartes como soldado de ambos bandos (el católico y el protestante). Con la paz de Westfalia (1648), en la que se reconoce la igualdad de derechos de los estados católicos y protestantes, se pone término a esta guerra. El Sacro Imperio Germánico acaba dividido y fragmentado; España está al borde de la extenuación, pues ha agotado todas sus posibilidades humanas y económicas en la guerra, y Francia, aunque salió mejor parada, entra en una crisis económica. La brutalidad de esta guerra (masacres en aldeas y ciudades, hambre, epidemias, odio religioso y político...) golpea la conciencia de algunos intelectuales, que se preguntan cómo ciudadanos europeos, supuestamente civilizados, pueden mostrar tanta falta de racionalidad. El intento de alcanzar una ética racional, válida para todos, por encima de sentimientos religiosos, se perfila como una de las tareas más acuciantes. El proyecto cartesiano está presidido por esta idea, aunque Descartes morirá antes de trazar una ética racional. Este intento de racionalización, alcanza también a la economía y al derecho. A finales de la Edad Media se había producido un fuerte crecimiento de las ciudades, que se convierten en el centro económico y social. En el siglo XVII, los burgueses 1 dedicados al comercio sienten la necesidad de unas leyes de libre comercio iguales en todas partes, de ahí que se muestren partidarios de un poder político centralizado y fuerte que se imponga a los señores feudales. El Estado tiene, para estos burgueses, un fin utilitario: facilitar los negocios. De esta manera, surgen los estados nacionales centralistas, con leyes absolutistas, y una nueva clase social: la burguesía, cuya máxima virtud es el éxito en el trabajo personal, que se traduce en 1 Los burgueses son mercaderes y artesanos que, a partir del siglo XI se establecieron en los burgos, una especie de fortaleza (esas fortalezas pronto se convirtieron en pequeñas poblaciones) desde donde el señor feudal vigilaba su territorio. Su independencia (y pretensiones) pronto les hizo enfrentarse a la nobleza y al clero. Filosofía II Descartes riquezas. En esta época aparecen organizaciones mercantiles, para racionalizar el trabajo y obtener el máximo beneficio, organizaciones económicas (la Banca y la Bolsa), para mejorar los rendimientos económicos, así como el Derecho Internacional. Pero las disputas de religión no solamente afectaban al orden político y económico, sino que también tenía efectos en el orden cultural: en 1633 la Santa Sede condena la obra de Galileo, y Descartes renuncia a publicar su Tratado sobre el mundo, porque defendía las ideas heliocéntricas de Galileo. Hacia 1643 arrecian las polémicas contra Descartes, siendo atacado tanto por los jesuitas como por los protestantes, que tampoco llegan a comprenderle. Cansado de todo esto, acepta las reiteradas invitaciones de la reina Cristina de Suecia y se traslada a ese país. En 1650 morirá allí, víctima de la pulmonía. Desde el siglo XV al siglo XVII se van a ir proponiendo innovaciones a la física aristotélica que conducirán a la creación de la “NUEVA CIENCIA”, personificada, entre otros, por Copérnico, Kepler y Galileo. Entre otras innovaciones, Copérnico propone un universo Heliocéntrico y Geodinámico (en lugar de Geocéntrico y Geoestático); Kepler formula matemáticamente, en 1609, la teoría de que los planetas se mueven alrededor del sol describiendo órbitas elípticas en vez de circulares; y Galileo construye uno de los primeros telescopios astronómicos a la vez que sistematiza el nuevo método científico: el método hipotético-deductivo. Esta “Nueva Ciencia”, de enorme influencia en la filosofía de Descartes, se caracteriza por: 1. La matematización del mundo: «el mundo está escrito en lenguaje matemático», dirá Galileo, por lo que el conocimiento científico y verdadero del mundo será un conocimiento matemático del mismo, en el que todo lo que ocurre –los fenómenos- se reduce a variables cuantitativas. Esta idea presidirá la filosofía cartesiana, cuyo método tiene como modelo el proceder matemático. 2. El mecanicismo: el mundo deja de entenderse como un enorme organismo viviente, para ser entendido como una gran máquina, similar a las construidas por el hombre. Así pues, los fenómenos quedan explicados cuando descubrimos la causa eficiente de los mismos, eliminando la búsqueda de causas finales. 3. La experimentación: La única manera de acercarse a un conocimiento verdadero de la realidad es experimentar. Este no es un rasgo muy presente en la filosofía cartesiana, precisamente por su carácter deductivo, basado en la matemática. De hecho, incluso en la ciencia también tiene un valor secundario y casi exclusivo para la verificación de hipótesis matemáticas previamente construidas. A veces, el cálculo o el razonamiento sustituían al experimento. Tal era la confianza que se tenía en la capacidad de la razón. 4. La practicidad: no se busca un conocimiento meramente teórico sino un conocimiento útil y práctico que mejore la vida de los seres humanos. En el siglo XVII, se inicia la unión entre la ciencia y la técnica. Esta “Nueva Ciencia”, que tantos descubrimientos y éxitos alcanzará con su nuevo método, es la “reina” del panorama intelectual de los albores de la Edad Moderna. Conocimiento verdadero será igual a conocimiento científico. Junto al entusiasmo por la nueva ciencia, que aparece como algo infalible a los ojos de algunos, encontramos una fuerte corriente de PENSAMIENTO ESCÉPTICO que reaparece sobre todo en Francia, y de la que destaca Michel de Montaigne (1553-1592). Para este autor la mayor “peste” del hombre es creer que puede llegar a conocer verdaderamente las cosas. Los últimos fundamentos de nuestro conocimiento son inseguros y la experiencia de los sentidos es engañosa, por lo que la ciencia de la naturaleza no es más que una bella poesía sofística. 2 Descartes Filosofía II En este clima histórico, social y cultural se encuentra Descartes, y al mismo intenta responder su obra, en la que se mantiene que la mejor herramienta de la que dispone el ser humano para huir del escepticismo y poner orden tanto en su vida como en la sociedad y en la naturaleza, es la razón, una y la misma en todos, liberada de las ataduras teológicas y del peso de la autoridad y de las tradiciones, y sometida únicamente a sus propios principios (identidad y no contradicción). Así, Descartes inaugura la corriente denominada racionalismo a la que pertenece junto a Leibniz, Spinoza y Malebranche y que mantiene que la razón es la única fuente de conocimiento válido. MICHEL DE MONTAIGNE (1553-1592) El texto a comentar contiene dos partes (la segunda y la cuarta) de las seis que componen el Discurso del método. El propio Descartes explica así el contenido de su obra y de cada una de sus partes: «Si este discurso pareciera demasiado extenso para ser leído de una sola vez, podría dividirse en seis partes: 1. En la primera se encontrarán diversas consideraciones relacionadas con las ciencias. 2. En la segunda, las reglas más características del método que el autor ha indagado. 3. En la tercera, algunas reglas de moral que ha obtenido de este método. 4. En la cuarta parte, las razones que permiten establecer la existencia de Dios y del alma humana, que constituyen los fundamentos de su metafísica. 5. En la quinta se detalla el orden seguido en sus investigaciones de física. 6. En la última parte expone lo que estima es necesario para avanzar en la investigación de la naturaleza más allá de dónde él ha llegado, así como las razones que le impulsaron a redactar este discurso». Vida y obra El mayor filósofo francés de todos los tiempos, padre de la filosofía moderna, e iniciador del racionalismo. Nació en La Haye, en Turena, en el seno de una familia de la pequeña burguesía en 1596. Tercer hijo de Joachim Descartes, consejero en el parlamento de Bretaña, y de Jeanne Brochard, que murió de parto al año siguiente. Tras casarse de nuevo su padre en 1600 con Anne Morin, pasó al cuidado de su abuela, quien le educó hasta 1606, fecha en que ingresa en el colegio de los jesuitas de la Flèche, fundado dos años antes, una «de las más célebres escuelas de Europa», y cuyas enseñanzas, en particular la filosofía escolástica aprendida de 1612 a 1614, Descartes enjuicia en su Discurso. Abandona esta escuela y en el año 1616 se halla en Poitiers cursando estudios de derecho. En 1618 se enrola en el ejército de Maurice de Nassau, príncipe de Orange, y participa así en la guerra de los Treinta Años. Este mismo año conoce a Isaac Beeckman, un investigador holandés, momento a partir del cual Descartes se interesa por la investigación científica, que une la matemática y la física. Por la correspondencia de Beeckman se sabe que Descartes por esta época buscaba ya, como había hecho Ramón Llull, un «arte general para resolver todas las dificultades». Rota la amistad con Beeckman, Descartes abandona Holanda y se enrola en el ejército católico de Maximiliano de Baviera. En noviembre de 1619, en Ulm, según su propio relato, descubre «los fundamentos de una ciencia maravillosa», tras interpretar el sentido de tres sueños habidos la noche del 11 de noviembre, que se considera el punto de arranque de su nuevo método. Sigue de 1620 a 1629 un período de 9 años de viajes, de los que hay que destacar que, en 1622, adquiere un patrimonio familiar que le permite autonomía económica y que, pese a llevar a cabo un viaje a Italia, no llega a conocer a Galileo. 3 Filosofía II Descartes Hacia 1625-1627 se halla en París, donde llega a ser conocido entre los medios literarios, científicos y filosóficos, como «excelente matemático» y perfecto hombre de mundo. Entre sus amigos, se cuentan sobre todo Mersenne y el cardenal de Bérulle. En este ambiente participa en la discusión entre el valor y sentido de la filosofía tradicional escolástica y los métodos innovadores de la «nueva ciencia» que, por aquel entonces, se hallaba mezclada con las llamadas «ciencias curiosas» (magia, alquimia, astrología). Por esta época Descartes comienza a redactar las Reglas para la dirección del espíritu (en 1628) aunque fueron publicadas póstumamente. En ellas consta ya la conocida afirmación cartesiana de que, al menos una vez en la vida, conviene poner todo en discusión, y el rechazo frontal y total de la filosofía escolástica y, con ella, del aristotelismo. Frente a las confusiones y ambigüedades de la mezcla de la nueva ciencia con las ciencias curiosas, propia del Renacimiento, Descartes presenta los puntos esenciales de su método deductivo de razonar, esencialmente matemático, proponiendo como ciencia ideal aquella que primero justifica el método en que se fundamenta, cuyos puntos esenciales son: la intuición, la deducción, la enumeración o inducción y la memoria o recuento de todos los pasos dados. Tras una importante discusión pública, en casa del nuncio y ante lo más selecto de París, Descartes expone su método, que denomina «método natural» de razonar. El cardenal de Bérulle le dedica grandes elogios y le anima a desarrollar una filosofía fundada en dicho método, Descartes se marcha a la región de Bretaña y luego, hacia 1629, se instala definitivamente en Holanda. En este país, extrañamente aislado, aunque en contacto epistolar con científicos y filósofos, con Mersenne sobre todo, y cambiando continuamente de lugar de residencia para no ser hallado, encuentra la paz de espíritu necesaria para desarrollar sus investigaciones, matemáticas primero y luego filosóficas, con la intención de hallar razonamientos filosóficos más evidentes que los geométricos. En 1637 aparece el Discurso del método, que publica en Leiden, en francés, sin su nombre, junto con tres ensayos científicos, Dióptrica, Meteoros y Geometría, que él afirma que son ensayos hechos según su nuevo método. Mientras tanto, en 1633, el Santo Oficio condena las afirmaciones de Galileo sobre el movimiento de la tierra, por lo que Descartes interrumpe la redacción de Mundo; en 1635, de Helène Jans, mujer que le cuidaba, tiene una hija (Francine) a la que legitima; en 1640, mueren su padre, su hermana y su hija de cinco años («el dolor más grande de su vida»). En 1641 publica una redacción en latín de Meditationes de prima philosophia -iniciadas hacia 1628-, junto con las objeciones que Mersenne había podido recoger previamente, sobre todo de Gassendi y Hobbes, y las respuestas de Descartes. Nuestro filósofo va siendo cada vez más conocido en Holanda, y mayor es el número de amigos, científicos y filósofos que lo visitan, pero arrecian también las críticas y la oposición a su filosofía. Hobbes le se entrevista con él, pero no logran ponerse de acuerdo; Hobbes se alinea con la nueva ciencia, mientras que Descartes, que no acepta ni la filosofía escolástica ni la nueva ciencia, pretende que su filosofía llegue a sustituir a la antigua escolástica. De hecho, sus Meditaciones van precedidas de una carta dirigida a los profesores de la Sorbona de París para captarse su benevolencia. En realidad, lo que obtiene son ataques, principalmente de Pierre Bourdin, jesuita influyente, y de Gilbert Voët, profesor de la universidad de Utrecht. Tuvo que intervenir la autoridad política para lograr que cesaran los ataques contra Descartes en las universidades holandesas, que lo acusaban de ateísmo y pelagianismo. En 1644 aparecen, también en latín, los Principia philosophiae: con ellos intenta ofrecer un manual de su propia filosofía, redactado al estilo de los que entonces se utilizaban. Los dedica a la princesa Isabel, hija de Federico V, rey de Bohemia, refugiado entonces en Holanda, tras la batalla de la Montagne Blanche (1620). La princesa había conocido y tratado a Descartes y mantenía con él correspondencia sobre temas de filosofía; en sus Cartas a Isabel, puede apreciarse la moral definitiva cartesiana. El interés de esta princesa por cuestiones psicológicas hizo que Descartes compusiera en 1649 un tratado sobre Las pasiones del alma, que es interesante para comprender las relaciones entre mente y cuerpo en su sistema. Durante los años 1647-1649, aparecen las traducciones al francés de las Meditaciones y los Principios y, en 1648, vuelve por última vez a París, donde coincidió con los tumultos de la Fronda. En 1649 aceptó no de muy buen grado la invitación de la joven reina de Suecia, Cristina, interesada en su filosofía desde 1646, a trasladarse a su corte. El clima riguroso de Suecia y el horario intempestivo - las cinco de la mañana- de las lecciones que debía dar a la reina acabaron con la vida de René Descartes, que murió de pulmonía el 11 de febrero de 1650, a los 53 años de edad. Tras la muerte de Descartes, en las universidades holandesas comenzaba el cartesianismo. 4 Descartes Filosofía II 2. Razón y método: el criterio de verdad. René Descartes pertenece a la corriente filosófica denominada Racionalismo. En sentido estrictamente filosófico, el término “Racionalismo” se refiere a: La corriente filosófica del siglo XVII a la cual pertenecen Descartes, Leibniz, Spinoza y Malebranche (a la que se opondrá el empirismo inglés del siglo XVIII) que mantiene que la razón es la única fuente de conocimiento válido. Por eso, quizá la mejor forma de entender esta oposición sea comparar lo que afirman estas corrientes sobre el origen del conocimiento: El EMPIRISMO sostiene que todos nuestros conocimientos proceden, en último término, de los sentidos, de la experiencia sensible; El RACIONALISMO, por su parte, establece que nuestros conocimientos válidos y verdaderos acerca de la realidad proceden de la razón, del entendimiento mismo. La filosofía racionalista del siglo XVII concede a la razón la primacía en cuanto fuente y origen de los conocimientos, negándosela a los sentidos. No obstante ambas corrientes mantienen posturas diferenciadas en otros temas, así como algunas coincidencias que los sitúan dentro de la Filosofía Moderna. Veamos sumariamente estas coincidencias y diferencias en un cuadro comparativo. RACIONALISMO COINCIDENCIA TRADICIÓN FILOSÓFICA DIFERENCIAS ORIGEN DE LAS IDEAS VERDADERAS FACULTAD DE CONOCIMIENTO CRITERIO DE CERTEZA MÉTODO MODELO DE CIENCIA ACTITUD FRENTE A LAS POSIBILIDADES DEL CONOCIMIENTO EMPIRISMO Las ideas (y no las cosas) son el objeto del pensamiento Universidad de París Universidad de Oxford (estudio de Platón y el Aristóteles metafísico) (estudio del Aristóteles naturalista) Presión del Papado Libertad de pensamiento Innatas al entendimiento Adquiridas por la experiencia Razón Sentidos Evidencia subjetiva Evidencia sensible Deductivo Inductivo Matemáticas Ciencias experimentales (Física) Optimismo epistemológico: Pesimismo epistemológico: «Nada hay tan alejado que no lo podamos conocer» «Nuestro conocimiento se reduce a la experiencia» 2.1. El buen uso de la razón: la necesidad del método. La Edad Media se caracteriza por el denominado “Giro teológico” de la filosofía, lo que supuso que ésta fuera puesta al servicio de las creencias religiosas. Se trata de un período en el cual la razón se convierte en un instrumento de aclaración y defensa de la fe (la filosofía esclava de la teología). La “filosofía cristiana” utiliza en esta labor a la filosofía griega, fundamentalmente a Platón y Aristóteles, convirtiéndose este último en la autoridad racional 5 Filosofía II Descartes por antonomasia (se le llegó a denominar “el Filósofo”). La excesiva confianza en la autoridad aristotélica, unida a la función subsidiaria de la razón respecto de la fe, provocó que durante trece siglos se tuviera como verdadera la Física aristotélica, en parte por la autoridad que representaba Aristóteles, en parte por ser compatible con la Biblia. Será en el Renacimiento (siglo XV) cuando progresivamente entren en crisis todos los pilares en los que se asienta la Edad Media (religión, política, filosofía y ciencia). Intelectualmente, la novedad quizá más relevante es la revolución científica que, desde una concepción autónoma de la razón va a hacer una revisión y refutación progresiva de la Física aristotélica, que representaba la imagen del Universo predominante a lo largo de toda la Edad Media. La actitud de Descartes ante la historia del pensamiento es de total desengaño: la historia de la filosofía no es más que la historia del error. Descartes mantiene que no se ha utilizado la razón adecuadamente: se han creído argumentos falaces, basados no en el buen uso de la razón sino en el “principio de autoridad” (falacia «ad baculum» y «ad autoritatem»). Debido a este desengaño, Descartes considera como una labor fundamental encontrar un MÉTODO (etimológicamente, camino o procedimiento adecuado) que nos permita hacer un buen uso de la razón sin interferencias externas, así como evitar los dos errores fundamentales de la misma: la precipitación y la prevención. La Edad Moderna se inicia con la clara voluntad de CONJURAR EL ERROR, para evitar apoyar nuestro pensamiento sobre cimientos poco sólidos y firmes2. Descartes busca una vacuna contra el error, y esa vacuna es el MÉTODO. Para Descartes, las distintas ciencias son manifestaciones de un saber único ya que hay una sola razón. La sabiduría es única porque la razón (bona mens) es única. La razón que distingue lo verdadero de lo falso, lo conveniente de lo inconveniente, la razón que se aplica al conocimiento teórico de la verdad y al ordenamiento práctico de la conducta, es una y la misma. De esta manera, Descartes volvió la espalda a la idea aristotélica y escolástica de los diferentes tipos de ciencia, con sus diferentes métodos, y la reemplazó por la idea de una ciencia universal con un método universal. Para Descartes toda la filosofía es como un gran árbol cuyas raíces son la metafísica, el tronco la física, y las ramas que salen de ese tronco las demás ciencias. En su búsqueda de un método adecuado, Descartes considera necesario realizar un análisis de la estructura de la razón. De este análisis concluye que dos son los modos de operar la razón: la intuición y la deducción. La intuición es una especie de “luz o instinto natural” que tiene por objeto las naturalezas simples3: por medio de ella captamos inmediatamente conceptos simples emanados de la razón misma, sin posibilidad alguna de duda o error (así sucede con los axiomas matemáticos). Todo el conocimiento intelectual comienza con la intuición de naturalezas simples. Entre unas intuiciones y otras aparecen 2 Como hemos expuesto en el contexto histórico, cultural y filosófico en el que vive Descartes, el escepticismo como posición epistemológica había sido renovado por el pensamiento renacentista. En la segunda parte del siglo XVI, Montaigne había insistido en los viejos argumentos escépticos: la relatividad y desconfianza de la percepción sensible, la dependencia en que la mente está con respecto a dicha experiencia y su consiguiente incapacidad para lograr la verdad absoluta, junto a nuestra ineptitud para resolver los problemas de enfrentamiento entre los sentidos y la razón. Todo ello condujo a los pensadores metafísicos a conclusiones diferentes e incompatibles. Por eso, para Montaigne, mejor es reconocer nuestra ignorancia y la debilidad de nuestra capacidad mental. El esfuerzo, pues, de Descartes de ofrecer un método y un fundamento seguro no era trabajo innecesario. 3 Las naturalezas simples son los elementos últimos a los que se llega mediante el proceso de análisis. El análisis, por ejemplo, nos muestra que los cuerpos están compuestos de extensión, figura y movimiento; no se trata propiamente de que todo cuerpo tenga una parte de extensión, otra de figura y otra de movimiento: son partes que no se pueden dar aisladamente unas de otras, pero que nuestro entendimiento puede separar. Son el punto de partida para las deducciones. 6 Descartes Filosofía II conexiones que la inteligencia descubre y recorre por medio de la deducción hasta llegar a una conclusión (la deducción es utilizada en matemáticas para demostrar los teoremas). Como la intuición y la deducción constituyen el dinamismo interno y específico del conocimiento racional, éste ha de aplicarse en un proceso de dos pasos: 1. Un proceso de análisis, de descomposición, hasta llegar a los elementos o naturalezas simples. 2. Un proceso de síntesis, de reconstrucción deductiva de lo complejo a partir de lo simple. Esta forma de proceder es el único método que responde a la dinámica interna de una razón única. Según Descartes, hasta ahora PORTADA DEL DISCURSO DEL MÉTODO la razón ha sido utilizada de este modo solamente en el ámbito de las matemáticas, produciendo resultados admirables. Sin embargo, nada impide que esta utilización se extienda a todos los ámbitos del saber (“Mathesis universalis”4), para que produzca unos frutos igualmente admirables. 2.2. Las reglas del método. En su obra Reglas para la dirección del espíritu Descartes nos define el método como: «El conjunto de reglas ciertas y fáciles que hacen imposible para quien las observe exactamente tomar lo falso por verdadero y, sin ningún esfuerzo mental inútil, sino aumentando gradualmente la ciencia, le conducirán al conocimiento verdadero de todo lo que es capaz de conocer» En esa misma obra expone veintiuna reglas que luego reduce a cuatro en su obra Discurso del método, y que nos indican el procedimiento que debe seguir la razón en la búsqueda de la verdad, y que consiste en emplear correctamente las dos operaciones fundamentales de la mente: la intuición y la deducción. Estas reglas son: 1ª. Regla de la evidencia. Esta regla nos obliga a no aceptar ninguna cosa como verdadera si no se la reconoce claramente como tal, es decir, si no se presenta tan clara5 y distintamente6 que no tenga ocasión de ponerlo en duda, debiendo evitar la prevención (dejarse llevar por los juicios de “los que saben”) y la precipitación (dejarse conducir por juicios que no han sido analizados suficientemente) que nos abocan a los prejuicios. Por tanto, la verdad no es ya un problema de adecuación o correspondencia entre nuestras ideas y la realidad externa y objetiva, como venía siendo desde Aristóteles, sino que es una propiedad de nuestras ideas y que se descubre analizando sus cualidades. 2ª. Regla del análisis o resolución. Consiste en «dividir cada una de las dificultades en tantas partes como sea posible y necesario para resolverlas mejor». Los problemas se deben dividir en sus datos o partes más elementales o simples mediante un proceso de análisis. De este modo la mente llegará a discernir e intuir los términos más simples de la realidad que pretende conocer. Sobre estas ideas simples son sobre las que la mente puede alcanzar la evidencia de su verdad. 4 El Racionalismo toma como modelo a las matemáticas, de ahí que su método sea eminentemente deductivo y al margen de la experiencia, mientras que el Empirismo tomará como modelo a las ciencias empíricas de la naturaleza, con lo cual su método de conocimiento será inductivo. 5 Claridad: presencia inmediata de una idea en la mente. Se trata de un pensamiento del que soy consciente. 6 Distinción: una idea es distinta cuando está perfectamente delimitada y no la confundimos con ideas parecidas. 7 Filosofía II Descartes 3ª. Regla de la síntesis o de la composición. Descartes, en el Discurso del método, la define así: «concluir por orden mis pensamientos comenzando por los objetos más simples y fáciles de conocer, para subir poco a poco, por pasos, hasta el conocimiento de los más complejos; suponiendo incluso un orden entre aquellos que no se preceden naturalmente los unos a los otros». Intuidas las ideas simples por el proceso de análisis, entra en juego la deducción a partir de aquellas, siguiendo el procedimiento lógico y ordenado de la geometría. 4ª. Regla de la enumeración y revisión. Es una regla auxiliar, que consiste en hacer enumeraciones y revisiones completas y generales para estar seguros de no omitir nada. La enumeración comprueba el análisis y la revisión la síntesis. Esta regla auxiliar viene exigida porque el espíritu humano está condicionado por el tiempo: las evidencias del pasado tienen que ser conservadas por la memoria, facultad débil y con frecuencia engañosa, por lo que se hace necesario el control, comprobación y verificación de todo lo que se lleve deducido. 2.3. La duda metódica. Para el racionalismo, el entendimiento ha de encontrar en sí mismo las verdades básicas a partir de las cuales sea posible deducir el edificio entero de nuestros conocimientos. Este punto de partida ha de ser una verdad absolutamente cierta, de la que no sea posible dudar en modo alguno. Sólo así el conjunto del sistema quedará firmemente fundamentado. La búsqueda de un punto de partida absolutamente cierto exige la tarea previa de eliminar todos los conocimientos, ideas y creencias que no aparezcan dotados de una certeza absoluta: hay que eliminar todo aquello de lo que sea posible dudar7. De ahí que Descartes comience con la duda. Y esta duda es metódica, es decir, una exigencia del método. No se trata de una actitud escéptica8 (estado permanente que invalida todo conocimiento) sino de una actitud instrumental, un momento del proceder metódico cuyo fin es alcanzar verdades indudables. Es decir, Descartes introduce la duda como un esfuerzo voluntario, de ahí que sea distinta de la duda escéptica, ya que a través de ella se pretende encontrar una verdad tan firme y segura que resista las suposiciones de los escépticos. Se trata, por lo tanto, de un punto de partida y no de llegada, una duda transitoria, y no permanente, que se superará con el hallazgo de la primera verdad. En la parte III del Discurso del método nuestro autor advierte que no pretende imitar «a los escépticos, que sólo dudan por dudar y pretenden estar siempre irresolutos». El escalonamiento de los motivos para dudar, presentados por Descartes, hace que la duda adquiera la máxima radicalidad y universalidad: 1. La primera y más obvia razón para dudar de nuestros conocimientos se halla en las FALACIAS DE LOS SENTIDOS, que nos inducen a veces a error. Aunque la mayoría de los hombres consideran altamente improbable que los sentidos nos induzcan siempre a error, la improbabilidad no equivale a la certeza y, por eso, la posibilidad de dudar acerca del testimonio de los sentidos no puede quedar totalmente eliminada. No nos podemos fiar de los sentidos porque somos conscientes que nos engañan, aunque creemos que no siempre, pero lo cierto es que no tenemos garantía de que esto sea así. Como medio de certeza, los sentidos son claramente falibles. 7 Se trata de zamarrear fuertemente el edificio del saber, someterlo a un verdadero terremoto, con la confianza de que las verdades auténticas permanecerán indestructibles ante toda crítica. 8 El escepticismo es aquella doctrina filosófica que niega la capacidad del conocimiento para alcanzar la verdad, por lo que únicamente la duda es la posición adecuada. Esta duda escéptica, de origen griego, tuvo su versión renacentista en Michel de Montaigne y Francisco Sánchez. 8 Descartes Filosofía II 2. Cabe dudar de que las cosas sean como las percibimos, pero ello no nos permite dudar de que existan las cosas que percibimos. De ahí que Descartes añada una segunda razón -más radical- para dudar: LA IMPOSIBILIDAD DE DISTINGUIR LA VIGILIA DEL SUEÑO. A veces los sueños nos muestran mundos de objetos con extremada viveza, y al despertar descubrimos que tales universos no tienen existencia real y otras veces hay realidades tan paradójicas en nuestra vigilia que parecen una pesadilla surrealista. ¿Cómo distinguir el estado de sueño del de vigilia y cómo alcanzar certeza absoluta de que el mundo que percibimos es real? Se trata, en definitiva, de la dificultad para discernir los pensamientos que son fruto del sueño, de los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos. Como en el caso anterior, la mayoría de los hombres cuentan con criterios para distinguir la vigilia del sueño, pero estos criterios no sirven para fundamentar una certeza absoluta. También nos confundimos con frecuencia en este ámbito. 3. La imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño permite dudar de la existencia de las cosas y del mundo, pero no parece afectar a ciertas verdades, como las matemáticas: dormidos o despiertos, los tres ángulos de un triángulo suman 180 grados en la geometría de Euclides. De ahí que Descartes añada el tercer y más radical motivo de duda: tal vez exista algún GENIO MALIGNO -escribe Descartes- «de extremado poder e inteligencia que pone todo su empeño en inducirme a error» (Meditaciones metafísicas). Esta hipótesis del “genio maligno” equivale a suponer que tal vez el entendimiento humano es de tal naturaleza que se equivoca siempre y necesariamente cuando piensa captar la verdad. O que exista un error intrínseco, incluso en las verdades matemáticas, que nos conduce a error sin que seamos conscientes de ello. Es una hipótesis verosímil, en tanto y cuanto que soy capaz de pensarla. Una vez más se trata de una hipótesis improbable, pero posible, y que nos permite dudar de todos nuestros conocimientos. En todo este despliegue de la duda, Descartes permanece en el plano teórico: las creencias religiosas y las exigencias éticas están en otra dimensión práctica, que él no se cuestiona RENÉ DESCARTES 2.4. El «cogito» y el criterio de verdad. La duda llevada a este extremo de radicalidad parece abocar irremisiblemente al escepticismo. Sin embargo, Descartes encontró una verdad absolutamente cierta, inmune a toda duda, por muy radical que sea ésta: la existencia del propio sujeto que piensa y duda, y por consiguiente, existe. Si pienso que el mundo existe, tal vez me equivoque en cuanto a la existencia del mundo, pero no cabe error en cuanto a que yo lo pienso; puedo dudar de todo menos de que yo dudo, porque si dudo que dudo es porque estoy dudando. Mi existencia, pues, como sujeto que piensa (que duda, que se equivoca...) está exenta de todo error y de toda duda posible. Descartes lo expresa con su célebre frase: «cogito, ergo sum» [«pienso, luego existo»]. Hay que insistir en el carácter intuitivo (y no deductivo) del cogito. La conjunción “luego” puede dar la falsa impresión de que nos encontramos ante un razonamiento. No es así, la trascripción más fiel a Descartes sería «pienso-existo»: es una intuición, acto de la evidencia misma. 9 Filosofía II Descartes Descartes sentencia que dicha verdad resiste las más extravagantes suposiciones de los escépticos y, por lo tanto, constituye el primer principio de la filosofía que andaba buscando: la piedra filosofal, a partir de la cual podremos intentar descubrir después otras verdades igualmente seguras. Este principio de la filosofía se presenta en el corazón mismo de la duda radical a la que nos expone el planteamiento cartesiano. Mi existencia como sujeto pensante (el cogito cartesiano) no es sólo la primera verdad y la primera certeza: es también el prototipo de toda verdad y de toda certeza. ¿Por qué la existencia del sujeto pensante es absolutamente indudable? Porque es evidente, es decir, se percibe con toda claridad y distinción. De aquí deduce Descartes su criterio 9 de verdad: todo cuanto perciba con claridad y distinción será verdadero y, por lo tanto, podrá afirmarse con inquebrantable certeza. Así, dice en las Meditaciones metafísicas: «En este primer conocimiento no existe sino una percepción clara y distinta de lo que afirmo; lo cual no sería suficiente para asegurarme de la certeza de una cosa, si fuera posible que lo que percibo clara y distintamente sea falso. Por tanto, me parece que puedo establecer como regla general que todo lo que percibo clara y distintamente es verdadero». El criterio de verdad es la evidencia10, sus características son la claridad y la distinción y sus obstáculos son la precipitación y la prevención, como dijimos antes. La evidencia es contrapuesta por Descartes a la conjetura, que se produce cuando la verdad no aparece a la mente de modo inmediato. Que la filosofía cartesiana parta de la existencia del alma como primera verdad, y no de la existencia de Dios, es un rasgo humanista y moderno, contrario a la filosofía escolástica anterior. 3. La estructura de la realidad: la teoría de las tres sustancias. 3.1. Las ideas como objetos del pensamiento. Tenemos ya una verdad absolutamente cierta: la existencia del yo como sujeto pensante. Esta existencia indubitable, no parece implicar, sin embargo, la existencia de ninguna otra realidad. ¿Cómo demostrar la existencia de una realidad extramental, exterior al pensamiento? ¿Cómo conseguir la certeza de que existe algo aparte de las ideas de mi pensamiento?… Descartes debe, por tanto, romper el cerco del pensamiento y aventurarse en la demostración de otras verdades. El problema es enorme, sin duda, ya que a Descartes no le queda más remedio que deducir la existencia de la realidad a partir de las ideas del pensamiento. Así lo exige el ideal deductivo: de la primera verdad han de extraerse todos nuestros conocimientos, incluido, claro está, el conocimiento de que existen realidades extramentales. Descartes mantiene, como todos los racionalistas, que el pensamiento piensa siempre ideas. El pensamiento no recae sobre las cosas mismas (cuya existencia no nos consta en 9 Llamamos criterio a los requisitos que utilizamos en la valoración de algo. Cuando utilizamos un criterio, las cosas que valoramos con él quedan divididas al menos en dos grupos: las que lo cumplen y las que no lo cumplen. Criterio de verdad se refiere a los requisitos que deben cumplir las ideas para que sean verdaderas; según Descartes, las ideas verdaderas son las evidentes, es decir las claras y distintas. 10 Queda claro, entonces, que las reglas del método expuestas más arriba se reducen, en última instancia, a la primera: la regla de la evidencia. 10 Descartes Filosofía II principio) sino sobre las ideas: yo no pienso en el mundo, sino en la idea11 de mundo, que es algo así como una representación mental del mismo. El problema, por lo tanto, es contestar adecuadamente a la pregunta ¿cómo garantizar que a la «idea de mundo» corresponde la «realidad mundo», si fuera verdad que existe dicha realidad? En este punto, Descartes se va a plantear el salto desde las ideas hasta la realidad extramental. Descartes analiza12 cuidadosamente las ideas que posee el yo pensante con la intención de descubrir alguna de ellas que nos rompa el “cerco del pensamiento” para salir a la realidad extramental. Como todas nuestras ideas son causadas por algo, debemos preguntarnos por la causa de las ideas que tenemos, con la intención de encontrar alguna idea que, como el cogito, implique de manera evidente la existencia de aquello que representa. En este análisis Descartes distingue tres tipos de ideas, según su origen: 1. Ideas adventicias. Son las que parecen provenir de nuestra experiencia externa (las ideas de hombre, de árbol, de casa...). Decimos “parecen provenir” y no “provienen”, porque la existencia de una realidad exterior aún sigue siendo problemática y dudosa. 2. Ideas facticias. Son aquellas que construye la mente a partir de otras ideas fruto de la imaginación y la voluntad (la idea de un “caballo con alas”, una “sirena marina”, ...) Parece claro que ninguna de estas ideas nos sirve como punto de partida para demostrar la existencia de la realidad extramental que ellas representan: las adventicias, porque al parecer provenir del exterior, su validez parece depender de la existencia de la realidad extramental, cosa todavía dudosa; y las facticias, porque al ser construidas por el pensamiento, su validez es cuestionable (hipótesis del genio maligno). Descartes apunta a un tercer tipo de ideas: 3. Ideas innatas. Según Descartes existen algunas ideas (pocas, pero las más importantes) que el pensamiento las posee en sí mismo, es decir, que no provienen ni de la dudosa experiencia externa, ni tampoco son construidas a partir de otras. Esta es una afirmación fundamental del racionalismo: a saber, que las ideas primitivas a partir de las cuales se ha de construir el edificio de nuestros conocimientos son innatas13. En resumen, dos son, pues, las afirmaciones fundamentales del Racionalismo acerca del conocimiento: 1. Nuestro conocimiento de la realidad se construye deductivamente a partir de ciertas ideas y principios evidentes. 2. Estas ideas y principios evidentes son innatos al entendimiento, esto es, éste las posee en sí mismo al margen de la existencia de la experiencia sensible. 3.2. La teoría de las tres sustancias. 11 Por eso existe el error, porque no conozco directamente las cosas sino una copia de las mismas. Recuérdese que en Platón el verdadero conocimiento versaba sobre la realidad y no sobre una copia de la misma (ver «Mito de la Caverna» o «Símil de la Línea»). 12 Como exige la 2ª regla del método. 13 Ideas innatas son, por ejemplo, la de “pensamiento” y la “existencia” ya que las encuentro en la percepción misma del cogito (“pienso, luego existo”). 11 Filosofía II Descartes El concepto de sustancia es fundamental en Descartes y, a partir de él, para todos los filósofos racionalistas. Una célebre definición, también admitida por Aristóteles, (que no es la única ofrecida por Descartes, pero sí la más significativa) establece que: «Sustancia es toda cosa que existe de tal modo que no necesita de ninguna otra cosa para existir» Descartes distingue tres esferas o ámbitos de la realidad, que se corresponden con los tres problemas fundamentales que han ocupado a la metafísica de todos los tiempos: 1. Sustancia infinita (res infinita). 2. Sustancia pensante (res cogitans). 3. Sustancia extensa (res extensa). Las sustancias no se pueden conocer directamente, sino a través del rasgo fundamental o esencial que le conviene: su atributo. A su vez, los atributos (que son la naturaleza de las sustancias, la característica esencial de las mismas) de las sustancias finitas (cogitans y extensa) pueden darse o “manifestarse” de distintas formas. A estas variaciones de los atributos Descartes las llama modos. Así pues, en esquema: SUSTANCIA Dios ATRIBUTO Infinitud (en conocimiento, bondad, poder, ...) Alma Pensamiento Mundo Extensión (ser consciente) MODOS No tiene Recordar, imaginar, dudar, desear, sentir, ... Distintas formas geométricas, tamaños y velocidades. 3.2.1. Deducción de la «res cogitans». Se trata de probar la independencia del pensamiento respecto del cuerpo. Hasta ahora de lo único que está Descartes seguro es de la existencia de su pensamiento, de todo lo demás duda. Duda de que exista el mundo exterior, duda de que exista su propio cuerpo (porque son percibidos a través de la fuente engañosa de los sentidos). Ahora bien, aquello de lo que dudo (mi cuerpo) no puede ser igual que aquello de lo que no tengo ninguna duda (mi pensamiento); por lo tanto, son consideradas realidades distintas. Además, queda claro que el pensamiento (alma) no necesita del cuerpo para existir, porque piensa a partir de ideas innatas. Descartes lo expresa de la siguiente manera en la cuarta parte del Discurso del método: «[…] Posteriormente, examinando con atención lo que yo era, y viendo que podía fingir que carecía de cuerpo, así como que no había mundo o lugar alguno en el que me encontrase, pero que, por ello, no podía fingir que yo no era, sino que por el contrario, sólo a partir de que pensaba dudar acerca de la verdad de otras cosas, se seguía muy evidente y ciertamente que yo era, mientras que, con sólo que hubiese cesado de pensar, aunque el resto de lo que había imaginado hubiese sido verdadero, no tenía razón alguna para creer que yo hubiese sido, llegué a conocer a partir de todo ello que era una sustancia cuya esencia o naturaleza no reside sino en pensar y que tal sustancia, para existir, no tiene necesidad de lugar alguno ni depende de cosa alguna material. De suerte que este yo, es decir, el alma, en virtud de la cual yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo, más fácil de conocer que éste y, aunque el cuerpo no fuese, no dejaría de ser todo lo que es.» 3.2.2. Deducción de la «res infinita». 12 Descartes Filosofía II Entre las ideas innatas, Descartes descubre la “idea de infinito”, que se apresura a identificar con la idea de Dios (Dios = infinito). ¿Cómo demuestra Descartes que la idea de Dios es una idea innata? 1. La idea de Dios no puede ser adventicia ya que no poseemos experiencia directa de Dios. 2. Tampoco es facticia porque, contra la opinión tradicional de que la idea de infinito proviene, por negación de los límites, de la idea de lo finito, Descartes afirma que la noción de finitud, de limitación, presupone la idea de infinitud14, por lo que ésta no deriva de aquélla: no es facticia. Y si no es facticia ni adventicia, entonces, es innata. Ahora bien, que «la idea de Dios» sea innata no implica que «la realidad Dios» exista. ¿Cómo demuestra Descartes la existencia de Dios? Entre los argumentos utilizados por Descartes destacan tres, de los cuales en dos de ellos (el de la causalidad y el argumento ontológico) la existencia de Dios es demostrada a partir de la idea de Dios. Siguiendo el orden en el que los expone Descartes en la IV parte del Discurso del método, estos argumentos son los siguientes: Argumento basado en la CAUSALIDAD APLICADA A LA IDEA DE DIOS. Este argumento lo expone Descartes en la IV parte del Discurso del método15 de la siguiente manera: «Pero no podía opinar lo mismo acerca de la idea de un ser más perfecto que el mío, pues que procediese de la nada era algo manifiestamente imposible y puesto que no hay una repugnancia menor en que lo más perfecto sea una consecuencia y esté en dependencia de lo menos perfecto, que la existencia en que algo proceda de la nada, concluí que tal idea no podía provenir de mí mismo. De forma que únicamente restaba la alternativa de que hubiese sido inducida en mí por una naturaleza que realmente fuese más perfecta de lo que era la mía y, también, que tuviese en sí todas las perfecciones de las cuales yo podía tener alguna idea, es decir, para explicarlo con una palabra que fuese Dios.» Es decir, no es posible que la idea de un Ser Infinito y Perfecto (Dios) tenga como causa a un ser finito e imperfecto16 (el yo que piensa); la causa tiene que ser tan perfecta o más que los efectos, por lo que la idea de un Ser Infinito requiere una causa infinita; por lo que yo no puedo ser la causa de esa idea. Si lo fuera, sería una idea facticia, y ya hemos dicho que es innata. Y como esa idea es una idea que poseo en mi mente, ésta ha tenido que ser causada y puesta en mí por un Ser Infinito; luego el ser infinito existe con toda evidencia. Por supuesto, tampoco puede tener por causa la nada, ya que de la nada, nada puede surgir. El argumento basado en la «CAUSALIDAD APLICADA A LA IDEA DE DIOS» lo podemos resumir en las siguientes afirmaciones: Unas ideas son más perfectas (más verdaderas) que otras, dependiendo de la realidad que representan. 14 La idea de infinitud tiene más contenido objetivo que la idea de finitud; por eso, la idea de finitud no puede ser la causa de la idea de infinitud, sino al contrario. 15 Este argumento también lo expone en su obra Meditaciones metafísicas, en los siguientes términos: «Por “Dios” entiendo una sustancia infinita, eterna, inmutable, independiente, omnisciente, omnipotente, que me ha creado a mí mismo y a todas las demás cosas que existen [si es que existe alguna]. Pues bien, eso que entiendo por Dios es tan grande y eminente, que cuanto más atentamente lo considero menos convencido estoy de que una idea así pueda proceder sólo de mí. Y, por consiguiente, hay que concluir necesariamente, según lo antedicho, que Dios existe. Pues, aunque yo tenga la idea de sustancia en virtud de ser yo una sustancia, no podría tener la idea de una sustancia infinita, siendo yo finito, si no la hubiera puesto en mí una sustancia que verdaderamente fuese infinita ... Por tanto, no puede haber dificultades en este punto, sino que debe concluirse necesariamente que, puesto que existo, y puesto que hay en mí la idea de un ser sumamente perfecto (esto es, de Dios), la existencia de Dios está demostrada con toda evidencia ...» 16 Que el yo que piensa es imperfecto se manifiesta clara y distintamente en el mismo acto de dudar; si fuera perfecto no dudaría, conocería las cosas de una manera absolutamente verdadera. 13 Filosofía II Descartes La idea más perfecta es la “idea de Dios” porque representa a la realidad más perfecta que puede existir. Todas las ideas tienen un origen o causa de su existencia. La causa de algo tiene que ser igual o más perfecta que sus efectos. Una idea perfecta requiere una causa perfecta, por lo que yo no puedo ser la causa de esa idea. Si lo fuera, sería una idea facticia, y ya hemos dicho que es innata. Y como esa idea es una idea que poseo en mi mente, ésta ha tenido que ser causada y puesta en mí por un Ser Perfecto; luego el Ser Perfecto (Dios) existe con toda evidencia. Argumento basado en la IMPERFECCIÓN Y DEPENDENCIA DE MI SER. Esta prueba parte de la contingencia e imperfección de nosotros mismos como seres finitos. Dios será en esta prueba causa de mí (no ya de la idea de Él que hay en mí). La prueba recuerda la «tercera vía» de Tomás de Aquino para demostrar la existencia de Dios. Este argumento lo expone Descartes en la IV parte del Discurso del método como sigue: «A esto añadía que, puesto que conocía algunas perfecciones que en absoluto poseía, no era el único ser que existía (permitidme que use con libertad los términos de la escuela), sino que era necesariamente preciso que existiese otro ser más perfecto del cual dependiese y del que yo hubiese adquirido todo lo que tenía. Pues si hubiese existido solo y con independencia de todo otro ser, de suerte que hubiese tenido por mí mismo todo lo poco que participaba del ser perfecto, hubiese podido, por la misma razón, tener por mí mismo cuanto sabía que me faltaba y, de esta forma, ser infinito, eterno, inmutable, omnisciente, todopoderoso y, en fin, poseer todas las perfecciones que podía comprender que se daban en Dios. Pues siguiendo los razonamientos que acabo de realizar, para conocer la naturaleza de Dios en la medida en que es posible a la mía, solamente debía considerar todas aquellas cosas de las que encontraba en mí alguna idea y si poseerlas o no suponía perfección; estaba seguro de que ninguna de aquellas ideas que indican imperfección estaban en él, pero sí todas las otras. De este modo me percataba de que la duda, la inconstancia, la tristeza y cosas semejantes no pueden estar en Dios, puesto que a mí mismo me hubiese complacido en alto grado el verme libre de ellas. Además de esto, tenía idea de varias cosas sensibles y corporales; pues, aunque supusiese que soñaba y que todo lo que veía o imaginaba era falso, sin embargo, no podía negar que esas ideas estuvieran verdaderamente en mi pensamiento. Pero puesto que había conocido en mí muy claramente que la naturaleza inteligente es distinta de la corporal, considerando que toda composición indica dependencia y que ésta es manifiestamente un defecto, juzgaba por ello que no podía ser una perfección de Dios el estar compuesto de estas dos naturalezas y que, por consiguiente, no lo estaba; por el contrario, pensaba que si existían cuerpos en el mundo o bien algunas inteligencias u otras naturalezas que no fueran totalmente perfectas, su ser debía depender de su poder de forma tal que tales naturalezas no podrían subsistir sin él ni un solo momento.» Este argumento se basa en la distinción tomista entre «SER NECESARIO» y «SER CONTINGENTE». Los «SERES CONTINGENTES » son aquellos que aunque existen de hecho, podrían no existir. Es imposible que ese tipo de seres haya existido desde siempre, ya que deben su existencia a otro. En cambio, el «SER NECESARIO» es aquel que existe por sí mismo y no puede no existir. Este «SER NECESARIO» es Dios, causa de la posibilidad de mi existencia y de la existencia de todo lo que hay. Es decir, debe haber algo que sea la causa de todo lo que hay sin que a su vez sea causado por otra cosa. Éste es el ser necesario, el que existe desde siempre y no puede no existir, puesto que existen sus efectos (todo lo que hay, incluidos nosotros). 14 El llamado ARGUMENTO ONTOLÓGICO, formulado en la Edad Media por Anselmo de Canterbury en su obra Proslogium, que viene a decir que la idea misma de perfección Descartes Filosofía II implica la existencia de aquello que representa. Veamos la argumentación anselmiana suscrita por Descartes: «Todos los hombres (incluso el necio que en su corazón afirma que Dios no existe) tienen una idea o noción de Dios. Entienden por “Dios” un ser tal que es imposible pensar otro mayor que él; ahora bien, un ser tal ha de existir no solamente en nuestro pensamiento sino también en la realidad, ya que en caso contrario sería posible pensar otro mayor que él (a saber, uno que existiera realmente) y, por tanto, caeríamos en contradicción; luego, Dios existe no sólo en el pensamiento sino también en la realidad». En la IV parte del Discurso del método, Descartes expone el mencionado argumento en los siguientes términos: «Y habiendo advertido que esta gran certeza que todo el mundo les atribuye, no está fundada sino que se las concibe con evidencia, siguiendo la regla que anteriormente he expuesto, advertí que nada había en ellas que me asegurase de la existencia de su objeto. Así, por ejemplo, estimaba correcto que, suponiendo un triángulo, entonces era preciso que sus tres ángulos fuesen iguales a dos rectos; pero tal razonamiento no me aseguraba que existiese triángulo alguno en el mundo. Por el contrario, examinando de nuevo la idea que tenía de un Ser Perfecto, encontraba que la existencia estaba comprendida en la misma de igual forma que en la del triángulo está comprendida la de que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos o en la de una esfera que todas sus partes equidisten del centro e incluso con mayor evidencia. Y, en consecuencia, es por lo menos tan cierto que Dios, el Ser Perfecto, es o existe como lo pueda ser cualquier demostración de la geometría.» El llamado «ARGUMENTO ONTOLÓGICO», que en lo esencial mantiene que concebir a Dios es la misma cosa que concebir que existe, lo podemos explicar de la siguiente manera: Todo lo que concibo clara y distintamente como perteneciente a un objeto, le pertenece realmente; por ejemplo, todas las propiedades que percibo clara y distintamente que pertenecen a un triángulo (como que la suma de sus ángulos es igual a 180º), le pertenecen realmente. La idea de Dios es la del ser infinitamente perfecto (el ser mayor que el cual nada puede ser pensado). La existencia es una propiedad, puesto que puede ser atribuida a una cosa. La existencia posible es una perfección en la idea de triángulo porque la hace más perfecta que las ideas de todas las quimeras que no pueden ser producidas. Pero la existencia necesaria es una perfección aún mayor. El existir necesariamente hace de algo más perfecto que el existir meramente en el pensamiento o que la mera posibilidad de existir. La existencia necesaria y eterna está comprendida en la idea de un Ser absolutamente Perfecto, porque si no fuera así caeríamos en contradicción: sería tanto como decir que el ser absolutamente perfecto no es el ser absolutamente perfecto, puesto que le faltaría la más perfecta forma de existencia. Luego, ... DIOS EXISTE. Por lo tanto, según Descartes, es tan evidente que en la idea de Dios está comprendida su existencia como lo es el que en la idea de triángulo está comprendido el que la suma de sus tres ángulos sea igual a dos rectos. Esto no ocurre con ninguna entidad distinta a Dios: en las ideas de las otras entidades encontramos contenida sólo la posibilidad de su existencia, no su necesidad o realidad. En Dios -y sólo en Él- se encuentra en su naturaleza o esencia, la existencia necesaria. Dios, cuya existencia se da por demostrada, tiene una naturaleza perfecta, por la que no puede ser engañador de ninguna manera. Dios posee todas las perfecciones en grado sumo, y por lo tanto la veracidad. Pretender engañar no es un signo de potencia sino de debilidad, de 15 Filosofía II Descartes malicia, de imperfección... y por tanto, no puede admitirse en Dios dicha voluntad de engaño. Para Descartes la existencia de un DIOS PERFECTO Y VERAZ es una pieza clave de su sistema: reconocida la existencia de Dios a partir de mi yo pensante, el criterio de la evidencia encuentra su garantía última: Dios es el principio y garante de toda verdad clara y distinta17. Por tanto, en la filosofía de Descartes Dios ocupa una posición central, pero este Dios de Descartes no es ya el “Dios de Abraham”, un Dios Padre, Creador y Providente, que premia y castiga, que se manifiesta y nos habla a través de los profetas y de Jesucristo y en donde la razón tiene que someterse a la revelación y no puede contradecirla. El de Descartes es ya el “Dios de los geómetras”, el “deus ex machina” que la razón descubre como el creador del Universo, pero que no interviene en su desenvolvimiento o desarrollo. Demostrada la existencia de Dios como Ser infinitamente Perfecto, encuentra Descartes el punto de apoyo que necesitaba para SUPERAR TODOS LOS NIVELES DE LA DUDA y poder afirmar la existencia del mundo objetivo y la validez de los razonamientos matemáticos para conocerlo. La hipótesis del «genio maligno» es absurda: Dios, la sustancia infinita, garantiza la capacidad de la razón humana para encontrar la verdad18, siempre que utilice el método de la razón adecuadamente. Es decir, Dios garantiza que mis ideas corresponden a un mundo, a una realidad extramental, pero no garantiza que a todas mis ideas corresponda una realidad extramental. Solamente serán verdaderas aquellas ideas que tengan las características de la evidencia (claridad y distinción). 3.2.3. Demostración de la «res extensa». La existencia del mundo es demostrada a partir de la existencia de Dios: puesto que Dios existe y es infinitamente bueno y veraz no puede permitir que me engañe al creer que el mundo existe, luego el mundo existe. Veamos el «razonamiento» cartesiano. Hay en mí la facultad pasiva de recibir o sentir las ideas de las cosas sensibles. Esa facultad me resultaría inútil si no hubiera en mí, o en alguna otra cosa, una facultad activa capaz de producir esas ideas. Pero esa facultad activa no puede estar en mí, puesto que tales ideas se han presentado muchas veces sin que yo contribuyera a ello, y a veces en contra de mi deseo. Es necesario que tal facultad se halle, por consiguiente, en alguna sustancia diferente de mí. Y tal sustancia será un cuerpo o Dios mismo. Más como Dios me ha dado una poderosa inclinación a creer que las ideas que tengo parten de las cosas corporales y Dios no es capaz de engañarme, resulta patente que Él no es la causa de las mismas. Serán, pues, las cosas corporales las que provocan tales ideas. Por todo lo cual hay que concluir que las cosas corporales existen19. Y utilizando la regla de la evidencia Descartes concluye que el mundo está constituido por cuerpos cuyas únicas cualidades objetivas son la extensión y el movimiento (llamadas por Galileo «cualidades primarias»). Las llamadas «cualidades secundarias» tales como el color, olor, sabor... no son propiedades objetivas de las realidades corpóreas sino cualidades subjetivas: están en nosotros (en nuestra manera de percibir la realidad) y no en las cosas mismas. 17 A Descartes se le ha acusado de caer en círculo vicioso: la evidencia (claridad y distinción) garantiza la verdad del cogito y de Dios, y luego es Dios el que garantiza la verdad de las ideas. 18 Frente al escepticismo, Descartes afirma que Dios nos ha creado con capacidad para conocer verdaderamente las cosas. 19 Como se ve, la prueba de la existencia del mundo (res extensa) supone la prueba anterior de la existencia de Dios y la imposibilidad de que Dios (el Ser Perfectísimo) nos engañe. 16 Descartes Filosofía II A partir de las cualidades objetivas o primarias, Descartes, siempre a base de «ideas claras y distintas», deduce su Física, que es de corte mecanicista20: el único principio de explicación de todos los fenómenos de la naturaleza es el movimiento de partes extensas de la materia. Dios crea la materia inerte y le comunica una cantidad de movimiento que permanece constante. Puesto que el mundo es como una máquina perfecta donde existe una total y absoluta necesidad o determinismo, reducible a un conjunto de fórmulas matemáticas, el conocimiento científico consiste en describir matemáticamente las leyes que rigen el movimiento de los cuerpos. Tomada la definición de sustancia de un modo literal es evidente que sólo podría existir la sustancia infinita (Dios), ya que los seres finitos (pensantes y extensos) son creados y conservados por Él. Descartes mismo reconoce que tal definición solo puede aplicarse de modo absoluto a Dios, si bien la mantiene por la independencia mutua entre la sustancia pensante y la sustancia extensa, que no necesitan la una de la otra para existir. Como podemos deducir, la antropología cartesiana es dualista, como la platónica21: por un lado somos cuerpo (sustancia extensa) y estamos sujetos a las mismas rígidas leyes físicas que los demás cuerpos. Pero el hombre es también alma, “sustancia pensante” consciente y libre. El objetivo último de Descartes al afirmar que alma y cuerpo, pensamiento y extensión, constituyen sustancias distintas, es salvaguardar la autonomía del alma con respecto a la materia. El alma, al ser una realidad distinta del cuerpo está al margen del mecanicismo determinista del mundo corpóreo donde no queda lugar alguno para la libertad. La libertad, y con ella el conjunto de valores espirituales -que nos diferencian radicalmente respecto de los animales- defendidos por Descartes, sólo podían salvaguardarse sustrayendo el alma de la necesidad mecanicista, lo que, a su vez, exigía situarla como una esfera de la realidad autónoma e independiente de la materia. Por otro lado, al ser el cuerpo una sustancia independiente, permite su estudio científico sin referencias a su dependencia respecto del espíritu. Con ello se abre el horizonte de las investigaciones científicas sobre el organismo humano, prohibidas por quienes lo convertían en algo «sagrado», aunque la manipulación y experimentación fuera con un cadáver. No hay que olvidar que la medicina naciente tenía sobre sí la vigilancia de la Inquisición. 20 El mecanicismo mantiene que la realidad es semejante a una máquina, como las fabricadas por el hombre, por lo que la explicación de los fenómenos consistirá en el descubrimiento de la causa eficiente, eliminando toda intencionalidad o finalidad. 21 Fruto de este dualismo, se le plantea el problema de la comunicación de las sustancias. La interacción entre ambas sustancias es explicada por Descartes del siguiente modo: el cuerpo y el alma se comunican a través de la glándula pineal (única parte del cerebro que no es doble), situada en la base del cerebelo. 17