SAN AGUSTÍN O EL PLATÓN DEL CRISTIANISMO

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Tema 6
El cristianismo y San Agustín
TEMA 6
SAN AGUSTÍN: EL PLATÓN DEL CRISTIANISMO
1. Cristianismo y filosofía.
1.2. Principales aportaciones del Cristianismo.
1.3. Corrientes filosóficas.
1. San Agustín: Vida e inquietud filosófica.
1.2 Obras.
2. Núcleo de su pensamiento: razón y fe.
2.1. La duda en San Agustín.
2.3. Dios y el conocimiento.
2.4. Teoría de la iluminación.
3. El problema del mal.
4. Teoría política: Las dos ciudades.
5. Influencias.
6. Apéndice: San Anselmo de Canterbury.
1. Cristianismo y filosofía.
El encuentro con la filosofía es más que sólo un encuentro. Realmente, desde sus
orígenes, recorren filosofía y Cristianismo juntos un largo camino en continuos encuentros
y desencuentros. No en vano, tanto la filosofía como el Cristianismo son considerados los
dos pilares básicos sobre los que asienta la cultura de Occidente.
Pero, aunque filosofía y Cristianismo han caminado juntos un largo trecho, el
encuentro fundamental va a producirse en la época del Imperio Romano. El Cristianismo,
en su versión paulina, quiere ser Universal, porque entiende que con Cristo el pueblo
elegido por Dios es la Humanidad completa y que la salvación de Cristo y su Buena Nueva
deben alcanzar a todos los hombres. Ahora bien, si el Cristianismo tiene por objeto
alcanzar el mundo entero, no olvidemos que el mundo entero, en esta época, es
prácticamente Roma, ni hemos de olvidar tampoco que Roma es, en gran medida, Grecia,
culturalmente hablando. Luego, si el Cristianismo quiere penetrar en la cultura y en el
pueblo romanos, lo mejor será que lo haga no como una religión sin fundamentos de
razonabilidad en una época en que las religiones oficiales están en una franca decadencia,
sino como una religión razonable capaz de estar a la altura de las circunstancias, es decir,
capaz de presentar batalla a las otras escuelas filosóficas.
Hoy en día, a casi ninguno de los historiadores de la filosofía y de la cultura en
general les cabe la menor duda de que gran parte del éxito del Cristianismo se debe a la
aceptación, por parte de éste, del reto que supone, en esa altura, la filosofía griega. Pero,
claro, este triunfo que se produce por el Cristianismo en matrimonio con la filosofía tiene,
como casi todos los contratos, una contrapartida. No sólo se produce en este contacto
Cristianismo- Cultura una cristianización del mundo pagano, sino que, simultáneamente,
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también el Cristianismo sufre una “paganización” por parte del entorno. Dado esto por
supuesto, veamos las principales aportaciones del Cristianismo a la filosofía.
1.2. Principales aportaciones del Cristianismo a la Filosofía
El Cristianismo ha aportado a la historia del pensamiento conceptos absolutamente
novedosos, imposibles de hallar en la filosofía griega pagana. En torno a Dios:
a) Aparece por primera vez en la historia de la filosofía el concepto absoluto de
creación, en el sentido de una auténtica creatio ex nihilo (creación desde la nada).
Dios no es ya sólo el que da forma a la materia, como el demiurgo platónico, sino que,
más allá de dar origen al orden del cosmos, Dios crea totalmente el Universo.
b) También aporta el Cristianismo como novedad la idea de un Dios que guarda
estrecha relación con la historia, ya sea interviniendo en el curso de la misma como
providencia, ya sea de un modo absolutamente radical, por medio del acontecimiento de
la Encarnación de Dios en forma humana (Jesucristo). Y es que, por primera vez, Dios se
hace histórico, aceptando las coordenadas espacio-temporales hasta la muerte. Pensemos
que el dios aristotélico, el motor inmóvil, era indiferente a lo que sucediera en el universo,
y se limitaba únicamente a aportar el movimiento de las cosas.
c) Además de lo ya dicho, el Cristianismo se presenta como portador de una
verdad absoluta en una época en la que la decadencia de la religión oficial y la
diversidad enorme de la escuela filosófica conducen , de un modo casi inevitable, al
relativismo. Este poder presentarse como portador de la verdad absoluta al relativismo se
fundamenta en la creencia de que el Cristianismo se apoya en una revelación de origen
divino. No es palabra de los hombres, es Palabra de Dios.
As a conclusion, we could assert about God:
 Monoteísmo: Frente a la decadencia politeísta de la cultura greco-romana.
 Creacionismo: Frente a la eternidad de la materia, Dios la crea.
 Omnipotencia divina: Dios está por encima de la naturaleza o el destino.
 Paternidad divina: Frente a la indiferencia que suponían generalmente los
dioses tradicionales, el Dios de los cristianos se encuentra atento al acontecer humano.
Sobre el hombre

El hombre se presenta en el Cristianismo como imagen de Dios y esto hará
que cualquier cambio en la concepción teológica implique,a su vez,
un cambio en la
concepción antropológica.
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
El hombre es un compuesto de un alma que tiene origen y de cuerpo mortal
que resucitará al fin de los tiempos (y no como Platón que defendía que solo el alma es
divina y además eterna, sin principio ni final).

La moral del Cristianismo no puede defender nunca el determinismo (falta de
libertad), ya sea a través del fatum estoico (el hombre sometido al destino) o del
intelectualismo socrático (si conoces el bien, lo vas a hacer). En el Cristianismo, la moral
se apoya en la libertad del hombre. Si no fuese así, no habría lugar para la responsabilidad
ni para la culpa y, en consecuencia, el Cristianismo no podría presentarse como religión de
redención de los pecados.

El Cristianismo aporta a la historia de la humanidad no ya una concepción
cíclica o pendular, sino una concepción lineal, y esto se entiende así desde el momento en
que un determinado instante de la historia es considerado como la plenitud de los
tiempos. Esta plenitud viene marcada o delimitada por el acontecimiento de la
Encarnación. Así, es el momento máximo de esplendor histórico, aquél en el que el
mismo Dios se hace histórico (espacio-temporal). La historia está dotada de un sentido
desde el momento en que Dios irrumpe en ella.
Eran éstas, en general, las ideas que tenían que abrirse camino entre las diversas
corrientes filosóficas existentes en la Roma de esta época (siglo I-IV d.C.)
1.3. Principales corrientes filosóficas
Las corrientes principales de la filosofía en la Roma Imperial, eran fundamentalmente
cuatro: epicureísmo, estoicismo, platonismo y neoplatonismo. En gran medida, la primera
filosofía cristiana es una filosofía de corte platónico, o, lo que es lo mismo, que el primer
Cristianismo es platónico; sin olvidar, por supuesto, la estrecha relación que, a menudo, se
da entre posturas cristianas y estoicas.
El neoplatonismo convive con el platonismo de la Academia y, al igual que éste, se
ocupa de asuntos tales como la transcendencia del principio supremo, o sea, se dedica en
gran medida a la teología.
Plotino, fundador de la corriente neoplatónica en el siglo III, llamará Uno a ese
principio supremo. Para Plotino, el mundo no sería una creación de Dios, sino una
emanación de Dios. De este modo, se puede decir que Dios y el mundo se confunden
porque ambos poseen una misma naturaleza, de ahí que se pueda hablar de un cierto
panteísmo (todo es Dios) en el pensamiento de Plotino. Este panteísmo no se da jamás
en las concepciones en las que el mundo, el Universo, es resultado de una creación, ya
que, en la creación, el principio creador permanece realmente diferenciado de la obra
creada.
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SAN AGUSTÍN
1. Vida e inquietud filosófica.
San Agustín es uno de los casos más claros en los que filosofía y experiencia vital
están completamente unidos y son inseparables: este pensador se embarca en la
búsqueda de una verdad que es simultáneamente Camino y Vida. El hombre que
encuentra la verdad que San Agustín busca no puede ser igual que era antes de
encontrarla, porque se trata de una sabiduría que transforma la vida de los hombres. La
filosofía de san Agustín, va a estar acompañada de una vivencia religiosa muy fuerte que
la impregna en todo momento.
Agustín nació en la ciudad de Tagaste. Hijo de padre patricio y pagano y de madre (Santa Mónica)
cristiana, el muchacho heredó por épocas los extremos de ambos padres. Pasó su adolescencia entre
Cartago y Tagaste, llevando una vida desordenada. De estos desórdenes, de todos los estilos, se acusa con
bastante detalle en sus Confesiones. Ahora bien, le pasaba a Agustín que la pasión por el sexo no disminuía
su pasión por la lectura y los estudios, tanto que decía él “que un error de gramática era peor que un
pecado mortal”. Esta pasión por la lectura es la que lo llevó a los 19 años a encontrarse con un libro de
Cicerón titulado A Hortensio. Esta obra, que marcará definitivamente su pasión por la filosofía, cambiará
radicalmente su existencia: tras el estudio de esta obra perdida, Agustín probará todas las corrientes
filosóficas, hasta sentirse a gusto finalmente en la secta de los maniqueos.
Su estancia en la secta de los maniqueos se inicia en el año 374. Se ha producido un primer momento
en la conversión de San Agustín: es la conversión o el salto de vida que supone pasar de una vida
despreocupada al más riguroso quehacer filosófico. El joven más o menos frívolo comienza a interrogarse. A
hacerse estos interrogantes le ayudará la filosofía; otra cosa muy diferente es que la filosofía satisfaga con
respuestas estos interrogantes.
Desde entonces y hasta la edad de 29 años, San Agustín ejerce como profesor de retórica en Milán.
Allí había un obispo muy famoso llamado Ambrosio, conocido por su don de la palabra. San Agustín acude a
oír los sermones de San Ambrosio, no porque le interese el contenido de los mismos, sino tan sólo para
aprender algo más acerca del cómo decir; sin embargo, buscando oratoria y retórica, San Agustín encuentra
en las palabras de San Ambrosio la verdad y, en gran medida, la respuesta a muchos interrogantes que
había abierto en él la Filosofía. La palabra y el ejemplo de San Ambrosio provocarán en San Agustín una
gran crisis espiritual. En medio de esta crisis, San Agustín se adentra en la lectura de Plotino,figura muy
importante de transmisión del platonismo hacia tintes más cercanos al pensamiento cristiano.
Parece ser que esta lectura da a su vez la orientación definitiva a la vida de San Agustín. Esta crisis le
lleva, en el otoño del año 386, a dejar la enseñanza y marchar con unos parientes y amigos a una villa
cercana a Milán. Allí, juntos, leen, reflexionan y escribe San Agustín algunas de sus primeras obras, entre
ellas el famoso Contra académicos. El libro llamado Sobre el orden y Sobre la Felicidad son también de esta
época, siendo el más importante, quizás, también de esta altura, el conocido con el nombre de Soliloquios.
Después de este apartamiento, se produce el 25 de abril del 387 su bautismo, de manos de San
Ambrosio. Desde entonces, San Agustín comprende que su vida tiene un fin que no es otro que difundir la
sabiduría cristiana. En el 371, es ordenado sacerdote, teniendo la ciudad de Tagaste por destino. En el 395
es nombrado obispo de Hipona, y morirá allí, en el 410, mientras la ciudad sufre el asedio de los bárbaros
vándalos.
1.2. Obras
San Agustín tiene gran cantidad de obras de muy diversos temas, aunque
predominando el del ámbito teológico: Música, Sobre La Trinidad, De la Felicidad, Sobre la
Religión Verdadera y Contra los Maniqueos.
De toda su obra, dos obras son especialmente destacables, desde el punto de vista
de la filosofía: Confesiones y La ciudad de Dios
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Confesiones es una obra autobiográfica y, sin embargo, es a la vez una obra
imprescindible para conocer el pensamiento de Agustín, ya que su pensamiento está
estrechamente vinculado con su vida, cosa que no suele ocurrir, ni tiene por qué ocurrir
en los demás autores; mientras que en San Agustín puede comprenderse si tenemos
presente que, para él, la verdad no sólo es una verdad intelectual, sino una verdad que
afecta al hombre entero, a su vida.
Pese a la importancia de las Confesiones, casi todos están de acuerdo en afirmar que
La ciudad de Dios es, sin lugar a dudas, la obra capital de San Agustín. En el año 410, los
godos invaden Roma y la saquean. Que los bárbaros se hiciesen dueños del Imperio
hubiese resultado impensable unos años antes. Sin embargo, Alarico y sus hombres han
puesto en entredicho la fuerza y el poder de Roma. Es a partir de este saqueo cuando los
defensores de las virtudes propias de una Roma pagana que fue grande culpan al
Cristianismo de la debilidad creciente del Imperio, diciendo que, a medida que el
Cristianismo va tomando fuerza en el Imperio, el Imperio va debilitándose frente a los
bárbaros, y culpan al Cristianismo porque es visto por ellos como una religión que ofrece
acogida a los débiles y porque es una religión que posibilita o potencia costumbres
pacíficas. Para salir al paso de estas acusaciones, escribe San Agustín su obra La ciudad
de Dios, obra que redacta entre el 412 y el 416 y de la que hablaremos más adelante.
2. Su pensamiento: el descubrimiento de Dios y la interioridad.
Cristianismo y Filosofía se encuentran totalmente mezclados en el pensamiento de
San Agustín. Es un creyente que piensa y un pensador que cree. Es un hombre completo
que busca una verdad que satisfaga a un hombre completo. No hay por tanto en él una
búsqueda de la verdad que no suponga la búsqueda de un modo de vivir y es que, para
él, la verdad no es sólo una verdad intelectual. La verdad que San Agustín busca no es
una verdad exclusiva para el intelecto; procura esa verdad que es, a la vez, camino y vida
y se identifica con Dios, con lo cual queda Dios convertido en el objeto último de toda
investigación; cualquier investigación, cualquier búsqueda auténtica de la verdad lleva a
Dios y no a otra cosa que Dios: ésa es la que ansía conocer San Agustín.
Ahora bien, ¿cuál es el camino para conocer a Dios? Otros autores posteriores
sostendrán que lo conoceremos a través de las obras de la naturaleza -su creación como
Santo Tomás, o su belleza, como San Francisco de Asís-. En el caso de San Agustín, el
encuentro con Dios lleva parejo el descubrimiento de la INTERIORIDAD, el
descubrimiento de tu propia alma. “Sólo una cosa quiero conocer, Dios y el alma ¿Nada
más? Nada más en absoluto” (Soliloquios I, 2). Como dice San Agustín, Dios “entra dentro
de ti, porque sólo en el interior del hombre, en lo más íntimo, habita la verdad”
(Confesiones).
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Con lo cual, San Agustín propone un estudio del hombre que es, el último término,
un estudio de Dios. Un contemplarse el hombre en sí mismo, que no es sino un abrirse a
lo transcendente que habita en el interior del hombre en lo más íntimo, es decir, en el
alma. Sólo el hallazgo de Dios puede satisfacer esa curiosidad sin límite de los hombres y
que en San Agustín se produce gracias a la Filosofía.
La vida del hombre como ser racional que busca una verdad que es Dios no es otra
cosa que una inquietud constante. Como Dios no se revela de un modo absoluto en esta
vida, la vida en sí es una inquietud y zozobra; la tranquilidad no llega al hombre hasta
después de la muerte. Esto evidentemente reflejará un paulatino rechazo a este mundo
sensible y la aspiración de este cristianismo primitivo a la realización del hombre en un
mundo trascendente a este: algo completamente comprensible para aquel entonces
(pensemos además que es un mundo en crisis donde todos los valores terrenales
representados en Roma están cayendo), pero que sin embargo, acabará siendo una
trasnochada herencia para el cristianismo contemporáneo.
2.1. La duda de San Agustín
En su obra Contra los académicos se hace San Agustín eco del escepticismo al que
conduce una época relativista como la suya, en la que hay razones y verdades para todos
los gustos, una época en la que resulta, por tanto, sumamente dudoso que exista la
verdad o la razón.
Este escepticismo había hecho mella especialmente en la Academia, díscipulos de
Platón, donde parecía que el destino del sabio no era otro que la duda, siendo ésta casi la
evidencia de un pensamiento que, incapaz de alcanzar la verdad, termina por dejarlo todo
en puntos suspensivos. Para los que buscan la verdad y no encuentran más que la duda,
es posible que la duda conduzca a la decepción y el abandono de la actividad intelectual
filosófica. Para San Agustín, lejos de ser así, la duda proporciona al hombre la única
certeza indudable a la que la razón puede llegar por sí misma, ya que en el hecho mismo
de dudar se manifiesta la certeza de mi propia existencia en tanto que sujeto de esa duda
que alcanza a todos los objetos. En tanto que dudo, yo sé que existo como ser que duda
(pensemos que esto constituye un precedente para la filosofía moderna que tiene
comienzo con Descartes).
Como síntesis podemos ofrecer los siguientes pasos:
a)
Nos olvidamos de las realidades sensibles, cambiantes y perecederas, que
nos engañan.
b)
Nos volvemos hacia nosotros mismos: en nuestro interior reside la verdad,
el alma.
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c)
En cuanto que el alma es mutable y no se explica por sí misma (tenemos
que conocer su origen), en ella tampoco puede residir únicamente la verdad: es necesario
trascenderse hacia Dios.
2.2. Dios y el conocimiento
La verdad es siempre, para San Agustín, Dios; por tanto, es Dios el objeto común
que intentan encontrar tanto la religión como la Filosofía, es decir: Dios es objeto tanto
del conocimiento racional como del conocimiento que se obtiene a través de la fe. Con la
razón, que es un don de Dios, el hombre se lanza a la búsqueda de Dios. Esto no quiere
decir que la sola razón baste para encontrar o desvelar el misterio divino, ya que esa
verdad que es Dios supera con creces las posibilidades cognoscitivas del hombre.
Es entonces cuando, al final del esfuerzo intelectual, el hombre regresa humilde a la
fe, otro modo de conocimiento gracias al cual complementa el conocimiento limitadísimo
de la razón; por tanto, aunque a través de la investigación el hombre busca a Dios, no es
la razón la que lo encuentra, sino la fe.
Pero como la fe es un regalo de Dios que no depende del hombre, el conocimiento
de Dios no se consigue como un desvelamiento por nuestro entendimiento racional, sino
como una revelación del Dios mismo que sale al encuentro del hombre. En consecuencia,
no es el hombre que encuentra a Dios gracias a su esfuerzo intelectual, sino Dios el que
se da al hombre de un modo gratuito.
Esta insuficiencia de la razón para alcanzar la verdad supone el rechazo, en San
Agustín, del gnosticismo. Ahora bien, ¿ cómo puede desear la razón conocer a Dios?
¿Acaso no hay que conocer ya en cierto modo para desear conocer?
A este respecto, San Agustín afirma que nadie desea aquello que no conoce, y es
que la fe, para San Agustín, no sólo aparece al final, sino que además está ya desde el
principio, dándonos un conocimiento de Dios, que va a orientar la investigación misma. Así
la fe no sólo complementa, sino que orienta la razón humana. O sea, conocemos a Dios
porque Él se da a conocer del mismo modo que amamos a Dios porque Él nos amó
primero.
2.3. Teoría o Doctrina de la Iluminación
Esta teoría o doctrina defiende que el alma puede conocer las verdades en sí mismas
a través de una búsqueda interior orientada por la divinidad. “La parte superior del alma,
el espíritu, está en contacto con Dios; la parte inferior está en contacto con el cuerpo, y, a
través de éste, con el mundo”.
Y ya que hablamos del alma, digamos que San Agustín mantiene también el
dualismo platónico; así, en su antropología, afirma que el hombre es un compuesto de
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cuerpo y alma, pero matizará lo siguiente: “El hombre es sobre todo un alma que utiliza
un cuerpo”.
Como hay distintos tipos de alma, distinguiremos también distintos tipos de razón,
una razón superior y una inferior, así como un conocimiento proveniente del cuerpo. A
través de la razón superior, el hombre obtiene un conocimiento que ciertamente podemos
llamar sabiduría. Esta sabiduría implica el conocimiento del mundo sensible, los seres
inteligibles, de las ideas y de Dios.
1. La sensación es el nivel inferior del conocimiento: utiliza la parte corporal del
hombre y ésta siempre es cambiable. Este conocimiento genera error y duda.
2. La razón inferior produce el conocimiento que llamamos ciencia, y entendemos
por ciencia ya el sentido más limitado del conocimiento de las realidades mutables y
sensibles. Ahora bien, en estas realidades mutables, esta razón inferior permite establecer
ya su relación con los arquetipos eternos. De una cosa decimos por ejemplo que es
“buena”, porque podemos compararla con la idea de “bondad”, que conocemos
previamente.
3. La sabiduría o razón superior es el conocimiento interior, el cual, a través de la
intuición de arquetipos eternos,conoce las verdades necesarias. Respecto de Dios, afirma
que todos tienen la idea de qué es, siendo la idea de Dios una idea común a todos los
hombres. Una idea absoluta y no relativa, es decir, ni la mía ni la tuya. Esto hace pensar a
San Agustín que la idea de Dios, al no depender de la experiencia,
tiene que ser
inmutable y probablemente innata.
La fuente final de ese conocimiento, que es de arriba a abajo (desde los arquetipos
al conocimiento sensible) viene causada porque el hombre participa de la Sabiduría de
Dios. Necesitamos así la luz divina como iluminadora del conocimiento: “como el ojo
corporal ve los objetos presentes en una luz incorporal”.
3. San Agustín y el problema del mal
San Agustín atacará uno de los aspectos fundamentales de la doctrina de los
maniqueos: el problema del mal. Este problema está presente prácticamente a lo largo de
toda la historia de la filosofía, pero se agudiza, sin lugar a dudas, cuando junto al mal
intentamos sostener la existencia de un Dios, como el cristiano, que es omnipotente,
omnisciente y bueno. Y es que, si el mal existe, o Dios es malo o no es omnipotente, o no
es omnisciente (no lo sabe todo). En ninguno de los casos, Dios es el Dios cristiano.
Para salvar este problema, los maniqueos recurren a un doble principio generador de
todo cuanto existe; así, desde el principio, habrá dos fuerzas, el mal y el bien,
absolutamente antagónicas de cuya pugna resultaría el mundo que tenemos. De este
modo, el mal sería el creador de todo lo malo, con lo cual, el bien que podríamos
identificar con Dios no sería responsable de la existencia de lo malo. De este modo creían
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los maniqueos haber resuelto la incompatibilidad entre Dios y la existencia del mal; sin
embargo, advierte San Agustín que, si los maniqueos tienen razón, entonces Dios no es el
creador absoluto en el que creen los cristianos. Por tanto, el problema de fondo que es la
negación de Dios en alguno de sus aspectos sigue sin resolverse.
¿Cómo afrontará San Agustín el problema? Negando el mal a pesar de la existencia
evidente de éste. Dios no sería el culpable de la existencia del mal, porque el mal se
identificaría con el no-ser. El mal, por tanto, no tendría existencia. Sería una ausencia o
carencia, o sea, que el mal no es. Basta observar el lenguaje ordinario donde nos
referimos al mal como falta o defecto para comprender lo dicho.
Bastantes siglos más tarde, Leibniz se enfrentará no sólo con el problema del mal,
sino que, además, lo resolvió de un modo semejante, aunque matizaría que hay diferentes
tipos de mal.
4. La política y la filosofía de la historia: las dos ciudades.
San Agustín reflejó en La Ciudad de Dios los problemas que había supuesto para el
cristianismo el ser adoptado como religión imperial. Durante el siglo IV, con Teodosio, el
cristianismo pasaba a ser religión oficial (y se prohibía el resto: de perseguida se convirtió
en perseguidora). Pero lo que constituyó un éxito político sin precedentes para ese
cristianismo primitivo, se convirtió en un problema cuando Roma cayó en poder de los
bárbaros poco después. El problema que se planteaban era si el Imperio arrastraría en su
caída a la naciente iglesia. San Agustín aceptó el problema y lo llevó a sus últimas
consecuencias. San Agustín para ello se hace eco de una distinción fundamental: el poder
terrenal y el poder divino. La Iglesia no corresponde a ningún poder terrenal
perecedero: que Roma muerda el polvo, porque la Iglesia seguirá vivita y coleando.
La explicación filosófica es como sigue: la naturaleza humana es doble, espíritu y
cuerpo. Por un lado estarían los intereses terrenos centrados alrededor de un cuerpo, y
del otro, los intereses ultraterrenos que pertenecen específicamente al alma. El hombre, a
nivel político, recogerá también ese dualismo: es ciudadano de un poder político de este
mundo, y al mismo tiempo ciudadano de la Ciudad Celestial.
Agustín hace esta distinción como motor de la historia humana. La historia estará
dominada por la lucha entre esas dos ciudades. De un lado está la ciudad terrena, la
sociedad fundada en los impulsos terrenos y posesivos de la naturaleza humana inferior.
Por otro lado, está la Ciudad de Dios, sociedad fundada en la esperanza de la paz celestial
y la salvación espiritual. La historia se escribe con las páginas de ese conflicto.
Naturalmente, existe un fin para esa historia: la victoria final de esa Ciudad de Dios.
Con esto, hay que dejar dos cosas claras:
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a)
San Agustín está haciendo la primera filosofía de la historia de todo el
pensamiento. Antes, la historia se escribía en círculos y se repetía. Ahora, la historia es
lineal, con un punto de partida y un final (la creación y la salvación). Esta intuición ya no
se abandonará más y será retomada en clave completamente laica, por Hegel (la historia
es la historia del desenvolvimiento de la razón en el hombre) o por Marx (la lucha de
clases, y su fin en la dictadura del proletariado).
b)
Por lo general, muchos teólogos medievales tendieron a asociar esa ciudad
de Dios con los intereses terrenales de esa Iglesia en este mundo (con los beneficios que
eso implicaba), identificando el poder espiritual de esa Iglesia con su poder terrenal y
convirtiendo al papado en un poder político más. Sin embargo esto sería posteriormente
rechazado y cuestionado en la Baja Edad Media hasta llegar a la separación de la Iglesia
de cualquier disputa terrenal, con Marsilio de Padua y Guillermo de Occam.
5. Influencias posteriores:
San Agustín es el fundador de la preocupación por la interioridad. Su libro Las
Confesiones es la primera autobiografía de la historia, y eso implica por primera vez
subrayar la importancia de los sentimientos y los estados interiores del individuo.
Los filósofos racionalistas reconocerán su deuda con Agustín, especialmente en lo
relativo a la intuición intelectual como forma de conocimiento, y a su concepción de que el
conocimiento debe buscarse dentro de uno mismo y no en el mundo sensible. En el tema
de la filosofía de la historia, como hemos dicho, es el auténtico fundador de la disciplina, a
pesar del sustrato teológico que la sustenta en su caso.
Su influencia como teólogo va a ser enorme hasta nuestros días en cánones
dogmáticos como la Trinidad. En la actualidad, parte de la teología acepta sus teorías
sobre el mal y algunos planteamientos sobre las relaciones entre fe y razón.
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6. Apéndice: SAN ANSELMO
Cinco siglos después, San Anselmo, heredero y difusor del agustinismo y
platonismo en la Edad Media, mantiene el dualismo platónico y la teoría de la iluminación,
Además, sostiente también la relación de mutua ayuda que deben prestarse
permanentemente la fe y la
razón, aunque la razón empieza a presentarse como un
instrumento al servicio de la fe para “explicar la verdad cristiana y esclarecerla”. Así, una
de las máximas de este pensador del siglo XI dice “credo ut intelligam” (creo para
comprender). Sin embargo, su persistencia en la historia del pensamiento se debe
fundamentalmente a que fue San Anselmo el primero en plantearse una prueba de la
existencia de Dios partiendo de la idea misma de Dios. Esto es lo que recogemos bajo el
nombre de argumento ontológico.
El argumento es formulado del siguiente modo:
“Todos los hombres, incluidos los insensatos que creen que Dios no existe, tienen la
idea de Dios; un ser mayor que el cual nada puede ser pensado”.
En consecuencia, piensa San Anselmo:
“Este ser tiene que existir, porque, si no fuera así, aún sería pensable otro ser más
perfecto, que sería ese mismo pero, además, existiendo”.
Por tanto, el concepto o idea de un ser perfecto implica que sea concebido como
existente. Ahora bien, el hecho de que lo imaginemos existiendo, no quiere decir que Dios
exista más allá de nuestra imaginación.
Ésta es precisamente la crítica que Santo Tomás de Aquino hace el argumento
ontológico cuando dice que San Anselmo da un salto injustificado de la epistemología a la
ontología; y es que San Anselmo no ha demostrado más que la posibilidad de la existencia
de la idea de Dios.
Pero la crítica de Santo Tomás no es la única a lo largo de la historia del
pensamiento. El argumento fue retomado por Descartes y el racionalismo, y nuevamente
censurado más tarde por Mijnheer Kant.
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Kant dirá que hay otra hipótesis injustificada en San Anselmo: “No está
demostrado que el acto sea una perfección y la potencia una imperfección. Que
eso lo haya dicho Aristóteles no es una razón de peso. Lo que Aristóteles haya
dicho no es cierto porque lo haya dicho él, todo debe ser continuamente
repensado, aunque, en la Edad Media, Aristóteles se convirtió en una auténtica
autoridad que, a menudo, suplía al razonamiento.
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