Escribir no es tarea fácil… Escribir es difícil porque, cuando estás escribiendo, tienes que tener en cuenta, a la vez, a quién escribes (el destinatario o la audiencia), para qué escribes (la intención que tienes) y cómo escribir (el género que vas a utilizar: cuento o relato, descripción, exposición, argumentación). Es decir, debes seguir una serie de normas para que el texto sea coherente, esté bien cohesionado, sea correcto y adecuado al destinatario. LA COHERENCIA Y LA COHESIÓN La coherencia Un texto tiene coherencia cuando respeta las leyes de la lógica, es decir, no hay contradicciones internas, y toda la información está relacionada con la idea principal que se quiere comunicar. La importancia de la progresión del tema, que puede desarrollarse de tres formas: - Tema constante Temas enlazados Temas derivados La cohesión Se refiere a uno de los fenómenos propios de la coherencia, el de las relaciones particulares que se dan entre elementos lingüísticos, tanto los que remiten unos a otros como los que tienen la función de conectar y organizar. La cohesión y sus mecanismos El emisor tiene la responsabilidad de que su texto sea comprendido lo mejor posible por el receptor. Para conseguir este objetivo, debe usar unas marcas lingüísticas que expresen que toda la información que contiene el texto esté relacionada con el tema y todas las ideas están conectadas entre sí lógicamente. Cuando un texto tiene numerosas marcas lingüísticas que facilitan al receptor comprender la progresión del tema y la interconexión de unas ideas con otras se dice que el texto está cohesionado lingüísticamente. Algunos mecanismos de cohesión: Anáfora: La anáfora es un procedimiento mediante el cual una palabra del texto remite a una determinada información que ha aparecido anteriormente y que puede estar contenida en un sintagma, una oración o un párrafo. Las anáforas contribuyen a la cohesión de significado y facilitan la progresión del tema. María leyó una novela y Antonio, ¢ un cómic. Ambos lo recuerdan. Los tres amigos volvían a casa de noche, a la hora en que las autopistas comienzan a quedarse vacías. En algunos tramos, la luna aparecía entre las nubes e iluminaba con crudeza una llanura yerma, y ellos creían ver allí, en medio de aquel paisaje, la sombra de un perro perdido o de una casa en ruinas. La soledad que les rodeaba, que les iba rodeando kilómetro a kilómetro, se volvía entonces solemne e incómoda, y les empujaba a salir de su ensimismamiento. Actividad 1. Une el siguiente par de oraciones en un solo texto, de forma que no se repitan las palabras resaltadas. Recuerda que las palabras que pueden funcionar como anáforas son artículos, demostrativos, posesivos, pronombres personales, palabras comodín (cosa, hecho, asunto, ambos, ocurrir, pasar, suceder), adverbios (así, allí, entonces, respectivamente) o la elipsis (omisión de un elemento lingüístico, cuyo significado se sobreentiende): Newton descubrió la ley de la gravedad en el siglo XVII. Por haber descubierto la ley de la gravedad, los científicos consideraron a Newton ya en el siglo XVII un genio de la física. Newton descubrió la ley de la gravedad en el siglo XVII. Por…. RELACIONES TEMPORALES (TIEMPOS VERBALES Y MARCADORES TEMPORALES) Y CONECTORES Los verbos del texto mantienen una correlación lógica y estrecha durante todo el discurso. El uso del tiempo y del modo verbal viene determinado por muchos factores: las intenciones del emisor, el contexto comunicativo, el significado y también por la interrelación entre las diversas formas que aparecen o desaparecen en el texto. Texto de Gabriel García Márquez en el que explica el argumento de una película (María de mi corazón, del director mexicano Jaime Humberto Hermosillo) que está inspirada en un hecho real que vivió el escritor. Actividad 2. Marca los conectores, los marcadores temporales y los tiempos verbales que aparecen en el texto. - Conectores (porque, por lo tanto, en vista de que, puesto que, a menos que, pero, como…) Marcadores temporales y espaciales Tiempos verbales María -la protagonista- era en la vida real una muchacha de unos veinticinco años, recién casada con un empleado de los servicios públicos. Una tarde de lluvias torrenciales, cuando viajaba sola por una carretera solitaria, su automóvil se descompuso. Al cabo de una hora de señas inútiles a los vehículos que pasaban, el conductor de un autobús se compadeció de ella. No iba muy lejos, pero a María le bastaba con encontrar un sitio donde hubiera un teléfono para pedirle a su marido que viniera a buscarla. Nunca se le había ocurrido que en aquel autobús de alquiler, ocupado por completo por un grupo de mujeres atónitas, había empezado para ella un drama absurdo e inmerecido que le cambió la vida para siempre. Al anochecer, todavía bajo la lluvia persistente, el autobús entró en el patio empedrado de un edificio enorme y sombrío, situado en el centro de un parque natural. La mujer responsable de las otras las hizo descender con órdenes un poco infantiles, como si fueran niñas de escuela. Pero todas eran mayores, demacradas y ausentes, y se movían con una andadura que no parecía de este mundo. María fue la última que descendió sin preocuparse de la lluvia, pues, de todos modos, estaba empapada hasta el alma. La responsable del grupo se lo encomendó entonces a otras, que salieron a recibirlo, y se fue en el autobús. Hasta ese momento, María no se había dado cuenta de que aquellas mujeres eran 32 enfermas pacíficas trasladadas de alguna otra ciudad, y que en realidad se encontraba en un asilo de locas. En el interior del edificio, María se separó del grupo y preguntó a una empleada dónde había un teléfono. Una de las enfermeras que conducía a las enfermas la hizo volver a la fila mientras le decía de un modo muy dulce: «Por aquí, linda, por aquí hay un teléfono». María siguió, junto con las otras mujeres, por un corredor tenebroso, y al final entró en un dormitorio colectivo donde las enfermeras empezaron a repartir las camas También a María le asignaron la suya. Más bien divertida con el equívoco, María le explicó a una enfermera que su automóvil se había descompuesto en la carretera y sólo necesitaba un teléfono para prevenir a su marido. La enfermera fingió escucharla con atención, pero la llevó de nuevo a su cama, tratando de calmarla con palabras dulces. «De acuerdo, linda», le decía, «si te portas bien, podrás hablar por teléfono con quien quieras. Pero ahora no, mañana». Comprendiendo de pronto que estaba a punto de caer en una trampa mortal, María escapó corriendo del dormitorio. Pero antes de llegar al portón, un guardia corpulento le dio alcance, le aplicó una llave maestra, y otros dos le ayudaron a ponerle una camisa de fuerza. Poco después, como no dejaba de gritar, le inyectaron un somnífero. Al día siguiente, en vista de que persistía en su actitud insurrecta, la trasladaron al pabellón de las locas furiosas, y la sometieron hasta el agotamiento con una manguera de agua helada a alta presión. El marido de María denunció su desaparición poco después de la media noche, cuando estuvo seguro de que no se encontraba en casa de ningún conocido. El automóvil abandonado y desmantelado por los ladrones- fue recuperado al día siguiente. Al cabo de dos semanas, la policía declaró cerrado el caso, y se tuvo por buena la explicación de que María, desilusionada de su breve experiencia matrimonial, se había fugado con otro. Para esa época, María no se había adaptado aún a la vida del sanatorio, pero su carácter había sido doblegado. Todavía se negaba a participar en los juegos al, aire libre de las enfermas, pero nadie la forzaba. Al fin y al cabo, decían los médicos, así empezaban todas, y tarde o temprano terminaban por incorporarse a la vida de la comunidad. Hacia el tercer mes de reclusión, María logró por fin ganarse la confianza de una visitadora social, y ésta se prestó para llevarle un mensaje a su marido. El marido de María la visitó el sábado siguiente. En la sala de recibo, el director del sanatorio le explicó en términos muy convincentes cuál era el estado de María y la forma en que él mismo podía ayudarla a recuperarse. Le previno sobre su obsesión dominante -el teléfono- y le instruyó sobre el modo de tratarla durante la visita, para evitar que recayera en sus frecuentes crisis de furia. Todo era cuestión, como se dice, de seguirle la corriente. A pesar de que él siguió al pie de la letra las instrucciones del médico, la primera visita fue tremenda. María trató de irse con él a toda costa, y tuvieron que recurrir otra vez a la camisa de fuerza para someterla. Pero poco a poco se fue haciendo más dócil en las visitas siguientes. De modo que su marido siguió visitándola todos los sábados, llevándole cada vez una libra de bombones de chocolate, hasta que los médicos le dijeron que no era el regalo más conveniente para María, porque estaba aumentando de peso. A partir de entonces, sólo le llevó rosas. Actividad 3. Conexión de proposiciones. A continuación se presenta una lista de proposiciones. Cada una puede funcionar como el contenido de una oración, o como un fragmento de oración, si agrupamos varias proposiciones en una sola oración. Partiendo de estas proposiciones, forma las oraciones correspondientes y conéctelas para construir un texto cohesivo. La conexión te exigirá recortar muchas repeticiones, y añadir palabras de enlace, pronombres, adverbios, etc. Las turistas estaban preocupadas. Las turistas iban en coche. El coche tenía poca gasolina. La gasolina no parecía suficiente. Las turistas miraban un mapa. Las turistas no encontraban en el mapa ninguna indicación. En el mapa no había ningún pueblo cercano. Era la noche de fin de año. Hacía mucho frío. Las turistas charlaban y se reían. Las turistas estaban preocupadas. Las turistas estaban cada vez más preocupadas. En la carretera no había nadie. Cruzaron la frontera pasada la media noche. Apareció un policía. Las turistas chillaban. Las turistas se sintieron seguras. Las turistas preguntaron por la gasolina. El policía no contestó. El policía las miró. El policía pidió los pasaportes. Las turistas mostraron los pasaportes. El policía contestó. La gasolina estaba a cincuenta metros. Necesitaban dinero del país para comprarla. El policía se encogió de hombros. Relato: Una mañana a mediodía, junto al parque Monceau, en la plataforma trasera de un autobús casi completo de la línea S (en la actualidad el 84) observé a un personaje con el cuello bastante largo que llevaba un sombrero de fieltro rodeado de un cordón trenzado en lugar de cinta. Este individuo interpeló, de golpe y porrazo, a su vecino, diciéndole que lo pisoteaba adrede cada vez que subían o bajaban viajeros. Pero abandonó rápidamente la discusión para lanzarse sobre un sitio que había quedado libre. Dos horas más tarde volví a verlo delante de la estación de Saint Lazare, conversando con un amigo que le aconsejaba disminuir el escote del abrigo haciéndose subir el botón superior por algún sastre competente. Sorpresas: ¡Lo apretados que íbamos en aquella plataforma de autobús! ¡Y lo tonta y ridícula que era la pinta de aquel chico! ¿Y qué se le ocurre hacer? ¡Pues le da por reñir con un hombre que –según él- lo empujaba! Y luego no encuentra nada mejor que hacer que ir rápido a ocupar un sitio libre, ¡en vez de cedérselo a una señora! Dos horas después, ¿adivinan a quién me encuentro en la estación de Saint-Lazare? ¡El mismo pisaverde! Mientras recibía consejos de un amigo sobre indumentaria. ¡Como para no creérselo!