Subido por Lui Rey

Abraham

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Abraham: La increíble jornada de fe de un nómada
© 2015 por Charles R. Swindoll. Todos los derechos reservados.
Originalmente publicado en inglés en 2014 como Abraham: One Nomad’s Amazing Journey of Faith por Tyndale
House Publishers, Inc., con ISBN 978-1-4143-8063-6.
Fotografía de la portada © por DEA / G. NIMATALLAH/Getty Images. Todos los derechos reservados.
Fotografía interior de sandalias © por Chad Zuber/Shutterstock. Todos los derechos reservados.
Diseño: Ron Kaufmann
Edición del inglés: Stephanie Rische
Traducción al español: Mayra Urízar de Ramírez
Edición del español: Charles M. Woehr
Publicado en asociación con Yates & Yates, LLP (www.yates2.com).
El texto bíblico sin otra indicación ha sido tomado de la Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House
Foundation, 2010. Usado con permiso de Tyndale House Publishers, Inc., 351 Executive Dr., Carol Stream, IL 60188,
Estados Unidos de América. Todos los derechos reservados.
El texto bíblico indicado con RVR60 ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en
América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso. Reina-Valera 1960® es una
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El texto bíblico indicado con NVI ha sido tomado de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional,® NVI.® © 1999
por Bíblica, Inc.® Usado con permiso. Todos los derechos reservados mundialmente.
El texto bíblico indicado con LBLA ha sido tomado de LA BIBLIA DE LAS AMERICAS®, © 1986, 1995, 1997 por
The Lockman Foundation. Usado con permiso.
ISBN 978-1-4964-0639-2
Impreso en Estados Unidos de América
ISBN 978-1-4964-0699-6 (ePub); ISBN 978-1-4964-0698-9 (Kindle); ISBN 978-1-4964-0700-9 (Apple)
Build: 2015-06-08 11:25:19
Una de las mayores alegrías y satisfacciones de mi vida es servir como
pastor principal en Stonebriar Community Church, la cual fundé en octubre
de 1998. Estoy sorprendido por el crecimiento, el alcance, la profundidad y
la fortaleza de este cuerpo de creyentes único. Solo nuestro Dios asombroso
pudo haber hecho posible las muchas piezas que ahora dan forma y
sustentan a este ministerio. Dios, y solamente Dios, merece toda la alabanza
y la gloria.
Estoy agradecido de manera especial por los que fielmente fungen como
compañeros ancianos. Estas personas ayudan a que nuestros pastores y
nuestro personal mantengan una perspectiva apropiada en todo lo que
hacen. Oran y sirven fielmente sin el aplauso del público. Proporcionan
supervisión útil sin propósitos egoístas. Y toman decisiones sabias sin
motivos escondidos ni legalistas. Es un claro privilegio servir al lado de
estos hombres que modelan lo que significa ser líderes piadosos, que sirven
con amabilidad y que aman a Cristo y a Su pueblo.
Con gratitud y profundo respeto, dedico este libro a estos diez hombres:
Jim Byrd, Ralph Ehren, Jim Goodyear, Jim Gunn, Dave Hammock, Jay
Madden, Sam Mathai, Russell Patterson, Steve Raffaele y Stan Toussaint.
CONTENIDO
Introducción
Capítulo 1: Ir... sin saber adonde
Capítulo 2: Cuando caen los fieles
Capítulo 3: La decisión que condujo al desastre
Capítulo 4: Abram, el hombre magnánimo
Capítulo 5: ¿Podemos hablar?
Capítulo 6: Cuando uno se LE adelanta a Dios
Capítulo 7: Cómo profundizar nuestras raíces en Dios
Capítulo 8: Uno de esos días con altibajos
Capítulo 9: ¿Qué pasa cuando oramos?
Capítulo 10: Cuando la fosa séptica se desborda
Capítulo 11: El gemido de dos ciudades
Capítulo 12: Venciendo la peligrosa resaca de la depravación
Capítulo 13: El déjà vu de la desobediencia
Capítulo 14: ¡Es un varón!
Capítulo 15: Pecado perdonado... consecuencias que perduran
Capítulo 16: Cuando Dios dice: «¡Suéltalo!»
Capítulo 17: Un saludable hogar de fe
Capítulo 18: Encontrando su pareja para toda la vida
Capítulo 19: ¡Qué manera de irse!
Capítulo 20: El retrato de un héroe... con verrugas y todo
Reconocimientos
Apéndice
Notas
Acerca del autor
INTRODUCCIÓN
OLIVER CROMWELL, un soldado inglés y estadista del siglo diecisiete, llegó
a ser famoso por su autenticidad y transparencia. Una vez, cuando se
exasperó por los rigores de la política y se sintió contrariado con sus
compañeros, se paró frente a ellos en el parlamento y dijo: «Habría estado
contento de vivir en mi casa junto al bosque, de haber tenido un rebaño de
ovejas, en lugar de hacerme cargo de un gobierno como este»[1]. Más
adelante, al posar para un retrato, Cromwell supuestamente le dijo al pintor:
«Señor Lilly, deseo que use toda su habilidad para pintar mi cuadro como soy
en realidad y que no me halague en absoluto. Pero resalte todas estas
asperezas, estas espinillas, las verrugas y todo como usted me ve. De otra
manera, nunca pagaré ni un cuarto de penique por él»[2].
Admiro a la gente que es auténtica y transparente, y disfruto las biografías
que pintan las figuras históricas tal como fueron en realidad. Ponga juntas
esas dos cualidades en un solo libro y no seré capaz de soltarlo. No me dé la
versión mejorada de la vida de una persona. Quiero que me pinten a la gente
como era, con «espinillas, verrugas y todo».
Así es como la Biblia representa a todos sus personajes. Lo que la Biblia
narra no son cuentos de hadas. La Biblia es un libro acerca de la vida real,
que muestra gente real que pasa por experiencias reales en un mundo real.
Nos dice la verdad sin adornos acerca de sus héroes, incluso cuando esa
verdad resulta incómoda o desagradable. Cuando usted encuentra una vida
representada, ve toda la historia sin falsedades, sin modelos retocados. Cada
uno de los hombres y mujeres de la Biblia es como Elías, a quien el apóstol
Santiago describió como «un hombre con debilidades como las nuestras»
(Santiago 5:17, NVI).
La Biblia nos cuenta las historias de esa gente porque somos como ellos,
y sus experiencias nos ayudan a entendernos a nosotros mismos, y a
comprender nuestras necesidades y nuestra relación con Dios. Lo mismo se
puede decir de las biografías en general, pero es especialmente cierto de las
biografías de las figuras históricas de las Escrituras, lo cual puede explicar
por qué he escrito tantas de ellas. Creo que un examen minucioso de la vida
de una persona, particularmente de una persona que ayudó a formar nuestro
mundo actual, puede ser una de las mejores inversiones para nuestro tiempo
de lectura. Por consiguiente, son raras las ocasiones en las que yo no esté
leyendo una biografía.
Al haber leído tantas biografías, he descubierto que muchas cosas en la
vida son cíclicas; la historia se repite. Yo obtengo sabiduría al aprender cómo
otra persona pasó por un tiempo difícil. Cómo un gran hombre o una gran
mujer respondió a la crítica. Cómo una persona, aunque era honrada y
celebrada, evitó caer en la trampa para el ego que es la arrogancia o la altivez.
He llegado a darme cuenta de que hay, por lo menos, cuatro beneficios
que recibo al estudiar biografías.
Una buena biografía traduce la verdad a la vida.
Las discusiones teológicas pueden ser aburridas o demasiado teóricas.
Aunque sean válidas las verdades que tratan, a veces las discusiones llegan a
ser terriblemente estériles y abstractas. Al igual que las plantas, las verdades
teológicas pertenecen en la tierra. La verdad bíblica prospera en el terreno de
la vida real, donde cobra vida, florece y da fruto. Uno de mis mentores, el
doctor Howard Hendricks, solía desafiar a sus estudiantes con esta orden:
«Encarnen la verdad». Encarnar es hacer que algo se convierta en carne. No
solo discuta la verdad; haga que la verdad llegue a ser carne viva para que
otros sean atraídos al Autor de la verdad.
Por ejemplo, yo podría predicar o escribir una serie acerca del
sufrimiento. La gente probablemente la oiría o leería y haría su mejor
esfuerzo para permanecer interesada, pero nada cambiaría mucho. Sin
embargo, cuando escribí la biografía de Job, la verdad acerca del sufrimiento
cobró vida. Los lectores se sintieron conectados con ese relato auténtico de
sufrimiento, y resonó en sus propias experiencias. Eso se debe a que una
biografía encarna la verdad bíblica y teológica.
Una buena biografía crea una afinidad más cercana con la gente que
siempre hemos admirado a la distancia.
Cuando estudiamos la vida de una persona de la Biblia, sentimos que
hemos conocido a un amigo. Esa amistad puede llegar a ser notablemente
íntima. Si usted lee una biografía con algo de imaginación, y se coloca en el
mundo del sujeto, comienza a sentir una unión con él o ella, incluso con
alguien tan extraordinario como un profeta como Elías, un líder como Moisés
o una dama valiente como Ester. De repente, usted siente una afinidad con
esa persona, una amistad que está llena de respeto y gratitud.
Una buena biografía ofrece estabilidad cuando pasamos por
experiencias similares.
Si estudia la vida de David, se dará cuenta de que si ha perdido a su bebé,
usted no es la única persona a quien esto le ha pasado. El hijo pequeño de
David, todavía en pañales, murió de una enfermedad corta pero intensa. O tal
vez usted trabaja para un jefe imposible, alguien desequilibrado
emocionalmente que, de alguna manera, mantiene una posición de poder. En
sus años de adulto joven, David trabajó para el rey Saúl, quien llegó a ser
extremadamente paranoico y obsesivamente atormentó la vida de David por
más de doce años. Estudie las experiencias de David durante el período
transicional entre las edades de diecisiete y treinta años, antes de que tomara
el trono de Israel, y podrá aprender cómo lidiar con un superior opresivo.
Tal vez tenga una relación tensa con su madre. Esaú también la tuvo. Su
biografía le dará una mayor perspicacia. Si está en desacuerdo con algún
compañero de trabajo, o quizás con otro cristiano, estudie la vida de Bernabé
y de Pablo, quienes se enfrentaron en un serio desacuerdo entre si debido a un
asunto, cada uno rehusando retractarse. Ellos se separaron por el desacuerdo
y nunca más volvieron a trabajar juntos. A veces, un conflicto no se resuelve.
Un estudio de sus vidas nos ayudará a saber cómo entrar en desacuerdo sin
ser desagradables, tal como lo deben hacer los cristianos maduros.
Una buena biografía nos ayuda a mantener una perspectiva divina sobre
la vida.
Cuando nos codeamos con una persona de las Escrituras, obtenemos una
perspectiva mucho más amplia de nuestras circunstancias. Para muchos de
nosotros es fácil llegar a preocuparnos, a sentirnos cargados por el fracaso.
Estudie la vida de Pedro y descubrirá a un hombre impulsado por sus propias
emociones. Impulsivo al extremo, hablaba sin pensar y se lanzaba sin medir
las consecuencias, hábitos que lo llevaron a negar a su Señor en tres
ocasiones distintas durante el período más difícil de la vida de Jesús en la
tierra. Se sentirá alentado al ver cómo el Señor restauró a Su amigo caído y
cómo Pedro se levantó por encima de ese fracaso horrible.
Así que, ¿por qué Abraham? ¿Qué tiene que ver la vida de un nómada
antiguo con la nuestra?
En años recientes hemos presenciado el surgimiento de lo que algunos
han llamado «ateísmo radical», dirigido por autores como Richard Dawkins,
Sam Harris y el difunto Christopher Hitchens. Ellos no simplemente rechazan
la existencia de Dios; atacan agresivamente la creencia en Dios como un mal
que debe ser erradicado. Algunos se preocupan de adónde llevará esta
tendencia a nuestra civilización del siglo veintiuno. Yo no me preocupo.
Aunque el movimiento puede ser radical, ciertamente no es algo nuevo. Y
además, miré hacia adelante para ver cómo termina la historia de la
humanidad. ¿Quiere saber el final? Dios gana.
Así que, con el asunto de la victoria arreglado, la pregunta llega a ser:
¿Cómo nos conducimos nosotros, como creyentes en Dios el Creador, en un
mundo que no acepta Su existencia como verdad?
Si retrocedemos la historia lo suficiente, descubrimos un tiempo en el que
virtualmente nadie creía en Dios. Las civilizaciones adoraban a muchos
dioses de su propia invención, y fraguaban supersticiones extremas para
explicar lo inexplicable, pero no reconocían la existencia de un Creador
verdadero de todas las cosas. De esa masa de humanidad teológicamente sin
rumbo, surgió un hombre que comenzó a proclamar lo que podríamos llamar
«teísmo radical». El hombre que ahora conocemos como Abraham no solo
afirmó que existía un Creador verdadero y que todos los demás dioses no
existían, sino que también arriesgó toda su vida sobre esa creencia.
Ahora la mayoría del mundo reverencia a ese hombre como el «padre de
la fe»[3]. Su historia se conserva en Génesis, y nos dice mucho de lo que
tenemos que saber acerca de la fe. Aunque la trayectoria de fe de cada
persona es única, Abraham dejó una huella resplandeciente para el resto de
nosotros; su trayectoria de fe nos habla de la nuestra. La biografía de
Abraham tiene mucho que enseñar a cualquiera, incluso a un ateo, que desea
conocer al único Creador verdadero.
La historia de Abraham no aparece en Génesis hasta después de la
primera cuarta parte del libro. Para cuando los lectores conocen a Abraham,
ya han aprendido mucho acerca de Dios. Así que parece correcto que
nosotros sepamos algo de Dios también. Por cuestiones de tiempo, permítame
resumir lo que la Biblia revela de Dios.
Primero, el Dios de la Biblia es la única deidad en existencia. Él no es
uno de muchos; solo hay un Dios y no hay otro. La Biblia niega la validez de
cualquier religión o filosofía que no reconoce a Dios, tal como se describe en
sus páginas, como el único objeto de adoración. Cualquier dios cuya
descripción difiera de la descripción de la Biblia es una ficción y, por lo
tanto, no existe.
Segundo, como el único Creador del universo, tiene tanto la autoridad
como la capacidad de gobernar a toda la creación, incluso a la gente. Su
soberanía es absoluta. Debido a que es moralmente perfecto, Él es el único
juez sobre lo que está bien y lo que está mal. Por consiguiente, solo Él tiene
la capacidad y el derecho de juzgar a cada persona.
Tercero, el amor de Dios por la gente es infinito. No tiene límites. Su
amor no se puede medir porque no tiene fin. Él sabe todo acerca de nosotros,
y aun así, nos ama. Nada que Él sepa de nosotros puede hacer que nos ame
menos, y no importa cuán grande pueda llegar a ser nuestra devoción, Él no
puede amarnos más. Su amor no solo es infinito, es también absoluto.
Cuarto, la guía de Dios es impredecible desde la perspectiva humana.
Frecuentemente Él guía a Su pueblo a lugares y circunstancias que son
sorprendentes, porque Él no pinta dentro de las líneas que trazan los
humanos. Debido a que Su carácter es siempre consecuente, Sus métodos no
se pueden calcular como si Él fuera una máquina programada.
Quinto, las bendiciones de Dios a nosotros son sorprendentes. Porque es
justo, frecuentemente nos ofrece misericordia. Nos da más cosas buenas de
las que merecemos y nos protege de muchos dolores que merecemos. La
mejor palabra para describir Su carácter, Sus valores y Sus métodos es
gracia. Además, nada puede contener Su gracia, ni siquiera nuestro rechazo
rebelde hacia Él mismo.
Con esos hechos esenciales en mente, comencemos nuestro examen
detallado de la vida de Abraham. Mientras seguimos la trayectoria del
patriarca desde la ignorancia pagana a la iluminación bíblica, permítame
desafiarlo a que se ponga en las sandalias de ese nómada tan notable. Para
cuando lea las palabras finales del último capítulo, espero que haya aceptado
por lo menos tres verdades importantes.
Primera verdad, el pensamiento verdaderamente iluminado se desarrolla
sobre la base de que Dios, como describe la Biblia, no solo existe sino que
gobierna activamente Su creación (véase el Salmo 111:10 y Proverbios 1:7).
Cuando la vida se ve a través de esa lente, los descubrimientos científicos
llegan a ser más claros, y el mundo con todo su caos y peligro llega a ser un
lugar menos aterrador.
Segunda verdad, el Dios de la Biblia lo ama a usted y ha participado de
forma activa en su vida desde el día que nació, e incluso antes. Eso es cierto
ya sea que usted se dé cuenta de Su actividad o no, o que decida reconocer Su
existencia.
Tercera verdad, Dios tiene un plan para usted, y ese plan incluye
bendiciones mayores que su capacidad de imaginar. Hace muchos siglos, Él
estableció un plan para redimir al mundo del mal, y ha hecho un lugar para
usted en Su gran diseño. Ese plan redentor comenzó con Su elección de un
hombre, Abraham. Debido a que la historia de él es un arquetipo para la mía,
y la suya, caminemos en sus sandalias mientras aprendemos acerca de este
Dios que nos ama tanto.
Chuck Swindoll
ENERO DE 2014
CAPÍTULO 1
IR... SIN SABER ADONDE
EN EL PRINCIPIO DIOS CREÓ TODO —el universo, nuestro sol, este planeta—
y pobló la tierra con plantas, peces, aves, animales y, finalmente, humanos. Y
era bueno... de hecho, muy bueno. Todo en la creación existía en
colaboración simbiótica con todo lo demás. Es decir, hasta que Adán y su
esposa Eva, los primeros humanos, violaron la única regla de su Creador: de
todos los millones de árboles frutales en la tierra, no debían comer del fruto
de un árbol específico (véase Génesis 2:15-17). Cuando ellos decidieron
comer de ese árbol, a pesar de la seria advertencia del Creador, todo cambió.
Todo.
Su decisión de desobedecer a Dios fue un acto de rebeldía. Ellos
decidieron seguir sus propios deseos en lugar de confiar en la guía de Dios. Y
su acto de rebeldía cambió la forma en que el mundo funciona. Antes de la
caída, todo había funcionado de acuerdo a la gracia de Dios, pero después de
ese momento, el mundo rápidamente llegó a ser un lugar caracterizado por
sufrimiento, enfermedades, dolor, egoísmo, violencia y muerte. La gente
nació con la naturaleza rebelde de Adán, y después de solo unas cuantas
generaciones, toda la raza humana llegó a ser tan incorregiblemente corrupta
que Dios la arrasó toda, excepto a un puñado de vidas: Noé y su familia
(véase Génesis 6–9).
Varias generaciones después de ese nuevo comienzo, la población
humana se restableció pero su condición moral no era mucho mejor. De
hecho, en la época de Abraham, la humanidad estaba encaminada a ser
incorregible otra vez. La gente vivía de acuerdo a sus propias reglas, que
según información arqueológica incluía toda clase de vicios y perversión. En
lugar de buscar conocer a Dios, su Creador, intercambiaron la verdad por la
superstición. Se entretenían en sus fogatas con historias de seres espirituales
míticos cuyas actividades afectaban al mundo físico, tallaban ídolos para
representar a esos dioses imaginarios y luego hacían cosas espantosas para
aplacarlos.
Dios pudo haberle dado la espalda a la creación. Pudo haber abandonado
a la humanidad a su ignorancia autodestructiva. Él no estaba moralmente
obligado a rescatar a la humanidad de la maldad que ella había creado y
perpetuado. Aun así, Dios estableció un plan para redimir al mundo,
comenzando con un hombre. Él haría de ese hombre un modelo receptor de
gracia salvadora y lo establecería como el padre fundador de una nación
nueva y única. Con el tiempo, conforme el plan se desarrollara, esa nación
llegaría a ser el medio por el que todo el mundo podría enterarse del
verdadero Dios Salvador y regresar a Él.
El plan redentor de Dios comenzó con Su elección de un hombre llamado
Abram.
El hombre elegido de Dios
Conocemos a este hombre con el nombre de Abraham, pero él nació como
Abram. Dios cambió su nombre en un momento crítico de la narración, pero
durante los primeros 99 de sus 175 años, él respondía al nombre de Abram.
Vivió alrededor del final de la Edad de Bronce Temprana (cerca de 2000
a. C.), en una ciudad próspera, activa y culta conocida como «Ur de los
caldeos» (Génesis 11:28). La tierra de los caldeos, conocida también como
Mesopotamia, estaba ubicada en el Irak de la época actual, al que los
arqueólogos e historiadores llaman la cuna de la civilización, porque es allí
donde la gente antigua se reunió por primera vez en ciudades y estableció
sociedades. «Pocos períodos de la historia antigua están tan bien
documentados por artefactos e inscripciones como el período de
Abraham»[4]. Por consiguiente, sabemos mucho de la cultura, la religión, las
creencias y la vida diaria de ese hombre.
Abram era un miembro común y corriente de su sociedad, no distinto a
sus vecinos. Al nacer recibió el nombre que significa «el padre es exaltado»,
muy probablemente una referencia a la deidad que su familia adoraba. La
gente de la antigua Mesopotamia adoraba un panteón de dioses míticos,
gobernado por el dios luna, Sin, a quien ellos consideraban «el señor del
cielo» y «el creador divino»[5]. Al igual que sus parientes y vecinos, Abram
adoraba ídolos y aceptaba la mitología como la verdad (véase Josué 24:2).
Aun así, Dios se le apareció específicamente a Abram y le dio instrucciones
personalizadas: «Deja tu patria y a tus parientes y a la familia de tu padre, y
vete a la tierra que yo te mostraré» (Génesis 12:1).
Es importante observar que Dios no apareció ante un grupo de gente y
luego ofreció una invitación general para seguirlo. También debemos
observar que Abram no buscó a Dios para tener una relación con Él; Dios se
acercó a Abram. Es dudoso que Abram siquiera hubiera oído del único Dios
Creador verdadero antes de ese momento. Por un acto de pura gracia, Dios
introdujo Su mano en ese agujero idólatra para elegir a Abram de entre toda
la gente.
¿Por qué ese hombre en particular? ¿Se había apartado de los ídolos de
sus ancestros y había buscado a Dios? ¿Se hizo digno de la misericordia
divina? ¡Lejos de eso! El Señor escogió a Abram por razones que solo se
conocen en el cielo. Podemos decir con seguridad que Abram no hizo nada
para ganar ni merecer el favor de Dios. Sin embargo, el Señor apareció ante
ese adorador de ídolos ignorante y pecador y le dijo: «Deja tu patria y a tus
parientes y a la familia de tu padre, y vete a la tierra que yo te mostraré. Haré
de ti una gran nación; te bendeciré y te haré famoso, y serás una bendición
para otros. Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te traten
con desprecio. Todas las familias de la tierra serán bendecidas por medio de
ti» (Génesis 12:1-3).
El llamado de Dios a Abram comenzó con un imperativo, una orden
clara. Dios le dijo que se fuera de su país a una tierra que Él le mostraría...
algún tiempo después. Para recibir las bendiciones prometidas, Abram tuvo
que dejar atrás todo en lo que confiaba para su seguridad y provisión —su
tierra natal y sus parientes— y tuvo que confiar en que Dios honraría Su
compromiso. Un escritor del Nuevo Testamento reflexionó sobre su
antepasado al afirmar: «Fue por la fe que Abraham obedeció cuando Dios lo
llamó para que dejara su tierra y fuera a otra que él le daría por herencia. Se
fue sin saber adónde iba» (Hebreos 11:8).
Deténgase a pensar en eso por un momento. Póngase en el lugar de
Abram. Tiene aproximadamente setenta y cinco años de edad, y una esposa
de sesenta y tantos años. Ha vivido en el mismo lugar toda su vida. Tiene una
hacienda en una ciudad conocida, con familia y una comunidad que ha
conocido desde que nació. De repente, el Señor se le aparece en una
manifestación física, ya sea visual o auditiva, que usted no puede negar como
auténticamente sobrenatural, y le dice que empaque y se ponga en camino
hacia un destino desconocido. ¿Puede imaginar las conversaciones de Abram
con sus amigos y vecinos?
—Veo que estás empacando, Abram.
—Sí.
—¿De verdad? ¿Te vas de la ciudad?
—Sí, nos vamos en unos cuantos días.
—Como sabes, no nos hacemos más jóvenes. ¿Estás listo para comenzar
de nuevo en otra parte?
—Sí, Sarai y yo nos mudaremos.
—¿En serio? Entonces, ¿adónde se van?
—No lo sé.
—¿Empacas todo lo que tienes, dejas todo lo que conoces, y no tienes
idea adónde te diriges? ¿Te has vuelto loco?
Todo lo que hay en nosotros se resiste a hacer cambios sin una
planificación detallada. La mayoría de nosotros necesita ver adónde
saltaremos antes de comprometernos a dar el salto. Pero Dios llamó a Abram
para que obedeciera Su llamado sin darle la información completa. Abram no
sabía adónde iba, por lo que no podía confiar en un plan bien pensado a largo
plazo. Sin embargo, el Señor le dio a Abram la información suficiente para
tomar una decisión razonable.
Cuando Abram se encontró con el Señor, sabía que Dios era real. El
asombroso esplendor de la presencia de Dios no le dejó lugar para dudas. Por
otro lado, el Señor le dio tres promesas específicas que hacían que la
obediencia valiera la pena. Aunque sus vecinos pensaban que había perdido
la razón, Abram tenía buenas razones para confiar en Dios, incluso sin
conocer cada detalle del plan.
El pacto incondicional de Dios
Distintas clases de pactos aparecen en todo el Antiguo Testamento, algunos
entre personas y otros entre naciones. También hay varios pactos divinos, que
son contratos o acuerdos entre Dios y la gente. En el Huerto del Edén, el
Creador estableció un pacto con Adán y Eva: «Puedes comer libremente del
fruto de cualquier árbol del huerto, excepto del árbol del conocimiento del
bien y del mal. Si comes de su fruto, sin duda morirás» (Génesis 2:16-17).
Observe la promesa: «Si comes de su fruto, sin duda morirás» (versículo 17).
Un poco más adelante en las Escrituras, llegamos a la época de Noé
cuando Dios dijo: «He decidido destruir a todas las criaturas vivientes,
porque han llenado la tierra de violencia. Así es, ¡los borraré a todos y
también destruiré la tierra! Construye una gran barca» (Génesis 6:13-14).
Cuando el agua se retiró, el Señor prometió, «Yo confirmo mi pacto con
ustedes. Nunca más las aguas de un diluvio matarán a todas las criaturas
vivientes; nunca más un diluvio destruirá la tierra. [...] Les doy una señal de
mi pacto con ustedes y con todas las criaturas vivientes, para todas las
generaciones futuras. He puesto mi arco iris en las nubes. Esa es la señal de
mi pacto con ustedes y con toda la tierra» (Génesis 9:11-13).
Algunos pactos son condicionales, lo que significa que el cumplimiento
de una parte depende del cumplimiento de la otra. Estos acuerdos
generalmente incluyen declaraciones de si/entonces: «Si usted hace su parte,
entonces yo haré mi parte». Cuando Dios estableció a los israelitas en la
Tierra Prometida, Él hizo un pacto condicional con ellos: «Si obedeces al
SEÑOR tu Dios en todo y cumples cuidadosamente sus mandatos que te
entrego hoy, el SEÑOR tu Dios te pondrá por encima de todas las demás
naciones del mundo. Si obedeces al SEÑOR tu Dios, recibirás las siguientes
bendiciones» (Deuteronomio 28:1-2). Por otra parte, dijo: «Pero si te niegas a
escuchar al SEÑOR tu Dios y no obedeces los mandatos y los decretos que te
entrego hoy, caerán sobre ti las siguientes maldiciones y te abrumarán. [...] El
propio SEÑOR te enviará maldiciones, desorden y frustración en todo lo que
hagas, hasta que por fin quedes totalmente destruido por hacer lo malo y por
abandonarme» (Deuteronomio 28:15, 20).
Un pacto incondicional es una promesa directa que no contiene
estipulaciones. En el primer encuentro del Señor con Abram, Él estableció un
pacto incondicional. Le dio una orden al patriarca, y Abram tuvo que
obedecer para reclamar las bendiciones de Dios. Aun así, las promesas no
contenían declaraciones de si/entonces. Fueron simples declaraciones:
«Haré de ti una gran nación» (Génesis 12:2).
«Te bendeciré y te haré famoso» (versículo 2).
«Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te traten con
desprecio» (versículo 3).
«Todas las familias de la tierra serán bendecidas por medio de ti»
(versículo 3).
Observe también que el pacto incluye tres áreas importantes de
bendición:
Una bendición nacional.
Una bendición personal.
Una bendición internacional.
Dios prometió una bendición incondicional nacional. Los
descendientes de Abraham serían lo suficientemente numerosos como para
formar una gran nación. ¡No pasemos por alto el hecho de que Dios le hizo
esa promesa a un hombre de setenta y tantos años! La esposa de Abram,
quien para ese entonces tenía sesenta y tantos años, no había dado a luz a
ningún hijo. Como pareja estéril que ya había pasado la flor de su vida,
habían perdido la esperanza de tener hijo alguno, y ni hablar de toda una
nación de descendientes. Aun así, el Señor prometió: «Haré de ti una gran
nación».
Ahora sabemos que Dios tenía en mente a la nación de Israel, ya que la
historia nos cuenta que Abraham es el padre del pueblo hebreo. Dios hizo la
promesa de bendecir sin condiciones a una nación; Él garantizó su
cumplimiento sin falta. Por supuesto, Abram y Sarai tuvieron que esperar.
Todavía no estaban listos para recibir esta bendición particular. Una
trayectoria de desarrollo de fe que duraría veinticinco años estaba por delante
de ellos. Y cuando la confianza de Abram vaciló durante esos años entre la
promesa y el cumplimiento, el Señor reafirmó Su pacto incondicional por lo
menos dos veces más.
Cuando Abram llegó a Canaán, la clase de mal que había precipitado el
diluvio había invadido ese territorio (véase Génesis 6–9). Para empeorar las
cosas, Abram renunció a una parte del derecho a esa tierra para resolver una
disputa familiar (véase Génesis 13:1-12). El Señor le dijo a Abram: «Mira lo
más lejos que puedas en todas las direcciones: al norte y al sur, al oriente y al
occidente. Yo te doy toda esta tierra, tan lejos como alcances a ver, a ti y a tu
descendencia como posesión permanente. ¡Y te daré tantos descendientes
que, como el polvo de la tierra, será imposible contarlos!» (Génesis 13:1416).
Años después, todavía sin hijos propios, Abram se preguntaba si tal vez
su criado principal, Eliezer, llegaría a ser su heredero oficial. El Señor
tranquilizó el temor del patriarca.
El SEÑOR le dijo:
—No, tu siervo no será tu heredero, porque tendrás un hijo propio,
quien será tu heredero.
Entonces el SEÑOR llevó a Abram afuera y le dijo:
—Mira al cielo y, si puedes, cuenta las estrellas. ¡Esa es la
cantidad de descendientes que tendrás! [...]
Entonces el SEÑOR hizo un pacto con Abram aquel día y dijo:
«Yo he entregado esta tierra a tus descendientes, desde la frontera de
Egipto hasta el gran río Éufrates, la tierra que ahora ocupan los
ceneos, los cenezeos, los cadmoneos, los hititas, los ferezeos, los
refaítas, los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos».
GÉNESIS 15:4-6, 18-21
No nos gusta esperar, pero es entonces cuando Dios hace algunas de sus
mejores obras en nuestra alma. Cuando me veo obligado a esperar el tiempo
de Dios, yo cambio. A veces descubro que mi petición era egoísta, que no era
parte del plan de Dios en lo absoluto. Otras veces me doy cuenta de que mi
nivel de madurez no era suficiente para soportar la bendición que Dios quería
que yo disfrutara; tenía que crecer para poder manejarla bien. Muy
frecuentemente, mis circunstancias tenían que cambiar, o la bendición se
habría convertido en una carga.
A medida que vemos cómo se desarrolla la trayectoria de fe de Abram,
veremos por qué tuvo que esperar tanto para recibir las bendiciones
prometidas de Dios.
Dios prometió una bendición incondicional personal. Eso incluía gran
riqueza, así como protección personal. Más adelante, la historia dice que
«Abram era muy rico en ganado, plata y oro» (Génesis 13:2). Se le conocía
por haber recibido muchas bendiciones de Dios, incluso «rebaños de ovejas y
cabras, manadas de ganado, una fortuna en plata y en oro, y muchos siervos y
siervas, camellos y burros» (Génesis 24:35). La gente de Canaán se refería a
él como «un príncipe de honor entre nosotros» (Génesis 23:6).
Este es un buen lugar para detenernos y decir que Dios no condena a los
ricos. Dios se reserva el derecho de bendecir a algunos con una abundancia
de dinero y posesiones materiales, y de no bendecir a otros de esa manera.
Ese es Su derecho soberano. En nuestra cultura materialista, podríamos
acusar a Dios de crueldad por retener la bendición material de algunos, pero
la economía de Dios no hace negocios con nuestra moneda. Algunos de los
siervos de Dios más honorables han vivido sin un centavo, incluso su propio
Hijo. Sin embargo, Él promete que la pobreza temporal por dedicarse a Él
será grandemente recompensada en la eternidad (véase Mateo 6:33; Marcos
10:29-31).
Abram nunca se disculpó por ser rico. De hecho, Dios usó sus riquezas de
una manera maravillosa, como lo veremos más adelante.
Dios prometió una bendición incondicional internacional. Sobrepuesta
a las bendiciones nacionales y personales, Dios puso una bendición para toda
la humanidad: «Todas las familias de la tierra serán bendecidas por medio de
ti» (Génesis 12:3). Esto se refiere a todas las razas y nacionalidades de todo
el mundo. Dios le daría bendición a toda la gente a través de los
descendientes de Abram, la nación hebrea.
En Su grandioso plan para redimir al mundo del pecado y la maldad, Dios
desarrolló una nación fundada en la fe de un hombre. Esa nación sería «un
reino de sacerdotes y una nación santa» (Éxodo 19:6, NVI), responsable de
guiar a las naciones ignorantes, supersticiosas e idólatras hacia una relación
con el único Creador verdadero. El Señor estableció al pueblo hebreo como
«una luz para guiar a las naciones. Abrirás los ojos de los ciegos» (Isaías
42:6-7). Dijo: «Yo te haré luz para los gentiles, y llevarás mi salvación a los
confines de la tierra» (Isaías 49:6). Para ayudarlos a cumplir esa gran tarea,
colocó a Israel en una pequeña franja de tierra asentada entre el extenso
Desierto Arábigo y el vasto Mar Mediterráneo.
Cualquiera que viajara entre los grandes imperios del mundo antiguo —
Egipto, Asiria y Babilonia— tenía que pasar por la tierra que se le prometió a
los descendientes de Abram. Si Israel hubiera permanecido fiel a su llamado,
los mercaderes, los ejércitos y los vagabundos habrían visto una nación
bendecida y habrían dicho: «¿Quién es este rey increíble que los hace tan
prósperos y seguros?». Y el pueblo hebreo podría haber respondido:
«¡Nuestro Rey es el Dios de Abram! ¿Les gustaría conocerlo?».
LA OBEDIENCIA A MEDIAS DE ABRAM
Génesis 11:31–12:3
Hechos 7:2-4
Cierto día, Taré tomó a su hijo Abram, a su
Nuestro glorioso Dios se le apareció a nuestro
nuera Sarai (la esposa de su hijo Abram) y a antepasado Abraham en Mesopotamia antes de
su nieto Lot (el hijo de su hijo Harán) y
que él se estableciera en Harán. Dios le dijo:
salieron de Ur de los caldeos. Taré se dirigía a “Deja tu patria y a tus parientes y entra en la
la tierra de Canaán, pero se detuvieron en
tierra que yo te mostraré”. Entonces Abraham
Harán y se establecieron allí. Taré vivió
salió del territorio de los caldeos y vivió en
doscientos cinco años y murió mientras aún Harán hasta que su padre murió. Después Dios
estaba en Harán.
lo trajo hasta aquí, a la tierra donde ustedes
El SEÑOR le había dicho a Abram: «Deja tu
viven ahora.
patria y a tus parientes y a la familia de tu
padre, y vete a la tierra que yo te mostraré.
Haré de ti una gran nación; te bendeciré y te
haré famoso, y serás una bendición para
otros. Bendeciré a quienes te bendigan y
maldeciré a quienes te traten con desprecio.
Todas las familias de la tierra serán
bendecidas por medio de ti».
Después de pasar mucho de su vida, quizá desde su nacimiento, en Ur de
los caldeos, Abraham recibió instrucciones de Dios: «Deja tu patria y a tus
parientes y a la familia de tu padre, y vete a la tierra que yo te mostraré».
Tristemente, él no respondió con obediencia total; obedeció solo en parte.
Cuando se fue de Ur, Abram se llevó a su padre, Taré, y a su sobrino, Lot.
Con ellos fueron sus domésticos y sus posesiones.
Abram se desplazó en dirección general hacia Canaán, la tierra que Dios
le había prometido, pero no viajó más allá de Harán. Según las inscripciones
antiguas, las rutas principales de comercio de Damasco, Nínive y Carquemis
convergían en esa ciudad. Tal vez, atraído por la abundancia material y la
oportunidad de crecer su riqueza, la caravana de Abram se desvió. Sin
embargo, es más posible que otro obstáculo se interpuso entre Abram y la
plena obediencia. El dios luna, Sin, al que la familia de Abram adoraba, tenía
dos lugares principales de adoración: Ur de los caldeos y... (ya lo adivinó)
Harán.
No es difícil imaginar que el padre de Abram, un devoto de toda la vida
del dios luna, no se quería separar del santuario de la deidad en Harán,
conocido por los lugareños como «la casa de regocijo»[6]. Por eso fue que el
Señor le dio instrucciones a Abram de que dejara a su familia; sabía que ellos
llegarían a ser una distracción perpetua para su llamado. Cuando el padre de
Abram decidió tardarse en Harán, Abram debió haberse despedido de su
padre y continuado hacia Canaán.
Abram también permitió que su sobrino Lot lo siguiera, posiblemente
porque se compadecía del joven. El padre de Lot había muerto unos años
antes (véase Génesis 11:27-28), y sin duda él se aferró a Abram por su guía
paternal. Por otra parte, es posible que Abram viera a Lot como su potencial
heredero, ya que no tenía un hijo propio. Sin embargo, a medida que la
historia progresa, Lot demuestra ser una distracción incluso mayor que el
padre de Abram. De hecho, mortal.
Su propia fe en desarrollo
Génesis 12:4 inicia la historia del semillero de la fe de Abram, la fe que llega
a ser un árbol totalmente maduro y produce fruto. Me consuela ver que Dios
no invalidó Su pacto con Abram aunque él no logró obedecerlo totalmente.
Afortunadamente para Abram, y para todos nosotros, el Señor no espera que
alguien ejerza una fe perfecta. Más bien, Él nos encuentra donde estamos y
luego nos ayuda a cultivar cada vez más una confianza más madura en Él.
Por eso es que no tengo reparos para decirle que Dios todavía no ha
terminado conmigo. Él sigue estirando el músculo de mi fe para que pueda
llegar a ser aún más fuerte con el uso. Y hace lo mismo con usted.
A medida que reflexiona en el inicio titubeante de Abram, permítame
estimularlo a examinar su propia trayectoria de fe haciéndose tres preguntas
penetrantes.
1. ¿Busca la voluntad de Dios de manera deliberada y apasionada?
De los siete pecados capitales, la pereza es el más siniestro de todos. La
pasividad mortal puede consumir nuestra vida, y antes de que nos demos
cuenta, no tenemos ninguna evidencia de los años que hemos pasado. Pero la
pereza no es flojera. En su esencia, la pereza es la desconexión de lo que debe
mantenernos apasionados. La pereza es fracasar en seguir el curso que Dios
nos puso enfrente, y significa fallar en cumplir nuestro propósito divino.
Lo desafío a hacer esta oración: «Señor, guíame hacia Tu voluntad, sin
importar qué cambio sea necesario, sin importar adónde tenga que ir ni qué
tenga que hacer. Quiero que sepas, Señor, que estoy disponible. No quiero
vivir fuera de Tu voluntad». Luego, prepárese para algunas respuestas
incómodas a su oración. La fe rara vez implica opciones fáciles.
A principios de mi ministerio, unos años después de haberme graduado
del seminario, acepté un puesto de pastor en un suburbio de Boston. Diez
meses después, me di cuenta de que yo no era una buena opción para esa
iglesia. Sinceramente había pensado que ese sería mi lugar de ministerio por
varios años. Además, la pequeña iglesia había gastado $1600 para
trasladarnos a mi familia y a mí, una pequeña fortuna a mediados de la
década de 1960. Me sentía muy avergonzado por la posibilidad de irme
apenas un par de años después de haber llegado. Yo insistía: «Señor, quiero
hacer tu voluntad, pero no creo que sea aquí donde debo estar».
Finalmente, lo platiqué con Cynthia, y ella estuvo de acuerdo. Pero
éramos jóvenes y sin experiencia; no sabíamos qué hacer. ¿Qué hace un
pastor cuando se da cuenta de que no está donde el Señor lo quiere? No había
nada de malo con la iglesia y ellos me amaban, pero yo no podía quitarme la
sensación de intranquilidad que llegó a ser cada vez más una distracción y un
agobio.
Nunca olvidaré la visita que le hice a Tom, el presidente de ancianos. Él
tenía una tienda de trajes tipo esmoquin, y me reuní con él allí. Caminamos
detrás de la cortina y nos sentamos en el salón de atrás. Él dijo: —¿Qué pasa?
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Me sentía avergonzado y detesté darle
la noticia. —Tom, tengo que decirte que no siento que deba estar aquí.
Naturalmente, él preguntó lo que cualquiera preguntaría. —¿Pasa algo
malo?
—Nada —respondí.
—No pasa nada malo, ¿y crees que no deberías estar aquí?
—Correcto.
—¿Adónde quieres ir?
—No sé, Tom. Solo sé que no me puedo quedar aquí.
Nunca olvidaré su respuesta tan amable, algunas de las palabras más
maravillosas que haya oído. —Chuck, si el Señor no te quiere aquí, entonces
nosotros tampoco lo queremos.
Podría haber dicho: «Bueno, sabes que gastamos mucho dinero para
trasladarte aquí. Trabajamos mucho para establecerte en una casa. Incluso
pusimos un papel tapiz nuevo para ustedes. Nos hemos esforzado mucho, ¿y
así es como nos lo agradeces?» No hubo nada de esas cosas humillantes. Él
se unió conmigo en sumisión a la guía de Dios, aunque no tenía mucho
sentido.
Eso nos lleva a la segunda pregunta.
2. Si Dios le dijera que abandonara su zona de comodidad para asumir los
retos de lo desconocido, ¿cómo respondería?
Confiar en Dios rara vez implica decisiones fáciles. Si cada misionero
buscara la comodidad, la conveniencia o lo conocido, las misiones
colapsarían de la noche a la mañana. Los ministerios se retirarían y las obras
de beneficencia dejarían de existir. Cada decisión de seguir la guía de Dios
implica sacrificio, por lo menos el sacrificio de nuestros propios deseos.
¿Confía usted en el carácter de Dios lo suficiente como para obedecerle sin
tener claros todos los detalles? ¿Está dispuesto a aceptar una pérdida de corto
plazo para recibir bendiciones divinas que todavía no puede ver?
3. ¿Hace usted que la obediencia sea demasiado complicada?
Si discute su decisión con demasiadas personas o le da muchas vueltas al
asunto, está haciendo que la obediencia sea algo complicado. Probablemente
está cayendo en una de las siguientes trampas:
Está esperando que alguien le dé una razón convincente para hacer algo
que en su corazón sabe que no es la voluntad de Dios.
Está esperando encontrar una forma de obedecer a Dios sin tener que
enfrentar dificultades ni sacrificio.
No le gusta el riesgo, y está esperando que Dios cambie de parecer si
usted tarda lo suficiente en tomar la decisión.
Está esperando que el hablar y demorar le dará tiempo para sentirse
mejor en cuanto a la decisión antes de que tenga que comprometerse con
ella.
Todavía no ha aceptado que no hay tal cosa como una decisión que no
tenga por lo menos algunas consecuencias negativas.
Si sabe lo que Dios quiere que haga, la obediencia no es complicada.
Podría ser difícil pero no es complicada. Deje de esperar que sea fácil, y deje
la búsqueda de alternativas. No espere más a que se arreglen todos los
detalles. El Señor le ha dado una oportunidad de crecer en la fe. Él quiere que
usted confíe en Su cuidado fiel y descanse en Su poder determinado. Ha
llegado la hora de obedecer.
Ahora...
¡Vaya!
CAPÍTULO 2
CUANDO CAEN LOS FIELES
UN HOMBRE, AL QUE respeto mucho como expositor de las Escrituras y
ministro del evangelio, una vez se paró frente al cuerpo estudiantil del
Seminario Teológico de Dallas para predicar acerca de la pureza. Comenzó
su mensaje y dijo: «Llevo en el bolsillo de mi chaleco un pequeño libro que
me ayuda a guardar mi integridad moral. Debido a que soy un ministro del
evangelio que se pone de pie ante diversas asambleas, debo permanecer fiel a
mi testimonio público. Pero he vivido lo suficiente como para darme cuenta
de que muchos comienzan bien el ministerio pero no terminan bien. Por lo
tanto, en este libro, que nunca le revelaré a nadie, sigo agregando los
nombres de las personas que una vez fueron fuertes representantes de Cristo
pero que desde entonces han fallado y, por lo tanto, han perdido su autoridad
moral para dirigir. Esta mañana anoté el nombre número cuarenta y dos».
A veces los fieles caen. Los buenos y los piadosos son, no obstante,
imperfectos. Los fuertes pueden llegar a ser débiles. Los poderosos e
influyentes invariablemente están parados sobre pies de barro. Los héroes
pueden desmayar. Los poderosos a veces caen. Los que respetamos pueden
dejarnos sintiéndonos tan desanimados que comenzamos a preguntarnos si
acaso existe alguien en quien se pueda confiar.
Hay por lo menos dos razones por las que debemos evitar poner a la gente
en un pedestal. Primero, porque esto nos predispone para la desilusión,
porque inevitablemente veremos fallas en nuestros héroes. Segundo, porque
los pedestales llegan con expectativas que ningún simple humano puede
satisfacer. No le hacemos ningún favor a la gente que admiramos al colocar
cargas irreales sobre sus hombros. Eso es tan cierto para la gente de hoy
como para nuestros héroes de la Biblia.
Los primeros versículos de Génesis 12 presentan a Abram como un
héroe, alguien con equilibrio. Aunque es cierto que la obediencia total para él
llegó gradualmente, démosle mérito al hombre. Al haber oído de Dios,
abandonó su hogar de toda la vida, negó su cultura, se desconectó de su
familia, dejó a sus amigos, sacrificó sus buenas raíces, y echó por la borda
cualquier futuro que pudiera haber planificado o esperado. Siendo un hombre
de setenta y tantos años, lo dejó todo atrás para irse... quién sabe adónde. De
buen agrado intercambió lo conocido por lo desconocido; un compromiso
que pocos septuagenarios estarían dispuestos a hacer. Abandonó la vida
establecida y cómoda que tenía como habitante de una ciudad para
convertirse en un nómada, tanto física como espiritualmente. Con los ojos
puestos en Dios, en efecto dijo: «Confiaré en Ti, Dios. Te seguiré adonde sea
que Tú me guíes». Todo eso me parece admirable.
Abram dejó la próspera y culta ciudad de Ur, viajó hacia el norte a lo
largo de la ribera del río Éufrates, y luego se estableció por un tiempo en
Harán. Después de la muerte de su padre, Taré, siguió una transitada ruta
comercial hacia el occidente y luego hacia el sur para llegar a la ciudad
montañosa de Siquem, una ciudad comercial muy concurrida que estaba entre
dos montañas reverenciadas por las religiones paganas locales: el monte
Gerizim y el monte Ebal. Ese sitio le daba a Siquem una larga historia como
lugar sagrado.
Abram acampó al lado del roble de More (véase Génesis 12:6), que
también podría traducirse como «el árbol de la enseñanza». Muy
probablemente era un gran roble de Tabor que servía como punto de
referencia importante. La expresión hebrea sugiere que había llegado a ser un
santuario local o un lugar de reunión donde los maestros les hablaban a las
multitudes. Los registros históricos indican que «los cananeos tenían
santuarios en bosques de robles, y More pudo haber sido uno de sus centros
de culto»[7]. Los adoradores de los dioses de la fertilidad creían que los
árboles grandes eran evidencia del poder reproductivo asociado con el área;
pensaban que una persona podía llegar a ser más fértil al adorar allí.
Mientras Abram acampaba al lado de ese santuario pagano, Dios se le
apareció otra vez para reafirmar Su gran plan redentor. Repitió Su promesa
anterior de darle descendencia y le recordó que esa nación, en última
instancia, llegaría a ser maestra de la verdad divina para todo el mundo. En
efecto, dijo: «Esa gente viene aquí a adorar dioses que no existen, y se
aferran a la esperanza supersticiosa de llegar a ser fértiles. Confía en mí,
Abram, y tu simiente formará una nación poderosa».
Abram respondió construyendo un altar y ofreciendo el sacrificio de un
animal como acción de gracias. Incluso después de que él continuara su viaje,
los cananeos que se reunían en el árbol de la enseñanza habrían observado
inmediatamente su contribución arquitectónica. El nuevo altar de piedra
servía como monumento a la obediencia de un hombre al único Dios
verdadero. Anunciaba a los residentes locales: «El Dios de Abram ha llegado
a Canaán».
Abram siguió hacia el sur y subió a un lugar que más tarde llegó a ser
significativo para la nación de Israel. Ahora conocemos el lugar como
Jerusalén. Allí, él construyó otro altar. Al igual que el otro en Siquem, este
monumento expresaba la devoción de Abram: «Señor, confío en Ti y creo en
Ti. Descanso en Ti. Te necesito. Soy Tu siervo. Ayúdame en este viaje de fe
para que pueda caminar con confianza y recibir las promesas de Tu pacto».
La historia muestra que los lugares donde Abram construyó altares para
Dios posteriormente llegaron a ser centros importantes de la adoración
hebrea.
La respuesta estándar de Abram
Después de haber erigido un segundo altar, Abram continuó hacia el sur, a la
región del Neguev, que significa «seco, árido». Cuando estaba en esa región
escabrosa, Abram enfrentó su primer reto cuando una hambruna severa arrasó
la tierra. La palabra hebrea que se usa en Génesis 12:10 significa
simplemente «hambre». La causa puede haber sido una sequía, cultivos
enfermos, una plaga de langostas o simplemente una cosecha fallida. En esta
parte del mundo el frágil equilibrio del ecosistema ha mantenido las cosas
siempre a punto de perder el balance. Si la lluvia llega en el tiempo
incorrecto, las cosechas producen poco.
Como recién llegado, es posible que Abram no supiera cuán
frecuentemente la comida llegaba a ser escasa en esa región. Debido a que
venía de una parte del mundo conocida como la Creciente Fértil, quizás
esperaba césped exuberante para sus rebaños, junto con cosechas abundantes
de trigo y cebada. Comparado con la tierra de la ribera del Éufrates, el
Neguev parecía un páramo.
Para Abram, esa época de hambre representaba una gran prueba. La
hambruna llevaba un mensaje implícito del Señor: «En todas tus oraciones y
construcciones de altares, Abram, permíteme revelar la verdadera
profundidad de tu fe. Esta dificultad dejará ver lo poco que confías en Mí
para proveer para tus necesidades, ahora que las circunstancias se han puesto
en tu contra y lo único que encuentras en abundancia es hambre». Aunque
Dios no ocasionó la hambruna, sin duda la usó como un instrumento en el
desarrollo de la fe de Abram.
Usted puede esperar más que una prueba divina en su propia trayectoria
de fe, pero Dios no usa las circunstancias difíciles para averiguar lo que
nosotros haremos. Él no nos prueba para observar nuestra respuesta de fe. Él
ya nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos, y ya sabe
lo que el futuro depara. ¡Él usa las pruebas para revelarnos a nosotros
mismos! Frecuentemente Él usa una prueba al principio de una lección para
señalarnos dónde necesitamos mejorar. A menudo, después llega una época
de aprendizaje.
Una prueba divina generalmente expone lo que podría llamarse nuestra
respuesta estándar a la crisis. Todos tienen una respuesta estándar cuando se
les confronta con un reto a su fe. Comienza como un instinto de
supervivencia. Luego aprendemos a cultivar ese instinto natural hasta
convertirlo en una fortaleza. Con el tiempo, aprendemos a responder al estrés
con una agilidad experta, sin siquiera tener que pensarlo. Antes de que nos
demos cuenta, nuestro mecanismo para hacerle frente a las situaciones toma
el control y evita que confiemos en Dios. Para Abram, era el engaño. La
mentira. Él no le decía mentiras a la gente para engañarla ni para adquirir una
ventaja injusta. Él decía mentirillas para salvarse a sí mismo. Parecía que
había adquirido la habilidad de inventar falsedades creíbles en el pasado, y
con el tiempo, llegó a ser un experto.
Abram no logró pasar su primera prueba porque se apresuró para ir hacia
Egipto en lugar de buscar el consejo de Dios. Antes de la hambruna había
hablado con Dios y había construido altares para conmemorar su relación con
el Todopoderoso. Sin embargo, cuando la hambruna severa atacó, ya no
oímos más oraciones; ya no vemos más altares. En lugar de buscar la
instrucción de Dios, Abram se enfiló directamente hacia donde los
mercaderes de caravanas decían que podría encontrar comida en abundancia.
F. B. Meyer describe el significado literal y simbólico de Egipto en la
literatura bíblica. El destino que escogió Abram tiene implicaciones
teológicas de largo alcance.
En el lenguaje figurado de las Escrituras, Egipto es un símbolo de
alianza con el mundo... [Abraham] actuó simplemente según su
propio juicio. Vio sus dificultades y quedó paralizado del miedo. Se
aferró al primer medio de liberación que se le sugirió, así como un
hombre que se hunde se aferra a una paja. Y de esa manera, sin tomar
el consejo de su Protector celestial, Abraham bajó a Egipto.
¡Ah! ¡Error fatal! Pero cuántos lo cometen todavía. Pueden ser
hijos verdaderos de Dios, pero aun así, en un momento de pánico,
adoptan métodos de salvación para sí mismos que, por no decir otra
cosa peor, son cuestionables; y siembran semillas de dolor y desastre
para salvarse de una vergüenza menor...
Cuánto mejor habría sido para Abraham haberle lanzado la
responsabilidad de vuelta a Dios y haberle dicho: «Tú me trajiste
aquí, y ahora debes llevar todo el peso de proveer para mí y mi
familia. Me quedaré hasta que sepa claramente qué es lo que quieres
que haga»[8].
Más adelante en la historia de Israel, el profeta Isaías usó a Egipto para
representar la respuesta incrédula de la nación a una crisis de invasión.
Escribe: «¡Qué aflicción les espera a los que buscan ayuda en Egipto, al
confiar en sus caballos, en sus carros de guerra y en sus conductores; y al
depender de la fuerza de ejércitos humanos en lugar de buscar ayuda en el
SEÑOR, el Santo de Israel!» (Isaías 31:1). Correr a Egipto no era una decisión
pecaminosa en sí[9]. Como todas las decisiones tomadas sin fe, girar hacia
Egipto llegó a ser el precedente de una caída moral. Así fue para Abram.
Al acercarse a la frontera de Egipto, Abram le dijo a su esposa Sarai:
«Mira, tú eres una mujer hermosa. Cuando los egipcios te vean, dirán:
“Ella es su esposa. ¡Matémoslo y entonces podremos tomarla!”. Así
que, por favor, diles que eres mi hermana. Entonces me perdonarán la
vida y me tratarán bien debido al interés que tienen en ti».
GÉNESIS 12:11-13
En caso de que usted ahora mismo se sienta superior, pensando que nunca
mentiría de la forma en que Abram lo hizo en esta situación, permítame darle
una advertencia de las Escrituras: «Si ustedes piensan que están firmes,
tengan cuidado de no caer. Las tentaciones que enfrentan en su vida no son
distintas de las que otros atraviesan» (1 Corintios 10:12-13). Nadie se
despierta en la mañana y dice: «Veamos, hoy tengo planificada una caída
moral espectacular». Con frecuencia, nuestros días comienzan con las
mejores intenciones y después llega una crisis. Surge un reto para la fe. De
repente, la respuesta estándar toma el control y el cerebro piensa solamente
en el plano horizontal, ignorando por completo la dimensión vertical.
Técnicamente, la mentira de Abram contenía una verdad a medias. De
hecho, Sarai era medio hermana de Abram; habían nacido del mismo padre
pero tenían madres distintas (Génesis 20:12). Al afirmar ser medio hermano
de Sarai, Abram esperaba hacer uso de la costumbre local para su ventaja.
Como esposo de ella, ciertamente podían matarlo, pero las leyes antiguas lo
convertían en su guardián si era su hermano. Cualquiera que estuviera
interesado en tomar a Sarai como esposa se acercaría a Abram para arreglar
el matrimonio, lo cual le daría tiempo para protegerse.
No mucho después de que Abram llegó a Egipto, alguien desveló sus
intenciones y su plan produjo un efecto indeseado. En lugar de darle la
libertad de acción que él había anticipado, su táctica creó una trampa política
sin salida. «Cuando los funcionarios del palacio la vieron, hablaron
maravillas de ella al faraón, su rey, y llevaron a Sarai al palacio. Entonces el
faraón le dio a Abram muchos regalos a causa de ella: ovejas, cabras, ganado,
asnos y asnas, siervos y siervas, y camellos» (Génesis 12:15-16).
La conciencia de Abram debe haber estado trabajando horas extra.
Podemos imaginar su ansiedad mientras pensaba que uno de los reyes más
poderosos del mundo ¡cortejaba a su esposa cada noche! Afortunadamente,
los antiguos rituales del matrimonio incluían un período de espera lo
suficientemente largo como para asegurar que una novia no estuviera
embarazada. Así que Sarai vivía dentro del palacio, pero estaba aislada para
que no tuviera contacto sexual con nadie, ni con el rey. Mientras tanto, el
faraón envió a Abram numerosos regalos de boda en anticipación del gran
día.
Aunque Sarai no enfrentó riesgo inmediato de ser vulnerada, imagine
cómo se sentía en cuanto a su esposo. Esa respuesta sin fe, la cobardía de
Abram, la colocó en peligro mientras él vivía la gran vida. Mientras ella
moraba entre extraños, sujeta a rituales desconocidos y enfrentando un futuro
incierto, Abram se codeaba con la élite de Egipto.
Dios al rescate
Aunque Abram falló en proteger a su esposa, el Señor sí lo hizo y de manera
contundente. Afligió al faraón y a su casa con plagas (véase Génesis 12:17).
La palabra hebrea significa «enfermedades o infestaciones». Antes de que la
noche llegara, el rey sufrió un repentino ataque de enfermedad. Para
empeorar las cosas, le llegaron reportes de que una enfermedad extraña había
arrasado su harén. Sus sirvientes dejaron de trabajar porque estaban enfermos
en cama.
El rey politeísta reconocía al Dios de Abram, pero no como el único Dios
verdadero. El faraón temía el poder de una deidad territorial rival. Al igual
que la mayoría de la gente de su época, él miraba al mundo con los lentes de
la superstición. La visión antigua presumía que la causa radical de la
enfermedad era espiritual, no física. La gente trataba los síntomas usando
purificación con agua, aceites, hierbas y a veces cirugía, pero creían que la
única forma de curar al paciente era descubrir a cuál dios apaciguar con
sacrificios. Cuando el hogar del faraón se vio afectado con enfermedades, él
apaciguó a sus propios dioses con sacrificios y luego, después de haberlos
satisfecho (en su mente), asumió que había ofendido al Dios de Abram. De
alguna manera, descubrió la verdad de que Sarai ya tenía esposo. Sin duda,
ella atrajo sus sospechas cuando solamente ella no se enfermó.
Abram debería haber sido moralmente superior al rey de Egipto, pero el
faraón ardía con justa indignación y reprendió al hombre de Dios.
«¿Qué me has hecho? —preguntó—. ¿Por qué no me dijiste que era tu
esposa? ¿Por qué dijiste: “Es mi hermana” y con esto me permitiste
tomarla como esposa? Ahora bien, aquí tienes a tu esposa. ¡Tómala y
vete de aquí!». Entonces el faraón ordenó a algunos de sus hombres
que los escoltaran, y expulsó a Abram de su territorio junto con su
esposa y todas sus pertenencias.
GÉNESIS 12:18-20
Una conclusión muy triste. No podemos evitar preguntarnos qué clase de
opinión tuvo el faraón del Dios de Abram después de ese episodio. Y me
pregunto lo mismo de nosotros ahora: ¿Cuánta gente todavía no ha aceptado
al Dios de la Biblia porque siguen viviendo bajo las sombras creadas por
nuestras fallas morales? El faraón podría haberle quitado sus posesiones a
Abram y haberlo lanzado a un foso de esclavos... o a una tumba. Pero no hizo
ninguna de las dos cosas. Tal vez fue porque había soportado suficiente del
desagrado de Dios, pero simplemente deportó al hombre junto con su esposa,
con sus regalos mal ganados y su pequeño ejército de parientes y sirvientes.
Abram se fue hacia Canaán con los regalos que había recibido del faraón,
que incluían ganado y sirvientes (véase Génesis 12:16); entre ellos, una
sierva llamada Agar.
Las lecciones de Abraham
Obviamente, Abram había echado a perder todo. Había tambaleado en su fe y
había fallado en honrar a Dios después de haber recibido el favor del cielo.
Reprobó su primera prueba real. No obstante, afortunadamente, ese no es el
final de la historia. El Señor no dijo: «Cometí un error al elegir a Abram; ese
tipo no está listo para una relación conmigo. Creo que buscaré un mejor
sujeto». Al contrario, Dios rescató a Abram de la ira del faraón y hasta usó el
incidente para hacer más rico al patriarca. ¿Por qué? El Señor había hecho
promesas incondicionales que tenían que cumplirse. Él no emitió esas
promesas sin el conocimiento total del futuro de Abram.
El Señor, con un perfecto conocimiento previo de las buenas y malas
decisiones de Abram, lo eligió para que llegara a ser un ejemplo de fe
genuina. Este fracaso no sacudió el compromiso de Dios; simplemente le dio
una oportunidad de ayudar a Abram a cultivar una confianza que finalmente
llegaría a ser tan sólida como una roca.
¿Se dio cuenta de que Dios no castigó a Abram por su fracaso? En Su
gracia, bendijo a Abram a pesar de su falta de confianza. Claramente, el favor
del Señor hacia Abram no dependía del buen comportamiento del hombre.
Como un buen padre, Dios permitió que las consecuencias naturales de las
decisiones absurdas de Su hijo se convirtieran en un medio de instrucción. En
lugar de enterrar a Abram en condenación y vergüenza, Él usó este fracaso
como una herramienta para la instrucción.
Por lo menos cinco principios surgen de este breve relato de la fe
vacilante de Abram y su respuesta estándar.
1. Todos enfrentamos hambrunas.
Algunas hambrunas son severas. A usted lo derriban y lo dejan tirado de
espaldas, sin tener adónde más mirar que no sea arriba. El reporte de un
médico con las peores noticias posibles. Un divorcio. La muerte de un ser
amado. El desempleo. La bancarrota. Otras hambrunas parecen manejables
desde una perspectiva humana. De cualquier manera, estas experiencias
invariablemente provocan una crisis de fe y lo desafían a responder la
pregunta: ¿En qué confío... realmente?
Las hambrunas, aunque son destructivas y aterradoras, pueden proveer la
oportunidad de profundizar más su relación con Dios. Busque a un creyente
que usted sepa que es sabio, que ha mantenido su integridad a través de las
dificultades. Pídale a esa persona que comparta sus experiencias y, luego,
escuche cuidadosamente. Descubra cómo la fe en la provisión y protección
de Dios puede ser fortalecida a través de circunstancias severas.
2. Cada escape contiene una mentira.
Cuando hacemos todo lo posible para evitar enfrentar nuestra crisis de fe,
cuando buscamos escape por medio de nuestros antiguos métodos conocidos,
nos decimos una mentira: «Yo puedo manejar esto sin Dios». Nuestra
respuesta estándar habitual, que ahora sirve de estrategia inconsciente para
hacerle frente a los desafíos, ya ha funcionado, entonces ¿por qué no otra
vez? ¿Por qué no ahora? Nos convencemos de que con suficiente ingenio,
valor y suerte podemos sobrevivir la hambruna y eludir mucho del dolor por
nosotros mismos.
Llegar a la verdad es como pelar una cebolla, una capa de mentiras tras
otra, hasta que descubrimos en nuestro centro a una persona que había sido
olvidada por mucho tiempo. Nos hemos pasado la vida escapando de las
pruebas en lugar de pasar por ellas con el poder de Dios. A lo largo del
camino, justificamos, racionalizamos, excusamos y minimizamos nuestras
faltas. Mentir ha llegado a ser tan fácil que ni siquiera pensamos que nuestras
racionalizaciones son mentiras.
3. Cada Abram batalla con una debilidad.
Esto se refiere a usted. Todos, incluso los buenos y los piadosos, tenemos
imperfecciones y defectos. Estas debilidades nos hacen tomar decisiones
imprudentes, así como pecaminosas y egoístas. Además, estos defectos y sus
mecanismos asociados para hacerle frente a las dificultades menoscaban
nuestra relación con Dios. Nuestra respuesta estándar compite con la fe, de
manera que preferimos confiar en nosotros mismos en vez de confiar en Dios
para que nos proteja y provea para nuestras necesidades.
Más religión no es la respuesta. No me cuente cuántas horas pasa leyendo
la Biblia. No me cuente cuántos años ha sido miembro de una iglesia. No me
diga cuánta teología sabe ni cuántos títulos tiene. Nada de eso puede
protegerlo de decisiones insensatas ni de las mentiras que uno se dice a sí
mismo. Todos somos débiles y necesitamos ayuda sobrenatural. Si Abram
pudo caer poco después de haber construido dos altares, créame, usted y yo
también podemos dar un paso en falso hacia una caída moral.
4. Cada transigencia pone en peligro a una Sarai.
Cada vez que volvemos a nuestra respuesta estándar, alguien sale herido...
incluso los más cercanos a nosotros. Sarai confiaba en que Abram la guiaría
bien y la mantendría a salvo, pero el plan egoísta de Abram hizo que ella
fuera la nueva adquisición del harén del faraón. Mientras el sol se ponía esa
tarde, ella debe haberse preguntado: ¿Qué rayos estoy haciendo aquí? ¿Cómo
pudo él hacerme esto?
Su vida consiste de relaciones colocadas en círculos concéntricos. Los
que viven en los círculos más cercanos se han conectado a usted y, como
resultado, confían en usted. Es posible que sus víctimas no sean conscientes
de la pérdida que usted les ocasionó, pero, no obstante, ellos pierden. No hay
tal cosa como un pecado sin víctima, incluso los pecados que usted guarda en
secreto. Puede pecar en secreto, pero nunca peca solo.
5. Todo Egipto tiene un faraón.
Vivimos entre gente que no conoce a nuestro Dios. Ellos sirven a los dioses
de la riqueza, de las posesiones, del poder, del estatus, del yo, y otros. Son
demasiados como para enumerarlos. Luego oyen que alguien habla acerca de
tener una relación con el único Creador verdadero. Naturalmente, su
curiosidad les hace observar cómo la vida de esa persona difiere de la propia.
Cuando ellos ven que ciegamente hacemos disparates en la vida, que
tomamos decisiones necias o pecaminosas, nosotros le ocasionamos
vergüenza a Dios en lugar de darle gloria. Además, confundimos a los
curiosos. Nadie respeta a un farsante. Nadie admira la hipocresía.
Estos principios que Abram aprendió durante su tiempo en Egipto son
realistas y relevantes para nosotros ahora. Usted y yo los necesitaremos para
nuestra propia trayectoria de fe, especialmente cuando una «hambruna»
devastadora arrasa inesperadamente en nuestra vida.
CAPÍTULO 3
LA DECISIÓN QUE CONDUJO
AL DESASTRE
PARA EL LECTOR INFORMADO, Génesis 13 está lleno de información. Si no
lo ve inmediatamente es porque muchos de los detalles están escondidos en
las diferencias culturales que pertenecen a una civilización del Medio Oriente
de hace cuatro mil años. Muchos lectores occidentales del siglo veintiuno
examinan ligeramente la superficie del texto con un bostezo, preguntándose
qué tiene que ver la historia de Abram con ellos. Como expositor bíblico,
tengo la tarea de desempacar esas referencias que han sido olvidadas por
mucho tiempo para que usted pueda ver tanto como sea posible la dimensión
y la profundidad del significado, tal como la gente de esa cultura lo habría
visto.
Mientras profundizamos en la historia, la geografía y la cultura de la
antigua Canaán, descubriremos un reparto de figuras históricas que no eran
muy distintas a nosotros hoy. Nosotros usamos ropa distinta, hablamos un
idioma distinto, vivimos en distintos alrededores; pero a un nivel
fundamental, los humanos en realidad no cambiamos. Estos hombres y estas
mujeres querían las mismas cosas que nosotros queremos ahora: vínculos
familiares estrechos, buena salud, seguridad financiera, relaciones
interpersonales satisfactorias, seguridad física y ambientes cómodos. Al igual
que nosotros, ellos esperaban ser parte de algo significativo e impactar al
mundo de una manera positiva. Experimentaron muchas de las esperanzas,
preocupaciones, ambiciones, celos, alegrías y tristezas que nosotros sentimos.
Por eso es que Dios ha conservado estas historias durante cuatro mil años.
Esta gente antigua, que ha estado muerta por mucho tiempo, todavía tiene
mucho que enseñarnos.
De Abram ya hemos aprendido que una relación con Dios es una
trayectoria de fe que comienza con un simple reconocimiento de que Él
existe... y que nos ama, tiene un plan para nosotros que incluye grandes
bendiciones, y quiere que disfrutemos de una relación estrecha con Él.
También hemos aprendido que la fe no es solamente creer que existe un
Creador todopoderoso y omnisciente; fe es confiar en Dios a medida que
experimentamos la vida. Además, hemos descubierto que la fe comienza de
una manera tentativa e imperfecta, y que Dios usa nuestras experiencias para
ayudarnos a crecer firmes en la fe.
Abram flaqueó durante su primera crisis, volviendo a su antigua
estrategia para hacer frente a los problemas —el engaño— en lugar de confiar
en su Señor. Un poco después, enfrentó una crisis distinta: la prosperidad.
Afortunadamente, esa prueba reveló que la fe de Abram había crecido.
La crisis de la prosperidad
Thomas Carlyle, el escritor de ensayos e historiador escocés, escribió: «La
adversidad a veces es dura en un hombre; pero por cada hombre que puede
soportar la prosperidad, hay cien que soportarán la adversidad»[10]. La
mayoría de nosotros nos alzamos para enfrentar la adversidad con nuestro
mejor carácter. Sin embargo, nuestro verdadero carácter se manifiesta cuando
las cosas van realmente bien. Es fácil llegar a ser arrogante, autosuficiente,
creído, avaro y altivo en tales momentos.
Abram regresó a Canaán con mayor riqueza de la que tenía cuando llegó
de Ur por primera vez. Génesis 13:2 lo describe como «muy rico». La
expresión hebrea literal significa «pesado»; él poseía mucho ganado, plata y
oro. Ahora diríamos que Abram era acaudalado. Antes él no había
reaccionado bien frente a las dificultades. ¿Cómo se mantendría su integridad
bajo la tensión de la prosperidad? ¿Qué revelaría esta prueba divina acerca de
su verdadero carácter?
Recuerde, mucho de la riqueza de Abram le había llegado en Egipto,
después de su fracaso de no confiar en Dios y la posterior crisis moral. Qué
misericordioso fue Dios para concederle esa riqueza inmerecida y aumentar
su fortuna tan rápidamente. Muy probablemente, esas bendiciones ayudaron a
Abram a regresar de Egipto genuinamente humilde, a pesar de su increíble
prosperidad.
Entonces Abram salió de Egipto junto con su esposa, con Lot y con
todo lo que poseían, y viajó hacia el norte, al Neguev. (Abram era
muy rico en ganado, plata y oro). Desde el Neguev, continuaron
viajando por tramos hacia Betel y armaron sus carpas entre Betel y
Hai, donde habían acampado antes. Era el mismo lugar donde Abram
había construido el altar, y allí volvió a adorar al SEÑOR.
GÉNESIS 13:1-4
En esta parte de la historia, el narrador se asegura de describir el regreso
de Abram de Egipto como un retorno sobre sus mismos pasos. Desde Egipto
hacia el norte por la región estéril del Neguev y de regreso a Betel, donde
Abram había construido su último altar. El nombre Betel significa «casa de
Dios». Por lo que Abram regresó a casa, por así decirlo, al lugar donde había
hecho bien las cosas por última vez. Cuando llegó, adoró al Señor otra vez.
Eso tuvo que haber sido sumamente gratificante. Habiendo completado su
regreso, abandonando su estado anterior de infidelidad, estaba listo para
comenzar de nuevo.
Hasta ese punto en la historia, no hemos sabido mucho del sobrino de
Abram, Lot. Antes supimos que el padre de Lot había muerto hacía muchos
años y que Lot probablemente se había aferrado a Abram como un padre
sustituto. El Señor le había dicho a Abram que dejara a toda su familia
extendida, pero él no lo hizo. Y eso le había salido caro. Debido a su padre,
Taré, el viaje a Canaán se había atascado en Harán. Sin embargo, hasta
entonces Lot no había ocasionado ningún problema.
Cuando Abram prosperó, Lot también se benefició: «Lot, quien viajaba
con Abram, también se había enriquecido mucho con rebaños de ovejas y de
cabras, manadas de ganado y muchas carpas» (Génesis 13:5). No pase por
alto la mención específica de sus muchas carpas. Ese será un detalle
significativo en la historia. Pero la prosperidad conllevó sus propios desafíos.
Los rebaños y las manadas que aumentan requieren cantidades de comida y
agua cada vez mayores. Es posible que la tierra no se hubiera recuperado
completamente de la hambruna anterior, por lo que los recursos disponibles
no podían sostener al ganado de los dos hombres. Además de eso, ellos tenían
que batallar con los habitantes existentes, los cananeos y los ferezeos.
Todos los elementos necesarios para el conflicto familiar estaban apilados
como la leña seca que solo espera un fósforo. El sentido de tener derechos,
que llega con la afluencia, no responde bien al tener recursos limitados. El
miedo a las pérdidas, combinado con la emoción de adquirir más puede llegar
a ser incontenible, y en poco tiempo, la riqueza pasa de ser una bendición a
ser un ídolo. En este punto fue que la vegetación y el agua llegaron a ser
insuficientes para alimentar al ganado de los dos hombres, y los sirvientes de
Abram y de Lot comenzaron a tener conflictos.
Abram pudo haber llamado a Lot a su carpa y haberle dicho: «Mira, yo
soy el adulto aquí y tú eres el sobrino. Ha sido maravilloso, pero tienes que
irte, joven. Además, Dios me dio esta tierra a mí y no a ti. Así que, ¡toma tus
rebaños, tus manadas y tus carpas y busca tu propia tierra en otra parte!».
Pero Abram no hizo eso. No podemos evitar quedar impresionados con su
respuesta. Él escogió sus palabras cuidadosamente para reconocer la tensión
creciente y para buscar una solución pacífica mientras afirmaba su amor.
Abram le dijo a Lot: «No permitamos que este conflicto se interponga
entre nosotros o entre los que cuidan nuestros animales. Después de
todo, ¡somos parientes cercanos! Toda la región está a tu disposición.
Escoge la parte de la tierra que prefieras, y nos separaremos. Si tú
quieres la tierra a la izquierda, entonces yo tomaré la tierra de la
derecha. Si tú prefieres la tierra de la derecha, yo me iré a la
izquierda».
GÉNESIS 13:8-9
Primero, Abram afirmó su relación y expresó su deseo de conservar la
armonía entre ellos. En lugar de apelar a su rango, como lo haría un tío
egoísta, se convirtió en un mentor. Con gracia, trató a Lot como a su igual,
apelando a su sentido de justicia en lugar de dictar los términos. Luego
propuso una solución que colocó a Lot en control de su propio destino. Esta
fue una acción desinteresada por parte de Abram. Yo incluso me atrevería a
llamarla una expresión de su fe creciente en Dios.
Piénselo un momento. Al darle a Lot la posibilidad de escoger territorio y
aceptar lo que quedara, Abram renunció al control de su futuro. Al darle a Lot
la opción de elegir primero, Abram confiaba en que Dios se encargaría de él,
sin importar lo que pasara. Permítame ilustrarlo con un ejemplo de la época
moderna.
Digamos que usted y un miembro de su familia extendida, un sobrino o
un primo, tienen un negocio juntos. Usted posee el 60 por ciento y él posee el
40 por ciento. Los pedidos abundan y el trabajo corre con saldo a su favor,
pero su relación se ve afectada. Ya no son tan allegados como lo fueron
alguna vez, y ahora sus familias comienzan a tener conflictos. Es hora de
separarse.
Usted invita a desayunar a su socio de negocios y sugiere que la mejor
manera de asegurar el crecimiento es dividir la compañía. Las secciones del
oriente y del occidente se convertirán en compañías independientes. Cuando
usted extiende un mapa del país y examina las cifras de las ventas, queda
claro que una sección funciona mucho mejor que la otra. Como el dueño de
más acciones usted tiene el derecho de elegir primero, lo que hace surgir una
pregunta intrigante: ¿En qué o quién confía usted para su provisión? ¿Confía
en su propio sentido para los negocios o en Dios, que lo invita a confiar en
Él?
Elegir el mejor territorio no tiene nada de malo en sí. Es su derecho como
socio mayoritario. Pero su decisión revela qué es lo que usted valora y en
quién confía.
El peligro de la avaricia
Abram renunció a su derecho de elegir primero por el bien de la armonía con
su sobrino. Sintió la libertad de hacerlo porque confiaba en que Dios
proveería para él sin importar el resultado. En contraste, considere el proceso
usado por Lot para tomar una decisión.
Lot miró con detenimiento las fértiles llanuras del valle del Jordán en
dirección a Zoar. Toda esa región tenía abundancia de agua, como el
jardín del SEÑOR o la hermosa tierra de Egipto. (Esto ocurrió antes de
que el SEÑOR destruyera Sodoma y Gomorra). Lot escogió para sí
todo el valle del Jordán, que estaba situado al oriente. Se separó de su
tío Abram y se mudó allí con sus rebaños y sus siervos.
GÉNESIS 13:10-11
La selección de Lot del territorio más fértil revela su verdadero carácter.
Tenía que haber dicho: «Tío Abram, yo tengo una gran deuda de gratitud
contigo. De hecho, ¡te lo debo todo! Tú me trajiste en este viaje cuando
debiste haberme dejado en Ur, y ahora gracias a ti soy un hombre rico. Ya
que has sido tan amable conmigo, insisto en que tomes la mejor tierra. De
cualquier manera, Dios cuidará de mí».
Pero Lot eligió la avaricia en lugar de la gratitud. Eligió la riqueza en
lugar de la familia. Eligió confiar en sí mismo en lugar de confiar en Dios. A
decir verdad, la mayoría de nosotros somos más como Lot que como Abram.
Nuestra sociedad estimula la avaricia. Regularmente me topo con
excepciones maravillosas, pero es una tragedia que la gente generosa sea la
excepción en lugar de ser la norma. Los que somos bendecidos con los bienes
de esta tierra olvidamos muy fácilmente a los que están en necesidad. Y los
que tenemos menos, generalmente envidiamos a los que tienen mucho. Para
confundir las cosas aún más, la envidia nos hace creer que estamos
perpetuamente en la categoría de los «pobres».
Frecuentemente me relaciono con gente rica, y mis observaciones me han
enseñado que el mejor remedio para la enfermedad de la avaricia es la
generosidad. La generosidad va en contra de nuestra naturaleza, nos obliga a
salir de nuestra zona de comodidad, nos impulsa a ver las necesidades de
otros y nos estimula a confiar en la provisión de Dios. No hay nada de malo
con ahorrar por si llegaran días difíciles; de hecho, sinceramente estimulo la
buena planificación financiera. Pero dar generosamente nos ayudará a
mantener en equilibrio nuestro deseo de adquisición. Me gusta el consejo
perspicaz de Richard Foster en su libro Money, Sex and Power (Dinero, sexo
y poder).
Sin duda, en nuestro mundo el dinero ha adquirido un carácter
sagrado, y nos haría bien encontrar maneras de desprestigiarlo,
profanarlo y pisotearlo con nuestros pies.
Así que, pisotéelo. Grítele. Ríase de él. Póngalo muy abajo en la
escala de valores, ciertamente mucho más abajo que la amistad y los
ambientes alegres. Involúcrese en la acción más profana de todas:
regálelo[11].
Posiblemente usted observó en el pasaje de Génesis que ya vimos acerca
de Lot, que el narrador insertó una explicación en paréntesis: «Esto ocurrió
antes de que el SEÑOR destruyera Sodoma y Gomorra» (Génesis 13:10). La
audiencia original de esta historia habría sabido de la destrucción de esas dos
ciudades y estaba familiarizada con la topografía del valle del río Jordán.
Antes de la destrucción, esta área había disfrutado de la clase de fertilidad
que se encontraba en Egipto a lo largo del Nilo o en Babilonia al lado del
Éufrates. Ahora el área del extremo sur del río Jordán lo llamamos el Valle
del Rift del Jordán. Es árida, caliente y polvorienta, totalmente inadecuada
para el cultivo sin irrigación moderna. Donde el río Jordán desemboca en el
mar Muerto, la elevación es de casi 426 metros por debajo del nivel del mar,
literalmente el sitio más bajo de la tierra.
La historia presagia problemas para Lot. El punto es obvio: la fe de
Abram demostró ser una mejor decisión a largo plazo; la avaricia de Lot le
costaría casi todo. «Entonces Abram se estableció en la tierra de Canaán, y
Lot movió sus carpas a un lugar cerca de Sodoma y se estableció entre las
ciudades de la llanura. Pero los habitantes de esa región eran sumamente
perversos y no dejaban de pecar contra el SEÑOR» (Génesis 13:12-13).
El teólogo escocés Alexander Whyte escribe sobre esta decisión fatídica:
El corazón de Lot se convirtió en piedra. Hasta con sus ojos
endurecidos Lot se levantó y miró la mejor tierra y la mejor agua de
todo el país, y dirigió sus rebaños hacia ella sin dudarlo ni por un
momento, sin una pizca de remordimiento, ni siquiera con un
«Gracias». Lot conocía muy bien el nombre y el carácter de esa
ciudad ubicada en el valle bajo la lluvia y los rayos del sol.
Frecuentemente había visto a su tío orar y confabular con Dios con
todas sus fuerzas por Sodoma. Pero Lot no tenía miedo. A Lot no le
importó[12].
Mientras Lot movilizaba su campamento y comenzaba su migración hacia
Sodoma y Gomorra, el Señor nuevamente le dio confianza a Abram al
reafirmarle su promesa: «Mira lo más lejos que puedas en todas las
direcciones: al norte y al sur, al oriente y al occidente. Yo te doy toda esta
tierra, tan lejos como alcances a ver, a ti y a tu descendencia como posesión
permanente» (Génesis 13:14-15). El Señor le aseguró a Abram que al
renunciar a su reclamo y decidir confiar en Dios, Abram no estaba
sacrificando nada a largo plazo. Nada importante, en todo caso. Tal vez el tío
anciano necesitaba esta afirmación mientras veía a su sobrino desaparecer en
la distancia.
Abram respondió reubicándose en Hebrón, donde pasaría mucho del resto
de su vida. Según los historiadores, esta área ofrecía una buena tierra: «La
tierra es relativamente fértil, y una variedad de frutas (manzanas, ciruelas,
higos, granadas, albaricoques), nueces y vegetales se cultivan
fácilmente»[13]. Cerca estaba el «robledo que pertenecía a Mamre» (Génesis
13:18), similar al altar de la fertilidad de Siquem. Abram puso la marca de
Dios en el lugar al construir un altar, otro monumento de piedra para
conmemorar su fe en el único Dios Creador, su Protector, su Proveedor. La fe
del hombre se arraigó más mientras adoraba entre los antiguos robles de
Mamre.
La guía de Abram para la toma de decisiones
Abram y Lot representan dos perspectivas distintas, paradigmas opuestos,
para tomar las decisiones importantes de la vida. Uno representa pensar y
planificar en un espacio de dos dimensiones. Para Lot, no había «arriba».
Cuando él tomaba sus decisiones, no consideraba a Dios como un factor para
darle forma a su futuro. Él hacía todos sus cálculos basado en las influencias
potenciales de la naturaleza y la humanidad, sin siquiera considerar que Dios
podía alterar el mundo por él. Él miró el Valle del Rift del Jordán y solo vio
vegetación verde y exuberante para sus rebaños, y un suelo rico y sano para
sus cultivos.
Lot no tuvo en cuenta el peligro potencial que representaba establecerse
entre las ciudades gemelas que ocupaban ese valle. Había una razón por la
que Abram no había construido su campamento cerca de Sodoma y Gomorra.
Lot ni siquiera una vez le pidió a Dios Su guía. Desde una perspectiva
estrictamente horizontal la decisión era perfectamente obvia. Por
consiguiente, con la avaricia como su guía, se colocó a sí mismo, a su familia
y a su futuro en peligro.
Abram, por otro lado, pensó y planificó desde una perspectiva
tridimensional. Además de la interacción humana y de la influencia de la
naturaleza, tomó en cuenta la presencia de Dios que de manera activa se
extendía hacia la creación para su protección, su provisión, su guía y el
cumplimiento de Su plan divino a través de él. En tanto que Lot presumía
valerse por sí mismo, Abram confiaba en Dios para que actuara por él. Los
planes de Lot eran egoístas, limitados por su capacidad de observar sus
alrededores y por su propia capacidad de razonar. Mientras tanto, Abram era
sensible, deseaba y buscaba el consejo de un Benefactor omnisciente y
omnipotente.
No puedo imaginar por qué alguien querría ignorar ese componente
vertical. Es como tratar de navegar sin un mapa, limitado a lo que usted
puede ver y escuchar de su entorno inmediato, cuando podría tener un
artefacto GPS proveyendo instrucciones detalladas. Dios no solo puede ver
todo lo que nosotros no podemos ver, Él quiere dirigirnos por este paisaje
peligroso y llevarnos a salvo a nuestro destino.
¿Cómo mira usted al mundo? ¿Está estancado en el plano horizontal? ¿O
toma en cuenta la dimensión vertical buscando el consejo de Dios? Me doy
cuenta de que nosotros no recibimos visitas de Dios de manera visual o
audible. Pero aun así el Señor habla y guía. Antes de que considere cómo se
comunica Dios, primero y antes que nada usted tiene que aceptar que Él está
allí y quiere guiarlo. ¿Lo acepta? Si no, entonces el resto de lo que yo escribo
tiene poca aplicación para usted. Al igual que Lot, usted está actuando por
cuenta propia.
Sin embargo, si usted quiere seguir la guía de Dios, comience
reconociendo la presencia de Él y exprese en oración su deseo de obedecerlo.
En el apéndice de este libro encontrará una breve explicación de cómo puede
comenzar una relación con Dios. El resto de este capítulo supone que usted
ha respondido a la invitación de creer, de ser rescatado de sus pecados y de
ser dirigido por Dios.
Si, al igual que Abram, usted ha llegado a ser creyente y ha accedido a
seguir la guía de Dios, probablemente ha descubierto que Él no nos habla
ahora de la misma manera en que lo hacía con la gente en los primeros días
del Antiguo Testamento. En ese entonces Él hablaba audiblemente; la gente
oía una voz literal con sus oídos, y conversaba con el Todopoderoso como lo
hacía con cualquier otra persona. Posteriormente, Él escogió profetas para
que fueran Sus mensajeros, guiándolos a hablar en Su nombre o a escribir lo
que Él quería comunicar. Sin adivinar, sin ambigüedades. Solo una
comunicación clara, simple y directa.
Esto parece una forma eficaz para que Dios y los humanos interactúen,
¿verdad? Entonces, ¿por qué no aparece visiblemente ni habla audiblemente
hoy? Yo creo que es porque ver y escuchar a Dios en persona generalmente
no impacta la capacidad de obedecer de la gente.
Los ateos afirman que si tuvieran prueba visible o tangible de la
existencia de Dios, creerían, pero la evidencia de la historia demuestra lo
contrario. El Antiguo Testamento, un documento histórico fiable, registra
muchos relatos de gente que oyó la voz audible de Dios o leyó Sus
instrucciones escritas y entendió exactamente lo que Él quería... y luego tomó
su propio camino. En lugar de seguir Sus instrucciones claras, continuaron
haciendo lo suyo. Creían en la existencia del único Dios Creador, pero no
llegaron a confiar en Él.
Recuerde, la definición de la fe es no solamente creer en la existencia de
Dios; la fe es confiar en Dios.
Nuestro problema más grande no es que no vemos ni oímos a Dios; es
que ¡batallamos con hacer lo que Él ha ordenado! Nuestros ojos y nuestros
oídos funcionan bien. ¿Y nuestros corazones? La verdad es que no. Por
consecuente, Dios cambió Su modo de comunicación para pasar por alto los
sentidos e ir directamente al corazón.
Hoy, en la era posterior al tiempo de Cristo en la tierra, Dios no envía
mensajes. Él decide interactuar con nosotros de una manera mucho más
profunda, íntima y maravillosa. En lugar de hablar palabras, Él nos guía en
una trayectoria de fe, en el contexto de una relación personal, para cambiar
nuestros corazones. Él usa la Biblia, nuestras relaciones con otros creyentes,
nuestras experiencias y, lo más crucial de todos los factores, a Su Espíritu
Santo que mora dentro de nosotros para transformar nuestros corazones y
guiarnos a una conformidad más cercana a Su camino. A medida que
viajamos por la vida con Dios, como nuestro ancestro nómada Abram,
comenzamos a pensar como Dios piensa, queremos lo que Él quiere y luego
hacemos lo que Él quiere que hagamos. Este es un cumplimiento, a nivel
personal, de una promesa que el Señor hizo en el Antiguo Testamento. Él le
dijo a Jeremías:
«Se acerca el día —dice el SEÑOR—, en que haré un nuevo pacto con
el pueblo de Israel y de Judá. Este pacto no será como el que hice con
sus antepasados cuando los tomé de la mano y los saqué de la tierra
de Egipto. Ellos rompieron ese pacto, a pesar de que los amé como un
hombre ama a su esposa», dice el SEÑOR.
«Pero este es el nuevo pacto que haré con el pueblo de Israel
después de esos días —dice el SEÑOR—. Pondré mis instrucciones en
lo más profundo de ellos y las escribiré en su corazón».
JEREMÍAS 31:31-33
Siempre, nunca; olvide, recuerde
Si usted apenas está comenzando su camino con Dios, eso es mucha teología
para digerir. Pero a medida que continúe nuestro estudio de la vida de Abram,
todo esto empezará a tener más sentido. Por ahora, permítame simplificar las
cosas con cuatro palabras sencillas: siempre, nunca, olvide y recuerde.
Siempre mire más allá de los beneficios positivos inmediatos de una
decisión. Lo positivo generalmente es obvio y se puede comprender
inmediatamente. Vivimos en una cultura impulsada por un deseo de
gratificación instantánea. La mayoría de nosotros llevamos la Internet en
nuestros bolsillos para poder tener acceso instantáneo a cualquier cosa que
queramos saber. Cuando vemos en línea lo que queremos, podemos
descargarlo inmediatamente o hacer que nos lo entreguen en nuestra puerta
antes de que el sol se ponga el día siguiente. Cuando vamos al médico,
esperamos encontrar una cura instantánea en una píldora o en algún
procedimiento sencillo. Queremos lo que queremos ya, y nuestra
preocupación por la satisfacción instantánea es mortal.
Ya es hora de que bajemos la velocidad. En lugar de preguntar: «¿Qué
tiene eso para mí?» o «¿Qué tan feliz me hará ella?» o «¿En qué me beneficia
eso?», tenemos que pensar en las consecuencias a largo plazo. ¿Cuáles son
las desventajas? ¿Qué pasaría si espera? En el silencio y la incomodidad y la
paciencia de la espera, pídale a Dios que le muestre Su camino. Cuando Él lo
haga, diríjase allí.
Nunca menosprecie el impacto de las consecuencias negativas. Tome
unos minutos para reflexionar sobre sus decisiones recientes. Si es honesto
consigo mismo, descubrirá que los beneficios positivos no eran tan buenos
como usted anticipaba, y que el impacto negativo generalmente era peor de lo
que esperaba.
Lot vio lo verde que era el valle, cuánta agua fluía hacia allí y lo bueno
que sería para su ganado. Calculó cuánto crecerían sus manadas y sus rebaños
con una buena reproducción y recursos exuberantes. Mentalmente contó el
dinero que ganaría al hacer negocios con las ciudades cercanas, y ni una sola
vez consideró el impacto de esa decisión sobre su familia.
Olvide solo complacerse a usted mismo. Lo sé, parece que ahora mismo
esa decisión llevaría a una enorme felicidad, prosperidad, seguridad o
contentamiento. Permítame hacerle una advertencia. Yo he lamentado cada
decisión que he tomado con el enfoque solo en lo que me beneficiaba a mí.
Las decisiones egoístas siempre han resultado en más dolor que placer.
Siempre me ha ido mucho mejor cuando he seguido el consejo del apóstol
Pablo: «No sean egoístas; no traten de impresionar a nadie. Sean humildes, es
decir, considerando a los demás como mejores que ustedes. No se ocupen
solo de sus propios intereses, sino también procuren interesarse en los
demás» (Filipenses 2:3-4).
Recuerde que con mayor independencia y libertad viene la necesidad de
una disciplina personal más fuerte. Si es probable que su decisión lo haga
transigir en su caminar con Dios, es una mala decisión a pesar de los
aparentes aspectos positivos. ¡Por favor, recuérdelo! El costo a largo plazo no
lo vale. Hay algo más importante que ganar más dinero, avanzar en su
carrera, encontrar un nuevo romance o matricularse en una mejor
universidad. Ninguna de esas cosas importará si usted está desconectado del
Señor. Ejerza disciplina al buscar primero la guía de Dios, y luego considere
las aparentes ventajas y desventajas de una decisión.
Comience cada decisión con la pregunta: ¿Esto realzará mi relación con
Dios? Si la respuesta es sí, puede estar seguro de que la seguridad y la
provisión serán suyas (véase Mateo 6:33). Si la respuesta es no, ¡no avance ni
un paso más!
CAPÍTULO 4
ABRAM, EL HOMBRE
MAGNÁNIMO
LA BIBLIA ES, sin duda, el libro más sobresaliente que se haya publicado.
Como literatura, la Biblia no tiene comparación por sus historias penetrantes,
su bella poesía, su magnífico simbolismo y su profunda sabiduría. Como
libro de historia, conserva algunos de los momentos más decisivos de la
historia humana, pero lo hace sin perder de vista la humanidad de la gente
involucrada. Su mezcla única de narrativa, poesía y exposición la hace
abiertamente informativa, despiadadamente práctica, y a la vez enteramente
interesante. Más que cualquier otro libro, la Biblia ha soportado la prueba del
tiempo. Desde su inicio, hace más de tres mil años, la gente ha acudido a las
Escrituras para conocer a su Creador, para aprender de sí misma, para
discernir los misterios de la vida y para llegar a ser espiritualmente sabia.
Hoy sigue siendo un continuo éxito de ventas.
Todo en la Biblia cae en una de tres categorías: personas, acontecimientos
e ideas. Las historias de las personas y lo que les ocurrió están entretejidas en
la tela de las Escrituras, pero estas narraciones tienen un propósito más
grande que los simples hechos biográficos. Establecen el escenario para las
grandes ideas. Ayudan a comunicar e ilustrar las grandes verdades. Estas
historias nos ayudan a cruzar la brecha intelectual que hay entre nuestra
esfera temporal y física, y la esfera eterna y espiritual a la que realmente
pertenecemos. Estas historias de personas y acontecimientos revelan verdades
espirituales que no están disponibles en ningún otro lugar. Es por esa razón
que miles de generaciones han seguido acudiendo a este libro, explorando sus
páginas y confiando en sus verdades.
Ahora bien, a medida que exploramos otro episodio de la historia de la
vida de Abram, lleguemos a ser lectores conscientes y tengamos cuidado de
no pasar por alto las grandes ideas que este relato pretende transmitir.
Génesis 14 podría ser una emocionante película de acción. Contiene todos
los elementos necesarios de una gran historia. Una trama fascinante. Villanos.
Una crisis. Un héroe. Estrategia, manejo de la espada y acciones atrevidas.
Un giro sorprendente y, tan fundamental como para una buena narración, un
desarrollo significativo del personaje. Para el tiempo en que se resuelve la
crisis, ya conocemos a estas personas. Hemos visto su motivación, hemos
podido apreciar su potencial para el bien, lamentamos los defectos de algunos
y admiramos la grandeza de otros. Pero lo más importante de todo es que esta
narración emocionante es una mina de grandes verdades.
Caos en Canaán
No sabemos cuánto tiempo pasó desde la separación de Abram y Lot hasta
los acontecimientos descritos en Génesis 14. Meses, tal vez años. Fue tiempo
suficiente para que la compañía de sirvientes de Abram ascendiera a por lo
menos 318 hombres, muchos de los cuales tenían sus propias familias.
Génesis 14:14 los describe como personas que «habían nacido en su casa», lo
que no necesariamente significa que nacieron como bebes en la comunidad
de Abram. Esta antigua expresión significaba «no comprados». El narrador
deja en claro que estos hombres eran sirvientes por elección propia, no
esclavos involuntarios.
Allá en los días antes de los fuertes gobiernos nacionales, la gente
buscaba seguridad en solidaridad. Algunos llegaban a ser ciudadanos de una
ciudad; otros pedían vivir bajo la protección de hombres poderosos como
Abram, ofreciendo su servicio personal a cambio de los beneficios de la
comunidad. No estaban atados a Abram en esclavitud; participaban en un
arreglo de negocios: provisión y protección a cambio de lealtad.
Por esto es que la distinción es importante: Abram atrajo a una gran
cantidad de seguidores leales porque era un hombre rico e influyente. Los de
su casa aumentaron en número porque la gente veía cómo su comunidad
disfrutaba de provisión y protección. Muchos de ellos se acercaron a él para
solicitar ser un miembro de su casa. Mientras tanto, otros hombres poderosos,
generalmente gobernantes de ciudades, se hacían más poderosos por medio
de la conquista. Invadían a sus vecinos, tomaban sus posesiones, mataban a
cualquiera que no cumpliera sus propósitos y esclavizaban a los
sobrevivientes. Los ciudadanos libres de sus ciudades pagaban impuestos y se
unían a su rey en la guerra; de lo contrario, ellos mismos se convertían en
esclavos.
Lejos de ser un dueño de esclavos, Abram puso su propia vida en la línea
para batallar lo que el Antiguo y el Nuevo Testamento llamaron
«secuestradores», reyes que invadían otras ciudades y tomaban cautivos para
ser sus esclavos (véase Éxodo 21:16; Deuteronomio 24:7; 1 Timoteo 1:10,
RVR60).
Mientras Abram vivía pacíficamente en el campo, una coalición de reyes
del oriente, dirigida por uno llamado Quedorlaomer, formó un solo ejército y
comenzó a invadir Canaán. Durante una docena de años, las ciudades de
Canaán le habían servido a Quedorlaomer como ciudades «vasallas», lo cual
significa que le pagaban impuestos altos a cambio de protección. Según este
arreglo, él les garantizaba seguridad de cualquier merodeador potencial. Sin
embargo, si ellos fallaban en pagar, ¡tendrían que protegerse de él!
Después de doce años, los reyes de cinco ciudades del valle del río Jordán
—Sodoma, Gomorra, Adma, Zeboim y Zoar (también conocida como Bela)
— decidieron que había llegado la hora de terminar con la extorsión.
Quedorlaomer usó esto como una oportunidad para enseñarles a todos los que
vivían en Canaán una lección dolorosa saqueando brutalmente todas sus
ciudades.
Génesis 14:5-11 describe detalladamente las áreas conquistadas por el
ejército de Quedorlaomer a medida que caía una ciudad tras otra. Hay dos
razones para todos estos detalles. Primero, ilustra el poder de este ejército que
había adquirido un ímpetu increíble para cuando llegó a las ciudades del valle
del río Jordán. Segundo, el área conquistada por Quedorlaomer corresponde
bastante a la tierra que Dios le había prometido a Abram, un importante
punto teológico de esta historia ya que se relaciona al pacto del Señor con el
patriarca de Israel.
En pocas palabras, nadie había derrotado a este ejército, con el resultado
de que el reino de Quedorlaomer dominaba el territorio de Abram.
Curiosamente, nada de eso parece haberle molestado a Abram. En lo que
a él le concernía, la tierra prometida por Dios finalmente le llegaría sin
importar cuál rey adorador de ídolos la reclamara como propia. Él no se
involucró en las escaramuzas internas de los políticos mezquinos o los
gobernantes egoístas de Canaán... hasta que la violencia afectó a su familia.
Cuando el ejército de Quedorlaomer atacó a Sodoma y sus ciudades
vecinas, se llevó a cabo una batalla breve. Durante la lucha, muchos soldados
de Sodoma y Gomorra escaparon a las montañas, pero algunas de las tropas
cayeron en fosos de brea, lugares donde hierve el petróleo subterráneo hacia
la superficie en forma de una sustancia pegajosa. ¿Por qué nos da este detalle
la narración? Tal vez para ilustrar la incompetencia de estos dos ejércitos.
Cinco ejércitos marcharon para enfrentarse con Quedorlaomer; dos huyeron.
Además, esos reyes generales se enfrentaron al enemigo en su propia tierra,
una aparente ventaja táctica. No solo fallaron al no usar los fosos de brea en
contra de su enemigo sino que cayeron víctimas en su propio territorio.
Al haber sobrepasado las defensas de Sodoma y Gomorra, los ejércitos
invasores saquearon las ciudades y reunieron cautivos para llevarlos a casa
como esclavos. Entre los cautivos estaba el sobrino de Abram, Lot, junto con
todos los de su casa y sus posesiones. Afortunadamente, alguien que
recordaba la conexión de Lot con Abram logró liberarse del resto de los
prisioneros de guerra y le llevó el mensaje al magnánimo patriarca. Cuando el
anciano caballero oyó que su sobrino había sido tomado cautivo, respondió
reuniendo un ejército personal de sirvientes. No vaciló en llevar a cabo una
misión de rescate.
Una respuesta magnánima
Como recordará, Abram había dejado que Lot eligiera dónde vivir, y Lot
había escogido establecer su campamento cerca de Sodoma. Alguien que no
fuera magnánimo se habría reclinado en su silla mecedora y habría dicho:
«Bueno, es hora de que ese joven aprenda algunas lecciones difíciles. Él
decidió dónde vivir y no tuvo suficiente previsión para alejarse de los
problemas, por lo que simplemente tendrá que soportarlo». O podría haber
encogido los hombros y dicho: «¿Qué tiene que ver eso conmigo? Ese es un
problema de Lot. Él se lo buscó; ahora que sufra las consecuencias». Pero no
vemos respuestas mezquinas de Abram. Los grandes no juzgan a los demás
por tener necesidades; ni siquiera por problemas que ellos mismos se hayan
ocasionado. Los grandes ven la crisis de otro como un llamado a la acción.
Abram reunió 318 hombres de su campamento que estaban entrenados
para pelear. Ya que no tenían un departamento de policía al cual llamar ni un
ejército nacional al cual convocar en caso de un ataque, Abram y su creciente
comunidad tenían que luchar por su propia cuenta, por lo que fabricaban
armas y estaban entrenados para usarlas. La expresión que se traduce
«movilizó» es mucho más descriptiva en hebreo; tiene la connotación de
desenfundar a sus hombres entrenados. Representa a los siervos de Abram
como una espada que había sido forjada, afilada y pulida hasta llegar a ser un
reluciente y agudo instrumento de muerte.
Un rápido vistazo a un mapa muestra que los hombres de Abram
marcharon más de 160 kilómetros al norte a la ciudad fenicia de Lais (véase
Jueces 18:29), a la que después renombraron Dan. Esta ciudad «preservaba
una ruta de comercio que se extendía entre Damasco y Tiro, y por lo tanto era
un centro comercial importante»[14]. El ejército de Quedorlaomer
probablemente pensaba que estaban sanos y salvos cuando acamparon en el
valle afuera de la ciudad. Habían humillado a su oposición en todo Canaán,
por lo que nunca sospecharon un asalto nocturno.
Tome nota de la diferencia entre la habilidad militar de Abram y la de los
reyes de Sodoma y Gomorra. Ellos pelearon en tierra conocida y fallaron en
convertir los fosos de brea en una ventaja estratégica. Abram y sus hombres
pelaron con el mismo enemigo en tierra extraña y aquellos los excedían
enormemente en número. Pero sus hombres estaban entrenados, es decir,
«dedicados, apartados, equipados». Para superar su desventaja, Abram usó la
astucia y el engaño. Dividió sus fuerzas (véase Génesis 14:15), usando un
término hebreo que transmite la idea de distribuir y asignar. Indudablemente,
atacó el campamento desde distintas direcciones al mismo tiempo para crear
pánico y, en la confusión, sus 318 hombres desestabilizaron a un ejército de
quizá miles y los hicieron salir corriendo.
Entonces, en lugar de reunir a sus prisioneros recuperados y las
propiedades y de marcharse a casa deprisa, ¡Abram persiguió al ejército otros
80 kilómetros hasta las montañas más allá de Damasco! Si a los arqueólogos
todavía les falta encontrar inscripciones antiguas que tengan el nombre de
Quedorlaomer, ¡sin duda es por esto! ¿Quién conservaría un registro de esto?
El relato bíblico no registra la reunión de Lot y Abram. No tenemos idea
de si Abram recibió o no algún agradecimiento por este rescate heroico.
(Probablemente no, ¡conociendo a Lot!). Pero la gente magnánima tiene poca
necesidad de que se le agradezca; esa no es su motivación. No llevan un
diario con una lista titulada «Los tontos que nunca dijeron gracias». Usted es
magnánimo cuando llega al rescate sin atraer la atención a sí mismo ni
esperar aparecer en el periódico.
La integridad irreprochable
La noticia de la victoria de Abram se extendió rápidamente. Mientras
acompañaba a Lot y a su familia de regreso a su campamento cerca de
Sodoma y Gomorra, dos reyes llegaron a saludar a Abram, dos figuras que no
podían ser más distintas. El rey de Sodoma viajó hacia el norte para saludar a
Abram y para acompañar a sus ciudadanos el resto de su camino a casa. El
rey de Salem (que significa «paz») también salió a saludar al héroe que
regresaba. Melquisedec, cuyo nombre quiere decir «rey de justicia», era un
«sacerdote del Dios Altísimo» (Génesis 14:18). Como un acto sacerdotal,
llevó pan y vino y lo sirvió con una bendición.
Bendito sea Abram por Dios Altísimo,
Creador de los cielos y la tierra.
Y bendito sea Dios Altísimo,
que derrotó a tus enemigos por ti.
GÉNESIS 14:19-20
¡Amén! Sin restarle nada a la valentía y a la magnanimidad de Abram,
Melquisedec le dio toda la gloria a Dios por la victoria.
No tenemos indicios de que Abram y Melquisedec se hubieran conocido
alguna vez anteriormente, ni si se volverían a ver. Abram no era ciudadano de
ninguna ciudad, y definitivamente no necesitaba la protección de ningún rey.
Ninguna ley de Dios exigía que él le diera un regalo a Melquisedec; sin
embargo, Abram le dio la décima parte del botín que había recuperado. Le
dio esa ofrenda no al rey de Salem, como tal, sino a Dios a través de
Melquisedec en su capacidad de sacerdote. Esta era la acción de un hombre
modesto que le dio todo el mérito de la victoria al Señor. Un hombre más
pequeño habría dicho: «Me alegra que se enterara de mi triunfo; ¿dónde está
mi medalla por servicio distinguido? ¿Dónde está mi recompensa? ¿Dónde
está la fiesta en mi honor?».
En tanto que Melquisedec llevó un regalo de pan y vino para celebrar la
victoria de Dios, el rey de Sodoma llegó con una actitud distinta. De hecho,
dijo: «Gracias por rescatar a mis súbditos. A propósito, siéntase en libertad de
quedarse con todo lo que recuperó». A lo cual yo digo: «¡Esa oferta a mí no
me impresiona en lo mínimo!». En primer lugar, por costumbre, habría sido
el derecho de Abram de quedárselo de todas formas. Segundo, los hombres
de Abram que lucharon acababan de humillar al ejército que había humillado
a Sodoma. Si Abram hubiera determinado que quería quedarse con el botín
para sí, ¡no había nada que el rey de Sodoma hubiera podido hacer al
respecto! No estaba en la posición de «dejar» que Abram se quedara con
cualquier cosa.
Incluso antes de oír la oferta del rey de Sodoma, Abram ya había decidido
qué hacer con el botín de la conquista. Detrás de él, una caravana que se
extendía por kilómetros llevaba todos los muebles, la ropa, la joyería, la
vajilla, los utensilios, las armas y los metales preciosos saqueados de una
docena de ciudades. La riqueza debe haber sido asombrosa. Aun así, él
valoraba más su integridad. Dijo: «Juro solemnemente ante el SEÑOR, Dios
Altísimo, Creador de los cielos y la tierra, que no tomaré nada de lo que a ti
te pertenece, ni un simple hilo ni la correa de una sandalia. De otro modo,
podrías decir: “Yo soy quien enriqueció a Abram”» (Génesis 14:22-23).
Abram pudo haber presentado un argumento favorable para aceptar el
botín como regalo de Dios. Después de todo, tenía 318 testigos oculares para
validar la ayuda milagrosa del Señor y para corroborar su legítimo reclamo.
Pero él no quería dejar dudas en la mente de nadie de que Dios lo había
bendecido, no un rey ruin de Sodoma. Para proteger su propio honor y para
preservar la reputación de Dios, no aceptó nada para sí mismo excepto un
reembolso por los gastos. Qué modelo tan magnífico de magnanimidad,
ausencia de avaricia e integridad, ¡por encima de todo reproche!
Hace años trabajé como pasante pastoral bajo Ray Stedman, quien fue el
pastor de Peninsula Bible Church en Palo Alto, California, por más de
cuarenta años. La honestidad e integridad de Ray dejó una impresión
duradera en mí, y yo seguí su patrón en muchos de mis hábitos personales.
Durante un verano, mientras trabajaba en Palo Alto, Ray asistió a una
conferencia en Vermont y se quedó en una bella casa de huéspedes. Cada
mañana, desayunó solo y admiró el gusto del hostelero en la decoración, que
incluía un juego de mesa de peltre: salero y pimentero, una azucarera y una
jarrita para la leche.
Cuando regresó al púlpito en su iglesia, predicó acerca de la tentación.
Durante el sermón, dijo: «Pasé un tiempo agradable cuando no estuve aquí,
pero tengo que confesar algo. Estaba sentado en esa mesa de desayuno solo,
sin nadie a mi alrededor, y pensé: Me gustaría mucho tener este juego de
peltre. Hay uno en cada mesa, y los dueños deben tener muchos más. Si me
llevo uno, nunca lo sabrán. Pero aquí estoy para decirles que me contuve, no
cedí a la tentación, y estoy muy agradecido esta mañana por no tener que
confesar que robé».
A la semana siguiente, Ray encontró sobre su escritorio un regalo
bellamente envuelto. Quitó el listón brillante, rasgó la envoltura, y abrió la
caja para encontrar el juego de peltre que había admirado. Un miembro de la
congregación que había oído el sermón contactó a los dueños de la pensión y
les pidió que le enviaran el juego a Ray. El domingo siguiente, él llevó la caja
al púlpito. Le agradeció al donante anónimo y dijo: «Lo que en realidad
quería decirles es que ¡también codicié el televisor a colores de treinta y seis
pulgadas que había en mi habitación!». Debo agregar aquí que ningún
televisor llegó una semana después.
Hasta los grandes hombres y mujeres luchan con la tentación. Hasta la
gente adinerada puede ser atraída por la posibilidad de más riqueza. No
puedo decir esto con seguridad, pero Abram probablemente pensó en todo el
bien que podría hacer con la inmensa suma de riqueza que tenía a su control.
Podía recompensar ricamente a los siervos leales que lo habían seguido a la
batalla en contra de los pronósticos abrumadores. Con todo ese tesoro, él
podía comprar una ciudad amurallada y establecerse, cambiando su
peregrinaje nómada por un hogar seguro y permanente. Sabía a qué estaba
renunciando; aun así, no creo que fuera la riqueza lo que hizo que Abram
cambiara de parecer. Había aprendido la lección después de fracasar en la
prueba de la hambruna. Solo aceptaría la bendición de Dios, cuya relación
significaba más para él que cualquier otra cosa.
Aunque Abram mantenía esta convicción personal, no obligó a los demás
a que actuaran como él. Tres líderes locales se habían unido a su misión:
Aner, Escol y Mamre. Él no se volteó y les dijo: «Entonces, ustedes no van a
llevarse nada, ¿verdad?». Abram restringió su poder y renunció al control
sobre el comportamiento de los demás, incluso cuando los estándares de ellos
estaban en conflicto con los suyos. Dijo: «Dejen que se lleven su parte».
Verdadera grandeza
En el contexto de una sociedad caótica y de personajes sórdidos, Abram
emerge como un hombre verdaderamente grande. Pero, ¿cómo definimos
grandeza? ¿Cuáles son algunas cualidades que caracterizan a las personas que
llamamos «grande»? Cuatro características llegan a la mente, especialmente
con Abram a la vista.
Primera, desinterés genuino. Nunca he conocido a una gran persona que
fuera egoísta. La gente desinteresada habitualmente sujeta todo y a todos
holgadamente. No exprimen sus posesiones ni sus relaciones sujetándolas
con una intensidad obsesiva. Cultivan una generosidad de corazón, un deseo
genuino de compartir. Desarrollan la capacidad de discernir lo que se necesita
y luego dan lo que pueden.
Segunda, abnegación. Los grandes poseen la disposición para sacrificar
sus propios deseos, necesidades y comodidad por los demás. Estas personas
pasan por alto las diferencias y no permiten que sus prejuicios o juicios
personales les eviten buscar el bien supremo para los demás. Cuando usted se
encuentra con una persona verdaderamente grande, él o ella se sacrificará por
usted a pesar de sus diferencias e incluso de sus fracasos personales.
Tercera, ausencia de avaricia. Los grandes no encuentran su motivación
en la ganancia personal. La idea de acumular más posesiones o adquirir más
riqueza para su propio beneficio no tiene sentido para una persona
verdaderamente grande. No preguntan: «¿Cuánto me pagarán?» o «¿Cuáles
son los beneficios para mí?». Los grandes no tienen tendencias narcisistas. Al
contrario, buscan formas de beneficiar a otros sin remuneración. Los grandes
ven el dinero como un medio hacia un propósito mayor, como una
herramienta para lograr un mejor bien para todos.
Cuarta, mansedumbre. Con eso me refiero a una restricción de poder.
Ellos se controlan en lugar de tratar de obtener control sobre otros. Los
grandes frecuentemente tienen puestos de autoridad y ejercen influencia
significativa, pero mantienen una rienda ajustada en su capacidad de dañar a
los demás. No juegan a ser el rey de la montaña. No hacen valer su rango
mientras esperan que los demás acepten las condiciones sin pensar. Ellos les
dan a los demás la libertad de cometer errores y luego convierten esas
situaciones en momentos de enseñanza. En la cima de su poder, atraen
seguidores al inspirarlos y ayudarlos a alcanzar todo su potencial.
Si tuviéramos que reducir todas las características de la grandeza a una
sola palabra, sería humildad. Abram tenía esta cualidad en abundancia.
Aunque era increíblemente rico e impresionantemente poderoso, e incluso
Dios lo llamaba «mi amigo» (Isaías 41:8), nunca llegó a estar excesivamente
impresionado consigo mismo. Reconocía sus propias faltas y ayudaba a los
demás a superar las suyas. Además, trató de manera justa a la gente injusta.
Tal vez todas esas magníficas cualidades del carácter explican por qué la
verdadera grandeza es tan fuera de lo común.
CAPÍTULO 5
¿PODEMOS HABLAR?
DURANTE LOS SIGUIENTES minutos quiero que piense en un amigo cercano
suyo. ¿Qué de su relación con esta persona hace que sea su amigo o amiga?
¿Qué hace que su amistad sea distinta a una relación con un simple conocido?
Yo no conozco su situación específica, pero adivinaría que hay varios
factores. Ustedes se conocen bien, mejor de lo que conoce a la mayoría de las
personas fuera de su familia. Se sienten cómodos juntos; usted se siente libre
de ser quien es y de hablar de temas personales. Comparten un vínculo de
confianza. Confían el uno en el otro. Usted valora las opiniones de esta
persona y busca su consejo en asuntos importantes. Debido a que tienen un
compromiso mutuo, usted le da la prioridad por encima de otra gente.
Cuando su amigo tiene una necesidad, usted está allí.
He descubierto pocos tesoros más valiosos que un amigo de verdad.
De todos los miles de millones de personas que Dios creó, y de todos los
que Él ha llamado a servirlo de una manera especial, Él se refirió a Abram, y
solamente a él, como «mi amigo» (Isaías 41:8; véase también Santiago 2:23).
Todos los factores que definen su amistad con otra persona estuvieron
presentes en la amistad de Abram con Dios. El conocimiento que tenía
Abram de Dios llegó a ser más íntimo con cada encuentro y más profundo
con cada prueba de su fe. Él llegó a sentirse cómodo en la presencia del
Señor y adquirió confianza cada vez que lo veía u oía de Él. Hablaban
frecuentemente y se escuchaban mutuamente. A medida que el tiempo pasó,
el vínculo de confianza de Abram se fortaleció, especialmente cuando le
confiaba sus temores.
Comparado con los acontecimientos llenos de acción que se registran en
Génesis 14, el capítulo 15 podría parecer aburrido. No hay ejércitos invasores
ni secuestros viles ni rescates atrevidos. Nada de espadachines ni emboscadas
nocturnas. El texto registra una conversación tranquila entre dos amigos
íntimos. Sería una lectura monótona si uno de los amigos no fuera el
todopoderoso Creador del universo y el otro un patriarca anciano sin hijos.
Génesis 15 registra algo que los eruditos bíblicos llaman un «intercambio».
Los intercambios directos entre Dios y las personas no ocurren
frecuentemente en las Escrituras. En este caso, el intercambio de Abram toma
la forma de un diálogo verdadero, una conversación bidireccional entre
amigos. Pero no se equivoque, en tanto que los dos compartían este
intercambio extraordinariamente libre, Dios no llegó a ser el «compadre» de
Abram. Abram nunca perdió el respeto a la omnipotencia asombrosa y santa
del Señor; después de todo, él había construido más de un altar con el
propósito de hacer sacrificios al Dios que adoraba.
Un intercambio con el Todopoderoso
Las primeras cuatro palabras del capítulo 15, «Después de estas cosas»
(RVR60), son como reguladores de velocidad en la narración. No nos
atrevemos a conducir sobre ellas demasiado rápidamente; el autor las colocó
allí por alguna razón. Estas palabras indican que lo que ocurre después está
vinculado a los acontecimientos previos; hay una conexión importante.
¿Después de qué cosas? Hasta este momento, Abram había dejado su hogar
en Ur de los caldeos, había fracasado en su «prueba de la hambruna», había
sobrevivido su experiencia difícil en Egipto, había aprendido de sus errores y
había observado pensativamente mientras Lot tomaba su decisión desastrosa.
Sin embargo, muy probablemente, «estas cosas» se refiere a la reciente
victoria de Abram sobre el ejército aliado de Quedorlaomer.
En tanto que la violencia y el derramamiento de sangre son un contenido
estándar en el entretenimiento y las películas hacen parecer que es fácil para
los héroes de acción matar a alguien y luego seguir adelante, en la vida real el
cerebro humano no está conectado para presenciar la muerte a gran escala.
Los héroes militares hacen el trabajo en el campo de batalla y luego pagan un
terrible precio emocional cuando regresan a casa. No me refiero
necesariamente al trastorno por estrés postraumático (TEPT), aunque muchos
veteranos tienen que recuperarse de esta herida en su alma. Incluso los que
evitan el TEPT tienen que procesar lo que han soportado antes de que puedan
seguir adelante. Esto requiere frecuentemente una reevaluación completa del
propósito y las prioridades de la vida.
Al haber enfrentado la verdadera posibilidad de morir en el campo de
batalla, Abram vio cuán repentinamente puede terminar la vida y, por lo
tanto, lo rápido que las promesas de Dios podrían morir con él. Al igual que
cualquier persona normal, el patriarca regresó de la guerra con grandes
preguntas en su mente. Él era un hombre de ochenta y cinco años, sin
heredero. Necesitaba escuchar de su Padre celestial. Cuando el Señor vio que
su amigo luchaba, llegó misericordiosamente para ofrecerle ayuda. La voz del
Señor le llegó a Abram en una visión, y le habló directamente del asunto que
pesaba mucho en el corazón de Abram. «No temas, Abram, porque yo te
protegeré, y tu recompensa será grande» (Génesis 15:1). ¡Qué consuelo!
Desde nuestro cómodo punto de vista, al mirar hacia atrás a lo largo de la
historia, nos cuesta entender la frágil confianza de Abram. Pero Abram no
tenía la ventaja de la retrospectiva. Él era un hombre anciano con una esposa
que hacía mucho había pasado por la menopausia, y los dos se preguntaban
cómo se suponía que produjeran un hijo. Lo siguiente es lo que Abram le dijo
a Dios:
Oh SEÑOR Soberano, ¿de qué sirven todas tus bendiciones si ni
siquiera tengo un hijo? Ya que tú no me has dado hijos, Eliezer de
Damasco, un siervo de los de mi casa, heredará toda mi riqueza. Tú
no me has dado descendientes propios, así que uno de mis siervos será
mi heredero.
GÉNESIS 15:2-3
La frase Oh Señor Soberano es inusual porque une dos nombres de Dios:
Adonai y Yahveh, Maestro y Señor. Esto ayuda a suavizar la pregunta
desafiante pero razonable de Abram. En pocas palabras, él le dice a Dios:
«Tú sigues prometiendo bendiciones, pero yo estoy más cerca de la muerte
que nunca, y no tengo heredero de sangre que reciba Tus promesas del pacto.
Sarai ya no puede quedar embarazada ahora, por lo que, ¿exactamente, a qué
recompensa te refieres?». Abram, tratando de encontrar sentido a la promesa
de Dios, especula que tal vez su siervo principal, Eliezer, pudiera ser el
heredero que Dios tenía en mente. Esa habría sido la costumbre de su cultura.
Si usted pudiera leer la respuesta del Señor en el idioma hebreo, su
negativa haría que se le erizara el cabello. Génesis 15:4 registra que Él
comenzó con un extremadamente enfático no. Luego dice con fuerza que el
heredero de Abram llegaría de su cuerpo. En términos actuales, Él quizás
habría dicho: «Tu heredero vendrá de tu ADN». Entonces, para acentuar el
punto, el Señor «llevó» a Abram afuera. El verbo es activo, casi contundente,
como si Dios hubiera levantado el cuerpo del hombre y lo hubiera puesto en
un claro bajo el cielo de la noche. «Mira al cielo y, si puedes, cuenta las
estrellas. ¡Esa es la cantidad de descendientes que tendrás!» (versículo 5).
¿Cuántas estrellas puede ver una persona con una visión de veinte-veinte
en un área rural? Demasiadas para contarlas. Ese es el punto. El Señor usó el
cielo de la noche para ilustrar la inmensidad de la nación que llevaría el ADN
de Abram. Dios pudo haber usado la arena para la ilustración, pudo haberle
dicho a Abram que contara los granos de arena en el camino. O las briznas
del césped en el llano, o los granos de trigo en el valle. Pero Él hizo que
Abram echara hacia atrás la cabeza para que mirara directamente hacia arriba
hacia el enorme, misterioso e inmenso universo. Si se sintió pequeño al ver
miles de bolas de fuego extendiéndose por el cielo de horizonte a horizonte,
entonces comprendió el argumento del Señor: «Yo soy Dios; tú eres apenas
una pequeña partícula comparado con mi universo. Confía en mí. Yo te
respaldo».
Como decimos nosotros, «con eso bastó». Sin vacilar, «Abram creyó al
SEÑOR» (Génesis 15:6). El término hebreo significa «estar seguro; confiar».
¿Por qué las palabras del Señor resolvieron el asunto para Abram? Porque
nadie puede discutir con Aquel que hizo las estrellas. La omnipotencia de
Dios hace que cualquier cosa sea posible, incluso el nacimiento de un bebé de
una mujer que ya pasó por la menopausia. Abram no afirmó saber cómo
cumpliría Dios Su pacto; simplemente aceptó la promesa como una
conclusión dada por hecho.
En ese momento de la historia, el narrador inserta un comentario sencillo.
Esta oración única es, de hecho, uno de los versículos más importantes de la
Biblia. Dios declaró justo a Abram (véase Génesis 15:6). La palabra hebrea
significa «conformidad a un estándar ético o moral». En el Salmo 145:17 la
palabra es usada para describir la naturaleza moralmente perfecta de Dios:
«Justo es el SEÑOR en todos sus caminos, y bondadoso en todos sus hechos»
(LBLA).
Abram no llegó a ser una persona moralmente perfecta de manera
repentina. ¡Lejos de eso! Más adelante en la historia, Abram pecó de una
manera espectacular. Su comportamiento tampoco se conformó de manera
repentina al estándar perfecto de Dios. Nada inherente en Abram cambió en
absoluto. Dios lo declaró justo. Dios, actuando como Juez supremo, le aplicó
todos los derechos y los privilegios de justicia a Abram, a pesar de la propia
incapacidad de Abram de ser justo. El Señor lo hizo debido a la fe de Abram.
Dios le dijo, en efecto: «Dame tu chequera espiritual». Y escribió en la
columna de créditos: «Depositado en la cuenta moral de Abram: mi justicia
perfecta».
Los escritores del Nuevo Testamento usan ese pasaje para demostrar que
la gente recibe salvación por la gracia de Dios por medio de la fe (véase
Romanos 4:3, 20-22; Gálatas 3:6; Santiago 2:23). Por eso es que Pablo
consideraba a Abraham no solo el padre de la nación hebrea sino también «el
padre espiritual de los que tienen fe» (Romanos 4:11). Así como Abraham, a
todos los que colocan su fe en el Señor «se les considera justos debido a su
fe». Pablo continúa la explicación, escribiendo:
Obviamente, la promesa que Dios hizo de dar toda la tierra a
Abraham y a sus descendientes no se basaba en la obediencia de
Abraham a la ley sino en una relación correcta con Dios, la cual viene
por la fe. Si la promesa de Dios es solo para los que obedecen la ley,
entonces la fe no hace falta y la promesa no tiene sentido. Pues la ley
siempre trae castigo para los que tratan de obedecerla. (¡La única
forma de no violar la ley es no tener ninguna ley para violar!).
Así que la promesa se recibe por medio de la fe. Es un regalo
inmerecido.
ROMANOS 4:13-16
Abram expresó su confianza en el Señor. Pero Dios no había terminado.
Al haber afirmado Su promesa anterior de darle a Abram un hijo, siguió
dando más información en cuanto a la tierra que le había prometido a Abram
(véase Génesis 12:1, 7; 13:15). Para tranquilizar la fe tambaleante del
hombre, Dios formalizó Su pacto. La expresión hebrea literalmente es «cortar
un pacto». Veremos el por qué a medida que la escena se desarrolla.
En la actualidad nuestros acuerdos se conservan con tinta en un papel, se
validan con firmas, son sellados por un notario, se guardan en un edificio del
gobierno y los gobiernos los defienden. No era así en las culturas antiguas.
Aunque algunos del mundo antiguo sabían leer y escribir, la gente común no
sabía. Además de eso, el papel todavía no se había inventado, por lo que el
documento preferido era la tablilla de barro. Por lo tanto, la gente promedio
tenía que usar otros métodos para registrar un contrato.
En el caso de los pactos significativos, las partes participaban en una
ceremonia elaborada, y un poco sangrienta, involucrando el sacrificio de un
animal. En este caso, el Señor instruyó a Abram: «Tráeme una novilla de tres
años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón
de paloma» (Génesis 15:9). Abram sabía exactamente qué hacer con los
animales, porque sin duda él había tomado parte en ceremonias similares en
el pasado. Cortó los animales por la mitad y colocó las mitades con una corta
distancia entre ellas. Y luego esperó.
Al ponerse el sol, Abram se durmió profundamente y descendió sobre
él una oscuridad aterradora. Después el SEÑOR dijo a Abram: «Ten
por seguro que tus descendientes serán extranjeros en una tierra ajena,
donde los oprimirán como esclavos durante cuatrocientos años; pero
yo castigaré a la nación que los esclavice, y al final saldrán con
muchas riquezas. En cuanto a ti, morirás en paz y serás enterrado en
buena vejez. Cuando hayan pasado cuatro generaciones, tus
descendientes regresarán aquí, a esta tierra».
GÉNESIS 15:12-16
Abram tenía que entender que el pacto de Dios con él y sus descendientes
implicaba mucho más que un simple, pero extenso, trato de bienes raíces. Su
promesa de tierra finalmente afectaría imperios y le daría forma a la historia a
una escala planetaria. Por consiguiente, el cumplimiento abarcaría muchas
generaciones. Para ilustrarlo, el Señor le dio a Abram un vistazo de cómo
llegaría a ser su heredero una nación y de cuándo se establecerían sus
descendientes en su tierra. Incluso describió los cuatrocientos años del
cautiverio hebreo en Egipto y su gran Éxodo.
El Señor tranquilizó la preocupación de Abram con la certeza de que
moriría en paz después de una vida larga y fructífera. Recuerde que él
acababa de regresar de un angustiante rescate de rehenes y se sentía
afortunado por haber escapado con vida. Sin duda, para entonces Abram se
preguntaba: ¿Así es como voy a pasar mi vida en Canaán? ¿Tendré que
luchar por cada hectárea de la tierra que se me ha prometido?
Él hizo esas preguntas a la edad madura y avanzada de 85 años, pero por
Génesis 25:7 sabemos que vivió hasta los 175 años. En este momento, el
hombre tenía otros noventa años por vivir; para los estándares del Antiguo
Testamento, ¡ni siquiera había llegado a su mediana edad! Todavía le
quedaba bastante vida por delante para criar un hijo y disfrutar de paz en la
tierra. Tenía mucho tiempo para disfrutar la amistad con Dios antes del fin de
su vida, momento en el que «se iría con sus padres en paz», como lo dice la
expresión hebrea.
Después de que el sol se puso y cayó la oscuridad, Abram vio un
horno humeante y una antorcha ardiente que pasaban entre las
mitades de los animales muertos. Entonces el SEÑOR hizo un pacto
con Abram aquel día y dijo: «Yo he entregado esta tierra a tus
descendientes, desde la frontera de Egipto hasta el gran río Éufrates,
la tierra que ahora ocupan los ceneos, los cenezeos, los cadmoneos,
los hititas, los ferezeos, los refaítas, los amorreos, los cananeos, los
gergeseos y los jebuseos».
GÉNESIS 15:17-21
El simbolismo detallado de este pacto se ha perdido en la historia, pero la
arqueología ayuda a explicar algo del misterio. Normalmente, la comunidad
de cada participante habría presenciado esta ceremonia. El pacto entre las dos
partes y las condiciones de su acuerdo vivirían en la memoria colectiva de sus
familiares y amigos. ¿Quién podría olvidar la imagen de animales grandes
cortados a la mitad y colocados en ambos lados de un sendero? (Esta
costumbre le dio origen a la expresión hebrea de «cortar un pacto»). En el
antiguo Cercano Oriente, las personas que hacían un juramento invocaban
maldiciones sobre sí mismos si violaban un contrato tan significativo.
Caminar en este sendero sacrificial puede haber sido una manera simbólica
de decir: «Que lo mismo me ocurra si no cumplo con mi parte del acuerdo».
Como un acto de pura gracia, Dios caminó por el sendero sacrificial,
obligándose a cumplir Su pacto incondicional con Abram. Entonces el Señor
reveló una descripción precisa de la tierra del pacto, expresada en términos
que Abram habría entendido. La tierra del pacto compartía su frontera
occidental con Egipto cerca del mar Rojo, y el río Éufrates definía su frontera
oriental. El territorio estaba marcado al norte y al sur por diez naciones que
desde ese tiempo han desaparecido, pero los restos históricos de algunos de
estos lugares pueden proporcionar pistas útiles. Los heteos vivían al norte
llegando hasta el mar Negro de la Turquía actual; los ceneos muy
probablemente vagaban en el desierto de la Península del Sinaí.
La tierra que Dios demarcó cubre un terreno mucho más grande de lo que
estamos acostumbrados a ver en los mapas históricos. En la cumbre de su
poder bajo el Rey Salomón, Israel nunca reclamó más de un tercio de la tierra
que Dios había prometido. Pero podemos estar seguros de que Dios siempre
cumple Sus promesas. Por lo tanto, podemos estar seguros de que Israel
algún día ocupará cada hectárea de sus bienes raíces prometidos.
Amistad con Dios
Actualmente, algunas personas en el Medio Oriente se refieren a Abraham
como Khalil Allah, que quiere decir «amigo de Dios», o simplemente como
El Khalil, «el amigo». No se le da este nombre porque él decidió ser amigo
de Dios, lo cierto es totalmente lo contrario, ni porque su virtud moral ganó el
corazón de Dios. Después de todo, él era un politeísta ignorante y
supersticioso, igual a sus compañeros, cuando Dios lo llamó en Ur. Abraham
tiene este título honroso porque Dios le concedió todas las bendiciones que
van junto con la amistad, y por fe, él las recibió.
El apóstol Pablo escribe: «Por lo tanto, ya que fuimos declarados justos a
los ojos de Dios por medio de la fe, tenemos paz con Dios gracias a lo que
Jesucristo nuestro Señor hizo por nosotros» (Romanos 5:1). En otras
palabras, debido a que Jesucristo, el Hijo de Dios, satisfizo todos los
requisitos de la moralidad por nosotros, y porque Él sufrió las consecuencias
de nuestro fracaso moral, nosotros legítimamente podemos llamar a Dios
nuestro Amigo. Lo que es más, disfrutamos de los mismos beneficios de
amistad divina que Abram recibió. El Señor nos concede las mismas
bendiciones de amistad. Veo cinco de estas bendiciones en acción en esta
historia.
Primera, Dios, nuestro Amigo, tranquiliza nuestros temores y entiende
nuestras preguntas. Esa verdad se remonta al primer versículo del siguiente
pasaje: «No temas, Abram, porque yo te protegeré, y tu recompensa será
grande» (Génesis 15:1). Abram no respondió con un «gracias», sino con dos
preguntas; aun así, el Señor nunca lo reprendió, nunca perdió Su paciencia.
Dios nos hizo; entonces, Él nos conoce mejor de lo que nosotros nos
conocemos a nosotros mismos. Nuestros temores no lo amenazan ni lo
ofenden y nuestras preguntas tampoco lo irritan. Por eso no tenga miedo de
hacerle preguntas a Dios. No tenga miedo al punto de que se distraiga. El
Señor nos dice: «Yo soy tu Dios».
Segunda, Dios, nuestro Amigo, sabe cuándo bendecir y cuándo esperar.
El tiempo de las bendiciones de Dios es perfecto... para nuestro bien y para
Su gloria. Nosotros somos tan miopes e impacientes que queremos lo que
queremos inmediatamente. Detestamos las incomodidades y esperar nos pone
ansiosos. Por consiguiente, comenzamos a preguntarnos si Dios nos ha
olvidado o si nos ha dado la espalda. Generalmente, es entonces cuando
intentamos recibir nuestra propia bendición a través de medios ilegítimos y,
como resultado, cometemos pecado. Por lo tanto, no considere una tardanza
como una cancelación.
Como nuestro Amigo, Dios quiere darnos bendiciones, pero Él sabe que
las cosas buenas que se dan en el tiempo inapropiado pueden ocasionar más
mal que bien. Abram esperó casi veinticinco años para ver la primera señal de
embarazo en su esposa. Mientras tanto, la pareja siguió envejeciendo. Él
comenzó a buscar otras alternativas, pensando que tal vez había malentendido
a Dios o que Dios no iba a cumplir Su promesa. ¿Llegaría a ser su heredero
su siervo principal Eliezer? Sin embargo, a medida que se desarrolla la
historia veremos que el tiempo de Dios es perfecto.
¿Qué bendiciones espera recibir usted? Todos esperamos algo que solo
Dios puede hacer que ocurra. Permítame animarlo a que espere. Exprese su
ansiedad a Él en oración —desahóguese con Él libremente; Él puede
soportarlo— pero espere. Él no ha cancelado el plan; simplemente ha
escogido un tiempo mejor.
Tercera, Dios, nuestro Amigo, quiere que confiemos en Él. Las amistades
tienen como su base la confianza, por lo que a Dios le encanta cuando
confiamos en Él. A lo largo de las Escrituras Dios está con Sus brazos
abiertos, diciéndole a la gente: «Cree esto. ¡Confía en Mí!». Salomón,
después de tomar una multitud de decisiones sin fe y después de haber
sufrido las consecuencias de no esperar en Dios, le dio el siguiente consejo
paternal a su hijo:
Confía en el SEÑOR con todo tu corazón;
no dependas de tu propio entendimiento.
Busca su voluntad en todo lo que hagas,
y él te mostrará cuál camino tomar.
No te dejes impresionar por tu propia sabiduría.
En cambio, teme al SEÑOR y aléjate del mal.
Entonces dará salud a tu cuerpo
y fortaleza a tus huesos.
PROVERBIOS 3:5-8
El asunto de la confianza es tan importante para Dios que cuando Abram
creyó, consideró como justicia la fe de él.
Cuarta, Dios, nuestro Amigo, quiere que vivamos sin miedo. Para
tranquilizarnos en medio de circunstancias confusas, Él nos da garantías,
hechos que podemos saber con seguridad. Estas garantías nos dan algo a qué
aferrarnos cuando la oscuridad nos rodea. Dios instruyó a Abram: «Ten por
cierto...» (Génesis 15:13, RVR60).
Cuando las condiciones parecen ser sombrías, cuando una situación
comienza a abrumarnos con duda, temor, desilusión o depresión, Dios quiere
que confiemos en Su carácter inmutable. En tanto que las circunstancias
cambian continuamente, Dios no. Nunca está oscuro donde Dios está. Él es
Luz. Nuestro Dios no tiene edad ni tiene límite de tiempo, es eterno, santo y
puro. Él es omnisciente, omnipotente y omnipresente. Y está con nosotros,
¡no en contra de nosotros!
Quinta, Dios, nuestro Amigo, tiene planes para nuestro bien, no para
nuestra destrucción. Además, nuestro futuro es tan claro para Dios como
nuestro pasado es para nosotros. Él le explicó a Abram su futuro hasta el
punto de hablarle del Éxodo, de la gente que entraría a la tierra y de cómo el
Señor los haría volver de la esclavitud.
El Señor tiene todas sus bendiciones futuras planificadas para usted, listas
para liberarlas cuando su espíritu esté lo suficientemente maduro como para
recibirlas —y solo cuando las circunstancias sean las correctas. Es posible
que usted tenga que soportar algunos dolores de crecimiento mientras
completa la vida que Él le ha preparado. No crea que tiene que soportar la
espera y la ansiedad solo. Dios, como un buen amigo, sigue interesado y
disponible, listo para oírlo expresar sus pensamientos más privados y listo
para ofrecerle ayuda hoy. Al igual que Abram, usted puede mantener su
respeto por el Todopoderoso mientras se acerca a Él como a un amigo.
En el libro de Peggy Noonan, When Character Was King (Cuando el
carácter era rey), una de las hijas de Ronald Reagan reflexiona sobre la
relación de su padre con Dios.
Yo no rechacé muchas cosas que él me enseñó cuando era niña, pero
no las consideré muy importantes hasta que llegué a ser mucho
mayor. Él tenía algo especial con Dios; le hablaba a Dios todo el
tiempo. Eso no quería decir que él fuera más especial a los ojos de
Dios o que él creyera serlo. Todos somos especiales para Dios. No es
que Dios le hable a alguien más que a cualquier otro, es que algunas
personas deciden oír. Y responder. Mi padre le hablaba a Dios. Eso
fue lo que yo entendí como niña, entendí que él simplemente hablaba
con Dios todo el tiempo. Él simplemente tenía conversaciones con
Dios.
Esa es la forma en la que yo hablaba con Dios cuando era niña. Mi
idea de la oración nunca fue que uno se sienta, limpia su habitación,
limpia su vida antes de poder hablar con Dios. Nunca. Siempre fue
que yo sabía que podía llevarle mi desorden a Dios, sabía que podía
perder las inhibiciones y hablar con Dios así como lo hacía mi padre,
todo el tiempo.
Cuando montábamos a caballo en la hacienda de Malibú, solo los
dos, sabía que la manera de hacerlo hablar y tener una conversación
era hablar acerca de Dios. Y hablar del cielo, preguntarle del cielo:
«¿Qué crees que piensa Dios de esto?», «¿Cómo crees que es el
cielo?». Si yo presentaba ese tema teníamos estas conversaciones
maravillosas... Y a veces, él simplemente me decía: «Bueno, le
pregunté a Dios acerca de esto y aquello y esto es lo que Él me
respondió».
Mi padre me dijo eso durante toda mi vida. Usted le pide algo a
Dios y Él le responderá, Él le responderá muy específicamente.
Podría no ser la respuesta que usted quiera oír, pero Dios le dará una
respuesta. Por eso es que mi padre sentía certidumbre en cuanto a las
decisiones importantes de su vida[15].
El Presidente Reagan acertó en cuanto a un intercambio con Dios. ¿Tiene
usted esta clase de interacción con el Señor? Por un rato, haga una pausa en
esta lectura acerca de Él. Quédese a solas y pase un tiempo de calidad con su
Padre celestial, su Salvador, su Amigo.
CAPÍTULO 6
CUANDO UNO SE LE
ADELANTA A DIOS
LA VIDA ES DESORDENADA. A nadie le gusta que sea así. Hacemos nuestro
mejor esfuerzo para mantener la vida ordenada y organizada, pero tan pronto
como tenemos todo en orden, algo pasa para que se vuelva a desorganizar. A
veces esos desórdenes son el resultado de una situación difícil, algo sin salida
en que cualquier decisión que tomemos creará un desorden. En esas
situaciones, lo único que podemos hacer es tratar de discernir qué opción
ocasionará el menor desorden.
Por ejemplo, piense en un dilema ocupacional. Usted tiene un trabajo en
la ciudad más caliente de su región. Le pagan suficientemente bien. Su
familia está instalada y satisfecha. Entonces le ofrecen otro puesto en el que
le pagarían mucho más dinero. Está a su disposición, solo que... el trabajo
requiere que se traslade a la ciudad más fría de su país. Ahora usted tiene que
escoger entre dos extremos: inviernos muy fríos, o días de verano muy
calientes. ¿Compensa el aumento en los ingresos la dificultad de desarraigar a
su familia para volver a empezar en una nueva comunidad? La situación,
¿ayudará o inhibirá a sus hijos? Usted se encuentra en un dilema.
¿Y qué de un dilema académico? Usted comenzó un programa de
doctorado y está emocionado por la oportunidad de aprender. Pero tiene hijos
pequeños que necesitan de su atención, mucho de ella. ¿Qué hace entonces?
¿Se dedica a obtener el título, sabiendo que si lo pospone las probabilidades
de que tenga otra oportunidad son escasas? Aun así, en realidad quiere pasar
tiempo con sus hijos y estar totalmente presente durante sus años de
formación.
O tal vez ha enfrentado un dilema romántico. Es soltero y no se está
haciendo más joven. Sale con una persona a la que le encantaría casarse con
usted, pero hay algunas cosas en cuanto a él o ella que hacen que usted se
detenga. Nada grande, pero factores lo suficientemente importantes como
para ponerlo intranquilo en cuanto a dar el paso del matrimonio. ¿Debe
continuar a pesar de su inquietud? ¿O aplaza el compromiso y se arriesga a
perder la relación?
En algún momento casi todos enfrentan dilemas financieros también.
Usted tiene un presupuesto dentro del cual trabaja. Es apretado, pero
funciona. Entonces encuentra la casa, el auto o el regalo perfecto, pero es
mucho más costoso de lo que su plan financiero permite. ¿Echa mano de sus
ahorros? ¿Se endeuda para comprar la cosa? ¿O se mantiene dentro de ese
presupuesto horrible y sigue buscando?
Todos enfrentamos dilemas, y como creyentes también enfrentamos
desafíos espirituales. ¿Sigue usted a la espera de que el Señor haga algo? ¿O
adopta el cuestionable adagio: «Dios ayuda a los que se ayudan a sí
mismos»? ¿Por qué no intervengo y me encargo de las cosas yo mismo?,
piensa usted. Después de todo, usted es razonablemente listo. Tiene
experiencia. Sabe cómo resolver la situación. En poco tiempo, usted corre
delante de Dios, esperando que Él apruebe lo que usted hace, o por lo menos
que lo ayude a resolver cualquier enredo imprevisto con el que usted se tope.
En un mundo perfecto, ninguna decisión ocasiona un desorden. Ninguna
decisión tiene un contratiempo. Nunca experimentamos dilemas porque,
como dice la vieja expresión: «Podemos tener nuestro pan y comerlo
también». ¡Y ni siquiera tiene ingredientes que engordan! Quisiéramos no
tener que elegir entre el menor de dos males. Pero no vivimos en un mundo
perfecto. Dios sigue estando al control de nuestro mundo, pero la vida está
lejos de lo ideal en el planeta Tierra.
El dilema de Abram
Los héroes de la Biblia no estaban exentos de dilemas. De hecho, muchos
parecían pasar de un dilema a otro. Uno de los ejemplos más famosos de
Abram y Sarai era la decisión difícil que se les presentó en cuanto a su falta
de un hijo. Dios le había prometido a Abram que su heredero llegaría de su
propio cuerpo (véase Génesis 15:4, LBLA); el niño tendría su ADN. El Señor
incluso selló Su promesa con una solemne ceremonia de pacto (véase Génesis
15). Pero ahora Abram estaba avanzado en años, y su esposa pronto pasaría
por la menopausia si no la había pasado ya.
En ese punto de la trayectoria de fe de Abram, la pareja había esperado
durante años, pero todavía no había embarazo. La situación difícil llegó a ser
cada vez más vergonzosa para Abram, porque seguramente él les había
descrito a otros sus encuentros divinos. Muy probablemente, su comunidad
sabía del heredero prometido, por lo que cada día que pasaba, la pregunta
«¿alguna noticia?» se hacía más tensa.
Finalmente, Sarai se cansó de esperar. La presión de producir un hijo
llegó a ser muy fuerte, por lo que ella diseñó una forma de escapar de su
situación difícil. Años atrás, como usted recordará, ella y Abram habían
huido a Egipto durante una hambruna. Abram afirmó que Sarai era su
hermana para salvar su propio pellejo, y el faraón le propuso matrimonio a
ella. Para ganarse el favor de Abram, su supuesto hermano y guardián, el rey
le dio «ovejas, cabras, ganado, asnos y asnas, siervos y siervas, y camellos»
(Génesis 12:16). Entre los sirvientes egipcios había una joven que se llamaba
Agar. Ahora bien, muchos años después, «Sarai le dijo a Abram: “El SEÑOR
no me ha permitido tener hijos. Ve y acuéstate con mi sierva; quizá yo pueda
tener hijos por medio de ella”» (Génesis 16:2).
Tome nota de la forma de razonar de Sarai. Ella no podía tener hijos, pero
Abram todavía podía «engendrar una nación» sin que importara su edad.
Después de todo, Dios había dicho: «tendrás un hijo propio, quien será tu
heredero» (Génesis 15:4). Él no había estipulado que Sarai necesariamente
sería la madre. Tal vez esperar un poco más no sería sabio. Si ellos esperaban
hasta ser demasiado viejos, no tendrían la energía para criar al niño. Tal vez
Dios esperaba que ellos fueran en busca de Su promesa en lugar de que
esperaran que las cosas ocurrieran. ¿Y que si esto era una clase de prueba
para ver cuánto querían ellos la promesa de Dios?
Abram enfrentó un dilema trascendental.
Hoy tenemos el beneficio de saber cómo se desarrolló la historia, por lo
que no podemos apreciar completamente el dilema de Abram. Desde nuestro
cómodo punto de vista, es fácil ver lo que él tendría que haber hecho. Pero
antes de que hagamos un chasquido con la lengua o que ridiculicemos a
Abram por tratar de cumplir la promesa de Dios a él, recuerde el último gran
disparate que hizo usted. ¿Por qué una decisión irracional parecía tan racional
en ese momento? Piense en algunos de los líos que usted ha armado porque
permitió que sus emociones pensaran por usted, o porque dejó que sus deseos
pusieran su cuerpo en piloto automático.
Yo pienso que es bueno que la esposa de Abram sintiera la libertad de
sugerir una solución creativa. Dice mucho de la cercanía de su matrimonio.
Su forma de pensar realmente no es tan fuera de lo común; una costumbre
legal de esa cultura permitía que el esposo de una mujer sin hijos tomara a su
sierva como segunda esposa. Un erudito bíblico lo explica de la siguiente
manera: «Al hijo que nacía de esa unión se le consideraba hijo de la primera
esposa. Si el esposo le decía al hijo de la esposa-sierva: “eres mi hijo”,
entonces era el hijo adoptado y el heredero»[16].
El problema más grande es que a lo largo de la discusión, nadie buscó el
aporte de Dios. Sarai no oró. Abram no sacrificó en uno de los altares que
había construido. Cuánto mejor habrían sido las cosas si Abram hubiera
salido bajo las estrellas y hubiera dicho: «Señor, estamos envejeciendo y la
espera se pone cada vez más difícil con cada año que pasa. Nuestras ansias
han llegado a ser casi insoportables. Pensamos en una manera de tener un
hijo. Nos preguntamos si Tú lo apruebas».
Aunque la costumbre de la época puede haber sido aceptable social y
legalmente, Dios repudia frecuentemente las tradiciones sociales. Además,
este no iba a ser un nacimiento ordinario. ¡Este nacimiento, este heredero, se
convertiría en el primer paso en el desarrollo de un plan maravilloso y divino
para el mundo! No era hora de tomar atajos ni de hacer algo bueno a medias.
Abram podría haberle respondido a Sarai suavemente diciendo: «Sabes,
cariño, te mereces la mejor nota en creatividad pero muy mala calificación en
teología. Aprecio tu idea, y aunque nuestra comunidad nos animaría a tener
un hijo de esa manera, sé que no es lo correcto. El Señor lo sabe todo y te
hizo mía antes de darme la promesa».
Sin embargo, trágicamente, «Abram oyó la voz de Sarai» (Génesis 16:2,
traducción mía). «Sarai, la esposa de Abram, tomó a Agar, la sierva egipcia, y
la entregó a Abram como mujer. (Esto ocurrió diez años después de que
Abram se estableció en la tierra de Canaán). Así que Abram tuvo relaciones
sexuales con Agar, y ella quedó embarazada» (versículos 3-4).
El registro bíblico no conserva la conversación que Abram y Sarai
tuvieron durante la cena después de que Agar dio señales de haber concebido.
Pero sé cómo puede ser la racionalización. Racionalizar es «diseñar una razón
autosatisfactoria pero incorrecta que explique el comportamiento de
uno»[17]. Me imagino a la pareja de ancianos diciendo: «¿No es asombroso,
cariño, cómo el Señor bendijo nuestra decisión? Él nunca habría permitido
que Agar concibiera si no lo aprobaba». Es fácil encontrar señales de la
aprobación de Dios en cualquier cosa cuando la queremos a toda costa.
La verdad y sus consecuencias
Las consecuencias de la decisión de Abram y Sarai no tardaron en
manifestarse. El bulto de Agar no había comenzado a verse cuando ella
comenzó a tratar a Sarai con desprecio (véase Génesis 16:4). La palabra
hebrea para desprecio significa «pequeño, insignificante, trivial,
deshonroso». La gente del antiguo Cercano Oriente consideraba que las
mujeres estériles eran inútiles para la sociedad. Según su razonamiento, las
mujeres sin hijos consumían recursos valiosos y no contribuían nada para
justificar su existencia. Así que, según los estándares antiguos, Agar era
digna de una casta social más alta que Sarai, ya que ella daría a luz al hijo de
Abram.
Cuando las consecuencias del pecado comienzan a manifestarse, las
relaciones siempre sufren. ¡Y se puede poner feo muy pronto! El plan de
hacer que Agar tuviera un hijo sustituto tuvo un efecto contraproducente, y en
lugar de finalmente darle alegría a los de esa casa, ocasionó que todos
comenzaran a volverse unos contra otros.
Sarai le dijo a Abram: «¡Todo esto es culpa tuya! Puse a mi sierva en tus
brazos pero, ahora que está embarazada, me trata con desprecio. El SEÑOR
mostrará quién está equivocado, ¡tú o yo!» (Génesis 16:5). (¡Entonces ahora
Sarai apela al Señor!)
Abram respondió: «Mira, ella es tu sierva, así que haz con ella como
mejor te parezca» (Génesis 16:6). Esta era una manera de decir: «A ti se te
ocurrió la idea. ¿No era eso lo que querías? ¡Ahora sufre las consecuencias!».
De repente, este hogar que alguna vez era armonioso se convirtió en una
zona de combate. La gente que una vez confiaba en Dios y esperaba Su
bendición comenzó a usar Su nombre para invocar maldiciones unos sobre
otros. Agar, que solía respetar a Sarai, comenzó a sentirse superior y llegó a
ser insolente. Luego, al estar Abram y Sarai disgustados, Sarai se encontró
abruptamente prescindible. Agar no podía soportar la presión cada vez mayor
y huyó al desierto sola. ¡La vida estaba verdaderamente desordenada en esa
casa!
Cynthia y yo tenemos una amiga muy querida cuya hija se casó en contra
de los consejos de sus padres. No fue una sorpresa para los padres que el
esposo llegara a maltratarla. Ella se fue para escapar de la violencia, y cuando
él dio señas de haber mejorado, regresó. Con el tiempo el abuso comenzó de
nuevo, incluso peor que antes. Ella se volvió a ir, y ahora quizá tenga que
permanecer oculta. Reflexionar sobre esta situación me hizo preguntarme:
¿Qué tan mala tiene que ser una situación para que una mujer se arriesgue a
morir en el desierto en lugar de quedarse bajo su techo?
Aparentemente, nadie se dio cuenta de que Agar no estaba. O si alguien
se dio cuenta, a nadie le importó que una asustada joven embarazada
enfrentara sola los peligros del desierto, expuesta a animales depredadores y a
los elementos naturales. Sin embargo, afortunadamente el Señor cuidaba de
ella. De muchas maneras, ella se había convertido en la víctima inocente de la
desobediencia de Abram y Sarai. Ella no había pedido nada de esto.
Simplemente estaba haciendo su trabajo en la casa, y lo siguiente que supo es
que tenía puesto un velo de bodas y se estaba dirigiendo a la carpa de luna de
miel de un novio de ochenta y cinco años.
El ángel del SEÑOR encontró a Agar en el desierto junto a un
manantial de agua, en el camino que lleva a Shur. El ángel le dijo:
—Agar, sierva de Sarai, ¿de dónde vienes y hacia dónde vas?
—Estoy huyendo de mi señora, Sarai —contestó ella.
El ángel del SEÑOR le dijo:
—Regresa a tu señora y sométete a su autoridad.
Después añadió:
—Yo te daré más descendientes de los que puedas contar».
GÉNESIS 16:7-10
El camino hacia Shur era una ruta de caravanas que usaban los
mercaderes que viajaban de Canaán a Egipto. La audiencia original de esta
historia habría reconocido esta región desértica como el territorio controlado
por los descendientes de Ismael, el niño que Agar llevaba dentro (véase
Génesis 25:18). Esto ayuda a explicar la importancia del mensaje del ángel de
Dios. Al animar a Agar a que regresara a la casa de Abram y Sarai, el ángel
implicó lo siguiente: «Dios te cuidará y te bendecirá». Y él le transmitió un
pacto similar al de Abram: «Yo te daré más descendientes de los que puedas
contar» (Génesis 16:10).
El ángel entonces extendió su bendición para revelar detalles específicos
cuando le dijo: «Ahora estás embarazada y darás a luz un hijo. Lo llamarás
Ismael (que significa “Dios oye”), porque el SEÑOR ha oído tu clamor de
angustia. Este hijo tuyo será un hombre indomable, ¡tan indomable como un
burro salvaje!» (Génesis 16:11-12).
El concepto de un burro salvaje es despectivo en nuestro lenguaje y
cultura, pero ese no era el caso en el antiguo Cercano Oriente. La expresión
«burro salvaje» en hebreo (pere) forma un juego de palabras ingenioso con
otra área que se relaciona con los ismaelitas: el desierto de Parán. Además, la
imagen describe la vida libre de un nómada que vive en carpas. Tristemente,
el ángel predijo contiendas perpetuas para el hijo de Agar. De esa manera, la
vida de Ismael reflejaría sus orígenes: un hombre agresivo que nació en un
hogar hostil.
Agar bendijo a Dios, quien la había bendecido a ella, y dijo: «Tú eres el
Dios que me ve» (Génesis 16:13). Para conmemorar su encuentro con Dios,
ella le puso el nombre de Beer-lajai-roi al manantial, que quiere decir: «pozo
del Viviente que me ve» (versículo 14). Entonces ella regresó al campamento
de Abram, donde dio a luz a un hijo. Abram, al enterarse de su experiencia y
de la promesa de Dios, le puso por nombre Ismael al niño, como se le
instruyó.
Cuando uno se adelanta
Para cuando Ismael llegó, Abram había cumplido ochenta y seis años. Si nos
adelantamos para leer del nacimiento de Isaac, el hijo verdadero del pacto de
Abram con Dios, veremos que él tenía cien años para entonces (véase
Génesis 21:5). Abram y Sarai trataron de apresurar a Dios, tratando de poner
al Señor en su calendario, pero no recibieron la bendición durante otros
catorce largos años más. El hecho de que nos adelantemos no presiona a Dios
para que Él apresure Su plan. Cuando tratamos de obligar a Dios para que nos
dé lo que queremos, cuando lo queremos, Él responde, de hecho: «No estás
listo. Esta bendición no es buena para ti ahora mismo. Tienes mucho más que
aprender... así que confía en Mí. Y no esperes que te dé explicaciones».
Es posible que usted se encuentre en la situación difícil de Abram ahora
mismo, y está haciendo esa gran oración estadounidense: «Señor, ¡apúrate!».
Usted quiere respuestas ahora mismo; quiere Su bendición ahora mismo. Está
convencido de que ha esperado lo suficiente. Esperar es difícil, y usted quiere
progreso, por lo que su gran tentación cuando parece que el Señor no está
haciendo nada es poner en marcha las cosas usted mismo. Su situación difícil
se ha prolongado demasiado, y usted está cansado de eso.
Si eso lo describe a usted (si no ahora, ¡pronto lo hará!), tengo una
palabra de cuatro letras para usted: PARE. Esta palabra forma un acróstico de
cuatro imperativos que a usted le puede ser útil.
Pídale a Dios más paciencia, sabiduría y autocontrol. No cabe duda de
que usted ya oró por esto, pero el hecho mismo de que esté agitado e inquieto
por actuar indica que necesita seguir pidiendo. Sus mejores decisiones
ocurren cuando su espíritu está tranquilo, cuando la confianza en el control
soberano de Dios ha desplazado su afán, cuando usted está en sintonía con el
impulso suave del Espíritu Santo. Use la oración como una oportunidad de
expresarse completamente al Señor. Describa su preocupación, su temor, su
frustración. Él ya lo sabe todo, por supuesto, pero esto refuerza
inmensamente la relación, sin mencionar que es maravillosamente
terapéutico.
Ande un poco más lento. Cuando usted sienta la necesidad de apresurar a
Dios o de hacer que algo suceda para avanzar el plan de Dios para su vida,
frene. Es el momento de bajar su velocidad, de poner a un lado la situación y
de dedicarse a un tiempo de estar a solas y de oración, y quizás incluso de
ayuno. Pídale a algunos consejeros de confianza que se unan a usted en
buscar la mente de Dios, personas que tengan el amor y el valor para decir las
cosas que a usted no le gusta oír. Luego decida no apresurar las cosas. Es más
frecuente que nos arrepintamos por las cosas que hicimos, que por las cosas
que no hicimos.
Reconsidere, pues otras personas se verán afectadas por su decisión.
Adelantarse al tiempo de Dios siempre ocasiona daño colateral. Usted se daña
a sí mismo, lo cual ya es suficientemente malo. También puede ocasionarles
daño a los espectadores inocentes. En el caso de Abram y Sarai, el hecho de
que se adelantaran cambió la vida de una joven para siempre, y un niño nació
en un hogar tenso y dividido.
Si usted traslada a su familia por las razones equivocadas, su cónyuge
tendrá que hacer cambios trascendentales en su vida para apoyarlo, sus hijos
perderán la estabilidad de su comunidad, todos ustedes se verán obligados a
comenzar de nuevo. Sí, los niños son resistentes, pero desarraigarlos y volver
a plantarlos no realza el desarrollo; para ellos es traumático. Sí, Dios puede
usar y usará la situación difícil para su bien, a pesar de las molestias, pero eso
debe estar de acuerdo al diseño de Él, no a sus propios deseos.
Si usted decide casarse por las razones equivocadas —por ejemplo,
porque su reloj biológico se agota o porque está decidido a sentirse menos
solo— su aflicción de corazón afectará finalmente a todos en su familia. Al
principio, todo puede parecer grandioso porque su futura pareja quiere una
boda, pero hay pocas cosas en la vida que ocasionan más daño colateral que
un mal matrimonio.
Piense en los demás que se verán injustamente afectados con su decisión.
Haga una lista de los nombres, y al lado de cada uno enumere las
consecuencias posibles si o cuando su decisión haga implosión.
Evalúe el peor escenario que podría suceder si usted espera. En lugar de
adelantarse, primero deténgase y piense: ¿Cuál es el peor resultado si no
hago nada? Cuando una situación verdaderamente demanda acción, esta
pregunta puede hacer surgir buenas ideas. Sin embargo, muy frecuentemente
la respuesta es decepcionantemente aburrida. En el caso de Abram y Sarai, el
peor resultado posible de esperar el embarazo era más del mismo estado de
cosas.
V. Raymond Edman, presidente de Wheaton College durante varias
décadas, escribió un libro pequeño pero profundo titulado The Disciplines of
Life (Las disciplinas de la vida). En él describe lo que llama «la disciplina de
la tardanza».
Se nos ha dicho que los desengaños de Dios son Su forma de
apuntarnos para Su trabajo, que los atrasos de Dios no son Sus
negaciones; pero ¿creemos lo que oímos? La tardanza, con su
aparente destrucción de toda esperanza, puede ser una disciplina
profunda para el alma que quiere servir al Señor Jesús. Vivimos en
una época inquieta e impaciente. Tenemos poco tiempo para la
preparación, y menos para la meditación y la alabanza. Sentimos que
debemos ser activos, energéticos, entusiastas y humanamente
efectivos; y no podemos entender por qué la inactividad, la debilidad,
el cansancio y la aparente inutilidad tienen que llegar a ser nuestra
suerte.
La disciplina de la tardanza está escrita con letras grandes en la
vida del pueblo de Dios, como pudimos observarlo en la larga espera
de Abram por el hijo de la promesa[18].
Nos gusta que las cosas sean rápidas. Cuando estamos en un restaurante
no nos gusta esperar una mesa. Cuando pedimos algo en línea, queremos la
entrega al día siguiente o una descarga instantánea. Queremos la fila rápida.
Nos gusta la idea de los trenes bala. Nos gusta la comida rápida. Ni siquiera
nos gusta perder un espacio de una puerta giratoria. ¿Por qué? Porque la vida
es corta y no queremos perder el tiempo esperando. Pero generalmente es
cuando esperamos que Dios hace Su mejor obra en nosotros. En ese crisol de
anhelos frustrados, el Espíritu Santo confronta nuestras lujurias más oscuras,
nuestros antojos más egoístas, sacándolos de la sombra y luego liberándonos
de la esclavitud a los ídolos escondidos.
Cuando se nos obliga a esperar, el Señor nos ayuda a adquirir un apetito
por las bendiciones por venir. Mientras tanto, Él desarrolla nuestra madurez
para que cuando el cumplimiento llegue finalmente estemos preparados para
disfrutar Sus bendiciones al máximo. Para Abram, la bendición fue tener un
hijo al fin. Para otros a lo largo de la historia, la bendición fue involucrarse en
un llamado. Edman explica cómo la disciplina de la tardanza preparó a
Hudson Taylor para la obra que definiría su vida, la Misión al interior de la
China:
Hudson Taylor conocía la prueba que templa el acero del alma.
Afectado en su salud y de regreso en su país a los veintinueve años,
después de seis años de servicio intenso en China, se estableció con su
pequeña familia en el extremo oriental de Londres. Los intereses en el
exterior disminuyeron; los amigos comenzaron a olvidar; y cinco
largos años escondidos se pasaron en la calle lúgubre de una parte
pobre de Londres, donde los Taylor estuvieron «encerrados en
oración y paciencia». Del registro de esos años se ha escrito: «Aun
así, sin esos años escondidos, con todo su crecimiento y pruebas,
¿cómo pudo haber madurado la visión y el entusiasmo de la juventud
para el liderazgo que habría de haber?». La fe, la fidelidad, la
devoción, el autosacrificio, la labor incesante, la oración paciente y
perseverante llegaron a ser su porción y su poder, pero más, está «el
ejercicio profundo y prolongado de un alma que sigue fuertemente a
Dios... el fortalecimiento gradual allí, de un hombre llamado a
caminar por fe, no por vista; la confianza indescriptible de un corazón
que se aferra a Dios y solo a Dios, que lo agrada como nada más
puede hacerlo». A medida que los años de oscuridad progresaron, «la
oración era la única forma en la que el corazón cargado podía obtener
algo de alivio»; y cuando la disciplina fue completa, surgió la Misión
al interior de la China, al principio apenas una raíz pequeñita, pero
destinada por Dios para llenar la tierra de China con el fruto del
evangelio[19].
Si usted está a punto de tomar una decisión que le molesta a su familia o a
sus amigos, pare. Espere. Considere la mano soberana de Dios. Él no necesita
su ayuda. El cielo no espera que usted actúe. Dios es capaz de movilizarlo
cuando Él esté listo.
En cada vida
Hay una pausa que es mejor que la carrera hacia adelante,
Mejor que labrar o hacer las obras más poderosas;
Es quedarse quieto ante la voluntad Soberana.
Hay un silencio que es mejor que el discurso ardiente,
Mejor que suspirar o llorar en el desierto;
Es el estar quieto ante la voluntad Soberana.
La pausa y el silencio cantan una canción doble,
Bajo, al unísono, y por todo el tiempo.
Oh alma humana, el plan de trabajo de Dios
Continúa, ¡no necesita la ayuda del hombre!
¡Para y verás!
¡Quédate quieto y sabrás![20]
CAPÍTULO 7
CÓMO PROFUNDIZAR
NUESTRAS RAÍCES EN DIOS
ESTE MUNDO NOS ha mentido. Aún peor, hemos creído esas mentiras. En
tanto que nuestra cultura está inundada de mentiras, y muchas de ellas son
urdidas por equipos de mercadeo, una mentira particularmente insidiosa ha
convertido nuestra vida en una máquina de perpetuo movimiento. Es algo así:
«Cualquier cosa que valga la pena se puede adquirir inmediatamente».
Debido a que detestamos esperar, hemos convertido la gratificación
instantánea en el estándar de oro. Ahora juzgamos el valor de algo por cuán
rápido puede producir resultados. La velocidad y la eficiencia están de moda;
la calidad está fuera de moda. Cuando hacemos una compra, no preguntamos:
«¿Cuánto durará?» sino «¿Cuán rápidamente puedo tenerla en mis manos?».
Cualquier día preferimos lo barato y desechable y no lo excelente y duradero,
especialmente si eso significa que podemos tenerlo ya.
La mentira de que cualquier cosa que valga la pena se puede adquirir
inmediatamente no ocasiona problemas de largo plazo cuando usted compra
muebles, y es incluso un problema menor con el último aparato electrónico.
Pero es mortal para su vida espiritual. La profundidad de la madurez
espiritual no llega rápidamente; debe desarrollarse con el tiempo. Si la
avaricia es el demonio del dinero, si la lujuria es el demonio del sexo, si el
orgullo es el demonio del poder, entonces la rapidez es el demonio de la
profundidad.
Un autor perspicaz describe nuestra cultura de la manera siguiente: «El
mundo es una atmósfera, un estado de ánimo. Es casi tan difícil que un
pecador reconozca las tentaciones del mundo como lo es para un pez
descubrir las impurezas del agua»[21].
Un aspecto del mundo que he sido capaz de identificar como dañino
para los cristianos es la suposición de que cualquier cosa que valga la
pena puede ser adquirida de inmediato. Asumimos que si hay algo
que se puede hacer de alguna manera, puede hacerse rápida y
eficientemente. Nuestros niveles de atención han sido condicionados
por los comerciales de treinta segundos. Nuestro sentido de la realidad
ha sido comprimido por compendios de treinta páginas.
En un mundo así no es difícil hacer que una persona se interese en
el mensaje del evangelio; es terriblemente difícil mantener el interés.
Millones de personas en nuestra cultura toman la decisión de seguir a
Cristo, pero hay una alta tasa de deserción. Muchos afirman haber
nacido de nuevo, pero la evidencia del discipulado cristiano maduro
es escasa. En nuestra clase de cultura, cualquier cosa, incluso la
noticia de Dios, puede venderse si está empacada como algo fresco;
pero cuando pierde su novedad, se va al montón de basura. En nuestro
mundo hay un gran mercado para la experiencia religiosa; hay poco
entusiasmo por la adquisición paciente de la virtud, poca inclinación
para inscribirse en un largo período de aprendizaje en lo que las
generaciones anteriores de cristianos llamaban santidad[22].
La santidad no se puede adquirir inmediatamente; la santidad requiere
tiempo. Tiempo para estar quietos, y paciencia para aceptar el silencio de
Dios.
El silencio divino
Trece años pasaron en silencio entre los capítulos 16 y 17 de Génesis. No
hubo visión. No hubo voz. No hubo visita. Solo silencio. Trate de imaginar el
silencio total por parte de Dios durante trece años. «Abram tenía ochenta y
seis años cuando nació Ismael. [Silencio.] Cuando Abram tenía noventa y
nueve años...» (Génesis 16:16–17:1). La mayor parte de lectores pasan
zumbando por ese intervalo de silencio para reencontrarse con la acción de la
historia del patriarca. No voy a actuar de manera presumida empezando a
predicar sobre lo que las Escrituras no dicen; simplemente sugiero que
debemos pasar más tiempo reflexionando sobre estos largos lapsos de
silencio. Sin hacer suposiciones sin base, podemos usar nuestra imaginación
y unas cuantas pistas de la narración para ver qué le ocurrió a Abram.
Él no soportó muy bien el silencio anterior del Señor. Después de la
primera aparición de Dios en Ur, Abram había estado hablando más bien
regularmente con Él. Más de una vez, el Señor se le había aparecido a Abram
con reconfirmaciones. Alrededor de su cumpleaños número setenta y nueve,
se había encontrado con Dios después de una victoria milagrosa en el campo
de batalla, pero después no oyó nada durante otros seis o siete años. Luego,
cuando tenía ochenta y cinco años, él y Sarai decidieron implementar su
propio plan.
Cuando su decisión de adelantarse al plan de Dios terminó en un fracaso
espectacular, Abram llegó a una clase de final. Como lo dice la expresión,
«finalmente llegó al fin de sí mismo». Aunque su anhelo por la promesa de
Dios permaneció al frente y al centro de su mente, al final se rindió al
cuidado soberano y omnisciente de Dios. En este siguiente encuentro con
Dios, Abram no hizo ninguna pregunta ni planteó ninguna queja por su larga
espera; simplemente «se postró sobre su rostro» (Génesis 17:3, RVR60) ante
su Amigo divino.
Después de trece años, el Señor rompió el silencio con una nueva
reintroducción. Cuando se le apareció a Abram, dijo: «Yo soy El-Shaddai»
(Génesis 17:1). El es la palabra semítica de todo propósito para «dios», usada
por todo el antiguo Cercano Oriente para referirse a las deidades de muchas
religiones distintas. Shaddai significa «todopoderoso» y aparece aquí como
un sustantivo. Una buena paráfrasis sería: «Yo soy Dios... específicamente, el
Todopoderoso». Es la primera vez que la Biblia usa ese nombre para Dios. La
frase aparece a menudo después de este momento, especialmente en el libro
de Job (treinta y una de las cuarenta y ocho veces en el Antiguo Testamento),
un libro que cuenta la historia de otro hombre que soportó el silencio del
cielo. Este nombre divino lleva el concepto de Dios «todopoderoso,
omnipresente, eterno, omnipotente, omnisciente, fiel, bueno y soberano». El
mensaje directo que Dios comunicó a través de este nombre después de un
silencio largo es el siguiente: Aunque a veces estoy callado, permanezco en
control de tus circunstancias. El Señor dijo, en pocas palabras: «No me he
ido; he estado aquí todo el tiempo, Abram. Hola, otra vez. Yo soy el
Todopoderoso, en caso de que lo hayas olvidado. Debido a que no hemos
hablado por algún tiempo, tengo unas cuantas cosas que decirte
inmediatamente».
«Anda delante de mí», le dijo Dios a Abram (Génesis 17:1, RVR60). El
Señor podría haber elegido cualquier verbo de movimiento: gatea, muévete,
corre. Pudo haber dicho: «Apresúrate, compensa el tiempo perdido». En lugar
de eso escogió la imagen de colocar un pie delante del otro, repetitiva y
consistentemente. Caminar es una acción que lleva a alguien de un lugar a
otro —recuerde, la historia de Abram usa el motivo de un viaje— y (esto es
importante) es una acción sostenible a largo plazo. La carrera de velocidad
cubre distancias cortas y lo dejan a uno exhausto. Un maratón demanda todo
lo que usted tiene para correr la carrera y luego requiere de varios días de
recuperación después. Pero la persona promedio puede caminar kilómetros
cada día y en realidad obtiene fortaleza. (De hecho, ¡mi médico lo
recomienda mucho!).
Tome nota de la preposición inusual en la orden de Dios. Generalmente
pensamos en alguien que camina con otra persona. La preposición hebrea
ante transmite «para, en lo que respecta a». Entendemos que el caminar no es
literal; es una analogía que se refiere a la relación de Abram con Dios.
«Camina con tu atención puesta en Mí haciendo las cosas correctas de
manera repetitiva y regularmente, día tras día, durante el largo plazo de tu
vida. Haz esto mientras Yo marco la cadencia».
Cualquiera que haya servido en el ejército conoce el término cadencia
demasiado bien. Mis primeros días de entrenamiento en el Cuerpo de
Infantería de Marina comenzaban antes de que saliera el sol, con el
entrenamiento de resistencia y marcha. En el Cuerpo de Infantería, ¡el
«todopoderoso» es su instructor de ejercicios! El lugar donde usted aprende a
marchar se llama «el triturador», una extensa superficie de asfalto dedicada a
la instrucción de marcha y los ejercicios de formación cerrada. Durante horas,
los reclutas aprenden la voz de su maestro y practican llevar el paso. Una sola
voz mantiene a docenas de personas de una compañía caminando juntas en la
misma dirección. Sin la cadencia hay caos.
El triturador generalmente tiene más de una compañía de reclutas
marchando a la misma vez. Cada compañía debe aprender a oír la voz única
de su instructor de ejercicios. Y créame, usted no tarda mucho en estar en
sintonía con ese ladrido incomparable de su instructor de ejercicios. En
apenas unas cuantas semanas, usted es capaz de detectar su voz en cualquier
multitud, en cualquier momento.
En cierto sentido, El-Shaddai le ordenó a Abram: «Camina conmigo
mientras Yo marco la cadencia».
Esta primera orden llevó a otra: «Y sé perfecto» (Génesis 17:1, RVR60).
El término perfecto significa «completo, entero, firme, inalterado, que tiene
integridad». No sin pecado, nadie puede lograr eso. El mandamiento significa
permanecer moralmente fundamentado, incluso después de los errores. La
conjunción «y» implica que ser perfecto es el resultado de andar delante de
Dios; uno es consecuencia del otro. Para parafrasearlo: «Mantén tus ojos fijos
en Mí, con tu oído entonado a Mi voz y tu mente alerta a Mi dirección. En el
proceso, Abram, descubrirás que te has elevado por encima de la
superficialidad frívola del mundo que te rodea».
Aunque el Señor impulsó a Abram para que caminara con Él y para que
fuera perfecto, debe quedar claro que Dios no le pidió que hiciera algo nuevo
o distinto. Creo que durante los últimos trece años, para Abram había llegado
a ser un hábito caminar con Dios, y cada vez llegaba a ser más «completo,
entero, firme, sin defectos». El Señor afirmó su fiel caminar y lo animó a
continuar. En los ininterrumpidos años de silencio, Abram llegó a ser un
hombre de fe profunda.
En su libro Celebración de la disciplina, Richard Foster escribe: «La
superficialidad es la maldición de nuestra era. La doctrina de la satisfacción
inmediata es el principal problema espiritual. Lo que hoy se necesita
desesperadamente no es un número mayor de personas inteligentes, ni de
personas de talento, sino de personas de vida espiritual profunda»[23]. Yo lo
desafío a estar en busca de gente profunda. Mire cuidadosamente. No
encontrará sobreabundancia. Nuestras escuelas gradúan a muchas personas
instruidas. Las compañías destacadas buscan a la gente más inteligente. Las
personas dotadas se van en masa a las ciudades más grandes de su país. Pero
las personas de profundidad son escasas. No mucha gente tiene la previsión
ni la paciencia para cultivar raíces espiritualmente profundas.
El andar con Dios
Pasaron casi veinticinco años desde que el Señor le habló a Abram por
primera vez en Ur. Desde entonces, sus raíces espirituales se habían
introducido profundamente en la tierra de la fe en su Dios. Por fin confiaba
en la promesa del Señor y descansaba en Su voluntad soberana. Ahora era
capaz de recibir las bendiciones del pacto.
El Señor anunció: «Daré Mi pacto entre Yo y tú» (Génesis 17:2, mi
traducción literal del hebreo). Por supuesto, el acuerdo no era nuevo; Dios
había «cortado» este pacto antes (véase Génesis 12:1-3; 15:18-21). Él
simplemente reconfirmó el pacto como un precursor al anuncio de que había
llegado el tiempo para el cumplimiento de la primera parte. Para que Abram
llegara a ser el padre de una multitud de naciones, tenía que engendrar un hijo
con Sarai. Para conmemorar este momento, Dios le dio a Abram un nombre
nuevo. Su nombre de nacimiento, «padre exaltado», honraba al dios luna que
el padre de Abram adoraba. Su nombre nuevo, Abraham, significa «padre de
una multitud». Cuando la gente preguntaba en cuanto al significado de su
nombre, él podía explicar: «Me llamo así porque El-Shaddai hizo un pacto
conmigo. Mis descendientes, tan innumerables como las estrellas, llegarán a
ser una nación, y ellos heredarán la tierra en la que ahora estamos parados».
Entonces el Señor reveló más detalles en cuanto a Su plan de redimir al
mundo a través de la nación de Israel. Sus predicciones tomaron la forma de
varias promesas incondicionales. Cinco veces, el Señor afirmó lo que haría
(véase Génesis 17:5-8).
«Te haré sumamente fructífero».
«Tus descendientes llegarán a ser muchas naciones, ¡y de ellos surgirán
reyes!».
«Yo confirmaré Mi pacto contigo y con tus descendientes después de
ti».
«Les daré a ti y a tus descendientes toda la tierra de Canaán, donde
ahora vives como extranjero».
«Yo seré su Dios».
De esta manera, Dios esencialmente dijo: «Estas son las cosas con las que
puedes contar. Yo las haré. Son Mi responsabilidad. Y Abraham, acuérdate
de que es El-Shaddai quien está hablando contigo. Me encargaré de que estas
cosas se lleven a cabo. No lo dudes nunca, ni siquiera cuando no sepas nada
de Mí, ni cuando la vida parezca estancada. Nunca me olvidaré de cumplir lo
que he prometido».
En Génesis 17:9 (RVR60), la frase «en cuanto a ti» señala una transición
en el discurso. El Señor cambió el tema de Sí mismo para enfocarse en
Abraham. Él había esbozado Su propia parte del pacto y le había dado a
Abraham una señal confirmadora en la forma de un nombre nuevo. Entonces
le dio a Abraham un papel que desempeñar. Él tenía que guardar el pacto y
enseñarles a sus descendientes a hacer lo mismo. La palabra hebrea para
guardar quiere decir «vigilar, preservar, tener el cargo de». Es el mismo
término que Dios usó al darle a Adán la responsabilidad de cuidar el huerto
del Edén (véase Génesis 2:15).
El pacto era incondicional, por lo que Abraham no tuvo que hacer nada
para recibir las bendiciones. El Señor quería que Abraham guardara el pacto
al caminar con Él, al darle honra a Dios por medio de un comportamiento
intachable, y al tratar el pacto con dignidad para que todas las naciones fueran
inspiradas a adorar al único Creador verdadero. Como señal de este pacto,
Dios quería que cada varón comenzando con Abraham, llevara un
recordatorio muy personal. Al octavo día de la vida de un varón, su padre
tenía que circuncidarlo. De esa manera, cada niño hebreo llegaría a ser un
hijo del pacto.
Dios no dio la instrucción de «aféitate la cabeza», ni «hazte un tatuaje»,
ni «córtate el dedo meñique». No dio la señal como una declaración pública;
iba a servir como un símbolo personal de la participación del hombre en un
pacto que él no merecía ni había decidido recibir. Se le había dado por la
virtud de haber nacido como descendiente de Abraham. El acto simbólico de
la circuncisión no le daba salvación al niño; simplemente le recordaba que
Dios le da gracia al que no la merece y que, al igual que el padre Abraham,
debe recibirla por fe. Por lo que desde los días antiguos de Abraham hasta
ahora, la circuncisión ha seguido siendo la marca del pacto que lleva cada
varón hebreo obediente.
Para la época de Jesús, alrededor de dos mil años más tarde, muchos
teólogos judíos creían que la circuncisión automáticamente hacía justo a un
niño a los ojos de Dios. El apóstol Pablo dejó las cosas claras: la circuncisión
física es solamente un símbolo del deseo de un hombre de guardar el pacto.
O, por lo menos, eso debería ser. La circuncisión no puede reemplazar una
relación personal con Dios más de lo que un anillo de matrimonio puede
sustituir al matrimonio. En nuestra cultura, se usa un anillo en el dedo anular
de la mano izquierda como señal de estar fielmente casado con un cónyuge.
Si usted es un cónyuge tramposo, su anillo es una mentira. De igual manera,
Pablo escribe que «un verdadero judío es aquel que tiene el corazón recto a
los ojos de Dios. La verdadera circuncisión no consiste meramente en
obedecer la letra de la ley, sino que es un cambio en el corazón, producido
por el Espíritu» (Romanos 2:29). Los escritores judíos llamaban a esta
devoción interna a Dios la circuncisión del corazón (véase Deuteronomio
10:16; 30:6, RVR60).
Después de haber discutido Su propia parte del pacto, y la de Abraham, el
Señor giró hacia el papel de Sarai en el asunto. Al igual que su esposo, Sarai
recibiría un nombre nuevo: Sara, que significa «princesa», un nombre
adecuado para una mujer cuyos descendientes gobernarían como reyes. Este
anuncio llevó a otro: «Yo la bendeciré, ¡y te daré un hijo varón por medio de
ella! Sí, la bendeciré en abundancia, y llegará a ser la madre de muchas
naciones. Entre sus descendientes, habrá reyes de naciones» (Génesis 17:16).
La idea de que Sara llegara a estar embarazada a la edad de noventa años
tomó a Abraham por sorpresa. Después de un momento breve, cayó en cuenta
de que Dios hablaba en serio. Un padre centenario habría sido inusual, pero
no médicamente imposible. Pero que Sara tuviera un bebé a los noventa años
requeriría un milagro. Como respuesta, Abraham «se postró sobre su rostro, y
se rió» (Génesis 17:17, RVR60).
Durante los trece años del silencio de Dios, Abraham aprendió a confiar
en Dios implícitamente. Sabía que el Señor lo bendeciría con descendientes
innumerables, pero seguramente para este momento él había asumido que
sería a través de la descendencia de Ismael. Para aclarar esto con Dios, él
puso la idea ante Él en forma de una bendición solicitada para su hijo. Yo
parafrasearía esta observación de esta manera: «Oh, que Ismael “ande delante
de ti” como tú me lo ordenaste, que “sea perfecto” y que por lo tanto disfrute
tu bendición del pacto» (Génesis 17:18).
La respuesta de Dios fue enfática: «No. Sara, tu esposa, te dará a luz un
hijo. Le pondrás por nombre Isaac, y yo confirmaré mi pacto con él y con sus
descendientes como pacto eterno» (Génesis 17:19).
Aunque Ismael no llegaría a ser el portador de la bendición del pacto de
Dios para el mundo, no sería olvidado. «Con respecto a Ismael, también a él
lo bendeciré, tal como me has pedido. Haré que sea muy fructífero y
multiplicaré su descendencia. Llegará a ser padre de doce príncipes, y haré de
él una gran nación» (Génesis 17:20).
El Señor le ordenó a Abraham que a su nuevo hijo le pusiera de nombre
Isaac, que significa: «él ríe». Entonces, cada vez que Abraham contara la
historia que estaba detrás del nombre de Isaac, él tendría que admitir su
incredulidad. Por supuesto, también admitiría haberse reído de alegría
incontenible por el nacimiento milagroso del hijo que había esperado por
tanto tiempo. Alrededor de doce meses después, Abram y Sarai, recién
llamados Abraham y Sara, le dieron la bienvenida a la «risa» en su hogar.
Creciendo más profundamente
Esta historia de Abraham, que Dios preservó para nuestra instrucción, es un
llamado urgente a reducir la velocidad, a reflexionar sobre lo que es
importante, a conectarse con el único Creador verdadero, y luego a
determinar cómo viviremos ahora. Acéptelo de un tipo que ya ha estado vivo
por más de setenta y cinco años (o mejor aún, de Abraham, ¡que vivió hasta
los 175 años!): no lamentará haber reducido la velocidad. De hecho, reducir
la velocidad lo ayudará a evitar toda una vida llena del estorbo de los
remordimientos. Busque estar solo. Encuentre una manera de disminuir el
ruido. Separe tiempo para la meditación. El mundo le ha mentido. No puede
sacar más de la vida yendo más rápido, haciendo más. Al contrario, es
cuando disminuye la velocidad y crece más profundamente que comienza a
recibir todo lo que Dios tiene reservado para usted.
Si hace el compromiso, y no se equivoque, es una decisión que demanda
sacrificio, pronto recibirá por lo menos tres beneficios.
Su discernimiento aumentará. El discernimiento es «la cualidad de ser
capaz de entender y comprender lo que es oscuro; es un poder para ver lo que
no es evidente para la mente promedio»[24]. Cuando la vida es un trazo
confuso, pasamos por alto todos los detalles que hacen que vivir valga la
pena. Sin el discernimiento, vemos sin observar, oímos sin escuchar, y la vida
llega a ser una serie de experiencias sin significado. Estamos inundados de
escenas al azar que no cuentan una historia. Sin discernimiento somos, en
palabras de William Irwin Thompson, «como moscas que andan por el techo
de la Capilla Sixtina: no podemos ver qué ángeles y dioses están debajo del
umbral de nuestras percepciones. No vivimos en la realidad; vivimos en
nuestros paradigmas, en nuestras percepciones habituales, en nuestras
ilusiones; llamamos realidad a las ilusiones que compartimos a través de la
cultura, pero la realidad histórica verdadera de nuestra condición es invisible
para nosotros»[25].
Crezca profundamente en su relación con Dios, y comenzará a percibir a
las personas y, por lo tanto, disfrutará una profundidad en sus relaciones
como nunca antes. Se entenderá a sí mismo, incluso sus propias motivaciones
y defectos, y a medida que deja que el Señor trate con ellos, vivirá más
sensatamente, experimentará más alegría y menos drama. Entenderá una
cantidad de cosas que actualmente son misterios para usted.
Su ansiedad disminuirá. Para decirlo de forma sencilla, cuando usted
disminuye la velocidad y va más profundamente, experimentará menos
preocupaciones. No porque sus problemas desaparezcan. Y no simplemente
porque usted ha decidido involucrarse en menos actividades. Crecer en la
profundidad de su relación con el Señor le permite interesarse mucho menos
en lo que los demás piensan, que es una fuente común de ansiedad.
Aprenderá a interesarse en otros sin permitir que sus opiniones le ocasionen
estrés.
Más importante aún, experimentará menos ansiedad porque tiene un
Abogado divino que cuida de sus intereses. Las probabilidades imposibles se
reducirán a nada ante nuestro Amigo todopoderoso. Cuando crecemos
profundamente con Él, aprendemos a pensar como Él piensa y a tomar las
decisiones que Él se deleita en ratificar. Liberamos el férreo control que
tenemos de las cosas que son temporales y pasajeras, abrazamos solo lo que
da gozo genuino y aprendemos a sujetarlo todo holgadamente.
Cuando usted está en sintonía con la guía de Dios, la ansiedad se
desvanece más rápidamente que la niebla de la mañana.
Evitará las tragedias innecesarias. Al disminuir la velocidad, al tomar la
vida paso a paso, al caminar deliberadamente por el trayecto en sintonía con
el Señor, no creará consecuencias que le ocasionen vergüenza o que lo
sobrecarguen con remordimiento demoledor. Casi siempre, cada vez que me
apresuro y me adelanto, lo lamento después. Incluso cuando el camino está
despejado, paso por alto detalles al adelantarme. Pierdo matices críticos que
habrían hecho que mis decisiones fueran más efectivas.
El difunto Billy Rose, un columnista popular de antaño, escribió una
historia corta que me confirma el punto. Me ayudó a cambiar la forma en que
yo percibía el tiempo, las circunstancias, el mundo y mi lugar en él.
Había una vez un hombre que, con su papá, cultivaban un pequeño
terreno. Varias veces al año llenaban de vegetales la vieja carreta
tirada por un buey e iban a la ciudad más cercana a vender sus
productos. Excepto por su nombre y el pedazo de tierra, el padre y el
hijo tenían poco en común. El viejo creía en tomar las cosas con
calma. El muchacho generalmente andaba deprisa... era de la clase
dinámica y ambiciosa.
Muy temprano una mañana, engancharon el buey a la carreta
cargada y comenzaron el largo trayecto. El hijo pensó que si
caminaban más rápido, que si continuaban todo el día y la noche,
llegarían al mercado temprano a la mañana siguiente. Por eso siguió
punzando al buey con un palo, apremiando a la bestia para que
siguiera avanzando.
—Tómalo con calma, hijo —dijo el anciano—. Durarás más
tiempo.
—Pero si llegamos al mercado antes que los demás, tendremos
una mejor oportunidad de obtener mejores precios— argumentó el
hijo.
No hubo respuesta. El papá solo se jaló el sombrero sobre los ojos
y se durmió en el asiento. Impaciente e irritado, el joven siguió
espoleando al buey para que caminara más rápido. Este se rehusaba a
cambiar su ritmo obstinado.
Después de horas y seis kilómetros y medio en el camino, llegaron
a una pequeña casa. El padre se despertó, sonrió y dijo: —Esta es la
casa de tu tío. Detengámonos para saludarlo.
—Pero ya perdimos una hora —se quejó el joven fanfarrón.
—Entonces unos cuantos minutos más no importarán. Mi
hermano y yo vivimos muy cerca, aun así, rara vez nos vemos.
El chico estuvo inquieto y furioso mientras los dos hombres reían
y hablaban por casi una hora. De vuelta en el camino, el hombre tomó
su turno para guiar al buey. A medida que se acercaban a una
bifurcación en el camino, el padre dirigió al buey hacia la derecha.
—El camino de la izquierda es más corto —dijo el hijo.
—Lo sé —respondió el anciano—, pero este camino es mucho
más bonito.
—¿No le tienes respeto al tiempo? —le preguntó el joven con
impaciencia.
—¡Ah! ¡Lo respeto mucho! Por eso es que me gusta usarlo para
ver la belleza y disfrutar cada momento al máximo.
El camino serpenteante pasó por prados agradables, flores
silvestres y a lo largo de un riachuelo ondulado, todos los cuales se
perdió el joven porque estaba agitado por dentro, preocupado y
ardiendo de ansiedad. Ni siquiera se dio cuenta de lo encantadora que
era la puesta del sol ese día.
El ocaso los encontró en lo que parecía un enorme jardín colorido.
El anciano absorbió el aroma, oyó el riachuelo burbujeante e hizo que
el buey se detuviera. —Durmamos aquí —dijo.
—Este es el último viaje que hago contigo —respondió
bruscamente su hijo—. ¡Estás más interesado en ver las puestas de sol
y en oler las flores que en ganar dinero!
—¡Vaya! Eso es lo más agradable que has dicho en mucho tiempo
—dijo el papá sonriendo. Un par de minutos después él roncaba
mientras su hijo observaba las estrellas. La noche pasó lentamente; el
hijo estaba inquieto.
Antes del amanecer, el joven sacudió con prisa al padre para
despertarlo. Se levantaron y continuaron. Como a un kilómetro y
medio por el camino, se encontraron con otro agricultor, un completo
extraño, que trataba de sacar su carreta de una cuneta.
—Ayudémoslo —susurró el anciano.
—¿Y perder más tiempo? —dijo el hijo violentamente.
—Relájate, hijo... Tú mismo podrías estar en una cuneta algún día.
Tenemos que ayudar a otros que lo necesitan, no lo olvides. —El hijo
miró hacia otro lado con ira.
Eran casi las ocho esa mañana cuando la otra carreta estuvo de
regreso en el camino. De repente, un gran destello dividió el cielo.
Siguió lo que se oyó como un trueno. Más allá de las montañas, el
cielo se puso oscuro.
—Se ve como una gran lluvia en la ciudad —dijo el anciano.
—Si nos hubiéramos apresurado ya habríamos vendido casi todo
—gruñó su hijo.
—Tómalo con calma... Durarás más tiempo. Y disfrutarás la vida
mucho más —le aconsejó el amable anciano.
Era avanzada la tarde cuando llegaron al cerro que daba a la
ciudad. Se detuvieron. La observaron hacia abajo por mucho, mucho
tiempo. Ninguno de los dos dijo una palabra. Finalmente, el joven
puso la mano en el hombro de su padre y dijo: —Ahora entiendo lo
que quieres decir, Papá.
Le dieron vuelta a su carreta y comenzaron a alejarse lentamente
de lo que una vez fue la ciudad de Hiroshima[26].
Disminuya la velocidad. Aprenda a esperar en Dios. Dedíquese
deliberadamente a caminar con Él en lugar de tomar decisiones y después
esperar que Él ratifique sus elecciones. Deje que Él sea su abogado. Deje que
Él le quite su ansiedad mientras que usted se apoya en Él para todo. Ríndale a
Él todo el control de cada asunto; de todas formas, usted tiene poco control
sobre ellos.
Ande un poco más lento. Crezca más profundamente.
CAPÍTULO 8
UNO DE ESOS DÍAS CON
ALTIBAJOS
TODOS HEMOS EXPERIMENTADO días memorables y significativos que nos
dejan con dulces recuerdos para saborear. A veces son planificados, como el
día de una boda, el primer día de unas vacaciones, una celebración de
cumpleaños o aniversario, o una reunión con familia y amigos. Otros días
llegan como de casualidad y traen consigo deleites totalmente inesperados
que ninguna cantidad de planificación podría haber hecho posible. Yo los
llamo «los días del Salmo 16:11»: «Me mostrarás el camino de la vida, me
concederás la alegría de tu presencia y el placer de vivir contigo para
siempre».
Esos son días maravillosos, «días altos». ¿Quién no quiere más de esos
días?
Luego, por supuesto, todos hemos tenido días que son malos y tristes.
Sabemos que estos días le llegan a cada vida, pero esperamos
desesperadamente poder evitarlos. Ellos roban nuestra alegría y nos dejan
desilusionados. Imprimen en nuestro cerebro recuerdos que no queremos
tener pero que no podemos olvidar. Dejan a su paso heridas que nunca sanan
bien. Yo los llamo «los días de Job 14:1»: «¡Qué frágil es el ser humano!
¡Qué breve es la vida, tan llena de dificultades!».
Los días más raros de todos son los que nos elevan hasta muy arriba y
luego nos hacen desplomarnos muy abajo, todo dentro de un período de doce
horas. Yo los llamo «días de altibajos». Vertiginosos y surrealistas,
podríamos confundirlos con un sueño, excepto que dejan a su paso
consecuencias que no podemos negar ni ignorar, por más que quisiéramos
hacerlo. Nadie está inmune; todos experimentarán estos días de altibajos en
algún momento. Incluso los que caminan más cerca de Dios.
Charles Haddon Spurgeon, una de las grandes voces cristianas de la
época victoriana, describió días como estos en su excelente obra Lectures To
My Students (Discursos a mis estudiantes). En un capítulo que se titula «Los
desmayos del ministro», escribe: «El exceso de alegría o emoción debe
pagarse con depresiones posteriores».
Los tiempos más favorables para los ataques de depresión, hasta
donde yo los he experimentado, pueden resumirse en un breve
catálogo. El primero entre ellos que tengo que mencionar es la hora
de gran éxito. Cuando al fin se cumple un deseo que se ha tenido por
mucho tiempo, cuando Dios ha sido glorificado grandemente por
nuestro medio y se logra un gran triunfo, entonces estamos aptos para
desmayarnos.
Esa fue mi experiencia cuando recién llegué a ser pastor en
Londres. Mi éxito me impactó; y el pensamiento de la carrera que
parecía abrirse, lejos de enorgullecerme, me lanzó a las profundidades
más bajas, desde las que expresé mi miserere y no encontré espacio
para un gloria in excelsis. ¿Quién era yo para continuar dirigiendo a
una multitud tan grandiosa?[27].
Días de altibajos. Nadie está inmune. Ni los predicadores. Ni siquiera los
padres. Imaginen que ustedes son los padres que recibieron la siguiente carta
de su hija que estaba lejos en la universidad:
Queridos Papá y Mamá:
Pensé mandarles una nota para ponerlos al tanto de mis planes. Me
enamoré de un chico que se llama Juan. Él dejó la preparatoria antes
de su último año para casarse. Hace como un año se divorció.
Hemos estado juntos por dos meses y planificamos casarnos en el
otoño. Mientras tanto, he decidido mudarme a su apartamento (creo
que es posible que esté embarazada).
En todo caso, dejé de estudiar la semana pasada, aunque me
gustaría terminar la universidad en algún momento en el futuro.
En la siguiente página ella continúa:
Mamá y Papá, solo quiero que sepan que todo lo que he escrito hasta
aquí es falso. NADA de eso es cierto. Pero SÍ es cierto que saqué una
mala calificación en francés y que reprobé en matemáticas. Y ES
cierto que voy a necesitar más dinero para mis pagos de matrícula.
Cualquier clase de día que usted esté experimentando, a veces ayuda
poner las cosas en perspectiva.
Levantando a Abraham
Génesis 18 describe uno de los días de altibajos más extremos que se hayan
experimentado alguna vez. Y le ocurrió, por supuesto, a Abraham.
Unos cuantos días antes, o quizás unas cuantas semanas a lo máximo, el
Señor se le había aparecido a Abraham para finalmente anunciarle el
cumplimiento de su promesa. Sara daría a luz a un hijo. Junto con una serie
de promesas en cuanto a sus descendientes, el futuro patriarca había recibido
un nombre nuevo, al igual que su compañera de toda la vida. Al principio, él
se había reído al pensar que a su esposa de noventa años se le abultaría el
vientre y que luego amamantaría a un bebé. Al volver a su carpa esa noche,
había dicho poco, si acaso algo, en cuanto a su encuentro más reciente con
Dios. Si la promesa era verdad, ella lo averiguaría por su cuenta lo
suficientemente pronto.
Abraham estableció su campamento cerca de Hebrón, en la tierra de su
viejo amigo Mamre. Años antes había construido un altar allí (véase Génesis
13:18), y fue en este lugar que se enteró del secuestro de Lot (véase Génesis
14:12-13). El valle del río Jordán, que en ese entonces era un pasto enorme,
bien irrigado y ocupado por Sodoma y Gomorra, estaba a un día de viaje por
las laderas hacia el oriente. Mientras que Abraham estaba sentado a la sombra
de su carpa, tres hombres se acercaron. O, más bien, pareció que habían
salido de la nada.
Abraham respondió inmediatamente al salir corriendo para saludarlos con
una reverencia. Siendo que inclinarse era, y todavía es, el equivalente antiguo
de un apretón de manos occidental, sus acciones indicaban que reconoció
algo especial en cuanto a estos visitantes. «Se postró en tierra» (Génesis 18:2,
RVR60), una exhibición fuera de lo común que generalmente no se les daba a
los extraños. Él se dirigió al obvio líder como «mi señor», de la misma
manera en la que nosotros llamaríamos a alguien «caballero». Abraham
entonces ofreció su hospitalidad a los hombres, diciendo: «Si le agrada,
deténgase aquí un rato. Descansen bajo la sombra de este árbol mientras les
traen agua para lavarse los pies. Ya que han honrado a su siervo con esta
visita, permítanme prepararles comida para que recobren fuerzas antes de
continuar su viaje» (Génesis 18:3-5).
La gente del antiguo Cercano Oriente daba hospitalidad a los extranjeros,
como un deber sagrado y un honor personal. Abraham dijo, en pocas
palabras: «Por favor, concédanme el honor de permitir que yo los haga sentir
cómodos». Cuando ellos aceptaron, él y Sara se pusieron a trabajar
inmediatamente. No enviaron sirvientes a hacerlo todo; prepararon una
espléndida comida con sus propias manos. Abraham mató un becerro de
primera calidad de la manada y lo preparó junto con leche y queso fresco.
Sara usó «tres medidas» de harina (aproximadamente veinte kilos) para hacer
suficiente pan, ya sea para alimentar a todo el campamento o para despedir a
los hombres bien suplidos.
Mientras los hombres comían, preguntaron: «¿Dónde está Sara, tu
esposa?».
Esto tuvo que haber hecho que Abraham diera un paso atrás sorprendido.
Primero, ¿cómo sabían unos perfectos extraños el nombre de su esposa? Era
posible que se hubieran enterado del famoso rescatador de Sodoma y
Gomorra, del legendario líder de comando que había humillado al temible
Quedorlaomer. Y en las historias sobre Abraham, los vecinos también
podrían haber mencionado a su esposa. Pero los extraños la llamaron Sara, no
Sarai. Solo Dios y Abraham sabían del cambio de su nombre.
Tal vez con un escalofrío que corrió por su columna, Abraham respondió
simplemente: «Está dentro de la carpa». Notablemente, no dijo nada más. La
gente que ha crecido espiritualmente de manera profunda sabe cuándo dejar
de hablar y cuándo escuchar. También ha aprendido a reconocer los
momentos decisivos que alteran la vida en el momento en que ocurren, no
simplemente cuando las repercusiones comienzan a manifestarse. Para
entonces, Abraham sabía con seguridad que ellos no eran unos viajeros
ordinarios; los hombres que estaban cenando en su campamento tenían que
ser mensajeros de Dios, aunque el concepto de ángeles no habría entrado en
su mente.
Gracias al arte del Renacimiento y a la cultura popular estamos
entrenados para imaginar a los ángeles como hombres o mujeres con rostros
pálidos y túnicas blancas, con alas gigantes de aves y aureolas. A veces tocan
arpas mientras están sentados en nubes. Pero la Biblia los presenta como
emisarios misteriosos del mundo espiritual, creados por Dios (no seres
queridos que han muerto, a quienes se les ha entregado un par de alas) para
llevar a cabo sus instrucciones, generalmente para llevar un mensaje. La
palabra hebrea es malach, que significa «mensajero, emisario». Aunque los
ángeles son seres espirituales, al igual que su Hacedor, pueden tomar forma
física. En este caso, aparecieron como humanos. No como simples
apariciones; se les podía tocar, hablaban y comieron y bebieron.
Abraham no podía haber sabido nada de los ángeles. Nunca antes se había
topado con ellos, aunque Agar sí (véase Génesis 16:7). Él solo sabía que
estos mensajeros representaban los intereses de Dios y que poseían
conocimiento divino.
Uno de los hombres dijo: «Yo volveré a verte dentro de un año, ¡y tu
esposa, Sara, tendrá un hijo!» (Génesis 18:10). Sus palabras hicieron que
Abraham recordara las que Dios había dicho anteriormente: «mi pacto se
confirmará con Isaac, quien nacerá de ti y de Sara dentro de un año» (Génesis
17:21). Sin embargo, esta vez Abraham no se rió. Pero Sara, escuchando a
escondidas del otro lado de la tela de la carpa, no pudo evitar reírse.
Ella sabía del pacto de Dios con Abraham. Sin duda, él le había contado
todo cuando habían salido de Ur y había compartido con ella sus muchos
encuentros con Dios durante los últimos años. Ella incluso había intentado
ayudar a avanzar el plan de Dios con su sugerencia de que Abraham
produjera un heredero a través de Agar. Pero ahora, por primera vez, ella
estaba oyendo el plan de Dios con sus propios oídos. Y «ella se rió adentro de
sí misma» (una traducción literal), pensando: «¿Cómo podría una mujer
acabada como yo disfrutar semejante placer, sobre todo cuando mi señor —
mi esposo— también es muy viejo?» (Génesis 18:12).
Para decirlo con palabras actuales, ella pensó: Yo no soy ninguna
polluela; más bien soy una gallina moribunda. Y él ya no es un garañón.
Todo duele... y lo que no duele, ¡ya no funciona!
Los hebreos usaban el término «desgastado» para describir la ropa que
estaba andrajosa. El desierto puede ser duro para la ropa. Piense en una
prenda que está raída y polvorienta, con los colores desvanecidos por el sol,
con manchas donde la tela se ha desgastado, con agujeros que se han zurcido
y con orillas que ahora están deshilachadas. La gente no hace ropa nueva con
tela desgastada; la utiliza como paños de limpieza. Así es como Sara se
consideraba a sí misma. Demasiado vieja, demasiado desgastada para ser
digna de «tal placer». Esta colorida palabra hebrea para placer describe algo
que es un lujo poco común, exclusivo, no disponible para la mayoría de la
gente.
A los noventa años, Sara vio la idea de llegar a estar embarazada como
impensable. Los deleites de la maternidad simplemente no les llegan a las
mujeres de noventa años. Es cierto que noventa años indicaban la marca de
tres cuartos en su largo período de vida, pues ella vivió hasta los 127 años,
pero su cuerpo no podía estar preparado para las náuseas de la mañana, la
fatiga, los pies hinchados y las estrías. Sin mencionar que todo eso culminaría
con el doloroso maratón que llamamos parto.
A lo largo de la historia, sutil y gradualmente, el narrador ha revelado
pistas en cuanto a los tres visitantes de Abraham. Al principio ellos parecen
viajeros ocasionales que inesperadamente encuentran su campamento (véase
Génesis 18:2). El esfuerzo adicional de Abraham de ofrecerles hospitalidad
sugiere que reconoció algo especial en ellos, pero no vemos nada
significativo hasta que se sirvió la comida. Cuando ellos demostraron
conocimiento íntimo que solo Abraham y Dios compartían, nos enteramos de
que son emisarios del cielo, más que simples humanos.
Después de que Sara se rió para sí misma y expresó duda interna, uno de
los hombres habló. En las palabras del narrador, «El SEÑOR le dijo a
Abraham...» (Génesis 18:13, el énfasis es mío). Ahora sabemos que uno de
los hombres no era otro que Dios mismo, apareciendo en forma humana. La
mayoría de teólogos cristianos evangélicos consideran esto como una
aparición de Dios el Hijo antes de Su nacimiento en la tierra como el hombre
Jesús. El Antiguo Testamento no dice esto directamente, pero las pistas
concuerdan. El Señor dijo, no los ángeles: «¿Por qué se rió Sara y dijo:
“¿Acaso puede una mujer vieja como yo tener un bebé?”? ¿Existe algo
demasiado difícil para el SEÑOR? Regresaré dentro de un año, y Sara tendrá
un hijo» (Génesis 18:13-14).
A propósito, en el Nuevo Testamento, un mensajero celestial se le
apareció a una joven soltera, virgen, en Nazaret para anunciarle que tendría
un hijo que sería el Mesías prometido. Ella dijo: «¿Pero cómo podrá suceder
esto? [...] Soy virgen» (Lucas 1:34). Después de explicar que concebiría
milagrosamente por el poder del Espíritu Santo, él le dio una señal para
estimular su creencia: «Tu parienta Elisabet, ¡quedó embarazada en su vejez!
Antes la gente decía que ella era estéril, pero ha concebido un hijo y ya está
en su sexto mes de embarazo. Pues la palabra de Dios nunca dejará de
cumplirse» (Lucas 1:36-37, el énfasis es mío).
Sara no comprendió totalmente lo que acababa de ocurrir. Ella no había
tenido los encuentros personales con Dios que Abraham había
experimentado. Él reconoció a los hombres como mensajeros divinos con
habilidades y conocimiento sobrenaturales. Así que Sara negó haberse reído.
Negó su duda interna. Pero el mensajero, el Señor, sabía la verdad. Sin
embargo, no se quedó para discutirlo. Él tenía que atender otros asuntos más
serios.
El derrumbamiento de Sodoma
Los hombres se fueron hacia el oriente. Viajarían casi 32 kilómetros por las
laderas desde Hebrón hasta el exuberante valle del río Jordán, donde estaban
las ciudades gemelas de Sodoma y Gomorra. Abraham caminó con los
hombres parte del camino como cortesía.
Al contar esta historia, el narrador usa un recurso literario llamado
soliloquio. Los actores conocen bien el término. Es cuando un personaje en el
escenario comparte con la audiencia sus pensamientos o motivaciones
internas. A veces, un personaje que está parado entre una multitud se hace a
un lado para expresar su monólogo interior en voz alta. La audiencia acepta la
ilusión de que los demás personajes no pueden oír a este personaje. El
hombre ya revelado como Dios ofrece el siguiente soliloquio para nuestro
beneficio.
«¿Ocultaré mis planes a Abraham? —preguntó el SEÑOR—. Pues
Abraham sin duda llegará a formar una nación grande y poderosa, y
todas las naciones de la tierra serán bendecidas por medio de él. Yo lo
escogí a fin de que él ordene a sus hijos y a sus familias que se
mantengan en el camino del SEÑOR haciendo lo que es correcto y
justo. Entonces yo haré por Abraham todo lo que he prometido».
GÉNESIS 18:17-19
Desde luego, Dios literalmente no tiene diálogos internos consigo mismo
de la manera en que nosotros los tenemos. Presentar al Todopoderoso de esta
manera humana es otra técnica literaria llamada antropomorfismo.
Representa a Dios, un Ser infinito e indescriptible, en condiciones humanas
que nos ayudan a entenderlo mejor. En este caso, el narrador nos permite ver
la motivación de Dios para incluir a Abraham en Sus planes de lidiar con la
maldad de Sodoma y Gomorra. El Señor dijo, en efecto: «He escogido a
Abraham y a sus descendientes para que sean mis representantes humanos
ante todos los otros pueblos del mundo. Para equiparlo para el trabajo, tengo
que darle conocimiento privilegiado en cuanto a lo que hago y por qué. La
manera en que lidie con Sodoma y Gomorra será su primera lección oficial
como mi asistente humano».
En base a Su decisión de incluir a Abraham en Sus planes, el Señor
involucró al patriarca en un diálogo. Dios sabía desde el principio lo que iba a
hacer. Él es omnisciente; Él sabe los acontecimientos futuros antes de que
ocurran. El narrador de la historia deja eso claro durante el diálogo anterior
de Abraham con los hombres. Ellos ven los acontecimientos futuros con
detalles exactos. Oyen los pensamientos internos de los demás con una
claridad cristalina. Y, además de ser omnisciente, Dios es soberano. Él no
necesitaba el permiso de Abraham antes de pronunciar Su juicio sobre estas
ciudades malvadas. Él dialogó con Abraham para que Su hombre escogido
viera la razonabilidad de Sus acciones. «Así que el SEÑOR le dijo a Abraham:
—He oído un gran clamor desde Sodoma y Gomorra, porque su pecado es
muy grave. Bajaré para ver si sus acciones son tan perversas como he oído. Si
no es así, quiero saberlo» (Génesis 18:20-21).
De nuevo, tome nota del antropomorfismo y tenga en mente el propósito
de Dios al dialogar con Abraham. Además, nunca suponga que las palabras
están colocadas en la Biblia para llenar espacio o simplemente para terminar
una oración. Cada palabra tiene un propósito. Cada adverbio. Cada
preposición. Cada verbo. Cada sustantivo.
El primer término que me llama la atención es clamor. El término hebreo
describe un «grito de socorro en tiempo de aflicción... La palabra se usa casi
exclusivamente con referencia a un grito de un corazón perturbado, que tiene
necesidad de alguna clase de ayuda. El grito no es para llamar a otra persona,
sino una expresión de la necesidad que se siente. Muy frecuentemente, el
grito se dirige a Dios»[28]. Es la misma palabra que el Señor usó cuando
confrontó a Caín después de que Caín asesinó a Abel: «¿Qué has hecho?
¡Escucha! ¡La sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra!» (Génesis
4:10). Posteriormente, se usaría para describir el sufrimiento de los israelitas
bajo la esclavitud de Egipto (véase Éxodo 2:24; 3:7).
Este contexto sugiere que el grito que Dios oyó llega en contra de las
ciudades malvadas, no desde ellas. Debido a que el pecado y la maldad
siempre tienen víctimas, es razonable asumir que el clamor llega de los que
sufrían a manos de Sodoma y Gomorra. Los gritos no tienen que dirigirse
directamente a Dios. Sin embargo, los gemidos de dolor profundo y los
alaridos angustiantes de terror llegan a los oídos de Dios. Los clamores de los
heridos pueden estar ocultos de nuestros oídos o pueden permanecer
encerrados en las almas de las víctimas del pecado, pero nunca se ocultan de
los oídos de Dios.
Dios es omnipresente, lo que significa que Él está presente en todo el
universo, en todo momento. Él es omnisciente, lo sabe todo. Él nunca
aprende nada. No tiene que ir a ninguna parte para obtener información. Aun
así, Él decidió bajar a la tierra desde el cielo, y decidió usar la piel de la
humanidad para confrontar el pecado de Sodoma y Gomorra. Él lo hizo para
nuestro beneficio, no para el suyo. Al llegar en la forma de un hombre, Dios
envió un mensaje a Abraham... y a nosotros. Su mensaje podría sonar algo
así: «Yo hice el mundo perfecto, pero los humanos han distorsionado mi
creación hasta convertirla en algo grotesco. Yo podría abandonarlos a todos
ustedes a la inmundicia de su pecado y dejar que se consuman en su propia
depravación, pero los amo. Oigo sus gritos angustiantes. Sepan que estoy con
ustedes, entre ustedes, y que estoy obrando para redimirlos de esta maldad».
Los otros hombres se dieron la vuelta y se dirigieron a Sodoma, pero
el SEÑOR se quedó con Abraham. Abraham se le acercó y dijo:
—¿Destruirás tanto al justo como al malvado? Supongamos que
encuentras cincuenta personas justas en la ciudad, ¿aun así la
destruirás y no la perdonarás por causa de los justos? Seguro que tú
no harías semejante cosa: destruir al justo junto con el malvado. ¡Pues
estarías tratando al justo y al malvado exactamente de la misma
manera! ¡Sin duda, tú no harías eso! ¿Acaso el Juez de toda la tierra
no haría lo que es correcto?
GÉNESIS 18:22-25
La depravación total de Sodoma y Gomorra había llegado a ser infame;
todos en Canaán y más allá sabían lo que pasaba allí. Para poner su
inmoralidad en perspectiva, considere lo siguiente: las culturas politeístas y
supersticiosas de esa época despreciaban a esas ciudades ¡y las consideraban
inmorales! Y eso que muchas de ellas practicaban la prostitución y sacrificios
infantiles en los templos como parte de sus ritos de fertilidad. Debido a que
las dos capitales gemelas del pecado habían corrompido a todo el extremo sur
del valle del río del Jordán, Abraham había decidido vivir en el territorio
árido de las montañas en lugar de pastar su ganado en cualquier lugar cercano
a ellas.
Abraham no estaba preocupado por la gente malvada que vivía en
Sodoma y Gomorra; ellos merecían su destino. Pero le preocupaba lo que
pudiera pasarle a la gente inocente que vivía entre ellas. ¿Y a la gente que no
participaba de los pecados de las ciudades pero que era demasiado insensata
como para irse o que estaba restringida por circunstancias fuera de su
control? Esa gente incluía a Lot y a su familia. ¿Y los inocentes que vivían
entre los culpables?
La súplica del patriarca ilustra la diferencia entre cómo definimos el
problema del mal nosotros como humanos y cómo ve Dios el asunto.
Nosotros medimos el mal en una escala variable. Oye, yo cometo «errores» a
veces, pero no soy tan malo como fulano; él hace trampa con sus impuestos y
engaña a su esposa. Y nunca he matado a nadie, entonces...
Si usted es como la mayoría de la gente, saca la conclusión de que nadie
es perfecto, pero que algunas personas son mejores ejemplos de la moralidad
que usted. Mucha gente piensa en Billy Graham como un ejemplo de una
persona muy moral, en tanto que Hitler es la personificación misma del mal.
Usted se ve como menos que perfecto, pero tampoco como «malvado». Por
lo que cuando usted dice: «Creo que Dios debería borrar todo el mal», lo que
en realidad quiere decir es: «Dios debería borrar todo el mal que es peor que
yo».
Pero Dios no define justo de la misma manera en que nosotros lo
definimos. Justo significa moralmente perfecto, sin pecado, sin siquiera el
deseo de hacer algo malo. A los ojos de Dios, nadie es justo (véase el Salmo
14:1-3). Así que, cuando Abraham preguntó: «Supongamos que encuentras
cincuenta personas justas en la ciudad, ¿aun así la destruirás y no la
perdonarás por causa de los justos?» (Génesis 18:24), el Señor accedió. «Si
encuentro cincuenta personas justas en Sodoma, perdonaré a toda la ciudad
por causa de ellos» (versículo 26). Pero, de acuerdo a su definición de justo,
¡no había ninguno que viviera en Sodoma, en Gomorra, en el valle, ni en
ninguna otra parte de la tierra!
Probablemente, Abraham pensó: El Señor accedió muy rápido; tal vez
debería haber establecido el nivel un poco más bajo. «“Ya que he
comenzado, permíteme decir algo más a mi Señor, aunque no soy más que
polvo y cenizas. Supongamos que hubiera solo cuarenta y cinco justos en vez
de cincuenta. ¿Destruirás toda la ciudad aunque falten cinco?” El SEÑOR le
dijo: “No la destruiré si encuentro cuarenta y cinco justos allí”» (Génesis
18:27-28).
La diferencia entre el concepto de justicia de Abraham y el de Dios llega
a estar clara, mientras él continúa regateando la misericordia divina. La
conversación habría sido divertida si lo que estaba en juego no hubiera sido
tan grave. Abraham bajó el número a unas escasas diez personas, pero no se
atrevió a ir más bajo. El Señor accedió: «No la destruiré por causa de esos
diez» (Génesis 18:32).
Cuando Abraham se dio la vuelta para irse a casa, es posible que hiciera
un cálculo rápido en su cabeza: Lot y la señora de Lot son dos. Sus dos hijas
y sus prometidos hacen un total de seis. Lot es un hombre bastante rico; ha
llegado a ser más rico desde que compró una casa dentro de los límites de la
ciudad de Sodoma. Seguramente tiene por lo menos cuatro siervos rectos. Si
no, tiene que haber por lo menos otra casa justa allí. ¿Qué son diez personas
entre tantos en las dos ciudades y en el área circunvecina? Seguramente,
ahora Dios salvará el valle. ¿Tal vez? ¿Podré esperar que sí?
Mientras tanto, Dios giró para darle toda su atención a Sodoma y
Gomorra.
Principios para hoy
Hay veces en que estoy leyendo las Escrituras en mi estudio, volviendo a
repasar las escenas en mi mente, y siento un escalofrío por la espalda. Eso es
lo que ocurre cuando me imagino la escena que se registra en Génesis 18. Es
aterradora. Las personas de estas ciudades seguían con su pecado como si
nada más importara, inconscientes de que Dios había llegado al límite de su
paciencia con ellas. El amor de Dios es infinito y Su gracia es gratuita, pero
Su misericordia tiene una fecha de expiración. Él es un Dios de compasión y
justicia. No pierda de vista esta realidad, o verá solamente una a la exclusión
de la otra. Algunos cristianos, quizá desilusionados por la maldad del mundo,
solo ven el juicio de Dios. Otros solo ven el amor de Dios.
Por favor, no malentienda al Dios vivo. Los cínicos le dirán que Él se
deleita en castigar el pecado y en lanzar a la gente al infierno. El hecho es que
Él no quiere que nadie perezca; Él anhela que todos se arrepientan de su
pecado, que le pidan perdón y que reciban su gracia. Él quiere que toda la
gente confíe en Él y, al igual que Abraham, que su fe se les cuente como
justicia (véase Génesis 15:6; Romanos 4:3). Esto lo incluye a usted.
Si todavía no lo ha hecho, dése tiempo para leer «Cómo comenzar una
relación con Dios» en el apéndice de este libro. Si ya ha recibido el regalo de
Dios de la vida eterna, si se le ha concedido la gracia de Dios por medio de la
fe, quiero ofrecerle cuatro principios que se han tomado directamente de la
experiencia de Abraham en este día de altibajos.
Primero, sea consciente de que algunas personas con las que se tope
podrían ser ángeles. No se ría. Si cree en Dios, y si cree lo que está escrito en
Su Libro, tiene que tomar esto en serio. El Nuevo Testamento afirma
claramente: «Sigan amándose unos a otros como hermanos. No se olviden de
brindar hospitalidad a los desconocidos, porque algunos que lo han hecho,
¡han hospedado ángeles sin darse cuenta!» (Hebreos 13:1-2).
No voy a elaborar en exceso este punto con pruebas anecdóticas ni le voy
a obsequiar cuentos espeluznantes para convencerlo. No salga a buscar
ángeles; ese no es el punto de este principio. El punto es el siguiente: trate a
todas las personas como si fueran representantes del cielo.
Segundo, tenga la confianza de que nada es demasiado difícil para el
Señor. La vida amenaza con distraerlo con limitaciones, mientras Dios quiere
que usted piense en términos de posibilidades. Abraham y Sara una vez
pensaron que la promesa de Dios nunca se cumpliría porque las leyes de la
física y la medicina decían que no. Aquel que hizo cosas maravillosas por
Abraham y Sara es quien lo ama a usted como a Su propio hijo. Y esta verdad
todavía permanece: ¡nada es demasiado difícil para Él! Cuando tenga eso en
mente, su actitud hacia la vida cambiará, y las dificultades que enfrenta
parecerán menos intimidantes.
Tercero, siga siendo sensible al Señor. Esto fortalecerá su caminar y le
dará discernimiento. Permanecer sensible a Su guía le permitirá confiar en Él
cuando Él haga cosas que usted no entienda.
Cuarto, sea apasionado en la oración. A medida que habla con Dios, la
oración suavizará su corazón. Cuando me encuentro con alguien que tiene un
corazón duro, sé que esa persona no es una persona de oración. Hay algo en
cuanto a la oración que suaviza el terreno de nuestras almas, manteniéndonos
en sintonía con la perspectiva de Dios, que siempre es compasiva, realista,
esperanzadora, sabia y llena de gracia.
CAPÍTULO 9
¿QUÉ PASA CUANDO
ORAMOS?
NUNCA OLVIDARÉ LA primera oración que escuché. Fue de mi madre.
Aunque consistía de solo nueve palabras en total, dejó una impresión
duradera en mí como niño: «Que Dios te ayude si haces eso otra vez». Esa
era la oración. Nueve palabras sencillas pero significativas.
Gracias a Dios, después aprendí una mejor manera de orar. Cuando llegué
al Seminario Teológico de Dallas, tomé un curso de un semestre que estaba
dedicado al tema de la oración, y llegué a apreciar esta sumamente
importante, y aun así misteriosa, disciplina espiritual. Al igual que mucha
gente, primero abordé la oración de una manera simplista. Pedirle a Dios lo
que uno quiere. Si le pide de la manera correcta o si lo impresiona lo
suficiente, podría ser que le conceda su petición. O no. ¿Quién lo sabe en
realidad? Pero mientras aprendía más acerca de la oración, descubrí que
mucho de mi pensamiento había estado nublado por los malentendidos que
prevalecen en la cultura popular.
Cuando usted comienza desde cero y observa las Escrituras de cerca, la
oración no es confusa en absoluto. Es profunda pero no complicada. Para
mantener simples las cosas, permítame comenzar por reemplazar las nueve
palabras de mi madre con otras cinco palabras, convincentes, de la Biblia:
«No tienen, porque no piden» (Santiago 4:2, NVI). Eso llega a ser aún más
convincente cuando cambia los pronombres a la primera persona. Lea lo
siguiente en voz alta:
No tengo, porque no pido.
Adopte esa verdad. Absórbala. Tenemos más para aprender, pero llegar a
aceptar esa declaración es nuestro primer paso para entender el misterio de la
oración. He aquí una segunda verdad que es tan convincente como la
primera: «Aun cuando se lo piden, tampoco lo reciben porque lo piden con
malas intenciones: desean solamente lo que les dará placer» (Santiago 4:3).
La verdad frecuentemente duele. Yo no tengo porque no pido.
Y frecuentemente, cuando sí pido, lo hago por los motivos incorrectos. Dios
quiere concedernos nuestras peticiones, pero nosotros hacemos que para Él
sea imposible hacerlo cuando pedimos cosas que contradicen Su carácter
justo y amoroso. ¿Qué haría usted si su hijo le pidiera algo que le haría daño?
El amor por su hijo demandaría que usted le negara su petición. Tristemente,
usted y yo le hacemos esta clase de peticiones a Dios regularmente.
La anatomía de una petición
Las oraciones de petición, es decir, las oraciones que contienen una petición a
Dios, tienen dos partes básicas: la petición y el motivo. Esto forma el qué y el
por qué de la oración, que dan cuatro posibles respuestas de Dios.
1. Él puede decir sí a nuestra petición, pero no a nuestro motivo.
En Números 11, los que habían sido esclavos hebreos habían salido de Egipto
y se dirigían a la Tierra Prometida bajo el liderazgo de Moisés. Un par de
años habían pasado desde ese gran Éxodo, por lo que la emoción de la
libertad se había desvanecido. Tenían calor, estaban cansados, aburridos y
fatigados de viajar, y estaban totalmente hastiados de comer maná varias
veces al día. Dios les dio esta provisión milagrosa de nutrición para evitar
que se murieran de hambre en el desierto, pero comer lo mismo en cada
comida había llegado a ser tedioso. Maná en el desayuno, en el almuerzo y en
la cena. Dorado, tostado, hervido, a la parrilla, escalfado, horneado y frito.
Rebanado, en cubitos, en tiritas, picado, revuelto, enrollado y crudo. No
importaba lo que hicieran, cada comida sabía igual. Por eso enviaron a
Moisés ante Dios con su queja.
Entonces la gentuza extranjera que viajaba con los israelitas comenzó
a tener fuertes antojos por las cosas buenas de Egipto. Y el pueblo de
Israel también comenzó a quejarse: «¡Oh, si tuviéramos un poco de
carne! —exclamaban—. Cómo nos acordamos del pescado que
comíamos gratis en Egipto y teníamos todos los pepinos, los melones,
los puerros, las cebollas y los ajos que queríamos. ¡Pero ahora lo
único que vemos es este maná! Hasta hemos perdido el apetito».
NÚMEROS 11:4-6
El Señor respondió a su petición. Prometió darles carne en la forma de
codornices. Sin embargo, su respuesta verbal condenó su queja ingrata.
Moisés, al hablar en nombre de Dios, le dijo a la gente: «Y no será solo un
día, ni dos, ni cinco, ni diez, ni aun veinte. La comerán durante un mes
entero, hasta que les produzca náuseas y estén hartos de tanta carne. Pues han
rechazado al SEÑOR que está aquí entre ustedes y han lloriqueado diciendo:
“¿Por qué dejamos Egipto?”» (Números 11:19-20).
El Señor hizo que oleadas interminables de codornices volaran cerca del
campamento por kilómetros en toda dirección. Los pájaros volaban a solo
uno o dos metros del suelo, así que la gente pudo atraparlos por cientos.
Pasaron todo el día y la noche recogiendo codornices para la comida. Pero
ese no fue el final de la historia: «mientras se saciaban de carne —cuando aún
estaba en sus bocas—, el enojo del SEÑOR se encendió contra el pueblo y los
castigó con una plaga muy grave» (Números 11:33). ¿Por qué? Por su actitud
corrupta. Ingratitud. Eran gente egoísta, miope, glotona, con mente de
esclavos, que valoraban su estómago lleno más que el sabor dulce de la
libertad. Uno de mis mentores, el doctor J. Dwight Pentecost, dijo una vez:
«Se requiere de apetito celestial para disfrutar la comida celestial».
Dios concedió la petición de la gente, pero los castigó por su motivo. Él
les dio el qué de su oración en exceso para corregir el por qué indebido. Si Él
considera que esa es la mejor manera de enseñarnos a nosotros también,
podemos esperar el mismo tratamiento.
Tal vez usted es soltero y quiere casarse. Tal vez ha estado casado, pero
por cualquier razón ya no está con su cónyuge. Después de pasar otro viernes
más por su cuenta, se siente solo. Se va a casa para encontrarse con una mesa
con un solo puesto. La cama en la que duerme tiene una almohada vacía a su
lado. Si la soledad llega a ser demasiado como para soportarla, usted podría
pensar: Está bien, Señor, me conformo con cualquiera. No importa,
cualquiera. De repente, el siguiente caballero o dama que conoce es el señor
maravilloso, o la señorita maravillosa, y en un abrir y cerrar de ojos, usted
está casado.
Usted recibió su petición a pesar del mal motivo. La gente sabia elige a su
pareja cuidadosamente y luego planifica una boda cuando llega a estar claro
que su caminar con Dios será más efectivo al estar casada y no soltera. La
gente sabia considera la soltería como el estado civil estándar, y luego exige
que la posibilidad de entrar al matrimonio justifique el aceptar un cambio tan
radical. La gente que no aborda el matrimonio de esta manera
invariablemente experimenta remordimiento, y frecuentemente termina
soltera otra vez.
Tal vez usted está hastiado de vivir de un pago de salario al otro, apenas
saliendo adelante, y está decidido a ganarse su millón. Por lo que eso llega a
ser su oración. «Señor, te pido que me des una pila de dinero». No mucho
después de que usted cobra su petición, descubre que le ha ocasionado más
estrés y menos felicidad. Se da cuenta de que nunca recuperará el tiempo, la
energía y los recursos que invirtió, que podrían haberse gastado de mejor
manera. Recibió un sí a su petición pero fue castigado por su motivo egoísta.
2. Él puede decir no a nuestra petición pero sí a nuestro motivo.
En Génesis 18, Abraham le suplicó al Señor que no destruyera a los justos
con los injustos. ¿Por qué? ¿Qué motivó a Abraham a orar? Él pensó en Lot,
en la esposa de Lot y en sus dos hijas. Es interesante que él pensara en ellos
como justos. Abraham quería impedir la justicia que se le debía a Sodoma y a
Gomorra, a pesar del clamor de sus víctimas, todo por causa de sus seres
amados.
Observe la respuesta del Señor:
Al amanecer de la mañana siguiente, los ángeles insistieron:
—Apresúrate —le dijeron a Lot—. Toma a tu esposa y a tus dos
hijas que están aquí. ¡Vete ahora mismo, o serás arrastrado en la
destrucción de la ciudad!
Como Lot todavía titubeaba, los ángeles lo agarraron de la mano,
y también a su esposa y a sus dos hijas, y los llevaron enseguida a un
lugar seguro fuera de la ciudad, porque el SEÑOR tuvo misericordia de
ellos.
GÉNESIS 19:15-16
Dios honró el motivo de la petición de Abraham sin concederle su pedido
específico. Eso también nos puede pasar a nosotros. Hace algunos años, me
topé con el testimonio poético de un soldado desconocido de la
Confederación del Sur (de la guerra civil de Estados Unidos) que recibió un
no a cada petición y un sí a cada motivo.
Le pedí a Dios fortaleza para poder triunfar.
Me hizo débil para que pudiera aprender humildemente a obedecer.
Le pedí a Dios salud para que hiciera cosas mayores.
Me dio enfermedad para poder hacer cosas mayores.
Pedí riquezas para que pudiera ser feliz.
Me dio pobreza para que pudiera ser sabio.
Pedí poder para que pudiera tener la alabanza de los hombres.
Me dio debilidad para que pudiera sentir la necesidad de Dios.
Pedí todas las cosas para que pudiera disfrutar de la vida.
Me dio vida para que pudiera disfrutar todas las cosas.
No recibí nada de lo que pedí
sino todo lo que había esperado...
Casi a pesar de mí mismo,
mis oraciones no expresadas fueron respondidas.
Entre todos los hombres soy el más ricamente bendecido[29].
Habrá veces en que nosotros, también, veremos que Dios honra los
motivos de nuestra oración pero niega la petición específica para darnos algo
mejor.
3. Él puede decir sí a nuestra petición y sí a nuestro motivo.
Por supuesto, nos encanta cuando Dios dice sí a ambas cosas. Nuestras
oraciones y nuestros deseos se encuentran en la intersección de la voluntad de
Dios, y el gozo es indescriptible.
El profeta Elías del Antiguo Testamento vivió durante una época oscura
de la historia de Israel. El rey y la reina adoraban al dios de la tormenta, Baal,
y prohibieron la adoración del único Creador verdadero. Los sacerdotes de
Baal llenaron la zona rural de información falsa y llevaron al pueblo de Dios
a la idolatría, lo cual afligió el corazón de Elías. Para exponerlos como
profetas falsos de superstición, él emitió un desafío. Propuso una prueba que
los científicos de hoy llamarían un experimento con un control y una
variable. Elías dijo:
¿Hasta cuándo seguirán indecisos, titubeando entre dos opiniones? Si
el SEÑOR es Dios, ¡síganlo! Pero si Baal es el verdadero Dios,
¡entonces síganlo a él! [...] Ahora traigan dos toros. Los profetas de
Baal pueden escoger el toro que quieran; que luego lo corten en
pedazos y lo pongan sobre la leña de su altar, pero sin prenderle
fuego. Yo prepararé el otro toro y lo pondré sobre la leña del altar, y
tampoco le prenderé fuego. Después, invoquen ustedes el nombre de
su dios, y yo invocaré el nombre del SEÑOR. El dios que responda
enviando fuego sobre la madera, ¡ese es el Dios verdadero!
1 REYES 18:21-24
Los sacerdotes de Baal no tuvieron más opción que aceptar su desafío,
por lo que ambos construyeron altares y prepararon sacrificios idénticos.
Elías se ofreció como voluntario para ir en segundo lugar, por lo que los
sacerdotes de Baal comenzaron su petición.
Invocaron el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía,
gritando: «¡Oh Baal, respóndenos!»; pero no hubo respuesta alguna.
Entonces se pusieron a bailar, cojeando alrededor del altar que habían
hecho.
Cerca del mediodía, Elías comenzó a burlarse de ellos. «Tendrán
que gritar más fuerte —se mofaba—, ¡sin duda que es un dios! ¡Tal
vez esté soñando despierto o quizá esté haciendo sus necesidades!
¡Seguramente salió de viaje o se quedó dormido y necesita que
alguien lo despierte!».
1 REYES 18:26-27
Los sacerdotes lo intentaron con más fuerza. Gritaron más fuerte y
bailaron con mayor abandono. Incluso comenzaron a cortarse, de acuerdo a
sus costumbres paganas, pero no ocurrió nada. ¿Puede imaginar lo trágico
que fue esta escena, con esos adoradores de Baal sangrando y suplicando una
respuesta? Cuán sinceramente creían ellos en algo que existía solamente en el
mundo de la superstición. Finalmente, mientras el sol bajaba más en el cielo
occidental, Elías los llamó para que observaran su altar.
Cavó una zanja alrededor del altar con capacidad suficiente para
quince litros de agua. Apiló la leña sobre el altar, cortó el toro en
pedazos y puso los pedazos sobre la madera.
Luego dijo: «Llenen cuatro jarras grandes con agua y echen el
agua sobre la ofrenda y la leña».
Una vez que lo hicieron, les dijo: «¡Háganlo de nuevo!». Cuando
terminaron, les dijo: «¡Háganlo por tercera vez!». Así que hicieron lo
que les dijo, y el agua corría alrededor del altar, tanto que hasta colmó
la zanja.
1 REYES 18:32-35
Entonces, aproximadamente a la hora en que los sacerdotes de Dios
hacían normalmente el sacrificio de la tarde en el Templo, Elías oró: «Oh
SEÑOR, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, demuestra hoy que tú eres
Dios en Israel y que yo soy tu siervo; demuestra que yo he hecho todo esto
por orden tuya. ¡Oh SEÑOR, respóndeme! Respóndeme para que este pueblo
sepa que tú, oh SEÑOR, eres Dios y que tú los has hecho volver a ti» (1 Reyes
18:36-37).
No hubo gritos. No hubo bailes ni gestos salvajes. Nada de repeticiones
monótonas. Nada de conjuros. Nada de desvaríos ni cortes. Elías apeló a Dios
por una respuesta específica con un motivo honorable. Y antes de que pudiera
emitir un amén final, «el fuego del SEÑOR cayó desde el cielo y consumió el
toro, la leña, las piedras y el polvo. ¡Hasta lamió toda el agua de la zanja!» (1
Reyes 18:38).
Elías recibió exactamente lo que le pidió a Dios. Sí a la petición; sí al
motivo. Una de las maneras de saber que usted se ha conectado con el Señor
es cuando sus oraciones se sincronizan con la voluntad de Dios. Yo no
garantizo milagros; de hecho, aconsejo en contra de esperarlos. Deje que
Dios lo sorprenda. No obstante, qué maravilloso es invocar el nombre del
Señor para la gloria de Él, darle a conocer su petición, y luego esperar con
expectación en Él.
4. Él puede decir no a nuestra petición y no a nuestro motivo.
Nadie quiere un «doble no» como respuesta. No al qué y no al por qué. Esto
ocurre frecuentemente cuando no nos arrepentimos y tenemos pecado
inconfesado en nuestro corazón. Aprendemos esto con el testimonio de un
autor de canciones hebreo: «Pues clamé a él por ayuda, lo alabé mientras
hablaba. Si no hubiera confesado el pecado de mi corazón, mi Señor no me
habría escuchado. ¡Pero Dios escuchó! Él prestó oídos a mi oración» (Salmo
66:17-19).
Esto no quiere decir que el Señor nunca le concederá sus peticiones
cuando usted tenga pecado irresuelto en su vida. A veces, Él lo hará. Pero no
cuente con eso. El primer deseo de Él es hacer que su vida vuelva al camino.
Él no puede derramar bendiciones sobre usted ni conceder sus peticiones
mientras usted está en rebeldía; no es bueno para usted. Definitivamente, ¡Él
no le dirá que sí a sus motivos en tanto que usted esté en conflicto con Su
voluntad!
En ausencia de pecado irresuelto, el Señor también le negará su petición
si sus motivos están manchados de hipocresía u orgullo. Él también ignorará
la repetición sin sentido, porque las oraciones recitadas presumen que Dios es
como una máquina dispensadora y no un Ser personal con quien podemos
tener una relación. El Señor también quiere que confiemos en Su poder y
bondad, sabiendo que Él siempre actuará para nuestro beneficio. Las
oraciones hechas con dudas son como halagos adornados con sarcasmo; son
insultantes y enajenantes.
La Biblia también advierte sobre otra causa para tener un «doble no»
como respuesta a la oración: el conflicto irresuelto. Primera de Pedro 3:7
advierte que los maridos que deshonran a sus esposas pueden encontrar
entorpecidas sus oraciones. El término griego que se traduce como «estorbo»
ilustra a un corredor en una pista que se mete enfrente del paso de otro
competidor. Mantenga sus relaciones despejadas de conflictos para que nada
se interponga en el paso de sus oraciones que van camino al cielo.
Tres respuestas a la oración
En cuestiones de tiempo, las respuestas de Dios pueden tomar tres formas
adicionales.
1. A veces Dios responde con un «sí» inmediato.
A veces recibimos nuestra respuesta deseada en un período relativamente
breve, y esas respuestas dan momentos espléndidos de alegría y gran alivio.
Cuando mi esposa y yo acabábamos de mudarnos al Seminario Teológico
de Dallas en el verano de 1959 para que yo pudiera iniciar mis años de
estudios de maestría, vivíamos en un pequeñísimo departamento del campus,
sin aire acondicionado. Era nuestro hogar por todo el año, por la duración de
los cuatro años del programa de estudios. Eso incluía los sofocantes meses de
verano en Dallas que hacían que el cuerpo perdiera kilos al sudar tanto.
Algunos de nuestros vecinos tenían pequeños aparatos de aire acondicionado
en la ventana, por lo que le dije a Cynthia: «Sin decírselo a nadie, solo
pidámosle al Señor que nos provea un aparato de aire acondicionado».
La primavera siguiente, volvimos a Houston en un fin de semana de
vacaciones para visitar a nuestros padres. Mientras estábamos allí, recibí una
llamada telefónica de un viejo amigo llamado Richard Parks. «Oye, Chuck,
solamente te llamaba para ver si te serviría un aparato de aire acondicionado.
Nosotros estamos instalando aire central y tengo un aparato nuevo que puedo
darte. Te lo llevaré y lo pondré en el maletero de tu auto si puedes usarlo. ¿Te
parece bien?».
Habiendo experimentado ya un verano en Dallas sin aire acondicionado,
habíamos oramos por un alivio. Y el «sí» de Dios llegó en el tiempo perfecto.
2. A veces, Dios dice no.
Otras veces recibimos una segunda clase de respuesta: no. Eso es difícil de
oír, especialmente cuando pensamos que tenemos una buena razón para
nuestra petición. Es posible que la respuesta negativa de Dios no tenga nada
que ver con nuestra motivación, ni con la presencia de pecado en nuestra
vida. Quizás el Señor niega nuestra petición en base a Su juicio omnisciente y
compasivo. De hecho, el mismo apóstol Pablo, uno de los cristianos más
grandes que haya vivido, experimentó el «no» de Dios.
Para impedir que me volviera orgulloso, se me dio una espina en mi
carne, un mensajero de Satanás para atormentarme e impedir que me
volviera orgulloso.
En tres ocasiones distintas, le supliqué al Señor que me la quitara.
Cada vez él me dijo: «Mi gracia es todo lo que necesitas; mi poder
actúa mejor en la debilidad». Así que ahora me alegra jactarme de mis
debilidades, para que el poder de Cristo pueda actuar a través de mí.
2 CORINTIOS 12:7-9
La palabra que se traduce como espina significa «una estaca, un objeto
afilado». Pablo usa ese término como metáfora de alguna clase de aflicción.
Podría haber sido algo físico, como dolores de migraña o una condición de
los ojos que había resultado de alguna herida o enfermedad o complicaciones
por los golpes que había recibido por seguir a Cristo. La espina pudo haber
sido angustia psicológica o emocional, debido a todos los acontecimientos
traumáticos que Pablo soportó. O pudo haber sido el dolor penetrante de la
persecución continua de sus enemigos.
Pablo no incluyó estos detalles en su carta, por dos razones por lo menos.
Primero, no quería que su dolencia distrajera a sus lectores de identificarse
con su punto. Todos sufrimos la aflicción de una «espina» que es única para
nosotros, y debemos tomar el ejemplo de Pablo y aceptar el «no» de Dios con
gracia y una actitud positiva. Segundo, Pablo no quería que sus lectores
racionalizaran por qué Dios le había dicho no a su petición. El punto es que,
cuando Dios dice «no», nosotros tenemos que confiar en Su juicio.
Si usted todavía no ha descubierto esto por sí mismo, no ha sufrido lo
suficiente. El sufrimiento nos enseña muchas cosas acerca del carácter de
Dios y nos ayuda a navegar en un mundo en el que no hay respuestas
simplistas. El «no» de Dios puede llegar a ser nuestra oportunidad de crecer
de una manera más profunda en nuestra relación con Él.
3. A veces Dios dice «Espere».
Una tercera clase de respuesta incluye las palabras que consideramos a
profundidad hacia el final del capítulo 6: pare y espere. No es un «no»
inmediato, pero a veces se siente peor cuando Dios devuelve un «sí» con
demora. El doctor Bing Hunter, cuando trabajaba en la Universidad de Biola,
escribió:
La tardanza de Dios en dar respuestas parece ser una forma
importante en la que Él estimula la fe. Al haber visto que Él es fiel
después de la oración por una semana, a usted le parece más fácil
confiar en Él por diez días. Ver la respuesta a la persistencia después
de un mes me fortalece para esperar con fe por aun más tiempo por
otros... De esa manera la paciencia y la fe se desarrollan juntos en
oración[30].
Usted le lleva su petición a Dios y llega a estar claro que nada ocurrirá en
el corto plazo. Por eso usted espera y no tiene la seguridad de que sea un
«no» o simplemente un asunto de tiempo. Si eso es lo que está
experimentando ahora mismo, tome asiento en la sala de espera con una
hueste de hermanos y hermanas. Todos estamos esperando algo. Pero no
desperdicie su tiempo albergando una actitud amarga. Acepte su espera como
una oportunidad para crecer más profundamente.
Al pasar de este capítulo al siguiente, lo estimulo a que reflexione en
estas verdades difíciles en cuanto a la oración, y hago esta petición por usted:
Señor, en medio de este viaje de la tierra al cielo, enséñanos a honrar
el privilegio de la oración con gran respeto. Que examinemos nuestros
motivos y que nos comprometamos a mantenerlos puros. Ayúdanos a
reconocer el egoísmo cuando aparezca, y danos el valor de
arrepentirnos de ese pecado. Entonces, a través de tu Espíritu Santo,
alinea nuestra voluntad para que refleje Tus caminos buenos y
perfectos. Danos paciencia para esperar Tu tiempo y concédenos la
gracia para aceptar Tu «no» como respuesta.
Señor, te alabo y te agradezco por las muchas respuestas afirmativas
que recibimos. Debido a que no merecemos nada, aceptamos esos
regalos con gratitud. Te pido que cada «sí» llegue a ser una
oportunidad para reconocer públicamente Tu poder y misericordia.
Con una confianza segura, te pido esto por todos los que lean estas
páginas. En el nombre de Tu Hijo, Jesús, amén.
CAPÍTULO 10
CUANDO LA FOSA SÉPTICA
SE DESBORDA
LOS PRIMEROS CATORCE versículos de Génesis 19 pintan un cuadro sombrío
de lo que podría llamarse contaminación relacional. Contaminar significa
«ensuciar, manchar, corromper o infectar por medio del contacto o la
asociación»[31]. Las fosas sépticas que se desbordan contaminan la tierra.
Los gases tóxicos contaminan el aire. Los alimentos sucios contaminan
nuestro cuerpo. La asociación con el mal contamina nuestra vida. El contacto
con la gente mala puede envenenar nuestra mente y erosionar nuestra moral.
En toda la Biblia aparecen evidencias de esta verdad. El líder Josué se
dirigió a sus compañeros hebreos que habían luchado para entrar a la tierra de
Canaán. Con el peregrinaje en el desierto detrás de ellos y la ocupación de la
Tierra Prometida por delante de ellos, advirtió:
Así que asegúrense de amar al SEÑOR su Dios.
Pero si se apartan de él y se aferran a las costumbres de los
sobrevivientes de esas naciones que aún quedan entre ustedes y se
unen en matrimonio con ellos, entonces tengan por seguro que el
SEÑOR su Dios ya no expulsará a esos pueblos de su tierra. En
cambio, ellos serán como una red y una trampa para ustedes, como un
látigo en la espalda y como zarzas con espinas en los ojos, y ustedes
desaparecerán de la buena tierra que el SEÑOR su Dios les ha dado.
JOSUÉ 23:11-13
Varias generaciones después, en 1 Reyes 11, vemos que el rey Salomón
había adquirido todo lo que una persona podía querer en la vida. Aun con
toda su sabiduría, decidió llenar su palacio de mujeres de naciones rivales,
¡setecientas esposas y tres mil concubinas, si puede creerlo! «Cuando
Salomón ya era anciano, ellas le desviaron el corazón para que rindiera culto
a otros dioses en lugar de ser totalmente fiel al SEÑOR su Dios, como lo había
sido David su padre» (versículo 4). Salomón llegó a estar contaminado
relacionalmente por las mujeres idólatras que había llevado a su vida; la
influencia de ellas lo alejó del único Dios verdadero.
El libro de Proverbios advierte: «El chismoso anda por ahí ventilando
secretos, así que no andes con los que hablan de más» (20:19). También dice:
«No te hagas amigo de la gente irritable, ni te juntes con los que pierden los
estribos con facilidad, porque aprenderás a ser como ellos y pondrás en
peligro tu alma» (22:24-25).
El Nuevo Testamento también enseña este mensaje, como se ve en la
amonestación de Pablo a los cristianos de Corinto, cuya ciudad estaba
ubicada a la sombra del más notorio templo a la fertilidad del Imperio
romano. Conocido por sus prostitutas oficiales, atraía a peregrinos de tierras
situadas alrededor del mar Mediterráneo. El apóstol escribe:
Cuando les escribí anteriormente, les dije que no se relacionaran con
personas que se entregan al pecado sexual; pero no me refería a los
incrédulos que se entregan al pecado sexual o son avaros o
estafadores o rinden culto a ídolos. Uno tendría que salir de este
mundo para evitar gente como esa. Lo que quise decir es: no se
relacionen con ninguno que afirma ser creyente y aun así se entrega al
pecado sexual o es avaro o rinde culto a ídolos o insulta o es borracho
o estafador. Ni siquiera coman con esa gente.
1 CORINTIOS 5:9-11
No podemos evitar la asociación informal con gente mala, y debemos ser
amigables con todos, pero cultivar amistades íntimas con gente inmoral es
peligroso para nuestra salud espiritual. Especialmente si ellos afirman ser
seguidores de Jesucristo. Pablo reiteró su advertencia en una carta posterior:
No se asocien íntimamente con los que son incrédulos. ¿Cómo puede
la justicia asociarse con la maldad? ¿Cómo puede la luz vivir con las
tinieblas? ¿Qué armonía puede haber entre Cristo y el diablo? ¿Cómo
puede un creyente asociarse con un incrédulo? ¿Y qué clase de unión
puede haber entre el templo de Dios y los ídolos?
2 CORINTIOS 6:14-16
De nuevo, esto no quiere decir que los creyentes tienen que evitar el
contacto con gente de otras religiones o filosofías. De hecho, Pablo estimuló
sinceramente la asociación cercana con otros como un medio para demostrar
el amor de Dios. Sin embargo, si estas personas mantienen un estilo de vida
malvado, solo es asunto de tiempo para que sus problemas lleguen a ser
nuestros problemas. Para ilustrar ese punto, en 1 Corintios 15:33 Pablo cita a
un dramaturgo pagano: «Las malas compañías corrompen el buen carácter»
(Menandro, Thais 218).
La inmoralidad es venenosa. Nunca puede uno llegar a ser inmune a su
potencia mortal. Es como las aguas negras que se desbordan de una fosa
séptica; contaminan todo lo que está cerca.
La fosa séptica en el valle
Cuando Dios visitó Sodoma y Gomorra, estas dos ciudades gemelas
controlaban un frondoso valle fértil por el que corría el río Jordán (véase
Génesis 13:10). Estos dos centros poblados eran el eje económico para todos
los que vivían en el extremo sur de este valle, y su riqueza probablemente
contribuía a la belleza de su arquitectura y arte. Aun así, su inmoralidad había
llegado a ser notable incluso entre las comunidades paganas adoradoras de
ídolos fuera del valle. Una capa delgada de belleza escondía del ojo ignorante
la verdadera naturaleza de las ciudades.
Anteriormente, cuando Dios se había quedado para dialogar con
Abraham, sus dos ángeles acompañantes habían continuado por las laderas
hacia las ciudades. Llegaron y encontraron a Lot, el sobrino de Abraham,
sentado a la entrada de la ciudad (véase Génesis 19:1). Sodoma y Gomorra
probablemente no tenían altos muros de piedra que las protegieran; cuando la
invasión de sus ciudades se describe en Génesis 14, vemos que sus ejércitos
se enfrentaron con el enemigo en el campo y no lucharon desde la seguridad
de las murallas (véase el versículo 8). Muy frecuentemente, una comunidad
sin muro construía un arco que servía como puerta, como la entrada oficial a
la ciudad.
En el antiguo Cercano Oriente, la puerta servía como casa consistorial.
Los ancianos se reunían allí para debatir asuntos, hacer tratos de negocios,
resolver disputas e incluso aconsejar al gobernador de la ciudad en cuanto a
asuntos civiles. Los primeros lectores de este texto se habrían sorprendido al
descubrir que Lot estaba sentado en la puerta de la ciudad. Este detalle menor
revelaba que él no era un residente ordinario; había llegado a ser un
participante activo en la política y el comercio de Sodoma.
Así que, ¿por qué se alineó Lot tan de cerca con una ciudad tan malvada?
Probablemente se había convencido a sí mismo de que podría evitar caer en
pecados graves, mientras mantenía un testimonio positivo por el Dios de
Abraham. Tal vez pensó que su buena influencia persuadiría a la pecadora
Sodoma a que se arrepintiera de su pecado y siguiera a Dios.
En todo caso, él estaba sentado en la puerta de la ciudad cuando los
ángeles se acercaron. Ellos no tenían aureolas brillantes ni alas enormes; se
veían como hombres ordinarios que viajaban por el área en busca de un lugar
dónde pasar la noche. De hecho, Lot no los reconoció como ángeles. Sin
embargo, al igual que Abraham, sí vio algo en ellos que justificaba inclinarse
en una profunda reverencia, un saludo inusualmente modesto. Al dirigirse a
ellos con el equivalente hebreo de «caballeros», les dijo: «Vengan a mi casa
para lavarse los pies, y sean mis huéspedes esta noche. Entonces mañana
podrán levantarse temprano y seguir su camino» (Génesis 19:2).
En la cultura de Lot, ofrecer hospitalidad a viajeros desconocidos se
consideraba como un deber sagrado y un gran privilegio. Lo mismo es cierto
hoy en el Medio Oriente. Lot pudo haber iniciado este contacto con un
espíritu de generosidad. Sin embargo, es más probable que él saltó por la
oportunidad de evitar que cualquiera de sus vecinos invitara a los hombres a
su casa, por temor de lo que podrían hacerles a los viajeros. Pero los hombres
rehusaron. «Oh, no —respondieron ellos—. Pasaremos la noche aquí, en la
plaza de la ciudad» (Génesis 19:2).
La plaza de la ciudad se refiere al complejo comercial formado por una
calle amplia y un mercado, cerca de la entrada de la ciudad. Aparentemente,
los enviados del cielo se acurrucarían en el suelo, en uno de los puestos del
mercado, para pasar la noche. Pero los ángeles no necesitan hospedaje ni
necesitan dormir. Claramente, su intención era probar a Lot. Al proveer
hospitalidad, el anfitrión acepta la responsabilidad por la seguridad de sus
huéspedes. ¿Qué tan insistente sería para llevárselos? Pero Lot conocía la
ciudad; entendía lo que les ocurriría mientras dormían, porque sin duda había
visto a otras desafortunadas víctimas en el pasado.
Debe observarse que, en este momento, las Escrituras nunca mencionan
algún pecado particular como la razón del juicio de Dios. Sodoma y Gomorra
se habían entregado totalmente a inmoralidades de toda clase, y a extremos
tales que Dios hizo un ejemplo único de ellas. Aunque el nombre de Sodoma
ha llegado a asociarse con el acto homosexual y la historia es bien conocida
en la cultura popular porque caracteriza la lujuria homosexual, estos pecados
por sí solos no provocaron el castigo divino. En este aspecto, Sodoma no era
exclusivamente culpable. Sin embargo, no es una coincidencia que el
narrador elija ilustrar la profundidad de su depravación al resaltar el deseo de
ellos de violar a los inocentes desconocidos (véase Génesis 19:5). Ellos
debían haber ofrecido hospitalidad. Su falla al no hacerlo era un pecado en sí
mismo. Y no tenían que haberse involucrado en el acto homosexual. Eso era
pecado sobre pecado. Y no debían haber violado. Eso era pecado sobre
pecado en diversas capas. Me estremezco al pensar que esta era simplemente
una muestra representativa de la maldad de Sodoma.
En cualquier caso, Lot temía por la seguridad de los hombres y los
convenció de que aceptaran su ofrecimiento. A diferencia de Abraham, que
había hecho un banquete para los visitantes, Lot les ofreció matzá, pan sin
levadura hecho a prisa. Pero antes de que cualquiera de ellos se retirara a
dormir: «Rodearon la casa los hombres de la ciudad, los varones de Sodoma,
todo el pueblo junto, desde el más joven hasta el más viejo» (Génesis 19:4,
RVR60). Observe que el pecado había contaminado a toda la ciudad, a los
viejos y a los jóvenes. La descripción de los que estaban involucrados resalta
el punto de que todos compartían la culpa: «los hombres de la ciudad», «los
varones de Sodoma», «todo el pueblo». La última frase podría traducirse:
«todo el pueblo, hasta el último».
Le gritaron a Lot: «¿Dónde están los hombres que llegaron para pasar la
noche contigo? ¡Haz que salgan para que podamos tener sexo con ellos!»
(Génesis 19:5). El término hebreo que se traduce como «tener sexo» es la
palabra equivalente a «conocer», un eufemismo común, similar a nuestro
«dormir con». Por ejemplo, Génesis 4:1 dice: «Conoció Adán a su mujer Eva,
la cual concibió» (RVR60). La Nueva Versión Internacional traduce la frase:
«El hombre se unió a su mujer Eva». La Nueva Traducción Viviente: «Tuvo
relaciones sexuales con su esposa». En este contexto, el significado es claro.
Ellos declararon directamente y sin vergüenza lo que querían, sin esforzarse
por esconder o minimizar sus intenciones.
Desde mucho tiempo atrás, el pueblo de Sodoma había perdido la
capacidad de sentir vergüenza.
Lot sabía que tenía que actuar. Él «salió de la casa para hablar con ellos y
cerró la puerta detrás de sí» (Génesis 19:6). Desde allí, le suplicó a la voraz
multitud. Sabía que sus palabras finalmente fracasarían y que él no podría ser
capaz de mantener a los hombres alejados si se ponían violentos. Como una
alternativa a violar a los desconocidos, Lot propuso un arreglo: «Por favor,
hermanos míos —suplicó—, no hagan una cosa tan perversa. Miren, tengo
dos hijas vírgenes. Déjenme traerlas, y podrán hacer con ellas lo que quieran.
Pero les ruego que dejen en paz a estos hombres, porque son mis huéspedes y
están bajo mi protección» (versículos 7-8).
El término hebreo equivalente a hacer una «cosa tan perversa» trae a la
memoria la maldad que provocó el diluvio. Además, el narrador usa el verbo
de una manera inusual, que se encuentra después en Jueces 19:23, cuando los
hombres de Guibeá exigieron que su conciudadano sacara a su viajero, el
sacerdote, para que ellos pudieran violarlo. Ese anfitrión usó la misma forma
del verbo cuando trató de proteger a su visitante levita de una muerte casi
segura.
El ofrecimiento de Lot me hace sentir repugnancia. Como padre, yo
utilizaría cualquier violencia que fuera necesaria para proteger a mis hijas del
horror al que Lot acababa de condenar a las suyas. Ninguna costumbre ni ley
me convencería de que sacrificara a mis hijas por cualquiera, mucho menos
por dos desconocidos. Su extraña propuesta, completamente desquiciada,
ilustra lo distorsionado que había llegado a estar su cerebro después de vivir
por tantos años en esa fosa séptica moral. No puedo determinar qué me
repugna más: la acción vil de los ciudadanos de Sodoma o la hipocresía
depravada de Lot.
Para el propósito de la narración, el ofrecimiento de Lot ilustra cuán rapaz
y perversa había llegado a ser la gente de Sodoma. En las culturas antiguas,
nada en el ámbito del sexo excedía el valor de una virgen. Aun así, ellos
codiciaban aún más a los hombres desconocidos. Empujaron a Lot hacia atrás
y corrieron hacia la puerta. Los ángeles actuaron rápidamente al halar a su
anfitrión dentro de la casa otra vez y luego atrancaron la puerta. Sin embargo,
esto solo les daría unos cuantos minutos a lo máximo.
Hasta entonces, los ángeles habían mantenido en secreto su verdadera
identidad. Por supuesto, ellos no necesitaban protección. Simplemente
jugaron sus papeles asignados en un drama diseñado para revelar la verdadera
naturaleza de la ciudad y del hombre que Abraham suponía que era «justo».
En este momento, la historia da un giro. Los ángeles ya no siguieron jugando
el papel de víctimas potenciales; se convirtieron en los agresores. Con poder
sobrenatural, ellos «dejaron ciegos a todos los hombres que estaban en la
puerta de la casa, tanto jóvenes como mayores, los cuales abandonaron su
intento de entrar» (Génesis 19:11).
La urgencia y la sensación de peligro ahora cambian. Ya no sentimos la
tensión de dos hombres en peligro de ser violados; ahora sentimos la presión
del tiempo. ¿Escaparán Lot y su familia antes de que la ira de Dios aniquile la
ciudad? La urgencia en las voces de los ángeles debe haber sido perturbadora.
Lot no sabía nada de la destrucción que estaba a punto de descender sobre su
ciudad adoptiva. Los ángeles conocían su objetivo, pero no eran
omniscientes. No sabían a cuánta gente evacuar.
«¿Tienes otros familiares en esta ciudad? Sácalos de aquí, a tus
yernos, hijos, hijas o cualquier otro, porque estamos a punto de
destruir este lugar por completo. El clamor contra esta ciudad es tan
grande que ha llegado hasta el SEÑOR, y él nos ha enviado para
destruirla».
GÉNESIS 19:12-13
Lot no se resistió y no exhibió duda. Su reacción parece indicar que la
respuesta de Dios al pecado de Sodoma y Gomorra no le llegó de sorpresa.
Respondió a la pregunta de ellos con un conteo rápido de cabezas. Además
de sí mismo, tenía una esposa, dos hijas y a los dos hombres que estaban
comprometidos para casarse con ellas.
Al leer esto a través de los ojos de un padre de dos mujeres jóvenes, tengo
que preguntarme quiénes le habían parecido a Lot que serían esposos
apropiados. En esos días, los padres arreglaban los matrimonios. ¿A qué
familias de Sodoma se acercó él? ¿Qué pecados y manifiestas fallas de
carácter se obligó Lot a pasar por alto para justificar colocar las vidas de sus
preciosas hijas en manos de estos hombres? Obviamente, su acomodo moral
era profundo y transgredía cada valor que había visto en su piadoso tío.
A Lot le importaban lo suficiente sus futuros yernos como para ayudarlos
a escapar. Él les advirtió del juicio venidero de Dios y los apuró para que se
fueran con él. «¡Rápido, salgan de la ciudad! El SEÑOR está a punto de
destruirla» (Génesis 19:14). Pero en lugar de seguirlo para salir de la ciudad,
ellos descartaron la advertencia como si fuera una broma. Evidentemente, no
veían nada en el carácter de Lot que sugiriera que él tenía esa clase de
relación con Dios. En efecto, ¡no la tenía! El Señor salvó al hombre por el
bien de su tío. Así que cuando Lot y su familia se levantaron al amanecer del
día siguiente y huyeron por el valle, dejaron atrás a los dos hombres.
Este último encuentro con los ciudadanos de Sodoma da indicios de la
clase de vida que Lot tenía y de la reputación que él mismo se había formado.
Sodoma nunca lo había adoptado como uno de los suyos. Afuera de su casa,
sus vecinos dijeron: «Este tipo llegó a la ciudad como forastero, ¡y ahora
actúa como si fuera nuestro juez!» (Génesis 19:9). Él nunca participó del
pecado de ellos, pero nunca antes se había opuesto a ellos. Vivió entre ellos
con los valores que su tío le había enseñado, pero en lugar de vivir
auténticamente y presentarse abiertamente como un ejemplo de una mejor
alternativa, eligió minimizar su ética diferente, restarle importancia a su
maldad y armonizar con el paisaje. En lugar de representar la bondad de
Dios, se conformó con ser menos malo que sus compañeros.
Elija el bien
El teólogo Alexander Whyte ofrece una reflexión aleccionadora acerca de la
transigencia de Lot:
¿Por qué un hombre con un inicio como Lot, y con experiencias
pasadas como Lot, por qué no se levantó y dejó una vida, un
vecindario, una ocupación y un compañerismo de los que tanto
peligro y tantas vejaciones del alma habían surgido continuamente?
La razón es que él había invertido en Sodoma, como lo dirían nuestros
mercaderes. Había invertido dinero, y él y su casa se habían
aventurado en la tierra que rodeaba Sodoma, en el producto de
Sodoma y en sus ganancias espléndidas. Y a pesar de todas las
vejaciones que estrujaban su corazón, Lot nunca pudo cambiar de
parecer para acabar con Sodoma y Gomorra para siempre[32].
Lot disfrutaba del desafío de vivir en Sodoma. No pensó en el impacto
que tendría en su familia, pero podemos estar seguros de lo siguiente: cuando
usted coquetea con la inmoralidad, su corazón se corromperá y finalmente se
quebrantará.
Permítame darle una ilustración humorística que no olvidará. Si usted le
pone guantes blancos a un niño y lo manda a jugar en el lodo, regresará con
los guantes enlodados. El lodo nunca se «enguanta». Usted nunca verá al
lodo tomar el color del guante blanco. Como un par de guantes limpios, sus
convicciones solo pueden contaminarse cuando usted tolera la inmoralidad en
su presencia. Sus transigencias no pueden hacer que la inmoralidad sea
menos sucia. Eso no significa que no tenemos que asociarnos con la gente
inmoral; simplemente significa que tenemos que rechazar el comportamiento
inmoral y retirarnos de cualquier ambiente en el que se permite la
inmoralidad o se estimula como un estilo de vida.
Lot llegó a ensuciarse con el pecado de Sodoma porque carecía de
convicciones. Las convicciones son principios internos profunda y
firmemente arraigados en cuanto a la integridad, la moralidad, la ética y la fe.
Un conjunto de convicciones nos ayuda a reconocer el bien y el mal, y luego
nos impulsa a confrontar el mal y elegir el bien.
Debido a que nacemos con naturalezas pecaminosas y egoístas, no
podemos ver dentro de nosotros mismos para discernir la diferencia entre el
bien y el mal. Nuestras convicciones deben llegar de un lugar que es más alto
y mejor que nuestros propios deseos. Esa es una razón importante por la que
Dios nos ha dado Su Palabra, la Biblia. La mente de Dios define el bien y el
mal, y Él ha escrito el estándar con tinta negra sobre páginas blancas. Por lo
tanto, derivamos nuestras convicciones de este Libro de libros.
Afortunadamente, no tenemos que hacerlo solos; tenemos una comunidad
de gente que confía en el mismo estándar moral objetivo. Espero que usted
tenga padres, familia y amigos que alientan a un estilo de vida justo. Espero
que usted tenga una iglesia fuerte con líderes fieles y valientes. Espero que
maestros y mentores hayan vertido sus convicciones en las suyas. Espero que
a estas alturas usted ya haya cultivado un firme conjunto de convicciones
propias con base en las verdades de las Escrituras.
Necesitamos creencias. Las creencias alimentan nuestro conocimiento
doctrinal y nos ayudan a establecernos en la fe. Las creencias forman una
parte importante de la conciencia cristiana y proveen dirección para nuestras
trayectorias de fe. Nuestras creencias hacen más aguda la capacidad
de discernimiento. Pero las convicciones... Lo que usted sepa es una cosa,
pero lo que hace con su conocimiento define su carácter y establece su
reputación. Se requiere valor para desarrollar principios profundos,
firmemente arraigados en cuanto a la integridad, la moralidad, la ética y la fe.
Eso es lo que necesitamos en el gobierno y tan rara vez encontramos. Eso es
lo que necesitamos en las iglesias y escuelas. Pero incluso esas instituciones
pueden carecer de tales convicciones. Usted puede marcar una gran
diferencia en su parte del mundo al determinar y luego mantener un conjunto
de convicciones derivadas de la Palabra de Dios.
Allí fue donde Lot falló. Él siguió siendo justo en el sentido de que no
cometió los pecados de Sodoma. Pero sin convicciones fuertes, permitió que
el pecado de ellos lo disminuyera como hombre y como padre. Así que,
¿cómo podemos hacerlo nosotros de una mejor manera? Comenzamos al
adoptar tres verdades en cuanto a las convicciones.
Las convicciones deben establecerse claramente ante Dios, o serán
torcidas y debilitadas ante los demás. Puedo hablar de mi propia experiencia
en cuanto a esto cuando estuve en el ejército. Tan pronto entré caminando a
una base militar en Okinawa y dejé caer mi bolsa al suelo, me encontré
rodeado de gente y actividades que amenazaban con debilitar mi voluntad y
torcer mis convicciones. La prostitución, la pornografía, las drogas y las
bebidas alcohólicas literalmente envolvían esa base en la isla. ¡Vaya fosa
séptica moral! Yo sabía que para sobrevivir el asalto, tendría que determinar
y definir mis convicciones de manera expresa y luego comprometerme con
ellas. No me atreví a «seguir mis instintos», ni a confiar en que los valores de
mi familia de alguna manera se activarían en el momento oportuno. Aunque
estaba casado, el simple hecho de ser un esposo no me facultaba para ser
puro. Necesitaba mis propias convicciones definidas claramente. Este tenía
que ser un ejercicio consciente.
Las convicciones deben ser afirmadas y modeladas en el hogar, o se
transigirán en la calle. Cuando me senté a definir mis convicciones, partí de
veintitantos años de vida en el hogar y en la iglesia, la cual (¡gracias a Dios!)
se conformaba a estándares bíblicos. Mamá y Papá no me habían dado estas
convicciones en forma de lecciones bíblicas ni de conferencias de clase. Las
obtuve alrededor de la mesa de la cena, mientras hacía oficios domésticos,
cuando nos reuníamos alrededor del piano para cantar, en los viajes de
compras, en las vacaciones y en los acontecimientos sociales. Oí a mis padres
articular su sistema de valores y luego los vi ponerlos en práctica. No puedo
enumerar las veces en las que oí a mi madre o a mi padre decir: «Ahora,
escúchanos hijo; escucha esto». Y luego concretaban una verdad importante.
Ese entrenamiento de mi hogar llegó a ser crucial cuando estaba a doce mil
kilómetros de distancia de mi hogar.
Las convicciones deben significar todo para nosotros personalmente, o
no significarán nada cuando estemos bajo presión. Frecuentemente sabemos
la diferencia entre el bien y el mal; sabemos lo que deberíamos hacer. Sin
embargo, en algunos casos no estamos totalmente convencidos de que el
esfuerzo valga la pena. Dudamos de que nos vayan a atrapar, o minimizamos
la severidad de las consecuencias. Allí es cuando casi seguramente
cederemos a la presión de pecar, cuando la tentación ejerce presión de
manera inesperada y despiadada.
A propósito, la presión llega típicamente de la opinión de la mayoría. No
habían pasado veinte minutos de mi llegada a Camp Courtney cuando los
chicos de mis barracas comenzaron a decirme adónde podía ir a pasar la
noche con una mujer. No era de sorprenderse que la mayoría de los cuarenta
y ocho Infantes de Marina de mi cabaña hubieran contraído alguna
enfermedad venérea. Mientras tanto, yo tenía una esposa que me esperaba en
casa. En tanto que experimenté tentación, sabía aún más fuertemente que un
día tendría que mirarla a los ojos y decirle ya fuera la verdad o un paquete de
mentiras. Y sabía que lo que le dijera llegaría a ser parte de la base sobre la
cual desarrollaríamos nuestro matrimonio, nuestra vida juntos, el hogar en el
que criaríamos a nuestros hijos y, en última instancia, (aunque no sabía de
eso entonces) el ministerio que compartiríamos juntos.
Mis convicciones llegaron a ser convincentes para mí en lo personal, lo
cual me ayudó a volver a sus brazos con la conciencia tranquila.
Como admirador de toda la vida del presidente Abraham Lincoln, he
devorado más de una biografía de él. Disfruté Team of Rivals (Equipo de
rivales) y vi la película Lincoln dos veces. La fortaleza de las convicciones de
este hombre me inspira a actuar con valor por mi cuenta. Rodeado por un
gabinete que no creía en la viabilidad de la Decimotercera Enmienda
(prohibiendo la esclavitud), y presionado por hombres de su propio partido a
transigir con el Sur para terminar la guerra más rápido, Lincoln rehusó
doblegarse. Él desafió a sus compañeros a superar sus dudas, a actuar de
acuerdo con su meta compartida de acabar con la esclavitud en los Estados
Unidos y a presionar a la oposición. Al final, las convicciones de Lincoln se
impusieron. Contra todas las probabilidades, aferrándose a la esperanza
contra toda esperanza, él dirigió la derrota de la esclavitud.
Oh, por líderes como Lincoln. Oh, por hombres y mujeres de fe como el
padre Abraham. Oh, Dios, que termine mis días en la tierra como un hombre
igual a ellos. ¡Que Dios nos haga a todos gente de convicción inflexible!
CAPÍTULO 11
EL GEMIDO DE DOS
CIUDADES
ME ENCANTA LA BIBLIA, pero siento pavor de predicar, enseñar o escribir
sobre ciertas secciones de las Escrituras. Génesis 19 es una de ellas. Trata con
un pecado tan indecible que la narrativa bíblica omite todo excepto unos
pocos detalles. Describe la destrucción completa de, según lo mejor que
podamos determinar, cinco ciudades y muchos miles de personas. Este pasaje
explica por qué Dios redujo un valle, que en otros aspectos era paradisíaco, a
una fosa salada de rocas y polvo, y a un mar que hasta la fecha no puede
sustentar vida.
En mi propio bosquejo de la biografía de Abraham, preferiría omitir este
capítulo oscuro, pero me veo obligado por la sabiduría de un Dios
omnisciente a incluirlo. Él siempre sabe lo que es mejor. Aunque Abraham
no aparece en Génesis 19, los acontecimientos que se llevaron a cabo a
apenas treinta y dos kilómetros al oriente de su campamento ayudaron a
definir su carácter. Aprendemos más acerca de este gran hombre de fe al
examinar el mundo en que vivió. Sin embargo, es igual de importante que
aprendamos más acerca del Dios que él adoraba y en el que confiaba... Aquel
por el que había dejado todo para seguirlo.
A medida que reanudemos la historia del sobrino de Abraham y de la
ciudad condenada en la que él vivía, lo exhorto a que tome a Dios en serio.
Lot y su familia no tomaron a Dios en serio hasta que fueron casi consumidos
por la ira de Dios por sus vecinos. Los futuros yernos de Lot nunca tomaron a
su Dios en serio y perecieron, física y espiritualmente. A. W. Tozer escribe:
«Lo que nos llega a la mente cuando pensamos en Dios es lo más importante
acerca de nosotros»[33]. Eso sin duda fue cierto para Abraham y Lot, y sigue
siendo cierto para nosotros hoy. Así que tome un momento o dos para
preguntarse: ¿Qué es lo que me viene a la mente cuando pienso en Dios?
Un buen comienzo sería examinar sus atributos, las características que lo
definen. ¿Cómo es Dios? ¿Qué revelan Sus acciones y respuestas en cuanto a
Sus habilidades, Sus valores, Su carácter?
Las Escrituras lo describen repetidamente como un Dios de amor. Él es
eterno, infinito, inmensurable, omnisciente y todopoderoso. Es bueno,
misericordioso, amable, sabio, compasivo y paciente. Es inmutable, lo que
quiere decir que Su personalidad no cambia nunca. Es soberano, lo que
quiere decir que tiene la autoridad moral de tomar cualquier decisión que elija
y el poder de llevarla a cabo. En otras palabras, Él tiene el control total. Él es
santo, lo que quiere decir que no está contaminado por el mal que ha
dominado a Su creación. Él es justo, completamente puro en todos Sus actos
y motivaciones.
Todas esas cosas son ciertas, pero la lista está incompleta. La mayoría de
la gente estaría de acuerdo con estas características, pero muchos se
quedarían allí. Cuán fácil es pasar por alto la calidad de la justicia divina.
Preferimos evitar el principio teológico de que la tolerancia y la paciencia de
Dios tienen un límite. Su misericordia llega con una fecha de expiración. Hay
ocasiones en las que Dios dice: «Ya es suficiente. Se acabó. No más».
Dios dijo «no más» en Génesis 6, cuando expresó pesar por haber hecho a
la humanidad y después ocasionó el diluvio. Sin embargo, en Su gracia salvó
a Noé y a su familia.
Dios dijo «no más» en Génesis 11, cuando los humanos llenos de orgullo
se obsesionaron por construir un monumento a sí mismos, y Él frustró la
construcción de la Torre de Babel.
Dios dijo «no más» en Daniel 5, cuando Belsasar profanó a Dios en un
banquete depravado que celebraba a los dioses falsos, y Dios hizo que la
ciudad de Babilonia cayera.
La misericordia de Dios tiene límites porque Su justicia demanda
satisfacción. Si nunca se le pide cuentas al mal, si el pecado no se castiga
nunca, Dios no sería justo. Si el Señor estableciera reglas y luego nunca las
hiciera cumplir, ¿qué propósito tendrían las reglas? Él estableció un código
moral, un estándar objetivo del bien y del mal, que siempre es para nuestro
bien. Sus leyes, cuando se obedecen, hacen que la vida sea mejor para todos.
Cuando la gente quebranta esas leyes, otros sufren.
En Génesis 19, Dios dijo «no más». Abraham le suplicó a Dios que
retuviera su ira si encontraba diez personas justas entre todos los inmorales.
Él esperaba que eso salvara la vida de Lot y su familia. Dios decidió negar la
petición específica de Abraham, pero honró su motivo al enviar ángeles a
evacuar la casa de Lot. Los ángeles abrieron la oportunidad para cualquier
otro que Lot supiera que era justo, pero ninguno llegó.
El día del juicio
Las horas antes del amanecer trajeron consigo la oportunidad para Lot de
escapar con vida y de salvar a su familia. Animados con una sensación de
urgencia, los ángeles despertaron a la casa de Lot de su sueño. «Apresúrate
—le dijeron a Lot—. Toma a tu esposa y a tus dos hijas que están aquí. ¡Vete
ahora mismo, o serás arrastrado en la destrucción de la ciudad!» (Génesis
19:15). Pero Lot vaciló. El término hebreo aquí significa «demorarse,
tardarse, esperar».
El narrador no nos dice la razón de Lot para tardarse. No hay indicios de
un deseo de morir, así que lo único que podemos decir con seguridad es que
Lot no tomó la amenaza de destrucción tan en serio. Imagine a alguien que
llega a su casa y dice: «Un terremoto atacará en tres minutos, por lo cual toda
esta área será destruida. Sé que es un hecho, por lo que aléjense tanto como
puedan». Usted no vacilaría si confiara en el mensajero y creyera el mensaje.
Como Lot siguió demorándose, los ángeles tuvieron que arrastrarlo a él y
a su familia fuera de la ciudad. Cuando los ángeles los incitaron a huir a las
montañas, él expresó un temor curioso. «¡Oh, no, mi señor! —suplicó Lot—.
Ustedes fueron tan amables conmigo y me salvaron la vida, y han mostrado
una gran bondad; pero no puedo ir a las montañas. La destrucción me
alcanzaría allí también, y pronto moriría» (Génesis 19:18-19).
Me cuesta entender a este hombre. El mensaje es claro: «Pronto, muy
pronto, este lugar será reducido a charcos de azufre burbujeante. Salgan». Si
Dios alguna vez delinea una ruta de escape con un lugar específico al cual
huir, ¡huiré hacia donde Él lo ordene! ¿Cuál es el punto de discutir con la
omnisciencia?
Además, la lógica de Lot es confusa. Su objeción («No puedo ir a las
montañas. La destrucción me alcanzaría allí también, y pronto moriría»)
puede interpretarse de una de dos maneras. Primero, parece que él argumenta
que físicamente él no podría dejar atrás la destrucción. «Me alcanzaría» surge
de un verbo hebreo que significa «adherirse a, aferrarse, unirse». Según esta
interpretación, él temía que el desastre se aferraría a él antes de que pudiera
irse. Lot entonces pidió permiso para huir a una pequeña ciudad de los
alrededores. Antes él había arrastrado los pies, por lo que este interés
repentino en una salida rápida no tiene sentido. También, si estaba
preocupado en cuanto a poder irse lo suficientemente lejos, no habría
escogido una ciudad cercana.
Una segunda y más probable explicación es que Lot estaba reacio a dejar
las comodidades de la vida en la ciudad para una existencia menos cómoda
en el campo. Había llegado a estar tan arraigado a la afluencia y comodidad
de su hogar en Sodoma que vacilaba en dejarla, incluso con la temible ira de
Dios que se asomaba desde arriba. Cuando fue obligado a salir de su hogar y
fue arrastrado a las afueras de la ciudad, suplicó el permiso de refugiarse no
en las montañas sino en una aldea cercana, en la orilla sureña del valle.
Siempre y cuando usted esté salvando su vida, una cama de hotel barato es
mejor que un suelo frío y duro, ¿verdad?
Tome nota de la exageración de Lot: «La destrucción me alcanzaría allí
también, y pronto moriría» (Génesis 19:19). Esto es una evidencia más de lo
demente que había llegado a ser el pensamiento de Lot. Los años de
racionalización y transigencia le habían robado su capacidad de usar la razón;
ya no poseía la capacidad de distinguir entre perder comodidades y perder su
vida. Se trasladó a Sodoma como para dar un paso hacia arriba a la afluencia
y llegó a ser parte de la sociedad de Sodoma para conservar su riqueza y
estatus, solo para llegar a ser mental y emocionalmente dependiente de la
ciudad... a pesar de su obvia depravación. La riqueza y la comodidad de
Sodoma habían llegado a ser una trampa mental.
Un erudito alemán llamado H. C. Leupold ayuda a pintar el cuadro: «Casi
agota la paciencia del lector soportar esta súplica interminable en un
momento de tal peligro extremo. Lot apreciaba muy poco lo que se estaba
haciendo por él»[34].
Sin embargo, en defensa de Lot, nosotros hacemos algo muy parecido
hoy en día. No tomamos en serio a Dios. Preferimos la imagen de Dios como
un anciano abuelo, con un poblado bigote blanco y una sonrisa reconfortante.
La ira de la justicia de Dios es demasiado inquietante como para pensar en
ella. Aun así, las advertencias del Nuevo Testamento me provocan un
escalofrío por la columna vertebral. El tiempo en que Dios diga el «no más»
final puede llegar en un instante. Su Hijo aparecerá en las nubes y llevará a
esta época de gracia a una conclusión temible e inmediata. De hecho,
cualquiera de nosotros podría morir esta noche y estar ante Él para rendirle
cuentas de nuestra vida.
Jesús impulsó a todos a mantener en orden sus prioridades y a sujetar
holgadamente las comodidades temporales. Debido a que todos queremos
aferrarnos a nuestras conveniencias terrenales, incluso bajo la amenaza del
juicio divino que se asoma, Jesús contó la siguiente parábola:
«Un hombre rico tenía un campo fértil que producía buenas cosechas.
Se dijo a sí mismo: “¿Qué debo hacer? No tengo lugar para almacenar
todas mis cosechas”. Entonces pensó: “Ya sé. Tiraré abajo mis
graneros y construiré unos más grandes. Así tendré lugar suficiente
para almacenar todo mi trigo y mis otros bienes. Luego me pondré
cómodo y me diré a mí mismo: ‘Amigo mío, tienes almacenado para
muchos años. ¡Relájate! ¡Come y bebe y diviértete!’”.
Pero Dios le dijo: “¡Necio! Vas a morir esta misma noche. ¿Y
quién se quedará con todo aquello por lo que has trabajado?”».
LUCAS 12:16-20
Lo repito para hacer énfasis: Lot no tomó a Dios en serio. Él sopesó la ira
de Dios con las comodidades materiales y encontró en ellas motivaciones
más o menos iguales. Afortunadamente, la misericordia de Dios se extiende
mucho más lejos que la mía, ¡o ese habría sido el fin de Lot! Pero los ángeles
le dieron esta concesión y misericordiosamente alteraron el plan, diciéndole
uno de ellos: «Concederé tu petición. No destruiré la pequeña aldea»
(Génesis 19:21).
Por fin, Lot y su pequeña familia se dirigieron por el valle; nunca más
verían su cómodo hogar en la ciudad. Solo podemos imaginar lo que
pensaban mientras enfrentaban una realidad poco prometedora. Todos los
años que habían invertido, todas las posesiones que habían acumulado, todo
el trabajo que habían dedicado para hacer de su hacienda un modelo, todo el
esfuerzo que habían invertido en las relaciones y en subir la escalera social de
Sodoma... abandonado. Perdido. Antes de que el sol se pusiera ese día, todo
sería cenizas, y ellos tendrían que volver a empezar sin nada más que lo que
podían cargar.
Cuando incitaron a Lot y a su familia a huir, los ángeles dijeron: «¡Corran
y salven sus vidas! ¡No miren hacia atrás ni se detengan en ningún lugar del
valle! ¡Escapen a las montañas, o serán destruidos!» (Génesis 19:17, el
énfasis es mío). En esencia, dijeron: «No hay nada para ustedes aquí ahora.
Su vida en Sodoma ya no existe; solo miren hacia el futuro que tienen por
delante. Lo que pase aquí ahora es entre Dios y esta gente depravada. No les
incumbe a ustedes para nada».
Unas cuantas horas después, Lot, su esposa y sus hijas se acercaron a
Zoar, un pequeño pueblo en el extremo sur del valle del río Jordán. Los
ángeles los sacaron deprisa de Sodoma antes de que saliera el sol; ahora las
cimas de las montañas hacia el oriente se pusieron anaranjadas con el
amanecer. Detrás de ellos, la ira de Dios cayó del cielo como fuego y azufre
ardiente. «Las destruyó por completo, junto con las demás ciudades y aldeas
de la llanura. Así arrasó a todas las personas y a toda la vegetación» (Génesis
19:25).
Mientras Lot y su familia se acercaban al pequeño Zoar, su esposa no
pudo resistir una última mirada anhelante por encima de su hombro hacia
Sodoma. ¿Por qué? De nuevo, ella no tomaba en serio a Dios. Los ángeles la
habían arrastrado físicamente a las afueras de la ciudad y le suplicaron que
huyera al otro lado del valle, pero su corazón permaneció en su ciudad
condenada, unido a sus vecinos depravados y mantenido cautivo por su vida
cómoda. Ella se condenó a sí misma con esa mirada hacia atrás: «Pero la
esposa de Lot miró hacia atrás mientras lo seguía y quedó convertida en una
estatua de sal» (Génesis 19:26).
Más adelante, Jesús usó la muerte de ella para ilustrar un principio
espiritual: el mundo es temporal; el reino de Dios es para siempre. Al
predecir una conflagración futura que afectará a todo el planeta, Jesús dijo:
El mundo será como en los días de Lot, cuando las personas se
ocupaban de sus quehaceres diarios —comían y bebían, compraban y
vendían, cultivaban y edificaban— hasta la mañana en que Lot salió
de Sodoma. Entonces llovió del cielo fuego y azufre ardiente, y
destruyó a todos. Sí, será “todo como siempre” hasta el día en que se
manifieste el Hijo del Hombre. Ese día, la persona que esté en la
azotea no baje a la casa para empacar. La persona que esté en el
campo no regrese a su casa. ¡Recuerden lo que le pasó a la esposa de
Lot! Si se aferran a su vida, la perderán; pero si dejan de aferrarse a su
vida, la salvarán.
LUCAS 17:28-33
Hasta luego, Sodoma
Después de armar la evidencia bíblica y de haber observado esta área de
primera mano, soy de la opinión de que toda esta región del exuberante valle
del río Jordán se hundió en el agujero gigante que es el extremo sur del mar
Muerto en la actualidad. Ahora es literalmente el lugar más bajo de la tierra.
La superficie de ese lago de sal está a 426 metros por debajo del nivel del
mar, y se hunde otros 365 metros hacia el fondo. Un escritor perspicaz lo
describe de la manera siguiente:
Se dice que los medios que ocasionaron la destrucción fueron «azufre
y fuego», los cuales Yahveh hizo descender tan abundantemente
sobre esos lugares que se dice que Él hizo que «llovieran» sobre
Sodoma y Gomorra. En este momento el relato es muy conciso.
Cualquier intento que se haga para descubrir más de los detalles de lo
que ocurrió, tal intento debe permanecer estrictamente dentro de los
límites de las declaraciones textuales. Nada apunta directamente a una
erupción volcánica; y tampoco hay restos de lava en los alrededores
inmediatos. La expresión «destruyó» tampoco apunta necesariamente
a un terremoto. El «fuego» que llovió del cielo pudo haber sido
relámpagos. El «azufre» pudo haber sido milagrosamente fundido y
por lo tanto pudo haber caído junto con los relámpagos, aunque hay la
otra posibilidad de que una enorme explosión de materiales altamente
inflamables, incluyendo azufre, depositados en el suelo (véase los
«pozos de brea» de 14:10), pudo haber lanzado estos materiales,
especialmente el azufre, alto en el aire de manera que llovieron sobre
estas ciudades, ocasionando una enorme conflagración. Además,
parece muy probable que una vez encendidos estos materiales
combustibles, el lugar mismo de las ciudades se consumió a una
marcada profundidad, de manera que las aguas de la parte norte del
mar Muerto llenaron el área quemada[35].
El acontecimiento fue tan dramático que Abraham presenció columnas de
humo desde su campamento en las montañas, a 32 kilómetros de distancia
(véase Génesis 19:27-28). Las hijas de Lot pensaron que todo el mundo había
llegado a su fin, dejándolos a ellos como los únicos sobrevivientes (véase el
versículo 31, RVR60).
Años atrás, cuando viajaba por Japón, mi esposa y yo tuvimos el
privilegio de visitar el Museo de la Paz de Hiroshima, que conmemora una de
las más horribles conflagraciones hechas por el hombre en toda la historia. Es
increíble lo que una bomba masiva puede hacer. Las fotos y las películas que
se tomaron antes, durante y después de la explosión muestran árboles
gigantes que se convirtieron en tallos quemados, inclinados por la explosión.
Edificios fueron demolidos. No quedó nada más que unos matorrales bajos
que de alguna manera sobrevivieron, quemados y sin hojas. La gente que
estaba visitando el museo se quedó parada y miró fijamente en silencio.
El desastre de la época de Abraham que se tragó todo un valle, varias
ciudades y miles de personas fue aún más severo. Ahora, Hiroshima y
Nagasaki son prósperas ciudades modernas... pero nada será construido jamás
donde alguna vez estuvieron Sodoma y Gomorra. Es la zona cero definitiva.
Lo que queda de tierra no puede mantener vida humana a ninguna escala
práctica; es estéril, desierta y silenciosa. El mar Muerto y el páramo que lo
rodea continúan advirtiéndole a cada nueva generación que tome en serio a
Dios y respete Su justicia. Toda la región trae a la memoria el día en que Dios
dijo: «Es suficiente. No más».
La destrucción del valle del río Jordán siguió toda la noche. Temprano en
la mañana siguiente, Abraham corrió hacia la nube gigante que ondulaba y
cubría el sol de la mañana. Se detuvo en el lugar donde había hablado por
última vez con la manifestación humana de Dios (véase Génesis 18:22). Allí,
él «miró al otro lado de la llanura, hacia Sodoma y Gomorra, y vio que subían
columnas de humo desde las ciudades como si fuera el humo de un horno»
(Génesis 19:28). Se paró solo en ese lugar, no vemos mención de Sara ni de
sirvientes, y se preguntaba si el humo que ascendía contenía los restos de su
sobrino. En lo que a él concernía, Dios había encontrado menos de diez
personas justas y entonces había destruido a los justos junto con los
inmorales. Eso se debe a que Abraham tomaba en serio a Dios.
Sodoma hoy
Para el observador objetivo, Lot y su esposa fueron totalmente insensatos.
Habían construido su hogar en una isla en una fosa séptica, y cuando la
muerte se cernía sobre sus cabezas, ellos no querían irse. ¿Quién haría algo
tan irracional, tan extraño, tan... tonto? La historia del señor y la señora Lot y
las ciudades de Sodoma y Gomorra ha llegado a ser icónica. Su experiencia,
según se describe y se conserva en la Biblia, es tan extrema que ha adquirido
cualidades míticas. Por consiguiente, es posible que batallemos para ver a
estas figuras históricas como gente real así como nosotros. Si no tenemos
cuidado, nos recostaremos en la comodidad de nuestro sofá de la sala de estar
y juzgaremos a Lot y a su esposa demasiado severamente. El hecho es que,
de muchas maneras, no somos distintos. Aunque nos separan 3,500 años,
varios miles de kilómetros y un idioma, batallamos con las mismas
fragilidades y los mismos deseos de la naturaleza humana.
Lot, quien en el Nuevo Testamento es considerado un hombre justo
(véase 2 Pedro 2:8), pudo vivir cómodamente en Sodoma porque su
percepción de la realidad se había distorsionado gradualmente con el tiempo.
Para él, sus decisiones sin sentido tenían sentido por sus pequeñas excusas y
racionalizaciones menores. Si usted ha tratado alguna vez con un adicto
severo o ha pasado por el muy difícil proceso de una intervención, no es tan
descabellado imaginar cómo Lot acabó sintiéndose cómodo en su ambiente
contaminado. Usted conoce el control que una adicción puede tener sobre una
persona, y ha visto la distorsión gradual de la mente del adicto. Su ser amado
adicto racionalizará, negará, excusará, negociará, luchará, mentirá y usará
cada medio disponible para seguir con su ilusa miseria. El adicto le teme a la
libertad de la adicción como si fuera la muerte segura.
Tal vez usted no es tan iluso como Lot y su esposa, y no está bajo el
control de una adicción. Aun así, reflexione en su situación actual. Trate de
ver su vida de manera objetiva, de la manera en que ha observado la de Lot.
¿Qué tolera usted? ¿En qué ha transigido usted? Podría ser que usted permite
que la pornografía contamine su hogar o su mente. Podría ser que guarda los
secretos de una pareja abusadora que le ocasiona daño continuo a usted o a
otros. Podría ser que usted maquilla los registros financieros en su lugar de
trabajo, lo cual ha racionalizado en su mente porque eso le ayuda a proveer
para su familia. Antes de que menosprecie a Lot y a su esposa, pensando:
¿Cómo pudieron hacer eso?, solo piense.
Según el apóstol Pedro, Lot batalló con su conciencia todo el tiempo que
vivió entre los de Sodoma. «Dios también rescató a Lot y lo sacó de Sodoma,
porque Lot era un hombre recto que estaba harto de la vergonzosa
inmoralidad de la gente perversa que lo rodeaba. Así es, Lot era un hombre
recto atormentado en su alma por la perversión que veía y oía a diario» (2
Pedro 2:7-8). Y sin duda se lamentaba por el efecto que tuvo en sus hijas.
Probablemente vio a sus hijas adolescentes llegar a ser más como sus
compañeras, poniéndose lo que las otras chicas de Sodoma usaban. Sin duda
oía sus conversaciones desde otra habitación y sentía pesar por sus valores
erosionados. Veía a los jóvenes que ellas consideraban deseables y se
preocupaba por su futuro. Es posible que le dijera a su esposa: «Sabes,
cariño, no creo que esta ciudad sea buena para nuestras hijas; tal vez debemos
mudarnos».
Puedo oír la respuesta de la señora Lot. La he oído de muchos padres
transigentes. «¡Ay, Lot! No seas tan serio. Así es la vida en la ciudad activa.
Solo son adolescentes que pasan por una etapa. Saldrán bien. Solo espera. Ya
lo verás!».
Lot batalló con su conciencia y finalmente tuvo éxito en silenciarla. Para
la época de la destrucción de Sodoma, él ya no estaba preocupado por sus
hijas. De hecho, estaba dispuesto a entregarlas para que fueran violadas por
un grupo de sus vecinos para salvar a los huéspedes de su casa. Después de
tantos años de transigencia y racionalización, su conciencia se había
convertido en un susurro distante.
No se engañe. Si algo es malo, es un asunto de gran proporción. Si es un
mal habitual, es un asunto aún más grande. Es hora de que todos abramos
nuestros ojos y examinemos nuestros hogares, nuestros vecindarios y
nuestros países de manera objetiva. ¿Qué pecados toleramos nosotros? ¿Qué
mal hemos racionalizado? Tal vez en tono de broma, Rut, la esposa de Billy
Graham, dijo: «Si Dios no castiga a los Estados Unidos, tendrá que
disculparse con Sodoma y Gomorra»[36]. Lo mismo podría decirse de todo el
mundo, porque no somos menos culpables de la ceguera de Lot.
Yo no establezco fechas. Solo sé que habrá un día en el que Dios dirá:
«Ya es suficiente. No más». En anticipación de ese día futuro, tengo tres
cosas que decirles a todos los que quieran oír y prestar atención.
Dios todavía es un Dios de santidad; tómelo a Él en serio. ¡Él es santo!
Moralmente puro. Sin mancha, pues no ha practicado el mal. No tiene
motivos impuros. Él quiere que el lugar donde usted vive sea santo. Él quiere
que sus decisiones sean santas. Él quiere que la forma en que cría a sus hijos
sea santa. Él quiere que sus posesiones sean santas. Él quiere que sus
pensamientos sean puros. Él quiere que usted sea santo.
Habiendo declarado eso, también agregaré el siguiente recordatorio:
Nosotros todavía somos criaturas de inmoralidad; tómelo a Él en serio.
Todos somos gente impura, injusta. Estoy consciente de eso. Todavía
batallamos con nuestra depravación. Razón de más para tomar en serio a
Dios. Así como Salomón aconsejó a su hijo:
Confía en el SEÑOR con todo tu corazón;
no dependas de tu propio entendimiento.
Busca su voluntad en todo lo que hagas,
y él te mostrará cuál camino tomar.
No te dejes impresionar por tu propia sabiduría.
En cambio, teme al SEÑOR y aléjate del mal.
Entonces dará salud a tu cuerpo
y fortaleza a tus huesos.
PROVERBIOS 3:5-8
Como respuesta a nuestra propia depravación, y a pesar de nuestros
fracasos, debemos escuchar atentamente a Dios antes de tomar decisiones.
Eso es especialmente cierto cuando nuestro motivo es disfrutar un poco más
de comodidad o ganar un poco más de dinero. Examine su potencial nuevo
entorno y considere la influencia de la gente a la que llamará amigos,
compañeros de trabajo o vecinos. ¿Cómo afectará esta decisión a otros que
forman parte de su vida, como a su cónyuge o a sus hijos?
Nosotros todavía estamos sujetos a la misericordia de la gracia de Dios;
tómelo a Él en serio. La razón por la que todavía tenemos aliento en nuestros
pulmones es por la misericordia de un Dios compasivo. Él no ha acabado con
todos porque ha implementado un plan para redimirnos de nuestra
inmoralidad. Al igual que el iluso e insensato Lot, no merecemos
misericordia y somos lentos para responder cuando Dios envía mensajeros
para sacarnos del peligro.
Afortunadamente, algunos de nosotros hemos sido rescatados. Sin
embargo, otros todavía no toman en serio a Dios. Si usted está transigiendo,
si solo se enfoca en el amor de Dios en tanto que ignora Su justicia, si todavía
se está rezagando después de que Él lo ha instado a alejarse de esas
influencias contaminantes, está en un grave peligro.
El Día del Juicio puede llegar en cualquier momento. Acuérdese de Lot...
y no resista la oferta de Dios de rescatarlo. Acuérdese de la esposa de Lot... y
no mire hacia atrás.
CAPÍTULO 12
VENCIENDO LA PELIGROSA
RESACA DE LA DEPRAVACIÓN
AÑOS ATRÁS , el evangelista Billy Graham escribió: «Siempre ha sido una
marca de las civilizaciones decadentes el llegar a estar obsesionados con el
sexo»[37]. Nadie puede señalar exactamente cuándo ocurrió, pero podemos
decir con seguridad de que en esta generación, nuestra cultura occidental está
obsesionada con el sexo.
Alguien podría argumentar con base en el arte y la literatura a lo largo de
las edades que la humanidad siempre ha estado obsesionada con el sexo, pero
nunca antes en la historia ha sido más omnipresente y descarado el contenido
sexual. Lo que aparece en la televisión y en las carteleras solía considerarse
pornografía. Para ver pornografía, había que conducir hacia la parte de mala
fama de la ciudad y comprarla impresa o en película en una tienda sórdida,
débilmente iluminada, no apta para menores; ahora está disponible en línea,
gratis. De acuerdo a un estudio a gran escala, el 51 por ciento de los chicos y
el 32 por ciento de las chicas vieron pornografía por primera vez antes de la
edad de 13 años[38]. Como sociedad, estamos corrompiendo la imaginación
de toda una generación de niños antes de que llegue a la pubertad. La
expresión «inocencia juvenil» se está convirtiendo rápidamente en un
oxímoron.
Billy Graham continúa:
La ley inmutable de la siembra y la cosecha ha predominado. Ahora
somos los desafortunados poseedores de la depravación moral y en
vano buscamos una cura. La cizaña de la indulgencia ha rebasado al
trigo del control moral. Nuestros hogares han sufrido. El divorcio ha
crecido a proporciones epidémicas. Cuando se altera la moral de la
sociedad, la familia es la primera que sufre. El hogar es la unidad
básica de nuestra sociedad, y una nación es solamente tan fuerte como
lo son sus hogares. El rompimiento de un hogar no muy
frecuentemente llega a ser noticia de primera plana, pero corroe como
termitas la estructura de la nación[39].
El doctor Carle Zimmerman, un sociólogo de Harvard que examinó el
ascenso y la caída de imperios a lo largo de los siglos, le prestó mucha
atención a la correlación entre la vida familiar y la vida nacional. Su libro
Family and Civilization (Familia y civilización)concluye que las
civilizaciones en deterioro siguen un patrón razonablemente definible, y que
las «familias atomísticas» dominan el panorama social en las culturas
decadentes. Cuando las civilizaciones comenzaban a desbaratarse, tenían
cinco características en común:
1. El matrimonio perdió su carácter sagrado, el divorcio llegó a ser algo
común, y las formas alternativas de matrimonio se aceptaron.
2. Los movimientos feministas menoscabaron los roles complementarios y
cooperativos, a medida que las mujeres perdieron el interés en la
maternidad y buscaron el poder personal.
3. La crianza de los hijos llegó a ser cada vez más difícil, aumentó la
descortesía pública hacia los padres y la autoridad, y la delincuencia y la
promiscuidad llegaron a ser más comunes.
4. Se celebraba el adulterio, no se castigaba; se admiraba a la gente que
quebrantaba sus votos de matrimonio.
5. Había una mayor tolerancia al incesto y al sexo homosexual, con un
aumento en los crímenes relacionados con el sexo[40].
Las conclusiones de Zimmerman son tan actuales que son aterradoras.
Parece haber observado a los Estados Unidos en el siglo veintiuno y luego
haber resumido sus hallazgos. De hecho, las escribió en 1947, en la aurora de
lo que muchos considerarían la época de oro de la familia nuclear. Su estudio
de historia y sociología era puramente académico, no una reacción a lo que
veía como el deterioro de los Estados Unidos. Aunque su descripción de una
civilización condenada describe nuestra cultura demasiado bien, debemos
tener en mente que la depravación ha sido una parte de nuestra condición
humana desde Adán y Eva.
Después de que la primera pareja decidió violar la única regla de Dios, el
pecado no tardó mucho en hundirse hasta sus profundidades más oscuras.
Justo en la siguiente generación, un hombre mató a otro. Del paraíso al
asesinato en una sola generación. El apóstol Pablo explica por qué: «Cuando
Adán pecó, el pecado entró en el mundo. El pecado de Adán introdujo la
muerte, de modo que la muerte se extendió a todos, porque todos pecaron.
[...] Por uno solo que desobedeció a Dios, muchos pasaron a ser pecadores»
(Romanos 5:12, 19). Eso quiere decir que la depravación es un problema
universal; todos luchamos contra el impulso de una naturaleza pecaminosa
que nos da tirones hacia abajo. Si se deja sin supervisión, el mal que está
dentro de la humanidad nos haría autodestruirnos en una generación, o
posiblemente más pronto.
Hago esta observación para ayudarnos a mantener una perspectiva
apropiada de Génesis 19. Los acontecimientos que se describen en este
capítulo oscuro representan algunas de las peores cualidades de la
humanidad. Sodoma y Gomorra han llegado a ser icónicas, casi míticas,
como ciudades de pecado. Si no tenemos cuidado, podríamos olvidar que
compartimos la misma naturaleza depravada que la gente de esas ciudades
condenadas. A pesar de los miles de años que nos separan, nuestro pecado
social es muy similar al de ellos. Dios conservó estos relatos de Abraham, de
Lot, de sus hijas y de su cultura para ayudarnos a examinarnos a nosotros
mismos y luego determinar cómo viviremos. «Tales cosas se escribieron hace
tiempo en las Escrituras para que nos sirvan de enseñanza» (Romanos 15:4).
Las secuelas
Después de que fue arrastrado de su cómoda cama y luego empujado a las
afueras de su ciudad favorecida, a Lot se le instruyó que huyera a las
montañas. Temiendo que podría morir de la incomodidad, suplicó: «No
puedo ir a las montañas. La destrucción me alcanzaría allí también, y pronto
moriría. Miren, hay una pequeña aldea cerca. Por favor, déjenme ir allá; ¿no
ven lo pequeña que es? Así no perderé la vida» (Génesis 19:19-20). Sin
embargo, tristemente, la esposa de Lot nunca logró llegar a Zoar; murió en el
camino. Por consiguiente, solo tres personas sobrevivieron la destrucción del
valle del río Jordán: Lot y sus dos hijas.
Ellos se refugiaron en ese pequeño pueblo cerca del extremo suroriental
de lo que ahora es el mar Muerto, pero las cosas no resultaron bien. «Lot
abandonó Zoar porque tenía miedo de la gente de allí y fue a vivir a una
cueva en las montañas junto con sus dos hijas» (Génesis 19:30). Por
supuesto, eso era exactamente lo que los ángeles le habían dicho que hiciera
en primer lugar, excepto que pudieron haberle recomendado que se refugiara
con su tío en lugar de ir a arreglárselas solo.
Parece que vivir en Sodoma le hacía algo terrible al cerebro. A lo largo de
la narrativa, los residentes de Sodoma carecían de la capacidad de razonar
apropiadamente. La esposa de Lot se resistía a dejar una ciudad que Dios
consideraba una fosa séptica. Lot tomó decisiones raras, como ofrecer a sus
hijas para proteger a sus huéspedes, aferrarse a una ciudad marcada para su
destrucción, negociar con los ángeles sobre adónde huir, y decidir vivir en
una cueva en lugar de buscar el refugio y la ayuda de Abraham. Esta manera
defectuosa de pensar, caracterizada por una perspectiva distorsionada de la
realidad, también afectó a sus hijas.
En este incidente que involucra a Lot y a sus hijas, yo encuentro cuatro
características del razonamiento defectuoso. Y al igual que las observaciones
de Zimmerman en cuanto a una civilización, estos rasgos identifican a una
familia al borde del colapso total. Ponga mucha atención. Si estos rasgos
identifican a los de su casa, es hora de tomar una acción drástica.
Rasgo No. 1: Ausencia de la perspectiva divina
No sabemos cuánto tiempo vivieron Lot y sus hijas en su cueva. Tiempo
suficiente, por lo menos, para que las hijas renunciaran a la esperanza de
casarse alguna vez. La hija mayor se dirigió a la más joven y le dijo:
«Nuestro padre es viejo y no hay ningún hombre en el país que se llegue a
nosotras según la costumbre de toda la tierra» (Génesis 19:31, LBLA). La
frase: «que se llegue a nosotras según la costumbre de toda la tierra» es un
eufemismo de tener relaciones sexuales. Es posible que las mujeres pensaran
que la destrucción de Sodoma y las otras ciudades había sido un
acontecimiento mundial, y que solo había dejado a unos cuantos
sobrevivientes aislados, como los de Zoar. O, al haberlo perdido todo,
dudaban de sus oportunidades de encontrar alguna vez un matrimonio
arreglado con hombres aceptables. Independientemente de eso, su perspectiva
omite cualquier consideración de Dios.
No vemos ningún pensamiento en cuanto a la oración o a esperar que
Dios cuidara de ellas. Nunca se les ocurrió que Dios acababa de salvarlas de
la destrucción y que, por lo tanto, las protegería del peligro y proveería para
sus necesidades. En lugar de preguntarle a Dios qué deberían hacer,
imaginaron cómo habrían resuelto el problema sus vecinos de Sodoma. Las
chicas crecieron caminando al lado de los demás de su comunidad,
pareciéndose a ellos, hablando como ellos, actuando como ellos. Para cuando
las hijas fueron rescatadas de la fosa séptica, sus mentes habían sido
contaminadas.
Rasgo No. 2: Distorsión del discernimiento moral
Para tomar prestada una antigua expresión, puedes sacar a la chica de
Sodoma, pero es difícil sacar a Sodoma de la chica. La hija mayor de Lot
sugirió una solución que ella consideraba natural y razonable: «Nuestro padre
pronto será demasiado viejo para tener hijos. Ven, vamos a emborracharlo
con vino, y después tendremos sexo con él. De esa forma preservaremos
nuestra descendencia por medio de nuestro padre» (Génesis 19:31-32).
¿Quién sabe cuántas de sus amigas vivían en hogares donde se practicaba el
incesto? ¿Qué tan frecuentemente habían oído a sus amigas hablar de sus
experiencias sexuales con los miembros de sus familias? Aparentemente, lo
suficiente para que ese comportamiento les pareciera normal.
La hija menor no puso ninguna objeción. No vemos ninguna vacilación.
Las dos hijas parecían muy partidarias de recibir lo que querían de un
hombre, utilizando el alcohol y la seducción. Formularon e implementaron su
estrategia tan despreocupadamente como si hubieran planificado un viaje a la
ciudad.
Rasgo No. 3: Resquebrajamiento de la autoridad paterna
Me parece inquietante que ninguna de las chicas se vio traspasando un límite
trascendental al acostarse con su padre. Ellas querían llegar a ser madres. Una
madre necesita un hombre que la embarace, y Lot estaba convenientemente
presente. Así que, ¿por qué no? Ellas claramente no lo veían como un hombre
a quien honrar ni respetar. Él no había sido un líder espiritual durante sus
años de crecimiento, y ni se acercaba a ser un ejemplo de hombre justo.
Había hecho lo mejor para adquirir la aceptación de sus vecinos de Sodoma.
Así que en la mente de estas hijas, nada distinguía a su padre de cualquier
otro hombre.
Desde este momento en adelante en la narrativa, Lot es pasivo; ya no
juega un papel activo. A juzgar por la forma en que sus hijas lo movieron y lo
manipularon, muy bien podría haber sido un mueble. «Así que aquella noche
lo emborracharon con vino, y la hija mayor entró y tuvo relaciones sexuales
con su padre. Él no se dio cuenta cuando ella se acostó ni cuando se levantó»
(Génesis 19:33).
Rasgo No. 4: Acumulación de insensibilidad inmoral
Los hijos que están expuestos repetidamente a la inmoralidad durante largos
períodos de tiempo, comienzan a perder su sensibilidad. Llegan a estar
emocionalmente endurecidos y espiritualmente distanciados. Si son
expuestos desde muy temprano en su formación, nunca desarrollan una
conciencia. Si de alguna manera adquieren un sentido de quiénes son y
desarrollan un código personal de ética, aun así no tienen problemas con
comportarse inmoralmente, porque eso es lo único que han conocido. Apenas
vacilan para cometer actos que impactarían a la gente que tiene un eje rector
de acción moral.
Observe cuán despreocupadamente llevaron a cabo su plan las dos
jóvenes:
A la mañana siguiente, la hermana mayor le dijo a la menor: «Anoche
tuve sexo con nuestro padre. Volvamos a emborracharlo con vino esta
noche, y tú entrarás y tendrás sexo con él. De esa forma
preservaremos nuestra descendencia por medio de nuestro padre». Así
que aquella noche ellas volvieron a emborracharlo con vino, y la hija
menor entró y tuvo relaciones sexuales con él. Igual que antes, él no
se dio cuenta cuando ella se acostó ni cuando se levantó.
GÉNESIS 19:34-35
Allá en Sodoma, muchos dirían que Lot lo tenía todo: comodidad,
riqueza, propiedades, estabilidad y poder. Se sentaba entre los líderes
prósperos e influyentes de la comunidad y poseía un hogar en la ciudad.
Había arreglado los matrimonios de sus hijas y ansiaba tener nietos. Pero a
decir verdad, todo su éxito era superficial. No había sustancia en él. Además,
apostó por Sodoma y lo perdió todo.
Frecuentemente, cuando el hogar de alguien se consume en un incendio,
usted oirá que la persona dice: «No perdimos nada que no se pueda
reemplazar. Todos salimos vivos, por lo que nos tenemos los unos a los
otros». Pero Lot no podía decir lo mismo. Después de perder todos sus bienes
materiales, su familia se desintegró y todo lo que se gastó la vida adquiriendo
rápidamente se hizo nada.
Las repercusiones
Unas cuantas semanas después, las señales físicas fueron claras: «Las dos
hijas de Lot quedaron embarazadas de su propio padre» (Génesis 19:36).
Según los dos versículos siguientes, las dos dieron a luz hijos varones.
Nueve meses separan los versículos 36 y 37, y no vemos ni oímos nada
de Lot. Nada de ira. Nada de confrontación. Nada de pena, arrepentimiento,
confesión ni reconocimiento en absoluto. Como para reflejar la falta de
vergüenza de la familia en toda la situación, la narrativa anuncia estos
nacimientos como si no fueran distintos a cualquier otro.
Hasta la asignación de nombre de los niños deja ver su actitud descarada.
En muchas culturas del Medio Oriente, el nombre de una persona tiene
significado. Provoca el inicio de una conversación que frecuentemente lleva a
una historia. El nombre de Isaac significa «él ríe». Un invitado a cenar se
vería impulsado a preguntar: «¿Por qué le pusieron sus padres un nombre que
se refiere a la risa?». Esto impulsaría el relato de la historia. Un nombre era
una especie de legado. La hija mayor de Lot le puso a su hijo el nombre
Moab, que significa «del padre». La hija menor le puso al suyo el nombre
Ben-ammi, «hijo de mi pariente». ¿Qué piensa de esas historias para romper
el hielo?
Después de que esta historia termina y la narración de la vida de Abraham
continúa, no sabemos nada más de Lot. No sabemos su reacción inmediata al
pecado de sus hijas, ni cómo consideró los nacimientos de sus hijos/nietos.
No sabemos cómo, dónde, ni cuándo murió. No sabemos si alguna vez se
volvió a comunicar con Abraham ni cuánto tiempo su tío supuso que se había
perdido con Sodoma. Simplemente se desvanece de la historia.
Su vida sería irrelevante si no fuera por Moab y Ben-ammi, que llegaron
a ser los patriarcas de dos naciones: los moabitas y los amonitas. Los que
están familiarizados con la historia hebrea conocen a estas naciones como
enemigas implacables y despiadadas de Israel durante el Éxodo y la conquista
de la Tierra Prometida. Estas naciones enemigas siguieron asediando a Israel
hasta el período de los Jueces. Israel brevemente silenció a Moab y a Amón
durante los reinos de David y Salomón, pero cuando la guerra civil dividió a
la nación del pacto, sus enemigos resurgieron.
Entonces, ¿qué aprendemos de la desintegración de la familia de Lot, de
las consecuencias y de las repercusiones posteriores? Si tuviera que hacer una
advertencia en palabras modernas, sería esta: «Tenga cuidado con la resaca».
Cualquiera que sabe algo de natación o de surfeo en el océano tiene
historias acerca del tirón hacia abajo, silencioso, de la corriente de resaca.
Los oficiales de la playa a veces colocan anuncios con grandes letras rojas
que advierten: «Resaca peligrosa», porque estas corrientes no se pueden ver.
Los nadadores no están conscientes de ellas hasta que los alejan de la playa y
están en peligro de ahogarse.
Nuestra cultura tiene una peligrosa corriente de resaca moral. Si no
estamos conscientes de ella y no logramos reaccionar de manera efectiva, la
inmoralidad nos arrastrará hacia abajo. La pregunta es, ¿cómo puedo ayudar a
protegerme y proteger a mi familia de esta peligrosa resaca? ¿Me permite
darle cuatro sugerencias muy prácticas?
Reconozca que nadie es inmune a los peligros. Lot se trasladó a Sodoma,
ya sea inconsciente de los peligros o pensando que podía soportar la presión a
conformarse. Según el apóstol Pedro, él sí logró evitar cometer los pecados
de Sodoma personalmente (véase 2 Pedro 2:7), y (¡asombrosamente!) sus
hijas habían permanecido vírgenes en esa ciudad inmoral (véase Génesis
19:8). Aun así, la influencia de su cultura arrastró implacablemente hacia
abajo a la familia de Lot en tanto que se alejaban de Dios. Con el tiempo, los
años de exposición al mal tuvieron un gran efecto en toda la familia de Lot.
Usted no es inmune. Usted, con estudios avanzados. Usted, que asiste a la
iglesia regularmente. Usted, que tiene una fuerte herencia cristiana. Incluso
usted, que está involucrado en el ministerio. Usted no es inmune. Su familia
no es inmune. El mortal arrastre hacia abajo de la inmoralidad puede vencer a
cualquiera, así como una fuerte corriente de resaca puede doblegar a un
excelente nadador. Repítase a sí mismo: Soy vulnerable. Esto podría
ocurrirnos a mí y a mi familia.
Preste atención a las indicaciones leves. Permanezca alerta. No ignore las
indicaciones de que algo está mal cuando pasa tiempo con su familia o
amigos. Esté alerta a cualquier tolerancia hacia lo profano y lo vulgar. Elija
su entretenimiento de manera sabia, y mantenga los ojos abiertos a lo que
entretiene a sus hijos. Fórmese el hábito de preguntarse: ¿Voy a ser una
persona mejor por esto? ¿Es esta la clase de cosa que me hará más sano?
¿Van a beneficiarse mis hijos con esto? ¿Es esto espiritualmente provechoso
y saludable? Evite a la gente que le resta importancia a las cosas sagradas. No
pase tiempo con gente que profana lo que es bueno o que se burla de lo que
es justo. Y no pase por alto los comentarios de mal gusto ni ignore las
palabras que sus hijos aprenden.
Allá en la década de 1970, una de nuestras hijas acababa de entrar al
segundo grado y había asistido a la escuela solo por unos días cuando me
preguntó una noche: «Papi, ¿qué es sexo oral?». Esa fue una indicación no
muy sutil para aprender más de su pequeño mundo y lo que podría haberla
expuesto a ese concepto. Después de hablar un poco más con ella, descubrí
que ella había oído la frase en su escuela de uno de sus compañeros de clase.
Actualmente hay incluso más oportunidades para que los niños oigan tal
lenguaje, ya que expresiones como esta se pueden oír en innumerables
programas de televisión. Mi esposa y yo vimos esto como una señal para
involucrarnos aún más y hacer unos cambios necesarios.
Declare y modele su estándar reiteradamente. Lot nunca hizo esto; no
tenía ningún estándar. Él podría haber evitado involucrarse en el estilo
pecaminoso de Sodoma pero, imprudentemente, plantó a su familia justo en
medio de este. Declare su estándar y luego viva de acuerdo a él de manera
consistente. Quizás podría considerar imitar a una familia que conozco, que
tiene un listado de virtudes colocado en su cocina. Lo leen regularmente.
Trabajan en ellas como familia. Las recitan. A los hijos se les anima a
memorizarlas. Hablan de estas virtudes en la mesa durante la cena y discuten
cómo pueden ponerlas en práctica.
Eso puede parecer extremo, pero considere cuán frecuentemente y por
cuánto tiempo están expuestos los niños a influencias inmorales. Debido a
que ellos lo aman y admiran a usted, ¡crea eso!, su ejemplo pesa mucho.
Discuta sus valores, modele sus valores y anime a sus hijos a hacer lo mismo.
¡Ser proactivo es esencial en el mundo actual!
Protéjase contra la pasividad. Nuestra cultura es asquerosa. Es fácil pasar
eso por alto, encoger los hombros y pensar: Ah, no es gran cosa. Esa clase de
cosas ocurren. Yo también fui chico alguna vez, y salí bien. Deténgase a
pensar. ¿Se acerca en algo su generación a la generación de hoy?
Escuche lo que sus hijos traen a casa de la escuela. Ponga atención a los
amigos que ellos eligen. Sea firme y claro en cuanto a establecer estándares,
y luego hágalos responsables de ellos. Interésese en las películas que ellos
miran, en la música que les gusta, en la clase de juegos de video que juegan.
Participe con ellos. No espere que la iglesia o la escuela cristiana haga su
tarea de padre. He dicho lo siguiente durante años: la iglesia no puede
resucitar a lo que el hogar ha dado muerte. Los ministerios no pueden hacer
milagros en una o dos horas.
Las palabras de Billy Graham son, de nuevo, útiles para este tema.
En una cultura en declive, una de sus características es que la gente
ordinaria no está consciente de lo que ocurre. Solo los que conocen y
pueden leer las señales de la decadencia plantean las preguntas que
hasta ahora no tienen respuesta. El Sr. Hombre Promedio está cómodo
en su complacencia y tan despreocupado como una lepisma
cómodamente escondida en una caja de revistas desechadas sobre
asuntos mundiales. Él no hace ninguna pregunta porque sus
beneficios sociales del gobierno le dan una seguridad falsa. Este es su
problema y su tragedia. El hombre moderno ha llegado a ser un
espectador de los acontecimientos mundiales, observando su pantalla
de televisión sin involucrarse. Ve que pasan por sus ojos los
acontecimientos nefastos de nuestra época, mientras bebe su cerveza
en una cómoda silla. No parece darse cuenta de lo que le ocurre. No
entiende que su mundo está en llamas y que está a punto de quemarse
con él[41].
Recuerde siempre esto: la pasividad es un enemigo. Nunca he conocido
una época en la que la pasividad fuera saludable o llevara a buenos
resultados. ¡Esté alerta! ¡Ponga atención! ¡Levántese! ¡Actúe como padre!
¡La siguiente generación lo necesita! Dios lo ha equipado y lo ha colocado en
un lugar donde tiene que ser proactivo. Yo no prometo milagros domésticos,
pero puedo afirmar el valor de «una obediencia larga en la misma
dirección»[42]. Esta es una cultura depravada, y algunos todavía quedarán
atrapados en la resaca. No se deje arrastrar porque ignoró los peligros o no
hizo lo mejor que pudo haber hecho.
CAPÍTULO 13
EL DÉJÀ VU DE LA
DESOBEDIENCIA
¿NO SERÍA GRANDIOSO que de repente pudiéramos llegar a ser
instantáneamente maduros y completamente perfectos? Imagine cuán
distintos serían este mundo y las iglesias si confiar en Jesucristo nos hiciera
intelectualmente astutos, moralmente impecables y espiritualmente sabios.
Pecadores de nacimiento y pecadores por naturaleza... inmediatamente
transformados. No más batallas con la impaciencia o con la avaricia o con la
lujuria, ni con cualquier otro motivo egoísta y de beneficio propio. No más
quejas. No más chismes. No más política pasivo-agresiva. Nadie trata de
controlar la vida de los demás. En el momento en que confiáramos en Cristo,
nos convertiríamos en un modelo de integridad perfecta. ¿No sería
grandioso?
Hasta aquí de fantasías; ahora volvamos a la realidad. Si usted espera la
perfección, buena suerte. No ocurrirá. Aunque usted puede haber confiado en
el Señor Jesucristo con todo su corazón, cree en Él y solo en Él y es salvo
solo por gracia a través de solo la fe, todavía lleva dentro de sí una naturaleza
que ama el ego y por consiguiente ama el pecado. Y eso nos conduce a todos
a la distracción, especialmente a los no creyentes, quienes observan a los
cristianos y no logran entender esta realidad espiritual.
Aunque no hemos escapado de la influencia de nuestra antigua naturaleza
pecaminosa, los que hemos confiado en Jesucristo hemos recibido una
naturaleza nueva. Tenemos dentro de nosotros el Espíritu del Dios
todopoderoso, cuya misión y propósito es transformarnos. Por lo tanto,
tenemos un poder que nos libera del dominio del pecado. Con Jesucristo en
nuestro corazón y el Espíritu Santo que reside en nuestra vida, no tenemos
que someternos a ese antiguo amo. A medida que el Espíritu nos sigue
cambiando por toda una vida, llegamos a ser más semejantes a Cristo... ¡pero
todavía somos 100 por ciento humanos!
En palabras del difunto pastor y evangelista británico, Alan Redpath: «La
conversión de un alma es el milagro de un momento; la fabricación de un
santo es tarea de toda una vida»[43]. El nacimiento de un bebé es un
acontecimiento momentáneo que se lleva a cabo en un asunto de horas, pero
en ese momento, la vida solo acaba de comenzar. El crecimiento y la
madurez ocurren de manera continua y gradual, a medida que el niño se
desarrolla desde la infancia hacia la adultez joven. Él o ella debe aprender a
ser cortés y a compartir. Un niño debe descubrir cómo ser auténtico, honesto,
franco, asertivo, compasivo, empático y amable. Tiene que aprender de sus
errores y debe percatarse de que los compromisos son compromisos: cuando
uno da su palabra, debe cumplirla. Se requiere de años para que los bebés
maduren.
Después de que hemos confiado en Jesucristo y comenzamos a crecer
después de nuestro nuevo nacimiento, aun así nunca alcanzamos un estado de
completa perfección. No en esta vida. El pecado sigue acosándonos.
Batallamos con las tentaciones antiguas. A veces caemos en patrones egoístas
familiares. Volvemos a los pecados de nuestro pasado. Y allí está una de las
verdades más lamentables de la vida de fe: la gente fiel a veces abandona su
fe solo para ser temporalmente infiel.
A medida que lee la Biblia, usted descubre que si Moisés viviera ahora,
habría tenido que ir a clases para el manejo de la ira. Antes de tener cuarenta
años, Moisés asesinó a un egipcio que abusaba de un hebreo y luego trató de
encubrir su crimen (véase Éxodo 2:11-12). Cuarenta y pico años después,
durante los años de peregrinaje en el desierto de los hebreos, su
temperamento salió a la luz varias veces. La gente estaba en el desierto,
quejándose por no tener agua, y esperaban una respuesta de Moisés, su líder.
Dios quiso usar la ocasión para enseñar a los hebreos de Su fidelidad al
cuidar de ellos, pero Moisés echó a perder la lección con su arrebato de ira
(véase Números 20:10-13).
Dios escogió a Sansón para liberar a Israel de sus opresores filisteos, pero
Sansón batallaba con una compulsión de toda su vida de seguir sus impulsos
sexuales. De hecho, sus primeras palabras que se registran son: «Me gusta
una joven filistea de Timna y quiero casarme con ella. Consíganmela»
(Jueces 14:2). Más adelante, Sansón se quedó dormido en el regazo de otra
mujer, quien lo traicionó y lo entregó a sus enemigos. Su lujuria lo llevó a su
muerte. Él adoraba al único Creador verdadero, pero nunca conquistó su vieja
reacción favorita, su compulsión excesiva por el sexo.
David llegó a ser conocido como «un hombre conforme [al] corazón [de
Dios]» (Hechos 13:22), aun así, coleccionaba mujeres como mariposas, y su
carrera se manchó por un escándalo sexual (véase 2 Samuel 11). Para
empeorar las cosas, David le transmitió esta característica a su hijo Salomón,
cuyas muchas esposas y concubinas llevaron tanto al rey como al reino a la
idolatría (véase 1 Reyes 11:9-10).
Cada uno de nosotros podría contar una historia de fracaso en la fe y de
batallas repetidas con pecados antiguos. Reflexione en las últimas semanas.
Allí está usted otra vez, allí estoy yo otra vez, de regreso con el Señor
diciéndole: «Aquí estoy, Señor, y traigo ante ti lo que he vuelto a hacer una
vez más».
La tentación 2.0
Abraham es un precursor de la fe para el resto de nosotros. Su trayectoria de
fe abrió un camino que todos seguimos, y Génesis cuenta su historia para
nuestro beneficio. Cada una de nuestras trayectorias es única, pero en la
historia de Abraham encontraremos episodios que resuenan con los nuestros.
Y eso incluye la batalla continua de levantarse por encima de las viejas
tentaciones y conquistar los pecados reiterados. En el caso de Abraham, esto
significó batallar con la compulsión de mentir cuando la verdad podía poner
en peligro su vida.
Quizá recuerda que veinticinco años antes, cuando residía temporalmente
en Egipto, había transmitido la verdad a medias de que Sara era su hermana,
y llevó a creer a todos que ella no era su esposa. Por eso fue que el faraón
puso a Sara en su harén, solo para sufrir por la decisión. Cuando el faraón se
dio cuenta de la verdad del asunto, Abraham tuvo que oír una lección
vergonzosa sobre la moralidad de parte de un rey supersticioso y politeísta,
que no conocía al único Creador verdadero. Seguramente Abraham había
aprendido su lección.
Después de ver las nubes de humo que se elevaban desde el valle que
alguna vez ocuparon Sodoma y Gomorra, y habiendo oído de la gran
destrucción, Abraham levantó el campamento y se trasladó al sur, hacia la
región llamada el Neguev, que quiere decir «seco, árido», sinónimo de
desierto. Al principio vivió en un desierto en el lejano sur, antes de
trasladarse hacia el norte otra vez, a un área protegida por la ciudad de Gerar.
Los filisteos habían habitado esta planicie fértil entre las montañas y el mar
Mediterráneo, aunque todavía no se habían esparcido tierra adentro en
grandes cantidades. Gerar, una ciudad-estado, seguía el liderazgo de su rey, a
quien llamaban Abimelec. Muy probablemente este nombre era un título
similar a faraón.
Abraham sabía que se había trasladado a una tierra potencialmente hostil.
Al encontrarse rodeado de gente que podría matarlo por la oportunidad de
llevar a su esposa a sus harenes, «Abraham presentó a su esposa, Sara,
diciendo: “Ella es mi hermana”» (Génesis 20:2). Al gran sabio del béisbol
Yogi Berra se le acredita que dijo: «Ha vuelto a ser un déjà vu». Y, al igual
que antes, la táctica de Abraham resultó contraproducente. «Abimelec de
Gerar mandó llamar a Sara e hizo que la trajeran ante él a su palacio»
(versículo 2).
Debo señalar que Sara tenía noventa años en este momento. Cuando el
faraón la había llevado a su palacio para que se convirtiera en una de sus
esposas, a ella se le consideraba una mujer hermosísima a los sesenta y cinco
años. Aparentemente, su belleza no se había desvanecido mucho en
veinticinco años. El rey se enteró de esta mujer bella, la hermana disponible
de un nómada, y envió un escuadrón de soldados para que la llevaran al
palacio. De acuerdo a la antigua costumbre, a ella se le mantendría lejos de
todos los hombres, incluso del mismo rey, y se le prepararía para una boda
futura. Después de que varios meses demostraran que no estaba embarazada,
el rey consumaría el matrimonio y la haría parte oficial de su familia.
Sin embargo, mientras el rey dormía esa primera noche, el Señor invadió
sus sueños. «Esa noche Dios se le apareció a Abimelec en un sueño y le dijo:
“Eres hombre muerto, porque esa mujer que has tomado ¡ya está casada!”»
(Génesis 20:3).
Abimelec, al igual que el faraón, no creía en el único Dios verdadero ni lo
adoraba. Pero tenía la integridad suficiente como para honrar el matrimonio
de otro hombre. Nunca piense que una persona que no adora a Dios no puede
tener integridad ni comportarse moralmente. Francamente, algunos no
creyentes tienen más integridad que los cristianos. En este caso, Abimelec se
comportó más justamente que Abraham. Por eso fue que Abimelec abogó por
su caso como respuesta a la advertencia de Dios. «Señor, ¿destruirás a una
nación inocente? ¿Acaso no me dijo Abraham: “Ella es mi hermana”? Y ella
misma dijo: “Sí, él es mi hermano”. ¡Yo he actuado con total inocencia! Mis
manos están limpias» (Génesis 20:4-5).
Aunque Abraham no honró a Dios con sus actos, a pesar de todo, el Señor
usó la ocasión como una oportunidad para tomar el corazón de este rey
pagano. Dios le dijo a Abimelec en un sueño: «Sí, yo sé que tú eres inocente.
Por eso no permití que pecaras contra mí ni dejé que la tocaras. Ahora
devuelve la mujer a su esposo; y él orará por ti, porque es profeta. Entonces
vivirás; pero si no la devuelves, puedes estar seguro de que tú y todo tu
pueblo morirán» (Génesis 20:6-7).
Este es el primer uso del término profeta en las Escrituras, y para nuestra
sorpresa se le aplica a Abraham, que acababa de volver a su antiguo pecado.
Somos imperfectos; muy frecuentemente nos dominan nuestras viejas
tentaciones y muy frecuentemente somos culpables de infidelidad, pero
servimos a un Dios fiel. A pesar de nuestras debilidades y nuestras faltas, Él
cumple sus propósitos. Él usará hasta nuestros fracasos como oportunidades
para involucrarnos en Sus planes. El Señor reconoció el pecado de Abraham
y aun así lo llamó profeta, vocero divino, intermediario designado entre la
gente y su Creador.
Los cristianos fracasamos a veces en confiar en nuestra nueva naturaleza.
Más bien, volvemos a recaer sobre nuestra vieja naturaleza y eso es
exactamente lo que hizo Abraham. Aun así su fracaso no lo hizo ni un poco
menos hombre de Dios, ni un poco menos profeta. Pero cuán interesante tuvo
que haberle sonado eso a Abimelec, que sin duda pensó: ¿Él es un profeta?
¿Este hombre que acaba de decirme «Ella es mi hermana»?
El Señor no solo afirmó a Abraham como su profeta, también respaldó el
papel de Abraham como intermediario divino. «Ahora [...] él orará por ti,
porque es profeta. Entonces vivirás» (Génesis 20:7).
Me intriga la ironía de esta historia. Abraham dijo esta mentira para
salvarse a sí mismo, preocupado de que la gente pudiera matarlo o de que el
rey pudiera robarle su esposa. Aun así, sus mentiras lo metieron en el mismo
problema que trataba de evitar. Mientras tanto, el Dios que había prometido
proteger a Abraham y proveer para sus necesidades obró sobrenaturalmente
entre bastidores para salvar su vida y rescatar a su esposa. Abraham, al tratar
de protegerse a sí mismo, le dio a Dios más trabajo que si hubiera confiado
simplemente en el Señor al principio.
Abimelec mandó llamar a Abraham. —¿Qué nos has hecho? —
preguntó—. ¿Qué delito he cometido que merezca un trato como este,
que nos haces culpables a mí y a mi reino de este gran pecado? ¡Nadie
debería hacer jamás lo que tú has hecho! ¿Qué te llevó a cometer
semejante acto?
GÉNESIS 20:9-10
La respuesta de Abraham fue patética, pero por lo menos habló
sinceramente.
—Yo pensé: «Este es un lugar donde no hay temor de Dios. Ellos
querrán tener a mi esposa y me matarán para conseguirla». Ella de
verdad es mi hermana, pues ambos tenemos el mismo padre, aunque
diferentes madres; y yo me casé con ella. Cuando Dios me llamó a
abandonar la casa de mi padre y a viajar de lugar en lugar, le dije a
ella: «Hazme un favor, por donde vayamos, dile a la gente que yo soy
tu hermano».
GÉNESIS 20:11-13
La expresión «no hay temor de Dios» se refiere, por supuesto, al único
Creador verdadero. Los filisteos, de hecho, tenían muchos dioses. Abraham
usó la expresión «temor de Dios» para dar a entender que los que adoran a
Dios también recurren a Él por su estándar de ética. Él reconocía que la gente
que adora a un dios de fabricación humana puede tener estándares morales
que aprueban el pecado. Por lo que su justificación sonó algo así: «Ustedes
son un pueblo inmoral, por lo que pequé para protegerme de ustedes. En
realidad, yo solo pequé a medias, porque Sara es mi media hermana. Así que
al seguir al único Dios verdadero, hago que mi esposa mienta por mí».
Abraham hizo una suposición ciega acerca de Abimelec y sus súbditos, y
luego dejó que su imaginación corriera al peor de los casos. Cuando fue
confrontado, Abraham justificó sus actos — insultando al pueblo de Gerar en
el proceso— minimizó su pecado y explicó cómo la mentira había llegado a
ser una parte de su procedimiento operativo normal. Y lo que es más,
aparentemente no vio cómo la mentira menoscabó su testimonio de fe. Yo
sigo a Dios, pero no confío en que Él me protegerá... por eso miento.
¿No es curioso cómo nuestras racionalizaciones aumentan y llegan a ser
tan familiares que nos ciegan en cuanto a lo absurdo que llegamos a sonar?
Póngase en el trono de Gerar por un momento. Imagine que usted es
Abimelec y que Abraham está parado en su corte, y le da esta defensa
ridícula. ¿Qué haría? Una respuesta razonable sería: «¡Retiren a este hombre
insensato de mi vista! Llévese a su mujer y lárguese de aquí. Y luego retire su
campamento de mis tierras». Pero esa no fue la respuesta del rey. «Abimelec
tomó algunas de sus ovejas y cabras, ganado y también siervos y siervas, y
entregó todo a Abraham. Además le devolvió a su esposa, Sara. Después
Abimelec le dijo: “Revisa mis tierras y escoge cualquier lugar donde te
gustaría vivir” (Génesis 20:14-15).
En el ejército, un hombre indigno puede ascender de rango hasta lograr
una posición alta. Por consiguiente, puede ser que sus subordinados no
tengan mucho respeto por su carácter ni por su capacidad de dirigir, lo cual
hace difícil que sus subordinados le den el saludo. Esta cita del libro de
Stephen Ambrose Hermanos de sangre ofrece una percepción para ayudar a
resolver el dilema: «Saludamos al rango, no al hombre». Abraham se
comportó de una manera indigna de su Dios, pero Abimelec miró más allá
del hombre para honrar su rango como profeta de Dios. El rey honró a Dios
al tratar a Su representante con honor. Y como respuesta, Dios favoreció a
Abimelec y a su casa.
Cuando nosotros como pueblo de Dios fallamos en confiar en Él y luego
pecamos para protegernos o para proveer para nuestras propias necesidades,
nos parecemos exactamente a los no creyentes. Como resultado, los «fieles»
presentan un modelo confuso de fe a un mundo que los observa.
Aunque Abimelec trató a Abraham con una dignidad que no merecía, no
se pudo resistir a hacerle un comentario sarcástico. Con un gesto adicional, él
fue más allá de lo que exige la decencia. Le dijo a Sara: «Mira, le entrego a tu
“hermano” mil piezas de plata en presencia de todos estos testigos, para
compensarte por cualquier daño que pudiera haberte causado. Esto resolverá
todo reclamo contra mí, y tu reputación quedará limpia» (Génesis 20:16).
Además de llamar a Abraham «tu hermano», exhibió su riqueza y demostró
su nobleza como si dijera: «Qué pena que te hayas casado con el hombre
equivocado; yo soy un hombre mucho más honorable».
Abraham, sintiéndose apropiadamente avergonzado (eso esperamos),
respondió al interceder por el rey. «Dios sanó a Abimelec, a su esposa y a sus
siervas para que pudieran tener hijos. Pues el SEÑOR había hecho que todas
las mujeres quedaran estériles debido a lo que pasó con Sara, la esposa de
Abraham» (Génesis 20:17-18).
La historia de Abraham me hace recordar música discordante, llena de
ritmos confusos, acordes que desentonan y letra incomprensible... más o
menos como un espectáculo de medio tiempo del Súper Tazón. El hombre
que adora a Dios se comporta inmoralmente, en tanto que el hombre idólatra
actúa con integridad. El hombre que adora a Dios justifica su decisión
pecaminosa, en tanto que el hombre idólatra perdona la ofensa y regresa bien
por mal. Todo es ruido teológico y confusión hasta que Dios interviene.
Entonces la canción de Abraham finalmente termina como un armonioso,
melodioso, tranquilizante himno a la gracia de Dios.
Cuán misericordioso de parte del Señor afirmar el papel de Abraham
como Su profeta y responder a su oración. Cuán misericordioso de parte de
Dios restaurar la salud de la casa de Abimelec y concederle más hijos. La
gracia de Dios incluso convirtió el fracaso repetido de Abraham en una
oportunidad para aumentar su riqueza personal. Me siento agradecido y
aliviado al saber que el pueblo de Dios no tiene que ser perfecto para recibir
Su favor, Su protección, Su provisión y, más que nada, Su promesa de
redimirnos de nuestro pecado. Con razón decimos que es una «sublime»
gracia.
Nunca
Mencioné anteriormente que Abraham es un precursor de la fe. Su historia es
nuestra historia. Abraham regresó a su pecado habitual porque estaba
tratando de hacer que las cosas ocurrieran y de resolver los problemas por su
cuenta, dependiendo de su propio ingenio en lugar de confiar con seguridad
en el cuidado de Dios. Nosotros hacemos lo mismo en nuestras maneras
singulares. Cada uno de nosotros tiene una respuesta favorita cuando está
bajo presión, y eso generalmente ocasiona problemas. Después de observar
las luchas de Abraham, yo ofrezco tres «nuncas» para ayudarnos a
mantenernos alejados de los pecados que repetimos.
Primero, nunca abuse de sus propias debilidades. En lo profundo de su
ser, Abraham tenía la debilidad de mentir como una forma de salir de los
apuros. Aparentemente era una característica familiar, porque él se lo
transmitió a su hijo Isaac (véase Génesis 26:7-11), quien se lo transmitió a su
hijo Jacob (véase 27:36). Abraham sabía de esta debilidad cuando se
estableció cerca de Gerar; tuvo que haber sabido que, finalmente, caería en
esa antigua mentira cuando estuviera bajo presión. Podría haber ido a
cualquier parte, ya que había suficiente tierra de pastoreo en el norte, pero él
coqueteó con su debilidad.
Si usted es alcohólico, no arrienda un apartamento arriba de un bar. Se
mantiene lejos hasta del olor del alcohol, y pasa tiempo con gente que es
sobria y que lo hace responsable ante ellos. El miedo a su debilidad lo ayuda
a tomar mejores decisiones. Si usted es dado a la lujuria, coloca un protector
en su computadora y evita la Internet cuando está enojado, con hambre,
aburrido, solo o deprimido. Si come para sentirse mejor, no mantiene
bocadillos tentadores en la casa. Cualquiera que sea su debilidad, usted busca
la manera de mantener una distancia entre usted y el fracaso... cueste lo que
cueste.
Tengo amigos que viajan frecuentemente por negocios y ellos me cuentan
que cuando están solos, lejos de alguien a quien rendirle cuentas, sus
debilidades surgen de la nada. Por lo que planifican con anticipación. Tienen
un pedido fijo en sus reservaciones de hotel para bloquear los canales de
adultos en su habitación. Tienen software instalado en sus computadoras para
hacerlos rendir cuentas de sus actos en la Internet. Tienen una llamada
planificada a casa para reportarse y para conectarse con la gente que depende
de ellos.
No abuse nunca de sus debilidades. Acepte sus vulnerabilidades y
planifique con anticipación.
Segundo, nunca debe apoyarse en sus propias muletas. Poco después de
salir de Ur, Abraham elaboró esta historia falsa acerca de Sara para
protegerse a sí mismo. Su mentira formó una muleta que le impidió apoyarse
en Dios. Por consiguiente, se preparó para un fracaso moral tras otro.
Además, Sara nunca debería haber cooperado con el plan. Una respuesta
mucho mejor habría sido: «Abraham, yo te amo demasiado como para mentir
por ti. No vamos a hacer eso como pareja. Más bien, decidamos confiar en
Dios».
Deshágase de cualquier muleta muy usada. Hágala a un lado y deje de
confiar en excusas falsas para evitar admitir sus debilidades. Llámelo por lo
que es, arrepiéntase de su pecado, reclame el perdón de Dios, pida fortaleza
para superarlo y busque la ayuda de otros. ¿Qué amigos pueden llegar a ser
sus compañeros de rendición de cuentas? ¿Qué profesionales se especializan
en su debilidad particular? ¿Cómo puede ayudarlo su familia? No lo haga
solo; permita que otros apoyen su decisión para que usted pueda dejar de
depender de esa vieja muleta.
Tercero, nunca debe apoyarse en su propio entendimiento. Abraham tenía
una mente perspicaz, pero permitió que funcionara en su contra. Si usted es
listo, puede diseñar cualquier cantidad de formas creativas para resolver sus
problemas o para suplir sus necesidades, en tanto que elude la dependencia en
Dios. En lugar de enfrentar la posibilidad de que Él podría decepcionarlo o
no darle lo que usted quiere, usted hace arreglos para su propia satisfacción.
Esa manera ha llegado a ser un hábito. Usted ha desarrollado una rutina... casi
un ritual. Y probablemente no puede imaginar cómo seguir adelante si no se
encarga de sus asuntos a su manera, a través de su propio entendimiento.
Abraham se apoyó en su propio entendimiento e, irónicamente, creó el
mismo problema que había buscado evitar. ¡Y lo hizo dos veces! Mientras
tanto, Dios operaba tras bambalinas, trabajando de manera sobrenatural para
protegerlo. Las dos veces Abraham terminó a salvo. De hecho, por la gracia
de Dios, adquirió más riqueza en el proceso. Pero a qué costo, nunca lo
sabremos. ¿Cuán mejor habría sido el resultado si él hubiera confiado en
Dios?
Muchos teólogos se refieren a esa dependencia crónica en sí mismo, que
es lo opuesto de vivir por fe, como carnalidad. Se basa en la palabra latina
carne. Es la idea de vivir la vida con la capacidad humana en lugar de mirar
a, y apoyarse en, Dios y Sus promesas. Invariablemente, cuando elegimos la
carnalidad, encontramos satisfacción temporal seguida de una necesidad más
profunda... y al final la muerte. El ahora difunto Paul Harvey escribió una
parábola que ilustra cómo el elegir el pecado para encontrar satisfacción a la
larga lleva a la muerte.
Ahora recitaré la forma en la que un esquimal mata un lobo.
El esquimal cubre la hoja de su cuchillo con sangre y permite que
se congele allí. Luego el esquimal agrega otra capa de sangre, y
después otra. Cuando la capa de sangre se congela en la hoja del
cuchillo, el esquimal agrega otra capa hasta que la hoja está oculta en
un grosor sustancial de sangre congelada. Entonces, el mango del
cuchillo se entierra en el suelo congelado con la hoja hacia arriba.
El lobo merodeador sigue su nariz sensible al aroma y prueba la
sangre recién congelada... y la lame... Cada vez más vigorosamente, el
lobo lame el cebo hasta que el filo queda descubierto. Entonces,
febrilmente, lame aún más duro...
En la noche del ártico, su antojo de sangre llega a ser tan grande
que no se da cuenta de la punzada cortante de la hoja descubierta del
cuchillo sobre su propia lengua. Ni se da cuenta del instante en que su
sed insaciable se satisface con su propia sangre caliente...
«¡Más! —desea su apetito carnívoro— ¡más!». Hasta que el
amanecer lo encuentra muerto en la nieve[44].
Si usted encuentra satisfacción en su pecado, usted lame la hoja del
cuchillo. Finalmente, llegará al filo agudo y no logrará reconocer el peligro.
El pecado siempre crea un deseo más grande por sí mismo, y siempre lleva a
la angustia. Hasta podría llevarlo a su deceso.
CAPÍTULO 14
¡ES UN VARÓN!
¿ALGUNA VEZ LE ha incumplido alguien una promesa? Por supuesto que sí, a
todos nos ha pasado. Ocurre todo el tiempo.
Usted le presta dinero a un amigo que le promete firmemente repagar la
deuda. Usted todavía está a la espera del dinero. Una promesa rota.
Su papá dijo que estaría en el partido, justo allí en las gradas, para verlo
jugar. Nunca llegó. Una promesa rota.
Usted comparte un asunto privado con una amiga íntima, bajo la promesa
de que ella lo guardará como algo confidencial. Ni una semana después usted
lo oye de alguien más. En unos cuantos días, circula en la oficina o en toda la
iglesia. Una promesa rota.
Los padres de los adolescentes pueden identificarse con lo siguiente. Su
hijo o hija le dice: «Gracias por permitirme dejar de lado mis quehaceres hoy;
prometo que mi habitación estará completamente limpia para el sábado en la
tarde». Todavía se ve como una zona de guerra. Otra promesa rota.
Podría llenar otra página con ejemplos que usted y yo hemos
experimentado. Las promesas rotas son tan comunes que frecuentemente nos
sorprendemos cuando alguien realmente cumple. La lista de casos de la corte
está llena de demandas por contratos incumplidos. ¿Por qué? Es un alma rara
la que cumple su palabra, especialmente cuando no hay un contrato escrito
que haga que todos sean honestos. Cuando necesito que se haga algo o busco
contratar ayuda, no tengo problemas para encontrar gente competente. ¿Pero
gente honesta de manera consistente? ¿Gente que cumple Sus promesas?
Tesoros extraños, ¡de veras!
Aunque no podemos contar con la mayoría de la gente, me siento
agradecido porque siempre podemos depender de Dios. Podemos decir lo
siguiente con seguridad: Dios cumple sus promesas.
Sabemos que podemos confiar en Él porque Él es veraz. La palabra
significa «que dice siempre la verdad». Él no puede mentir. Debido a que la
verdad es central a Su identidad y Él no puede violar su propia naturaleza,
para Él es imposible decir algo falso. Así que cuando Dios hace una promesa,
usted puede apostar su vida a que Él la cumplirá.
El hecho de que Dios cumple Sus promesas es algo bueno, porque la
Biblia está llena de ellas. Hace años, alguien contó 7474 promesas
encontradas en la Biblia. No puedo verificar ese número... pero sí sé que de
Génesis a Apocalipsis tienen que haber miles. Asumiendo que este número es
cierto, con sesenta y seis libros en la Biblia, eso asciende a un promedio de
113 promesas por libro.
Promesas, promesas
Algunas de las promesas de la Biblia todavía no se han cumplido. Sin
embargo, ya que Dios cumple Sus promesas, sabemos con seguridad que el
cumplimiento está en el futuro. Eso incluye las promesas hechas a la nación
de Israel. El cumplimiento quizá no ocurra durante nuestra vida, ni siquiera
en esta generación, pero se llevará a cabo. ¿Cómo lo sabemos? Repito: Él es
veraz.
A medida que reanudamos la historia de la trayectoria de la fe de
Abraham con Dios, debemos considerar tres verdades en cuanto a las
promesas de Dios.
1. Dios no tiene prisa.
Nosotros vemos todos los acontecimientos desde la perspectiva limitada del
tiempo. Es como tratar de conducir un auto tratando de ver a través de una
pajilla. Estamos allí al nivel de la calle, y nuestra visión apenas capta el
paisaje. Sin embargo, Dios no está limitado por el tiempo ni por la
perspectiva humana. Él ve los acontecimientos de la tierra desde arriba, y
capta todo el panorama del tiempo desde Génesis 1:1 hasta el fin de todas las
cosas, y ve todos los acontecimientos a la vez. Aunque nosotros nos
apresuramos porque podríamos llegar tarde a algo, el Señor no tiene que
apresurarse porque Él mantiene el control total sobre el tiempo. Él ha
preestablecido el desarrollo de Sus planes a menos de un nanosegundo.
Nosotros, que estamos en el flujo del tiempo, sentimos frecuentemente
que la espera es como una eternidad. Cuando estoy con gente que no conozco
bien, a veces pregunto: «¿Está usted esperando algo?». Invariablemente, ellos
tienen una respuesta. Todos los que conozco esperan algo. Esperan alivio.
Esperan respuesta a su oración. Esperan que se cumpla un sueño. La gente
que ha crecido profundamente en su relación con Dios ha aprendido a esperar
con anticipación en lugar de preocupación. Saben que Dios cumple Sus
promesas, por lo que no se preguntan si el cumplimiento llegará sino cuándo
se llevará a cabo.
2. Dios nunca olvida Sus promesas.
Dios siempre es de fiar. La gente olvida a veces qué le dice a quién, pero la
memoria de Dios no se desvanece con el tiempo. Aun antes de que Dios
pronuncie las palabras, Sus promesas han sido entretejidas en la tela de la
historia futura, a la espera de su cumplimiento justo en el momento preciso.
He aquí un ejemplo:
Pues el Señor mismo descenderá del cielo con un grito de mando, con
voz de arcángel y con el llamado de trompeta de Dios. Primero, los
creyentes que hayan muerto se levantarán de sus tumbas. Luego, junto
con ellos, nosotros, los que aún sigamos vivos sobre la tierra, seremos
arrebatados en las nubes para encontrarnos con el Señor en el aire.
Entonces estaremos con el Señor para siempre. Así que anímense
unos a otros con estas palabras.
1 TESALONICENSES 4:16-18
Dios no dispone los acontecimientos mundiales frenéticamente,
esperando poner todo en su lugar antes de que el tiempo se acabe o que
Satanás se le adelante. Ya se estableció el tiempo para que la promesa de Su
regreso se cumpla.
3. Las promesas de Dios están vinculadas a su contexto.
No todas las promesas de Dios son universales. No toda promesa es para
todos. Cuando leemos una promesa, tenemos que hacer algunas preguntas:
¿Con quién habla? ¿En qué circunstancias hizo la promesa? ¿Quién se verá
afectado por la promesa? ¿Es una promesa universal, afectará a todo el que
haya vivido? O ¿dirigió Dios Su promesa a una persona o grupo específico?
He aquí algunas promesas universales:
«Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo
les daré descanso» (Mateo 11:28).
«Los que creen en el Hijo de Dios tienen vida eterna» (Juan 3:36).
«Todos los que escuchan mi mensaje y creen en Dios, quien me envió,
tienen vida eterna. Nunca serán condenados por sus pecados, pues ya
han pasado de la muerte a la vida» (Juan 5:24).
Usted puede reclamar esas promesas para sí mismo. Cualquiera puede
hacerlo. Se aplican a toda la gente, en todas partes, a lo largo de todo el
tiempo.
Las promesas personales, por otro lado, tienen una audiencia específica,
limitada. He aquí algunas promesas personales que se aplican solo a una
persona o etnia:
«Prometí rescatarlos de la opresión que sufren en Egipto. Los llevaré a
una tierra donde fluyen la leche y la miel, la tierra donde actualmente
habitan los cananeos, los hititas, los amorreos, los ferezeos, los heveos y
los jebuseos» (Éxodo 3:17).
«Tu casa y tu reino continuarán para siempre delante de mí, y tu trono
estará seguro para siempre» (2 Samuel 7:16).
«Mira al cielo y, si puedes, cuenta las estrellas. ¡Esa es la cantidad de
descendientes que tendrás!» (Génesis 15:5).
Estas palabras no se aplican a usted ni a mí. Dios hizo la primera promesa
a los descendientes de Abraham que vivían bajo el gobierno opresor de
Egipto. La segunda es la promesa de Dios a David, asegurándole que ninguna
otra dinastía tendría la bendición de Dios para gobernar a Israel y que el
Mesías reinaría finalmente como rey.
Deberíamos reconocer la tercera promesa: Dios destinó esta promesa a
Abraham y a nadie más. Si usted se casara sumamente tarde en su vida, no
podría decirle a su esposa ya madura: «Cariño, no hay ningún problema
porque tú tienes sesenta y ocho años y yo setenta y cuatro. Mira lo que dice
en la Biblia. “Tendrás un hijo en tu vejez”». Esa sería una declaración tomada
totalmente fuera de contexto. Sería un insensato si reclamara eso para sí
mismo.
Otro asunto relacionado al contexto es la interrogante respecto la
condición. ¿Es la promesa incondicional o condicional? ¿Contiene la
promesa una estructura de «si, entonces»? He aquí un ejemplo: «Todos los
que escuchan mi mensaje y creen en Dios, quien me envió, tienen vida
eterna» (Juan 5:24). Tome nota de la condición. La promesa podría
expresarse de otro modo: «Si escuchas mi mensaje y crees en Dios, quien me
envió, entonces tendrás vida eterna». Eso es condicional. Si cumple su parte,
Dios cumplirá la suya.
Libertad verdadera
Debido a que Dios no tiene prisa, Él no tuvo problemas para esperar un
cuarto de siglo para que Abraham y Sara concibieran. ¿Quién sabe por qué
demoró tanto tiempo? Fue decisión suya; Su tiempo es perfecto.
Personalmente, creo que Abraham no habría estado listo ni un momento
antes. Después de todo, había más en juego con esta promesa que solo un
bebé. Dios estableció un pacto con Abraham como el primer paso de un plan
de proporciones cósmicas, una estrategia amplia y predeterminada por medio
de la cual Él redimirá al mundo de pecado y mal. Esto implicaba multiplicar a
los descendientes de Abraham hasta formar una nación, bendiciéndolos con
provisión y protección, y luego estableciéndolos en la Tierra de la Promesa.
Abraham necesitaba madurez espiritual, por lo que el Señor esperó.
Debido a que Dios no olvida Sus promesas, Abraham y Sara no tenían
razón para dudar. Sin embargo, tristemente, sí dudaron de Él a menudo.
Abraham dudó de la provisión de Dios y corrió a Egipto. Él y su esposa
dudaron de los detalles de la promesa de Dios, por lo que se adelantaron y
concibieron un hijo por medio de Agar. Más de una vez, Abraham dudó de la
protección de Dios y mintió para salvarse a sí mismo de los reyes paganos.
Cada uno de estos tiempos de duda llevó a problemas, algunos de los cuales
nos afectan hasta hoy en día.
Debido a que Dios había hecho la promesa específicamente a Abraham y
Sara, ellos podían contar con su cumplimiento. «El SEÑOR cumplió su
palabra e hizo con Sara exactamente lo que había prometido. Ella quedó
embarazada y dio a luz un hijo a Abraham en su vejez» (Génesis 21:1-2).
Alrededor de un año antes, el Señor había prometido que Sara concebiría y
daría a luz a un hijo. «Esto ocurrió justo en el tiempo que Dios dijo que
pasaría» (versículo 2). ¿Está listo para escuchar esto? ¡Sara tenía noventa
años y Abraham tenía cien!
La frase justo en el tiempo surge de una sola palabra hebrea que significa
«el tiempo determinado». Puede usarse para describir un tiempo o lugar
designado para un propósito específico. Veinticinco años antes, la pareja
elegida había salido de su tierra natal, Ur de los caldeos, con todas sus cosas
en carretas, junto con sus sirvientes y su ganado. No retuvieron nada porque
confiaron en la palabra de Dios. Después de hambrunas, aprietos con
enemigos, contiendas familiares, más de un fracaso y mucho aprendizaje en
el camino, Abraham y Sara finalmente recibieron el cumplimiento de la
promesa de Dios.
El concepto del «tiempo determinado» tiene mucha importancia para los
hebreos. En un libro escrito por Salomón llamado Eclesiastés, el rey sabio
reflexiona sobre los acontecimientos mundiales y cómo se relacionan con el
cuidado soberano de Dios:
Hay una temporada para todo,
un tiempo para cada actividad bajo el cielo.
Un tiempo para nacer y un tiempo para morir.
Un tiempo para sembrar y un tiempo para cosechar.
Un tiempo para matar y un tiempo para sanar.
Un tiempo para derribar y un tiempo para construir.
Un tiempo para llorar y un tiempo para reír.
Un tiempo para entristecerse y un tiempo para bailar.
ECLESIASTÉS 3:1-4
El poema continúa, usando veintiocho veces la palabra hebrea
equivalente a «tiempo» con referencia a prácticamente cualquier actividad
humana que podamos mencionar. Nada ocurre fuera del plan de Dios, y todo
sucede exactamente en el tiempo que Él planificó que pasaría. Debido a que
cada acontecimiento pasa en un tiempo determinado, nada le sorprende al
Señor. A eso es a lo que se refieren los teólogos cuando aplican el término
soberanía a Dios. Él tiene el poder y la voluntad de llevarlo a cabo.
A algunas personas no les gusta el concepto de soberanía y de la
existencia de un plan divino predestinado. Las hace sentir poco importantes,
como que no tienen participación en su propio destino. A la mayoría no le
gusta la idea de renunciar a su autonomía por un plan que no es de su propia
fabricación. Es un asunto importante que merece aclaración.
Primero, el control soberano de Dios no necesariamente invalida ni pasa
por encima de nuestra capacidad de decidir o determinar nuestro propio
futuro. Dentro de su plan, hay una amplia libertad para el libre albedrío
humano. El plan predestinado de Dios no nos reduce a robots que tienen que
seguir un programa. Para ilustrarlo, A. W. Tozer da la siguiente analogía. No
es una explicación irrefutable, pero sí es una ilustración gráfica útil.
Suponga que un barco sale de la ciudad de Nueva York con destino a
Liverpool, Inglaterra, con mil pasajeros a bordo. Ellos van a hacer una
travesía agradable y fácil, y disfrutarán del viaje. Alguien a bordo,
generalmente el capitán, es una autoridad que tiene unos papeles que
dicen: «Usted tiene que llevar este barco al puerto de Liverpool».
Después de salir de Nueva York y de decir adiós con la mano a la
gente que está en la orilla, la siguiente parada será Liverpool. ¡Listo!
Están en el océano. Pronto perderán de vista la Estatua de la Libertad,
pero todavía no tienen a la vista la costa inglesa. Están afuera,
flotando por el océano. ¿Qué hacen? ¿Están todos atados con cadenas,
con el capitán caminando por ahí con un garrote para mantenerlos a
raya? No. Por allí hay una cancha de juego de tejo, por allá hay una
cancha de tenis y una piscina. Por allí usted puede ver fotografías; por
allá puede oír música.
Los pasajeros tienen toda la libertad de desplazarse como quieran
en la cubierta del barco. Pero no tienen la libertad de cambiar el curso
de ese barco. Se dirige a Liverpool, sin importar lo que hagan. Pueden
tirarse del barco si quieren, pero si se quedan a bordo irán a
Liverpool; nadie puede cambiar eso. Aun así, son perfectamente libres
dentro de los confines de ese barco[45].
Segundo, la autonomía humana se valora demasiado. Pensamos que
nuestra capacidad de autodeterminación nos hace inconfundiblemente
humanos. En efecto, es uno de los dones que Dios les concedió a Adán y a
Eva allá en el principio. Él les dio la opción de obedecer o desobedecer, sin
coerción de Su parte. Pero la autonomía no es lo que nos hace especiales. La
humanidad es extraordinaria porque tenemos la imagen de Dios. Cuando
Adán y Eva ejercieron su autonomía y desobedecieron a su Creador, llegaron
a ser menos semejantes a Él y, por lo tanto, menos humanos. De muchas
maneras, perdieron su libre albedrío al convertirse en esclavos del pecado. Su
rebelión hizo del mundo un lío, con repercusiones que seguimos sufriendo
hasta el día de hoy. Desde entonces, las personas han hecho lo que les parece
correcto, pensando que ejercen su libre albedrío cuando, de hecho, están
siguiendo un programa que su naturaleza caída ha establecido para ellas.
¡El hecho es que tenemos mucha más libertad en el plan predestinado de
Dios de la que tendremos jamás como esclavos del pecado! Así que me
consuela saber que Dios ha planificado tan cuidadosamente mi futuro y ha
cubierto cada detalle.
Tercero, nuestro deseo de autonomía es puro egoísmo. Vivimos en una
época de derechos. Demasiada gente cree que todo el universo gira alrededor
de ellos. «¿Y qué de mis derechos?». «Merezco ser feliz». «Trabajé por lo
que tengo». «¿Y qué de mi derecho a elegir?».
Es estimulante conocer a alguien que no es egoísta. Estas personas han
madurado para llegar a ser desinteresadas. La madurez llega con la
comprensión de que el universo no se trata solo de mí ni de usted. Somos
apenas una pequeña mota, que vive en una mota más grande, que flota en un
universo demasiado grande como para que la mente humana pueda
concebirlo.
El erudito del Antiguo Testamento, Walt Kaiser, escribe sobre el
grandioso diseño de Dios para redimir al mundo del mal:
Este es un bello plan, aun así, los hombres y las mujeres no lo
comprenden y, de hecho, no pueden comprenderlo por su
mundanalidad prevaleciente. Tan vasto, tan eterno y tan amplio en sus
conclusiones es este plan, que el hombre se ve amenazado y se
exaspera en sus intentos de descubrirlo por sí mismo. Sin embargo, al
ser hecho por Dios y hecho a Su imagen, el hombre posee un hambre
dentro de su corazón de conocer la inmensidad y la eternidad de este
plan[46].
Al decir «mundanalidad» él se refiere a una mentalidad por la cual
recibimos pautas a través de la educación humana y las instituciones en vez
de la verdad de Dios. Crecemos cuando vemos el plan de Dios no como algo
que menoscaba la humanidad quitándonos nuestro libre albedrío sino como
un medio por el que Él restaurará la libertad verdadera.
Gozo verdadero
Por fin, en el tiempo determinado, Abraham y Sara recibieron el
cumplimiento de su promesa. Sara, de noventa años, dio a luz a un hijo y, en
obediencia a Dios, le dieron el nombre Isaac, que quiere decir «él ríe». Años
antes, cuando Dios le había dicho a Abraham: «Sara, tu esposa, te dará a luz
un hijo» (Génesis 17:19), Abraham se había reído por dentro. Cuando Dios
llegó otra vez para anunciar: «Yo volveré a verte dentro de un año, ¡y tu
esposa, Sara, tendrá un hijo!» (18:10), Sara también se había reído de la
incredulidad. Ella tenía la edad de la mayoría de las bisabuelas de ese
entonces. Ni ella ni Abraham podían imaginar que ella daría a luz y
amamantaría a su propio bebé.
Cuando Dios logró lo imposible a través de esta pareja de ancianos, su
risita de incredulidad se convirtió en risa de gozo... risa de placer y de
alabanza. Entonces vieron un significado mayor en el nombre Isaac.
Ocho días después del nacimiento, Abraham circuncidó a Isaac, tal
como Dios había ordenado. Abraham tenía cien años de edad cuando
nació Isaac.
Sara declaró: «Dios me hizo reír. Todos los que se enteren de lo
que sucedió se reirán conmigo. ¿Quién le hubiera dicho a Abraham
que Sara amamantaría a un bebé? Sin embargo, ¡le he dado a
Abraham un hijo en su vejez!».
GÉNESIS 21:4-7
Sara dijo, en pocas palabras: «Le he dado a este anciano un hijo». (Es
interesante que ella veía a su esposo como un anciano). Ahora, vemos a los
queridos Abraham y Sara en el centro comercial con andadores y un
cochecito de bebé. Es algo cómico, sin importar la época, pero es una imagen
importante que debemos observar. Podemos estar seguros de que Abraham
había llegado a ser famoso después de derrotar a Quedorlaomer, y ya que él
era una presencia nómada en expansión en Canaán, la noticia de este
nacimiento inusual se esparciría por todo el territorio. Y con ella, la historia
de la promesa de Dios y los detalles de Su pacto con los descendientes de
Abraham también se esparcirían.
En obediencia a la orden de Dios, Abraham circuncidó a su hijo al octavo
día de su vida. Cuando Dios estableció Su pacto con Abraham y lo formalizó
con una ceremonia para cortar el pacto, ordenó la circuncisión como señal de
la participación del niño en el plan de Dios. La práctica no era nueva. Los
dibujos en templos egipcios muestran que la circuncisión había sido parte de
la cultura humana desde 4000 a. C. Sin embargo, generalmente se
circuncidaba a los niños cuando llegaban a la pubertad, como parte de los
rituales de fertilidad. Dios cambió eso comenzando con Abraham. «Los
hebreos fueron los únicos practicantes antiguos de la circuncisión al celebrar
el rito en la infancia y, de esa manera, la liberaron de ser asociada con los
ritos de fertilidad»[47].
Haga una pausa y piense. ¿Puede imaginar cuánto adoraban Abraham y
Sara a ese niño? Mire a los abuelos que tienen en sus brazos a un recién
nacido de su hija o nuera. ¡Es grandioso contemplarlos! Pero no estamos
hablando de una pareja de abuelos afectuosos. Abraham y Sara eran Papá y
Mamá. Mucho después de que habían perdido la esperanza de experimentar
este gozo, tenían a su propio hijo en sus brazos. Y como lo veremos después,
serían tentados a aferrarse mucho al niño.
Hace años, cuando nuestros hijos eran muy pequeños, yo fungía como
pastor de la First Evangelical Free Church en Fullerton, California, donde
Corrie ten Boom decidió asistir cerca del final de su vida. Después de un
servicio de adoración en cierta ocasión, me paré en la puerta a despedir a la
gente mientras se iba, y eventualmente solo quedábamos Corrie, mi familia y
yo. Nunca olvidaré el momento. Mis hijos estaban jugando por ahí, y ella me
preguntó si eran míos. «Sí —dije—. Dos niños y dos niñas».
—Deme sus manos, Pastor Svindoll —dijo ella (con su acento holandés)
mientras extendía sus dos pequeñas manos. Yo puse mis manos en las de ella,
mientras los niños saltaban a nuestro alrededor—. Escúcheme, Pastor
Svindoll. Sujételo todo holgadamente. Sujételo todo holgadamente. Porque si
no lo hace, le dolerá cuando el Padre le abra los dedos y se los lleve. Son de
Él, sabe. No son suyos. ¿Sabe eso?
—Sí, señora, lo sé.
Entonces ella juntó sus manos con las mías y suspiró profundamente.
Cuando la vi a los ojos, pude ver a su hermana Betsie, a quien ella había
perdido en el campo de concentración nazi. Ella sabía de lo que hablaba. Su
mensaje era claro. No tenía que decir nada más. No apriete. No se aferre.
Nuestros hijos en realidad no son nuestros. Ellos llegaron en el tiempo
determinado por Dios, y vivirán sus días de acuerdo al plan de Dios...y luego
se irán en el tiempo determinado por Dios. Mientras tanto, nosotros debemos
convertirnos en administradores de las vidas preciosas que Dios ha colocado
en nuestras manos. Es nuestro trabajo, como madres y padres, devolvérselos
como adultos saludables, fuertes, sabios y piadosos.
Cynthia y yo hemos tenido que recordarnos esa verdad en diversas
ocasiones. Cuando nos trasladamos de regreso a Dallas en 1994, nuestros
cuatro hijos adultos estaban viviendo en otras partes. Tenían sus propias
vidas y familias, por lo que ninguno de ellos se trasladó con nosotros. Sin
embargo, a medida que los años pasaron, cada uno llegó a vivir cerca. En el
tiempo de Dios, como Él lo determinó, los cuatro vivían a unos veinticuatro
kilómetros de nuestra casa. Pero poco a poco, en el tiempo de Dios, Él tiene
una manera de aflojarnos los dedos. Ahora uno se ha trasladado a otro estado,
y los otros podrían seguir la guía de Dios a otra parte. Nunca olvidaré el
consejo de Corrie: Cynthia y yo tenemos que «sujetarlo todo holgadamente»
y disfrutar su cercanía mientras tanto.
Perspectiva verdadera
¿Y usted? ¿Qué aguarda? ¿A qué se aferra? ¿Qué espera con ansiedad?
Todos tienen respuestas a esas preguntas, por lo que quiero darle unas
pocas palabras sencillas para ayudarlo a obtener perspectiva en cuanto al
asunto.
Recuerde que Dios nunca llega tarde por accidente. Su plan se desarrolla
justo a tiempo, aunque según nuestro calendario el paso siguiente se ha
tardado mucho tiempo. Desde nuestra perspectiva, las acciones de Dios
llegan más tarde de lo que nosotros queremos o esperamos. Pero Su
tiempo es perfecto; Él nunca llega demasiado tarde. Y cuando
finalmente recibimos lo que más deseamos, vemos que ningún tiempo
antes y ningún tiempo después habría sido el correcto.
Olvídese de su propio calendario y sus planes. Su programa no puede
tomar en cuenta todos los detalles que afectan a otras personas, y usted
no puede ver de qué manera se desarrollarán los acontecimientos
futuros. Afortunadamente, Dios tiene la perspectiva que a nosotros nos
hace falta, y Él nos ama más de lo que nosotros nos amamos a nosotros
mismos. Por eso, Su plan nos dará un gozo mayor que cualquier cosa
que pudiéramos idear para nosotros mismos. Entonces, podría decirse
que Dios responde las oraciones que haríamos si pudiéramos ver lo que
Él ve.
Hace años, el cantante de música country, Garth Brooks, coescribió una
canción con las siguientes palabras:
A veces, le agradezco a Dios por las oraciones no respondidas.
Recuerda cuando hablas con el hombre de arriba,
Que solo porque Él no responde no quiere decir que a Él no le interesa.
Algunos de los regalos más grandes de Dios son las oraciones no
respondidas[48].
Cualquiera que haya vivido por mucho tiempo puede apreciar la verdad
de esas palabras. Al mirar hacia atrás, recuerdo muchas oraciones por las que
estoy agradecido al Señor que escogió dejarlas a un lado. En lugar de eso, me
dio lo que necesitaba. Y lo que me dio me ha ocasionado mayor felicidad a
largo plazo y una alegría más profunda.
Pídale al Señor fortaleza sustentadora y sabiduría divina. Sé que suena
elemental, pero frecuentemente olvidamos que no podemos hacer la vida
por nuestra cuenta. Necesitamos la ayuda divina día a día. Además,
necesitamos fortaleza sobrenatural y sabiduría divina para esperar que el
plan de Dios se desarrolle. Las cosas buenas les llegan a los que esperan.
Perdónese por ser miope y por pasar por alto el cuadro global.
Perdónese por aferrarse cuando tenía que soltar. Perdónese por no
haberse emocionado por lo que está por delante, cuando el plan de Dios
no incluye sus planes. Arrepiéntase de sus fracasos, reciba el perdón de
Dios y perdónese a sí mismo.
He aprendido lo siguiente a lo largo de mi vida: la última persona a quien
perdonamos en esta tierra es a nosotros mismos. Dios lo perdona, ¿por qué no
se perdona usted?
Con el tiempo llegará a darse cuenta, como lo hizo Abraham, de que en el
plan determinado por Dios, lo mejor está por llegar. El poema «Vida» por
Henry Van Dyke capta la esencia de esta actitud:
Permíteme vivir mi vida, pero de año en año,
Con el rostro hacia adelante y el alma bien dispuesta;
No apresurándome a, ni desviándome de, la meta;
No enlutado por las cosas que desaparecen
En el pasado oscurecido, ni reteniendo por temor
A lo que el futuro mantiene velado; sino con un corazón
Entero y feliz, que paga su peaje
A la Juventud y la Edad, y viaja hacia adelante con ánimo.
Así que, sea que el camino suba la colina o baje,
Sobre áspero o suave, el viaje será un gozo:
Aún buscando lo que yo buscaba cuando era apenas un niño,
Nueva amistad, gran aventura y una corona,
Mi corazón mantendrá el coraje de la búsqueda,
Y esperando que la última vuelta del camino sea la mejor[49].
CAPÍTULO 15
PECADO PERDONADO...
CONSECUENCIAS QUE
PERDURAN
ALGUNAS DE LAS palabras más consoladoras del mundo son Dios perdona
nuestros pecados.
Es posible que usted haya oído esas palabras durante todo el tiempo que
ha estado vivo. Tal vez las oyó en la escuela dominical, en su hogar o tal vez
incluso en la escuela. O tal vez usted siente esas palabras como agua fría en
tierra árida. Usted jamás podría escapar de la culpa o la vergüenza por las
cosas que ha hecho, porque alguien no lo deja olvidar nunca. Cuando David,
el antiguo autor de canciones, oyó esa verdad sorprendente acerca del perdón
de Dios, él puso su alegría en una canción inspirada.
Que todo lo que soy alabe al SEÑOR;
que nunca olvide todas las cosas buenas que hace por mí.
Él perdona todos mis pecados
y sana todas mis enfermedades.
Me redime de la muerte
y me corona de amor y tiernas misericordias. [...]
Su amor inagotable hacia los que le temen
es tan inmenso como la altura de los cielos sobre la tierra.
Llevó nuestros pecados tan lejos de nosotros
como está el oriente del occidente.
SALMO 103:2-4, 11-12
Quiero pintar un cuadro mental para ayudarlo a recordar esta verdad.
Piense en una cruz. La viga más grande de las dos es vertical. Piense en la
viga vertical como su relación con Dios. A lo largo de nuestra vida trepamos
esa viga cargando el peso de nuestro pecado. No somos perfectos, y todavía
estamos creciendo en madurez, lo cual significa que todavía pecamos. Así
que trepamos esa viga y decimos: «Señor, yo mismo me he metido en este
lío, y te lo confieso. Me equivoqué y lo lamento. Volví a fallar y traigo esto
ante ti».
El Señor nunca responde: «¡Qué vergüenza! ¡Bájate y sal de mi vista!
Haz penitencia durante las próximas tres semanas». ¡Nunca! Él dice: «A
medida que vayas bajando lentamente, vete limpio, tranquilo y perdonado».
Así que bajamos, contentos de haber sido perdonados... solo para volver a
pecar otra vez. Entonces estamos otra vez subiendo esa viga. Por
consiguiente, la vida cristiana puede sentirse como un yoyó. Sube y baja,
sube y baja. A medida que envejecemos y aprendemos mejor nuestras
lecciones, subimos esa viga con mucho menos frecuencia, pero nunca
llegamos al punto de nunca necesitar buscar el perdón de Dios.
Afortunadamente, Su perdón nunca se agota.
La parte más difícil de esa cruz es la viga horizontal. Esto representa
nuestra relación con el mundo. Aunque Dios perdona nuestros pecados y
borra la cuenta en cuanto a nuestra relación con Él, nuestra maldad puede
tener consecuencias que persisten con otros. Dios perdonó el pecado pero no
cambió los acontecimientos para revertir el efecto de nuestro pecado en el
mundo. Por ejemplo, si en un acto de simple descuido usted atropella a la
amada mascota de su vecino, Dios lo perdonaría, y su vecino quizás lo
perdone, pero el animal permanecería muerto. Las consecuencias de su
descuido persisten.
En un tono más serio, digamos que alguien abusó de las drogas o el
alcohol durante la mitad de su vida. A él se le enseñó bien, pero comenzó a
cultivar el hábito, y en poco tiempo llegó a ser adicto. La adicción se hizo aun
peor cuando comenzó a perder todo lo que era importante para él. Carrera,
familia, amigos, salud... todo. Después de años de abusar de su cuerpo y de
destruir sus relaciones, llevó su adicción a Dios y comenzó el largo proceso
de la recuperación. Él ha recibido el perdón de Dios y quizás el perdón de la
familia y los amigos. El problema es que permanecen las heridas de larga
duración. Los años perdidos a su adicción han desaparecido. Su salud se ha
afectado para siempre. Las consecuencias de su pecado persisten.
Algunas personas tienen problemas con la ira. Llevan consigo una reserva
de ira que a veces sale con palabras ásperas, hasta groseras. Una madre llega
a su límite y les grita su frustración a los niños, insultándolos y
ofendiéndolos. A medida que su enojo se calma y tiene un poco de tiempo
para reflexionar, lamenta su comportamiento. Se arrodilla ante el Señor y
dice: «Señor, volví a pecar. Necesito ayuda con este problema. Por favor,
perdóname».
Dios perdona. Él siempre perdona cuando se lo pedimos. Pero las
palabras ásperas no pueden desdecirse. Los insultos han entrado rápidamente
en la mente de los hijos como metralla caliente y se han incrustado. Tomará
años reparar el daño, si alguna vez se repara. Las consecuencias del pecado
persisten.
Todo esto apunta a una verdad difícil pero útil.
Aunque todo acto de pecado es perdonable, los efectos de algunos
pecados no se pueden borrar.
Habría un sentido satisfactorio de justicia si por lo menos los culpables
experimentaran las consecuencias de su pecado, pero la verdad es que el
pecado lastima al inocente también. El pecado es como la bomba de un
terrorista en un centro comercial abarrotado. Ocasiona mucho caos, lanza
fragmentos por todos lados y hiere a cualquiera de cualquier edad que esté
cerca de la explosión. La ola de conmoción del pecado incluso puede
repercutir por generaciones, causándole daño a la gente que todavía no ha
nacido. Trágicamente, los inocentes sufren junto con los culpables, y a veces,
sufren más.
Daño colateral
Génesis 21 presenta el relato de un hombre cuyo pecado anterior lo atormenta
y le hace daño a la gente que él ama.
El nacimiento de su muy esperado heredero, Isaac, les dio mucha alegría
a Abraham y a Sara, pero su deleite se vio afectado por el lamento.
Aproximadamente quince años antes, ellos trataron de apresurar el plan de
Dios. En su prisa por recibir el cumplimiento de la promesa de Dios,
planificaron tener un hijo a su manera y de acuerdo a su propio tiempo. Sara
sugirió: «Ve y acuéstate con mi sierva; quizá yo pueda tener hijos por medio
de ella» (Génesis 16:2). Así que Abraham tuvo relaciones sexuales con Agar,
la criada egipcia de Sara, y ella concibió un hijo. Nueve meses después, ella
dio a luz a un hijo que fue llamado Ismael, un hijo de Abraham, pero no el
tan esperado niño prometido.
Ahora Sara había dado a luz a un hijo propio, el hijo del pacto de Dios
con Abraham. Lo llamaron Isaac, «él ríe», porque ellos se rieron de
incredulidad al principio, y después, a su nacimiento, se rieron de alegría.
Este bebé se unió a un medio hermano que acababa de cumplir catorce años,
un joven que se describe como «un hombre indomable, ¡tan indomable como
un burro salvaje! Levantará su puño contra todos, y todos estarán en su
contra. Así es, vivirá en franca oposición con todos sus familiares» (Génesis
16:12).
El nacimiento de un bebé siempre amenaza a un hijo mayor,
especialmente si él o ella ha disfrutado de la atención exclusiva en el pasado.
Ismael, por primera vez en su vida, tuvo que compartir su hogar con un rival.
Para empeorar las cosas, él entendía su posición en la jerarquía familiar. Él
representaba el arreglo; Isaac era el verdadero hijo de la promesa. Y durante
tres años se fraguó el conflicto. Finalmente llegó al punto crítico durante una
celebración familiar. (El drama siempre aflora en las celebraciones
familiares, ¿verdad?).
«Cuando Isaac creció y estaba a punto de ser destetado, Abraham preparó
una gran fiesta para celebrar la ocasión» (Génesis 21:8). En las culturas del
antiguo Cercano Oriente, los niños eran amamantados normalmente hasta
alrededor de los tres años de edad, por lo que Ismael habría celebrado su
décimo séptimo cumpleaños para entonces. A esta edad, a él se le
consideraría como un hombre listo para tomar esposa e iniciar su propia
familia. Sin embargo, durante la celebración «Sara vio al hijo que Agar la
egipcia le había dado a luz a Abraham burlándose de su hijo Isaac» (versículo
9, LBLA).
El término que se traduce burlaba comparte la misma raíz del nombre de
Isaac, «reír», pero la forma intensiva del verbo le da un matiz diferente. Este
término hebreo en particular significa «bromear; hacer deporte de; jugar
con», no simplemente «reír». Él ridiculizó al pequeño, lo cual es suficiente
para hacer que hierva la sangre de cualquier madre. Si usted cree que la
hembra de un oso pardo protege a sus dos ositos pequeños, ¡solo imagine la
ira de una madre de noventa y tres años en defensa de su niñito! Así que, con
protección maternal, mezclada en cantidades iguales con celos mezquinos,
Sara le exigió a Abraham: «Echa fuera a esa esclava y a su hijo. Él no
compartirá la herencia con mi hijo Isaac. ¡No lo permitiré!» (Génesis 21:10).
Los padres que tratan de mantener la paz en una situación de familia
reconstituida pueden identificarse con esto. El impotente Abraham se
encontró atascado en medio. Él amaba a su esposa y se sentía muy contento
por el pequeño niño que caminaba tambaleándose alrededor de la carpa...
pero también amaba a su otro hijo, Ismael. Él había criado al hijo hasta la
juventud. Probablemente anhelaba arreglar un matrimonio para él, ubicarlo
dentro del campamento y celebrar la llegada de los nietos. Aun así, entendía
el punto de Sara. La contienda entre Ismael e Isaac finalmente haría que la
vida fuera intolerable para todos. Tal vez se acordó de su separación con Lot,
cuán necesaria había sido pero qué mal había resultado.
Aunque Abraham no habría estado sujeto a ninguna ley —¿quién haría
que la cumpliera?—, sin duda recurrió a las costumbres de su cultura para
una guía. La ciudad de Nuzi conservó sus leyes y patrimonio cultural en
tablillas de barro. Babilonia talló sus leyes en pilares de piedra, así como en
tablillas de barro. Ambas culturas prohibían que una familia desposeyera al
hijo de una concubina cuando la esposa daba luz al heredero legítimo, por lo
que la petición de Sara habría violado las costumbres sociales. Por otro lado,
otra ley común «estipulaba que el padre podía concederle libertad a la esclava
y a los hijos que ella le había dado, en cuyo caso perdían su parte de la
propiedad paternal»[50]. Abraham no pertenecía a ninguna de estas
civilizaciones, por lo que podía tomar cualquier decisión que él creyera que
era la correcta. Aun así, se sentía obligado a honrar las costumbres. Su dilema
era palpable.
Él decidió aplicar el Código de Lipit-Ishtar, que le concedía a Agar su
libertad, a cambio de la exención de cualquier reclamo a una herencia[51].
Aun así, Abraham se alteró por la decisión. La narración lo describe a él dos
veces como «angustiado» (Génesis 21:11-12, LBLA). No es difícil imaginar al
hombre dándose golpes a sí mismo por su pecado anterior. ¡Qué lío he hecho
de esto! ¿Qué rayos estaba pensando hace dieciocho años? Ahora estoy
atrapado entre un hijo grande al que amo y una enojada esposa de noventa y
tres años. No hay buenas opciones. Finalmente, Dios intervino y le dijo a
Abraham: «No te alteres por el muchacho y tu sierva. Haz todo lo que Sara te
diga, porque Isaac es el hijo mediante el cual procederán tus descendientes.
Yo también haré una nación de los descendientes del hijo de Agar, porque él
también es hijo tuyo» (versículos 12-13).
Abraham no podía llegar a otra conclusión: Ismael tenía que irse. El
Señor prometió cuidarlo y multiplicar a sus descendientes. Eso lo arreglaba
todo. «A la mañana siguiente Abraham se levantó temprano, preparó comida
y un recipiente de agua, y amarró todo a los hombros de Agar. Luego la
despidió junto con su hijo» (Génesis 21:14).
Aunque puedo apreciar la decisión de enviar lejos a Ismael, me cuesta
entender la prisa. Ciertamente Abraham podría haber enviado al joven y a su
madre con estilo. Él tenía carpas, provisiones, ganado y sirvientes de sobra,
entonces ¿por qué no ayudar a su joven hijo a establecer una vida propia?
Muy probablemente Abraham no encontró apoyo en Sara para esa idea.
Cualquier cosa que se le diera a Ismael tendría que haber llegado de la
herencia de Isaac, y ella ya había objetado eso antes (véase Génesis 21:10).
Al salir del campamento de Abraham, Agar «anduvo errante por el
desierto de Beerseba» (Génesis 21:14), una región a aproximadamente 48
kilómetros al suroeste de Hebrón. La tierra no puede haber sido mucho más
acogedora de lo que es ahora. Puede sustentar vida, pero no sin arduo trabajo
y suficiente planificación. Al haber visto ese paisaje en persona, no puedo
pensar en una mejor metáfora para describir la labor de un padre soltero o una
madre soltera. Agar, al igual que cualquier padre o madre que de repente
queda soltero, enfrentó el desafío de tener que sobrevivir sola, vagando sin
rumbo (al principio), con poca provisión para cubrir demasiadas necesidades,
abandonada por sus seres amados y preguntándose si todavía le importaba a
Dios. Su desesperación no tenía límites.
«Cuando se acabó el agua, Agar puso al muchacho a la sombra de un
arbusto. Entonces se alejó y se sentó sola a unos cien metros de distancia. Se
echó a llorar y dijo: “No quiero ver morir al muchacho”» (Génesis 21:15-16).
¡Qué lugar tan horrible era Beerseba!
Si usted es madre o padre soltero, entiende la desesperación de Agar.
Cualquiera que haya sido la causa de su situación de ser madre o padre
soltero, ahora está solo. Cualquiera que sea la situación, usted terminó en su
propia Beerseba, sin un compañero con quien contar. La supervivencia puede
ser una batalla constante. Tal vez se llevaron su vehículo; tal vez ya no tiene
casa. La iglesia rara vez se dirige a usted, y ni qué decir de darle la dignidad
que merece. ¿A quién recurre cuando es madre o padre soltero y la gente de
la iglesia lo trata como a un marginado? ¿A quién se dirige cuando otros lo
miran por encima de sus lentes y piensan: Me pregunto qué hizo ella, o Me
pregunto cómo él acabó así?
Ahora está totalmente solo. Ahora debe cuidar de sí mismo y de sus hijos,
sin otra persona que lo ayude a llevar la carga. Su cama está fría y quieta. Los
días festivos le recuerdan días mejores, por lo que siente temor de ellos. Sus
recuerdos son tristes, su futuro es poco prometedor y no puede recordar la
última vez que se rió de verdad. Su alma está sedienta y no sabe adónde ir.
A riesgo de sonar como predicador, ¿puedo ofrecerle unas palabras de
esperanza? Por favor, léalas lenta y cuidadosamente. Por favor, sepa que
vienen de un lugar de profunda compasión. Si es de ayuda, quizás incluso
quiera leer estas palabras en voz alta.
Usted tiene que saber que a pesar de que se siente solo, no está solo. Dios
lo ve. Él oye su llanto. Él cuidará de usted y convertirá su llanto en baile. Las
noches son largas, pero Dios lo sostendrá y lo restaurará. Él lo verá atravesar
la esterilidad de Beerseba. Usted llegará a estar completo otra vez, y más
pronto de lo que imagina.
Oiga las palabras de un antiguo profeta que las escribió con gente como
usted en mente. Oiga la relevancia que suena en cada reafirmación que fluyó
de su pluma, y que le promete un futuro y una gran esperanza. Por favor...
¡créalas!
No temas, ya no vivirás avergonzada.
No tengas temor, no habrá más deshonra para ti.
Ya no recordarás la vergüenza de tu juventud
ni las tristezas de tu viudez.
Pues tu Creador será tu marido;
¡el SEÑOR de los Ejércitos Celestiales es su nombre!
Él es tu Redentor, el Santo de Israel,
el Dios de toda la tierra.
Pues el SEÑOR te llamó para que te libres de tu dolor,
como si fueras una esposa joven abandonada por su marido
—dice tu Dios—.
ISAÍAS 54:4-6
Si usted se identifica con Agar, cobre ánimo. Cuando su vida se haya
recuperado de este tiempo oscuro, la fortaleza que habrá adquirido
compensará esos días difíciles. Mientras tanto, repito: por favor, sepa que
Dios no lo ha dejado solo. Mientras Agar yacía llorando desesperada y el
joven yacía muriéndose de sed, Dios oyó su lamento. Él oye a su hijo en la
noche. Él oye a su hija. Él sabe que están confundidos. Él sabe que usted está
atrapado entre el pesar profundo y la amargura que corroe por dentro. Él lo
entiende. Después de todo, probablemente usted no pidió lo que ahora tiene
que superar.
Esta historia sería lo suficientemente preocupante si Agar e Ismael
merecieran ese trato. Pero Agar no pidió concebir. Nadie le preguntó cómo se
sentía en cuanto a eso. A ella simplemente se le dijo que se acostara, y nueve
meses después dio a luz a un bebé que no fue concebido con amor. Ahora los
habían echado a ella y a su hijo, juntos. Y los mismos que habían maquinado
el plan la habían echado. Aunque Agar podría haber sido más agradable con
Sara, y probablemente lo fue después de su primer viaje sola al desierto
(véase Génesis 16:6-7), e Ismael podría haberse comportado mejor, ninguno
merecía vagar solo en el desierto de Beerseba.
Afortunadamente, el Señor vio la injusticia. El Señor oyó sus llantos.
Dios escuchó llorar al muchacho, y el ángel de Dios llamó a Agar
desde el cielo: «Agar, ¿qué pasa? ¡No tengas miedo! Dios ha oído
llorar al muchacho, allí tendido en el suelo. Ve a consolarlo, porque
yo haré de su descendencia una gran nación».
Entonces Dios abrió los ojos de Agar, y ella vio un pozo lleno de
agua. Enseguida llenó su recipiente con agua y dio de beber al niño.
GÉNESIS 21:17-19
El manantial había estado allí todo el tiempo, pero cuando usted está en
medio de un lío no ve el alivio... no va a ver muchas cosas. No ve el agua. No
puede ver más allá de su propio sufrimiento. Por eso es que el Señor le abrió
los ojos a Agar. Afiló su percepción para que viera lo que había pasado por
alto y que tanto necesitaba. El incidente causó que todo cambiara para ella e
Ismael. Al mostrarle el pozo, él le estaba diciendo: «Agar, aquí mismo estoy.
No tienes nada que temer».
A medida que reflexionaba sobre Agar, la madre soltera, y sobre Ismael,
el hijo sin padre, mi mente recordó un Salmo escrito por David. Sus palabras
dan consuelo a las personas que de repente se encuentran solteras y a hijos
que de repente solo tienen a uno de sus padres.
Padre de los huérfanos, defensor de las viudas,
este es Dios y su morada es santa.
Dios ubica a los solitarios en familias;
pone en libertad a los prisioneros y los llena de alegría.
SALMO 68:5-6
Anteriormente en este capítulo ofrecí unas palabras de compasión. Ahora
permítame unas cuantas palabras de advertencia. Si permanece con amargura,
morirá de hambre. Nunca verá el pozo cercano. Usted se convertirá en su
peor enemigo. ¡No vaya por allí! Más bien, gire y busque la provisión de
Dios y acepte su protección. Cambie la amargura por misericordia. Dígale al
Señor: «No necesito una pareja para sobrevivir; espero solo en ti para que me
proveas». Él le mostrará un pozo de agua fresca. No solo se encargará de que
usted sobreviva, lo ayudará a prosperar. Mire cuán bien cuidó Dios de Agar y
de su hijo.
«Dios estaba con él. Llegó a ser un hábil arquero, se estableció en el
desierto de Parán, y su madre arregló que se casara con una mujer de la tierra
de Egipto» (Génesis 21:20-21). Y así Ismael prosperó en la región desértica,
a lo largo de la parte oriental de la península del Sinaí. Se casó y llegó a ser el
padre de doce hijos (véase 25:13-17) y de un número desconocido de hijas.
Hoy en día los árabes trazan su ascendencia hasta Abraham a través de
Ismael.
Si el reclamo de ellos es cierto, tal vez nunca podremos esperar ver una
paz amplia ni duradera entre los árabes y sus medios hermanos, los hebreos.
Por siglos ellos han estado en conflicto como naciones y como razas.
Entonces podríamos decir que el pecado de Abraham continúa perdurando a
lo largo de las épocas y que afecta a todos, inocentes y culpables por igual.
Tres lecciones
La breve historia de Agar e Ismael contiene muchas lecciones, pero yo las he
reducido a tres. Las fundamento en cada una de las tres figuras más
prominentes: primero Sara, luego Abraham y, finalmente, Agar.
Para los que se identifican con Sara: las consecuencias pecaminosas
pueden acecharlo, pero no lo conquistarán a menos que usted lo permita.
Sara parece ser la villana en esta historia, y no sin razón. Después de
todo, fue idea suya hacer que Abraham produjera un heredero con su criada.
Luego, cuando resintió cómo resultaron las cosas, culpó a su esposo, trató
mal a Agar y eliminó a Ismael de la propiedad familiar. Su comportamiento
enojadizo no la hace agradable ni simpática. De hecho, revela esas partes de
nosotros mismos que no nos gustan mucho.
Sara descubrió, como lo haremos nosotros bajo las circunstancias
apropiadas, que las perdurables consecuencias de nuestro pecado pueden
convertirnos en gente amarga y defensiva si no hacemos las paces con
nuestro pasado. Las consecuencias que perduran pueden llegar a ser una
fuente continua de vergüenza, haciendo difícil cerrar el capítulo y virar la
página. Pero tenemos que hacerlo. El pasado es pasado; no podemos borrarlo.
Nuestra responsabilidad hoy es hacer lo mejor que podamos de nuestras
circunstancias actuales.
Lo animo a llevar su pecado pasado a la cruz y a dejarlo allí... tan
frecuentemente como necesite hacerlo. Cuando se dé cuenta de que su
vergüenza se aferra a usted otra vez, resista el impulso de poner excusas, de
minimizarlo, de defenderse o de quitarse la culpa de encima. Tómelo como
un indicio para hacer otro viaje a la cruz de Cristo, donde otra vez dejará caer
su carga. Continúe regresando hasta que su pecado ya no se aferre a usted.
Para los que se identifican con Abraham: los desacuerdos matrimoniales
lo angustiarán, pero pueden ser grandes maestros si usted está dispuesto a
aprender.
Nunca he considerado mi matrimonio con Cynthia como ideal. Cuando la
gente me pregunta: «¿Cómo está su matrimonio?», digo: «Bueno, pronto
cumpliremos sesenta años de casados, y está razonablemente bien». He
aprendido a no decir: «¡Fantástico!», porque no lo es. Después de todo, ¡mire
con quién está casada ella! No estoy ni cerca de ser perfecto, y ella tampoco.
Todavía tenemos desacuerdos que a veces nos vuelven locos. Gracias a Dios
hemos aprendido a resolver los desacuerdos y a soportar las dificultades.
A lo largo de los años, después de incontables desacuerdos resueltos y
momentos difíciles, finalmente he aprendido a escuchar. Mi esposa tiene
mucha sabiduría. Ella me conoce mejor que cualquiera y puede decir mejor
que cualquiera lo que necesito oír. Aun cuando resulta que está equivocada
en algo, su perspectiva sigue teniendo valor para mí. Aprendo a ser un mejor
hombre a través de nuestros desacuerdos, y aprendo a amarla mejor.
Frecuentemente, las lecciones que necesitamos aprender llegan a través
de la persona con la que nos hemos casado, si no somos demasiado tontos
para oír lo que él o ella dice.
Para los que se identifican con Agar: los pesares personales pueden
decepcionarlo, pero no pueden incapacitarlo si usted decide seguir adelante.
A través de esta historia, Dios le dice al desterrado y marginado, no solo a
las madres y a los padres solteros: «Mira hacia arriba. Hay agua. Bebe de ese
pozo. Tengo un plan para ti que va más allá de lo que puedas imaginar.
Confía en Mí. Es posible que no encuentres consuelo en los que te rodean, ni
con los que viven en este desierto. Es posible que no recibas ánimo de esos
que están en las carpas de Abraham, pero lo recibirás de Mí».
Retire sus ojos de la otra gente y deje de buscar en ellos lo que usted
necesita. Aunque Dios puede decidir obrar a través de algunas personas,
nadie tiene lo que usted, a la larga, anhela recibir. Solo el Señor proveerá.
Además, deje de esperar que las circunstancias del pecado se vayan. Ya sea
que usted haya ocasionado el lío o no, tiene que vivir con las condiciones
como están ahora. Usted puede decidir hacerlo con una actitud amarga o con
una actitud triunfante. Esa decisión es suya.
Digo lo siguiente para todos: cierre el capítulo; dé vuelta a la página.
Cualquiera que sea su pecado, cualquiera que sea su lucha, Dios es más
grande. Y él lo llevará a través de cualquier circunstancia difícil que enfrente.
CAPÍTULO 16
CUANDO DIOS DICE:
«¡SUÉLTALO!»
EMPUÑAR Y AFERRAR son dos hábitos malos. Desafortunadamente, todos los
tenemos. Nos encanta poseer; nos encanta controlar. Nos encanta mantener
cerca nuestros tesoros. Y mientras más valioso sea el tesoro, más fuerte es
nuestro agarre, y más difícil es soltarlo. Como ve, no es nuestra naturaleza
soltar. Nuestra naturaleza es poseer, empuñar, aferrar.
En su libro, The Pursuit of God (La búsqueda de Dios), A. W. Tozer
describe el deseo de empuñar nuestros tesoros de la manera siguiente:
Dentro del corazón humano hay una raíz dura y fibrosa de la vida
caída, cuya naturaleza es poseer, siempre poseer. Codicia cosas con
una pasión profunda y feroz. Los pronombres mi y mío se ven lo
suficientemente inocentes al estar impresos, pero su uso constante y
universal es significativo. Expresan la naturaleza real del antiguo
hombre adámico mejor que mil volúmenes de teología. Son síntomas
verbales de nuestra grave enfermedad. Las raíces de nuestro corazón
se han profundizado en cosas, y no nos atrevemos a jalar ni una
raicilla por miedo a morir[52].
Mío. Aprendimos la palabra cuando jugábamos en el cajón de arena. «Eso
es mío, no tuyo». Empuñamos. Nos aferramos. Las cosas a las que nos
aferramos se llaman «tesoros». Lo que hace que sean tesoros es nuestro deseo
de retenerlas. El valor del tesoro aumenta al empuñarlo con más fuerza, y si
nos aferramos a ellos lo suficientemente fuerte, el tiempo suficiente, un
tesoro puede llegar a ser un fetiche.
Las cosas que he llamado «tesoros» caen naturalmente en cuatro
categorías.
Primero, por supuesto, estarán nuestras posesiones, cosas tangibles y
valiosas. Podrían ser tan grandes como una propiedad, una casa, un
automóvil o un barco, o podrían ser tan pequeñas como un anillo de
diamantes, un reloj de bolsillo que es una reliquia de familia o una moneda
poco común. El tesoro podría ser costoso, como una pintura original o una
exquisita alfombra persa, o podría ser tan barato como un viejo par de
zapatos tenis, un trineo de su niñez, o un recuerdo especial. Esta clase de
tesoro es algo que se puede poseer.
Una segunda categoría sería nuestra vocación, nuestro trabajo o carrera.
Para algunos, eso sería un llamado. No se requiere mucho para que surja el
pánico cuando un trabajo se ve amenazado, y no simplemente porque
tememos perder provisión. Si solo es un trabajo, buscamos otro. Para
muchos, no obstante, lo que hacen está muy relacionado con quién creen
ellos que son. Para esta gente, la vocación es identidad. Para los que
responden a lo que creen que es un llamado, la vocación es su propósito.
Tener en peligro el llamado de uno es perder una razón para vivir.
Cada pastor o pastora que vive una larga vida debe enfrentar
eventualmente el día en que él o ella debe mirar al espejo y decir: «Ya es
hora». Eso puede ser especialmente difícil no solo porque amamos lo que
hacemos, sino también porque nuestra vocación es central para nuestra
relación con Dios. Hemos seguido un destino, por lo que «colgar las
espuelas» (jubilarse) llega a ser especialmente difícil. Muchos ministros han
convertido su vocación en un tesoro invaluable.
Una tercera categoría abarca nuestros sueños. En la juventud, nuestras
esperanzas nos sostienen al pasar por tiempos difíciles. Podemos luchar en
las adversidades y decepciones porque esperamos días mejores. Podemos
soportar las épocas severas de privaciones y sacrificio en busca de una meta.
Los deportistas olímpicos que ganan oro y se paran en la cima de la
plataforma de medallas comenzaron con un sueño años atrás. Los ganadores
valoran sus sueños.
Sin embargo, muchos llegan a estar tan preocupados con el éxito o con
algún gran logro que sacrifican demasiado. Para cuando llegan al éxito, se
dan cuenta de cuánto se perdió y de lo poco que se obtuvo. O peor aún, tienen
que aceptar que todo su sacrificio no los benefició en nada.
La cuarta categoría del tesoro implica nuestras relaciones. Podemos
atesorar a la gente: un padre del que dependemos, un hijo o una hija por la
que nos preocupamos constantemente, un amante que tememos perder, un
amigo que significa todo para nosotros. Cualquier relación puede llegar a ser
un tesoro por el que sacrificamos demasiado.
El 20 de febrero del 2013, me llegó la noticia de que mi mentor y amigo
de mucho tiempo, Howard George Hendricks, había muerto esa mañana. Fue
casi insoportable para mí oír esas palabras. Lo había amado por mucho más
de cincuenta años. Al igual que otros trece mil estudiantes, me había sentado
bajo su enseñanza cuando era un joven estudiante de seminario, y la
Providencia divina lo había llevado a Stonebriar Community Church, donde
sirvió como anciano; y yo, durante sus años finales, tuve el placer de ser su
pastor. Cuando llegó la noticia de su muerte, pensé: Qué hombre tan
extraordinario. Yo quería que él viviera para siempre. Nunca quise ver que
metieran su ataúd en la tierra. Atesoraba nuestra relación. Así que cuando se
trata de encontrar un tesoro en una relación, hablo por experiencia.
Génesis 22 revela a un hombre con un tesoro tan valioso, tan apreciado,
que amenazó con poner en peligro su relación con Dios. Él no atesoraba el
dinero ni las posesiones. Él no atesoraba su llamado. Ni siquiera atesoraba un
sueño. Su muy esperado hijo, Isaac, era su tesoro, y él habría sacrificado
cualquier cosa por ese joven. No lo dude nunca; ¡Abraham adoraba a su hijo!
El examen final de Abraham
Desde que salió de Ur de los caldeos, Abraham había llegado muy lejos. No
simplemente en términos de kilómetros viajados, sino también en lo grande
que había llegado a ser su fe. Este nómada espiritual había soportado una
gran cantidad de pruebas, algunas de las cuales lo habían vencido. Había
pecado al huir a Egipto y mentirle al faraón, y había repetido el mismo
pecado con Abimelec. Luego se había adelantado al plan de Dios al acostarse
con Agar. A pesar de todo eso, Abraham estableció su reputación como un
hombre devoto de Dios, cuya trayectoria de fe ganó el respeto de sus
compañeros. Dejó atrás su vida cómoda para seguir a Dios adonde Él lo
guiara. Demostró una madurez poco común cuando trató con Lot y sus
exasperantes defectos como hombre. Exhibió una valentía sobresaliente al
rescatar a su familia de un poderoso ejército. De manera fiel representó al
único Creador verdadero en cada situación, incluso en sus fracasos.
Unos años después de haber recibido a Isaac, tal como Dios lo había
prometido, había llegado la hora para que la fe de Abraham fuera puesta a la
prueba suprema. Dios es, por supuesto, omnisciente. Él conoce el futuro de
manera tan exacta como conoce el pasado. Él no pone a la gente a prueba
para ver qué tan bien reacciona su fe estando bajo fuego; Él prepara las
pruebas de fe para mostrarnos a nosotros lo que Él ha hecho de nosotros
últimamente. Ya sea que la pasemos o fracasemos, aprendemos de nosotros
mismos. Aprendemos dónde necesitamos mejoras, o descubrimos lo
espiritualmente maduros que hemos llegado a ser.
A estas alturas de la trayectoria de fe de Abraham, Isaac se ha convertido
en un adulto joven. El término hebreo na’ar puede referirse a un varón joven
sea desde la infancia (véase Éxodo 2:6) hasta la adultez joven (véase
2 Samuel 14:21; 18:5). Isaac era lo suficientemente mayor como para viajar
sin su mamá, para sostener una conversación razonable con su padre y para
escalar una montaña cargando un brazado de leña. Después de haber
disfrutado varios años con su hijo, quizá tantos como quince, se probó la fe
de Abraham con una orden inusual e inesperada. Dios dijo: «Toma a tu hijo,
tu único hijo —sí, a Isaac, a quien tanto amas— y vete a la tierra de Moriah.
Allí lo sacrificarás como ofrenda quemada sobre uno de los montes, uno que
yo te mostraré» (Génesis 22:2).
Como padre puedo imaginar fácilmente las preguntas angustiantes que
tuvieron que haber pasado por la mente de Abraham. ¿Por qué tengo que
renunciar a mi único hijo? ¿Cómo producirá descendientes Isaac, como Dios
lo prometió, si está muerto? ¿Cómo puede Dios requerir un sacrificio
humano como los detestables paganos de Canaán? Pero no vemos indicios
de vacilación, nada de renuencia, nada de resistencia, nada de argumentos,
nada de negociación, nada de súplica, nada de tardanza en absoluto.
«A la mañana siguiente, Abraham se levantó temprano» (Génesis 22:3).
Despertó a Isaac en su cama y lo llevó por la oscuridad de la madrugada a
buscar un burro cargado con leña y a dos criados que esperaban para iniciar
un viaje. Viajaron tres días a un lugar que se llamaba Moriah, cuya ubicación
es debatible. Con toda probabilidad, se refiere al antiguo lugar del Templo de
Herodes, donde ahora se encuentra la mezquita Domo de la Roca (véase 2
Crónicas 3:1).
La narrativa bíblica omite cualquier conversación del viaje. Creo que los
cuatro hombres viajaron en silencio, excepto por la orden o pregunta
ocasional. Dudo que Abraham entablara una conversación de cosas sin
importancia. Mientras tanto, Isaac tuvo que haberse preguntado: ¿De qué se
trata todo esto? Pero se le había entrenado a confiar en su padre. Por eso,
cuando su papá dijo: «Vamos», él accedió. Cuando se acercaban a su destino,
Abraham vio el lugar de sacrificio que se asomaba arriba de ellos. «Quédense
aquí con el burro —dijo Abraham a los siervos—. El muchacho y yo
seguiremos un poco más adelante. Allí adoraremos y volveremos enseguida»
(Génesis 22:5).
Tome nota de los pronombres implícitos en las instrucciones de Abraham.
[Nosotros] adoraremos (primera persona en plural). [Nosotros] volveremos
(primera persona en plural). Algunos sugieren que Abraham eludió la verdad.
La declaración «[Nosotros] adoraremos; [Yo] volveré» podría ocasionar
preguntas incómodas, por lo que mintió. Después de todo, Abraham era
conocido por usar verdades a medias para su beneficio. Sin embargo, creo
que en este caso sus pronombres reflejaban una expectativa genuina. Él no
entendía la situación, pero conocía el carácter justo de su Dios, y creía en la
promesa que Dios había hecho.
Un escritor del Nuevo Testamento resume el estado mental de Abraham
de la manera siguiente:
Fue por la fe que Abraham ofreció a Isaac en sacrificio cuando Dios
lo puso a prueba. Abraham, quien había recibido las promesas de
Dios, estuvo dispuesto a sacrificar a su único hijo, Isaac, aun cuando
Dios le había dicho: «Isaac es el hijo mediante el cual procederán tus
descendientes». Abraham llegó a la conclusión de que si Isaac moría,
Dios tenía el poder para volverlo a la vida; y en cierto sentido,
Abraham recibió de vuelta a su hijo de entre los muertos.
HEBREOS 11:17-19
A medida que se desarrolla la historia, no pierda contacto con la
humanidad del drama. Póngase en las sandalias del anciano. Sienta el calor
de su hijo que camina cerca, a su lado. Huela la leña que él acarrea a la
montaña. Sienta el cuchillo que se golpea con su cadera a cada paso.
Visualice la cumbre, donde usted meterá ese cuchillo afilado en el pecho de
su único hijo. Ahora, deténgase justo allí y examine sus emociones. ¿Qué
preguntas tiene para Dios?
Abraham no había leído Génesis 22. Él no sabía qué pasaría después, lo
que hace que su conversación con Isaac sea aún más significativa. Permítame
describirle la escena con las palabras de hoy.
—Oye, Papá.
—Dime, hijo.
—¿Qué pasa? Tienes la antorcha. Tienes el cuchillo. Yo tengo la leña.
¿Dónde está el animal para el sacrificio?
A lo largo de mucho de su vida, en lo que él podía recordar, Isaac había
ayudado a su padre a preparar los holocaustos. Él conocía la rutina. —
Normalmente hay un animal. No lo entiendo.
El profesor del Antiguo Testamento, John Sailhamer, describe la
respuesta de Abraham con una gran elocuencia.
El escritor no da indicios en cuanto a la naturaleza de los
pensamientos internos de Abraham, pero eso es seguramente solo
porque en realidad los indicios no son necesarios. ¿Quién no puede
imaginar lo que Abraham sentía? Cuando al fin alguien en la
narración habla, es Isaac, y no Dios, quien rompe el silencio; y la
pregunta que hace: «¿Dónde está el cordero para la ofrenda
quemada?», sirve solo para aumentar la angustia que la petición del
Señor le da a Abraham y para entonces al lector...
A medida que Abraham comienza a hablar, sus palabras arrojan
luz sobre su silencio anterior. En medio de la angustia que el lector ha
interpretado en el silencio de Abraham, ahora también hay una
silenciosa confianza en el Señor, quien proveerá[53].
Es sorprendente cómo los niños, especialmente a medida que crecen,
adquieren la extraña destreza de poner el dedo en el asunto mismo que usted
quiere evitar. Isaac llamó la atención a lo obvio: «Papá, ¿dónde está el
animal?».
Su padre respondió: «Dios proveerá para sí el cordero para el holocausto,
hijo mío» (Génesis 22:8, LBLA). Traducido literalmente, eso es: «Dios mismo
se encargará del cordero».
La declaración de Abraham hizo más que tranquilizar a Isaac; reflejó la
confianza total de Abraham en que Dios haría lo correcto. También presagió
el final de esta historia. Más importante aún, Abraham inconscientemente
profetizó un acontecimiento de casi dos mil años en su futuro. En efecto,
Dios se encargaría de un cordero para Sí mismo. Su propio Hijo llegaría a ser
el sacrificio expiatorio para librarnos de la muerte que merecemos como
consecuencia de nuestro pecado.
«Cuando llegaron al lugar indicado por Dios, Abraham construyó un altar
y colocó la leña encima» (Génesis 22:9). Debe haberse sentido como que
preparaba las sábanas para un lecho de muerte. Entonces el padre fiel miró a
su hijo y tranquilamente dijo: «Acuéstate en el altar, Isaac».
La narración no describe una pelea. Aunque era lo suficientemente fuerte
para acarrear una carga de leña al ascender una montaña, Isaac
obedientemente trepó al altar y se extendió sobre los leños. No se nos dice
cómo se sintió en ese momento, pero podemos estar seguros de esto: él sabía
exactamente lo que eso significaba. Sus manos atadas le decían lo que
ocurriría luego. ¿Cómo fue capaz de hacerlo? Su padre lo había entrenado
bien en la disciplina de la obediencia humilde. Además, Isaac confiaba en su
padre sin reservas. Él nunca dudaba del amor de su padre y, obviamente, no
le tenía miedo a la muerte.
Esta escena me hace recordar otra historia verdadera de un padre que de
manera valiente miró fijamente a la muerte. Trate de imaginar esta tragedia a
medida que se desarrolla.
Cuando George Jaeger llevó a sus tres hijos y a un abuelo anciano por
el océano Atlántico en un viaje de pesca, no tuvo premonición del
horror que enfrentaría en cuestión de horas. Antes de pararse en la
playa otra vez, Jaeger vería morir a cada uno de sus hijos y a su padre,
víctimas del agotamiento y de los pulmones llenos de agua.
El motor de la embarcación se había atascado al final de la tarde.
Mientras que el viento aumentaba, batiendo el mar con olas grandes,
la embarcación giraba impotente en el agua y luego comenzó a
inclinarse peligrosamente. Cuando llegó a ser claro que se iban a
hundir, los cinco varones Jaeger se pusieron los chalecos salvavidas,
se ataron juntos con una cuerda y se deslizaron al agua. Eran las 6:30
p.m. cuando la nave que se hundía desapareció y los nadadores se
dedicaron a la labor de alcanzar la orilla.
Las olas de metro y medio y una corriente fuerte hicieron que
nadar fuera casi imposible. Primero un niño, y luego otro, y otro...
tragaron demasiada agua. Impotente, George Jaeger vio morir a sus
hijos y después a su padre. Ocho horas después, se tambaleó a la
playa, todavía jalando la cuerda que lo ataba a los cuerpos de los otros
cuatro.
«Me di cuenta de que todos estaban muertos, mis tres niños y mi
padre, pero me imagino que yo no quería aceptarlo, por lo que seguí
nadando toda la noche —dijo a los reporteros—. Mi hijo más
pequeño, Clifford, fue el primero en irse. Siempre les había enseñado
a nuestros hijos a no temerle a la muerte porque era estar con
Jesucristo. Antes de que él muriera lo oí decir: “Prefiero estar con
Jesús que seguir luchando”».
El desempeño bajo estrés es una prueba de liderazgo efectivo.
También puede ser la prueba de logro cuando se trata de evaluar la
calidad de un padre. En esa horrible noche en el Atlántico, George
Jaeger tuvo la oportunidad de ver a sus tres hijos reunir cada ápice de
valor y autocontrol que él había tratado de desarrollar en ellos. La
bella manera en que murieron dijo algo de la clase de padre que
George Jaeger había sido durante quince años[54].
El joven Isaac trepó silenciosamente al altar. Sin otra palabra, Abraham
tomó el cuchillo, lo sacó de su vaina y se preparó para cortar la garganta de
su hijo de la misma manera en que había matado a muchos corderos
sacrificiales antes de ese día.
Pero antes de que el cuchillo tocara el cuello del chico, una voz rompió el
silencio. «¡Abraham! ¡Abraham!».
El anciano quedó helado.
—Sí, —respondió Abraham—, ¡aquí estoy!
—¡No pongas tu mano sobre el muchacho! —dijo el ángel—. No le hagas
ningún daño, porque ahora sé que de verdad temes a Dios. No me has negado
ni siquiera a tu hijo, tu único hijo (Génesis 22:11-12).
Abraham pasó la prueba final. El Señor permitió que este drama se
desarrollara hasta el último momento para demostrar la plenitud de la fe del
patriarca, tanto para el mismo Abraham como para el mundo en general. Ese
tuvo que haber sido el momento más grandioso de toda su vida.
Como Abraham se lo había afirmado antes a Isaac, Dios mismo se
encargó del cordero. «Abraham levantó los ojos y vio un carnero que estaba
enredado por los cuernos en un matorral. Así que tomó el carnero y lo
sacrificó como ofrenda quemada en lugar de su hijo. Abraham llamó a aquel
lugar Yahveh-jireh (que significa “el SEÑOR proveerá”). Hasta el día de hoy,
la gente todavía usa ese nombre como proverbio: “En el monte del SEÑOR
será provisto”» (Génesis 22:13-14).
Una traducción más literal de la expresión hebrea Yahveh-jireh sería «el
Señor se encargará de eso».
Su examen final
El Señor se encargó de la prueba de Abraham, y se encargó de proveer todo
lo que él necesitaba. El Señor se encargará de eso para siempre. ¡Nunca
olvide ese nombre! Cuando usted llega a una situación que parece imposible,
llámela Yahveh-jireh, «el Señor se encargará de eso». El riesgo es un factor
necesario en cada prueba; el Señor se encargará de su provisión y protección
a medida que usted obedece.
Su hijo está en camino a un destacamento en el frente militar. El Señor se
encargará de ese joven.
Su hija decide casarse mucho antes de lo que usted había anticipado. El
Señor se encargará de ella.
El doctor lo llama para hacer una consulta cara a cara después de los
exámenes. Le dice que traiga a su cónyuge con usted. Yahveh-jireh, «el
Señor se encargará de eso». Busque un carnero en los alrededores. Recuerde
que el Señor está con usted y que está proveyendo para usted.
Ahora mismo, piense en la provisión que usted necesita, que solo Dios
puede proveer. No me refiero a algún lujo o un simple deseo, me refiero a
una provisión esencial. ¿Qué es lo que en realidad necesita del Señor? Siga el
ejemplo de Abraham. No sea arrogante al decirle al Señor qué hacer, y no
pierda el tiempo adivinando cómo Él podría lograr hacerlo. Simplemente
confíe en Él. Espere Su participación sobrenatural. Acepte lo que Él decida
proveer, sin importar cuán improbable o insólito sea. Descanse en Su amor
infalible y Su carácter justo.
Sin embargo, no se detenga allí. La historia de la prueba de Abraham
ofrece una perspectiva mucho más profunda. He aquí tres verdades eternas
que podemos sacar de la experiencia de Abraham.
1. Lo que usted empuña es generalmente lo que Dios le pide soltar.
Él sabe exactamente cuál tesoro ha capturado nuestro corazón. Él quiere
darnos la oportunidad de confirmar para nosotros mismos y para nuestros
compañeros qué es lo que más valoramos. Él lo hace al pedirnos que
aflojemos nuestro agarre de lo que más atesoramos. ¿Qué es eso para usted?
¿Es una posesión, algo que puede comprar, negociar o canjear? ¿Se relaciona
con su vocación, lo que espera que le dará una identidad además de sustento?
¿Podría ser un sueño de toda la vida que demanda su atención y todos sus
recursos? ¿O ha hecho de una relación su tesoro principal?
¿Qué le parecería soltar ese tesoro? Y ahora, la pregunta difícil: ¿Cuándo
lo llevará a cabo?
2. Lo que usted suelta, frecuentemente Él lo reemplaza con algo o alguien
mucho más valioso.
No nos gusta el factor de riesgo que se relaciona con la fe. Nos gusta tener las
cosas concertadas. Nos gusta tener todos los detalles desplegados con
anticipación, antes de que tengamos que tomar una decisión. Pero el Señor
nos llama a confiar en Él, no simplemente en Sus métodos. En las palabras de
Eileen Guder, en su libro God, but I’m Bored! [Dios, ¡pero estoy aburrida!]:
Usted puede vivir de comida blanda con el fin evitar una úlcera;
puede no tomar café ni té ni otros estimulantes en aras de la salud;
irse a la cama temprano y mantenerse lejos de la vida nocturna; evitar
todos los temas controversiales con el fin de no ofender nunca; puede
ocuparse de sus propios asuntos y evitar toda participación en los
problemas de otra gente; gastar dinero solo en lo necesario y ahorrar
todo lo que pueda.
Aun así puede romperse el cuello en la bañera, y será lo que se
merece[55].
Somos tan cuidadosos. ¡Y le tenemos tanto miedo al riesgo! ¡Somos tan
tensos! ¿Por qué?
Confíe en su Dios. No es una sugerencia para que tome riesgos insensatos
ni que viva irresponsablemente. Pero suéltele sus tesoros al Señor. Él honrará
su riesgo al darle algo o a alguien mucho más valioso que lo que usted soltó.
3. Cuando Dios reemplaza, también recompensa.
Cuando Abraham soltó a Isaac, colocó el carnero del Señor en el altar y lo
vio consumido por el fuego, el ángel de Dios volvió a hablar:
—El SEÑOR dice: Ya que me has obedecido y no me has negado ni
siquiera a tu hijo, tu único hijo, juro por mi nombre que ciertamente te
bendeciré. Multiplicaré tu descendencia hasta que sea incontable,
como las estrellas del cielo y la arena a la orilla del mar. Tus
descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos; y mediante
tu descendencia, todas las naciones de la tierra serán bendecidas.
Todo eso, porque me has obedecido.
GÉNESIS 22:16-18
El Señor espera mucho de los que afirman confiar en Él. Los rigores y el
riesgo de la fe deben ser intimidantes, o si no, no sería una fe real. Pero Dios
no es simplemente justo; Él se deleita en sorprendernos al exceder nuestras
expectativas. Él recompensa la fe arriesgada con bendiciones más allá de
nuestra capacidad de adivinar.
En cuanto a los descendientes de Abraham, ellos son verdaderamente
innumerables. Hasta el día de hoy, Dios conserva a Su pueblo, Israel, con
grandes planes para su futuro. ¿Por qué? Porque Dios cumple Sus promesas,
y al hacerlo, sobrepasa nuestras expectativas.
Al final de cada capítulo de su libro The Pursuit of God, A. W. Tozer
incluye una oración. El capítulo que se titula «The Blessedness of Possessing
Nothing» (La bendición de no poseer nada) concluye con una oración que se
aplica a nosotros, mientras soltamos nuestros tesoros para confiar en nuestro
Dios:
Padre, quiero conocerte, pero mi corazón cobardemente teme
renunciar a sus juguetes. No puedo dejarlos sin sangrar internamente,
y no trato de esconder de Ti el terror de dejarlos. Vengo temblando,
pero vengo. Por favor desarraiga de mi corazón todas esas cosas que
he amado por tanto tiempo y que han llegado a ser hasta una parte de
mi ser viviente, para que Tú puedas entrar y morar allí sin un rival.
Entonces Tú harás glorioso el lugar de Tus pies. Entonces mi corazón
no tendrá necesidad de que el sol brille en él, porque Tú mismo serás
su luz, y no habrá noche allí.
En el nombre de Jesús, Amén[56].
CAPÍTULO 17
UN SALUDABLE HOGAR DE FE
EN FEBRERO DEL 2011, el matrimonio más duradero del mundo terminó con
la muerte de Herbert Fisher... no menos de ochenta y seis años después de
que dijera: «Sí, acepto». En 1924, cuando Calvin Coolidge era el presidente
de los Estados Unidos, Herbert se casó con Zelmyra, quien desdeñaba la idea
de que existe un «secreto» para el matrimonio, diciendo: «No hay ningún
secreto. Solo fue Dios el que nos mantuvo juntos». Aun así, la pareja
respondió preguntas acerca de la relación por medio de Twitter el Día de San
Valentín en el 2010.
Herbert, mecánico de la compañía embotelladora de Coca Cola,
construyó el hogar de la familia en 1942, y la pareja crió cinco hijos allí. Los
cinco fueron a la universidad gracias a los ahorros diligentes de sus padres.
Su matrimonio sobrevivió a la Gran Depresión, en cuya época Herbert
ganaba cinco centavos al día. Criaron a sus hijos a lo largo de la Segunda
Guerra Mundial en base a provisiones racionadas, y luego fueron testigos de
la Guerra de Corea, la Guerra de Vietnam, el paso de quince presidentes y la
invención de innumerables maravillas modernas. También presenciaron el
movimiento de los derechos civiles con gran interés personal, ya que eran una
pareja de raza negra que vivía en Carolina del Norte.
Para cuando Herbert murió, la pareja había estado casada por más tiempo
de lo que vive la mayoría de la gente.
Abraham y Sara también disfrutaron un matrimonio largo antes de que
ella falleciera finalmente a la edad de 127 años (véase Génesis 23:1). Si se
casó a la edad típica de las culturas del antiguo Cercano Oriente,
probablemente tendría quince años. Imagine 112 años de matrimonio ¡y qué
trayectoria tan asombrosa compartieron ella y Abraham por mucho más de un
siglo!
Durante los primeros setenta y cinco años de su vida, Abraham había
vivido en Ur de los caldeos, en alguna parte cerca de Babilonia, en el Irak de
hoy. Su familia y su cultura adoraban a muchos dioses, y el dios luna era el
favorito de su padre. Sin duda, él adoraba al lado de su padre y anticipaba
seguir sus pasos. Entonces, Abraham recibió la visita del único Dios creador,
que dijo, en efecto: «Yo te he escogido para que llegues a ser mi modelo de
hombre de fe. Ya basta de ídolos, quiero que camines conmigo. A través de
mi relación contigo y tus descendientes, redimiré al mundo del pecado y del
mal». El Señor entonces desarraigó a la pareja de su vida cómoda y
predecible. Desde entonces, ellos aprendieron a confiar totalmente en Él para
la protección y provisión. Abraham tenía setenta y cinco años para entonces;
Sara tenía sesenta y cinco. Habían estado casados alrededor de cincuenta años
antes de que su trayectoria de fe comenzara.
Una trayectoria para compartir
Juntos, los dos salieron hacia un destino que Dios todavía tenía que
revelarles. En las palabras de un escritor del Nuevo Testamento, Abraham
«se fue sin saber adónde iba» (Hebreos 11:8). Usted y yo rara vez hacemos
viajes como ese; siempre sabemos dónde comenzaremos, hacia dónde nos
dirigiremos, y tenemos ya sea un mapa o un GPS que nos guiará en el
camino, generalmente ambos. Este hombre y su esposa viajaron estrictamente
por fe. «Incluso cuando llegó a la tierra que Dios le había prometido, vivió
allí por fe, pues era como un extranjero que vive en carpas» (versículo 9).
Después de cincuenta años de matrimonio, todo su estilo de vida cambió
completamente. Dios los llamó a una existencia nómada, tanto física como
espiritualmente. Tenían que vivir en una tierra que todavía no era suya, para
que pudieran establecer su hogar permanente bajo el cuidado fiel de Dios.
Esta historia llega a ser aún más extraordinaria cuando usted se detiene a
pensar en que Abraham y Sara no eran recién casados cuando se convirtieron
en nómadas. Cuando Cynthia y yo nos casamos, éramos jóvenes y estábamos
llenos de ideales. Apenas teníamos suficiente dinero para permitirnos una
luna de miel; de hecho, ¡regresamos antes de lo previsto de ese viaje! Pero
nos amábamos mutuamente y teníamos la energía para enfrentar lo
desconocido juntos. No fue así para Abraham y Sara. Ellos se habían
aventurado hacia lo desconocido durante lo que era para ellos la mediana
edad.
Aunque era un gran hombre de fe, Abraham no era un esposo perfecto.
Puso en peligro a su esposa por lo menos dos veces cuando mintió acerca de
la relación de ambos. En Egipto, él había insistido en que aparentaran ser
hermano y hermana, que en sí tuvo que haber puesto en tensión su relación.
Solo puedo imaginar la pérdida del respeto de Sara por su esposo. Entonces,
para empeorar las cosas, ella se encontró aislada en el palacio del faraón,
experimentando los preparativos para llegar a ser parte de su harén (véase
Génesis 12:10-20). Dios la rescató de este desastre, pero luego ella tuvo que
soportar una dura experiencia similar en el palacio de Abimelec unos cuantos
años después (véase Génesis 20).
Por supuesto, Sara también tenía sus defectos. Después de pasar por la
menopausia, ella perdió toda esperanza de tener un hijo y sugirió que
Abraham ayudara al plan de Dios acostándose con su criada. Entonces,
cuando Agar le dio un hijo a Abraham, Sara culpó a su esposo por la
discordia que surgió. Sara hizo que la vida en el campamento fuera tan
desdichada que la joven optó por irse sola al desierto. Cuando el niño, Ismael,
creció y se convirtió en un joven, Sara insistió en que Abraham desheredara
al muchacho y que inmediatamente los desalojara a él y a su madre (véase
Génesis 21:8-14).
Juntos, Abraham y Sara enfrentaron discordia con la familia extendida.
¿A qué pareja no le ha pasado? El descarriado sobrino de Abraham, Lot,
vivía metiéndose en problemas y saliendo de ellos, haciendo planes
constantemente para alcanzar más riqueza y un estatus más alto. Era egoísta,
avaro y miope, y vivía en los límites extremos de la moralidad. Su vida de
transigencia lo llevó a ser secuestrado, después de lo cual Abraham lo
rescató. Luego, al no haber logrado aprender la lección, Lot apenas escapó de
la destrucción catastrófica de Sodoma. Abraham intercedió por él y fue
rescatado de la ira de Dios, pero todavía le costó mucho apartarse.
Finalmente, sin tiempo que perder, Lot salió a toda prisa por la planicie en
busca de seguridad, con el calor de la destrucción de Sodoma tostando su
espalda y perdiendo a su esposa en el proceso. Mientras tanto, Abraham y
Sara veían que de todo el valle ascendía humo, preguntándose si su sobrino
descarriado habría escapado.
Adelántese algunos años y, finalmente, después de tanta espera, les llegó
el tiempo a Abraham y a Sara de recibir a su hijo divinamente prometido.
Para entonces, Abraham acababa de pasar la marca del siglo; Sara tenía
noventa años. Ellos se rieron de la idea de Sara pariendo un hijo y
amamantándolo a su edad, pero su risita de sarcasmo se convirtió en risa de
alegría cuando su hijo bebé llegó. Lo llamaron Isaac, «él ríe», para celebrar la
fidelidad de Dios a pesar de su incredulidad inicial.
Al haber recibido a Isaac a una edad tan avanzada, mucho después de que
habían abandonado toda esperanza, Abraham y Sara adoraban a su hijo aún
más. Cada experiencia de la crianza de un hijo que habían presenciado con
otras familias, ahora ellos la saboreaban como ningún otro padre. Pero su
amor por Isaac rayaba en idolatría. Debido a nuestra naturaleza caída,
tendemos a apoyarnos en los dones de Dios para nuestra felicidad y
olvidamos confiar en el Dador. ¿Sobrepasó el amor de Abraham por Isaac su
fe en Dios? Una prueba final reveló la verdad.
El Señor llevó a Abraham a un tiempo y un lugar de enorme sacrificio, y
le dijo, en efecto: «Quiero que lleves a Isaac a la montaña, y quiero que lo
ofrezcas allí como sacrificio». La Biblia no narra la conversación entre el
padre y la madre de Isaac esa noche. Me gusta pensar que es porque había
poco que decir. Sin duda, angustiados y confundidos, su unificada fe en Dios
prevaleció, y Abraham obedeció sin vacilación. Así que cuando Abraham
actuó de acuerdo a lo que el Señor le había ordenado y luego volvió con Isaac
feliz e íntegro, fue una victoria compartida. Tanto el esposo como la esposa
se alegraron en una victoria triunfante ese día, y el Señor los recompensó
juntos. Como una bendición adicional, su hijo joven adulto, Isaac, recibió la
lección más grande e inolvidable en la fe que se pueda imaginar.
Y al final, después de 112 años de vida matrimonial, la trayectoria de fe
de Sara terminó. Ella murió y su fe se convirtió en vista. Abraham era diez
años mayor que su esposa; Isaac tenía treinta y siete.
Un lugar para recordar
Durante su larga y aventurera trayectoria de fe compartida, Abraham y Sara
habían acumulado gran riqueza. Para el tiempo de la muerte de Sara, su
campamento incluía múltiples cientos de criados y sus familias. Su propia
comunidad tenía tantas personas como algunas pequeñas ciudades de Canaán.
Y debido a su victoria sobre Quedorlaomer, Abraham era un jefe tribal
altamente respetado, honrado y temido por su poderío militar. Las historias
de sus interacciones a lo largo de los años también contribuyeron a su fama.
A pesar de su riqueza, reputación y fuerza militar, Abraham no tenía un
hogar como tal. La tierra prometida a sus descendientes no llegó a ser su
tierra personal. Aún un nómada, acampaba en territorio abierto y controlaba
sus alrededores, pero no poseía nada de él. Por lo que cuando llegó la hora de
enterrar a su esposa fallecida, de repente él tuvo necesidad de un cementerio
familiar, una parcela de terreno privado lo suficientemente grande para
albergar los restos de su esposa, y los suyos propios a su debido tiempo. Las
civilizaciones antiguas se esforzaban mucho por enterrar a sus muertos en su
tierra natal, pero Abraham ya no consideraba como su hogar a Ur ni a
ninguna parte de Mesopotamia. Para el patriarca y su esposa, Canaán se había
convertido en su tierra natal. Por eso se acercó a los ancianos de una
civilización que había llegado a ser más prominente en los años recientes, los
«hijos de Het» (Génesis 23:3, RVR60).
Algunas versiones traducen «hijos de Het» como hititas, refiriéndose a
una nación considerable de gente que vivía en la Turquía actual, en el
extremo norte. Pero los hititas eran indoeuropeos, en tanto que los nombres
en este relato reflejan una cultura semita. Muy probablemente, los hijos de
Het eran tribus indígenas que habían vivido en Canaán por cientos de años
antes de que Abraham y Sara llegaran.
Notablemente, ellos respetaban a Abraham, y el patriarca no pretendía
ocasionarles problemas. Él podría haber entrado fanfarroneando en las
ciudades de ellos, anunciando: «Dios me dio esta tierra, ¡por lo que reclamaré
cualquier parte de ella que yo quiera!». Pero no lo hizo. Hasta que el Señor le
transfiriera la posesión a su nombre o a sus descendientes, él se acercó a sus
vecinos como propietarios honorables. Tome nota del respeto mutuo cuando
Abraham intentó comprar una tumba familiar:
[Abraham] dijo a los ancianos hititas: —Aquí estoy, vivo entre
ustedes como forastero y extranjero. Por favor, véndanme una parcela
de terreno para darle un entierro apropiado a mi esposa.
—Escúchenos, señor —respondieron los hititas a Abraham—,
usted es un príncipe de honor entre nosotros. Escoja la mejor de
nuestras tumbas y entiérrela allí. Ninguno de nosotros se negará a
ayudarle en ese sentido.
GÉNESIS 23:3-6
Ellos ofrecieron permitir que Abraham enterrara a su esposa en una de
sus tumbas familiares, un ofrecimiento generoso y amable a primera vista. La
gente antigua tomaba muy en serio sus ritos de entierro, y creían que la
manera del entierro afectaba la forma en que la persona pasaría su vida
después de la muerte. Enterrar a Sara con sus muertos sugería que ella se
uniría a ellos donde fuera que ellos y sus descendientes pasarían sus vidas
después de la muerte. Claramente esta no era una opción para Abraham, que
había dejado atrás su vida politeísta y supersticiosa. Sara pasaría su vida
después de la muerte en la presencia del único Dios verdadero. Solo un lugar
nuevo y privado serviría. Por lo que Abraham contraargumentó su generosa
oferta.
Entonces Abraham se inclinó hasta el suelo ante los hititas y dijo:
—Ya que ustedes están dispuestos a brindarme esa ayuda, sean
tan amables de pedir a Efrón, hijo de Zohar, que me permita comprar
su cueva en Macpela, que está al final de su campo. Yo pagaré el
precio total en presencia de testigos, a fin de tener un lugar
permanente donde enterrar a mi familia.
GÉNESIS 23:7-9
Abraham quería más que un lugar para enterrar a su esposa; quería
establecer una tumba familiar. En los tiempos antiguos se decía que uno se
«reunía con sus padres» cuando moría. Eso representaba la costumbre
funeraria del antiguo Cercano Oriente en la que una persona muerta era
colocada sobre un estante de una cueva familiar. Mucho después, luego de la
descomposición total, los huesos del difunto se reunían y se colocaban en un
osario (una caja de huesos) junto con los huesos de sus antepasados. Por eso,
el proceso de ser reunido con sus ancestros, literalmente, se convirtió en un
eufemismo de la muerte, así como una imagen poética de una persona que se
reúne en el más allá con los seres amados que han partido. Sara sería la
primera antepasada de una nación nueva que sería enterrada en una tumba
hebrea.
La cueva que Abraham esperaba comprar estaba cerca de los robles de
Mamre, el lugar donde se había establecido en Hebrón, y por casualidad el
dueño de la tierra, Efrón, estaba presente cuando él les habló a los ancianos.
[Efrón] respondió a Abraham mientras los demás escuchaban. Habló
públicamente delante de todos los ancianos hititas de la ciudad.
—No, mi señor —le dijo a Abraham—, por favor, escúcheme. Yo
le regalaré el campo y la cueva. Aquí mismo, en presencia de mi
pueblo, se lo regalo. Vaya y entierre a su esposa.
Abraham volvió a inclinarse hasta el suelo ante los ciudadanos del
lugar y respondió a Efrón a oídos de todos.
—No, escúcheme. Yo se lo compraré. Permítame pagar el precio
total del campo, para poder enterrar allí a mi esposa.
GÉNESIS 23:10-13
El ofrecimiento de Efrón parece generoso a primera vista, pero Abraham
lo objetó por varias razones. Primero, él quería poseer la cueva, lo cual le
daba control sobre el futuro de la misma. Segundo, él no quería una relación
de largo plazo con el dueño permanente de la cueva, quien podría decidir
rescindir el regalo después. Tercero, su esposa merecía una tumba que
hubiera sido comprada, no prestada ni obtenida gratis. Por lo que Abraham
amplió la oferta de comprar no solo la cueva sino la tierra a la que pertenecía.
Aunque Efrón y su comunidad probablemente no eran hititas, sus
costumbres parecen ser similares a las de los hititas. Según la ley hitita, un
hacendado que vendía solo parte de su propiedad todavía tenía que pagar
impuestos por todo. Sin embargo, si él vendía todo el terreno, el nuevo dueño
sería responsable de la cuenta de los impuestos, por lo que Efrón cortésmente
insistió en venderle toda la propiedad a Abraham, quien no habría pagado
ningún impuesto por la tierra[57]. Abraham no tenía otro rey sino Dios.
El hacendado sugirió un precio de cuatrocientas piezas de plata, una suma
muy grande comparada con otros negocios de tierra en la Biblia (véase 1
Reyes 16:24; 1 Crónicas 21:25; 2 Samuel 24:24). Él vio en Abraham a un
hombre adinerado con una necesidad urgente de tierra, por lo que sonrió entre
dientes cuando dijo: «¿Pero qué es eso entre amigos? Vaya y entierre a su
esposa» (Génesis 23:15).
Abraham tenía más dinero que la mayoría de los reyes de las ciudades de
ese tiempo, por lo que aceptó el precio que le pidieron. Después de todo, ¿qué
esposo apesadumbrado regatea por el precio de compra de una tumba?
«Abraham compró la parcela que pertenecía a Efrón en Macpela, cerca de
Mamre. La parcela constaba del campo, la cueva y todos los árboles que la
rodeaban. Se transfirió a Abraham como posesión permanente en presencia
de los ancianos hititas, en la puerta de la ciudad» (Génesis 23:17-18).
Abraham pesó un poco más de diez libras de plata enfrente de los ancianos de
la comunidad de Efrón para que nadie pudiera disputar después la posesión
de Abraham.
Después de haber asegurado la tierra, Abraham colocó el cuerpo de Sara
en la nueva tumba familiar y la selló. Posteriormente, generaciones de la
familia de Abraham serían enterrados allí, incluso el mismo Abraham (véase
Génesis 25:9); Isaac y su esposa, Rebeca; el hijo de ellos, Jacob, y su esposa,
Lea (véase 49:31; 50:13); e indudablemente muchos descendientes
posteriores.
Una tarea para continuar
Abraham amaba a Sara. Ellos experimentaron una vida compartida durante
112 años. Pero Dios no había terminado todavía con Abraham. Él tenía más
vida que vivir y una gran responsabilidad que completar. Por un lado, Isaac
se había convertido en un hombre de treinta y siete años, pero no tenía
esposa. Si el pacto fuera a pasar más allá de la primera generación después de
Abraham, su hijo necesitaba por lo menos un heredero. Seguidamente
Abraham centraría su atención en esa tarea.
Como escribiría Salomón más tarde: «Hay una temporada para todo, un
tiempo para cada actividad bajo el cielo. Un tiempo para nacer y un tiempo
para morir. [...] Un tiempo para llorar y un tiempo para reír. Un tiempo para
entristecerse y un tiempo para bailar» (Eclesiastés 3:1-2, 4). Abraham viviría
otros treinta y ocho años después de la muerte de su primer amor. Un poco de
tiempo después, la disminución del dolor le concedería permiso para seguir
viviendo, y volvió a encontrar el amor en los brazos de una mujer llamada
Cetura. Ella le dio seis hijos: Zimran, Jocsán, Medán, Madián, Isbac y Súa
(véase Génesis 25:2).
Aunque ellos se casaron y Abraham la amaba, la condición legal de ella
continuó siendo la de concubina para proteger el reclamo exclusivo de Isaac a
la propiedad familiar (véase los versículos 5-6). Cuando los hijos de Cetura
llegaron a la mayoría de edad, Abraham hizo por ellos lo que tendría que
haber hecho por Ismael. Les dio regalos para ayudarlos a establecerse, y ellos
se fueron para formar sus propios clanes familiares.
Incluyo la siguiente posdata al matrimonio de Abraham y Sara para
aclarar un asunto importante: la muerte de un cónyuge no acaba con la vida
del otro. Eso puede parecer obvio, pero parece que olvidamos esto cuando
dos personas han pasado la vida juntos y una de ellas deja el lado de la otra,
de manera final y permanente. Sus hijos esperan que el compañero
sobreviviente viva como un monje, célibe y en silencio por el resto de sus
días. Si alguien se casa «demasiado pronto», la gente tiende a preguntarse
cuánto amaba a su pareja el cónyuge que enviudó.
La mayoría de nosotros todavía no ha experimentado la pérdida de un
compañero de toda la vida. Aunque estoy casado con Cynthia (y pronto se
cumplirán sesenta años), no puedo imaginar estar casado con ninguna otra
persona. Y ni siquiera quiero pensar en el dolor de perderla. Pero ese soy yo,
y esto es ahora. Estaría equivocado si esperara que alguien más viviera de
acuerdo a mis sentimientos en casos donde el pecado no es un problema. La
muerte rompe el vínculo matrimonial y libera al cónyuge sobreviviente para
que se vuelva a casar si así lo decide.
En cuanto al matrimonio de Abraham y Sara, su larga, activa y fructífera
vida compartida resalta dos principios.
Primero, Dios estableció el matrimonio como un viaje de fe compartido.
Es cierto que la procreación es importante para continuar la raza humana,
pero Dios podría haber logrado eso sin un apareamiento de toda la vida. El
compañerismo es otro gran beneficio del matrimonio, pero muchos adultos
solteros pueden decirnos que encuentran contentamiento en su círculo de
amigos. Dios quiere que el matrimonio sea un viaje en el que una pareja crece
unida en la fe. El vínculo del matrimonio crea, como ninguna otra relación,
oportunidades para el crecimiento espiritual mutuo.
Algunas personas no necesitan un cónyuge para que las ayude a crecer en
madurez. Mi hermana Luci es un ejemplo excelente, y ella ha escrito mucho
sobre el tema. El apóstol Pablo fue otro ejemplo de alguien para quien un
cónyuge habría sido una distracción del crecimiento espiritual. Sin embargo,
la mayoría de nosotros necesita la clase de compañero íntimo en la fe que
solo el matrimonio puede ofrecer. Y yo soy uno de esos hombres.
Miro hacia atrás a mis años con Cynthia, y veo innumerables maneras en
las que nuestro matrimonio me hizo una mejor persona, un mejor ministro y
un mejor cristiano. No puedo decir, ni siquiera con un poco de confianza que
habría madurado sin que una compañera piadosa me desafiara, me animara,
me ayudara a no limitarme, orara por mí y que ocasionalmente me jalara de
vuelta cuando empiezo a distraerme.
Segundo, Dios estableció el matrimonio para hacer una nueva
generación de hombres y mujeres fieles.
Si Abraham y Sara hubieran muerto poco después de que Isaac hubiera
nacido, quién sabe qué le habría pasado al pacto de Dios. La fidelidad al
único Creador verdadero habría muerto antes de que una generación hubiera
pasado. Pero el Señor usó el matrimonio y la casa de Abraham y Sara para
modelar la fe ante su hijo. Isaac presenció el examen final de su padre. Vio la
respuesta de su madre a la petición del Señor. Él aprendió de ellos lo que
significa amar y servir a Dios, rechazando la idolatría y la superstición.
Aunque él tuvo que caminar su propio trayecto con Dios, sus padres le dieron
un inicio excelente.
Ninguna otra criatura en la tierra produce hijos y luego los nutre durante
dieciocho o más años antes de enviarlos a vivir independientemente. Dios
quiere más que números crecientes de gente; Él quiere gente con la que pueda
disfrutar una relación. Él creó la institución del matrimonio para que un
hombre y una mujer, juntos, puedan criar hijos e hijas que crecerán en un
hogar saludable de fe y que le serán fieles a Él. Ese todavía es el deseo de
Dios. Desafortunadamente, un hogar saludable de fe es la excepción y no la
regla. Pero, afortunadamente, algunos hogares son excepciones más bien
extraordinarias.
¿Es el suyo una de esas?
CAPÍTULO 18
ENCONTRANDO SU PAREJA
PARA TODA LA VIDA
EN NUESTRA CULTURA occidental del siglo veintiuno, comenzamos el
proceso de buscar pareja saliendo con alguien. En poco tiempo, salir juntos se
convierte en un noviazgo continuo y agradable que lleva a un compromiso
formal y posteriormente a un matrimonio. Los que se casan en nuestra
sociedad se encargan de elegir con quién se casan y cuándo. No es así en
otras partes del mundo. En muchas culturas orientales, los padres toman la
mayoría de las decisiones. Frecuentemente, los jóvenes participan en el
proceso del arreglo, y algunas sociedades les permiten rechazar una propuesta
que no es de su preferencia. Pero son los padres los que dirigen el proceso de
formar la pareja. Esta costumbre que el tiempo ha honrado ha ayudado a
estabilizar civilizaciones enteras. Las estadísticas muestran que los
matrimonios arreglados frecuentemente funcionan mejor que nuestro método
espontáneo aquí en el Occidente.
En los tiempos bíblicos, la formación de parejas por parte de los padres
era la norma. Así que cuando a Isaac le llegó el tiempo de casarse, le tocó a
Abraham buscar la mujer apropiada.
Para cuando Abraham enterró a Sara, su esposa de más de cien años, él
había acumulado una inmensa riqueza. Enormes manadas de ganado pastaban
en el campo, proveyendo suficiente carne y cuero para las ciudades de la
región. Los rebaños de ovejas deambulaban por los pastos, alimentando y
vistiendo a la gente de Canaán. Las ventas habían hecho que la familia
extendida de Abraham y sus criados vivieran con abundancia y seguridad,
mientras que la plata y el oro fluían a sus cofres. Él siguió con sus negocios
como de costumbre por tres años después de haber perdido a su cónyuge, sin
duda enseñándole a Isaac cómo mantener financieramente saludable y en
crecimiento a toda la empresa.
Sin embargo, con el tiempo, Abraham se dio cuenta de que los años se le
habían pasado demasiado rápidamente. Tal vez la muerte de Sara no solo le
recordó que sus propios días estaban contados, sino también que su hijo Isaac
tenía casi cuarenta años de edad... y seguía soltero. Ya había pasado el tiempo
de que tuviera novia, pero ella no podía ser simplemente cualquier persona.
Abraham sabía por experiencia la importancia de tener una mujer de
integridad como cónyuge. Ella tenía que ser alguien capaz de apreciar la
importancia del pacto de Dios, alguien que ayudara a Isaac a ser un buen
administrador de este gran honor. Él quería que Isaac se casara con una mujer
que tuviera la misma clase de fortaleza y dignidad que él había disfrutado con
Sara por más de un siglo.
Solo había un problema: aunque Abraham era adinerado y seguro, vivía
en un vecindario deplorable.
Una mujer digna
Por razones que solo podemos conjeturar, Abraham no quería que Isaac se
casara con alguien de Canaán. No puede haber sido porque las mujeres
cananeas eran idólatras; eso habría descartado a virtualmente todas las
mujeres del mundo (probablemente por eso es que Isaac no se había casado
antes). A lo largo de la mayor parte de la historia, las sociedades no
consideraban el matrimonio simplemente como la unión de dos personas,
sino también la fusión de dos familias. Los tratados entre las tribus rivales o
naciones en guerra frecuentemente se sellaban con el matrimonio de la
descendencia de los líderes.
Abraham no quería que su nueva nación llegara a mezclarse en el crisol
cananeo. Él mantenía buenas relaciones con los lugareños al tratarlos con
justicia, al proveerlos con enseres, al mantener su integridad y al apartarse de
los altercados que ellos tenían unos con otros. Tomar una de sus hijas en
matrimonio habría borrado ese delicado límite. Además, esta nación
incipiente, que consistía de Abraham, Isaac y una novia potencial, tendría que
cultivar su propia cultura, completamente distinta al resto del mundo. Traer
una mujer de lejos ayudaría a reducir la interferencia externa.
Para lograr la tarea tan importante de encontrar a la mujer apropiada para
Isaac, Abraham llamó a su empleado de mayor confianza. En su difícil viaje
de Ur a Canaán, Abraham pasó por Damasco, donde Eliezer se había unido a
la caravana de Abraham (véase Génesis 15:2) y se había enrolado como
sirviente. En poco tiempo, él llegó a ser el sirviente principal de Abraham, lo
que ahora llamaríamos su jefe de gabinete. Las Escrituras lo describen como
«su siervo más antiguo, el hombre que estaba a cargo de su casa» (24:2). Él
habría sido el asesor financiero de Abraham, el jefe de operaciones y, muy
probablemente, su amigo más cercano. Había estado involucrado en la vida
de Abraham por décadas, por lo que conocía al anciano patriarca tan bien
como cualquiera.
Abraham mandó a llamar en privado a su jefe de gabinete para darle una
asignación tan importante que no se la confiaría a ningún otro hombre. «Jura
por el SEÑOR, Dios del cielo y de la tierra, que no dejarás que mi hijo se case
con una de esas mujeres cananeas. En cambio, vuelve a mi tierra natal, donde
están mis parientes, y encuentra allí una esposa para mi hijo Isaac» (Génesis
24:3-4).
Esa «tierra natal» estaba a casi 800 kilómetros al norte de donde Abraham
vivía. Naturalmente, el siervo presentó una preocupación lógica. «¿Pero qué
pasaría si no puedo encontrar una joven que esté dispuesta a viajar tan lejos
de su casa? ¿Debería, entonces, llevar allí a Isaac para que viva entre sus
parientes, en la tierra de donde usted proviene?» (Génesis 24:5). Esta
sugerencia tocó un punto sensible de Abraham. Su respuesta en hebreo «ten
cuidado» se entiende como excesivamente severa, y le agrega fuerza a su
advertencia: «Procura no llevar nunca a mi hijo allí» (versículo 6). Sea cual
fuere la razón, Abraham veía peligro en ese plan.
Abraham le aseguró al criado que su misión contribuía al plan divino y
que, por lo tanto, tendría la guía de Dios: «El SEÑOR, Dios del cielo, quien
me sacó de la casa de mi padre y de mi tierra natal, prometió solemnemente
dar esta tierra a mis descendientes. Él enviará a su ángel delante de ti y se
encargará de que encuentres allí una esposa para mi hijo» (Génesis 24:7).
La búsqueda de Abraham de una compañera apropiada para Isaac
comenzó y terminó con la guía de Dios. Los matrimonios de las épocas
antiguas se motivaban con el dinero y el estatus. Las jóvenes que se casaban
con hombres aristócratas ayudaban a elevar la posición de la familia en la
comunidad. Por eso es que la belleza era tan importante. Una familia humilde
con hijas bellas tenía una buena oportunidad de subir más alto en el orden
jerárquico social. En la actualidad, las motivaciones pueden tener formas muy
distintas, pero no son menos vanas. La pregunta más difícil que los solteros
deben hacerse es: «¿Quién es la opción del Señor para mí?». Para mantener
las malas motivaciones fuera de la búsqueda, Abraham dependió de la guía
sobrenatural de Dios.
Su fe no vaciló en este momento, pero reconoció que el criado se sentía
abrumado por la tarea. Por eso le dio una salida al hombre. «Si ella no está
dispuesta a regresar contigo, entonces quedarás libre de este juramento que
haces conmigo; pero bajo ninguna circunstancia, llevarás a mi hijo allí»
(Génesis 24:8). Eso resolvió el problema para el criado, que hizo un
juramento como lo había pedido Abraham.
A medida que seguimos esta historia, sacaré de la narración cinco pautas
para la gente que busca cónyuge hoy.
He aquí la primera: Oiga y póngale atención al consejo de padres
piadosos.
No todos los padres son piadosos, y los padres piadosos no siempre tienen
razón. Sin embargo, sus probabilidades de elegir a la pareja correcta
aumentan cuando sus padres caminan con el Señor y buscan Su consejo.
Además, ellos frecuentemente lo conocen a usted mejor de lo que usted se
conoce a sí mismo, y pueden ayudarlo a examinar sus motivos. Sus padres
también mantendrán una objetividad saludable que ayudará a equilibrar su
subjetividad «enamorada». Póngale atención a ese sexto sentido que los
padres tienen frecuentemente en cuanto a la gente.
De nuevo, los padres no siempre tienen la razón, pero usted es sabio al
escuchar su consejo y tomarlo en serio. En mis años de experiencia
aconsejando a parejas de comprometidos y luego viéndolos llegar al
casamiento, rara vez he visto padres que se equivocan cuando son gente
piadosa que habla con motivos puros.
El criado de Abraham no perdió el tiempo después de haber recibido las
instrucciones de su señor; se fue inmediatamente. «Tomó diez de los
camellos de Abraham y los cargó con toda clase de regalos valiosos de parte
de su señor, y viajó hasta la lejana tierra de Aram-naharaim. Una vez allí, se
dirigió a la ciudad donde se había establecido Nacor, hermano de Abraham»
(Génesis 24:10).
En la actualidad asociamos a los camellos con el Medio Oriente, pero los
camellos domesticados no eran comunes en la época de Abraham. Ya que
eran poco comunes e ideales como animales de carga para viajes largos, cada
bestia representaba una pequeña fortuna. Diez camellos se habrían visto en la
época de Abraham como un cortejo de diez limusinas hoy. Después de un
viaje de casi un mes, el criado llegó a una región en el norte de Mesopotamia
conocida como Aram-naharaim, que significa Aram de los dos ríos,
delimitada por los grandes ríos Tigris y Éufrates.
Cuando él ubicó la ciudad habitada por el hermano de Abraham, Nacor,
se colocó de manera estratégica donde podría observar mujeres elegibles.
«Hizo que los camellos se arrodillaran junto a un pozo justo a las afueras de
la ciudad. Era la caída de la tarde, y las mujeres salían a sacar agua» (Génesis
24:11). Como amigo íntimo de Abraham, el criado disfrutaba de su propia
relación personal con el único Creador verdadero. Y así como había visto a
Abraham hacerlo miles de veces durante las últimas décadas, él pidió la guía
inequívoca de Dios.
«Oh Señor, Dios de mi amo, Abraham —oró—. Te ruego que hoy me
des éxito y muestres amor inagotable a mi amo, Abraham. Aquí me
encuentro junto a este manantial, y las jóvenes de la ciudad vienen a
sacar agua. Mi petición es la siguiente: yo le diré a una de ellas: “Por
favor, deme de beber de su cántaro”; si ella dice: “Sí, beba usted, ¡y
también daré de beber a sus camellos!”, que sea ella la que has
elegido como esposa para Isaac. De esa forma sabré que has mostrado
amor inagotable a mi amo».
GÉNESIS 24:12-14
He aquí una segunda pauta: Sature de oración todo el proceso.
Dicho eso, no recomiendo ponerle pruebas específicas ni parámetros al
Señor. No diga: «Si ella llega a la cita a ciegas con un suéter que tenga algo
de rojo, entenderé que es de ti, Señor, que ella es con quien debo casarme».
Así no es como Dios obra hoy. Eliezer no tenía la ventaja de las Escrituras
para leerlas, ni la guía interna del Espíritu Santo. Sin embargo, tenía la
promesa de Abraham de que Dios le daría una guía sobrenatural.
Observe también que los parámetros del criado no eran al azar ni
arbitrarios. Él buscaba a una mujer que demostrara una hospitalidad poco
común. Sacar agua y acarrearla requería de un arduo trabajo. En la tarde, las
mujeres salían al manantial con jarras de barro para llenarlas y llevarlas a
casa, una tarea agotadora en sí. Él esperaba añadirles trabajo al pedirles que
le dieran de beber.
Casi cualquiera le ofrecería un sorbo a un extraño con sed. Darles agua a
diez camellos, por otro lado, requería de mucho esfuerzo adicional,
especialmente considerando que cada camello podría beber tanto como
cincuenta galones en tres minutos. ¡Y él tenía diez animales con sed! Una
jarra de cinco galones pesaba casi veintitrés kilos. Que una mujer ofreciera
darle de beber a los camellos de alguien significaría ofrecer cargar quinientos
galones, cinco galones a la vez. (No se preocupe, yo haré los cálculos). Son
cien viajes de ida y vuelta al manantial. (Permanezca conmigo un poquito
más). Si en cada viaje se tardaba solo un minuto, ella acababa de agregar dos
horas de trabajo agobiante a su ya ocupado día.
¡Esa sería una mujer extraordinaria!
Antes de terminar su oración, vio a una joven llamada Rebeca, que
salía con su cántaro al hombro. Ella era hija de Betuel, quien era hijo
de Nacor —hermano de Abraham— y de Milca, su esposa. Rebeca
era muy hermosa y tenía edad suficiente para estar casada, pero aún
era virgen. Ella descendió hasta el manantial, llenó su cántaro y
volvió a subir. Entonces el siervo corrió hasta alcanzarla y le dijo:
—Por favor, deme de beber un poco de agua de su cántaro.
GÉNESIS 24:15-17
Un estudio rápido del árbol genealógico de Abraham muestra que Rebeca
era su sobrina-nieta, sobrina segunda de Isaac[58]. El criado observó
rápidamente que Rebeca era una mujer bella, pero eso no era suficiente. Su
ropa la habría identificado como no casada y, por lo tanto, como virgen. Pero
lo más importante, ¿era ella la elección de Dios? Su respuesta a la necesidad
del criado revelaría su carácter.
Enseguida bajó su cántaro del hombro y le dio de beber. Después de
darle de beber, dijo:
—También sacaré agua para sus camellos y les daré de beber
hasta que se sacien.
Así que, de inmediato, vació su cántaro en el bebedero y volvió
corriendo al pozo a sacar agua para todos los camellos.
El siervo la observaba en silencio mientras se preguntaba si el
SEÑOR le había dado éxito en la misión.
GÉNESIS 24:18-21
Ella dijo que les daría agua a sus camellos. ¿Pero aguantaría hacerlo hasta
terminar? Él la vio ir y volver desde el manantial hasta el bebedero, cargando
esa jarra de casi veintitrés kilos durante dos horas sin parar. Mientras más
trabajaba ella, más confiado estaba él de que había encontrado en Rebeca una
gema poco común entre sus compañeras.
La respuesta de Rebeca nos lleva a una tercera pauta: Busque cualidades
que revelen el verdadero carácter.
Con «verdadero carácter» me refiero a esas cualidades internas que
diferencian a una persona de la gente común. Por ejemplo, él no es cortés
solo con la gente que admira o que espera impresionar; también es
considerado con un mesero que nunca volverá a ver. Ella no solo es amable
con sus amigos; también es generosa con gente que no puede devolverle su
amabilidad.
Cuando Rebeca terminó el trabajo, el criado de Abraham se acercó a ella
(sin duda con un poco de asombro) para saber más. Él le dio tres joyas de oro
que pesaban como diez siclos. Eso era significativo, considerando el contexto
histórico: «Los materiales legales de la primera mitad del segundo milenio
sugieren que un trabajador podría esperar ganar como máximo diez siclos [de
plata] al año y frecuentemente menos»[59]. Su gesto fue más que la
compensación por el favor; comunicó una gratitud extraordinaria, no distinto
a darle a un botones un reloj de pulsera Rolex como propina.
Tal vez desconfiando de su increíble buena fortuna, el criado le hizo una
pregunta que le daría indicios del carácter de la familia de Rebeca.
—¿De quién es hija usted? —le preguntó—, y dígame, por favor,
¿tendría su padre algún lugar para hospedarnos esta noche?
—Soy hija de Betuel —contestó ella—, y mis abuelos son Nacor
y Milca. Sí, tenemos más que suficiente paja y alimento para los
camellos, y también tenemos lugar para huéspedes.
GÉNESIS 24:23-25
Rebeca era de una familia hospitalaria. Ella no tuvo que correr a su casa
para pedir permiso; ella ya sabía que ellos recibirían a un extranjero... incluso
alguien con diez camellos hambrientos. Su belleza física simplemente
reflejaba su aún más bello carácter. Ella era sexualmente pura y moralmente
fuerte. Era generosa, considerada, cortés, diligente y laboriosa. ¡Qué
descubrimiento había hecho Eliezer!
Esto nos da la cuarta pauta: Proceda cautelosamente; piense
profundamente.
Este es el paso que frecuentemente omitimos. Las primeras impresiones
pueden ser engañosas. Cualquiera puede ser impresionante en una cita; solo
es por unas cuantas horas. Con varios años de casados, ¿cómo reaccionará
esta persona si usted contrae una enfermedad temible? ¿Qué pasaría si se
desploma su situación financiera?
El criado se enteró de todo acerca de Rebeca al verla de cerca. Aplicó una
perspicacia aguda para observar los detalles, porque no es fácil que una
persona imite sutilezas. Cuando usted busca la decisión de Dios, tiene que ser
sensible a los detalles y luego tener el valor de cuestionar de la manera
correcta las cosas que no lo impactan. Confíe en sus instintos, y no pase por
alto indicios inquietantes. Tome tiempo para observar a la otra persona bajo
presión. ¿Cómo maneja el conflicto? ¿Qué clase de relación tiene esta
persona con la familia y los amigos?
Mientras el criado le agradecía a Dios por darle éxito, Rebeca corrió a su
casa para contarle a su familia acerca de su encuentro con el hombre.
Rebeca tenía un hermano llamado Labán, el cual salió corriendo al
manantial para encontrarse con el hombre. Había visto el anillo en la
nariz de su hermana y las pulseras en sus muñecas, y había oído a
Rebeca contar lo que el hombre le había dicho. Así que corrió hasta
llegar al manantial, donde el hombre aún estaba parado al lado de sus
camellos.
Entonces Labán le dijo: «¡Ven y quédate con nosotros, hombre
bendecido por el SEÑOR! ¿Por qué estás aquí, fuera de la ciudad,
cuando yo tengo un cuarto preparado para ti y un lugar para los
camellos?».
Entonces el hombre fue con Labán a su casa, y Labán descargó los
camellos, y para que se tendieran les proveyó paja, los alimentó, y
también trajo agua para que el hombre y los camelleros se lavaran los
pies. Luego sirvieron la comida.
GÉNESIS 24:29-33
Procediendo con cautela, el criado observó a la familia de Rebeca. Eso es
importante observar, incluso hoy. Cuando usted se casa con la persona, se
casa con la familia. Aunque usted no viva cerca de ellos ni los visite a
menudo, su cónyuge tiene a su familia dentro de sí. Y no piense jamás: Dios
mío, esa es una familia disfuncional, pero mi cónyuge potencial es la
excepción. He visto gente maravillosamente saludable que sale de familias
terribles, pero son la excepción. No le estoy aconsejando romper la relación
de inmediato, simplemente estoy sugiriendo que es una parpadeante señal de
alerta en el camino al altar. Preste atención.
Antes de continuar, consideremos una pauta final: Determine si hay un
interés mutuo en las cosas espirituales.
Se lo diré abiertamente, eso es lo que más me atrajo a mi propia novia.
Hace unos sesenta años, me di cuenta de que esta joven tenía un corazón para
Dios que latía más fuerte que el mío. No solo admiré eso sino que también
quise estar cerca de eso. Quería tener esta clase de persona cerca de mí y en
mi vida.
Debido a que el criado sabía que la familia de origen de Rebeca era un
factor crucial, explicó su misión y luego midió la temperatura espiritual del
hogar. Ignoró su comida y dijo (aquí hago paráfrasis): «Permítanme ser claro
y decirles por qué estoy aquí». Luego les contó toda la historia del llamado de
Abraham, de su trayectoria de fe con Dios, de su riqueza y de su propósito al
enviar un emisario de regreso a Mesopotamia. En todo su relato, el único
Dios verdadero juega un papel importante al dirigir los acontecimientos.
Habiendo explicado la importancia de la reacción de Rebeca en el pozo, el
criado preguntó: «Así que díganme: ¿quieren o no mostrar amor inagotable y
fidelidad a mi amo? Por favor, respóndanme “sí” o “no”, y de esa manera
sabré qué hacer después» (Génesis 24:49). ¡Qué hermoso! ¡Qué pregunta tan
excelente!
La respuesta de la familia de ella es clave, porque refleja su conocimiento
del mismo Dios que Abraham adoraba. «Es evidente que el SEÑOR te trajo
hasta aquí, así que no hay nada que podamos decir. Aquí está Rebeca; tómala
y vete. Efectivamente, que ella sea la esposa del hijo de tu amo, tal como el
SEÑOR lo ha dispuesto» (Génesis 24:50-51).
Todo parecía verificarse. Parecía que el Señor lo había dirigido a una
mujer del clan familiar de Abraham, una mujer de carácter poco común que
adoraba al único Creador verdadero. Y además de todo eso, ¡era bonita! Todo
estaba listo, excepto que... ¿Estaría dispuesta Rebeca a viajar ochocientos
kilómetros, lejos de todo lo que le era familiar, para casarse con un completo
extraño? Era una gran decisión, por lo que la familia propuso que tomaran
diez días para discutir el asunto. Pero el criado insistió en volver
inmediatamente, seguro de la mano del Señor en guiarlo. «“Bien —dijeron
ellos—, llamaremos a Rebeca y le preguntaremos qué le parece a ella”.
Entonces llamaron a Rebeca. “¿Estás dispuesta a irte con este hombre? —le
preguntaron—. “Sí —contestó—, iré”» (Génesis 24:57-58).
Ella nunca había visto a Isaac. Había conocido al criado apenas unas
horas antes. Pero había oído lo suficiente como para saber que el Señor había
arreglado su matrimonio soberanamente. En poco tiempo, ella y unas cuantas
criadas se dirigían al sur sobre camellos, a conocer a su esposo.
De muchas maneras, Rebeca demostró la misma clase de fe que su
difunta suegra ejerció cuando se fue de Ur con Abraham. Al igual que Sara,
Rebeca dejó su existencia estable entre sus parientes para convertirse en
nómada con su esposo. Ella se comprometió a una vida de fe, sin saber
adónde la llevaría ni qué podría encontrar en el camino.
Cuando la caravana se acercó al campamento de Abraham, dio la
casualidad de que Isaac estaba en el campo meditando (véase Génesis 24:63).
La palabra hebrea quiere decir: «rondar; ir de un lado a otro». Yo imagino
que el hombre pasaba sus días caminando, pensando y orando, tal vez
preguntándose si el criado había encontrado una esposa y cómo sería ella.
Cuando Rebeca levantó la vista y vio a Isaac, se bajó enseguida del
camello.
—¿Quién es ese hombre que viene a nuestro encuentro caminando
por los campos? —preguntó al siervo.
Y él contestó:
—Es mi amo.
Entonces Rebeca se cubrió el rostro con el velo.
GÉNESIS 24:64-65
Según la costumbre, las futuras novias tenían que usar un velo. Al
cubrirse el rostro con su velo, Rebeca indicó que ella era la novia de él. Como
hombre enérgico que era, Isaac quería saber qué clase de rostro estaría viendo
por las siguientes décadas. Sin embargo, debido a sus rituales de matrimonio,
era común que el novio no tuviera idea de cómo era su novia hasta su noche
de bodas.
Los versículos finales del capítulo comprimen los acontecimientos con un
resumen corto. Muy probablemente, la pareja tomó un poco de tiempo para
conocerse. Mientras tanto, Abraham y el resto de la comunidad prepararon
una espléndida fiesta de bodas. La gente de esa cultura no llevaba a cabo
ceremonias de pacto con un ministro ni un sacerdote; los votos no tenían que
expresarse en voz alta, porque las promesas estaban implícitas en su acuerdo
de casarse. El día de la fiesta, la pareja disfrutaría de la celebración hasta la
hora de dormirse y luego en silencio se irían a su carpa.
Isaac la llevó a la carpa de Sara, su madre, y Rebeca fue su esposa. Él
la amó profundamente, y ella fue para él un consuelo especial después
de la muerte de su madre.
GÉNESIS 24:67
La carpa que alguna vez usó Sara era más espaciosa y estaba más
decorada que las demás, y se habría quedado vacía después de su muerte. Al
llevar a Rebeca a la carpa de su madre, Isaac le comunicó a su nueva esposa y
al resto de la comunidad, «ahora ella es la señora de la casa»[60].
Admito que tengo algo de debilidad por las grandes historias de amor, y
esta es una de las grandes. Me gusta que algunos detalles de la historia no se
pueden explicar; cada gran romance tiene un poco de misterio en sí. Una
canción de amor de la década de 1940 lo llamaba «esa vieja magia negra»,
pero nosotros sabemos mejor lo que es. Desde el inicio hasta el fin, el Señor
guió cada paso para unir a estas dos personas.
Eso no quiere decir que cada matrimonio haya sido divinamente
decretado. Algunas personas se casan cuando no deberían hacerlo. Aun así, el
Señor les dará todo lo que necesiten para prosperar como pareja si ellos
acuden a Él y le dan el control de sus vidas.
Ah, pero a los que atienden el consejo de sus padres, saturan su búsqueda
con oración, se enfocan en un carácter genuino, toman tiempo para observar
cuidadosamente y buscan un interés mutuo en los asuntos espirituales...
bueno, esa es una historia de amor que durará toda una vida.
CAPÍTULO 19
¡QUÉ MANERA DE IRSE!
¿HA PENSADO ALGUNA vez en cómo desea morir? Un hombre con un fino
sentido del humor escribió: «Cuando muera, quiero irme como lo hizo mi
abuelo, durmiendo plácidamente, no gritando ni chillando como las demás
personas en su auto».
Lo sé, lo sé. La muerte no es divertida. Por otro lado, ¿siempre tiene que
ser mórbida, sombría y deprimente? Cuando pregunto cómo espera morir, en
realidad pregunto cómo quiere usted vivir hasta que muera. ¿Cuál será la
condición de su mente y de su corazón cuando la muerte venga por usted?
¿Cómo pasará sus días antes de dar su último respiro?
Trágicamente para muchos, su lápida funeraria podría decir: «Murió a la
edad de cuarenta y cinco. Fue enterrado a los setenta y cinco». Muchos
mueren mucho antes de dar su último respiro. Simplemente dejan de vivir; ya
no buscan toda la alegría, el propósito y el placer que la vida tiene para ellos.
Después de cierta edad, piensan: Bueno, se acabó. Ya todo es historia para
mí. No tengo nada más que dar y nada más que obtener.
¡El término griego para esa clase de pensamiento es boberías!
Cada año voy a la Clínica Cooper en Dallas para que el doctor Kenneth
Cooper me revise desde la cabeza hasta los pies. Francamente, no conozco a
ninguna otra persona a la que admire más. El fundador de esa clínica surgió
en la cultura popular en 1968, cuando acuñó la palabra aeróbicos. Al
principio, la gente pensó que se refería a una secta religiosa. Él abrió su
clínica con la visión de popularizar la medicina preventiva. En lugar de
enfocarse en tratar a la gente después de que se hubiera enfermado, él
propuso una nueva clase de cuidado médico para ayudar a la gente a evitar
las enfermedades en primer lugar.
Ahora, a sus ochenta y tantos años, todavía es muy activo, todavía se
mantiene ocupado, todavía está emocionado por compartir su mensaje. En
lugar de planificar su jubilación, tiene la intención de expandirse a China. Lo
han invitado a establecer clínicas por toda la nación, para que ayude a más de
mil millones de personas a vivir de manera más inteligente y por más tiempo.
Cuando este libro se publique, yo tendré ochenta años. La gente me
pregunta frecuentemente: «¿Cuándo se va a jubilar?». Mi respuesta siempre
es la misma: «¡Nunca!». La gente pregunta porque vivimos en una cultura en
la que a los hombres de cierta edad se les obliga a salirse de la corriente
principal y a irse a un campo de golf. Se espera que dejemos de producir y
que comencemos a perseguir una pequeña pelota blanca alrededor de un
parque, esperando golpearla e introducirla en un agujero que es demasiado
pequeño. (Si voy a jugar, tendrán que hacer esos agujeros más grandes).
No me voy a jubilar porque me encanta lo que hago. ¿Quién necesita el
golf cuando hay gente a quien ayudar, libros que leer, ideas que explorar y
visiones que cumplir? Seguiré haciendo lo que hago hasta que mi cuerpo ya
no me lo permita, y entonces haré los ajustes necesarios. Mientras tanto,
planeo permanecer ocupado y seguir viviendo al máximo hasta que esté
muerto.
Una de las maneras en las que planeo seguir viviendo es evitar pasar
tiempo con gente «vieja». No me refiero a la vejez en el sentido cronológico;
me refiero a los que han llegado a ser viejos en su actitud. He conocido gente
de cuarenta y tantos años que es vieja. Que tiene un pie en la tumba. Esa
clase de gente comparte por lo menos tres características.
La primera es el narcisismo: «Todo se trata de mí». Esa es una
mentalidad ultra egoísta que dice, de hecho: «Déjenme solo. Me he ganado el
derecho de ser desdichado». Los narcisistas viejos creen que han pagado sus
deudas a la sociedad (sea lo que sea que signifique eso), por lo que tienen el
derecho de ser los primeros en la fila y los últimos a los que se les niegue
algo. El hecho es que no hay deudas que pagar; la vida es un don. Qué
privilegio vivirla. Qué alegría seguir nuestro llamado dado por Dios.
El narcisismo los lleva al pesimismo. Casi no necesito describir a un
pesimista. Es una persona que se lamenta y se queja: «No tengo nada que
contribuir. Estoy acabado. Me han sacado de la vida, por lo que decidí
simplemente renunciar. Mi pasado no tiene significado y mi futuro es
sombrío». Qué forma tan terrible de pensar.
El pesimismo entonces lleva al fatalismo. Esta persona vive con la muerte
como un destino. «Lo único que tengo enfrente es una tumba o una urna». Se
le han acabado la esperanza y la alegría. El pesimista no ve nada interesante
ni importante en el horizonte y no tiene sentido de propósito. Tiene la cara
larga y la respiración rápida, no tiene nada de sentido del humor y ya tiene su
funeral planificado. No, gracias.
Cuando Abraham enfrentaba el último tercio de su vida, no exhibió
ninguna de estas características.
La esposa nueva de Abraham
Abraham tenía suficientes razones para pasar a un segundo plano, y dejar
correr los días esperando volver a ver a su amada Sara. Después de
aproximadamente 112 años de matrimonio, más de los que vive la mayoría de
la gente, él la enterró en una tumba familiar recién comprada y regresó a su
ciudad nómada de carpas cerca de Hebrón. Durante las primeras semanas o
incluso meses, el dolor de Abraham probablemente lo dejó sintiéndose como
que quería morirse. Eso no es raro para un compañero de vida viudo, después
de que la muerte termina con un matrimonio largo y exitoso. Pero Dios tiene
la última palabra en cuanto a la vida y la muerte, no nosotros. Así que el
anciano patriarca aguantó.
El tiempo pasó y las heridas emocionales de Abraham sanaron
lentamente. No sabemos cuánto tiempo; meses quizás, o más probablemente
algunos años. Muchos consejeros dicen que un cónyuge viudo tarda tanto
como tres años para encontrar la normalidad otra vez, por no decir nada de la
recuperación total. Sospecho que Abraham dejó pasar cinco años, pero eso es
solo una conjetura. Sara murió después de que él cumpliera 137 años, lo cual
haría que él tuviera 142 antes de que regresara el paso ligero a su caminar.
Isaac y Rebeca, que para entonces estaban felizmente casados, se habían
encargado de las operaciones diarias de la empresa familiar. El golf no se
había inventado todavía, por lo que, ¿para qué tenía que vivir él? ¿Qué había
en su futuro?
Bueno, para comenzar, un matrimonio.
«Abraham volvió a casarse, con una mujer llamada Cetura» (Génesis
25:1). Esta mujer casi no se menciona en ninguna parte de la Biblia, excepto
en una genealogía (véase 1 Crónicas 1:32-33). En cualquier caso, Abraham se
enamoró de ella, y ella llegó a ser su novia. Esa información no les sienta
bien a algunos. El hecho de que se casara de nuevo, después de toda una vida
con Sara, se siente un poco como una traición, casi como si enamorarse de
nuevo invalidara de alguna forma el amor que él sentía por su primera
esposa. Así es como se sienten los hijos frecuentemente cuando el padre que
ha enviudado desarrolla sentimientos por una nueva relación.
Abraham disfrutó una relación larga, productiva y deleitable con Sara. Él
fue un esposo fiel y dedicado durante toda su vida juntos. Compartieron el
papel de padres durante treinta y siete años, y criaron a su hijo prometido
hasta una hombría piadosa. Después de un siglo de matrimonio, Abraham
había llegado a acostumbrarse al café con rosquillas cada mañana con su
pareja, y el aroma de ella en sus narices había llegado a ser tan natural para él
como la respiración. Pero la muerte, inesperada, intervino y los separó.
A los románticos les gusta decir que el amor es para siempre, y con eso
quieren decir que un esposo y una esposa separados por la muerte reanudarán
su romance en el cielo. En el Nuevo Testamento, algunos líderes religiosos
querían probar la teología de Jesús, por lo que tomaron este tema romántico y
fraguaron una situación hipotética, en la que una mujer había enviudado siete
veces. Entonces la mujer murió. Sin considerar el hecho de que ella había
tenido una serie de experiencias increíblemente malas, ellos querían saber:
«Entonces dinos, ¿de quién será esposa en la resurrección? Pues los siete
estuvieron casados con ella» (Mateo 22:28).
Jesús frustró sus pequeños corazones románticos con una dosis de verdad
teológica: «Cuando los muertos resuciten, no se casarán ni se entregarán en
matrimonio. En este sentido, serán como los ángeles del cielo» (Mateo
22:30). En otras palabras, nosotros, al igual que los ángeles, adoraremos y
serviremos a Dios para siempre como personas. Solo en el cielo, nosotros
nunca nos sentiremos solos ni solitarios.
Aunque los románticos quisieran que Abraham sintiera los dolores de la
muerte de Sara por otros treinta y ocho años, Dios le concedió la gracia de
experimentar un romance nuevo con otra mujer piadosa. (Sé que ella era
piadosa porque Abraham no habría elegido a alguien que no lo fuera). Y hay
algo simplemente encantador en cuanto a un amor nuevo que le devuelve
energía a la vida. Recientemente hablé con un amigo de mucho tiempo que
había perdido a su esposa hacía unos cuantos años. Él ahora tiene noventa
años. «¿Te enteraste de que me volví a casar hace cinco semanas?», me
preguntó con una sonrisa. Nos reímos juntos; qué encantador.
La segunda familia de Abraham
Dios tenía algunas experiencias nuevas almacenadas para Abraham, y unas
cuantas sorpresas también. Abraham probablemente pensó que él y su nueva
esposa se sentarían en el porche de enfrente y verían pasar al mundo. Pero
entonces un día ella dijo: «¡Adivina qué! Vamos a tener un bebé». Nueve
meses después, ellos recibieron a un hijo y lo llamaron Zimran, que
probablemente significa «músico».
Unos cuantos meses después, Cetura dijo: «Cariño, tenemos otro bebé en
camino». Nueve meses después, llegó Jocsán. Su nombre muy probablemente
significa «atrapador», o «alguien que atrapa».
Abraham nunca antes había experimentado esto. Él y Sara habían luchado
con la infertilidad por décadas, durante las cuales él había anhelado oír las
palabras: «Abraham, tenemos un bebé en camino». En su segundo
matrimonio, ¡él oyó ese anuncio no menos de seis veces! La Biblia nombra a
todos los seis hijos que tuvo con Cetura (véase Génesis 25:2), y es posible
que también tuvieran hijas.
Esto me recuerda una historia que mi madre nos contó una vez. Mis
padres se casaron en octubre de 1930, y para el siguiente agosto, ella dio a luz
a mi hermano. (Deje de contar, el cálculo sale bien). Ella obviamente quedó
embarazada poco después de la boda. Alrededor de trece meses después, ella
dio a luz a mi hermana. Luego, no mucho tiempo después de eso, en tanto
que mi hermana todavía usaba pañales, yo crecía en el vientre de Mamá.
Durante el tercer embarazo, mis padres visitaron a mi abuela. La mamá de mi
papá medía alrededor de 1,37 metros y apenas pesaba alrededor de cuarenta y
un kilos empapada, pero tenía la reputación de ser «una pistola» (enérgica y
lista para disparar algún comentario sin aviso). Cuando ella vio a mi madre
caminando como un pato, con dos niñitos en pañales corriendo alrededor,
llamó a mi papá. Él inclinó su cuerpo de 1,85 metros para oírla. —Dígame,
señora.
—La Biblia dice que seamos fructíferos, que nos multipliquemos y que
llenemos la tierra. Earl, nunca fue la intención de Dios que una sola mujer
tuviera que hacerlo todo.
Abraham y Cetura no recibieron ese mensaje. Durante el curso de su
matrimonio, ellos pasaron por lo menos cincuenta y cuatro meses de
embarazo. Si asumimos que tuvieron tan poco como seis meses entre los
embarazos, pudieron haber recibido a los seis niños en menos de una década.
Muy probablemente los niños llegaron con más distancia, lo cual mantuvo a
Abraham ocupado, jugando con pequeñitos, luchando en juego con niños de
edad escolar y rondando por las montañas con adolescentes. ¿Cómo
permaneció joven Abraham siendo un hombre de 150 años? ¿Puedo dar
algunas sugerencias de mi imaginación? Enseñándole a sus seis chicos a
conducir una carreta sin toparse con una zanja. Jugando a las guerritas y a
cazar presas salvajes. Calmando peleas y enseñándoles acerca del sexo
opuesto. Sin duda tuvo que haberles enseñado a cuidar rebaños, a trasquilar, a
negociar con los moradores de la ciudad, a hacer un negocio justo, a dirigir
empleados y a defender sus reputaciones. Y lo más importante de todo, les
enseñó a construir un altar apropiado y a adorar al único Dios.
La Biblia no describe todo eso, por supuesto; está implícito en los
espacios en blanco entre los nombres de Génesis 25:1-4. Cuando usted se
para en un cementerio, observe la línea de un centímetro que hay entre
«Nació» y «Murió». La imaginación se extiende, al leer el corto epitafio y
preguntarse cómo se desarrolló la vida de esa persona. Se nos deja con
pensamientos similares acerca de las vidas de Abraham y Cetura después de
Génesis 25:1.
Independientemente de los detalles, Abraham siguió viviendo una vida
plena, y vio a toda una segunda familia surgir, crecer, florecer y luego dar
fruto. Eso tal vez no es lo que usted quiera en sus últimos años, pero
Abraham lo aceptó... y eso es lo que hace que este pasaje sea importante.
Espero que la segunda vida de él haga que usted le pregunte a Dios: «¿Qué
futuro tienes para mí?».
El legado generoso de Abraham
Aunque Abraham siguió viviendo, él nunca dejó que su segunda vida le
quitara nada a la primera. Isaac era el hijo prometido, el que Dios había dicho
que sería el único heredero del pacto, aquel por medio del cual nacería la
nación hebrea. Por eso es que cuando el patriarca se volvió a casar, el estatus
legal de Cetura no era igual al de Sara. En la costumbre de ellos, Cetura era
más como una concubina.
De acuerdo a la tradición de muchas culturas antiguas, las concubinas
frecuentemente eran criadas del hogar que llegaban a ser parte de la familia y
le daban hijos al patriarca. Típicamente, disfrutaban de todos los derechos y
privilegios de una esposa, pero una esposa legal era superior a ellas. Además,
los hijos de una esposa legal no tenían que compartir su herencia con la
descendencia de las concubinas.
Lo más probable es que Abraham tomó a Cetura como esposa en todo el
sentido de la palabra, y la Biblia no da evidencias de que él alguna vez
compartiera la cama matrimonial con más de una mujer después de su error
con Agar. Cetura fue su esposa en todo el sentido que importaba, pero la
consideraba una concubina para proteger la herencia de Isaac. «Abraham le
dio todo lo que poseía a su hijo Isaac» (Génesis 25:5).
Obviamente, esto se refiere a su propiedad después de que él muriera.
Antes de morir, él cuidó bien de todos sus hijos, y estableció a cada uno
financieramente, a medida que dejaban el nido y comenzaban su propia
familia. Evidentemente, él había aprendido del error que había cometido con
Ismael y Agar, a quienes había despedido con provisiones inadecuadas.
Habiéndose arrepentido de ese pecado anterior, «les dio regalos a los hijos de
sus concubinas y los separó de su hijo Isaac, enviándolos a una tierra en el
oriente» (Génesis 25:6)[61].
Hace muchos años, un planificador financiero sabio y piadoso me
convenció de que Cynthia y yo compartiéramos con otros nuestras herencias
antes de morir. A él le gustaba citar el viejo dicho: «¡Haz tu donativo
mientras aún estés vivo, así estarás sabiendo pa’dónde estará yendo!». En
nuestra opinión, ese fue un buen consejo. ¿Por qué esperar hasta que usted
esté muerto para que sus descendientes y otros puedan disfrutar lo que usted
ha ganado y ahorrado? ¿Por qué no darse el placer de ver que su abundancia
ayuda a la gente ahora, especialmente a sus hijos y a sus nietos?
¿Experimenta usted la alegría de compartir su riqueza mientras todavía
está vivo, como lo hizo Abraham? ¿Se ha detenido a pensar cuánto se llevará
el gobierno si usted no planifica bien lo que hará con sus bienes?
Cuando Pablo visitó a la iglesia atribulada de Corinto, se defendió de la
gente que lo acusó de vivir a costa de los cristianos adinerados. Como
respuesta, él escribió: «Voy a visitarlos por tercera vez y no les seré una
carga. No busco lo que tienen, los busco a ustedes mismos. Después de todo,
los hijos no mantienen a los padres. Al contrario, son los padres quienes
mantienen a sus hijos» (2 Corintios 12:14). Pablo veía la provisión paternal
como una responsabilidad obvia.
Hace mucho tiempo, Cynthia y yo decidimos ayudar a cada uno de
nuestros nietos a obtener un título universitario. Se convirtió en nuestro
compromiso con sus padres. Esto no solo ayuda a esa gente joven con una
necesidad real, sino que también los encariña con sus abuelos. Queremos
estar allí cuando ellos se gradúen. Queremos estar en la ceremonia de
graduación para ver a nuestro nieto o a nuestra nieta caminar por el escenario
y recibir ese diploma, sabiendo que invertimos en cada uno. Una educación,
después de todo, va con ellos para siempre.
Comparto esto solo para plantar una idea en su mente y para asegurarle
que Cynthia y yo ponemos en práctica lo que predico en estas páginas.
Cuando nuestra familia creció y llegó el tiempo de hacer cambios a nuestro
plan anterior, trabajamos con un asesor financiero que dijo: «Nunca he visto
nada como esto». Erróneamente pensé que esto era algo que la mayoría de la
gente hacía. Después de todo, ¿qué otra cosa va a hacer con su abundancia?
¿Tener el dinero a su alrededor mientras yace en el ataúd?
Abraham decidió dar mientras aún estaba vivo. Mientras estuvo con vida,
ayudó a sus seis hijos con Cetura para que pudieran comenzar; también
ayudó a Ismael con sus necesidades. Dada la inmensa riqueza de Abraham,
todavía pudo dejar una enorme fortuna en manos de Isaac, quien heredó de su
padre todo el resto.
«Abraham vivió ciento setenta y cinco años» (Génesis 25:7). Cuando
usted hace los cálculos, él vivió treinta y ocho años después de la muerte de
Sara. Entonces Abraham «murió en buena vejez, luego de una vida larga y
satisfactoria. Dio su último suspiro y se reunió con sus antepasados al morir»
(versículo 8). ¡Me encanta eso!
Satisfactoria es traducido de la palabra hebrea sabbah, que literalmente
significa «estar lleno». Abraham murió con una sonrisa completa. Lleno de
años. Lleno de satisfacción. Lleno de contentamiento. Cuando él miraba a los
ojos de sus hijos y a sus nietos, él podía tratar con ellos sin una conciencia
culpable. Él dio de sí mismo y compartió sus recursos.
La expresión «se reunió con sus antepasados» ilustraba el ritual práctico
del entierro, en el que se permitía que el cuerpo se descompusiera y luego se
recogían los huesos y se colocaban en el osario familiar, con los que se
habían ido antes. Pero tenía la importancia agregada de unirse con sus
antepasados que creían en Dios en una intimidad eterna con el Todopoderoso
en el cielo. Los huesos de Abraham se unieron a los de Sara en la tumba,
mientras su alma se unió a la de ella en el salón del trono de Dios.
«Sus hijos Isaac e Ismael lo enterraron en la cueva de Macpela, cerca de
Mamre, en el campo de Efrón, hijo de Zohar el hitita. Ese era el campo que
Abraham había comprado a los hititas y donde había enterrado a su esposa
Sara» (Génesis 25:9-10). Ellos deben haber sentido orgullo por su padre y
honrados de colocarlo en la tumba familiar.
La partida satisfactoria de Abraham
Tengo una sola y sencilla afirmación: ¡Qué manera de irse!
No llore por Abraham. No guarde luto por su muerte. No lamente su
partida. ¡Alégrese! Celébrelo. Mire lo que hizo con sus días en la tierra. Mire
cómo usó sus recursos.
He dicho todo el tiempo que la historia de Abraham es nuestra historia.
Esta narración particular de cómo vivió sus últimos días y luego murió como
un hombre satisfecho tiene por lo menos dos valiosos secretos para que
nosotros terminemos bien. Uno tiene que ver con ser fiel; el otro tiene que ver
con ser diligente.
El primer secreto: recuerde fielmente que cada día ofrece oportunidades
para mantenerse joven de corazón.
Cada mañana usted se levanta con una oportunidad nueva de vivir bien
ese día, de ver sus próximas veinticuatro horas como una serie de decisiones.
El Señor le ha concedido una participación genuina en lo que el día trae. Elija
una actitud positiva. Escoja buscar y enfocarse en las cosas buenas. Escoja
enfrentar sus oportunidades con anticipación entusiasta. Escoja hacer a un
lado sus propias expectativas y luego acepte las cosas que Dios decida hacer.
Escoja vivir en un estado constante de sorpresa al hacer a un lado su propia
voluntad y dejar que se desarrolle la del Señor.
Escoja bien a sus amigos. Sea amable con todos, pero distánciese de la
gente negativa, o sino llegará a ser como ellos. Si son egoístas, usted también
llegará a ser egoísta. Si el mundo de ellos gira alrededor de ellos mismos,
usted también llegará a ser narcisista y cínico, y a estar amargado.
Escoja sabiamente dónde invertir su tiempo, energía, talento y recursos.
Cultive los hábitos saludables. Llene su ambiente no solo de tecnología sino
también de música y arte al ir a una sinfonía, asistir a conciertos, obras de
teatro, museos y galerías. Llegue a ser parte de estas celebraciones de la vida
y la belleza. Mire menos televisión y lea más libros.
Escoja sudar más. Coma menos bocadillos y saboree más nutrición.
El legendario lanzador de béisbol Satchel Paige una vez hizo todos los
lanzamientos para una ronda de un partido de exhibición, a la edad de sesenta
y dos años. Antes de ir a sentarse, logró sacar de la ronda a Hank Aaron y a
otros cinco bateadores con doce lanzamientos. Cuando se le preguntó sobre
su excelente salud e impresionante longevidad, dio seis reglas propias para
mantenerse joven. «Si tiene más de seis años de edad, siga estas reglas
estrictamente», dijo.
Evite las carnes fritas, que enfurecen a la sangre.
Si su estómago discute con usted, acuéstese y tranquilícelo con
pensamientos refrescantes.
Mantenga los líquidos fluyendo meneándose suavemente mientras se
mueve.
Sea ligero con los vicios, tal como el estar siempre en sociedad; la
vida social no da tranquilidad.
Evite andar corriendo todo el tiempo.
Y no mire hacia atrás. Algo podría estar alcanzándolo[62].
Escoja cómo va a enfrentar los fracasos o las decepciones. Todos
admiramos a Babe Ruth como uno de los bateadores más grandes del juego
de béisbol, que terminó su carrera con un récord de 714 jonrones, el cual
permaneció intacto hasta 1974. El rey del jonrón también falló 1330 veces en
conseguir batear la pelota y llegar a las bases. De hecho, el marcador de todos
los tiempos de eliminaciones por strike se lee como un quién es quién de los
fuertes bateadores campeones. Reggie Jackson, Sammy Sosa y Alex
Rodríguez están entre los primeros cinco.
La lección: para batear muchas bolas, usted tiene que abanicar muchos
lanzamientos.
Siga abanicando.
El segundo decreto: rehúse diligentemente a rendirse.
Determine que jamás dejará de vivir hasta que alguien ponga un espejo
debajo de su nariz y este no se empañe. No se detenga nunca. No se rinda
nunca.
Un biógrafo de Satchel Paige escribe: «Habiéndosele dicho toda su vida
que las vidas negras importan menos que las blancas, bromeó con los
periodistas al agregar o sustraer años cada vez que le preguntaban su edad, y
luego les preguntaba: “¿Cuántos años tendrían ustedes si no supieran cuántos
años tienen?”»[63].
Esa es una pregunta que invita a la reflexión, ¿verdad?
Entonces, ¿cuántos años tiene usted?
CAPÍTULO 20
EL RETRATO DE UN HÉROE...
CON VERRUGAS Y TODO
UN ANTIGUO PROVERBIO de leñadores dice: «Un árbol se mide mejor cuando
ha caído». Carl Sandburg tomó esa línea y la aplicó a Abraham Lincoln en su
biografía[64]. Es conmovedor y totalmente cierto. Yo vacilo en admirar a la
gente que todavía tiene años por delante, con la posibilidad de borrar los años
buenos que han vivido hasta entonces. Lo he visto ocurrir demasiadas veces
como para contarlas. Y algunos de los deshonrados han estado entre mis
amigos.
Sin embargo, cuando el árbol ha caído, podemos juzgar la grandeza con
una seguridad incuestionable. La vida de la persona se ha convertido en un
legado, por lo que todos los hechos ya están claros. Aun el secoya gigante,
cuyas elevadas ramas guardaban secretos en lo alto sobre el suelo del bosque
cuando su estructura vertical estaba bien parada, no puede esconder nada
cuando ha caído. La gente ordinaria puede acercarse y evaluar. La muerte de
la mayoría de hombres y mujeres simplemente los reduce a su tamaño real,
pero en los casos de unas cuantas personas especiales, las verdaderamente
grandes, los secretos que alguna vez tuvieron cuando estaban vivos dejan ver
entonces que son dignos de aún más respeto.
El poderoso secoya que era Abraham ahora ha caído, yaciendo
horizontalmente ante nosotros. Hemos caminado su longitud desde la raíz
hasta arriba y hemos examinado cada defecto y cada triunfo. Sus muchas
imperfecciones revelan que él era un hombre con una naturaleza como la
nuestra, pero más de la mitad del mundo lo ha considerado «grande». Los
judíos, los musulmanes y los cristianos lo veneran como «padre» en algún
sentido. Los cristianos siguen el razonamiento del apóstol Pablo, quien llamó
a Abraham «padre de todos los que creen» (Romanos 4:11, LBLA). ¿Pero
deberíamos llamarlo grande?
En el Nuevo Testamento, el escritor del libro de Hebreos ofrece un
resumen de la vida de Abraham, y en el transcurso de alrededor doce
versículos, argumenta convincentemente a favor de la grandeza del patriarca.
Alabanza para Abraham
A Hebreos 11 se le ha llamado el «salón de la fe», y por una buena razón.
Comenzando con una de las primeras personas de la tierra, el autor rastrea la
calidad esencial de fe a lo largo de la historia hebrea, poniendo en relieve a
diez grandes hombres y mujeres. Abraham recibe un tratamiento extenso, ya
que el escritor sigue su trayectoria espiritual en sus puntos altos, y en las
profundidades, y en sus resurgimientos. En un corto espacio, a Abraham se le
mide y se le halla digno de imitación.
El autor comienza examinando los puntos altos de Abraham, el primero
de los cuales es este: cuando fue llamado, obedeció.
La evaluación comienza con las siguientes palabras: «Fue por la fe que
Abraham...» (Hebreos 11:8). Esas palabras «por la fe» son la parte más
importante de la historia de Abraham. Él respondió con base en la fe, no
porque él pudiera ver lo que estaba adelante, no porque tuviera una copia
impresa de lo que le deparaba el futuro, no porque él pudiera calcular la
ganancia por sus inversiones en esta aventura. «Por fe» quiere decir que él
intercambió voluntariamente lo conocido por lo desconocido, todo porque
confió en Dios.
«Dios lo llamó para que dejara su tierra y fuera a otra que él le daría por
herencia. Se fue sin saber adónde iba» (Hebreos 11:8, el énfasis es mío).
Abraham siguió las instrucciones del Señor no porque no tuviera otras
opciones ni porque pensara que eso lo haría rico. Él ya tenía una vida
establecida en una civilización próspera, y tenía todas las razones para
quedarse en su hogar. Para el momento del llamado de Dios, ¡él había vivido
en Ur de los caldeos durante setenta y cinco años! Mucha gente de setenta y
cinco años cree que es un riesgo bajarse de la veranda al frente de su casa y
hacer una larga caminata o ir sola a la tienda. Dios llamó a este hombre de
setenta y cinco años y a su esposa de sesenta y cinco para que empacaran sus
pertenencias en carretas y dejaran atrás todo lo demás, incluso a su familia
extendida, para buscar un futuro desconocido e impreciso. Por fe, Abraham
obedeció. Y sin vacilar, ¡a eso yo lo llamo grande!
Piense en todo lo que Abraham no tuvo. No tenía un destino preciso, ni
un mapa o un GPS, ni una agencia de viajes, ni una membresía en una
asociación automovilística, ni un seguro, ni tampoco un contrato escrito que
le prometiera seguridad. No tenía un equipo de seguridad, y como hombre
rico, fácilmente podrían haberle robado. No tenía hospedaje en un hotel. No
tenía apoyo de oración desde su hogar; todos sus conocidos adoraban ídolos.
Fue un llamado que la mayoría de nosotros habría tenido muchas dificultades
para seguir. Algunos ni siguiera lo habrían considerado. Si Dios nos ordenara
que fuéramos a algún lugar lejos de casa, por lo menos querríamos un mapa.
Pero Dios responde: «No, quiero cultivar tu fe en mí, por lo que retengo los
detalles. No sabrás con anticipación qué es lo que vas a enfrentar, por lo que
tendrás que permanecer cerca de mí».
Grandes recompensas le esperan si usted obedece sin conocer todos los
detalles. Es un principio que Dios quiere que todos sus seguidores
experimentemos. Aprender a confiar en Él es como hacer un viaje paso tras
paso. La fe se desarrolla sobre fe. Cuando confiamos, recibimos bendiciones
inesperadas. Esto fortalece nuestra confianza y nos inspira a confiar en Dios
otra vez a medida que damos otro paso. No es complicado, pero va en contra
de nuestra naturaleza. Lamentablemente, la fe es un concepto hipotético para
la mayoría. La gran mayoría de personas nunca experimentan las alegrías de
esta trayectoria de fe porque no darán el primer paso sin conocer el destino
preciso. Pero si conocemos el destino y tenemos todos los detalles, no
necesitamos de la fe y nunca experimentaremos sus recompensas. (Lea otra
vez esa última oración).
Dios quiere que crezcamos en fe, no solo porque nosotros lo necesitamos
a Él, sino también porque es bueno para nosotros. Nos expande más allá de
nuestra zona de comodidad. Mucho más allá. Necesitamos conocer la
experiencia de aventurarnos en una misión que nunca antes hemos intentado.
Necesitamos saber que, con Su ayuda, podemos enfrentar con seguridad
cualquier desafío y correr el riesgo de meternos en cosas más profundas de lo
que podemos entender. Necesitamos saber que cuando Dios nos llama a una
tarea, Él nos dará lo que necesitamos para tener éxito.
Cynthia y yo nos hemos mudado muchas veces en nuestra vida. Cada una
de ellas nos llevó a un futuro que no podíamos haber anticipado, con desafíos
y recompensas que no podríamos haber imaginado nunca. Invariablemente,
miramos hacia atrás por nuestros casi sesenta años juntos y decimos: «Me
alegra mucho que hiciéramos eso». ¿Fue fácil? Rara vez. La obediencia
requiere una fe levemente mayor que la que hemos ejercido en el pasado.
Pero confiar en Dios nunca deja de satisfacer. Las recompensas en el camino
son emocionantes. (Lea otra vez esas dos oraciones).
El autor de Hebreos alaba a Abraham por otro punto alto espiritual: él
creyó lo que le fue prometido. «Incluso cuando llegó a la tierra que Dios le
había prometido, vivió allí por fe, pues era como un extranjero que vive en
carpas» (Hebreos 11:9).
Si alguna vez ha vivido en una tierra extranjera donde no sabía el idioma
ni conocía la cultura, usted puede apreciar la dificultad de Abraham. Él se
trasladó a un lugar donde no conocía ni un alma. Él no sabía de quién ser
amigo y a quién evitar. No tenía un lugar permanente dónde vivir, ni una
comunidad en la cual confiar para recibir apoyo, ni a nadie a quien llamar
cuando tenía problemas. Cuando se fue de Ur, dejó la seguridad de un lugar
de residencia permanente. Acampó en tierras que podrían o no haberse
reclamado, y probablemente lo veían con sospecha. Él fue capaz de vivir
lejos de las comunidades humanas establecidas y seguras solo porque
«esperaba con confianza una ciudad de cimientos eternos, una ciudad
diseñada y construida por Dios» (Hebreos 11:10).
También lo sostuvo la promesa que Dios le hizo de un hijo. Muchos años
después de Abraham, Pablo comentó la habilidad de Abraham de soportar las
circunstancias difíciles y de seguir siendo obediente a lo largo de los años de
espera.
La fe de Abraham no se debilitó a pesar de que él reconocía que, por
tener unos cien años de edad, su cuerpo ya estaba muy anciano para
tener hijos, igual que el vientre de Sara.
Abraham siempre creyó la promesa de Dios sin vacilar. De hecho,
su fe se fortaleció aún más y así le dio gloria a Dios. Abraham estaba
plenamente convencido de que Dios es poderoso para cumplir todo lo
que promete.
ROMANOS 4:19-21
Ya sea viviendo en una carpa en tierra extranjera o desafiando las
probabilidades de tener un hijo, Abraham creyó en la promesa. Él le tomó la
palabra al Señor.
¿Cree usted en Dios? Si Él dice algo en Su Libro, ¿busca usted la manera
de eludir el asunto y lo racionaliza, o ve sus mandamientos como una
oportunidad personal para vivir por fe? Protéjase de permitir que la dificultad
de una decisión le evite aceptar el desafío de hacer lo que Él pide. No permita
que las probabilidades de cualquier situación impidan que usted confíe en
Dios. Las probabilidades frecuentemente se acumularán en su contra o, a
decir verdad, usted podría ser sorprendido por probabilidades abrumadoras.
La gente que vive por fe no se enfoca en actuarios y estadísticas. Cuando
Dios dice: «¡Ve!», la gente de fe no pierde el tiempo calculando las
probabilidades. Obedece las instrucciones de Dios y se rehúsa a vivir en el
borde del temor.
Al describir otro de los puntos altos de Abraham, el escritor de Hebreos
alaba su fe perdurable: cuando fue probado, él confió. «Fue por la fe que
Abraham ofreció a Isaac en sacrificio cuando Dios lo puso a prueba.
Abraham, quien había recibido las promesas de Dios, estuvo dispuesto a
sacrificar a su único hijo, Isaac» (Hebreos 11:17).
¿Cómo pudo Abraham hacer eso? ¿Cómo pudo un padre escalar una
montaña con un cuchillo afilado, leña y una antorcha, y luego colocar a su
hijo en un altar como sacrificio a Dios? ¿Cómo pudo él confiar en el carácter
del Señor tan completamente que le cortaría la garganta al joven, justo como
lo había hecho en los muchos sacrificios de animales que había ofrecido
antes? A veces cierro mis ojos, respiro lentamente y trato de imaginarme en
sus sandalias. ¿Qué le permitió al anciano Abraham hacer ese sacrificio?
«Dios le había dicho: “Isaac es el hijo mediante el cual procederán tus
descendientes”. Abraham llegó a la conclusión de que si Isaac moría, Dios
tenía el poder para volverlo a la vida; y en cierto sentido, Abraham recibió de
vuelta a su hijo de entre los muertos» (Hebreos 11:18-19). Cuando él dejó a
sus criados al pie de la montaña, dijo: «El muchacho y yo seguiremos un
poco más adelante. Allí adoraremos y volveremos enseguida» (Génesis 22:5).
No olvide tomar nota de esos pronombres implícitos. «[Nosotros]
adoraremos... [Nosotros] volveremos enseguida». Abraham sabía desde el
principio que sin importar lo que pasara en la cima de la montaña,
independientemente de lo difícil que fuera, de alguna manera, él regresaría
con Isaac. ¿Cómo podía saber eso? Porque él tenía los ojos de la fe.
Agregaré un punto alto final en la trayectoria de Abraham: a medida que
fue bendecido, compartió.
Como nos hemos enterado, Abraham llegó a ser increíblemente rico
(véase Génesis 13:2; 24:35). Rico en tierras. Rico en ganado, ovejas, cabras y
camellos. Rico en oro y plata. Y generar toda esta riqueza era una gran
empresa que empleaba a cientos de personas (véase 14:14), tal vez a miles al
final de su vida. Pero a medida que era bendecido, compartía con otros.
Permitió que Lot se separara de él y conservara la porción de riqueza que
Abraham lo había ayudado a desarrollar (véase 13:2-11). Abraham insistió en
que la gente que lo ayudó a rescatar a Lot se quedara con una parte del botín,
aunque él no se quedó con nada (véase 14:24). Ayudó a sus muchos hijos a
establecer sus propios hogares al darles provisiones de su riqueza (véase
25:5-6).
La única razón válida para que alguien gane más de lo que necesita es
para que regale el sobrante. Dios compasivamente provee una
sobreabundancia con un propósito: para que podamos compartirla. Así que...
¡compártala! Vaya en contra de la corriente de nuestra cultura. Comience una
tendencia radical y nueva. Decida vivir razonable y modestamente —con esto
no estoy hablando de que deberíamos existir en un basural ni usar tela de
arpillera como ropa— y dé el resto a cualquier ministerio que el Señor ponga
en su conciencia.
El cristiano promedio de hoy da entre el 3 y el 4 por ciento de su ingreso
discrecional a la obra de Dios. Imagine los problemas que los ministerios
podrían resolver, sin la ayuda del gobierno, si los cristianos siguieran el
ejemplo de Abraham y donaran al menos el 10 por ciento de sus ingresos. Las
deudas de estas organizaciones se pagarían, serían las propietarias de sus
instalaciones, su equipo sería moderno, estarían completamente abastecidas
de suministros y lograrían una gran obra. ¡Y eso basado solamente en el 10
por ciento!
Los defectos de Abraham
Nadie es perfecto. Ni siquiera los héroes que admiramos.
Norman Cousins, un biógrafo del doctor Albert Schweitzer, cuenta la
historia de cómo detestaba el gran misionero-médico cualquier distracción al
ayudar a sus pacientes. Un editor había estado detrás de él para que
escribiera, pero él se rehusaba a hacer de eso una prioridad. Además de su
renuencia, no hacía ningún esfuerzo para organizar su material. Una vez, su
asistente lo presionó para que escribiera, y él, de mala gana, prometió trabajar
un poco en los manuscritos. Ella le contó a Cousins:
Llegó a su habitación temprano en la tarde y comenzó a escribir. Yo
regresé una hora más tarde y miré en la habitación. El doctor ya no
estaba allí. Una corriente de aire había soplado algunas de las hojas de
los manuscritos fuera del escritorio. Un antílope había entrado a la
habitación. Había pisoteado algunas de las hojas. No tenía manera de
saber si se había comido algunas[65].
Aunque el doctor Schweitzer era una persona fenomenal —había
obtenido varios doctorados y era un organista magnífico, un científico
brillante, un hombre de medicina y un filósofo— todavía era un simple ser
humano. Cousins escribe:
Albert Schweitzer no está por encima de la crítica. Pocos hombres de
nuestro siglo se han acercado más a adquirir el concepto griego del
hombre completo: el pensador, el líder, el hombre de acción, el
científico, el artista. Pero al igual que todas las grandes figuras de la
historia, él llega a ser real no a pesar de sus debilidades, sino debido a
ellas[66].
La Biblia no trata de pintar a sus héroes como algo más que personas
reales con defectos reales. Podemos ver sus «asperezas, espinillas, verrugas y
todo», en las palabras de Oliver Cromwell[67]. Por consiguiente, Abraham
llega a ser real, no a pesar de sus defectos, sino debido a ellos. Al igual que
toda la gente real, él tenía debilidades. Es decepcionante ver algunas de ellas,
pero nos ayudan a ver al hombre completo. Y esas debilidades nos ayudan a
aprender cómo considerar las nuestras.
En Génesis 12, vemos evidencias del primer defecto de Abraham: cuando
tenía miedo, se retiraba. «Y hubo hambre en la tierra; y Abram descendió a
Egipto para pasar allí un tiempo, porque el hambre era severa en la tierra»
(versículo 10, LBLA).
Como lectores, queremos gritar una advertencia hacia atrás en el tiempo:
«No, Abraham, ¡no vayas a Egipto! Hay problemas allí. Quédate en la Tierra
de la Promesa. Dios no permitirá que mueras de hambre; ¡Él suplirá tus
necesidades!» Pero Abraham se retiró del desafío. Cuando estuvo allí, una
debilidad disparó otra.
Al acercarse a la frontera de Egipto, Abram le dijo a su esposa Sarai:
«Mira, tú eres una mujer hermosa. Cuando los egipcios te vean, dirán:
“Ella es su esposa. ¡Matémoslo y entonces podremos tomarla!”. Así
que, por favor, diles que eres mi hermana. Entonces me perdonarán la
vida y me tratarán bien debido al interés que tienen en ti».
GÉNESIS 12:11-13
Esto no fue una simple adulación; él genuinamente reconocía que su
belleza podría ponerlo a él en peligro. En otras palabras, él dijo: «Para
salvarme el pellejo, sigue adelante y deja que te haga parte de su harén. Al
menos yo viviré». Al hacer que Sara dijera una mentira, él esperaba convertir
un lastre en un beneficio. Incluso después de que la confabulación le explotó
en la cara, ¡él lo hizo otra vez varios años después! «Luego siguió hasta
Gerar. Mientras vivía allí como extranjero, Abraham presentó a su esposa,
Sara, diciendo: “Ella es mi hermana”. Entonces el rey Abimelec de Gerar
mandó llamar a Sara e hizo que la trajeran ante él a su palacio» (Génesis
20:1-2).
Abraham repitió el fracaso porque tenía la propensión a mentir cuando se
sentía amenazado. Y ya sea que esta fea característica fuera heredada
genéticamente o aprendida con el ejemplo, Isaac la adquirió de su padre.
Muchos años más tarde, después de que Abraham había muerto, Isaac se
trasladó cerca de la ciudad filistea de Gerar. «Cuando los hombres que vivían
allí le preguntaron a Isaac acerca de Rebeca, su esposa, él dijo: “Es mi
hermana”. Tenía temor de decir: “Ella es mi esposa” porque pensó: “Me
matarán para conseguirla, pues es muy hermosa”» (Génesis 26:7).
Le suena familiar, ¿verdad? Un poco de tiempo pasó e Isaac visitó la
ciudad junto con Rebeca. Aparentemente, se olvidó seguir haciendo el papel
de hermano. El rey de los filisteos casualmente vio a Isaac actuar de una
manera nada fraternal con ella cuando estaban solos. En algunas traducciones
dice: «Vio a Isaac acariciando a Rebeca». Acariciando se basa en el término
hebreo equivalente a «riéndose», pero la forma sugiere algo mucho más
íntimo. Probablemente era el juego de cosquillas entre amantes.
Al instante, Abimelec mandó llamar a Isaac y exclamó:
—¡Es evidente que ella es tu esposa! ¿Por qué dijiste: «Es mi
hermana»?
—Porque tuve temor de que alguien me matara para quitármela —
contestó Isaac.
—¿Cómo pudiste hacernos semejante cosa? —exclamó Abimelec
—. Uno de mis hombres bien podría haber tomado a tu esposa para
dormir con ella, y tú nos habrías hecho culpables de un gran pecado.
GÉNESIS 26:9-10
Si usted tiene hijos, comparta sus errores pasados con ellos y ayúdelos a
aprender de sus errores. Ellos no lo tendrán en menor estima; admirarán su
autenticidad. Se sentirán más cerca de usted. Su humildad los encariñará con
usted y les dará el valor de confesarle sus luchas.
Abraham no lo hizo con Isaac, e Isaac repitió el pecado de su padre.
La segunda debilidad de Abraham: cuando Abraham se impacientaba, le
prestaba atención al consejo equivocado.
Sarai, la esposa de Abram, no había podido darle hijos; pero tenía una
sierva egipcia llamada Agar. Entonces Sarai le dijo a Abram: «El
SEÑOR no me ha permitido tener hijos. Ve y acuéstate con mi sierva;
quizá yo pueda tener hijos por medio de ella». Y Abram aceptó la
propuesta de Sarai.
GÉNESIS 16:1-2
Confieso que yo, también, le he prestado atención al consejo equivocado.
He seguido el consejo que esperaba que resolvería una situación rápidamente.
Me había cansado de esperar. En el caso de Abraham, el mal consejo llegó de
su esposa, lo que lo puso en una situación sin salida. Cualquier decisión que
tomara lo pondría en conflicto con alguien, ya sea con Dios o con su esposa.
Cuando estuvo bajo presión, Abraham decidió agradar a su esposa y no al
Señor.
Tenga cuidado de la persona a quien escucha. A veces, la gente que usted
más ama le dará un consejo que está totalmente equivocado. Su cónyuge lo
ama, pero sus decisiones afectan a su pareja, por lo que él o ella puede tener
dificultad en ser imparcial. Sus hijos lo adoran, pero ellos carecen de
experiencia. Incluso los consejeros sabios, piadosos e imparciales pueden
equivocarse. Cuídese de oír a la gente que lo ama y dele consideración a sus
opiniones, pero siempre examine el consejo que recibe bajo la candente luz
de las Escrituras. Haga que su decisión sea un tema de oración, y resista el
impulso de creer lo que le dicen y de precipitarse.
De nuevo, quiero gritar una advertencia hacia atrás en el tiempo:
«Abraham, piensa. ¿Tener relaciones sexuales con tu criada? Pregúntate,
¿cómo es posible que un hijo concebido en pecado sea el heredero prometido
de Dios?».
Abraham respondió a la presión de la tardanza al poner atención al mal
consejo y luego al precipitarse. Su plan estaba condenado al fracaso desde el
principio. Usted puede ser una gran persona piadosa que decide escuchar el
consejo equivocado. Si lo hace, lo lamentará. Abraham, aunque fue un gran
hombre, ignoró su mejor juicio y actuó de prisa. Cuántas veces después del
hecho debe haberse preguntado, ¿En qué estaba pensando?
Lecciones para el camino
A medida que llegamos al final de la trayectoria de fe de Abraham, quiero
dejarlo con solo unos pocos principios de despedida, tomados de esta reseña
de la vida del patriarca; cuatro de ellos, para ser exacto. Es sencillo
entenderlos, pero desafiante aplicarlos. De hecho, se requerirá toda una vida
para dominarlos. Al igual que los cuatro puntos de una brújula, estos lo
dirigirán bien en su trayectoria hacia la madurez espiritual.
1. Dondequiera que Dios lo guíe, sígalo.
Asegúrese de que su decisión está basada en la guía de Dios. Generalmente
usted puede distinguirlo preguntándose cuánta fe se requerirá para cada una
de sus opciones. La que requiere la mayor confianza en Dios... es
generalmente esa. Irónicamente, la que tiene el mayor riesgo visible es la más
segura de todas, porque el Señor siempre honrará su decisión de confiar en
Él. Aunque usted dé un paso en falso, Él honrará su fe guiándolo de regreso
al camino que Él ha establecido para usted. No hay lugar más seguro que el
lugar adonde Él lo envía.
En mi vida, uno de los desafíos más grandes para mi fe llegó en la forma
de una llamada del doctor Don Campbell, que era el presidente del Seminario
Teológico de Dallas en ese entonces. Él y un miembro de la junta llamaron
para preguntarme si yo les permitiría poner mi nombre en la lista de
preselección para ser el próximo presidente.
—¿Presidente de qué? —dije yo.
—Presidente del Seminario Teológico de Dallas, por supuesto.
Pensé que uno de mis amigos les había propuesto tomarme el pelo.
Cuando llegó a ser claro que hablaban en serio, les respondí: —No tengo que
pensarlo mucho. No.
Yo no quería dejar el ministerio que amaba en Fullerton, California, y en
realidad no me sentía apto para dirigir a un grupo de eruditos expertos. Pero
después de tiempo y oración, finalmente llegó a estar claro que allí era
exactamente adonde Dios me guiaba. Dejar algo bueno es difícil. Ir hacia lo
desconocido es aún más difícil. Se requiere confianza en un Dios soberano
para que lo guíe a uno allí. Demanda algunos sacrificios, una disposición a
aceptar la incertidumbre, la pérdida de posición, la incomprensión de algunos
amigos, e incluso algunas dificultades mayores a veces. Todo eso y más
acompañaba mi decisión de obedecer. Pero no se equivoque: en cuanto al
ministerio, tomé exactamente la decisión que Dios quería. Las recompensas
han opacado todas las dificultades.
Nuestra trayectoria de fe requiere que vayamos adonde debemos estar y a
hacer lo que debemos hacer. Si no lo hacemos, si rechazamos la guía de Dios,
perdemos lo mejor que Él tiene para nosotros y aceptamos la mediocridad.
Ese nunca es un buen intercambio.
2. Cualquier cosa que Dios le prometa, créala.
Alguien lo dijo de la siguiente manera: «Nunca dude en la oscuridad de lo
que Dios le dio en la luz». Durante los días buenos de su vida, cuando Dios le
habla a través de Su Palabra, recuerde Sus promesas. Descanse en ellas,
aplíquelas y espere su cumplimiento. Sus promesas son dadas para que usted
las crea, no simplemente para que las recite. ¿Entonces? ¡Créalas! Deje de
ponerles objeciones. Deje de analizarlas en exceso. Créalas, lo cual significa
que las acepta, y luego actúa en base a ellas.
3. Cuando Dios lo ponga a prueba, confíe.
Una prueba generalmente nos hace sentir vulnerables. Nos debilitamos.
Comenzamos a sentir pánico. Tratamos de encontrar seguridad en lo familiar.
Evitamos tomar riesgos. Pero las pruebas de fe requieren valentía. Quizás
haya oído decir que «Dios nunca nos da más de lo que podemos atender».
¡Eso es totalmente erróneo! Él frecuentemente nos desafía para que
confiemos más en Él, dándonos mucho más de lo que podemos atender por
nuestra cuenta. Él quiere que acudamos a Él con desesperación y le pidamos
ayuda. Él siempre está dispuesto a ayudar, pero quiere que reconozcamos
nuestra necesidad y que lo queramos a Él.
Después de que acepté el llamado a ser presidente del Seminario de
Dallas, mis dos primeros años en Dallas llegaron a ser un crisol privado, una
época de refinado personal que ocasionalmente me redujo a lágrimas
estremecedoras. Amaba lo que hacía. Me hacía crecer y me desafiaba. Mis
colegas de la institución me daban su apoyo entusiasta y adoptaron los
cambios que yo implementé. Pero la situación era demasiado para mí.
Habiendo dejado la seguridad de mi papel como pastor, tenía que depender
totalmente de Dios como líder de un seminario.
En última instancia, lo que me mantuvo en marcha en medio de la difícil
transición fue la confianza. Yo sabía que Dios no me llevaría a un lugar solo
para hacerse atrás y dejar que me autodestruyera. Descubrí que mi
determinación de apoyarme en Él y de sacar mi fortaleza de Él siempre
rendía frutos. Él me dio una confianza interna e ideas creativas que
demostraron ser esenciales.
4. De cualquier manera que Dios lo bendiga, comparta.
Qué fácil es para nosotros recibir las bendiciones de Dios y aun así fracasar al
equilibrar el recibir con el dar. Decida convertirse en una persona generosa.
Sin embargo, se lo advierto, dar generosamente requiere de fe, de confianza
en que el Todopoderoso atenderá sus necesidades. Eso se debe a que tenemos
un temor natural de que se nos acaben las provisiones, sin importar cuánto
poseamos. Cuando se nos pregunta: «¿Cuánto es suficiente?», una voz suave
y asustada dentro de nuestra alma grita: «¡Solo un poquito más!».
Me pregunto cuánto mejor conoceríamos a nuestro Dios si diéramos más
generosamente. No tenemos una intimidad más grande con el Todopoderoso
porque en realidad no creemos que Él honrará nuestra generosidad... por lo
que vacilamos. Para probar esto, pregúntese: ¿Cuándo fue la última vez que
regalé algo? Algo realmente bonito. Algo que significaba mucho para mí.
Una alegría profunda y satisfactoria les aguarda a los que dan
abundantemente.
Dios lo ha bendecido. Entonces, comparta. Llegue a ser una persona
generosa. Cuando lo haga, descubrirá una satisfacción aun mayor que la que
haya conocido alguna vez.
Dondequiera que Dios lo guíe, sígalo.
Cualquier cosa que Dios le prometa, créala.
Cuando Dios lo ponga a prueba, confíe.
De cualquier manera que Dios lo bendiga, comparta.
Esas cuatro directrices sencillas resumen la fórmula de Abraham para el
éxito. A veces, él sucumbió a la debilidad y permitió que sus defectos lo
desviaran. Aun así, terminó bien. A pesar de su fracaso ocasional, Dios
recompensó su fe y lo llamó «mi amigo» (Isaías 41:8; véase también 2
Crónicas 20:7 y Santiago 2:23). El apóstol Pablo midió al patriarca cuando ya
estaba «caído» y escribió un epitafio apropiado.
Abraham siempre creyó la promesa de Dios sin vacilar. De hecho, su
fe se fortaleció aún más y así le dio gloria a Dios. Abraham estaba
plenamente convencido de que Dios es poderoso para cumplir todo lo
que promete. Y, debido a su fe, Dios lo consideró justo. Y el hecho de
que Dios lo considerara justo no fue solo para beneficio de Abraham,
sino que quedó escrito también para nuestro beneficio, porque nos
asegura que Dios nos considerará justos a nosotros también si
creemos en él, quien levantó de los muertos a Jesús nuestro Señor.
ROMANOS 4:20-24
La historia de Abraham es nuestra historia. A nuestra propia manera, cada
uno de nosotros es un nómada. Al igual que este gran hombre de fe, hemos
sido llamados a embarcarnos en una gran trayectoria espiritual hacia un
destino que Dios nos mostrará (véase Génesis 12:1). El epitafio de Abraham
puede ser el nuestro también si, al igual que él, decidimos estar «plenamente
convencidos de que Dios es poderoso para cumplir todo lo que promete».
Entonces, al igual que nuestro padre en la fe, se nos declarará justos en base a
nuestra confianza en Él.
Usted ya ha leído suficiente acerca de esto. Ahora es tiempo de actuar.
Confíe en su Dios. Él lo recompensará abundantemente por hacerlo. Dios
hará lo que Él ha prometido. ¿Confiará en Él?
Demuéstrelo.
RECONOCIMIENTOS
LAS PALABRAS de Salomón son conocidas para muchos:
Es mejor ser dos que uno, porque ambos pueden ayudarse
mutuamente a lograr el éxito. [...] Mejor todavía si son tres, porque
una cuerda triple no se corta fácilmente.
ECLESIASTÉS 4:9, 12
Sin duda esas palabras son ciertas cuando se trata de escribir un libro.
Cualquiera que piense que un libro es el trabajo de una sola persona, ¡nunca
ha escrito uno! Estoy muy agradecido por todos los que me han ayudado a
terminar este volumen. Nunca podría haber logrado este proyecto solo.
Mark Gaither, mi yerno, ha sido mi editor fiel y eficientemente. Estoy
agradecido por su disposición a equilibrar sus otros deberes y
responsabilidades para darle a este proyecto el tiempo y la atención que
requería. Además de la tarea de corregir mis errores literarios y de darle su
toque creativo al texto, fue diligente al hacer la investigación para proteger la
exactitud de numerosos hechos, así como para verificar las fuentes de todas
mis referencias. Hacer todo esto dentro de la fecha tope requerida no fue una
tarea pequeña. Mark merece un fuerte aplauso por este logro monumental.
El equipo de hombres y mujeres de Tyndale House Publishers ha hecho
que escribir este libro sea una experiencia agradable de principio a fin. Mis
primeras visitas a Ron Beers y Lisa Jackson mientras discutíamos que yo
escribiera este libro fueron perspicaces y estimulantes. Su entusiasmo me
pareció alentador a medida que comencé a escribir, y su anticipación fue
estimulante durante los largos meses que siguieron. Durante este tiempo, Jon
Farrar, Stephanie Rische, Kara Leonino, Maria Eriksen y Erin Gwynne
dieron sugerencias y ofrecieron ideas que le agregaron combustible al fuego
de mi entusiasmo. Mi gratitud por la competencia, integridad y
profesionalismo de esta destacada compañía editorial no tiene límites. Es un
gran placer ser nombrado como uno de sus autores.
También tengo una gran deuda de gratitud con mis amigos de mucho
tiempo y agentes literarios, Sealy y Matt Yates. Tengo que agradecerles por
presentarme a la familia publicadora Tyndale House y por manejar tan bien
los detalles tras bambalinas. Su excelente ayuda ha permitido que mi relación
con esta organización resulte en un vínculo saludable y armonioso.
Finalmente, como siempre, tengo que reconocer otra vez a mi compañera
del ministerio de toda la vida. No tengo a nadie más entusiasta ni
comprensivo que mi esposa, Cynthia. Ella sigue estando totalmente
comprometida con cualquier proyecto que hayamos emprendido juntos.
Independientemente del tiempo y de las energías que un libro como este
requiere, y a pesar de las horas necesarias para hacerlo con excelencia, ella
está allí. Sin embargo, tengo que agregar que ella no tenía ni idea de en qué
se estaba metiendo cuando dijo «Sí, acepto», hace más de cincuenta y nueve
años.
APÉNDICE
Cómo iniciar una relación con Dios
DE TODOS LOS héroes que se mencionan en la Biblia, al único que Dios
llamó su amigo fue Abraham (Isaías 41:8; véase también 2 Crónicas 20:7 y
Santiago 2:23). Sin embargo, la biografía de Abraham muestra que él estaba
lejos de ser perfecto; sus defectos aparecen a lo largo de la historia de su vida.
Entonces, ¿por qué tenía el Señor un concepto tan alto de él? E igualmente
importante, ¿cómo podemos usted y yo llegar a ser amigos de Dios?
Según la biografía de Abraham en Génesis, Dios decidió hacer amistad
con él no con base en algún mérito propio. El Señor, por cuenta propia, le
extendió una invitación a Abraham para que recibiera su favor. El patriarca
respondió a la invitación de Dios creyendo en Sus promesas. «Abram creyó
al SEÑOR, y el SEÑOR lo consideró justo debido a su fe» (Génesis 15:6).
Eso fue entonces. Adelántese a ahora. La buena noticia es que Dios nos
ha extendido la misma invitación a nosotros. Si queremos tener una relación
con Dios, tenemos que entender cuatro verdades vitales. Examinemos
cuidadosamente cada una.
Nuestra condición espiritual: totalmente depravados
La primera verdad es profundamente personal. Una mirada en el espejo de las
Escrituras, y nuestra condición humana llega a ser dolorosamente clara:
No hay un solo justo, ni siquiera uno;
no hay nadie que entienda,
nadie que busque a Dios.
Todos se han descarriado,
a una se han corrompido.
No hay nadie que haga lo bueno;
¡no hay uno solo!
ROMANOS 3:10-12,
NVI
Todos somos pecadores de la cabeza a los pies: completamente
depravados. Ahora bien, eso no quiere decir que hayamos cometido todo el
mal que se conoce en la humanidad. Nosotros no somos tan malos como
podríamos serlo; simplemente estamos en tan mala condición como podemos
estarlo. El pecado le da su color a todos nuestros pensamientos, nuestros
motivos, nuestras palabras y nuestras acciones. Si la depravación fuera azul,
seríamos totalmente azules. Por dentro y por fuera.
¿Todavía no lo cree? Mire a su alrededor. Todo lo que nos rodea tiene las
manchas de nuestra naturaleza pecaminosa. A pesar de nuestro mejor
esfuerzo por crear un mundo perfecto, las estadísticas del crimen siguen
disparándose, la corrupción supura por los poros de cada sociedad, y las
familias siguen desmoronándose.
Algo se ha echado a perder en nuestra cultura y en nosotros mismos, algo
mortal. Al contrario de cómo el mundo lo empaquetaría, vivir con la
mentalidad de yo primero no corresponde a una fuerte individualidad y
libertad; corresponde a la muerte. Como lo escribió Pablo en su carta a los
Romanos: «Pues la paga que deja el pecado es la muerte» (6:23). Él tenía en
mente nuestra muerte espiritual y física que llega del juicio justo de Dios
sobre nuestro pecado, junto con todos los efectos emocionales y prácticos de
la separación que experimentamos a diario.
El carácter de Dios: infinitamente santo
¿Cómo puede Dios juzgar a cada uno de nosotros por la condición pecadora
con la que nacimos? Nuestra depravación total solo es la mitad de la
respuesta. La otra mitad es la santidad infinita de Dios.
El hecho de que sepamos que las cosas no son como deben ser nos señala
un estándar de bondad que nos supera. Nuestro sentido de injusticia en este
lado de la eternidad implica un estándar perfecto de justicia por encima de
nuestra realidad. Ese estándar y fuente es Dios mismo. Y el estándar blanco
resplandeciente de la santidad de Dios contrasta rotundamente con toda
nuestra condición pecadora totalmente azul.
Las Escrituras dicen: «Dios es luz y en él no hay nada de oscuridad» (1
Juan 1:5). Él es absolutamente santo, lo cual origina un problema para
nosotros. Si Él es tan puro, ¿cómo podemos nosotros, que somos tan impuros,
relacionarnos con Él?
Tal vez podríamos tratar de ser mejores personas, haciendo nuestro mayor
esfuerzo para inclinar la balanza a nuestro favor con nuestras buenas
acciones. O quizás podríamos buscar continuamente métodos para la
autosuperación. A lo largo de la historia, la gente ha intentado vivir de
acuerdo al estándar de Dios cumpliendo los Diez Mandamientos o viviendo
de acuerdo a su propio código de ética. Desafortunadamente, nadie se ha
acercado, ni jamás se podrá acercar, a satisfacer las demandas de la suprema
y santa ley de Dios. «Pues nadie llegará jamás a ser justo ante Dios por hacer
lo que la ley manda. La ley sencillamente nos muestra lo pecadores que
somos» (Romanos 3:20).
Nuestra necesidad: un sustituto
Aquí estamos, pecadores de nacimiento, pecadores por naturaleza y
pecadores por decisión, tratando de rescatarnos con nuestras propias fuerzas
para lograr una relación con nuestro Creador santo. Pero cada vez que lo
intentamos, fracasamos totalmente. No podemos vivir una vida lo
suficientemente buena para compensar nuestro pecado, porque el estándar de
Dios no es simplemente «lo suficientemente bueno», es la perfección
absoluta. Y no podemos hacer enmiendas por la ofensa que nuestro pecado ha
ocasionado sin tener que morir por eso.
¿Quién nos puede sacar de este enorme lío?
Si alguien pudiera vivir perfectamente, honrando completamente la ley de
Dios, y pudiera sufrir el castigo de la muerte por nuestro pecado, o sea en
nuestro lugar, entonces nos salvaríamos de nuestra difícil condición. ¿Pero
existe tal persona? ¡Afortunadamente, sí!
Conozca a su sustituto: Jesucristo. Él es el que sufrió el castigo de la
muerte... ¡el castigo que usted se merece!
Lea la siguiente declaración, lenta y atentamente.
Al que no conoció pecado, [Dios] le hizo pecado por nosotros, para
que fuéramos hechos justicia de Dios en Él.
2 CORINTIOS 5:21,
LBLA
La provisión de Dios: un salvador
Dios nos rescató al enviar a Su Hijo Jesús a morir por nuestro pecado en la
cruz (véase 1 Juan 4:9-10). Jesús era completamente humano y, al mismo
tiempo, completamente Dios (véase Juan 1:1, 18), una verdad que asegura Su
entendimiento de nuestra debilidad, Su poder para perdonar y Su capacidad
para construir un puente entre Dios y nosotros (véase Romanos 5:6-11). En
pocas palabras, somos «justificados gratuitamente por su gracia, mediante la
redención que es en Cristo Jesús» (Romanos 3:24, RVR60). Dos palabras de
este versículo necesitan más explicación: justificados y redención.
Justificación es el acto de misericordia de Dios en el que Él declara justos
a los pecadores creyentes, mientras todavía están en su condición pecadora.
Justificación no quiere decir que Dios nos hace justos para que nunca
volvamos a pecar; más bien, Él nos declara justos, muy similar a un juez que
perdona a un criminal culpable. Debido a que Jesús llevó en Sí nuestro
pecado y sufrió nuestro juicio en la cruz, Dios perdona nuestra deuda y nos
proclama perdonados.
Redención es el acto de Dios en que paga el precio de rescate para
liberarnos de nuestra esclavitud al pecado. Al ser rehenes de Satanás,
estábamos encadenados con las cadenas del pecado y en las mandíbulas
inquebrantables de la muerte. Al igual que un padre amoroso cuyo hijo ha
sido secuestrado, Dios estuvo dispuesto a pagar el rescate por cada uno de
nosotros. ¡Y qué precio pagó! Él dio a Su único Hijo para que cargara con
nuestros pecados —pasados, presentes y futuros. La muerte y resurrección de
Jesús rompieron nuestras cadenas y nos liberaron para que llegáramos a ser
hijos de Dios (véase Romanos 6:16-18, 22; Gálatas 4:4-7).
Cómo poner su fe en Cristo
Estas cuatro verdades describen cómo Dios ha provisto un camino hacia Él a
través de Su Hijo, Jesucristo. Debido a que Dios pagó el precio
completamente, nosotros debemos responder a Su regalo gratuito de vida
eterna con confianza total y con la seguridad de que Él nos salvará.
Regresamos a esa palabra tan importante que se entretejió en la vida de
Abraham: fe. Debemos dar un paso adelante hacia la relación con Dios que Él
ha preparado para nosotros, no haciendo buenas acciones ni siendo una buena
persona, sino llegando a Él, así como somos y aceptando Su justificación y
Su redención por fe.
Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no
procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para
que nadie se jacte.
EFESIOS 2:8-9,
NVI
Aceptamos el regalo de salvación de Dios simplemente al colocar nuestra
fe solo en Cristo para el perdón de nuestros pecados. En ese momento,
¡nuestro enorme lío es retirado para siempre!
¿Le gustaría iniciar una relación con su Creador por fe... confiando en
Cristo como su Salvador? Si es así, he aquí una oración sencilla que puede
repetir para expresar su fe:
Querido Dios, sé que mi pecado ha puesto una barrera entre Tú y yo.
Gracias por enviar a Tu Hijo, Jesús, a pagar el precio total por mis
pecados al morir en mi lugar. Confío solo en Jesús para que perdone
mis pecados, y acepto Su regalo de vida eterna. Pido a Jesús que sea
mi Salvador personal y el Señor de mi vida. Te agradezco por
aceptarme tal como soy y por Tu compromiso de ayudarme a llegar a
ser la persona que anhelo ser. En el nombre de Jesús, amén.
Ninguna otra decisión que usted tome se puede comparar a la que lo
coloca en una relación correcta con Dios a través de Su Hijo, Jesucristo,
¡quien lo amó y se entregó por usted!
Cuando entra en esta relación eterna con Dios, usted sigue las huellas de
Abraham, el «padre de todos los que creen» (Romanos 4:11, LBLA). Al igual
que Él, usted comienza su propia trayectoria de fe, en la que el Señor
cultivará su confianza en él. Y lo mejor de todo es que Dios lo llama «Mi
amigo».
NOTAS
[1] Oliver Cromwell, The Parliamentary or Constitutional History of England [La historia
parlamentaria o constitucional de Inglaterra], vol. 21 (Londres: William Sandby, 1760), 200.
[2] Oliver Cromwell, citado en Laura Lunger Knoppers, Constructing Cromwell: Ceremony, Portrait,
and Print, 1645–1661 [Construyendo a Cromwell: Ceremonia, retrato e impresión, 1645–1661]
(Cambridge: Cambridge University Press, 2000), 80.
[3] La mayoría de estadísticas muestran que más de la mitad de la población del mundo afirma ser
judía, musulmana o cristiana. Cada una de estas tradiciones religiosas traza sus raíces hasta
Abraham.
[4] Walter A. Elwell, ed., Baker Encyclopedia of the Bible [Enciclopedia bíblica Baker] (Grand Rapids,
MI: Baker Book House, 1988), 11.
[5] James B. Pritchard, ed., Ancient Near Eastern Texts Relating to the Old Testament with Supplement
[Textos del antiguo Cercano Oriente relacionados al Antiguo Testamento, con suplemento], 3a
edición (Princeton: Princeton University Press, 1969), 179.
[6] Manfred Krebernik, «Mondgott A. I.,» Reallexikon der Assyriologie und Vorderasiatischen
Archäologie [Enciclopedia de asiriología y arqueología del antiguo Cercano Oriente], vol. 8
(Berlín: de Gruyter, 1993–1997), 361-69.
[7] Allen P. Ross, «Génesis», en The Bible Knowledge Commentary: An Exposition of the Scriptures by
Dallas Seminary Faculty, Old Testament, ed. J. F. Walvoord y R. B. Zuck (Colorado Springs, CO:
David C. Cook, 1983), 47. Publicado en español como El conocimiento bíblico: Un comentario
expositivo, Antiguo Testamento, tomo 1: Génesis–Números (Puebla, México: Ediciones Las
Américas, 1996).
[8] F. B. Meyer, The Life of Abraham: The Obedience of Faith (Lynnwood, WA: Emerald Books,
1996), 41-43. Publicado en español como Abraham: La obediencia de la fe (Barcelona: Editorial
Clie, 1990)
[9] Huir a Egipto no era intrínsecamente malo para Abram ni para sus descendientes. Era un pecado
para la nación de Israel porque Dios les había dicho que confiaran en Él en vez de eso. Ellos
cometieron el pecado de desobediencia directa al mandamiento de Dios.
[10] Thomas Carlyle, Thomas Carlyle’s Collected Works [Obras recopiladas de Thomas Carlyle]
(Londres: Chapman and Hall, 1869), 228.
[11] Richard J. Foster, Money, Sex and Power: The Challenge of the Disciplined Life (San Francisco:
Harper & Row, 1985), 61. Publicado en español como Dinero, sexo y poder (Nashville, TN:
Caribe-Betania Editores, 1996)
[12] Alexander Whyte, Bible Characters: Adam to Achan [Personajes bíblicos: De Adán a Acán]
(Edimburgo y Londres: Oliphant, Anderson and Ferrier, 1896), 134.
[13] Walter A. Elwell, ed., Baker Encyclopedia of the Bible [Enciclopedia bíblica Baker] (Grand
Rapids, MI: Baker Book House, 1988), 949.
[14] Walter A. Elwell, ed., Baker Encyclopedia of the Bible [Enciclopedia bíblica Baker] (Grand
Rapids, MI: Baker Book House, 1988), 569.
[15] Patti Davis en Peggy Noonan, When Character Was King: A Story of Ronald Reagan [Cuando el
carácter era el rey: La historia de Ronald Reagan], (Nueva York: Viking, 2001), 154-55.
[16] Allen P. Ross, «Génesis», The Bible Knowledge Commentary: An Exposition of the Scriptures by
Dallas Seminary Faculty, Old Testament, ed. J. F. Walvoord y R. B. Zuck (Colorado Springs, CO:
David C. Cook, 1983), 56. Publicado en español como El conocimiento bíblico: Un comentario
expositivo, Antiguo Testamento, tomo 1: Génesis–Números (Puebla, México: Ediciones Las
Américas, 1996).
[17] American Heritage Dictionary of the English Language [Diccionario del idioma inglés American
Heritage], 4a edición (Boston: Houghton Mifflin Harcourt, 2000).
[18] V. Raymond Edman, The Disciplines of Life [Las disciplinas de la vida], (Wheaton, IL: Scripture
Press, 1948), 79.
[19] Ibíd., 81-82.
[20] Ibíd., 83.
[21] Eugene H. Peterson, A Long Obedience in the Same Direction (Downers Grove, IL: InterVarsity
Press, 1980), 15. Publicado en español como Una obediencia larga en la misma dirección (Miami:
Editorial Patmos, 2005).
[22] Ibíd., 15-16.
[23] Richard J. Foster, Celebration of Discipline: The Path to Spiritual Growth (Nueva York:
HarperCollins, 1998), 1. Publicado en español como Celebración de la disciplina: Hacia una vida
espiritual más profunda (Buenos Aires: Editorial Peniel, 2009).
[24] Merriam-Webster’s Collegiate Dictionary [Diccionario Universitario Merriam-Webster]
(Springfield, MA: Merriam-Webster, Inc., 2003).
[25] William Irwin Thompson, Evil and World Order [El mal y el orden mundial] (Nueva York: Harper
and Row, 1976), 81.
[26] Mi recuento de esta historia se basa en «Pitching Horseshoes» [Tirando herrones] por Billy Rose,
The Montreal Gazette, 30 de enero de 1947.
[27] C. H. Spurgeon, Lectures to My Students: A Selection from Addresses Delivered to the Students of
the Pastors’ College, Metropolitan Tabernacle, vol. 1 (Londres: Passmore y Alabaster, 1875),
172-73. Publicado en español como Discursos a mis estudiantes (El Paso, TX: Editorial Mundo
Hispano, 2003).
[28] Leon J. Wood, «570 za’aq», Theological Wordbook of the Old Testament [Libro de palabras
teológicas del Antiguo Testamento], ed. R. Laird Harris, Gleason L. Archer Jr., y Bruce K. Waltke
(Chicago: Moody Press, 1999), 248.
[29] Soldado desconocido, citado en Tim Hansel, When I Relax I Feel Guilty [Cuando descanso me
siento culpable], (Elgin, IL: David C. Cook Publishing Co., 1979), 89.
[30] Dr. W. Bingham Hunter, «Believing: The Prayer of Faith» [Creyendo: La oración de la fe], revista
IMPACT (Biola University) 2, no. 2 (Otoño, 1986): 3.
[31] Merriam-Webster’s Collegiate Dictionary [Diccionario Universitario Merriam-Webster]
(Springfield, MA: Merriam-Webster, Inc., 2003).
[32] Alexander Whyte, Bible Characters: Adam to Achan [Personajes bíblicos: De Adán a Acán]
(Edimburgo y Londres: Oliphant, Anderson y Ferrier, 1896), 138.
[33] A. W. Tozer, The Knowledge of the Holy (San Francisco: HarperCollins, 1978), 1. Publicado en
español como El conocimiento del Dios Santo (Deerfield, FL: Editorial Vida, 1996).
[34] H. C. Leupold, Exposition of Génesis [Exposición de Génesis], vol. 1 (Grand Rapids, MI: Baker
Book House, 1958), 566.
[35] Ibíd., 568.
[36] Billy Graham, «My Heart Aches for America» [Mi corazón duele por los Estados Unidos],
Asociación Evangelística Billy Graham, 19 de julio de 2012, billygraham.org/story/billy-grahammy-heart-aches-for-america.
[37] Billy Graham, World Aflame (Nueva York: Doubleday, 1965), 20. Publicado en español como El
mundo en llamas (El Paso, TX: Casa Bautista de Publicaciones, 1981).
[38] Michael Leahy, Porn University: What College Students Are Really Saying about Sex on Campus
[Universidad del porno: Lo que los estudiantes universitarios realmente dicen del sexo en el
campus], (Chicago: Northfield Publishing, 2009), 154.
[39] Graham, World Aflame, 22-23.
[40] Carle C. Zimmerman, Family and Civilization [Familia y civilización] (Wilmington, DE:
Intercollegiate Studies Institute, 2008).
[41] Graham, World Aflame, 16-17.
[42] Véase el libro de Eugene Peterson con el mismo título: A Long Obedience in the Same Direction
(Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2000). Publicado en español como Una obediencia larga
en la misma dirección (Miami: Editorial Patmos, 2005).
[43] Alan Redpath, The Making of a Man of God: Lessons from the Life of David [La formación de un
hombre de Dios: Lecciones de la vida de David] (Grand Rapids, MI: Revell, 2004), 9.
[44] Paul Harvey, «The Eskimo and the Wolf» [El esquimal y el lobo], The Florence Times, 21 de
agosto de 1966.
[45] A. W. Tozer, The Attributes of God, vol. 2, Deeper into the Father’s Heart (Camp Hill, PA:
WingSpread, 2001), 151-52. Publicado en español como Los atributos de Dios, vol. 2, Profundice
en el corazón del Padre (Lake Mary, FL: Casa Creación, 2014).
[46] Walter C. Kaiser Jr., Ecclessiastes: Total Life [Eclesiastés: La vida total] (Chicago: Moody Press,
1979), 60.
[47] Walter A. Elwell, ed., Baker Encyclopedia of the Bible [Enciclopedia bíblica Baker] (Grand
Rapids, MI: Baker Book House, 1988), 462.
[48] Pat Alger, Larry Bastian y Garth Brooks, «Unanswered Prayers» [Oraciones sin respuesta], No
Fences [Sin cercas] (Nashville: Capitol, 1990).
[49] Henry Van Dyke, «Life» [Vida], The Poems of Henry Van Dyke [Los poemas de Henry Van
Dyke] (Nueva York: Charles Scribner’s Sons, 1920), 168.
[50] Nahum M. Sarna, Understanding Genesis: The World of the Bible in the Light of History [Cómo
entender Génesis: el mundo de la Biblia a la luz de la historia] (Nueva York: Seminario Teológico
Judío de los Estados Unidos, 1966), 147.
[51] Véase Geoffrey W. Bromiley, ed., The International Standard Bible Encyclopedia [Enciclopedia
de la Biblia del estándar internacional) (Grand Rapids, MI: William B. Eerdmans, 1988), 674; y
Howard F. Vos, Nelson’s New Illustrated Bible Manners and Customs: How the People of the
Bible Really Lived [Nueva versión ilustrada de Nelson de usos y costumbres bíblicas: Cómo vivía
en realidad la gente de la Biblia] (Nashville: Thomas Nelson Publishers, 1999), 99.
[52] A. W. Tozer, The Pursuit of God (Camp Hill, PA: WingSpread, 2006), 22. Publicado en español
como La búsqueda de Dios (Camp Hill, PA: 2008).
[53] John H. Sailhamer, «Genesis » [Génesis], in The Expositor’s Bible Commentary: Génesis–
Leviticus [Comentario bíblico del expositor: Génesis–Levítico], rev. ed., ed. Tremper Longman III
y David E. Garland (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2008), 210.
[54] Gordon MacDonald, The Effective Father (Carol Stream, IL: Tyndale House Publishers, 1983),
13-14. Publicado en español como El padre eficaz (Barcelona: Editorial Clie, 1990).
[55] Eileen Guder, God, but I’m Bored! [Dios, ¡pero estoy aburrida!] (Nueva York: Doubleday, 1971),
55.
[56] Tozer, The Pursuit of God, 30.
[57] Kenneth L. Barker, «The Antiquity and Historicity of the Patriarchal Narratives» [La antigüedad e
historicidad de las narraciones patriarcales], A Tribute to Gleason Archer [Un tributo a Gleason
Archer], ed. Walter C. Kaiser Jr. y Ronald F. Youngblood (Chicago: Moody Press, 1986), 134.
[58] Aunque el matrimonio dentro del mismo hogar era un tabú, especialmente entre los padres y su
descendencia, las culturas antiguas aceptaban el matrimonio entre los miembros de la familia
extendida. Posteriormente, la ley de Moisés prohibiría casarse con parientes cercanos.
[59] John H. Walton, Victor Harold Matthews y Mark W. Chavalas, The IVP Bible Background
Commentary: Old Testament, ed. electrónica (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2000),
Génesis 24:22. Publicado en español como Comentario del contexto cultural de la Biblia: Antiguo
Testamento (El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 2004).
[60] The IVP Bible Background Commentary: Old Testament, Génesis 24:67.
[61] El plural concubinas sin duda se refiere a Cetura y a Agar. Agar hizo el papel de concubina cuando
Abraham trató de apresurar el plan de Dios (véase Génesis 16).
[62] Satchel Paige, citado en Dan Schlossberg, Baseball Gold: Mining Nuggets from Our National
Pastime [El oro del béisbol: Cómo extraer pepitas de nuestro pasatiempo nacional] (Chicago:
Triumph Books, 2007), 227.
[63] Larry Tye, Satchel: The Life and Times of an American Legend [Satchel: La vida y los tiempos de
una leyenda estadounidense] (Nueva York: Random House, 2010), xi.
[64] Carl Sandburg, Abraham Lincoln: The Prairie Years and the War Years (Orlando: Harcourt,
1954), 728. Publicado en español como Abraham Lincoln: Los años de la pradera, los años de
guerra (Buenos Aires: Librería Hachette, 1954).
[65] Norman Cousins, Dr. Schweitzer of Lambarene (Nueva York: Harper & Brothers, 1960), 16.
Publicado en español como El Dr. Schweitzer de Lambarené (Buenos Aires: Editorial de
Ediciones Selectas, 1961).
[66] Norman Cousins, Albert Schweitzer’s Mission: Healing and Peace [La misión de Albert
Schweitzer: Sanación y paz] (Nueva York: W. W. Norton & Company, 1985), 137-38.
[67] Oliver Cromwell, citado por Laura Lunger Knoppers, Constructing Cromwell: Ceremony,
Portrait, and Print, 1645–1661 [Construyendo a Cromwell: Ceremonia, retrato e impresión,
1645–1661] (Cambridge: Cambridge University Press, 2000), 80.
ACERCA DEL AUTOR
CHARLES R. SWINDOLL ha dedicado su vida a la enseñanza y aplicación
correcta y práctica de la Palabra de Dios y de la gracia de Dios. Pastor de
corazón, Chuck ha sido pastor principal en congregaciones de Texas,
Massachusetts y California. Desde 1998 ha trabajado como fundador, pastor
principal y maestro en Stonebriar Community Church en Frisco, Texas, pero
la audiencia de Chuck se extiende mucho más allá del cuerpo de una iglesia
local. Como programa de vanguardia en la radiodifusión cristiana desde
1979, Insight for Living (Visión Para Vivir) se transmite en los mercados de
radio cristiana alrededor del mundo, alcanzando a muchos en idiomas que
pueden entender. El extenso ministerio escrito de Chuck también ha ayudado
al cuerpo de Cristo alrededor del mundo, y su liderazgo como presidente y
ahora como rector honorario del Seminario Teológico de Dallas ha ayudado a
preparar y a equipar a una nueva generación de hombres y mujeres para el
ministerio. Chuck y su esposa Cynthia, su compañera de vida y de ministerio,
tienen cuatro hijos adultos, diez nietos y cuatro bisnietos.
Fe para el camino
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