La «Humanae vitae»: una profecía científica

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La «Humanae vitae»: una profecía científica
La FIAMC se ha comprometido con la ciencia y la verdad desde sus orígenes. Por eso
estudiamos y mencionamos tanto el efecto principal y los secundarios de estos
fármacos. La clave de nuestra antropología no consiste sin embargo sólo en el hecho
de que examinamos los productos abortivos que tienen consistentes efectos
secundarios o que son incluso inútiles. Nosotros vamos más allá.
José María Simón Castellví
Presidente de la Federación internacional de las Asociaciones de médicos católicos (FIAMC)
La Federación que tengo el honor de presidir acaba de publicar un documento oficial
para conmemorar el cuadragésimo aniversario de la encíclica Humanae vitae de
Pablo VI, de recordada memoria. Se trata de un texto muy técnico, largo, de cien
páginas, con trescientas citas bibliográficas, la mayor parte de revistas médicas
especializadas.
El documento ha visto la luz después de muchos meses de investigación y de intenso
trabajo de recogida de datos. Es justo acordarse del editor, el suizo Rudolf Ehmann,
que ha dedicado a su redacción los mismos meses exactos de un embarazo. No
había sido hecho nunca algo similar desde el punto de vista médico, dado el modo de
trabajar y de escribir al cual estamos acostumbrados nosotros los médicos. Además el
texto original alemán es bello y está bien escrito. ¿Cuáles son sus claves de lectura?
¿Dice algo nuevo a la Iglesia y a la sociedad? Se debe considerar como una prueba
pericial cualificada para valorar aspectos importantes de la contracepción. Escrito con
todos los requisitos científicos, sin ningún complejo de inferioridad respecto a
cualquier debate de obstetricia y ginecología, llega a dos conclusiones que no
deberían pasar inobservadas ni a la Iglesia ni a los de fuera de ella.
En primer lugar, demuestra irrefutablemente que la píldora denominada
anovulatoria más utilizada en el mundo industrializado, aquella con bajas dosis de
hormonas estrógenas y progesténicos, funciona en muchos casos como un
verdadera efecto anti-implantatorio, o sea abortivo, puesto que expulsa un
pequeño embrión humano. El embrión, incluso en sus primeros días, es algo distinto
de un óvulo o célula germinal femenina. El embrión tiene un crecimiento continuo,
coordinado, gradual, de tal fuerza que, si no hay algo que se lo impida, termina con la
salida del seno materno en nueve meses dispuesto a devorar litros de leche. Este
efecto anti-implantatorio está admitido por la literatura científica. Se habla incluso sin
pudor de tasa de pérdida embrional. Curiosamente sin embargo esta información
no llega al gran público. Los investigadores están al corriente de ello y está presente
en los prospectos de los productos farmacéuticos buscados para evitar un embarazo.
Otro aspecto interesante tiene que ver con los efectos ecológicos devastadores de
las toneladas de hormonas arrojadas cada año al medio ambiente. Tenemos
datos suficientes para afirmar que uno de los motivos para nada despreciables de la
infertilidad masculina en Occidente (con siempre menos espermatozoides en el
hombre) es el envenenamiento ambiental provocado por productos de la
“píldora”. Estamos aquí ante un efecto anti-ecológico claro que exige ulteriores
explicaciones de parte de los fabricantes. Son conocidos para todos los otros efectos
secundarios de las combinaciones entre estrógenos y progesténicos. La misma
Agencia internacional de investigación del cáncer (International Agency for Research
on Cancer), con sede en Lyón, agencia de la Organización mundial de la salud
(OMS), en su comunicado de prensa del 29 de julio de 2005, había constatado ya
que los preparados orales de combinados estrógeno-progesténicos eran
cancerígenos y los había clasificado en el grupo uno de los agentes cancerígenos…
Lo triste en todo esto es que, si se trata de regular la fertilidad, no son estos
productos necesarios. Los medios naturales de regulación de la fertilidad (“Nfp”
o Natural Family Planning) son lo mismo de eficaces y además respetan la naturaleza
de la persona.
En este sexagésimo aniversario de la Declaración de los derechos humanos se puede
decir que los medios anticonceptivos violan al menos cinco importantes
derechos: el derecho a la vida, el derecho a la salud, el derecho a la educación, el
derecho a la información (su difusión sucede a costa de la información sobre medios
naturales) y el derecho a la igualdad entre sexos (el peso de la anticoncepción recae
casi siempre sobre la mujer).
La FIAMC se ha comprometido con la ciencia y la verdad desde sus orígenes. Por eso
estudiamos y mencionamos tanto el efecto principal y los secundarios de estos
fármacos. La clave de nuestra antropología no consiste sin embargo sólo en el hecho
de que examinamos los productos abortivos que tienen consistentes efectos
secundarios o que son incluso inútiles. Nosotros vamos más allá.
La sexualidad es un don maravilloso de Dios a los cónyuges. Los une tanto que
cualquier elemento externo que se interponga entre ellos es un tercero sin
derechos. Los cónyuges se dan totalmente el uno al otro, también la propia
capacidad generativa. Si una nueva vida no es posible por graves motivos, también
forma parte de la intimidad conyugal utilizar los periodos no fecundos de la mujer para
tener relaciones que deben ser siempre satisfactorias para ambos y unirlos siempre
más. A cuantos ven algunos documentos de la Iglesia como compendios de
prohibiciones, les pedimos vivamente que lean los códigos civiles, penales o
mercantiles de los países occidentales. ¡Allí sí que hay prohibiciones! No discuto
su oportunidad, pero creo que estos mismos códigos se basan más sobre las
premisas fundamentales de la libertad personal y del comercio que apuntan a la
felicidad de las personas y a la eficiencia de las sociedades y que, en definitiva,
justifican algunas prohibiciones. La Iglesia tiene en gran estima la sexualidad y creo
que, si se adquieren una formación y hábitos correctos, la vida es más fácil y se
juzgan positivamente algunos límites que efectivamente existen.
Nosotros los médicos católicos somos plenamente conscientes de deber invertir
mucho más en la maternidad. Más también en recursos humanos, en la educación y
en recursos financieros. La doctrina de la Humanae vitae es poco seguida, y entre
otras cosas, porque en su tiempo demasiados médicos no la aceptaron. La pregunta
opuesta puede ayudarnos a ver cuán profético fue Pablo VI. Si hubiera aceptado
la “píldora”, ¿hoy habríamos podido prescribir con conciencia algunos productos que
sabemos que son anti-implantatorios? El prestigio del médico le consiente ofrecer con
autoridad a los cónyuges alternativas a la contracepción. La relación entre médico y
paciente es tan fuerte que difícilmente se rompe, incluso si hay en medio un teólogo
disidente. Para tal fin es sin embargo necesario formar e informar más y mejor a los
médicos sobre la fertilidad. Creo que nosotros los médicos católicos continuaremos
desarrollando nuestra profesión. No obstante, vista la situación actual -con progresos
muy lentos, muchas reticencias y millones de personas implicadas- oso llamar
respetuosamente a la Iglesia a crear una comisión especial para la Humanae
vitae.
Pedro José María Simón Castellví, Presidente de la Federación internacional de las
Asociaciones de médicos católicos (FIAMC)
Licdo. Guillermo Sthormes
Fuente: www.infocatolica.com
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