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Evolución historiográfica y guerra civil

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Evolución historiográfica y guerra civil
Las interpretaciones de los eventos históricos pueden crear
inquietudes en el mundo académico, esto es debido a la sana
práctica de la reflexión, especialmente, cuando se coloca sobre la
mesa un balance de los posibles alcances empíricos de los hechos
históricos desde diferentes ópticas explicativas. En realidad, los
eventos bélicos tienden a ser unos de los elementos más discutidos
en las sociedades modernas, y la última guerra civil en Costa Rica
no es la excepción del caso.
Desde el final del conflicto armado de 1948 se ha producido una
amplia historiografía que iniciando se encontraba en una constante
contraposición de ideas partidistas sobre el origen de dicha guerra,
sin embargo, en la última década pareciera no existir tantas
discrepancias, sustituyéndolo por una especie de convenio
académico, según las posibles explicaciones entorno a los hechos
ocurridos durante este episodio histórico, por parte de los
entendidos en la materia. Efectivamente, las interpretaciones más
recientes sobre los antecedentes de la guerra civil se han realizado
a partir de una óptica compartida entre los expertos, con mucho
diálogo pero con poca discusión para rebatir ideas alternativas,
contrario a lo que sucedía en el pasado cuando la problemática
estaba más politizada al calor póstumo del enfrentamiento. Lo
anterior, es debido a que las producciones más recientes son obras
condensadas en una misma línea explicativa, sin disyuntiva alguna
entre sí.
Podríamos decir que, destacados historiadores como Iván Molina,
Mercedes Muñoz Guillen, David Díaz y Manuel Solís Avendaño
visualizan que la reforma social es parte de una estrategia política
para enfrentar el avance del comunismo en el país al convertirse el
Partido Comunista en la segunda fuerza del padrón electoral. A su
vez, esta visión de la lucha anticomunista, con sus respectivas
alianzas y tensiones, se extiende de alguna u otra manera para
explicar el modo en que la década de 1940 terminó estallando hacia
un conflicto civil. No obstante, en términos estadísticos, realmente
esta agrupación política de izquierda nunca fue una amenaza real,
ya que la capacidad electoral del Partido Republicano Nacional en la
elección presidencial de 1940 era indiscutible al salir electo
Calderón Guardia con casi un 85% de los votos; algo similar sucedió
en los casos diputadiles y de munícipes en las zonas centrales de
Limón y San José. Lo anterior, evidencia que los comunistas eran
en cierta manera populares a nivel nacional pero jamás estuvieron
ni siquiera cerca de disputar la presidencia o algún otro cargo
político regional de manera amenazadora al partido oficialista.
En otras palabras, esa línea explicativa en la cual el Partido
Republicano, con Calderón Guardia a la cabeza, buscaba enfrentar
a los comunistas, no podría, por sí misma, dar cuenta de un proceso
tan drástico en la toma de decisiones del dirigente por buscar el
apoyo del Partido Comunista, con todo y las implicaciones políticas
que esto acarreó, más allá de comprender que el contexto antinazi
de la Segunda Guerra mundial ofrecía ciertas condiciones plausibles
para la aparición de alianzas insólitas entre la iglesia, los
comunistas y los republicanos por un lapso de tiempo en particular
(1943-1948). No obstante, dicha hipótesis o visión en donde se
propone la existencia de una estrategia política de carácter
caudillista por parte del oficialismo para enfrentar electoralmente a
los comunistas sigue estando todavía a la espera de una
argumentación y comprobación satisfactoria, puesto que el Partido
Republicano desde 1932 hasta 1948 fue una fuerza electoral de
carácter indisputable.
Reforma y conflicto social
En una conferencia celebrada durante el año 2015 dentro de la sede
Rodrigo Facio de la Universidad de Costa Rica, a propósito de la
formación estatal en Costa Rica y Nicaragua, el historiador Víctor
Hugo Acuña propuso desde una perspectiva comparada que la
formación del Estado costarricense, consolidado a su vez en la
última guerra civil, no es el resultado de acuerdos entre las élites,
sino fue la manifestación de un proceso que corresponde a un
desenlace político-militar, cuyo fundamento está basado en un
conflicto de clases, puesto que los conflictos étnicos son de menor
importancia en el país.
Ahora bien, dicho fenómeno a favor del desarrollo del Estado no
buscaba pactar el futuro del país, más bien, tenía el fin de extender
la consolidación de beneficios dados por el aparato estatal, sin
desmantelar la estatidad lograda por los mandatarios anteriores, en
contraposición con el caso nicaragüense que enfrentó una serie de
pugnas ideológicas irreconciliables e invasiones militares del
extranjero. Pues, en Costa Rica desde los primeros treinta años de
vida independiente se había logrado constituir una figura estatal
legitimada y consolidada desde San José como representación del
poder centralizado, sin dejar de lado, las características propias del
contexto costarricense que componían a dichas élites para explicar
parte del éxito estatal.
Efectivamente, es necesario tomar como base la tesis planteado por
Acuña, en que se logra proponer una interpretación alternativa para
exponer una visión del conflicto armado de 1948, visto como un
desenlace a partir de una lucha de clases, la misma se comprende a
través del estudio de dos esferas sociales en pugna: las clases
subalternas encarando la lucha social y motivadas por lo que
representaba para cada una la reforma social; mientras que, por
otro lado, las elites se enfrentaron políticamente en la búsqueda de
liderar nuevos proyectos de desarrollo económico en Costa Rica,
guiados por la necesidad de acceder al poder a través del control de
los medios de coerción.
De igual forma, en el año 2019 se celebraron en la Universidad de
Costa Rica otras dos ponencias relacionadas entre sí, por parte del
historiador cartaginés, Francisco Javier Rojas, a propósito de las
huelgas de julio del año 1918 y 1920 a favor de la jornada de ocho
horas en Costa Rica desde una nueva interpretación de la reforma
social de 1943. Así, dicho acercamiento a la problemática discrepa
radicalmente de las interpretaciones de Molina, Avendaño y Díaz
sobre los orígenes de la reforma social, partiendo desde los
estudios de las luchas sociales. También el historiador deja en claro
que, al revisar lo publicado por sus colegas se encontró una visión
de la reforma social, la cual en primera instancia, era especificada
hacia los años cuarenta; y en segundo lugar, pareciera que algunas
veces los autores ofrecen la idea de que la reforma social era una
política dirigida desde arriba y no proveniente de los sectores
subalternos.
Empero, Rojas explicita que ningún autor señalado hasta el
momento ha rescatado la memoria de los verdaderos participantes
de la reforma social, o sea, sindicatos, trabajadores y
organizaciones mutuales, puesto que se han centrado en el análisis
comparativo sobre la versión de los hechos por parte de los
políticos, dirigentes religiosos y diplomáticos, por lo tanto, estas
obras carecen de un desarrollo con respecto a las posibles luchas
sociales que conllevaron a la promulgación de la reforma social.
Además, expresa que tanto Molina como Díaz, visualizan la reforma
social como una estrategia política para enfrentar la popularidad de
los comunistas. Sin embargo, como ya se ha señalado, el Partido
Republicano Nacional poseía un apoyo masivo, arrasador y
triunfante, lo cual los dejaba sin ninguna competencia electoral
posible.
Se podría agregar que, el mismo Iván Molina, de una forma
ejemplar, ha reconstruido las estadísticas del Republicano Nacional
útiles para explicar cómo el fraude no era decisivo para el triunfo de
Calderón Guardia, ni siquiera para las elecciones presidenciales de
1948, afirmando en sus escritos que él es consciente de las
limitaciones adyacentes a las investigaciones producidas hasta el
momento.
Por otro lado, Rojas expone un principio explicativo bastante
interesante del que parte el sociólogo Manuel Solís Avendaño, en el
cual la reforma social era proveniente de una veta autoritaria que
respondía a una contención del conflicto social, aunque bien, el
historiador le suma un elemento más a dicha tesis, siendo, más
bien, el enfrentamiento al conflicto social el causante del cambio
político. Se puede agregar a esta idea que, Solís Avendaño señala
que los dos bandos de la clase trabajadora lucharon
discursivamente por causas nobles y justas, unos por la reforma
social y otros por la pureza del sufragio, siendo un fenómeno que
ayudaría a calmar los malestares de la guerra civil con el paso del
tiempo.
Lo anterior se argumenta en la idea de que Calderón Guardia y el
Republicano se ven forzados a emitir una legislación a razón de que
la confrontación social se estaba desbordando. Por esa razón,
Rojas termina expresando que la ley de la jornada de ocho horas
fue lograda por las huelgas de 1920 durante el mayor pico de
conflictividad social pero la misma fue violentada sistemáticamente,
causando que los trabajadores como carpinteros y ebanistas entre
1920 y 1943 lucharán a favor del cumplimiento de dicha legislación;
igualmente este proceso aplica para el derecho de sindicalización,
salario mínimo y derecho de huelga, por lo que, la mayoría de
derechos que aparecieron en el Código de Trabajo de 1943 son
producto de una constante lucha social y un móvil institucionalizador
hacia la incontrolabilidad de la cuestión social.
De hecho, Rojas revela que hubo otros intentos fracasados por
institucionalizar el conflicto social, como la creación de la Oficina
Técnica del Trabajo en 1932. Además de existir un contexto
desfavorable en términos de demandas ganadas por parte de los
trabajadores. Finalmente, el ponente advierte que el aumento de la
conflictividad social está relacionado con las difíciles condiciones
económicas que enfrentaron las clases subalternas entre 1942 y
1943, ya que las alzas salariales no compensaban el alto
crecimiento en el costo de vida; sin olvidar que, de ochenta y ocho
organizaciones de trabajadores entre 1940 y 1943, veinte de estas
mismas estaban luchando por las garantías sociales, no por apoyar
a Calderón Guardia, sino a favor de una legislación social.
Proyecto y pugna económica
Es posible que, a su vez, la guerra civil representara un conflicto de
élites en pugna por dominar los proyectos de desarrollo económico
para el país. El economista Jorge Rovira Mas ha señalado que
después de 1948 se configuraron dos núcleos diferentes de
intereses empresariales, ya que el primero estaba anclado en la
vieja dinámica de acumulación de capital de índole agroexportador;
y el segundo, se venía deslumbrando a través de la diversificación
de la estructura productiva, en la búsqueda de un nuevo modelo de
desarrollo capitalista, lo cual, permitiese una mayor independencia a
las crisis externas del sistema económico mundial, sosteniendo sus
esperanzas en la industria manufacturera y en un desarrollo hacia
adentro.
El crack del 29, así como la primera guerra mundial, habían
revelado lo débil y dependiente que era el modelo económico
agroexportador costarricense para reaccionar ante las crisis
externas y ante la caída de los mercados europeos y
estadounidenses. La convulsa década de 1940, además del
entramado político-social que la caracterizó durante la segunda
guerra mundial, se le sumaron las limitaciones de un modelo
económico agrario que otrora había resultado parcialmente exitoso
sólo para la elite oligárquica y no tanto así para el resto de la
población del país. Por ende, la división temporal que señala la
historiografía tradicional costarricense, en la cual se propone a la
guerra civil como el parteaguas que dio fin al Estado liberal es, un
refuerzo al argumento aceptado por la mayoría de los historiadores
con respecto a la idea de que nuevas fuerzas empresariales
tomaron el control y transformaron la economía-política del país
luego de dicho enfrentamiento.
Por su parte, este segundo grupo señalado por Rovira venía
presionando para incidir cada vez más en la política económica del
país con el propósito de establecer los mecanismos necesarios o la
estructura necesaria para permitir una diversificación del aparato
económico, por lo que, la creación del Servicio Nacional de
Electricidad en 1928 y la Ley de Industrias Nuevas a finales de 1940
son muestra de dicha tarea. Si bien es cierto, no debe dejarse de
lado que gran parte de la inversión en el incipiente sector industrial
provenía de un sector visionario de la oligarquía cafetalera (en un
anhelo por diversificar sus inversiones), también el papel de nuevos
inmigrantes en la economía y política costarricense sería
fundamental para reconocer las reconfiguraciones sufridas por las
elites y grupos económicos durante esta búsqueda por liderar la
política económica del país, sólo para citar algunos ejemplos se
podría rescatar el caso de los jamaiquinos Lindo Bros o la familia
italiana Musmanni.
La historiadora Silvia Molina en un estudio posterior a la guerra civil,
en el que explora el establecimiento de las relaciones diplomáticas
del país con la URSS durante los años setenta para comercializar el
café, rescata que, más allá de la pugna de opiniones generadas
ante el acercamiento comercial que hacía el gobierno con la Unión
Soviética, el conflicto de interés se presentaba entre la vieja
oligarquía cafetalera y los nuevos ricos, ya que estos últimos no
obtendrían ningún tipo de beneficios con este acercamiento
diplomático y comercial. Lo anterior, da cuenta de la presencia de
un conflicto entre las elites costarricenses, el cual se había expuesto
a la luz mediante el enfrentamiento armado pero no necesariamente
concluyó en 1948. A pesar de la existencia de un pacto entre las
elites, es decir, el pacto Ulate-Figueres, la disputa por dominar la
economía nacional, ya fuese por medio del modelo de sustitución de
importaciones o de lo que quedaba del núcleo agroexportador,
continuaría durante las siguientes décadas en el tanto su vigencia
como medio de acumulación de capital se los permitiera. No queda
de sobra aclarar que, se excluyó a los caldero-comunistas de este
proyecto económico como perdedores en este conflicto.
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