LA MISERIA DEL RELATIVISMO José Luis Vega

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LA MISERIA DEL RELATIVISMO
José Luis Vega
Hoy en día, el llamado “progresismo” ocupa el estrado de las palabras obligadas
(favoritas o no) de todo aquel que quiere presentarse ante la sociedad como
una nueva promesa política capaz de cumplir lo que otros no han podido.
Por su parte, el término “absoluto” ha quedado denunciado en la memoria
negra de las palabras peligrosas. La categoría de “individuo” y la perspectiva
única e incomunicable que le es propia, luce hoy la arrogancia con que en
otras épocas la mala comprensión de lo absoluto produjo heridas inhumanas.
Para comenzar, no recurriré a la objeción que se le hace al escepticismo, según la
cual al postular el escepticismo que “Todo es dudoso”, esta última
afirmación también lo es, con lo cual no debería ser postulada. El
escepticismo podría resolver la acusación diciendo que también debería
dudarse de su propio postulado fundamental. Podría respondérsele que
entonces el escepticismo no puede postular su posición fundamental como
verdadera. Algo semejante ocurre con el relativismo y su postulado primero,
que podría establecerse así:
“Toda afirmación acerca de algo es relativa a quien la enuncia, su punto de vista,
sus intereses, sus circunstancias, su tradición cultural… Por ello, no puede
afirmarse algo pretendiendo que esa afirmación represente una captación
absoluta de una verdad”
Si se le dijera al relativista dogmático que su propio postulado también carece de
derechos a ser reconocido como una absoluta verdad, el relativista podría
consentir sin contrariarse. En nada le afectaría que se le aclarara que su propia
posición no puede pretender ser verdadera.
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El relativista debe, para ser consistente con su postulado, desentenderse de la
cuestión de la verdad. Al igual que el escéptico dogmático.
Así, la salvaguarda de la coherencia lógica que el relativista dogmático o el
escéptico dogmático procuran, asintiendo cada uno al hecho de que sus respectivos
postulados fundamentales no pueden pretender el derecho a ser verdades absolutas,
desnuda una inconsistencia existencial inaceptable, y, por lo tanto, inaceptable
filosóficamente.
Trataremos de verlo con cuidado.
Es difícil hoy, en las aulas del nivel superior de estudios, e inclusive en las aulas
escolares de los años más altos, que un profesor de humanidades-incluyendo
la filosofía- no explique su posición personal ante un tema, sin rematar su
exposición con una muestra de prudente cortesía progresista que podría
adoptar más o menos, en su contenido, la siguiente formulación:
“No es esto que pienso la verdad, sino mi punto de vista que mejo puedo
fundamentar”
Una vez en el aula de la Universidad donde doy Matemática se me hizo la pregunta acerca
de si existía lo absoluto. Pues yo había explicado la demostración de un teorema, y
había señalado que la certeza que brinda cualquier demostración matemática era
“absoluta”. Y comenté a mis alumnos que eso significaba, en el preciso contexto
matemático, que la certeza que se conquistaba en la demostración lógica dependía
de las ´propias leyes del pensamiento, y no de una cierta experiencia o interpretación
de ciertos hechos, los cuales ambos siempre están sujetos a la relatividad de lo que
puede abarcar quien observa o quien interpreta.
Por lo tanto, yo había explicado a mis alumnos universitarios que el conocimiento
matemático es conocimiento demostrado lógicamente, y que este conocimiento tenía
validez universal y absoluta. He aquí entonces un ejemplo de algo que existe y es
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absoluto. El conocimiento matemático. Este fue el primer ejemplo que di a mi
alumno como respuesta.
Otro alumno me preguntó entonces si era posible aprender matemática sin recurrir a la
experiencia. Por lo que agregué que por cierto la experiencia es indispensable para el
aprendizaje de la Matemática, pero que el carácter fáctico o experimental de ese
proceso de aprendizaje no debía confundirse con las leyes metodológicas que
constituyen el criterio de validez de las afirmaciones matemáticas, Justamente, estas
leyes, nuevamente,
no son otras que las que constituyen la estructura
del
pensamiento en su aspecto estrictamente deductivo y lógico.
Una vez que respondí acerca de si existía algo absoluto con el ejemplo del conocimiento
matemático, recordé que mi hija Trinidad, cuando era pequeña (no más de tres años)
una tarde de un Domingo de Agosto, cerca de mi cumpleaños, me abrazó y me miró.
Sostuvo con su abrazo mi inercia de responderle algo casi automáticamente, para
salvar la densidad de todo lo que ella retenía en sus ojitos silenciosos. Me detuve
ante sus ojos y su abrazo.
Me dijo lentamente:
“Papi, porque yo estoy con vos siempre, y vos también ¿No? ¿Sí? ¿También, no?”
A todo el curso le relaté esta escena. Al finalizar mi relato, todos sostuvieron el silencio,
evitando la tentación de escaparse de la conmoción que les provocó la sinceridad
con que una niña le revela a su papá que lo quiere absolutamente a su lado. Ni por
dos años, ni por tres, ni por cien perfectamente felices, si es que solamente serán
cien. Lo quiere absolutamente, siempre, para siempre.
Entonces, haciendo una digresión filosófica, comenté en esa clase algo que es más o
menos como sigue:
“Hay una desproporción esencial al hombre. El hombre presiente más clara o difusamente
aquello que converge en todos los hombres, y que significa una plenitud que
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trasciende todas sus representaciones posibles. El hombre siente la necesidad de
que sea definitivamente verdadero eso que anhela tanto que casi se le impone y que
él sólo puede elegir asumir o no la travesía de buscarlo, testimoniarlo, conservarlo.
La fuerza de este anhelo es incondicional. El anhelo por un sentido definitivo de la
vida. Por una plenitud definitiva. Ahora bien: ¿quisiéramos el Cielo sin lo que
amamos? Evidentemente no. Por eso, esa plenitud de sentido o es una plenitud en la
que todo lo humano queda perfectamente liberado y realizado o no es esa plenitud.
La plenitud realizada en mi persona también se realiza en la humanidad que
comparto con toda persona. La plenitud es de la persona, y nunca del individuo. La
plenitud es personal y nunca individualista. El mismo Sartre decía que si alguien
consideraba que algo era bueno, debía estar convencido que no solamente era
bueno para él sino para toda la humanidad1
Así, esta plenitud está absuelta de toda liviandad, duda, condición. Es absoluta”
Una alumna, en verdad seria y sensibilizada, dijo:
“Pero eso nunca es seguro. Es algo fantástico y terrible a la vez”
Le respondí, mirándola, y luego mirando a todos, que era exactamente como ella lo decía.
Y que en esa encrucijada entre el anhelo infinito y el abismo de la muerte reside el
aliento vital de lo que se llama Filosofía.
Esa encrucijada consiste en la
desproporción entre lo que sabemos y podemos saber con absoluta certeza y lo que
somos y necesitamos ser.
¿Alguien podría fundamentar que ha encontrado la perspectiva filosófica absoluta de la
verdad?
Los acercamientos a la verdad siempre tienen una perspectiva. Pero no cualquier
perspectiva. Macbeth, célebre drama de Shakespeare, admite por la originalidad de
su trama múltiples interpretaciones. Pero no cualquier interpretación.
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J. P. Sartre, El existencialismo es un humanismo, la buena fe
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Hay perspectivas que están afinadas y disponibles para la verdad. Como los instrumentos
de una orquesta sinfónica La diversidad de timbres de cada uno de ellos está al
servicio de expresar la misma música. Y a su vez, esta misma música no se vería
plenamente realizada sin esa diversidad.
Lo verdadero es ambas cosas en
reciprocidad. No una de ellas ensalzada unilateralmente. Un violín afinado de la
orquesta no expresa toda la música. Pero si expresa algo absolutamente verdadero
acerca de la verdad de la música misma.
Así ocurre con esas perspectivas afinadas y disponibles: serán abiertas, autocríticas. Pero
también serán fieles a eso de absoluto valor por lo que dan todo y por ello jamás
admitirían por perspectiva de buena fe, en el sentido de Sartre, a aquella que haga
de sí misma y de su carácter individual lo más importante.
Sin el absoluto no hay filosofía ni humanidad profunda. Lo relativo no tiene otra entidad
que la de su disponibilidad a lo absoluto y bueno.
Lo contrario de todo esto es el dogma progresista.
Otro modo del mito de Narciso. Ese hermoso joven que rechazó vanidosamente a Eco, la
cual se consumió en lágrimas por ser rechazada así. Eco había sido condenada por
Hera a repetir la última palabra de todo lo que escuchara
Ante este rechazo, los dioses se disgustaron con Narciso, e hicieron que consumiera su
vida, absorto ante su propia imagen reflejada en un río.
Narciso se absorta con el fragmento que era él mismo. Absolutizó su relativo punto de
vista. Su punto de vista, por cierto relativo, no quedó disponible para la verdad, que
siempre es mayor que todo punto de vista, pero que nunca se realiza sin lo que las
perspectivas fieles y disponibles a ella son capaces de captar y revelar. Narciso se
obnubiló consigo. Hasta caerse tumbado en el río muriendo sin darse cuenta.
El relativismo –y no lo relativo- es la miseria.
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El espejismo vano y encantado de su nada.
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