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Mijaíl Bakunin - Dios y el Estado

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MATERIA CIENCIA POLÍTICA - CÁTEDRA FORSTER - CBC - MODALIDAD VIRTUAL - MÓDULO 2 - MIJAÍL BAKUNIN
MIJAÍL BAKUNIN
(1814 – 1876)
Apuntes sobre ‘Dios y el Estado’ (1)
«Libertad sin socialismo es privilegio, injusticia;
socialismo sin libertad es esclavitud y brutalidad»
—
Mijaíl Bakunin
Presentación 1
¡Aquí estamos nuevamente!
En esta clase, nos toca avanzar con algunos de los elementos clave para entender de
qué se trata el ‘anarquismo’ en cuanto corriente de pensamiento que surge y que se
desarrolla en el siglo XIX como teoría crítica de la modernidad, tanto en sus múltiples
y diversas expresiones internas, como en diálogo y en tensión con otras teorías propias
de la época, especialmente, el liberalismo y el marxismo.
Como punto de partida de esta clase, proponemos superar algunos sentidos comunes
que, desde las distintas disciplinas académicas y la práctica política en general, suelen
atribuirse a la palabra ‘anarquía’: los griegos, y también Hobbes y Locke, nos decían
que es sinónimo de caos, desorden y destrucción. Otro tanto ocurre en nuestra
Argentina actual: el término siempre es acompañado de adjetivos que lo entienden
como disvalioso y perjudicial.
La tarea de resignificar a la anarquía resulta algo incómoda en cuanto que el
anarquismo fue la gran corriente de pensamiento marginada en la historia de las ideas
y derrotada en las distintas experiencias revolucionarias de los siglos XIX y XX. Pero
también es una tarea gratificante en tanto que permite, desde la simplicidad
conceptual, descubrir la profunda diversidad que existe en el mundo y el sinfín de
potencialidades inscriptas en la vida humana, plausibles de volverse realidad mediante
un mínimo acto de libertad.
Un pequeño anticipo: para quien se encuentre deprimido o apocado en su rutina, o
discriminado en su individualidad, leer a los anarquistas siempre hace bien y resulta un
refresco intelectual y anímico.
1
Esta clase ha sido escrita y desarrollada por la Lic. Paula Delfino y la Lic. Julieta Y. Demyda Peyrás, docentes de la
Materia Ciencia Política del Ciclo Básico Común (CBC), Cátedra Forster.
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Introducción
narquía es, a veces, una palabra que se vuelve difícil de aceptar en
política, debido al carácter polémico de su significado. Etimológicamente,
deriva del griego «anarché», que significa: an, ausencia; y arché, origen o causa primera,
poder o gobierno. Estas primeras acepciones, nos remiten directamente a algún
principio de ‘indeterminación’.
Pero ¿es realmente el anarquismo –como generalmente se afirma– una teoría que
propone el desgobierno o el desorden como forma de realización máxima de la
vida y la libertad humana? ¿Es posible esbozar una sociedad sin gobierno o sin
Estado? ¿O, aún más, pensar en algún tipo de realización práctica de sus propuestas
en un contexto de plena socialización contemporánea altamente mercantilizada
económicamente y estatizada en política?
En general, los autores anarquistas aseguran que la doctrina anarquista se define
en una sola palabra: libertad. Atendiendo a esta premisa, se impone otra pregunta:
puesto que la modernidad afirma, en general, la libertad como desiderátum de la
política, ¿en qué se diferencia la ‘libertad anarquista’ de la conceptualizada en
otras filosofías modernas como el liberalismo o el marxismo?
Un problema adicional surge con el hecho de que el movimiento ‘libertario’ no
reconoce un solo pensador como fuente filosófica primaria de elaboración teóricodoctrinaria, sino que se construye por yuxtaposición de aportes de sus grandes
nombres y sus distintas escuelas: William Godwin, Max Stirner, Pierre Joseph Proudhon,
Mijail Bakunin, Piotr Kropotkin, Emma Goldman, Élisée Reclus, Errico Malatesta, y
otros 2.
Todos ellos, en conjunto, han legado a la historia de las ideas importantes conceptos,
como anarquía positiva , apoyo mutuo, autogestión y federalismo, singularidad,
mutualismo, colectivismo y comunismo, educación libertaria, y otros. Es a partir de
estos desarrollos que podemos pensar la construcción de un orden social fundado en
la diversidad y en mecanismos de asociación alternos a la violencia que entrañan las
instituciones, el poder constituido o la autoridad. Es, en prima facie y por definición,
una apuesta anti teísta y anti estatista.
Esta apertura conceptual inscripta en la misma naturaleza del anarquismo y su
flexibilidad teórica para transitar o adaptar binomios clásicos de la filosofía –como
idealismo-materialismo, comunismo-individualismo, religión-ateísmo (o ética secular)–
2 Desde el siglo XIX, al interior del campo anarquista, podemos identificar al menos dos grandes vertientes
históricas: el anarco-individualismo, tendencia minoritaria plenamente inscripta en la tradición de la filosofía
alemana (M. Stirner); y el ‘anarco-colectivismo’, ‘anarco-comunismo’ o ‘comunismo libertario’, tendencia
mayoritaria de continuidad con socialismos rusos, alemanes y franceses, fuertemente impregnados por la idea de
revolución social (Bakunin, Kropotkin). En cuanto a anarquismo en tanto acción revolucionaria o práctica política en
la historia, suele reconocerse a M. Bakunin su principal ideólogo.
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no dejan de ser un elemento positivo: le han permitido cierta supervivencia en la
historia y su actualización, tácita o explícita, en una multiplicidad de prácticas
emancipadoras en todas las dimensiones de la vida.
Desde la disrupción que en ocasiones proponen la cultura y el arte –como ejemplo, el
movimiento punk de los años ’70–, la constante emergencia de luchas de minorías no
determinadas por la clase social (etnias, géneros, ecología, otras), hasta el
cuestionamiento revolucionario de las bases capitalistas de la sociedad, todo ello forma
parte del bagaje anarquista.
No es casual, además, que el anarquismo pueda ser calificado como un pensamiento
de y en los márgenes: en general, surge en países como Rusia, España e Italia,
rezagados en la consolidación de sus economías de mercado, recoge en su camino a
todos los ‘desclasados’ globales al interior de los Estados y se consolida, por efímeros
momentos y en pequeñas porciones territoriales, en abierta disputa a las bases de
poder de los modernos Estados y sociedades, más allá de sus fronteras jurídicopolíticas, simbólicas y materiales.
Sus máximas expresiones históricas las encontramos en la revolución social española
implementada al margen del gobierno republicano en los primeros años de la Guerra
Civil (1936-1939); en los levantamientos armados en Ucrania bajo liderazgo de Néstor
Majnó y en la rebelión de Kronstadt en Petrogrado, ambas contra el gobierno
centralizado de la URSS en años posteriores a la revolución rusa. En un más acá
geográfico, a través de la inmigración europea, el anarquismo encontró importante
recepción de sus ideas en las primeras organizaciones de trabajadores de algunos
países de América Latina y, en especial, la historia del movimiento obrero en Argentina
no puede ser escindida del influjo anarquista.
El anarquismo en nuestros pagos…
Cuenta nuestra historia que en inicios del siglo XX en cada hogar
de sectores populares de Argentina había mezclado algún
inmigrante llegado de España o Italia cargando solo un puñado
de libros e ideas anarquistas, que leían ‘La Protesta’ –diario que,
por cierto, aún hoy se edita– y que acompañaban el nacimiento
del movimiento obrero nacional nucleados en distintos gremios,
‘La Patagonia Rebelde’, película de
Héctor Olivera (1974).
vidrieros o panaderos, en el marco de la Federación Obrera de la
República Argentina (FORA).
Parte de las mejores anécdotas de B. Durruti, S. Di Giovanni o S.
Radowitzky, las encontramos narradas en las crónicas de O.
BAYER (‘Anarquistas expropiadores’, ‘La Patagonia rebelde’ –
luego llevada al cine– y otros escritos).
Parte del pensamiento y la historia anarquista argentina,
sobrevive en el barrio porteño de Constitución a través de la
Federación Libertaria Argentina.
En: http://www.federacionlibertariaargentina.org/.
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1. Bakunin y su contexto: el hijo ‘rebelde’ de la modernidad.
Bakunin nació en Rusia en 1824 bajo poderío de la restauración, con el gobierno
autocrático del Zar Nicolás I y el avance de Metternich y de la ‘Santa Alianza’ en Europa.
Proviene de una familia liberal en sus ideas, numerosa en su composición y
perteneciente a la nobleza rural; aunque tempranamente toma distancia de ella:
enviado por tradición al ejército, deserta de esta empresa.
Es ante todo un hombre de acción, no de teoría, aun cuando se encuentra
sumamente instruido en las altas discusiones filosóficas decimonónicas. Su continuo
movimiento y carácter ecléctico, le impedían concluir en un solo paso obras a las que
accedemos hoy mediante compilaciones que se efectuaron a posteriori sobre una gran
cantidad de apuntes y notas sueltas, discursos y programas de acción y una prolífera
correspondencia.
Por lo general, sus biógrafos delimitan períodos y facetas bien definidos en su vida. Un
primer período ‘ruso’, momento inicial de formación de sus ideas que transcurre en
interacción con tres grandes núcleos de pensamiento en auge en los círculos
intelectuales de Moscú: la filosofía alemana; la tradición revolucionaria del socialismo
francés y las corrientes eslavófilas –especialmente literarias–, que rechazaban la cultura
occidental y enaltecían el espíritu específicamente ruso. Si bien no fue un teórico de
profesión supo reciclar gran cantidad de ideas precursoras en un programa
anarquista coherente con su temperamento.
Hacia mitad del siglo experimenta un momento puramente ‘revolucionario’. Gigante
en su constitución física, descripto en la literatura como un ‘gran oso ruso’ o una
‘barricada en sí mismo’; y tremendamente inquieto, al punto que permite a algunos de
sus conocidos afirmar que había nacido bajo el signo de un cometa, pasa su tiempo
pivotando entre los países de Europa, presente siempre en focos de revueltas y
estallidos revolucionarios (París en febrero de 1848, en Praga 1848 y en Dresde 1849).
Sin duda, Bakunin fue heredero del lema revolucionario ‘Libertad, Igualdad y
Fraternidad’, trazo iniciático hacia la reivindicación de la dignidad humana… Pero no
un hijo más sino el ‘rebelde’. Mientras que el liberalismo afirmó la posibilidad de
realizar la igualdad y la libertad al interior del naciente Estado moderno liberal
democrático y con base en la propiedad privada, “El anarquismo se propagó al modo
de las antiguas herejías, como una urgencia espiritual que impulsó a los ideales
emancipatorios de la Revolución Francesa a correrse más allá de los limites simbólicos
y materiales permitidos por las instituciones a las que se había otorgado el monopolio
de regulación de la libertad” (Ferrer, 1999: 8).
En esta época conoce a Marx, un adversario comunista en la causa de la revolución; y
a Proudhon, sindicado como primer anarquista, de quien se asume un continuador. Es
también este, el período de contacto con radicales alemanes y la pasión por la causa
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eslava: escribe el ‘Llamamiento a los eslavos’ (1848) como programa de acción para
refugiados polacos de París.
Siempre perseguido por autoridades, sufre una doble condena a la pena capital por
parte de los Gobiernos de Austria y Alemania; y es deportado a Siberia, de donde
escapa nuevamente hacia Europa siguiendo una enrevesada travesía en barco a través
de Japón a los Estados Unidos.
Finalmente, el período propiamente anarquista –hasta su muerte–. Un período de
reflexión sobre sus principales ejes de acción revolucionaria, la ‘acción espontánea’ y
la ‘propaganda por los hechos’. Es tiempo de febril dedicación a la organización del
movimiento político, con apoyo explícito –aunque ya sin participación personal– en las
Comunas de Lyon (1863) y París (1871).
Con breves pasajes por países latinos como Italia, se integra a la Federación del Jurá
nacida de los relojeros suizos, la más importante federación anarquista integrada en el
seno de la Primera Asociación Internacional de los Trabajadores (1864). Será también
tiempo de rupturas con Marx y Mazzini. Y muere en Berna en 1876.
2. El materialismo en Bakunin, base de la crítica de Dios y el Estado.
Bakunin inicia ‘Dios y el Estado’ con la pregunta: “¿Quiénes tienen razón, los
idealistas o los materialistas?”. Recupera esta discusión clásica de la filosofía no tanto
por mero ejercicio de abstracción teórica, sino por su importancia práctica para
fundamentar la libertad.
Siguiendo a autores precedentes, postula que el materialismo es una particular forma
de entender la realidad según la cual la materia es causalmente anterior y
ontológicamente superior a las ideas. En este punto, podemos encontrar una
importante continuidad con el enfoque materialista que sostiene Marx –que vimos en
la clase previa–; aunque con un naturalismo más marcado en el caso del anarquismo.
Para Bakunin existe un universo natural compuesto de seres y hechos; son estos los
que conforman el mundo material real, que es infinito y que es fácil de explicar: va de
lo simple a lo complejo, desde un mínimo átomo hasta la complejidad que implica la
existencia humana. La naturaleza –que incluye al hombre– es materia y la materia
es realidad, una realidad no uniforme y diversa en su propia constitución.
Las ideas en general –la cultura, la política, el derecho, la religión, la ciencia y el arte–
no tienen existencia autónoma; no son más que representaciones mentales que el
hombre elabora en las distintas etapas del avance material (natural) de las
sociedades. Son, en sí mismas, producto de una dimensión material del hombre (su
cerebro). En ese sentido, no existe oposición entre idea y materia, sino
continuación natural.
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Dice Bakunin, además, que la naturaleza es un conjunto de seres y hechos llenos de
vida y movimiento, no es materia muerta sino viva, dotada de energía interna o fuerza
vital interior –de allí que podemos decir que el anarquismo es también una filosofía
fuertemente imbuida de ‘vitalismo’ e ‘inmanentismo’–.
Ese movimiento no es caótico ni indireccionado; tampoco es producto de una voluntad
divina y arbitraria que dicta el ser de cada cosa aquí desde un más allá trascendente.
Más bien, el mundo se encuentra a su modo ordenado según la ley de la causalidad
o la ‘solidaridad universal’. Los cambios ocurren a partir de un proceso incesante de
acciones y reacciones internas inscriptas en la naturaleza como conjunto y en cada cosa
como parte de ese mundo natural.
Para explicar el movimiento, Bakunin recupera la dialéctica tradicional de Hegel y,
especialmente, la reformulación que de esta hace Proudhon como ‘dialéctica serial’ 3.
Anclado en una filosofía del devenir y en la visión de un mundo compuesto y
contradictorio, va a enfatizar que, en la transformación del mundo natural y social –
que no es más que uno mismo–, es la contradicción o el lado negativo (antítesis) el que
pone en movimiento la dialéctica y que no hay posibilidad de superación (síntesis) que
incluye a los contrarios, sino más bien una fuerza irresistible del negativo de destruir al
positivo. Es de la oposición de donde nacen la vida, el movimiento y la libertad.
¿Cómo se traduce todo esto al campo de lo humano?
En ‘Dios y el Estado’, nos dice Bakunin “la humanidad es al mismo tiempo y
esencialmente una negación, la negación progresiva y reflexiva de la animalidad”
(Bakunin, 2003: 11).
Hay una potencia inscripta en la existencia humana, la libertad, que nos permite
convertirnos en algo distinto que un mero animal –porque en última instancia también
somos animales y no más que primos lejanos de un gorila–. Es a partir de dos
facultades preciosas que posee el hombre, el pensamiento y la rebeldía, que nos
volvemos plenamente humanos (libres), negando nuestra animalidad.
El hombre, al igual que cualquier otro organismo vivo, se encuentra determinado por
necesidades naturales (comer, reproducirse, dormir), a las que Bakunin llama ‘leyes
naturales’ y a cuyo imperio no se puede escapar. Sin embargo, puede modificar las
condiciones mediante las cuales las satisface; conocedor de sus necesidades y de las
distintas formas de resolverlas, el hombre se emancipa. Es en la conciencia de esa
dependencia de la naturaleza y en la capacidad de transformar el mundo a partir
de la acción combinada de su inteligencia y su rebeldía (negación consciente de
un estado de cosas dado) en donde encuentra su dignidad: su libertad. De allí, que
3
Proudhon inaugura una de las líneas de filosofía moderna que centrará su concepto de realidad
dialéctica bajo categorías no hegelianas. A grandes rasgos, la dialéctica serial postula que las antinomias,
que implica una afirmación y su contradicción (negación) en el marco de una realidad compleja, no se
resuelven en una síntesis superadora, sino más bien en un tenso equilibrio dinámico, sin hacer
desaparecer la contradicción. Es ‘serial’ puesto que presume series de antinomias.
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en conjunto ambas sean designadas como “el factor negativo en el desenvolvimiento
positivo de la humanidad”.
Destaquemos aquí que el anarquismo
rechaza la ilusión moderna según la cual el
ser humano se encuentra esencialmente
separado de la naturaleza. No hay ruptura
entre naturaleza, hombre y sociedad, sino
continuidad. En consecuencia, no puede
haber apropiación del mundo natural en
sentido de su instrumentalización o
sometimiento a las necesidades de la vida
humana. La libertad entendida como
dominio de la necesidad natural, una suerte
de conquista sobre la naturaleza, no implica
como corolario su negacion ni subordinación. Allí encontramos las raíces de la
simbiosis contemporánea entre ecologismo y anarquismo.
Bakunin introduce a continuación un elemento adicional que posiciona al hombre en
directa relación con el mundo económico y social: el trabajo humano.
“Tres elementos o si queréis tres principios fundamentales, constituyen las
condiciones esenciales de todo desenvolvimiento de la humanidad, tanto
colectivo como individual: 1° la animalidad humana; 2° el pensamiento; y 3° la
rebeldía. A la primera corresponde propiamente la economía social y privada; a
la segunda la ciencia; y a la tercera, la libertad” (Bakunin, 2003: 14).
En el anarquismo hay dos nociones posibles de trabajo. En sentido amplio, el trabajo
es una ‘fuerza plástica creadora’, un poder de transformar la realidad que es en sí
mismo inagotable y que le permite al hombre componer su mundo más allá de la
animalidad. El hombre, es por definición, un agente activo en la creación de su
mundo material, ideal y moral. En ese sentido, el trabajo deviene eminentemente
revolucionario y, en el campo político, se realiza como ‘acción directa’.
En sentido estricto, se inscribe en el ámbito de los intereses materiales (económicos)
de la sociedad. Es la condición animal del hombre la que lo lleva a interactuar con la
naturaleza, mediante aplicación de inteligencia y esfuerzo físico, para satisfacer
necesidades. En este punto, el trabajo productivo se vuelve actividad económicosocial, fuente de riqueza; y permitirá (o no), según la forma histórica que asuma,
un mayor o menor grado de libertad.
Bakunin comparte con la mayoría de las corrientes socialistas del siglo XIX la crítica a
la moderna organización capitalista centrada en la propiedad privada de los medios
de producción, el capital y el trabajo asalariado. Según su mirada, la ‘propiedad es un
robo’ que despoja de los frutos del trabajo colectivo a las grandes masas trabajadoras;
el monopolio clasista de los medios de producción (la tierra, las materias primas y las
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maquinarias industriales) es un mal básico que impone una relación de explotación
del trabajo originada en la jerarquía del capital en la conducción de la economía; y
que se afirma en una legalidad y una moralidad impuesta desde la autoridad (el
Estado), contraria a toda posibilidad de libertad humana.
Profeso ‘socialista’, nunca dejará de ver en la economía un medio material –no ya un
fin en sí mismo– base indispensable de la vida y la libertad. Su programa histórico de
revolución anarquista remata en la
puesta en manos de la sociedad
misma –bajo forma de ‘comunas
libres’ o de ‘asociaciones libres’
de productores y trabajadores–
los medios de producción
necesarios para su desarrollo
material, intelectual y moral de
su potencia humana.
En un necesario ejercicio de memoria histórica, el documental ‘Vivir la
Utopía’ (1997) rescata la revolución social libertaria o ‘primavera de 1936’
que vivieron amplias zonas del bando republicano en años de la guerra
civil española –movimiento revolucionario silenciado durante largos años
bajo el velo de la amnistía pos franquista–.
Narrado en primera persona por hombres y mujeres anarquistas de la
CNT-FAI este film nos relata los antecedentes históricos del movimiento
libertario español, así como sus experiencias vividas –llenas de dilemas,
dificultades y contradicciones propias– en el proceso de transformación
radical de las estructuras socio-económicas, los errores y aciertos en la
instauración de colectividades de autogestión agrarias e industriales,
federadas y confederadas, la necesidad de convertirse en milicias armadas
para la lucha violenta, las tensiones con el Gobierno republicano y la URSS
para sostener la revolución social en el seno de la lucha antifascista por la
libertad… y, finalmente, el momento de la derrota.
Pueden espiar un poquito de esta utopía hecha realidad en:
https://www.youtube.com/watch?v=ssk4rkQ7EvE
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3. La idea de Dios, el Estado y el principio de Autoridad.
Sabemos que el anarquismo es por definición antiteísta; sabemos también que Bakunin
llamaba a la Iglesia y el Estado ‘mis dos bestias negras’. Pero ¿por qué Bakunin dedica
tantas páginas a discutir la ‘idea de Dios’?
A priori, nos dice que es una idea histórica, como toda idea, creación de los mismos
hombres; y que se sitúa en una fase temporal de desarrollo de la humanidad en la cual
aún no ha desarrollado plenamente toda su potencia material, moral e intelectual, una
suerte de estadio intermedio en el que el hombre aún no se ha humanizado, no ha
realizado su libertad.
La creencia (absurda) de las sociedades en un dios se explica, en parte, por las
condiciones de miseria que impone el (actual) sistema de organización económica de
la sociedad y la igual privación de ocio, de comercio intelectual y de lectura que llevan
a la ignorancia de las grandes masas trabajadoras. Condenada la humanidad a tal
‘pequeñez’, la religión funciona también como una ‘válvula de seguridad’, un recurso
de poder al que acuden explotadores de todos los tiempos para afianzar su propia
supervivencia.
El pueblo, desgraciadamente, es todavía muy ignorante; y es mantenido en su
ignorancia por los esfuerzos sistemáticos de todos los gobiernos que consideran
esa ignorancia, no sin razón, como una de las condiciones esenciales de su
propia potencia (2003: 17).
Pero hay algo más. Por debajo del acalorado ataque que Bakunin dirige a la idea
de Dios subyace una profunda crítica al principio de autoridad que la sustenta y
que coloca a cualquier religión, junto al Estado y a la propiedad privada, como
formas de dominación que privan al hombre de su libertad. Son, todas estas figuras
de autoridad, formas de alienación históricamente situadas que extraen del hombre su
poder o su potencia originaria y la desnaturalizan.
El anarquismo parte aquí de la premisa radical de considerar a cada ser particular como
un ‘gobierno puesto’, un gobierno dado de hecho; y que cada ser –sea individual o
colectivo– está dotado en su constitución y, en igual manera, de facultades absolutas
de trabajo, autonomía y libre decisión.
En un nuevo ejercicio de dialéctica, Bakunin nos explica que la existencia de Dios es
sencillamente incompatible con la libertad humana: si Dios existe, el hombre está
sujeto a los arbitrios de una voluntad que le es externa y, por ello, ya no puede pensarse
como soberano de sí mismo sino sólo actuar como un ser condicionado, un esclavo.
Es lo uno o lo otro, no existe posibilidad de conciliación entre ambas instancias. Por lo
tanto, “si existiera un dios habría que hacerlo desaparecer”.
La misma antinomia se presenta para el anarquismo con la existencia del Estado y el
sinfín de relaciones jurídicas e institucionales que lo acompañan:
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Examinémoslo más de cerca. ¿Qué representa? La suma de las libertades
individuales de todos sus miembros, o bien, la de los sacrificios que hacen todos
sus miembros al renunciar a una porción de su libertad en beneficio del bien
común (Bakunin, 2003: 28).
Allí donde comienza el Estado, cesa la libertad individual, y viceversa (Bakunin,
2003: 28).
Para entender mejor lo que acabamos de decir,
discriminemos
en
el
anarquismo
dos
dimensiones de poder. Existe una ‘potencia’ o
poder inscripto en la vida humana, que dota al
hombre una inmensa posibilidad de construir su
propia vida sin determinaciones a priori. Es un
‘poder instituyente’ original, una capacidad de
hacer, una fuerza interna creadora que –mediada
por la autoconciencia de ese mismo poder– se
exterioriza en actos y en vidas múltiples y singulares,
tanto a nivel individual como colectivo.
Del lado opuesto, se alza la autoridad como poder
jerárquico, un dispositivo de dominación que divide
a la sociedad en ‘un arriba’ y ‘un abajo’ (gobernantes
y gobernados, amos y esclavos, clases explotadoras
y oprimidos) e impone al individuo desde el exterior
leyes o regulaciones sobre su conducta, incluso en
contra de su voluntad, inclinación o deseo. Es la
autoridad como ‘poder instituido’. Sincretizada en
distintas instituciones o a través de normas difusas
de ‘buena moralidad’, siempre se afianza y se nutre
de nuestro poder originario, actúa estableciendo
límites materiales y simbólicos a nuestra libertad y
nos reduce a la im-potencia.
Entendido como poder instituido, el Estado es
poder robado a la sociedad; no es un ‘mal
necesario’ –como postula el liberalismo–, sino
sencillamente un mal.
Bakunin cree que en toda construcción de poder
subyace siempre una antropología negativa, que
concibe al hombre ignorante e inclinado al mal y por
ende requiere de una autoridad que lo corrija.
Además, que la lógica del poder es incrementar
UN ORDEN SOCIAL SIN AUTORIDAD
El programa práctico de la revolución
anarquista
Expropiar los medios de
producción y destruir al Estado,
Iglesia e instituciones de poder social
mediante la violencia.
Colectivizar los medios de
producción en comunas o
asociaciones libres, que los
‘autogestionan’.
Vincular a nivel local, regional,
nacional y mundial las
asociaciones y comunas libres
mediante un ‘principio federativo’, único
mecanismo que permite establecer un
orden social ‘de abajo a arriba’ sin
perder poder individual.
Organizar un sistema de
educación y cultura popular
centrado en la libertad y el valor de la
vida humana, en tanto que una
conciencia crítica y libre no puede ser
impuesta ‘desde arriba’ ni surge
exclusivamente de las condiciones
económicas de opresión y de miseria.
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constantemente su fuerza; y que no tolera otro poder, un ‘contrapoder’ individual o
colectivo, que lo desafíe o lo resista. He allí su amenaza.
En el pasaje hacia una concepción relacional del poder y su caracterización
bidimensional –poder instituyente/ poder político instituido–, descubre el
anarquismo la clave de la emancipación humana: es la recuperación de la práctica
del poder instituyente y de la autonomía social para construir alternativas de
socialización no atravesadas por el poder político, la jerarquía que entraña un
comando-obediencia y la dominación institucional.
Ahora bien, ¿se deduce de ello que el anarquismo rechaza toda autoridad? ¡No! El
mismo Bakunin lo afirma. ¿Qué tipo de autoridad considera legítima y compatible con
la libertad humana?
Las leyes naturales son un tipo de autoridad a la cual –como decíamos previamente–
los hombres no pueden escapar; son imperativos biológicos imposibles de negar en
cuanto alguien quiera conservar su vida. Mas esta subordinación no impone esclavitud,
algo que para Bakunin se da solo entre hombres, sino obediencia y respeto a
disposiciones que están en nuestra propia naturaleza.
La ciencia, como aquella actividad que nos permite conocernos y conocer la realidad
–lejos de prejuicios y creencias infundadas– es un segundo elemento de autoridad que
no se puede soslayar, en tanto nos dota de conciencia crítica sobre las condiciones
naturales y sociales que enmarcan nuestra existencia práctica.
Respecto a ella, sin embargo, el propio Bakunin alerta que no puede ser entronizada
como nuevo poder absoluto o Dios incuestionable que regule la sociedad. Puesto
que la vida es infinita y siempre desborda a las ‘verdades’ sobre ella proclamada; y las
explicaciones de la ciencia son siempre temporales e inacabadas “resulta que la ciencia
tiene por misión única esclarecer la vida, no gobernarla” (Bakunin, 2005: 43).
En el seno de la sociedad, los hombres
reconocen –de hecho– la opinión de
especialistas, siempre y cuando sean estas
influencias libremente aceptadas y ante
las cuales cada persona se reserva
siempre, en última instancia, el derecho
a crítica y rechazo. No hay posibilidad de
sublimar el poder individual y social en
instancias externas y trascendentes a las
sociedades e individuos que la integran.
Autoridades
pasajeras,
móviles,
revocables, libremente aceptadas… nunca
‘patentadas’.
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La conclusión lógica y teórica del anarquismo será entonces la destrucción
revolucionaria en simultáneo de Estado, Iglesia y propiedad privada.
Anarquismo y marxismo: ¿iguales o diferentes?
Bakunin y Marx fueron los exponentes de las dos corrientes emancipatorias
más potentes del siglo XIX. Ambos realizaron agudas críticas al orden social
existente, de opresión y sometimiento, convocando a la acción revolucionaria
para fundar una sociedad nueva. Con varios puntos en común, sus programas
revolucionarios, sin embargo, se distancian en algunos aspectos, de índole
conceptual y también táctica.
No pretendemos aquí establecer una comparación exhaustiva, pero sí
mencionar un punto que nos parece importante, que podemos llamar ‘el día
después de la revolución’.
Si bien ambos pensadores bregan por formas sociales colectivistas, que
eliminen la propiedad privada, Bakunin entiende que la revolución debe
destruir inmediatamente toda forma de autoridad, incluido el Estado.
Marx, en cambio, considera que, entre la sociedad capitalista y la sociedad
comunista, se encuentra una forma de transición que todavía puede
denominarse estatal y que consiste en el proletariado revolucionario “en
armas”. Dentro del pensamiento marxista, esa etapa aún estatal es vista como
instancia necesaria para sentar las bases de nuevas prácticas y nuevos
imaginarios propios de una sociedad no fundada en la propiedad ni en la
opresión.
Bakunin, sin embargo, no comparte la necesidad de que esa transformación se
dé ‘desde arriba’ bajo alguna forma estatal, aun cuando sea esta representante
de los intereses de la clase mayoritaria.
Es interesante su advertencia acerca de que no es posible fundar una sociedad
emancipada a partir de instituciones de opresión. Valerse del Estado en pos
de construir una sociedad nueva implica, para Bakunin, el riesgo de una
posible deriva despótica, una nueva burocracia y un nuevo aparato que
acaben sometiendo a la humanidad. La revolución debe destruir
completamente el Estado y todo resabio de autoridad; la sociedad debe
reconstruirse en el plano horizontal bajo formas novedosas de solidaridad
humana.
4. La libertad anarquista, entre la ‘igualdad’ económica y la ‘diversidad’ humana.
Retomando en parte algunos puntos, tratemos de identificar ahora algunas
características que definen a la ‘libertad anarquista’ y que la distinguen de otras
conceptualizaciones teóricas.
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Afirma Bakunin, “Soy un amante fanático de la libertad, a la que considero como el
único medio, en el seno de la cual pueden desarrollarse y agrandarse la inteligencia, la
dignidad y la felicidad de los hombres... La libertad que consiste en el pleno desarrollo
de todas las potencias materiales, intelectuales y morales que se encuentran latentes
en cada uno...” (Bakunin, 2005: 9).
En primer lugar, la libertad es natural. Es la capacidad que tiene intrínsecamente el
hombre de elevarse por sobre sus instintos naturales y afirmarse en su humanidad. En
ese sentido, es emancipación de la naturaleza. Pero no se encuentra dada en un inicio
–como creen el contractualismo o el liberalismo–, sino que se realiza y se conquista.
En segundo lugar, es a la vez un medio y un fin. Aquí cobran sentido y validez, las
nociones de ‘potencia’ (poder de hacer), ‘rebeldía’ (negación), ‘acción directa’, ‘trabajo
humano’ y ‘revolución’. La libertad no es una idea o un precepto sino la expresión en
actos de la potencia humana; es ejercicio de un poder-hacer, la puesta en práctica de
la capacidad de trabajo del ser. Poder y libertad, libertad y poder son, pues, conceptos
que se suponen mutuamente.
En tercer lugar, la libertad es individual y es social –recordemos que para Bakunin
hay continuidad entre mundo natural y mundo social–. Contra el dogma liberal que
entiende a los otros como límite y el lema de que la libertad de cada uno, termina
donde empieza la libertad de los demás, Bakunin afirma que la libertad de cada
hombre se consuma sólo en el marco de una sociedad; y si –y sólo si– esa sociedad en
su conjunto es libre. Dicho con mayor simplicidad, no hay libertad individual en el seno
de una sociedad de esclavos. La libertad personal sólo crece y se alimenta en la
ausencia de sujeciones para todos los demás. En este sentido, la libertad implica
solidaridad –quizás aquel viejo lema un poco olvidado de la Revolución Francesa de
‘fraternidad’–.
En este punto, distanciándose tanto del liberalismo como del marxismo, el
anarquismo nos va a hablar de una peculiar relación entre las partes y el todo, de
lo universal y lo particular, la individualidad diferenciada y la sociedad integrada.
Según Bakunin, “De todos los seres vivos sobre esta tierra, el hombre es a la vez el más
social y el más individualista” (Bakunin, 2003: 119).
Contra el velo general de la igualdad humana consagrada por el Estado, Bakunin
reivindica a cada ser particular como singularidad original, un ‘yo íntimo’
irreductible que no puede ser subsumido bajo leyes formales o categorías
discriminatorias que lo regulan. La esencia de una libertad anarquista es siempre la
existencia humana, infinita por definición, en el marco de un orden social diverso,
múltiple, plural y multidimensional. La libertad no es para el anarquismo la ‘Libertad’,
en sentido de una sola forma ser libre, sino más bien distintas ‘posibilidades’ de
transitar la libertad.
En cuarto lugar, la libertad supone una base de igualdad económica, entendida
estrictamente como igualdad en el acceso a los medios materiales y económicos de
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sustento –que no implica distribución en
partes iguales de la riqueza–. Esta
garantía general del sustento vital solo es
posible mediante la propiedad común
de los medios de producción y la
colectivización de la riqueza social con
ellos producida para la existencia.
Finalmente, en quinto lugar, un tipo de
libertad así entendida sólo puede
alcanzarse
mediante
la
plena
emancipación
religiosa
(moral),
política, jurídica y económica –y en general, en todos los órdenes de la vida–. Esto
es, la superación –en tiempos de Bakunin, mediante la revolución violenta– de todas
las formas que asume temporalmente el principio de autoridad o de dominación
jerárquica, sea la idea de Dios, el Estado o la propiedad privada. Sólo allí, hombres y
sociedades, conquistarán su dignidad humana.
Mujeres y anarquismo
“Soy partidario, como el que más, de la completa emancipación de la mujer
y de su igualdad social con el hombre.”
—
M. Bakunin
El anarquismo en general, y Bakunin en particular, son grandes
pioneros en materia de reivindicación de la mujer en la sociedad.
Encontramos aquí una muy temprana reflexión, que cuestiona
abiertamente el lugar subordinado que este orden social opresivo
reserva para la mitad del mundo. Doble sometimiento ya que supone,
además de la dominación basada en la propiedad, el Estado y lo
religioso, la subordinación de la mujer al varón (padre o marido) que
las relega, merced a las costumbres y las leyes, a un rol meramente
reproductivo. Por eso, la práctica política para el anarquismo, es
también cosa de mujeres: fundar u na sociedad nueva supone nuevos
hombres y nuevas mujeres, en pie de igualdad, aboliendo los vínculos
basados en la desigualdad y el yugo del matrimonio y la familia en las
actuales circunstancias, en pos de uniones respetuosas y libres entre
los sexos.
En tono de parodia y no sin polémicas caracterizaciones, ‘Libertarias’ de Vicente Aranda (1996) nos propone acompañar
a un grupo de milicianas anarquistas de la organización feminista ‘Mujeres Libres’ en la España de 1936, quienes tratan
de afianzar su posición, sus roles y su libertad –ante sus compañeros y ante ellas mismas– en el frente de batalla de Zaragoza.
Una buena pieza típicamente tragicómica del cine español para reflexionar sobre la especificidad de la condición política
femenina y su lucha. En: https://vimeo.com/205184686
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5. Notas finales: los aportes del anarquismo a la Democracia actual.
¿Lo mejor que tiene el anarquismo de Bakunin para aportarnos hoy? Su inmenso
concepto de libertad y su aceptación, desde la teoría, del valor y la potencia de cada
singularidad individual y de la diversidad inscripta en la naturaleza humana.
Además, lejos como estamos en nuestros días de las grandes gestas revolucionarias de
su época, nos abre el camino para pensar prácticas sociales junto a otros –sean en
pequeñas o grandes luchas y conquistas–, sin necesidad de subordinación o sumisión
de las aspiraciones individuales y colectivas a mandatos e imperativos que nos
imponen desde un ‘exterior’ condicionante de nuestra efímera existencia.
Más allá de las dificultades y obstáculos que aparezcan siempre hay, según la mirada
anarquista, lugares y momentos en los que desarrollar prácticas democráticas
societarias que fluyan –como verdaderos actos de rebeldía– orientadas a forzar los
límites materiales e inmateriales de las instituciones de nuestras maltrechas y pálidas
democracias contemporáneas.
Antes de partir, permitidme agregar estas breves palabras. La batalla que
tendréis que sostener será terrible. Pero no os permitáis el desaliento y sabed, a
pesar de los inmensos recursos materiales de vuestros adversarios, vuestro
triunfo definitivo quedará asegurado, si cumplís fielmente estas dos
condiciones: sostened firmemente el gran principio universal de la libertad
popular sin el cual son falsas la igualdad y la solidaridad. Organizad aún más
fuertemente la solidaridad militante y práctica de los trabajadores de todos los
oficios en todos los países; y recordad que, por más infinitamente débiles que
podáis ser como individuos en localidades o países aislados, constituiréis una
fuerza inmensa e irresistible cuando estéis organizados y unidos en la
colectividad universal. Adiós. Vuestro hermano, M. Bakunin.
(Extracto final de la ‘Carta de despedida de M. Bakunin a los compañeros de la Federación
jurásica’. Citada en Velasco Criado, 1993: 39).
Para reflexionar…
¿Qué es para vos la libertad?
¿Qué dimensiones o aspectos novedosos aporta Bakunin
para pensarla en el marco de nuestros Estados,
Democracias y economías contemporáneas?
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Bibliografía citada
Baigorria, Osvaldo Comp . (2006): El Amor Libre. Eros y Anarquía. Ed. Terramar, Colección Utopía
Libertaria, Buenos Aires.
Bakunin, Mijail (2003): Dios y El Estado. Ed. Terramar, Colección Utopía Libertaria, Buenos Aires.
Bakunin, Mijail (2005): La libertad. Obras escogidas de Bakunin. Editorial AGEBE, Buenos Aires.
Bakunin, Mijail (1995): Escritos de Filosofía Política I. Comp. G. P Maximoff. Editorial Altaya, Barcelona.
Bakunin, Mijail (1995): Escritos de Filosofía Política II. Comp. G. P Maximoff. Editorial Altaya, Barcelona.
Bookchin, Murray (1999): La ecología de la libertad. El surgimiento y la disolución de la jerarquía.
Nossa y Jara Editores, Madrid. En: https://rojavaazadimadrid.files.wordpress.com/2015/04/murray-
bookchin-la-ecologc3ada-de-la-libertad_-el-surgimiento-y-la-disolucic3b3n-de-la-jerarquc3ada.pdf.
Colson, Daniel (2003): Pequeño léxico filosófico del anarquismo. De Proudhon a Deleuze. Ediciones
Nueva visión, Buenos Aires.
Ferrer, Christian (1999): La herejía, en Ferrer, Christian (Comp.) El lenguaje libertario. Ed. Altamira,
Buenos Aires.
Velasco Criado, Demetrio (1993). Ética y poder político en M. Bakunin. Universidad de Deusto, Bilbao.
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