DOMINGO MUNDIAL DE LAS MISIONES “Vayan y anuncien la alegría de ser hijos de un Dios que ama” En los Evangelios se nos presentan varias manifestaciones de Jesús a sus discípulos después de su muerte y resurrección, en estas apariciones les hablaba referente al reino de Dios. Es interesante considerar que es Él mismo, Jesús quien se manifiesta, quien se hace ver, el que sale al encuentro. Las apariciones no son el resultado de la fe, no son efecto de la fe, de la esperanza o de un deseo muy grande de ver a su Maestro por parte de los discípulos más allegados. La fe no produce la aparición: es el Resucitado el que toma la iniciativa, el que se hace presente y desaparece en cada ocasión. También se deduce de estos relatos la continuidad entre el Crucificado en el Calvario y el Resucitado que se aparece en Jerusalén y en Galilea. Se trata del mismo Jesús, reconocido al hablar, al partir el pan… Esta identidad se pone de manifiesto incluso en el aspecto corporal. Así, Jesús invita a comprobar mediante el tacto que es Él mismo y muestra las heridas de las manos y del costado abierto. Una de las apariciones tuvo lugar en el monte de Galilea, que Jesús les había expresamente indicado. Allí, al verlo lo adoraron como a su Dios, Jesús se acercó a ellos y disipó las vacilaciones que aún podía albergar el corazón de algunos. Jesús les habla con toda majestad, como Señor de todo lo creado y da el mandato de extender la fe cristiana a toda la tierra. Alguno todavía vacilaba. Esto era posible porque ver a Jesús era al mismo tiempo un asunto de la fe, con todo lo que esto lleva consigo de buenas disposiciones. El testimonio de los apóstoles no provenía solamente de un conocimiento puramente natural, producido por los sentidos. Era también una experiencia íntima y sobrenatural que tenía su origen en la fe. La experiencia que tienen de Cristo resucitado proviene de los sentidos pero a la vez de la gracia que proviene del Padre. La resurrección es pues, un acontecimiento histórico por la señal del sepulcro vacío y por los testimonios de los discípulos y el cambio de actitud, que le vieron pero no por ello podemos decir que deja de permanecer en el misterio del mismo Dios, misterio no entendido como algo que permanece oculto, sino como algo que se desvela, que se hace visible pero no del todo. Se me ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra. Id, pues y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y añadió estas palabras, que serían de gran consuelo para sus discípulos de todos los tiempos. Y sabed que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo. Con esta promesa termina San Mateo su evangelio: Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin… El evangelista supo escoger bien el final de su relato. Es necesidad del ser humano encontrarse con su creador, conocer al origen y causa de su ser, sólo en la búsqueda constante del hombre podemos ir descubriendo los modos en los que nuestro Dios se nos manifiesta, así lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica: Dios mismo, al crear al hombre a su propia imagen, inscribió en el corazón de éste el deseo de verlo. Aunque el hombre a menudo ignore tal deseo, Dios no cesa de atraerlo hacia sí, para que viva y encuentre en Él aquella plenitud de verdad y felicidad a la que aspira sin descanso. (CIC 27-30). Quien se ha puesto en búsqueda de Dios, descubrirá que Dios tomando la iniciativa ha salido a su encuentro en muchas ocasiones pero es sólo cuando el hombre decide por un acto de fe descifrar la manera de su presencia. Ahora bien, cuando una persona se ha encontrado con Dios, no permanece sólo en la total intimidad, sino que se siente comprometido no como obligación, sino como impulso del propio bien, el compartir el tesoro que ha encontrado con sus semejantes, esta labor de ir y anunciar el Evangelio de Cristo no corresponde sólo a los padrecitos o a las religiosas, o a los religiosos, sino que corresponde anunciar a todo ser en la tierra que se ha dejado interpelar por este Dios que ama no sólo a quienes se encuentran con Él sino que desea que todo ser humano logre encontrarse con Él. Nuestra labor es grande en el mundo, no por esto, significa que tengamos que salir de nuestra tierra e ir a los rincones últimos del mundo, sino que compartiendo nuestra felicidad de encontrarnos con Dios, podamos compartirlo con los que tenemos a nuestro alrededor. Vayamos pues por la vida anunciando el Evangelio del amor con nuestra persona, con nuestra manera de amar desde Dios a nuestros hermanos. Saludos.