TEMA 2

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TEMA 2
“EL KERIGMA, COMO PRIMER CONTACTO
DE LA PALABRA DE DIOS, AYUDA A FORMAR
LA IDENTIDAD DE DISCÍPULOS Y MISIONEROS
EN LA RENOVACIÓN PARROQUIAL”.
1. Inquietudes, motivaciones y búsqueda
Al meditar y preparar esta reflexión que me dispongo a compartir había un aspecto del título de la
misma que me llamaba la atención y me inquietaba, sobre todo pensando en ustedes: “el Kerygma
como Primer contacto con la Palabra de Dios…”. Estamos aquí en una Asamblea que refleja el
Cuerpo de Cristo en sus Pastores y en sus Fieles, muchos con años de preparación e intensa vida
ministerial y apostólica. ¿Cómo hablar de un primer contacto con una Palabra tantas veces
escuchada, meditada y predicada?
En el camino de estos pensamientos llegaron a mi mente textos y conceptos sobre el Kerygma, la
Palabra de Dios y su relación con una renovada identidad cristiana que se lanza en impulso
misionero-evangelizador. Uno de ellos fue Hch 19,11-19, dónde se cuenta la anécdota de unos
exorcistas de origen judío que utilizaban una formula muy peculiar: “Os conjuro por Jesús a quien
predica Pablo…”. A lo que con un cierto aire de ironía responde el espíritu malo: “A Jesús le
conozco y se quién es Pablo, pero vosotros ¿quiénes sois?” Y lanzándose sobre ellos los hizo huir.
Es muy significativo que este hecho se encuentre enmarcado por dos referencias de Lucas a la
Palabra de Dios:
19,10: “pudieron oír la palabra del Señor todos los habitantes de Asia, tanto judíos como
griegos”
19,20: “De esta forma la Palabra del Señor crecía y se difundía poderosamente”
Esto me hacía ver como la auténtica predicación cristiana no es “de oídas”, no se hace en nombre
de Aquel a quien otro predica, que no puede sino nacer de una profunda relación con la Palabra de
Dios llevada a la propia existencia. El poder y la autoridad no vendrán por arte de magia, utilizando
el nombre y el testimonio de otros, sino aportando el nuestro. Sin duda aquellos hombres
pretendieron llevar a cabo una acción sin sustento. Algo así como una predicación sin relación con
la Palabra de Dios.
De esta manera pensaba como todos nosotros podemos vivir un apostolado de esta naturaleza, en
los que la realidad nos da una buena sacudida: el dolor, el sufrimiento, el sinsentido nos hacen salir
huyendo y dejan nuestras palabras ineficaces, sin poder transmitir la salvación, ¿por qué? Quizá
porque en el fondo, como en el pasaje de Hechos, hay una pretensión mágica en nuestro apostolado
y predicación, y no una experiencia preexistente de comunión con Cristo y su Palabra que nos
brindan una identidad: “No se quienes son ustedes”. Como decía, es algo irónica esta respuesta,
porque revela la falsedad de alguien que se presenta sin el sustento de una vida de servicio y entrega
a la Palabra.
Sin embargo este texto que fue una de las primeras intuiciones para compartir con ustedes en esta
reflexión, si bien iluminaba la permanente relación con la Palabra de Dios que deben mantener
Pastores y Fieles, no hacía justicia al carácter de “novedad y re-descubrimiento” que implica el
Kerygma, y que por tanto se identifica comúnmente con el Primer encuentro, aunque no
necesariamente sólo en los primeros encuentros se da la “novedad y descubrimiento”. ¿Cómo
predicar el Kerygma a laicos comprometidos activamente y ministros ordenados? Fue entonces que
recordé que Nuestro Señor Jesucristo se vio en la necesidad de predicar nuevamente a discípulos ya
formados, a dos de los que habían caminado con Él, y que en determinado momento estaban ya en
una franca di-misión, para ellos no era la primera vez que lo escuchaban ciertamente, pero fue como
la primera vez, porque disipó su tristeza y frustración, dio calidez a sus corazones, los lanzo a
comunicar su alegría y los instauró nuevamente en la comunidad. Por esto aunque no era la primera
vez que lo escuchaban, aquella fue en realidad una predicación kerygmática, porque produjo en
ellos algo que se estaba perdiendo.
Me refiero al pasaje de los Discípulos de Emaús (Lc 24,13-35) que junto a otros textos de la Obra
lucana tomaré para meditar sobre la Identidad de los Discípulos-Misioneros en la Parroquia
Renovada, identidad que brota de un contacto con Cristo a través de las Escrituras que nos abre
nuevamente los ojos y da calidez a nuestro corazón.
2. La estructura de la identidad cristiana: Ética, Escritura y Sacramento
¿Cómo se llega a ser un creyente? ¿Cómo se pasa de la no fe a la fe? Esta es una cuestión de fondo
que subyace en los hombres y mujeres de fe de toda época, sobre todo cuando de frente a un mundo
secularizado y a un ‘rebaño disperso’ se preguntan por las circunstancias y las causas. Creo que
esta misma inquietud es la que subyace a todo el capítulo 24 del evangelio de Lucas, y
peculiarmente al relato de los discípulos de Emaús.
Este es un relato, típicamente lucano, está construido alrededor de los mismos grandes ejes que los
dos relatos que lo encuadran: el mensaje recibido en la tumba (24,1-12) y la aparición a los once
(24,36-53). Los destinatarios del mensaje o de la aparición están siempre, en el inicio de las tres
perícopas , en una situación de no fe, o mínimo de un cierto desánimo o confusión: las mujeres
están desconcertadas (v 4); Cleofás y su compañero tienen los ojos imposibilitados para reconocerlo
(v 16); los once están “aterrados” (v 37) y no acaban de creer.
En los tres casos, esta situación negativa respecto a la fe está ligada al deseo de encontrar, tocar o
ver el cuerpo de Jesús: las mujeres “no encontraron el cuerpo” (v 3), mientras que Pedro “no vio
más que los lienzos” (v 12); en el relato de Emaús, ellas “ellas no encontraron el cuerpo del Señor
Jesús” y el texto precisa que los discípulos comprobaron las manifestaciones de las mujeres , en
cambio, “a el no lo vieron” (v 24). En cuanto a la aparición a los once, lo que el Resucitado les
manda “ver” (dos veces) y “tocar” a los discípulos son las señales de su muerte (v 39). Es notable,
en los tres casos, que la visión y el tacto se orientan hacia el cuerpo de Jesús No es menos notable,
en los tres casos igualmente, que el desbloqueo de la situación se efectúa por medio de dos
elementos:
a. Por una parte la apelación a la Memoria ( “acordaos” [v.6], “torpes y tardos de
corazón para creer…” [v. 25], “estas son las palabras que yo les dije [v. 44])
b. Por otra parte la Palabra, la manifestación de las Escrituras de acuerdo con el designio
de Dios ( “había de ser entregado” [v. 7], “¿Acaso no era necesario” + interpretación
e todas las escrituras [v.26-27], “tiene que cumplirse” + relectura de todas las
Escrituras [v. 44-45])
El paso a la fe requiere en todo creyente, hombre y mujer, un desasimiento del deseo de ver, tocar y
encontrar; y la aceptación de escuchar una Palabra de Dios, cuyo testimonio está en las Escrituras, y
de la cual Cristo Resucitado se presenta como cómo clave de lectura y como interprete. Es entonces
a la luz de Cristo muerto y resucitado que la Palabra de Dios despliega todo su sentido y eficacia, y
es reconocida así por el creyente. El deseo de ver, análogo aquí a la voluntad de saber, o el deseo de
encontrar, análogo a la voluntad de probar, producen un deficiente conocimiento del Señor
resucitado, porque remiten al sepulcro, a su cuerpo difunto. Es el relato de Emaús el que explicita
mejor esta lección y el que nos brinda de manera más clara la estructura de la identidad cristiana.
3. Kerygma, primer contacto con la Palabra de Dios: todos necesitamos volver…releer
Existen en la tradición lucana 3 relatos que por su presentación describen el itinerario obligado para
la estructuración de la fe, dicho en nuestros términos, para la estructuración de la identidad
cristiana. Los tres relatos, uno de ellos ya mencionado (Emaús) y sobre el que volveremos; pueden
ayudarnos a resolver una cuestión fundamental: ¿kerygma para los no creyentes o también para los
creyentes?; ¿kerygma para los que se alejaron o también para los que están cerca?, en los grupos,
en la vida de la comunidad parroquial; ¿kerygma para los fieles o también para los sacerdotes?
Creo que todos tenemos necesidad de irnos haciendo cristianos día con día, todos estamos en un
proceso de configuración con Cristo a lo largo de nuestra vida, y dicho proceso ha iniciado con la
Gracia bautismal, y ha continuado con el Matrimonio o la Ordenación Sacerdotal. Ahora bien estos
textos nos mostrarán como se efectúa este “hacerse cristiano”.
Nos encontramos con el tiempo de la Iglesia, y con la Iglesia de todo tiempo, simbolizado en estos
tres relatos todos partiendo del camino que sale de Jerusalén para ir ya sea a Emaús (Lc 24), a Gaza
(Hch 8) o a Damasco (Hch 9). Es conocida la significación teológica de Jerusalén en el evangelio de
Lucas: lugar de la muerte de Jesús, lugar de sus manifestaciones como Resucitado (Lucas no
menciona ninguna aparición fuera de Jerusalén), lugar de la efusión del Espíritu de la promesa.
Jerusalén es el centro pascual hacia el que converge todo el tercer evangelio y la cuna Pentecostal
desde donde se expande la Iglesia misionera hacia “toda Judea, Samaría y hasta los confines de la
tierra” (Hch 1,8; Lc 24,47).
En este tiempo de la Iglesia el Señor ya no es visible como en el ministerio público. Lucas insiste en
este punto: el resucitado está vivo (Lc 24,5) – “el viviente”, título divino -; vive en Dios, como se
complace en subrayar el relato de la Ascensión. Sin embargo, el ausente está presente en su
sacramento, la Iglesia: ésta relee las Escrituras en función de él, repite sus gestos en memoria de Él,
vive en su nombre compartiendo fraternalmente las cosas (koinonía-comunión). En estos
testimonios de la Iglesia , Él, desde entonces, toma cuerpo y permite que se le encuentre de nuevo.
Tal será la una de las claves capitales de lectura para el texto de el funcionario etíope (pagano
temeroso de Dios, Hch 8; ), para Pablo (creyente fariseo perseguidor de cristianos, Hch 9) y para
nuestros 2 discípulos, quizá más semejantes a nosotros: creyentes sinceros, peros desanimados y
confundidos por la Cruz y sus propias expectativas (que más que en un estado de misión, se
encuentran en una di-misión, alejándose de Jerusalén). En los tres la Iglesia nunca aparece como tal
mencionada, pero es una realidad omnipresente en los tres; la Iglesia parece excluida del texto (todo
parece reducirse a un encuentro personal con Cristo), pero como veremos, ella constituye el
verdadero “pretexto” de los 3 relatos.
Veamos, en los rasgos del Resucitado, que en el camino de Emaús va desgranando la hermenéuticainterpretación de las Escrituras en función de su propio destino mesiánico (Lc 24,25-27) ¿cómo no
reconocer la Iglesia en su kerygma pascual? Estando en escena el mismo Señor Jesús, Lucas
manifiesta que cada vez que la Iglesia relee y anuncia la muerte y resurrección de Jesús “según las
Escrituras”, es Él quien habla a través de ella: la Iglesia es su portavoz, su lugarteniente
“sacramental”, tanto es así que cuando Pablo se ve derrumbado al descubrir que perseguir a la
Iglesia es perseguir al mismo Señor Jesús (Hch 9,5).
No se abren los ojos y la mente en reconocimiento del Crucificado como Mesías y Señor (es decir,
no nos volvemos creyentes) sin la guía de la relectura de las Escrituras, que es la Iglesia, sin la clave
interpretativa que ella misma proporciona en su ser y quehacer, como vemos en Felipe frente al
funcionario etíope: “¿Entiendes lo que vas leyendo?, pregunta, “¿Y cómo podría entenderlo si
alguien no me lo explica?” responde aquel (Hch 8,30-31).
¿Quieres saber si Jesús está realmente vivo, Él que ya no es visible a nuestros ojos?, viene a
preguntar en sustancia Lucas a sus destinatarios. “Renunciad a querer verlo, tocarlo o dar con su
cuerpo de carne, por que sólo se deja encontrar a través de su cuerpo de Palabra, en la memoria
de la Iglesia, en la recuperación que la Iglesia hace de su Palabra, de sus gestos, de su propia
actuación. Vive en la Iglesia: ahí lo reconocerás”. Así, la Iglesia, para Lucas aparece como la
mediación sacramental fundamental en cuyo seno, y solamente allí, se puede convertir uno en
creyente. Ahora , ese consentimiento en la mediación sacramental de la Iglesia no es algo
automático. Requiere una auténtica transformación-conversión. Esto es lo que particularmente
muestra el relato de Emaús.
4. De la di-misión a la misión: la conversión de los Discípulos-Misioneros en la parroquia
renovada
Jerusalén – Emaús – Jerusalén: esta ida y vuelta topográfica aparece como el soporte simbólico de
la conversión que se efectúa a lo largo del relato en el corazón de los discípulos: paso del
desconocimiento al reconocimiento, de los ojos cerrados a los ojos abiertos, de la di-misión a la
misión y teniendo en cuenta al grupo discipular como tal, paso de una situación de dispersión
(“Pedro se volvió a casa”, dice el v.12) y, por tanto, de muerte, a una resurrección del grupo como
Iglesia evangelizadora.
Analicemos y comentemos brevemente a primera parte del relato (vv 13-25):
a. La situación inicial presenta un paisaje algo desolador: alejamiento, incredulidad y
desconfianza (“algunas de las mujeres nos han sobresaltado…”), tristeza. Y si atendemos a las
palabras utilizadas por Lucas hay también cierta tensión entre ellos (“discutían…”). La actitud de
Nuestro Señor es sumamente llamativa, no llega callando personas, interrumpiendo pláticas y
corrigiendo posturas, simplemente “caminó junto a ellos”. Pensemos con esto en algunos de
nuestros métodos pastorales y evangelizadores.
Se muestra a Jesús discreto, sereno, no invasivo, como uno que inspira confianza y les hace no
interrumpir su plática, alguien que camina con ellos.
Una pregunta de Jesús es la que marca su intervención, pero ésta es también una bella muestra de
cómo debe empezar todo momento kerygmatico y evangelizador: ¿De qué discuten por el camino?
He aquí a Jesús sabio pedagogo y evangelizador, que ayuda a sus dos discípulos a ayudarse; no
empieza diciéndoles “están muy equivocados”; sino más bien obra de manera que ellos mismos
pongan en claro lo que tienen dentro, que tomen conciencia de lo que están viviendo, que desaten
sus nudos interiores. A una pregunta tan humana y sencilla como la de Jesús no podían sustraerse.
Es aquí que nos damos cuenta de la mezcla de tristeza, frustración y enojo que se hacen presentes
en un discípulo que vive el Kerygma incompleto. Y de dónde brota la necesidad de escucharlo y reescucharlo; leerlo y releerlo.
b. La respuesta de uno de ellos es algo brusca, en cierto modo hacer ver a aquel forastero
como un impertinente: “¿Acaso eres el único…?” Otra vez la sencillez y paciencia de Nuestro
Señor es la que hace que el diálogo continúe, muchas veces nuestras primeras reacciones no son las
mejores, las más reales, Dios que nos conoce lo sabe. Con otra sencilla pregunta: ¿Qué cosas?
bastará para que ellos desaten toda la tristeza, frustración y confusión que están viviendo.
Al analizar la respuesta de ellos nos damos cuenta que al igual que todos nosotros aquellos dos
discípulos tienen la “información completa sobre Jesús de Nazaret”, en sus palabras nos están
recitando el Kerygma primitivo, casi las palabras del Credo. Sin embargo, paradójicamente ellos
anuncian el mensaje como si fuera una desgracia (sus palabras están llenas de tristeza), estos
discípulos tienen en la boca el Kerygma, pero no lo entienden como tal, y por eso lo anuncian como
una desgracia terrible e irreparable (“nosotros pensábamos….a Él no lo hemos visto”).
Esto se podría llamar un Kerygma incompleto, a la mitad, que no es sino un anuncio con palabras
pero sin corazón, se extraña en las palabras de los discípulos la expresión común a otros anuncios
del Kerygma en el Nuevo Testamento: “¡Verdaderamente ha resucitado!”. Hay en ellos un corazón
de tristeza y resignación, de desilusión, que causa amargura en los que lo dicen y no convence a los
que escuchan. ¿Cuántas veces no nos habremos oído así?
c. Muchas veces, y más ahora frente al dolor y violencia sin sentido que nos rodea, nuestras
respuestas pueden tornarse evasivas, reducimos el mal y recortamos la contradicción que están
viviendo nuestros semejantes, damos ánimo y ofrecemos nuestra oración. Quizá sintiendo en
nuestro interior la insuficiencia de lo que decimos. La respuesta de Jesús conlleva un impulso
interno, una especie de coraje y atrevimiento, que es lo propio y característico el Kerygma, su
respuesta es el autentico Kerygma porque trasciende nuestras expectativas, modelos y paradigmas,
haciéndonos escuchar una palabra de salvación, que como tal sólo puede venir de Dios.
“Necios y tardos de corazón”, creen haber estado en quién sabe qué escuela de Jesús u no han
aprendido nada. El caminante sereno y sencillo se ha vuelto ahora alguien que cuestiona e
interpela, e innegablemente esto es a veces necesario. Pues cuando una persona llega a una
distorsión del Kerygma como aquellos, a esta incomprensión de los valores del Reino, es necesario
sacudirla, volverla a las realidades esenciales, tocándola en su inteligencia y responsabilidad.
Es en este momento donde la Palabra de Dios contenida en las Escrituras, muchas veces escuchada
y meditada, se abre ante sus ojos por Jesús y en Jesús: “¿Acaso no era necesario…?”. Si nos
damos cuenta la información sigue siendo la misma, los acontecimientos no han cambiado (en su
dolor y contradicción). Pero la llave interpretativa es tal que invierte el sentido que aquellos dos
discípulos le habían dado.
El problema de ellos es el mismo de nosotros cada vez que vemos el sinsentido, la violencia, la
humillación y el dolor de los justos; cuando nuestros esquemas pastorales previstos no funcionan,
cuando surge lo imprevisto y somos superados por situaciones nuevas, siendo necesario
recomenzar. La respuesta de Jesús es de una claridad que desconcierta: “esto forma parte de la
historia de la salvación”, la Palabra de Dios así lo atestigua, desde Abraham hasta Jesús el Cristo y
Mesías, llegando hasta nuestros días.
Nosotros conocemos las Escrituras, sabemos el plan de salvación, pero quizá no hemos alcanzo la
inteligencia de la Palabra de Dios, no nos hemos dejado leer por ella y la hemos hecho un simple
objeto de estudio e investigación. Cuando ella, la Escritura, como Dios mismo es quien nos conoce,
nos escruta y saca a la luz la verdad de nuestra historia. Cabe señalar que esta es la “lectura
teológica” que tanto insiste el Santo Padre Benedicto XVI, una mirada a la Palabra que lleva a
descubrir y acoger la unidad del Misterio de Dios sobre la vida del hombre y del mundo.
Jesús es aquí el modelo de un auténtico evangelizador, que no sólo anuncia el Kerygma, proclama el
designio de salvación actualizándolo desde la realidad de los discípulos y a la luz de su persona,
sino que además tiene la capacidad de darle calidez a los corazones aquellos hombres.
Aquí cabe abrir un pequeño paréntesis para recordar como la misión de la Iglesia incluye el
pastoreo y la evangelización (cf. Ef 4,11) El sacerdote no es sólo pastor, es también evangelizador.
Una iglesia y un sacerdocio que se vuelve solo pastoreo termina por “apacentarse a sí mismo
indefinidamente”, y pierde ese punto de expansión que la hace ser
Iglesia. Al contrario una Iglesia y un sacerdocio que es solo evangelización, sin preocuparse por
guiar y sostener a las comunidades, se convierte en ese tipo de comunidades entusiastas en las que
dominan las fuerzas de ataque, pero no se construye. La Iglesia y un ministerio sacerdotal fecundo
viven solamente cuando se mantienen los carismas de pastoreo y evangelización en equilibrio.
Ahora en nuestra circunstancia actual el Santo Padre nos llama a reavivar el segundo carisma (la
evangelización), y es bueno reflexionar a la luz de las actitudes de Jesús frente a los discípulos de
Emaús, como una comunidad que se reencuentra con el Kerygma a través de la Palabra de Dios
desarrollar una identidad muy peculiar: se hace una comunidad con iniciativa, aguerrida, con
capacidad de afrontar situaciones diversas, de captar que el mundo piensa diversamente e
interpretar las necesidades del hombre y la mujer de hoy, se vuelven ya dirigiéndome a las
Parroquias, en comunidades con un deseo profundo de la verdad y la justicia de Dios, una
comunidad parroquial que va en vez de esperar, que se mueve en lugar de construir una torre para
guarecerse en ella.
5. El epílogo de los Discípulos de Emaús: la estructura de la identidad cristiana se completa
La evangelización, la predicación del Kerygma se vuelve deseo en el corazón de los discípulos. Con
esta frase podríamos describir la conversión que se opera al final del relato (vv 28-35). Porque
ellos muestran saber todo acerca de Jesús de Nazaret. Pero su conocimiento es desconocimiento: no
va más allá de los acontecimientos. Lo mismo había sucedido en cierto modo con las mujeres y los
discípulos: han comprobado el hecho del sepulcro vacío; “pero a Él no le vieron”. Por otra parte,
¿qué es lo que esperaban ver, tocar o encontrar en un sepulcro a no ser un cadáver? Las palabras
del Ángel unos versículos antes son una admonición para la Iglesia de todos los tiempos: “no
busquen entre los muertos al que está vivo”.
La fe requiere un acto de desprendimiento, una inversión de la iniciativa: en lugar, como los
discípulos de Emaús, de sostener uno mismo unos razonamientos convencidos sobre Dios, debe
empezarse por escuchar una palabra, la de las Escrituras, como Palabra de Dios. Al dejar que
Jesús les abra las Escrituras, y por ellas sea leída su tristeza y frustración, los dos discípulos
empiezan a entrar en una inteligencia de lo real distinta de la que habían tenido hasta entonces como
evidente. ¿Cuántas veces no hemos tenido como evidente nuestra manera de vivir el ministerio y la
pastoral parroquial? ¿Y si lo real del designio de Dios y del destino de Jesús fuera distinto de
aquello que tenemos como convicción?
Al final del relato aquellos dos están suficientemente removidos de sus certezas interiores, marcadas
inicialmente por la necesidad de saber y ser tranquilizados, como para cambiar sus palabras de
reclamo en petición: “Quédate con nosotros”. Sus ojos han empezado a abrirse, al comenzar a ver
al Resucitado al escuchar como se alza en las Escrituras: Él vive allí donde resuena su Palabra, allí
donde los hombres dan testimonio de Él según las Escrituras, no según sus propias ideas. Allí, es
decir en la Iglesia. Pues bajo los rasgos del Resucitado, se encuentra
ella con su Kerygma, pues cada vez que anuncia el Kerygma pascual, la Iglesia es el sacramento de
la Palabra de Jesucristo. El cuerpo de Cristo resucitado sólo puede reconocerse a partir de su cuerpo
escritural, compuesto y articulado a su vez por su cuerpo eclesial.
Esta verdad se hace evidente cuando el relato nos dice que la experiencia decisiva no se realiza en el
exterior, en el camino, sino en el interior, alrededor de la mesa. “Sentado a la mesa tomó el pan,
pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando; entonces se les abrieron los ojos…”. El verbo,
la palabra de Jesús se hace entonces carne, pan compartido; sus ojos se abren en una Eucaristía,
pues cada vez que la Iglesia hace la fracción del pan en memoria de Él, lo que sucede es que Él, su
Señor, es quien sigue tomando el pan de vida entregada, como atestiguan las Escrituras, y dirige a
Dios Padre una oración de acción de gracias partiendo el pan, como su cuerpo roto para la unidad
de todos y lo entrega diciendo: “Esto es mi cuerpo”.
Deja algo desconcertado al lector la constatación siguiente: “al instante desapareció de su vista”.
Sin embargo hay que recordar que es en el tiempo de la Iglesia, de los primeros discípulos, en que
se sitúa el relato de Emaús, Cristo Jesús está ausente, ya no es posible tocar su cuerpo como ellos lo
habían hecho en Galilea y el camino a Jerusalén. Ahora se le encuentra vivo y presente en el
testimonio que la Iglesia da de Él, a través de las Escrituras releídas como Su propia Palabra, los
Sacramentos realizados como Sus Gestos, y el Testimonio Ético de la comunión fraterna vivido
como expresión de su propio servicio (diakonía) a los hombres: “en aquel momento volvieron a
Jerusalén…y contaron lo que había pasado…”.
El regreso a Jerusalén es el signo de la conversión de que se ha operado en estos discípulos, su dimisión se transforma en misión, y la dispersión del grupo en comunión. Los dos compañeros
empiezan recibiendo el testimonio de los once (v 34; ¡el que antes no habían entendido!). En
seguida añadirán el suyo propio al del grupo fundador, La Iglesia aparece así como la comunidad de
los que, habiendo encontrado al Señor resucitado, anuncian su Kerygma pascual, pero confrontan su
testimonio con el de los Once, a fin de mostrar la unidad apostólica de su fe.
El final del episodio de Emaús es rico y difícil de decirse con pocas palabras; puede sentirse más
con el corazón y por esto debemos pedirle entrar en Su Corazón para poder acoger lo que Él como
evangelizador nos comunica. Por este camino los Discípulos-Misioneros en la Parroquia Renovada
podrán pasar del Evangelio de los labios a la interiorización del Evangelio en el corazón.
Pbro. Carlos Alberto Santos García
Instituto de Teología, Seminario de Monterrey
PREGUNTA
3.- ¿Qué rasgos deben surgir en las personas ante la escucha de la Palabra de Dios y qué
acciones conlleva para seguir impulsando la Misión Permanente en la Parroquia.
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