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PABLO NERUDA, POESÍA Y POLÍTICA

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Teodosio F e r n á n d e z
Catedrático de literatura hispanoamericana en
la Universidad Autónoma de Madrid. Su actividad docente e investigadora se ha centrado
fundamentalmente en la literatura latinoamericana en lengua española, con atención
especial a su significación en los procesos
políticos y culturales de los siglos XIX y XX.
Entre sus publicaciones se cuentan: El teatro
chileno contemporáneo (1941-1973) (1982),
La poesía hispanoamericana en el siglo XX
(1987), La poesía hispanoamericana hasta el
fina! del modernismo (1989), Los géneros
ensayísticos hispanoamericanos
(1990) y
Literatura hispanoamericana: sociedad y cultura (1998). Ha editado Amalia de José Mármol (1984), Huasipungo de Jorge Icaza
(1994), y Garduña de Manuel Zcno Gandía
(1996), así como el volumen Teoría y crítica
literaria de la emancipación hispanoamericana (1997).
I
Confieso que he vivido.
rias,
Barcelona, Seix
1974,
MemoBarral,
pág. 3 7 1 . Para
evitar
notas innecesarias, tras cada
cita de este libro aparecerán en
adelante las siglas CV, seguidas
de la página correspondiente.
Véase Discursos
parlamentarios
de Pablo Neruda
{1945-1948),
edición de Leónidas Aguirre Silva, prólogo de Volodia Teitelboim
e
Abraham
introducción
Quezada
de
Vergara,
Santiago de Chile, 1 9 9 7 , págs.
2 9 8 - 2 9 9 . En adelante las citas
de este volumen
aparecerán
seguidas de las siglas DP y el
número de la página correspondiente.
Pablo Neruda, poesía y política
TEODOSIO FERNÁNDEZ
PABLO NERUDA,
POESÍA Y POLÍTICA
TEODOSIO
Sin ignorar las inquietudes iniciales que
Pablo Neruda alentó en Térmico y Santiago
—«yo me sumé de inmediato a la ideología
anarcosindicalista estudiantil», recordará al
evocar la vida literaria de su juventud1—, sin
duda la guerra civil española resultó decisiva
para el desarrollo de sus preocupaciones políticas. Desde España en el corazón (1937) hasta Incitación al nixonicidio y alabanza de la
revolución chilena (1973) había de ofrecer una
producción literaria que difícilmente puede
entenderse al margen de las circunstancias de
cada momento, incluso cuando parece totalmente ajena a ellas. Algunas han sido ya suficientemente comentadas, pero otras quizá
merecen análisis que ayuden a precisar mejor
la significación de su poesía y del proceso que
siguió. La publicación reciente de sus discursos parlamentarios invita a volver sobre ese
período, que para él supuso la etapa de mayor
dedicación a la actividad política en sentido
estricto. Se inició con la campaña que lo llevó
a ser elegido senador el 4 de marzo de 1945,
por la Primera Circunscripción Provincial de
Tarapacá y Antofagasta. Concluiría el 28 de
mayo de 1950, cuando Radomiro Tomic
Romero fue elegido para cubrir la vacante
dejada por Neruda «por haberse ausentado
del territorio de la República»2.
El 8 de julio de 1945, en un acto celebrado
en el Teatro Caupolicán de Santiago, el poeta
formalizó su ingreso en el Partido Comunista, a la vez que lo hacían el músico Armando
Carvajal y los escritores Nicomedes Guzmán,
Francisco Coloane y Ángel Cruchaga. Ya en
Madrid había descubierto en los comunistas
la única fuerza organizada para luchar contra
el fascismo, y sus preferencias se fueron precisando durante su estancia como cónsul en
FERNÁNDEZ
México. Las orientó también el Partido
Comunista de Chile, que le mostró su solidaridad y su apoyo en ocasiones señaladas:
cuando sufrió la agresión de algunos nazis en
Cuernavaca, el 21 de diciembre de 1941, y
cuando tuvo problemas en el Consulado por
la «Dura elegía» que el 18 de junio de 1943
había leído en los funerales de la madre de
Luis Carlos Prestes, un ataque contra Getulio
Vargas, presidente del Brasil, que provocó
una reclamación de la cancillería brasileña
ante el gobierno chileno. De los comunistas
partió también la invitación a figurar en la lista de candidatos parlamentarios por la Coalición Progresista Nacional. Consecuente con
los planteamientos del partido, desde que fue
proclamado senador, el 13 de mayo de 1945,
Neftalí Ricardo Reyes Basoalto —su seudónimo no ingresó de inmediato en el Boletín de
Sesiones— desarrollaría una notable actividad
parlamentaria en la que se mantuvieron constantes su preocupación por las clases populares chilenas —sobre todo por las masas
obreras del norte del país, que lo habían elegido—, su defensa de la Unión Soviética y de
las relaciones con los países socialistas, y su
atención a los acontecimientos que afectaban
a una Latinoamérica torturada entonces por
Higinio Morínigo en Paraguay, por Rafael
Leónidas Trujillo en la República Dominicana, por Tiburcio Carias en Honduras, por
Juan Domingo Perón en Argentina. Cabe
suponer que se sintió especialmente cómodo
al abordar algún tema de carácter cultural,
sobre todo al celebrar el 20 de noviembre de
1945 el Premio Nobel concedido a Gabriela
Mistral.
La actuación parlamentaria de Neruda no
tardó en resultar conflictiva. El poeta empezó
a mostrarse polémico cuando en junio de
1946 reprochó al gobierno la persecución iniciada contra el republicano español Antonio
Aparicio. Por otra parte, la muerte del presidente Juan Antonio Ríos, en julio de ese año,
hizo que entrase decididamente en su vida
Gabriel González Videla, del Partido Radical,
cuya campaña para la presidencia apoyó
como miembro del Partido Comunista y en
calidad de Jefe Nacional del Comité de Propaganda. Compartieron el triunfo electoral el
4 de septiembre de 1946, pero en junio de
1947, cuando González Videla responsabilizó
al Partido Comunista de una huelga de los
conductores y cobradores de autobuses,
Neruda le recordó que había llegado al poder
con apoyo de las fuerzas democráticas, entre
las que se habían contado los militantes
comunistas, y exigió el cumplimiento de sus
promesas electorales. «Fue amado como
pocos mandatarios antes de él y despreciado,
cuando traicionó a su pueblo, como ninguno»
(DC, 159), declaraba refiriéndose al derrocado presidente del Ecuador, José María Velasco Ibarra, el 26 de agosto de 1947. «Del
Ecuador, país hermano que tanto admiró
nuestra democracia popular y nuestras instituciones, nos llega esta lección política, profética y profunda» (DC, 160), añadía, para dejar
claro que pensaba en la situación política chilena. Su ruptura definitiva con González
Videla llegó con la huelga del carbón que
afectó a Lota, Coronel y otros centros mineros, y que el 4 de octubre alcanzó su momento más tenso. González Videla había iniciado
la persecución del Partido Comunista, al que
trató de eliminar de la escena política nacional, a la vez que rompía relaciones con la
Unión Soviética, Yugoslavia y Checoslovaquia.
El 14 de octubre Neruda atacó directamente al presidente, al que acusaba de haber
traicionado a sus electores y de impedir la
solución de la huelga del carbón, y contribuyó a que la tensión se acentuara aún más
cuando El Nacional de Caracas publicó el 27
de noviembre su "Carta íntima para millones
de hombres", reproducida también en El
Popular de México y quizá en algún otro
periódico latinoamericano. Trataba de informar a sus amigos del continente sobre la
situación que vivía la tradición democrática
chilena, «hoy aplastada y deshecha por la
obra conjugada de la presión extranjera y la
traición política de un presidente elegido por
el pueblo»3. N o hacía sino reiterar las denuncias que había hecho ante el Senado de su país,
pero González Videla pidió a los Tribunales
de Justicia su desafuero como senador. Aunque ya el 23 de diciembre Neruda se defendió
de las acusaciones de antipatriotismo o de
traición al país —«Chile no es el Excelentísimo señor González Videla» (DP, 228), pudo
resumir—, su respuesta fue otro célebre "Yo
acuso" el 6 de enero de 1948, discurso en que
el presidente resultó culpable de hacer de
Chile un país con centenares de presos políticos, con los trabajadores condenados a la
cesantía y a la miseria, con la prensa y la radio
censuradas, con relaciones exteriores frivolas
e inconsecuentes, y supeditado por completo
a los intereses políticos y económicos norteamericanos. El 3 de febrero la Corte Suprema
aprobaba su desafuero, acusado de proferir
injurias contra el presidente del país en periódicos extranjeros, y el 5 los tribunales de justicia procedieron a ordenar su detención. Así
iniciaba Neruda el período de clandestinidad
que se prolongó hasta febrero de 1949, cuando cruzó la frontera en la zona de los lagos
para irse al exilio4.
La actividades parlamentarias de Neruda
constituyen un testimonio elocuente de la
sinceridad de su compromiso político, de la
pasión con que lo asumió e incluso de los
esfuerzos que hizo para hacer suya la doctrina del Partido Comunista 5 . Esa entrega determinó en buena medida el rumbo de su poesía,
que no dejó de ser profundamente personal.
«Creo que tanto Residencia en la tierra, libro
sombrío y esencial dentro de mi obra, como
Las uvas y el viento, libro de grandes espacios
y mucha luz, tienen derecho a existir en alguna parte» (CV, 405), reclamaría el poeta, muy
consciente de la oposición que se veía entre su
poesía residenciaría (con sus consecuencias
posteriores) y su poesía política, destinataria
esta última de la mayor parte de las críticas
adversas. N o era menos auténtico o sincero
ahora que hablaba de los demás que cuando
había hablado de sí mismo. Es más, en Canto
general habló sobre todo de sí mismo y de
la experiencia política que había vivido.
«Si quisiera injuriar al Presidente de la República, lo haría dentro de mi obra literaria.
Pero, si me veo obligado a tratar su caso en el
vasto poema titulado Canto general de Chile,
que escribo actualmente cantando la tierra y
«La crisis democrática de Chile
es una advertencia
para
dramática
nuestro continente», en
Pablo Neruda, Para nacer
nacido,
he
Barcelona, Seix Barral,
1978, págs. 287-311 (287).
El 2 de ¡unió de 1 948 el Senado
mantuvo su derecho a percibir la
dieta de senador, aunque estuviese desaforado,
y
durante
algún tiempo se lo consideró
ausente con permiso oficial (DC,
291,297-298).
Véase su aprovechamiento de
M a r x y Engels al defender los
derechos políticos de la mujer
(10 de diciembre de 1946) en
DP, 104-114.
Pablo Neruda, poesía y política
TEODOSiO FERNÁNDEZ
Obras completas, Buenos Aires,
Losada, cuarta edición aumentad a , 1973, I, págs. 3 6 8 - 3 6 9 .
Véase Rafael Alberti, La arboleda perdida,
celona,
segunda parte, Bar-
Círculo
de
Lectores,
1988, pág. 287.
Las uvas y el viento, en
Obras
completas, I, pág. 813.
Fin de mundo,
Buenos Aires,
Losada, 2 S edición, 1 9 7 0 , pág.
1 80. Las citas de este poemario
aparecerán en adelante seguidas de las siglas FM y el número
de página correspondiente.
Pablo Neruda, poesía y política
TEODOSIO FERNÁNDEZ
los episodios de nuestra patria, lo haré también con la honradez y la pureza que he puesto en mi actuación política» (DP, 255), había
declarado al pronunciar su "Yo acuso". Lo
cierto es que el Canto general fue consecuencia en gran medida de esas experiencias, pues
casi todo en él deriva finalmente hacia la
denuncia del régimen político de González
Videla y sus cómplices, y hacia la manifestación de la solidaridad con sus víctimas. El lector puede comprobarlo al menos desde el
canto III, cuando la referencia a los «usureros
de Euzkadi, nietos / de Loyola» que se repartieron Chile, va encaminada a incluir entre los
depredadores a «los Errázuriz / que llegaron
con su escudo de armas, / un látigo y una
alpargata»6, y por tanto al senador liberal
Ladislao Errázuriz Pereira, enemigo declarado del poeta.
El proceso poético de los años cincuenta
había de mostrar también lo profundamente
imbricadas que se hallaban las circunstancias
políticas y personales de Neruda con el desarrollo de su poesía. Incluso el paso de Delia
del Carril, «el ojo de Molotov»7, a Matilde
Urrutia, destinataria de los Versos del capitán,
concuerda con los cambios que se harían evidentes a lo largo de la década, y quizá los preparaba. Algunos acontecimientos resultarían
sin duda determinantes, y entre ellos debe
recordarse la muerte de Stalin, cuya noticia se
difundió el 6 de marzo de 1953. Neruda le
dedicaría "Es ancho el nuevo mundo", donde
veló «al Capitán lejano que al entrar en la
muerte / dejó a todos los pueblos, como
herencia, su vida»8. Poco después, a partir del
26 de abril, se celebraba en Santiago de Chile
un Congreso Continental de la Cultura, donde la figura del dirigente desaparecido no se
discutió. En diciembre de aquel año, Neruda
recibiría el Premio Stalin por la Paz y la
Amistad entre los Pueblos. Le hubiera resultado difícil hacerlo a partir de 1956, desde que
Nikita Jruschov aprovechó el XX Congreso
del Partido Comunista de la Unión Soviética
para criticar el culto a la personalidad y
denunciar los crímenes cometidos bajo el
régimen stalinista. El poeta guardó entonces
un disciplinado silencio, que prolongó cuando en noviembre de ese año las tropas soviéticas aplastaron la insurrección de Hungría
(con el episodio final del fusilamiento de Imre
Nagy ya en 1958), y que mantenía aún cuando en la tercera semana de agosto de 1968 los
tanques del Pacto de Varsovia pusieron fin a
la primavera de Praga.
En sus memorias, sin embargo, dejó constancia de la tragedia que significó para los
comunistas descubrir que «en diversos aspectos del problema Stalin, el enemigo tenía
razón», y de su voluntad de extraer consecuencias positivas de la sombría noche que
terminó siendo la siniestra época stalinista:
«Si bien es cierto que esa responsabilidad nos
alcanzaba a todos, el hecho de denunciar
aquellos crímenes nos devolvía a la autocrítica y al análisis —elementos esenciales de
nuestra doctrina— y nos daba las armas para
impedir que cosas tan horribles pudieran
repetirse» (CV, 435-436). También, al recordar su estancia de 1957 en China, señalaba
que no había sido Mao Tse Tung quien lo
había distanciado del proceso político que
vivía aquel país, sino «el maosetunismo. Es
decir, el maoestalinismo, la repetición del culto a una deidad socialista» (CV, 330). Sin duda
se sintió afectado por los procesos políticos
de que empezaban a ser víctimas sus amigos
escritores. Aunque su poesía evitara las referencias directas a esas experiencias, tampoco
podría defender sus convicciones con la seguridad y el optimismo de años anteriores. Las
consecuencias de esa crisis pueden encontrarse en las dudas del Tercer libro de las odas, en
la irreverencia de Estravagario, en la voluntad
de hacer balance que se concretó en Memorial
de Isla Negra.
Sólo en Fin de mundo se decidió Neruda
—«el hombre sonoro / testigo de la esperanza / de este siglo asesinado»9— a dejar constancia expresa de las preocupaciones políticas
que lo asediaban. Sin duda su militancia
comunista se mantenía inalterada, al tiempo
que la guerra de Vietnam le daba nuevas razones poderosas para atacar a Estados Unidos.
Pero sus esperanzas en la revolución «idolatrada» se veían sujetas a los avatares de la época. Es probable que los sucesos de
Checoslovaquia lo afectasen profundamente
—«la hora de Praga me cayó / como una piedra en la cabeza» (FM, 20)—, acentuando una
desorientación que ya venía de lejos, determinada por la obligación de callar ante los
muchos y graves errores cometidos —«sufrimos de no defender / la flor que se nos amputaba / para salvar el árbol rojo / que necesita
crecimiento» (FM, 21)— en aras de la empresa revolucionaria. Los momentos más dolo-
rosos coincidieron probablemente con la
revelación de los crímenes de Stalin y de
las consecuencias del culto a la personalidad
—«fue la proliferación / de aquel impasible
retrato / la que incubó lo desmedido» (FM,
109)—, reiteradas después en un nuevo rostro
multiplicado en los retratos, el de Mao Tse
Tung, otra deidad que pensó por todos y
encarnó un poder absoluto.
Entre las preocupaciones políticas de sus
últimos años, la revolución cubana ocupó un
lugar de privilegio. Antes de viajar hasta la
isla, a fines de 1960, Neruda dedicó Canción
de gesta «a los libertadores de Cuba: Fidel
Castro, sus compañeros y el pueblo cubano»10, pero también a quienes en Puerto Rico
y todo el ámbito del Caribe (países centroamericanos, Colombia, Venezuela) combatían
por su libertad frente a Estados Unidos, y que
constituían también el tema del libro. Su
"Meditación sobre la Sierra Maestra" lo mostró consciente del profundo significado de lo
ocurrido: «en esta hora mi razón nocturna /
señala en Cuba la común bandera / del hemisferio oscuro que esperaba / por fin una victoria verdadera» (CG, 74). Pero la visión épica
de la revolución no impedía advertir las reticencias ante el peligro de una nueva concentración del poder. «...Tu victoria / es como el
viejo vino de mi patria: / no lo hace un hombre sino muchos hombres / y no una uva sino
muchas plantas: / y no es una gota sino
muchos ríos: / no un capitán sino muchas
batallas» (CG, 28), advertía el poeta a Fidel, al
ofrecerle una copa de vino chileno. Sin duda
se sintió más cerca de Ernesto Che Guevara,
lector obstinado de Canto general, pero no
ocultó su opinión negativa de los movimientos guerrilleros que olvidaban la lucha en
favor de las clases explotadas por el capitalismo, y reservaban el poder para los grupos
armados en la hora de su triunfo. «El vicio de
este razonamiento —aclaró— es su debilidad
política: puede ser que en algunas ocasiones el
gran guerrillero coexista con una poderosa
personalidad política, como en el caso del
Che Guevara, pero eso es una cuestión minoritaria y de azar. Los supervivientes de una
guerrilla no pueden dirigir un estado proletario por el solo hecho de ser más valientes, de
haber tenido mejor suerte frente a la muerte o
mejor puntería frente a los vivos» (CV, 453).
En las reticencias de Neruda influyó sin
duda un episodio conocido y enojoso: la car-
ta abierta «al compañero Pablo» en que se criticó su viaje a Nueva York para participar en
una Conferencia del Pen Club Internacional,
en junio de 1966, y la Orden del Sol del Perú
con que lo condecoró en Lima el presidente
Fernando Belaúnde. En esa carta —al parecer
redactada por Lisandro Otero, Roberto Fernández Retamar y Edmundo Desnoes, y
publicada en el periódico Granma el 31 de
julio de 1966— quedaban de manifiesto las
inquietudes que sus viajes despertaban en la
isla: «... es evidente, Pablo —se decía—, que
quienes se benefician con estas últimas actividades tuyas, no son los revolucionarios latinoamericanos; ni tampoco los negros
norteamericanos, por ejemplo: sino quienes
propugnan la más singular coexistencia, a
espaldas de las masa de desposeídos, a espaldas de los luchadores»11. Neruda se sintió
agredido, y eso quizá determinó para siempre
sus diferencias con la revolución cubana.
«Cuando todo estaba ganado / se asociaron
los escribientes / y acumularon firmadores: /
todos ellos se acorralaron / disparando contra
mi voz, / contra mi canto cristalino / y mi
corazón comunista», escribió en Fin de mundo (52-53), donde a pesar de todo mantenía la
visión épica de la victoria conseguida. «Ya no
me acuerdo de los términos empleados por
mis fiscales. Pero puedo decir que se erigían
en profesores de las revoluciones, en dómines
de las normas que deben regir a los escritores
de izquierda. Con arrogancia, insolencia y
halago, pretendían enmendar mi actividad
poética, social y revolucionaria» (CV, 445),
recordaría en sus memorias, y también que en
el comité central alguien lo interpretó como
un ataque al Partido Comunista de Chile,
dentro de los conflictos que por entonces
enfrentaron a algunos partidos comunistas
latinoamericanos con la revolución cubana.
Cualquiera que sea la relación que guarde
con ese desencuentro, merece atención el proceso que en los años sesenta llevó a la poesía
hispanoamericana por caminos que la alejaban de Neruda. «Todos los que nerudearon /
comenzaron a vallejarse / y antes del gallo
que cantó / se fueron con Perse y con Eliot /
y murieron en su piscina», escribió el poeta
en Fin de mundo (97), muy consciente de lo
que ocurría. «En los últimos tiempos, en esta
pequeña guerra de la literatura, guerra mantenida por pequeños soldados de dientes feroces —había de confirmar en sus memorias—,
10
Canción
de gesta, La Habana,
Imprenta
Nacional
de
Cuba
(Ediciones de la Casa de las
Américas),
1960, pág.
1. En
adelante las citas de este poemario irán seguidas de las siglas
CG y el número de
página
correspondiente.
11
"Carta abierta a Pablo Neruda",
Casa de las Américas,
año VI,
núm. 3 8 , septiembre-octubre de
1966, págs. 1 3 1 - 1 3 5 ( 1 3 3 ) .
Pablo Neruda, poesía y política
TEODOSIO FERNÁNDEZ
12
Véase Saúl Yurkievich, Poesía
hispanoamericana
Antología
1960-1970.
a través de un certa-
men continental,
México, Siglo
XXI Editores, 2 S edición
1976
( l s 1972), pág. 7.
13
Dios trajo la sombra, en Los cuadernos de la tierra l-IV, Quito,
Casa de la Cultura Ecuatoriana,
1963, pág. 6 5 .
14
La poesía
1960-1970,
hispanoamericana
pág. 7.
15
Jorge Edwards, Adiós,
Poeta...,
Barcelona, Tusquets, 1990, pág.
17.
16
El atentado tuvo lugar en mayo
de 1940. Neruda, que llegó a la
capital mexicana el 1 ó de agosto de ese año, declararía haber
conocido a Alfaro SIqueiros en
prisión (CV, 218). Tal vez no era
así: según Jorge Edwards
át,
[op.
págs. 279-280), en el libro
de visitas del restaurante Luis
XIV, en la Place des Victoires de
París, pudo ver
la firma
de
ambos y la de André Malraux,
testimonio de algún
encuentro
ocurrido en 1939.
Pablo Neruda, poesía y política
TEODOSIO FERNÁNDEZ
han estado lanzando a Vallejo, a la sombra de
César Vallejo, a la ausencia de César Vallejo, a
la "poesía de César Vallejo, contra mí y mi
poesía» (CV, 391). Al analizar los once primeros poemarios galardonados con el Premio
Casa de las Américas, Saúl Yurkievich señaló
el «pasaje de los nerudeanos a los vallejeanos»
como uno de los rasgos comunes o «líneas de
fuerza» de la poesía de aquellos años12. Las
exigencias políticas y culturales de la revolución excluían de antemano a los que no se atenían a ellas, e inevitablemente se prestaba
atención a quienes en la isla (como el cubano
Fayad Jamís, ganador en 1962 con Por esta
libertad) se ajustaban a las circunstancias
derivadas del triunfo revolucionario, o a quienes, fuera del país (como el salvadoreño
Roque Dalton, galardonado en 1969 por
Taberna y otros lugares), habían sufrido experiencias políticas que los habían llevado a
abandonar una poesía egocéntrica y celeste en
favor de otra de denuncia y protesta, acorde
también con los avances del coloquialismo y
del prosaísmo característicos de la época. Más
significativo resulta que sólo en los primeros
años se galardonase a herederos de Neruda:
Dios trajo la sombra, del ecuatoriano Jorge
Enrique Adoum (premiado en 1960), y El
gran cacique, del venezolano Alí Lameda
(premiado en 1963), eran consecuencias evidentes de Canto general, de su interpretación
mítica y telúrica —«países del segundo día,
creación inacabada, húmedos, / sin tiempo
para secarse todavía», en opinión de
Adoum13— de una América en permanente
lucha por su libertad. Por el contrario, El uso
de la palabra, del argentino Mario Trejo (premiado en 1964), Oíd, mortales, del también
argentino Víctor García Robles (premiado en
1965), y Diario de cuartel, del uruguayo Carlos María Gutiérrez (premiado en 1970),
mostraban una acusada proclividad hacia
Vallejo, de cuya recuperación caben diversas
interpretaciones. Parece evidente que fue utilizado para alcanzar una expresión coloquial,
apta para la expresión de las inquietudes políticas y para dar cuenta de la mediocre realidad
de cada día, lo que condice con la «irrupción
de la actualidad», la «transición entre el psicologismo y el sociologismo» y el «avance del
coloquialismo y del prosaísmo» que sirvieron
a Yurkievich14 para caracterizar a la poesía del
momento. Esa orientación se acusó también
en poemarios de factura distinta, como Poesía
de paso, del chileno Enrique Lihn (premiado
en 1966), y Canto ceremonial contra un oso
hormiguero, del peruano Antonio Cisneros
(premiado en 1968): un espíritu común los
animaba, derivado de la desacralización
del poeta y la poesía, del humor corrosivo
que disimulaba la frustración, de la voluntad
de prescindir de cualquier boato retórico o
—caso de Cisneros— de neutralizarlo
mediante su aplicación a motivos vulgares y
pedestres. La personalidad indudable de estos
poetas no evitaba que su éxito en Cuba resultase también significativo. Lihn, por entonces
«antinerudiano recalcitrante, algo obsesivo»15, destacaba por su adhesión a la revolución cubana y su amistad con el grupo de la
Casa de las Américas, dirigido por el «sargento Retamar» (CV, 410). En cuanto a Cisneros,
que en sus Comentarios reales había recurrido a la ironía y el sarcasmo para revisar el
pasado peruano, elegía ahora un título que
remitía a otro de Neruda como si se tratase de
resaltar las diferencias entre la novedosa
narratividad coloquial de su poemario, la
contención verbal con que daba cuenta de su
voluntad desmitificadora, y las grandes pretensiones de una poesía caudalosa que parecía
pertenecer al pasado.
Aunque en ese proceso influyó la necesidad de hallar nuevos recursos expresivos,
cabe suponer que la poesía hispanoamericana
se alejó de Neruda en la medida en que entraba en crisis una visión determinada de América: la del Neruda cosmogónico que coexistió
en Canto general con el Neruda político e
histórico nacido al calor de la guerra civil
española. Esa visión de América probablemente no fue ajena a su estancia en México,
que quizá merece más atención que la recibida hasta ahora. Allí trabó amistad con Diego
Rivera, quien había ayudado a León Trotski a
encontrar asilo en aquel país y ahora le
demostraba una abierta hostilidad, y con
David Alfaro Siqueiros, que había participado en un atentado fallido contra el político
soviético16, asesinado finalmente por Ramón
Mercader el 21 de agosto de 1940. La relación
de Neruda con los comunistas mexicanos no
facilitaba su acercamiento a la visión de México promocionada por André Bretón, quien
(precisamente cuando elaboraba con Trotski
el manifiesto «Por un arte revolucionario
independiente») lo había definido como el
lugar surrealista por excelencia, surrealista
«en su relieve, en su flora, en el dinamismo
activo que le confiere la mezcla de sus razas,
así como en sus aspiraciones más altas», entre
las que se contaba «la de acabar con la explotación del hombre por el hombre»17. Pero las
diferencias políticas no impedirían que el
poeta resultase afectado por una atmósfera
dominada por la exaltación de lo primitivo,
exaltación potenciada por escritores surrealistas que visitaron el país o residieron en él, de
Antonin Artaud a Benjamin Péret, o por pintores como Wolfgang Paalen; una exaltación
que determinaba profundamente la visión de
lo indígena, y que era compartida por muchos
de los que frecuentaban su oficina consular y
su residencia18. «México, con su nopal y su
serpiente; México florido y espinudo, seco y
huracanado, violento de dibujo y de color,
violento de erupción y creación, me cubrió
con su sortilegio y su luz sorpresiva» (CV,
213), había de recordar en sus memorias.
«México, el último de los países mágicos;
mágico de antigüedad y de historia, mágico
de música y de geografía» (CV, 214), insistiría
evocando el territorio en que empezó a descubrir las peculiaridades de la realidad americana.
No le faltaron ocasiones para perfilar la
visión de América que necesitaba. En 1941
visitó Guatemala, aprovechando el tiempo de
suspensión en sus funciones de cónsul con
que fue castigado por proporcionar a Alfaro
Siqueiros un visado para viajar a Chile. Allí
trabó amistad con Miguel Ángel Asturias,
que aún no había conseguido publicar El
Señor Presidente, pero contaba ya con la
experiencia de París y las Leyendas de Guatemala. En sus memorias había de recordar el
estrecho camino que hubo de recorrer en
aquel viaje, un camino que lo deslumhró «con
sus lianas y follajes gigantescos, y luego con
sus plácidos lagos en la altura como ojos olvidados por dioses extravagantes; y por último
con pinares y ríos primordiales en que asomaban como seres humanos, fuera del agua,
rebaños de sirénidos y lamantinos» (CV, 220).
Al concluir su estancia en México, Neruda
estaba convenientemente preparado para la
visita a Machu Picchu que realizó en 1943, en
su viaje de regreso a Chile. «Qué buen sitio
para comer un cordero asado», parece que
dijo ante las célebres ruinas, quizá para ocultar su verdadero estado de ánimo19. «Me sentí infinitamente pequeño en el centro de aquel
ombligo de piedra; ombligo de un mundo
deshabitado, orgulloso y eminente, al que de
algún modo yo pertenecía. Sentí que mis propias manos habían trabajado allí en alguna
etapa lejana, cavando surcos, alisando peñascos» (CV, 235), precisaría muchos años después. Entre quienes lo acompañaron en su
visita a esas ruinas incaicas se encontraba José
Uriel García, quien al reeditar El nuevo indio
en 1937 no había modificado sus opiniones
sobre la condición telúrica de los indígenas,
profundamente ligados a la geografía de la
sierra, aunque introdujera las correcciones
exigidas por un tiempo en que las minorías
intelectuales habían de abandonar su pedestal
«para confundirse con las masas, marchar
acordes con ellas y extraer de las injusticias de
su situación, que son las injusticias de la historia mal encaminada, del régimen opresivo
que sufren desde épocas remotas, los nuevos
ideales realmente nacionales»20. Neruda había
leído un discurso en su honor a fines de 1939,
en la comida que se le ofreció en Lima como
senador electo por la Coalición Obrera
Peruana21. Su compañía probablemente contribuyó a que el poeta pudiese sentirse chileno, peruano, americano, a que encontrase
inspiración para escribir "Alturas de Macchu
Picchu" y el impulso necesario para avanzar
en la realización de su Canto general.
Bien pudo reforzar esa visión de América
en Brasil, cuando viajó a Sao Paulo en julio de
1945 para participar en el homenaje a Luis
Carlos Prestes, que volvía a la libertad después de más de diez años de prisión. Para
entonces había elaborado ya la concepción de
la poesía que había de imponer con Canto
general, y podía proyectarla sobre los demás:
«Gabriela lleva en su obra entera algo subterráneo, como una veta de profundo metal
endurecido, como si las angustias de muchos
seres hablaran por su boca y nos contaran
dolorosas y desconocidas vidas» (DP, 60),
declaraba el 20 de noviembre de 1945 al celebrar el Premio Nobel concedido a Mistral.
Ése era el propósito que había animado
"Alturas de Macchu Picchu", escrito en agosto y septiembre de ese año: el poeta quiso ser
allí la voz de los indígenas, hechos del barro
de América y acordes con la naturaleza primordial que sustentó su vida. Otras secciones
de Canto general se encargarían de exaltar esa
América de los «ríos arteriales» frente a «la
peluca y la casaca», frente a los colonizadores
Véase Rafael Heliodoro Valle,
"Diálogo
con André
Universidad,
Bretón",
núm. 2 9 , junio de
1938, págs. 5-8 (6-7). Neruda
era miembro destacado de la
Alianza de Intelectuales de Chile
por la Defensa de la Cultura,
que desde 1937 imponía en el
ambiente literario de su país los
criterios stalinistas del
Comunista,
y
tenía
Partido
pruebas
recientes de la hostilidad de los
surrealistas chilenos (fieles a Bretón), quienes en julio de 1940
trataron de boicotear el homenaje de despedida que le ofreció
la Universidad de Chile al ser
nombrado Cónsul General en
México, y luego dedicaron a ese
incidente y a esa enemistad casi
la totalidad del número 4 de su
revista
Mandragora.
18
Entre ellos se contó Fernando
Benítez (véase Volodia Teitelboim Neruda, M a d r i d , Ediciones
Michay, 1984, pág. 212), quien
años después, con "En el principio era el mito"
[Cuadernos
Americanos,
núm.
Vil,
ó,
noviembre-diciembre de 1948,
págs. 50-80), dio un notable
impulso a la visión de América
como resultado de la fantasía
europea, a la vez que situaba el
mito en los cimientos de la vida
americana.
19
Véase Margarita Aguirre, Las
vidas de Pablo Neruda,
Aires,
Grijalbo,
Buenos
1 9 7 3 , P°9-
215.
20
José Uriel
García,
Eí
indio. Ensayos indianistas
ia
sierra
surperuana,
nuevo
sobre
Cuzco,
Editorial H. G. Rozas Sucesores,
segunda
edición
corregida,
1937, pág. 2.
21
Ese discurso se publicó en Santiago, en el núm. 3 0 del semanario Qué hubo, el 2 de enero
de 1940. Véase Hernán Loyola,
"La obra
de
Pablo
Neruda.
Guía bibliográfica", en Pablo
Neruda, Obras
completas,
III,
pág. 1013.
Pablo Neruda, poesía y política
TEODOSIO FERNÁNDEZ
22
Obras completas, I, págs. 315 y
461.
23
Neruda
no simpatizó con el
escritor cubano, al menos después de la famosa
carta
de
1 966. A ambos, sin embargo, se
les reveló una América semejante —al poeta en Machu Picchu,
a! novelista en Haití, en el mismo
año
1 9 4 3 — , signada
por
la
presencia de lo desmesurado y
lo insólito. Las convicciones de
Carpentier sobre lo real maravilloso americano son sobradamente
conocidas.
Según
Neruda, «todo lo mágico surge
y resurge siempre en México.
Desde un volcán que le empezó
a nacer a un campesino en su
pobre huerto, mientras sembraba frijoles. Hasta la desenfrenada búsqueda del esqueleto de
Cortés, que según se dice descansa en México con su yelmo
de oro cubriendo secularmente
el cráneo del conquistador. Y la
no menos intensa persecución de
los restos del emperador azteca
Cuauthémoc,
perdidos
desde
hace cuatro siglos, y que de
pronto aparecen aquí o allá,
custodiados por indios secretos,
para volverse a sumergir sin tregua en la noche inexplicable»
(CV, 231). Tampoco carece de
interés su interpretación de las
manifestaciones
más
sobresa-
lientes del caudillismo latinoamericano:
«En
la
fauna
de
nuestra América, los grandes
dictadores
han
sido
saurios
gigantescos, sobrevivientes
de
un feudalismo colosal en tierras
prehistóricas...» (CV, 243).
Pablo Neruda, poesía y política
TEODOSIO FERNÁNDEZ
y depredadores que asolarían ese territorio
virgen, sin ignorar que esa «sauria escamosa
América», «patria selvática» en la que «el gato
y la escorpiona fornicaron», también fue
capaz de engendrar traidores numerosos22.
Acorde con las exigencias de su tiempo, la
visión de América ofrecida en Canto general
muestra no pocas coincidencias con la recreada en Los pasos perdidos por Alejo Carpentier23. La obra de Neruda contribuyó sin duda
a construir el territorio de la magia y el mito
que la exitosa novela hispanoamericana había
de divulgar a partir de esos años. Pero a la luz
de los planteamientos revolucionarios, cada
vez más radicalizados en Cuba, esa visión de
América pronto iba a resultar obsoleta. El
proceso seguido por la narrativa ayuda
a entenderlo así: a medida que avanzaba
la década de los sesenta, las novelas cubanas
que parecían más acordes con la línea oficial
—obras como Memorias del subdesarrollo
(1965), de Edmundo Desnoes, y Vivir en
Candonga (1965), de Ezequiel Vieta, hasta
culminar en La última mujer y el próximo
combate (1971), de Manuel Cofiño López—
proponían con claridad creciente un discurso
ajeno a las tentaciones «metafísicas» de la
América mágica o mítica (una América al
margen de la historia), y se negaban a asumir
la identidad americana en tales términos.
Neruda tenía otros proyectos y la necesidad de buscar nuevos caminos, como pronto
demostraron Los versos del capitán y Odas
elementales, pero el éxito de Canto general
fijó como suya la visión de esa América del
origen y de algún modo mítica. Esa visión
encontró continuidad en obras que quisieron
ser el canto de los países en que surgían, como
Nuevo Mundo Orinoco, del venezolano Juan
Liscano, o Los cuadernos de la tierra, en que
Jorge Enrique Adoum quiso trazar el itinerario del hombre ecuatoriano, o, ya a fines de
los sesenta, Poemas para un pueblo, del boliviano Pedro Shimose, quien con Quiero escribir, pero me sale espuma pronto había de
constituir en sí mismo un nuevo ejemplo del
tránsito señalado hacia Vallejo. El coloquialismo o conversacionalismo de los poetas
cubanos parecía situarse en las antípodas de
las actitudes proféticas de Neruda y sus herederos, contra las que buscó antecedentes y
soluciones variadas. Sus necesidades expresivas lo exigían, pero no deja de resultar sorprendente que la revolución fuese uno de los
factores que llevaron la poesía lejos de quien
había representado mejor que nadie el compromiso del escritor con la difícil realidad
latinoamericana.
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